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Monografía final del seminario “Ecología Política y arqueología del paisaje” dictado por el dr.
Kevin Lane
FfyL, UBA, Marzo de 2011
Diego Díaz Córdova
20005191
[email protected]
La ecología política y las sociedades artificiales: fundamentos para un movimiento
metodológico
Introducción
La ecología política surge en los últimos 20 años como una corriente teórica que intenta dar cuenta
de una situación que se aprecia como crítica con respecto a la relación entre los humanos y el medio
ambiente. Originada en las academias de Estados Unidos y Europa, principalmente, rehúne en su
planteo los desarrollos de la geografía, la antropología, la arqueología y la ecología propiamente
dicha. Sus fuentes de inspiración pueden rastrearse hasta la ecología cultural, tal como era
concebida en los ámbitos antropológicos de la década del '50 y del '60 y hasta la economía poítica,
con sus investigaciones de los años '70 y '80.
La ecología política intenta vincular los aspectos organizacionales de los grupos humanos, la
política, con el medio ambiente, la ecología, estableciendo los condicionantes de la naturaleza pero
poniendo de manifiesto también las transformaciones operadas por la cultura. Dentro de esta
postura conviven puntos de vista diferentes, que en algunos casos suelen ser irreconciliables. Sin
embargo, más allá de esas diferencias, encontramos factores en común, que son los que usaremos
para desarrollar nuestra propuesta. En este sentido nuestra utilización de la ecología política no es
ingenua. Nuestra guía está puesta en las preferencias teóricas propias, que nos acompañan desde
antes de iniciar las lecturas de la ecología política.
Las sociedades artificiales son la expresión aplicada a las ciencias sociales del formalismo conocido
como modelos basados en agentes. Estas estructuras permiten simular fenómenos de cualquier
naturaleza, estableciendo los vínculos, las reglas y los atributos tanto de los agentes como del
medioambiente en el que habitan. Si bien el origen puede remontarse a la década del '40 y a los
trabajos de von Neumann sobre autómatas celulares, el auge de las computadoras personales en los
últimos 20 años, permitió que cualquier científico desde su casa o laboratorio, con un mínimo de
conocimiento de programación, pudiera implementar el modelo deseado.
Una sociedad artificial permite un medioambiente computacionalmente dinámico, sometido a reglas
que define el investigador y que puede incluir al azar para lograr procesos estocásticos. Dentro de
ese medioambiente viven agentes cuya diversidad se manifiesta no sólo en sus atributos
individuales o grupales, sino también en sus reglas de comportamiento, entre sí y con el
medioambiente. El determinismo de estos modelos, cuando no se utiliza al azar, tampoco es lineal.
Es particularmente complejo, es decir que si las condiciones iniciales son mínimamente
perturbadas, el resultado es impredecible. Esa particularidad del formalismo lo hace apto para el
tratamiento de los problemas de las ciencias sociales.
Esta monografía intenta vincular los desarrollos de la ecología política con la formalización de las
sociedades artificiales. La ventaja del primero radica en la postura teórica y la virtud del segundo
yace en su definición metodológica, de aquí que intentemos emprender el esfuerzo de poder
combinarlos, guardando el rigor y los requisitos de coherencia necesarios para llevar a cabo
cualquier tarea científica.
En principio esta monografía tiene un caracter de exploración teórica. Es el primer paso de una
inquietud que sólo podrá resolverse plenamente con una investigación empírica. La teoría y la
metodología siempre se ponen a prueba en el campo, en el contacto con la recolección y el análisis
de los datos. Esa es la deuda de este trabajo. Su virtud es intentar desarrollar algunos conceptos
dentro del campo teórico y metodológico de la ecología política y de las sociedades artificiales. En
su carácter exploratorio podemos encontrar también las semillas de un debate que creemos
necesario dentro de las ciencias sociales.
La ecología política y la historia de la teoría
Como suele suceder con las ciencias sociales, podemos remontar el origen de la ecología política
hasta la antigüedad clásica, en donde se manifiestan las preocupaciones del ser humano por su
ambiente y por la decisiones que sobre él se toman. En este apartado no nos alejaremos tanto en el
tiempo sino que comenzaremos nuestro derrotero en el Iluminismo, es decir nos posicionaremos en
el siglo XVIII.
El autor que más influencia tuvo y tiene hasta el momento, es el clérigo británico Thomas Malthus.
Sus escritos son tomados aún hoy en día por los organismos multilaterales, prueba de ello son las
recientes denuncias contra el FMI sobre esterilizaciones compulsivas en el Perú durante la década
del '90 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=127072 revisado el 28/04/2011).
