LA ECONOMÍA SERVIDORA DE LA BIOSFERA Rene Passet Hemos franqueado el umbral a partir del cual el desarrollo económico amenaza con atentar irremediablemente contra la naturaleza. Durante tanto tiempo le hemos infligido rasguños ligeros, capaces de repararse a sí mismos, que nos hemos sentido autorizados a pensar el desarrollo económico dentro de sus propios límites, independientemente de su inserción en un ambiente: "Las riquezas naturales -decía Jean Batista Say- (1) son inagotables ... No pueden ser multiplicadas ni agotadas, no son el objeto de las ciencias económicas". En las condiciones del siglo XIX durante el cual escribió, esta convención simplificadora estaba lejos de parecer absurda. Después llegó la fase llamada "del ambiente", aparecida de manera impactante para el gran público por la publicación en 1972 del célebre informe del Club de Roma. La historia del nenúfar que dobla su superficie todos los días, ilustró lo temible de los crecimientos exponenciales: si la flor necesitó veintinueve días para extenderse sobre la mitad del estanque, veinticuatro horas serían suficientes para cubrir toda la superficie. Esto señalaba la amplitud y la inminencia de las catástrofes. Pero, más que estas consideraciones globales, lo que entonces emergió fue la toma de conciencia de los atentados, sin duda profundos pero localizados y específicos, infligidos a la naturaleza: superexplotación de tal o cual recurso del que se anunciaba su agotamiento: degradación de tal o cual medio (una costa, un río, un ecosistema, la atmósfera de una ciudad... ). Por otra parte, el término "ambiente", al designar "lo que rodea", enfatizaba tal interpretación. Frente a estos atentados, se ha puesto en mar cha todo un arsenal de medidas igualmente específicas y localizadas. Pero nada más. Se ha logrado que mejore el aire que se respira en algunas ciudades. se ha contenido el ruido ambiental, hemos visto reaparecer el salmón en aguas de las que había desaparecido. Tal las cosas, ha sido fuerte la tentación de reducir la política ambiental a una sucesión de medidas ad hoc, extensibles según las urgencias, las necesidades y... los medios. Pero lo que problematiza el desarrollo ya no son los fenómenos puntuales, sino los mecanismos reguladores que condicionan la supervivencia misma del planeta. Los escenarios del inventario nuclear elaborados por los equipos soviéticos y norteamericanos muestran que un conflicto generalizado modificaría los climas tan profunda y durablemente que toda vida superior sobre el planeta estaría amenazada. Sabemos que ese gesto cotidiano, repetido millones de veces a lo largo y a lo ancho del planeta, liberando freones de un recipiente aerosol, contribuye a degradar la pantalla protectora que el ozono estratosférico pone entre los rayos ultravioletas y los seres vivientes (2). La triple necesidad de acompañar una progresión demográfica sin precedentes, de proseguir el crecimiento económico de los países industrializados y de intentar achicar la brecha entre éstos y los países en vía de desarrollo, plantea el problema del consumo de energía y de la liberación de CO2 capaz de engendrar el "efecto invernadero" al modificar las temperaturas con su correlato del severo trastorno de las condiciones de vida sobre la tierra. Con seis mil millones de habitantes sobre la tierra, la simple extensión a toda la humanidad de las normas francesas (moderadas) de consumo de energía por cabeza, triplicaría de aquí al año 2000 el consumo energético mundial (3). La deforestación, las lluvias ácidas, las reducciones de variedad genética, etc., son otras tantas amenazas que pesan sobre todo el planeta. Los problemas se extienden al nivel de la biosfera, de manera tal que Vladimir Vernadsky (4) en la década de los veinte y, más recientemente, James Lovelock (5), la definieron como: un sistema complejo y autoregulado de interdependencias en los ajustes del cual la especie humana desempeña un rol considerable. Todo esto concierne a la ecología global. Riesgos mayores y micropoluciones, aunque por caminos diferentes, contribuyen a ese resultado. No se trata solamente de accidentes o disfunciones, sino de un conflicto entre las