PREGÓN DE FIESTAS DE NUESTRA SEÑORA DE LA

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PREGÓN DE FIESTAS DE NUESTRA SEÑORA DE LA
INMACULADA CONCEPCIÓN Y DE LA CAÑA DULCE DE JINÁMAR,
2013
Preámbulo
Buenas noches señoras y señores, permítanme antes de nada,
dirigirme a la madre que hace posible reunirnos hoy aquí, como cada
año, para celebrar su onomástica el próximo 8 de diciembre:
“Hoy te saludamos Amantísima Madre, Nuestra Señora de la
Inmaculada Concepción, te damos las gracias
por permitirnos
congregarnos ante ti y pedimos tu bendición para nuestro pueblo y todas
y todos las mujeres y hombres de bien”
Sirva este saludo como agradecimiento y reconocimiento, en especial, a
las MADRES de Jinámar y “a todas las mamitas de Canarias y a todas
las mamitas del mundo” -como reflejaba el comunicador don Francisco,
todas las noches, en su canal televisivo familiar; por su condición de
sufridas y luchadoras, trabajadoras abnegadas e ignorantadas
socialmente, en nuestro país, en la época que transcurría mi niñez y
juventud, ya que nacieron en un mundo que de niñas se hacían mujeres
trabajando. Ni jugaban ni se formaban.
Saludos
A las Autoridades civiles: Distinguidas autoridades,
De la Excelentísima CAC
Del Excelentísimo Cabildo de Gran Canaria
Del M. I. Ayuntamiento de la Ciudad de Telde
Sr. Presidente de la AV La Concepción de Jinámar don Pablo Rodríguez
Hdez.
- Autoridades eclesiásticas
Reverendo cura párroco
- Queridos vecinos y vecinas, señoras y señores, amigos todos.
Agradecimiento
Quiero expresar mi agradecimiento más sincero, a las y los miembros
del Patronato de Fiestas, Cultura y Deportes La Concepción y la Caña
Dulce, por haberme designado pregonero este año, ya que, como le
comenté al amigo Octavio Santana, cuando tuvo el detalle de visitarme
al domicilio, en Telde, me sorprendió, porque entiendo que mi
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significación social en el pueblo es inapreciable, no soy miembro activo
de ninguna asociación o colectivo, mi representación es como la de
cualquier vecino orgulloso de su pueblo, de su gente y sus raíces. Me
satisface enormemente cuando me llaman por Leocadio o Cayito y
añaden “el de Jinámar” o cuando sin pronunciar siquiera mi nombre
emplean el gentilicio “jinamero” Te hacen sentir que tienes “cuna”.
Aclara Octavio que la propuesta se realizaba por motivos deportivos, mi
aportación como futbolista en la década de los 70.
¡Pero si han pasado 41 años! ¡Diossssssss, qué generosa es mi gente y
qué memoria tiene!
Me alegra el ofrecimiento y lo acepto, porque considero que es un
orgullo y un honor que se acuerden y confíen en mí. Imposible resistirse.
Justificación
Con la aceptación de pregonero, entiendo, he asumido una gran
responsabilidad, porque es la fiesta más importante del municipio de
Telde y la segunda de Gran Canaria en afluencia de romeros y devotos,
teniendo en cuenta, que la primera es la de Nuestra Señora del Pino en
Teror (patrona principal de la Diócesis de Canarias) y además porque
soy consciente de las y los ilustres predecesoras/es (de todas las ramas
del saber… políticos, comunicadores, médicos, historiadores,
enseñantes, clérigos, etc.) que han ido leyendo el pregón de las fiestas
año tras año. Discurso que han realizado e impartido con verdadero
magisterio.
Por lo tanto, la satisfacción de estar aquí hoy, es doble. Primero, porque
para mí supone la oportunidad del reencuentro con mi gente, mi Rusia
“la Chica” –“alias” adquirido por reconocernos como un pueblo, con
espíritu reivindicativo- del que me siento plenamente orgulloso. Y como
bien dijera, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuando
regresó a su aldea “mi deseada patria”, “y donde en verdad en verdad
hiciera muchas amistades”, “me dieron de comer y me regalaron lo
posible”. Y segundo, porque siquiera por un momento, dirigiéndome a
ustedes, puedo servir de guía, alzando la voz, de las vivencias que esta
noche recorreremos juntos.
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Orígenes de Jinámar
… Hablar de los orígenes de nuestro pueblo se hace bastante
complicado, debido a que los datos anteriores a la Conquista de la Isla
tan sólo son aproximaciones y no realidades fundamentadas.
En cuanto al nombre de Jinámar, a su topónimo, hay que decir, por lo
averiguado y entre otras certidumbres, que posiblemente sea un vocablo
aborigen muy extendido, porque también en la isla de Fuerteventura se
encuentra el lugar de Ginijinámar, lo que lleva a pensar que pudiera
tener afín con el sitio, relacionado posiblemente con barranco de
palmeras. ¿En qué se basan para fundamentar esta hipótesis?, pues en
que el vocablo “amar” aparece también en el de Tamaraceite y éste,
parece ser que sí se corresponde con zona poblada de palmeras.
Además a la llegada de los mallorquines primero y los castellanos
después, se encontraron con el barranco de Jinámar, que era una zona
rica en palmeras y olivos silvestres.
