ciudades del cine

Anuncio
LEXIA. Revista de Semiótica, Filosofía y Letras, Universidad de Torino, Italia
CIUDADES DEL CINE
Mabel Tassara
El hábitat, como efecto diegético, es una construcción discursiva que, como todos los
otros significados transmitidos por el film, responde a un enfoque estilístico, aquél en
el que se inscribe la construcción global del texto fílmico, con la que se conecta a través
de operaciones semióticas específicas. Una estilística como la implementada por el
denominado “cine clásico” tiende a ocultar los procedimientos a través de los que ese
espacio se construye, apuntalando la referencia mediante recursos cinematográficos
conectados históricamente con los realismos (es un ejemplo un uso de las catálisis
focalizado dominantemente en el fortalecimiento del efecto de realidad de la puesta en
escena). El “cine clásico” desenvuelve con inigualado equilibrio la tensión entre lo
referencial y lo poético; como espectadores, nos hace creer que resalta la referencia
mientras nos alcanza con discreta elegancia su poesía. Así, de manera mentirosa, busca
convencernos de que el hábitat es sólo el soporte en que se asientan las historias y los
personajes.
Otras estilísticas, en cambio, como aquella de la que se ocupa este texto, mostrarán más
desembozadamente los lazos estrechos que ligan los personajes a sus espacios, espacios
que ya no se pretenden sólo físicos, que exponen más abiertamente su ambigüedad, sus
conexiones con espacios mentales, de la memoria, del sueño, de la fantasía.
Habitat. Cine. Espacio fílmico. Cine “moderno”. Wong Kar-wai
FILM CITIES
The habitat, as diegetic effect, is a discursive construction that, like all other meanings
conveyed by the film, reflects a stylistic approach, the one in which the overall
construction is part of the global film form, that connects through specific semiotic
operations. A style as implemented by the so-called "classic film"
tends to hide the processes through which this space is constructed, propping up the
reference for film resources connected historically with realism (just an example is the
use ofcatalysis in predominantly focused strengthening the reality
effect of the staging). The "classic cinema" unfolds with unparalleled balance the
tension between the referential and the poetic; as viewers, it makes us
believe it highlights the reference as we reached his poetry with understated
elegance. So, by lying, it tries to convince us that the habitat is only the medium in
which to settle the stories and characters. Other stylistic, however, like the one in this
text, show more openly the strong ties that bind the characters to spaces, spaces that not
only are no longer intended only physical, but also expose more fully its ambiguity, its
connections with mental spaces, memories, dreams, fantasy.
Habitat. Film. Filmic space. Film “modern”. Wong Kar-wai
1
Los ámbitos de la ficción
Es probable que no pocos turistas, en Londres, hayan incluido en sus recorridos la casa
de Sherlock Holmes, y otros tantos habrán visitado el balcón de Julieta en Verona.
También es posible que algunos se hayan acercado al Castel S’ Angelo, en Roma, sólo
para subir a la terraza y conocer el lugar desde el cual Tosca se arroja. Es que, como
asevera Umberto Eco, la verosimilitud de la ficción es cosa seria, porque “los textos
ficcionales acuden en ayuda de nuestra poquedad metafísica” , y para Eco, a diferencia
del mundo en el que vivimos, laberinto “del cual no sólo no hemos localizado aún todas
las sendas sino que ni siquiera conseguimos expresar el dibujo total”, cierta narrativa
nos tranquiliza sobre la realidad, porque le suponemos una estructura que posee claves
que de un modo más o menos empeñoso podemos llegar a develar. Así, Eco puede
dedicar un par de páginas a discurrir sobre la Rue Servandoni, calle que existe en Los
tres mosqueteros pero no existía en París cuando Dumas escribió, porque, aduce, con un
texto narrativo se puede hacer lo que se quiera, hasta jugar al lector paranoico y
controlar si el París del siglo diecisiete corresponde o no al descrito por Dumas. O
puede dar explicaciones a un lector de El péndulo de Foucault que le cuestiona la no
mención de un incendio de grandes proporciones acaecido en la noche en que su
personaje Causabon camina por el lugar, y que no podría, evidentemente, dejar de ver
(Eco 1996).