lógicas que aseguran, respectivamente, el desarrollo económico y la reproducción de la biosfera. Con la excepción de algunos precursores como Nicholas Georgescu-Roegen o Kenneth E. Boulding, muy raros son los economistas que han planteado el problema dentro de esta óptica (6). Por su parte, la ciencia ortodoxa, sigue pensando en la eternidad de un mundo que no cambia: "El problema de la polución -dice, por ejemplo, W. Beckerman (7)- no es más que un simple problema de corrección de un ligero defecto de ubicar las tasas por polución". Una tasa restablecería la igualdad entre los costos privados que soporta la firma y los costos que su actividad inflige a la sociedad. Coincidirían nuevamente el óptimo individual con el óptimo colectivo- La búsqueda del beneficio individual seguiría siendo el mejor medio para asegurar el social, con lo cual otra vez se salvaría la lógica mercantil. Cómo calcular el precio del ozono Las críticas antes mencionadas han sido repetidas muchas veces, pero como "no hay peor sordo que el que no quiere oír", nos detendremos en recordar que tas virtudes reguladoras del precio no podrán extenderse a la biosfera. ¿Cuál podría ser el precio del ozono que se está perdiendo?, ¿cuál el de una función como la regulación térmica del planeta? Es evidente que reducir los daños al ambiente a simples costos económicos (limpieza de vestidos, renovación de fachadas, insonorización de apartamentos, gastos de salud, etc.) o evaluarlos al precio que les atribuyen los particulares, deja enteramente de lado lo esencial, es decir, los atentados cometidos contra los mecanismos que aseguren la reproducción de la biosfera: un bosque, una especie, un elemento natural aniquilado, no son solamente valores mercantiles que desaparecen, sino también funciones de un medio. Sin embargo, es necesario señalar un presupuesto implícito sin el cual toda esta lógica se vendría al suelo: el de que una sola y misma lógica se supone reguladora del Universo en todos sus niveles, de la partícula al cosmo, pasando por las sociedades humanas y los sistemas económicos. Si esto fuese así, todos esos dominios obedecerían a las mismas leyes, y la optimización económica nunca se daría en detrimento de los hombres o de la naturaleza. De la misma manera que se dice que "lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos", se podría señalar que lo que es bueno para la economía lo es también para la biosfera. Esta concepción revela una visión mecanicista del Universo. Es la visión de Galileo, de Descartes, de Newton, una visión de relojería. En todas las partes del reloj, desde los resortes a los engranajes, son las mismas leyes de la mecánica las que pueden encontrarse. Pero esta imagen no tiene sino tres siglos y medio de retraso. Nuestra visión ha evolucionado sensiblemente. Es la de un mundo complejo. Se ha pluralizado, porque las leyes que rigen el universo varían según los niveles de organización. No son las mismas en el universo de la relatividad de Einsten, en el universo material que nos rodea y en el universo quántlco de lo infinitamente pequeño. Se han dinamizado porque, lejos de presentarse como un reloj perfecto, el Universo no cesa de evolucionar, conducido por un movimiento de complejización del cual no se sabe si el mismo nos lleva a alguna parte. Además se ha abierto a la destrucción creadora, gracias fundamentalmente a los trabajos de Liya Prigogine (8), quien explora los mecanismos a través de los cuales la materia se complejiza para poder producir lo viviente. Esta noción de destrucción creadora es la misma que utiliza Schumpeter (9) para calificar el proceso de desarrollo económico. Esta visión hace referencia a una economía multidimensional, dinámica y coevaluativa con el mundo en la cual se inscribe, servidora de los hombres y no reguladora de su destino. Una economía multidimensional por cuanto toma en cuenta los entornos sociocultural y natural a los cuales se abre y a los cuales recibe. Por una parte, no se desarrolla ni se reproduce sino por esta apertura a los medios exteriores donde encuentra sus recursos y un receptáculo para sus desperdicios. Por otra parte, todo fenómeno económico, perteneciente