Las funciones de la interpretación

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* Las
funciones de la interpretación
** Juan Tubert-OkIander
1. Introducción
Una de las más grandes polémicas respecto de la teoría de la técnica
psicoanalítica es el muy espinoso problema de cómo cura el análisis.
Balint (1968) señala que los dos factores terapéuticos básicos son la
interpretación y la relación objetal. Aquellos analistas que adhieren al
punto de vista estrictamente freudiano, sostienen que los pacientes se
enferman a consecuencia de lo que ignoran de sí mismos y se curan
al adquirir un nuevo conocimiento de su propia persona, a través del
análisis. El proceso analítico consiste esencialmente en una transformación cognoscitiva o reinscripción, que lleva al analizado apercibirse
y concebirse de una nueva manera. La principal -o tal vez la únicaaportación del analista a dicho proceso consiste en brindar al analizado nueva información sobre sí mismo, a través de una comunicación
verbal clara y directa, a la que denominamos "interpretación". Tal es
la posición de autores tan diferentes entre sí como Eissler (1953),
Brenner (1976) y Etchegoyen (1986).
Esta formulación esquemática del punto de vista que podemos calificar de "tradicional", puede llevar a malentendidos, por lo que haré
algunas aclaraciones. En primer lugar, al hablar aquí de las funciones
mentales cognoscitivas, no me estoy limitando a sus aspectos conscientes, ni tampoco al pensamiento, en el sentido estricto. El término
"cognición" se refiere, en este contexto, al conjunto de funciones mentales que permiten al sujeto representarse al mundo, a sí mismo, a sus
objetos y a las relaciones que se dan entre todos estos aspectos diferentes de su experiencia vivencial, sea ella consciente o inconsciente.
Estas funciones coinciden con lo que Bion (1957) llama "pensamiento"
-en un sentido amplio- y con la serie de funciones yoicas descritas por
* Este trabajo obtuvo el "Premio FEPAL", compartido con el Dr. Nadal Vallespir, de
Uruguay, por su trabajo "Las identificaciones". Federación Psicoanalítica de América
Latina, Lima, Perú, octubre de 1994.
** Dirección: Río San Ángel 63-8, Colonia Guadalupe Inn, 01020 México, D. F., México.
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Juan Tubert-Ohlander
Freud (1911) en su artículo sobre "Los dos principios del funcionamiento mental".
En segundo lugar, esta visión que propongo acerca de las ideas de
los autores mencionados no supone afirmar que ellos niegan o minimizan la importancia de los factores afectivos en el tratamiento
analítico. El solo hecho de que trabajan con la transferencia bastaría
para refutar una interpretación semejante. Sin embargo, para ellos la
transferencia debe considerarse solamente como un material más a ser
analizado -si bien, para muchos de ellos, puede ser un material privilegiado- y no como un factor terapéutico en sí mismo. Si se diera una
mejoría en el paciente cuyo principal sustento fuera la relación afectiva establecida con el analista, la considerarían una falsa mejoría,
basada en la sugestión. El objetivo último del tratamiento psicoanalítico sigue siendo, para ellos, el hacer consciente lo inconsciente, y la
cura se basa en los cambios introducidos por el proceso analítico en el
mundo representacional del paciente, a partir del nuevo conocimiento
de sí mismo que le brinda el psicoanálisis.
Por lo contrario, los autores que enfatizan la relación de objeto o
vínculo entre el paciente y el analista como el factor terapéutico fundamental, afirman que un número significativo de pacientes ~ tal vez
todos, en las versiones más extremas de esta posición- se curan, no a
través del nuevo conocimiento que les brinda el psicoanálisis, sino por
medio del establecimiento de una relación íntima, intensa y prolongada con otro ser humano -el analista- que los trata de manera tal que
les permite'subsanar importantes carencias emocionales que padecieron durante los años formativos de su personalidad. El prerrequisito
para que esto ocurra es que el paciente establezca una relación de dependencia emocional casi infantil con su terapeuta. A dicha modalidad
de relación la denominamos "regresión terapéutica", y a la nueva experiencia que el paciente adquiere a partir de las respuestas terapéuticas del analista, se la denomina, a veces, "experiencia emocional
correctora".' En esta línea, que deriva de los trabajos precursores de
Sándor Ferenczi (1931, 1932, 1985), se ubica la mayoría de los teóricos
de las "relaciones de objeto" -tales como Balint (1952, 1968), Winni-
I El concepto de "experiencia emocional correctora", introducido por Alexander, fue muy
criticado en función de su sugerencia de que el analista debería actuar un rol que se
encontrara en un franco contraste con la figura transferencial que el paciente le proyecta.
Sin embargo, es posible utilizar dicho concepto sin adherir a las técnicas que dicho
autor proponía para generar este tipo de experiencia, por lo que creo que podemos dejar
de lado dicha polémica de momento. Lo que todos estosautores tienen en común es
su convicción de que un factor terapéutico esencial es la experiencÚL~e el paciente
tiene de una nueva forma de relación, a través de la conducta y la persona real del
analista.
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cott (1958, 1965), Guntrip (1968, 1976) Y Khan (1974)-, así como la
"psicología del self' de Heinz Kohut (1984).
La mayoría de los analistas que sostienen este punto de vista coinciden en que el manejo de la regresión terapéutica requiere modificar,
en mayor o menor grado, la técnica analítica clásica y tal vez también
abandonar, al menos temporariamente, la tradicional actitud analítica
de neutralidad. La interpretación se limitaría a un trabajo preparatorio, que favorece y permite el desarrollo de la regresión, y a un trabajo
de cierre, que ayuda a la recuperación del paciente después de esta
fase, pero el proceso terapéutico fundamental es el que ocurre durante
la misma (Hernéndez Hernández, 1994; Tubert-Oklander, 1991).
Obviamente, no tenemos que sentirnos obligados a elegir entre estas
dos posturas polares. Algunos autores más moderados han procurado
conciliar estas posiciones antagónicas. Esencialmente, lo que afirman
es que, en efecto, un grupo importante de pacientes -los que sufren de
trastornos graves de la personalidad- necesitan hacer, en el curso del
tratamiento, una regresión terapéutica, y que durante la misma el
analista deja de actuar con interpretaciones, y en cambio lo hace por
medio de su presencia, sensibilidad y empatía. Sil) embargo, no creen
que ello requiera un cambio significativo de la técnica ni, mucho menos, un abandono de la actitud analítica. Todas las necesidades emocionales de estos pacientes pueden ser atendidas en el marco del
encuadre psicoanalítico tradicional, si se lo administra adecuadamente. Esta posición es la mantenida, con numerosas variantes teóricas y
técnicas, por autores como Michael Balint (968), Arnold Modell
(1984) y Bjern Killingmo (1989). Sin embargo, y a pesar de estos intentos de conciliación, la discusión entre "interpretación" y "vínculo" continúa siendo tan intensa y pasional como lo fuera en los tiempos de la
polémica Freud-Ferenczi.
En el curso de los últimos diez años, me interesé cada vez más por
el punto de vista propuesto por los teóricos del vínculo. En otras palabras, me dediqué al estudio de la regresión terapéutica y de la experiencia emocional correctora. En un principio planteé, al igual que
otros autores, que la relación terapéutica ocupaba el centro del proceso sólo en el tratamiento de ciertos pacientes graves, considerados tradicionalmente como "no analizables", pero que esto no afectaba en
nada al clásico tratamiento psicoanalítico de los pacientes neuróticos
(Tubert-Oklander, 1984, 1985, 1986a, 1988b). Sin embargo, llegó el
momento en que descubrí que yo ya no diagnosticaba a paciente alguno como "neurótico". ¿Se debía esto a transformaciones en la patología
que observamos en nuestra consulta -como lo han señalado muchos
colegas- o a que mis puntos de vista sobre la terapia habían cambiado
tanto, que me había visto obligado a limitar la aplicabilidad de la
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Juan Tubert-Oklander
teoría generalmente establecida a un mítico país de pacientes inexistentes? Pronto tuve que aceptar que la segunda hipótesis era la
verdadera. La realidad era que la teoría psicoanalítica clásica del proceso de la curación ya no me resultaba satisfactoria, y que ahora pensaba que la relación entre el paciente y el analista constituía el factor
terapéutico fundamental, con todos los pacientes y en todos los tratamientos, incluyendo aquellos que calificamos
de "psicoanálisis
ortodoxo". :l
A partir de ese momento, redoblé mis esfuerzos para esclarecer,
hasta donde me fuera posible, cómo operaba realmente la relación
terapéutica, y cuáles eran sus características. Esto me llevó a escribir
una nueva serie de trabajos (Tubert-Oklander, 1986b, 1988a, 1991;
Tubert-Oklander
y Zepeda Gorostiza, 1992; Tubert-Oklander
y
Hernández Hernández, 1994; Hernández Hernández y Tubert-Oklander, 1994). Sin embargo, en este intento de lograr la coherencia entre
mi teoría y mi práctica, me encontré con una nueva contradicción: yo
ya no contaba con una teoría que diera cuenta de la necesidad de interpretar pero, no obstante, continuaba interpretando.
