Para la reflexionar

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LLAMADOS A
ILUMINAR LAS
TINIEBLAS
COMENTARIO A LAS INTENCIONES M.I. - 2015
a cargo del
padre Raffaele Di Muro
Asistente Internacional M.I.
CENTRO INTERNACIONAL M.I.
ENERO 2015
Para que los que creen en Jesús tengan la certeza de que es posible
alcanzar la unidad a través de gestos cotidianos de comunión.
La comunión fraterna se realiza mediante los pequeños gestos de cada día. Lo
enseña San Maximiliano Kolbe, cuya experiencia espiritual se caracterizó por una
infinidad de actitudes simples que siembran comunión. Pensando en su experiencia en
Roma, entre 1912 y 1917, el joven franciscano y futuro mártir de la caridad favorece la
comunión entre sus jóvenes hermanos que en él ven un modelo de caridad y
paciencia. Lo admiran por las calles de Roma, durante el paseo comunitario de los
frailes en formación, en el reprender delicadamente a cuantos blasfeman y se dejan
llevar por estas expresiones. Lo que sorprende es su sensibilidad y el deseo profundo
de que todos conozcan el amor del Señor y de la Inmaculada.
Los vemos como un joven fraile comprometido en la actividad de la prensa en
Niepokalanów, en el sostener con gestos delicados y sinceros a sus hermanos
comprometidos en el trabajo apostólico y en las fatigas de la vida en el convento. Los
frailes que vivieron con él en la Ciudad de la Inmaculada polaca atestiguan que cada
uno de los numerosos religiosos que compartieron su misión tenían por él un gran
afecto y estima: a todos amaba y buscada valorizar a partir de los talentos de cada
uno. Un día, mientras tenía el servicio de guardián se dio cuenta que los hermanos
panaderos se arriesgan a enfermarse debido a su agotadora actividad física y compra
para ellos una máquina amasadora que todavía hoy se utiliza para confeccionar el pan.
Aquella maquinaria rudimentaria es un himno a la bondad y al cuidado del santo que
se manifiesta en las pequeñas vivencias de cada día.
En Auschwitz se asume a todos los que tienen dificultades físicas y espirituales
acompañando de diversos modos a aquellos que eran mayormente probados. Los que
han conocido a Maximiliano en el campo de concentración atestiguan que la luz de la
caridad se irradiaba aún antes del acto supremo del martirio. El amor del Padre Kolbe
es capaz de irradiar sentimientos de unidad y hacer reinar la armonía también entre
personas de credos y procedencias diferentes. Eso ocurre en Japón cuando está
comprometido con el trabajo de la prensa y en la difusión de El Caballero de la
Inmaculada. Sus primeros colaboradores son de procedencias y pensamientos muy
diferentes de las suyas, sin embargo logra instaurar armonía y equilibrio a través de las
pequeñas y significativas acciones de profunda caridad. San Juan Pablo II afirmó
justamente: «Desde los años de la juventud lo invadía un gran amor a Jesús y un gran
deseo de martirio. Este amor y este deseo lo acompañaron a lo largo del camino de su
vocación franciscana y sacerdotal, a la cual se preparaba tanto en Polonia como en
Roma. Este amor y este deseo lo siguieron a través de todos los lugares del servicio
sacerdotal y franciscano en Polonia, y también en el servicio misionero en Japón»
(Homilía en ocasión de la canonización de San Maximiliano Kolbe, n. 4).
El testimonio del Padre Kolbe va en esta dirección: día a día estamos
comprometidos a construir con paciencia una «telaraña» de pequeñas actitudes de
bondad que contribuyen a difundir sentimientos de unidad. La comunión fraterna se
favorece también hacia aquellos que pueden ser considerados «enemigos». Son muy
fuertes estas expresiones de San Maximiliano, escritas en El Caballero de la
Inmaculada (en su edición polaca) en diciembre de 1922, donde extiende su
benevolencia no solo a quienes sostienen la revista sino también a aquellos que se
oponen: «Damos muchas gracias y un cordial “Dios se lo pague” a través de la
Inmaculada a todos aquellos que de alguna manera, con el consejo, la pluma, o
cualquier actividad han ayudado al Caballero en su lucha por los más altos ideales
espirituales. Sin embargo, nosotros no deseamos lo mejor solo para estas personas.
