Mónica Velilla Jiménez Ceguera, anestesia, sedante Cuenta el cuento popular que había un emperador al que le entusiasmaba estrenar trajes nuevos. En su reino vivía mucha gente y cada día le visitaban sastres para fabricarle nuevos ropajes. Un día, dos hombres que se hicieron pasar por tejedores llegaron a palacio y engañaron al emperador diciendo que cosían las telas más finas que existían. Dijeron que estas telas eran especiales y sólo podían ser vistas por las personas buenas, pues, para todos los que no hicieran su trabajo y para los que fuesen antipáticos, la ropa sería invisible. Así, el emperador encargó que le hiciesen un traje con aquellas telas. A medida que los falsos tejedores avanzaban en su tarea, el emperador mandaba a sus ministros para que le informasen sobre el progreso de sus nuevas vestiduras. Estos ministros, a pesar de no ver las telas que teóricamente cosían los tejedores, le decían al emperador que su traje era hermosísimo, ya que, de decir lo contrario, quedarían de mala manera ante él. Al cabo de unos días, los falsos sastres llevaron al emperador su nuevo traje y éste no vio nada. Sin embargo, se admiró ante aquel ilusorio atuendo para que no sospechasen de su valía como emperador. Todos los acompañantes del emperador le aconsejaron que estrenara su maravilloso traje. Nadie veía nada, mas que al desnudo emperador desfilar, pero todos aclamaban la hermosura de sus ropajes. Al fin, una inocente pequeña se atrevió a afirmar que el emperador estaba desnudo y todos rieron, reconociendo su ignorancia. La verdad es una sola y ésta no depende de la voluntad de la mayoría, sino que se reconoce por un criterio objetivo e inmutable. La verdad es un término unívoco. El emperador no llevaba puesto ropaje alguno, y éste hecho no dependía de lo que unos dijesen, era algo no subjetivo, sin lugar a connotaciones, de sentido común. Con este cuento tradicional del traje nuevo del emperador pretendo reflejar el entorno en que vivimos. Hoy en día, el relativismo nos gobierna. Muchas veces, aun creyendo firmemente que estamos en lo cierto, nos dejamos arrastrar por la multitud, temerosos del qué dirán. No somos conscientes de que no existen muchas verdades para una misma realidad. No todo vale. Ya dijo Henrik Ibsen que ‘las verdaderas columnas de la sociedad son la verdad y la libertad’. El relativismo postula que todos los puntos de vista son igualmente válidos, que todo vale, que todo es cierto. Por ello, un relativista, al afirmar algo, afirma que aquello que afirma es relativo, perdiendo toda credibilidad. ¿Curioso, verdad? Un relativista debería permanecer callado para no incurrir en contradicción. Primo del relativismo es el emotivismo, que reconoce que es válido o verdadero aquello que se defiende con la suficiente fuerza emotiva. Opino que como creamos por ejemplo todo lo que dicen los programas del corazón, que reflejan infinidad de emociones, iremos mal encaminados… Entonces, ¿Dónde está la verdad? Existen principios morales objetivos, universales y absolutos que gozan de existencia propia y que son aplicables a todos los seres humanos en toda circunstancia y lugar. No debemos confundir el respeto a la opinión ajena con el relativismo. En la actualidad, se utiliza con frecuencia una palabra que goza de cierta comicidad: Tolerancia. En todo momento se nos dice que hay que ser tolerantes, que debemos respetar ideologías distintas. Creo que ésta tolerancia lleva a que seamos excesivamente permisivos. Debemos indignarnos por aquello que está mal, por aquello que no es justo, por aquello que es falso. No hay que tolerar todo, no hay que huir de la verdad. Galeano afirmó que ‘mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo’. ¿Por qué no tú, yo, aquí y ahora? Sin ser políticos o reyes. Siendo humanos de carne y hueso. El planeta tiene que cambiar, la crisis de valores que padecemos tiene que llegar a su fin. Debemos ponernos en marcha, aliviar este conformismo, eliminar nuestra ceguera ante el mundo, salirnos de la monótona rutina, del sedante, de la anestesia. ¡Despertemos! Como dijo Krishnamurti: ‘No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma’. Todo lo mencionado acerca de la verdad está intrínsecamente ligado a la libertad. Hablando de éste concepto me viene a la cabeza Nietzsche. Nos dicen que Dios ha muerto y aparentemente las cadenas que nos ‘atan’ a una moral o valores determinados desaparecen. El ser humano es ahora total y absolutamente libre. ¿Sí? Creo que no. En mi opinión uno es tanto más libre cuanto más sabe o conoce lo que hace. La libertad no es cuestión de obrar sin pensar. Más bien nos esclavizamos a nosotros mismos así. Una vida que conllevase esa libertad que actúa sin meditación alguna o ‘determinación’ de la moral sería pues, meramente instintiva, asemejándose así a la fauna. ¿Por qué nos molesta la subordinación a órdenes superiores? Orgullo, soberbia, altivez. No queremos que nada nos condicione, que nada regule nuestra voluntad. Esas ansias de aquello, no pueden llamarse ansias de libertad, ya que ésta es considerada como la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Parte importante de esta definición es la que menciona a la responsabilidad, y ya que sabemos que la libertad implica ser responsable, descartamos que ésta pueda ser equivalente al instinto, que propicia la realización de acciones por mero impulso o propensión natural e indeliberada. El ser humano ha pensado que podía alcanzar la felicidad si lograba desatar las correas de la razón y la moral. Necio de él, se estampó de bruces con la realidad. Es importante distinguir entre libertad y libertinaje. Libertad no es sinónimo de comodidad, significa tomar el timón de nuestra propia vida y progresar como personas. Libertinaje es hacer lo que uno quiere, cuando quiere y como quiere, por vano instinto. Los determinismos niegan la libertad en el ser humano y afirman que todo su comportamiento está causado por unos factores que no dependen de la voluntad humana. A pesar de ello, existen argumentos que se oponen a esta concepción determinista. La persona tiene conciencia de su libertad, es una experiencia común la de que tenemos cierto dominio de algunos de nuestros actos. Por tanto, podemos orientarlos o autodeterminarnos. Además, debemos discernir entre determinismo y condicionamiento: estamos condicionados, no determinados. Otro argumento sería que el orden moral exige libertad, pues no tendría sentido sancionar o exigir responsabilidades a quien no actúa libremente. Es importante caer en la cuenta de que los motivos por los que actuamos necesitan de un motor o realidad que los haga efectivos, y que este motor solo puede ser la libertad. Toda la libertad para la verdad, ninguna libertad para el error (Arias-Salgado).