PDF (Capítulo 11)

Anuncio
ARTE
Y
TESTIMONIO
r u b én s i e r r a
mejía
H m u n viejo ensayo titulado «El arte m o d e r n o como expresión de la época», Arnold Gehlen hace una serie de afirmaciones sobre la naturaleza de la pintura y la escultura del siglo
XX, las cuales, gracias al desarrollo de las técnicas de reproducción, en especial de la fotografía, a b a n d o n a r o n —afirma— el
cometido informativo que fue u n a de sus características y excluyeron por lo tanto de sus tareas la representación de hechos que han introducido auténticas revoluciones políticas y
sociales. A Elfusilamiento de Maximiliano de México, de Édouard
Manet, pintado en 1868, lo considera «uno de los últimos documentos de la vasta representación histórica iniciada en la
antigüedad» 1 . Según su concepto, la evolución que desde entonces siguieron las artes ha sido u n proceso interno, no motivado por circunstancias exteriores al arte, lo que vino a hacer
de éste, como otros teóricos lo h a n expresado, u n a verdadera
tautología sin referencia a algo más allá de sí mismo.
Mucha razón hay que concederle a Gehlen en estas afirmaciones, n o obstante haber pasado varias décadas de investigación y meditación sobre estética general y sobre la naturaleza
de las artes particulares. Es conveniente además reconocer que
algunas de las aseveraciones de Gehlen n o son propias, sino
convicciones que se habían impuesto entre investigadores y escritores de temas estéticos y artísticos. De reconocimiento uni1
A. Gehlen, «El arte moderno como expresión de la época», en Eco, No. 60, Bogotá,
abril de 1965, p. 672.
273
ARTE Y TESTIMONIO
versal, prácticamente un lugar común, es el desplazamiento,
en favor de la fotografía, de la misión que tuvo la pintura de
registrar hechos históricos. Pero, como lo mostraré luego, en
unas consideraciones sobre el carácter informativo del arte n o
p u e d e reducirse el estudio de la fotografía a su única función
de registro de acontecimientos, ni siquiera a la de copiar un
fragmento de la realidad en u n instante de su historia. Por otra
parte, hay que reconocer, para limitar la afirmación sobre la
obra de Manet, que Guemica de Pablo Picasso tuvo intenciones testimoniales, a u n q u e no con los detalles «realistas» con
que lo hizo el pintor francés en el cuadro citado. Desde este
p u n t o de vista, la pintura colombiana de los últimos cincuenta años es u n caso interesante de análisis, pues son muchos los
ejemplos que nos ofrece para matizar el alcance de la afirmación del sociólogo alemán.
Los términos «carácter informativo» y los afines de «documental» y «testimonial», que aparecerán recurrentemente en
este ensayo, parecen avenirse poco en sus significados esenciales con el de «arte». Pues desde cuando se redefinió el arte,
mucho antes de la época de que se ocupa Gehlen, por su independencia a cualquier referencia al m u n d o de las cosas externas como condición de sentido estético, esto es, desde cuando
se llegó al acuerdo de que la obra de arte debe ser juzgada únicamente como obra de arte, nada importa para su apreciación
lo que ella represente sino sólo sus cualidades plásticas, si se
trata de u n a pintura o u n a escultura, o sus cualidades literarias si hablamos de u n a novela o u n poema. El pintor entonces se sintió libre, después de u n largo recorrido de práctica
artística, de expresar el m u n d o exterior, sin que hubiese de esperar al abstraccionismo del siglo xx. Para esta afirmación, poca importancia tiene que recurriese a ese m u n d o en busca de
los motivos de su obra. Los modelos, por así llamarlos, pasan
a segundo plano o son relegados al olvido, pues n o hay necesidad de ellos para la determinación de su real valor como obra
2/4
RUBÉN SIERRA MEJÍA
pictórica o escultórica. Es ésta una observación que hay que hacer extensiva a u n género de pintura, el retrato, e n el que el
modelo o asunto pareciera tener u n a importancia de primer
orden. Hoy en día serían simples datos de curiosidad, nada
esenciales, conocer el n o m b r e de las personas en quienes se
inspiraron el Greco para El caballero de la mano al pecho o Paul
Cézanne para El hombre del sombrero de paja. Sin duda, también
aquí se impone la intención del pintor sobre cualquier tradición iconográfica: el Bolívar, de Alejandro Obregón, que se
conserva en la Quinta de San Pedro Alejandrino, se aleja del
estereotipo que se nos impuso a través de u n a estatuaria copiada de las tradiciones europeas, para ofrecernos una pintura rigurosamente expresionista en la que la mirada enérgica
y concentrada del Libertador es la de u n h o m b r e pensamiento y no tanto la de u n héroe militar.
Cuando se habla de «documento», en cambio, hay siempre
un referente que le da su valor informativo, que determina si
éste es fiel y por el cual se le p u e d e reconocer confiabilidad,
sea u n a imagen o un texto escrito o verbal. Es la diferencia que
podemos encontrar entre u n a obra pictórica como la citada
de Manet y la fotografía sobre la que éste se inspiró, según se
dice. O entreLa muerte de Pablo Escobar, de Fernando Botero, y
las fotografías que divulgó la prensa cuando el magnate de la
droga cayó abatido por la policía colombiana. En ambos casos las fotografías son documentos de los hechos en ellas representados y p u e d e n servir para verificar las afirmaciones
que al respecto se hagan: en el caso del fusilamiento de Maximiliano, la afirmación de que h u b o público contemplando el
ajusticiamiento del Emperador, en contra de lo prometido por
el gobierno de México. O, en el colombiano, la de que Escobar murió mientras huía por los tejados de las casas vecinas a
aquella en que se ocultaba de lajusticia. Ni la tela de Manet
ni la de Botero, por más que interpreten en sus menores detalles las circunstancias que representan, podrían alegarse como
275
ARFE Y TESTIMONIO
testimonios verificadores de las proposiciones que se emitan
al respecto, pues la pintura n o tiene u n a relación causal —observación ésta de Roger Scruton— con lo que ella representa,
como sí la tiene la fotografía, lo cual quiere decir que se puede
y se debe concluir la existencia del objeto o asunto que copia
esta última: "si xes la fotografía de un hombre, existe u n hombre particular del que xes la fotografía" 2 . La relación que establece la pintura es distinta, intencional en el sentido de Scruton: de ella n o se sigue que exista su asunto o motivo; es más
bien la intención del artista lo que la pintura representa, aun
cuando ésta sea u n retrato, como el ejemplo que vimos hace
poco del Bolívar d e Obregón 3 .
Resultados análogos p u e d e n encontrarse en la novela. Un
relato novelístico por más que se ajuste a u n a realidad n o es
testimonio en este sentido, como sí lo p u e d e ser una declaración judicial o u n detallado y autorizado informe periodístico.