A finales del siglo XVIII este autor, que era también un activista político, lanza su famoso libro
“Ensayo sobre los principios de la población”, como una respuesta al trabajo de otro
contemporáneo, aunque de signo político opuesto, William Godwin. En ese texto, el sacerdote
propone su célebre máxima acerca de la distancia que existe entre la producción de alimentos y el
crecimiento poblacional. La gente se reproduce en forma geométrica, mientras que los alimentos
crecen en forma aritmética. De este modo siempre se produce un desbalance que no puede sino
terminar en hambrunas generalizadas, en pestes y en epidemias. La causa de esa reproducción
librada a su suerte la encuentra Malthus en la falta de control de la natalidad por parte de los
sectores pobres de la sociedad. No pueden controlar sus impulsos sexuales y por lo tanto viven en
un cierto grado de promiscuidad que los lleva a un aumento descontrolado de la población. Por otra
parte y tomando consciencia de la ley de rendimientos decrecientes de la tierra, esbozada por David
Ricardo, Malthus afirma que no puede auementarse indefinidamente la producción de alimentos y
por lo tanto siempre va a existir algún grado de escasez que va a afectar a los más pobres. En su
actividad política, el clérigo Malthus planetaba que cualquier ley que intentara mejorar las
condiciones de vida de los sectores más pobres, era una pérdida de tiempo, ya que tarde o temprano
su ley del aumento descontrolado de la población y del lento aumento de los alimentos, se termina
imponiendo.
Si bien los trabajos de Malthus fueron refutados una y otra vez, mencionamos la clásica crítica de
Marx en “El Capital”, pero también la de un epistemólogo y filósofo argentino, Félix Schuster,
quien critica la falta de falsabilidad popperiana en los enunciados malthusianos (Schuster, 2005), su
influencia increíblemente perdura hasta hoy en día. Podemos observar sus trazos en algunos
informes del Club de Roma o inclusive en la formulación de la teoría de la transición demográfica,
sostenida en la actualidad por los organismo multilaterales.
Otros autores importantes de la época fueron Ellen Churchill Semple, quien fuera una geógrafa
norteamericana y una de la primeras en postular el determinismo del medioambiente sobre la
cultura humana; Alexander von Humboldt, científico alemán y explorador que recorrió el mundo y
fue uno de los inspiradores de la obra de Charles Darwin y el naturalista y revolucionario ruso Piotr
Kropotkin. El autor anarquista plantea en su libro “El apoyo mútuo” una crítica de las posturas
darwinistas sociales basándose justamente en la formulación original del propio Darwin. Su lectura
de la naturaleza, fundamentada en observaciones minuciosas además de tomar las lecturas más
importantes de la época, lo lleva a considerar no a la competencia como el mecanismo más
utilizado, sino a la cooperación entre las especies como a la fórmula más óptima para la
supervivencia. Kropotkin propone también una ecología basada en el paisaje, acotada a esa escala,
en donde el ser humano posee un lugar trascendente y no meramente de espectador o marioneta de
la naturaleza.
Otros autores importantes del siglo XIX fueron Eliseo Reclus, uno de los padres de la geografía
moderna, Alfred Russell Wallace, también llamado el “bulldog” de Darwin y William Morris Davis,
uno de los impulsores de la ciencia geográfica en los Estados Unidos.
Ya en el siglo XX, encontramos a Carl Sauer quien propone una morfología del paisaje en donde el
papel del hombre a través de la cultura obtiene un lugar preponderante. Una de sus preocupaciones
principales estaba vinculada a la forma en que cambian los paisajes, para ello no ahorra en fuentes
de investigación y bucea en la historia, la arqueología, el análisis de los sedimentos y en la
geomorfología. Sus influencias llegan hasta el día de hoy y son uno de los pilares de la ecología
política moderna, que lo reconoce como a uno de sus padres fundadores.
La ecología política hoy
A partir de la finalización de la segunda guerra mundial, el mundo antropológico norteamericano
vio crecer una nueva corriente que, con el tiempo, se transformaría en uno de los pilares de la
ecología política de hoy en día. La ecología cultural intentaba romper con la tradición particularista
norteamericana, ofreciendo un paradigma dinámico en el que la comparación intercultural y el
análisis de las relaciones culturales con el medio ambiente, funcionaron de pilares del movimiento.
El primero de los investigadores de esta corriente fue el antropólogo estadounidense Julian Steward
cuyas principales preocupaciones eran el análisis comparativo de las relaciones entre los humanos y
el medioambiente, hipotetizar acerca de las similitudes culturales en función de entornos similares,
los patrones de subsistencia y los arreglos económicos que las culturas realizan (Paulson, Gezon y
Watts, 2003).
Otro autor enrolado en la misma corriente fue Leslie White. Sus trabajos ponderan el uso de la
energía que realizan las diferentes culturas y en donde el medio ambiente juega un papel
preponderante. Su planteo de evolucionismo multilineal, que rompe con el esquematismo evolutivo
que preponderaba desde finales del siglo XIX, propone que cada sociedad sigue su camino y que no
es necesario atravesar etapas definidas de antemano para llegar a una situación dada. Su modelo,
basado en el uso de la energía, establece un gradiente en donde pueden ordenarse todas las culturas.
