La conspiración rojo-judeo-masónico… ¿neoliberal? Un artículo de Fernando José Vaquero Oroquieta En el artículo anterior de esta columna, Hijos de Trotski, Gramsci y papá-Estado, señalábamos la llamativa circunstancia de que determinados personajes, de notable ascendencia social, compartieran un pasado común en organizaciones trotskistas; no sólo en España. E incluso aventurábamos, a modo de hipótesis explicativa, que una vez superada la militancia en esos cenáculos asfixiantes y deterministas, permanecerían impregnados por el marchamo de semejantes factorías ideológicas especializadas en el cálculo y la abstracción; orientándose, finalmente, hacia un liderazgo social de carácter elitista... y en espacios de poder muy distintos de lo que inicialmente imaginaron. Una versión posmoderna del “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” que caracterizó al Despotismo Ilustrado. Todo ello venía a cuento al constatar la mutua implicación de Izquierda Anticapitalista con PODEMOS: una expresión más de esa tentación tan trotskista dirigida a la infiltración (que denominan “entrismo”) y la experimentación. Fue en ese contexto en el que mencionábamos, a título ilustrativo, a Jame Roures (empresario de medios de comunicación), Joaquín Trigo (prestigioso economista liberal), y al representante del ala liberal de CiU Antoni FernándezTeixidó. Como era de esperar, nos llegaron algunos comentarios jocosos en los que se sugerían que enlazáramos tales nexos a la “conspiración rojo-judeo-masónico-separatista-internacional”; aquel artificio del franquismo en el que se personificaba pomposamente al enemigo del régimen. Pocos días después leíamos el editorial de 15 de junio de la publicación PáginasDigital.es, una interesante publicación madrileña dirigida por el periodista Fernando de Haro, en la que colaboran, junto a otros, algunos exponentes de Comunión y Liberación. Titulado Trágica resaca neocon, reflexionaba, muy acertadamente desde nuestro punto de vista, acerca de las trágicas consecuencias derivadas de las intervenciones militares norteamericanas en Iraq, que nos llegan hasta las masacres estos días perpetradas por los terroristas de EIIL en Mosul y otras localidades del centro del país. Allí se afirmaba, entre otras cuestiones que «En los orígenes de esta tragedia, que ya desestabiliza toda la zona, tienen mucho peso los errores de Obama y la ideología neocon que dominó muchos despachos de la Casa Blanca durante el mandato de Bush. Obama ha fracasado en su intento de resucitar el proceso de paz en Tierra Santa, se equivocó al apoyar a los Hermanos Musulmanes en Egipto (afortunadamente hay un Egipto musulmán y maduro que rechaza a los radicales) y también ha errado en Iraq. Ha apoyado a Maliki a pesar de que es un presidente sectario. Mandó sacar las tropas hace dos años cuando todavía faltaba mucho para conseguir la estabilidad. Iraq no era Afganistán. Hasta hace no mucho era un país moderno, con infraestructura, con una cierta clase media bien formada. El general Petraeus, ahora de capa caída, le dijo claro al presidente cuál era la solución: tropas y fomento de la reconciliación nacional». Y continuaba, ¡oh, sorpresa!, así: «Más responsabilidad tiene el trotskismo occidental. Sí, el trotskismo. Buena parte de los neocon que estuvieron al mando tras el 11 S eran revolucionarios que habían bebido en los fundamentos de la IV Internacional. Luego pegaron el pendulazo, pero mantenían la impaciencia ante la historia en su propósito de utilizar el poder para instaurar los valores occidentales en el mundo. El American Enterprise Institute for Public Policy Research y el Project for the New American Century se convirtieron en sus plataformas. El vicepresidente Cheney les abrió la puerta a la Casa Blanca. Y alguno de ellos, como Richard Perle, llegó muy alto. Tan alto que fue el padre de la operación contra Sadam». Una constatación que, en cierto modo, avalaría nuestra hipótesis. En realidad, antiguos trotskistas los encontramos un poco por todas partes: