¿Qué hacen los hombres juntos?

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Nº. 4
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¿Qué hacen los
hombres juntos?
MICHEL FOUCAULT
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PRIMERA EDICIÓN:
Abril, 2015
© DE ESTA EDICIÓN:
CERMI y Ediciones Cinca, S.A.
TÍTULO ORIGINAL FRANCÉS:
Dits et écrits, volumen IV (selección).
© Éditions GALLIMARD, Paris, 1994.
Textos seleccionados para esta edición:
«De l´amitié comme mode de vie»
«Entretien avec Michel Foucault»
«Le triomphe social du plaisir sexual: une conversation avec Michel Foucault»
«Des caresses d´hommes considérées comme un art»
«Choix sexuel, acte sexuel»
«Foucault: non aux compromis»
«Michel Foucault, une interview: sexe, pouvoir et la politique de l´identité»
(Para la edición española de este último texto, agradecemos la generosa autorización
de Ediciones Paidós, titular de los derechos de traducción al español.)
© TRADUCCIÓN:
Luis Cayo Pérez Bueno, 2015
ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA:
Les forgerons, étude pour l’Allégorie du travail, Pierre Puvis de Chavannes.
Museo Bonnat-Helleu, Bayona, Francia.
Reservados todos los derechos.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación
de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción
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DISEÑO DE LA COLECCIÓN:
Juan Vidaurre
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28003 Madrid
Tel.: 91 553 22 72.
[email protected]
www.edicionescinca.com
DEPÓSITO LEGAL: M-15222-2015
ISBN: 978-84-15305-85-9
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¿Qué hacen los
hombres juntos?
MICHEL FOUCAULT
Traducción de Luis Cayo Pérez Bueno
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Índice
DE LA AMISTAD COMO FORMA
DE VIDA
E NTREVISTA CON MICHEL FOUCAULT
E L TRIUNFO SOCIAL DEL PLACER SEXUAL
DE LAS CARICIAS MASCULINAS COMO
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19
35
47
UN ARTE
OPCIÓN SEXUAL Y ACTOS SEXUALES
F OUCAULT: NADA DE TRANSACCIONES
S EXO, PODER Y GOBIERNO
53
77
83
DE LA IDENTIDAD
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DE LA AMISTAD COMO FORMA DE VIDA
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- Desde hace dos años publicamos nuestra revista, de la que
Usted, que pasa de los cincuenta años, es lector. ¿Qué juicio le merece
esta trayectoria?
- Su misma existencia es algo positivo e importante. Lo
que yo podía pedirle es que leyéndola no se me planteara la
cuestión de mi edad. Ahora bien, su lectura me obliga a
planteármela y no me agrada la manera en que me veo llevado
a hacerlo. Dicho lisa y llanamente, mi sitio no está ahí.
- Quizás porque trata de los problemas propios de la edad de
colaboradores y lectores: la mayoría tiene entre los veinticinco y
treinta y cinco años.
- Desde luego. Está escrita por jóvenes, interesa a jóvenes.
Pero la cuestión no es conciliar edades distintas, sino saber
qué podemos hacer respecto de la identificación casi total de
homosexualidad y amor entre jóvenes.
De igual modo, hay que recelar de la inclinación a llevar el
asunto de la homosexualidad al problema de «¿Quién soy yo?,
¿qué secreto esconde mi deseo?». Convendría preguntarse
más bien: «¿Qué tipo de relaciones pueden, a través de la
homosexualidad, trabarse, inventarse multiplicarse, delinearse?».
El problema no radica en descubrir en uno mismo la verdad
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De la amistad como forma de vida
de su sexo, sino, antes bien, en hacer uno uso de su sexualidad
para conseguir en el futuro una multiplicidad de relaciones. Y,
claro está, esa es la razón por la que la homosexualidad es menos
una forma del deseo que un deseo por hacer. No debemos, pues,
obstinarnos en ser homosexuales ni empeñarnos tampoco en
reconocernos como tales. La tendencia del problema de la
homosexualidad se dirige al problema de la amistad.
- ¿Pensaba lo mismo a los veinte o lo ha descubierto al cabo de
los años?
- Hasta donde recuerdo, desear a muchachos era desear
tener trato con ellos, lo que para mí ha sido un factor
enormemente importante. Y no forzosamente a modo de
pareja, sino como una cuestión vital: ¿cómo pueden dos
varones estar y vivir juntos, compartir su tiempo, su comida,
su dormitorio, su ocio, sus desgracias, sus experiencias, sus
confidencias? ¿En qué consistiría eso de estar entre hombres
a pelo, ajenos a las relaciones institucionales, familiares y de
compañerismo impuesto? Es un deseo, un mitad deseo, mitad
inquietud, que acucia a muchas personas.
- ¿Podría decirse que el deseo, el placer y las relaciones posibles
dependen de la edad?
- Sí, en gran medida. Entre un señor y una mujer más
joven, la institución mitiga las diferencias de edad, las admite
y las hace operar. Dos varones de edad notoriamente distinta,
¿qué código tienen para comunicarse? Helos el uno frente al
otro, sin las palabras oportunas, sin nada que les tranquilice
acerca la atracción que sienten. Tienen que inventar de punta
a cabo una relación indefinida, la amistad, la suma de todos
los elementos por medio de los cuales mutuamente se hacen
querer.
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Presentar la homosexualidad como un placer perentorio
es una transacción indebida. Dos muchachos se tropiezan en
la calle, quedan prendados con solo mirarse, se echan mano a
las nalgas, se aplican a la faena y todo sin pasar de quince
minutos contados. He ahí una imagen mutilada de la
homosexualidad inefectiva para crear inquietud por dos
motivos: porque es vicaria de un ideal que debilita la belleza
y porque suprime cualquier elemento turbador presente en el
afecto, la ternura, la amistad, la fidelidad, el compañerismo,
la camaradería que una sociedad remisa no puede acoger sin
temor a que se armen alianzas, a que se anuden líneas de
fuerza imprevisibles. Lo inquietante de la homosexualidad es
el modo de vida homosexual más que el acto sexual mismo.
Imaginarse un acto sexual en desacuerdo con la ley o con la
naturaleza no perturba a la gente, lo desconcertante es que
unas personas comiencen a quererse, eso es lo problemático.
La institución se ve comprometida por una maraña de
intensos lazos afectivos que al mismo tiempo la sostienen y la
conmueven. Basta fijarse en el ejército, donde el amor
masculino continuamente es invocado y denigrado. Las
normas institucionales no pueden revalidar esas relaciones de
intensidades múltiples, de tonos cambiantes, de movimientos
imperceptibles, de formas mudables, relaciones que, además
de causar trastornos, introducen el amor donde solo debería
imperar la ley, la regla o la costumbre.
- Usted ha sostenido siempre esto: «Más que lamentarse por los
placeres perdidos, me preocupa lo que podemos hacer con nosotros
mismos.» Puede ser más preciso.
- A mi juicio, debemos no tanto liberar nuestros deseos
como convertirnos en individuos infinitamente más capaces
de placeres. Antes que nada, conviene zafarse de dos lugares
comunes: el del simple encuentro sexual y el de la fusión
amorosa de las identidades.
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De la amistad como forma de vida
- ¿Pueden advertirse en los Estados Unidos de América los
prolegómenos de sistemas sólidos de relaciones y, si así fuera, en las
mismas ciudades donde el problema de la miseria sexual se nos
antoja reglamentado?
- Lo cierto es que en los Estados Unidos, aun subsistiendo
todavía ese poso de miseria sexual de que habla, el interés por
la amistad ha cobrado un interés enorme. No se suscita solo
con miras a consumar el acto, que se produce con suma
facilidad, sino que se tiende a polarizar la amistad. ¿Cómo
alcanzar, por medio de la homosexualidad, un sistema de
relaciones? ¿Es posible desarrollar una forma de vida
homosexual?
La noción de forma de vida me parece sumamente
relevante. ¿Por qué razón no podrían introducirse criterios
diferenciadores distintos a los que determinan las clases
sociales, la profesión, los niveles culturales, unos criterios
diferenciadores que consistirían en la «forma de vida»? Una
forma de vida puede ser compartida por personas de edad, de
condición y de actividad social distintas; puede determinar
relaciones intensas que no guarden ninguna analogía con las
institucionalizadas y puede ser también el origen de una
cultura y una ética. A mi juicio, ser «gay», consiste menos en
reconocerse en las trazas psicológicas y en las señas de
identidad del homosexual, que en tratar de delinear y
desarrollar una forma de vida.
- ¿No resulta quimérico afirmar: «Asistimos a los prolegómenos
de una socialización de los seres humanos que transciende las clases,
las generaciones y los países»?
- Tan quimérico como decir que llegarán a desaparecer las
diferencias entre la homosexualidad y la heterosexualidad.
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MICHEL FOUCAULT
Creo además que esa es una de las razones por los que la
homosexualidad se ha convertido hoy en día en un problema.
Ahora bien, afirmar que ser homosexual es ser un hombre y
reivindicar esa condición supone una impugnación de la
ideología de los movimientos de liberación sexual de los años
sesenta, lo que explica la aparición de los bigotudos «clónicos».
Es una manera de replicar: «No temamos, cuanto más se libere
uno, menos nos gustarán las mujeres, desaparecerá el peligro
de confundirnos en esa suerte de polisexualidad en la que no
existen diferencias entre unos y otros», hecho que contradice
la idea de una gran fusión comunitaria.
La homosexualidad es una ocasión histórica para hacer
surgir nuevas posibilidades afectivas y de relación, y no por
las cualidades intrínsecas del homosexual sino por la posición,
en cierto modo, «de través» que ocupa y porque las líneas
diagonales que puede trazar en el tejido social permiten la
aparición de esas posibilidades.
- Puede que las mujeres formulen la siguiente objeción: «¿Qué
sacan los varones de las relaciones intermasculinas que no se obtenga
de las relaciones entre hombre y mujer o entre dos mujeres?»
- Acaba de aparecer un libro1 en los Estados Unidos de
América sobre los vínculos amistosos entre mujeres compuesto
a base de testimonios de amores y de pasiones entre mujeres.
Ya en el prólogo, la autora afirma que partió guiada por el
propósito de registrar relaciones homosexuales y que pronto
advirtió que no solo muchas veces esas relaciones no existían,
sino que otras tantas carecería de interés saber siquiera si
podían ser calificadas como homosexualidad o no. Y que si
dejamos desplegarse la relación tal y como se muestra a través
de las palabras y los gestos, se manifiestan otras cosas que
cuentan muchísimo más: amores, cariños plenos, pasmosos,
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De la amistad como forma de vida
deslumbrantes o, al contrario, rematadamente tristes, oscuros.
El libro expone también el destacado papel del cuerpo de la
mujer y de los contactos corporales entre mujeres: una mujer
peina a otra, la ayuda a maquillarse, a vestirse. Las mujeres
tienen conferido derecho sobre los cuerpos de las demás
mujeres: se agarran por la cintura, se besan. El cuerpo del
varón está vedado al hombre de modo mucho más terminante.
Mientras que la vida entre mujeres ha sido tolerada, la vida
entre hombres, desde el siglo XIX y en determinados
períodos no solamente fue tolerada sino de todo punto
forzosa: por ejemplo, durante las guerras.
Otro tanto ocurrió en los campos de prisioneros, en los que
convivieron meses y hasta años, soldados, jóvenes oficiales.
Es la primera guerra mundial, multitud de hombres hubieron
de compartir sus vidas, sin que esa convivencia representase
nada de particular en la medida en que la muerte los rondaba,
en que, en fin, el fervor mutuo, el servicio prestado corrían el
albur de la vida o la muerte. Fuera de algunas protestas de
camaradería, de hermandad, de testimonios de parte, ¿qué
sabemos de los afectos encendidos, de las revoluciones
amorosas que pudieron desencadenarse en esos momentos?
Después de todo, es lícito preguntarse qué ha sostenido, en
esas guerras sin sentido, ridículas a más no poder, en esas
matanzas tremendas, a esos hombres. Nada más que una
tupida red de afectos. No quiero decir que continuaban
combatiendo porque se amaban, no; pero sí digo que el honor,
la gallardía, mantener alta la cabeza, el sacrificio, salir de la
trinchera con el compañero, delante del compañero, todo eso
comportaba un tupido tejido afectivo. Y no para concluir: «He
ahí la homosexualidad». Me repugna ese tipo de razonamientos.
Sin duda alguna, esa es una de las circunstancias, no la única,
que hacen soportable el infierno de vida que durante semanas
se ven obligados a llevar unos individuos enfangados en lodo,
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MICHEL FOUCAULT
cadáveres, mierda, hambrientos y dispuestos, con todo, al asalto
a la mañana siguiente.
Desearía agregar, por último, que toda publicación, cuyo fin
es inducir a la reflexión y a la acción, debería estimular una
cultura homosexual, es decir, un conjunto de instrumentos para
desarrollar relaciones multiformes, distintas entre sí, a la
medida de cada cual. Pero pensar en un programa y en
propuestas entraña peligros. Basta proponer un programa para
reglamentar, para atenazar la invención. En nuestra situación
actual, necesitamos una inventiva propia que haga patente o
comming out, como dicen los norteamericanos. El programa ha
de estar en blanco. Hay que ahondar para ver cómo las cosas
han sido históricamente contingentes, por tal o cual razón
inteligible, nunca necesaria. Hay que mostrar lo inteligible
sobre el fondo del vacío y negar la necesidad, y convencerse de
que la realidad no abarca todos los espacios posibles. Dar
respuesta a los desafíos de esta pregunta: ¿cómo conducirse y
cómo inventar una forma de conducta?
- Gracias, señor Michel Foucault.
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Faderman, L., Surpassing the Love of Men, New York, William Morrow, 1981.
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ENTREVISTA CON MICHEL FOUCAULT
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- El libro de K.J. Dover, Homosexualidad Griega1, ofrece una
nueva perspectiva de la homosexualidad en la Grecia antigua.
- A mi entender, lo más importante del libro es que Dover
demuestra que nuestra distinción de las conductas sexuales
en homo y heterosexuales no se corresponde en modo alguno
con Grecia y Roma. Lo cual significa dos cosas, a saber: que
carecían, de un lado, de la noción, del concepto inclusive y, de
otro, que carecían de la experiencia. Las personas que
mantenían trato carnal con otras del mismo sexo no se
sentían homosexuales. Eso es esencial.
Cuando un adulto yacía con un muchacho, el debate moral
se suscitaba en cuestiones como si este era activo o pasivo o
si aquel copulaba con un muchacho lampiño –la aparición de
la barba marcaba la edad tope o no. El juego de ese par de
escrúpulos trazaba una línea harto compleja entre moralidad
e inmoralidad. Por tanto, carece de sentido afirmar que la
homosexualidad fue tolerada en Grecia. Dover otorga la
importancia mayor a ese trato entre adultos y muchachos,
muy reglado, por lo demás. En el caso de los muchachos, se
trataba de comportamientos esquivos o de protección; en el
de los adultos, de seducción y cortejo. Existía pues toda una
cultura de la pederastia, del trato amoroso varón muchacho,
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Entrevista con Michel Foucault
que comportaba, como siempre que se da una reglamentación
de esa naturaleza, la valorización o la desvalorización de
ciertas conductas. Para mí, esa es la enseñanza del libro de
Dover, que nos autoriza a desdeñar, en el análisis histórico,
numerosos elementos respecto del cacareado asunto de las
prohibiciones de orden sexual, de la noción misma de
prohibición. Habría que considerar las cosas de distinto modo,
a saber, trazar la historia de un linaje de experiencias, de
diversas formas de vida, de registrar distintas clases de
relaciones entre individuos del mismo sexo, según la edad,
etc. En punto a historia, la condena de Sodoma no debe
constituir la pauta.