Con la misma caridad nos dirigimos a quienes han sido enemigos del Caballero e
incluso a quienes han hecho lo posible para que no saliera. A todos ellos los
perdonamos de corazón (…)» (EK 1021).
La enseñanza del mártir polaco es particularmente luminosa para las personas
de hoy, a menudo «contaminadas» por la manía de egoísmo y autoafirmación. El santo
nos enseña que para construir puentes de unidad es fundamental realizar gestos
cotidianos inspirados en la caridad y el máximo respeto al prójimo. En la sociedad
multicultural en la que vivimos, la propuesta de Kolbe nos parece particularmente
actual. Los creyentes en Cristo pueden redescubrir la belleza de la comunión entre
ellos desde los más simples gestos cotidianos, que consolidan los vínculos de caridad al
interno de la comunidad de los creyentes y de la sociedad en general.
Para la reflexionar
-
¿Cuáles son los pequeños gestos mediante los cuales busco difundir
sentimientos de unidad y de caridad?
-
¿Creo en la unidad de todos los creyentes y en la armonía nueva que puede
liberar a la humanidad del egoísmo y del deseo de dominio de los hermanos?
-
¿Qué me dice el ejemplo de San Maximiliano? ¿Qué aspecto de su vida me
habla de unidad?
-
¿Mi pertenencia a la MI me estimula a ser hermano sincero y constructor de
bien hacia las personas que encuentro?
-
¿De qué manera busco superar las «barreras» que se interponen entre mí y los
hermanos?
FEBRERO
Para que la Cuaresma sea la preparación a una alegría profunda y
de comunión con Dios.
Alegría y penitencia son realidades que pueden convivir: de eso estaba
convencido San Maximiliano Kolbe, según el cual la renuncia no debe ser motivo de
tristeza, en la medida en que se reduce la fuerza del orgullo y del egoísmo que actúan
en nosotros. En esta perspectiva el ayuno y las iniciativas típicas del tiempo de
cuaresma se convierten en ocasiones de alegría, desde el momento en que hacen al
creyente más libre de las propias ataduras y más disponible a dejarse plasmar por la
obra del Espíritu Santo. Significativas son las palabras que siguen, extraídas de una
conferencia del santo polaco: «Ayer encontré, durante el viaje, a un japonés. Hablamos
de la fe y me preguntó si la fe católica no es demasiado difícil. Le respondí que no. Es
cierto que hay cosas un poco en contra y desagradables para nuestra naturaleza como
la penitencia, el ayuno, la confesión… pero el amor a Dios hace que el alma goce
cuando puede ofrecer a Dios las pruebas de su amor a Él, aún si les resultan difíciles»
(CK 191). También si cuesta, la penitencia es fuente de abundantes frutos de
conversión además de representar una maravillosa forma de ofrecimiento al Señor. El
«yo» del hombre tiende a hacerse valer, a hacer de patrón y eso es un obstáculo para
el camino de santificación. San Maximiliano es del parecer que no solo las
mortificaciones voluntarias son muy útiles para reforzar al hombre en la humildad y en
la máxima dependencia de Dios, sino también las pruebas que «llueven» de modo
imprevisto y providencial. Todo lleva a hacer del corazón del creyente manso y
confiado en el amor divino, misericordioso y providente. Realmente emblemáticas son
las palabras que siguen, extraídas de una carta escrita a los hermanos en 1937: «Es
evidente que tenemos que estar en guardia, ya que más de una vez el amor propio,
nuestro “yo” se rebelará. Las dificultades más diversas, las tentaciones, las
contrariedades, a veces casi nos superarán. Pero si las raíces se hunden cada vez más
en la tierra y la humildad arraiga cada vez más profundamente en nosotros de manera
que nos fiemos cada vez menos de nosotros mismos, entonces la Inmaculada hará que
todo sea para nosotros un aumento de méritos. Sin embargo, son indispensables las
pruebas y sin duda vendrán, ya que el oro del amor debe purificarse en el fuego de las
aflicciones. Es más, el sufrimiento es el alimento que refuerza el amor» (EK 755). El
Santo se encuentra aquí en una fase de gran madurez espiritual. Su camino se
encuentra en el vértice de su expresión y por esto puede dar sugerencias de vida
interior particularmente incisivas. Penitencia significa combatir la buena batalla
espiritual contra las tentaciones externas a la propia persona, pero también contra la
fragilidad que puede ser causa de alejamiento del proyecto de Dios.
