Apocalipsis de un mundo sin agua La creatividad que encierra la literatura y la realidad que describe el periodismo se conjugan en la propuesta de los estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Cooperativa de Colombia, sede Bogotá, para que entre todos cuidemos el preciado líquido, y dejemos a las nuevas generaciones un mundo lleno de esta fuente de vida. Comencemos por entender que la ficción ahora es más real que nunca y que la vida del agua es nuestra vida misma. Regiones desérticas en donde alguna vez hubo alegría, esperanza y muchos recursos naturales es lo que se avecina si cada ciudadano no se concientiza sobre lo que significa ahorrar y proteger los recursos naturales y si los gobiernos no toman más cartas en el asunto. Un panorama desalentador, que puede estar más cerca de lo que todos imaginamos. DEDICATORIA En primer lugar, queremos dedicar esta novela a la profesora Marisol Ortega Guerrero, quien desde un principio tuvo la idea de crear una obra literaria en compañía de sus estudiantes. Además, por su incansable ayuda en la investigación necesaria para la preparación de este ejemplar, no nos cabe más que expresar nuestro reconocimiento y admiración. De igual manera, esta obra literaria va dedicada a todos los alumnos que han aportado con su compromiso y entrega en el momento de redactar cada capítulo. Cada uno, un mundo totalmente diferente, sin desprenderse del hilo de la historia, con respeto por las ideas de los demás y aportando lo mejor para lograr mantener al lector atrapado en esta. Sin olvidar a nuestra Facultad de Comunicación Social de la Universidad Cooperativa de Colombia, en Bogotá, pues gracias a su apoyo y colaboración ha sido posible que nos formemos dentro de los principios de calidad, ética, deseos de ser cada día mejores, de innovar y poder así desarrollar proyectos académicos como este, una novela que se convierte en el primer paso de una gran campaña en defensa del recurso hídrico, liderada desde estas aulas, y acompañada de un artículo periodístico. Queremos dedicársela de igual forma a nuestros padres, que día a día luchan y trabajan para que nosotros seamos mejores personas y continuemos educándonos, y quienes nos concientizan sobre el uso correcto del agua, aconsejándonos para no desperdiciarla y haciéndonos caer en cuenta de que este no es recurso ilimitado, por tanto, no debemos derrocharla para que las nuevas generaciones, nuestros hijos y demás, puedan gozar de ella en el futuro. Por último, pero no menos importante, una dedicatoria especial y una invitación a todos los colombianos, ojalá lectores nuestros, para que nos unamos y rescatemos nuestros recursos naturales. La unión hace la fuerza y las fuentes de agua sí que necesitan ese trabajo individual y en equipo. Apocalipsis de un mundo sin agua Capítulo I SUNSHINE LLORA PORQUE LA MADRE TIERRA SE SECA Jaime Antonio Quiñónez Sorprendidos, angustiados, pálidos, casi ensimismados estaban esa mañana los habitantes de diversas regiones del orbe. Jamás pensaron que había llegado ese terrible día que las autoridades pronosticaron tiempo atrás: el agua se agotaba. Los rostros desesperanzados se combinaban con la estupefacción de ver fotos de antiguas praderas ahora paso a paso transformándose en desiertos, o al leer en los medios de comunicación que los dulces sabores de la humedad del invierno se convertían en meros recuerdos de avisos publicitarios. El intenso calor devoraba las pocas reservas de agua que quedaban en un pueblo perdido del desierto, mientras en otro extremo todos los habitantes de Sunshine leían el boletín semanal Ondas del Campo y escuchaban en la emisora del mismo nombre las más tristes informaciones sobre el fin del fluir del vital líquido; entre silencios y consternación, los periodistas lanzaban un SOS por el agua y registraban que había comenzado el camino inminente hacia su desaparición de la faz del planeta. No era la primera vez que recibían una advertencia, pero si la primera en que las recomendaciones y predicciones, que para algunos eran consideradas exageraciones y especulaciones, se hacían realidad, ya en un viaje sin regreso, sin reversa. En Sunshine, ese fin de semana por los grifos no caía la misma cantidad de agua, y en los últimos veinte días las cascadas habían comenzado a secarse, el campo a verse triste y abandonado, y solo unas pequeñas gotas que salían de un sumidero parecían llorar por lo que se avecinaba. Para este pueblo, perdido en el Amazonas, que le hace honor al sol a través de su nombre, y que cualquiera pensaría que es un lugar próspero e industrializado de una nación desarrollada, el brillo y la alegría parecían opacarse; sus habitantes, familias campesinas, solo amaban la tierra y la sentían como propia y ahora debían pagar por la falta de conciencia de otros pueblos aledaños y, sobre todo, de los citadinos, que se dedicaron más a desperdiciar el preciado líquido que a atender los llamados de las autoridades. El resultado: ríos contaminados con residuos, bosques destruidos para convertirlos en rascacielos ante su impotencia y la sordera de los señores de traje y corbata que tomaban decisiones y solo fingían escucharlos cada cuatro años para obtener sus votos, pero nunca para entender las heridas de muerte de la naturaleza, los mudos gemidos de dolor de los árboles caídos o los lamentos moribundos de criaturas que merecían el mismo derecho a vivir que sus hermanos racionales. Todo esto confirmaba que las encuestas y los estudios de la Organización de Naciones Unidas, de Conservación Internacional, de la Organización Mundial de Meteorología, de la Red de Acción Climática y de Emproamazonas (autoridad local en el tema), no estaban erradas, y que los llamados insistentes desde hace más de 15 años para proteger el agua, iban muy en serio, tanto como las consecuencias de lo que podía pasar si esto no se hacía: se transformaría el ciclo del agua, habría escasez, sequías, sed, angustia y hasta una guerra por el preciado líquido. ¿Sería este el momento? Las evidencias científicas eran contundentes. Bastaba recordar el más completo informe al respecto que se publicara el 31 de marzo del 2014, una década atrás, en el que se presentaba un balance triste y desesperanzador, lo que permitía entender que era una crisis anunciada. Pero, pocos lo creyeron. Había una desmedida confianza, respaldada por las cifras anteriores a esta fecha: la tierra está cubierta de agua en un 70%, bañada en cinco océanos, con cascadas, fuente, lagos, lagunas, ríos, mares… Nadie se detuvo a preguntarse si realmente se acabaría o se transformaría y qué pasaría incluso con nuestro cuerpo, conformado en más de un 70% por agua, clave para sobrevivir en la tierra. Dicho informe era categórico al afirmar que si bien el cambio climático era el origen de esta realidad, “la no despreciable cifra del 96% se relacionaba con la humanidad misma, con sus descuidos, su inconciencia, su desperdicio”. Clamaban por los medios, y más por la caja mágica de imágenes, la atención de la gente para que cuidara el agua, pero todos estaban ensimismados con el reality banal de turno. Los Rodríguez eran los últimos estoicos del amor por la tierra, de sufrir por lo que a ella le pasara, pero también serían víctimas de las temibles circunstancias que hoy en día llevaban al mundo a su triste ocaso; ellos ‘pagarían’ las consecuencias por algo que no causaron. Alba y Pedro eran los jefes de este hogar amoroso, lleno de valores, de principios y de costumbres rígidas y estrictas, en donde no faltaba el baño diario, se turnaban para lavar la loza y el agua era considerada uno de los tesoros más preciados. Una gota que representaba mucho para cada uno de ellos, que cuando se reunían en épocas especiales como la Navidad o el día de la madre, más parecían un jardín infantil que una casa, liderada por los abuelos, pero con las ocurrencias de Luz Marina, Myriam, Daniel, Óscar, Johnny, Dabi, Juan, Paula y Emiliano, o de cualquier otro de los 17 integrantes, incluidos hijos y nietos, algunos residentes en el exterior pero siempre atentos a la suerte de cada uno y a revivir las tradiciones. Alba fue la primera en presentir que la tragedia estaba cerca, y no se despegaba de la radio comunal ni descuidaba una sola línea del boletín semanal, el único contacto que tenían con los medios de comunicación, excepto cuando alguno de sus hijos la visitaban, provenientes de la ciudad. Allí estaba clara la realidad y lo que se vislumbraba era temerario: las guerras o amenazas de guerras ya no solo eran por petróleo, sino por el agua; ahora, era la sangre del planeta la que se derramaba para no alimentarnos más. La naturaleza estaba pasando su cuenta de cobro por tanta contaminación que provenía del mismo hombre. - “Lo sabía. Los ríos, las lagunas, las quebradas no podían más con tanta basura”, pensaba tristemente Alba. No podía evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas, mucho más cuando imaginaba el futuro que tendrían sus nietos. Entonces, una solución desesperada llegaría a su mente y afectaría la convivencia familiar: era el momento de las restricciones. - “De hoy en adelante solo podrán bañarse una vez por semana; lavar la ropa cada 15 días, la loza cada 3 y mantener la llave cerrada”, les dijo a quienes en ese momento estaban en casa. La primera consecuencia no se hizo esperar: nadie aprobó esas decisiones, vinieron las discusiones, el fastidio y los lamentos, pero al final no había más remedio que obedecer las ‘órdenes de la patroncita’, como le decía su hijo Óscar. Lo que ninguno sabía era que sería el comienzo, porque la escasez de este preciado líquido iba a crear una crisis mundial de la que no escaparía ninguna familia, y que involucraría sequías, oleadas de calor extremas, inundaciones, muerte de peces, ganado y otras especies y, lo peor, una reacción inesperada de la gente, que no iba a ser tan comprensiva a la hora de saber que no tendría agua para su propio consumo. Por eso, mientras esa era la realidad de los Rodríguez, en Sunshine, en otros lugares del planeta cercanos o a muchos kilómetros, desesperados ciudadanos ya escarban la tierra moribunda en busca de los últimos rezagos de agua pura que aún se rumoraban existían, recordando la otrora obsesión por el oro, que hoy era tan inservible que nadie lo quería ni siquiera para transarlo por comida; y en otras tierras, la pestilencia amenazaba con poblar la antigua limpieza de los pueblos y la asepsia se convertiría en mera sobrevivencia. ¿Cómo evitar que Sunshine llegara a lo mismo? ¿Estaría su suerte echada? Capítulo II LA SUPERVIVENCIA ESTÁ EN EL CONSTANTE MOVIMIENTO Karen Ospina Giraldo La problemática por la sequía mundial crecía cada segundo, como una esfera global se esparcía por pueblos y grandes naciones. En Sunshine, la familia Rodríguez no se acostumbraba a las nuevas reglas que debían seguir para poder subsistir siquiera unos 15 días; entre discusiones y rechazos diarios, entre angustia y ansiedad por no contar con el preciado líquido y por la no acogida de las medidas restrictivas, tocaba a la puerta, a eso de las 7 de la noche, un viejo amigo, el alcalde del pueblo, que esta vez no se veía tan buena gente como era habitual, sino que con un gesto adusto e impredecible les hizo una advertencia fugaz: no podían salir de sus casas y menos del pueblo. ¿La razón? El presidente del país había ordenado a sus fuerzas militares concentrarse en los pueblos más alejados, como Sunshine, e impedir que los habitantes salieran en busca de agua y terminaran enfrentándose a otros pueblos, como ya sucedía en varias naciones. En principio era una razón lógica: evitar una guerra. Pero, en lo profundo de la comunidad se respiraba cuál era el auténtico trasfondo de la situación; extraños carro tanques circulaban en las afueras del pueblo llevándose el líquido vital de los pozos que alimentaban las pocas fuentes subterráneas existentes para los ya exiguos cultivos que aún sobrevivían. El intempestivo aumento del pie de fuerza y el silencio de los acaudalados de la región, que tomaban distancia de la población, ya inspiraban sospechas en la gente sobre que todo esto tenía que ver con ‘robarse’ el agua que quedaba para que solo los ricos, los gobernantes y los militares pudieran disfrutarla más tiempo, a costa de las restricciones hacia los demás. Por eso, este llamado de alerta hizo que esta familia iniciara un plan de escape, ya que según decían, a cuatro pueblos de distancia se encontraba una gran reserva de agua que yacía del vientre de un árbol y esa era la alternativa más viable en el momento para superar la carencia del líquido. Esa noche, Pedro, como cabeza de la familia, no pegó el ojo, maquinando el designio que llevaría a salvo a su familia. Lo primero que hizo fue guardar en una maleta elementos claves de subsistencia, como cantimploras, linternas, alimentos, cuchillo, fósforos, una tienda, vendas, desinfectantes y alcohol. A las 4 de la mañana despertó a 4 de sus hijos y sus 2 nietos, quienes una vez más no estaban de acuerdo con las decisiones de sus padres e insistían en que era mejor quedarse en casa mientras todavía bajara algo de agua por los grifos. Pedro solo insistía en que la subsistencia estaba en el movimiento, al estilo militar, como lo aprendió cuando prestó el servicio, siendo muy joven y citadino, años antes de conocer a Alba, quien le robaría el corazón para siempre, y de viajar en misión a Sunshine, en donde los dos decidieron unirse bajo la utopía de una vida sencilla lejos de los afanes de la impetuosa jungla de asfalto que hoy, según las pocas informaciones que se filtraban en los medios locales, se convertía en un hervidero del caos y un centro de inestabilidad ante una población abandonada a su suerte por esta nueva crisis que ahora los tocaba. Él se bastaba de conocimientos y manejaba perfectamente las tácticas empleadas por los ejércitos y por eso se sentía muy seguro de llevar y guiar a su familia. Alba, lo único que hacía era encomendarlos a Dios, pues era muy devota y estaba plenamente convencida de que “todos los desastres naturales que venían sucediendo estaban escritos en la Biblia por más de 2000 años”, y no dudaba en leerles con frecuencia diferentes versículos, escogiendo para este momento de vicisitud y angustia el que decía: - “Oirán hablar de guerras y rumores de guerras, ¡cuidado, no os alarméis! Pues es necesario que suceda, pero no será el fin… habrá hambre y terremotos en diferentes partes del mundo”, de Mateo 24:6-7. Recordaba que el mundo siempre había vivido en un caos inalterable que ahora solo se enfatizaba en todas las esquinas. Después de haberse preparado, emprendieron el camino hacia la supervivencia. Los más pequeños de la casa, Dabi y Juan, de 7 y 5 años respectivamente, atemorizados, aunque no entendían claramente lo que sucedía, se aferraban a la seguridad de su abuelo Pedro, quien desde que eran bebés les contaba historias de hombres que iban detrás de tesoros, refugiándose en la selva, cruzando desiertos, combatiendo con animales salvajes; o las conquistas de épicos héroes que cruzaban los océanos en busca de nuevas aventuras. Narraciones estas que llenaban su corazón de esperanza, una esperanza que él quiso hacerles creer a sus nietos, quienes pensaban que salir de casa era solo parte de un juego, como el de aquellas historias llenas de fantasía y mucha acción, y que al final encontrarían ese gran tesoro del que prácticamente dependerían: el agua. Salieron de su hogar cuando el sol apenas se estaba colocando. Alba quiso avisarles de sus planes a algunos vecinos para que se unieran en el propósito de salvar sus vidas, pero ellos solo tuvieron una actitud burlesca y hasta la trataron de loca, afirmando que solo les esperaría la muerte en el intento. Estas opiniones calaron en el pensamiento de tres de sus hijos, quienes optaron por devolverse y desistir. Pedro se llenó de angustia, de desespero, y con voz entrecortada y lágrimas en los ojos les suplicaba que fueran con ellos, porque sabía exactamente lo que sucedería si se quedaban. Óscar, el mayor, no contempló ningún ruego y se echó al hombro a Dabi y Juan, sus dos pequeños, quienes lloraban inconsolables porque no querían dejar a su abuelo y al resto de su familia. Minutos después, de un momento a otro y sin saber cómo, los dos niños se soltaron de sus padres y salieron corriendo detrás de sus abuelos, escabulléndose por entre el campo frondoso, pero seco, sin atender el llamado de los adultos, quienes presurosos querían alcanzarlos antes de perderlos de vista. En ese instante, pasó una tropa de militares supervisando cada callejón de Sunshine y al ver a Óscar, a su esposa Margot, a su hermanos Paula y Johny, los obligaron a regresar, escoltándolos