“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui : cuestiones abiertas Titulo

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“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui : cuestiones abiertas
Titulo
Quijano, Aníbal - Autor/a;
Autor(es)
En: Cuestiones y horizontes : de la dependencia histórico-estructural a la
En:
colonialidad/descolonialidad del poder. Buenos Aires : CLACSO, 2014. ISBN
978-987-722-018-6
Buenos Aires
Lugar
CLACSO
Editorial/Editor
2014
Fecha
Colección Antologías
Colección
Historia; Cultura; Poder; Nación; Etnias; Raza; Identidad; Mariátegui, José Carlos;
Temas
América Latina;
Capítulo de Libro
Tipo de documento
"http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20140507040653/eje3-7.pdf"
URL
Reconocimiento-No Comercial-Sin Derivadas CC BY-NC-ND
Licencia
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“Raza”, “etnia” y “nación”
en Mariátegui
Cuestiones abiertas*
L
a formación del mundo colonial del capitalismo dio lugar a una estructura de poder cuyos elementos cruciales fueron, sobre todo en su
combinación, una novedad histórica. De un lado,
la articulación de diversas relaciones de explotación y de trabajo –esclavitud, servidumbre, reciprocidad, salariado, pequeña producción mercantil– en torno del capital y de su mercado. Del
otro lado, la producción de nuevas identidades
históricas, “indio”, “negro”, “blanco” y “mestizo”,
impuestas después como las categorías básicas
de las relaciones de dominación y como fundamento de una cultura de racismo y etnicismo1.
* Este ensayo fue publicado en: Forgues, Roland
(ed.) 1993 José Carlos Mariátegui y Europa. El otro
aspecto del descubrimiento (Lima: Amauta).
1 Aún no es inútil insistir, en el estado actual del
debate, en que ninguna de esas identidades y categorías
históricas existía en el mundo antes de 1492. Son la
marca de nacimiento de América y la base misma de la
colonialidad del actual poder global.
De ese modo, el proceso de constitución de
tal estructura de poder mundial no consistió
solamente en el establecimiento de relaciones
sociales materiales nuevas. Implicó también y
en el mismo movimiento, la formación de nuevas relaciones sociales intersubjetivas. Ambas
dimensiones del movimiento histórico, en sus
correspondencias y en sus contradicciones,
fueron el fundamento de un nuevo tipo de poder colonial y, a largo plazo, de una nueva sociedad y de una nueva cultura.
El racismo y el etnicismo fueron inicialmente producidos en América y reproducidos después en el resto del mundo colonizado, como fundamentos de la especificidad
de las relaciones de poder entre Europa y las
poblaciones del resto del mundo. Desde hace
500 años, no han dejado de ser los componentes básicos de las relaciones de poder en
todo el mundo. Extinguido el colonialismo
como sistema político formal, el poder social
está aún constituido sobre la base de crite-
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rios originados en la relación colonial. En
otros términos, la colonialidad no ha dejado
de ser el carácter central del poder social actual. Todas las otras determinaciones y criterios de clasificación social de la población
del mundo, y su ubicación en las relaciones
de poder, desde entonces actúan en interrelación con el racismo y el etnicismo, especialmente, aunque no sólo, entre europeos y
no-europeos2.
Las raíces de las nuevas
identidades históricas
La producción de aquellas nuevas identidades
históricas no podría ser explicada por la naturaleza de las relaciones de producción que fueron establecidas en América, ni por las actividades concretas que fueron cumplidas por las
gentes que fueron involucradas en las nuevas
identidades. El hecho es que estas se mantuvieron, cuando sus portadores cambiaron o fue-
2 Esa distinción entre colonialismo y colonialidad
y una discusión más detenida de estas cuestiones,
puede encontrarse en mi texto “Colonialidad y modernidad / racionalidad” en Perú Indígena (Lima),
Vol. 13, N° 29, 1991.
Aníbal Quijano - Cuestiones y Horizontes
ron forzados a cambiar de roles y actividades
concretos y mudaron las formas de trabajo y de
explotación. Y eso señala que las diferencias de
identidad no dependían, ni eran el resultado, de
la naturaleza concreta de las actividades, ni de
los roles sociales específicos.
Tampoco se trata solamente de las diferencias de hecho que se confrontaron entre
los conquistadores y los vencidos (por ejemplo, color de la piel, forma y color del cabello, de los ojos; o vestimentas, instrumentos,
ideas y prácticas sociales). Esas diferencias
habrían podido traducirse seguramente, en
los términos actuales, en “etnicidades” y
“etnicismos”; pero no necesariamente combinados con “racismo”. Después de todo, la
dominación colonial ha producido en todas
partes identidades codificadas como “étnicas”, originadas en la imposición del dominio de unos grupos sobre otros y en la distribución del poder entre ellos.
La explicación es otra. Con la formación
de América se establece una categoría mental nueva, la idea de “raza”. Desde el inicio
de la conquista, los vencedores inician una
discusión históricamente fundamental para
las posteriores relaciones entre las gentes de
este mundo, y en especial entre “europeos”
y no-europeos, sobre si los aborígenes de
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
América tienen “alma” o no; en definitiva si
tienen o no naturaleza humana. La pronta
conclusión decretada desde el Papado fue
que son humanos. Pero desde entonces, en
las relaciones intersubjetivas y en las prácticas sociales del poder, quedó formada, de
una parte, la idea de que los no-europeos tienen una estructura biológica no solamente
diferente de la de los europeos; sino, sobre
todo, perteneciente a un tipo o a un nivel
“inferior”. De otra parte, la idea de que las
diferencias culturales están asociadas a tales desigualdades biológicas y que no son,
por lo tanto, producto de la historia de las
relaciones entre las gentes y de éstas con
el resto del universo. Estas ideas han configurado profunda y duraderamente todo un
complejo cultural, una matriz de ideas, de
imágenes, de valores, de actitudes, de prácticas sociales, que no cesa de estar implicado
en las relaciones entre las gentes, inclusive
cuando las relaciones políticas coloniales ya
han sido canceladas. Ese complejo es lo que
conocemos como “racismo”.
Como los vencedores fueron adquiriendo durante la Colonia la identidad de “europeos” y “blancos”, las otras identidades
fueron asociadas también ante todo al color
de la piel, “negros”, “indios” y “mestizos”.