Vivencias - Nostalgia
Me corresponde, en este caso, como hijo del pueblo, ir relatando desde
la óptica personal, las ocurrencias desde mi niñez hasta la fecha, con
saborcillo a “nostalgia” “disgusto” y “optimismo” y cambiante en el tono,
en momentos dados, en homenaje a don José Santana Castro “Pepe
Cañadulce” el último pregonero tradicional de eventos, verbenas, fiestas
populares y todo lo que le encargaran (me falta el tambor -Clemente
Quintana “el de Marilala” lo imitaba como un experto- y el megáfono
(cono metálico de azul desteñido que usaba). Al conocerlo (hombre de
inocencia infinita), portando su caja de “limpiabotas” en la mano y
anunciando la fiesta de la Virgen de las Nieves, sentía envidia de los
marzaganeros ¿cómo es posible que Marzagán tuviera el lujo de
pregonar sus fiestas y las de La Concepción –-que consideraba eran las
mejores del mundo-mundial-- no? Normal, no entendía que las
pregonaba en los lugares donde no se celebraba. Por aquí venía la
última semana a cobrar “su sueldo” por el trabajo bien hecho. Voceando
exclamaba ¡“siñoras y siñores” vengan a la mejó fiesta de canaria, la
cañadulce, baile de papagüevos y tó! lo que le hacía ganar en todos los
bares por los que iba pasando: “Pancho Lele”, “Manolito el de Pedro”,
“Jacintito Valido”, el bar “Pili”, “El bodegón” su tapita de enyesque y
“baya-baya” En mí el enfado dio paso a la admiración y cariño, eso sí,
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cuando le seguíamos e imitábamos hacía ademán de perseguirnos y
nos lanzaba una sarta de improperios “que pa’ qué”.
Pepe, Maestro, a partir de hoy, acéptame como acólito en tu cofradía de
pregoneros.
Nací en los albores de los años 50, 1954 concretamente. Como todos
los niños y niñas de la época, de familia humilde, padre agricultor,
después jornalero de la construcción y madre que compartía “sus
labores caseras” como todas, con la dedicación a una tienda de aceitevinagre, conocida también de ultramarinos. La tienda de Candelarita “la
majorera” heredada de mi abuela, María Hernández León “la majorera”
con su delantal fajado a la cintura tal matriarca respetable ¡ah! y mi
padre, Manolito “barranquera”. Parece ser que este mote lo había
adquirido mi abuelo paterno, ya que la vivienda estaba situada a orillas
del barranco de Marzagán a la altura de Los Llanos de Barrera. Sin los
apodos, en este pueblo, el cartero “tenía que volver dos veces”
Fuimos cinco hermanos. No conocí al primogénito ya que murió a los
tres años. Le siguen Francisca “la de la tienda de voladores”, Manolo “el
de los Hornos del Rey”, Julio Vega y el que les habla, Cayito el de
Jinámar. Debo mencionar que en mi nacimiento como en la mayoría de
las niñas y niños de este pueblo, asistió a mi madre en el parto doña
Pino Calderín, como recordamos todos, Pinito además, nos curaba de
los empanches y sustos, con buenas mañas, diciéndonos que teníamos
desarretado el “pomo” si éramos varones y “las madres” para las
mujeres. Con que “jaitillo” se los traía al ombligo, que éste cuando se
reencontraba con “el pomo” o la “madre” empezaba a dar saltos de
alegría.
La tienda de mi madre se convirtió en mi “particular universidad”. Por la
noche, una vez terminados los “deberes” de la escuela, hacer los
“mandados” y regresar de jugar en la plaza, me sentaba a escuchar, en
un rincón, las conversaciones de los mayores, que se iban a echar “la
arrancadilla” (copita de ron y tapita de tomate con sal o alguna
aceitunita, etc.), que ayudaba a calentar el ambiente entre chistes,
anécdotas y mítines. Para los chistes –maestro de maestros- Ignacito
Quintero; secundado por Pablito Rosales y si por un casual, aparecía
por los alrededores mi hermano Julio “apaga la luz y vámonos”. Las
anécdotas correspondían a don Daniel Rivero, entre otros, muy solemne
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y caballeroso él. Los mítines estaban a cargo de Juanito Clemente y mi
primo Jerónimo Hernández; de ambos tomé las primeras píldoras con
referencia ideológica.
Jerónimo Hernández de ideología socialista, en la década de los 40,
tuvo la osadía de, usando una caja de tomates como tarima, y subido en
ella arengar a sus vecinos aparceros para generar una conciencia de
dignidad en una época, de explotación y miseria. Por este abnegado
espíritu de compromiso con los más débiles conoció las penalidades del
campo de concentración de Gando, donde permaneció preso.
Debo decir que, de todos mis hermanos, he sido “privilegiado”. Por algo
me tocó ser el benjamín.
Privilegiado, porque tuve la bendición de nacer en el seno de una
familia, al uso, en la que recibí una adecuada educación y cariño; en la
que la consecución de objetivos era el esfuerzo personal, luego yo
decidía y así fue. Me educaron en valores. Debo contarles una anécdota
que me marcó: - Venía por la tienda, todas las semanas, pidiendo
limosna una señora de “no sé donde” cuyo nombre era “Lolita”. La
recuerdo delgada, con ropas humildes. Se acercó un guardia de Telde
que la seguía –parece ser, el pedir estaba prohibido- y entonces en un
arranque de carácter de Candelarita, le espetó al guardia que -en su
casa mandaba ella- la invitó –venga pa´ dentro- y ese día almorzó con
todos nosotros. El guardia se marchó cabizbajo, amenazante ¡por aquí
no te quiero ver más!