y ordenándoles que se quedaran adentro, no sin antes dejar a unos soldados en la puerta, haciendo guardia para evitar que volvieran a salir, pues su actitud y unas maletas que vieron a la entrada de su casa hacían suponer que pensaban irse, tal vez porque sabían la realidad sobre la escasez de agua o porque estaban a punto de descubrir algo y esto no convenía para nada a los intereses del gobierno local y nacional. En casa, todo era caos, angustia, desolación, tristeza, pesadumbre, porque en tan poco tiempo una familia tan numerosa y unida se había resquebrajado; los abuelos se habían marchado con algunos de sus hijos; otros se quedaron y, lo peor, los dos niños menores, la adoración de la casa, Dabi y Juan, no estaban con ninguno de los dos grupos, sino solos, tal vez muertos de miedo, aguantando hambre y sedientos, perdidos entre los sembrados, entre los árboles ya no tan frondosos, y estarían aún más asustados cuando llegara la noche con los ruidos de los animales y sin luz alguna. Todos murmuraban sobre cómo harían para poder salir e ir en busca de los niños y continuar con el plan de escape para salvar sus vidas de la fuerte sequía que se avecinaba. No había otra opción, la falta de agua ya comenzaba a hacer estragos en las familias. Pero, este solo era el comienzo… Capítulo III TODA UNA TRAVESÍA POR EL BOSQUE Giojany Lizca Hernández Esa noche, escabullidos y temiendo por no saber donde se encontraban, Dabi y Juan vagaron por la selva, cuyos árboles se estaban convirtiendo en un otoño eterno, donde los otrora felices felinos vagaban ahora en cruel competencia de carroña con los buitres, haciendo aún más inhóspita lo que alguna vez era un frondoso monumento natural; las flores lentamente estaban perdiendo su color, mientras la vida misma se fundía en un amarillento tono ceñido por el inclemente sol que anunciaba que la lluvia se hacía más demorada. Dabi, el mayor, tenía 7 años y medía 1,40 centímetros, era mono y con unos ojos azules profundos como el mar, en nada parecido a la gente que habita la zona rural; tenía un cuerpo atlético y una facilidad increíble para subir y bajar por los árboles, algo que acostumbraba a hacer en la casa de su familia, en el campo; en tanto, Juan era un poco más bajito, con 1,20 centímetros de estatura, ojos verdes, como las hojas de los árboles y cabello de color castaño, largo y liso; también con la misma agilidad de su hermano, aunque era un poco más tímido, tal vez por su corta edad (5 años). Temerosos pero intrépidos, los niños debían enfrentarse no solo a lo que significaba que su valor flaqueara y que el pánico los dominara, sino a una naturaleza más salvaje de lo que esperaban, y solo ansiaban tener la sabía guía de su abuelo o un momento de paz, del que carecían porque sus padres en su terquedad les habían negado la posibilidad de ir junto con sus abuelos en busca de agua y a regañadientes intentaron quedarse, hasta que salieron corriendo. Después de un largo trasegar llegaron a una pequeña colina que aún emanaba algo de verdor, que sostenía las vigorosas ramas de un fuerte árbol de roble con los vestigios de lo que parecía ser una cabaña a medio hacer, y que ahora vacía era un testimonio de que hubo alguna vez un ser humano pasando por estas montañas. Entonces, pensaron también en las historias de su abuelo, en donde los protagonistas eran exploradores que pasaban el tiempo protegiéndose de los peligros de la selva, escapando de los posibles depredadores y dejando un legado para la historia que generaciones posteriores iban a comentar. Cada palabra se expandía ante sus ojos infantiles, convirtiendo las fábulas míticas en el refugio de su infinita soledad, ante la inmensidad de un mundo nuevo que aterrorizaba sus corazones pero que emocionaba sus sentidos, aumentando ese espíritu infantil de aventura que evitaba que su temor interno se apoderara de su corazón. Dabi, pese a tener solo 7 años, asumía las labores de liderazgo en esta nueva búsqueda, que se convertiría en el testimonio de que los sueños de su abuelo no eran la locura de un hombre senil, sino la pródiga fuerza de un coraje que no era innato en alguien de su edad; su tez ‘quemada’ por el sol del campo era la más grande prueba de su resistencia ante el trabajo duro y del valor que lo motivaba ante las adversidades. Convirtiéndose en el protector de su hermano menor, quien lloraba por la ausencia de su abuelo, quejándose de hambre y sueño a cada rato, Dabi solo pensaba y pensaba, y de vez en cuando le hablaba cariñosamente, queriendo animarlo. - “¿Recuerdas a los héroes del abuelo, de los que no hablaba? Ellos vendrán a nuestro rescate y así papá y mamá nos van a encontrar. Nos van a regañar, pero no importa”. “Tengo miedo, mucho miedo”, repetía su hermano. “No te preocupes, vamos a cantar…”. Así, de un momento a otro terminaban inventando canciones que prometían salvar el planeta, olvidando su hambre y sed, hasta que al final, cansados de caminar, quedaban sumidos en un profundo sueño. Una de esas noches la pasaron encima de un árbol, el más grande y uno de los pocos que aún quedaban, de tantas decenas de especies frondosas y hermosas que con el tiempo y por la destrucción del hombre tal vez no volverían a ver. Al amanecer, se levantaron asustados y solo los envolvió el recuerdo de varias historias que su abuelo Pedro les contó sobre el servicio militar y sobre los héroes de carne y hueso, y que serían vitales para poder subsistir; especialmente aquella en la que un joven valiente salvaba un bosque que se encontraba a punto de morir por culpa del calentamiento global y de la sequía. En esa historia, el muchacho, que su abuelo llamaría Ángelo, nombre que significa mensajero de Dios y que reflejaba humildad e inocencia (…) sería un héroe. - - “¿Recuerdas, Juan? Ángelo atravesaba el bosque, observaba todas las especies de animales que se veían débiles, flacas y enfermas, y no entendía por qué no se encontraba río, cascada, laguna o mar alguno. Por eso, decidió adentrarse entre los árboles y buscar a la madre naturaleza para pedirle su sabia opinión; pero ella también estaba en mal estado, enferma y triste, llorando al ver el peligro que corría la Tierra por la desaparición de la capa de ozono, el abandono de la humanidad y la guerra que se avecinaba por quedarse con la poca agua que aún quedaba en algunos puntos del planeta”, contaba con propiedad Dabi, intentando distraer y calmar a su hermano menor. “La madre naturaleza tuvo aliento, quizás el último, para buscar y entregarle cinco amuletos que habían de salvar el planeta: aire, tierra, vida, paz y corazón. Con ellos hizo una fusión y de allí salió un anillo que el joven Ángelo recibió y se colocó, transformándose en un poderoso y valiente ‘Capitán Planeta’, con los poderes - suficientes para salvar a la humanidad”, siguió narrando su pequeño hermano, pues de tanto pedirle a su abuelo que les contara la historia, también la sabía de memoria. “Iniciando un viaje por el mundo para concientizar sobre lo que debía hacer para salvarse. Llevaba una larga lista de mensajes que incluían consejos como no arrojar papeles a los mares y ríos, ni plásticos ni botellas; no desperdiciar la energía, tampoco el agua; no cazar a las especies, respetar a los pájaros y vivir en armonía”, continuó Dabi. Ellos estaban plenamente convencidos de que ese héroe, así como su abuelo, aparecerían en cualquier momento. Pero, mientras tanto, debían salir en busca de los cinco elementos que les permitieran reencontrar a su familia y salvar a Sunshine de la escasez de agua y de la guerra, temas que habían escuchado también insistentemente en sus hogares, en donde habían visto llorar muchas veces a su abuela Alba, hablando de la tragedia que se avecinaba y de cómo el mismo hombre estaba acabando con la naturaleza y con su vida, por no cuidar los recursos naturales, algo que seguramente lamentarían todos de aquí en adelante porque el ciclo del agua se transformaría y ya nada sería igual. Capítulo IV UN RESPIRO PARA LOS PEQUEÑOS AVENTUREROS Laura Camila Espitia Mientras en las mentes de Dabi y Juan prevalecía la esperanza de que sus héroes llegaran pronto a protegerlos de las fieras voraces de la selva, sus pequeños y débiles cuerpos perdían la poca energía que aún conservaban; el hambre y la sed eran cada vez mayores, y sus miedos eran la tortura de su camino. Entre tanto, sus padres vigilados por los duros militares de la zona y sus abuelos y demás parientes huyendo, impedían que alguien emprendiera un viaje en busca de estas inocentes almas perdidas. La noche era cada vez más oscura y temerosa, sin embargo, la travesía continuaba. El cansancio finalmente ganaría la partida acompañado de la falta de comida, el desazón en el estómago y ese estremecedor gemido del hambre que lentamente va penetrando la perspectiva de los sentidos para convertir minutos de camino en horas; fue ahí, después de una larga jornada de andar, cuando Juan empezó a sentir un hormigueo en sus piernas, su diminuto cuerpo a helarse por completo; mientras era casi imposible darle movimiento a sus extremidades, y en el durar de un parpadeo ya se encontraba en el suelo totalmente inconsciente. Al ver a su hermano en esta condición, el pánico y el desasosiego de Dabi eran muy grandes para un niño de su edad; bruscamente se tiró al suelo junto a su hermano, y su llanto inconsolable se unió a los fuertes y extravagantes sonidos de la selva; las lágrimas caían y lentamente sus ojos también se fueron cerrando, cayendo en un profundo sueño. El sonido de las especies de aves que aún habitaban en la selva despertó bruscamente a Dabi, unas horas después. Pero, cuál no sería su sorpresa al notar que su hermano ya no se encontraba junto a él; por el contrario, una mujer de ojos negros, cabellos rojos y piel de tez blanca pura lo observaba dulcemente; sin dejar que Dabi reaccionará, se acercó y le dijo: - “¡No temas! Mi nombre es Clara, y no te haré daño, vengo de una pequeña aldea que está muy cerca de aquí”. Dabi pensó por un momento que era una nativa de la selva, sin embargo, descartó pronto la idea, pues los indígenas vestían con túnicas o en algunos casos andaban semidesnudos, pero no con ropa muy parecida a la que usaba su tía Paula, quien vivía en la gran ciudad y venía seguido de visita. Sintió temor y angustia, y como su mayor preocupación era su hermano, preguntó por él. - “¿En dónde está mi hermano?, ¿qué le hicieron?, ¿dónde lo tienen?”, insistió angustiado. Ella respondió amablemente: - “No te preocupes, tu hermano está hidratándose, porque su cuerpo estaba agotado y sin energía. Ven conmigo también, te daré algo de comer”. Dabi recordó en segundos a su abuelo, quien solía cuestionar mucho a las personas que no conocía y aparentaban buenas intenciones; estas solo le generaban desconfianza y, lo peor, no dejaba de insistir en que lastimosamente gran parte del mundo estaba bajo el dominio de seres así, de ahí tanta miseria, tanto engaño, mentira y tragedia, como él les decía. Por eso, a pesar de ser un niño, tenía como armadura la sabiduría compartida por su abuelo, y acompañado de una extraña dosis de amabilidad, negándose, insistió en que solo quería saber en dónde estaba su hermano. - “Si quieres verlo debes acompañarme. Verás, Rubén, mi esposo, y yo íbamos en busca de alimento; cuando emprendimos nuestra caminata escuchamos el llanto de un niño: era tu hermano, tenía sed y hambre, y se notaba su cansancio, por lo tanto, lo llevamos hasta nuestra aldea para poder ayudarlo, y ahora te llevaré a tí”, dijo la joven, que estaba claro que no era del campo, ni siquiera del país, sino extranjera. Definitivamente, no podía abandonar a su hermano en manos de unos forasteros, y aunque sentía ganas de salir corriendo de allí, sin más preámbulos accedió a ir con ella, pero siempre manteniendo la distancia y permaneciendo en silencio, sin poder ocultar su agotamiento. Clara intentó ser amigable y sacó del bolsillo trasero de su pantalón un caramelo que había conseguido hace un par de días en el mercado del pueblo; algo poco irresistible para los niños, y Dabi no fue la excepción; no pasaron más de 30 segundos antes de que lo aceptara y se dedicara a saborearlo, imaginando el más delicioso de los manjares, ante la imperante hambre que asediaba su cuerpo, pensando que tal vez un extraño con un dulce no era del todo tan villano como era descrito por los cuentos de fantasía de su abuelo. La aldea de la que venía Clara estaba conformada por 12 personas, 7 mujeres y 5 hombres, pero en nada parecidos a los indígenas de las historias que les contaban sus familiares, mucho menos precursores de la protección de la naturaleza. Provenían de la ciudad de Brosligon, y estudiaban en la Universidad Pública de Rosdney, en donde adelantaban desde hacía seis años una investigación ambiental y por ello conocían la gravedad de la problemática del agua y todo lo que se avecinaba en un futuro no muy lejano. Para ellos, era imposible evitar la tragedia dada su complejidad, los altos niveles de contaminación a los que había llegado el planeta, el desbordado desperdicio y la acción de las autoridades que ya estaban acaparando litros del preciado líquido, llevándolo a un lugar aún no descubierto por nadie. Para este grupo, de aparente renegado, luego de estudiar muchas alternativas, la conclusión había sido una sola: no había mejor lugar para refugiarse, abastecer y reservar la suficiente comida que la selva alrededor del pequeño pueblo de Sunshine, considerado el último refugio de la tierra, y de esta manera estar preparados para cuando llegara el caos. Había razones técnicas que reforzaban sus acciones, muchas de las cuales conocían habitantes de otros pueblos pero ignoraban los residentes de este pueblo, perdido en el Amazonas, quienes solo lamentaban que por los grifos ya no cayera casi agua, ignorando que se la estaban ‘robando’ desde diferentes frentes; desconociendo también que esa era la zona más bendecida del planeta, con variedad de nacimientos de agua, lo que les permitiría la creación de aljibes para poder subsistir si algún día un habitante descubriera la realidad y pensara con cabeza fría en las soluciones. Mientras, todos estaban predestinados en el pueblo a morir de sed en tanto otros se robaban su riqueza hídrica. Difícilmente un niño se daría cuenta de que estos habitantes de la aldea estaban allí para quedarse y menos aún que tenían grandes planes para explotar esos recursos; su desconfianza no alcanzaba para hilar tan fino cada detalle del lugar, para saber qué significado tenían algunas máquinas que allí se encontraban o por qué ellos, los de la aldea, no se preocupaban por la falta de agua, sino que la tenían de manera abundante, como hacía años no caía en su propia casa, en donde vivían con sus padres y abuelos. Entre su emoción al escuchar a lo lejos la voz de su hermano y el asombro al ver la gran fogata que Clara y sus amigos habían hecho, nuevamente Dabi se sentía un gran explorador, sin darse cuenta de que este grupo de aparentes jóvenes independientes, cansados del sistema, también tenían su propia agenda, la cual maldecirían sus profesores de la universidad si algún día se enteraran de sus alcances, de sus estrategias y de su falta de humanidad. Capítulo V ¿INFILTRADOS, AMIGOS O ENEMIGOS? Carol Daniela Lozano Moreno La aldea era colorida; en lugar de sencillas carpas había casas prefabricadas, con diseños particulares, unas con tejados circulares, portones resistentes y grandes ventanales; callejones largos y destacados por su mágico y particular color verde, color que hace algún tiempo extrañaba la inocente e infantil vista de los dos menores de la familia Rodríguez. Difícil entender cómo llevaron todo eso hasta allí, en medio de la otrora selva llena de verdor. Debían tener algún cómplice o aliado. Allí, en un hermoso antejardín estaba Juan, recostado en una hamaca cómoda, rodeado de flores y acompañado por Rubén. Sorprendido de tal panorama, Dabi pregunta a su hermano con voz inocente, dulce y temblorosa, cómo se encuentra; Juan se levanta, lo abraza, y deslumbrado por la majestuosidad del lugar lo toma de la mano y lo lleva a otro espacio en donde hay frutas, jugos, dulces y otros platos que comen presurosamente para calmar el hambre de tantos días. Todo pareciera indicar que se van a quedar con ellos, al menos durante un par de días, pero la inquieta mente de Dabi no para de planear cómo escabullirse de allí, hacia dónde desplazarse. Estaba decidido a seguir lo que su espíritu infantil consideraba todavía una aventura, inocente de la realidad que se tejía a su alrededor, solo que ahora sin cansancio, sin miedo, sin hambre y sin sed. - “No nos vayamos, aquí hay de todo. Que nos traigan a los abuelos, les