Antología S liges •D BJ BJ C _^ •D VERANO ( I 1 9 5 4 :^ '.2 c 0) •D BJ X >< BJ C _o o s •o i Este ejemplar de ANTOLOGIA DE S I T G E S terminóse de imprimir el día 23 de septiemlDre de 1054 en la eiudad de Barcelona, en los Talleres Gráficos Kex, Avenida de José Antonio, 719. fLaus Deo) 0) •a ANTOLOGIA DE SITGES N.° 5 •D BJ V E R A N O 1954 g 3s.0 BJ C _^ Ci- JL SUMARIO Pág. D e la l l a n u r a a la cúspide. — Pascual Prats, Evocación de los cursos de verano. — Luis párroco 9 Plaza 17 María A m b Al·legories. — Josep Romeu E p i s t o l a r i o . — Arturo 20 Gazul 23 T r i p l e invitación a l a polémica. — Durancamps U n a s m e m o r i a s i n t r a s c e n d e n t e s . — Benaprés E l tío vivo. — Salvador 29 ... 31 Marsal J a r d i n e s de S i t g e s . — Salvador 44 Soler Forment 47 M a t e r i a l e s p a r a u n a historia de la c u l t u r a de Sitges. Ramón Planas U n a novel·la de R a m ó n P l a n a s . — Octavi Saltor ... • 51 . 56 '.2 c 0) •a BJ X >< BJ C _o o s •o ANTOLOGIA DE SITGES B o n a i r e , 16 — Telefono 2 2 3 - Sitges 2 _o I T3 DE LA LLANURA A LA CÚSPIDE üT N o m b r e s de Cristo"', de Fray Luis de León, es tal vez la I J obra más acabada y perfecta de la literatura castellana. Dedúcese esto de su atenta lectura y de su comparación con las otras obras literarias del Siglo de Oro. La autoridad de los más insignes literatos confirma este aserto. Menéndez Pidal decía que Fray Luis dignificó la lengua castellana de la misma manera que los autores griegos y latinos dignificaron sus lenguas maternas. Sin embargo, hay dos figuras de la intelectualidad española que n o lo han creído así. Una de ellas es José Ortega y Gasset, del cual son estas palabras: "Es un lindo hbro — " L o s Nombres de Cristo"—, de simbolización románica, que fué urdiendo Fray Luis con teológica voluptuosidad en el huerto de La Flecha ("Meditaciones del Quijote". Año 1921.) La otra es Azorín. "Nada hay aquí — d i c e (en cuanto a filosofía)— que conmueva nuestro espíritu moderno. Vemos, sí, una serie de disertaciones, a ratos difusa, sobre materias que hoy no admiten disertación. En conjunto, para los hombres del presente carece de sentido y de idealidad." ("Los dos Luises". Año 1921.) Es seguro que ni Ortega ni Azorín penetraron el contenido teológ i c o de la obra del ilustre agustino. Prejuicios más o menos humanistas y un mucho laicistas, predominantes entre los intelectuales de la época en que escribieron sus libros los mencionados autores, pueden explicar una opinión tan poco halagüeña para esta obra de Fray Luis de León. Posiblemente, hoy, más saturados de Evangelio, y llegados a la plenitud de su madurez intelectual y humana, que es el momento de juzgar con fría imparcialidad los hombres y las cosas, los pareceres de estos hombres, en la materia que nos ocupa, serían más benignos y en razón de esto más justos y más verdaderos. Pero entonces, en el año 1921 y antes, ni Ortega ni Azorín estaban en condiciones de seguir el hilo de las ideas de Fray Luis — q u e era uno de los mejores c ^ >^ BJ C •D teólogos de la época y profesor de Biblia de la Universidad de Salam a n c a — , ni alcanzaron a comprender la razón de ser de su obra. Con una mano en el libro de los Santos Evangelios y la otra en los documentos conciliares y con la compañía de una fe ciega pero segura, vamos a hablar de Jesucristo, alfa y omega, principio y fin de la ciencia teológica. N o estamos, pues, en la llanura, donde el andar es fácil, sino en la cúspide, donde sólo los esforzados, "los pocos sabios que en el m u n d o han sido", llegan. Deténganse en la llanura los esclavos de los prejuicios de escuela o bandería. Solamente l o s hombres libres son aptos para ascender a la cima, donde se hallan el dulce remanso del íntimo conocimiento de Cristo y el solaz de su divino amor. Es de fe que hay en Cristo dos naturalezas, divina y humana, íntegras e inconfusas; más claro, que Jesucristo es verdadero D i o s y verdadero hombre. Es también de fe que hay en Cristo una sola persona, y ésta, divina. Es necesario retener estas verdades fundamentales para entender lo que iremos diciendo. En la historia de los dogmas de la teología católica se ha repetido el caso de que estudiosos que no están encuadrados en las filas del catolicismo, han tejido una corona de laurel sobre la frente del Divino Maestro c o m o premio de sus resplandores humanos y han querido ignorar lo que es esencial y real en Cristo : su divinidad. D e algunos de estos n o podemos discutir la sinceridad de sus afirmaciones, pero debemos decirles que ignoran a Cristo. Hay, sin embargo, otros, cuya posición ideológica en esta materia es más bien de tipo moral que intelectual, que niegan la divinidad de Jesucristo, no porque la ignoren, sino hsa y llanamente porque en su interior le han concebido odio —signum