Discurso de ingreso de don Fabio J. Guzmán Ariza como académico de número de la Academia Dominicana de Lengua Casa de las Academias Santo Domingo, República Dominicana 16 de diciembre de 2014 Señor director, señoras y señores académicos, señoras y señores: Comparece ante Uds., conmovido y timorato ante la solemnidad de la ocasión, un abogado de provincia a quien, por su afición fervorosa a las palabras, la Academia ha querido, con más benevolencia que en otras oportunidades, contar entre los suyos. La distinción, reconozco, no guarda proporción con mis escasos méritos: no soy lingüista ni filólogo ni poeta ni narrador ni dramaturgo ni crítico literario, sino un diletante de la lengua española —en el sentido etimológico de alguien que se deleita en el estudio de su idioma—, que desde hace unos años se muestra obsesionado con mejorar la manera en que escriben los abogados, jueces y legisladores dominicanos. He de confesar, por si acaso quieran Uds., honorables académicos, reconsiderar mi elección, que recibí mis últimas clases formales de Español cuando, con doce años, cursé el primero del bachillerato en el liceo público de San Francisco de Macorís. El curso completo duró solo seis meses, de enero a junio de 1962, período a que se redujo el año lectivo por causa del ajusticiamiento de Trujillo en mayo del año anterior. En agosto de 1962, partí hacia Canadá, donde completé en un colegio de habla inglesa mis estudios secundarios, a cuyo término ingresé en una universidad estadounidense, también anglófona. Permanecí, pues, alejado de mi idioma materno por más de una década — mi adolescencia completa y el principio de mi adultez—, época en que se suele consolidar el dominio formal del ser humano sobre su lengua. En ese lapso, perdí la soltura natural del hablante nativo. De ello me di cuenta, horrorizado, una tarde de otoño en Cambridge, Massachusetts, mientras conversaba en un español entrecortado y balbuciente con un inmigrante recién llegado de Puerto Rico. Que no perdiera mi idioma se debió a mi pasión por las humanidades, estimulada desde la temprana adolescencia por mi hermano mayor, Danilo Antonio, a quien he admirado siempre por su exquisita erudición. Aún recuerdo vivamente cuando, hacia octubre o noviembre de 1962, en Toronto, Canadá, me llevó a conocer algo tan prodigioso como fue, en Macondo, el hielo para Aureliano Buendía: una librería enorme llamada Coles. De allí salí cargado de una decena de clásicos escogidos por mi hermano preceptor, entre ellos, el Cándido de Voltaire, el cual no olvido porque despertó de inmediato en mí un gran interés por la filosofía. Ya en la universidad —ingresé al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) a estudiar Ciencias de Materiales— me inscribí, después del percance lingüístico con el puertorriqueño, en unos cursos de literatura española e hispanoamericana. En ellos descubrí, con mucha dificultad por la pobreza de mi Pág. 1 de 12 léxico en español, dos nuevos mundos: el de la Generación del 98 en España y el del boom hispanoamericano de los años sesenta. Admito que ante los malabarismos verbales de Julio Cortázar en su novela Rayuela y de Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres, me vi forzado, en un primer momento, a recurrir a sus excelentes traducciones al inglés, tituladas Hopscotch y Three Trapped Tigers, respectivamente. De todos modos, la lectura de los clásicos de las letras hispánicas, así como la añoranza natural que con gran fuerza centrípeta atrae a todo ser humano, con mayor o menor efecto, a retornar a sus orígenes, me incitaron a reemprender con ahínco, aun fuese, en lo adelante, por cuenta propia, el estudio de mi lengua natal y su literatura. Soy, en resumidas cuentas, un amante autodidacta de la lengua española, que, al aceptar el ilustre puesto a que ha sido elegido, encuentra justificación y, a la vez, consuelo en el pensamiento expresado por Manuel Seco, insigne lexicógrafo y académico, de que ser un aficionado o diletante del idioma no debe avergonzarnos. Aficionados de la lengua fueron — apunta Seco— todos los padres fundadores de la Real Academia, autores del admirable Diccionario de autoridades1.Amateur y diletante de la lengua lo fue también el escocés James Murray, bajo cuya magnífica dirección se editó el Oxford English Dictionary, probablemente la obra lexicográfica más extensa que exista: su elaboración duró setenta y un años y en su primera edición, de 15 490 páginas, se definen 414 825 palabras, ilustradas con 1 827 306 citas2. Por supuesto, no pretendo ni por asomo compararme con estos prohombres “aficionados” de la lexicografía, dignos de universal veneración; los evoco solo para que me sirvan de acicate para mis futuros trabajos académicos. Por otro lado, como abogado, constituye para mí un inigualable honor ser incorporado, aunque fuese solo en nombre, a la pléyade de eximios juristas que han sido miembros de