El cine y la ciudad
Muchas de las ciudades míticas de la narración fantástica pasaron al cine: la Atlántida,
Sangri-La; tal vez, Camelot, porque la definición de ciudad en la ficción no puede ser,
indudablemente, burocrática; la ciudad es un habitat, un entorno, y nadie negará que
Arturo, Lancelot y Ginebra viven, aman y sufren en Camelot. Otras ciudades integraron
otro tipo de mitología, pretendidamente más cercana a la vida que a la literatura, como
París, y después New York; quizá también la Chicago del gansterismo.
La ciudad como tema es la condición o el sustrato de la historia y no es de orden
específicamente cinematográfico. Pero después está la construcción fílmica de la
ciudad.
A pesar de las expectativas del espectador, cuya apetencia de ilusión es aún mayor que
en la literatura, en el cine la construcción de la ciudad es inevitablemente elíptica,
forzosamente incompleta; deberíamos en verdad decir sinecdóquica. En el cine
accedemos a la ciudad como totalidad a partir de la mostración de algunas de sus partes.
Aunque sabemos que el todo es una ilusión, la construida por la sinécdoque: sólo
existen las partes y la ciudad es una identidad y una completud que los fragmentos
hacen inferir. Esas partes son, muchas veces, los motivos temáticos del género. El bar,
las calles neblinosas, la seccional de policia, la gasolinería, el casino de juego, el
inquilinato articulan las ciudades hostiles del negro. La mansión elegante, el restaurant
de moda, la gran tienda, la ciudad amable de la comedia brillante.
Algunos de los grandes géneros clásicos se instalan en la ciudad, como el negro o el
melodrama pasional. El melodrama pasional no puede ser rural porque el pecado para
el cine ha sido preferentemente urbano. El policial es también urbano, porque la
corrupción anida en la ciudad. El western es rural, y aunque también tiene que ver con
el mal, es un mal todavía ligado a lo primitivo, a una violencia aún cercana a la
naturaleza, que proviene de la apropiación de territorios. La tierra y el ganado son los
principales objetos por los que se lucha. En la ciudad el poder está mediatizado por la
posesión del dinero y surge de negocios diversos. Aunque la corrupción gana a las
autoridades públicas en ambos ámbitos, en el western esa autoridad no va más allá del
2
sheriff o el juez, mientras que en la ciudad alcanza, además de policías, a políticos y
gobernantes de alto rango.
El western construye, sin embargo, un notable habitat, también a partir de fuertes
motivos: el rancho, el saloon, la calle principal del pueblo y, como principales espacios
abiertos, las llanuras rodeadas de montañas y el desierto.
La comedia brillante es, asimismo, urbana, porque pone en ejercicio la mayor
sofisticación propia de las grandes urbes, aunque tiene más que ver con sus interiores
que con sus calles; la ciudad en la comedia se construye habitualmente como espacio
off. Su rol será más destacado en la comedia musical, al menos en algunos de sus
desarrollos, sobre todo en las películas que responden a la autoría de Gene Kelly ,
Stanley Donen o Vincent Minnelli. 1
La ciudad ha establecido relaciones diferentes con los estilos del cine. En las primeras
décadas tiene escasa importancia en la escuela rusa, en el cine sueco, en la vanguardia
francesa, o en los primitivos italianos; en cambio, sí se hace notar tempranamente en el
expresionismo alemán. No es casual, hay toda una historia de la ciudad en la literatura y
las artes visuales de este origen que también se presenta en el cine (valga como ejemplo,
la notable imaginería urbana de Otto Dix o Georg Grosz), tanto en el expresionismo
temprano como en el kammerspielfilm que le sigue.
Después, la ciudad se impondrá, como veíamos, en algunos géneros del Hollywood
clásico. Y será fuerte en el nerorrealismo y en algunos autores italianos de los años
sesenta, como Antonioni o Fellini. No será dominante en la nouvelle vague francesa,
porque ésta lleva a cabo privilegiadamente un cine de puertas adentro, aunque ha dado
otra ciudad mítica: Alphaville.
En tanto en el cine han predominado los realismos, en la mayor parte de las películas la
ciudad se construye como un ícono que busca confundirse con la ciudad misma. La
ciudad debe parecerse a una ciudad real, y si ésta existe debe parecerse a ella.