759
Pero en esas nuevas identidades quedó fijada, igualmente, la idea de su desigualdad,
concretamente inferioridad, cultural, si se
quiere “étnica”3.
Esa es la idea que comanda y preside, desde el momento inicial de la conquista, el establecimiento de los roles sociales, inclusive
3 No de otro modo puede entenderse la polémica,
entre teólogos y juristas españoles, sobre la naturaleza de los “indios” de “América” respecto de los humanos; sobre si tienen o no “alma”; y sí, por lo tanto,
pueden ser tratados como bestias o tienen que ser
tratados como gentes, aunque por supuesto dominadas. Cuando se formaliza esa idea en la categoría
“raza” y en el “racismo” resultante, no se refiere ante
todo a las diferencias fenotípicas entre las gentes:
color de piel, ojos, cabello, etcétera, etcétera. Porque eso es real, pero banal. No tiene relación con las
“facultades” humanas, inteligencia, etcétera, etcétera. La idea de “raza” se refiere a que esas diferencias
son parte del desigual nivel de desarrollo biológico
entre los humanos, en una escala que va desde la bestia al europeo. Se trata, pues, de una diferencia de
naturaleza entre los miembros de una misma especie. La discusión entre los conquistadores íberos fue
más lejos: estaba en cuestión la misma pertenencia
de los “indios” a la especie humana. Otras variantes
de la idea de “raza” se refieren a la relación entre las
diferencias fenotípicas y culturales entre los miembros de la especie humana. Pero ninguna variante ha
dejado de otorgar a los europeos la posición primada
en esa historia.
760
de actividades, asignados a los no-europeos
en América. Y es desde aquí que se transporta
y se reproduce como modo específico de las
relaciones coloniales entre europeos y no europeos, primero en Asia y África, y más tarde
extendida a todas las relaciones entre europeos y no-europeos.
El colonialismo es un modo de poder de larga antigüedad. En todas partes ha producido
“etnias” y “nacionalidades”. Y el “etnicismo”
ha sido, probablemente, un elemento frecuente del colonialismo en todas las épocas. En
algunos casos fue llevado al extremo, se encostró en las relaciones de “castas” y originó
segregaciones brutales, como la de los “intocables” en la India o la de los “burakumin” en
el Japón. Pero en esos casos la discriminación
se funda no en distinciones biológicas, sino en
la valorización social y cultural de las actividades de cada grupo. En la India antigua, tal
valorización parece asociada a las ideas de lo
puro y de lo impuro dentro del respectivo universo cultural4.
El “racismo” no parece, pues, haber existido antes de América y menos, en conse4 Véase, acerca de estas cuestiones: Dumont, Louis
1986 Homo Hierarchicus. Le systeme de castes et ses
implications (París: Gallimard).
Aníbal Quijano - Cuestiones y Horizontes
cuencia, la peculiar combinación de “racismo” y “etnicismo” que se desarrolló desde
entonces hasta convertirse en un componente central del poder en todo el mundo, la
colonialidad, sobre todo entre lo europeo y
lo no-europeo.
La prolongada duración del mundo colonial del capitalismo enraizó, profunda y
perdurablemente, la idea de las distinciones
biológicas y su categoría resultante “raza”,
no solamente entre los europeos, sino igualmente entre los colonizados. Sobre esa base,
la “superioridad racial” de los “europeos” fue
admitida como “natural” entre todos los integrantes del poder. Porque el poder se elaboró
también como una colonización del imaginario, los dominados no siempre pudieron defenderse con éxito de ser llevados a mirarse
con el ojo del dominador.
Respecto de la experiencia colonial americana, lo que hoy suele conocerse con los términos de “etnicidad” y “etnicismo”, separado
de sus connotaciones estrictamente racistas,
probablemente no se registra sino muy pasada la violencia cotidiana de la conquista,
acompañando, en ciertos casos, al asombro
del descubrimiento de que los “indios” habían vivido en mundos socioculturales desarrollados, inclusive más sofisticados que los
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
que habitaban las pobres y rústicas estepas
castellanas anteriores a la conquista americana. Y no se trataba solamente de colosales
“Imperios” como el inca o el azteca, sino de
los complejos universos intersubjetivos de
sus habitantes.
Sin duda, fueron principalmente los intelectuales entre los conquistadores los que
primero admitieron esos rasgos históricos
de los vencidos. Los frailes, en primer lugar, que se interesan por esa subjetividad,
la testimonian, la debaten, aunque sin dejar
de reprimirla. Así, por mucho que su ideología católica de la Contrarreforma le mueva a
condenar como diabólicas las creencias de
los sacerdotes aztecas, Fray Bernardino de
Sahagún no logrará siempre ocultar su admirativo asombro por el vasto, denso, complejo
y encendido universo religioso, intelectual,
mental que los sacerdotes aztecas van desplegando ante él. El fraile sospecha, pero
no puede, o no quiere quizás, impedir que a
través de él los sacerdotes estén trasmitiendo para muchos siglos después el mensaje
de una extraordinaria cultura. Ávila, por su
parte, perseguirá y reprimirá sin tregua ese
universo, como reconocimiento implícito de
que enfrentaba no solamente el desafío mayor para la dominación colonial, sino tam-
761
bién la fuente central de la resistencia cultural por encima del tiempo5.
Y desde temprano, los propios intelectuales
de las “razas” vencidas (Guamán Poma de Ayala, Santa Cruz Pachacuti Salcamayhua o el profeta maya del Chilam Balam de Chumayel); o
los “mestizos” (Blas Valera, Garcilaso el Inca),
aprenderán los códigos culturales de los vencedores para trasmitir por encima del tiempo,
cada “raza” a su modo, esa misma lección.