número de esta docta casa, entre ellos, Alejandro Woss y Gil, Manuel de Js. Troncoso de la Concha, Rafael Justino Castillo, Andrés J. Montolío, Cayetano Armando Rodríguez, Manuel Antonio Patín Maceo, Félix M. Nolasco, Bienvenido García Gautier, Manuel de Jesús Camarena Perdomo, Enrique Henríquez, Arturo Logroño, Juan Tomás Mejía Soliere, Virgilio Díaz Ordóñez, Carlos Federico Pérez, Rafael Bonnelly, Joaquín Balaguer, Emilio A. Morel, Manuel de Jesús Goico Castro, Víctor Villegas, Lupo Hernández Rueda, Rafael González Tirado y Ramón Emilio Reyes; lista egregia en que constan los nombres de siete de los doce miembros fundadores de la Academia3, cuatro presidentes de la República y tres presidentes de la Suprema Corte de Justicia. Por estas razones, señoras y señores académicos, permitan que les exprese, con humildad y profunda gratitud, que acepto el sillón que me han asignado en esta corporación, prometiéndoles multiplicar los esfuerzos que desde mi designación en 2009 como académico 1 Manuel Seco, Estudios de lexicografía española, Gredos, Madrid, 2003, p. 110. Simon Winchester, The Meaning of Everything: The Story of the Oxford English Dictionary, Oxford University Press, 2004, Kindle Edition, loc. 157-165. 3 Véase “Acta de Instalación de la Academia Dominicana de la Lengua” en Boletín de la Academia Dominicana de la lengua, núm. 23, Santo Domingo, 2010, pp. 34-37. 2 Pág. 2 de 12 correspondiente he desplegado “en la defensa y el cultivo del idioma español, común de los dominicanos”, objetivo primordial y estatutario de nuestra Academia. Asumo como propio el criterio de don Gregorio Marañón, célebre médico y académico español, de no concebir la matrícula en la Academia como “un laurel de vitrina”, sino como un compromiso de cooperar activamente con sus labores y propósitos, así como “con el progreso espiritual de nuestro pueblo y de nuestra hora”4. “Las Academias — agrega don Juan Ramón Jiménez, autor de Platero y yo ypremio nobel de literatura (1956)— “son, o deben ser, institutos de trabajo, no galardones; debe ser académico el que ha demostrado que puede trabajar en las labores propias de cada una”; a las Academias de la Lengua no se debe ingresar —termina diciendo con característica ironía— para “mirarle la lengua a los académicos”.5 *** Mi elección como académico de número ha venido acompañada de otra gran distinción: la de suceder a don Mariano Lebrón Saviñón en el sillón E de esta casa de la lengua. Por la inexorable lógica de los reglamentos, cada nuevo académico de número debe conciliar sentimientos antagónicos: el júbilo de su designación con la tristeza de venir a ocupar un puesto vacío por la muerte de su antecesor. Tal vez por eso sea tradición que los discursos de ingreso contengan un elogio del académico fallecido, lo que supone mitigar, en cierta medida, con la celebración de su vida los pesares que ocasiona su partida. No tuve la dicha de conocer a don Mariano, pero por sus obras y el testimonio de quienes lo conocieron sé que fue un hombre de grandes dotes intelectuales y humanas, así como de auténtica humildad, la que, al decir del gran poeta y novelista italiano Alessandro Manzoni, es una de las cualidades más estimables del hombre superior. Nació don Mariano Lebrón Saviñón en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán el 3 de agosto de 1922, hijo del sevillano José Lebrón Morales y de la dominicana Cándida Rosa Saviñón. Murió en la misma ciudad el 18 de octubre de 2014. Fue médico, poeta, lingüista, ensayista, dramaturgo, crítico literario, historiador y profesor universitario. Se recibió de doctor en Medicina en la Universidad de Santo Domingo en 1946; en 1949, se especializó en pediatría en Buenos Aires, Argentina. A su regreso a la República Dominicana, ejerció su profesión con gran abnegación. Fue miembro fundador de la Academia Dominicana de Medicina, así como de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), donde fue catedrático, al igual que en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Son inolvidables sus cátedras de Medicina en la UNPHU, en las palabras de uno de sus estudiantes, por “la dicción 4 Gregorio Marañón y Posadillo, “Vocación, preparación y ambiente biológico y médico del Padre Feijóo” (Discurso de ingreso a la Real Academia Española del 8 de abril de 1934), p. 5, en línea: http://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_Ingreso_Gregorio_Marañon.pdf [Consulta del 5 de diciembre de 2014]. 