en la familia, el trabajo... incluso ¡en el Frente Nacional de Marine Le Pen! Nos referimos, por ejemplo, al exmilitante de Lucha Obrera y del NPA, sindicalista de la CGT y alcalde de Hayange por el FN, Fabien Engelmann. ¿Simple oportunista u otro espécimen moldeado en las barricadas trotskistas? Tan particular “escuela” marxista-trotskista imprimiría a sus aventajados alumnos, decíamos, unas determinadas características temperamentales que, en Páginas calificaban, de manera muy delicada, como una compartida «impaciencia ante la historia». Diríamos, por nuestra parte, que se trataría, más bien, de una ortopraxis despegada de la realidad y devenida en un elitismo implacable; la experimentación social a máxima escala; un notable desprecio por la libertad y los derechos de personas y pueblos. Verdadero espíritu de secta, en suma, al servicio de los intereses de una oligarquía alejada de la gente real; ya lo sea a nivel local, nacional o universal. Siempre han existido minorías, más o menos reconocibles, que disfrutan un tanto arbitrariamente -cuando no de modo tiránico- de los poderes reales; bien desde una plataforma sectaria, familiar, económica, o sencillamente seducidos por la erótica del poder. Como decía Giulio Andreotti: “el poder desgaste, pero mucho más el no tenerlo”; una máxima seguida a pie juntillas por arribistas de todos los colores y latitudes. En todo caso, lo más trascendente de esta “ley” histórica, no es tanto su denominación o autopercepción, como los métodos “discretos”, cuando no totalmente secretos, de los que se sirven esas minorías; y sobre todo sus nefastas consecuencias. Un estilo, un modo viciado de relación con los demás a los que manipular y dirigir. Desde una perspectiva histórica, observamos que las diversas ideologías políticas -también desde las teorías conspirativas- vienen identificando al menos a grosso modo a esos supuestos “amos del mundo”; quienes moverían los hilos detrás del telón del teatro del mundo. Una modalidad de ello, la nominalmente franquista “conspiración rojo-judeo-masónicoseparatista”, generó muchas risas; sobre todo muerto el viejo dictador en su cama. Pero, ¿es más risible esta categoría que la que se verbaliza en “la alta finanza internacional” y/o la “ideología neoliberal” a las que la extrema izquierda mundial atribuye todos los males del mundo? ¿No serán ambas, en cierto modo, dos aproximaciones, imperfectas y por ello deformadas, de esa fractura que divide a la humanidad? Un ejemplo próximo de todo ello. PODEMOS señala acusatoriamente a esa supuestas minoría autócrata en “los poderosos”; y el Frente Nacional, en el país vecino, por mirar otra experiencia cercana, la señala como el “poder anónimo de las élites de Estrasburgo”. Pero, ¿no existe un terreno común entre ambas categorizaciones? Lo que es evidente es que no existe una conspiración trotskista para dominar el mundo. Otra cosa es que sus irreductibles militantes enarbolen, todavía hoy y con juvenil entusiasmo, viejas banderas en empeños propios de los años treinta del siglo pasado. Y que, desengañados de sus antiguos ideales, algunos otros se vayan insertando -cualificados y gustosos- en esas elites que en un principio pretendieron derrocar. Unas minorías –tan exclusivas como inaccesibles para el común de los mortales- que viven al margen de no pocas leyes nacionales e internacionales: imponiendo sus designios a la inmensa mayoría, determinando sus valores, condiciones de vida y la manera de pensar. Si se llaman Club Bilderberger, Comisión Trilateral, NOM, la Troika o el Banco Mundial, ya no es tan importante. Y si entre ellos hay antiguos trotskistas, únicamente constituiría una anécdota ilustrativa de esa minoría autoproclamada en clase dirigente – muy “discreta”, eso sí- de una inmensa mayoría velis nolis. Con democracia formal o sin ella. Blanda o duramente. ¡Qué paradoja histórica! Los antiguos revolucionarios que pretendían asaltar los cielos… ¡al servicio de los todopoderosos! Y de ellos mismos. Fernando José Vaquero Oroquieta