va a encantar”, dijo el pequeño Juan al enterarse. - “No seas interesado, esta gente puede ser mala, no quieras quedarte solo porque te han dado cosas, recuerda las palabras del abuelo”, le susurró Dabi al oído, enojado y con lágrimas en los ojos. Dabi sale al antejardín y pasa la fría noche en el borde de la aldea, contemplando la posibilidad de salir, pensando en Sunshine, en sus padres y particularmente en Pedro y sus historias; recordando los cinco elementos para salvarlos a todos y volver a reunirse con su familia, tener agua, mucha agua para tomar, bañarse, preparar comida, lavar la loza y para refrescarse en esos momentos de calor y sofoco que se habían vuelto tan comunes semanas antes de perderse en la jungla circundante, que en sus mentes infantiles era concebida como un bosque encantado. Juan, en cambio, pasa parte de la noche jugando con algunos de sus nuevos amigos, que aunque mucho mayores que él, lo entretenían y compartían sus juegos. Clara, Rubén y otros compañeros estaban a unos pasos, conversando sobre la escasez del agua en Sunshine y en el resto de la nación y del mundo. Entonces Juan se les acerca y les empieza a contar su historia, lo que ha vivido en su casa y cómo cae cada vez menos agua por la llave. Al día siguiente, los adultos empiezan a preguntarle cosas a Dabi, quien al ser mayor puede dar una explicación más concreta a ciertas inquietudes. Él les habla de la presencia militar, del encierro al que han sido sometidos. Todos guardan silencio, se miran preocupados. En la noche mientras los niños duermen discuten sobre lo que han escuchado, y llegan a conclusiones temerarias: - “No cabe duda, el presidente y el gobierno local se están robando el agua. Pero, ¿cómo lo estarán haciendo?, ¿a dónde la estarán llevando?, ¿en qué irá a terminar todo esto?, y ¿cómo hacer para que el gobierno no se quede con todo el líquido?”, cuestionaba uno de ellos. En ese momento y en otro lugar, lejos de allí, los abuelos y quienes huyeron con ellos ya había conseguido instalarse en Sunshalle, un pueblo vecino que según los medios locales aún no estaba en crisis o al menos esta no era tan grave como en otras regiones. Su objetivo era buscar ayuda para rescatar a los otros integrantes del clan, ignorando la suerte de los dos pequeños y consentidos. Pero, antes de llegar allí el panorama no pudo ser peor. Atravesaron varios caseríos o lo que quedaba de ellos, aumentando entonces su angustia, su ansiedad y acrecentando el miedo por lo que inevitablemente se veía venir. En Musichaire, otrora un pueblo fértil, donde las planicies brotaban prosperidad en sus horizontes, a la vez que las cosechas, las lluvias o el simple florecer de un abeto eran motivo de una inmensa celebración; donde las máscaras de colores, los cantos tradicionales eran el símbolo de una nueva esperanza, los veranos se hicieron más inclementes y la tierra ya no pudo ni ‘derramar’ una sola lágrima de agua. Hoy, su realidad era totalmente diferente, tanto que varias escenas quedaron grabadas en la mente de Pedro, especialmente una en la que unos pequeños de Musichaire, quizás de la misma edad de sus nietos, caminaban extenuados al lado de un burro y con unas pimpinas vacías; mientras unos ya venían, otros apenas se encaminaban hacia una ranchería cercana a la que fueron a rogar porque les regalaran un poco de agua, sedientos y cansados, con la piel tostada por el sol y sus sandalias hechas pedazos. La desesperanza de sus familias crecía al ver que solo traían unas gotas del líquido que no alcanzaba para suplir ni sus más mínimas necesidades, haciendo ingentes esfuerzos por no perder ni una valiosa gota del ya escaso líquido vital. En otro caserío, en el que se detuvieron a descansar, lograron conversar con algunos de sus habitantes, para ratificar que el mundo estaba al revés y la tragedia era inevitable. Allí, según les contaron, la mayoría eran adultos mayores de 60 años y la madres y tías estaban embarazadas, carecían de los servicios básicos, especialmente del agua, por lo que todo estaba dado para que aumentaran las enfermedades gastrointestinales, la diarrea y la desnutrición, algo así como estar condenados a tener todas las plagas del mundo al mismo tiempo. Lleno de tristeza Pedro se persignó, elevó una plegaria y siguió caminando en busca del camino que lo devolviera a su vida en familia y con la ilusión de ver a sus nietos. En tanto, en casa, en Sunshine, no había noticias de los niños, y sus padres se encontraban muy angustiados pero imposibilitados para salir en busca de ellos, pues aún los militares mantenían fuertemente vigilado todo el pueblo, con la recalcitrante orden de no salir. Había muy poca agua para el consumo humano, más y más restricciones y una alacena que cada vez quedaba más desocupada, con apenas unos cuantos estantes en los que aún se podía ver algo de comida. Pero ellos, los Rodríguez, no querían resignarse a su suerte. El que sí recibía noticias y no perdía jugada era el presidente, quien al día siguiente, con los primeros albores, leía un telegrama proveniente de una aldea sin identificación, el cual decía: - “Señor presidente, de sus habitantes dos llegaron aquí perdidos, el resto de la familia va en búsqueda de ayuda, aún hay algunos en Sunshine, cuide nuestro R, están por descubrirnos. RyC”. Ante este mensaje, el mandatario reacciona enviando a censar todo Sunshine para ver quienes habían salido del pueblo. Sus espías al fin reportaban alguna novedad y ¡vaya noticia!, todo parecía indicar que había gente tras la pista de las fuentes de agua y de todo lo que hacían las autoridades para aprovisionarse del líquido, atentando contra la salud y el bienestar de la comunidad. Esa C no es otra que la de Clara, y la R de Rubén; ellos, que habían inventado toda una historia de dolor ante la muerte de sus padres, unos afamados científicos que se habían mostrado plenos a toda la causa, y tenían su propia forma de ver la vida; eran un par de jóvenes rebeldes que se vendían al mejor postor: por un lado, estaban infiltrados en el grupo de estudiantes de la Universidad de Rosdney, en Brosligon, y por otro, también ‘servían’ al presidente sin despertar la menor sospecha. Era difícil conocer sus intenciones, porque a su amo, el primer mandatario, nunca le habían contado sobre la maquinaria que los universitarios tenían ni sobre sus propias estrategias para aprovisionarse del preciado líquido. En cambio, ahora, no tenían inconveniente en delatar a los dos niños y prender alarmas en Sunshine, tal vez con la idea de desestabilizar a los dos bandos o con una intención diferente, que solo el tiempo permitiría descubrir. En Sunshine, de casa en casa, durante 12 horas, los militares escudriñaban cada rincón, preguntaban, investigaban; eran momentos de zozobra y a veces de angustia por no tener la respuesta a tantos interrogantes. Al final, llegan los resultados del censo; según el comandante Rojas, de 1.230 pobladores, 195 habían fallecido por culpa de infecciones y otras enfermedades relacionadas con la falta de agua, la poca higiene diaria y no poder preparar bien los alimentos; 215 estaban enfermos pero en casa y de las 820 restantes faltaban 8, que no se encontraron en ningún rincón del pueblo. Ante esto, las autoridades identifican que los faltantes son pertenecientes a la familia Rodríguez, por lo que el comandante Rojas visita su casa junto con el alcalde y unos militares más, Óscar y su esposa aterrorizados, confundidos, tristes y agobiados, pero seguros de proteger a su familia, se niegan a decir lo que saben, por lo que evaden todas las preguntas de la autoridad y solo se centran en decir que sus hijos jugaban afuera y desaparecieron. En tanto, en la aldea, Dabi insiste en salir a buscar los 5 elementos para ser un héroe y salvar a Sunshine, pero Juan, siendo el menor, no quiere irse, solo quiere comer bien, bañarse cada día y jugar. Así pasaría una semana, hasta que una noche el menor le dice a su hermano: - Dabi, Dabi, se están robando el agua; tienen unas máquinas y sacan el líquido de la tierra, los vi cuando corría por entre las flores y casi me pierdo. Está allá lejos, bien lejos, corrí mucho, vamos”. - Tenemos que irnos, dice Dabi, quien aprovecha la oportunidad para convencer a Juan: “Gracias hermano, hemos encontrado uno de los elementos, el corazón y si nos unimos vamos a salvar la tierra, así viviremos en paz de nuevo. Hay que buscar al abuelo, él siempre sabe qué hacer”. Aun sin saber que Clara y Rubén son espías, los niños se despiden de ellos y agradecen por los alimentos, por el agua y por su compañía; mientras estos los miran con cierto sarcasmo y marcan con sigilo un código clave para activar las alarmas de los soldados vigías, a la vez que los chicos agitan los brazos despidiéndose con cariño, sin saber que toda la información que los pequeños hermanos habían dicho con ingenuidad era de estratégica necesidad para los planes de estos mercenarios de la hidrología. Los pasos de los soldados a la distancia fueron una clara advertencia para Dabi, que en sus viajes por los alrededores del pueblo y gracias a los consejos de su abuelo sobre el mundo y que emergían en su inquieta mente, lo llevaron a sospechar de esos extraños ruidos, descubriendo que un grupo de militares iban tras de ellos, ignorando esos hombres que el campo y la selva misma son su pasatiempo favorito y lo conocen como la palma de su mano. Por eso, entre árboles semisecos y ramas en el piso, los niños se escabullen acortando sus pasos, haciendo tibios silencios y dejando pasar hordas de hombres armados que como ciegos sin rumbo buscaban algo que presumían fácil, pero que ya comenzaban a exasperarse… Capítulo VI LA CHISPA DE LA REVOLUCIÓN Nathan Felipe Mejía Reyes Amanece, renace un nuevo día, pero lo que normalmente era un símbolo de esperanza para el pueblo de Sunshine, y el centro de reunión para que la gente del pueblo dialogase sobre las incidencias cotidianas de la noche, preparando las actividades del día, se había convertido ahora en un llamado al terror: científicos con maquinaría pesada, ingenieros con logos del gobierno y un fuerte contingente armado estaban drenando pozos de agua, mientras no solo los Rodríguez sino cientos de familias veían, entre la ira y la impotencia, cómo parte de sus casas estaban siendo demolidas y las armas amenazaban con su mudo gesto al que se opusiese a la inminente incursión de un gobierno que hasta ahora recordaba la existencia de este alejado pueblo con nombre de dioses y de poder, pero a punto de convertirse en un sitio árido, donde el temor al fin de los últimos recursos era inminente. - ¿Qué vamos a hacer, y peor aún sin los niños?, se preguntaban Óscar y Margot una y otra vez. Con desespero caminaban alrededor de la sala de su hogar en Sunshine. Con 35 y 33 años de vida respectivamente, 9 años de ser pareja, 7 de tener su primero hijo, nunca habían sentido tanto terror como esos días que pasaban alejados de sus retoños, sin saber dónde están o siquiera si estarían vivos. - “¡Si no te calmas no vamos a poder pensar nada razonable!”, insistía Margot a su esposo, quien refunfuñaba y gritaba “no ves que no puedo pensar bien en estos momentos. ¿No entiendes?”. Las peleas se volvieron constantes desde que toda esta problemática inició, prácticamente las parejas como Margot y Óscar solo hablaban para gritarse y echarse la culpa uno al otro de lo que estaba sucediendo. - “Mira Óscar, el pueblo entero está militarizado por orden del presidente, sin mencionar que tenemos dos escoltas privados que la alcaldía nos concedió ‘muy amablemente’ por tratar de escapar la vez pasada, y a diario se escuchan ruidos como si estuvieran destruyendo el pueblo; así que hay que idear una manera para que al menos uno de nosotros salga y busque a los niños. Con discutir no sacamos nada”, dijo Margot. - “Los militares también son humanos y necesitan dormir, comer y beber agua, entonces en algún momento tendrán que distraerse”, intervino Johnny, el hermano menor de Óscar e hijo del sabio abuelo Pedro, cuya principal característica no era precisamente el temor. - “Tienes razón, solo esperemos por un tiempo más”, aconsejó Paula, otra de las hermanas. “En cuanto veamos la oportunidad, saldremos”. Con voz fuerte, el entristecido, angustiado y afligido padre dio un ultimátum: iba a esperar seis horas, solo seis horas y saldría a enfrentar a los militares. Para esto, subió a toda prisa al cuarto en donde su padre Pedro solía dormir antes de marcharse y entre la ropa del armario encontró lo que jamás pensó volver a usar después del accidente: una pistola colt government 1911 A1, un arma que su padre logró obtener después de prestar su servicio militar con honores, los mismos que noche tras noche no lo dejaban dormir por lo que había tenido que hacer para sobrevivir en la última guerra. Cuando Oscar tenía 7 años, la misma edad de su hijo hoy desaparecido, su padre Pedro le mostró el arma por primera vez, solo por contarle lo que él hacía en la milicia. Sin embargo, su curiosidad, como todo niño travieso, hizo que un día tomara la pistola a escondidas para ir a jugar con ella a los soldados. En el parque todo trascurría normal mientras el niño jugaba a la guerra de Afganistán de principios del siglo XXI, un conflicto que veía en televisión y sobre el que les hablaba un vecino que venía de una nación desarrollada; era una extraña invasión de los aliados en busca de venganza por los ya olvidados atentados terroristas, pero que en el fondo fue una excusa en busca de nuevos recursos petroleros, que hoy como todo lo del mundo concebido en torno al dinero era solo un reflejo de un pasado borroso que nadie quería recordar… En el momento en el que estaba apuntando a un árbol, simulando que era un enemigo, su madre Alba lo pudo divisar y salió en su encuentro para reprenderlo; pero en cuanto Oscar escuchó la voz de su madre, se asustó y el arma se disparó pero hacia un objetivo diferente… - “¿Qué haces con eso?”, gritó Margot. Al tener la pistola en sus manos después de tantos años, su cuerpo sudaba frío por los nervios, sin embargo, la sostenía fuerte y seguro, así que el ir a buscarla solo significaba una cosa: estaba decidido, resuelto a hacer lo que fuera necesario para encontrar a sus hijos. - “Voy a hacer lo que debí hacer hace rato, es todo; las 6 horas ya empezaron a correr”. Mientras el tiempo pasaba, Paula, Margot y Johnny, empezaban a empacar maletas con los suministros básicos, porque sabían que en cuanto se cumplieran las 6 horas, cualquier cosa podría pasar. Para ese momento era la 1 de la tarde es decir que a las 7 de la noche Óscar saldría por la puerta sin importar nada. A eso de las 3:15, el teléfono timbró. Todos se quedaron mirándolo con miedo e intriga. Podía ser una mala noticia sobre Juan y Dabi, podría ser el abuelo que ya había llegado a otra ciudad, en fin. Paula contestó temerosa: - “¿Hola?”. - “Señorita Paula, soy Germán, el vecino de la casa azul. ¿Revolución?”. - “¿Revolución?”, dijo Paula confundida. “¿Qué quiere decir con ‘revolución’, señor Germán?”