Es u n hecho aceptado hoy en la historia literaria que Gustave
Flaubert se inspiró, para la escritura de Madame Bovary, en casos de la vida francesa de los que hay suficientes documentos
judiciales; como es conocida la historia real en que se basó Gabriel García Márquez para la Crónica de una muerte anunciada,
una historia que, después d e publicada la novela, se ha difundido hasta la impertinencia. Pero si n o fuese por su dimensión
poética y sus profundas raíces psicológicas y sociales, estas
obras n o tendrían otro valor que el de crónicas, golosina de
chismeros. Tampoco es u n d o c u m e n t o autorizado para afirmaciones de índole historiográfica u n a novela cuya acción se
sitúa en nuestra época, La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo: en la lectura que se haga de esta aterradora y hermosa
2
R. Scruton, The Aesthetic Understanding, South Bcnd, St. Augustine's Press, 1998, p.
121. Hay traducción española: La experiencia estética, México, Fondo de Cultura E c o
nómica, 1987.
3
Cf. Ibid, p. 120.
276
RUBÉN SIERRA MEJÍA
fábula se i m p o n d r á la experiencia de u n a visita al infierno y
el deleite de un lenguaje impresionantemente vivo, lleno de
imágenes nuevas, y n o el sentimiento de u n relato fidedigno.
Ahora bien, el carácter documental de la fotografía, en los
casos aducidos, se debe a su naturaleza causal, como ya lo anoté. Dije en su m o m e n t o que ésta es u n a observación de Scruton que acojo a u n q u e la utilizaré con mucha libertad. Sobre
todo dejaré de lado su tesis de que la fotografía no es una forma de representación, pues cae por fuera de mis propósitos.
Pero antes de continuar, debo hacer u n a distinción, que creo
necesaria: la fotografía en sus orígenes tuvo propósitos eminentemente artísticos, era sólo u n procedimiento mecánico para
hacer arte, y por esta misma razón no modificó en nada la manera de ver o lo que se llama el ojo del artista 4 ; el de los primeros fotógrafos era el mismo que el del pintor de caballete:
ellos debían construir primero el objeto o motivo que se proponían reproducir a través de la cámara. Fue ésta la fotografía que criticó tan acerbamente Baudelaire: «refugio de todos
los pintores fracasados», dice 5 . Se la llama fotografía artística,
entre la cual hay que incluir aquellas que han sido modificadas o intervenidas en el laboratorio con el ánimo de alterar la
imagen original. La otra, que no conoció Baudelaire, pero que
se ajusta a sus postulados estéticos, la que se llama reportería
gráfica, es la que voy a tener presente por ser la que me interesa debido a su sustancial importancia para mi tema. La primera se acerca a lo que es u n a obra de arte pictórica m u c h o más
de lo que la pintura se asemeja a la escultura. Su diferencia,
en realidad, radica sólo en sus elementos materiales.
4
Yvcs Michaud afirma que «.. Ja invención de la fotografía ha creado las condiciones de un nuevo tipo de mirada y nuevas maneras de ver...» («Forms oflooking», en
M. Fri¿ot (ed.), A New History of Photography, Kónemann, 1998, p. 731). Esta afirmación hace alusión a lodo tipo de fotografía. Opino que su sentido se debe limitar, como lo hago en este ensayo, a la sola fotografía de la reportería gráfica.
3
Ch. Baudelaire, «Le Public moderne et la photogí aphic», en CEuvres, París, La Pléiade, Gallimard, 1954, p. 770.
277
ARTE Y TESTIMONIO
Debo primero hacer u n a pequeña desviación con el ánimo
de aclarar brevemente dos afirmaciones, en aparente divergencia, de las que acabo d e hacer: que Baudelaire n o conoció este
género de fotografía, y que ella se ajusta muy bien a sus principios estéticos.
Para que apareciera lo que hoy se conoce como reportería gráfica fue necesario el desarrollo de la cámara fotográfica, reduciendo su tamaño y haciéndola más fácil de operar y
más rápida en el proceso de a p r e h e n d e r el objeto que es motivo de fotografía. En cuanto al aspecto p u r a m e n t e estético, el
reportero gráfico a n d a siempre en busca de lo efímero, de lo
m o m e n t á n e o , lo que se revela inmediatamente en esa súbita
manifestación del ser que se ha llamado epifanía (en el sentido joyciano del término), para llevarlo al estadio de lo perdurable. Por otra parte, está dirigida esta fotografía a lo cotidiano, a lo vulgar, a lo que al fotógrafo como fláneur (término de
Baudelaire) se le da en su cacería de imágenes —«cacería», en
el cabal sentido deportivo de la palabra. Fundamental en la
estética del poeta francés como en la práctica del fotógrafo es
el a b a n d o n o del concepto clásico de lo bello, para buscar la
belleza en los aconteceres diarios de la vida m o d e r n a y en los
rincones, incluso los más sórdidos, de las grandes ciudades; en
síntesis, la «belleza circunstancial» 6 , de u n m o m e n t o o, como
lo dice en u n o de sus poemas, el titulado justamente «A u n a
paseante», la «belleza fugitiva». Para emplear u n a expresión
del mismo Baudelaire, utilizada en otro contexto, puede decirse que el reportero gráfico es el hombre dotado de «la capacidad de ver» 7 . Es posible entonces que su rechazo se hubiera
convertido en entusiasmo ante las posibilidades que tiene la
cámara de realizar lo que él defendió en El pintor de la vida moderna, su escrito de estética más importante.
6 Ch. Baudelaire, «Le peintre de la vie moderne», en CEuvres, ed. cit., p. 881.
1
Ibid., p. 891.
278
RUBÉN SIERRA MEJÍA
Si acojo la tesis de Scruton de que la fotografía es u n a forma causal de representar el m u n d o de las cosas exteriores, es
para referirme sólo a la reportería gráfica, que en cierta forma
pretende señalar, ser simplemente deíctica, como lo anota el
propio Scruton 8 . Ahora, justamente por ese carácter causal,
el juicio que se emita frente a u n a fotografía, a menos que se
especifique que ese juicio está dirigido a la fotografía misma
(si aludo, por ejemplo, a la calidad técnica o artística de ella),
afecta al hecho o a la cosa que ella representa, a diferencia de
la pintura, en que el juicio se refiere a la pintura misma. Si digo: «Qué horror!» frente a la fotografía de u n a masacre en la
actual situación colombiana o u n a de las ya célebres del famoso corte de franela, corrientes durante la violencia que se desató en 1948, ese juicio recae sobre el hecho mismo que la fotografía nos transmite como testimonio. Pero si utilizo la misma
expresión frente a una obra como Masacre de Mejor Esquina, de
Fernando Botero, n o debe caber d u d a de que me refiero a la
obra en cuanto obra de arte y no a lo que ella quiere representar. En realidad, estaría emitiendo u n juicio de valor (que n o
es el mío, por supuesto) sobre la calidad artística del cuadro
de Botero. Si dejamos las circunstancias trágicas de nuestra
realidad política y nos situamos en un ambiente de frivolidad,
p u e d e n cambiarse los ejemplos, y utilizar la expresión: «¡Bella!» frente a la fotografía de u n a niña que posa en algún certam e n de belleza y, por otra, del retrato al óleo de u n a madona
renacentista. Se encontrará que la misma expresión cambia de
referencia en ambos casos: en una, su referencia es al hecho;
en otra, a la representación del hecho, aunque, como en los
casos de Manet y de Botero, tengan el mismo referente que el
de las respectivas fotografías.