En el largo período desde entonces, la idea
de “raza” va llenándose de equívoco. No deja su
prisión original, que todo el tiempo mienta la diferencia de naturaleza entre vencedores y vencidos, la “superioridad” biológico / estructural
de los primeros y, en general, de los “europeos”
sobre todos los no europeos, incluidos los “mestizos”. Pero va admitiendo imágenes, inclusive
certidumbres, de que las diferencias entre europeos y no-europeos son históricas, culturales,
y no de “naturaleza”. Las ideas que se cobijan
bajo las categorías actuales de “etnia” y “etnici-
5 Véanse: De Sahagun, Bernardino Fray 1988 Historia General de las cosas de Nueva España (Madrid:
Alianza). 2 Vols.; De Ávila, Francisco 1966 Dioses y
Hombres de Huarochiri (Lima: Museo Nacional de
Historia / Instituto de Estudios Peruanos). Traducción
y edición de José María Arguedas.
762
dad” han terminado invadiendo y habitan ahora
la categoría de “raza”6. Desde entonces, ambas
6 La separación formal entre “raza” y “etnia” ingresa
bastante tarde, probablemente ya en el siglo XIX, para
separar biología de cultura, aunque no siempre claramente. Algunos autores afirman que no hay registro
del uso de términos como “étnicos” o “etnicidad”, sino
hasta hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Es
dudoso, no obstante, que Mariátegui sea el inventor de
la palabra “étnica”, que usa antes de 1930. De hecho los
términos “etnología”, “etnografía”, que implican la idea
de “etnia” y “étnico”, están en uso desde temprano en el
siglo anterior. Parece ser que los franceses comenzaron
a usar la idea de “etnia” para tratar las diferencias culturales dentro de una misma “raza”, la “negra” en las colonias de África. Si bien no implica siempre la causalidad
biológica de la cultura, el término “etnia” alienta, obviamente, la idea colonial de la “inferioridad cultural” de
los colonizados, por su carácter de “etnias”. De allí la
idea de que la Etnología o la Etnografía fueran establecidas como disciplinas de estudio de las culturas de los
colonizados. Los europeos no eran “etnias” entonces,
sino “naciones”. En ese sentido, los pobladores de los
países latinoamericanos no son “etnias” en sus respecivos países, salvo si son “indios”. Pero cuando emigran
a los Estados Unidos ingresan en un explícito proceso
de “etnificación” como “hispanica”, “latinoamericans”,
“chicanos”, “newyoricans”, etc., parte del proceso de
diferenciación cultural en la población del país entre
“native americanas”, “african americans”, “latinamericans”, etc., respecto de la población “étnicamente” dominante, los “anglos”, según los “chicanos” o “wasps”
(White-anglo-saxo-protestant).
Aníbal Quijano - Cuestiones y Horizontes
imágenes nunca han dejado de andar entrelazadas para dirimir la desigualdad de europeos
y no-europeos en el poder, y han producido de
ese modo lo que en nuestros términos de hoy
llamamos “racismo” y “etnicismo”.
En las áreas britano-americanas, el proceso
es muy distinto. Cuando los ingleses llegan a
Norte América a comienzos del siglo XVII, lo
que encuentran son “naciones” entre las poblaciones aborígenes de ese territorio. Y durante la
mayor parte del período colonial establecieron
con ellas relaciones inter-“naciones”, aunque
no del mismo nivel que entre las europeas: comerciaron con las “naciones” indias; hicieron
pactos con ellas; y las hicieron sus aliadas en
las guerras inter-europeas (ingleses, franceses
y holandeses) por la hegemonía en esos territorios. El exterminio masivo de esas poblaciones
es posterior a la Independencia o Revolución
americana. Sin embargo, cuando los “negros”
son incorporados a la nueva sociedad colonial,
el tratamiento es bien distinto. Es la idea de
“raza” lo que allí cuenta. Y el “racismo” adquiere allí una extrema virulencia.
Es curioso a ese respecto, notable en verdad, que cuando los ingleses colonizan África,
más tarde, lo que allí encuentran son “tribus”.
Lo notable de eso es que, en esos territorios
africanos, habitaban sociedades y organizacio-
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
nes políticas mucho más complejas y desarrolladas que entre los aborígenes de América del
Norte en el siglo XVII. Esa nueva “categoría”
repercutirá enseguida sobre las relaciones con
los “indios” norteamericanos. En el siglo XIX,
en efecto, los nuevos “americanos” del Norte,
no tardarán en llamar también “tribus” a las sociedades aborígenes que no fueron totalmente
exterminadas. La idea de “raza” terminó reemplazando a la idea de “naciones”, también, para
el trato de los dominantes con los “indios”,
ya no sólo con los “negros”. Desde entonces,
“racismo” y “etnicismo” forman, en Estados
Unidos, una ideología más explícita que en las
áreas “latinas” de América y una práctica frecuentemente más violenta7.
Los franceses, por su parte, acuñaron el término “etnia” durante su dominación colonial
sobre África, para dar cuenta de las especificidades y diferencias culturales entre los pueblos africanos8. Aunque el término indica un
7 A eso debe su explicación, sin duda, la vigencia de
toda un área de los estudios y de la cátedra en las universidades de los Estados Unidos: “race and ethnicity”.
8 El término nació y existe impregnado de colonialidad.
En rigor es un preciso signo de “etnicismo”, puesto que a
ningún antropólogo se le ocurriría llamar “etnia” a los franceses o a los alemanes. Ellos son, obviamente, una “nación”.
763
esfuerzo de separar las cuestiones culturales
de la cuestión “racial”, está de todos modos
originado inequívocamente en la perspectiva
cognitiva asociada a la colonialidad del poder.
En apariencia, sirve para marcar las diferencias histórico-culturales entre los no-europeos.
Pero termina sirviendo, ante todo, para marcar
la desigualdad, la “inferioridad”, cultural de
aquellos con los europeos.
Poder y cultura
en América Latina
¿Por qué los íberos son llevados a polemizar
tanto tiempo si los “indios” son bestias o humanos? ¿Por qué los colonos britano-americanos
al comienzo encuentran “naciones” entre los
“indios” de América del Norte, y reencuentran
después la idea de “raza” para los “negros” y
para los “indios”? ¿Por qué los franceses acuñan el calificativo de “etnias” para los pueblos
no-europeos? ¿Por qué, finalmente, todos ellos
terminan admitiendo, separadas o en sus curiosas combinaciones, la idea de “raza” y la de
“etnia”, para manejar las relaciones entre europeos y no-europeos?