Es fundamental el abandono en el Señor, confiarse a la protección materna y
eficaz de la Inmaculada poniéndose en una escucha dócil de la Voluntad de Dios. La
humildad es particularmente importante para no absolutizar nuestros dones y para
vivir completamente abandonados al amor inmenso del Altísimo. Los momentos de
cruz y de prueba refuerzan este proceso de confianza en el Omnipotente.
Y entonces, ¿cómo será nuestra Cuaresma? ¿Será un tiempo de tristeza?
¡Ciertamente no! Este periodo será particularmente propicio para una serena y
continua verificación de nuestro camino para que podamos individualizar manchas e
imperfecciones a podar y las virtudes y compromisos para potenciar. Estos cuarenta
días serán vividos bajo el signo de la alegría que nace de la conciencia de quien tiene la
posibilidad de hacer un gran salto adelante en el progreso espiritual. Nos
comprometeremos, lucharemos, sufriremos, seguros de que el fruto será grande en los
términos de crecimiento de nuestra comunión con el Señor.
Kolbe nos ofrece una última e importante clave acerca de nuestro itinerario
penitencial: «El recorrido de la propia vida está cubierto de pequeñas cruces.
Aceptación de tales cruces con espíritu de penitencia: este es un vasto campo para el
ejercicio de la penitencia» (EK 1303). Él nos recuerda, además, la importancia de la
alegría que vence a la tristeza: «[…] A San Francisco no le gustaban los frailes tristes.
Sin embargo, la tristeza le puede suceder a cualquiera. […] Se trata de la tristeza que es
fruto del caos, de la confusión. En el libro La imitación de Cristo el amor propio es
definido como la causa de la tristeza. El alma olvida que Dios gobierna todo y permite
todo. Dios nunca permite un mal, si no tuviese como fin un bien mayor» (CK 111).
Vivamos a pleno la acogida gozosa de cada situación en la cual será posible un
renacimiento espiritual determinado por un crecimiento en la humildad y en el
enraizarse en Dios.
Para reflexionar
-
¿Estamos listos para una Cuaresma en la cual puedan convivir las dimensiones
de la penitencia y de la alegría, según la enseñanza de San Maximiliano?
-
¿Cuáles son los aspectos «oscuros» de mi camino que desearía modificar y
mejorar?
-
¿Cuáles son las virtudes que ya practico y quisiera ver perfeccionadas?
-
¿Estoy dispuesto a aceptar las pruebas, consciente que pueden contribuir a mi
crecimiento?
-
¿Mi vida de oración y las elecciones que realizo contribuyen a alimentar en mi
el abandono en Dios?
MARZO
Para que la docilidad de María sea un ejemplo para todos los que se
consagran a Dios siguiendo el camino de los consejos evangélicos.
La docilidad es la actitud de disponibilidad del corazón por parte del creyente
que adhiere plenamente y continuamente a la voluntad del Señor. Con serenidad se
confía al Altísimo con la certeza que la santificación pasa justamente en el dejarse
conducir por Él. El ejemplo de la Inmaculada va en esa misma dirección. Nos
detendremos en esta dimensión importante del camino espiritual, no solo en relación
a la vida consagrada sino también en relación a cómo cada creyente está llamado a
participar en el proyecto que Dios le confía.
La docilidad desencadena un mecanismo de santificación: nos hace capaces de
reconocer los propios defectos y fragilidades, inclina a la confianza en Dios a partir del
ser conscientes de la propia pequeñez respecto a Dios. Cada expresión de nuestras
vivencias puede hacer crecer en nosotros la capacidad de ser humildes y receptivos
respecto a la gracia divina, la cual en la vida espiritual es decisiva. En cada situación del
camino vocacional y de su actividad apostólica, San Maximiliano, tiene un modo de
experimentar la fuerza que viene del Omnipotente en su proceso de crecimiento
interior y toma conciencia de cómo la disponibilidad tiene un rol de veras importante
para la conversión personal.