al mismo tiempo a las esferas social y natural, posee sus dimensiones y se encuentra sometido a sus leyes. Interdependiente de esas esferas, la economía no transgredirá sus modos de regulación sin comprometer su propia perennidad. Pero, incapaz de producir las normas que aseguren su funcionamiento (que no tienen nada que ver con las leyes del mercado), no puede aprehenderlas sino en el respeto de su propia lógica. En este sentido, debe ser multidisciplinaria. Y es dentro de los límites definidos por esas normas, que se sitúa el campo legítimo del cálculo económico. Igualmente es multidimensional en la medida que, reducida cada vez más a una simple lógica de los valores monetarios, la economía debe reencontrar también la dimensión de lo real. La perspectiva de la larga duración, que es la de los fenómenos naturales, nos conduce a definir una noción de crecimiento durable (sustanaible growth) sustentado, a la vez, sobre la "capacidad de carga" de los sistemas y sobre la realidad física de los recursos productivos. Evidentemente no se trata de eliminar lo monetario por lo real, pero es conveniente tratar a la economía en la plenitud de sus dos dimensiones parcialmente antagónicas, y en toda la complejidad de su articulación. Una economía dinámica y coevolutiva, como el mundo en la cual se inscribe. Por coevaluación entendemos que en el seno de la biosfera la evolución de cada componente no se comprende sino en la interdependencia con todos aquellos que lo rodean. La evolución de la presa, por ejemplo, no se aísla de la acción del depredador que, al eliminar a los individuos más frágiles, favorece la reproducción de bagajes genéticos de los individuos que poseen las defensas más eficaces. Y, recíprocamente, la evolución del depredador no se disocia de este reforzamiento que elimina a los menos dotados de los agresores y favorece la reproducción de aquellos cuyas armas ofensivas son las más eficaces. La especie humana, al transformar el mundo, participa en esta coevaluación. El problema del desarrollo económico es entonces, según la bella fórmula de Vincent Labeyrie, el de "su inserción en la escalada coevaluativa de la naturaleza". Una ciencia de tal tipo no podrá ser sino evolutiva. El desarrollo no es un movimiento de crecimiento cuantitativo de lógica inacabada. Franquea umbrales a través de los cuales se modifica el modo. de regulación de los sistemas. El mundo económico de Ricardo, fundado sobre la noción de acumulación capitalista no es el de Keynes, forzado por la ampliación permanente de la demanda, y en los actuales momentos ya no estamos en este último (10). La relación con la naturaleza no se analiza de la misma manera según la profundidad de los ataque contra ella. No hay teoría económica eterna sino a nivel de las generalizaciones etéreas. Bienaventurados aquellos que simplemente son capaces de dar cuenta de mecanismos que rigen las realidades de su tiempo y del movimiento que las transforma. Una economía servidora y no patrona. La concepción unidimensional conduce a la única consideración (de allí su primacía) de lo económico (por no decir de lo monetario) y, por consiguiente, a la inversión de la dialéctica de los fines y los medios de la manera que éstos deberían regular las relaciones de los hombres y de las cosas. La aproximación multidimensional, por el contrario, nos conduce a ubicar a la economía en su verdadero lugar: en el respeto al mundo que la sostiene y al servicio de los valores humanos. A menos que se desee puramente contemplativa, la economía no puede eludir este planteamiento. Toda decisión descansa, en última instancia, sobre un sistema de valores que ayuda a determinar lo deseable. En cuanto pretende guiar las elecciones, la economía unidimensional deja de ser neutra. Propone como normas y modelos sus propios criterios, su concepción del equilibrio y su imagen caricatural de un hombre enteramente dominado por móviles económicos. Cuando Gary Becker (11) y sus epígonos pretenden que hoy día "el campo del análisis económico se extiende al conjunto de comportamientos humanos y de decisiones que estén asociadas", en un ideal social al que nos quieren imponer, por