Familia católica por tradición. Tengo que confesarles que disfruté de tres
madres: Candelaria, María (mi tía) “lectora empedernida” –leía todo lo
que caía en sus manos- sufridora oyente de mi etapa del Instituto
Laboral de Telde, y a la que yo recurría para repetirle como un loro las
lecciones que de memoria yo aprendía; y mi hermana Paca ¡sí, sí, la de
los voladores!
La fortuna de mi génesis continúa en que, coincidió en los años que la
hambruna, iba quedando atrás, como dicen ahora nuestros “iluminados”
en economía “se atisbaban los brotes verdes”. Ya se iban encargando
mis hermanos de “aliviar” con su trabajo, la penuria doméstica. Y
ayudados, además, con el reparto de leche que hacía la Diócesis
botellas “leche Coagro”, (la repartía el cura don José Pérez Mendoza
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ayudado de su hermana Modestita), y también, con la leche en polvo
que se racionaba en la escuela del rey del Cascajo “ la leche Lita ”.
Tengo que admitir que he sido, a mi forma, sano bromista. En una de
ellas y siendo monaguillo de esta Iglesia, con el nombrado don José, me
dio una vez una “tollina” que casi me mata. Me hice el gracioso y
estando Alfonso Cruz Torres ayudando en la celebración de la Misa y
con la colaboración de Aniceto “el caminero” también monaguillo,
pusimos ciertos “ivni” –insectos voladores no identificados- en la vinajera
que correspondía al vino. En la celebración de la Eucaristía, don José
descubrió a los “invitados” y los sorteó como pudo. Al finalizar el santo
oficio y al ser interpelado por don José, Alfonso con cara de inocencia,
negó que había sido él, Aniceto también y por descarte y sin preguntar
me llama a la Sacristía y en ademán desafiante me dice ¡acércate! Así lo
hago y veo que me quiere “acariciar” con la mano derecha, la esquivo,
me agacho y quedo empotrado en el suelo, el resto imagínenselo.
Cuando acabó, me quité la sotana y me fui a casa, con los pantalones
remangados (con las prisas me había olvidado bajármelos, -sepan
ustedes que los monaguillos llevábamos sotana y para que no vieran los
pantalones había que remangárselo-). Una vez en casa y ante la
extrañeza de mi madre al verme, no tuve otra posibilidad que
enmascarar la verdad, y ante el rostro interrogante de mi madre
enfáticamente le digo con seguridad ¡Se acabó mi tiempo de monaguillo!
La estrategia tuvo éxito y mi madre aceptando mi argumento contestó: así aprovechas más en la escuela-. Tranquilo respiré pensando que el
entuerto había tocado fin.
Como de costumbre al día siguiente, voy a buscar la botella de leche
que repartían en el patio aledaño a la Iglesia y -¿Adivinan ustedes quién
me estaba esperando? - Don José; éste manos en jarras me dice -¿va
a continuar siendo usted monaguillo? Le respondo: –No don José¡Pues no hay leche, para su casa! ¡Como me pasó lo cuento!
Me considero beneficiado porque, el destino quiso que la cigüeña,
anidase en Jinámar. Pueblo, que reunía las condiciones ideales para
desarrollarnos como personas, amantes de la naturaleza y libertad para
practicar todo tipo de juegos.
Así salíamos juguetones, desinquietos, “mataperros”, pero nobles y
“bien mandaos” ¡El respetito es muy bonito! Si no ¡Zas! ¡ Alpargatazo
que te crió y a obedecer!.
¿Cuántos no recordamos frases así de nuestras madres?
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Aquí en Jinámar, la naturaleza, por sí sola, había sido generosa. Tierras
fértiles, lluvias cíclicamente abundantes y espacios, sin peligro, donde
podíamos corretear.
Y a poco que caminásemos barranco abajo, atravesando la Finca del
Conde, por donde los guardianes no podían prohibirnos su paso,
tropezábamos con los médanos “meanos” dunas preñadas de la hierba
que apenas nos dejaba caminar sin pisarla, bautizada como “hierba
muda” o Lotus Kunkelli (endemismo único en el mundo) nombre que
recibe de su descubridor, el botánico alemán Günther Kunkel, para ya al
final, otear el Atlántico, llegar a mar abierto “La playa de Jinámar” que
lucía espléndida, presumiendo de su arenal extenso, brindándonos entre
las piedras y riscos que la protegían, su lombricera, correlones,
cangrejos, erizos, lapas… y a su vez se mostraba desprendida, dejando
arrancar de sus entrañas los peces que con buen arte lograba engañar
para su sustento y el de toda su familia el “protector de la zona”: Pepe
“El Chacalote”. Persona conocida por todos, que con su prole moraba
en la “bajá de la sardina” –lugar propicio de pesca a caña- donde
construyó su morada y fonda.