La anterior distinción entre fotografía artística y reportería gráfica n o soluciona del todo el problema de la naturaleza
8
/fe/., p. 132.
2 79
ARTE Y TESTIMONIO
estética de este nuevo arte de la imagen. Pero por el m o m e n t o
es suficiente. No soluciona el problema p o r q u e n o podemos
decir que la dimensión estética de la fotografía esté vinculada
de m a n e r a exclusiva a la construcción previa del objeto que
ella quiere representar. Es suficiente por cuanto el carácter
causal de la reportería gráfica es el que determina su naturaleza documental. El problema no es simple, pues si se estudia la
historia de la fotografía, n o como medio técnico de producir
imágenes sino como capítulo de la historia de las artes visuales, se encontrará que ha sido la reportería gráfica la que ofrece más claros ejemplos del poder de la cámara para alcanzar
resultados realmente artísticos. Y que p o r lo tanto se debería
limitar la importancia del carácter causal de la fotografía a un
solo sector de ésta. La intención del fotógrafo n o es siempre
ofrecer el testimonio gráfico de un acontecimiento de interés
social o político, que p u e d a servir de dato verificador de ese
acontecimiento, o narrar u n suceso a través de una serie de
imágenes que sigan u n a secuencia cronológica, como la que
puede apreciarse en El saqueo de una ilusión, de Sady González,
en la que se ofrece u n a historia fotográfica del 9 de abril de
1948; la mayoría de las veces su intención es lograr u n a fotografía con valor en sí misma, en la que el h e c h o fotografiado
rápidamente desaparece de la memoria del público, pues carece de importancia histórica, pero conserva la revelación inmediata y fugaz que se le presenta al fotógrafo. U n a fotografía como «Basilicata» de Henri Cartier-Bresson, que muestra
a u n campesino en u n primer plano, con un bulto de leña al
hombro cuando atraviesa un puente rústico, mientras cerca de
él u n a niña observa sonriente al fotógrafo, y como fondo un
amplio paisaje rural, n o es de ninguna manera el producto de
una construcción previa. Como tampoco lo son «Payaso después de su actuación» (no sé si en realidad se la conoce con un
n o m b r e específico) de Leo Matiz u «Homenaje a Picasso» de
Carlos Caicedo. En la primera tenemos un payaso de rostro
RUBÉN SIERRA MEJÍA
adusto, indudablemente cansado, fumando un cigarrillo, mientras tras bambalinas abandona el escenario, vestido aún con
su atuendo profesional. Y Carlos Caicedo capta el m o m e n t o
de u n a corrida de toros en que la sombra se alarga imponiéndose sobre las figuras del torero y el toro. Estos últimos son solo
manchas indistinguibles mientras sus sombras en la arena producen el verdadero asunto fotográfico. Si se busca información
o testimonio, en verdad ninguna de las tres dicen nada. No se
sabe quién sea el campesino de Cartier-Bresson ni el payaso de
Matiz, ni tampoco quién toreaba y cuál era el toro de la fotografía de Caicedo. En realidad no eran éstos los verdaderos
motivos de esta última: lo eran sus sombras, algo muy fugaz
como para someter aquélla a u n proceso de verificación. La
fotografía ha alcanzado en estos casos niveles estéticos innegables. Si en su origen h u b o — n o hay por qué dudarlo— una
relación causal con los objetos que las motivaron, la importancia de esa relación ha llegado a desaparecer para imponerse
en su lugar la fuerza expresiva que el artista quiere transmitir
al observador.
¿Será necesario concluir, para guardar consecuencia con
las anteriores consideraciones, que el arte nada puede decir sobre el m u n d o exterior o de las cosas reales? Aceptamos que
la referencia de la obra de arte está dirigida a una representación, mejor decir a u n a construcción previa en la que intervienen elementos de los mundos cultural y psicológico del artista,
de su m o d o personal de ver y de representar, y n o a lo que el
m u n d o es en sí. Pero por esto ¿tendremos que aceptar la tesis
de quienes sostienen que estamos frente a tautologías vacías
de sentido referencial? Una relación informativa, aclaro. No
es ésta u n a convicción universal. Alfred Weber, historiador y
sociólogo, por ejemplo, se aparta de ella, y en pocas líneas ofrece u n a síntesis precisa y concluyente sobre el carácter informativo del arte:
2<Sl
ARTE v TESTIMONIO
El arte plástico, inclusive la arquitectura, ha sido siempre uno
de los testimonios más evidentes acerca de cómo el hombre se
ha concebido a sí mismo y a la existencia en general, en cada momento. Se pueden utilizar sus fases históricas exactamente como
un catálogo de la serie de concepciones en las cuales el hombre
se ha visto a sí mismo y ha reconocido el más acá o el más allá
de su existencia9.
Pero éste no es mi problema ahora, y por eso tendré que
pasar de largo, no sin antes hacer una glosa, que necesito com o eslabón del tema que desarrollaré en seguida. La historia
del arte, incluida la literatura, nos servirá sin duda para tratar
de ver hasta qué p u n t o las artes plásticas y verbales pueden dar
información sobre la época y de qué naturaleza es la información que suministran. La aseveración con frecuencia enunciada, a u n q u e pocas veces desarrollada en todas sus implicaciones, de que la obra de arte es un objeto cultural, como una
vasija de barro o u n hacha de piedra, me parece incontestable.
En cuanto objeto de cultura posee un real valor documental,
que proporciona información sobre su época, más de la que
se le suele atribuir. Un valor análogo al que el historiador o el
etnólogo le dan a un objeto de uso cotidiano, del cual se pueden obtener preciosos datos acerca de la vida del pueblo que
lo produjo: al arte de ilustrar libros en la Edad Media han acudido los historiadores para documentarse sobre los instrumentos musicales de aquel período de la historia. O, también, un
antropólogo p u e d e acudir a la cerámica inca para conocer las
prácticas eróticas del pueblo del antiguo Perú. No obstante, es
forzoso aceptar, como limitación a la anterior observación, que
cuando a la obra de arte se la aprecia sólo como testimonio
histórico, tiende a esfumarse su valor estético.
9
A. Weber. «El testimonio del arte plástico», en Eco, No. 89, Bogotá, s e p t i e m b r e de
1967, p. 523.