¿A qué podía deberse esta incongruencia? ¿Sería que yo no creía realmente, ni avalaba en los actos, la teoría que estaba desarrollando en
el pensamiento? ¿O se trataba, acaso, de la repetición meramente
ritual de un viejo hábito, adquirido durante mi entrenamiento? ¿Qué
me impedía tomar un nuevo camino, ya recorrido por otros terapeutas
como Carl Rogers (1961), y realizar una terapia basada exclusivamente en la relación humana entre terapeuta y paciente? Todas estas
preguntas me inquietaban profundamente, y me obligaron a estudiar
cuidadosamente las funciones de la interpretación. Este trabajo es uno
de los resultados de dicho estudio.
Para los fines de este trabajo, utilizo el término "análisis ortodoxo" para referirme
a una modalidad de psicoterapia que intenta cumplir con la definición que .Gill (1954)
hace de lo que él considera "la esencia de la técnica psicoanalítica":
El psicoanálisis es aquella técnica que, empleada por un analista neutral, tiene como
resultado el desarrollo de una neurosis de transferencia regresiva y la resolución final
de esta neurosis solamente por medio de técnicas de interpretación (p. 215, el enfatizado
es mío).
Algunos colegas afirman que nadie hace realmente este tipo de análisis en la actualidad,
pero un planteo semejante dejaría de lado el hecho de que muchos analistas, particularmente entre quienes están preocupados por la pureza de la técnica analítica, creen
que esto es lo que debe hacerse y procuran comportarse así en su práctica. Mi punto
de vista es que, aun en el caso de quienes así actúan, los resultados terapéuticos obtenidos
son consecuencia del vínculo establecido durante el tratamiento.
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2. La teoría clásica de la interpretación
Sigmund Freud, quien caracterizaba a su método como "un arte de interpretación al que corresponde la función de extraer del mineral representado por las ocurrencias involuntarias
el metal de ideas
reprimidas en ellas contenidas" (Freud, 1904, p. 1005), jamás llegó a
escribir, sin embargo, un trabajo teórico sobre la interpretación. Dicho
"arte" continuó siendo "una serie de reglas empíricamente deducidas
para extraer, de las ocurrencias, el material psíquico, indicaciones
sobre el sentido que ha de darse a una ausencia o cesación de l...
las)
ocurrencias en el enfermo, y experiencia sobre las principales resistencias típicas que se presentan en el curso de tal tratamiento" (Freud,
1904, p. 1005).
La metáfora del "mineral" es particularmente feliz para transmitir
su punto de vista, ya que el creador del psicoanálisis estaba convencido de que lo único que sus interpretaciones hacían era expresar
claramente y destacar ciertos procesos y contenidos mentales que ya
se encontraban en la mente del paciente antes de que el analista iniciara su indagación. En otras palabras, las interpretaciones eran hipótesis que se referían a una realidad objetiva, independiente de ellas,
y su valor de verdad dependía de que lo que estas afirmaran coincidiera con los hechos reales y objetivos.
Un punto, sin embargo, quedó absolutamente claro: la teoría de la
técnica psicoanalítica afirma que la interpretación sólo puede ser efectiva en el caso de ser verdadera. Y una interpretación sólo es verdadera si coincide con los contenidos concretos del inconsciente del
paciente. Sin embargo, es un hecho conocido que las interpretaciones
aproximadas pueden llegar a tener un efecto terapéutico. Además, los
analistas pertenecientes a las diversas escuelas psicoanalíticas interpretan contenidos radicalmente diferentes, y todos ellos obtienen
resultados terapéuticos.
Estas últimas observaciones llevaron a Glover (1931) a escribir su
trabajo sobre "El efecto terapéutico de la interpretación inexacta". Una
interpretación es inexacta, según este autor, cuando está un poco más
cercana a la realidad del inconsciente que el discurso manifiesto propuesto por el paciente, pero sigue siendo una versión distorsionada del
mismo. El que esté menos distorsionada explica su efecto terapéutico,
ya que ayuda a reemplazar las defensas del paciente por otras más
benignas y menos costosas, en términos de su economía psíquica.
Queda en pie, no obstante, que el logro de resultados analíticos presupondría una coincidencia necesaria entre la interpretación y el contenido inconsciente al que ella se refiere.
Juan
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Tubert-Oklander
Cuando la interpretación es efectiva, el paciente logra ver su situación vital y su historia desde una nueva perspectiva, y a esto lo llamamos insight. Pero lo importante es que esta nueva visión de las cosas
no es un punto de vista cualquiera, sino que corresponde a la verdad.
Etchegoyen (1986) afirma que "Si el proceso psicoanalítico se propone
el logro del insight, entonces el insight constituye por definición la
columna vertebral del proceso psicoanalítico". Y agrega: "Esta idea no
es de por sí polémica, porque la aceptan prácticamente todos los analistas; pero se discute, en cambio, si hay otros factores que coadyuvan
con el insight para determinar la marcha del proceso" (p. 609, el
enfatizado es mío).
La afirmación de que el concepto del insight como "la columna vertebral del proceso analítico" es aceptado por "prácticamente todos los
analistas", podría discutirse. En el mejor de los casos, para validarla
haría falta una investigación empírica sobre qué es lo que piensan
realmente los analistas. Sin embargo, queda en pie el hecho de que
éste es el punto de vista oficial de nuestra comunidad, el que se afirma en los discursos, los libros de texto y los trabajos científicos, y el
que se enseña en nuestros institutos. Éste es, también, el punto de
vista que estoy cuestionando.
3. Las funciones de la interpretación
Tal como lo dije anteriormente, mis estudios sobre la teoría de la
técnica me llevaron a la conclusión de que el factor terapéutico fundamental en la terapia analítica es la relación terapéutica. Sin embargo,
en mi práctica clínica seguía interpretando. Dado que ya no podía justificar el uso de este instrumento técnico por medio de la teoría psicoanalítica clásica, me vi obligado a investigar acerca de las funciones
de la interpretación. Hasta este momento, he podido plantear cinco de
dichas funciones: al la interpretación como canal del vínculo, b] la interpretación como nueva perspectiva, el la interpretación como metáfora, dl la interpretación como lenguaje y el la interpretación como movílizadora de afectos. A continuación, desarrollaré cada una de ellas.
a. La interpretación como canal del vínculo
La primera y más evidente respuesta a la pregunta de por qué interpretar, es que la interpretación permite el desarrollo de un vínculo
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de la interpretación
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terapéutico de características especiales. En ese sentido, dicho instrumento constituye una de las diversas técnicas de reflejo. Dichas técnicas constituyen nuestra principal forma de actuar propositivamente
para establecer, desarrollar y preservar el vínculo terapéutico.
Denomino "reflejo" a una serie de acciones del terapeuta que tienen
por efecto devolver al paciente una imagen de sí mismo, tal como lo
ve el terapeuta. Cada vez que actuamos de esta manera, el paciente
obtiene una confirmación de que el terapeuta está vivo, despierto y
presente, y que le está prestando atención, que lo está percibiendo
y que esto que le devuelve como reflejo es lo que percibe (Winnicott,
1962). y todo ello ocurre porque el paciente es importante para el
terapeuta. Este tipo de experiencia de relación no puede dejar de fortalecer su sentimiento de ser un individuo viviente, real y valioso. De
esto se trata una parte importante de la denominada "experiencia
emocional correctora" (Alexander y French, 1946; Kohut, 1984).
Si bien existen diversas técnicas de reflejo, no las expondré aquí, en
primer lugar, porque no todas ellas se utilizan en el psicoanálisis, y
en segundo, porque lo que me interesa destacar es el efecto especular
de la interpretación, habitualmente considerada como el instrumento
analítico por excelencia.
Cada vez que el analista interpreta, está enviando un mensaje muy
complejo, que incluye no sólo aquella información que él pretende
comunicar al paciente -lo que el analista piensa sobre él- sino también una gran cantidad de información acerca de la relación. En ese
sentido, la interpretación no difiere de cualquier otra comunicación interpersonal. Gregory Bateson (1972) describe muy precisamente cómo
cada acto comunicativo incluye dos dimensiones: un informe [reportJ
y una orden [command]. El informe es el contenido que el emisor
quiere comunicar, mientras que la orden es una forma de definir la
relación. Por ejemplo, el informe puede decir "Estoy muy solo", mientras que la orden (pedido o propuesta) puede estar diciendo, sin palabras, "¿Quieres ser mi mamá?"
El desarrollo de la técnica del análisis sistemático de la transferencia
nos ha vuelto exquisitamente sensibles al aspecto relacional de las
comunicaciones del paciente. No obstante, no solemos tener el mismo
grado de conciencia respecto de la dimensión relacional del acto de
interpretar." Creo, sin embargo, que ésta es una de las principales funciones de la interpretación.