. Hubo un largo silencio, pero luego, al sopesar el tono de su voz, al recordar que Paula era su vecina, una Rodríguez, una fuente confiable, sutilmente le comentó que la gran mayoría de los habitantes de Sunshine estaban en contra de la militarización de la ciudad. - “Creemos que nos están reprimiendo y escondiendo algo importante; es por esto que desde hace varios días hemos planeado con la mayor discreción posible un acto de oposición contra la alcaldía, una ‘revolución’, y vamos a luchar por nuestra libertad y por el derecho de saber qué es lo que está pasando, además de que la poca cantidad de agua que cae por las llaves se acabará pronto y vamos a morir deshidratados si no hacemos nada”. - “¡Dios santo! ¿Y cómo planean hacer tal cosa?”, cuestiona Paula. - “No ha sido fácil, muchas personas tienen miedo de lo que pueda ocurrir, pero si no nos arriesgamos no vamos a conseguir nada. ¿Contamos con su apoyo?”, dijo el vecino. - “Cuente con nosotros”, interrumpió Óscar, cuando le quitó el teléfono a Paula. - “¡Ah! Señor Óscar, me alegra saber eso, y lamento mucho lo sucedido con sus hijos, seguro que ese es el motivo por el que quiere luchar”. - “Así es. ¿A qué hora empieza el movimiento?”, preguntó Óscar con una voz seca y que inspiraba temor. - “Bueno, en realidad faltan menos de 2 horas, los ciudadanos saldremos a las calles a las 5 en punto, con escobas o cualquier cosa que podamos usar para defendernos”. - “A las 5. Muy bien, señor Germán, a esa hora saldremos”. La conversación no duró más de 2 minutos, pero en ese tiempo Paula, la más joven y vulnerable de los 4 Rodríguez que quedaban en casa, imaginaba lo peor y sentía que todos los ciudadanos estaban a punto de encender la chispa de una posible guerra civil. “Se perderán vidas”, no dejaba de pensar la joven de 26 años, con un título de veterinaria, soltera, y quien terminó viviendo esta situación por estar de vacaciones en el pueblo de sus padres, lejos de su vida en la gran ciudad, de sus comodidades, de sus sueños y, lo peor, ahora en medio de una posible guerra, sin poder creer lo que la falta de agua llegaría a causar. Faltando 10 minutos para las 5, Óscar, en su papel de liderazgo, decide repartir cuchillos de cocina a sus familiares para que puedan defenderse de posibles ataques por parte de los militares, algo que no estaba entre los planes de nadie, pues lo que inicialmente querían era protestar y exigir respuestas frente a lo que estaba pasando. - “¡No voy a herir a nadie Óscar!”, grita Paula con voz histérica. - “Pues si no lo haces te van a herir. Es lógico que el gobierno nos quiere mantener encerrados y desinformados del mundo exterior y muy pronto el agua se nos va terminar, así que bebe un poco y toma este cuchillo”, repuso Óscar. Aunque temerosa, Margot también toma un cuchillo, en el afán de salir en busca de sus dos hijos extraviados, y Johnny hace lo mismo. - “¿Recuerdan lo que papá nos contaba sobre la segunda guerra?, ¿recuerdan que cuando éramos niños jugábamos a luchar?, pues esto ya no un juego, así que hagan lo que tengan que hacer”, concluyó Óscar antes de abrir la puerta, justo a las 5 en punto. Sorprendentemente los soldados que custodiaban su casa no estaban ahí en ese momento, lo que despertó dudas en los Rodríguez, quienes caminaron hacia la calle muy sigilosos, con sus maletas colgadas en la espalda y con los cuchillos en mano, incluso Paula. De repente, en la esquina de la siguiente cuadra, divisan una gran multitud de personas marchando con palos y gritando. Todos, en su inconsciente, habían planeado algo más que salir y exigir explicaciones; era tal su angustia que iban ‘armados’ hasta los dientes. El panorama no podía ser más lamentable y preocupante; de un costado, un grupo de militares con sus escudos antimotines se preparan para intervenir. Al parecer las autoridades sospechaban los planes de los ciudadanos y se habían preparado. Del otro lado, la multitud corría hacia los militares y se formó una especie de batalla campal. Óscar corría con un bate de béisbol en mano y la pistola y el cuchillo escondidos; Johnny iba tras él. Margot y Paula decidieron refugiarse detrás de unos árboles ubicados en la acera, pero con los cuchillos en punta por si necesitaban intimidar a alguien. Los dos bandos se encontraron. Los militares contaban con equipos de protección, sin embargo, el número de ciudadanos aumentaba en cada calle y todo parecía indicar que nada bueno quedaría de este enfrentamiento. Un militar toma a Johnny de la maleta y lo acuesta en el piso y empieza a golpearlo dándole patadas insistentemente; Óscar divisa esto y sin dudar saca la pistola de su padre y dispara. La bala rápida y certera se clava en el hombro del militar, quien inmediatamente cae al suelo aún vivo pero desangrándose, lo que ellos aprovechan para escapar de allí. El sonido del disparo causó temor y parálisis en las calles de Sunshine, que nunca en su historia había vivido algo similar. El militar había sido la primera víctima mortal de lo que podría convertirse en una guerra civil y su mártir no había sido nadie más sino Óscar Rodríguez, el padre de los extraviados Dabi y Juan, quien al parecer había perdido todo rastro de cordura por el hecho de no poder salir en busca de sus hijos, y fue en ese momento de ira y confusión cuando los militares actuaron con más fuerza, sin el menor rastro de humanidad y sin importar que se tiñera un manto de sangre en el pueblo de Sunshine, pues su objetivo era solo uno: hacer que todos volvieran a encerrarse en sus hogares y ahora sí, totalmente llenos de pánico, no volvieran a salir durante un buen tiempo. Capítulo VII DOS GOTAS DE SANGRE POR UNA DE AGUA Andrés Felipe Merlo Rodríguez La pelea se alza en las calles, empañando la imagen de un simple pueblo que vivía tranquilo alejado de la ciudad, pero que ahora se hundía en el desespero porque ya no encontraba salida alguna; la situación se agravaba, el agua se acababa y solo quedaría en el recuerdo de aquellos que pudieron disfrutarla y de esos mismos que la desperdiciaron creyendo que era eterna. Lo ciudadanos de Sunshine continuaban acechando al ejército, que no contaba con que los habitantes tomasen represalias ante la represión que este les imponía, de la mano del gobierno nacional y sin una justificación real. Entre ellos Óscar, con un arma en la mano, con una actitud y un semblante desconocido, disparaba a cuanto militar se cruzaba en su camino, mientras Margot y Paula observan la batalla campal y a Johnny levantándose de nuevo y limpiándose la sangre producto de la golpiza; el panorama se tornaba más tenso, los ciudadanos de Sunshine empezaban a tomar la delantera, desatando un grito de guerra con el fin de hacerse escuchar y retomar la tranquilidad de su pueblo, que aunque intermitente calmaría los nervios de muchos. Golpes iban, golpes venían, y el conflicto en su auge empezaría a hacer de las suyas; Johnny luchaba con fuerza, sin importar sus heridas ni sus fuertes dolores, nada impedía defender a su pueblo, que llevaba ‘armas’ improvisadas en sus manos. De repente, de entre los soldados sale uno que levanta un arma y divisando a Johnny le apunta en el pecho y le dispara; sabía que debía matar al menos a uno, para ‘hacer’ justicia y por eso, tembloroso, sudando copiosamente, diciéndose a sí mismo –(Dios perdóname, pero si no es él soy yo), haló del gatillo y desenfundó tres disparos que impactaron en el pecho del muchacho. Los pueblerinos escucharon la cadena de disparos y dieron vuelta junto con los militares para observar a quién le habían llegado estos; Johnny cae de espaldas en la tierra y Margot y Paula que observaban todo, se soltaron en un llanto estremecedor, y corrieron por él para socorrerlo, Óscar que estaba luchando, abandona todo y corre hacia el asesino lanzando un disparo a la cabeza que termina por incrustarse en el cráneo, matándolo instantáneamente. Paula toma la mano derecha de Johnny y llorando junto con Margot le empañan el rostro sucio. Ellas no pueden creer lo que acaba de suceder, hacía unas semanas vivían felices y ahora ya había muerto uno de ellos. Óscar se integra a sus hermanas, anonadado por lo acontecido, y Johnny en su último suspiro dice a sus familiares: - Cuiden de mis papás, díganles que los amo mucho; a mis hermanos, que gracias por todo lo vivido hasta entonces y que les den de su parte un abrazo y un beso a Dabi y a Juan, que su tío, ahora desde el cielo, los va a cuidar”. El llanto se agudizó más, y los habitantes de Sunshine disminuidos, sin fuerzas y sin ninguna motivación decidieron volver a sus casas; nunca imaginaron lo que podrían hacer apenas dos armas, la de un civil y la de un militar, porque todos los demás solo tenían ‘objetos’ que causaron daño, pero no muerte; en cambio, esas dos fueron suficientes para dejar más de una docena de muertos. Margot, Óscar y Paula abrazaban el cuerpo de Johnny, mientras que arriba, el cielo empezaba a nublarse; el sol se escondió pero no para darle paso a la luna, pues venía algo más, las nubes cubrieron el firmamento y unas delicadas gotas de lluvia caían en el devastado pueblo; todos arrojaban al piso sus ‘armas’ y atónitos dejaron que la lluvia cayera sobre ellos; algunos lloraban por el fenómeno, otros intentaban beberla y los faltantes se lavaban el rostro, dejando de lado la mugre y la inmundicia, no solo de su cuerpo, sino de sus almas. La lluvia empezaba a caer con más fuerza, pero cuando todo parecía cambiar, cesó y dejó estancada la alegría de un pueblo que hasta ese instante no tenía razón de vida. El Gobierno de Paislandia, donde se encontraban Sunshine y Sunshalle, recibía un informe de lo sucedido aquel día, las pérdidas oficiales y la muerte del pueblerino, algo que enfadó al presidente Julio Salazar, un hombre de tez morena, de ojos negros brillantes, con un peinado hacia el costado izquierdo intacto por la gel que se aplicaba y adornado por unas finas canas, síntoma de su edad; tenía un aspecto respetable, de gran altura, traje siempre impecable que adornaba con una insignia de la flor de lis en un ojal de su atuendo presidencial. El presidente se pronunciaría ante lo sucedido y decretaría alerta roja y zona de guerra en el pueblo de Sunshine, incrédulo al contrastar la baja de soldados, difícil de creer porque se enfrentaron a un pueblo que solo tenía palos, bates y otros objetos, excepto uno, el del arma. Pese a que la gente se había encerrado, no quería más sorpresas, por lo que ahora Salazar decide enviar helicópteros, tanques, vehículos de combate y todo lo necesario para tener más controlada esta parte del país, que parecía habérsele salido de las manos, cuando lo único que necesitaban era que estuvieran en sus casas sin salir, para poder ejecutar el plan que tenían en mente desde hace un buen tiempo y que por cosas del destino involucraría a los habitantes de Sunshine. El plan que barajaba el Gobierno paislandés se hacía llamar ‘Komodo’, en honor a un lagarto que habitaba en el desierto. Este proyecto ya existía desde antes de la divulgación de la escasez del agua, cuando estudiaban la posibilidad y tenían la solución en caso tal de que esto llegase a pasar; ahora solo necesitaban esperar a que los medios dieran la noticia, para llevar a cabo la estrategia. Era el momento de darla a conocer oficialmente. Komodo consistía en sacar agua de la última fuente subterránea que yacía en un árbol, cerca de la provisión de las siete cascadas de Sunshine. El árbol debía ser talado y sacar de este nuevas semillas para crear otros y así sucesivamente, con el fin de tener líquido inagotable y luego venderlo muy costoso o cambiarlo por petróleo. Con lo que no se contaba era con que dicho árbol estaba debajo de la ciudad de Sunshine, fue por eso que el presidente dispuso militarizarlo semanas atrás, para poder empezar con las excavaciones, sin prever la reacción de la gente ni la pérdida de algunos de sus soldados, que no estaban bien armados, precisamente porque el mayor armamento estaba concentrado en otro lugar, listo para iniciar una guerra con otro país si fuese necesario. Clara, la secretaria del presidente, y su confidente desde hacía 15 años, le llevaba cada mañana un tinto a su oficina, le hacía un resumen de los acontecimientos más importantes del mundo. Ese día, le colocó sobre su escritorio el plan y el expediente de análisis de ‘Komodo’. - “Señor Presidente, estamos listos para llevar a cabo el plan, solo necesitamos de su aprobación”. - “Bien Clara, ordene el toque de queda y envíe todo el armamento en dirección a Sunshine; este plan se debe llevar a cabo sin importar cuánta sangre se deba derramar para salvar los recursos de nuestra patria, por encima de todas las cosas debemos mantener nuestro nivel de vida…”. Los ojos de Clara se fijaban en el rostro de quien tanto la atraía y que hoy en día era el presidente de Sunshine, con quien había tenido encuentros fugaces en moteles oscuros alejados de las cámaras de los medios y de sus respectivos cónyuges, para escabullirse como amantes furtivos. - “Entiende que la supervivencia, incluso la de la humanidad entera, puede peligrar si dejamos que nuestros vecinos sepan que almacenamos nuevos suministros confiables de agua, todos vendrán a invadirnos. Espero que esta orden sea entendida como un avance para salvar la vida de las generaciones por venir y de establecer un orden que beneficie a los países más débiles”, sostuvo el presidente, con ese sutil tono de seducción con el que miles de votantes caerían sumisos a sus pies en sus dos primeras elecciones. Capítulo VIII LA VERDADERA OPERACIÓN ‘KOMODO’ Fabián Enrique Chaux Los tres únicos medios de comunicación de Sunshine (radio, televisión y periódico) eran cómplices de Julio Salazar, quien recién llegó a su cargo como presidente los había ‘consentido’ en una reforma a la Ley de Prensa en la que se registraba que ellos eran los únicos medios confiables, de ‘gran transparencia’ a la hora de informar, descalificando a cualquier medio independiente, controlando el acceso a internet y consolidando un nuevo monopolio. Y fueron estos medios los encargados de anunciar que la operación ‘Komodo’ sería ejecutada, con el fin de “tener una conexión con Sunshalle, para que en caso de una emergencia ecológica mayor, por las voraces soleadas, se pudiera evacuar a la comunidad y protegerla del desastre aún peor que vendría”. Una razón muy loable, esperanzadora y de gran receptividad entre la gente, de esas que ‘enamoran’ y dan votos. Así era, al menos en la teoría. Pensaban que a partir de ahora, con las excavaciones, las familias no se asustarían; que estarían tranquilos pensando que las máquinas y el ruido eran soportables porque estaban trabajando para construir bases militares e infraestructura para proteger al pueblo de ataques vecinos e, incluso, de las avanzadas de tropas enemigas ansiosas por encontrar nuevas reservas de agua mediante la invasión de sus territorios. Sin embargo, no coincidía su pensamiento con el de los habitantes de Sunshine, quienes sabían que les estaban mintiendo y reconfirmaban que eran víctimas de un acto oscuro y lamentable. Entre las familias aún quedaban padres y abuelos ‘veteranos de mil batallas’, que se las ‘olían’ todas, y trataban de escudriñar por algún agujero o de armar el rompecabezas cuyas piezas habían comenzado a aparecer semanas atrás con los primeros anuncios de la escasez de agua, con la ‘custodia’ de los militares las 24 horas, los enfrentamientos, las muertes y el hecho de que este pueblo, antes olvidado, alejado de todos, ahora fuera centro de programas supuestamente importantes. Cuando aparentemente todos dormían, muchos de los habitantes de Sunshine trataban de entender qué estaba pasando, y los cuchicheos se confundían con los trinos de las aves, que también parecían estar llenas de tristeza y de dolor, como testigos de la lamentable situación. En casa de los Rodríguez, esa noche, por ejemplo, Óscar y Paula hablaban en secreto. Era la 1 de la madrugada. Margot tampoco podía conciliar el sueño y al escuchar el ronroneo preguntó qué pasaba. - “¿Acaso hay algo que no sepa? No estarán tramando nada, ya hemos sufrido lo suficiente, ni una pérdida más podría soportar. Es cierto que no tenemos agua, pero hay que tranquilizarnos”, les dijo. - “No pasa nada, mi amor. Solo estamos hablando de nuestro hermano Johnny, de su inesperada partida a la eternidad y del miserable e irracional soldado que pudo haberle disparado en una pierna, pero prefirió el pecho, causando esta gran tragedia en la familia”, respondió Óscar. Margot suspiró profundamente y en silencio se fue a la cama. La verdad era que Paula y Óscar planeaban salir y ver qué era realmente lo que hacían los hombres del presidente, y hacia donde se dirigían los carrotanques. Nada los iba a detener. Por eso, cuando observaron por la ventana que había un soldado sentado en la puerta de su casa custodiándolos, entre dormido y despierto, Óscar, en medio de la ansiedad por su libertad para ir en busca de sus hijos y de conseguir el preciado líquido, no dudó en darle un golpe en la cabeza con una botella, dejándolo inconsciente, amordazado y escondido. Sabían que no tenían mucho tiempo antes de que amaneciera y se dieran cuenta de la ausencia del ‘vigilante’. Fueron presurosos, agitados, a la casa de su vecino Germán, la de paredes azules y ventana en madera oscura, tocando suavemente en su ventana. ¿Cómo hicieron para salir?, preguntó. Óscar y Paula le explicaron todo y lo convencieron de acompañarlos por el mismo camino en donde un día se perdieron Dabi y Juan. Corrieron mucho y sin saber cómo, por entre los recovecos, árboles otrora verdes y firmes, con una selva tropical antes exuberante, llena de una gran biodiversidad, y ahora con pocos ejemplares y bastante seca, llegaron a donde menos imaginaban y no podían creer lo que se levantaba ante sus ojos: unas máquinas enormes parecieran estar arañando la tierra, y detrás de ellas las cuevas donde estaban las inmensas cascadas que cobijaban una fuente hídrica de agua dulce, quizás una de las más grandes del mundo. Estaban, simplemente, ante la verdadera operación ‘Komodo’. Solo en ese instante descubrieron o, mejor aún, confirmaron sus sospechas: todo lo que les decían los medios de comunicación era una total falacia. Estaban ocultando el robo del agua, liderado por los mismos gobernantes con propósitos distintos a proveer del líquido a la comunidad. Bastaba mirar en frente, al otro lado de la montaña, para ver la cantidad de carros que subían y bajaban llevándose el agua, mientras Sunshine y sus habitantes ‘morían’ de sed. Paula, Óscar y Germán, angustiados, se dieron cuenta de que vivieron durante muchos años cerca de una fuente casi inagotable de agua dulce; estaban muy confundidos, sorprendidos e inquietos. - “¡Dios mío!, ¿qué es esto?”, dijo ella. - “¿Hace cuánto tiempo estamos viviendo debajo de este legado paraíso de la naturaleza?”, agregó Óscar. Ensimismados por el hallazgo, su inquieta mente no se quedaba quieta; ahora querían ir al fondo, al sitio final en donde se estaba depositando el agua y por eso cogieron camino por la zona boscosa de Sunshine, cerca del valle, para buscar otro atajo a las cuevas que borboteaban de agua pura y cristalina. Convertidos ahora en tres prófugos, habían caminado por horas. Eran aproximadamente las 6 de la mañana y por fin ubicaban la represa, una gran reserva de agua que no dudan en beber y disfrutar, como si fuera la primera vez; parecían niños felices y encantados con un juguete nuevo, hasta que Óscar se detiene y los empuja para que salgan pronto de allí. - “La imaginación de ese malicioso presidente y sus secuaces no tiene límites; están tratando de salvarse ellos, cuando lo que debieron hacer hace años fue enseñarles a las comunidades a cuidar el agua. Hoy no padeceríamos esta terrible tragedia”, dice Germán. Cuando el sol se levantaba en las montañas, Margot despierta, siente un frío penetrante que recorre su cuerpo y queda paralizada al ver que su esposo y su cuñada no están. Presurosa recorre la vivienda y se encuentra con un soldado tratando de desamarrarse. Ella, ingenuamente, lo ayuda, le quita una cinta que le impedía gritar y él la empuja sin compasión alguna y comienza a llamar a sus compañeros: - “¡Ayúdenme, soy Gutiérrez!”