Esas preguntas requieren aún investigaciones
muy extensas antes de ser contestadas. Pero en
764
el caso de los íberos conquistadores de la futura
América, no parece arbitrario sugerir, en primer
término, que se trata de un hecho en la cultura
de los futuros colonizadores. En segundo lugar,
que ese hecho cultural está ligado originalmente
a la experiencia e ideología religiosas. Tercero,
que la historia de América señala, una vez más,
la cultura como una de las caras de todo poder,
de todo fundamento del poder.
Lo que diferencia a los íberos de los britanos,
en su encuentro con los aborígenes de “América”, es que cuando los primeros llegan aquí un
siglo antes que los otros, están apenas saliendo
de una larga guerra contra los musulmanes y
de la conquista de las sociedades arábigas del
Sur de la Península Ibérica9. Esa guerra, en su
9 La noción de “reconquista” es puramente mítica. Implica la idea de la existencia de la categoría histórica “España” antes del siglo VIII d.C., lo que obviamente carece
de todo sentido. Lo que los árabes ocupan y dominan
son poblaciones pos-románicas. Y durante ocho siglos
en ese espacio se configura una sociedad compleja, rica,
productiva, culta, que durante un momento se yergue
como el “centro” del mundo del Mediterráneo de entonces. Esa sociedad es la que derrotan y conquistan los señores del Norte de la Península. Ellos son dominadores
de sociedades señoriales, rurales, más bien atrasadas,
poco sofisticadas culturalmente, poco productivas. Pero
en la permanente guerra con los árabes musulmanes se
han hecho guerreros fuertes y diestros, capaces de dar
Aníbal Quijano - Cuestiones y Horizontes
etapa final, se procesa ya junto con las disputas
religiosas y políticas que en Europa llevan a la
Reforma y a la Contrarreforma. La combinación de ese conflicto intra-cristiano con el que
los enfrenta a los musulmanes, probablemente
es uno de los factores decisivos que conducen
a la exasperación de la ideología religiosa entre
los íberos. De ese modo, al término de la guerra
con los musulmanes, aquellos están listos para
ser carne de la caldeada y feroz ideología de la
Contrarreforma y de la Inquisición, una forma
y un momento de resistencia a la modernidad /
racionalidad emergente. En su libro, la idea del
“pagano” llega a América deformada hasta no
caber, ya no sólo en el reino de los cielos, sino
ni siquiera en el terrestre reino de lo humano.
El encuentro con un “pagano” tan desconocido
origen, no mucho después, a una innovación notable en
la tecnología militar de su tiempo, los famosos “tercios
españoles”. Ella será decisiva en la disputa hegemónica
en el resto de Europa y hará, por un momento, de los
señores castellanos, ya enriquecidos con América, los
dueños de esa hegemonía. Pero su atraso cultural puede
medirse también, probablemente, por el hecho de que
no fueron capaces de dar a sus fabulosos recursos coloniales y a su poder militar otro destino que perseguir,
a escala europea esta vez, la para entonces ya obsoleta
gloria del señorío. Condenaron a “España” y pronto a sus
ex colonias, a un largo “subdesarrollo”.
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
y tan distinto como los aborígenes de las islas
del Caribe, semidesnudos o desnudos en el
calor del trópico, habituados a bañarse varias
veces por día, exacerba ese núcleo ideológico
hasta el punto de negar a los vencidos, ya catalogados como “indios”, no tan sólo derecho al
reino de los cielos, sino hasta un modesto lugar
entre los pecadores10.
Los britanos, en cambio, un siglo después
proceden, precisamente, de la Reforma, elemento clave del matrimonio del poder con la
modernidad / racionalidad. Por eso, es en su
libro (la Biblia de San Jaime) que encuentran
10 La figura de “limpieza de sangre”, establecida en la
Península Ibérica en la lucha contra musulmanes y judíos, es probablemente el más próximo antecedente de
la idea de ‘raza’ que se establece durante la conquista
de las sociedades aborígenes de América, así como de
la “limpieza étnica” practicada en la Alemania nazi y en
la actual ex Yugoeslavia. La “limpieza de sangre” originada en la ideología religiosa, implica curiosamente
que las ideas y las creencias, la cultura, se trasmiten por
la “sangre”. Durante la colonización de los aborígenes
americanos, la idea básica que es codificada después
como “raza” es, precisamente, que por determinaciones
biológicas los “indios”, inclusive cuando ya se les reconoce como parte de la especie humana, tienen cultura
“inferior” y no pueden tener acceso a una “superior”..
Pues eso es, en primer término, en lo que “raza” consiste: la asociación causal entre biología y cultura.
765
los términos apropiados a la relación con otros
pueblos, “naciones”.
Así, entre íberos y britanos la categorización
de las gentes de pueblos diferentes no procede,
al comienzo, de los mismos criterios, porque
provienen de culturas diferentes. Y esas diferencias tienen sus principales raíces en las diversas ideologías religiosas. Fue, no obstante,
la común experiencia de la colonización, de la
explotación y de la dominación, de una parte; y
de otra parte, la formación de la categoría “Europa” como centro del mundo del capitalismo
colonial, lo que irá llevando a ambos grupos de
colonizadores –esto es, ya como iberoamericanos y britano-americanos– a un cauce ideológico común respecto de las relaciones de poder
entre europeos y no-europeos.
El proceso de formación del mundo colonial es el contexto histórico dentro del cual
se va constituyendo y definiendo “Europa”
como categoría histórica particular y distinta, y como centro hegemónico de ese mundo.
Es parte del mismo proceso la elaboración
de la nueva racionalidad que funda la modernidad y se asocia con ella. Por eso, los europeos y sus descendientes en las colonias
tienen el papel central en esa elaboración.
Una de las implicaciones de todo ello es que
el nuevo modo de producir conocimiento, su
766
perspectiva central y sus categorías específicas, no podrían ser elaborados independientemente de las experiencias, ideas, imágenes
y prácticas sociales implicadas en la colonialidad del poder.
La racionalidad / modernidad eurocéntrica se establece, por eso, negando a los
pueblos colonizados todo lugar y todo papel que no sean el de sometimiento, en la
producción y desarrollo de la racionalidad.
