Texto completo de las palabras del profesor Andrés Illanes

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Palabras del profesor Andrés Illanes
Premiación Excelencia en Investigación 2013
Es generalmente aceptado que la investigación científica es consustancial a la tarea
universitaria y se le considera, junto a la docencia, como tarea esencial e insoslayable de su
quehacer. No obstante, en nuestro país tal consideración respecto a la investigación no ha
sido tan prístina. La investigación en las universidades chilenas comienza a ser considerada
como una actividad académica esencial recién a contar de la reforma universitaria de 1967.
Este proceso se vio dificultado, y en cierto modo revertido, luego de la intervención militar,
culminando con la Ley General de Universidades. Promulgada en 1981, dicha ley
consagraba la existencia de las universidades privadas, muchas de las cuales, al menos en
sus inicios, eran instituciones exclusivamente dedicadas a la docencia de pregrado con
fuerte énfasis en currículos profesionales de alta demanda laboral y bajos costos de
implementación.
Luego de más de tres décadas de coexistencia entre el sistema privado y el
conformado por las universidades calificadas como “tradicionales” o “con vocación de
servicio público”, se ha provocado una necesaria depuración y se han acuñado conceptos
como el de “universidades complejas” o, derechamente, “universidades de investigación”, a
cuya denominación legítimamente pueden aspirar unas pocas (pero cada vez más)
universidades privadas. De alguna forma, la investigación retoma un rol preponderante e
inclusivo en el concierto universitario nacional, lo que se ve reforzado por una política de
estado de fomento a la investigación bien delineada y progresivamente implementada a
contar de la década de 1980. Debemos señalar que, en nuestra universidad, la intervención
militar no fue óbice para que en aquellos años se diera un fuerte impulso al
perfeccionamiento académico de la planta de profesores, quienes pasaron a constituir la
base de la investigación y creación de programas de postgrado a contar de dicha década.
Más allá del imperio de los indicadores, nuestra PUCV es una universidad
compleja, es una universidad de investigación. De algún modo esta ceremonia, que
testimonia por igual la dedicación y logros de sus académicos a las tareas de docencia y de
investigación, así lo reafirma.
Dando entonces por aceptado que la investigación es consustancial a la tarea
universitaria y que, por cierto lo es en nuestra institución, cabe preguntase entonces acerca
del sentido de la investigación en el ámbito universitario. Esta pregunta es válida pues no
hay para ella una respuesta trivial ni consensuada. A diferencia de la docencia superior, la
investigación no es patrimonio exclusivo de la universidad, no obstante que en nuestro país
la mayor parte de ella se origine en la universidad. Pero no es de su exclusividad; ella
puede igualmente realizarse en otro tipo de instituciones; baste señalar que en países de alto
nivel de desarrollo una parte muy significativa de la investigación aplicada se realiza al
interior de empresas productivas o de servicios y otro tipo de instituciones no universitarias.
Vuelvo entonces sobre la pregunta: ¿cuál es el sentido de la investigación en la
universidad?
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Siguiendo la línea de razonamiento anterior, deberíamos señalar que su sentido debe
estar referido a aquello que le es intrínseco; por tanto, su sentido no puede desligarse de la
esencia misma de la universidad como institución de educación superior, esto es, abocada a
la formación de personas en su ciencia y en su oficio. El sentido último, la teleología de la
investigación en la universidad sería entonces la enseñanza: estudio, investigo, descubro,
aprehendo aquello que descubro, lo hago conocimiento, lo transmito. Tiendo a concordar
con este razonamiento y adhiero a ese sentido de la investigación en la universidad, pero no
al punto de abstraerme por ello de la universidad concreta, la de hoy, la multifacética,
aquella sobre la que nuestra sociedad pareciera multiplicar sus demandas. Es que no se
puede negar el mudable sentido que adopta la universidad sujeta a su momento histórico. Y
el de hoy es complejo. La universidad de Humboldt, aquel ámbito de la racionalidad, el
espíritu crítico y el saber libre e independiente, aquella universidad entendida bajo una
concepción romántica como la sociedad de maestros y discípulos pervive, no sin dificultad,
ante los nuevos desafíos: subsidiariedad educacional, autosustentación, sostenibilidad,
emprendimiento, incubación de empresas y negocios, sólo por nombrar algunos. Y un
llamado de atención, poético, a la ética en la investigación:
Pequeñísima estrella
Parecías para siempre encerrada
en el metal oculto, tu diabólico fuego.
Un día golpearon en la puerta minúscula:
era el hombre.
Inmersos en esta realidad, no es fácil abordar la teleología de la investigación en la
universidad. Y en este intrincado panorama permítanme una finta y dar apenas un
testimonio personal.
Es claro que el sentido de la investigación para cada uno de nosotros universitarios
tiene connotaciones diversas. Presuntuoso sería de mi parte pretender de quienes conmigo
reciben hoy el reconocimiento institucional a su trayectoria como investigadores una visión
necesariamente compartida. Se ha señalado que: “es la experiencia de las personas lo que le
dota de significado a los lugares y procesos que allí (en la universidad) se desarrollan”.