. Los demás soldados entraron, tumbaron la puerta de la casa de la familia Rodríguez y se llevaron a Margot, quien sin entender nada, abrumada y angustiada ante tanta pregunta y atropello, fue culpada de complicidad por la fuga de tres personas más de la familia Rodríguez. La orden de iniciar el operativo en su búsqueda no daba espera. Capítulo IX LA REBELIÓN: TODO O NADA Camilo Andrés Serna Cruz Paula, Óscar y Germán, abatidos, descorazonados, decaídos y completamente desilusionados por su hallazgo en las entrañas del bosque, se esconden durante unos días y luego emprenden camino de regreso a Sunshine, pensando qué será de su vida de ahora en adelante, desconociendo el destino de sus familiares. ¿Se encontrarían bien? o ¿habrían muerto de hambre y sed en su intento por subsistir? Caminando de regreso a casa, no podían creer lo que estaba ante sus ojos. Caseríos despoblados; otros llenos de mesas y butacos tirados por todas partes, y lo peor, paisajes inertes sin ninguna evidencia de que alguna vez la vida brillase en tal lugar. En ese momento, los ojos de Óscar se posaron sobre la apocalíptica escena de miles de cabezas de ganado muertas, tiradas en el suelo seco, amarillento, polvoriento, mientras el desolador silencio era la evidencia más clara de la ausencia de algún asomo de vida humana. La obvia pregunta ante este entorno desgarrador sería ¿dónde estaban todos?, ¿qué había sucedido con estas gentes? Cada uno iba sumido en sus propios pensamientos, no se oía ni un murmullo, ni un suspiro; con el sol en pleno ardor, sudorosos y con mucha sed, parecían divagar horas en el bosque, sentían que de venida habían gastado mucho menos tiempo o tal vez iban tan decididos en ese momento que no sintieron el pasar de las horas ni de los kilómetros, como sí lo sentían ahora de regreso; Óscar, en cabeza del grupo, miraba el bosque un poco desesperado, su rostro expresaba angustia y preocupación. Aceptando su responsabilidad, hizo un alto en el camino, suspiro y dijo: - “¡Creo que estamos perdidos!”. Paula al escuchar tal cosa, no soportó más y emocionalmente se derrumbó. Con voz desesperada, un llanto muy lamentable y gastando la poca energía que le quedaba, gritaba con todas sus fuerzas: - “¿Por qué tiene que pasar todo esto?, ¿Por qué a nosotros, a nuestro pueblo, a nuestra familia?, ¿POR QUÉ, POR QUÉ?, ‘¿Acaso hemos sido malas personas para merecer tanta desgracia? ¿POR QUE?”. Óscar y Germán se miraron y luego bajaron su cabeza, tratando de esconder tanto dolor, tristeza y decepción reflejada en sus rostros, y no se les ocurrió una sola palabra para intentar calmar los lamentos de Paula, que se confundían con el eco de los pocos animales que quedaban en el bosque semiseco, muchos de ellos a punto de morir. Decidieron quedarse en ese punto, recobrar un poco de fuerzas para así seguir en busca de una salida. Lo que ellos no sabían era que no se encontraban solos: los gritos de Paula alertaron sobre su presencia en el bosque. Al cabo de una horas Germán escuchó ruidos entre la maleza, como si alguien se moviese entre ella. - “¡Siento que alguien nos está mirando!, ¡Creo que no somos los únicos en este bosque!”, dijo. Pero Óscar replicó con seguridad y un tanto brusco: - “Yo no escucho nada. Creo que la falta de agua nos hace alucinar”. Pasa el tiempo y la tensión en el vecino aumenta, pues cada vez su interior le dice que algo grande se avecina. Listos para partir, de repente son abordados por diez hombres armados hasta los dientes, con pañoletas cubriendo sus rostros, que les gritaban: “¡Un solo paso más y se mueren!”. Asustados, y sin saber qué estaba ocurriendo, levantaron suavemente sus manos, soltando un par de palos con los que se habían armado en el bosque. Claramente no eran militares. - “Si lo fueran, no tendrían pañoletas en sus rostros ni esa ropa que traen puesta”, dijo Germán. Los llevaron amarrados el uno al otro, caminaron por el bosque alrededor de unos 15 minutos, hasta llegar a una pequeña aldea. Pero, algo estaba mal con esta aldea, pues no habían mujeres o niño alguno, solo hombres armados que, en concepto de Paula no parecían personas malas, sino angustiadas y totalmente agotadas. Llevándolos con Mateo, su líder, se enfrenaron a un fuerte y largo interrogatorio. - “¿De dónde vienen?, ¿quiénes son?, ¿qué hacen allí?, ¿acaso son espías de este gobierno corrupto?”. Óscar se animó y de un grito contestó: - “No. No lo somos. Al parecer los odiamos tanto como ustedes!”. - “¿Entonces, qué hacen en nuestro bosque?”. Paula, un poco más calmada de su ataque de ansiedad y angustia, les explicó que eran ciudadanos de Sunshine, cansados de tanta opresión y en busca de respuestas. - “Seguimos un camión que transportaba agua hasta una represa que tiene el gobierno escondida a unas cuantas horas de aquí; luego buscábamos el camino de regreso a casa, nos perdimos en el bosque y ahora estamos aquí, amarrados y a su merced”, explicó la joven. Mateo, el líder de este grupo de rebeldes, escuchándola mientras la miraba a los ojos, vio tanta sinceridad en ellos que dio la orden de soltarlos, darles agua y pan. Extrañado con todo esto, Óscar solo atinó a preguntar quiénes eran ellos y por qué los iban a dejar libres, guardando un largo silencio, mientras pensaba que eso también era algo sospechoso, que no podían ser tan solidarios y desinteresados. - “Somos simples ciudadanos de Sunshalle, igual que ustedes”, dijo Mateo. “Padres, tíos, abuelos, sobrinos y hermanos, cansados de la manipulación de un gobierno corrupto, cansados de ver a nuestras familias sufriendo, con sed, muchas de ellas enfermas, deshidratadas, sin recibir atención alguna. Llámanos mercenarios, revolucionarios o como se te ocurra, pero la verdad es que somos la representación de un pueblo humillado y débil, en busca de respuestas y soluciones, al costo que sea necesario. Anteponemos nuestras vidas por el bienestar de nuestras familias. Si lo desean, son bienvenidos, pero sepan que algo grande se avecina y nosotros haremos parte de ello”… De nuevo, los Rodríguez se enfrentan a un camino sin salida, cada vez más separados, más alejados y hasta perdidos, lamentando que esa familia unida y amorosa haya sido la primera víctima de una lucha por el preciado líquido, que aún no permitía saber cuál sería el destino final de cada uno de ellos. Capítulo X ¡ALGO GRANDE SE AVECINA! Carolina Solano Tibaquicha Óscar estaba anonadado y sin palabras, ya no tenía la menor duda: la escasez de agua había desatado el mayor conflicto de su pueblo, de la nación y del mundo, y aún faltaba mucho por ver y padecer. Su familia ya reflejaba la catástrofe: un muerto, dos niños desaparecidos; él a punto de enlistarse con unos mercenarios, revolucionarios, y sin saber cuál habría sido la suerte de los abuelos ni de los otros integrantes de la familia que se quedaron en casa, cuando los militares notaron que él, Paula y Germán, el vecino, habían escapado. Definitivamente, sus vidas habían cambiado radicalmente, comenzando porque fueron ‘obligados’ a tomar caminos diferentes, por necesidad, por rebeldía, por falta de organización, de precaución, por sentirle alejados de los peligros y seguros en su casa del campo; y ahora cada uno solo estaba lleno de confusión, de temor, de angustia, sin que una sola gota de agua se dejara tocar y con la muerte rondando en todo momento. ¿Volverían a cruzarse sus vidas? ¿Podrían reconstruir el hogar que tanto tiempo les llevó solidificar? Su situación actual hacía prever que tal vez no volverían a verse. Mientras pensaba y a la vez discutía con los rebeldes de la aldea, se oyó a lo lejos una vocecita que gritaba. - “¿Líder de la rebeldía, me podría regalar agua, así sea embotellada?”. Óscar no lo podía creer. Su corazón palpitaba aceleradamente, no sabía qué hacer, tartamudeaba, balbuceaba. Estaba seguro de que esa vocecita que había oído, tan suave, tan inentendible, era la voz de su hijo Dabi. La reconoció de inmediato. Sintió que un pedacito de su alma volvía a su cuerpo, que el destino los había vuelto a reunir, que volvía a vivir. No sabía hacia dónde correr, a dónde ir, y comenzó a gritar: - “Dabi, Juan, hijos míos, ¿son ustedes’, ¿dónde están’, ¿dónde?” El emocionado padre parecía enloquecido. En segundos Paula y Germán trataron de tranquilizarlo, insinuando que tal vez era el cansancio el que lo hacía delirar. Pero, él seguía insistiendo en que había escuchado a Dabi. El comandante Mateo entendió en un instante la situación y mandó llamar sacar a los niños de la caja. Padre y tía no lo podían creer. Se fundieron en un gran abrazo, lloraron y besaron la madre tierra en agradecimiento. Durante horas hablaron y hablaron. Dabi y Juan se interrumpían tratando cada uno de ser el primero en contar sus aventuras; afirmaron que durante días caminaron sin prisa, explorando lo poco que tenían a su alrededor, sintiéndose los héroes de las historias de su abuelo. Estaban perdidos definitivamente y sedientos también, lejos de imaginar que nuevamente caerían en manos de un grupo de rebeldes, esta vez más parecidos a ellos, con sus costumbres, su mismo acento, aunque malhumorados y bruscos; diferentes en todo sentido a los de la otra aldea, la de Clara y Rubén. Eran solo hombres, con un líder que observaba los rostros de los pequeños de tal forma que les produjo mucho susto y hasta angustia, sentimientos que crecieron cuando ordenó encerrarlos en una extraña celda en forma de caja, con un orificio cuadrado; un lugar estrecho, feo, de olor desagradable, que no les permitía ni moverse. Allí llevaban tres días, tiempo en el cual solo los sacaban para darles algo de comer y para que estiraran sus piernas y brazos, segundos en los cuales nunca vieron a otros niños, tampoco mujeres. Óscar miró a Mateo con furia, pero él solo atinó a explicar que no los escondieron por maldad, simplemente porque no sabían qué hacer con unos niños y no querían que esto se convirtiera en su punto débil, cuando los militares se dieran cuenta de su presencia... Entonces se disculpó y se sintió intrigado por algo que dijeron los niños: habían hablado de otra aldea, de otras personas, ¿estarían inventando historias?, ¿sería realidad?, ¿cuánta gente más estaría en Sunshine y en Sunshalle queriendo robarles el agua? Durante horas, los niños contaron sus travesías, hablaron de Clara, de Rubén, de las casas bonitas, de que tenían allí mucha agua. Estaban todos concentrados en sus historias cuando llegó Roque, uno de los integrantes de este grupo de rebeldes, quien había salido de madrugada en busca de provisiones y se encontró en una tienda alejada con unas personas que tenían pinta de extranjeros, no solo por su aspecto, sino por el idioma; afortunadamente él era de los pocos letrados de la región, había vivido en Europa y alcanzó a entender que eran delegados de naciones poderosas. Estaba en lo cierto. Potencias mundiales como Carpline, Alrechty, Lakidmag y Bai-Quo no querían morir de sed y sus científicos habían llegado a una misma conclusión, las últimas reservas de agua debían ser grandes fuentes subterráneas que proveían áreas netamente pobladas de naturaleza, especialmente la cascadas dulces de Sunshine, de cuyas fuentes hídricas provenientes de años de humedad de la tierra emanaría el agua de la que dependería el futuro de la humanidad. Era fácil predecir la situación. Estos países tenían también su plan komodo para ‘robarse’ el agua de este pueblo, pues si bien estaban preparados y contaban con recursos materiales para sobrevivir a la guerra, no así a la escasez de agua. Su estrategia militar, la que conocería el mundo tiempo después, consistía en poder llegar al territorio donde se encontraban las fuentes subterráneas, la salvación, y ‘ofrecer’ ayuda al país local, gracias a sus enormes avances tecnológicos y a los recursos económicos, pues la plata era lo de menos: se ufanaban de tener el mayor capital tecnológico y económico que cualquier otro lugar del planeta. Pero, por si acaso no les interesaba la propuesta, tenían también un arsenal armamentista para atacar. Su primera ‘arma’ era un minúsculo aparato, más pequeño que un mosco o avispa que observaba el movimiento y escuchaba todas las conversaciones. Por eso ya sabían el plan ‘Komodo’ de Paislandia. El dispositivo, la mayor inversión que habían hecho, se encargaba de viajar más rápido que un avión y que la misma onda, y les había permitido dar una jugada maestra: robar información valiosa, y ahora les bastaba con amenazar al presidente. Pero, aunque en teoría eran aliados, dos de las naciones querían el conflicto armado como primera y única medida. Su lema era ‘duelo, guerra y victoria’. Lakidmag, en tanto, era una potencia en el enfoque de la biotecnología para el desarrollo de la modificación y creación de la vida, y apoyaba la negociación con el presidente Julio Salazar, ‘vendiendo’ a la vez la idea de hacer uso de la interacción celular de los seres vivos, involucrando la medicina, la química y la industria alimenticia. Días después, estos delegados hablarían oficialmente con el presidente Salazar, presentando su propuesta directa: querían el 50 por ciento de la fuente del árbol para poder envasar el agua en botellas de plástico, perfectamente esterilizadas y libres de virus o bacterias. Si no aceptaban, había dos caminos: la guerra o infectar las fuentes de agua con organismos biológicos que causarían daño a sus habitantes, y prontamente dejarían sin vida a todo un pueblo con sed. Obviamente, no todos estaban de acuerdo. Lakidmag no quería el 50%, lo quería todo. Capítulo XI EL REENCUENTRO DE LOS CUATRO SABIOS July Andrea Amado Montenegro Mientras Óscar y Paula celebraban el reencuentro con sus dos hijos y sobrinos, respectivamente, anhelando encontrar a los demás miembros de la familia, Margot seguía detenida; sus otros hermanos se habían marchado, y en la casa de los Rodríguez todo era desolación y tristeza. Lejos de allí, Alba y Pedro, los abuelos, también tenían el mismo anhelo. Seguían marchando por entre el bosque y estaban próximos a llegar, sin saberlo, a la ciudad de Sunshalle, lamentando lo que estaban viviendo pero también la desgracia de muchas familias que vieron a su paso. Alba quería poder borrar de su mente lo que vio en Sie (que irónicamente significa agua), donde familias enteras lloraban a sus víctimas, mientras la inclemente mancha de la sequía desgarraba a su paso los recuerdos de una vida bendecida por la naturaleza, o lo que había en Sipanaya, en donde una cruz negra y morada en las puertas era señal de que la muerte había pasado por allí, llevándose a varios niños en severo grado de desnutrición, por la falta de agua para el sostenimiento de los cultivos y el incremento de la sequía. Cada tormentoso paso del camino era la representación de una sociedad al borde del colapso, donde hordas de personas, cansadas de caminar en busca de agua, desfallecían