¿Qué es lo que comunica el analista al paciente con el acto de interpretar, más allá del contenido explícito de su interpretación? Pues lo
I Algunos pocos trabajos psicoanalíticos se han dedicado al análisis de esta dimensión.
Un trabajo verdaderamente precursor fue el de Álvarez de Toledo (1954): "El análisis
'del asociar', del 'interpretar' y de 'las palabras' ",
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Juan Tubert-Oklander
que hace es informarle acerca de ciertos aspectos vitales de la relación
terapéutica. En primer lugar, le hace saber que el analista está vivo,
ya que si estuviera muerto no podría hablar. También que está despierto y atento (por las mismas razones), y que siente interés por el
paciente y por lo que él está diciendo y expresando. Manifiesta, asimismo, su intento de comprender y su convicción de que la comprensión es algo bueno y valioso.
Otro aspecto de lo que el analista comunica al paciente es su valoración de lo que éste está expresando. Por ejemplo. si ha logrado finalmente hablar de lo que él considera su secreto más humillante, y el
terapeuta le responde con una interpretación tranquila y respetuosa,
lo que el paciente entiende es que, ante los ojos del analista, lo que
acaba de decir no es tan terrible. Este efecto es particularmente significativo en el caso de las interpretaciones transferenciales.
Finalmente, cada vez que el analista interpreta, está compartiendo
con el paciente la comprensión que él cree haber logrado, tanto acerca
de su discurso, como sobre lo que está ocurriendo en ese momento en
la sesión. Si el analizado siente que esta versión que su analista está
planteando tiene algo que ver con sus propias experiencias, se sentirá
comprendido. Por lo contrario, si lo que escucha "no le hace sentido",
no se sentirá visto ni comprendido, y lo expresará de alguna manera.
En ese caso, es fundamental que el analista identifique este reclamo
y lo valide con una nueva interpretación, o incluso con el franco reconocimiento de su error.
Veamos una breve viñeta clínica en la cual una paciente, a la que
llamé Ada, me comentaba, al fin de su tratamiento, cuáles habían sido
para ella las experiencias más significativas en el curso del mismo:
-Aprendí muchas cosas en este tratamiento pero, más allá de cualquier
cosa que me hayas dicho. siempre había algo más, una presencia...
-¿Cómo es eso?- le pregunté yo.
-Pues sí. durante meses enteros yo venía a las sesiones. me acostaba en
el diván y lo único que hacía era llorar. ¿Qué podías decirme? Nada... Pero
allí estabas y al final de la sesión te levantabas y yo veía que estabas
bien, que no te había pasado nada ... Además, después venían otros pacientes; yo los veía llegar y tú los recibías, y entonces yo sabía que todo
estaba bien... Otra cosa muy importante fue tu actitud hacia mí. Cuando yo
llegué contigo, estaba todo el tiempo pendiente de ti. tratando de averiguar
qué era lo que querías de mí. Tal vez por haber tenido una madre tan
intrusiva, no podía imaginarme una relación en la que el otro no estuviera
esperando obtener algo. Pero, cuando me di cuenta de que no esperabas absolutamente nada de mí, fue una enorme sorpresa. No lo podía creer, pero,
después de haberte puesto a prueba muchas veces, me convencí,y entonces
empecé a disfrutarlo.
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de la interpretación
Pero lo más interesante
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es lo que agregó después:
En realidad, durante mucho tiempo te equivocabas en casi todo lo que me
decías. A veces, incluso yo salía pensando que no entendías nada. Sin
embargo, algo que me fue muy útil fue que me hablaras de mi mundo privado [de fantasía]. Desde niña sentí que ese mundo en el que me refugiaba era
un secreto, un tanto vergonzoso. que debía ocultar celosamente de los
demás. En cambio. contigo me encontraba con que aceptabas su existencia,
yeso le dio una especie de carta de ciudadanía, un derecho a existir. Esto
me ayudó mucho. aunque tú no entendieras gran cosa, ya que me permitía
hablar de él e intentar explicarte mejor las cosas ... No es que nunca la acertaras con tus interpretaciones; si hubiera sido así, me hubiera ido. Pero el
hecho de que reconocieras que había algo allí sobre lo que podíamos hablar
fue mucho más importante para mí que el que tuvieras razón.
Algo llamativo es que este tratamiento tuvo lugar en un período en el
cual yo creía fervientemente en las interpretaciones, y procuraba que
éstas fueran lo más precisas posibles. Incluso llegué a escribir algunos
trabajos sobre la interpretación, en los que incluía fragmentos del análisis de Ada (Tubert-Oklander, 1982, 1987; Tubert-Oklander et al.,
1982). Sus comentarios de despedida contribuyeron en mucho a que yo
me replanteara el concepto de la interpretación.
Podría argumentarse, desde luego, que el especial interés que tuvo
para mí este tratamiento restaría valor probatorio a la viñeta, ya que
toda vez que uno estudia a fondo un caso y escribe sobre él, es muy
posible que el paciente acabe por darle al analista el material que éste
quiere escuchar. Este agudo comentario es, desde luego, estrictamente
cierto, pero también es aplicable a todos los trabajos psicoanaliticos.
He incluido este relato, no porque crea que puede probar cosa alguna,
sino porque es un buen ejemplo del tipo de experiencias clínicas que
me llevaron a revisar mi concepción del proceso analítico. No dudo de
que dichas experiencias estén, en gran medida, determinadas por mis
propias creencias, teorías, expectativas o prejuicios, pero no creo que
haya nada que uno pueda hacer al respecto: estoy convencido de
que nuestras observaciones y "descubrimientos" son construidos en el
curso de la interacción entre paciente y analista, por lo que las ideas
de este último intervienen, inevitablemente, en la creación de la experiencia clínica .(Tubert-Oklander, 1993).
b. La interpretación como nueva perspectiva
La interpretación, sin embargo, actúa sobre algo más que el vínculo.
En la medida en que no sólo brinda al paciente información acerca de
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Juan Tubert-Oklander
la relación,sino que también tiene un contenido, la interpretación
actúa provocando una transformación cognoscitiva. Denomino así a la
reorganización de nuestra experiencia de la realidad, fisica, interpersonal, social y emocional. Podríamos decir que lo que cambia es la
forma en que vemos al mundo, a los demás y a nosotros mismos. Al
resultado de esta reorganización solemos llamarlo insight, y equivale
a la experiencia del cambio de perspectiva en los experimentos perceptuales de la psicología de la gestalt. Dicha transformación no se da en
forma gradual, sino como un descubrimiento repentino, el momento
del "¡Eureka!", como lo han señalado muchos autores (Tubert-Oklander y Hernández Hernández, 1994).
Es importante destacar que lo que se descubre no es una verdad
supuestamente "objetiva", sino una nueva manera de ver las cosas. Lo
que el analista hace es proponer un punto de vista diferente. Lo que
beneficia al paciente es aprender de él que esto puede hacerse y cómo
se hace. Los pacientes llegan siempre con una construcción del significado de su propia vida, de su historia y de su lugar en el mundo, sólo
que no la reconocen como una forma posible de entender las cosas,
sino que creen que ésa es la verdad única. Cuando descubren que su
analista construye una realidad muy diferente, a partir del mismo conjunto de datos, esto tiene el efecto de relativizar, tanto su visión previa, como la que el terapeuta está proponiendo. Si hay dos versiones
diferentes e igualmente lógicas de una misma situación, nada impide
que haya una tercera, una cuarta, o una centésima.
Una vez que el paciente ha aprendido a construir realidades alternativas, su concepción de sí mismo y de la vida se flexibiliza, y éste es
un logro terapéutico básico. Podríamos decir que la terapia es un curso
práctico de constructivismo (Watzlawick, 1981). Pero esto sólo se logra
si el terapeuta es consciente de que sus interpretaciones no son otra
cosa que una creación personal, un tanto artística e ingeniosa, que él
elabora a partir de la vida y las experiencias de su paciente. Cuando
esto no es así y el psicoanalista cree que sus "descubrimientos" son una
verdad objetiva, el psicoanálisis se vuelve una forma de adoctrinamiento.
Esto último es esencial: una interpretación no es otra cosa que una
opinión personal del analista, no una verdad revelada. Lo que pretende al aplicar este instrumento es dar sentido o explicar un hecho, pero
siempre desde su particular perspectiva, concepción de mundo y teorías. Es como si el analista le dijera al paciente: "Oye, tú, a mí me
parece que lo que a ti te pasa es talo cual cosa y, por lo que pudiera
valer, te lo digo ahora, para ver si te sirve". A esto me refiero cuando
afirmo, contrariando la teoría que sostiene que la interpretación es un
reflejo de los contenidos concretos del inconsciente del paciente, que
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de la interpretación
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este instrumento técnico no le da realmente al paciente una información sobre sí mismo, sino que le brinda información sobre un estado
mental de su interlocutor.'