Monstruo edificado en una multiplicidad de instancias: la del guión, la de los bocetos, la
del cineasta, la del camarógrafo, la de la cámara, la del montaje, la ciudad
cinematográfica nos hace creer en su existencia, y, aun a sabiendas de su artificio, no
deja de ser, de vez en cuando, responsable de nuestra desilusión de turistas.
Pero algunas ciudades del cine son otra cosa: ciudades metafóricas que avanzan desde
el ícono hacia el símbolo, como las de Caligari (Robert Wiene, 1919), Metrópolis (
Fritz Lang, 1927) , Blade Runner ( Ridley Scott, 1982 ), o Alphaville ( Jean- Luc
Godard, 1965). Tal vez el paradigma de esta modalidad sea Metrópolis, la ciudad
protagonista que carga con la responsabilidad mayor en la transmisión de la alegoría
maquinista de von Harbour2. En Caligari la irrealidad espacial de la ciudad introduce
desde el inicio la ambigüedad esencial de la propuesta enunciativa. En la película de
Scott, antes de acceder al conflicto dramático, la ciudad planta la concepción decadente
de futuro que sintetiza el enfoque ideológico de la vertiente de la ciencia ficción en que
el film se inscribe.
Otras ciudades, en cambio, son indiciales, se construyen al paso de los recorridos de
sus protagonistas. En Antonioni, la ciudad se crea a partir de los personajes que la
habitan, y actúa frecuentemente como espacio de refracción de su interioridad. En El
eclipse (1962) los paisajes vacíos visitados por los amantes en el pasado connotan en su
desolación final la fragilidad del amor. En El grito (1957) es la aridez del entorno la
1
Son ejemplos: Sinfonía de París (1951), Cantando en la lluvia (1952), Invitación al baile (1956).
2
Thea von Harbour, guionista del film, así como de casi todas las películas de Lang en el período
alemán. Sus posteriores conexiones con el nazismo han contribuido, en algunas lecturas, a destacar su rol
por sobre el de Lang en lo que hace a aspectos ideológicos de la obra.
3
que da cuenta de un dolor que se expresa mal en palabras. También el encono y la
amenaza que una y otra vez enfrenta el protagonista de Ladrones de bicicletas (Vittorio
de Sica, 1948) en su recorrido crean una urbe incontinente y distante, poco sensible a las
penurias de sus habitantes menos afortunados. En Mamma Roma, de Pasolini (1962), la
ciudad guarda la promesa del deseo de los personajes, pero también es su impedimento
y su clausura, y, además, como en la tragedia antigua, es coreuta de sus avatares y
desdichas. En Los inútiles, de Fellini (1953), se arrastra con los protagonistas en su
deambular cotidiano y sólo es posible pensar el cambio si se la abandona.
Es de estas últimas ciudades de las que quiero ocuparme aquí, de las ciudades que
desbaratan esa apetencia de afirmación que Eco atribuye al receptor.
Ciudades metonímicas
Nuevos sitios no has de encontrar, ni encontrarás nuevos mares
La ciudad siempre te acompañará. Por las mismas calles
errarás, en los mismos barrios envejecerás
y en las mismas casas habrás de encanecer
Siempre llegarás a la misma ciudad. En otro lugar no pongas tus esperanzas
no hay barco para ti, no hay camino.
Al perder tu vida aquí,
en este rinconcito, en toda la tierra la has destruido.
La ciudad, C.P: Cavafy (1910)
La llamada “narrativa clásica”, forma paradigmática del realismo en el cine, lleva a
cabo una organización espacio- temporal que se propone como principal objetivo borrar
las huellas del discurso que la articula. Como bien señala David Bordwell: “convierte el
mundo de la historia en una construcción internamente coherente en la que la narración
parece avanzar desde el exterior” (1996: 161). Este extrañamiento de la narración se
afirma en la manipulación de la puesta en escena (en la que se incluye, para el tema que
ahora nos ocupa, la construcción del ámbito en que se desarrolla la historia), ella crea la
ilusión de “un acontecimiento profílmico aparentemente independiente que se convierte
en el mundo tangible de la historia encuadrado y registrado desde afuera” (1996: 161),
un recuadre y un registro, añade Bordwell, que suelen tomarse como la propia
narración.