282
RUBÉN SIERRA MEJÍA
Debo variar ahora la dirección del problema, pero conservando el concepto de arte, sin ampliarlo hasta el p u n t o de incluir en el canon que se adopte obras ajenas por completo al
significado habitual del término. Toda afirmación que se haga en consideraciones como las que aquí me propongo tendrá
que ser apoyada en ejemplos que tengan u n a aceptación universal como obra artística —plástica o literaria—y n o simplemente como d o c u m e n t o .
He dejado deslizar los conceptos «documento» y «testimonio» (o sus respectivos adjetivos) sin hacer una distinción
precisa entre ellos, utilizándolos a veces indistintamente para
aludir al carácter informativo del arte. Debo limitar ahora el
sentido de «testimonio» para referirme con él a las intenciones
del artista de dejar su apreciación de u n acontecimiento o de
una situación histórica o social, no propiamente de su m u n d o
privado. La cuestión de q u e me ocupé en las páginas anteriores era la de la relación del arte con el m u n d o (su posible referencia) y hasta d ó n d e esa relación podía ser informativa o documental. Es otro el problema que debo aclarar ahora, como
puede deducirse de lo que acabo de decir acerca del concepto
«testimonio»: este nuevo problema, sin duda también concerniente al carácter informativo del arte, se sitúa en el nivel de
las intenciones sociales del artista. Pablo Picasso, por ejemplo,
en un texto del mismo año en que pintó Guemica, en 1937, escribió unas palabras que parecen ser lajustificación de la actitud tomada al e m p r e n d e r la tarea de llevar a u n lienzo sus sentimientos de rechazo por el b o m b a r d e o nazi que destruyó al
pueblo vasco:
Siempre he creído, y lo sigo creyendo todavía, que los artistas que viven y trabajan los valores espirituales no pueden, ni deben, permanecer indiferentes al conflicto en que están enjuego
los más altos valores de la humanidad y de la civilización10.
1(
e Mensaje al Congreso de artistas americanos. Cit. por P. Daix, Picasso, Barcelona, Daimon, 1972, p. 167.
ARTE Y TESTIMONIO
Para el análisis del problema, voy a detenerme, en primer
lugar, en dos obras maestras de la pintura europea, creadas en
circunstancias análogas a u n q u e en fechas separadas por trescientos añosjustos, 1637-1638, la primera, y 1937, la segunda.
Me refiero a Los desastres de la guerra, de Pedro Pablo Rubens,
y a Guemica de Picasso. Los momentos de su gestación nos sitúan en dos escenarios bélicos: la guerra de los Treinta Años,
que prendió hogueras a través de la Europa de comienzos del
siglo xvil y la guerra civil española, preámbulo d e la segunda
guerra mundial. La razón por la cual las evoco y no a otras es
p o r q u e disponemos de informes fidedignos sobre las intenciones de los autores relativas a sus respectivas pinturas. El
texto d e Rubens en el que explica el significado de su cuadro
es un verdadero código que permite su lectura como si se tratara de un texto literario: todas las claves necesarias para darle
sentido a cada u n o de sus elementos o imágenes vistas por separado, pero con su exacta función como para que n o haya
problemas sintácticos en la captación del mensaje que se propuso el pintor holandés:
La figura principal es Marte que, dejando abierto ci Templo
dejano (que era costumbre romana dejar cen'ado en tiempos de
paz), avanza con el escudo y la espada manchada de sangre, amenazando a las naciones con un gran estrago y sin prestar la menor
atención a Venus, su mujer, que con caricias y abrazos trata de
contenerle, acompañada de sus Cupidos y amorcillos. Por el otro
lado tira de Marte la Furia Alecto, que lleva una antorcha en la
mano. No lejos están los monstruos que representan la Peste y
el Hambre, compañeros inseparables de la guerra; yace en el suelo una mujer con un laúd roto, que representa la armonía, incompatible con las discordancias de la guerra; hay también una
Madre con su hijito en brazos, que denota la fecundidad, generación y caridad pisoteadas por la guerra, que todo lo corrompe
y destruye. Hay además un arquitecto en el suelo, con sus instru284
RUBÉN SIERRA MEJÍA
menlos en la mano, para dar a entender que lo edificado para
la comodidad y ornamento de una ciudad es derribado y reducido a ruinas por la violencia de las armas. Creo, si bien recuerdo,
que también puede verse en el suelo, bajo los pies de Marte, un
libro y unos dibujos en papel, para dar a entender que pisotea
también la literatura y las demás artes. Hay asimismo, creo, un
haz de flechas con la cuerda que las une desalada, que cuando
están unidas son el emblema de la Concordia, y también pinté,
lirado junto a ellas, el caduceo y el olivo, el símbolo de la paz.
Esa lúgubre Matrona vestida de negro y con el velo rasgado, despojada de sus joyas y cualquier otro adorno, es la infeliz Europa,
afligida por tantos años de rapiña, ultrajes y miseria que, como
tan perjudiciales resultan para todos, no necesitan ser especificados. Su atributo es ese globo que sostiene un pullo o genio y remata un copete que representa el orbe cristiano11.
Picasso, en cambio, refiriéndose a Guemicay a los significados que se les quisieron dar a sus varios elementos o imágenes,
reacciona negándoles todo valor simbólico pero dejando libre
su interpretación por parte del observador. El texto de Rubens
es el fragmento de u n a carta; el de Picasso, el aparte de u n a
entrevista, la respuesta a quienes pretendieron describir en detalle el posible simbolismo de la obra. Al toro del Guemica se
lo ha visto como representación visual del pueblo, o de la fuerza bruta o también como símbolo dei dictador impasible ante
la tragedia; el caballo representaría para unos al pueblo como
victima propiciatoria, mientras que para otros es la imagen del
fascismo. Las declaraciones de Picasso son de 1947, u n a década después de que el cuadro fuese mostrado al público en la
Exposición Internacional de París de 1937, c u a n d o ya circulaban varias de aquellas interpretaciones:
11
Cit. por E. H. Gombrich, Imágenes simbólicas, Madrid, Alianza Editorial, 1983,
p. 216.
285
ARFE Y TESTIMONIO
Este toro es un toro, este caballo es un caballo. Hay también
una especie de pájaro, un polluelo o pichón, no lo recuerdo bien,
sobre la mesa. Este polluelo es un polluelo. Sí, claro, los símbolos... Pero no es preciso que el pintor cree estos símbolos. De
otro modo, mejor sería escribir de una vez lo que se quiere decir
en lugar de pintarlo. El público, los espectadores, tienen que ver
en el caballo, en el toro, símbolos que interpreten como ellos
quieran. Hay animales, son animales destrozados. Para mí, es
todo, que el público vea lo que quiera ver12.