Por lo contrario, cuando el analista está convencido de que sus interpretaciones reflejan la realidad concreta del inconsciente, dado que
"están avaladas por los hechos", el resultado es una comunicación del
tipo de: "Esto no lo digo yo, lo dice tu sueño (tus asociaciones, tu
historia o tu transferencia); yo me limito a poner en palabras esta realidad objetiva". El resultado es, desde mi punto de vista, una disminución de la responsabilidad personal y profesional del terapeuta
(Tubert-Oklander, 1993).
Por otra parte, cada vez que el analista propone una nueva perspectiva en la cual ubicar determinadas comunicaciones del paciente, esto
cambia el sentido de las mismas. Éste es el fenómeno que, en la teoría
de la comunicación, se suele denominar "recontextualización" [reframing] (Watzlawick et al., 1974). Cuando ubicamos una idea o un acto
dentro de un nuevo contexto, el significado del mismo cambia. Los psicoanalistas hemos sido, desde siempre, maestros en realizar esta
maniobra. Así, por ejemplo, la idea fija del "Hombre de las ratas" de
que si no cumplía adecuadamente con sus rituales, algo malo le pasaría a su padre, cobra un significado totalmente nuevo cuando Freud
le propone ubicarla en el contexto de sus deseos agresivos hacia el progenitor (Freud, 1909).
Pero este cambio de significado no depende de que las comunicaciones del terapeuta sean "verdaderas" en ninguno de los significados
posibles del término, sino de que son diferentes.
c. La interpretación
como metáfora
La interpretación también actúa como metáfora. Esto es fundamental, debido a que el lenguaje lógico y racional resulta particularmente inadecuado para referirse a las experiencias emocionales, ya que su
verdadera función es la de describir y dar cuenta de nuestras experiencias perceptuales, que se refieren al mundo material. En con-
I La epigramática
afirmación de que "la interpretación sólo da información sobre
un estado mental del analista" requiere alguna aclaración. Obviamente, se trata
de un estado mental del analista en relación con el paciente. Lo que el analista hace,
no es contarle sus penas al analizado, sino brindarle información acerca de cómo lo
percibe, lo piensa, lo siente, lo comprende o 10 imagina. Todas estas comunicaciones
tienen, desde luego, un efecto especular: el paciente recibe una nueva imagen de sí
mismo, pero es una imagen creada desde los procesos mentales del analista, y no una
información supuestamente "objetiva".
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Juan Tubert-Oklander
secuencia, toda vez que queremos hablar de nuestras experiencias
internas, debemos utilizar el lenguaje poético.
Cuando un poeta desea comunicarnos sus sentimientos de tristeza y
desesperanza, no nos brinda una descripción precisa y exacta de los
mismos. Por lo contrario, lo que hace es, por ejemplo, hablarnos de un
paisaje yermo y de un cielo gris. Si su intento tiene éxito, esta descripción evoca en nosotros un sentimiento de tristeza y desesperanza comparable al que él ha vivido. Así logra transmitirnos una vivencia que
no hubiera podido compartirse de otra manera. Sin embargo, el discurso poético nada dice acerca de todos los movimientos internos que pretende transmitir: se limita a inducirlos en nosotros, por medio de su
descripción.
¿Y cómo se logra este curioso efecto? El principal instrumento utilizado en esta tarea es ese tropo que llamamos "metáfora". El lenguaje poético posee una tal capacidad de inducción, porque es un lenguaje
metafórico.
En retórica, suelen diferenciarse dos tipos de comparación: el símil
y la metáfora. En el primero, la comparación es manifiesta, incluye un
"como si", mientras que la metáfora se atreve a transformar a la comparación en una afirmación tajante. Sin embargo, esta diferencia es
sólo de grado. Tanto el símil como la metáfora tienen la misma estructura lógica. Lo que torna tanto más intenso el efecto de la metáfora,
es el carácter incuestionable de la afirmación: ya no es como si mi vida
fuera un desierto, mi vida es un paisaje muerto e inanimado, como
consecuencia de mi desesperación. Pero, para los fines de este estudio,
podemos tratar a ambas figuras como si fueran una sola.
¿Yen qué consiste la mencionada estructura lógica que subyace al
símil y a la metáfora por igual? Se trata siempre de una comparación
del tipo "A es a B como C es a D". Es decir, que no sólo se está formulando una relación entre dos entidades, sino una relación entre dos
relaciones. Un enunciado semejante no nos habla de A, de B, de C o
de D. Tampoco nos informa acerca de la relación entre A y B, o de la
que existe entre C y D. Lo que hace es plantearnos la relación que se
da entre dos relaciones: la relación entre A y B, y la relación entre C
y D. Pero, al hacerlo, cambia radicalmente la percepción que tenemos
de cada uno de estos elementos y relaciones preexistentes, generando
así un conocimiento nuevo.
Para plantearlo en términos más concretos, recurriré a un ejemplo.
Cuando García Larca nos dice "El jinete se acercaba, tocando el tambor del llano", está haciendo una comparación entre el tambor y el
llano. Si intentamos reconstruir la lógica de esta comparación, tendremos lo siguiente: "el jinete es al llano como el tamborillero es al tambor". ¿Qué sentido tiene esta afirmación? Destacar una relación entre
Las funciones
de la interpretación
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estas dos relaciones, y esto nos crea una nueva experiencia del jinete
y del llano, experiencia que destaca el hipnótico ritmo del trote del
caballo.
El efecto de esta metáfora puede comprenderse mejor si la comparamos con otra figura posible. [Cuán diferente hubiera sido nuestra experiencia del jinete y del llano, si García Larca hubiese dicho "el jinete
se acercaba, navegando el mar del llano"! Aquí, la comparación de "el
jinete es al llano como el marinero es al mar", nos transmite un sentimiento de inmensidad y de vacío. Mientras que la primera metáfora
nos evocaba vivencias auditivas y corporales (el ritmo repetitivo, los
latidos del corazón, la vibración de nuestra carne viviente ante los·
sonidos graves), ésta nos remite a nuestra percepción visual del espacio que nos rodea, y a las emociones que nos genera el infinito.
Los pacientes hacen exactamente lo mismo, cuando quieren darse a
entender por su terapeuta, y esto es lo que este último debe hacer para
que el analizado sepa que ha sido comprendido. Porque no hay forma
de que el analista responda con una metáfora que evoque los mismos
sentimientos experimentados por el paciente, a menos de que él mismo los haya sentido al escucharlo. Y ésa es la esencia de la comprensión emocional.
Así, el diálogo analítico puede describirse en los siguientes términos:
el paciente está tratando de comunicarnos sus experiencias emocionales, conscientes e inconscientes, por medio de sus comunicaciones
verbales, paraverbales y no verbales. En ese sentido, toda su conducta
en sesión es una gran metáfora de las experiencias que intenta comunicar y compartir con nosotros. Nuestra tarea es comprender, por
medio de la atención flotante, la empatía y la contratransferencia, dichas experiencias. Una vez que creemos haberlas comprendido, procuramos hacérselo saber por medio de interpretaciones.
Éstas son
nuevas metáforas, que pretenden transmitir el mismo contenido
emocional. Si las comunicaciones del paciente y las nuestras resultan
ser ambas metáforas de un mismo contenido emocional, es porque
existe un isomorfismo entre ellas. El paciente lo reconoce y se siente
comprendido. Si nuestra interpretación-metáfora no es isomórfica con
lo expresado por el paciente, no resulta una buena descripción de su
experiencia inconsciente, y él sabe, sin lugar a dudas, que no lo hemos
comprendido. Entonces vuelve a intentar con otra metáfora, hasta que
logra llegar a nosotros, o hasta que pierde la esperanza de hacernos
entender algo.
Una consecuencia de lo anterior es que no todas las metáforas son
igualmente válidas. Ocurre con ellas lo mismo que con las poesías, las
hay mejores y peores, y algunas son francamente malas. Pero el criterio que nos permite separar las buenas de las malas poesías es bien
528
Juan Tubert-Oklander
diferente del que usamos para distinguir entre las buenas teorías y las
malas teorías. Las hipótesis y las teorías se valoran por medio de la
contrasta ción con la realidad observable (Popper, 1957). Las metáforas y las poesías, en cambio, se valoran en función de su capacidad de
evocar en el receptor estados emocionales afines a los que el emisor
desea comunicar y compartir. Aquí hay también un criterio de verdad,
pero es la "verdad poética".
Evidentemente, esta forma mía de comprender lo que ocurre en el
tratamiento me lleva a ser bastante escéptico acerca de las grandes
discusiones entre las escuelas analíticas. Creo, al igual que Wallerstein (1988) y Kohut (1984), que cada una de ellas se ha concentrado.
en un determinado conjunto de metáforas, con exclusión de todas las
demás, para referirse a la vida psíquica. Dado que el número de metáforas adecuadas para una determinada experiencia emocional es grande, esto me permite comprender cómo es que analistas de las diversas
escuelas obtienen resultados comparables. Lo que cada una de ellas ha
hecho es desarrollar un lenguaje metafórico diferente para referirse a
las experiencias emocionales que se dan en un análisis. Y esto nos
lleva al siguiente punto.
d. La interpretación como lenguaje
A medida que se desarrolla el diálogo analítico, el paciente y el analista van estableciendo las bases de un lenguaje particular, que les
permite hablar de una forma significativa acerca de las experiencias
emocionales que comparten. Cada uno de ellos contribuye a este nuevo
lenguaje o dialecto, con el conjunto de metáforas que usa habitualmente. El analista, en particular, incluye no sólo las metáforas provenientes de sus experiencias vitales y culturales como ser humano, sino
también las que caracterizan a su teoría y a su escuela de origen y
pertenencia.