Como no recordar los juegos variados a los que nos dedicábamos: “el
escondite” donde a veces se perdía uno buscando ya de noche y el
resto se había ido para su casa, “la piola”, “huevo, araña, cuca y caña”,
“el pañuelo”, “la tángana”, “el aro” y a correr, “el caballo de caña” y a
galopar, “el boliche y su gua”, “el trompo” al que se le introducía una
mosca para que hiciera más ruido, “la tunera” con el clavo afilado hasta
que podíamos usar la “puntilla”, “las cometas”, “las estampas o cromos
de futbolistas”, e ir a la Montaña Negra y bajar “arrastrándonos”, juego
éste último, que tras el accidente de Gonzalo “el de judas” hizo saltar las
alarmas y nuestras madres “mandaron parar” -A la Montaña Negra no va
usted jamás si no va acompañado-. Desde ese entonces únicamente se
subía a dicha montaña para la enramada del día de La Cruz.
La Montaña Negra era un paraje idílico cubierto de calentones, veroles,
tabaibas, cardones, aulagas, tuneras indias... y variedad de fauna, a
veces nos salían gazapillos o conejillos y tratábamos de cazarlos a la
pedrada limpia.
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Con el paso de los años aparecería nuestra particular revolución
industrial, allá por Reyes, nada de Papá Noel: las pistolas de mixtos, las
patinetas, las bicicletas… y los balones de fútbol.
A veces… muchas veces, íbamos detrás de la Iglesia, cruzábamos el
barranco, si el agua bajaba por él, nos subíamos a la acequia que daba
riego a la Cerca y llegábamos a ésta para degustar las “brevas” y un
poco más tarde los higos (blancos o negros) dislocándolos de las
higueras retorcidas, las moras y en su defecto, las algarrobas.
Recuerden, había finalizado la cosecha de tomates y estaban formadas
las cucañas, donde en su interior podíamos escondernos, no sin antes
turnarnos para acechar a Antoñito Gil, que se encargaba de vigilar la
Finca del Conde, y desde su -atalaya particular- observaba los terrenos
que llegaban hasta la vivienda de Santiaguito donde estaba la era. Lugar
que daba nombre a la zona.
El grupo grupo de amigo era prolífico; cuántas veces nos convocábamos
para ir a jugar a la era, Chófer, Raspilla, “Carmelo la ra”, Carmelo Pérez,
Eustaquio, Pety, los hermanos Carlos y José Alba, Antoñito Gil –hijo-, y
el que les habla.
En ese lugar y en la época de las naranjas de ombligo, esperábamos
que algunos de los labradores del Conde, Jinameros ellos, tiraran por el
muro que delimitaba la finca, las naranjas que estaban picadas, para
alegría nuestra, ya que con el botín sobrante nos las llevábamos a
nuestras casas.
¿Quién no recuerda este vergel? A un lado del barranco que viene de
Las Goteras, grandes plantaciones de tomates y al otro, la verdadera
Finca del Conde, con plantaciones de cítricos, otrora la caña dulce,
frutales, plataneras, jardín botánico exclusivo, que administraba
celosamente la señora Condesa, de donde se seleccionaban las
mejores flores para ornamentar la Iglesia.
El jardín estaba próximo a la Casa que habitaba la Señora y contigua a
la vivienda tenía su ermita privada, donde estuvo custodiada la Virgen
primitiva de la Inmaculada Concepción, la del niño en brazos, de la que
existe una tradición antigua y habla que la virgen fue encontrada en la
fuente de Savo por unas jóvenes que iban por agua. La virgen iba y
venía de la fuente a la ermita de una forma misteriosa y para que no se
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escapase hubo que encerrarla bajo rejas. Otra versión decía que el niño
se iba a la Mar Fea y volvía al amanecer lleno de arena negra. Hoy la
imagen está protegida en la Iglesia dentro de una hornacina ¡por si
acaso!
Si hacemos un recorrido figurado en el tiempo, 1960-1970, salimos
desde la plaza en dirección a la playa, por la senda hacia la Finca del
Conde, bajamos entre un pequeño bosque de eucaliptus y frondosos
palmerales cargados de gruesos dátiles o támaras; para llegar a “las
casas”, y la vivienda y corrales de Pepito el pastor y Guadalupita su
esposa (la que nos proporcionaba los productos de su ganado de cabras
y ovejas: el beletén, la leche y los quesos); continuamos camino abajo y
sorteando la “locaria” (que guarda celosa la cantonera donde muchas
jinameras van a lavar la ropa), se asoma impactando a nuestra vista y
emergiendo orgullosa, LA NORIA, arropada de palmerales y plantas
autóctonas, rincón que para nosotros es y seguirá siendo representativo.
La Noria, visible a pocos metros desde la Autopista del Sur, GC-1, es un
curioso malacate instalado hacia 1850 por Don Agustín del Castillo y
Bethencourt, IV Conde de la Vega Grande. ¿Cómo se le ocurrió adquirir
semejante artilugio?
Don Agustín del Castillo lo descubrió en un viaje a Francia y se lo trajo
para su finca de Jinámar, amparado en la ley del veinticuatro de junio de
1849, y bajo dicho paraguas en 1850 varios propietarios agrícolas se
acogieron a las favorables condiciones económicas, al estar exentos de
pagar cargas contributivas por los capitales invertidos en la construcción
de norias y sufragó la edificación de la misma.