Picasso con estas declaraciones salió en defensa de u n a lectura abierta de su obra, en contra de cualquier lectura que
pretendiera eliminar su ambigüedad: el caballo que allí se ve
es u n caballo, pero quien lo contempla puede ver m u c h o más
que la imagen de u n noble animal herido de muerte. Quiso
evitar, por otra parte, toda interpretación literaria, y sobre
todo que se pretendiera que su cuadro contase algo; sólo aspiraba a que expresase u n sentimiento de rechazo frente a la violencia o la guerra, y ante todo una denuncia ante la historia
de la tragedia deliberada que provocaron las bombas alemanas. Hay pues u n a distancia grande entre los dos pintores, pues
Rubens se presenta sin duda, en la obra citada como en muchos de sus grandes telas, como u n pintor en esencia narrativo, e m i n e n t e m e n t e literario. Debo observar, sin embargo,
que trabajos anteriores de Picasso, Sueño y mentira de Franco,
considerados como los verdaderos antecedentes de Guemica,
narran a la m a n e r a de u n comics — c o m o lo h a n señalado conocedores de la obra del pintor: un grabado dividido en nueve escenas que deben leerse de derecha a izquierda, y que a
m a n e r a de caricaturas someten a escarnio la persona del general Franco.
12
Cit. por J. Palau y Fabre, El. Guemica de Picasso, Barcelona, Blume, 1979, p. 22.
286
RUBÉN SIERRA MEJÍA
Los títulos de estas dos obras p u e d e n servirme provisionalmente para avanzar en el problema: Los desastres de la guerra es
un n o m b r e general, que n o se refiere tínicamente a la guerra
de los Treinta Años, la que sin duda la inspiró, sino a cualquier
guerra anterior o posterior. La simbología que nos ofrece Rubens así lo indica: es válida para cualquier tiempo y en cualquier lugar a u n q u e al final de la carta que he citado haga una
explícita referencia a la Europa de aquella época. En cambio,
el cuadro de Picasso tiene un n o m b r e propio y se refiere a un
suceso determinado. Pero mientras Rubens p r e t e n d e cerrar
la posibilidad de sentido, Picasso la deja totalmente libre. Si se
fuera a hablar de sentido referencial en el cuadro de Rubens,
tendríamos que remitirlo a una idea con sus atributos esenciales, ninguno particular que permita identificarlo con un hecho
concreto. Han sido las circunstancias en que fue pintado las
que han servido para señalar la guerra de los Treinta Años como su referente circunstancial e inmediato. En el de Picasso
pareciera por su n o m b r e que tiene un referente determinado, identificable en la historia del siglo xx, el pueblo vasco de
Guemica, inmediatamente después de su destrucción por las
bombas nazis, c u a n d o se oían aún — p u e d e deducirse de los
gestos de las figuras que allí se ven— los llantos de los heridos
y los relinchos del caballo. No hay ninguna d u d a de que fue
este hecho lo que inspiró al pintor español. Se tiene suficiente
información sobre el m o m e n t o en que le surgió la idea y empezó a pintarlo. Pero también se conocen, ya lo dije, algunas
de sus primeras interpretaciones, que p r e t e n d e n darle un carácter simbólico, y por lo tanto universal, y la reacción de Picasso. Algo más, u n o de los primeros escritores que se expresaron positivamente frente al mural, José Bergamín, manifestó
su preferencia de que esta obra llevase el nombre de «Madrid».
No hay ningún detalle, fuera de las declaraciones del pintor
y el n o m b r e que éste le puso, para calificar a Bergamín de arbitrario y falto de razón. Pero sí hay que observar que si el mural
ARTE Y TESTIMONIO
llevase el n o m b r e de la capital española, n o por ello sería hoy
más compleja y significativa. De hecho, Guemica p u e d e tener
muchos referentes: cualquier ciudad inglesa, entre ellas Londres, bombardeada por las fuerzas nazis; cualquier ciudad alemana destruida por las aviaciones de los aliados; o Hiroshima,
Nagasaki, Bagdad, Kabul. Y podríamos decir que desde este
punto de vista «Guemica» sería algo así como una función proposicional, cuyos valores estarían constituidos por aquellas ciudades que han sufrido o lleguen a sufrir un bombardeo. Y d e
ser éste su significado, entonces Guemica tendría un sentido
tan universal como p r e t e n d e tenerlo la obra de Rubens. Este
es, en realidad, un proceso de simbolización que se presenta
con mayor fuerza en las imágenes verbales creadas por el poeta o novelista: Arcadia y Macondo son lugares que pertenecen
ya a la geografía mental del hombre, el primero para nombrar
sus ideales de felicidad, y el segundo para referirse a una región
d o n d e son posibles acontecimientos extraordinarios que contradicen las leyes que rigen el o r d e n de los m u n d o s natural y
moral. De nombres propios de lugares ficticios que significaron en sus orígenes se convirtieron en nombres comunes, com o a veces se habla de quijote para calificar a alguien por sus
actividades ilusorias.
El título de u n a obra de arte no pone límites a su sentido
a la m a n e r a como el n o m b r e de una persona sí limita su identidad. Ese título a veces resulta ambiguo; algo que hay que analizar desde la perspectiva de la historia personal del artista o
de las circunstancias sociales en que se e n g e n d r ó la obra. El
cuadro de Rubens, pintado para responder a u n a circunstancia particular y, por consiguiente, como testimonio de u n hombre de arte que quiere expresar su rechazo a la demencia de
los estados de recurrir a su mutua destrucción para dirimir diferencias, lleva u n n o m b r e abstracto. Pero al hacer el análisis
minucioso de la obra, se encontraría que en ella se sintetizan
magistralmente la personalidad artística del pintor, arraigada
288
RUBÉN SIERRA MEJÍA
en el h u m a n i s m o clásico, y un m o m e n t o de turbulencias sociales. Es, pues, Los desastres de la guerra, no obstante su nombre abstracto, un cuadro que nos saca del espacio p u r a m e n t e
estético para situarnos en las tensiones políticas y religiosas
que le dieron origen.
Rubens y Picasso no son casos insólitos. El carácter testimonial del arte es algo que puede observarse a través de su historia, a u m e n t a n d o su frecuencia en la época m o d e r n a . Quiero
centrarme en el fenómeno colombiano, pues lo considero muy
ilustrativo. Me refiero a las artes plásticas (el problema es similar en literatura) de la segunda mitad del siglo xx, período durante el cual la violencia de origen político o la proveniente d e
la industria y el mercado de los estupefacientes o también aquella que tiene su causa en la sobrevivencia de las clases marginadas, se ha entronizado en la vida nacional, desestabilizando sus
instituciones y creando un clima de histeria que exige soluciones inmediatas y d e desconfianza generalizada frente al ejercicio de la política. El n ú m e r o de artistas que se han ocupado
de la violencia es muy grande 1 3 , y son muchas las pinturas y
esculturas de indiscutible calidad estética sobre el tema. Pero
mi problema actual no es histórico sino estético, lo que me permite n o ser exhaustivo en ejemplos. La selección que he hecho —arbitraria, por supuesto— obedece al asunto particular que voy a tratar: la relación de esas obras con situaciones
o acontecimientos de significación en la vida nacional. Me limitaré a sólo cinco, escogidas del a b u n d a n t e material que p o
13
Para el estudio histórico de la reacción del artista plástico colombiano frente a la
violencia, es esencial el catálogo de la exposición, con curaduría de Alvaro Medina,
realizada en el Museo de j\rte Moderno de Bogotá en 1999. El artículo de Medina
publicado en el catálogo, «El arte y la violencia colombiana en la segunda mitad del
siglo xx>>, es un excelente análisis histórico y conceptual del problema. Sin perder
la naturaleza estética, Medina ofrece una historia testimonial de la reacción del artista
colombiano a hechos concretos o a situaciones bien conocidas de la vida política colombiana de la segunda mitad del siglo XX. Ver Arte y violencia en. Colombia desde 1948,
Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá - Norma, 1999.