5 Citado en Juan Goytisolo, “La Academia, honor o labor”, El País, 6 de septiembre de 2019, en linea: http://elpais.com/diario/2010/09/06/opinion/1283724004_850215.html [consulta del 10 de diciembre de 2014]. Pág. 3 de 12 perfecta, la información precisa y esa humildad que [...] mantenían al auditorio concentrado, atento al sosegado fluir de su sapiencia”6. Desde temprana edad se dedicó con pasión a la poesía: a los catorce años ya se habían dado a conocer sus primeros versos. Creó con Franklin Mieses Burgos y Freddy Gatón Arce el movimiento literario La poesía sorprendida. Su obra poética la componen Triálogos (en colaboración con Domingo Moreno Jimenes y Alberto Baeza Flores, 1943), Sonámbulo sin sueños (1944), Tiempo en la tierra (1982), Vuelta al ayer (1997) y Desde un prado luminoso (2011). Nuestro director, don Bruno Rosario Candelier, en su espléndido comentario a la poesía de don Mariano7, cita estos versos del poema “Mi canto”: Es imposible el mundo sin mi canto/ y por eso en el ala de una alondra/ mi voz... y mi cantar. Destaca, asimismo, a don Mariano como “el poeta dominicano que con más acentuado despliegue expresivo encarna y aclimata al mundo nuestro el acento de la lengua española” y el que mejor ha conservado, de todos los poetas sorprendidos, “los valores expresivos de la herencia lírica que ha echado raíces en la dominicanidad”. Otro de nuestros académicos, don José Rafael Lantigua, lo define simplemente como “gloria del parnaso dominicano”8. Como lingüista, don Mariano Lebrón publicó Usted no lo diga y otros temas de lingüística; como historiador y ensayista, la Historia de la cultura dominicana, en cinco tomos, una de las más ambiciosas en su género en la República Dominicana; como dramaturgo, Myrtha Primavera y Cuando el otoño riega las hojas. Fue elegido miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua en 1970 para ocupar el puesto dejado vacante por la muerte de otro gigante del buen decir, don Manuel Antonio Patín Maceo, miembro fundador de nuestra institución, a quien don Mariano ha enaltecido como “el primer gramático y filólogo de nuestra patria y uno de los más destacados en nuestro mundo hispánico”9. En 1984, sus cofrades académicos eligieron a don Mariano director de esta corporación, cargo que desempeñó por dieciocho años, hasta el 2002, con consagración y entrega ejemplares. Bajo su dirección, la Academia dio los primeros pasos de acercamiento hacia el hablante común y corriente de nuestro país, a través de un espacio denominado Usted no lo diga dentro del programa de televisión Esta nocheMariasela, en el que don Mariano, personalmente y con delicioso buen humor, comentaba el uso correcto de las palabras. La popularidad de sus comparecencias televisas lo hizo conocer entre la población dominicana por el sobrenombre de “Tío Mariano” porque así le llamaba su sobrina Mariasela Álvarez Lebrón, conductora del programa. Fue siempre un guía afable, generoso y entusiasta para sus colegas Pedro Camilo, citado por Ramón Saba en “Trayectorias literarias: Mariano Lebrón Savinón”, en línea: http://dominicanaenmiami.com/?p=10324 [consulta del 4 de diciembre de 2014]. 6 7 Bruno Rosario Candelier, “Mariano Lebrón Saviñón, un lírico neo-romántico”, en Valores de las letras dominicanas, PUCMM, Santiago, 1991, p. 127. 8 José Rafael Lantigua, “Mariano Lebrón Saviñón: un poeta a redescubrir”, en línea: http://www.diariolibre.com/joserafael-lantigua/2014/11/08/i872861_mariano-lebrn-savin-poeta-redescubrir.html [consulta del 4 de diciembre de 2014]. 9 Mariano Lebrón Saviñón, prólogo a Patín Maceo, Obras Lexicográficas, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 1989, p. 1. Pág. 4 de 12 académicos, a quienes animaba siempre a apreciar sus puestos como la más alta distinción que un intelectual puede alcanzar. Mereció por su estelar trayectoria de vida numerosos reconocimientos, entre ellos, la Orden de Duarte, Sánchez y Mella (2006),el Premio José Vasconcelos de la Academia de Ciencias de México (1992) y el Premio Nacional de Literatura (1999), máximo galardón de las letras en la República Dominicana. En suma, fue don Mariano Lebrón Saviñón un hombre y académico culto, profundo, noble y bueno, al servicio siempre del desarrollo del pueblo dominicano. Se ha dicho que en las elecciones de los miembros de número de las Academias, precedidas necesariamente por el imprevisible fallecimiento de su antecesor, “las letras caen sobre los académicos, como el destino”10. Ha sido el mío que por buena suerte me corresponda la letra E, desde cuyo sillón don Mariano Lebrón y don Manuel Patín Maceo cumplieron sus deberes académicos con tanta brillantez. Compartir la letra E con ellos no solo me obliga a cumplir los míos con el mismo entusiasmo y empeño, sino también a inclinarme, reverente, ante sus memorias y a confesar, parafraseando al filósofo francés del medievo Bernardo de Chartres, que me siento como un enano a los hombros de gigantes: que si acaso logro en mi vida académica avanzar en algo la ciencia o el arte de las palabras, no es por alguna distinción propia, sino porque he sido levantado por su gran altura. *** Paso al tema central de mis palabras: el lenguaje jurídico dominicano. Que lo haya escogido para este discurso de ingreso, no creo que sea sorpresa para nadie. Aparte de mis labores como fundador y presidente de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia de la Lengua, y de mi contribución en la preparación del Diccionario del español dominicano, mi actividad principal en materia lingüística ha consistido en analizar la relación entre el derecho (mi profesión) y la lengua española (mi pasión) y en determinar cómo el primero (el derecho) ha de hacer uso de la segunda (la lengua). Por lenguaje jurídico se ha de entender el lenguaje que utilizan los juristas en sus quehaceres. A su vez, son juristas, por definición académica, todas las personas que ejercen una profesión jurídica, sean estos jueces, abogados, profesores de Derecho, notarios, fiscales, registradores de títulos, consultores jurídicos, alguaciles, etc., sin distinguir su mayor o menor prestigio. Hay diferencias —a veces sutiles, a veces marcadas— en el lenguaje empleado por cada uno de estos profesionales. A modo de ejemplo, la sintaxis que usan la mayoría de los jueces en sus sentencias es muy distinta a la empleada por los abogados en sus escritos de defensa o a la que se utiliza en las leyes y reglamentos. Por ello, se reconoce la existencia de 10 Soledad Puértolas Villanueva , "Aliados: Los personajes del Quijote” (Discurso de ingreso a la Real Academia Española del 21 de noviembre de 2010), p. 11, en línea: http://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_Ingreso_Soledad_Puertolas.pdf [Consulta del 5 de diciembre de 2014]. Pág. 5 de 12 varias subvariantes del lenguaje jurídico: el lenguaje legislativo, el lenguaje administrativo, el lenguaje judicial, el lenguaje notarial, el lenguaje registral, el lenguaje contractual, el lenguaje forense, etc.11 Si bien en algunos casos —por ejemplo, los códigos procesales— el destinatario del texto jurídico es un jurista, no es así en muchos otros, especialmente en los más importantes —la Constitución, el Código de Trabajo, Código Penal, el Código Civil, las decisiones judiciales—, en los cuales el destinatario, sea inmediato o final, es un ciudadano común que, generalmente, desconoce el derecho y la jerga de quienes lo ejercen. Siendo el objetivo esencial de las normas jurídicas y de las decisiones judiciales establecer los principios y preceptos que han de regular la conducta de los habitantes de un país, imponiéndoles obligaciones y reconociéndoles derechos, es forzoso admitir que esas normas y decisiones han de ser redactadas de forma tal que sean entendidas por toda la población de ese país, pues solo así quedaría esta en condiciones de cumplir con las obligaciones que se le imponen y de hacer efectivos los derechos que se le reconocen. Esta idea no es reciente.“Cumplidas deben ser las leyes, é muy cuidadas, é catadas... é las palabras dellas que sean buenas, llanas é paladinas, de manera que todo hombre las pueda entender é retener...”12. expresa en español medieval una disposición de Las Siete Partidas o Libros de las leyes, código escrito durante el siglo XIII por encargo del rey castellano Alfonso X el Sabio. Por ese motivo, es hoy corriente mayoritaria entre los expertos que el lenguaje jurídico no debe constituir un lenguaje técnico o tecnoleto al mismo nivel que el lenguaje científico. Aunque se reconoce la existencia de un léxico jurídico más o menos extenso, compuesto de vocablos inexistentes en el lenguaje estándar —a quo, ab intestato, anatocismo, anticresis, contredit, enfiteusis,in dubio pro reo, in fine, in fraganti, interdicto, litisconsorcio, litispendencia, parafernales, persona non grata, resiliación, sinalagmático, etc.—, así como términos cuyo significado es distinto en materia jurídica al que comúnmente tienen en el lenguaje estándar — auto, amparo, caducidad, casar, cohecho, difuso, inhibición, oficio, persona, sala, servidumbre—, la brecha que separa el lenguaje jurídico del español estándar es (o debe ser) mucho menor que la existente respecto de otros lenguajes técnicos, dado que el derecho tiene una “estrecha relación con la vida y los intereses de los ciudadanos; afecta a todos los ámbitos de su existencia desde su nacimiento (incluso antes) hasta su ausencia definitiva (e incluso después)”13. En efecto, si bien todos estamos sujetos tanto a las leyes de la física como a las leyes humanas, hay una disparidad enorme en cuanto a la necesidad que tenemos de conocer el contenido de unas y otras. Así, el hecho de que solo unos pocos entiendan la ley de gravitación 11 Cf. Ángel Martín del Burgo y Marchán, El lenguaje del Derecho, Barcelona, Bosch, 2000, p. 241 y siguientes. En español moderno: “Cumplidas deben ser las leyes, y muy meditadas y examinadas... y sus palabras deben ser buenas, llanas y paladinas, de manera que todo hombre las pueda entender y retener”. Ley VIII, Primera Partida, Las Siete Partidas: Santiago, Andrés Bello, 1982, pp. 5-6. Consulta del 21 de noviembre de 2011 en http://books.google.com/books?id=NwzCJL_0CSkC&pg=PA27&dq=Siete+Partidas:+Santiago,+Andr%C3%A9s+Bello,+1982. &hl=en&sa=X&ei=cuObT8muIK2d6AG5yNycDw&ved=0CEIQ6AEwAw#v=onepage&q&f=false. 