Una de los parámetros principales de esta narrativa es la orientación clara del receptor,
por eso las marcas de ambientación son fuertes en el “cine clásico”. Se ha dicho que
este cine solía comenzar con un plano general de ubicación. Cuando la ciudad ocupaba
un lugar significativo en la historia, esta ubicación solía resaltarse. Películas como
Casablanca ( Michel Curtiz, 1942) o Tener o no tener ( Howard Hawks, 1945) ofrecen
como primera imagen un mapa en el que se sitúa la ciudad, se pasa después a planos
generales de sus calles para, recién en tercer término, aproximarse a los interiores en
que se desarrollará la historia.
Otros elementos apuntalan también el efecto de realidad, como las catálisis, dirigidas a
acumular información sobre los ambientes, a enriquecerlos con detalles aparentemente
nimios, supérfluos, pero que en verdad muestran no ser tales, en la medida que están
dirigidos a fortalecer su verosimilitud. Cumplen un rol similar al que Roland Barthes les
adjudica en la literatura. Incluso, Barthes llega a pensar en elementos que van más allá
del concepto de catálisis (2002), que él mismo propusiera como función narrativa de
relleno (1990). Habla de “notaciones que ninguna función (aun la más indirecta de que
4
se trate) permite justificar” (2002:75)3, y termina conectándolas con el espacio de la
descripción, que presenta siempre un carácter transversal con respecto al espacio
estructural del relato. Barthes se muestra aquí todavía bastante apegado a la noción de
estructura, y parece ser desde este lugar que pone en cuestionamiento el carácter
funcional de esas notaciones. Sin embargo en la medida en que ellas no son
insignificantes, cree que no queda sino discutir su estatuto. La cuestión que hace
reflexionar a Barthes es que estos elementos son significantes sin significado (de
denotación, porque Barthes sigue aquí apegado a las nociones de denotación,
connotación, siendo la literatura un sistema segundo o complejo), que remiten
directamente a la referencia, por lo que decide, finalmente, que son significantes de
connotación, cuyos significados son el mismo real, y es esta total ajenidad con la
diégesis lo que produce el efecto de lo real.
A mi entender, el concepto de catálisis basta para considerar este tipo de inclusiones, si
todo el relato se piensa como un todo, en el que según el mismo Barthes había
planteado, no hay nada que no contribuya al sentido. No me parece que el hecho de no
actuar estrictamente como indicios que crean ambiente (para aislar del potencial de esta
categoría funcional sólo lo que ahora nos interesa) las deje fuera de la función indicial,
en tanto el efecto de realidad se genera en el nivel de la narración, lo que las convierte
en indicios de algún tipo.
De todos modos, esta diferencia, en el punto, entre el significado y la referencia, en
términos de los significados de denotación, es algo que puede hacer cavilar en la
literatura; en el cine, la imagen cinematográfica, al repicar los objetos del mundo, los
convierte inmediatamente en significantes de denotación, cuyos significados de
denotación son, sin duda, de modo directo y brutal, lo real. Claro que esto no es el
hábitat que un determinado texto fílmico crea, que en el cine como en la literatura se
logra por significados de connotación (si seguimos considerando estos niveles). Pero
ese espacio de intersección que preocupa a Barthes no se da en el cine, donde una cierta
referencia siempre se crea. El desafío del texto cinematográfico es orientarla en la línea
de la diégesis y de la mirada estilística. Y lo más difícil para cualquier trabajo textual
es, justamente, lo contrario, borronear la referencia para imponer el significado.
Ahora, lo que me interesa aquí del texto de Barthes es que él reflexiona sobre este
problema a partir de la construcción de un cierto realismo, el del s. XIX, que busca un
efecto de realidad diferente de la verosimilitud clásica, más cercana a las pautas del
género, novedad que, como planteará líneas más adelante, dará paso, finalmente. a una
nueva verosimilitud. Como los lenguajes no se desenvuelven de manera paralela en el
tiempo, pero algunos desarrollos comunes pueden encontrarse en unos y otros (aunque
en épocas dispares), esa presencia del puro real que se busca construir en ciertos estilos
literarios del XIX podría encontrarse en algunos de los estilos que se desarrollan
después del clasicismo cinematográfico, como el neorrealismo italiano, o ciertas
narrativas de los años sesenta.