Excúsenme mis colegas de decir de la investigación, entonces, desde el sentir que moldea
mi experiencia.
En su concepción más pura podríamos decir que la investigación es la búsqueda de
la verdad, verdad veleidosa que siempre está más allá de nuestro alcance, pero que es
poderoso imán que nos atrae hacia ella aún a sabiendas de que cada respuesta solo
multiplica las interrogantes; aquel socrático solo sé que no sé nada, pero algo sé, pues sé
que no sé nada. Aquel navegar en aguas insondables tiene, en mi percepción, un profundo
sentido didáctico que nos propone un camino de humildad en procura de la verdad que no
llegaremos a alcanzar. Es ese sentido didáctico de la investigación lo que se me hace quizás
su mayor atractivo. Pongo a Neruda (una vez más) por cómplice:
“Con una sola vida, no aprenderé bastante.
Con la luz de otras vidas, vivirán otras vidas en mi canto”
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Confieso a ustedes, entonces, que mi trayectoria de investigador, cuyo
reconocimiento hoy agradezco, está indisolublemente unida a mi condición de profesor: el
conocimiento que adquiero, aquello que descubro, me interesa en la medida de ser capaz y
tener la oportunidad de transmitirlo. Mis alumnos son la fuente y el propósito de mi
investigación. En la dimensión universitaria eso me parece, al menos, aceptable. Mi
experiencia personal como investigador está indisolublemente unida a mis alumnos, que
han sido y son el sustento y el sentido de mi trabajo como investigador. Desde aquel lejano
1980 en que publiqué mi primer trabajo en una revista científica indexada: el artículo se
basaba en el trabajo de investigación, requisito entonces para obtener el título de ingeniero
civil bioquímico, realizado por Cecilia Rossi en que, con recursos aún precarios, logramos
aportar a la formulación de una hipótesis que años más tarde comprobarían investigadores
japoneses. Hasta la hora presente, en que mi principal línea de investigación surgió a
iniciativa de por entonces dos estudiantes de ingeniería bioquímica: Cecilia Guerrero y
Carlos Vera, hoy flamantes doctores y postdocs en nuestra Escuela, quienes han
acompañado y sostenido con su conocimiento, trabajo y entusiasmo mi (nuestra) línea de
investigación. Comparto con ellos, y con tantos que he tenido el privilegio de guiar en estos
35 años, el reconocimiento de esta querida institución. Agregó apenas una viñeta: hace
algunos meses debí regresar de urgencia desde Brasil donde debía dar una conferencia en
un congreso de la especialidad al que había sido invitado. Paulina Urrutia, por ese
entonces finalizaba su tesis doctoral (hoy es también postdoc en nuestro grupo) y asistía al
congreso; la conferencia estaba dentro de la temática de su tesis. No lo dudé un instante, no
íbamos a alterar el programa. Y fue así que Paulina pudo sustituirme con entera propiedad,
recibiendo múltiples elogios de la numerosa asistencia.
No desdeño las múltiples aristas y proyecciones de la investigación, que exceden
con mucho su sentido didáctico. Muy por el contrario, la investigación universitaria de hoy
tiende puentes hacia la sociedad y al hacerlo consolida su sitial. Cabe pues a una
universidad de investigación, como la nuestra, dar un ámbito de trabajo adecuado y proveer
una orgánica flexible para quienes la cultivan más allá de su aporte docente. Dicho aquello,
sostengo que la investigación en la universidad se sublima cuando ella es savia de la
docencia. En ese sentido vaya mi más profunda admiración a Virginia Iommi y Fernando
Rodríguez, quienes en esta ceremonia son homenajeados en su doble condición de
investigadores y docentes destacados. De verdad, admirable. Reciben también premio a su
docencia algunos académicos de distinguida trayectoria como investigadores. Menciono,
sólo por el conocimiento más cercano que de ellos tengo, a Patricio Carvajal y Lorena
Wilson, esta última compañera de ruta con un impresionante currículum de investigadora y
un amplio futuro por delante. Sé también que quienes son hoy reconocidos en su condición
de investigadores son a la par notables profesores y permítanme, por la misma razón antes
esgrimida, mencionar a Alejandro Guzmán y Sergio Marshall, autoridades en su saber y
maestros de tantas generaciones.
Finalizo, congratulándome de formar parte de este tan selecto grupo de
investigadores que son hoy reconocidos. Solemos en nuestra institución mirar con cierto
desdén a aquellas proclives a otorgar medallas y condecoraciones. Pero, de tanto en tanto,
el reconocimiento al mérito, el esfuerzo, la trayectoria y la potencialidad son bienvenidos
en cuanto nos permiten mirarnos y reconocer nuestra imagen en el espejo de nuestra
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universidad. Gracias a nuestras autoridades por esta feliz iniciativa. Bienvenidas por un
breve momento las condecoraciones. Por un breve momento.
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