“España no tiene una esencia inmutable. España es un modo de visión sucesivamente fraguado por los aciertos y desaciertos de los españoles desde la Alta Edad Media hasta hoy. Modo de vivir al que el regimiento político, el ejemplo y la educación pueden actualizar, sin traicionar lo que en nuestro pasado ha sido mejor. Desde la transición para acá, sólo unos pocos -por supuesto, no políticos- nos hemos ocupado en pensar lo que la actualización histórica de España podría y debería ser” (Pedro Laín Entralgo) ESPAÑA EN SU HISTORIA La España de los siglos XIX y XX La España de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX es poco a poco una potencia de segundo orden, aprisionada entre la querella de Francia e Inglaterra. La invasión napoleónica (1808) y la guerra de la Independencia marcan la crisis del Antiguo Régimen y la revolución liberal española.. Es el comienzo de la denominada Edad Contemporánea. El levantamiento ante el invasor francés afirma la cohesión de España y su valor de grupo. Entra el pueblo español en la historia a través de un protagonismo histórico y experiencia sin precedentes. Sin duda aún no tienen las ideas claras sobre los objetivos de su lucha, pero es ya un pueblo activo. Algunos hablan de que la historia de España como nación comienza entonces, al mismo tiempo que se dan los primeros pasos hacia la constitución de un estado liberal español. “España pareció iniciar el proceso de la modernidad con otra emoción colectiva semejante a la alemana o a la inglesa: la resistencia contra la invasión napoleónica. Se aceptó entonces una versión de aquellos hechos según la cual la reacción había sido unánime -salvo unos cuantos afrancesados- y que era el pueblo español el que la había protagonizado. La nación, por tanto, existía. La mayoría, incluso, se atravió a remontar sus existencia hasta Numancia y Sagunto, lo que equivalía a proclamarla eterna. Era un error, desde luego. Existía el Estado, el marco político (...). Pero era dudoso que existiese una nación, un conjunto de sentimientos compartidos colectivamente” (J. Álvarez Junco) En el siglo XIX a la decadencia científica, social, económica se añaden las dificultades para incorporar el liberalismo y crear un sistema político estable y duradero. La crisis llevará a algunos españoles a reflexionar sobre las causas de estas dificultades y los rasgos de la psicología nacional. En 1898, la pérdida de Cuba y los demás restos del Imperio, se interpretó traumáticamente como una demostración de impotencia colectiva, especialmente humillante en el momento en que los europeos “normales” demostraban a golpe de cañonazo la superioridad de su civilización A finales de siglo, como reacción a la tendencia uniformadora y centralizadora del Estado liberal de la Restauración, aparecerá la reafirmación de las corrientes regionalistas luego nacionalistas- de la periferia. La crisis del 98 culmina el ciclo decadente, agota los últimos restos de optimismo y se interpreta como la incapacidad de los españoles para adaptarse a la modernidad. Esto se refleja en una generación literaria que reflexiona sobre el problema de España y la necesidad de una regeneración. Comienza el siglo XX con aires regeneracionistas que plantean y buscan soluciones al “problema de España” Al mismo tiempo se retoma el planteamiento de “las dos Españas” que aparece en el siglo XVIII con el enfrentamiento entre partidarios de la tradición y reformadores, se manifiesta en la guerra de la Independencia y se arrastra en los enfrentamientos sucesivos de los siglos XIX y XX (, absolutistas y liberales, tradicionalistas y progresistas, monárquicos y republicanos... ) culminando trágicamente en la década de los años 30 con la lucha entre fascismo y democracia que, tras al fracaso de la República , conduce a la guerra civil y a la dictadura. Surge entonces la pregunta de si existe un carácter nacional y si éste ha influido en la decadencia nacional, en el problema de España. Surge también el estereotipo: los españoles como contradictorios, oscilantes entre extremos, individualistas, insolidarios, con gran sentido del ridículo; la guerra civil del 36, añade un elemento fratricida, angustioso y pesimista para nuestar identidad colectiva. Tras la guerra, con el franquismo, los vencedores impusieron un optimismo oficial que contrarrestó los tradicionales planteamientos del problema español: decadencia, fracaso, crisis eran términos que pertenecían al torcido curso de