13 ESPAÑA, Ministerio de Justicia, Comisión para la Modernización del Lenguaje Jurídico, Estudio de campo: lenguaje de las normas: Madrid, 2010. p. 5. 12 Pág. 6 de 12 universal de Newton y los cambios que esta sufrió como resultado de la teoría general de la relatividad de Einstein no altera para nada la conducta humana ni afecta su automático cumplimiento: todos podemos sobrevivir perfectamente en la más absoluta ignorancia del asunto, aun cuando sean estas las leyes que nos permiten poner los pies sobre la Tierra en vez de andar flotando perennemente por los aires. Las leyes humanas, por el contrario, se elaboran para regular nuestro comportamiento en sociedad; su cumplimiento no es automático, sino consciente; se precisa, por tanto, que su contenido sea conocido por quien esté obligado a obedecerlas. En el lenguaje jurídico, el ciudadano común es siempre, aunque sea en última instancia, el destinatario del mensaje; en el lenguaje científico, en cambio, no hay restricción alguna al uso de vocablos especializados porque la comunicación escrita se dirige solo a un pequeño círculo de científicos (matemáticos, físicos, astrónomos, etc.) que conocen el tecnolecto. Por esa razón, resulta impensable que alguien que no haya estudiado física pueda entender, digamos, un artículo sobre la mecánica cuántica o la teoría de las cuerdas, por más que domine la lengua española. Así pues, la meta esencial de quien redacta un texto jurídico es (o debe ser) lograr que sus diversos destinatarios —funcionarios, administradores, jueces, abogados y el público en general— entiendan bien su contenido, entendimiento que, por añadidura, ha de ser único: el texto jurídico debe significar lo mismo para todos, lo cual entraña que en su redacción se debe evitar toda ambigüedad, inconsistencia, oscuridad, vaguedad o imprecisión que pueda dar lugar a interpretaciones discordantes. De ahí que el lenguaje jurídico deba ser, además de claro y comprensible, rigurosamente preciso, conciso y coherente. También debe ser correcto, al igual que cualquier otro, lo que quiere decir que el redactor de un texto jurídico está obligado a seguir las reglas del español que se encuentran articuladas en los tres códigos lingüísticos —el Diccionario de la lengua española, la Nueva gramática de la lengua española y la Ortografía de la lengua española—, los que todo jurista se debe acostumbrar a consultar de la misma manera en que se sirven de los distintos códigos jurídicos. Por otro lado, la comprensibilidad del texto jurídico requiere que en su redacción se utilice un vocabulario y una sintaxis sencillos y claros, así como que se empleen correctamente los signos de puntuación, que son elementos indispensables para organizar el texto y facilitar su comprensión. Esto implica, en primer lugar, que el escritor ha de preferir el léxico común o estándar que utiliza y entiende el ciudadano promedio, sin rebuscamientos, redundancias, rimbombancias ni cultismos. Es un error muy extendido considerar que las leyes y las sentencias se deben escribir en un lenguaje elevado y culto. Al contrario, conviene en la materia seguir el consejo de Cervantes y expresarse, como escribió en el prólogo del Quijote, “a la llana, con palabras insignificantes, honestas y bien colocadas”14, sin que esto nos lleve a caer en vulgarismos o coloquialismos. El lenguaje sencillo es una variante del lenguaje estándar, por naturaleza correcto y apropiado para la expresión escrita, pero carente de adornos retóricos. El lenguaje vulgar y el lenguaje coloquial, en cambio, son intrínsecamente conversacionales, 14 Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha: Madrid, 1969, vol. I., p. 25. Pág. 7 de 12 espontáneos y relajados: enteramente inadecuados para cualquier tipo de redacción jurídica, en la que la precisión y concisión, como hemos apuntado, son requisitos indispensables. Cabe aclarar, además, que la sencillez en la redacción jurídica no implica que se ha de prescindir totalmente del lenguaje técnico-jurídico: habrá siempre ocasiones en que no se podrá evitar su empleo. Empero, el redactor deberá preferir, en la medida de lo posible y sin incurrir en imprecisiones, los términos menos técnicos y, por ende, más fáciles de entender, procurando un “equilibrio entre [el] tecnicismo (que garantiza la precisión) y [la] naturalidad (que garantiza la inteligibilidad general)”15. En todo caso, cuando haya necesidad de emplear un tecnicismo en un texto de uso general, es recomendable que se explique su significado en algún lugar del mismo texto. El escritor de textos jurídicos debe, asimismo, preferir una sintaxis sencilla y evitar estructuras complejas, elaborando artículos o párrafos más o menos breves y empleando mayoritariamente el orden sintáctico que puede considerarse como habitual en el español: sujeto, verbo, complemento directo, complemento