La voluntad humana, la voluntad divina y la concepción cartesiana de la libertad Verónica Gómez 201012899 En las Meditaciones acerca de la Filosofía Primera, Descartes desarrolla una concepción de la libertad humana que está basada en una manera muy particular de concebir la relación entre la voluntad y el intelecto. El presente ensayo pretende, en primer lugar, superponer dos momentos del argumento (la relación intelecto-voluntad y el conocimiento de Dios) para extraer una diferencia necesaria y esencial entre la libertad humana y la libertad de Dios. En segundo lugar, plantearé un criterio a partir del cual se define la libertad que si bien queda sin enunciarse en las meditaciones, explicaría la distancia que toma Descartes de una concepción de la libertad como un libre albedrío indiferente. Con tales propósitos, empezaré por definir el concepto de voluntad, su relación con el intelecto y su función en el argumento; en un segundo momento, señalaré las diferencias entre el ejercicio de la libertad humana y la libertad de Dios; y finalmente, podrá salir a relucir el criterio que subyace a la concepción cartesiana de la libertad. Con el objetivo de llegar a una certeza absoluta sobre algo, Descartes ha decidido poner en duda los fundamentos de todo lo que sabe para volver a construir sus conocimientos sobre bases más firmes. Así, en la primera meditación, el método de la duda avanza en tres etapas, siendo la tercera la duda más radical: la hipótesis del genio maligno. La posibilidad de que un genio maligno sea la única causa de todo lo que percibo pone en duda el hecho de que exista algo por fuera de mi mente que corresponda a las ideas de las cosas que creo tener. Como esa correspondencia que la hipótesis ha puesto en duda sería condición necesaria de toda verdad, el espectro del genio maligno lleva al sujeto meditante a un esepticismo radical: la única certeza que puede tener en este punto es la de su propia existencia. Sólo hasta la tercera meditación logra Descartes desmentir la hipótesis del genio maligno demostrando la existencia de un Dios infinito y perfecto que es la única causa posible de su idea de lo infinito. Ahora que conoce con absoluta certeza la naturaleza de Dios, sabe que éste no puede ser engañador, puesto que “es evidente por la luz natural (de la razón) que todo fraude y todo engaño depende de algún defecto”1. En este contexto, surge la pregunta por el origen del error: ¿Cómo conciliar la existencia de un Dios todopoderoso e infinitamente bueno con el hecho de que me equivoque? Para dar respuesta a la anterior pregunta, es necesario primero preguntarse dónde puede encontrarse el error. Con tal objetivo, Descartes clasifica sus contenidos mentales en ideas, juicios y deseos. Como los juicios son los únicos que afirman una correspondencia entre la idea y algo independiente de esta idea que es la causa de ella, son estos los únicos que pueden ser verdadero o falsos; ya que es dicha correspondencia la que determina la verdad o la falsedad.2* Así pues, resulta evidente que el error tiene su origen en la facultad de juzgar El siguiente paso en el argumento de Descartes, será señalar que emitir un juicio no es simplemente una acción de el entendimiento, sino también un acto de la voluntad. Por lo tanto, es pertinente preguntarse si esta última puede ser el origen del error. Ahora bien, si se examina la facultad de la voluntad en sí misma se ve que ésta no es más que una fuerza de querer, buscar o huir de algo. Descartes afirmará que esta voluntad es tan grande que no puede concebirse una mayor, ni siquiera la voluntad divina. Aunque la voluntad de Dios se extiende a más cosas que la voluntad humana, al tomarse esta “formal y prcisamente, no parece ser mayor, porque consiste únicamente en que podamos hacer o no hacer” 3 algo. 1 DESCARTES, René. Meditaciones acerca de la Filosofía Primera. Seguida de Objeciones y Respuestas. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009. p. 127 2 *Acá se está hablando únicamente de falsedad formal, puesto que Descartes considera que sí hay una cierta “falsedad material” en algunas ideas que muestran como “cosa” algo que en realidad tiene muy poca o ninguna realidad positiva; sin embargo, para este ensayo basta entender falsedad como un juicio en el que la idea no corresponde a un objeto en el mundo. 