supuesto, en nombre de la ciencia, la de ellos ... la única, evidentemente. "No hay escuelas -dice uno de ellos- solamente la teoría económica". Sabemos, por el contrario, que los valores que comprometen a cada ser con su concepción del mundo son diversos y que, al no poder ser demostrados o refutados, se sitúan fuera del campo de la ciencia. Por tanto, para vivir en sociedad nos hace falta aceptar la diferencia con la otra perspectiva. He aquí una invitación a la tolerancia y al diálogo que no excluye ni la fuerza de las convicciones ni la vivacidad de su expresión. Esta economía, además, posee sus métodos y sus instrumentos. Aquellos que la niegan no demuestran sino su propia ignorancia. El código de su lectura es el de la complejidad o la de los sistemas complejos. No rechaza la aproximación analítica cartesiana, de la cual, por el contrario, subraya la fertilidad -avalada por más de tres siglos de aplicaciones y de resultados-en el terreno de los fenómenos materiales, ámbito para los cuales ha sido concebida. Pero, al mismo tiempo, define los límites y precisa los métodos de aproximación del mundo complejo que nos descubren las ciencias contemporáneas, a saber: al aislamiento experimental le contrapone la interdependencia que entrelaza; a la causalidad lineal directa, la circularidad y la retroacción; a la visión simple de un universo unidimensional, el de los niveles de organización múltiples, interdependientes, regidos por lógicos diferentes, casi conflictuales; a la neutralidad del observador frente al objeto, la necesidad de reconocer la influencia que éste último ejerce sobre aquél; a la idea de que el todo es la suma de las partes (y la sociedad una simple suma de individuos), la de que es algo diferente, en el cual ni lo social ni lo individual pueden reducirse el uno al otro; al carácter eterno de los movimientos repetitivos, el estudio de los procesos de destrucción creadora que se desarrollan traspasando umbrales y cambiando las lógicas. Contra todos los reduccionismos Sus instrumentos siguen siendo los del mercado, dentro de los estrictos límites que éste puede regular. Pero son también los instrumentos de lo real: así, por ejemplo, la medida que expresa, en términos energéticos flujos y stocks reales en unidades tomadas de la termodinámica (cálculo ecoenergético) permite medir el impacto de las actividades económicas sobre los ecosistemas (12). Revela, en el seno mismo de los sistemas económicos, las evoluciones de productividad, al enunciar la aproximación de límites que el cálculo monetario no puede hacer aparecer. Con respecto a lo cualitativo, toma de las ciencias de la información, indicadores de diversidad inspirados en Claude E. Shannon, lo que le permite medir la riqueza y la estabilidad de los sistemas. Le interesa todo indicador social, biológico o humano. La contabilidad del patrimonio natural, dominio en el cual los trabajos de los franceses -por ejemplo, el de la comisión Toulemon (13)- son de gran importancia, da muestra del espíritu que hemos venido señalando. Esta nueva disciplina ha comenzado a elaborar sus modelos de crecimiento durable, como el modelo ECCO (Enhancement of Carrying Capacity Options) perfeccionado para las naciones Unidas por Jane King y Malcolm SIesser (14), quienes lo han aplicado en Kenia, la isla Mauricio y Gran Bretaña. La diferencia mayor entre esta economía y las de las ópticas ortodoxas dominantes, radica en su aversión contra todo reduccionismo, es decir, contra toda tendencia a pretender expresar la lógica del todo por la de uno de sus componentes (reduccionismo por la base) o inversamente (reduccionismo por lo alto). En su reencuentro con la naturaleza, justifica su rechazo a proyectar sobre esta última una lógica de mercado que no fue concebida para ella. En tal situación, la economía, so pena de provocar las peores catástrofes, no debe revolverse sino repensarse. No hay "economía del ambiente", sino una economía que, sin renunciar a sus dominios tradicionales, sea apta o no para articular sus propias leyes con las de la naturaleza. No hay política del ambiente, sino solamente la política económica, respetuosa o no de las leyes de la biosfera.