En un extremo contamos con grupos cazadores recolectores, quienes utilizan el fuego y su fuerza de
trabajo como todo uso energético. En el otro extremos nos encontramos con las sociedades que
utilizan la energía atómica (White, 1982). Lo interesante del caso es que este gradiente no establece
un juicio de valor, como sucedía con las escalas del evolucionismo decimonónico, ya que no afirma
que una sociedad es mejor o “más evolucionada” que otra. De hecho y en la época en que escribe
White, el uso de la energía atómica, en plena guerra fría, no garantizaba de ningún modo la
supervivencia. Su escala es simplemente categorial y por ello mismo pasa la prueba del test político.
Para la década del '60 encontramos los trabajos de Roy Rappaport entre los Tsmebaga Maring, en
donde analiza los rituales de estos pueblos y los pone en relación con el medioambiente. El autor
describe un ciclo que comienza con el plantado del “rumbín” un árbol de la zona y termina con una
matanza ritual de los cerdos que conforman las piaras de estos grupos. El ciclo ritual con su sentido
religioso, posee claros vínculos con el medioambiente y establece un orden para la praxis. En el
desarrollo de todo el ciclo, las piaras de cerdos van creciendo y se van tornando inmanejables para
las mujeres, quienes son las que tienen la responsabilidad del cuidado además de criar a los niños y
manejar los cultivos. Cuando la situación se desborda las mujeres presionan a los hombres para
realizar el “kaiko”, es decir la matanza de cerdos que inaugura también el ciclo de las guerras
etnográficas. Luego de ello el ciclo vuelve a empezar con el plantado del nuevo rumbín. Los
conceptos que emplea el autor recuerdan a la discusión entre las visiones EMIC y ETIC que
popularizara Keneth Pike dentro de la antropología lingüística (Reynoso, 1998). Rappaport habla de
un entorno cognitivo y otro operativo. El primero es el percibido por los nativos, que se encuentra
inmerso dentro de su cosmovisión; el segundo es el descripto por el investigador (Rappaport, 1987).
Una de las claves de la propuesta de Rappaport, en conjunción con Andrew Vayda, es su definición
acerca de la necesidad no de estudiar culturas como la unidad de análisis, sino en ampliarla al
ecosistema. Dentro de esta perspectiva mayor las poblaciones humanas pasan a ser un componente
más del ecosistema; otra más de las especies que interactúan entre sí y con el propio
medioambiente. En este sentido esta posición llevó a que pudiera observarse en regiones aisladas
como la cultura podía ser una estructura adaptativa en términos ecológicos (Paulson, Gezon y
Watts, 2003).
Otra fuente de inspiración reflexiva son los desarrollos en las teorías de sistemas y en la cibernética
(Paulson, Gezon y Watts, 2003). Las tres componentes básicas de los planteos sistémicos, la
energía, la información y la materia, sus intercambios y sus transformaciones, cuadraron con los
planteos ecologistas. Entre los teóricos más influyentes debemos mencionar a Gregory Bateson, un
antropólogo británico, quien en su trabajo de campo en Nueva Guinea llegara por el camino de las
ciencias sociales a los mismos conceptos que los ingenieros de la cibernética (Reynoso, 1998). Las
esquismogénesis
batesonianas,
complementarias
o
simétricas
son
equivalentes
a
las
retroalimentaciones de la cibernética, negativas o positivas (Bateson, 1976). En el caso de esta
monografía en particular, esta influencia es relevante, ya que la propuesta incluye los conceptos,
reflexiones y algoritmos de algunos desarrollos de las teorías del caos y la complejidad, los modelos
basados en agentes, que son las herederas de las teorías sistémicas de las décadas del '50 y '60.
En el contexto de la guerra fría y de la posibilidad de un holocausto nuclear, comenzaron a surgir,
luego de la segunda guerra mundial, centros de investigaciones de desastres naturales. Orientados la
mayoría a la prevención y al estudio de los fenómenos catastróficos de la naturaleza, el componente
humano estaba dado por el estudio que sociólogos y geógrafos emprendieron para comprender por
qué los grupos de personas no necesariamente responden a las alarmas de los desastres (Paulson,
Gezon y Watts, 2003).
A su vez la ecología política fue influenciada también por los trabajos en antropología y geografía
sobre campesinado y las críticas a los colonialismos residuales europeos. Luego de la conflagración
mundial, muchos países de Africa y Asia comienzan sus independencias de las potencias europeas,
Indochina, Angola o Argelia, por mencionar sólo unos pocos. Estos tiempos son también los de la
revolución socialista en Cuba, la reforma agraria en Bolivia, la consolidación de la revolución en
China, y de movimientos insurgentes en todo el mundo, muchas veces originados en los medios
campesinos. Estos procesos fueron estudiados por antropólogos y geógrafos que vieron en ellos
nuevas formas de organización social y un desafío al orden ganador de la II guerra.