289
ARFE Y TESTIMONIO
seemos sobre el tema: Violencia de Alejandro Obregón, Sin título de F e m a n d o Botero, Cadáver de Juan Cárdenas, la serie Dolores de Beatriz González, y Palacio de Justicia, de Gustavo Zalamea.
El cuadro de Obregón es el más célebre de todos los que
he citado y se ha convertido en la obra de remisión obligada
para quienes se ocupan del tema «arte y violencia» en Colombia. Es por lo demás la culminación de u n interés, o mejor, de
u n o de los temas más recurridos de su pintura, tema que se
inaugura en 1948 con el cuadro titulado Masacre 10 de Abril,
que se inspira en el tendido de muertos que dejó en las calles
de Bogotá la reacción de las fuerzas del Estado al levantamiento popular que produjo el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán. Violencia es obra de su edad madura, del m o m e n t o más
denso de su arte: el cuerpo destrozado de una mujer embarazada. Es todo. Y es suficiente para expresar su pensamiento de
rechazo a una práctica de política que se había inaugurado en
Colombia desde 1947, práctica que quiso acabar a bala «hasta
con la semilla de los adversarios». Botero va más allá en el propósito de esquivar una alusión a u n acontecimiento particular, a evitar u n a referencia histórica, y n o ve la necesidad de
ponerle título a su obra: el cuerpo de u n a adolescente devorado por las aves de rapiña; dejó que la imagen lo dijera todo,
sin necesidad de nombrar, esto es, de dar indicaciones verbales que ayuden a leer o c o m p r e n d e r el cuadro. El óleo de J u a n
Cárdenas es de un pesimismo brutal y persuasivo: el cadáver
de u n ser h u m a n o semidevorado por las fieras carroñeras, las
cuales en el cuadro son congéneres del cadáver, seres humanos en cuatro patas, con cuerpos ligeramente modificados para darles u n aspecto simiesco y repugnante. Para subrayar su
carácter pesimista, se p u e d e observar este cuadro j u n t o con
u n carboncillo titulado Evolución, en el que Cárdenas dibuja
el proceso de la evolución del h o m b r e desde sus remotos orígenes como reptil hasta su actual forma, para iniciarse aquí un
290
RUBÉN SIERRA MEJÍA
nuevo proceso, el de involución, en el que la línea empieza a
cerrarse, para acercarse d e nuevo a los reptiles. Dolores de Beatriz González es u n a serie de óleos y carboncillos que se inspiran en hechos de nuestra historia contemporánea, repetidos
como obsesiones y cuyas imágenes nos ofrecen a diario los periódicos: hileras de cadáveres de soldados, guerrilleros o civiles
muertos en actos violentos, bien sea en u n combate, una masacre o un asalto; o mujeres que miran a través de la ventanilla del féretro el rostro del pariente muerto. Tal vez alguno de
ellos, Predicadores, hace alusión a un hecho conocido por la opinión pública, el crimen de los tres misioneros americanos. Finalmente, el fotomontaje de Zalamea es, de todas, la obra que
está más explícita e inextricablemente ligada a u n h e c h o trágico de la historia de Colombia: la toma del Palacio de Justicia
de Bogotá por un grupo guerrillero y la reconquista posterior
por el ejército nacional. Por la naturaleza de ese vínculo, es ésta
la obra que presenta mayores dificultades al observador inocente, aquel observador que carece de los conocimientos necesarios para c o m p r e n d e r las intenciones d e los artistas y desentrañar el sentido profundo de sus obras. Dos hechos consecutivos en los que, guerrilla y gobierno expresaron con sus
acciones militares su desprecio por la razón al acudir a las armas como único medio de entendimiento, llevando al holocausto, sin consideraciones distintas a las de mostrar fuerza, a
más d e u n centenar de personas, entre ellas a los magistrados
de las altas cortes del país. El fotomontaje de Zalamea es implacable en su denuncia: el Palacio de Justicia, disminuido hasta el límite de lo posible, y encima de él u n gigantesco tanque
de guerra que lo aplasta. La obra es de u n a asombrosa fuerza
acusadora y de un significado inequívoco: las armas militares
por encima del derecho. La sentencia en el frontón de la puerta principal del Palacio, «Colombianos: las armas os han dado
la independencia; sólo las leyes os darán la libertad», permite
además leer la obra de Zalamea como u n a salvaje palinodia
291
ARTE Y TESTIMONIO
cantada por el Estado colombiano. Pero ¿podrá alguien que
ignore este acontecimiento ignominioso de la historia de Colombia captar todo su simbolismo y la intención del artista de
dejar u n testimonio de rechazo a la violencia privada o estatal? ¿No p o d r á entenderse como u n a simple boutade?
De todas estas obras se puede decir que para su apreciación
estética n o se requiere reconstruir las circunstancias y los hechos de la vida colombiana que las inspiraron, a u n q u e en todos los casos los colombianos hagamos esta referencia. No la
haría necesariamente quien n o conozca nuestra historia contemporánea. El lienzo de Cárdenas podría verse como la ilustración gráfica de la metáfora homo homini lupus. Así como La
muerte de Pablo Escobar, de Botero, como si representara u n simple asesinato en u n tejado. Pues desconocida la circunstancia
original que dio origen a la obra, se altera necesariamente el
significado, el cual tiende a acomodarse a las nuevas circunstancias del observador. U n a pérdida del referente que favorece el surgimiento del sentido universal que en sí tiene toda obra
de arte: p o e m a o novela, escultura o pintura.
