03-14 Segundo Dom. Cuaresma.

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03-14 Segundo Dom. Cuaresma – C
Gn.15.5-12 y 17-18 // Fil.3.17-4.1 // Lc.9.28-36
En nuestra comunidad religiosa he convivido con algunos hermanos de Holanda, muy buenos y
muy dedicados al apostolado, pero que nunca se sentían enteramente ‘en casa’ en el ambiente de Puerto Rico. Estoy pensando especialmente en uno que, recién ordenado presbítero, recibió de sus Superiores en Holanda el encargo de ir a trabajar como sacerdote en Puerto Rico. Su primera reacción fue: consultar un mapa para ver dónde queda aquella Isla exótica y tropical. - Una vez llegado aquí, trabajó concienzudamente en varias parroquias, muy fiel y dedicado a sus múltiples tareas apostólicas. Pero aún así,
siempre le embargaba la nostalgia por la Patria. Así, cada día procuraba estar en casa a las 7 PM, cerraba
las ventanas, y luego se ponía a escuchar por radio el programa de noticias y comentarios que diariamente a esa hora se trasmitía desde Ámsterdam. También se hacía enviar cada semana desde allí un
paquete de periódicos. - Después de trabajar 25 años con gran dedicación en Puerto Rico, pidió de sus
Superiores permiso para regresar a la Patria, donde después trabajó todavía varios años como capellán
en un hospital, antes de retirarse y prepararse para su encuentro definitivo con el Señor. –
Todos Nosotros somos “Extranjeros con Visa”
Era el caso típico de una persona ‘expatriada’, es decir, de alguien que vive y trabaja años fuera
de su propio ambiente nativo, pero mientras tanto añora con pena en el alma volver a la Patria. Tenía su
visado oficial para vivir y trabajar aquí, pero lo que más le valía era su pasaporte de allá.
Ahora, así somos nosotros todos: ‘extranjeros’ en este ‘Valle de Lágrimas’, pues nuestra real
Patria es el cielo, como hoy nos dice San Pablo: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos como Salvador al Señor Jesucristo” (Fil.3.20), pues “no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos y miembros de la familia de Dios” (Ef.2.19). De ahí que de los primeros Cristianos se decía: “Habitan en sus propias patrias, pero como forasteros. Toman parte en todo como ciudadanos, pero todo lo
soportan como extranjeros. Toda tierra extraña es patria para ellos, y toda patria les es tierra extraña….
Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo”1. - San Pablo indica que éste es el
horizonte que da dirección definitiva a toda nuestra vida, que sólo termina cuando, al final, el Señor
Resucitado “transfigurará este nuestro cuerpo humilde en cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del
poder que tiene para someter a sí todas las cosas” (Fil.3.21). San Pablo (usando la misma palabra ‘transfigurar’ como en el evangelio de hoy) describe esto como un proceso de progresiva transformación ya
durante toda nuestra vida aquí: “Con rostro descubierto reflejamos, como en un espejo, la gloria del
Señor, siendo así transfigurados en esa misma imagen, de gloria en gloria, conforme a la acción del Señor que es Espíritu” (II Cor.3.18). ¡Poco a poco vamos haciéndonos ‘transparencias’ de Dios mismo! La Transfiguración como ‘Celaje’ de esta Gloria
Durante su Pasión vemos a Jesús como “Varón de Dolores”: martirizado, flagelado, desgarrado,
sangrando a muerte: “Ya no tenía ni apariencia ni presencia que pudiésemos estimar, despreciable y
desecho de los hombres” (Is.53.3). ¿Quién, en sus cabales, puede reconocer en este criminal condenado, al Hijo del Altísimo, al Enviado desde el Padre eterno, la Esperanza de toda la humanidad? Exigir que
creamos esto sin pruebas, sería un reto que raya a lo absurdo, y nadie está obligado a lo absurdo: Dios
mismo nos ha dado “inteligencia para pensar” (vea Sir.17.6-8; Lc.11.33-36). –
Por esto, las apariciones del Resucitado a los discípulos son la prueba definitiva de que Jesús,
derrotado y aplastado por sus enemigos, sin embargo vive realmente, y se lleva la victoria. Pero esta
prueba vendrá sólo después de la Pasión. Por esto, ya ahora, poco antes de la Pasión, Jesús quiere levantar para sus más íntimos al menos una punta del velo: un ‘celaje’ furtivo y anticipado de lo que va a ser,
para así fortalecer su fe ante la grande prueba que los espera en Jerusalén.
1
“Carta a Diogneto”, cap.5, escrita entre 150 y 200 d.C. (D. Ruiz-Bueno: Padres Apostólicos, BAC 1974, pag.850).