Las teorías marxistas volvieron a ocupar un lugar preponderante dentro de las ciencias sociales,
fundamentalmente por el contexto mencionado en el párrafo anterior y también por el fin del
macarthismo, que eliminó algunos límites políticos que entorpecían la libertad de investigación.
Estas corrientes no estaban unificadas, ni siquiera alguna de ellas se reconocía plenamente
marxistas. El materialismo cultural de Marvin Harris es una de ellas, el marxismo estructuralista
que en antropología tuvo a sus principales exponentes en la escuela francesa, con Godelier y
Meillasoux es otra vertiente en este sentido. La teoría del sistema mundo, impulsada por Immanuel
Wallerstein y la teoría de la dependencia formulada entre otros por el sociólogo brasileño Fernando
Cardoso, también marcaron el campo de la ecología política. Dentro de la antropología tenemos que
mencionar los trabajos de Eric Wolf, quien plantea que en el análisis marxista de la producción se
pueden identificar dos elementos centrales. Por un lado que el Homo sapiens es una parte de la
naturaleza y por el otro que el ser humano es un animal gregario, es una especie social que debe
interactuar entre sí y con el medioambiente para poder sobrevivir. Los modos de producción son
configurados como el conjunto de relaciones sociales mediante el cual es puesta en marcha la fuerza
conjunta del trabajo para obtener los recursos, con las transformaciones del caso, de la naturaleza
circundante (Paulson, Gezon y Watts, 2003).
Estas fuentes no conforman una unidad completa, sin fisuras ni contradicciones, simplemente
delimitan un campo de investigación tanto en sus aspectos empíricos como teóricos. El estudio del
comportamiento humano debe reconocer el lugar que posee dentro de la naturaleza, pero a la vez
exige que se investigue, dentro de ese marco, las relaciones de poder y de dominio económico que
existen en esa cultura en particular y sus vínculos con otras sociedades.
En los últimos 20 años se observan dentro de la ecología política dos tendencias, una cuyo énfasis
está puesto en la cuestión ecológica (y es muchas veces criticada por su falta de visión política) y
otra cuyo énfasis está puesto en la cuestión política (y es muchas veces criticada por su falta de
visión ecológica). Una suerte de péndulo teórico, propio tal vez, de una disciplina en crecimiento.
Antecedentes teóriucos de los modelos basados en agentes y de las sociedades artificiales
Los modelos basados en agentes son un conjunto de formalismos dentro de lo que se conoce como
los algoritmos de la complejidad (Reynoso, 2006). Estos algoritmos de la complejidad son la última
expresión de un camino teórico que comenzó a mediados del siglo XX y que se conoció como
teorías sistémicas.
Este conjunto de hipótesis y supuestos, que en muchos casos surgió en forma simultánea en
diferentes lugares, conformó un cuerpo teórico que entre sus planteos fundamentales reivindicaba a
la noción del cambio y a la de totalidad. Frente al reduccionismo oponía una visión holística, de
conjunto; frente a la sincronía oponía una diacronía casi dialéctica. Se analizaban los cambios como
modificaciones producidas en la estructura debido a cambios en los componentes internos del
sistema y no como reacciones a los influjos exteriores. Algunos de los conceptos clave de esta etapa
son la morfogénesis (la capacidad que tiene el sistema de generar nuevas formas), la multifinalidad
(la capacidad que tiene el sistema de partir de condiciones iniciales similares y seguir diferentes
trayectorias) o la equifinalidad (la capacidad que tiene el sistema de partir de condiciones inicales
diferentes y seguir las mismas trayectorias). Una de las posturas epistemológicas sostenidas invitaba
a pensar en la posibilidad de utilizar estos conceptos en cualquier ámbito de la ciencia, sin importar
que fueran ciencias sociales o naturales (von Bertalanfy, 1976).
En la década del '60 y del '70 la corrientes sistémicas abandonaron la pretensión de ser el parámetro
de todas las ciencias y se refugiaron en las diferentes disciplinas, aportando a los campos teóricos
correspondientes. Dentro de este período encontramos los trabajos de Ilya Progogine en química,
investigando la autoorganización de la materia (Progogine, 1999); los desarrollos teóricos de
Stephen Jay Gould, con sus planteos criticando el darwinismo gradualista y proponiendo la teoría
del equilibrio puntuado de la evolución (Gould, 1989); los propios trabajos ya mencionados de Roy
Rappaport, con su visión del ritual como un homeostato de la relación de la cultura con la ecología
(Rappaport, 1986). La mirada sistémica de ese momento les permitió observar ciertos fenómenos de
la realidad desde una perspectiva diferente a la del reduccionismo positivista y eso se observa en las
innovaciones que provocaron. No hay en este etapa un llamado a la unidad de la ciencia, como se
observa en la etapa anterior; la confinación en los diferentes departamentos académicos resultó en
novedosas investigaciones.