Pero, por el h e c h o de que el observador no tenga ningún
conocimiento de lo que sucedió el 6 de noviembre de 1985; o
incluso de que ignore por completo la historia de Colombia a
partir del 9 de abril de 1948, no por esto pierden las obras mencionadas su valor informativo: en conjunto ofrecen una atmósfera de irracionalidad que n o p u e d e interpretarse sólo como
el producto de u n grupo de artistas congregados en torno a las
mismas obsesiones temáticas; tampoco p u e d e entenderse com o si se tratara de u n movimiento a la manera del costumbrism o colombiano del siglo xix. El hecho mismo de que el grupo
de pintores que se ha ocupado de la violencia n o sea estéticamente homogéneo, nos debe apartar de una interpretación semejante. En realidad lo único que los u n e es el tema. Detrás
de todas esas imágenes el observador inocente tendrá que sospechar al menos u n m u n d o real de violencia y crimen que les
292
RUBÉN SIERRA MEJÍA
dio origen. Efectos iguales tendrá la lectura de una serie de novelas como El cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón;
La mala hora, de Gabriel García Márquez; El día señalado, de Manuel Mejía Vallejo; La Virgen de los sicarios, de F e m a n d o Vallejo,
y Rosario Tijeras, de Jorge Franco Ramos. Todas estas obras podrán servir para reconstruir un período largo de la historia de
Colombia, no en forma objetiva y puntual, es cierto; pero tampoco necesariamente a la manera de ilustraciones gráficas o literarias de un texto de historia o de sociología. Todas hablan
por sí mismas, en su idioma propio, para comunicarle al lector o al observador la atmósfera opresiva de una época de crímenes e injusticia, de exterminio y extorsión. El lector u observador inocente encontrará entonces un acceso poético para
penetrar en ese m u n d o de pesadillas.
Los pintores tomados como ejemplos, los dos europeos y
los colombianos, se propusieron, con las obras citadas, dejar
u n testimonio personal de situaciones y hechos históricos que
repudiaron, utilizando para ello sus propios medios de expresión, esto es, la pintura. Como los escritores han hecho uso de
la novela o la poesía. Cada u n o de ellos ha respondido, en tanto que artista, a una exigencia exterior, aunque ésta se haya presentado como u n impulso proveniente de su ser íntimo.
Recordé atrás un texto de Picasso, escrito en 1937, en el que
rechaza la indiferencia del artista frente a aquellos acontecimientos que ponen enjuego «los más altos valores de la humanidad y de la civilización». Afirmaciones similares encontramos
en algunos de los pintores y escritores colombianos citados:
F e r n a n d o Botero, refiriéndose a sus últimos cuadros sobre la
violencia, dijo que pretendía dejar con ellos «el testimonio de
u n artista que vivió y sintió su país y su tiempo» 1 4 . Y Beatriz
González, en declaraciones de prensa, afirma que el tema de
la violencia se volvió inevitable para ella, «desde la toma del
14
«Con dolor de patria», en Revista Diners, Bogotá, marzo de 2001, p. 24.
293
ARTE Y TESTIMONIO
Palacio de Justicia [... ] En este m o m e n t o dije: "Aquí ya no podemos reír más"» 15 . Si quisiéramos hacer u n a pesquisa más
amplia, encontraríamos otros testimonios semejantes entre artistas plásticos y escritores 16 .
Ahora bien, lo que me interesa subrayar, como conclusión,
es que esas obras —pinturas, novelas, poemas— están señalando la aparición de un nuevo h o m b r e de arte, muy distinto al
que tuvimos en las décadas anteriores, complaciente unas veces con los gustos del observador y sumiso por lo tanto a las exigencias del mercado, y otras con una ideología que buscaba
cantar himnos de alabanza a nuestros orígenes «ontológicos»,
fuesen indígenas o hispanos. Esta afirmación merece que me
detenga en ella, a u n q u e sólo brevemente, sin a h o n d a r en explicaciones.
Hace u n siglo, Colombia vivía u n a de las épocas más difíciles de su historia. Una absurda y encarnizada guerra civil que
desoló y mutilé) al país. Algunos artículos de prensa de la época
nos informan del alto grado de criminalidad que desarrollaron los dos ejércitos que se combatían entre sí. Pero si queremos buscar testimonios artísticos de esos años que unieron los
siglos xix y xx con el ánimo de informarnos sobre la m a n e r a
como el escritor y el artista plástico miraban el m u n d o en que
vivían, poca cosa se encuentra que realmente valga la pena recordar en la historia del arte y la literatura. Fue sin embargo
u n a época de cambios positivos en las corrientes literarias y
15
«Siga, ésta es sn casa», entrevista concedida a Paola Villamarín, El Tiempo, octubre
5 de 2001.
16
Mario Rivera, quien desde la poesía se sitúa en la misma línea de las declaraciones
de Botero y González, afirma: «Con 5 Salmos Penitenciales (1999) y con esta "Balada de
los pájaros" he querido abrir mi voz a una poesía testimonial. Una poesía que pueda
subsistir al menos como documento, con respecto al proceso de violencia que vive
Colombia desde 1948, aparejado a la exjjropiación de la tierra, y como una [jremonición del presente. La evidencia de este proceso violento, —principio sin final—
angustie) y comprometió a mi propia generación». «La balada de los pájaros», en
Golpe de dados, vol. xxix, No. CLXXIII, Bogotá, 2001.
294
RUBÉN SIERRA MEJÍA
pictóricas nacionales: poetas, novelistas y pintores cuyos méritos literarios y artísticos n o es posible desconocer.
La situación cambió radicalmente cuando, en 1948, fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, produciéndose u n a ruptura en
nuestra vida política y social. Desde entonces, con algunos períodos de baja intensidad, Colombia ha vivido en permanente estado de violencia y crisis de sus instituciones, sin lograr
reorientar su destino. Pero a diferencia de lo que sucedía medio siglo antes, sus pintores y sus escritores fueron de los primeros en reaccionar ante la nueva situación del país. Alejand r o Obregón, aún joven, dejó su testimonio de asombro y rechazo en el cuadro titulado Masacre del 10 de Abril, al que ya me
referí. Un cuadro en el que todavía el pintor n o había encontrado su lenguaje característico, cuyo valor n o está en las virtudes plásticas de la obra sino en ser un registro de sus preocupaciones como artista. Y Osorio Lizarazo escribe pocos años
después El día del odio, novela que tiene como verdadero protagonista a las clases sociales más bajas de Bogotá, con sus humillaciones y ofensas, clases cuya reacción inmediata e instintiva al asesinato del líder político fue destruir el centro de la
ciudad como u n acto de venganza. Podría decirse que la novela tiene el propósito de «explicar literariamente», con argumentos dramáticos y no lógicos, el odio que ese pueblo, excluid o de la vida pública y de los beneficios de lajusticia, expresó,
aquel 9 de abril de 1948, a través de la destrucción y el saqueo.
Desde entonces el pintor y el escritor n o han dejado de referirse al p e r m a n e n t e clima de violencia que ha sido característico de Colombia durante estas últimas décadas, a tomar un
hecho bien sea de repercusiones nacionales, bien de interés
particular, un hecho sin trascendencia histórica, pero igualmente trágico, como tema de su lienzo, de su novela o su poema.
Como expresión de compromiso sartriano interpreta Alvaro Medina la actitud de Obregón y de los pintores posteriores
295
A R F E Y TESTIMONIO
que han tomado la violencia como tema de creación plástica.
