Seminarista JOSÉ ETERNO Datos biográficos: Hijo de José Eterno y de Teresa Quarello de Eterno, nació el 15.7.1869 en Tonco, Alessandria, Italia. Entró en el Colegio Salesiano de San Juan Evangelista de Turín el 25.7.1885. Recibió la sotana el 20.10.187 Hizo sus votos perpetuos en Valsálice, Turín, el 2.10.1888. Murió en La Guaira, Venezuela el 27 de Enero de 1890; (de paso para Colombia), a 20 años de edad y un año y tres meses de profesión. “IN MEMORIAM” (Artículo escrito en el Eco de Lourdes, 1.2.1890, por el Pbro. Juan Bautista Castro, Arcediano, más tarde Arzobispo de Caracas). El martes pasado murió en el “Hospital de San José” de esta Parroquia de Maiquetía, un joven misionero salesiano de la Congregación del célebre Don Bosco. Llegó hasta el puerto de la Guaira en el vapor francés de paso para Colombia, con diez compañeros más, y allí se agravé el mal que había contraído en el viaje, hasta el punto de hacer imposible la continuación de él. Las hermanas hospitalarias de Maiquetía le abrieron los brazos, estos brazos de la caridad de Jesucristo, que se parecen a los de Jesucristo mismo, extendidos sobre la cruz, traspasados con el hierro del sacrificio y dispuestos así para estrechar con amor inextinguible todas las des gracias, todos los dolores y todas las miserias humanas. Doce horas después de su llegada había muerto el joven religioso: se llamaba José. Tenía 20 años y lo corto de su edad formaba contraste admirable con la inmolación aceptada. Había dejado tal vez allá en lejanas tierras, padres, hermanos y hermanas, los deliciosos y puros afectos que le habrían servido de dulcísimo lecho de sus dolores y en los que habría encontrado tiernas delicadezas y cuidados para enjugar las lágrimas de la vida. Acaso le sonrieron magníficos los preciosos horizontes de la primera juventud. Pero él cerró los ojos, comprimió los latidos de su corazón para que no se fuese tras aquellos encantos de la tierra y escuchando una voz más poderosa que resonaba en su alma, se vino atravesando los mares en busca del trabajo oscuro del misionero que va a abrazarse en regiones desconocidas con la cruz sobre la cual ha de morir. Cuál fue el ideal de ese joven? Qué amores pudieron dominar en él los amores de la patria, los dulces y fuertes vínculos de la familia y las doradas ilusiones de la primera edad? Es el prodigio de la religión de Jesucristo. Ese joven se olvidó completamente a sí mismo para no pensar sino en el bien de los demás. Su pasión fue la de propagar el Reino de Dios en el mundo y con él la felicidad y la salvación de las almas. Se le dijo que acá había naciones que deseaban regenerarse, después de amargos y costosísimos desengaños, en las aguas que brotan al pie de la Cruz de Jesucristo y con la bendición de la Iglesia Católica. No fue necesario más para que volara a ocupar un puesto entre sus compañeros de trabajo. No calculó el precio de su sacrificio y aceptó con generosidad todas sus consecuencias. El Señor le pidió su vida antes que llegara a la deseada tierra que había pensado regar con los sudores de su celo, y la entrega con santa resignación, en la paz de los justos, con la firme esperanza de la inmortalidad. Su cuerpo fue enterrado con la fúnebre solemnidad que exigía tan preciosa muerte; solemnidad que era también la sincera y triste manifestación de la manera como se cumplían los Últimos deberes de la hospitalidad cristiana para con el hermano en Jesucristo que había sido llamado al seno de Dios. Allí al lado del féretro, sin poder contener las lágrimas y sumergido en un dolor profundo, estaba el venerable sacerdote de la misma Congregación Salesiana que acompañó al joven hasta sus últimos momentos, el Padre Miguel Unia. Lloraba por el compañero que le había sido arrebatado pero se fortificaba también con el pensamiento de aquella humilde y fecunda inmolación. Quiera el Señor que el cuerpo del joven misionero que hoy reposa en el Cementerio de Maiquetía, sea como la semilla que bendecida por Dios haga germinar en nuestra patria, y crecer, el árbol de las Congregaciones Religiosas, a cuya sombra viven con la vida de Jesucristo y fructifican para los cielos, los individuos, las familias y los pueblos que no rechazan el testamento eterno de Dios. Maiquetía, 30 de Enero de 1890. Pbro. Juan B. Castro, Arcediano.