Es el ingenio hidráulico histórico para la extracción de agua de pozos,
más importante de Canarias, con un estanque regulador anexo a la obra
de fábrica y canalizaciones, que daban riego al fértil valle.
Juventud y adolescencia
El camino de mi juventud y adolescencia estuvo impregnado de
importantes acontecimientos, lugares y personas. Recuerdo mágicas
tardes en el Cine de Nito y Balito a donde acudía raudo a ver las
proyecciones de películas con el preludio inevitable del NO-DO.
Recuerdo aquellos entrañables héroes, en blanco y negro, defensores
del bien (Kit Carson, El Zorro, Cantinflas, Charlot y El Gordo y el Flacot).
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Los Lunes estaban reservados para ver los partidos de fútbol de la U.D.
Las Palmas en primera división (claro está en diferido).
Los días entre semana, en ocasiones, una verdadera algarabía nos
juntábamos frente a la única televisión del pueblo, la de Velazquito y
Rosarito.
Mención especial merece quizá el primer club de jóvenes de Jinámar;
les hablo del salón de Bernardo Santana y Sionita. Allí entre futbolines y
billares algunos de nuestra época comenzaron los primeros escarceos
amorosos. Testigo de esto que les digo es Edilia mi esposa y
compañera de vida.
Personas que debo, inevitablemente mencionar, y que lo hago de forma
orgullosa al haber constituido en aquellos momentos referentes
fundamentales en mi concepción ideológica y humana de lo que significa
la vida, tengo que nombrar a:
Manuel Alba Navas (maestro de escuela), Juanito Tejera e Ignacio
Quintero.
Fiesta
En mi infancia, el referente de la fiesta, era la llegada de las primeras
camionetas cargadas con las casetas de tiros o tiovivos que venían de
Telde, feria de San Gregorio. El camión “soberano” era el de los coches
de choque o el que cargaba la Noria. Por lo tanto, la festividad de San
Gregorio estaba marcada a fuego en mi agenda mental. Dependiendo
la cantidad de camiones que aparecían ese día y al día siguiente, podía
vaticinar si se iba a llenar el recinto ferial destinado para ese año (la
plaza, la trasera de la iglesia, los terrenos de la “palmera”, los de
Alejandro Castañeira o donde hoy se encuentra el pabellón deportivo
“Juan Carlos Hernández”). Pensaba, cuantas más casetas, más
importante era mi fiesta.
¡Qué desazón! cuando veía camiones seguir de paso hacia Las Palmas
de Gran Canaria y desaparecían Cuesta Ramón arriba, caseta perdida,
tristeza encontrada.
Otro signo anunciador eran los empleados del Ayuntamiento de Telde
que se encargaban de colocar los altavoces. Uno en la Iglesia (torre del
campanario), otro en la casa de Manuel “el de Pedro” o Josefita Castro,
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otro en lo alto del Bar de Pancho Lele y cuando sobraba alguno, lo
colocaban en la azotea de mi casa, junto a ellos, la colocación de las
banderas y bombillas que pendían de un cordel. Y por último la
colocación del escenario para que, la víspera y después de la procesión,
tocase la Banda de Música de Telde.
Recuerdo que la última semana previa a la fiesta, se repetía el sonido de
voladores y todos los días el repique de campanas. Una por la llamada
a los actos religiosos y otra anunciadora de la fiesta.
¿Qué ocurría los días de fiesta en la tienda de mi abuela? Empezaba el
zafarrancho de todos los años. Se desalojaban las estanterías de los
productos habituales (azúcar, gofio, granos) y se ocupaban con los
propios para la ocasión (ron de caña de Telde, botellas de vino,
refrescos) y a su vez junto a otras estancias como, el zaguán y el patio,
se preparaban mesas para atender a los romeros y sacar unas perrillas.
Al mismo tiempo se mataba el cochino, -que venía criándose para la
ocasión en el chiquero construido al lado de la casa, alimentándolo de
fregaduras (sobras de la comida), que ésta al ser escasa se completaba
con agua y afrecho- recurriéndose para la matanza a las manos
expertas de Ñico, Fino o Santiago “chaveta” -de profesión “marchantes”Una vez pasado a mejor vida el animal, lo quemaban con aulagas y
quedaba visto para sentencia. Se troceaba y aprovechaban todo de él,
carne, orejas, vísceras, sangre… -Sí, sí… sangre! Con la sangre, las
tripas y un buen embarrado se podían hacer morcillas, que no tenían
nada que envidiar a las famosas de Teror.
En Jinámar, las morcillas que hacía mi abuela Mariquita “la majorera”
eran muy apreciadas. También se le reconocía “su mano” en la
preparación de la rica salsa canaria –el mojo picónLo que les he narrado pasaba con el resto de los bares y alguna que
otra tienda o casa que se habilitaba y apechugaba toda la familia, para
los mismos menesteres.
En mi familia se decía que la fiesta era buena si llovía con anterioridad y
“había corrido el barranco” Si era así, los romeros consumían más.
Alguna vez cuando iba al almacén del Quinto y desde allí contemplaba
correr el agua barranco abajo, pequeñito yo, algún año de punta a
punta, tal que no se podía cruzar, tiraban voladores y algún valiente
compraba una botella de ron de Telde y la lanzaba a la “barranquera” en
señal de prosperidad o suerte.