En la década del '90 y en función del auge de las computadoras personales las teorías sistémicas
cobraron una nueva relevancia, menos pretenciosa pero más efectiva; las teorías fueron dotadas de
algoritmos, lo que permitió su implementación concreta. Los algoritmos de la complejidad
materializaron las propuestas teóricas de las teorías sistémicas. La equifinalidad, la morfogénesis, la
multifinalidad, los comportamientos colectivos que no responden linealmente a las actitudes
individuales, todos ellos pudieron ser observados en su funcionamiento en un ámbito de silicio. La
programación de software es en general un componente apto para el cálculo universal y todo lo que
es computable es posible hacerlo, en forma sencilla, con un lenguaje de programación. Los modelos
sistémicos ya no necesitaban de un cuerpo de ecuaciones inmanejables para poder ser formalizados.
Ese mismo rigor era posible de programarse y mejor aún, verse en funcionamiento en el entorno de
una computadora personal.
Los fractales son uno de esos algoritmos que explotan en la última década del siglo XX. Los
fractales son objetos matemáticos con algunas particularidades, a diferentes escalas, mantienen su
forma, es decir son autosimilares. La parte es igual al todo en un fractal, no importa el nivel de
detalle que se observe. Al mismo tiempo las reglas de producción de un fractal (su gramática
subyacente) suele ser muy sencilla en términos sintácticos de cualquier lenguaje de programación y
la necesidad de iteración y recursividad que precisa es muy simple de lograr con una computadora.
Dentro de la antropología destacamos los trabajos de Ron Eglash en Africa, buscando fractales
etnográficos, fractales cuyos realizadores, los pueblos subsaharianos son conscientes del algoritmo,
es decir de las reglas de producción de ese fractal. De este modo el antropólogo norteameriano
encuentra fractales en los patrones de asentamiento de aldeas, en el arte y la decoración y hasta en
los peinados etnográficos (Eglash, 1999).
Otro de los algoritmos de la complejidad son los denominados “algoritmos genéticos”. Estas
estructuras de búsqueda imitan, metafóricamente, el proceso de la selección natural. Desarrolladas
por John Holland, el formalismo permite, en espacios de búsqueda muy grandes, encontrar
soluciones que, si bien no puede garantizarse que sean las mejores, se puede afirmar que son
óptimas. La estructura consta de un conjunto de cadenas (string) que forman la población inicial.
Existe un mecanismo de ajuste (fitness) que es el objetivo que debe alcanzar el algoritmo genético.
En cada ciclo se evalúa cada posición de cada cadena contra la función de ajuste y se establece un
ranking de ganadores. Se descartan los que tengan las peores posiciones, generalmente hasta la
mitad de la población y se arma una nueva población con las cadenas ganadoras. Para tener siempre
la misma cantidad de población, se establece un mecanismo de crossing over, es decir se cortan a la
mitad las cadenas ganadoras y generan una nueva cadena con el material de lo que podríamos
considerar los padres. El algoritmo converge en un tiempo finito con la solución; hay cuestiones
técnicas a tomar en cuenta, como por ejemplo agregarle algún mecanismo de azar (mutación) para
evitar caer en óptimos locales. El algoritmo imita el proceso de selección natural que demostró,
claramente, que es un buen buscador de soluciones dado un contexto determinado (Reynoso, 2006).
El último de los algoritmos que presentamos son los autómatas celulares. Dejamos fuera de esta
revisión una multitud de formalismos que por razones de espacio no podemos mostrar. Los
mencionaremos simplemente por si el lector se encuentra con curiosidad. Entre estos figuran los
análisis de redes sociales, que son grafos que permiten vislumbrar la estructura de una red de
cualquier naturaleza que desee el investigador; las búsquedas tabú que son algoritmos de búsqueda
para espacios reticulares muy grandes; el algoritmo colonia de hormigas, que imita la forma en que
por reglas de mayoría las hormigas construyen sus hormigueros.