Podemos encontrar un ejemplo muy interesante del uso de la interpretación como lenguaje en el manejo que Melanie KIein (1930) hace
del caso de Dick, un niño psicótico de cuatro años de edad que, "por
la pobreza de su vocabulario y desarrollo intelectual estaba al nivel de
un niño de 15 o 18 meses" (p. 211). Veamos cómo manejó esta autora
la primera sesión, en sus propias palabras.
la primera vez que Dick vino a verme no manifestó ninguna clase de
afecto cuando su niñera lo dejó conmigo. Cuando le mostré los juguetes que
había dispuesto para él, los miró sin el más mínimo interés. Tomé entonces
un tren grande, lo coloqué junto a uno más pequeño y los designé como
"Tren Papá" y "Tren Dick", Entonces él tomó el tren que yo había llamado
[' .. J
Las funciones
de la interpretación
529
Dick, lo hizo rodar hasta la ventana y dijo: "Estación". Expliqué: "La estación es mamita; Dick está entrando en mamita". Dejó entonces el tren, fue
corriendo hasta el espacio formado por las puertas exterior e interior del
cuarto y se encerró en él diciendo "oscuro"; y volvió a salir corriendo. Repitió
esto varias veces. Le expliqué: "Dentro de mamita está oscuro. Dick .está
dentro de mamita oscura" (p. 214).
Cuando Melanie Klein toma los dos trenes y los nombra, no está "haciendo consciente lo inconsciente". Nada hay que nos sugiera que
existe en el niño una imagen inconsciente de un tren como representante de su padre o de sí mismo. En realidad, ni siquiera había demostrado interés alguno por los trenes en ese momento. Lo que la analista
hace, con ese acto, es proponer un lenguaje e iniciar un diálogo." Es
como si le dijera, al estilo de los niños cuando proponen un juego:
"Juguemos a que tú eras ese tren chiquito y que tu papá era el tren
grande". El niño responde a esta propuesta, y así empieza el tratamiento. Pero acá el trabajo terapéutico no consiste en hacer conscientes contenidos que han sido reprimidos, sino en enseñarle al niño
un lenguaje adecuado para hablar con él de ciertas experiencias
emocionales que la analista considera importantes y significativas."
Podríamos pensar que ésta es una modificación técnica, apta solamente para el tratamiento de un paciente tan grave como para ser
inanalizable. Sin embargo, este fenómeno se da incluso en los tratamientos analíticos tradicionales. A medida que el analista interpreta,
utilizando sus propias metáforas, lo que hace es enseñarle al paciente
un lenguaje nuevo, que caracteriza a esta peculiar forma de análisis.
Por ello no debemos sorprendernos de que los sueños de los pacientes
de Melanie Klein estuvieran llenos de pechos, penes y otros objetos
",La particular significación de esta intervención técnica de Melanie KIein ha sido
señalada por Lacan (1975) en el Libro 1 del Seminario. correspondiente a sus conferencias de 1953-1954. Más recientemente, Meltzer (1978) hace la misma observación,
refiriéndose al historial de Richard (Klein, 1961). Al respecto, nos dice lo siguiente:
Pero en general uno la ve [a Klein] operando de una manera que nunca describe,
pero que es muy importante reconocer: se dedica a l...) construir y establecer un
vocabulario y un sistema de comunicación con él [Richard) que era, en gran medida,
específico para el análisis y, en ese sentido, privativo del análisis. Era algo diferente
de cualquier otra forma en la que él hubiera hablado anteriormente (Meltzer, 1978,
p. 5, traducción mía).
¡¡ La propia autora
se dio cuenta de lo extraordinario de esta técnica, por lo que hizo
la siguiente aclaración:
Quisiera subrayar que en el caso de Dick he modificado mi técnica habitual. En
general, no interpreto el material hasta tanto éste no ha sido expresado a través de
varias representaciones pero en este caso, en que la capacidad de expresión por
medio de representaciones casi no existía, me vi obligada a interpretar en base a mis
conocimientos generales, pues en la conducta de Dick las representaciones eran relativamente vagas (Klein, 1930, p. 217).
530
Juan Tubert-Oklander
parciales, mientras que los de los pacientes de Freud presentaban
siempre símbolos del edipo y de la castración, y los de los de Jung
abundaban en contenidos arquetípicos. Estos símbolos, aprendidos de
sus respectivos analistas, habían sido internalizados por los pacientes,
ya que constituían la mejor forma de comunicarse con una persona
muy importante para ellos."
Balint (1968) destacó el problema planteado por el lenguaje en la
situación analítica, a partir de la observación de que todo analizado
aprende, inevitablemente, el lenguaje de su analista. Así nos dice que:
Como nos lo demuestra la experiencia, cada niño, cada paciente o cada
candidato es potencialmente capaz de aprender cualquier lenguaje. Qué
lenguaje es el que realmente aprende, dependerá de sus padres, de su terapeuta, o de su analista didáctico. Esto no es algo que él pueda elegir; en
realidad, carece de toda posibilidad de elección, ya que debe aprender el
lenguaje de su entorno. ['..J De una vez por todas, tenemos que reconocer.
el hecho de que el primer deseo del paciente es ser comprendido, por lo que
debe hablar un lenguaje que resulte comprensible para su analista. Esto
significa que el mismo debe ser uno de los dialectos del lenguaje individual
del analísta (Balint, 1968, p. 93; traducción mía, itálicas del autor).
Esta situación trae importantes consecuencias ya que, como lo señala
el autor, "la mayoría de las cosas, objetos, relaciones, emociones [...]
pueden expresarse igualmente bien en los diversos lenguajes l...
perol
algunas de ellas no" (op. cit., p. 92). Esto ocurre particularmente con
el lenguaje poético, como bien lo saben los traductores profesionales.
Por lo tanto, no es indiferente en qué lenguaje analítico nos expresamos; ya que cada uno de ellos resulta más adecuado para referirse
a ciertas experiencias humanas, y no a otras.
.
Creo que el énfasis que habitualmente se asigna al concepto del psicoanálisis como un método para la investigación del inconsciente, concebido como una "realidad psíquica" preexistente, nos impide reconocer
los aspectos verdaderamente creativos del trabajo analítico. Uno de
ellos es la invención de un poderoso lenguaje simbólico, que nos permite referirnos a las más profundas e intensas experiencias emocionales del ser humano. Ninguno de estos lenguajes es "verdadero", y
puede haber varios lenguajes simbólicos alternativos." Esto no significa que todos ellos sean equivalentes ya que, al igual que en el caso de
7 Sorprendentemente,
Melanie KIein (1961) afirmaba que ella no usaba metáforas. Yo
creo que sí lo hacía pero que, a fuerza de utilizar siempre las mismas metáforas, llegó
a creer que eran una descripción objetiva de los hechos. Sus pacientes seguramente
se lo supieron perdonar, ya que ella efectivamente los comprendía.
M Un lenguaje
no es verdadero ni falso. Piénsese, por ejemplo, en el disparate que
representaria decir "el alemán es verdadero" o "el inglés es falso".
Las funciones
de la interpretación
531
la poesía, los hay mejores y peores, en lo que se refiere a su capacidad
de evocar experiencias emocionales. También estos lenguajes metafóricos pueden ser más o menos adecuados para comunicarnos con ciertos
pacientes. En general, pienso que sería bueno que cada analista se
familiarizara con varios lenguajes simbólicos, para poder recurrir al
que resulte más efectivo, en función de las características particulares
de cada paciente. Además, cada pareja analítica debe elaborar un dialecto particular, que les permita comunicarse en profundidad, aunque
ninguna otra persona pudiera entenderlos.
e. La interpretación como movilizadora de afectos
Otra función de la interpretación es la que se deriva de su capacidad
de movilizar afectos. No siempre nos limitamos a esperar que el paciente exprese una experiencia emocional, para luego referirnos a ella
por medio de una metáfora más o menos exitosa, que pueda ser utilizada por él como una evidencia de nuestra comprensión. Otras, nos
adelantamos a la expresión del paciente sobre todo cuando éste presenta serias dificultades para la expresión de sentimientos y vamos a
buscar activamente sus emociones, les "salimos al paso" por medio de
la interpretación. En esta tarea, la capacidad de inducción del lenguaje poético es fundamental. Al igual que el poeta, usaremos nuestro
lenguaje para hacer vivir a otros ciertas experiencias emocionales que
son potencialmente suyas, pero a las que no pueden acceder sin nuestra ayuda.