O, como Hegel diría, expresamente (Lecciones de filosofía de la Historia), refiriéndose
nada menos que a México y Perú precolombinos, que toda “aproximación del Espíritu”
implicaba necesariamente la destrucción de
las culturas aborígenes de América. El “Espíritu”, pues, resulta un exclusivo privilegio
europeo. Pero, como ahora puede verse, no
hay nada de sorprendente en eso: se trata,
desde el comienzo y en sus fundamentos, del
“Espíritu” de la colonialidad.
Esa versión peculiar de la racionalidad /
modernidad es, en la propia Europa, un producto de la imposición hegemónica del centro
y norte europeos sobre el Mediterráneo, y de
la derrota de las opciones rivales en los propios países dominantes. Ganó más tarde hegemonía universal porque esa nueva Europa
retuvo su lugar de centro del mismo poder que
Aníbal Quijano - Cuestiones y Horizontes
se universalizaba, el capitalismo. Pero de ese
modo, la perspectiva general, los paradigmas
centrales y las categorías principales fueron
elaborados también como expresión de esa
centralidad europea y de la colonialidad de las
relaciones de poder. Esto es, resultaron eurocéntricas. Y conforme Europa fue diferenciándose e identificándose más perfiladamente,
la racionalidad / modernidad fue haciéndose todavía más europea y eurocéntrica, más
provinciana en consecuencia, sin dejar de ser
universalmente hegemónica. Esa es la racionalidad / modernidad en cuya crisis estamos
hoy envueltos11.
Todo ello sirve para insistir en que aquellas identidades históricas coloniales –“indio”,
“negro”, “blanco” y “mestizo”– y el complejo
“raza” / “etnia” y sus consecuencias en el poder
contemporáneo, son hechos que ocurrieron y
ocurren en la cultura, en las relaciones intersubjetivas que forman la otra cara del poder, el
otro fundamento del poder; y son igualmente
originados y fundados en esa misma dimensión
de la existencia social. Que están, sin duda,
11 Sobre estas cuestiones, ver: “Colonialidad y racionalidad / modernidad”, Op. cit. Y Quijano, A. 1988
Modernidad, identidad y utopía en América Latina
(Lima: Sociedad y Política Ediciones).
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
todo el tiempo asociados a, e implicados en,
las relaciones sociales materiales, ante todo
en las formas de explotación o relaciones de
producción; que se modulan y se condicionan
recíprocamente con estas relaciones; pero no
son sus consecuencias, derivaciones, reflejos o
superestructuras. Y no se identifican, ni se fundan, ni se agotan en ellas12.
Hay un hecho en la cultura de América toda,
y en la de América Latina en particular, que
implica a todo el mundo de hoy en su globalidad y que precisa ser reconocido, puesto en
cuestión, debatido y evacuado: la colonialidad
del poder. Ese es el primer paso en dirección
de la democratización de la sociedad y del Estado; de la reconstitución epistemológica de
la modernidad; de la búsqueda de una racionalidad alternativa.
12 Eso es otro modo de decir que el poder es un fenómeno multidimensional, una vasta familia de categorías, que se constituye en la articulación histórica de
distintas dimensiones de la experiencia humana como
existencia social; que de ese modo, y en esa medida,
constituye una totalidad estructurada, presidida por
una lógica central o hegemónica, pero todo el tiempo
disputada y contradicha por otras lógicas, diversas entre sí; subalternas sí, secundarias también, e históricamente heterogéneas. No es un edificio en que cada piso
es engendrado en y por el anterior.
767
Raza, etnia y nación
En la victoria final de esa versión eurocéntrica de
la racionalidad / modernidad, el “Estado-nación”
fue el agente central y decisivo. La derrota de las
opciones rivales en la propia Europa no hubiera
ocurrido sin él. Porque este fenómeno, en su realidad y en su mistificación, está ligado siempre a
un proceso de colonización y de desintegración
de unas sociedades y unas culturas por otras.
La formación del mundo colonial del capitalismo se caracterizó, entre otras cosas, por un doble
movimiento de colonización. En Europa implicó
la derrota de unas culturas en favor de otras, cuyos portadores tomaron el control del proceso de
formación de los Estados naciones. En el resto
del mundo, implicó la colonización de sociedades y culturas en favor de aquellos Estados naciones. Ambos fenómenos ocurrieron en el mismo
proceso, en el mismo movimiento histórico. De
otro modo, el carácter del mundo colonial americano, íbero o britano, no hubiera sido el mismo.
Inclusive, difícilmente habría sido practicable la
colonización perdurable de las sociedades noeuropeas, y para comenzar, en América13.
13 Los estudios acerca de las interdependencias entre
los procesos de colonización de unas sociedades y
culturas, y la formación de “naciones Estados” en otras,
768
Probablemente eso explica porqué la cuestión nacional emerge primero en el mundo colonial americano, en el curso del siglo
XVIII, ya que la lucha contra la dominación
política de Europa, al comienzo, no se plantea
solamente como ruptura y corte de esa dominación, sino también como descolonización,
esto es, como democratización de la propia
sociedad que pugna por la independencia
frente al imperio.
La independencia de las colonias britanoamericanas es el primer momento de ese proceso. De allí su nombre de Revolución americana. Sin embargo, la experiencia más radical
ocurre y no por casualidad, en Haití. Allí, es la
población esclava y “negra”, la base misma de
la dominación colonial antillana, la que destruye junto con el colonialismo, la propia colonialidad del poder entre “blancos” y “negros” y la
sociedad esclavista como tal. Tres fenómenos
en el mismo movimiento de la historia. Aunque
destruido más tarde por la intervención neocolonial de los Estados Unidos, el de Haití es el
primer momento mundial en que se juntan la
no son aún muy numerosos, pero la cuestión ha sido
aludida ya más de una vez. Por ejemplo: Wallerstein,
Immanuel 1989 (1974) The Modern World-System
(Nueva York: Academic Press) 3 Vols.
Aníbal Quijano - Cuestiones y Horizontes
Independencia nacional, la descolonización del
poder social y la revolución social.
En el mundo colonial iberoamericano, en
cambio, la única revolución con real potencial
descolonizador, Tupac Amaru, es derrotada.
Por eso la Independencia de las colonias iberoamericanas no equivalió a –no produjo– un
proceso de descolonización, esto es, de nacionalización de la sociedad y del Estado; ni un
proceso de revolución de las relaciones materiales de explotación.