indirecto y complementos circunstanciales. El hipérbaton o inversión del orden de las partes del discurso, aunque imprime variedad y ritmo al texto cuando es bien usado, lo torna confuso e inelegante en caso contrario. En cuanto a la brevedad de los artículos y párrafos, ha quedado demostrado, mediante estudios psicolingüísticos, que las frases cortas se entienden mejor que las largas: el lector poco instruido solo es capaz de comprender adecuadamente frases de unas diez palabras; el de instrucción intermedia puede llegar a unas veinte; el de formación universitaria, a unas treinta 16. En igual sentido, se ha comprobado que la memoria a corto plazo del ser humano —de fundamental importancia en la lectura— tiene una capacidad limitada de procesamiento, lo cual dificulta la comprensión de las oraciones largas17. ¿Cumple el lenguaje que emplean actualmente los legisladores, jueces y abogados dominicanos con los requisitos antes expuestos? Por desgracia, la distancia entre el lenguaje jurídico ideal y el que se utiliza en la República Dominicana es enorme. En lugar de textos claros, comprensibles, precisos y correctos, nos encontramos, por lo general, con textos oscuros y descuidados, de léxico pobre y sintaxis compleja o incorrecta, y, por consiguiente, difíciles de entender. Por más que se haya difundido en las últimas décadas en todo el mundo el concepto de lenguaje claro o comprensible, nada ha cambiado en la forma de escribir de nuestros abogados que no sea a peor, hacia textos aún más torpes, tortuosos e incompresibles, como estos que a continuación citamos, tomados de la Constitución de la República, el primero, y de la Ley 15 Jesús Prieto de Pedro, Lenguas, lenguaje y derecho, Madrid. UNED, 1991, p. 137. Susana Pedroza de la Llave, Susana Thalía y Jesús Javier Cruz Velázquez, “Introducción a la técnica legislativa en México” en Miguel Carbonell y Susana Thalia Pedroza de la Llave, (coordinadores), Elementos de técnica legislativa, México, UNAM, 2000, p. 46. 17 Jaime Rivera Camino y Lucía Sutil Martín, Marketing y publicidad subliminal: Fundamentos y aplicaciones, Madrid, ESIC, s.f., pp. 35-36. 16 Pág. 8 de 12 Orgánica del Tribunal Constitucional y de los Procedimientos Constitucionales 137-11, el segundo: Artículo 244. Exenciones de impuestos y transferencias de derechos. Los particulares sólo pueden adquirir, mediante concesiones que autorice la ley o contratos que apruebe el Congreso Nacional, el derecho de beneficiarse, por todo el tiempo que estipule la concesión o el contrato y cumpliendo con las obligaciones que la una y el otro les impongan, de exenciones, exoneraciones, reducciones o limitaciones de impuestos, contribuciones o derechos fiscales o municipales que inciden en determinadas obras o empresas hacia las que convenga atraer la inversión de nuevos capitales para el fomento de la economía nacional o para cualquier otro objeto de interés social. La transferencia de los derechos otorgados mediante contratos estará sujeta a la ratificación por parte del Congreso Nacional. Artículo 6. Infracciones constitucionales. Se tendrá por infringida la Constitución cuando haya contradicción del texto de la norma, acto u omisión cuestionado, de sus efectos o de su interpretación, o aplicación con los valores, principios y reglas contenidos en la Constitución y en los tratados internacionales sobre derechos humanos suscritos y ratificados por la República Dominicana o cuando los mismos tengan como consecuencia restar efectividad a los principios y mandatos contenidos en los mismos. Laberintos verbales como estos, en los que aun los juristas más experimentados se desesperan y se pierden, no solo son comunes en textos normativos, sino también en las sentencias de nuestros tribunales y los contratos. Con respecto a las sentencias, la Suprema Corte de Justicia de la República Dominicana y, con ella, todos los tribunales inferiores del Poder Judicial, siguen apegados al arcaico patrón unioracional francés, conforme al cual las decisiones judiciales, cuya extensión puede llegar a cientos de páginas, son redactadas en un solo cuerpo, comenzando con un grupo nominal que, con sus múltiples incisos, alcanza los cientos de palabras. A este grupo nominal le siguen un sinnúmero de construcciones subordinadas introducidas por “vistos”, “oídos”. “atendidos” o “considerandos” — normalmente y por mucho la parte más extensa del texto—, que contienen la relación de los hechos y del procedimiento, así como la motivación de la sentencia. Finalmente, en la última o penúltima página de la decisión aparece el primer (y posiblemente único) verbo principal en todo el andamiaje —“falla”—, seguido de la orden del tribunal (el “dispositivo” en el argot jurídico) como objeto directo. En toda la sentencia solo se utiliza el punto una vez: el punto final que cierra el texto. Para usar adecuadamente este modelo se requiere un dominio casi