Desearía agregar algo que no está en Dover y en lo que
paré mientes el año pasado. Hay en Grecia un completo
discurso teórico sobre el amor de los muchachos, desde Platón
hasta Plutarco, Luciano, etc., y lo chocante en toda ese serie
de textos teóricos es la crecida dificultad que para griegos y
romanos representó la aceptación de la idea de que un
muchacho, que andando el tiempo en virtud de su condición
de hombre libre nacido en el seno de una familia patricia
habría de llegar a ejercer responsabilidades familiares y
sociales y un gobierno sobre los demás, en Roma, senadores;
en Grecia, políticos; la aceptación, señaladamente, de que ese
concreto muchacho, en su relación con el adulto, fuera
paciente. Diríase una suerte de impensable en la urdimbre de
valores sociales que no podemos asimilar tampoco con la
prohibición. Que un adulto corteje a un muchacho es normal
y más si se trata de un esclavo, sobre todo en Roma. Como
dice el refrán: «Poner la boca: para el esclavo, oficio; para el
ciudadano, vicio; para el liberto, servicio...». En un muchacho
libre, dejarse besar, sin embargo, constituye una inmoralidad.
En ese contexto, se explica la ley que prohibía a los antiguos
putos el ejercicio del gobierno. Puto era no solo el que se daba
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MICHEL FOUCAULT
a la venalidad, sino el que había sido mantenido sucesivamente
y a los ojos de todos por personas distintas; que fuera paciente,
objeto de goce le vedaba completamente para el ejercicio de
cualquier clase de gobierno. Este es el obstáculo permanente
con el que tropiezan los textos teóricos. Su propósito es erigir
un discurso que pruebe que el amor verdadero debe excluir el
trato camal con el muchacho y ligarse a relaciones afectivas
pedagógicas de cuasipaternidad. De hecho, ese es el expediente
para tornar admisible una práctica amorosa entre un
ciudadano y un muchacho, negando y falsificando enteramente
su contenido efectivo. No debemos, por tanto, interpretar esos
discursos como índice de tolerancia de la homosexualidad, en
el orden práctico y en el moral, sino como índice de solicitud;
si se habla, es porque se ha hecho cuestión, pues es indiscutible
que el hecho de que en una sociedad se hable de algo no
significa que tal cosa se admita. Para explicar un discurso, hay
que investigar menos la realidad de la que el discurso sería el
registro que la realidad de la cuestión que hace que uno se vea
compelido a hablar. La dificultad de admitir en el plano moral
las relaciones adultos muchachos (entones se hablaba mucho
menos de las relaciones maritales) era lo que compelía a hablar.
- A pesar de que en el plano moral no estaban plenamente
aceptadas, toda la sociedad griega estaba asentada en realidad sobre
esas relaciones pederásticas, pedagógicas en sentido lato. ¿No se
advierte cierta ambigüedad?
- He simplificado, lleva razón. En el análisis de esos
fenómenos, hay que tener presente la existencia de una
sociedad monosexual, ya que se produce una nítida
separación entre varones y mujeres. A no dudar, se daban
relaciones muy intensas entre mujeres, que apenas
conocemos, al no haberse hallado prácticamente ningún texto
teórico, reflexivo compuesto por mujeres sobre el amor y la
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Entrevista con Michel Foucault
sexualidad antiguas. No considero, a este propósito, los textos
de algunas pitagóricas y neopitagóricas de entre los siglos I y
VIII antes de Cristo; la poesía tampoco. Disponemos, por el
contrario, de toda clase de testimonios que certifican una
sociedad monosexual masculina.
- ¿Qué explicación da al hecho de que esas relaciones
monosexuales finalmente desaparecieran con Roma, mucho antes del
cristianismo?
- En efecto, me parece que no puede certificarse la
desaparición de esas sociedades monosexuales a gran escala
en Europa sino en el siglo XVIII. En Roma, imperaba una
sociedad en la que la mujer de familia patricia desempeñaba
una importante función en el plano familiar, social y político.
El desmoronamiento de las sociedades monosexuales obedece
menos a la importancia progresiva del papel de la mujer que
a la aparición de nuevas estructuras políticas que sofocaron
las funciones sociales y políticas propias de la amistad hasta
ese momento; o si lo prefiere, el desarrollo de ciertas
instituciones políticas impidió la pervivencia de los tratos
amistosos característicos de una sociedad aristocrática.
Aunque esto no deja de ser una hipótesis...
- Lo que dice me lleva a plantear un problema en relación con el
origen de la homosexualidad, para el que tengo que distinguir entre
la masculina y la femenina. A saber, en Grecia la homosexualidad
de los varones solo pudo darse en una sociedad harto jerarquizada
en la que las mujeres ocupaban la escala social más baja. Me parece
que, al asumir el ideal griego, la sociedad homoerótica masculina
del siglo XX convalida así una misoginia que, nuevamente, relega
a las mujeres.
- Entiendo, efectivamente, que esa idealización griega
opera en alguna medida, pero no deja de operar la función que
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se espera de ella: no se sigue esa conducta porque se secunde
ese ideal sino que seguir esa conducta induce a considerarlo,
rehaciéndolo. Es llamativo, en efecto, que en América la
sociedad homosexual sea una sociedad monosexual con
formas de vida, una estructura profesional, unos determinados
placeres que no son de índole sexual. El hecho de que existan
homosexuales que viven juntos, en común, que mantienen una
relación constante frustra una nueva monosexualidad. Las
mujeres, sin embargo, han vivido también en grupos
monosexuales, en la mayor parte de los casos, de modo forzoso,
claro está; representaba su respuesta, con harta frecuencia
innovadora y creativa, a un régimen de vida que les fue
impuesto. Me viene a la mente un libro de una autora
americana, Lilian Faderman, La Superación del Amor Masculino2,
muy interesante, por lo demás, en el que analiza las amistades
femeninas desde el siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo
XIX, con este principio informador: «No ha sido en ningún
caso mi propósito determinar si las mujeres han mantenido
relaciones sexuales entre sí. Registraré simplemente, de una
parte, la maraña de esas amistades o incluso la historia de una
amistad, su desarrollo, el modo en que las amantes la
experimentaron, los comportamientos que llevó aparejados,
las formas de los vínculos entre mujeres; y, de otra, las
situaciones vitales, la clase de afecto, de atracción propias de
ese trato.»
Se nos revela entonces una completa cultura de la
monosexualidad femenina, de la vida entre mujeres que
resulta apasionante.
- Considero, no obstante, problemáticas sus observaciones, tanto
las expuestas en el Gai Pied como las presentes, en este punto:
examinar las agrupaciones monosexuales femeninas sin plantearse
la cuestión de la sexualidad me parece que perpetúa la actitud
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Entrevista con Michel Foucault
consistente en recluir a las mujeres en el ámbito del sentimiento
echando mano de los lugares comunes de siempre: su libertad de
contactos, su irrestricta afectividad, sus amistades, etc.
- Tíldeme de genérico, pero tengo para mí que los
fenómenos que reclaman nuestro análisis son tan complejos y
se nos presentan tan ahormados por análisis a medida, que
debemos admitir otros métodos, parciales, desde luego, pero
inductores de nuevas reflexiones y que harán posible alumbrar
nuevos fenómenos; métodos que deberán permitir conjurar los
lugares comunes corrientes en los años setenta: prohibiciones,
normas, represiones. Los efectos políticos y de conocimiento
de esos conceptos fueron sumamente provechosos, pero es
forzoso intentar renovar los instrumentos de análisis. Visto
así, me parece que la libertad de acción es muy superior en
Estados Unidos que en Europa, lo cual no quiere decir que
haya que elevar esta a modelo.
- Podría extenderse sobre la obra de John Boswell Cristianity,
Social Tolerance and Homosexuality3.
- Es un libro interesante porque retoma asuntos ya
conocidos y los presenta de un modo novedoso. Asuntos
conocidos y que desarrolla: lo que podría denominarse la moral
sexual cristiana, en realidad, judeocristiana, es una ficción.
Basta consultar los documentos; la tan cacareada moralidad
que asienta las relaciones sexuales en el matrimonio, que
condena el adulterio y todo comportamiento no procreador o
matrimonial fue erigida mucho antes del cristianismo. Puede
encontrar todas esas formulaciones en los textos estoicos,
pitagóricos y son ya tan «cristianas» que los mismos cristianos
las retoman tal cual. Lo que no deja de ser llamativo es que esa
moral filosófica surgió de algún modo inopinadamente, tras
un efectivo movimiento de matrimonialización, de valorización
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del matrimonio y de las relaciones conyugales... En contratos
matrimoniales hallados en Egipto, datados en el período
helenístico, vemos como las esposas exigían la fidelidad sexual
del marido, prestándola este; y no son contratos de familias
patricias, sino de familias corrientes, incluso del pueblo llano.
Habida cuenta de que los documentos no abundan, podemos
formular la hipótesis de que los textos estoicos sobre esta
nueva moralidad revelaban en los medios distinguidos lo que
era corriente en los medios populares, hecho que viene a alterar
por entero el panorama al que estábamos acostumbrados de un
mundo grecolatino de formidable licencia sexual que el
cristianismo habría segado de un tajo. De aquí arrancó
Boswell; su sorpresa fue mayúscula al comprobar hasta qué
extremo el cristianismo coincidía con el régimen precedente,
en particular, respecto de la cuestión de la homosexualidad.
Hasta el siglo IV, el cristianismo retoma el mismo modelo de
moralidad, dando simplemente unas vueltas de tuerca. Donde,
a mi juicio, se plantearán los nuevos problemas será con el
desarrollo del monacato precisamente a partir del siglo IV. En
ese tiempo surge la demanda de la virginidad. En los textos
ascéticos cristianos, en primer lugar, nos topamos de continuo
con la cuestión del ayuno, del apetito moderado, del pensamiento
desordenado en la comida; paulatinamente se desarrolla la
obsesión de imágenes concupiscentes, de imágenes libidinosas.
Aparece un cierto tipo de conciencia, de relación con los
propios deseos y con el sexo enteramente nuevo. En punto a
homosexualidad, la condena del mismo Basilio de Cesárea de
la amistad entre muchachos en cuanto tales, no puede decirse
que fuera general. Coincido en que la condena severa de la
homosexualidad propiamente dicha se produce en la Edad
Media, entre los siglos VII y XII (Boswell afirma claramente
el siglo XII), pero se delinea ya en un cierto número de textos
penitenciales de los siglos VIII y IX. En cualquier caso, es
preciso disipar la imagen de una moral judeocristiana y
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Entrevista con Michel Foucault
entender que esos elementos fueron tomando cuerpo en
diferentes épocas en tomo a ciertas prácticas e instituciones
pasando de unos medios a otros.
- Volviendo a Boswell, lo que me parece sorprendente es que se
hable de una subcultura homoerótica en el siglo XII, una de cuyas
cabezas sería fray A. de Rievaulx.
- En efecto, ya en la Antigüedad la cultura pederástica va
retrayéndose, a partir del Imperio Romano, con la constricción
del trato varón muchacho. Algún diálogo de Plutarco ilustra
esta transformación; todos los valores modernos se residencian
en la mujer de más edad en lugar de en el muchacho; nada más
aparecer los pederastas, son objeto de burla, son presentados
como escoria, para terminar desapareciendo al final del
diálogo. Así es como la cultura pederástica retrocede. Además,
no debemos olvidar que el monacato cristiano fue presentado
como el continuador de la filosofía, teniendo conexión por
tanto con una sociedad monosexual. Aceptado el hecho de
que a partir de la Edad Media los monasterios eran los
titulares exclusivos de la cultura y que las demandas
ascéticas extremas del primer monacato fueron aplacándose
rápidamente, concurren todos los elementos que nos
autorizarían para poder hablar de subcultura homoerótica.
Elementos a los que hay que agregar el de la dirección
espiritual y, por ende, de la amistad, el de la intensa relación
afectiva entre monjes de generaciones distintas tenida como
posibilidad de salvación. Fenómeno que encuentra explicación,
en último término, en el hecho, siempre que se admita, de que
hasta el siglo XII el platonismo era para esta minoría
eclesiástica y monacal la base de la cultura.
- Tenía entendido que Boswell afirmaba la existencia de una
homosexualidad consciente.
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MICHEL FOUCAULT
- Boswell comienza con un extenso capítulo en el que
justifica su investigación, la razón por la que toma a los
«gays» y a la cultura homosexual como hilo conductor de su
obra y, al tiempo, está plenamente persuadido de que la
monosexualidad no es una constante transhistórica. Entiende
que si los varones mantienen entre sí relaciones sexuales,
entre adultos y jóvenes, en el ámbito de la ciudad o del
monasterio, tanto da, no obedece únicamente a la tolerancia
de los demás respecto de tal o cual forma de acto sexual; ese
trato comporta necesariamente una cultura, es decir, formas
de expresión, de valorización, etc., por ende, el reconocimiento
por los mismos individuos de lo que esas relaciones tienen de
característico. Nada habría que oponer a esta noción por
cuanto no se trata de una categoría sexual o antropológica
constante, sino de un hecho cultural que varía con el tiempo
manteniendo su formulación general: relación entre personas
de igual sexo que lleva en sí un estilo de vida en la que está
presente la conciencia de la propia singularidad frente a los
demás. A la postre, es un aspecto de la monosexualidad.
Convendría examinar si respecto de las mujeres no podríamos
formular una hipótesis equivalente que comportaría categorías
femeniles sumamente variadas, una subcultura femenina en la
que el hecho de ser mujer supondría que se tienen
posibilidades de relación con las demás mujeres que se niegan,
claro está, a los varones y aun al resto de las mujeres. Tengo
para mí que en torno a Safo y el mito sáfico se dio esta forma
de subcultura.
- Cierto, algunas investigaciones feministas recientes parecen
apuntar en esa dirección; en el ámbito de las trovadoras,
particularmente, cayos escritos se dirigían a mujeres, aunque la
interpretación es ardua, porque se desconoce si actuaban meramente
como nuncios de algunos señores, como en el caso de los trovadores
masculinos. Pero, de cualquier forma, hay algunos textos que tratan,
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Entrevista con Michel Foucault
como el de Cristina de Pizán, del «sexo femenino» y que prueban
que existiría una suerte de conciencia de cultura femenina autónoma,
cercada por la sociedad masculina. ¿Debemos, sin embargo, hablar
de cultura homoerótica femenina? El término aplicado a las mujeres
no me parece, por lo demás, muy apropiado.
- En efecto, ese término tiene un sentido mucho más
restringido en Francia que en Estados Unidos. De todas
formas, me parece que la afirmación de Boswell de una
cultura homoerótica, por lo menos masculina, no entra en
contradicción con la tesis que sostiene que la homosexualidad
no es una constante antropológica condenada unas veces,
admitida otras.
- En La Voluntad de Saber examina la introducción del sexo
en el discurso, que prolifera en la época moderna; discurso del que
parece quedar fuera la homosexualidad al menos hasta mediados
del siglo XIX.
- Ha sido mi propósito explicar cómo ciertos comportamientos
sexuales, en un determinado momento, se tornan problemas,
dando origen a análisis, constituyéndose en objetos de ciencia,
que piden explicación, inteligencia y categorización. La
historia social de los comportamientos sexuales o la psicología
histórica de las actitudes respecto de la homosexualidad
interesan menos que la historia de la problematización de
esos comportamientos. Hay dos períodos de apogeo en la
problematización de la homosexualidad como monosexualidad,
esto es, las relaciones entre varones adultos y entre adultos y
muchachos. El primero es el griego o helenístico que sucumbe
durante el Imperio Romano. Los últimos grandes testimonios
son el diálogo de Plutarco, la disertaciones de Máximo de Tiro
y el diálogo de Luciano...
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MICHEL FOUCAULT
Mi hipótesis es que dio tanto que hablar porque resultaba
un problema, no obstante tratarse de una práctica corriente.
En las sociedades europeas, la problematización fue más
institucional que verbal; desde el siglo XVIII, se van adoptando
una serie de disposiciones, persecuciones, condenas... en
relación con los que en ese momento no se denominaban aún
homosexuales sino sodomitas; proceso este de una gran
complejidad con –me atrevería a aventurar– tres fases.