Si seguimos considerando el concepto de catálisis como una parte del relato que no es
función nuclear, en cuanto no está conectada con el desenvolvimiento de la trama, en el
neorrealismo asistimos a su notable crecimiento, a una expansión que es cuantitativa,
pero también cualitativa, porque lo hace en sustitución de los núcleos, que se debilitan
cada vez más. En el cine de Rosellini, por ejemplo, esas notaciones que refieren al puro
real son dominantes: un paisaje, un ritual, un rostro, imágenes que no pueden
considerarse estrictamente en relación con la historia que más o menos pretende
3
Los ejemplos son: un bárometro sin ninguna conexión con la trama y con la descripción de personajes o
estilos de vida, en Un corazón simple de Flaubert y una puertita a la que el verdugo golpea con suavidad
en la celda de Carlota Corday, en La historia de Francia , de Michelet.
5
contarse pero que parecen remitir a ese espesor de lo real que Barthes encuentra en
cierta literatura realista. Son muchos los autores que han hablado de ese cine desde este
lugar: Bazin (1966), Rivette,(2003), Deleuze ( 2005).
Con su habitual precisión, André Bazin dice, a propósito de Humberto D, de De Sica
(1951): “La elipsis es un proceso lógico de narración y, por tanto, abstracto; supone
análisis y elección, y organiza los hechos de acuerdo con el sentido dramático al que
deben someterse. De Sica y Zavatttini quieren, por el contrario, dividir cada suceso en
sucesos más pequeños y éstos a su vez en otros aún más pequeños, hasta el límite de
nuestra sensibilidad temporal” (1966: 522) Bazin culmina la descripción de la escena
que analiza diciendo que la cámara “termina por convertir en objeto de la imagen el
tantear de los dedos del pie sobre la madera” (1966:522).
Esa atención a lo minúsculo, a lo periférico, a lo que habitualmente hubiera sido
hojarasca es lo que genera los efectos de dilación, de estiramiento de los hechos, a partir
de los que el devenir parece hacerse presente en su pura materialidad.
Este cine resalta el lugar del significante cinematográfico por sobre cualquier
significado (sea de denotación o de connotación). Finalmente, hay aquí un avance de lo
poético por sobre la referencia, que quiebra el sutil equilibrio que el “cine clásico” había
establecido sobre ambos espacios. Por eso Deleuze puede decir que en él cobran relieve
los op-signos y los son- signos (2005: 11-41); pero, ¿acaso no son los op-signos y los
son-signos los componentes del significante fílmico, cuando el cine se hace sonoro?
El crecimiento y avance del plano significante el borroneo de la referencia, el
debilitamiento de los lazos causales, y el incremento de la ambigüedad del significado
son los rasgos que Roman Jakobson atribuyó al discurso poético (1983). No estamos
aquí en presencia de textos que asuman plenamente esta configuración (como podrían
ser, por ejemplo, algunos de la vanguardia francesa de los años veinte) pero sí de obras
que avanzan desde una configuración narrativa hacia formas conectadas con el discurso
poético. Ese crecimiento del espesor de lo real que tanto atrae parece ser, en definitiva,
y como paradoja, consecuencia del avance del discurso sobre la referencia.
Paso a ocuparme de un film que se instala, creo, en el espacio híbrido de esas
narrativas, pero que por otra parte pertenece por entero a este s. XXI, que ya ha visto
transcurrir varios años del momento posmoderno, y en el que los procedimientos, a mi
entender, originales, utilizados para la puesta en escena se observan de manera
privilegiada en el modo singular en que construye un hábitat.