perfecto de la sintaxis del que carecen casi todos nuestros jueces. Es como si a un novelista común se le exigiera escribir al estilo de un Marcel Proust, Alejo Carpentier o James Joyce, con sus extensos párrafos de primorosa complejidad: los resultados serían tan descuidados como son actualmente la generalidad de nuestros fallos judiciales. Como excepción a la regla, es justo señalar que las decisiones del nuevo Tribunal Constitucional de la República Dominicana, creado a raíz de la reforma constitucional de 2010, están escritas en un estilo moderno y sencillo distinto al tradicional, lo que facilita la comprensión de su contenido. Pág. 9 de 12 En cuanto a los contratos, adolecen estos de los mismos defectos que las leyes y sentencias, acaso en mayor número por la adaptación impropia en los últimos años de patrones foráneos escritos en inglés. En todas las subvariantes del lenguaje jurídico dominicano —sea legislativo, judicial, contractual, etc.— constituye una especie de regla no escrita que las palabras más sencillas y cortas deben ser sustituidas sistemáticamente por frases o locuciones más complejas y rebuscadas, incluso incorrectas. Así por ejemplo, es inusual el uso de la preposición según, puesto que casi siempre se sustituye con la locución de conformidad con, presente 59 veces en el texto de la Constitución de 201018; de igual modo, es común que la preposición para se sustituya por la locución a los fines de; en por a lo interno de; porque por habida cuenta de que; sobre por por lo que concierne a; ante por por ante; aunque por no obstante el hecho de que; antes de por con anterioridad a; después de por con posterioridad de; su por locuciones construidas con el mismo/la misma/los mismos/las mismas; norma por normativa o normatividad; suma por sumatoria; menores por niños, niñas y adolescentes; abrir por aperturar; resolver por resolutar, etc., siempre prefiriendo los alargamientos, aun inventados, a las palabras cortas y castizas. Se incurre en estos desatinos a pesar de que nuestra legislación ha reconocido como un derecho fundamental del consumidor dominicano recibir información escrita en idioma español “en términos claros y entendibles”19. Un estándar similar se propuso seguir la Asamblea Nacional en la redacción de la Constitución vigente al reglamentar que se debía utilizar un lenguaje que, además de correcto, fuese “sencillo y diáfano, de forma tal que se garantice que la población pueda entender [sus] disposiciones”. ¿El resultado? Un texto constitucional con errores lingüísticos en 245 de sus 277 artículos (¡el 88 %!)20. Los defectos gramaticales más frecuentes del lenguaje jurídico dominicano, aparte de los textos largos y complejos que ya hemos indicado, son los errores de coordinación, el hipérbaton, la confusión reiterada entre expresiones especificativas y expresiones explicativas, la sustitución de formas verbales por sustantivos, la preferencia por la voz pasiva sobre la activa, el gerundio de posterioridad y el abuso de las expresiones formadas con mismo (el mismo/la misma/los mismos/las mismas). Los errores ortográficos más frecuentes son el mal uso de la coma y de los dos puntos, así como el abuso de las mayúsculas. La República Dominicana no es el único país con deficiencias de este tipo. Los defectos que hemos señalado ocurren, con mayor o menor frecuencia, en todas partes y en todos los idiomas. En los Estados Unidos, por ejemplo, la preocupación por la impenetrabilidad de los contratos dio origen en la década de los sesenta al movimiento por un lenguaje llano (plain language). En España, se hubo de constituir, en 2009, una comisión oficial, presidida por el secretario de Estado de Justicia y con el director de la Real Academia Española como vicepresidente, para hacer más claros y comprensibles los textos legales. 18 Fabio J. Guzmán Ariza, El lenguaje de la Constitución dominicana, Academia Dominicana de la Lengua, Santo Domingo, 2012, p. 134. 19 Artículo 83 de la Ley núm. 358-05, General de Protección del Consumidor o Usuario. 20 Fabio J. Guzmán Ariza, ob. cit., p. 166. Pág. 10 de 12 No obstante, es forzoso reconocer que las deficiencias del lenguaje jurídico nuestro son mayores y más graves que las habituales en el resto del mundo; allí los problemas de complejidad y estilo superan con creces las incorrecciones; aquí, en cambio, sucede lo inverso: son tantas las faltas ortográficas, gramaticales, etc., que las cuestiones de innecesaria complejidad asumen un carácter secundario. Para remediar esta deplorable situación se precisa, antes que nada, que los tres poderes del Estado, las facultades de Derecho y los mismos juristas tomen conciencia de que el lenguaje jurídico dominicano constituye actualmente un problema que urge resolver. Convencer a todos de esto ha sido una tarea que me he autoimpuesto desde que comencé a publicar la columna “Nuestro idioma” en la revista jurídica Gaceta