Desde la Edad Media rige una ley contra la sodomía que
disponía la pena capital, cuya efectiva aplicación, deplorable
siempre, fue escasa. Habría que analizar el régimen, la
vigencia de la ley, el marco general en que era aplicada y las
razones por las que no se hacía efectiva sino en esos
supuestos. El segundo período viene representado por la
práctica policial respecto de la homosexualidad, patente en
Francia a mediados del siglo XVII, tiempo en que los
municipios tenían un poder efectivo, con sus propios cuerpos
policiales y en las que, a título de ejemplo, se registran
detenciones, relativamente numerosas, de homosexuales en
sitios como el parque de Luxembourg, Saint Germain des
Prés o el Palais Royal. Los arrestos se producen por docenas,
se toman las filiaciones, se detiene a determinadas personas
durante algunos días o se las libera sin más. Algunas son
encarceladas sin proceso; se va organizando un completo
sistema de trampas, de amenazas, con sus confidentes y
agentes; desde los siglos XVII y XVIII, se va delineando
todo un microcosmos. Los informes de la biblioteca de
l'Arsenal son harto elocuentes; se arresta a obreros,
sacerdotes, militares, elementos de la nobleza baja;
incardinado todo en el marco de una vigilancia y de una
organización de la prostitución juvenil femenina (queridas,
bailarinas, actrices), que se desarrolla plenamente en el siglo
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Entrevista con Michel Foucault
XVIII. Aunque creo que la vigilancia de la homosexualidad
comenzó con alguna anterioridad.
El tercer período, en fin, lo constituye sin duda la
estrepitosa introducción de la homosexualidad a mitad del
siglo XIX en el campo de la reflexión médica; introducción
que comienza inadvertidamente a lo largo del siglo XVII y a
principios del XIX.
En suma, un fenómeno social de grandes dimensiones, que
sobrepasa con creces una mera invención médica.
- ¿Cree, por ejemplo, que las investigaciones médicas de Hirschelf
a comienzos del siglo XX, han convertido a los homosexuales en
enfermos?
- Tales categorías han servido ciertamente para introducir
la homosexualidad en la patología, pero han constituido
igualmente categorías defensivas, en cuyo nombre reivindicar
derechos. La cuestión tiene plena vigencia hoy: entre la
afirmación «Soy homosexual» y la negativa a formularla, se
extiende una dialéctica extremadamente ambigua. Se trata de
una afirmación insoslayable (no en vano es la afirmación de
un derecho) pero al tiempo es un yugo, un lazo. Algún día, la
pregunta: «¿Es homosexual?» será tan natural como «¿Es
soltero?». Pero, después de todo, ¿por qué hay que tomarse el
trabajo de definirse? No debemos tanto encastillarnos en una
posición cuanto precisar la opción elegida según la ocasión.
- En una entrevista con la publicación Gai Pied4 afirmaba
que es necesario «obstinarse en llegar a ser homosexuales» y al
final habla de «relaciones variadas, polimorfas». ¿No advierte
cierta contradicción?
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MICHEL FOUCAULT
- Quería decir: «Es preciso obstinarse en ser «gay»»,
situarse en un plano en el que las opciones sexuales de cada
uno sean un hecho y desplieguen sus efectos en todos los
aspectos vitales. Deseaba expresar también que esas opciones
sexuales deberían ser al mismo tiempo inductoras de formas
de vida. Ser «gay» significa que tales opciones obren en nuestra
vida entera; un modo, igualmente, de rehusar las formas de vida
que nos son propuestas; hacer de la opción sexual el elemento
operativo de un cambio existencial. Hacerse preguntas del tipo:
«¿Cómo restringir las consecuencias de mi opción sexual de
modo que mi propia vida no cambie en nada?» sería negarse
como «gay».
Estaría por decir que debemos valernos de la sexualidad
para descubrir, inventar nuevos tipos de relaciones. Ser «gay»
es una tarea pendiente y, para contestar a su pregunta,
añadiría que hay que ser homosexual sin obstinarse en llegar
a ser «gay».
- ¿Por eso afirma que «la homosexualidad es menos una forma
de vida que un deseo por realizar»?
- Sí, esa es la piedra de toque de la cuestión. Preguntarse
por nuestra relación con la homosexualidad consiste más en
aspirar a una sociedad en la que esas relaciones puedan
verificarse que albergar simplemente el deseo de mantener
trato sexual con un individuo del mismo sexo, sin negar su
importancia.
1
Dover, K. J., Greek Homosexuality, London, Duckworth, 1978. (Hay edición española:
Homosexualidad griega, traducción de F. Martos y J. L. López, Barcelona, El Cobre
Ediciones/CERMI, 2008).
2
Faderman, L., Surpassing the Love of Men, New York, William Morrow, 1981.
3
Boswell, J., Christianity, Social Talerance and Homosexuality, Gay People in Western Europe from the Begining of the Christian Era to the Fourteenth Century, Chicago, The University of Chicago Press, 1980. (Hay edición española: Cristianismo, Tolerancia Social
y Homosexualidad, traducción de Marco Aurelio Galmarini, Barcelona, Muchnik Editores, 1993).
4
Vid. supra texto nº 1.
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EL TRIUNFO SOCIAL DEL PLACER SEXUAL
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- En nuestros días, se ha pasado de hablar vagamente de
liberación sexual a hablar de derechos de las mujeres, de derechos de
los homosexuales, de derechos de los «gays», pero es difícil precisar
qué se entiende por «derechos» y por «gays». La dificultad desaparece
en las naciones en las que la ley proscribe la homosexualidad, porque
todo está por hacer. En los países nórdicos, en los que la
homosexualidad no está prohibida, las perspectivas de los derechos
de los «gays» son distintas.
- A mi juicio, debemos plantearnos la lucha en favor de los
derechos de los homosexuales como un proceso cuya etapa
final no podemos anticipar por dos motivos: porque cualquier
derecho, desde el punto de vista de su eficacia, depende
más de actitudes y pautas de comportamiento que de
formulaciones legales. Aunque la misma ley la proscribiera,
puede persistir perfectamente algún grado de discriminación
contra los homosexuales. Debemos orientar la lucha a la
génesis de estilos de vida homosexual, de opciones vitales en
las que las relaciones con individuos del mismo sexo han de
tener una importancia capital. No basta solo con permitir, en
el ámbito de una forma de vida más genérica, la posibilidad
de trato carnal con personas del mismo sexo, ya como
compensación ya como plus. El amor físico con individuos del
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El triunfo social del placer sexual
mismo sexo puede comportar un conjunto de elecciones y
valores diferentes que no tienen aún una posibilidad efectiva.
La cuestión no es tanto integrar esta concreta y singular
práctica del amor físico con personas de igual sexo en los
órdenes culturales preexistentes, cuanto delinear nuevas
formas culturales.
- No obstante, la definición de nuevas formas de vida puede
encontrar escollos en la vida cotidiana.
- Sin duda, pero ahí se imponen los aspectos creativos.
Admito que, con base en el respeto a los derechos
individuales, se deje actuar a los demás según sus deseos,
pero respecto de la creación de nuevas formas de vida los
derechos de la persona no son de aplicación. De hecho,
hemos de desenvolvernos en ámbitos jurídicos, sociales e
institucionales con escasísimas posibilidades de relación,
sumamente esquemáticas y ruines. Tenemos, claro está, las
relaciones maritales y las familiares, pero, cosa que para
nuestra desgracia no sucede, cuantísimas otras podrían surgir,
tomar forma a través de cauces distintos de los instituidos.
- La cuestión fundamental estriba en los cauces, ya que las
relaciones existen o, por lo menos, pugnan por existir. La dificultad
procede de que ciertas cuestiones se resuelven no en la esfera
legislativa, sino en la del poder ejecutivo. En Holanda, las reformas
legales tienden a recortar las facultades de las familias y aumentar,
en el plano de las relaciones, las de las personas a título individual.
Baste citar la equiparación en materia sucesoria entre cónyuges y
entre parejas de hecho del mismo sexo.
- Es un ejemplo interesante, pero no deja de ser un primer
paso. Poco avanzaríamos si se pidiese a la gente que, para que
sea reconocida su relación personal, deba reproducir la
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MICHEL FOUCAULT
relación marital. Por obra de las instituciones, nuestra esfera
de relaciones es exigua. Tanto la sociedad como las
instituciones que la sostienen han limitado la posibilidad de
relaciones, ya que un sistema profuso de relaciones dificultaría
su gobierno. Nuestra lucha debe dirigirse contra la miseria
de relaciones. Hemos de tender al reconocimiento de
relaciones de convivencia provisional, adoptivas...
- ¿De niños?
- Y hasta de adultos. ¿Por qué no podría adoptar yo a un
amigo diez años menor o mayor? Más que la reivindicación
de derechos fundamentales o naturales, hay que tratar de
delinear y erigir un derecho de las relaciones personales
que permita que cualquier modalidad posible de relación
pueda verificarse y desarrollarse sin obstáculos, trabas e
impedimentos que nazcan de la miseria institucional en lo que
hace a relaciones.
- Para ser más concreto, ¿no sería preferible la extensión de las
ventajas jurídicas, económicas y sociales de las que se benefician los
matrimonios a los demás tipos de relaciones, hecho que en el orden
práctico tendría importantes consecuencias?
- Sin duda, pero no se me oculta que se trata de una
cuestión bastante ardua, aunque de sumo interés. En estos
momentos, toda mi atención está puesta en el mundo antiguo,
griego y romano, anterior al Cristianismo. En dicho mundo,
las relaciones amistosas, por ejemplo, tenían una
función destacada, pero existía un marco institucional
flexible, coercitivo en ocasiones, con sus correspondientes
obligaciones, deberes y servidumbres recíprocos, sin contar
las jerarquías entre amigos. No es que proponga que
adoptemos ese modelo, no, pero constituía un modelo de
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El triunfo social del placer sexual
relaciones flexible, regulado en alguna medida, no obstante,
que perduró en el tiempo y que proporcionó el cauce para el
desarrollo de un conjunto de relaciones estables y con entidad
propia cuyo verdadero sentido se nos escapa. Leyendo
cualquier testimonio amical de esa época, se nos suscita
siempre la cuestión de la esencia de esas relaciones: ¿amor
físico, comunidad de vida? Ni una cosa ni otra o ambas.
- El problema estriba en que, en Occidente, toda la legislación
se asienta única y exclusivamente en el ciudadano o en el individuo.
¿Cómo puede conciliarse la voluntad de ver homologadas relaciones
extrajurídicas con un sistema legal que proclama la igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley? Quedan otras cuestiones pendientes,
como la del estatuto del soltero.
- Ni que decir tiene. Las relaciones del soltero con los
demás son completamente distintas de las relaciones
maritales. La creencia de que el soltero es un cónyuge
fracasado o desdeñado lleva a decir que su soledad es aflictiva.
- O una persona cuya decencia está en entredicho.
- En todo caso, alguien que no ha conseguido casarse,
cuando verdaderamente la soledad aflictiva del soltero es
producto de la indigencia en punto a relaciones de nuestra
sociedad, cuyas instituciones debilitan y reducen el número
de relaciones posibles con los demás y que muy bien podrían
ser intensas y fecundas, pese a su provisionalidad y siempre
que no adopten la forma del matrimonio.
- En cierto modo, estas cuestiones indican que el futuro del
movimiento homosexual no está completamente en manos de los
homosexuales. Resulta chocante comprobar cómo en Holanda la
cuestión de los derechos de los homosexuales interesa a otras personas;
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MICHEL FOUCAULT
algunos individuos desean conducir su vida y trabar relaciones
siguiendo la pauta de los homosexuales.
- Por supuesto, y me parece que ese factor podría desempeñar
una función sumamente relevante que personalmente cautiva
mi atención. La cuestión de la cultura homoerótica (que
sobrepasa con creces la literatura escrita por pederastas sobre
la pederastia) no es en sí misma muy interesante, salvo que se
trate de una cultura en sentido amplio, una cultura que
estimule nuevos tipos de relaciones, formas vitales, clases de
valores, flujos realmente nuevos, que no reproduzcan ni sean
un trasunto de las formas culturales ordinarias. La cultura
homoerótica no puede consistir únicamente en la elección de
homosexuales por homosexuales. En ese caso, se vería
condenada a repetir en alguna medida las relaciones propias
de los heterosexuales. Hay que plantar cara a ideas,
mantenidas hasta ayer mismo, como esta: «Hemos de tratar
de inscribir las relaciones homosexuales en el sistema
ordinario de las relaciones sociales», replicando: «De ningún
modo; hay que apartarlas, en la medida de lo posible, de las
relaciones imperantes en la sociedad y procurar definir, en esa
tierra de nadie en que quedamos, nuevas posibilidades de
relaciones.» Los no homosexuales podrían valerse de este
nuevo orden de relaciones para enriquecer su vida y alterar
su propio esquema interpersonal.
- El mismo término «gay» puede conjurar los efectos que
comporta la palabra «homosexualidad».
- Me parece que los «gays», al eludir la categorización
«homosexualidad-heterosexualidad», dan un paso en la buena
dirección; tratando de establecer una cultura que tiene por
base una experiencia sexual y un tipo singular de relaciones,
plantear de modo distinto las cuestiones que les son propias.
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El triunfo social del placer sexual
Arrebatar el placer de la relación sexual del orden normativo
de la sexualidad y de sus categorías, erigir asimismo el placer
en el cimiento de una nueva cultura, no deja de ser, a mi juicio,
un enfoque acertado.
- Lo que, en la actualidad, representa un elemento de interés
para todos.
- En nuestros días, las cuestiones esenciales no se definen
en función de la represión, lo que en absoluto significa que no
sigan existiendo aún muchas personas oprimidas y todavía
menos que esa situación carezca de importancia y resulte
completamente inaceptable. No es mi intención dar a entender
eso, sino decir que nuestra acción innovadora no debe
centrarse en la lucha contra la represión.
- La expansión de lo que se conoce como «ambiente» –bares,
restaurantes, saunas– ha supuesto quizá un hecho de la misma
importancia y grado de innovación que la lucha contra la legislación
discriminatoria. Aunque algunos podrían replicar, y con razón, que
lo primero es consecuencia de lo segundo.
- Sí, pero hacer la palinodia de estos diez o quince últimos
años, como si de un traspié se tratara, del que ahora nos
recuperamos, sería tristísimo. Se ha realizado una labor
ingente para cambiar pautas de conducta, para la que ha
habido que hacer acopio de una gran valentía, pero nuestros
modelos de comportamiento y nuestros problemas deben ser
múltiples.
- El proceso de apertura generalizada de locales de ambiente
constituye una prueba de los cambios en la forma de vivir la
homosexualidad, una vez desaparecidos los aspectos dramáticos
propios de tiempos pasados.
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MICHEL FOUCAULT
- Sin duda, pero, por otra parte, creo que también obedece
a la atenuación del sentimiento de culpa parejo a la separación
radical de la vida de varones y mujeres, esto es, la «relación
monosexual». El estigma universal de la homosexualidad ha
ido acompañado siempre de la desvalorización implícita de la
relación monosexual, que solo se vio estimulada en sitios como
las prisiones y los cuarteles. Resulta curioso comprobar cómo
la monosexualidad incomoda a los mismos homosexuales.
- ¿A qué se debe?
- Durante algún tiempo, no pocos sostuvieron que empezar
a practicar la homosexualidad ayudaría a mejora definitivamente
las relaciones con las mujeres.
- Lo que no deja de ser una quimera.
- Esa creencia es la traducción de cierta dificultad para
entender que son perfectamente compatibles, si realmente se
desea, una relación monosexual satisfactoria y unas relaciones
plenas con las mujeres. La proscripción de la monosexualidad
está a punto de desaparecer y muchas mujeres, por su lado,
no hacen más que afirmar su voluntad y su derecho de
hacerla efectiva, hecho que no debe suscitar nuestra
aprensión, aunque evoque en nosotros imágenes de
internados, seminarios, cuarteles o prisiones. Monosexualidad
y fecundidad no están reñidas.
- En la década de los setenta la exaltación como modelo de la
fusión sexual concitó la hostilidad contra grupos monosexuales como
los formados en escuelas o en clubes privados.