Con ánimo de amar4
En oposición con los ejemplos antes mencionados del “cine clásico”, el film de Wong
Kar-wai, (2000) se inicia con una leyenda que dice:“ Hong Kong 1962”, pero este
informante aparentemente muy preciso, que indica una ciudad y un año, será
desmentido a partir de la primera imagen; y a medida que el film transcurre esa
ubicación resulta ser cada vez más inoperante; en verdad, esta historia casi podría
haberse desarrollado en cualquier lugar. En la primera imagen, que sigue a la
información, ya se insinúa el ámbito clausurante, claustrofóbico, que dominará a lo
largo del film. Un travelling sobre una pared repleta de objetos es el primer plano, al
que le siguen una serie de planos cerrados que poco dejan ver sobre el espacio en el que
se mueven los personajes. No será fácil a lo largo de toda la película reconstruir la
diagramación de los departamentos en que ocurren las situaciones ni la disposición de
las habitaciones en ellas.
4
Se sigue aquí, como en todos los filmes citados, el criterio de utilizar el título con el que la película se
estrenó en Argentina. Éste es, también, el título utilizado en otros países de América Latina, mientras que
en España se estrenó como Deseando amar. En ingles, el film se llamó In the mood for love.
6
A pocos planos de empezar el film los protagonistas se cruzan en un estrecho pasillo,
los cuerpos están cerca pero ellos apenas se prestan atención. Este cruce en los pasillos
se repetirá muchas veces, y aunque los personajes ya no son desconocidos uno para el
otro como en ese primer encuentro se mantendrá la cercanía de los cuerpos sin que
lleguen nunca a tocarse. De hecho, en la estrechez del espacio que se muestra, es difícil
que los cuerpos no entren en contacto al cruzarse, evitarlo es un esfuerzo, que se marca
visualmente; pero esa cercanía que no llega a ser ni siquiera tangencial parece hablar del
único tipo de relación que los protagonistas pueden sostener.
Hay algo de orgánico en ese espacio que parece pegarse a ellos, que los envuelve, que
actúa a la manera de un ropaje de cuya tela cuesta desprenderse.
Pero este es sólo uno de los aspectos de una puesta que evidencia a cada paso su gusto
por el artificio. Podríamos decir, parafraseando a Godard: esto no es una habitación, no
es un pasillo, etc., es un plano 5. Cada plano parece estar organizado, antes que en
función de la construcción verosímil de un ámbito, en celebración de su composición
plástica. Allí los personajes no son más importantes que cualquier otro elemento que
aparezca en el encuadre, y parecen insertarse en él más por el rol que juegan en la
composición y en la articulación cromática que por su incidencia dramática en la
escena que se juega6. Están muy lejos de recibir la importancia que les confería el
encuadre en el “cine clásico”, donde éste se construía alrededor del personaje y la
acción que en esa situación jugaba; aquí los personajes son habitualmente empujados
hacia el fondo del campo. Se evidencia una quiebra de la concepción moderna del sujeto
omnipotente enfrentado a un objeto mundo al que supone dominar a la luz de la
inteligencia y la tecnología, emerge un universo más antiguo, más pagano tal vez, en
donde hombres y objetos están al mismo nivel, y si hay un espacio dominante, éste
parece ser, por el contrario, el de los objetos. Ese extrañamiento de los personajes, en
relación con el concepto tradicional de drama, su deshumanización, desde el criterio de
esos verosímiles, hace que se muestren aquí altamente vulnerables (vulnerabilidad que
no proviene de acontecimientos particulares que los afectan sino de su misma condición
humana). Son, por otra parte, objeto de una desmaterizalización como psicologías, ni
siquiera conocemos sus nombres: la mujer será llamada siempre Sra. Chan y el hombre
Sr. Chow.
Otros recursos afirman el carácter fantasmático del hábitat. Uno de ellos es la
reiteración de secuencias; por ejemplo, es significativa la de la mujer que sale del
departamento a comprar sopa: el uso de un particular ralentí y el obsesivo y repetitivo
leiv motiv musical la acercan a una imagen del sueño, o del recuerdo, o del ensueño. Se
articula aquí, también, un nuevo espacio en que los personajes se cruzan pero nunca se
tocan.
También está la veladura constante de la visión: obstáculos diversos (cortinas, lluvia)
esfuman, desdibujan lo que está en el objetivo de la cámara. En muchas ocasiones no se
puede hacer otra cosa que atisbar, entrever. El carácter asertivo propio de la imagen
entra en una casi permanente desestabilización.
