Documento 783273

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Harold Hidalgo
Una Cita con
Lucifer
§
Era una elegante habitación teñida de un rojo intenso, aunque el color de sus paredes
resultaba ser lo menos llamativo de aquella peculiar estancia. Plagada de cuadros sanguinarios,
vampiros, hombres lobo, aberraciones inimaginables y más adornaban como un tapiz irregular
aquella cueva claustrofóbica en la cual me encontraba.
Poco era lo que sabía y menos lo que deseaba saber sobre aquellas obras que, en conjunto
con la pared, dibujaban líneas rojas simulando una red de calles, venas y arterias rojas que me
provocaban escalofríos cada vez que reunía las fuerzas necesarias para mirarlas de reojo.
- ¿Cuál es tu deseo? -. Me preguntó aquel ser demoníaco que estaba sentado detrás de la
mesa, también roja, que nos separaba y marcaba una barrera de imaginaria seguridad que me
permitía respirar.
¿Cuál es tu deseo? Miles de cosas pasaban por mi mente ahora, y más aún cuando sabía
que podía pedir cualquiera de ellas sin ningún problema. Sólo tenía que dejar algo ‘insignificante’ a
cambio en manos de la maldad pura que emulaban sus ojos y la frialdad de sus facciones.
No encontraba como empezar.
- Pues empieza -. Me apresuró Lucifer; seco y preciso como incisión quirúrgica. No había
caído en la cuenta de que, obviamente, podía leer mis pensamientos -. Te puedo dar lo que deseas
-. Me dijo sonriendo, incitándome a una desgraciada decisión.
- Quiero ser inmortal -. Dije sin titubeos -. Eso deseo.
El ser duró unos segundos en silencio, escaneándome. Era imposible que me negara la
petición. De todas formas, una vida extremadamente larga nunca se iba a igualar a una eternidad
en el infierno.
Llevaba muchos años esperando este momento; soñándolo.
Desde pequeño, mi vida había sido una desgracia. Mi joven y hermosa madre fue
asesinada cuando yo tenía siete años, descuartizada por unos psicópatas despiadados. Mi padre
murió cuando tenía diez años, decapitado en un accidente en una fábrica. A los doce años, perdí a
mis dos hermanos gemelos, muertos en un incendio que acabó con la casa en la que vivía; y mi
hermana mayor fue violada varias veces seguidas, contaminada de una enfermedad letal y no duró
más de un mes viva. Para ese entonces, yo tenía dieciocho años.
Yo no había escapado de semejante destrucción. Graves quemaduras, hambruna y
violaciones plagaron mi vida desde los catorce hasta los diecinueve. Gracias a ello, nunca gocé de
una buena alimentación, varias veces recibí tratamiento intensivo para la piel y desarrolle un
extraño gusto por lo masculino, volviéndome adicto a algo que, al principio, me había causado
mucho daño y ahora me producía un placer privado y clandestino, digno del resultado de mi
propia negación pública, de mi propia destrucción ante algo que se había vuelto parte de mi
existencia y sin lo cual no podía vivir.
No me culpo. A veces dudo que haya sido causa de la vida y pienso que solo catalizó el
proceso para algo que era inevitable. Si hubiese tenido la oportunidad de elegir, quizá hubiese
elegido gustos diferentes; quizá hubiese seguido por este camino. No me arrepiento; hay muchas
cosas más de las cuales preocuparse en la vida y que son más importantes que el simple hecho de
disfrutar de una diversidad de género que, aunque ciertamente cuestionable, siempre existirá.
Esto era más importante.
- Tu vida ha sido terriblemente infame -. Concluyó Lucifer -. ¿Y tú deseas seguir viviendo?
¿Es tan potente en ti el deseo carnal qué prefieres vivir y sentirlo que morir y dejarlo ir? ¿Es tan
potente que me darías tu alma por eso?
Sus palabras, aunque desviadas de mis objetivos, penetraron como balas asesinas,
destruyendo parte de la fuerza que había acumulado en mí para poder asistir a esa cita. En ese ser
noté, por vez primera, un ápice de compasión y sentimiento por una vida que, según sus propias
experiencias, no se merecía nada de lo que le había sucedido.
Era increíble pensar que le dolía mi vida. Lucifer me dedicó una larga mirada y, tras un par
de minutos, tomó su decisión.