Pero, podríamos preguntarnos, ¿es acaso válido que pretendamos
inducir emociones en los pacientes, en vez de limitarnos a esperar su
aparición espontánea y' reconocer posteriormente su presencia por
medio de nuestras interpretaciones?
La respuesta a esta pregunta
depende del contexto, como en todos los problemas técnicos. Es cierto
que algunos pacientes pueden llegar a vivir este tipo de intervención
como una práctica violatoria, un intento de imponerles sentimientos
que ellos no experimentan o que, tal vez, no quieren experimentar. En
ese caso, más vale que el analista se mantenga en un silencio respetuoso. Pero hay otros en los que, sin la ayuda del analista, el paciente
puede pasar largos años sin atreverse a experimentar nuevas emociones, que sólo existen en él como posibilidad, pero que lo enriquecerían
en grado sumo, al permitirle recuperar áreas escindidas de su personalidad.
Ésta es la conducta que adoptamos, con frecuencia, en el caso de los
llamados "duelos congelados". En dicha situación clínica no nos quedamos esperando pasivamente que el paciente contacte con su dolor,
532
Juan Tubert-Oklander
sino que lo buscamos activamente con nuestras interpretaciones. La
misma conducta es la que hemos aprendido a tener en el análisis de
la transferencia. En la actualidad, ningún analista aguarda a que el
paciente desarrolle un intenso vínculo pasional con él para comenzar
a interpretar la transferencia. Por 10 contrario, prestamos especial
atención a los menores indicios de la relación transferencial, e incluso
llegamos a interpretarla en ausencia de toda señal, cuando nos encontramos con situaciones en las que nuestra experiencia nos lleva a
esperar la aparición de ciertas reacciones emocionales. Así, investigamos una posible transferencia negativa en aquellas ocasiones en las
que nos hemos visto obligados a cancelar una sesión, o en el período
previo e inmediatamente posterior a una interrupción por vacaciones,
aunque el paciente no haya expresado nada al respecto.
Podría argumentarse que lo que hacemos en esos casos no es inducir
emociones, sino solamente investigar la presencia de afectos que ya se
encuentran en el paciente, pero que han sido reprimidos. En otras palabras, nos limitaríamos a "hacer consciente lo inconsciente". No dudo
de que en ocasiones esto sea así, pero creo que el efecto movilizador
de la interpretación es mucho más complejo. Cuando le hablamos a un
paciente de la tristeza que suponemos subyacente a su enojo manifiesto, estamos haciendo vibrar otra cuerda de su gama de emociones
posibles. Indudablemente, la tristeza existía como potencialidad, pero
no como una entidad presente y escondida. Además, el interpretar
estos estados emocionales virtuales reviste el significado de un "permiso" por parte del analista. Este efecto puede ser particularmente
importante cuando tratamos con pacientes provenientes de familias en
las que ciertas emociones eran activamente prohibidas, o simplemente
consideradas inexistentes. En ese sentido, la interpretación es una
parte esencial del complejo proceso de reeducación emocional que se
da en todo análisis.
4. Discusión
A lo largo de este trabajo, he presentado un punto de vista sobre la
interpretación y el insight que puede resultar inaceptable para muchos
colegas. Tal vez el aspecto más molesto del mismo consiste en el rechazo del concepto de una "realidad objetiva", con la cual podamos contrastar las percepciones del paciente, así como nuestras propias
interpretaciones. La perspectiva que he adoptado es la del constructivismo. Éste es el nombre que suele darse a aquel enfoque de los procesos cognoscitivos del ser humano que afirma que nuestra experiencia
Las funciones de la interpretación
533
de la realidad no es captada pasivamente, sino construida activamente
por nosotros, de manera tal que todas nuestras percepciones llevan la
huella de nuestras creencias, teorías y experiencias previas, así como
la de la lengua que usamos para hablar y pensar, y los valores, convenciones y hábitos de los grupos sociales a los que pertenecemos. Un
fenómeno relacionado con esto es, obviamente, la ideología.
Contrariamente a lo que suele pensarse, los constructivistas no son
solipsistas, en el sentido de afirmar la predominancia absoluta de la
subjetividad y negar la existencia de un mundo objetivo, que existe
más allá de nuestra experiencia del mismo. Por lo contrario, esta postura pretende trascender lo que considera una falsa oposición entre un
realismo objetivante y un subjetivismo en el que no existe restricción
alguna fuera del sujeto cognoscente. Así postula que toda percepción
resulta de la interacción entre la organización interna del sujeto y la
del objeto que es percibido, dentro de un contexto que le da sentido al
acto perceptivo. La valoración de las percepciones dependería entonces, no de una supuesta correspondencia entre la representación mental y el objeto representado, sino del grado de adecuación mutua entre
el sujeto y el objeto. Las percepciones no serían, entonces, ni verdaderas, ni falsas, sino sólo más o menos viables. Si el eje de la cognición
es su capacidad para hacer emerger significados, la información no
está preestablecida como pn orden dado en el mundo "objetivo", sino
que implica regularidades que emergen de las actividades cognitivas
mismas (Varela, 1988).
Si aplicamos esta perspectiva a nuestro trabajo, surge una visión
diferente de la naturaleza del mismo. Cuando un analista y un paciente inician una relación y un diálogo, comienza a construirse una nueva
realidad, a partir de las mutuas interpretaciones. Lo importante de
esta realidad no es que sea cierta o verdadera, sino que sea viable, en
el sentido de permitir una comprensión mutua regular. Si ambas partes de la terapia logran un nivel de acomodación recíproca que les
permita hablar significativamente de las experiencias mutuas y construir una realidad estable compartida, la relación es viable, y esto
determina resultados terapéuticos, independientemente del contenido
de la comunicación entre ambos. Pienso que esto es lo que el psicoanálisis y otras terapias dinámicas han estado haciendo desde siempre,
aunque el realismo y el representacionismo de la metapsicología no
nos ayuden a reconocerlo. Si descartamos la hipótesis de que una interpretación debe ser "objetivamente cierta" para lograr un efecto terapéutico, se nos abrirá un espacio para el diálogo creativo. El objetivo
último del diálogo psicoanalítico es que analista y analizado logren
llegar a comunicarse, con un mínimo de malentendidos, y a hablar significativamente acerca de las experiencias emocionales que comparten.
534
Juan Tubert-Oklander
El mismo fenómeno de la construcción de una realidad clínica ocurriría con otras modalidades terapéuticas diferentes del psicoanálisis.
Todo terapeuta crea una realidad, junto con aquellos pacientes que
deciden quedarse con él. En consecuencia, todas las teorías y técnicas
terapéuticas son autovalidantes, ya que generan precisamente esa
realidad clínica que se constituye en la confirmación de la teoría. Todos los terapeutas tienen razón cuando afirman que su enfoque "ha
sido verificado por la clínica", su clínica, desde luego.
Es aquí donde la perspectiva epistemológica que estoy proponiendo
se contrapone a la del creador del psicoanálisis. Freud creía indudablemente en la existencia de una realidad "externa", "objetiva", así
como en la posibilidad de acceder a ella, por medio de la observación
empírica y del método científico. Por eso pensaba que la utilidad terapéutica de las interpretaciones y construcciones del analista dependía
fundamentalmente de su valor de verdad.
Pero, si aceptamos la idea de que toda interpretación es una metáfora, estamos renunciado a la posibilidad de asignarle un valor de verdad. De las metáforas no cabe afirmar que sean "verdaderas" o
"falsas", sino solamente más o menos "felices" o "adecuadas". Esto es
fundamental: la verdad es un valor absoluto, que está o no está presente en una afirmación, mientras que la adecuación es una cuestión
de grados. Una proposición lógica debe ser necesariamente verdadera
o falsa; no existe otra posibilidad (principio del tercero excluido). En
cambio, una metáfora tiene mayor o menor éxito, pero ello no excluye
que pueda haber otras metáforas igualmente exitosas, aunque diferentes.
Esta forma de ver las cosas no nos excusa del trabajo de distinguir
las interpretaciones más exitosas de las menos exitosas, pero sí nos
impide concebirlas en términos absolutos como "buenas" o "malas",
"verdaderas" o "falsas", "correctas" o "incorrectas". -¿Cómo podremos
distinguir las interpretaciones "mejores" de las "peores" o, tal vez, las
interpretaciones "buenas" de las "no tan buenas"? ¿Y qué criterio aplicaremos para afirmar que dos interpretaciones son "equivalentes" o
"igualmente buenas"?
El problema es que, si abandonamos la idea de un "material" en
bruto, del cual habrá que extraer el contenido latente subyacente, nos
encontramos en una situación un tanto difícil, ya que nos hemos quedado aparentemente sin criterio objetivo alguno para valorar nuestras
interpretaciones. Sin embargo, el aceptar que las interpretaciones
carecen de verdad objetiva no supone, necesariamente, abandonar todo
criterio para su evaluación. ¿Y cuál podrá ser este criterio? Su capacidad para expresar,' transmitir, evocar y compartir una experiencia
emocional. En otras palabras, el criterio para saber que una interpre-
Las funciones de la interpretación
535
tación es buena, es el mismo que utilizamos para evaluar un chiste o
una obra de arte: el efecto subjetivo que nos produce. La verdad de la
interpretación no es una verdad objetiva, sino una "verdad expresiva".