- Estamos en nuestro perfecto derecho de reprobar esa
monosexualidad institucional y mezquina, pero me parece
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El triunfo social del placer sexual
utópica la promesa de que una vez derogada la condena de la
homosexualidad desearemos acto seguido a las mujeres;
utopía indeseable porque nos promete la amistad de las
mujeres, que personalmente defiendo, a costa de la relación
monosexual. Indicios de esa reprobación de las relaciones
monosexuales se advierten en las reacciones adversas que
suscitan en algunos conciudadanos míos ciertas pautas de
conducta que se dan en los Estados Unidos. No es extraño oír
preguntas como: «¿De veras le agrada el tipo «macho»? Grupos
de varones bigotudos, con cazadores de cuero y botas: ¿qué
imagen de hombre es esa?». En diez años, nos moverán a risa,
pero, a mi juicio, el hecho de reafirmar su masculinidad supone
una revolarización de la monosexualidad, como si dijeran: «Por
supuesto, compartimos nuestro tiempo, gastamos bigotes y nos
besamos», sin que ninguna de los dos tenga que adoptar el papel
de efebo o de mozalbete afeminado, delicado.
- Entonces, la furibunda censura de este nuevo tipo de
homosexuales no es más que un intento de culpabilización, cuyo
arsenal son los sempiternos lugares comunes contra los homosexuales.
- Es, a todas luces, algo completamente nuevo, desconocido
en las sociedades occidentales. La misma Grecia no admitía
el amor entre adultos. Hay, es verdad, menciones de amor
entre muchachos, en edad militar, pero no de amor entre
varones adultos.
- ¿No tiene, pues antecedentes?
- Una cosa es la tolerancia de la relación carnal y otra muy
distinta el reconocimiento por los propios individuos de tal tipo
de relación, la consideración de su importancia, definiéndola y
practicándola, con el propósito de crear nuevas formas de vida.
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MICHEL FOUCAULT
- ¿Por qué el concepto de derecho de las relaciones personales,
que tiene su origen en los derechos de los homosexuales, ha surgido
en los países anglosajones?
- Las causas son múltiples, pero ante todo se debe al tipo
de legislación que en materia sexual rige en los países latinos.
En primer lugar, el peso de la herencia griega, que solo
admitía el amor entre varones si se ajustaba a la forma de la
pederastia clásica. Otro hecho relevante, que no podemos
descuidar, es que, en esos países, protestantes en su mayoría,
los derechos grupales, por razones de índole religiosa, han
tenido un mayor desarrollo. Deseo agregar no obstante que
los derechos de base relacional no se confunden con los
derechos de base grupal, cuya expansión se produjo en el siglo
XIX. El derecho de base relacional supone el reconocimiento,
en el plano institucional, de relaciones individuales que no
comportan necesariamente la aparición de un grupo definido.
Como se ve, es algo completamente distinto; su objeto es la
homologación social de la relación entre dos individuos y la
extensión a la misma de los beneficios concedidos a las únicas
relaciones –irreprochables, por lo demás– reconocidas hasta
ahora; las maritales y las de parentesco.
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DE LAS CARICIAS MASCULINAS COMO UN ARTE
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En sus noches en vela, es fácil oír los lamentos a coro de
los editores: traducir es imposible, es pesado, es caro, lleva a
la ruina. Sé de quienes andan a vueltas, desde hace más de un
decenio, con proyectos de traducción que no han tenido el
atrevimiento de rehusar ni el valor de concluir. He aquí no
obstante un editor «menor» que acaba de publicar en francés,
magníficamente, por cierto, el Dover1, un clásico, a pesar de su
aparición reciente. La Pensée Sauvage, de Grenoble, con Alain
Geofroy y Suzanne Said (excelente traductora) se han
aplicado a satisfacción a esta labor. Hecho que debería hacer
meditar sobre el porvenir de la edición «erudita».
La obra de Dover tendrá aquí igual éxito que en Inglaterra
o Estados Unidos. Miel sobre hojuelas. Por de pronto, ofrece
a raudales los goces de la erudición que son, en más de una
ocasión, imprevisibles. En la obra se turnan una elevada
alacridad intelectual y un profuso y sostenido encanto: ácido
amoralismo, propio del ingenio y la erudición oxonienses, sutil
meticulosidad para recuperar, a través de textos inciertos y
algunos restos arqueológicos, la viveza de una mano entre dos
muslos o la dulzura de un besuqueo de hace dos mil
quinientos años. La novedad de la obra estriba sobre todo en
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De las caricias masculinas como un arte
el acopio de documentación y en su disposición. Conjuga con
rigor extremo los textos y los datos iconográficos. Se trata
más de lo que los griegos de la época clásica hicieron
efectivamente que de lo que dejaron dicho. Las pinturas de los
vasos son harto más reveladoras que los textos que se han
conservado, fingidos las más de las veces. Por el contrario,
muchas de las escenas reflejadas permanecerían mudas, y así
ha ocurrido hasta hoy, si no nos valiésemos del texto que
expresa su sentido amoroso. ¿Un joven regala una liebre a un
muchacho? Presente amoroso. ¿Le acaricia la barbilla?
Proposición. El meollo del análisis de Dover reside ahí:
retomar el sentido de esos gestos lúbricos y de placer, que
consideramos universales (nada más común, a la postre, que
la mímica amorosa) y que examinados en su especificidad
histórica poseen una significación harto singular.
Dover exhibe ciertamente un universo conceptual abrumador.
No faltarán, de seguro, espíritus persuadidos de que la
homosexualidad ha existido siempre: Cambacéres, el duque de
Crequi, Miguel Ángel o Timarco lo prueban. A tamaños
cándidos, da Dover una auténtica lección de nominalismo
histórico. Una cosa es el trato entre individuos del mismo sexo
y, otra muy distinta, amar a sujetos del mismo sexo que uno,
procurarse mutuamente placeres, lo cual constituye
enteramente una experiencia, con sus elementos y valores, una
forma de ser y una conciencia de sí propio.
Experiencia esta compleja, varia, cambiante. Habría que
acometer una historia de «lo otro del mismo sexo» como
objeto de placer, justamente lo que hace Dover respecto de la
Grecia antigua. Muchacho libre en Atenas, en Roma debía ser
más bien esclavo; al principio, su mérito radicaba en su vigor,
en sus formas ya definidas; posteriormente, en su galanura,
en su mocedad, en la lozanía de su cuerpo. Para obrar
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MICHEL FOUCAULT
decentemente, debe resistirse, no darse a cualquiera, no
entregarse al primero que se presente, pero, eso sí, nunca «de
balde» (sin olvidar no obstante que el dinero envilecía la relación
y una desmedida avidez la tornaba dudosa). Por su parte, el
pederasta hallaba también compensaciones: compañeros de
juventud y armas, dechado de virtud ciudadana, delicado jinete,
espejo de prudencia. En ningún caso, este trato o este placer
representaba para los griegos lo que la homosexualidad
representa para todos nosotros.
Dover, sin duda, mueve a risa a los que sostienen que la
homosexualidad en Grecia no conocía trabas. Este tipo de
historia no se compadece con los términos simples de
interdicción y tolerancia como si la pertinacia del deseo, de
un lado, y la prohibición que lo reprime, de otro, estuviesen
en la naturaleza de las cosas. De hecho, las relaciones
amorosas y carnales entre individuos de sexo masculino
estaban reguladas conforme a normas exactas y rigurosas.
Pesaban, huelga decirlo, los deberes de la seducción y del
cortejo. Existía toda una jerarquía desde el amor «decente»,
que honraba a los copartícipes, hasta el amor mercenario,
pasando por los múltiples grados de la flaqueza, la
complacencia y la infidelidad. El amor adulto muchacho era
encarecido y se reprobaban las relaciones carnales entre
hombres hechos y derechos. Y se daba, sobre todo (auténtica
piedra de toque de la ética griega), la absoluta división entre
actividad y pasividad. Solo la actividad era objeto de
consideración; la pasividad, propia, por naturaleza y
condición, de mujeres y esclavos, era deshonrosa para el
varón. A lo largo del trabajo de Dover, podemos apreciar
cómo se va delineando la diferencia fundamental entre la
experiencia griega de la sexualidad y la nuestra. Para
nosotros, la diferencia esencial estriba en la preferencia de
objeto (hetero u homosexual); para los griegos, la línea moral
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De las caricias masculinas como un arte
quedaba trazada por la posición del individuo (agente o
paciente). Las opciones de pareja (muchachos, mujeres, esclavos),
en relación con ese elemento constitutivo de una ética
fundamentalmente masculina, eran de segundo orden.
En las páginas finales de su obra, Dover deja ver un punto
capital que ilustra retrospectivamente y por entero su análisis.
Para los griegos, y esto no vale solo para la época clásica, la
regulación del comportamiento sexual no adoptaba la forma
de código. Los actos permitidos o vedados no eran objeto de
prescripción por ninguna ley civil, religiosa o «natural», por
lo que la ética sexual era rigurosa, compleja y profusa, pero,
sí, cómo puede ser una techne, un arte de vivir entendido como
cultivo de sí mismo y de su propia existencia.
Dover muestra clara y detalladamente que el amor de los
muchachos constituía una forma de experiencia. En la
mayoría de las ocasiones, no excluía el trato con mujeres y
en ese sentido no era la expresión de una estructura afectiva
determinada ni un modo de vida singular; pero era mucho
más que una posibilidad entre otras de placer: entrañaba
comportamientos, formas de ser, determinadas relaciones con
los demás, el reconocimiento de todo un conjunto de valores.
Consistía en una opción, ni única ni irrevocable, pero cayos
principios, normas y efectos informaban todos los aspectos de
la vida.
La obra de Dover, y esa es su enseñanza, trata menos del
período áureo en el que el deseo saboreó las mieles de la
bisexualidad que de la historia propia de una opción sexual
que, en el seno de una determinada sociedad, constituyó una
forma de vida, una cultura y un arte de sí propio.
1
Dover, K. J., Homosexualité Grecque, traducción de S. Said, Grenoble, La Pensée Sauvage, 1982 (Greek Homosexaulity, London, Duckworth, 1978).
52
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OPCIÓN SEXUAL Y ACTOS SEXUALES
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- De entrada, desearía conocer su opinión sobre la reciente obra de
John Boswell1 acerca de la historia de la homosexualidad desde los
inicios del Cristianismo hasta las postrimerías de la Edad Media.
¿Como historiador, aprueba su metodología?¿Hasta qué punto las
conclusiones de Boswell redudan en una mayor inteligencia de la
homosexualidad en nuestros días?
- Se trata, a no dudar, de un estudio de suma importancia, cuya
originalidad queda ya de manifiesto en el mismo planteamiento
de la cuestión. Respecto de la metodología, su impugnación de las
categorías opuestas de homosexualidad y heterosexualidad, que
tanta incidencia tienen en el modo en que nuestra sociedad
concibe la homosexualidad, constituye un avance, tanto en el
ámbito del saber como en el de la crítica de la cultura. La
introducción del concepto «gay» (tal como lo entiende Boswell)
nos proporciona un valioso instrumento de investigación,
contribuyendo al tiempo a una inteligencia más cabal de la noción
que los individuos tienen de sí mismos y de su comportamiento
sexual. En cuanto a los resultados, esa metodología ha sido
determinante en el descubrimiento de que lo que conocemos como
homosexualidad no tiene su origen en el Cristianismo
propiamente dicho, sino en una época bastante posterior de la Era
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Opción sexual y actos sexuales
Cristiana. El comportamiento sexual no consiste –mero lugar
común– en la superposición, por una parte, de deseos nacidos
de los instintos naturales y, por otra, de normas permisivas o
restrictivas que señalan las conductas lícitas y las prohibidas.
El comportamiento sexual es bastante más, es asimismo la
conciencia y la experiencia de esos actos y el valor que se les
concede. Esta noción del concepto «gay» coadyuba a una
valoración positiva y no simplemente negativa de un tipo de
conciencia en la que el afecto, el amor y el trato carnal
representan valores.
- Sus últimos trabajos, si no ando equivocado, le han llevado a
analizar la sexualidad en la Grecia antigua.
- Sí y justamente el libro de Boswell me ha dado la pauta
respecto de cómo determinar el valor que los individuos
otorgan a su comportamiento sexual.
- La relevancia que concede al contexto cultural y al discurso de
los propios sujetos sobre su comportamiento sexual, ¿obedece a una
resolución metodológica de superar la disyunción entre inclinación
innata o el condicionamiento social de la homosexualidad? ¿O tiene
formada alguna otra opinión?
- No tengo nada que decir al respecto. No comment.
- ¿Considera que se trata de una pregunta para la que no hay
respuesta, que es capciosa o que carece, lisa y llanamente, de interés?
- No, en absoluto; lo que pasa es que me niego a hablar de
cosas sobre las que no tengo ninguna autoridad. La cuestión
no me atañe y me desagrada hablar de asuntos que nada
tienen que ver con mi labor. Tengo, claro, una opinión
personal que, como tal, carece de interés.
56
empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 57
MICHEL FOUCAULT
- ¿Las opiniones personales pueden tener interés, no?
- Desde luego y nada me costaría dársela, pero eso solo
sería legítimo si se recabase la de todos. Lo último que haría
es servirme de una tribuna como la que supone una entrevista
para lanzar opiniones.
- De acuerdo. Cambiemos de asunto. ¿Considera acertado hablar
de conciencia de clase respecto de los homosexuales? ¿Hay que
estimular entre los homosexuales, como se hace en algunos países en
relación con negros y obreros, una conciencia de clase? ¿Cuáles son,
a su juicio, los objetivos políticos que deben marcarse, como grupo,
los homosexuales?
- Contestando a su primera pregunta, no hay duda de que
la conciencia homosexual sobrepasa la experiencia individual
y abarca la conciencia de formar parte de un grupo social
determinado. Se trata de un hecho innegable presente desde la
antigüedad. Por supuesto, esta manifestación de la conciencia
colectiva cambia según la época y el lugar. A título de ejemplo,
ha adoptado la forma de afiliación a una logia, la de individuo
de un linaje execrable y la de miembro de una minoría, a
un tiempo, honorable y proscrita; la conciencia colectiva
homosexual ha experimentado numerosas transformaciones,
tantas como la conciencia, antes aludida, de los obreros. Es
verdad que algunos homosexuales, desde no hace mucho, han
intentado, siguiendo pautas políticas, estimular una conciencia
de clase, aunque, a mi juicio, han fracasado, con independencia
de las consecuencias políticas que se hayan seguido, por la
sencilla razón de que los homosexuales no constituyen una
clase. Nada impide, no obstante, que podamos figurarnos una
sociedad en la que los homosexuales fueran una clase social,
aunque en la actual forma de organización económica y social,
no es pensable que se verifique tal fenómeno.
57
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Opción sexual y actos sexuales
En lo que se refiere a los objetivos políticos del movimiento
homosexual, debemos reparar en dos puntos. De entrada, hay
que considerar la cuestión de la libertad de opción sexual.
Libertad de opción sexual, digo bien, y no libertad de actos
sexuales, porque determinadas prácticas sexuales, como la
violación, deben estar prohibidas, ya sea entre hombre y mujer
o entre dos hombres. No creo que debamos aspirar a una total
e irrestricta libertad de prácticas sexuales. Ahora bien, respecto
de la libertad de opción sexual, hay que ser absolutamente
intransigentes. Esa libertad comprende la libertad de expresión
de esa opción, es decir, la de ponerla o no ponerla de manifiesto.
Sin duda, en la esfera jurídica se han producido considerables
progresos y la tolerancia es mayor, pero aún queda mucha tarea
por delante.
En segundo término, un movimiento homosexual puede
fijarse el objetivo de plantear la cuestión del concepto en que
el sujeto tiene, en un determinada sociedad, la opción y el
comportamiento sexuales y las consecuencias de las relaciones
sexuales interindividuales. Se trata de cuestiones poco claras.
Basta fijarse en la confusa y ambigua situación de la
pornografía o en la oscuridad que rodea la cuestión del
estatuto jurídico de la relación entre dos individuos del mismo
sexo. No es mi intención decir con lo anterior que sea deseable
la regulación jurídica de la uniones homosexuales, no; sino
que tenemos planteadas una serie de cuestiones que hacen
referencia a la integración y al reconocimiento (en un orden
jurídico y social) de distintas relaciones interpersonales, que
no podemos eludir.
- Me parece entender, pues, que a su juicio el movimiento
homosexual debe aspirar no tanto a alcanzar un mayor margen de
tolerancia legal como a suscitar cuestiones de mayor calado y
profundidad respecto de las virtualidades estratégicas que presentan
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 59
MICHEL FOUCAULT
las preferencias sexuales y de la idea que la sociedad se hace de ellas.