ante las inclemencias del tiempo; o en donde la falta de herramientas de sanidad pública, de un sistema digno de acueducto y alcantarillado solo frustraba el sueño de ver crecer a sus hijos y nietos. Después de interminables horas de camino, cansados y sedientos, una luz parecía salir al final del túnel. Antes de entrar al pueblo se desviaron por la carretera en donde había un aviso que indicaba que allí, a unos metros, había un teléfono público, Era un vetusto teléfono que se transformaba en la posibilidad de averiguar la suerte de sus familiares, y por eso, no dudaron en correr hacia él. Justo en ese momento escucharon el sonido de una quena, instrumento de los indígenas que hace mucho no oían, y que los obligó a voltear su cabeza en busca del origen de este, visualizando a lo lejos a un hombre cuya figura diminuta iba aumentando a medida que también se acercaba a ellos. Era Jill, el viejo amigo del servicio militar de Pedro, quien con una gran sonrisa y haciéndoles una seña para que lo siguieran los condujo hasta un paradero de carros abandonados. ¡No lo podían creer! Definitivamente, el mundo era indescifrable, lleno de sorpresas que a veces no entendían si serían cosas del destino o que Sunshine y Sunshalle estaban muriendo y ya era fácil encontrarse en cualquier rincón. Después de tantos años, volver a verse, reconocerse, mirarse, hablarse. Él los llevó con Wucon, el gran cacique indígena, que años atrás había ayudado a Jill y a Pedro a sobrevivir en la inclemente selva, el mismo que le había presentado décadas atrás a Alba. Los cuatro se abrazaron y lloraron, envueltos en una serie de sentimientos encontrados, en una mezcla de nostalgia y alegría, pero también de esperanza, porque entre todos podrían lograr muchas cosas, incluyendo salvar sus vidas de los peligros, y recuperar a la familia de cada uno. Jill no podía creer que los había encontrado y hacia bromas a Pedro sobre las aventuras que juntos vivieron; mientras que Wucon y Alba estaban más serios, preocupados por un futuro tan incierto. Wucon recordaba cuando Alba era una de sus chamanes aprendices de la tribu y de la promesa que hizo de curar a los indígenas y permanecer siempre allí. Promesa que más tarde rompería al enamorarse de Pedro e irse en busca de un hogar, de una familia propia, abandonando su deseo de impartir su sabiduría a más personas. Ella, con los ojos llorosos pidió perdón a Wucon por haberlo defraudado, y los dos se sumieron en un fraternal abrazo, dejando atrás rencores y prometiéndose apoyo. Para él, nada de lo que pasó importaba, lo fundamental era que hubiera logrado ayudar en esa nueva etapa de su vida a más personas que en la tribu, entendiendo el verdadero significado de la palabra libertad. Enseguida, comparten frutas, todos sentados en el piso. - “Desde que salí de prestar el servicio militar estaba decidido a cambiar el rumbo de mi vida; esto solo había sido una experiencia más para mí así que decidí conocer todo Paislandia, y poco a poco descubrí que había una gran escasez de agua y vi como todas las personas de los pueblos trataban de racionarla para sus cultivos, mientras que los citadinos en días calurosos jugaban con ella, la desperdiciaban y la contaminaban”, cuenta Jill, el primero en hacer historia del largo tiempo en el que no se habían visto. - “Al internarme en la selva nuevamente logré aprender un arte de defensa personal de la tribu Los Panches; lo llamaban arte wuyu. Consiste básicamente en mover mis extremidades con gran agilidad y perfeccioné el uso de la cerbatana, lo que me permitía enfrentarme a las grandes fieras de la selva y a uno que otro oponente de mi viaje. Al terminar uno de mis más grandes trayectos regresé a la tribu de Wucon, pero todo había cambiado. Las multinacionales la habían invadido, talaron los árboles y contaminaron gran parte del río del que nos abastecíamos… - “Los indígenas eran obligados a trabajar con ellos. Muchos se revelaron y empezó una gran batalla por defender su territorio y soberanía. Empezaron por derribar las chozas y quemar todo a su paso. Wucon y yo logramos reunir a varios indígenas para combatir con nuestros últimos alientos, pero eran demasiados, y antes de que nos acabaran por completo preferimos huir con la poca tropa que nos quedaba; ahora todos se han ido perdiendo en este largo recorrido, así que nos hemos quedado solos, los dos, con gran cantidad de flechas y cerbatanas, pero sin ejército para combatir en esta guerra por el agua que se nos avecina”, prosigue el otrora soldado, ahora también con los rastros del paso de los años en su piel, en su mirada y en su pelo, blanco, como la nieve o el algodón, un tanto descuidado y que hace mucho tiempo no corta. Pedro y Alba cuentan que al partir de la tribu tuvieron que enfrentar la discriminación de las personas. - “Me discriminaban al ver mis facciones indígenas y la manera de vestir. Cuando se enteraban de que utilizaba las plantas para la curación de las enfermedades, algunos se volvían amigos y me preguntaban o me pedían ayuda, pero otro salían aún más espantados”, interrumpió ella. - En tanto, Pedro solía salir a trabajar con dedicación y “el campo se volvió nuestro hogar, el que nos daba el alimento, pero el que también era testigo de este amor que nos une, de la llegada de nuestros hijos y luego de los nietos”, continuó. - “Siempre teníamos tiempo para hablar, para compartir, para estar en familia. Hasta que un día, las cosas empezaron a ir mal, los animales morían por la sequía derivada de los terribles veranos que nos azotaban; las plantas con las que solía curar a las personas se quemaban a raíz de los fuertes cambios de temperatura, hasta que vino lo peor: un día por los grifos no bajo más que un pequeño chorro de agua. Pedro y yo decidimos creer en lo que habíamos aprendido para sobrevivir; sabíamos que acá había un poco más de agua que en Sunshine y por eso una noche empacamos lo necesario y partimos. Lastimosamente, no todos quisieron acompañarnos y dejándolos a su suerte partimos con dolor, en busca de una pronta solución. Es por eso que estamos aquí, pero necesitamos regresar por ellos o tan siquiera saber cómo se encuentran”, agregó con la voz entrecortada y lágrimas en sus ojos y un largo suspiro. Anochece y deciden hacer una pequeña fogata, quedando ciertamente desconcertados por los testimonios relatados, pero con el propósito de luchar conjuntamente para sobrevivir ahora que se reencontraron, teniendo como la mejor ‘ama’ su sabiduría, su experiencia, sus secretos y vivencias. Capítulo XII EL GRAN PLAN EN MANOS DE LA EXPERIENCIA Y LA ASTUCIA Laura Alejandra Zuluaga Aguilera La noche penetrante en la selva los cobijaba a todos; en medio de la fogata estaban los cuatro sabios pensando en su eventual futuro, mientras escuchaban la melodía de la quena. Ninguno, ni siquiera Pedro y Alba, que llevaban perdidos semanas enteras, se dejaban derrumbar, y aunque sin descanso en estos tiempos difíciles, tenían deseos de seguir adelante y reencontrar el camino perdido. - “¿Cómo recuperar el agua que por derecho le pertenece al pueblo?, ¿cómo salvar la vida de tanta gente y evitar una guerra?”, se preguntaban una y otra vez. - Jill no pudo ocultar su pesimismo y lanzó un comentario desalentador: “Es como correr contra el viento, el estado tiene enlistados a casi la mitad del país en sus tropas y nosotros no podremos hacer nada”. - No es cierto, dijeron al unísono los tres más veteranos y sabios. “Debemos buscar agua ¡ya! No podemos esperar a que nuestro planeta se seque o nos maten las balas o las enfermedades asociadas a la falta de agua, como las infecciones, las diarreas y la deshidratación”, dice Alba. - “La solución está en aliarnos”, responde Wucon. “Cómo es posible que dejemos que solo una minoría decida si morimos o vivimos”. Los cuatro aventureros de la vida recordaban que antes de la catástrofe de Sunshine y países vecinos, otras naciones ya sabían lo que era vivir con la carencia del preciado líquido. Y convencidos de que seguramente estos debieron idear alguna solución para cambiar el futuro de la humanidad, decidieron investigar, pedir ayuda, lanzar un S.O.S. Wucon miraba al horizonte, con una expresión dubitativa en su rostro, curtido no solo por el paso del cruel cronos sobre su sien, sino también con la suficiente sabiduría de haber vivido mil vidas en una, tratando de reflexionar y de encontrar un camino más allá de tantos peligros y amenazas… Y eso que aún no sabían que poderosas naciones ya estaban cerca, tratando de ‘robar’ la riqueza hídrica de Sunshine, a como diera lugar. Ya sobre las 3 de la mañana y con el cansancio encima, producto de horas de emociones encontradas, de análisis, de planes, de ideas que iban y venían, y dado que los años no pasaban solos, surgían también alternativas que distaban de la lógica y la realidad, es decir, que eran totalmente sin sentido y que no aportaban nada en el objetivo que se habían forjado estos cuatro sabios. Amanece y los despierta un sol abrasador. Wucon les había preparado un desayuno de granos y agua, y todos comieron rápidamente, porque sabían que el tiempo se agotaba y debía proseguir su charla y, sobre todo, tenían que tomar decisiones. Por fin, luego de un par de horas, llegaron a una conclusión: con la sabiduría que les había dado el tiempo y las fortalezas de cada uno, debían unirse, pero también ir en busca de ayuda, para realizar alianzas y formar un bloque verdaderamente fuerte, que mediara para hacer del inevitable destino una herramienta de salvación del planeta. Alba y Pedro iban armados de valor, dispuestos a cooperar con toda su sabiduría; Wucon y Jill marchaban adelante. En el trayecto, sin un rumbo fijo, quedaron atónitos al ver tanta miseria, la desolación que cobijaba a su amado campo, a la misma selva otrora floreciente. El camino era muy agotador y solo quedaban los fósiles de lo que alguna vez fuera una granja llena de ganado; sabían que no podían desperdiciar el agua tomando cada vez que les daba sed, solo debían ir en busca de su sueño. Jill había armado una cerbatana, como lo aprendió a hacer durante el tiempo que estuvo en la selva, por si alguien los perseguía. Efectivamente, unos encapuchados los recibieron con caras largas y Wucon les explicó lo que querían hacer; escoltados los llevaron hasta Mateo, su líder. Pero antes, justo al llegar, la escena que ven es entristecedora; estaban llorando frente a un compañero que enfermó de diarrea por tomar agua contaminada. Todos lo creían muerto. Alba se acercó a él y sacó de su bolso un brebaje y se lo hizo se lo hizo tomar y con esto, más los rezos de Wucon, el muchacho se repuso. Asombrados le dijeron a Alba que tendría que quedarse, ya que muchos otros habían enfermado por la misma razón. Los cuatro sabios empezaron a impartir sus conocimientos a todos los habitantes de la aldea de los rebeldes, mientras en Sunshine seguían los grandes camiones robando el preciado líquido, y la gente muriendo de sed o por culpa de las infecciones. Capítulo XIII LLEGÓ LA HORA DE LA VERDAD Carlos Alberto Valencia Cáceres Al ver la capacidad que tenía Alba para curar enfermos, y después de oír la propuesta que les llevaban Jill y los demás, el grupo comandado por Mateo decide realizar un consejo para definir allí la suerte no solo de sus visitantes, sino de todo Paislandia y hasta del mundo entero, teniendo en cuenta que por error humano habrían atacado la esencia del planeta, la flora, la fauna y otros recursos naturales que lo adornaban y lo hacían tan especial y único. No era una decisión fácil, todo lo sabían, porque era como tener en sus manos el destino de sus vidas, la de sus familias y la continuidad de la existencia como la conocían antes de que todo colapsara. Aún sin saber que Mateo comandaba no una, sino dos aldeas y que en la otra, más cerca de lo que jamás hubiera imaginado, estaban sus padres, Óscar se enteró de que habría un consejo importante y aprovechando el momento de la reunión decidió darse un merecido descanso, pero no físico, ni mental, exclusivamente emocional. Recordó cómo era su diario vivir antes del posible apocalipsis; se sentó en un cúmulo de césped que, asemejando una isla, sobresalía de la tierra, y que a su alrededor tenía hojas muertas y cadáveres de insectos que caían por la sequía; revivió los mejores momentos de la infancia de Juan y Dabi, cuando se sentaban en las piernas de su abuelo para escuchar infinitas historias, muchas de ellas de fantasía, y otras sobre la cruda realidad; pensaba en la belleza de su familia cuando se reunían un domingo a celebrar con alimentos y bebidas propios de la villa en la que habitaban. Mil recuerdos tristes e inspiradores cruzaron su mente y una que otra lágrima rodaba por su rostro, cruzando los límites de su barbilla, cayendo al suelo como gotas de lluvia, ‘manjares’ para la seca madre tierra. No lejos de allí, Pedro caminaba lentamente y pensaba cuál sería la mejor estrategia para salvar a su pueblo; en su cabeza muchas ideas daban vueltas y vueltas, las ampliaba, las descartaba, las acomodaba, pero no tenía una que realmente lo convenciera. Estando en ese proceso, vio en el horizonte a su hijo Óscar, y con los ojos enlagunados por las lágrimas corrió a su encuentro, fundiéndose en un fuerte abrazo, que pareció eterno. Tenían tanto que decirse, pero no podían musitar palabra alguna. Luego de unos minutos parecieron aterrizar de ese momento de júbilo y alegría infinita; hablaron durante unos minutos, y no podían creer la feliz coincidencia: Pedro y Alba, sus padres, por un camino diferente; Óscar y Paula, en compañía de Germán, por otro, habían caído en manos del mismo grupo rebelde, comandado por Mateo. Y faltaba contarles a los abuelos que también Dabi y Juan, desaparecidos desde hacía varias semanas, estaban allí. Esto no era sino otra señal del destino, un mensaje de que en ellos estaba la forma de salvar a su país, de que era su responsabilidad moral, social y humanitaria ayudar al mundo. Entonces, se llenaron de valor y con honor decidieron interrumpir la reunión presidida por Mateo, que llevaba más de tres horas; entraron como el viento mismo cuando azota una puerta. Todos quedaron en silencio. - “¡USTEDES!, ¿creen poder salvar al mundo?, ¿creen que lo van a lograr pensando en lo que pueden perder? No podemos perder más de lo que ya en la basura está. A mis nietos una vez conté la historia de Ángelo quien con ayuda del aire, la tierra, la vida y el corazón salvaría el mundo de un predestinado final. Quiero que ustedes se armen de fuerza y decidan salvar lo poco que nos queda, y para eso no tenemos mucho tiempo como para sentarnos en una mesa a decidir, como lo hizo nuestro gobierno. Es hora que el pueblo actué, y nosotros somos ese pueblo”, dijo con firmeza, seguridad y templanza el abuelo Pedro. Un escalofrío recorrió el cuerpo de cada presente en esa reunión; cada uno recordó por lo que luchaba o vivía antes de que todo colapsara: familia, honor, supervivencia; entonces se colaron algunos sentimientos de ira para el gobierno que los defraudó; pero, tampoco era momento para odios, solo para decisiones y como las acciones no daban espera, empezaron a diseñar su estrategia, ahora invitando a participar a Wucon, Jill, Alba, Paula y Germán. Los niños en ese momento dormían plácidamente, después de tanto tiempo de caminar, aguantar hambre, sufrir, y por eso no quisieron despertarlos, aunque sus abuelos se morían de ganas de abrazarlos, pues ya les habían contado la grandiosa noticia. Mateo decidió sacar unos viejos cuadernos que tenía en su poder, y que serían la base para empezar a establecer un plan para racionar comida y agua, con la ayuda de Pedro, Óscar, Wucon, Paula y Jill; Alba se dedicaría a curar a los enfermos. Pensaban en que ese árbol majestuoso que codiciaban quienes tenían poder político no podía ser el único en la faz de la tierra, un regalo de la naturaleza que no pudo haber crecido de la nada, sin una semilla que alguien sembrara, o que cayera de algún otro árbol; tampoco podría haber sido modificado genéticamente debido a la edad del mismo… Fue entonces cuando Wucon recordó una leyenda que escuchó cuando era niño por parte del jefe de la tribu: …“de los cielos no cayó la vida, la vida se hizo vida en la tierra; de la tierra emergió el agua, el agua la sembró un hombre que creía en todo lo bueno y quien poseía otra semilla vital, pero no la plantó, pues a la vida no se le puede dar más vida; la escondió en un lugar recóndito del planeta, y por si algún día volvía a hacer falta la vida, la encontrarían dentro del corazón de quien alimentara esa semilla vital que nos dio la vida”. Todos, especialmente lo de mayor edad, impregnados de sabiduría y experiencia, al escuchar la