“Mientras Estaba Orando”(v.29)
Es importante el detalle que sólo San Lucas menciona, y lo menciona hasta dos veces: que esta
Transfiguración ocurrió cuando Jesús estaba orando a Dios (v.28 y 29). Pues Jesús no hacía nada sin
continuo contacto con el Padre. De hecho: “El que me ve a mí, ve al Padre; pues no hago nada por mi
propia cuenta: es el Padre que está en mí, el que hace las obras” (Jn.14.9-10).
Pero cuando ora, no quiere orar sin sus discípulos. Se retira a la montaña para orar, pero no solo: sino acompañado por los mismos tres, que invitará luego para orar con él en Getsemaní (vea Mt.26.
37-38). Esto es importante, pues nosotros que vivimos en una cultura individualista, las (¿pocas?) veces
que oramos, preferimos orar solos, no en grupo o comunidad: ¡eso nos distrae y nos quita la devoción!
Pues hemos perdido la sensibilidad por la oración comunitaria. Sin embargo, precisamente cuando formamos comunidad, formamos el Cuerpo de Cristo, y entonces, más que nunca, es cuando Cristo participa con nosotros: “Donde dos o tres se ponen de acuerdo para pedir algo, lo conseguirán de mi Padre:
pues donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt.18.19-20). –
“Cumplir el Éxodo” de Jesús (v.31)
Las únicas dos personas del Antiguo Testamento de quienes se dice que, en cierto momento,
Dios les permitió ver algo de su “Gloria”, son el legislador Moisés (Ex.34.29-35) y el profeta Elías (I Rey.
19.9-14). El que estos dos ahora aparecen, confirma que todas las predicciones del Antiguo Testamento
se están realizando en Jesús. Pero éstas no sólo son promesas de gloria sino, antes de esto, presagian su
Pasión. Por esto dice San Lucas: “Hablaban de su ‘Éxodo’ que Él iba a cumplir en Jerusalén” (v.31). Esta
palabra ‘éxodo’ (= salida) parece muy extraña en este contexto. Se refiere originalmente a la hazaña de
cuando Israel salió de Egipto a través del Mar Rojo. Todo el Antiguo Testamento considera esto como el
milagro más contundente: pues el mar, en que de suyo deberían haberse ahogado, les sirvió de seno de
vida y de libertad. Pues en la Biblia, la violencia indomable del mar abismal simboliza la muerte inescapable (vea Ps.93.3-4; Lc.8.22-27). Así será ahora para Jesús: en su Pasión se hundirá hasta el fondo del
Abismo de la Muerte. Pero como “era imposible que Él quedase en su poder”(vea Hch.2.24-31; I P.3.19),
a los tres días resucitó de la tumba. O sea, en el caso de Jesús, la palabra ‘Éxodo’ significa por un lado su
salida de entre los vivos, al caer víctima del Reino de la Muerte; - pero en segundo lugar es su ‘éxodo’ o
salida de entre los muertos, y su entrada definitiva en la Gloria. – Esto expresa el rito de nuestro bautismo: en la pila somos sumergidos en el agua y así ‘morimos al hombre viejo’; pero luego, vivificados por
las aguas de vida, salimos de la fuente bautismal con nueva vida divina. La Nube Envuelve a Jesús y sus Discípulos (v.33-35)
Pedro, al recobrar el habla, urge a Jesús perpetuar esta gloria de su transfiguración. Propone levantar tres ‘tiendas/tabernáculos’ para Jesús y sus dos acompañantes. Con esta palabra (en griego
‘skènè’) el profeta Zacarías había descrito la eterna Bienaventuranza como ‘Fiesta de los Tabernáculos’
al final de la historia: “Los supervivientes de todas las naciones subirán a postrarse ante el Señor de los
Ejércitos, y a celebrar la Fiesta de los Tabernáculos” (Zac.14.16). En Israel esta fiesta era la más alegre
del año, pues celebraba la cosecha de la uva y del vino nuevo: evocaba el sueño del Paraíso terrestre. –
Pero Pedro quiere ‘quemar etapas’: no comprende que, antes de la Gloria, viene la Pasión. De hecho,
poco antes había cometido la misma impaciencia: quería Gloria sin Cruz. En aquel entonces Jesús le
espetó: “¡Detrás de mí, Satanás: porque tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mt.16.23).
Tampoco será Pedro, sino el Señor mismo quien extiende su Tienda sobre Jesús y sus tres compañeros: “Vino una nube y los cubrió con su sombra; al entrar en la nube se llenaron de temor”. Esta
Nube es la presencia de Dios mismo, que los “envuelve como toldo y tienda en su resplandor”(vea Is.4.56). Y desde esta nube divina proclama a Jesús como “Mi Hijo”, hundido siempre en mi abrazo, - y “Mi
Elegido”, que llevará a cabo mi proyecto de salvación para los hombres. Por esto: “Escuchadlo”, porque
Él es aquél “en quien están ocultos todos los tesoros de la Sabiduría y Ciencia” (Col.2.3). -
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