¿Considera que el movimiento homosexual no debe limitarse a
reclamar leyes liberalizadoras respecto de la opción sexual personal
sino que debe inducir a la sociedad en su conjunto a replantearse sus
propios principios sobre la sexualidad? En otras palabras, no se trata
tanto de que los homosexuales sean individuos anormales cuyas
preferencias hay que tolerar, sino de impugnar el sistema conceptual
que los califica como anormales. Cuestión que arrojaría nueva luz
sobre el asunto de los profesores homosexuales. Por ejemplo, en la
polémica que se desató en California en torno al derecho de los
homosexuales a ejercer la docencia en escuelas e institutos, los que
discutían ese derecho aducían tanto el riesgo para la inocencia, por
cuanto los alumnos podían ser corrompidos, como la ocasión que se
brindaba para el proselitismo homosexual.
- Como Usted mismo puede comprobar, la cuestión está
mal planteada de principio a fin. La opción sexual de una
persona no debe determinar de ningún modo la profesión que
esta puede o no puede ejercer. Las prácticas sexuales son
absolutamente irrelevantes en relación con los criterios por
los que se establece la idoneidad para ejercer una profesión.
«Bien, me replicará Usted, ¿pero y si sirven de la misma para
inducir a otros a la homosexualidad?».
Le responde con otra pregunta. ¿No cree Usted que los
profesores que durante años, decenios y siglos han enseñado
a los niños que la homosexualidad era una abominación y los
manuales que han mutilado la literatura y falseado la historia
para omitir distintas clases de comportamiento sexual, no han
causado, por lo menos, perjuicios equiparables a los de un
profesor homosexual que habla de homosexualidad, al que
únicamente se le puede reprochar que hable de un hecho real,
de una experiencia personal?
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Opción sexual y actos sexuales
La circunstancia de que un profesor sea homosexual solo
puede resultar traumática o lesiva para los alumnos hasta
tanto el resto de la sociedad se siga resistiendo a admitir la
existencia de la homosexualidad. A priori, no hay razón para
que un profesor homosexual plantee mayores problemas que
un profesor calvo, que un profesor en un colegio de niñas o
que una profesora en un colegio masculino o que un profesor
árabe en un centro educativo del distrito XVI de París.
Respecto de la cuestión de la corrupción, lo único que
puedo señalar es que ese problema puede presentarse en
cualquier ámbito educativo; y que los ejemplos de ese tipo de
conducta abundan más entre los profesores heterosexuales
por la sencilla razón de que son muchos más.
- Puede apreciarse una tendencia cada vez más acusada entre
los círculos intelectuales americanos, en particular, entre las
feministas radicales, a diferenciar entre la homosexualidad
masculina y la femenina, en atención a dos consideraciones. La
primera es que si el término homosexualidad se emplea para señalar
no simplemente una inclinación a trabar relaciones afectivas con
individuos del mismo sexo, sino también a la atracción y a la
satisfacción erótica con esas mismas personas, no dejan de advertirse
considerables diferencias entre los dos tipos de trato sexual. La
segunda es que la mayoría de las lesbianas esperan de las otras
mujeres los mismos elementos que se dan en las relaciones
heterosexuales estables, a saber; auxilio mutuo, afecto, permanencia,
etc. El hecho de que entre los varones homosexuales no ocurra otro
tanto, prueba que la diferencia no es solo de grado sino también de
calidad. ¿Encuentra esta diferenciación útil y razonable? ¿Tienen
base real esas diferencias que tan insistentemente resaltan las
feministas radicales más influyentes?
- No puedo aguantar la risa.
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 61
MICHEL FOUCAULT
- ¿Le parece graciosa mi pregunta o estúpida o ambas cosas? Yo
no le veo la gracia.
- No, no es estúpida, pero me resulta muy graciosa por
motivos que no sabría precisar, aunque quisiera. Esa distinción,
a mi entender, no se sostiene, habida cuenta la conducta de las
lesbianas. Aparte, habría que considerar el distinto grado de
compulsión que se ejerce sobre los varones y las mujeres que
se reconocen como homosexuales o que tratan de vivir como
tales. No creo tampoco que las feministas radicales de otras
naciones compartan los mismos criterios que atribuye a las
intelectuales americanas.
- Freud, en su Sobre la psicogénesis de un caso de
homosexualidad femenina2 afirma que todos los homosexuales
tienden a la mentira. Sin tomar al pie de la letra esa afirmación,
pareciera que la homosexualidad comporta una inclinación al
encubrimiento que pudo haber inducido a Freud a expresarse así. Si
en lagar de «mentira» decimos «metáfora» o «alusión», ¿no
delimitaríamos con mayor precisión la esencia de la homosexualidad?
¿Es acertado hablar de una forma de ser o de una sensibilidad
homosexuales? Richard Sennet, por su parte, sostiene que no existe
una forma de ser homosexual como tampoco una heterosexual
¿Participa Usted de esa opinión?
- No creo, en efecto, que sea muy acertado hablar de
una forma de ser homosexual. Por lo demás, el término
homosexualidad, incluso desde un punto de vista naturalístico,
carece de un significado preciso. Justamente en estos
momentos estoy leyendo una obra sumamente interesante
aparecida no hace mucho en los Estados Unidos de América,
titulada Proust and the Art of Loving3. El autor se las ve y se
las desea para atribuir un sentido a la aseveración «Proust era
un homosexual». A mi entender, se trata de una categoría, en
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 62
Opción sexual y actos sexuales
última instancia, inapropiada. E inapropiada por partida doble:
porque no nos sirve para clasificar los comportamientos y
porque no puede dar cuenta cabal de esa concreta clase de
experiencia. Como mucho, puede decirse que existe una
«forma de ser gay» o, cuando menos, que se está llevando a
afecto un intento progresivo de delinear una determinada
forma de ser, una forma de vida o un arte de vivir al que
podríamos denominar «gay».
En cuanto a su pregunta sobre el encubrimiento, es verdad
que en el siglo XIX, por ejemplo, resultaba forzoso ocultar la
homosexualidad. Pero motejar de falsos a los homosexuales
sería tanto como motejar de falsarios a los combatientes de la
resistencia contra una ocupación militar o de «prestamistas»
a los judíos en una época en que tenían terminantemente
prohibido ejercer cualquier otro oficio.
- Parece evidente, no obstante, siquiera en el plano sociológico,
que la forma de ser «gay» presenta ciertas peculiaridades,
determinadas notas comunes –que pese a su carcajada de hace poco
evocan estereotipos como promiscuidad, ocasionalidad, trato
meramente físico, etc.
- Sí, pero las cosas no son en absoluto tan sencillas. En
una sociedad como esta en la que la homosexualidad está
reprimida y férreamente reprimida el grado de libertad de
los varones es mucho mayor que el de las mujeres; pueden
practicar el sexo con mayor frecuencia y sin tantas trabas.
Cuentan con prostíbulos para saciar sus apetitos sexuales,
hecho que, por paradójico que parezca, ha dado lugar a cierta
permisividad en relación con las prácticas sexuales entre
varones. Existe la creencia general de que su deseo sexual es
más apremiante y que, por consiguiente, sus necesidades son
mayores; junto a los prostíbulos, van apareciendo casas de
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MICHEL FOUCAULT
baños, lugares de encuentro masculino y espacio propicio para
el amor físico. Las termas romanas consistían juntamente en
eso, en un espacio concebido para que los heterosexuales
pudieran tener trato sexual entre sí. Hasta el siglo XVI, según
creo, no se clausuraron esas casas, con la excusa de que se
llevaba a cabo en ellas un libertinaje sexual intolerable. De
este modo, la homosexualidad se vio favorecida por una cierta
tolerancia respecto de las prácticas sexuales, a condición de
que se limitasen a simple trato carnal. Y no solamente la
homosexualidad se vio favorecida por ese estado de cosas, sino
que merced a un curioso efecto de rechazo (frecuente en este
tipo de estrategias), ha llegado a producir una inversión
normativa tal que los homosexuales, en sus relaciones físicas,
vienen gozando de una libertad mucho mayor que la de los
heterosexuales. A consecuencia de lo cual, actualmente los
homosexuales comprueban con satisfacción que en ciertas
naciones (Holanda, Dinamarca, Estados Unidos y hasta en un
país tan provinciano como Francia) las posibilidades de
relaciones sexuales son inmensas. El consumo, valga la
expresión, se ha disparado, lo que no significa que se trate de
un elemento intrínseco de la homosexualidad, de un hecho
biológico.
- El sociólogo norteamericano Philip Rieff, en su ensayo sobre
Oscar Wilde The Imposible Culture4 advierte en Wilde al
precursor de la cultura moderna. Se inicia el ensayo con unas citas
extensas de los autos del proceso contra Oscar Wilde, pasando
seguidamente a plantear diversas cuestiones sobre la posibilidad de
una cultura sin prohibiciones de ningún tipo y, por tanto, sin
necesidad de transgresiones. Desearía conocer, si no tiene
inconveniente, su opinión sobre los siguientes fragmentos. «Una
cultura solamente puede sobrevivir a la amenaza de una posible
alternativa total si sus miembros todos, en virtud de su propia
pertenencia, saben restringir la pluralidad de ofertas que reciben.»
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Opción sexual y actos sexuales
«A medida que la cultura se interioriza y se torna individualidad,
se resiente la personalidad, el elemento más valioso para Wilde. Una
cultura en crisis estimula el desbordamiento de la personalidad; la
interiorización impide completamente cualquier manifestación
superficial. En una hipotética crisis cultural total, todo podría
expresarse y la verdad no tendría medida». «En el plano sociológico,
resulta verdad todo lo que milita contra la capacidad humana para
hacer de todo objeto de expresión. La represión existe.» ¿Secunda de
algún modo las opiniones de Reiff sobre Wilde y el concepto de cultura
que representaba?
- No creo haber entendido las apreciaciones del profesor
Rieff. ¿Qué significa, por ejemplo, que la represión existe?
- En realidad, me parece que esa idea está emparentada con la
observación contenida en su obra de que la verdad es el producto de
un sistema de exclusiones, de una «malla», de una «urdimbre» o
episteme que autoriza lo que se puede y lo que no se puede decir.
- A mi juicio, sin embargo, lo verdaderamente importante
no es tanto saber si es posible o, cuando menos, deseable una
cultura sin restricciones cuanto que el sistema de restricciones
en cuyo ámbito se desenvuelve la sociedad permita a los
individuos la posibilidad de transformarlo. Siempre habrá,
huelga decirlo, personas que considerarán intolerable cualquier
clase de restricción. El necrófilo encuentra intolerable
la prohibición de violar sepulturas. Pero un sistema de
restricciones se torna realmente intolerable desde el momento
en que los individuos concernidos no disponen de los medios
para transformarlo. Hecho que se produce cuando el sistema se
convierte en intangible ya porque sea considerado como un
imperativo moral o religioso o como consecuencia necesaria de
la ciencia médica. Si lo que Rieff quiere decir es que las
restricciones han de ser claras y precisas, soy de la misma
opinión.
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MICHEL FOUCAULT
- En realidad, Rieff vendría a sostener que una auténtica cultura
es aquella en la que las verdades fundamentales se han interiorizado
hasta tal punto en todos y cada uno de sus miembros que resulta ocioso
formularlas. Es evidente que en una sociedad sometida a la Ley, las
prohibiciones han de ser expresas, pero en la que nos es preciso
formalizar la mayoría de las convicciones básicas. En cierta medida,
la obra de Rieff tiende a refutar la idea de que es deseable derogar la
convicciones básicas en aras a una libertad perfecta y que las
restricciones son, por principio, un elemento que entre todos debemos
suprimir.
- Es indudable que una sociedad sin restricciones es
inconcebible, pero a riesgo de resultar reiterativo vuelvo a
decirle que tales restricciones han de estar al alcance de los
que las soportan, de modo que cuenten cuando menos con la
posibilidad de modificarlas. En punto a convicciones básicas,
mucho me temo que Rieff y yo no coincidamos respecto de
su valor, de su significado y de las técnicas por medio de las
cuales se adquieren.
- En ese punto, tiene toda la razón. Sea como fuere, y pasando
de los planos jurídico y sociológico al literario, desearía que se
extendiera sobre las diferencias entre el modo en que se expresa el
erotismo en la literatura homosexual y el sexo tal como se muestra
en la literatura heterosexual. El discurso sexual, en las grandes
novelas heterosexuales y soy consciente de que la locución «novela
heterosexual» es harto discutible, está dominado por una suerte de
recato o reserva que confiere a esas obras un encanto particular.
Cuando los autores heterosexuales hablan sin ningún tapujo de sexo,
se diría que pierden una parte del poder misteriosamente evocador
y de la fuerza que advertimos en obras como Ana Karenina.
Cuestión de la que se ha ocupado con gran tino George Steiner en
gran número de ensayos. Frente a la técnica de los más eminentes
novelistas heterosexuales, tenemos el ejemplo de varios autores
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 66
Opción sexual y actos sexuales
homosexuales. Me viene a la memoria El Libro Blanco (Le Livre
Blanc) de Cocteau en el que logra mantener el encanto poético
describiendo con todo detalle los actos sexuales donde los escritores
heterosexuales hacen uso de la alusión velada. ¿Piensa que existe
una diferencia efectiva entre esos dos clases de literatura y, si así
fuese, a qué obedecería?
- Se trata de una cuestión sumamente interesante. Como
le dije anteriormente, en estos últimos años he leído bastantes
escritos latinos y griegos que describen prácticas sexuales
tanto entre varones como entre varones y mujeres y resulta
chocante comprobar el extremado recato, con las naturales
excepciones, de esos textos. Tomemos un autor como
Luciano: se trata de un autor de la Antigüedad que habla de
la homosexualidad pero de un modo rayano en la pudicia. En
la parte final de uno de sus diálogos, pinta una escena en que
un hombre se aproxima a un muchacho, le deja caer la mano
en la rodilla, la desliza bajo su toga, le acaricia el pecho para
descender acto seguido hasta el vientre y justo ahí el texto se
detiene. A mi juicio, ese recato, propio de la literatura
homosexual de la Antigüedad, obedece al hecho de que los
varones gozaban en ese tiempo de mayor grado de libertad
en punto a prácticas homosexuales.
- Entiendo. Cuanto más libres e irrestrictas son las prácticas
sexuales, más nos podemos permitir hablar de ellas elusiva y
reflejamente, lo que explicaría cabalmente la razón por la que la
literatura homosexual es más explícita que la heterosexual Pero no
dejo de preguntarme si esta explicación no encierra algo que podría
justificar el hecho cierto de que la literatura homosexual logra
suscitar en el lector los mismos efectos que provoca la literatura
heterosexual sirviéndose de medios completamente contrarios.
- Intentaré, si me lo permite, contestar de otro modo a su
pregunta. La conducta heterosexual, al menos desde la Edad
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 67
MICHEL FOUCAULT
Media, ha gravitado en torno a dos ejes, a saber: el de la corte
y el del acto sexual. La mejor literatura heterosexual de
Occidente ha gravitado fundamentalmente en torno al cortejo,
esto es, a los preparativos del acto sexual. Toda la labor de
refinamiento intelectual y corporal, todo el trabajo estético
occidental está en función del cortejo, lo que explica el escaso
valor que se otorga al simple acto sexual en los planos
literario, cultural y estético. Por el contrario, la experiencia
homosexual moderna elude el cortejo, lo que no puede
predicarse, por supuesto, de la Grecia clásica. Para los griegos,
el cortejo entre varones sobrepujaba al cortejo entre varones
y mujeres (baste pensar en Sócrates y Alcibíades). Sin
embargo, la cultura cristiana occidental, al confinar la
homosexualidad, atrajo toda la energía sobre el acto sexual
mismo. Los homosexuales se vieron imposibilitados para
establecer un código de cortejo por falta de la expresión
cultural precisa. El guiño en la calle, la resolución repentina
de pasar a la acción, la celeridad con que se consuman las
relaciones homosexuales obedece a una prohibición. Nada
tiene de extraño pues que en los momentos iniciales de
desarrollo de una cultura y una literatura homosexuales se
centren ambas en los aspectos más ardientes e impetuosos de
esas relaciones.