En Europa, por su lado, la cuestión nacional, como problema de democratización de las
relaciones de poder, se plantea en el marco del
primer proceso radical de revolución social,
durante la Revolución francesa. En ambas partes del mundo del colonialismo capitalista, la
cuestión nacional en ese período sólo tiene
sentido real cuando emerge como problema de
nacionalización de la sociedad, el cual consiste
en todas partes en un proceso de democratización más o menos profunda, más o menos radical, de la sociedad y de su Estado.
Lo paradójico, desde esta perspectiva, es
que después de la Emancipación, la cuestión
del Estado-nación en América Latina –esto es,
la América poscolonial– no se plantea realmente en el mismo sentido inicial. Derrotados los
movimientos sociales descolonizadores desde
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
fines del siglo XVIII, el “Estado-nación” es establecido precisamente por los que heredan los
privilegios del poder colonial. Es decir, como
imposición de sus intereses sobre los de todos
los demás sectores y, en primer término, los de
“indios” y “negros”. En consecuencia, como una
mistificación. De ese modo, el “Estado-nación”
en América Latina no ha dejado de ser –salvo
parcialmente en algunos países– expresión política de la colonialidad de la sociedad. Y no ha
dejado de ser agente de la hegemonía del eurocentrismo en la cultura latinoamericana.
Esa peculiar historia del problema de la nación y del Estado-nación en la América Latina
poscolonial, no podría ser explicada sino por el
predominio, en realidad el pleno dominio, del
eurocentrismo entre las etnias / clases dominantes y en los grupos intelectuales desde fines
del siglo XVIII y que se hace particularmente virulento durante el siglo XIX. Es sólo durante el
siglo XX, desde los comienzos de la Revolución
mexicana, que el eurocentrismo ha sido puesto
en cuestión y gradual y parcialmente va siendo
puesto en crisis.
La mirada eurocentrista de la realidad social de América Latina, llevó a los intentos de
construir “Estado-nación” según la experiencia europea, como homogenización “étnica”
o cultural de una población encerrada en las
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fronteras de un Estado. Eso planteó inmediatamente el así llamado “problema indígena” y,
aunque innominado, el “problema negro”. Bajo
su influencia, se han llevado a cabo genocidios
masivos de “indios” (así como en EE.UU.), en
Argentina, Uruguay y Chile. O se ha intentado
llevar a “indios” y “negros” a optar por la “modernidad” eurocéntrica por la fuerza, no obstante la densidad de sus propias orientaciones
culturales, diferenciables sin duda aún después
de 500 años. O se recurre a velar, inclusive a
negar, la colonialidad de las relaciones, el racismo, el etnicismo y sus combinaciones.
La “nación” que se sigue intentando inventar
de ese modo, es una idea que en Europa casi
llegó a ser posible en ciertos casos (Francia,
por ejemplo), porque la destrucción de unas
culturas y “etnias” en favor de otras, pudo realizarse sin producir una colonialidad perdurable
del poder, porque no intervenía en esos procesos el “factor raza” (como diría Mariátegui)14.
14 Sin duda, una muy eficiente demostración de la
actuación del “factor raza” en la formación de la “nación francesa” antes de la Segunda Guerra Mundial,
es la actual resistencia de una gran parte de los ciudadanos franceses a considerar igualmente franceses,
esto es, miembros de la “nación francesa” a los nacidos en Francia que no sean “blancos”, como ocurre
con los hijos de los migrantes norafricanos. El debate
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El “Estado-nación” pudo llegar a ser inclusive,
después de las revoluciones sociales de toda
una centuria, un instrumento de democratización relativa de la sociedad.
En América Latina, en cambio, esa misma
vía es imposible si es pensada realmente con
autenticidad, mientras no sea erradicada la colonialidad del poder; o perfectamente transitable si bajo ese membrete se trata, como todo
parece indicar hasta ahora, de perpetuar ese
poder. Por esas razones es indispensable abrir
ahora, de nuevo, el debate de esas cuestiones.
Mariátegui puede ofrecer un punto de partida.
Cuestiones abiertas
Una de las intrigas no resueltas en el debate mariateguiano es su peculiar empleo de las categorías “raza” y “etnia”, de una parte; y, de la otra,
el cordón umbilical que liga su noción de “raza”
con sus ideas sobre la “cuestión nacional”.
Como es sabido, él recusó con rotundidad la
pertinencia de la categoría “etnia” para debatir la problemática de los “indios” en América
actual sobre esa cuestión ilustra claramente cómo
opera en el mundo de hoy el complejo cultural “racismo” / “etnicismo”.
Aníbal Quijano - Cuestiones y Horizontes
Latina: “La tesis de que el problema indígena
es un problema étnico no merece siquiera ser
discutida”, llega a decir (“Punto de vista antiimperialista”. En adelante lo citaré como PVA).
En cambio, no hace reparo alguno a la categoría “raza”, es cierto, pero hay que admitir que
sobre ésta sus ideas no están libres de ambigüedad.
Es temprano aún para dejar estas cuestiones
resueltas. Esto es, se requieren más estudios
específicos acerca de las fuentes intelectuales
de Mariátegui en estos asuntos y sobre el movimiento de su propia reflexión. Por eso, aquí se
trata apenas de sugerir ciertas pistas.
En primer lugar, antes de 1930 la categoría
de “etnia” aún estaba haciendo su ingreso en
la problemática antropológica, por medio de
los franceses, y sobre todo respecto de las
poblaciones africanas colonizadas. Probablemente en la atmósfera intelectual europea de
entreguerras, el olor colonialista de la categoría era muy intenso, puesto que era entonces
más patente que hoy que el término servía para
marcar las desigualdades, en términos de “inferioridad” / ”superioridad” y no tanto las diferencias culturales, entre colonizados y colonizadores, entre europeos o “blancos” y africanos o
“negros”. En todo caso, sin duda mucho más
que ahora. En esa atmósfera intelectual, Ma-
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
riátegui no podía dejar de sentirse lejos de los
atractivos del concepto de “etnia”.