Así planteadas las cosas, nos encontramos con una versión diferente
de lo que ocurre en un análisis. El paciente llega al tratamiento con
la necesidad de compartir sus experiencias emocionales con alguien
-en este caso, el analista-o Ésta es una necesidad que no ha podido
satisfacer en su vida, en parte por su propia incapacidad para hacerlo,
y en parte por no haber tenido una respuesta adecuada de las personas significativas con las que se relaciona -lo que Sullivan (1955)
denominaba los "otros significativos" y Kohut (1971) ha llamado los
selfobjects-. Al enfrentarse al analista, hace todo 10 posible para
comunicarle, con los recursos de los que dispone, sus experiencias
básicas. A tal fin utiliza su discurso y sus concomitantes comunicaciones paraverbales y no verbales, como una gran metáfora que remite
a la experiencia emocional que pretende compartir.
El analista se coloca en una posición de extrema apertura y vulnerabilidad emocionales (la "atención libremente flotante"), lo que le
permite vivir intensas experiencias en la relación con el paciente (lo
que llamamos, tal vez inadecuadamente, su "contratransferencia"). A
partir de estas experiencias propias, intenta comprender las del
paciente. Una vez que cree haberlo logrado, debe encontrar una forma
de hacérselo saber a su interlocutor. A tal fin, formula y expresa verbalmente una nueva metáfora, que es la interpretación.
Cuando el paciente recibe la interpretación de su analista -junto con
su acompañamiento paraverbal y no verbal-, experimenta una serie de
ecos emocionales: Si estas emociones evocadas por la comunicación del
analista coinciden, aunque sólo sea parcialmente, con la experiencia
original que él estaba tratando de transmitir, el paciente se siente
comprendido. Ésta es para él una experiencia nueva de relación humana, la cual corrige importantes carencias por él vividas, determinando así una parte importante del efecto terapéutico de la interpretación.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el insight? Si lo único que el paciente necesitara fuera la experiencia vital de ser comprendido por
otro ser humano, el conocimiento de sí mismo no jugaría papel alguno
en el proceso. Pero ocurre que una persona que no se ha sentido comprendida por otros, tampoco logra comprenderse a sí misma. Y es que
la capacidad de poner en palabras las experiencias emocionales se
desarrolla siempre a través de un diálogo íntimo con otra persona. Así
sucede cuando una madre le pone nombre a las emociones de su hijo,
y así también en el análisis.
536
Juan Tubert-Oklander
Cuando el psicoanalista le pone nombre a las emociones que percibe
o intuye en la conducta comunicativa de su paciente, le ofrece una nueva forma de verse a sí mismo. Y este nuevo ordenamiento de la experiencia bien puede llamarse insight, Sin embargo, cabe destacar que
aquí estamos utilizando el término en su sentido amplio, y no en el
sentido restringido de "hacer consciente lo inconsciente". Lo que ocurre
es que, para el psicoanálisis clásico, aquellos contenidos inconscientes
que deben devenir conscientes han sido necesariamente reprimidos, a
consecuencia de conflictos. Acá estamos hablando, en cambio, de palabras que faltan porque jamás fueron aprendidas, y no por haber sido
olvidadas (reprimidas).
Lo anterior no supone negar que el paciente puede vivir ciertas
expresiones verbales como prohibidas. Sin embargo, dicha prohibición
siempre se ha establecido a través de la relación con otros, sobre todo,
con los padres u otras figuras de autoridad. Cuando el analista, a
quien la transferencia ha investido de la misma autoridad, se atreve
a llamar las cosas por su nombre, ignorando las prohibiciones que
tanto significan para el paciente, éste se encuentra nuevamente con
una experiencia diferente de relación.
Las interpretaciones que pretenden describir las experiencias emocionales vividas en el tratamiento pueden ser sencillas, o muy complejas. A veces basta con decirle al paciente: "Lo noto enojado hoy", y
esto puede resultar totalmente novedoso para alguien que siempre se
ha concebido como incapaz de enojarse. Otras, hace falta recurrir a
metáforas más elaboradas, para dar cuenta de la experiencia emocional que uno ha vivido con el paciente. Por ejemplo: "Cuando me hablas
de tu temor al abandono, te imagino como un astronauta que ha perdido el asidero con su nave y cae al vacío por el resto de la eternidad".
Esta última interpretación nos puede resultar de utilidad para ilustrar el aspecto creativo de la metáfora. La imagen utilizada es, indudab1emente, del analista, no del paciente. Hay muchas otras metáforas
posibles para la experiencia de desesperación asociada al abandono. El
analista podría haber recurrido, por ejemplo, a la imagen de un náufrago en una isla desierta. Sin embargo, estas metáforas no son totalmente equivalentes. En su esencia, remiten a una misma experiencia
emocional, pero difieren en los detalles y en los ecos emocionales que
éstos generan. La imagen del astronauta evoca una experiencia de vértigo y de un vacío abrumador, mientras que la del náufrago destaca
la soledad, el aislamiento y la distancia. Son estos matices, lo que podríamos denominar los "armónicos" de la interpretación, lo que torna
más o menos efectiva a una interpretación esencialmente adecuada.
Las funciones de la interpretación
537
Todo lo anterior podría sugerir que, desde este punto de vista, el
contenido de la interpretación no tiene importancia alguna. No creo
que esto sea así. Por 10 contrario, el hecho de que hablemos de "interpretaciones adecuadas" supone que no todas tienen el mismo valor. ¿Y
cuál es una interpretación "esencialmente adecuada"? Pues la que
evoca en el paciente un estado emocional afin al que éste pretendía
expresar en sus intentos de comunicación. Para que esto se dé, es
necesario que la interpretación del analista presente alguna analogía
con la comunicación previa del paciente. Es este requisito el que determina que haya interpretaciones más o menos adecuadas, o incluso
totalmente inadecuadas.
Para continuar con el ejemplo del paciente que intenta expresar una
experiencia emocional de desesperación y abandono, las dos interpretaciones anteriormente propuestas -la del astronauta que pierde el
asidero con su nave y la del náufrago en la isla desierta- resultan adecuadas. En cambio, una interpretación que sugiriera que el paciente
tiene envidia del analista sería totalmente inadecuada en ese momento.
La efectividad de una interpretación depende de su adecuación -su
capacidad para referirse y evocar la experiencia emocional activa en
el paciente en ese momento- y de sus matices -los "armónicos" de la
interpretación-o Dos o más interpretaciones con un mismo grado de
adecuación son, en ese sentido, equivalentes, pero su efecto no es exactamente el mismo, ya que los matices de la metáfora determinan una
construcción diferente de la experiencia compartida.
Esto último es muy importante. Si bien uno de los principales efectos terapéuticos de la interpretación es el que se deriva de la experiencia del paciente de sentirse comprendido por su analista, este
instrumento actúa sobre algo más que el vínculo. En la medida en que
las comunicaciones del analista no sólo brindan información acerca de
la relación, sino que también tienen un contenido, la interpretación
actúa, como ya lo hemos visto, provocando una transformación cognoscitiva, es decir, una reorganización de la experiencia, del paciente
y del analista por igual.
5. El concepto de "inconsciente"
Las ideas que acabo de discutir me han llevado, inevitablemente, a un
replanteo del concepto del inconsciente, ya que el relativizar en una
medida tan grande el valor de la interpretación supone cuestionar la
538
Juan Tubert-Ohlander
hipótesis de que existen "contenidos concretos del inconsciente". Parte
del problema se deriva de nuestra costumbre de referirnos a "el inconsciente" como si se tratara de un objeto. Creo que este hábito tiende a
confundirnos, olvidando que lo que Freud realmente descubrió es que
existen en todos nosotros tendencias, intenciones, experiencias, opiniones y creencias que son desconocidas para el sujeto que las alberga.
Por eso pienso que el término "inconsciente" debe usarse solamente como adjetivo o como adverbio, pero nunca como sustantivo. En otras
palabras, creo que la inconsciencia es una cualidad de ciertos procesos
psíquicos, pero que no existe una entidad llamada "el inconsciente", un
sistema o estructura específico que podamos considerar como la causa
o el origen de los procesos mentales que conocemos. Si a la pregunta
de "¿por qué ciertos procesos mentales son inconscientes para el sujeto?" respondemos "porque están en el inconsciente", no hemos explicado cosa alguna, sino que nos hemos limitado a una petición de
principio.
Indudablemente, la mayor parte de los procesos mentales es inconsciente, pero este conjunto incluye muchas más cosas que las que
constituyen el inconsciente freudiano. Por ejemplo, la vasta gama de
cálculos matemáticos que debemos realizar para construir una imagen
visual a partir de los estímulos luminosos que llegan a la retina, es
necesariamente inconsciente. También lo son las complejas permuta-ciones y transformaciones que regulan nuestras experiencias emocionales y nuestras relaciones interpersonales. Como lo dice el clásico
aforismo de Pascal, que tanto le gustaba a Gregory Bateson: "el corazón tiene razones que la razón no conoce".