- Escuchándole, he recordado la famosa sentencia de Casanova:
«El mejor momento del amor es el de subir las escaleras»,
observación impensable en boca de un homosexual de nuestro tiempo.
- Exacto, un homosexual diría más bien: «El mejor
momento es cuando el amante toma el taxi de vuelta».
- No obstante, no puedo dejar de considerar que esa observación
retrata con mayor o menor precisión la naturalaza de las relaciones
entre Swan y Odette en el primer tomo de À la Recherche...
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 68
Opción sexual y actos sexuales
- Ciertamente, pero pese a que se trata de una relación
entre un varón y una mujer, no podemos olvidar al
conceptuarla la clase de imaginación de la que procede.
- Tampoco hay que desdeñar el hecho de que el mismo Proust la
concibe como una relación de carácter patológico.
- En este momento, no desearía entrar en la cuestión de la
patología. Prefiero simplemente retomar la observación con
la que iniciaba esta parte de la conversación, la de que para
un homosexual quizás el mejor momento es cuando el amante
toma el taxi de vuelta. Una vez consumado el acto, empieza a
evocar la tibieza de su cuerpo, la calidez de su sonrisa, el tono
de su voz. En las relaciones homosexuales, prima el recuerdo
sobre la anticipación. De ahí que los escritores homosexuales
más eminentes (y pienso en Cocteau, Genet, Burroughs)
puedan escribir con tanta delicadeza del acto sexual por
cuanto el estro homosexual trata ante todo de evocar el acto
y no de representarlo anticipadamente. Todo lo cual, como ya
he apuntado, obedece a circunstancias de índole práctica y
muy concretas y nada añade sobre la naturaleza intrínseca de
la homosexualidad.
- ¿Considera que todo eso ha influido de algún modo en la
supuesta proliferación de perversiones de nuestros días? Hablo de
fenómenos como las representaciones sadomasoquistas, las «lluvias
doradas», los placeres escatológicos y otros parecidos. Tales prácticas
no son en absoluto novedosas, pero se diría que nunca han
transcendido tanto como ahora.
- Me permitiría agregar que transcienden porque muchas
personas las practican.
- ¿Entonces, considera que hay algún tipo de relación entre ese
hecho y el de que la homosexualidad salga a la superficie y se exprese
públicamente?
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 69
MICHEL FOUCAULT
- Aventuraría la siguiente hipótesis. En una civilización
que durante siglos y siglos ha considerado que la base de la
relación entre dos personas residía en determinar cuál de ellas
se entregaría a la otra, todo el interés, toda la curiosidad, toda
la destreza y la capacidad para manejar a los individuos se
enderezaba a vencer la voluntad de la persona para yacer con
ella. Pero desde el momento en que los encuentros sexuales,
como sucede actualmente en el caso de los homosexuales, se
producen con tanta facilidad y frecuencia, las complicaciones
sobrevienen después del contacto. En esta clase de contactos
eróticos, el interés por la otra persona comienza solo tras la
cópula. Una vez consumado el acto se para mientes en el
compañero: «A todo esto, ¿cuál es tu nombre?».
Nos encontramos pues en una situación en la que toda la
energía y la inventiva que en la relación heterosexual se
encauza a través del cortejo se aplica en la homosexual a la
intensificación del acto sexual. En la actualidad, se desarrolla
un conjunto de prácticas sexuales que tratan de explorar
todas las posibilidades internas del comportamiento sexual.
En ciudades como San Francisco y Nueva York se están
habilitando lo que sería lícito llamar laboratorios de
experimentación sexual, una contrapartida a las rigurosas
normas de conquista amorosas vigentes en las cortes
medievales.
El acto sexual es tan corriente y tan fácil para los
homosexuales que corren el riesgo cierto de aburrirse, de
modo que debemos hacer todo cuanto esté en nuestra mano
para innovar e introducir cambios que intensifiquen el placer
del acto.
- Bien, pero ¿por qué esas innovaciones han adoptado esa forma
y no otra? ¿De dónde surge, por ejemplo, la atracción por las
funciones excretorias?
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empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 70
Opción sexual y actos sexuales
- Más sorprendente aún me parece el fenómeno del
sadomasoquismo en el que las relaciones sexuales se definen y
desarrollan a través de relaciones míticas. El sadomasoquismo
no consiste en una relación entre el amo (o el ama) y el esclavo
(o la esclava), sino entre un amo y el individuo sobre el que se
ejerce el dominio. El valor de la relación reside en que es al
tiempo normada y abierta. Podría comparársela con una
partida de ajedrez, ya que uno puede ganar y el otro perder.
El amo puede perder en el juego del sadomasoquismo si
defrauda las exigencias y necesidades de sufrimiento de la
víctima. De igual modo, el esclavo puede acabar perdiendo si
no está a la altura de las provocaciones del amo. Esta
combinación de flexibilidad y reglamentación produce el
efecto de intensificar las relaciones sexuales aportando un
elemento de novedad, una tensión y una incertidumbre
permanente que no están presentes en la mera consumación
sexual. A lo que hay que añadir el propósito de hacer uso de
cada una de las partes del cuerpo como un instrumento
sexual.
Realmente, esto tiene que ver con el célebre adagio animal
triste post coitum. Habida cuenta de que en las relaciones
homosexuales el coito tiene un carácter inmediato, surge la
cuestión: «¿Qué podemos hacer para evitar que la tristeza
sobrevenga?».
- ¿Cómo explica el hecho de que los varones actualmente
parezcan aceptar antes la bisexualidad en las mujeres que en los
hambres?
- Sin ninguna duda, eso obedece al papel que las mujeres
tienen en la imaginación de los varones heterosexuales que
desde siempre las han considerado como bienes privativos. A
fin de que esa imagen no se quiebre, el varón debe evitar que
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MICHEL FOUCAULT
su mujer trabe demasiadas relaciones con otros hombres, lo
que significó que las mujeres se vieran obligadas a tratarse
entre sí. Y de ahí una mayor permisividad respecto de las
relaciones físicas entre mujeres. Los varones heterosexuales,
por otra parte, piensan que si se entregan a prácticas
homosexuales se minaría el concepto en que creen son tenidos
por las mujeres; consideran que en las mentes de las mujeres
figuran como los dueños y señores y creen que la mera idea
de verse sometidos a otros hombres, de no ser el agente en el
acto de la cópula, quebraría el concepto en que son tenidos
por las mujeres. Están persuadidos de que las mujeres
únicamente pueden conseguir placer a condición de que
reconozcan a los hombres como los amos. Para los mismos
griegos, el hecho de ser paciente en una relación amorosa
representaba todo un problema. Para un griego de clase noble,
resultaba natural que el esclavo fuese paciente, porque por su
condición era inferior. El problema sin embargo se suscitaba
cuando yacían varones del mismo rango, porque ninguno de
ellos deseaba rebajarse ante el otro.
Hoy día ese mismo problema sigue presentándose
entre los homosexuales. La mayor parte considera que
el papel pasivo es, en cierto modo, humillante. En
realidad, las relaciones sadomasoquistas han venido a
mitigar ese problema.
- ¿Piensa que las formas culturales que se desarrollan entre la
comunidad homosexual se orientan en gran medida hacia el
segmento de menor edad?
- En efecto, en un grado considerable, es así, pero no me
atrevería a sacar de ese hecho conclusiones terminantes. No
puedo negar que a mi edad (tengo cincuenta años), al leer
algunas publicaciones hechas por y para «homosexuales», me
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Opción sexual y actos sexuales
asalta la sensación de que no se me tiene en cuenta, de que me
son completamente ajenas. No voy a valerme de ese hecho para
censurar esas publicaciones que, a fin de cuentas, existen porque
interesan a quienes las leen y las escriben, pero no puedo dejar
de señalar que entre las organizaciones homosexuales más
comprometidas se advierte una tendencia a tratar las grandes
cuestiones vitales a través de los criterios de los individuos que
tienen entre veinte y treinta años.
- ¿Y por qué no podría servir eso como base para una crítica no
solo de determinadas publicaciones sino también, más genéricamente,
de la forma de vida homosexual?
- No he dicho que no haya motivos de crítica sino que
encuentro ociosa la crítica.
- En ese contexto, ¿no puede considerarse el actual culto al cuerpo
masculino como la piedra angular de la imaginería homosexual tipo
y de la consiguiente negación del paso normal de la vida que
comporta señaladamente la vejez y la declinación del deseo?
- Esas cuestiones no son nuevas y Usted lo sabe sobradamente.
No creo que el culto al cuerpo masculino pueda predicarse
solamente de los homosexuales y, en todo caso, que haya que
considerarlo patológico. Si su pregunta iba por ahí, la rechazo
de plano. Pero no podemos olvidar que los «gays», como no
podía dejar de suceder, participan del curso ordinario de la vida
y muchas veces con un mayor grado de conciencia. Las
publicaciones homosexuales no dedican tanto espacio como
sería deseable a la cuestión de la amistad masculina y al sentido
de ese trato amical habida cuenta la falta de normas o pautas
de conducta, pero cada vez más homosexuales han de encarar
personalmente esa situación. Y como Usted no ignora, lo que
más puede inquietar de la homosexualidad a los que no son
homosexuales es la forma de vida homosexual, no los concretos
actos sexuales.
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MICHEL FOUCAULT
- ¿Piensa en cosas como que los homosexuales hagan manitas o se
acaricien en público o que vistan estrafalariamente o con ropas llamativas?
- Esas cosas están llamadas a molestar solo a ciertas
personas. Yo más bien me refería al temor general de que los
homosexuales desarrollen relaciones intensas y satisfactorias
pese a que no se amolden al tipo de relaciones establecidas. A
muchas personas les resulta intolerable que los homosexuales
desarrollen vínculos imprevisibles.
- ¿Piensa en relaciones que no comporten exclusividad o fidelidad,
por no señalar más que dos de las notas que podrían omitirse?
- Puesto que las relaciones que pueden surgir son punto
menos que imprevisibles, sería una temeridad por mi parte
señalar las notas habituales que no concurrirían. Ahora bien,
podemos observar, sin ir más lejos en el ejército, que el amor
entre hombres puede surgir y afirmarse en ámbitos en los
que se diría que solo pueden regir hábitos y normas caducos.
Y todo apunta a que se producirán cambios mucho mayores
en las costumbres a medida que los homosexuales vayan
expresando sus sentimientos mutuos de formas más variadas
y delineen nuevas formas de vida que no repitan los modos
institucionalizados.
- ¿Entiende que su papel pasa por dirigirse a la comunidad
homosexual para exponerle las cuestiones de importancia?
- Por supuesto, mantengo asiduamente contactos con otros
miembros de la comunidad homosexual. Discutimos, tratamos
de intercambiar experiencias, pero me cuido muy mucho de
imponer mis puntos de vista, de marcar planes o programas.
No deseo desanimar la inventiva y menos contribuir a que los
homosexuales abdiquen de la convicción de que es a ellos a
quienes incumbe regular sus relaciones descubriendo lo
específico de su situación.
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Opción sexual y actos sexuales
- ¿Pero un historiador o un arqueólogo de la cultura como es su
caso puede ofercer un punto de vista o una perspectiva especial?
- Nunca está de más conocer la contingencia histórica de
los hechos, explicar por qué las cosas son como son. Pero
estoy lejos de ser el único cualificado para ello y no desearía
deslizar la insinuación de que ciertos hechos son fatales o
ineluctables. A los homosexuales incumbe resolver por sí
mismos estas cuestiones. Naturalmente, en ciertos aspectos,
mi aportación puede resultar de alguna utilidad, pero le repito
que no deseo imponer mi propio sistema o plan.
- ¿Cree que los intelectuales generalmente son más tolerantes o
abiertos respecto de los distintos tipos de conducta sexual? En caso
positivo, ¿es porque entienden más plenamente la sexualidad
humana? En otro caso, ¿cómo pueden Usted y los demás intelectuales
contribuir a mejorar esa situación? ¿De qué modo puede replantearse
el discurso sobre el sexo?
- En lo que respecta a la tolerancia, pienso que pecamos
de ingenuos. Tomemos el caso del incesto, por ejemplo.
Durante mucho tiempo, el incesto fue una práctica popular,
es decir, una práctica may extendida entre las clases populares.
Hacia finales del siglo XIX, el incesto fue objeto de diversas
coerciones sociales. Y no hay duda de que la prohibición total
del incesto ha sido obra de intelectuales.
- ¿Está pensando en figuras como Freud y Lévi-Strauss o en los
intelectuales en general?
- No, no pensaba en nadie en particular. Pero desearía
hacerle ver que sería vano buscar estudios sociológicos o
antropológicos sobre el incesto. Hay sin duda algunos informes
de carácter médico y análogo, pero no parece que la práctica
del incesto suscitase ningún tipo de problema en esa época.
Es innegable que en los círculos intelectuales esta clase de
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MICHEL FOUCAULT
asuntos son tratados más abiertamente, pero eso no es índice
de una mayor tolerancia, sino muchas veces de todo lo
contrario. Recuerdo que hace unos diez o quince años, cuando
aún frecuentaba los medios burgueses, era rarísimo que no se
abordase la cuestión de la homosexualidad o de la pederastia,
incluso sin esperar a los postres. Pero los mismos que trataban
con tanta desenvoltura la homosexualidad no hubieran
tolerado que sus hijos fuesen pederastas.
En cuanto a la pretensión de orientar el discurso sobre el sexo,
mi opinión es que no se legisle sobre esas cuestiones, entre otras
cosa porque la locución «discurso racional sobre el sexo» es
sumamente vaga. Algunos sociólogos, sexólogos, psiquiatras y
tratadistas morales han dicho cosas auténticamente desatinadas
y otras sumamente felices. A mi juicio, no se trata tanto de un
discurso intelectual sobre la sexualidad, sino de lo atinado o
desatinado del discurso.
- ¿Y cree que van apareciendo últimamente obras en la dirección
acertada?
Sin duda, más de las que cabía imaginar hace tan solo
algunos años, aunque en general la situación no es como para
echar las campanas al vuelo.
1
Boswell, J., Christianity, Social Talerance and Homosexualtry, Gay People in Western
Europe from the Begining of the Christian Era to the Fourteenth Century, Chicago, The
University of Chicago Press, 1980. (Hay versión española: Cristianismo, Tolerancia
Social y Homosexualidad, traducción de Marco Aurelio Galmarini, Barcelona, Muchnik
Editores, 1993).
2
V. Sigmund Freud «Uber die Psychogenese eines falles von Weiblicher Homosexualitat» (1920) (Hay traducción española: «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina», en Sigmund Freud, Obras Completas, traducción de Luis López
Ballesteros y de Torres, volumen III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, págs. 2.545-2.561)
3
Rivres, J.C., Proust and the Art of Loving: The Aesthetics of Sexuality in the Life, Times
and Art of Marcel Proust, New York, Columbia University Press, 1980.
4
«The Imposible Culture», en Salgamundi, nº 58-59 : Homosexuality: Sacrilege, Vision,
Politics, otoño 1982 inviemo 1983, págs 406-426. (Hay traducción española: «La Cultura Imposible: Wilde, profeta moderno», traducción de Ramón Serratacó y Joaquina
Aguilar, en VV.AA., Homosexualidad: Literatura y política, Madrid, Alianza Editorial,
1985, págs. 301-329).
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FOUCAULT: NADA DE TRANSACCIONES
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- ¿Está justificado el temor de los homosexuales a la policía o
sufren de manía persecutoria ?
- Desde hace cuatro siglos, la homosexualidad ha sido
mucho más objeto de represión, vigilancia e intervención de
orden policial que judicial. Algunos homosexuales han sido
víctimas de la intervención jurisdiccional o legislativa, pero
su número es mínimo comparado con el de homosexuales
perseguidos por la policía. Es falso, por ejemplo, que los
homosexuales muriesen en la hoguera en el siglo XVII,
aunque ocurriese esporádicamente; sin embargo, eran arrestados
por centenares en el parque de Luxembourg y en el Palais
Royal. Desconozco en gran medida la situación actual y no
sabría decir si los homosexuales sufren o no de manía
persecutoria, pero hasta aproximadamente 1970 era de
dominio público que la policía amenazaba a los dueños de
bares y saunas y que existía una maraña compleja, activa y
poderosa de represión policial.