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Aparecían los ventorrillos y los puestos ambulantes de todo tipo de
frutas, aceitunas, pan de puño… que días antes venían y con tiza iban
marcando el territorio.
Las cajas de turrón “La Moyera”; la compañía “Sastrá” con asado de
jareas y castañas.
Algún que otro trilero y “los charlatanes de feria” que tenían el arte de
vender lo que no querías comprar.
Y el producto “reina” la Caña dulce que previa recolección en la Finca
del Conde surtían a “los puesteros” por aquellos tiempos. Este
“distintivo”, La Caña dulce era y sigue siéndolo el símbolo característico
e inseparable de nuestra fiesta, hasta el punto que se decía: –romero
que no compre y se lleve de Jinámar una caña, no ha venido a los
festejosAdemás, el romero que se preciara exhibía como si del Apóstol Santiago
se tratara, la caña adornada en su extremo superior con racimo de
naranjas y coloridas támaras, imagen imborrable de éste, que con
orgullo iba paseándose por la fiesta, para al final del camino coger el
coche de hora. ¡Y… hasta el año que viene!
Los días 7 y 8 de diciembre el ambiente estaba impregnado de olores y
sabores; si cierro los ojos es fácil que fluyan en mí los olores a pólvora
quemada, a naranjas de la Higuera Canaria recién cogidas, a guayabos,
a las aceitunas de Temisas con mojo, y el tufillo a chocos, jareas asadas
y cómo no, a la tan solicitada carne de cochino.
La víspera vivíamos pendiente de los fuegos. Comparados con los de
hoy, pura coincidencia. Se quemaban frente al bar de Pancho Lele y
consistía en varias ruedas de fuego giratorias, principalmente fijas y
atadas a un poste de madera, alguna que otra descarga y traca final.
Años después aparecieron las ruedas giratorias que volaban queriendo
alcanzar el cielo.
El día principal recuerdo con asombro, la ingente cantidad de
peregrinos, unos, los fieles devotos que compraban, -a las viejitas de
siempre, vestidas como siempre, colocadas a un lado y otro de la puerta
de la iglesia- los objetos de cera para pagar las promesas, redimir sus
culpas u ofrecerlos como ofrenda a la Inmaculada por los favores
recibidos, y otros romeros, con su peculiar tenderete, grupo de
tocadores donde el timple sonaba a gloria y las voces rasgadas nos
deleitaban. Se formaban corrillos característicos, donde al son de las
isas, folías y malagueñas, bailaban los acompañantes todos vestidos de
forma tradicional. Tal era la muchedumbre que cuando salía de mi casa
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para asistir a la procesión, me sentía pequeño, diminuto, con miedo a
perderme entre el gentío y no poder llegar a tiempo de estar al lado de la
Virgen. Me viene el recuerdo, que con ilusión inusitada esperaba
apareciese, como cada año, nuestra madre La Inmaculada Concepción
en el pórtico, majestuosa, sonriente, rebosante de dulzura, y un
esperado temor, porque al mismo tiempo y entremezclados con los
aplausos ensordecedores de todos los allí congregados, para dar la
bienvenida a la Imagen, se quemaba una traca que hacía estremecer
toda la plaza y los cimientos de la Iglesia. El ruido era sobrecogedor. La
misma se quemaba detrás del muro que terminaba en arrogantes
almenas piramidales y dividía la plaza de los terrenos de doña Dolores
González (conocida por doña Lola). La solemne procesión se realizaba
alrededor de la Iglesia a los sones de la Banda de Música de Telde y
también de la Banda de cornetas y tambores de Infantería, al ser la
Virgen Patrona de dicho Cuerpo. Seguía el sentido de las agujas del
reloj, bajando por el almacén El Quinto, bordeando el contorno
amurallado hasta el pozo de la Virgen y regresando al lugar de partida,
la Iglesia. Como despedida lágrimas de emoción, desconsuelo y
esperanza en un entorno de fervor y respeto. Y de nuevo, en el adiós,
música, aplausos, vítores y la temida “descarga valenciana” tras el muro
de la plaza.
En vísperas o días posteriores, se “calzaban” algunas carreras de burros
y principalmente de caballos, de manera privada, organizada por los
propietarios de los equinos y en las apuestas participaban sus
seguidores.
En cuanto a caballos el primero que recuerdo, que representaba a
Jinámar, el “Vencedor” caballo alazán con estrella blanca en la cabeza,
propiedad de don Manuel “el de Pedro” montado, por Dieguito; –y si la
memoria no me falla-, uno de los caballos contrarios era el “Dropper”,
montado por “Juancito” jinete rival asiduo en aquellos tiempos.
Inevitablemente me viene a la memoria otro célebre caballo campeón,
“Fundador” de color negro zaíno, de la misma propiedad también que el
antes mencionado “Vencedor” ambos bajo el cuidado y el mimo de mi
amigo Manolo “el de Fefa”
En la década de los ochenta y empezando a superarse la transición noto
un cambio
sustancial. La Fiesta pasa de ser dirigida por el
Ayuntamiento de Telde a prepararla la Asociación de Vecinos.