la historia española de los últimos siglos debido a las perniciosas influencias extranjeras; el nuevo régimen iba a establecer los gloriosos tiempos de los Reyes Católicos y Felipe II. Vemos como todo un género literario se desarrolló alrededor del llamado “problema de España”, en busca de las raíces y causas de nuestra originalidad, diferencia y “fracaso” histórico. La discusión se centró en el origen histórico de nuestra decadencia y en las dificultades para afrontar una modernización política, social, económica y cultural J. Vicens Vives , el gran renovador de la historiografía española en los años 50 e introductor de la metodología científica de los Annales, plantea la definición de lo que consideraba el acuciante problema de España: las dificultades de España para acceder al capitalismo, liberalismo y racionalismo en primer lugar; y el fracaso de Castilla en la tarea de hacer una España armónica y vertebrada. Las razones, el comienzo de este no poder ser lo busca Américo Castro en el fin de la pluralidad y tolerancia mental medieval reflejada en la represión contra judíos y moriscos; y C. Sánchez Albornoz, lo encuentra en el mencionado “cortocircuito de la Modernidad” que se produce con la monarquía de los Habsburgo. Estas disquisiciones sobre la esencia nacional quizá parezcan hoy carentes de sentido, pero reflejan la preocupación y reflexión sobre los problemas de la historia de España como nación: “Las naciones no son realidades naturales, sino creaciones histórico-culturales. Su existencia no se basa en factores “objetivos” como la raza o la lengua, sino en algo subjetivo, en el sentimiento compartido por parte de un conjunto de individuos de proclamar una identidad común y el deseo subsiguiente de constituirse en entidad política autónoma y de controlar en exclusiva el territorio en que viven (...) Las naciones, en contra de lo que piensan los nacionalistas, no son eternas: por el contrario, se hacen y se deshacen continuamente” (J. Álvarez Junco) Las dificultades para una efectiva modernización política, económica y social explica una España del siglo XX en crisis y, en parte, el fracaso de convivencia que supone la guerra civil y la posterior dictadura. La recuperación de la democracia tras 1975 aporta una nueva reflexión sobre la superación de este no poder ser, al menos a través de la recuperación de la tolerancia y de la convivencia democrática. Parece que la fórmula de la constitución de 1978 cerró con fortuna varios contenciosos históricos, como el de la forma de gobierno o la cuestión religiosa. Pero en el campo autonómico quedan muchas cuestiones que resolver. Y muchos viejos problemas sobreviven adoptando formas perversas (terrorismo, corrupción, intolerancia...) En la actualidad, España, pensada como “Patria común”, “Nación de naciones” o “Estado plurinacional” debe afrontar desde el diálogo el proyecto de la construcción de “un punto de vista común” que resuelva, en los umbrales del siglo XXI, las tensiones de nuestro legado histórico. “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre ellas. (Constitución española de 1978, art. 2) La nación como una realidad natural es un concepto histórico cultural. La idea que hoy tenemos de nación es, en buena medida, un invento reciente. Que existe un “nosotros” español desde hace siglos parece indudable, pero los referentes de identificación de ese “yo colectivo” han variado a lo largo de la historia. Habría que reinventar eso que llamamos España. Y para ello habría que superar las perspectivas nacionalistas de unos y otros: tanto del viejo nacionalismo español como de los nacionalismos emergentes vasco o catalán y los que van siguiendo. Desde la perspectiva europea, la redefinición de España debería obviar el sentido duro y unívoco de términos como nación, soberanía y estado, y explotar los de supranacionalidad, pluralismo cultural, lingüistico y patriótico, federalismo y solidaridad. (J.A. Ortega Díaz-Ambrona) “España no tiene una esencia inmutable. España es un modo de visión sucesivamente fraguado por los aciertos y desaciertos de los españoles desde la Alta Edad Media hasta hoy. Modo de vivir al que el regimiento político, el ejemplo y la educación pueden actualizar, sin traicionar lo que en nuestro pasado ha sido mejor. Desde la transición para acá, sólo unos pocos -por supuesto, no políticos- nos hemos ocupado en pensar lo que la actualización histórica de España podría y debería ser” (Pedro Laín Entralgo)