El acceso a Dios Dan Roselle Recuerdo una de las primeras ocasiones en la que experimenté una respuesta a la oración. Tenía 19 años. Hacía muy poco que era cristiano; recién empezaba a aprender sobre Jesús y los principios espirituales. En aquel entonces estudiaba un programa acelerado de discipulado que duraba 6 meses. Vivía en un dormitorio con otros nueve jóvenes estudiantes del mismo programa. No contaba con mucho dinero o posesiones, y necesitaba con urgencia un nuevo par de zapatos. Los míos estaban muy desgastados. No recuerdo si me arrodillé junto a la cama a orar, pero recuerdo claramente que rogué a Dios por unos zapatos. Al día siguiente por la tarde me sorprendí al entrar al cuarto y encontrar un nuevo par de zapatos sobre mi cama. Le pregunté a mis compañeros de habitación quién los había puesto allí, pero nadie lo sabía. Agradecí al Señor por la respuesta a mi oración. Eso fue hace muchos años. Desde entonces he aprendido más sobre la oración. Continúa siendo una parte importantísima de mi vida. En pocas palabras, he aprendido que la oración es la comunicación con Dios. Si lo prefieren, sentarse a conversar con Él. La oración presenta numerosas facetas, pero en mi opinión, una de las más importantes es mantenerse abierto a la manera en que Dios responde a nuestros ruegos. Uno de los ejemplos que nos legó Jesús en la Biblia fue el de aceptar las respuestas de Dios. La noche que fue traicionado se encontraba orando en el huerto de Getsemaní. Él sabía que Su juicio, sufrimiento y crucifixión empezarían pronto. Me parece interesante que Jesús orara para evitar todo ese dolor y sufrimiento: «Padre, si quieres, pasa de Mí esta copa»1. Estaba diciendo: Si de alguna manera puedes evitarme todo esto, por favor hazlo. No obstante —y es por este motivo que recalco la importancia de mantenerse abierto a la manera en que Dios responde—, Jesús continúa Su oración diciendo: «Pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya»2. Jesús no quería padecer dolor y tormento, pero Su mayor prioridad era llevar a cabo la voluntad de Su Padre. Su estado de desesperación era tal que la Biblia nos dice que repitió la misma oración tres veces 3. Todos sabemos que la voluntad de Dios era que padeciera sufrimiento y muriera por nuestros pecados. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Hace algunos años, me encontraba en un viaje de misión en Moscú, junto a 12 adolescentes. Los boletos en tren a Siberia nos habían costado 1.000 dólares. Es un viaje de 96 horas. Como el tren no salía sino hasta la medianoche, dejamos nuestra pequeña montaña de maletas en el apartamento de un amigo y salimos a recorrer la ciudad por unas horas. Al volver al departamento, tres de los jóvenes se ofrecieron a bajar el equipaje por el ascensor. El ambiente estaba cargado de emoción. Nuestro recorrido por el país estaba a punto de comenzar. Pero justo cuando los chicos terminaban de bajar la última tanda de equipaje, el ascensor se atoró entre dos pisos. No es gran cosa, pensé, todavía tenemos tiempo hasta que salga el tren. Los muchachos apretaron todos los botones, pero el ascensor no se movía. Al final, los demás miembros del equipo se dirigieron a la estación, y yo me quedé a esperar al encargado del mantenimiento del ascensor. No sé hablar ruso, pero mientras esperaba interpreté de los vecinos que el ascensor se atascaba con regularidad y que el encargado del mantenimiento no era muy puntual. Para entonces, oraba con fervor que los muchachos fueran liberados de su prisión temporal y que pudiéramos tomar el tren. Me imaginaba corriendo y saltando al vagón en el último momento. Pero no fue eso lo que sucedió. La hora convenida para la salida del tren pasó. Cuando los chicos finalmente salieron del ascensor, tomamos las maletas y corrimos a la estación. El resto del equipo se encontraba junto a la pila de equipaje en la plataforma. Pero la estación estaba vacía. Qué desilusión. Nos informaron que el tren nos esperó 10 minutos, pero que sencillamente no podía retrasar más su recorrido. Esa noche recorrí la enorme estación de trenes y hablé con Dios sobre lo sucedido. Le hice toda clase de preguntas. ¿Me había equivocado al planear ese viaje? ¿No era Su voluntad que fuéramos a Siberia? ¿Deberíamos invertir otros 1.000 dólares para llegar allí? ¿Debíamos elegir otro destino? Me encontraba con un grupo de adolescentes a miles de kilómetros de sus familias. Era responsable por ellos. Debía saber qué hacer. Necesitaba respuestas. Caminando por aquella plataforma desierta, el Señor me aseguró que nadie tenía la culpa de que hubiéramos perdido el tren. No se debía a los errores de alguien que necesitaba ser castigado. Más bien, Jesús quería valerse de aquella experiencia para enseñarnos a todos una lección: que en ocasiones pasan cosas aparentemente malas. Habrá veces en que todo parecerá salir al revés: ascensores parados, trenes que uno no alcanza a tomar, problemas, situaciones inesperadas. Sin embargo, es importante aprender a levantarse, sacudirse el polvo y empezar de nuevo. Fue un mensaje alentador para todos, pues en aquel momento nos sentíamos bastante desolados. De modo que volvimos a comprar boletos para el último tren que partía esa noche, a la 1:00 de la madrugada. Aquel fue el inicio de una emocionante aventura por Siberia. Pero esa es otra historia. Como ven, la oración es nuestro acceso a Dios. La Biblia nos dice que Jesús enseñó a Sus discípulos a orar. Les indicó cómo acceder al Padre. La manera en que lo enseñó continúa aplicándose en la actualidad. Cada uno de nosotros tiene acceso directo a Dios. Podemos hablar directamente con Él y preguntarle todo lo que deseamos saber en nuestra vida. Y lo que resulta fantástico es que Dios nos propicie Sus respuestas. Por supuesto que las respuestas no siempre coinciden con lo que uno quiere ni el resultado es lo que se espera o piensa que ocurrirá. Pero es maravilloso saber que Jesús responde. Y Él ofrece Sus respuestas a todo el que las pida. Conviene mantenerse abierto a Sus respuestas, al igual que oró Jesús: «Pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya». Al enfrentarse a un problema o dificultad, llévenselo a Jesús. No está de más tomarse el tiempo de orar y contarle a Dios lo que les pesa en el corazón. A lo mejor conocen a otras personas por las que deseen orar también. Y he descubierto que Él responde a esas oraciones de la misma manera. Expliquen la necesidad y soliciten Su ayuda. Luego confíen. Confíen en que les revelará a ustedes o a ellos la respuesta, o que de alguna manera arreglará la situación. Pero lo que es más importante, confíen en que llevará a cabo Su voluntad. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López. © La Familia Internacional, 2012. Categorías: oración, confiar en Dios, fe Notas a pie de página 1 Lucas 22:42. 2 Lucas 22:42. 3 Mateo 26:42-44.