En cambio, la idea de “raza”, no era exactamente recusada, pero había llegado a ser en
algunos medios intelectuales y políticos europeos de entonces, suficientemente equívoca
como para admitir, si no una equivalencia, sí
una vecindad o un parentesco con la idea de
civilización. Esas son, seguramente, las versiones que recoge Mariátegui durante su estadía
europea, sobre todo en el debate del “materialismo histórico” centroeuropeo, ya básicamente incorporado al dominio del eurocentrismo15.
Por lo demás, aunque el término estaba en ple15 En los debates de la socialdemocracia europea
acerca de la cuestión nacional y colonial, durante la Primera Guerra Mundial y en el período de entreguerras,
los más influyentes teóricos y líderes mostraron una
posición racista y etnicista, no obstante su oposición al
colonialismo. Kaustky, por ejemplo. Otros defendieron
el colonialismo europeo como favorable a los colonizados. Bernstein, entre otros. Otros eran abiertamente colonialistas y racistas, como Hildebrand. Otras corrientes sostenían la necesidad de terminar con el colonialismo, pero no precisamente para dejar a los colonizados
libres de optar sus modos de existencia, sino para hacer
más lugar a políticas donde la cuestión nacional fuera
resuelta en términos europeos. Ver, a ese respecto: Davis, Horace 1967 Nationalism and Socialism (Nueva
York: MR Press).
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no auge en el debate europeo de ese período,
aún no había sido apropiado; lo que ocurriría
muy poco después de la muerte de Mariátegui,
como bandera ideológica de las corrientes políticas más perversas, como el nazismo.
En efecto, es en esa línea que se apoya en
Pareto, no obstante la perspectiva autoritaria
y jerarquizante de ese autor, contra la idea de
la “inferioridad racial” biológica o natural, en
la discusión del problema racial en América
Latina (“El problema de las razas en América
Latina”. En adelante lo citaré como EPR). Pero
admite la posible inferioridad histórica de las
“razas” indígenas: “Las razas indígenas se encuentran en la América Latina en un estado
clamoroso de atraso y de ignorancia, por la servidumbre que pesa sobre ellas, desde la conquista española” (EPR). Apela a la autoridad
de Bujarin para el mismo propósito: “Lo que
nos interesa saber es si existe una diferencia
entre el nivel de cultura de los blancos y de los
negros en general. Ciertamente esa diferencia
existe. Actualmente los blancos son superiores
a los otros. Pero ¿qué prueba eso? Prueba que
actualmente las razas han cambiado de lugar.
Y eso contradice la teoría de las razas” (EPR).
De otro lado, en referencia a la situación china de ese momento (1929), no titubea en decir
que la “colaboración [de los trabajadores chi-
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nos en la lucha antiimperialista. A. Q.] con la
burguesía china, y aún de muchos elementos
feudales, se explica por razones de raza, de civilización nacional, que entre nosotros no existen” (PVA).
“Raza” parece ser, pues, para Mariátegui,
una categoría que se refiere simultáneamente
a las características biológicas y a la historia
civilizacional particulares de un grupo humano. En esos términos puede hablar de la “raza
blanca” y de las “razas indígenas” (EPR). En la
primera de esas dimensiones del concepto, no
admite la idea de “inferioridad / superioridad”
racial. En la segunda, sí. De hecho, en todos los
textos está implícita la admisión de la idea de
la “raza blanca” como la más avanzada. Esta es
sinónimo de europea, obviamente, ya que siempre está colocada en singular. Llega a frasear
que hay una “civilización blanca”: “En el agro
feudalizado, la civilización blanca no ha creado
focos de vida urbana [...]” (EPR).
En cambio, existirían varias “razas indígenas”. Señala, explícitamente: “Pueblos como el
quechua y el azteca, que habían llegado a un
grado avanzado de organización social, retrogradaron, bajo el régimen colonial, a la condición de dispersas tribus agrícolas” (EPR).
Esa parece ser, quizás, la idea central
mariateguiana acerca de la cuestión racial.
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“Raza” sería una categoría básicamente bidimensional. Mienta al mismo tiempo las características físicas y el estado de desarrollo
civilizatorio. Y aunque no hay ninguna indicación acerca de las relaciones entre ambas
dimensiones de la categoría, la última de ellas
es, ante todo, vinculada a las relaciones de
producción. Por eso es que puede sostener
claramente: “Llamamos problema indígena
a la explotación feudal de los nativos en la
gran propiedad agraria”. O, en el mismo sentido: “El problema indígena se identifica con el
problema de la tierra” (EPR).
Empero la primera dimensión, física o biológica, de la categoría no carece de importancia. Así, Mariátegui afirma, de una parte, que
la explotación de las “razas indígenas” permite
al imperialismo una mano de obra barata: “La
raza tiene, ante todo, esta importancia en la
cuestión del imperialismo”, afirma. Y añade en
seguida: “Pero tiene también otro rol, que impide asimilar el problema de la lucha por la independencia nacional en los países de la América
con fuerte porcentaje de población indígena,
al mismo problema en el Asia o el África”. Ese
rol es la diferencia de color: “los elementos feudales o burgueses, en nuestros países, sienten
por los indios, como por los negros y mulatos,
el mismo desprecio que los imperialistas blan-
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
cos”. Y poco más adelante: “Entre el señor o el
burgués criollo y sus peones de color, no hay
nada en común” (EPR).
Es mucho menos seguro lo que puede ser
inferido acerca de su idea de “etnia”. A veces
pareciera hacerla exactamente equivalente a lo
que suele entenderse por “raza” en su acepción
estrictamente biológica. Pero eso no es inequívoco. Dice, por ejemplo, que: “La raza india no
fue vencida en la guerra de la conquista, por
una raza superior étnica o cualitativamente;
pero sí fue vencida por su técnica, que estaba
muy por encima de la técnica de los aborígenes” (EPR).
Tampoco en la cuestión de “raza” se puede
estar seguro completamente. Por ejemplo, es
arriesgado decir con certeza qué está realmente implicado en el “factor raza”, término usado
más de una vez en sus textos: “la influencia del
factor raza se acusa evidentemente insignificante al lado de la influencia del factor economía”, dice en un momento, para oponerse a la
idea de una superioridad racial del indio y de
su presunta misión racial en el “renacimiento
americano”; y para defender la necesidad de
los productos mentales y materiales del capitalismo europeo para un “Estado socialista”.