historia sabían que no eran simples palabras, sin sentido ni dirección; entendieron que algo tenía que ver esa historia con todo lo que sucedía. Pedro y Óscar en coro gritaron, ¡ya sé!, y dijeron al grupo que con base en la leyenda que contó Wucon y en otra que conocía el abuelo, podrían tener la solución: había una cascada cercana al árbol que alimentaba todas las plantas del lugar, y el árbol era lo bastante grande como para que sus raíces fueran alimentadas por esta cascada; si ellos estaban en lo cierto, la semilla de la leyenda podría estar en una cueva bajo la cascada, y que tal vez no habían visto las tropas militares, pues la cubría una cortina de raíces y agua; además, había una ventaja y era que muy pocas personas conocían de ese lugar. Entonces, las esperanzas afloraron y la fe de la salvación de su existencia crecía. De inmediato, Mateo dividió al grupo en tropas, de manera que cada cuadrilla tuviese dos personas con conocimiento y experiencia de lucha cuerpo a cuerpo, dos que estarían armadas y con muy buena puntería, en caso de enfrentamientos con los militares; dos expertos en sobrevivir en cualquier ambiente y una lo bastante inteligente para elaborar estrategias en segundos. Capítulo XIV LAS CRUDEZAS DE LA GUERRA Luis Ángel Albarracín Rojas Como era de suponerse, la familia Rodríguez le mencionó a Mateo sus deseos de que no fuesen nuevamente separados y de trabajar en equipo para la realización del objetivo común, liderado por el grupo revolucionario. Solo tenía una petición, casi una exigencia: que los pequeños Dabi y Juan estuvieran alejados completamente de cualquier situación peligrosa en la que se pudieran ver envueltos al enfrentarse al ejército. Mateo accedió con facilidad pero le pidió que integraran a su hermano menor Jhon Faber, de 25 años, 1,90 de estatura y 100 kilos de peso, contextura atlética, experto en las artes marciales y que se habían enterado por los medios de comunicación de que era dueño de medallas doradas olímpicas, panamericanas y de campeonatos mundiales. Un experto en métodos de guerra para el combate tanto cuerpo a cuerpo como con armas; conocido por todos por su particular apodo ‘él lobo’, por su fiereza a la hora del combate y por su particular rasgo físico de poseer un ojo azul como los cielos que reflejan su entereza en los mares y el otro de color miel, un color semejante al brillo producido por una gota de aceite de oliva puro. Mateo sabía que de su pequeño ejército, la tropa en la que resguardaba su confianza para la victoria era en la de la familia Rodríguez, y fue por este motivo que luego de ubicar a su pariente, lo envió para complementar la cuadrilla, haciéndola más dinámica. Divididos así, en pequeñas tropas, el ejército revolucionario completó un total de 10 grupos, con 7 personas cada uno. Mateo había acordado previamente quedarse en el campamento con 6 hombres y los dos niños, dirigiendo toda la operación. Solo la cuadrilla principal de los Rodríguez contaba con 8 individuos: el abuelo Pedro, sabio de mil batallas; su esposa Alba, quien sería la encargada de la medicina, con sus conocimientos sobre curaciones naturistas; el valiente Óscar, quien se encargaría de reforzar, junto con Jhon Faber, el frente del combate físico y de armas; Paula, quien debido a su conocimiento en las comunicaciones fue designada por Mateo para portar un celular intersatelital y de esta manera reportar los avances obtenidos. Wucon, Jill y Germán, el vecino, serían los líderes encargados de guiar a los demás debido a su conocimiento de las montañas y selvas por las que atravesarían. Así, los 6 hombres y las 2 mujeres iniciarían el viaje hacia la cascada, en las horas en las que ya el cielo cobijaba el planeta con su oscuridad. Contaban con cuatro armas de fuego, ametralladoras AK 47, reformadas con visión infrarroja, que habían robado de un contingente de soldados unas horas antes, así como explosivos, cargas que habían obtenido las fuerzas rebeldes después de saquear diferentes guarniciones militares cercanas al área; también tenían las cerbatanas de Wucon y Jill; las hierbas y brebajes medicinales de doña Albita y el teléfono celular de Paula. Caminaron durante dos días sin ningún percance, hasta que luego de atravesar un valle y escalar por un sendero se encontraron con otro campamento, visto desde la altura de una montaña cercana, lleno con las máquinas de punta del gobierno, sustrayendo todos los recursos hídricos; un panorama aterrador e inimaginable para todas las generaciones que alguna vez gozaron del vital líquido y que ahora verían como es objeto de una minería incoherente. El equipo decidió descender de la montaña para rodear los anillos de seguridad militares que pudieron divisar desde la altura, y de esta manera avanzar hacia el objetivo de llegar a la cascada. Caminaban desprolijamente, cuando de repente Jill, quien se encontraba unos metros adelante guiando al escuadrón, desapareció ante los ojos de los demás, como si se lo hubiera tragado la tierra literalmente. Todos quedaron asombrados y en fracción de segundos fueron derribados al suelo producto de una explosión muy fuerte. Lograron salvarse, excepto Jill, que había sido desmembrado ante el fuerte impacto, pues había caído en una trampa en la que previamente habían cavado un profundo hueco de 3 metros y lo habían llenado de minas; una trampa que va en contra de cualquier ponencia sobre los derechos humanos jamás antes escrita. Fueron instantes de plena conmoción y terror. Al observar las partes del cuerpo de Jill regadas por toda la fatídica escena, Jhon Faber, en medio de la confusión y el desespero, grito fuertemente “escóndanse y disparen, hay que defendernos”. Haciendo uso de sus habilidades militares desenfundó su ametralladora AK 47 y logró impactar a uno de los soldados, hiriéndole de muerte. Al ver esta reacción, el abuelo Pedro y su hijo Óscar dispararon también. Los otros soldados al ver el poder de sus rivales y creyendo que había cientos de ellos, deciden emprender la huida; pero al darse vuelta y empezar a correr cuesta abajo, uno de ellos es atravesado en su vena yugular por un dardo con veneno lanzado por Wucon y otro decide ayudarlo. Jhon Faber, lleno de ira por todo el acontecimiento, quiere ir rápidamente a rematar a su rival. El único soldado sobreviviente al verse acorralado y sin salida, oculta una granada en las manos que prepara para que estalle en cualquier momento. El soldado retando a Faber y haciendo el intento de engañar a su oponente le grita: - “¡¡¡Heyyy!!! Grandulón, si eres tan hombre ven y dispárame en el pecho, deseo morir como un hombre”. Jhon Faber enceguecido por la ira decide terminar con su contrario en la corta distancia, olvidando todas las normas de precaución. Al acercarse al soldado y apuntarle con el arma en el pecho, éste, que se encontraba muy agitado por lo acontecido, sonríe, ante la mirada asombrada de Jhon, quien tarde se da cuenta de su error y es inmerso por la explosión de la granada causando su muerte, ante todas las miradas atónitas en la distancia del resto de sus compañeros, que solo pueden arrojarse al suelo y esperar la tempestad. Se oye en las alturas el canto de las golondrinas que llaman a la calma. Paula y Alba aterrorizadas por el flagelo de la situación se prenden a llorar y se hunden en profundos abrazos con sus esposos, también desconsolados con todo lo acontecido. Sin tiempo de realizar honras fúnebres, comienzan a huir del lugar, sabiendo que esos soldados no representan ni el más bajo porcentaje de la fuerza armada que tiene el gobierno dispuesta para la operación ‘Komodo’ y que lo mejor para ellos será huir de ese lugar lo más pronto posible, para encontrar una ruta que los lleve a la cascada y así dar fin a toda esta situación. Capítulo XV MÁS SANGRE EN EL CAMINO Ana Lucía Díaz Ceballos Con las pocas fuerzas que les quedaban, los sabios buscaban su paso a la libertad y dar su conocimiento a la salvación de estas desoladas tierras. Sin embargo, su tristeza se fue incrementando cada vez más cuando apreciaron tanta falta de solidaridad entre vecinos y el sufrimiento de niños, mujeres y ancianos en cada vereda por la que pasaban. En una, los energúmenos no tenían reparo en vender a precios excesivos los pocos recursos de agua provenientes de los carrotanques provistos por el gobierno; otros llevaban los pocos enseres y pertenencias que les quedaban, todo con tal de tener un vaso de agua, mientras que aquellos que no tenían cómo pagar simplemente eran dejados a su suerte, así fuera perecer. En medio de tanta crudeza, una fugaz luz surgió de un pequeño caserío, donde la solidaridad entre los vecinos estaba acompañada de cantos y rezos a las fuerzas creadoras del cosmos, suplicando que lloviese y cayeran las anheladas gotas de agua, mientras se lograba una equitativa repartición de las escasas raciones de este líquido esencial. Era como un bálsamo en el desierto ver a decenas de familias que oraban y ponían en manos del ser supremo lo que sería su futuro y su esperanza. Todo esto solo produjo en Pedro un mar de confusiones, una infinita tristeza, sin poder evitar que cayera una que otra lágrima por sus mejillas, mientras reunía herramientas de apoyo para poder defenderse de los animales que por ahí habitaban, y dada su experiencia, les indicaba a los demás cómo recolectar elementos, pues ante la necesidad y lo que estaban viviendo, la creatividad parecía haberlos invadido, permitiéndoles transformar las cosas para su comodidad y conveniencia, y no dejando que los obstáculos estropearan su meta. Cada paso que daban eran en nombre de los fallecidos, esto fortalecía al grupo, y fue en su honor que se levantaron una y otra vez y que pusieron todo su empeño para seguir adelante y superar lo que denominaron ‘la tempestad de la violencia’. Las condiciones en las que estaban y todo lo que presumían les esperaba, los obligó a establecer códigos entre ellos para no despertar sospechas del ejército ni de los espías que andaban vigilando la zona; gracias a los constantes sonidos de animales que durante sus vidas habían escuchado, habían adquirido la destreza de imitarlos y por ello, este fue el tema escogido. - Óscar: pájaro - Pedro : rinoceronte - Alba: pato - Paula: cerdo - Germán: rana De manera silenciosa y llenos de miedo, optaron por dividirse para poder estudiar bien el perímetro donde se encontraban y buscar un atajo para poder llegar más rápido sin alertar a las autoridades; si alguien encontraba algo, haría el sonido acordado. Duraron cerca de una hora examinando todo, cuando de repente oyeron los gritos implacables y desparpajados de Germán, sin saber qué era lo que realmente ocurría. Intentaron correr en la dirección de los lamentos y quejidos, cuando de repente una voz fuerte y alevosa, a lo lejos, los detuvo: - “¡Dónde está el resto? Dígame! ¿Dónde están? Hable ahora, infeliz o serás estos los últimos segundos de su vida”. - “Yo no sé nada, ¿de qué hablan? Simplemente caminaba sin ningún rumbo, tengo mucho miedo, quiero salir de aquí y más porque escuché que habían matado a muchos en unos enfrentamientos días atrás”, balbuceó Germán, lleno de pánico y angustia. - “¡No se haga el maricón, usted sabe dónde están! Me informaron que los habían visto antes caminando por estos mismo lados, por eso es que estamos aquí. ¡Hable ya¡”, le gritó un hombre en tono desafiante y apuntándole en su rostro con una ametralladora. - “No sé nada, se lo juro”. (nervioso). Y así durante unos minutos que parecían eternos, siguieron acosando y amenazando al vecino de los Rodríguez, mientras Alba, Pedro, Wucon y Óscar, temían que este los delatara. Estaban como paralizados, mucho más cuando oyeron un disparo. Sí, ese hombre no tuvo reparo en acabar con la vida de Germán, quien inmediatamente cayó al suelo. - “Como si ellos fueran a dar la vida por usted, si el caso hubiera sido contrario”, dijo el irónicamente. Las lágrimas brotaban y los amigos de Germán trataban de contener los sollozos para que no los fueran a descubrir. Pero ya la orden estaba dada, y el peligro era inminente. - “Busquen a los otros, este no venía solo. Busquen por todas partes y si deben disparar, que no les tiemble la mano”, dijo otro hombre, que parecía un comandante, mientras una decena más se marchaba en la búsqueda de los desconocidos. - “Busquen a esos que restan, los necesito ya! No se pueden desaparecer, yo me conozco esto de pies a cabeza! ¡No pueden jugar conmigo!”, agregó. Mientras hablaba, la agrupación solo obedecía… el murmullo se iba alejando y los Rodríguez sentían un gran alivio, en medio de su gran tristeza. Percatándose de que ya todos se habían ido, salió Alba, emocionalmente destrozada. - “¡Ya no aguanto más esto!”, dijo (mientras sus mejillas parecían una cascada). Pedro se le acercó, la abrazó fuerte y dejó que llorara con toda su fuerza. - “Viejita, sé que es duro todo esto, pero no podemos dejar a un lado lo que nos hemos propuesto. Sigamos adelante… siempre juntos, te he dicho, vida mía; además recuerda que de algo vamos a tener que morir, así que si es posible vámonos de este mundo con la mirada altiva, llenos de alegría porque hemos peleado por lo que amamos, sin miedo, sin acobardarnos”. Todos conmovidos siguen la travesía… Aproximadamente una hora después encuentran algo parecido a un lago, Paula no le prestó mucho cuidado, solo avisó lo que veía; pero Óscar si se quedó detallándolo, entró a los matorrales que rodeaban esa vista, y en la parte derecha percibió lo que tanto había buscado. - “¡Lo encontré. Lo encontré!, ¡Nos salvamos, Gracias Dios! ¡Es el paraíso! Anonadados por las exclamaciones de Óscar, todos se devolvieron al punto donde él estaba, y efectivamente ahí la imagen no podía ser más maravillosa, había un lago, un hermoso lago… Como animales corrieron hacia él, dándole gracias a la vida por permitirles esta oportunidad; besos y abrazos se fundieron en uno, sin perder su semblante de nostalgia y de tristeza por tantas pérdidas humanas. Pero, mientras existiera la oportunidad de volver a reencontrarse con sus demás seres queridos harían su máximo esfuerzo, así quedaran sin aliento. Capítulo XVI UNA MARAVILLLA EN EL DESIERTO Francisco Lasso Al encontrar el lago, pudieron observar que se hallaba escondido bajo la falda de dos montañas y en medio de una pequeña jungla, o por lo menos eso creían. Su agua cristalina hacía ver las hojas que sobre ella flotaban, de tal manera que parecían estar suspendidas en el aire; la vista era algo maravilloso, sin duda. Nunca habían observado algo igual. Más sin importar cualquier tipo de detalle sobre lo que estaba pasando o lo que estaban viendo, Wucon y los Rodríguez saltaron en su interior, dominados por la incredulidad de sus sentidos; habían pasado varios días caminando por las estrechas y secas selvas de un futuro desierto, masticando raíces secas de los arbustos e intentando encontrar un poco de líquido en su interior. Ahora se encontraban sumergidos en lo que instantes atrás era tan solo un sueño. Wucon observando a su alrededor pudo notar la superficie de todo el lago, pero no vio la cascada, como decía la leyenda. El agua al parecer no brotaba de ningún lado, como si siempre hubiese estado allí. Alba percatándose de lo mismo, preguntó preocupada y en voz alta a sus compañeros: - “¿Y la cascada?” - “Este lago debe haberse generado por agua filtrada de algún lugar cercano. Allí debe estar la cascada”, dijo Pedro. En sus voces se notaba la angustia, no querían que la esperanza se volviera a ir; ya habían sufrido bastante y perder no era una opción. Se dividieron alrededor del lago prestando total atención por entre los árboles, esperando un sonido que denotara el fluir de un río o la caída de una cascada. Mas el silencio era absoluto y no había respuesta de por qué el lago estaba allí. Solo una mente aguda podría deducir lo que ocurría para poder revelar la leyenda y dar salida a una situación poco agradable. - “¿Ya se dieron cuenta de que aquí no hay árboles?”, preguntó Wucon. - “Si tratas de decirnos que esto es una ilusión –dijo Alba– créeme, nadie podrá obligarme a salir de ella”. - “No, no es una ilusión –respondió Wucon- ¡pero insisto en que no son árboles¡”, exclamó con una sonrisa. - Y entonces… “¿Qué son?”, preguntó Pedro algo incrédulo. - “Son ramas, cientos de ramas tan grandes como árboles. Alba, Pedro, Paula – dijo Wucon mirándolos– todo esto es un solo árbol y el lago representa lo que se necesita para subsistir en medio de estos parajes. La semilla del árbol de la vida no fue escondida, fue sembrada y estamos sobre ella”. Para todos era difícil aceptar que todo aquello fuera real, que existiera una fuente de agua aún más grande que la de Sunshine y que nadie más supiera acerca de