La docilidad nace y se desarrolla a partir de la necesidad de un sincero y total
abandono en las manos del Altísimo. En esta operación la Inmaculada es una magnífica
guía y maestra. Además, para San Maximiliano existe también una docilidad hacia
María, es decir, vivir según una continua disponibilidad en relación a Dios. De hecho,
cumplir la voluntad de la Inmaculada equivale a ponerse siempre en la línea del querer
divino. En la Madre no existe nada que no sea conforme al proyecto del Señor: de esto
se desprende que ponerse en sus manos quiere decir encaminarse ciertamente en el
camino de la santificación.
Elemento fundamental de la ascesis kolbiana es la práctica de los consejos
evangélicos que es caracterizada por la docilidad al Señor y a la materna protección de
María. Significativa es la siguiente expresión del Padre Kolbe: «Cuando lleguemos a ser
Ella, también toda nuestra vida consagrada y sus fuentes serán de Ella y Ella misma: de
Ella será nuestra obediencia sobrenatural, ya que es su voluntad; la castidad, su
virginidad; la pobreza, su desapego de los bienes de la tierra» (EK 486). La Inmaculada
es un punto de referencia para aquellos que viven los consejos evangélicos. Ella es,
sobre todo, un modelo de absoluto valor para vivirlos: siguiendo su ejemplo es posible
recorrer un itinerario seguro en la vivencia religiosa. Pero es, sobre todo, el confiarse a
la intercesión y a la protección de la Virgen la verdadera ganancia. Dejarse conducir e
iluminar por su espléndido testimonio quiere decir hacer el camino de consagración
siempre más auténtico y signo de un anuncio creíble del Evangelio.
Contemplando constantemente a María es posible vivir los consejos
evangélicos estrechamente anclados a su ejemplo. La virtud de la docilidad, según el
ejemplo y el pensamiento del Padre Kolbe, ayuda a practicar una vida religiosa santa
porque a Ella le fue conferida una mirada sobrenatural y vivir los votos se convierte en
una consecuencia de esta visión de la propia existencia. Esta virtud ayuda a organizar
en armonía la vida fraterna, visto que el estilo humilde hace posible superar las
divisiones y discordias así como también ensanchar la mirada y elevar nuestras metas
hacia lo alto.
Por ejemplo, la Inmaculada es un punto de referencia para quien está llamado a
una vida pobre de seguimiento del Señor. Cuando la persona consagrada se abandona
en Ella, se deja guiar también en relación al uso de los bienes. Ella es modelo de
pobreza porque la experimentó hasta el fondo pero, sobre todo, su intercesión y su rol
de mediadora se revelan preciosos para el crecimiento interior del consagrado en el
camino de la esencialidad. De hecho, «a Ella pertenecen todas nuestras cosas, por lo
tanto, una pobreza perfecta y el uso de las cosas solo en cuanto son indispensables y
suficientes para alcanzar el fin» (EK 486).
Para reflexionar
-
¿Qué valor tiene el encuentro con el Señor en mi camino espiritual?
-
¿Contemplo la docilidad de María para ser siempre más disponible a adherir al
proyecto de Dios?
-
Como María, ¿estoy siempre listo a decir mi «sí» a Dios?
-
¿Estoy convencido que mi camino espiritual es un continuo dejarme conducir
por Dios, como lo hizo la Inmaculada?
-
¿La Virgen María es para mí motivo de oración? ¿Tengo la certeza que su
ejemplo puede ser de veras importante en mi camino cristiano?
-
La santidad de la Vida Consagrada hace referencia al ejemplo de la Inmaculada
¿soy consciente de eso?
ABRIL
Para que los Consagrados sean, a través de su coherencia de vida,
testigos del Señor Resucitado.