Los autómatas celulares son particularmente importantes para este artículo en virtud que fueron la
fuente de inspiración para el desarrollo de los modelos basados en agentes. El origen de los
autómatas celulares puede remontarse a la década del '40 cuando von Neumann intentó responder la
siguiente pregunta: ¿Es posible construir una máquina (teórica) que pudiera reproducirse y generar
una máquina al menos tan compleja como ella misma?. Es interesante notar que la pregunta
fundante estaba basada en la observación de la vida y la evolución, en donde los seres vivos se
reproducen y se adaptan a las condiciones medioambientales, usando los mecanismos de la
naturaleza. La respuesta que encontró von Neumann fue afirmativa y si bien su desarrollo
permaneció más como una curiosidad que como una propuesta científica, para la década del '70, fue
retomado y mejorado, sobre todo a partir de la columna de Martin Gardner sobre juegos
matemáticos en la revista Scientific American (Reynoso, 2006). En esta columna apareció el juego
de la vida de John Conway, cuya simplicidad contrastaba contra la complejidad de los resultados. El
autómata celular que forma el juego de la vida, consta de una grilla o matriz cuadrada con la misma
cantidad de columnas y renglones. Cada celda tiene dos estados posibles o bien está apagada o bien
está encendida. En cada ciclo se aplican para prender o apagar las celdas las siguientes reglas: en
función de la vecindad definida (que pueden ser las ocho circundantes o las cuatro otrogonales) y
del número de celdas prendidas o apagadas, la celda en cuestión se prenderá o se apagará. Si una
celda apagada tiene exactamente tres celdas prendidas, entonces se prende. Si la celda está prendida
y tiene dos o tres celdas prendidas, entonces sigue prendida, de otro modo se apaga. Lo
sorprendente de este juego es que a pesar de la simplicidad de las reglas, las estructuras permanecen
a través de los ciclos, más allá de que las celdas que le dieron origen mueran. Es extraño, aunque no
tanto si tomamos en cuenta las teorías de la complejidad y el caos, que dada la combinatoria
inmensa de valores posibles de prendidos y apagados, que prefiguraría un desorden completo, el
algoritmo logra estabilizarse a partir del caos. Hay un orden perenne apenas se introducen las reglas
simples.
Los modelos basados en agentes y las sociedades artificiales
Los modelos basados en agentes son formalismos cuyo fundamento son los autómatas celulares. Al
igual que ellos, los modelos basados en agentes están conformados por una estructura, que puede
ser de una, dos, tres o más dimensiones. En general suelen usarse las dos dimensiones, creando así
un tablero matricial. Sobre esa estructura habitan los agentes. A diferencia de los autómatas
celulares, en donde las celdas podían tener dos valores posibles, los agentes, si bien viven en las
celdas, tienen la capacidad de moverse por el tablero y no hay límites a los valores que se les puede
asignar. De hecho no sólo se puede asignar una sola variable sino que se pueden crear múltiples
propiedades con diferentes naturalezas de datos. Es decir las propiedades pueden ser booleanas
(como en los autómatas celulares) o cadenas alfanuméricas (strings) o bien numéricas (enteras o
reales). Sobre el tablero y para cada celda pueden también asignarse una multitud de propiedades y
tampoco están limitadas a los valores binarios. Además de los atributos mencionados, los modelos
basados en agentes permiten que se asignen reglas de comportamiento tanto a los agentes como al
tablero. Estas reglas pueden indicar la interacción entre los agentes, de los agentes con el
medioambiente o de interacción entre las celdas del medioambiente.
Una de las grandes ventajas de utilizar esta clase de modelos radica en la posibilidad de tener
agentes y un entorno variable y diverso. A diferencia de la estadística tradicional que uniformiza las
muestras, a través de los resúmenes de las medidas (promedio, desvío estándar, etc.) los modelos
basados en agentes adquieren su potencia de las diferencias y de la dinámica propia del modelo de
simulación. Cada sector del tablero, cada agente que lo habita puede tener sus propios valores de los
atributos y su propia implementación de las reglas asignadas. Pero además de las variables
atributivas es posible asignar vínculos reticulares, también tanto a los agentes como a las porciones
del tablero.
Los modelos basados en agentes combinan lo mejor del enfoque tradicional con lo mejor del
enfoque de redes. Su potencialidad sólo está limitada por la imaginación antropológica del
investigador. Cuando los modelos basados en agentes abordan temáticas sociales suelen ser
llamados “sociedades artificiales”. Las sociedades artificiales pueden ser clasificadas en dos
grandes tendencias. Por un lado tenemos aquellas cuyas motivaciones son púramente teóricas. Por
el otro nos encontramos con aquellas que intentan reproducir o emular determinados fenómenos
empíricos.
En el primer grupo el ejemplo más sobresaliente es el trabajo de Axtell y Epstein denominado
paisaje de azúcar (sugarscape). En este modelo los agentes son individuos (unas simpáticas
tortuguitas ya que el programa está realizado en NetLogo) que viven en un tablero sobre el que hay
un recurso que necesitan para poder sobrevivir. El azúcar, llamada así por los autores, se encuentra
dispersa en forma no aleatoria por todo el tablero. Se concentra en unas montañas que hay en el
centro, hacia la periferia va disminuyendo hasta llegar a los bordes del tablero en donde no existe el
recurso. Vale una aclaración: el tablero, en este caso, forma un torus, que es una figura geométrica
que no tiene bordes, sino que es contínua (como el tablero del famoso jueguito Pacman). La
distribución del azúcar se realiza asignando a la propiedad “azúcar” de cada celda del tablero un
número X de unidades. Este recurso, una vez consumido, puede ser recreado, dependiendo de la
regla que se aplique y hacer que crezca a diferentes ritmos o no crezca en lo absoluto.