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Comienzan a celebrarse actos populares. Desde juegos de salón:
zangas, envites, carreras de cintas, carreras de sacos, recuperándose
los juegos de la tángana y otros juegos tradicionales. Empiezan a
organizarse verbenas y actos culturales, entre ellos, la lectura del
pregón con el que dan comienzo a las Fiestas de La Concepción. Y otro
atractivo que va cogiendo fuerza y esplendor en la fiesta es la quema de
fuegos artificiales que se celebra la víspera, siete de diciembre, a las
doce horas de la noche (con puntualidad espartana).
Junto al fútbol, les diré que el juego de la Zanga constituye mi otra gran
pasión.
Es un juego de cartas muy extendido en toda la isla. A mi entender
encarna, entre otras, dos importantes virtudes: Por un lado, al poseer las
cualidades de un juego con combinaciones infinitas, ejercita y entrena la
mente; y por otro, su cualidad mejor: -te crea enemigos que serán tus
mejores amigos-. Lo considero nuestro particular ajedrez.
Jinámar presume de tener jugadores de zanga de primera línea. Tuve
excelentes “maestros”: mi gran amigo, Juan Hernández Roque (el
chófer), y Juanito Rodríguez, quizás mi verdadero referente en este arte
de la zanga, gran jugador y difícil contrincante. Juanito “el chófer”,
“raspilla” y el que les habla, configuramos un equipo que, finalizada la
década de los 60, conseguimos ganar un campeonato celebrado en el
bar de don Jesús Hernández (Pupo). No vean lo “rascaos” que se
quedaron los “maestros” entrados en años, que al perder musitaban miren ustedes “estos mocosos” que no tienen ni idea y encima ni saben
mantener la baraja-.
Como si de una premonición se tratara, las sabias palabras
pronunciadas por los maestros se convirtieron en una dura realidad,
cuando posteriormente perdimos en el campeonato regional de Zanga,
celebrado en El Carrizal de Ingenio.
Se dice que la Zanga la inventó “un mudo” porque tiene que jugarse en
silencio. Debo decir ¡tiene que ser verdad! porque si hacemos memoria,
un gran amigo, querido por todos en el pueblo, Domingo Santana “el
mudo” hermano de María y Juan “el de Isaac” aprendió y jugaba a la
zanga como los mejores. Qué ingenio tenía para signar los apodos y
con qué maestría los representaba.
Quiero entender que este juego me proporciona la excusa y el placer de
estar al lado de las personas que aprecio y de los que no me gustaría
desprenderme.
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Resalto que la zanga, la he seguido practicando, en alguna escapada
sabatina, invitado por los amigos Juan Pérez Henríquez, Pepe Rivero
(q.e.p.d.) y Antonio González, veladas, que se han visto impregnadas
por la sensibilidad de las poesías de Juan Pérez, escritas con
sentimiento y corazón, y que tiene continuidad en el buen hacer poético
de su nieta y sucesora en esta inspiración.
Afición futbolística
Lo que comienza como un juego de pelota, fabricada de trapo o tira de
plataneras, en la que unos descalzos y otros con alpargatas, le dábamos
puntapiés hasta que se deshiciera, aparece el balón de bichillo y por
último, el balón de “reglamento” que coincidiendo con la aparición de los
primeros botines “el gallo”, termina por ser mi verdadera afición.
Devoción que empieza a hacer huella en mí, a través de los relatos que
escucho en tertulias, de equipos y jugadores emblemáticos y relevantes
en el pueblo por aquella época, y cuyos personajes se erigían ante mí
como si de héroes de leyendas se trataran.
Recuerdo de pequeño, cuando sentado en el poyo de piedra de la casa
de Pepito “el zapatero” los veía jugar en el campo del Molino; eran el
portero, Antoñito “el herrero” -¡qué bien utilizaba los puños para despejar
balones!; el escurridizo Paco Falcón “el Kíkere”; a los hermanos Manolo
y Marcelino Tejera (hijos de Juanito el pastor), Luis y Mingosa, Germán
y Cho’ Pancho, El Pincha y otros.
También famosos por aquella época citar a Pedrín, Donato (padre de
nuestro amigo y compañero de jornadas futboleras, el médico Ramón
Mederos), y cómo no a José el “cubano” gran cancerbero que incluso
estuvo entrenando en la U.D. Las Palmas en la época del portero
“Montes”. En su etapa de entrenador, sobre todo de guardametas, era
duro, durísimo, si no, pregunten a Juanito “el chófer”.
Comentaré además cómo influyeron en los compañeros de mi “quinta” la
fiebre del balompié que se vivía en el pueblo en los años 60, donde
emergió un equipo muy joven, todos de Jinámar, llamado el “Juventud”
que hizo las delicias de los futboleros y sirvió de guía y farol para
nuestra generación, teniendo la suerte, de competir con ellos
posteriormente.
Me gustaría reseñar el papel que en la creación y organización de este
trascendente equipo jugó Nicolás Hernández “Colacho”, verdadero
impulsor, jugador y aférrimo entusiasta.
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PREGÓN DE FIESTAS DE NUESTRA SEÑORA DE LA
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2013
Recuerdo una de las alineaciones “tipo” que se iban turnando con la
entrada y salida de otros jugadores: Pepe “el palmero”, Orlando “el
boliche”, Salvador Cruz Torres, Paco “el de Margarita”, Matías, “Laíto”,
Roque, Juan Méndez, Paco Cruz Torres, Santiago “Chavela”, Chicho
Lorenzo, Paculillo, los hermanos Juan y Orlando “los morillos” y Manuel
Hernández Castro “el zurdo”; el resto que me perdonen, pero la lista es
amplia.