Judicial en octubre de 2007. Con ese fin, me he acercado cuantas veces he tenido la oportunidad de hacerlo a los distintos órganos e instituciones gubernamentales y judiciales dominicanos, universidades, asociaciones profesionales, así como a los abogados encargados de redactar anteproyectos de ley, ofreciéndoles asesoría lingüística gratuita tanto en nombre personal como en representación de la Academia Dominicana de la Lengua y de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia de la Lengua. Esta última sociedad sin fines de lucro, que fundé en 2009, tiene entre sus objetivos, precisamente, el de colaborar con la Academia en el asesoramiento de instituciones gubernamentales con el interés de que estas adopten técnicas modernas de redacción de textos, “de manera que todos sus documentos —leyes, reglamentos, resoluciones, instrucciones, avisos, etc.— sean escritos en un lenguaje claro, gramaticalmente correcto y de fácil comprensión”. En 2012 publiqué la obra El lenguaje de la Constitución dominicana, en la que detallo los numerosos errores lingüísticos del texto de la Constitución y formulo recomendaciones específicas de cómo mejorar la calidad de nuestras leyes, incluyendo la necesidad de elaborar una guía de redacción normativa, de impartir cursos de técnica de redacción a los encargados de redactar las normas jurídicas, así como de revisar las normas durante el proceso de su formación, no después de votadas estas. En el mismo orden, en los últimos dos años he impartido charlas sobre los errores más frecuentes del lenguaje jurídico dominicano a estudiantes de Derecho, aspirantes a jueces, abogados de instituciones gubernamentales, abogados de instituciones bancarias y a abogados en ejercicio privado. Para 2015 he programado, con el apoyo de la Academia, varios cursos de ortografía y de redacción, a los cuales podrán asistir gratis representantes de los diferentes organismos gubernamentales y judiciales. Gracias a estos esfuerzos, la Academia Dominicana de la Lengua ha suscrito dos acuerdos de cooperación interinstitucional: el primero con el Tribunal Constitucional de la República y el segundo con el Consejo del Poder Judicial, que es el órgano permanente de administración de la Suprema Corte de Justicia y demás tribunales dominicanos, menos el Tribunal Constitucional. También he conseguido que la Pontificia Universidad Madre y Maestra, en su recinto principal en Santiago, incluya un curso especializado de redacción jurídica en el programa del Departamento de Ciencias Jurídicas; con esto se evita que el estudiante de Derecho se gradúe de su carrera con solo el curso básico de Español del primer Pág. 11 de 12 año, el mismo que reciben los estudiantes de ingeniería. Otro logro ha sido la revisión lingüística hecha por mí, a nombre de la Academia, del nuevo Código Penal, recientemente aprobado por el Congreso Nacional. Si no me equivoco, por primera vez en la historia legislativa dominicana se ha reformulado un texto normativo con miras a hacerlo más comprensible al ciudadano común, aunque la revisión se haya tenido que armar, por las peculiaridades de nuestro proceso de formación de leyes, de manera incompleta y con desmedida premura. En todo caso, falta mucho por hacer. Todavía persiste en la generalidad de las instituciones gubernamentales y judiciales, al igual que entre jueces y abogados, la apatía habitual acerca de los asuntos del idioma. Olvidan o desconocen que, como he dicho, el deber principal de quien redacta un texto jurídico es hacerlo de manera que sea asimilado y entendido por todos sus distintos destinatarios, especialmente por el ciudadano común. La transparencia entre gobernantes y gobernados, jueces y partes, expresada en textos claros y asequibles, es el ideal y paradigma de una democracia plena y duradera. Mi compromiso como académico ha sido, es y será ayudar a alcanzar ese noble objetivo. Julio Cortázar, uno de mis escritores favoritos, explica en su poco leída primera novela, El examen, que “las citas evitan decir peor lo que ya otro dijo bien”. Siguiendo su consejo, termino con esta sentencia de Albert Camus, premio nobel de literatura (1957), quien la puso en boca del buen Jean Tarrou, personaje de su novela La peste: “He comprendido —dijo— que todas las desgracias del hombre provienen de no usar un lenguaje claro”. Señoras y señores, les ruego que sean indulgentes al juzgar las palabras que he pronunciado. Espero no haber deslucido con ellas la lengua que con tanto tesón cuida nuestra Academia. *** Como colofón, dedico la distinción que hoy se me concede a la memoria de mis padres, Antonio Guzmán López y Asia Ariza Martínez, y de mi hermana Lourdes. A mi querida esposa Vivian, a mis hijos, hermanos y a toda mi familia, tanto de sangre como de cariño, les digo: sin el amor, estímulo y apoyo de Uds., nada de esto hubiese sido posible. A todos los presentes, gracias, de corazón. Pág. 12 de 12