- De acuerdo. Serás inmortal -. Me dijo -. Pero para poder darte el don de la inmortalidad,
primero debes morir. Tu cuerpo renacerá y vivirás todos los días que le queden a este mundo,
quizá aún más. Tu cuerpo será regenerado y tu mente purificada. Un regalo de mi parte.
- ¿Regalo? -. Le pregunté incrédulo de sus palabras.
- Sí -. Dijo con sequedad -. Incluso, discutiremos tu alma al momento en que ya no puedas
seguir en este mundo. No me debes nada.
No lograba entender el por qué de tanta amabilidad, o tanto comprendimiento hacia mi
desgracia. Era irracional para mí que viniera desde el más despiadado de los individuos, capaz de
desafiar al mismísimo Dios y batallar una eternidad por el pecado en la Tierra y así llevarse a
millones de almas al sufrimiento eterno, y a mí me otorgue regalos.
- Joven -. Me dijo Lucifer en tono fúnebre -. Jesucristo sufrió como nadie jamás lo había
hecho, y subió al cielo. Otros como él han sufrido y han llegado a ese lugar. Los que han bajado a
mis aposentos a vivir una eternidad en el fuego de la desesperación y las llamas de la tortura son
los que te han causado a ti, y a los otros, semejantes sufrimientos.
- Entonces, ¿No estoy maldito?
- No. Sólo eres materia universal. Un cúmulo de posibilidades de desgracia que deciden
llegar a este mundo a través de ti.
Me sentía protegido. Finalmente, había encontrado un lugar en el cual no estuviese en
peligro y pudiese sentarme con tranquilidad. Era ridículo pensar que el mismísimo infierno fuese
cómodo.
- ¿Aún deseas la inmortalidad? -. Inquirió Lucifer, observándome con interés.
- Sí.
- Está bien -. Acto seguido se levantó, rodeó la mesa hacia mí y me levantó de golpe. No
me asusté puesto que ya estaba acostumbrado al maltrato. Me arrastro suavemente hasta la
pared y me colocó contra uno de los cuadros justo a su altura. Sus ojos quedaron a nivel con los
míos y de pronto se tornaron azules. Cabello castaño le nació de la cabeza a Lucifer, y su piel
rápidamente se tornó humana, fresca y suave, delicada y provocativa. Su voluminoso cuerpo
ocupaba toda mi vista, y de pronto me di cuenta que estaba ajustado hacia mí, en contacto
directo.
Su mirada me paralizó y perdí el control de mi cuerpo, de mi mente y de mi vida. Una
ráfaga de éxtasis recorrió todo mi cuerpo y sentí la fuerza de su endemoniada presencia recorrer
mis venas. Segundos después, perdí la consciencia.
Al despertar, me vi desnudo boca abajo en el suelo, rodeado de la sangre que antes
ocupaba mis venas y que ahora teñía el piso de rojo combinando con las paredes.
- Has muerto -. Me dijo una voz detrás de mí mientras un dedo cálido acariciaba mi
espalda -. Y revivido.
- ¿Lucifer? -. Sollocé lentamente, mientras intentaba levantarme del suelo.
- No te muevas -. Me susurró -. Sí, soy yo.
- ¿Qué… ha sucedido? -. Pronuncié lentamente, sintiendo cómo aun salía sangre de mis
venas.
- Te di la inmortalidad y no te quité el alma; pero igual algo me tenías que dar pequeño
joven, y yo también gozo inmensamente del mismo deseo carnal que tu.
Me sorprendí. Nunca había dado crédito al hecho de que el deseo carnal estuviese
relacionado con las ideas demoníacas. La manzana que había provocado la expulsión de Adán y
Eva, la tentación traída por la serpiente, la misma serpiente que había tomado mi cuerpo una vez a
cambio de una eternidad.
- No te quejes -. Resopló Lucifer -. Ya eres inmortal -. Y seguidamente me ayudó a
levantarme.
- Gracias -. Susurré entre dientes.
- ¿Y ahora qué? -. Me preguntó inquieto aquel ser inmortal.
Pensaba marcharme y recorrer el mundo. Vivir y vivir hasta cansarme y nunca tocar la
vejez. Pero ahora estaba confuso. No sabía qué decisión me gustaba más. Y pronuncié una última
pregunta:
- ¿Puedo volver a verte?
Lucifer me sonrió con picardía, y un poco de mi sangre se le escapó de los labios.
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