Vienen a mi memora, otros equipos también creados en Jinámar, como
los de: La Concepción (el de los “pastores”), Los Casados (Nemesio y
Paco Torres), Carta Oro (Antoñito el Chicharrero y Chano “el carola”), El
Garepa (Pepe Tejera); y otros equipos fuereños como El Cruce, La Vista
(con Paco Ramón al frente), Montequemado, El Marzagán (de Eduardo
“güaillo” y el Teniente). Con estos últimos la rivalidad era épica.
Los partidos se desarrollaban en el campo de fútbol “La Palmera”, lugar
que a modo de coliseo se congregaban vecinos y aficionados en torno a
la actividad futbolística que llenó muchas jornadas mañaneras de
Domingo. Este campo estaba situado tras la actual Plaza de Jinámar. Su
nombre lo tomó por la palmera que estaba situada en el centro del
terreno de juego, y que muchas veces había que sortear.
Debo decirles que, en mi caso, yo contaba con una privilegiada tribuna,
la azotea de mi casa.
Eran acontecimientos sociales. Una auténtica fiesta esperada
ansiosamente por toda la vecindad.
Trayectoria personal deportiva
En lo que respecta a mi trayectoria deportiva futbolística decirles que mi
primera incursión coincidió con la entrada e ingreso en el Instituto
Laboral de Telde, 1.964, jugando de la mano del entrenador Juan Trujillo
Bordón, en el infantil Gran Canaria, equipo en el que estuve jugando dos
años.
Al año siguiente, ficho por el recién creado equipo de fútbol, Infantil
Jinámar, entrenado entre otros, por Roque Casiano. Este equipo sirvió
de trampolín para que tres jugadores del infantil Jinámar, Antonio Viera
–Antonio “el de la cañá” más conocido por el “apupú- Juan Castro (el
malabarista) y quién les habla; este trío ayudados por el mentor
Francisco Cruz Torres “el barbero”, fichamos posteriormente en 1967,
en el “Chicles May”.
En el Chicles May, donde permanecí por tres temporadas, coincidí con
jugadores de la talla de Juani (posterior jugador de la U.D. Las Palmas)
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y Cruz Pérez (compañero con el que coincidiría de nuevo en la U.D. Las
Palmas juvenil).
Debo reseñar que en mi última temporada con este equipo conseguimos
alzarnos con el campeonato infantil de Gran Canaria.
Finalizada esta etapa en mi vida deportiva se abre ante mí
trascendentes acontecimientos que se inician con mi incorporación a los
juveniles de la U.D. Las Palmas. Debo destacar en los momentos
iniciales de esta nueva experiencia, el papel fundamental jugado por
Francisco Viera “Monea”, mi primer entrenador en esta nueva
singladura.
Antes de continuar con la mención de aquellas otras personas con las
que me siento inmensamente agradecidos y a las que debo gran parte
de mis éxitos deportivos, tengo que hablarles de alguien sencillo y que
desde su humildad y anonimato me prestó una importante ayuda. Se
trata de mi vecina Concepción Hernández también conocida por
“Concha Macías”. Relacionado con ella les cuento la siguiente anécdota:
En cierta ocasión y estando en su despacho con don José de Aguilar
(presidente de la cadena de Filiales de la U.D., en aquellos tiempos),
éste me comentó que había tenido unas buenas referencias mías; quién
iba a decir que la persona que había dado tan buenas referencias era
doña Concha Macías, que por aquel entonces, trabaja en la casa de don
José. Desde aquí mis más sinceras gracias.
Desde esta privilegiada tribuna quiero reconocer y agradecer en sumo
grado el importante papel de personas que con su sabiduría, pericia y
humanidad han contribuido y han tenido un papel determinante en mi
conformación durante mi etapa futbolística. En este sentido tengo el
orgullo y la satisfacción de nombrarles a las siguientes personas:
-Manuel Torres Díaz (entrenador)
-Ernesto Pons (Preparador físico)
-Eladio Bueno (Yayo) (director técnico)
-Antonio Afonso Moreno (Tonono)
-Ernesto Aparicio
-Antonio Betancort
-Germán Dévora Ceballos
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También me gustaría mencionar a aquellos compañeros de equipo con
los cuales conformamos el equipo de la U.D. Las Palmas que consiguió
alzarse con el campeonato de España de Juveniles en el año 1972:
-Cristóbal, Camacho, Pedro, Cruz, Segundo, Mayor, Luzardo, Cruz
Pérez, Oramas, Félix, Artiles, Leonardo, Rivero, Eladio, Carlos Juan,
Guzmán, José Ramón, Eligio, Miguel Ángel.
A TODOS ELLOS MI MÁS SINCERAS GRACIAS.
Con este reconocimiento doy por finalizado este pregón no sin antes dar
las gracias al Patronato de Fiestas por invitarme y a ustedes por haber
tenido la paciencia y la gentileza de escucharme.
¡VIVA la Virgen de la Inmaculada Concepción!
¡VIVAN las Fiestas de la Concepción y la Caña Dulce!
¡ARRIBA Jinámar!
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