Los agentes poseen algunos atributos, sus características genéticas podríamos decir, como un
metabolismo, que es la cantidad de azúcar que necesitan para no morir de hambre y una visión, que
es la que les permite mirar en el tablero, medida en un número entero que representa la cantidad de
casilleros de observación, siempre en línea recta. La regla que poseen los agentes indica que deben
mirar en función del atributo de la visión, en todos los sentidos posibles, evaluar la cantidad de
azúcar que encuentran dentro del rango de visión, escoger la más alta, moverse hasta allí y comer
hasta vaciar el casillero. Una vez saciado el metabolismo, los agentes pueden acumular el resto,
aunque esto también depende de la aplicación o no de esa funcionalidad.
Las preguntas teóricas en las que los autores indagaron con el sugarscape están vinculadas con una
refutación del darwinismo social, con la distribución desigual de la riqueza, con los efectos de la
polución, con el surgimiento de la diferenciación en tribus o clanes, con la aparición de la guerra o
del fenómeno del comercio. No hay un trabajo de campo que lo sustente, son hipótesis que se
contrastan en el ámbito de la computadora, en donde la coherencia lógica está garantizada, pero no
hay, ni tampoco interesa, que haya un control empírico.
En el segundo grupo hay cada vez más trabajos realizados por diferentes equipos de investigación,
la literatura en sitios como http://jasss.soc.surrey.ac.uk/ o de modelos en páginas como
http://ccl.northwestern.edu/netlogo/ es abrumante.
Uno de los trabajos clásicos es la simulación sobre los Anasazi, el grupo precursor de la cultura
Pueblo del noreste de Arizona, que toma como fundamento la enorme cantidad de datos
arqueológicos, paleoambientales y etnográficos para simularlos en la computadora y contrastar con
esa información los resultados de la diferentes corridas. Este modelo, basado en el sugarscape,
reproduce las condiciones ambientales y culturales del pueblo Kayenata Anasazi durante un período
que abraca desde hace 4000 años hasta 700 años antes del presente.
El medio ambiente programado toma en cuenta las variaciones anuales en producción potencial del
maíz, basándose en datos paleoambinetales. La producción real es tomada de las estimaciones
arqueológicas de producción en Long House Valley durante los últimos 1600 años. Sobre este
medioambiente virtual, las unidades domésticas, que son los agentes de este modelo, viven y se
adaptan a los cambios sociales y medioambientales. Estas unidades domésticas fueron elegidas
como la unidad de análisis de la simulación debido a que son la mínima expresión describible en el
registro arqueológico (Kohler y Gumerman, 2000). Cada unidad doméstica posee una serie de
atributos y reglas relacionadas con sus necesidades y las formas de satisfacerlas. Tienen un lugar
asignado en el tablero, un almacén de granos y un metabolismo básico denominado necesidades
nutricionales. La regla indica que las unidades domésticas cosechan el maíz que se encuentra en su
parcela y lo consumen en función de sus necesidades nutricionales. El maíz no consumido puede ser
almacenado por dos años (en términos de los ciclos del programa), al cabo del cual, se pierde. Las
unidades domésticas que no alcanzan a cubrir las necesidades perecen.
Los autores realizaron más de 100 corridas del modelo para contrastarlas con los datos
arqueológicos; en general los datos cuantitativos fueron bastante diferentes, pero en términos
cualitativos se observaron los mismo fenómenos. Los patrones generales de dispersión y agregación
de las unidades domésticas fueron muy similares a los de la historia de Long House Valley. El
modelo de simulación captura con éxito las dinámicas relaciones existentes entre la dispersión y la
agregación y la variabilidad entre altas y bajas frecuencias ambientales (Kohler y Gumerman,
2000).
Una de las claves de las sociedades artificiales es que pemite en el entorno de una computadora,
reproducir como en un laboratorio las condiciones iniciales y luego correr el experimento. Todo ello
controlando todas las variables, pero pudiendo incorporar al azar, si así lo exigiesen los requisitos
de la investigación.
La propuesta conjunta: ecología política y sociedades artificiales
Más allá de los debates dentro del seno de la ecología política y que revelan dos cuestiones, por un
lado el dinamismo de la corriente que se mantiene en un estado de discusión permanente y por el
otro el carácter novedoso de los planteos que lleva a que no exista una sola corriente hegemónica,
consideramos que las sociedades artificiales tienen elementos para aportar en la dirección del debate
planteado. No tanto tomando partido como proponiendo una metodología replicable y rigurosa.