- ¿No cree que para la policía los homosexuales son no tanto
individuos peligrosos como individuos en estado peligroso?
- No hay una diferencia sustancial entre decir que alguien
es peligroso o que está en estado peligroso. El cambio de
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Foucault: nada de transacciones
sentido no tarda en producirse y tiene su origen en los locos
internados en manicomios, ya que estaban en situación de
peligro en la vida diaria. El cambio de «en estado de peligro»
a «peligroso» era ineluctable una vez dispuestos todos los
mecanismos posibles de vigilancia.
- ¿Le parece un progreso la disolución de la brigada de
peligrosidad social?
- Resulta inadmisible que ciertos lugares sean objeto de
una especial intervención policial y más aún si esta viene
determinada por el elemento discriminatorio de que la
práctica sexual de los individuos que los frecuentan sea la
homosexualidad.
- ¿Qué juicio le merece la «Circular Deferre» cuyo fin es la
derogación de cualquier discriminación en relación con los
homosexuales y la posición del Partido Socialista Francés?
- Es ya importante que un ministro dicte una circular como
esa, aun cuando no tenga aplicación, porque se trata de un
acto político: puede desencadenar discusiones, campañas. Es
preferible un gobernante así a otro que afectase tolerancia
pero que albergara intenciones reaccionarias contra los
homosexuales. En cuanto al Partido Socialista, una vez en el
gobierno ha adoptado con celeridad una serie de medidas. Por
de pronto, se ha modificado la legislación y se prepara la
reforma del Código Penal. Aunque, claro está, no hay que
cejar.
- Todo indica que se avecina una represión «tibia», limitada a
manifestaciones como, por ejemplo, el vídeo porno...
- Nuestra acción parte de que la ley y la policía nada tienen
que ver con la vida sexual de las personas. La sexualidad y el
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MICHEL FOUCAULT
placer sexual son irrelevantes en los planos policial y judicial,
pero la sexualidad tampoco debe ser preservada cual tesoro
íntimo, intangible a intromisiones públicas; debe ser objeto de
una cultura y el placer sexual, como foco de creación de
cultura, tiene una enorme importancia. Todos los esfuerzos
deben dirigirse en esa dirección. En cuanto al vídeo porno,
¿de qué puede aprovechar a la policía el espectáculo de las
distintas posturas de los amantes durante el acto sexual? No
podemos transigir con la censura ni con ese grado de
intolerancia.
- La policía esgrime contra la plena liberalización que debe
atender tanto a los que propugnan esas libertades como a los que se
oponen.
- Algo parecido ocurrió en Toronto. Tras un periodo de
amplia tolerancia, las autoridades municipales decretaron la
clausura de varios locales e instaron actuaciones judiciales. Y
lo justificaron así: «Apoyamos la liberalización, pero la
comunidad de la que Ustedes son miembros no permite más
el libertinaje: salas sadomasoquistas, saunas, etc. Estamos
entre dos frentes, y la última palabra la tiene la mayoría.»
Ante eso, no cabe más que la intransigencia, no podemos
contemporizar con la intolerancia, solo podemos militar en el
bando de la tolerancia. Entre víctimas y verdugos, no caben
componendas. No debemos conformarnos con migajas. En
materia de relaciones entre policía y placer sexual, hay que
ser radical y mantener a toda costa los principios.
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SEXO, PODER Y GOBIERNO DE LA IDENTIDAD
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- En sus obras, da a entender que la emancipación sexual es
menos la revelación de las verdades profundas sobre uno mismo o
su deseo que un elemento en el proceso delineación y construcción del
deseo. ¿Qué consecuencias prácticas se derivan de esa precisión?
- Lo que quería decir es que, a mi juicio, el movimiento
homosexual tiene más falta de un arte de vivir que de una
ciencia o un conocimiento científico (o pseudocientífico) de lo
que es la sexualidad. La sexualidad forma parte de nuestro
comportamiento, es un elemento más de nuestra libertad. La
sexualidad es obra nuestra, es una creación personal y no la
revelación de aspectos secretos de nuestro deseo. A partir y
por medio de nuestros deseos, podemos establecer nuevas
modalidades de relaciones, nuevas modalidades amorosas y
nuevas formas de creación. El sexo no es una fatalidad, es una
posibilidad de vida creativa.
- O sea, idéntica conclusión a la que llega cuando dice que
deberíamos tratar de convertirnos en homosexuales y no limitarnos
a reafirmar nuestra identidad homosexual.
- Justamente. Hay que renunciar al descubrimiento de la
propia homosexualidad.
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Sexo, poder y gobierno de la identidad
- ¿Así como su posible sentido?
- Exactamente. Debemos, más bien, crear una forma de
vida homosexual. Un llegar a ser homosexuales.
- ¿Y se trata de un proceso abierto?
- Desde luego. Si examinamos los distintos modos a través
de los cuales los individuos han experimentado su libertad
sexual, el modo en que han delineado su estilo vital, nos es
forzoso concluir que la sexualidad, tal como la entendemos
en la actualidad, se ha convertido en una de las fuentes más
productivas tanto en la esfera social como en la vital.
Personalmente, considero que hay entender la sexualidad de
otro modo. Es común pensar que la sexualidad subyace en el
fondo de toda vida cultural creativa; pero es más bien un
proceso inseparable de nuestra presente necesidad de crear,
al hilo de nuestras opciones sexuales, una cultura vital.
- Una de las consecuencias prácticas de este intento de revelación
ha sido que el movimiento homosexual no ha superado la etapa de
la reivindicación de los derechos políticos o de las libertades públicas
relativas a la sexualidad; es decir, la emancipación sexual se ha
limitado a una mera demanda de tolerancia sexual.
- Ciertamente, pero se trata de un aspecto que no podemos
dejar de lado. De entrada, es esencial que cualquier individuo
cuente con la posibilidad y el derecho de elegir su sexualidad.
Los derechos individuales relativos a la sexualidad tienen una
gran importancia y más cuando en muchos lugares todavía son
ignorados. En este momento, no podemos considerarlo como
una cuestión resuelta. Desde principios de los años sesenta se
ha producido indiscutiblemente un efectivo proceso de
liberación, positivo tanto en el plano práctico como en el de
las mentalidades, aunque la cuestión no está completamente
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MICHEL FOUCAULT
estabilizada. Debemos ir más allá y uno de los factores de
estabilización pasa por la creación de nuevas formas de vida,
relaciones, tratos amistosos en la sociedad, en el arte y en la
cultura, de nuevas formas que se establecerán a partir de
nuestras opciones sexuales, éticas y políticas. No se trata solo
de defendemos, sino también de afirmamos y no únicamente
en lo concerniente a la identidad sino en lo que hace a la
capacidad creativa.
- Muchas de las cosas que dice recuerdan los intentos del
movimiento feminista por definir una cultura y un lenguaje propios.
- Sí, aunque no estoy seguro de que debamos crear una
cultura «propia». Debemos crear una cultura, debemos llevar
a efecto creaciones culturales, pero ahí nos topamos con la
cuestión de la identidad. Desconozco cómo debemos afrontar
la realización de esas creaciones e igualmente las formas que
adoptarán; por poner un ejemplo, no me parece que la mejor
forma de creación literaria que puede esperarse de los
homosexuales sea la narrativa homosexual.
- De hecho, jamás se nos hubiera ocurrido decirlo. Sería partir
de un esencialismo que debemos justamente eludir.
- Ciertamente. ¿Qué se entiende por «pintura homosexual»?
No obstante, no me cabe ninguna duda de que a partir de
nuestras opciones sexuales, éticas podemos crear algo que en
cierto modo tenga relación con la homosexualidad, que no
debe ser la mera traducción de la homosexualidad en la esfera
de la música, la pintura, etc., principalmente porque creo que
no es factible.
- ¿Qué opinión le merece la extraordinaria proliferación, en estos
diez o quince últimos años, de las prácticas homosexuales
masculinas, la sensualización de ciertas partes del cuerpo, hasta
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Sexo, poder y gobierno de la identidad
ahora incultas o la aparición de nuevos deseos? Estoy pensando, por
supuesto, en los aspectos más llamativos de lo que conocemos como
circuito del cine porno, las salas sadomasoquistas o de fistfucking?
¿Se trata de una simple transposición, en otro ámbito, de la
proliferación general de los discursos sexuales desde el siglo XIX o
más bien de un proceso distinto propio de este concreto contexto
histórico?
- Verdaderamente, de lo que nos interesa hablar más es
de las innovaciones que llevan consigo esas prácticas.
Consideremos la subcultura sadomasoquista, por usar una
locución cara a muestro amigo Gayle Rubin1. No creo en
absoluto que esa multiplicación de prácticas sexuales guarde
ninguna relación con la actualización o la revelación de
tendencias sadomasoquistas ocultas en las profundidades de
nuestro inconsciente. El sadomasoquismo es mucho más; es
la creación efectiva de nuevas e imprevistas posibilidades de
placer. La creencia de que el sadomasoquismo guarda relación
con una violencia latente, que su práctica es un medio para
liberar esa violencia, de dar rienda suelta a la agresividad es
punto menos que estúpida. Es bien sabido que no hay ninguna
agresividad en las prácticas de los amantes sadomasoquistas;
inventan nuevas posibilidades de placer haciendo uso de
ciertas partes inusitadas del cuerpo, erotizándolo. Se trata de
una suerte de creación, de proyecto creativo, una de
cuyas notas destacadas es lo que me permito denominar
desexualización del placer. La creencia de que el placer físico
procede siempre del placer sexual y de que el placer sexual es
la base de cualquier posible placer es de todo punto falsa. Las
prácticas sadomasoquistas lo que prueban es que podemos
procuramos placer a partir de objetos extraños, haciendo uso
de partes inusitadas de nuestro cuerpo, en circunstancias nada
habituales, etc.
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MICHEL FOUCAULT
- La identificación entre placer y sexo está pues superada.
- Así es. La posibilidad de hacer uso de nuestro cuerpo
como fuente de una pluralidad de placeres reviste una enorme
importancia. Si nos atenemos a la construcción tradicional del
placer, comprobamos que los placeres físicos o carnales tienen
su origen siempre en la bebida, en la alimentación y en el sexo.
A mi juicio, ahí quiebra nuestra inteligencia del cuerpo, de los
placeres. Es desesperante, por ejemplo, que no consideremos
el problema de las drogas más que desde el punto de vista de
la libertad o de la prohibición. Las drogas deben convertirse
en un elemento cultural.
- ¿Como fuente de placer?
- Por supuesto, como fuente de placer. Debemos conocer
las drogas, probar las drogas; producir buenas drogas, que
induzcan placeres intensos. El puritanismo que reina en
relación con las drogas, un puritanismo que obliga a estar a
favor o en contra, es un craso error. Las drogas son parte
integrante de nuestra cultura; igual que existe buena y mala
música, hay buenas y malas drogas. E igual que sería estúpido
decir que estamos contra la música, es estúpido decir que
estamos contra las drogas.
- No se trata sino de sondear el placer y todas sus posibilidades.
- Exacto. El placer debe también formar parte de nuestra
cultura. No está de más señalar que desde hace siglos, la
mayoría de las personas incluidos también médicos, psiquiatras
y hasta los movimientos de liberación vienen hablando de
deseo, nunca de placer. «Debemos liberar nuestro deseo»,
afirman. ¡No! Debemos crear placeres nuevos; acaso surja
entonces el deseo.
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Sexo, poder y gobierno de la identidad
- ¿Qué significación puede tener que algunas identidades se
constituyan con base en las nuevas prácticas sexuales como el
sadomasoquismo? Esas identidades estimulan la exploración de
nuevas prácticas; preservan el derecho pleno del individuo a cultivar
su identidad. ¿Pero no limitan también sus posibilidades?
- Veamos. Si la identidad consiste en un juego, en un
procedimiento para fomentar relaciones sociales y de placer
sexual que determinen nuevos vínculos amistosos, entonces
es útil. Ahora bien, si la identidad se convierte en el problema
capital de la vida sexual, si la gente cree que ha de
descubrir su propia identidad y que esta identidad ha de
erigirse en norma, principio y pauta de existencia; si la
pregunta que se formulan de continuo es: «¿Actúo de acuerdo
con mi identidad?», entonces retrocederán a una especie de
ética semejante a la de la virilidad heterosexual tradicional.
Si hemos de pronunciarnos respecto de la cuestión de la
identidad, hemos de partir de nuestra condición de seres
únicos. Las relaciones que debemos trabar con nosotros
mismos no son de identidad, sino más bien de diferenciación,
creación e innovación. Es un fastidio ser siempre el mismo.
No debemos descartar la identidad si a su través obtenemos
placer, pero nunca debemos erigir esa identidad en norma
ética universal.
- Pero hasta ahora la identidad sexual ha sido sumamente útil
en el plano político.
- Sí, útil en grado sumo, pero esa identidad nos constriñe
y tengo para mí que nos asiste (que debe asistirnos) el derecho
de ser libres.
- Queremos que algunas de nuestras prácticas sexuales sean
prácticas de resistencia, en el sentido político y social. ¿Cómo es
posible esto, cuando el fomento del placer puede dar pie a ejercer un
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MICHEL FOUCAULT
dominio? ¿Cómo estar seguros de que no se producirá la explotación
de estos nuevos placeres y pienso en el modo en como la publicidad
hace uso del fomento del placer como instrumento de dominio social?
- No podemos dar seguridad de que no habrá explotación.
En realidad, es seguro que habrá algún tipo explotación; las
innovaciones, los avances y los progresos que se vayan
alcanzando, en un momento u otro, serán utilizados en la
dirección de la explotación. Es consustancial a la vida, a la
lucha y a la historia humanas; lo que no supone, a mi juicio,
objeción seria a esos movimientos. Pero tiene toda la razón del
mundo al señalar que debemos actuar con prudencia y con
plena conciencia del hecho de que hemos de seguir adelante,
plantearse otras necesidades. El gueto sadomasoquista de San
Francisco es un ejemplo acertado de una comunidad que
desarrolla la experiencia del placer y que se dota de una
identidad a partir de ese placer. Esta segregación, esta
identificación, este proceso de marginación, etc., desencadenan
también efectos de retorno. No me atrevería a emplear el
término dialéctica pero no debe andar muy lejos.
- Usted sostiene que el poder no es solo una fuerza negativa sino
también una fuerza productiva; que el poder siempre está presente,
que donde hay poder hay resistencia, que la resistencia no se
encuentra extramuros del poder. ¿Visto así, cómo no llegar a la
conclusión de que estamos atrapados en esa relación, de que no
tenemos escapatoria posible?
- En realidad, no creo que la palabra atrapados sea la
apropiada. Se trata de una lucha, pero mi propósito al hablar de
relaciones de poder es decir que estamos, unos y otros, en una
situación estratégica. En nuestra condición de homosexuales,
estamos enfrentados con el Estado y el Estado con nosotros.
En relación con el Estado, nuestra lucha, desde luego, no es
simétrica, la situación de poder es distinta, pero participamos
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Sexo, poder y gobierno de la identidad
en esa lucha. Basta que cualquiera de nosotros se eleve sobre
los demás y que esa situación se prolongue para dar pie a un
modelo de conducta, para servir de pauta, positiva o negativa,
a los demás. No estamos atrapados, ni mucho menos. Ahora
bien, siempre estamos inmersos en situaciones de esa índole, lo
que no significa que tengamos siempre la posibilidad de cambiar
la situación, que se nos ofrezca siempre tal posibilidad. No
podemos mantenernos extramuros, ajenos a cualquier relación
de poder. Podemos alterar siempre ese estado de cosas. No ha
sido mi intención decir que estamos atrapados, sino por el
contrario que somos libres. En una palabra, que siempre nos
queda la posibilidad de cambiar las cosas.
- ¿La resistencia procederá de ese tipo de dinámica?