Desde cierto punto de vista se le puede dar la razón. Creo clarificador recordar a propósito que Obregón pinta su ya famosa
tela en una época en que el sartrismo estaba en auge en el mundo intelectual y que en Colombia se lo leía con cierto entusiasmo. La revista Mito, en la que colaboró el pintor, tuvo a JeanPaul Sartre como orientador implícito en los propósitos de
modificar nuestros hábitos culturales. Las palabras de presentación en su primer n ú m e r o tienen u n inconfundible acento
sartriano, con frases que parecen calcadas del filósofo francés.
En ellas sus directores dejan muy clara su concepción de una
cultura crítica que debe responder a los problemas del hombre «en situación». «En situación», dicen, para n o dejar dudas
sobre esa afiliación.
Sin negar ese espíritu que en Colombia fue expresado sobre todo en actitudes más que en la asimilación del pensamiento de Sartre, quisiera ver el fenómeno desde otra perspectiva,
que p u e d e servir para c o m p r e n d e r el cambio q u e a partir de
los primeros años de la segunda mitad del siglo xx se produce
en la cultura artística y literaria colombiana. Me refiero al surgimiento de la mentalidad moderna. Pero d e b o limitar la observación agregando que sólo desde el p u n t o de vista del arte
y de la literatura, porque mirado el problema desde otras esferas de la sociedad y del saber, no encontramos síntomas que
permitan ampliar el alcance de la afirmación. El concepto latinoamericano de modernismo está vinculado estrechamente al
movimiento poético del siglo xix que tuvo con Rubén Darío
su máxima expresión. Fste n o es el sentido que ahora le doy
al término. No me refiero con él únicamente al campo de la
literatura ni lo defino sólo por sus características formales. Estas mismas n o tienen importancia para mí en este m o m e n t o .
Por eso prefiero hablar de mentalidad moderna, pues en esta
forma p u e d o evitar el equívoco con el movimiento literario a
que he aludido. Con el uso que hago del término me refiero
296
RUBÉN SIERRA MEJÍA
a la actitud de Charles Baudelaire y los pintores que, como
Édouard Manet, reaccionaron contra el arte de su época y las
maneras de entenderse el artista con su m u n d o . También en
este último aspecto, Baudelaire dejó u n texto esencial, «Pérdida de la aureola», u n o de los poemas en prosa de Le spleen
de Paris, en el que nos describe al artista alejándose de las convenciones heredadas para poder penetrar en su nuevo medio
— a b a n d o n a n d o el palacio para acogerse a la calle de la gran
ciudad como m u n d o propio del arte 1 7 . Por lo demás, esto n o
es n a d a novedoso. No e n c u e n t r o por eso la necesidad de pon e r m e a contar en detalle lo que sucedió con ese movimiento
de ideas estéticas. Lo q u e me interesa es destacar lo siguiente:
desde el siglo xix, cuando empezaron las primeras manifestaciones del modernismo, se construyó u n nuevo destinatario de
la obra de arte. No hablo de receptor, que es una construcción
espontánea y al margen de las intenciones del artista y que varía con el tiempo modificando el sentido de los diferentes momentos del arte. Cuando hablo de «destinatario» me refiero
al simulacro de receptor al que el artista se dirige. Para el modernismo es la conciencia, no la sensibilidad religiosa ni la sensualidad cortesana de períodos anteriores. Baudelaire, en el
p o e m a inicial de Las flores del mal, se refiere a ese simulacro
ideado por él llamándolo «Hipócrita lector». U n a expresión
chocante y provocadora, que exige de éste una reacción inmediata y consciente. No es por lo demás una expresión reservada exclusivamente a su propia obra, con la que quería escandalizar al burgués, al lector corriente de su tiempo. Puede
suponerse que si Gustave Flaubert hubiera escrito u n preámbulo de Madame Bovary, lo habría podido comenzar con las
mismas palabras; así como hubiera sido la expresión correcta
para que Manet presentase al público cualquiera d e sus obras
1
' Para una interpretación de este cuento, son esenciales las páginas de M. Berman,
Todo lo sólido se desvanece en el aire, México, Siglo XXI Editores, 1989, pp. 155 ss.
297
ARTE Y TESTIMONIO
que produjeron escándalos en los círculos sociales y artísticos
parisinos, Olimpia o Almuerzo en la hierba. Habían pasado ya dos
siglo y medio desde cuando Miguel de Cervantes lo llamaba
«Desocupado lector», y le ofrecía un libro, Don Quijote de la
Mancha, para su pasatiempo. El pasatiempo no es propiamente el propósito fundamental del arte modernista, ni de las artes plásticas, desde el Goya de los grabados hasta el pop art, ni
de la literatura. En todas ellas hay un constante golpeteo de la
conciencia para mantenerla despierta a los problemas que la
rodean y la alimentan. Los escándalos que produjeron con sus
obras los escritores y el pintor citados, como después, ya en el
siglo XX, el que produjo Ulysses de James Joyce, así lo atestiguan. El arte, entonces, en la época del modernismo, ha tenido
la tarea de sacar a la luz lo reprimido, lo vergonzante, lo sórdido. O en otras palabras, llegó a ser u n a manera de hacer ver
lo que n o se quiere ver.
Beatriz González
Boceto para papel de colgadura, 2001
Óleo sobre lien?.o, 80 x 52 cm
Serie Dolores, obra reciente de Beatriz González
•;
.•.
¿fi**1
-"m
•m.-:
,.í..-^-:--
vs
I H
FFJF:
Boa
Bv£
,
• ; -
•
;•••
•
.¡!®
o J-vi"Í;'í"rS-';''.';-'-'•" - ' i , • ' • • • ; ' ; " . i ^ : í ' " : i ' í ' ' . - i : - \ . ' - i . ' V i . . ' . • . ' . • : . • -
Edouard Manet
i-•••,'•
- •• - • • • "
. :--:.
•'.
' e.
• ••"."••
.•.-
ev.-i'•'..- •
• v ••..;
••"•
•:
;•;.
•••• • : . ;
MaximiHamh 1868
El fusilamiento dd emperador Maximii
Vexéeuüon de rEmperemMmimííkn
Oleo sobre lienzo, 252 x 305 cm
Roiíari/Wildeiisiein I, 127
Mannheiou Kuhsthalle Mannheira
•F : 'y
H
D
Alejandro Obregón
Masacre 1.0 de abril, 1948
Óleo sobre lienzo, 65 x 120 cm
ejecución de Maximiliano, Mi ramón y Mejía
l 19 de junio de 1867. S. f.
Beatriz González
Ventana entreabierta, 2001
Óleo sobre lienzo, 150 x 150 cm
Serie Dolores, obra reciente de Beatriz González
Z-Z-e-
'••-
>r
-^
•
Gustavo Zalamea
Palacio de Justicia. Documento, 1994
Fotomontaje
Tarjeta postal 10,7 x 15,3 cm
Descargar