Si tomamos en cuenta las dos grandes cuestiones que envuelven a la ecología política en la
actualidad, nos encontramos con aquellas posturas que plantean la necesidad de un trabajo a
consciencia del marco ecológico y del paisaje en el que se manifiestan las actividades humanas. Del
otro lado aparecen aquellas que exigen el detalle de las relaciones políticas que enmarcan,
promueven y a su vez son consecuencia de la conducta cultural. En ambos casos parece jugar una
suerte de exceso y defecto con la balanza inclinada hacia un lado y hacia el otro.
Las sociedades artificiales exigen la descripción precisa tanto del medioambiente como de los
agentes que allí habitan. Esta precisión no implica un detalle máximo o una descripción punto a
punto de todas las condiciones observadas. Una de las claves de las sociedades artificiales es la de
iniciar una trayectoria partiendo de condiciones iniciales muy sencillas y que la propia corrida del
programa en sus interacciones genere comportamientos complejos. Por lo tanto no nos estamos
refiriendo a que el modelo debe ser una imitación palmo a palmo de la realidad que se pretende
simular. La precisión declamada es la necesidad que se tiene de describir sin contradicciones la
conformación del medioambiente y de los agentes, sus reglas y sus atributos. La computadora sobre
la que se corren estos programas es implacable a la hora de establecer los límites lógicos a los
postulados. No hay manera de esconderse detrás de arilugios retóricos. Las definiciones, por más
generales que sean, deben ser precisas en su formulación.
El medioambiente computacionalmente activo de las sociedades artificiales es un ámbito propicio
para el modelado de las situaciones que el investigador observa en el campo. La enorme cantidad de
literatura al respecto, entendiendo literatura en este caso como los programas disponibles con el
código fuente abierto, permiten al investigador interesado no tener que comenzar desde el principio.
Basta tomar, como mostramos en el caso del software sobre los Ansazi, alguno de los programas
que andan dando vueltas y adaptarlo a las necesidades del caso. En general los lenguajes de
programación orientados a los modelos basados en agentes, vienen con funciones preprogramadas
que permiten aplicar al paisaje virtual muchos de los conceptos que se barajan en la ecología
política. Funciones que simulan inundaciones o polución, crecimiento agrícola o de cualquier otro
elemento que se necesite o incendios o contagios forman parte de los paquetes más comunes
(Netlogo, Starlogo).
Las conductas de los agentes y los atributos de los mismos son también sencillos de programar en
una plataforma como las mencionadas. La cuestión política, directamente vinculada con el poder y
con la organización social de la cultura, es factible de implementar tomando en cuenta las
posibilidades que despliegan estos modelos. En las últimas versiones apareció, por ejemplo, la
posibilidad de crear vínculos entre los agentes, debido a funciones que fueron agregadas; antes era
el investigador el que las tenía que programar. De este modo se pueden crear relaciones sociales que
simulen las condiciones previstas por el usuario en sus observaciones empíricas. Establecer
jerarquías o diferencias entre grupos sociales y las condiciones de accesibilidad a los recursos, por
poner algunos ejemplos.
El diseño de una sociedad artificial exige un control riguroso de los elementos que se pondrán en
juego. Tengan una naturaleza teórica o bien una naturaleza empírca, los criterios de definición
deben ser en los dos casos provistos de una coherencia tal que les permita pasar la prueba de la
máquina. Es conveniente no intentar diseñar una sociedad artificial tratando de emular todos los
aspectos relevados en el trabajo de campo. Es preferible comenzar por escoger algunas
consideraciones y variables del entorno y de los agentes, intentando pensar en términos sistémicos,
es decir tratando de encontrar aquellos elementos que se consideren clave y que a partir de los
cuales puedan generarse comportamientos globales. Durante el proceso del diseño es notable como
van surgiendo determinados problemas vinculados con la metodología y con los datos que se
intentan simular. La necesidad de incorporar nueva información empírica para definir mejor a los
agentes o al medioambiente surge cuando se están asignando las propiedades y las reglas
correspondientes. Por lo tanto esta clase de modelos sirven también para el desarrollo normal de la
investigación, más allá de que se implemente la sociedad artificial, ya que va generando un
formalismo que obliga al intercambio entre el mundo teórico con el mundo empírico mediante la
operativización metodológica.
Los aspectos ecológicos y políticos, por separado, como pretenden algunos, o bien en conjunto
como propugna, más allá de sus disparidades, la ecología política es un ámbito propicio para el
desarrollo de una sociedad artificial. El descubrimiento de las ambigüedades, de la necesidad de
definir, aunque más no sea operativamente, a las propiedades y a las reglas, tanto del
medioambiente como de los agentes, son aportes metodológicos sustanciales para una ciencia social
que se defina por el rigor y la profundidad. La posibilidad de predecir o retrodecir, es decir de
reproducir las condiciones de un hecho del pasado, convierten a las sociedades artificiales en una
herramienta muy poderosa, que por su novedad no ha llegado aún al centro de las disciplinas
sociales.
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