- Sí. Dése cuenta de que si no hubiese resistencia, no habría
relaciones de poder, porque entonces todo se limitaría a una
mera cuestión de obediencia. Desde que el individuo no puede
actuar libremente, se ve forzado a utilizar las relaciones de
poder. La resistencia surge en primer lugar; sus efectos
fuerzan cambios en las relaciones de poder. A mi juicio, el
término «resistencia» supera a los demás, es la piedra angular
de esta proceso.
- En la esfera política, el elemento más relevante, cuando se
examina el poder, es quizás el hecho de que según ciertas
concepciones anteriores «resistir» significa tan solo decir no. La
resistencia ha sido entendida únicamente en términos negativos. En
su concepción, la resistencia sin embargo no es solamente negativa,
es un proceso creativo; resistir consiste en crear, recrear, cambiar el
estado de cosas, participar activamente en el proceso.
- Sí, así veo las cosas. Limitarse a decir no es la forma
mínima de resistencia. No obstante, en ciertos estadios, es de
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MICHEL FOUCAULT
suma importancia. Hay que negarse y hacer de esa negativa
una forma de resistencia determinante.
- Asunto que suscita la cuestión de determinar de qué modo y hasta
qué punto un individuo o una individualidad sujeto a dominio puede
articular un discurso propio. En el análisis tradicional del poder, el
elemento omnipresente a partir del cual se realiza el análisis es el
discurso dominante; el resto, las reacciones al mismo, en su seno,
anteriores, no son sino elementos secundarios. Sin embargo, si por
«resistencia» en el interior de las relaciones de poder entendemos algo
más que una mera negación ¿sería lícito afirmar que algunas
prácticas –el sadomasoquismo lésbico, sin ir más lejos– no son más que
el modo en que unos sujetos sometidos articulan un lenguaje propio?
- La resistencia es un elemento de la relación estratégica
en que consiste el poder. La resistencia en efecto parte
de la situación con la que se enfrenta. En el movimiento
homosexual, la noción médica de la homosexualidad ha
constituido un instrumento de enorme importancia para
combatir la opresión de que era objeto la homosexualidad a
finales del siglo XIX y principios del XX. Tal proceso de
medicalización, que era un medio de opresión, fue también un
elemento de resistencia, porque podían redargüir: «Si no
somos más que enfermos, ¿a qué vuestro desprecio y vuestras
condenas?», etc. Desde luego, ese discurso se nos antoja hoy
sumamente ingenuo, pero en ese momento tuvo una enorme
importancia.
En cuanto a las lesbianas, el hecho de que las mujeres,
según creo, hayan permanecido durante siglos aisladas
socialmente, truncadas vitalmente, marginadas de múltiples
formas, les ha proporcionado una posibilidad real de constituir
una medio social, de establecer un tipo específico de relación
social, al margen del mundo masculino. El libro de Lilian
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Faderman Surpassing The Love of Men2 es, a este propósito,
extremadamente interesante. Plantea la cuestión de determinar
el tipo de experiencia emocional, de relaciones que podían
verificarse en un ámbito en el que las mujeres carecían de poder
social, legal o político y termina afirmando que las mujeres han
aprovechado ese aislamiento y esa ausencia de poder.
- Si la resistencia es el proceso para liberarse de las prácticas
discursivas, podría decirse que el sadomasoquismo lésbico es una de
las prácticas que, prima facie, con mayor legitimidad pueden
calificarse como prácticas de resistencia. ¿Hasta qué punto esas
prácticas y esas identidades pueden ser consideradas como una
réplica al discurso dominante?
- Lo más interesante del sadomasoquismo lésbico es que ha
conseguido desprenderse de algunos estereotipos femeninos
presentes en el movimiento homosexual femenino una estrategia
que las lesbianas elaboraron en tiempos pasados. Estrategia que
se basaba en la opresión de que eran objeto las lesbianas y
que el movimiento empleaba para combatir esa opresión.
En la actualidad, esos elementos están trasnochados. El
sadomasoquismo lésbico trata de desprenderse de todos los
caducos estereotipos de la feminidad, de las actitudes de
rechazo a los varones, etc.
- ¿En su opinión, qué pueden revelarnos sobre el poder y además
también sobre el placer, las prácticas sadomasoquistas cuya esencia
es la erotizacion expresa del poder?
- El sadomasoquismo, como bien dice, es la erotización del
poder, la erotización de las relaciones estratégicas. Lo más
chocante del sadomasoquismo son sus abismales diferencias
con el poder social. El poder se caracteriza porque constituye
una relación estratégica que se residencia en las instituciones.
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La movilidad, dentro de las relaciones de poder, es sumamente
reducida; ciertos bastiones son de todo punto inexpugnables
porque se han institucionalizado, porque tienen un influjo
perceptible en los tribunales, en la legislación. Las relaciones
estratégicas interindividuales se caracterizan por su extrema
rigidez.
El sadomasoquismo es, a este propósito, sumamente
interesante ya que a pesar de tratarse de una relación
estratégica se caracteriza por su flexibilidad. Hay claro está
dos papeles pero nadie ignora que esos papeles pueden
intercambiarse. En ocasiones, al comienzo del juego uno es el
amo y otro el esclavo y al final el que era esclavo pasa a ser el
amo. O incluso cuando los papeles son permanentes, los
actores saben perfectamente que se trata de un juego, ya se
incumplan las normas, ya exista un acuerdo, tácito o expreso,
por el que se establecen ciertos límites. Este juego de
estrategias reviste un enorme interés como fuente de placer
físico. Pero no me atrevería a decir que se trata de una
repetición, en la esfera de la relación erótica, de la estructura
de poder. Es una representación de las estructuras de poder a
través de un juego de estrategias capaz de proporcionar un
placer sexual o físico.
- ¿Cuáles son las diferencias entre ese juego de estrategias en la
sexualidad y en las relaciones de poder?
- La práctica del sadomasoquismo termina por introducir
un placer, que a su vez hace nacer una identidad, razón por la
cual el sadomasoquismo es una auténtica subcultura; es un
proceso inventivo. El sadomasoquismo consiste en la utilización
de una relación estratégica como fuente de placer (de placer
físico), hecho este, el de hacer uso de las relaciones estratégicas
para proporcionar placer, que se ha producido en otras
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ocasiones. Ya en la Edad Media, la costumbre del amor
cortesano, con el trovador, el cortejo entre la dama y el galán,
etc., era también un juego de estrategias. Tipo de juego que
puede advertirse actualmente entre los jóvenes que frecuentan
las salas de baile los sábados por la noche; incorporan
relaciones estratégicas. El interés radica en que en la esfera
heterosexual, las relaciones estratégicas preceden al sexo; se
justifican para llegar al sexo. En el sadomasoquismo, por el
contrario, las relaciones estratégicas son parte integrante del
sexo, un convenio de placer en el marco de una situación
específica.
En un caso, las relaciones estratégicas son relaciones
nítidamente sociales, que afectan al individuo en tanto que
miembro de la sociedad; mientras que en el otro lo que está
en cuestión es el cuerpo. El interés radica precisamente en esa
transposición de las relaciones estratégicas que pasan del
ritual del cortejo al plano sexual.
- En una entrevista concedida por Usted hace uno o dos años a
la revista Gai Pied3 afirmaba que lo que más perturba de las
relaciones homosexuales no es tanto el acto sexual como la
posibilidad de que se desarrollen relaciones afectivas que no se
amolden a los esquemas normativos; esto es, vínculos y tratos
amistosos desconocidos hasta ahora. ¿Cree que la sociedad teme las
virtualidades ignoradas de las relaciones homosexuales o es que
acaso estas son vistas como una amenaza directa para las
instituciones sociales?
- Actualmente, la cuestión de la amistad acapara toda mi
atención. Desde la Antigüedad, la amistad ha constituido una
relación social fundamental; una relación social en cuyo ámbito
los individuos contaban con cierto margen de libertad, con
cierta capacidad de elección (limitada, sin duda) que les permitía
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experimentar relaciones afectivas sumamente intensas. La
amistad tenía también implicaciones económicas y sociales, la
persona estaba obligada a socorrer a los amigos, etc. En los
siglos XVI y XVII va desapareciendo este tipo de amistad, al
menos en la sociedad masculina, y va convirtiéndose en algo
distinto. Desde el siglo XVI, encontramos escritos en los que
se critica expresamente la amistad, tenida como un foco de
peligros.
El ejército, la burocracia, la administración, las universidades,
las escuelas, etc., en el sentido que tienen esos términos en la
actualidad, encuentran un obstáculo en amistades tan intensas.
En todas esas instituciones, se advierte una considerable
actividad para disminuir o debilitar esas relaciones afectivas,
señaladamente, en las escuelas. Uno de los problemas más
acuciantes que se planteaba, a la hora de abrir nuevas escuelas,
a las que debían acudir centenares de niños, era el de impedir no
solo que tuvieran relaciones físicas, sino incluso que trabaran
amistad. A este fin, sería sumamente interesante analizar la
estrategia desplegada por los jesuitas en sus establecimientos,
los cuales tras comprobar la imposibilidad de anular la amistad,
trataron de controlar simultáneamente las distintas funciones
que tenían el sexo, el amor, la amistad, a fin de limitar sus efectos.
Una vez estudiada la historia de la sexualidad, deberíamos
intentar explicar la historia de la amistad o de las amistades, en
plural, una historia que se revelaría sumamente interesante.
Una de mis hipótesis, cuya comprobación no presentaría,
si se intentara, ninguna dificultad, es que la homosexualidad
(es decir, las relaciones sexuales entre dos varones) se tornó
problemática a partir del siglo XVIII; entra en conflicto con
la policía, con las leyes. Y la razón de ese conflicto social
estriba en que la amistad, en esa época, desapareció. Mientras
la amistad fue algo valioso, mientras fue aceptada socialmente,
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era irrelevante que los hombres mantuvieran relaciones
sexuales entre sí. No intento decir que no existieran, sino
simplemente que carecía de importancia. Puesto que no tenía
ninguna implicación social, culturalmente era aceptada. Que
se entregasen uno al otro o que se besaran resultaba
irrelevante, completamente irrelevante. Una vez que la
amistad desaparece como relación culturalmente aceptada,
surge la cuestión: «¿Pero, qué hacen los hombres juntos?» y
aparece el problema. En la actualidad, que los hombres
practiquen el coito o mantengan relaciones sexuales es
sentido como un problema. Creo no equivocarme al decir que
la desaparición de la amistad como relación social y el que la
homosexualidad se presente como un problema social, político
y médico, forma parte del mismo proceso.
- Si bien es cierto que lo importante hoy es explorar las nuevas
posibilidades de la amistad, no podemos pasar por alto que todas
las instituciones sociales están concebidas para fomentar las
relaciones y las estructuras heterosexuales, en detrimento de las
homosexuales. ¿Nuestra actuación debe tender a establecer nuevas
relaciones sociales, nuevos valores, nuevas estructuras familiares,
no? Todas las estructuras y las instituciones propias de la
monogamia y de la familia de cuño tradicional están negadas a los
homosexuales. ¿Qué clase de instituciones debemos empezar a
establecer no solo como defensa sino también para crear nuevas
formas sociales que supongan una alternativa efectiva?
- ¿Qué instituciones? Me pone en un aprieto. Desde
luego, considero que sería completamente contraproducente
reproducir en este ámbito y en esta clase de amistad el modelo
familiar o de las instituciones propias de la familia. Podemos
apreciar no obstante que cierto tipo de relaciones que no
cuentan con ningún amparo son a menudo y al mismo tiempo
más ricas, más interesantes y más creativas que las relaciones
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sociales propias de la familia. Naturalmente son también
mucho más frágiles y vulnerables. Se trata de una cuestión
capital, pero a la que no puedo responder satisfactoriamente.
Responder a esa pregunta es cuestión de todos.
- ¿Hasta qué punto el proyecto de liberación homosexual debe
ser un proyecto que, lejos de limitarse a señalar un itinerario, se
proponga abrir nuevas vías de desarrollo? Dicho de otro modo, ¿su
concepción de la estrategia sexual sustituye los programas por la
invitación a experimentar nuevos tipos de relaciones?
- Una de las mayores enseñanzas recibidas desde la última
guerra mundial ha sido el rotundo fracaso de todos los
programas sociales y políticos. Hemos comprobado hasta el
cansancio que nada sucede como predicen los programas
políticos y que estos siempre o casi siempre han conducido a
abusos o al dominio de un grupo, bien sea de técnicos,
burócratas o de otro tipo. A mi juicio, uno de los logros más
importantes de los años sesenta y setenta es que ciertos
modelos institucionales han sido experimentados sin atenerse
a programas, lo que no significa que se hiciese a ciegas o sin
la colaboración del pensamiento. En Francia, por ejemplo, se
ha criticado duramente en estos últimos años el que los
diferentes movimientos políticos en pro de la libertad sexual,
las prisiones, la naturaleza, etc., careciesen de programa. Por
mi parte, creo que la ausencia de programa, que no hay que
identificar con la ausencia de una efectiva reflexión sobre los
acontecimientos o con una inquietud con lo que no tiene
posibilidades, puede resultar sumamente provechosa, innovadora
y creativa.
Desde el siglo XIX, la instituciones políticas más
relevantes y los grandes partidos políticos se han ido
apropiando del proceso político; es decir, han tratado de dar a
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la creación política la forma de programa para apropiarse
mejor de ella. Hay que mantener los logros de los años 60 y
de principios de los 70. En concreto, hay que mantener, con
independencia de los partidos políticos y de los programas al uso,
una forma de innovación política, de creación y experimentación
políticas. Nadie puede negar que desde los años sesenta la vida
cotidiana de la gente ha cambiado y mi propia vida es prueba de
ello. Cambio que, obviamente, no se ha debido a los partidos
políticos, sino a otro gran número de movimientos. Estos
movimientos sociales han cambiado efectivamente nuestra vida,
nuestra mentalidad y nuestras actitudes, así como la mentalidad
y las actitudes de personas sin relación o ajenas a esos
movimientos, lo cual es algo sumamente importante y positivo.
Insisto, no son las trasnochadas organizaciones políticas de cuño
tradicional las que han dado pie a esta revisión.
Rubin, G. «The Leather Menace: Comments on Politics and S/M», en Samois
(comp.), Coming to Power, Writings and Graphics on Lesbian S/M, Berkeley, 1981.
2
Faderman, Lilian Surpassing the Love of Men. Romantic Friendship and Love between
Women the Renaissance to the Present, New York, William Morrow, 1981.
3
Ver supra texto nº 1.
1
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NOTICIA DE LOS TEXTOS ORIGINALES.
(1) «De l´amitié comme mode de vie» (entrevista con R. de Ceccaty, J. Danet y J. Le
Bitoux), Gai Pied, nº 25, abril 1981, págs. 38-39.
(2) «Entretien avec Michel Foucault» (entrevista con J.P. Joecker, M. Overd y A.
Sanzio), Masques, nº 13, primavera, págs. 15-24.
(3) «The Social Triumph of the Sexual Will: A Coversation with Michel Foucault»,
entrevista con Gilles Berbedette, de 20 de octubre de 1981, Cristopher Street, vol. 6,
nº 4, mayo, 1982, págs. 36-41.
(4) «Des caresses d´hommes considérées comme un art», Liberation, nº 323, del
primero de junio de 1982, pág. 27.
(5) «Sexual Choice, Sexual Act», entrevista con J. O Higgins, Salmagundi, nº 58 59,
Homosexuality: Sacrilege, Vision, Politics, otoño invierno, 1982, págs. 10-24. (Hay
versión española de este texto: «Opción sexual y actos sexuales: una entrevista con
Michel Foucault», traducción de Ramón Serratacó y Joaquina Aguilar, en VV.AA.,
Homosexualidad: Literatura y Política, Madrid, Alianza Editorial, 1985, págs. 16-37).
(6) «Foucault: Non aux compromis», entevista con R. Surzur, Gai Pied, nº 43, octubre
1982, pág. 9.
(7) «Michel Foucault, an Interview: Sex, Power and the Politics of Identity»,
entrevista con B. Gallagher y A. Wilson, Toronto, junio, 1982, The Advocate, nº 400,
7 de agosto de 1984, págs. 26-30 y 58.
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Esta obra se acabó de imprimir en Madrid,
el 15 de abril de 2015
empero nº 4:Maquetación 1 29/04/15 14:36 Página 112
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