su existencia. - “Y ahora, ¿qué debemos hacer?”, cuestionó Paula en voz alta. Wucon sabía que él era el líder que necesitaban en aquel momento, por eso tomó fuerzas y dijo: - “Debemos traer a la gente de los pueblos antes de que sea tarde, están muriendo de sed y somos los únicos que podemos ayudarlos”. - “¿Y las fuerzas militares? Si los traemos a todos al mismo tiempo seguro que se darán cuenta de todo”. - “No precisamente –intervino Wucon–. Todos aquellos que están explotando la fuente del árbol de Sunshine están ciegos por la ambición, saber qué pasa con los demás no hace parte de sus intereses. Será tarea fácil rescatar a unos cientos de moribundos, de unos pueblos que ya murieron”. - “¿Y si alguien más se percata de la existencia de este árbol?, ¿qué haremos entonces?”, dijo Paula. - “Nadie se arriesgaría a venir tan adentro de las montañas, en las condiciones actuales; aparte de eso, solo nosotros sabemos acerca de la leyenda, ya que Jill y el resto de mi tribu fueron…”. Sin terminar su explicación, Wucon miró al horizonte con dirección a Sunshine, invitando a sus compañeros a iniciar la travesía. Tan solo una noche de descanso tomaron estos aventureros; sabían que recobrar fuerzas era necesario para retomar el camino. Muchos hombres, mujeres y niños de los pueblos estaban esperándolos sin saberlo y necesitaban ayuda, pero no la buscaban, porque no había en dónde; querían un poco de agua, pero la indiferencia de la dirigencia, el desdén que sentía la gente de las ciudades ante su situación y la violencia que se había desatado en las pequeñas ciudades o la desolación de los caseríos, veredas y rancherías por culpa de la ‘guerra’ que unos pocos habían desatado para robarse el agua, los había dejado sin fuerzas y sin esperanzas. La muerte era lo más cercano a un buen descanso. Con la existencia de una semilla convertida en un nuevo árbol, la esperanza había vuelto y la leyenda había dejado de serlo. Ahora era una realidad que se convertiría en el factor principal para revivir, tomar un nuevo aire y volver a casa, por los suyos, rescatando o ayudando a todo aquel que encontraran a su paso. Wucon, Pedro, Alba y Paula, cruzaban la maleza con tal determinación que no existían obstáculos suficientes para detenerlos. Pedro era el guía de regreso mientras sus camaradas lo seguían con entera confianza, y a la vez, planeando volver al árbol con la gente de los pueblos. Al llegar al campamento de los guerrilleros encontraron a Mateo, estaba aún más delgado, se veía totalmente deshidratado, sin fuerzas. - “¿En dónde se encuentran Dabi y Juan?”, preguntó Alba. - “En una cabaña, descansando. Ya no cuentan con muchas fuerzas; el agua de nuestras reservas se agotó. De las tropas solo llegaron 35 hombres con vida y ahora ustedes; al parecer nadie encontró nada, la tal cascada no existe. Lo que es peor, algunos de nuestros agentes, encubiertos en Sunshalle y Sunshine, dicen haber visto a hombres de la milicias extranjeras enfrentándose con las tropas por el control del árbol. Se lo han llevado, ya no está, y nos han dejado solo destrucción y muerte: la ambición acabará con todo aquel que quiera ese árbol”. - “¿Y la gente del pueblo, los rehenes, en dónde están?”, preguntó Paula. - “Muriendo de sed, en sus casas”. - Mateo miró a Paula fijamente y le dijo: “Sé que quieres preguntar por alguien más. Margot está en la cabaña con los niños y otras personas de su familia. Ahora yo les pregunto ¿Y a ustedes, cómo les fue?”. Capítulo XVII EL SORPRESIVO VIAJE DE REGRESO A CASA Karen Ortiz Hermida - “Querido amigo, con gran alegría quiero comentarte lo equivocado que estás. Esta vez las noticias tienen cara amable. Hay esperanzas”, dijo Wucon a Mateo con una sonrisa en el rostro. - “¿A qué te refieres?”, indagó Mateo. - “Llama a tus más confiables subordinados. Tengo algo importante que contarles, pero manejemos esto con discreción. Nadie ajeno a nosotros puede enterarse de la noticia que traigo”. Mateo algo extrañado por la actitud de Wucon y los Rodríguez, llama a sus dos más confiables hombres y a Margot, ya que creía que era justo que viera a los suyos y que estuviera enterada de aquello tan importante que traía Wucon. El jefe indígena les contó a los militantes y a Mateo su descubrimiento y les dio agua que traían como reserva para ayudar a los enfermos y a los necesitados. Después de esta repartición contó sobre aquel hallazgo y la necesidad que tenían de viajar a Sunshine para ayudar a su pueblo y colaborar con los pocos que aún quedaban con vida. Después de dejar a Dabi y Juan con Margot y los hombres confiables del grupo; los Rodríguez, Wucon, Mateo y los militantes empiezan por alistar sus armamentos, agua y poca comida, para emprender el largo viaje hacía Sunshine y salvar a las personas que más les fuera posible, para que de este modo, entre todo el pueblo construyeran un hábitat sostenible para todos, donde existiera un mundo nuevo al menos para ellos y de esta manera salvaguardarse de la escasez que cada vez era mucho mayor. El camino hacía Sunshine no era nada amigable. A su paso veían cómo los árboles que aún quedaban caían al suelo, cada vez más secos y sin vida; el cantar de los pájaros le daba paso a un insaciable y desesperante silencio que los volvía a todos personas irritables y paranoicas frente a un posible encuentro con miembros de grupos insurgentes. Los ríos que conocieron Wucon y Alba ya no existían y por esa razón era más difícil hallar el sentido de orientación; todos se sentían cansados, perdidos y enfermos, pero eran más fuertes sus deseos de volver a estar en aquel hermoso lago para deleitarse con agua pura y cristalina. Además de esto, el sabio Wucon nunca se rendía y al mando del grupo, siempre brindaba ánimo y estabilidad, pensando para sí, que aunque el fin estaba cerca, era mejor vivirlo con dignidad y no perdidos en tristes elucubraciones de la vida. Sin embargo, esta estabilidad no duraría mucho tiempo. Cuando todos se encontraban caminando sigilosamente; como solían hacerlo, escucharon unas voces, ¿Dé donde provenían? ¿Quién más estaba en aquel desierto? ¿Qué hacían allí estás personas? Todas estas preguntas pasaban por la mente del grupo, que sin poder hablar para que nadie notara su presencia, solo se mirarse con intranquilidad y angustia. Wucon, con su vasta experiencia y sabiduría, sugirió a todos alejarse de allí cuanto antes, para no correr ningún tipo de riesgo. Todos parecían estar de acuerdo, pero Mateo, como líder de los militantes no acató las indicaciones y fue corriendo a ver de quién se trataba. Los Rodríguez y Wucon no tuvieron otra opción que ir tras ellos para no separarse ni dejar de dar apoyo a los suyos. - “¿Quién anda allí?”, se escuchó en medio del abrumador silencio. - “Deja de alucinar Clara. En estos vestigios de selva los únicos que quedamos somos tú y yo, y no por actuar limpiamente. De los doce, murieron diez, y si estamos vivos es por la astucia, no la pierdas en este momento”. - “No Rubén, no alucino. Escuché algo y animales ya no hay muchos. Son personas”. - “Estas loca Clara, ponte a trabajar. Tenemos que seguir aportando información para que se siga ejecutando ‘Komodo’”. Mateo y los demás recordaron rápidamente quiénes eran y a qué se dedicaban Clara y Rubén, los espías del gobierno, los estudiantes infiltrados. Los niños finalmente tenían razón, estos dos personajes existen y ahora están sin compañía. Después de un rato en silencio, para que no notaran su presencia, el grupo decidió alejarse cautelosamente para poder hablar y pensar qué hacer con estos espías; los militantes y Mateo no tenían ninguna intención de perdonar la vida de estos jóvenes y al estar solo los dos frente al ellos, tenían una clara ventaja. Por su parte, Wucon y Los Rodríguez no querían que se derramara más sangre, pero estaban conscientes de que la información que tenían estos espías podía cambiar el futuro de Sunshine y el mundo entero y de esta manera derrotar al gobierno y ayudar a su gente. De este modo, el grupo procedió a acorralar a Clara y a Rubén; si bien los espías no eran fáciles de derrotar, los superaban en número. Los militantes se acercaron sigilosamente, los amordazaron y amenazaron para que les dieran las claves de ingreso a los computadores y las bases de datos, y de esta manera usar la información y finalmente derrotar al gobierno. ¿Cómo podrán usar los Militantes, Wucon, Mateo y los Rodríguez esta información? Capítulo XVIII RENACE LA ESPERANZA Luisa Fernanda Ortiz Rubio Al tener amordazados a los espías, estos se negaban a decir la verdad respecto a las claves y decisiones que estaba tomando el gobierno para robar el agua. El sabio Wucon pensativo buscaba la mejor manera de obtener la información, evitando una posible disputa con Mateo que se encontraba preso de la ira, la angustia, el deseo de venganza y la desconfianza. De un momento a otro, en un abrir y cerrar de ojos, Mateo desenfunda su arma y la coloca en la sien de Clara, pretendiendo presionar a Rubén o tal vez decidido a acabar con su vida. - “¡Díganme las claves de las computadoras! o comenzará a correr su sangre en este lugar. Ya perdí a mi hermano, así que ninguno de ustedes es de gran importancia para mí, yo solo quiero disfrutar del agua y volver a comenzar”. Los Rodríguez estaban preocupados y con las pocas fuerzas que les quedaban trataban de tomar el control de la situación. Pedro buscaba que Mateo dejará el arma a un lado y seguir tras los sobrevivientes para llevarlos a la reserva de agua y que pudieran comenzar una nueva vida. En medio de la zozobra, Óscar reacciona empujando a Mateo hacía el suelo, invadido de tierra y hojas secas, y comienza una disputa innecesaria y lamentable. De repente, el arma se dispara y nadie puede creer la escena que se levanta ante sus ojos. Óscar quedaba paralizado sobre Mateo. Otra vida acababa de terminar. Paula y Alba, sumergidas entre lágrimas y sollozos están llenas de pánico, paralizadas… No puede pronunciar palabra, ni siquiera dar un paso. Mateo voltea ahora su arma hacia Clara, y Rubén desesperado y acorralado cuenta todo lo que sabe, entre otras cosas en dónde está oculta la máquina con la que roban el agua de Sunshine. Minutos después, Alba y Paula dialogan preocupadas sobre cómo contarle sobre la muerte de Óscar a su esposa Margot y sus hijos Dabi y Juan, y cómo llevar su cuerpo hasta su tierra, la que siempre amó, cuidó y protegió. En ese instante, nuevamente Mateo las asusta, y con un grito y violencia las obliga a soltar a los espías para que los guíen por el camino correcto. A medida que iban progresando en su viaje, se veía más el agotamiento; llevaban horas caminando y se hacía tarde, así que decidieron tomar un descanso. La oscuridad de la noche los hacía cada vez más ciegos sobre lo que pasaba a su alrededor hasta caer en un sueño profundo. Así pasaron la noche entre árboles, rocas y hojas secas. Por otro lado, el ejército permanecía las 24 horas haciendo guardia en Sunshine, seguros de que esa era la única fuente de agua sobre la tierra. Hacían cambios de turno cada 12 horas, para no perder ni un detalle de todo lo que se moviera a su alrededor, cuidando que nadie se acercara a las máquinas y por órdenes del gobierno, debían disparar a todo lo que se moviera a su alrededor. Al día siguiente, Wucon, los espías y todos los demás siguieron su camino, esta vez un poco más tranquilos, sobre todo Mateo, y con la esperanza de vencer al ejército y al gobierno y ahí si llevar a los sobrevivientes de los pueblos, y especialmente a las familias de Sunshine, a iniciar una nueva vida, rodeados de árboles y sobre todo, de mucha agua. La noche volvió a cogerles ventaja, pero esta vez ya descansados, decidieron seguir. A eso de la medianoche, el ejército se dio cuenta de que había unos extraños cerca y comenzaron a perseguirlos, notando que en ese grupo venían dos de sus espías, Clara y Rubén, por lo que decidieron no disparar, sino tomar otro tipo de acciones. Se mantuvieron callados y en el ambiente se respiraba el más profundo de los silencios, por lo que Wucon y sus amigos tomaron un pequeño descanso. En ese momento, el ejército entraría con mucha cautela a la zona para activar unos dispositivos de gas que harían morir lentamente a los ‘invasores’, incluidos los dos espías que ahora eran considerados ‘traidores’. Paula tenía pesadillas, no podía dormir bien creyendo escuchar el grito de auxilio de sus hermanos asesinados, y de repente se levantó bruscamente y notó que había un olor raro y humo en el ambiente. Caminó hacia sus padres Pedro y Alba, y no logró despertarlos; buscó a Wucon y él se puso de pie y entre los dos repararon unos brebajes con hojas secas y se los dieron a beber, logrando que recobraran la conciencia y se levantaran. Faltaba alguien en el grupo, era Mateo, que había escuchado unos pasos en la noche y había salido tras ellos, persiguiéndolos. Cuatro horas más tarde Mateo regresa y gritando fuertemente les anuncia: - “Encontré, la encontré, ahora lo tenemos todo. Allá abajo están las máquinas, están los tanques, está todo lo que necesitamos para transportar el agua desde la verdadera fuente y evitar que la de Sunshine se agote. Estamos salvados”. - “¿Y el ejército?, grita Paula, un tanto desconfiada y molesta porque no pensó volver a ver al asesino de su hermano Óscar tan cerca. - “Los del ejército no están, se confiaron en que estábamos muertos y se marcharon. Querían llevarse todo el líquido y como creen que lo han logrado, ya no volverán a mirar a nuestro pueblo, que será olvidado nuevamente, como antes de que toda esta tragedia por el agua se presentara. Creen que lo han ganado todo y están despreocupados. Además, ya se especula que existe otra fuente de agua mejor, algo que hasta hace unos días ignoraban, y decidieron ir en su búsqueda, para llegar de primeros y tomarle la delantera a los otros gobiernos, pero esa no es la verdadera fuente, es la que nosotros hemos descubierto”, dice Mateo. Y así fue. Después de ir hasta la máquina, que se encontraba absolutamente sola, lograron destruirla, y camino a Sunshine pasaron por Margot, Dabi y Juan, que reflejaban un gesto de esperanza al ver de vuelta a Paula, Wucon y Mateo. Sabían que venían con buenas noticias, que los iban a salvar. Pero, sus rostros se llenaron de angustia al ver que faltaba un miembro muy importante de la familia Rodríguez, nada menos que Óscar. Tuvieron tiempo para contar lo sucedido, para llorar a Óscar y a todas las otras víctimas de esta familia, que ‘naufragaron’ en esta lucha desgarradora y sin sentido por el agua, un recurso que hubieran podido cuidar una década atrás, evitando que todo esto pasara. Llegaron al fin, buscando a las pocas personas que lograron sobrevivir al Apocalipsis, para tratar de reconstruir lo poco que quedaba de las otrora relucientes calles de Sunshine, lastimadas por las esquirlas de la revolución y reiniciar una nueva vida, eso sí con más conciencia y control del uso del agua y sobre todos los recursos naturales, para lograr vivir en paz el resto de sus vidas. La cascada, inmensa y poderosa, que cubría las regiones, sería el eje de la nueva civilización, aunque tal vez no se volvería a vivir con la misma alegría en esta sociedad desgarrada por la violencia, convertida en llanto y desolada, sumida en sus propias equivocaciones, enceguecida en muchos casos por el odio, los deseos de venganza, las frustraciones y el dolor. A su favor tenían el liderazgo de los sobrevivientes en cabeza del consejo de los grandes sabios que aunque sabían que no podían olvidar lo sucedido, entendían que era la fuerza de su unión lo que los había salvado y lo que se convertiría en la piedra angular para comenzar de nuevo. Así que, a pesar de su cansancio, Wucon, los pequeños Dabi y Juan, y los demás sobrevivientes del brutal exterminio de Sunshine, emprendieron un nuevo camino para cuidar con sus vidas las cascadas y las últimas reservas de agua, también con la esperanza de que el mundo por fin entendiera lo que sucedería si la codicia llegara a dominarlo todo. Ellos serían los guardianes para evitar un nuevo ‘Komodo’, así como para proteger de la ambición de los hombres el último reservorio de agua del planeta. Unos meses después ya podían sonreír porque por un día más habían salido victoriosos, lejos de los intereses de los gobiernos, de los insurgentes y de los citadinos, aunque tarde o temprano existiera de que cayeran sobre su frágil mundo nuevas amenazas y tal vez no podrían contenerlas, especialmente si venían de pueblos en donde las envidias, la falta de solidaridad, la desunión y el despilfarro de los recursos naturales eran la constante. Tal vez todo ello llevaría al principio del fin, para apoderarse del último refugio de agua…