3 Ibid., p. 139 Este análisis permite a Descartes afirmar que la voluntad “no está circunscrita dentro de ningún límite”4 sino que es “amplísima y perfecta en su género”5. Esta voluntad tomada formalmente no puede ser entonces la causa del error porque “aunque yo pueda optar por cosas malas, o por aquellas que no existen, sin embargo no por ello deja de ser verdad que yo he optado por esas cosas”6. Esto quiere decir que para encontrar la razón por la cual me equivoco no basta con entender el ejercicio de la voluntad en sí mismo; hay que analizar, más bien, aquello por lo que optamos al hacer uso de esta facultad “perfecta”, ya que la equivocación no se encuentra simplemente en creer o asentir, sino en asentir ante algo falso. Habiendo esclarecido que la voluntad en sí misma no es la causa del error, y sabiendo que el intelecto por sí solo no emite juicio alguno y, por lo tanto, no puede ser la única causa de las equivocaciones; Descartes llega a la conclusión de que los errores “dependen de dos causas que concurren a la vez, a saber, la la facultad de conocer que hay en mí, y de la facultad de elegir (…) esto es, el intelecto y a la vez de la voluntad”7. Descartes muestra que hay un cierto desface entre estas dos facultades, puesto que la voluntad es más amplia que el intelecto. Esto quiere decir que la voluntad puede emitir juicios sobre más objetos de los que el intelecto logra comprender, y así, a veces sucede que “la extiendo también a las cosas que no entiendo” y es en estas situaciones en las que el juicio falla. Esta relación particular que Descartes ha establecido entre el intelecto y la voluntad será la condición de posibilidad de las certezas que más tarde se alcanzarán. Aquí, la bondad de un Dios que no pretende engañar preserva la posiblidad de conocer haciendo un uso correcto del entendimiento, pero sin que esto entre en contradicción con la evidente imperfección de nuestra capacidad de conocer. Habiendo establecido esta relación entre voluntad e intelecto, Descartes desarrolla explícitamente su concepto de libertad. Aquí quiero llamar la atención sobre un 4 Ibid., p. 137 Ibid., p. 139 6 Ibid., p. 103 7 Ibid., p. 137 5 desplazamiento evidente en la manera de concebir la libertad. El texto de Descartes no ofrece una razón clara para el giro significativo que va a dar el argumento, simplemente se pasa de una concepción de la libertad a otra de la siguiente manera: La libertad humana “consiste únicamente en que podamos hacer o no hacer lo mismo (esto es, afirmar o negar, buscar o huir), o mejor, únicamente en que seamos llevados de tal manera a afirmar o a negar, a buscar o a huir de aquello que nos es propuesto por el intelecto, que sintamos que no somos determinados a ello por ninguna fuerza externa. Porque tampoco es necesario que yo, para ser libre, pueda ser llevado a cualquiera de las dos partes, sino que , por el contrario, cuanto más me inclino a una (…) con tanta más libertad la elijo”8. “En cambio, aquella indiferencia que experimento cuando ninguna razón me impulsa a una parte más que a la otra, es el grado más ínfimo de libertad” 9. En las siguientes páginas procuraré ofrecer una razón para este cambio evidente en la concepción de la libertad. Nótese que la primera definición de libertad está ligada a una noción de libre albedrío como indiferencia, como un poder elegir una cosa u otra. En tal caso, la voluntad es incondicionada porque no depende de nada para decidirse por algo. Por otra parte, la posibilidad de plantear la segunda definición de libertad radica, de acuerdo con la cita anterior, en que “sintamos que no somo determinados a ello por ninguna fuerza eterna”. Sin embargo habría que resaltar aquí el hecho de que el uso correcto de la voluntad está necesariamente condicionado por el intelecto porque para elegir con mayor libertad “la percepción del intelecto debe preceder siempre a la determinación de la voluntad”10. En otras palabras, el uso adecuado (y más libre) de la voluntad consiste en circunscribirla dentro de los límites del entendimiento. Es importante aclarar que el presente ensayo sólo está tratando la libertad en el contexto de la búsqueda de la verdad, es decir, en el ejercicio de emitir juicios. Descartes considera necesario hacer esta distinción: 8 Ibid., p. 139 Ibid., p. 139 10 Ibid., p. 143 9 En lo que respecta a la práctica de la vida, no pienso de ninguna manera que haya que seguir sólo las cosas que conocemos muy claramente; al contrario sostengo que ni siquiera hay que esperar siempre las más verosímiles, sino que a veces, entre muchas por completo desconocidas e inciertas, hay que escoger una y determinarse por ella11 Para responder a la pregunta que he planteado, propongo traer a colación la relación entre la voluntad humana y la voluntad divina. Podría interpretarse que como el conocimiento de Dios es ilimitado y su intelecto concibe todas las verdades con la mayor claridad y distinción, entonces su voluntad podría extenderse infinitamente sin caer en el error. ¿Qué se diría entonces de su libertad? Que ésta sería la mayor y la más perfecta porque su intelecto siempre entendería lo que concibe y no tendría que elegir nunca indiferentemente. A la anterior interpretación parece ajustarse lo que dice Descartes acerca de la voluntad divina en la cuarta meditación: que ella es incomparablemente mayor en Dios que en mí “en razón del conocimiento y de los poderes que le son propios, y que la hacen más firme y eficaz”.12 Este pasaje querría decir entonces que