La ciudad sólo se visualiza como entorno de los apretados trayectos que realizan los
protagonistas; no obstante, se cierne opresiva. “No tengo hambre, sólo quiero tomar el
aire”, dice la protagonista en cierto momento, antes de emprender uno de sus tantos
viajes a comprar sopa. Pero el encierro espiritual que encarna en los apretados espacios
de los departamentos parece acechar también en la ciudad que los rodea.
5
No es sangre, es rojo”. La frase se atribuye a Godard y ha sido citada en diversos textos sobre cine.
Esta modalidad de construcción del encuadre es utilizada por Won Kar-wei también en otras películas;
por ejemplo, en 2046 ( Tassara 2011).
6
7
A medida que el filma transcurre, y sobre todo en su segunda parte, resulta ya
imposible decir si lo que se ve sucede, ha sucedido - y es entonces una imagen de la
memoria- o se trata de una fantasía apoyada en una expectativa. Tampoco queda claro
si la visión es objetiva o subjetiva, y si es subjetiva de quién es esa visión.
“Quiero un cambio de aires”, dice el protagonista masculino cuando decide irse a otra
ciudad. Pero el juego será el mismo: otro informante: “Singapur 1963” y la misma
indeterminación sobre lo subjetivo y lo objetivo, el presente, el recuerdo, la
expectativa; lo que sucedió, lo que pudo ser y no fue.
Deleuze dice sobre el cine de Antonioni: ”En cuanto a la distinción entre subjetivo y
objetivo, también va perdiendo importancia a medida que la situación óptica o la
descripción visual reemplazan a la acción motriz. Se cae en un principio de
indeterminabilidad, de indiscernibilidad: ya no se sabe qué es lo imaginario o lo real, lo
físico o lo mental en la situación, no porque se los confunda sino porque ese saber falta
y ni siquiera cabe demandarlo. Es como si lo real y lo imaginario corrieran el uno tras el
otro, reflejándose el uno en el otro en torno a un punto de indescirnibilidad” (2005: 19).
Hay en este párrafo de Deleuze una referencia al debilitamiento de la distancia entre
percepción objetiva y subjetiva en el llamado “cine moderno”, en el que se rompen los
lazos sensorios-motores, y asistimos a la emergencia de una “imagen tiempo”. En este
punto en particular, esa apreciación de Deleuze se toca con posturas de Pasolini, quien
ha planteado la subjetiva indirecta libre para referir a una mirada del personaje mediada
por la mirada del autor (2005). También Pasolini encuentra esta modalidad en el “cine
moderno”, que da lugar a lo que el denomina “cine de poesía”.
Algo parecido a lo que describen Deleuze y Pasolini sucede aquí, algo que yo
consideraría desde la perspectiva de un discurso errante, un discurso que ha soltado las
amarras de la narración para encaminarse a su asunción como discurso poético,
categoría (para llamarlo de algún modo) que ya no está obligada, por su modalidad de
inserción cultural, a dar cuenta de la referencia, y que puede aceptar, entonces, también
un avance de la enunciación sobre el enunciado.
Sólo que Wong Kar-wai aplica una nueva vuelta de tuerca. Lo que constituye a mi
entender su profunda originalidad es que puede abrevar simultáneamente en dos
estilísticas muy fuertes: la que proviene de la narrativa de los años sesenta,
particularmente en la vertiente Antonioni, y el pastiche posmoderno, sorteando ambos y
construyendo un estilo muy propio (Tassara 2011).
Lo que incorpora esa segunda fuente -a ese modo de narrar desplazado, tangencial,
oblicuo, en que los conflictos de los personajes se eliden, tanto como los mismos
personajes, mientras crece la importancia del espacio y los objetos circundantes- es el
constituirse, además, en lo que Genette llamaría una “escritura en segundo grado”
(1989).
Ella asoma en las desembozadas huellas de los estilos y los géneros convocados (los
gestos congelados del melodrama pasional), en las imágenes que son imágenes de
imágenes de cine, en un uso de la cámara que declara puerilmente su intención
(pudorosa, enfática, enigmática). Todo en este film se dirige a la configuración del
discurso que se vuelve sobre sí mismo. Es un film que sólo pretende ser un film.