“Raza” aquí parece reducirse, de nuevo, a sólo
uno de sus elementos, el biológico.
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De todos modos, con su reconocida perspicacia, Mariátegui logró observar que el “problema
indígena” no podría ser resuelto sin la liquidación del gamonalismo y de la servidumbre. Al
mismo tiempo, puso también al descubierto que
las relaciones de poder entre “blancos”, “indios”,
“negros” y “mestizos”, no consistían solamente
en las relaciones de explotación, ni se originaban en ellas, sino que implicaban también fenómenos de otro carácter y de otro origen, como la
idea de “raza”. Ese es el sentido necesario de su
comparación de las relaciones entre dominantes y dominadores en China o en el Perú, acerca
de la cuestión nacional.
Sin embargo, a pesar del esfuerzo mariateguiano aquellas categorías no han dejado de secretar sus inevitables implicaciones. Primero,
la disolución de una realidad heterogénea y diversa en un discurso homogeneizador. Segundo, el bloqueo a percibir y poner en cuestión,
explícitamente, el hecho cultural que está implicado en la base misma del poder en América
Latina: el complejo “raza”-”racismo”-”etnia””etnicismo”. Esos problemas hacen difícil el
debate actual de la colonialidad del poder.
En un sentido muy preciso, la “nación” en
América Latina implicaría o una radical redefinición de la categoría, sacarla de su matriz eurocéntrica, aunque eso no parece viable actual-
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mente. O una destrucción prácticamente total
de la diversidad “étnica” o histórico-cultural,
para producir una nueva etnicidad global o una
única “nacionalidad”, en los términos eurocéntricos. Eso levanta algunos problemas básicos.
1. Después de 500 años esa homogeneización
histórico-cultural no ha ocurrido, no solamente, por la resistencia cultural de los dominados, sino en la misma medida por la colonialidad (etnicista / racista) de la perspectiva y de
la práctica social de los dominadores. Así, se
hace visible que la producción, reproducción
o cambio de identidades históricas no son el
resultado del comportamiento de un agente
histórico aislado, sino parte de la historia de
las relaciones de poder. La identidad no es un
atributo inmanente a los pueblos, grupos o individuos. Es siempre un modo y un momento
de las relaciones entre esas categorías.
2. Nada sugiere que los actuales dominadores,
sus asociados en las capas intermedias o
aún los propios dominados estén actualmente preparados para, o encaminándose hacia,
el abandono del complejo cultural “raza”“racismo”-“etnia”- “etnicismo”. Bajo la crisis
cultural en curso, es visible una suerte de
re-legitimación explícita de la dominación
“racial”. En todo caso, un cambio cultural
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de esa magnitud histórica no ocurriría sin
un conflicto de vastas proporciones y consecuencias, que subvirtiera las relaciones
intersubjetivas del poder y produjera una
mutación de identidades.
3. No hay ninguna razón que asegure que la
descolonización del poder llevaría necesariamente a la formación de una “nación”, en
lugar del establecimiento de nuevas identidades, si se quiere, “nacionales”; ni, por consecuencia, a afirmar los actuales “Estados naciones”; o a la formación de un “Estado-nación” en lugar de uno “plurinacional”; o, por
qué no, de nuevos “Estados naciones”; o candidatos a ello, disputando, inevitablemente
con violencia, espacios de dominación.
En primer término, porque la descolonización
del poder social implicaría el reconocimiento
de las diferencias históricas, culturales, “étnicas”, entre los varios componentes de la población que habita el espacio de los actuales “Estados naciones”. Segundo, porque por debajo de
las identidades coloniales es inevitable encontrar identidades históricas específicas, diversas, sobre todo entre los “indios” (por ejemplo:
aymaras, guaraníes, mayas, tarahumaras, etc.);
pero quizás también, en cierta medida, entre los
“negros”, aunque en ese caso ha ocurrido, pro-
“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui
bablemente, una “etnificación” relativamente
más homogénea, o que tiende en esa dirección,
dados el desenraizamiento cultural tan prolongado, y una tan continuada y larga presión homogeneizante de los dominadores.
Es necesario recordar que el “problema indígena” se planteó, precisamente, para discutir y
resolver en términos “raciales” la “cuestión nacional”. Los liberales argentinos y los chilenos
se decidieron por el exterminio de la “raza india” para tener una población “nacionalmente”
homogénea. Porque es obvio que no se trataba
de una homogenización cultural, si se tiene en
cuenta que la migración de “eslavos”, “judíos” y
“latinos” se promovía a pesar de sus recíprocas
diferencias culturales o “étnicas”, por ser todos
ellos de “raza blanca”. Esos son exactamente
los mismos problemas que se plantearon también en el áspero debate norteamericano durante la conquista de los territorios mexicanos,
y que también estuvieron implicados en la guerra civil que siguió a esa conquista.
Las categorías que están en la base de la colonialidad del poder, han sido mantenidas y reproducidas por los dominadores, precisamente
junto con la del “Estado-nación”. No obstante,
los sectores urbanos de los grupos dominados
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e intermediarios no han cesado de hacer esfuerzos para empujar la realización de esa misma idea de “Estado-nación”, sin duda como un
modo de lograr alguna democratización del poder. No por casualidad, tales esfuerzos no han
sido exitosos, o lo han sido muy parcialmente.
Y aún así, sólo bajo condiciones revolucionarias. El actual espejo mexicano es, en este sentido, más que ilustrativo.
A la hora de la globalización del poder mundial, todos esos problemas vuelven al primer
plano del debate. Ese nuevo debate ya está
asediado de riesgos. De una parte, una recolonización de los pueblos en los términos de
esa nueva globalidad y de sus controladores.
De otro lado, la producción y reproducción de
identidades generadas, precisamente, en aquel
contexto de poder, y en consecuencia, como
hace 500 años, sobre la base de categorías de
ese nuevo carácter colonial.
Todo ello apunta a la necesidad de abrir de
nuevo estas cuestiones, sacar a luz los orígenes y
el carácter de las categorías que aún dominan el
pensamiento de los pueblos originados en la violencia de la dominación colonial y, por eso, con
problemas de identidad. En tales cuestiones parecen residir, aún, las claves de América Latina.
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