como Dios conoce más y con mayor claridad y distinción, puede hacer mejor uso de su voluntad. Sin embargo, esta interpretación desconoce un aspecto fundamental, a saber, que en este momento del argumento Descartes considera haber probado que Dios es la causa de todo lo que existe y, por lo tanto, de todo lo verdadero. Si se tiene en cuenta lo anterior, no tiene ya sentido afirmar que la esencia del intelecto divino es conocer perfectamente todas las verdades que existen, puesto que ninguna verdad lo antecede. Dios no es libre porque su intelecto conozca lo verdadero, sino que ocurre más bien al contrario: puede concebir perfectamente lo verdadero porque su voluntad es la que ha determinado qué es lo verdadero. Si bien este punto no sale a relucir de manera explícita en las meditaciones, sí puede deducirse correctamente del análisis conjunto de la tercera y la cuarta meditación. Además, Descartes se refiere de manera explícita a esta cuestión en las respuestas a las sextas objeciones, al decir que no se puede fingir que ninguna verdad haya “sido el objeto del 11 12 Ibid., p. 428 Ibid., p. 139 entendimiento divino antes de que su naturaleza (la de todas las cosas) hubiera sido constituida así por la determinación de su voluntad”13. Tiene que aceptarse entonces que el uso correcto de la voluntad divina no está condicionado en ninguna medida por el intelecto, y de esto se sigue que el concepto de la libertad de Dios difiere radicalmente de la libertad humana. Mientras que yo soy más libre cuanto más me impulsa mi intelecto a afirmar o negar algo; Dios, cuya libertad es más perfecta que la mía, decide siempre con absoluta indiferencia, porque no hay verdad o falsedad que preceda a su voluntad. Tanto así que Descartes afirma que “repugna que la voluntad de Dios no haya sido indiferente desde toda la eternidad a todas las cosas que han sido hechas o que se harán alguna vez”14. Esta diferencia que se ha establecido entre Dios y el hombre exige una nueva interpretación del pasaje anteriormente citado en el cual Descartes afirma que la voluntad es incomparablemente mayor en Dios que en mí tanto “en razón del conocimiento y de los poderes que le son propios.”15 Ahora, la frase “los poderes que le son propios” no puede denotar una capacidad infalible de juzgar correctamente de acuerdo con un conocimiento ilimitado de la verdad; sino que debe entenderse como la omnipotencia que permite a Dios determinar, mediante un ejercicio indiferente de su voluntad, lo que es verdadero y lo que es bueno. Así que “la indiferencia que conviene a la libertad del hombre es muy diferente de la que conviene a la libertad de Dios”16. A diferencia de lo que ocurre en el caso de Dios, la mejor expresión de la libertad humana no es la indiferencia. La razón por la cual Descartes decide alejarse de la concepción de la libertad como indiferencia no es que una voluntad indiferente no pueda ser libre, puesto que, como hemos visto, sí ocurre así en el caso de Dios. Es más bien el hecho de que considera que es más importante poder conocer la verdad que poseer una voluntad completaente incondicionada. 13 Ibid., p. 560 Ibid., p. 560 15 Ibid., p. 139 16 Ibid., p. 561 14 Ahora bien, esta prioridad que se da a la verdad es, en últimas, un condicionamiento de la libertad humana por parte de la voluntad indiferente de Dios, puesto que es ésta úlitma la que ha determinado qué es lo verdadero. Esto quiere decir que la manera como Descartes concibe la relación entre voluntad e intelecto implica que la libertad humana dependa de Dios, puesto que lo que el intelecto concibe como verdadero es precisamente lo que lo que la voluntad indiferente de Dios ha dictado como tal. En otras palabras, el máximo grado de libertad humana, tal como Descartes la ha definido, ocurre cuando no puedo no asentir ante algo, porque Dios así lo ha dispuesto. En breve la concepción cartesiana del error permite conciliar la bondad de Dios con el hecho de que yo emita juicios falsos. Así, aunque la voluntad se entiende como una facultad perfecta y tan amplia como es posible, el uso correcto de ella está condicionado por el alcance del intelecto. A partir de esto, Descartes articula una concepción muy particular de la libertad humana según la cual se es más libre en la medida en que el intelecto conciba con tanta claridad y distinción que la voluntad no pueda no asentir. Puede concluirse, entonces, a partir de la comparación entre la voluntad divina y la libertad humana, que lo que subyace a esta concepción de la libertad no es el hecho de que Descartes considere que una elección indiferente no pueda ser libre; sino más bien que haya decidido dar prioridad a la posibilidad de elegir lo verdadero sobre la posibilidad de elegir de manera indiferente e incondicionada. Otorgar esta prioridad a la verdad es, en última instancia, subordinar la indiferencia de la voluntad humana a la indiferencia de la voluntad divina.