El habitat que construye es un habitat de cine, pero esto no quiere decir que tenga algo
que ver con los viejos ámbitos construidos en estudio. Aquellos también buscaban
generar (como podían) la ilusión de una realidad profílmica. Con ánimo de amar
afirma, por el contrario, la virtualidad del escenario.
Es un film melancólico, y triste, y muy bello. Tal vez nos falte la perspectiva suficiente
para discernir el aporte, que por mi parte creo notable, que Wong Kar-wai ha hecho a un
cine que por ahora no sabría como llamar (el problema histórico de las denominaciones
8
con pre, pos, etc.) pero que seguramente se ubica después del momento posmoderno;
desde mi punto de vista representa un salto cualitativo desde esa estilística.
Curiosamente, el último ámbito que aparece en la película, Camboya, está filmado de
manera muy diferente, con cánones mucho más realistas, pero a diferencia de los
espacios anteriores, extremadamente pequeños, angostos, aquí aparecen grandes
espacios abiertos, y las ruinas de construcciones monumentales muy antiguas, que
hablan de una larga historia de la humanidad, en la que se hace patéticamente evidente
el paso efímero del hombre. Así, el protagonista aparece en este paisaje notoriamente,
pequeño, el efecto de aplastamiento se sostiene, tanto como el de vulnerabilidad.
Me recordaba este contraste algo que decía Orson Welles cuando tomó la decisión de
ambientar El proceso en espacios absolutamente opuestos a los descritos por Kafka,
había pensado que daba igual trasladar la acción de espacios reducidos, de techos bajos,
abarrotados de objetos, a grandes espacios vacíos de altos techos, el efecto de sentido de
opresión era similar, se podía construir de los dos modos.
Bibliografía
Barthes, Roland (1990) “ Introducción al análisis estructural de los relatos”, en La
aventura semiológica, Barcelona, Paidós.
_ (2002) “El efecto de lo real”, en Realismo. ¿Mito, doctrina o tendencia
histórica”, Buenos Aires, Lunaria.
Bazin, André (1966)“ Una estética de la realidad: el neorrealismo“, en ¿Qué es el cine”,
Madrid, Rialp.
Bordwell, David (1996) “La narración clásica: el ejemplo de Hollywood”, en La
narración en el cine de ficción, Barcelona, Paidós.
Deleuze, Pilles (2005)” La imagen percepción”, en La imagen movimiento. Buenos
Aires, Paidós.
_ (2005) “Más allá de la imagen movimiento”, en La imagen tiempo, Buenos
Aires, Paidós.
Eco, Umberto (1996) Seis paseos por los bosques narrativos, Barcelona, Lumen.
Genette, Gerad (1989) Palimpsestos, Madrid, Taurus.
Jakobson, Roman (1983) Lingüística y poética, Madrid, Cátedra.
Pasolini, Pier Paolo (2005) “El ‘cine de poesía’, en Empirismo herético, Córdoba,
Brujas.
Rivette, Jacques (2003) “Carta sobre Rosellini”, en La política de los autores, Pequeña
Antología de Cahiers du Cinéma. Comp. A. de Baecque, Buenos Aires, Paidós.
Tassara, Mabel (2010) “Figuras del desplazamiento en el cine”, en Reflexiones teóricas
sobre cine contemporáneo, México, Asociación Mexicana de Teoría y Análisis
Cinematográfico.
_ (2011) “Formas de la tercera centuria”, en Figuraciones n° 8, Revista del
Área Transdepartamental de Crítica de las Artes, IUNA, ISSN 1669-0923.
9
Mabel Tassara
Profesora Titular de la cátedra de Semiótica de los Géneros Contemporáneos, Fac. C.
Sociales, UBA
Profesora Titular de la cátedra de Crítica y Estética Especializada ( Orientación Cine),
Carrera de Crítica de Artes del Area Transdepartamental de Crítica de las Artes, UNA.
Profesora Titular de la cátedra de Discursividades Mediáticas, Maestría de Redacción de
textos críticos y Difusión de las Artes, del A. T. de Crítica de Artes, UNA
Es autora de El castillo de Borgonio. La producción de sentido en el cine. Otros trabajos
han sido publicados en ediciones colectivas y revistas especializadas.
[email protected], [email protected]
10
Descargar