San Maximiliano, a través de las siguientes palabras pronunciadas en una
conferencia, nos ayuda a comprender la importancia de vivir un tiempo pascual: «La
Pascua ya pasó. Ahora debemos hacer un examen de consciencia: ¿qué ganancia
espiritual tenemos después de estas fiestas? ¿Festejamos la Resurrección solo
externamente? Si todo se limitase solo a la alegría exterior, entonces la fiesta no
cumplió su finalidad. […] Ayer uno de los frailes me contaba que hay momentos muy
pesados y tristes en la vida y que esto debería ser signo de que la vida espiritual se está
debilitando. También San Pablo no soportaba más la vida (cfr. Fil 1,23), ¡y él era el
Apóstol de los gentiles! Estos síntomas no son signo del mal. No se trata de no estar
nunca tristes o bajoneados. Si no hubiera obstáculos no podríamos merecer nada. […]
La esencia de la resurrección es, para nosotros, sintonizar nuestra voluntad con la
voluntad de Dios. Nada más. Todo lo demás son solo medios. […] Esto que les dije no
resulta fácil en la vida concreta y es necesaria mucha experiencia para poder caminar
con alegría por este camino» (CK 160).
La alegría que caracteriza nuestro estilo de vida, en virtud de la certeza y de la
importancia de la resurrección no es simplemente algo exterior, en cuanto que nace de
la profundidad del corazón. El motivo más bello por el cual nos alegramos es la
conciencia de buscar siempre sintonizar nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Eso
nos llena de una alegría inmensa. Obviamente, esta dimensión debe ser
particularmente evidente en los consagrados que deben hacerla visible a través de su
testimonio cotidiano. Del resto, el mismo Padre Kolbe, a causa de la alegría profunda
que tiene en su corazón, fruto de la comunión con el resucitado, logra donar su vida
por un padre de familia en Auschwitz como en cada situación de su camino de
creyente y de consagrado.
El mártir polaco nos hace comprender que la verdadera alegría es aquella que
se expresa también en los momentos de dolor. En una conferencia expresaba: «Si uno
ama a Dios cuando todo anda bien no puede decir con toda certeza que ama a Dios. Si
uno ama a Dios cuando el sufrimiento físico lo aqueja –la pobreza, la precariedad, los
fracasos– y soporta todo con alegría, entonces puede decirse a sí mismo que recibió la
gracia de amar a Dios. Alegría no quiere decir que no experimenta el dolor; sí, lo siente
pero logra aceptar la voluntad de Dios. […] Pero el sufrimiento físico no es todo. Dios
puede permitir el tiempo de la inseguridad: “¿estoy en gracia de Dios? ¿no lo estoy?”
Esto es un gran sufrimiento para el alma que ama a Dios cuando le parece que Dios lo
abandona. Si el alma soporta también este sufrimiento con alegría, experimentándola
plenamente, entonces puede decir junto al Señor Jesús: “Todo se ha cumplido” (Jn
19,30). La santificación de mi alma se ha cumplido» (CK 221).
Se puede estar alegre también en el dolor. Las heridas se sienten y hacen mal,
no desaparecen, sin embargo la alegría interior que surge de nuestra comunión con
Cristo las trascienden y las sanan. No se trata de no sentir las pruebas y la dificultad,
sino de superarla con la fuerza de nuestra interioridad.
La Inmaculada es la fuente indecible de alegría. Ella nos guía a entrar en la
profundidad de la resurrección que experimenta ahora en plena comunión con Cristo.
Así San Maximiliano se expresa en una conferencia: «Aquí en Niepokalanów solemos
saludarnos con el nombre “María”. Lo decimos por costumbre. Pero, ¿la Inmaculada se
enoja con nosotros si lo decimos por hábito? Somos débiles y nos acostumbramos
demasiado rápido pero la Inmaculada sabe que somos débiles y no tiene en cuenta
esto como malicia. Y también si lo decimos por costumbre es también un acto de
exaltación hacia Ella y Ella se alegra, es más, se alegra muchísimo y está contenta» (CK
37).
La Virgen nos lleva a comprender en profundidad nuestro vivir de resucitados,
es decir, de creyentes siempre tendientes a alcanzar el premio eterno conquistado por
Jesús. La alegría es el signo de nuestro itinerario hacia la vida eterna.
Para reflexionar
-
¿Tengo la certeza de participar en el misterio de la Resurrección?
-
¿La alegría es un signo distintivo de mi espiritualidad?
-
El encuentro cotidiano en la oración con el Resucitado ¿me hace más alegre?
-
La alegría, ¿es la expresión más evidente de mi testimonio?
-
¿De qué manera la comunión con el resucitado me transforma?
-
¿Me dejo conducir por la Inmaculada en el profundizar el misterio de la
Resurrección?
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