Una diferencia importante, que se deriva inevitablemente de esta
postura respecto de la interpretación, es que no puedo aceptar que el
inconsciente tenga contenidos, sino solamente un conjunto de complejas relaciones y algoritmos, es decir, secuencias de operaciones. La
representación tanto verbal como en imágenes sería una característica
de la conciencia. Cuando pretendemos representar de alguna manera
los procesos inconscientes, debemos traducirlos al lenguaje de la conciencia, utilizando símbolos verbales o icónicos. Pero estos símbolos no
son otra cosa que metáforas para referirnos a las complejas relaciones
que se dan en los procesos mentales inconscientes. En ese sentido, dichas representaciones pueden ser más o menos adecuadas, pero no
"verdaderas" ni "falsas". Su conexión con las relaciones que pretenden
describir no es ni más ni menos necesaria que la que existe entre las
imágenes que los griegos atribuyeron a las constelaciones, y el conjunto de relaciones espaciales entre las diversas estrellas que intentaban
destacar.
Las funciones de la interpretación
539
Mi metáfora básica para concebir la relación entre la consciencia y
el inconsciente es la computadora. Los complejos procesos que se dan
en la unidad procesadora central de este artefacto no nos resultan
imaginables en términos útiles para nuestro pensamiento. Podemos
representarlos con largas secuencias matemáticas, o traducirlos en
imágenes útiles para nuestra percepción. Esta última tarea es realizada por el monitor, pero lo que el monitor muestra no es lo que está
pasando en el chip procesador, sino solamente una representación simplificada de ello. Además, pueden construirse representaciones diferentes del mismo conjunto de procesos, y ninguna de ellas es
"verdadera" ni "falsa", sino solamente más o menos adecuada.
A todo esto me refiero al hablar de "la interpretación como lenguaje",
y esta concepción es la que me lleva a concebir que diferentes lenguajes simbólicos pudieran ser igualmente válidos para hablar de los fenómenos mentales inconscientes. Kohut (1984) plantea algo parecido en
su libro lCómo cura el análisis?, cuando sugiere que una misma sesión
puede interpretarse en términos freudianos, kleinianos o de la psicología del self, sin afectar los resultados.
En realidad, fue mi convicción de que las interpretaciones son solamente metáforas, generada por mi experiencia clínica, la que me llevó
a concebir al inconsciente como un conjunto de procesos mentales
activos, pero sin contenido representacional. Si esta concepción es
cierta, entonces el trabajo psicoanalítico es algo mucho más creativo
-por parte del analista y el analizado por igual- que lo que se ha reconocido hasta el momento.
6. Conclusiones
He propuesto, en este trabajo, cinco funciones para la interpretación.
Ninguna de ellas corresponde a la tradicional concepción de la interpretación como un instrumento para "hacer consciente 10 inconsciente", al menos si concebimos este proceso como el poner en palabras
los contenidos concretos del inconsciente.
La teoría de la técnica clásica presupone que, para que una interpretación sea efectiva, debe ser verdadera. Por lo contrario, si se acepta
el punto de vista que he planteado, el valor de una interpretación no
se puede medir en términos de verdad o falsedad, sino en función de
su capacidad de promover el cambio, es decir, de su operatividad o inoperancia. Y esto último depende de la totalidad de la situación clínica,
que incluye al paciente, al analista, a la historia de su relación y al
contexto global en el que ésta se desarrolla.
540
Juan Tubert-Ohlander
Cuando una interpretación es efectiva, lo que hace es: a] establecer,
desarrollar y mantener la relación terapéutica; b] proponer una nueva
perspectiva para concebir la vida del paciente y la experiencia compartida del tratamiento; e] reflejar al paciente sus propias experiencias
emocionales a través de las metáforas del analista, producto de las vivencias que él mismo ha experimentado al escuchar, ver y sentir al paciente; d] construir, junto con el paciente, un lenguaje particular para
referirse a las múltiples experiencias compartidas por los dos participantes en el análisis; y e] movilizar afectos potenciales en el paciente,
ampliando su capacidad para la experiencia emocional.
Obviamente, estas conclusiones me permiten llegar a una respuesta
a mi pregunta original de por qué seguía yo interpretando, a pesar de
estar convencido de que el factor terapéutico fundamental era la relación que se establecía entre paciente y analista. Si yo seguía interpretando a mis pacientes, era por tres razones fundamentales: al porque
el hecho de interpretar me permitía establecer una modalidad particular de vínculo terapéutico con mis pacientes; b] porque este acto movilizaba experiencias emocionales posibles para el paciente, pero que
él no había podido permitirse hasta el momento; y c] porque la interpretación es algo más que el canal del vínculo, y tiene efectos específicos en la transformación de la experiencia del paciente, aunque éstos
no se basen en la "verdad objetiva" del contenido de la misma. En
otras palabras, aun si uno acepta que la relación objetal es el principal
factor terapéutico en psicoanálisis, la interpretación sigue siendo indispensable, debido a sus múltiples funciones.
Si todo esto es cierto, la experiencia analítica, lejos de ser un proceso
'de descubrimiento comparable al trabajo del arqueólogo, es una actividad artística creativa compartida por dos personas, las que construyen juntas algo nuevo, que no existía previamente a la iniciación del
análisis. Esto supone, desde luego, romper con una orientación que
privilegia la investigación del pasado, como una explicación causal del
presente, para recuperar un concepto del hombre basado en la libertad y la creatividad. Al fin y al cabo, ¿no son éstas las principales características de esa forma de vivir que llamamos "salud"?
Resumen
Los dos factores terapéuticos básicos en el tratamiento psicoanalítico son la interpretación y la particular forma de relación objetal que se desarrolla entre el paciente y
el analista. La mayoría de los psicoanalistas se dividen en dos grupos, en función de
su teoría favorita de la cura. Algunos de ellos creen que el principal factor terapéutico
Las funciones
de la interpretación
541
es el insight recibido por el paciente a través de las interpretaciones correctas del analista. Otros sostienen que la mayoría de los pacientes se curan por medio de la nueva
relación objetal que experimentan con su analista.
El autor de este trabajo cree en la concepción de la cura basada en la teoría de las
relaciones objetales. Se pregunta, sin embargo, por qué continúa interpretando, si ya
no cree que la interpretación pueda determinar por sí misma la curación. Por lo tanto,
ha realizado una investigación clínica intensiva acerca de las funciones de la interpretación.
Hasta ahora. ha identificado cinco funciones terapéuticas de la interpretación: al la
interpretación como canal del vínculo; b] la interpretación como nueva perspectiva; e]
la interpretación como metáfora; dl la interpretación comolenguaje, y ella interpretación
como movilizadora de afectos. En el resto del trabajo. analiza estas cinco funciones de
la interpretación, llegando a la conclusión de que, aun si uno acepta la hipótesis de
que la relación objetal es el principal factor terapéutico en el tratamiento psicoanalítico,
la interpretación resulta todavía indispensable. por estas cinco funciones.
La experiencia analítica no debiera compararse con el descubrimiento de evidencias
del pasado hasta entonces ocultas, sino más bien con una actividad artística creativa,
la cual es compartida entre el paciente y el analista. Entre ambos const.ruyen algo
radicalmente nuevo, que no existía antes del análisis. El psicoanálisis no es un proceso
de descubrimiento, sino de creación.
Summary
THE FUNCTIONS
OF INTERPRETATION
The two basic therapeutic factors in psychoanalysis are interpretation and the peculiar kind of object relation that develops between the patient and the analyst. Most
analysts are divided in two groups, according to their favorite theory ofthe cure. Sorne
of them believe that the main therapeutic factor is the insight received by the patient
through the analyst's correct interpretation. Others maintain that most patients are
cured by means of the new object relation they experience with their analyst.
The author ofthis paper believes in the object relations theory ofthe cure. However,
he asks himselfwhy does he keep interpreting, ifhe no longer believes that. interpretation by itself can determine the cure. Therefor, he has conducted an intensive clinical
research into the functions of interpretation.
Up to now, he has identified five therapeutic functions of interpretation: al interpretation as a channel for an object relation; b) interpretation as a new perspective;
c) interpretation as metaphor; d) interpretation as a language: and e) interpretation
as a mobilizing agent for emotions. In the rest of the paper, he discusses these five
functions of interpretation, and arrives to the conclusion that, even if one accepts the
hypothesis that the object relation is the main therapeutic factor in psychoanalytic
treatment, interpretation is still indispensable, on accounr 01' these five functions.
The analytic experience should not be compared with the discovery ofpreviously hidden
evidences ofthe past, but rather with an artistic creative activity, which is shared bet.ween the patient and the analyst. Both of thern build together something new, which
did not exist before the analysis. Analysis is not discovery, it is creat.ion.
542
Juan Tubert-Oklander
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