cui contradicetur—. La persona de Jesucristo explica sus obras, y sus obras resplandecen por el brillo de su persona. Es necesario, pues, mirar sus obras para comprender a Jesucristo. Las fuentes para este conocimiento s o n : la historia evangélica, las tradiciones, las conclusiones que pueden establecerse por las condiciones especiales de su naci¬ miento y de lo que la fe nos enseña. Jesús nace de una Virgen, es decir, que D i o s , que es el principio de toda fecundidad, es también el principio directo, inmediato, único, de esta germinación. Dios, por su potencia, fecunda el seno de María. Y este concurso inaudito del Altísimo con una criatura da por resultado la formación de una carne y de un alma que componen una naturaleza y la existencia de esta -a,- 10 •a naturaleza humana en una persona divina. La carne de Cristo, deci­ mos, procede de D i o s y del h o m b r e : de D i o s , directamente; del hom­ bre, por María Virgen, hija de David. Cuando D i o s trabaja directa­ mente, sus obras son perfectas, porque ha de dejar rastro que pueda glorificar su Sabiduría y Potencia. El fruto, por lo tanto, que es Cris­ to, ha de ser digno de tal paternidad. Jesús procede también de María, y, por María, de una raza ancestral magnífica. María es la criatura ideal; no se puede confundir con otra cualquiera mujer. Toda la tradición proclama que María era bella —"tota pulchra es, Maria"—, canta la liturgia. Las mujeres del Antiguo Testamento, Rebeca, Ra­ quel, Judit, Ester, que representaban a María, eran amables y fuer­ tes. Por otra parte, no comprenderíamos cómo un alma de una pul­ critud tan extraordinaria no tuviera un organismo conforme a una tal belleza. El fruto, por lo tanto, que es Cristo, había de ser digno de una tal maternidad. Y, en efecto: Jesucristo es el hombre perfectísimo, dotado de toda energía y de toda delicadeza. Complaciéndose en la glorificación corporal del Divino Maestro, toda la tradición cristia­ na le aclama c o m o el más hermoso entre los hijos de los hombres, el Hijo del Hombre, es decir, el Hombre por excelencia. En una pala­ bra, todo su ser había de ser digno de su origen divino y h u m a n o , digno de su representación entre nosotros y capaz de manifestar ante nuestros ojos, c o m o su palabra manifestaba a nuestra alma, su inte­ ligencia soberana y su poderoso amor. Oyense en conferencias y léense en libros y revistas cosas del te­ nor siguiente: La virtud incomparable de Jesucristo, su modestia, su desinterés, su amor a los pobres, a los humildes, a los que sufren, su benignidad con los que yerran, su indulgencia con los pecadores, su generosidad en el perdonar, su dulzura, su elocuencia completamente nueva, su doctrina que se reduce al amor de D i o s y del prójimo, su invicta constancia ante los hipócritas y poderosos de la sinagoga, su muerte tan cruel y tan injusta y con tan noble coraje sostenida, son cosas únicas en la historia de la humanidad. Ciertamente, tales con­ ceptos son bellos y cautivadores. Podrían incluso multiplicarse inde­ finidamente, porque Cristo es venero inagotable de bienes. Pero estos elogios n o son desinteresados. Van directamente encaminados a la ne­ gación de esta verdad inconcusa y dogmática: Jesucristo es Dios. Qui est super omnia Deus benedictus in saecula, dice San Pablo (Rom. IX, 5) : El cual (Jesucristo) es Dios bendito, sobre todas las cosas, por los siglos. El Símbolo Atanasiano, cuya autoridad, así en la Iglesia ^ is BJ C _^ 11 •D occidental como en la oriental reconocida, lo constituye en definición de fe, dice: "Es Fe recta, que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y h o m b r e . . . Perfecto Dios, perfecto h o m b r e . . . Igual al Padre según la divinidad, menor al Padre según la humanidad." ¿ Y qué pensaba Jesucristo de sí m i s m o ? Su testimonio para nosotros es infahble y adorable. Para los otros, es irrecusable, por cuanto se trata, según e l l o s , del más virtuoso e inteligente de los hombres. Hemos escogido tres pasajes en los cuales habla Cristo de sí mismo. El primero dice así: "El príncipe de los sacerdotes (era Caifas que estaba presidiendo el tribunal que había de juzgar a Jesús) le dice (a Jesús) : "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Cristo Hijo de Dios". Le responde Jesús: "Tú lo has dicho. Y os aseguro que pronto veréis al hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia de D i o s y viniendo sobre las nubes del cielo". Entonces el príncipe de los sacerdotes rasgó sus vestiduras, diciendo: " ¡ H a blasfemad o ! ¿ P o r qué necesitamos más t e s t i g o s ? " Ahora b i e n : de la misma manera que, cuando Cristo afirma que es hijo del hombre estamos todos de acuerdo en entender que Cristo tiene la naturaleza humana, esto es, que es hombre, de igual manera, cuando Cristo afirma que es H i j o de D i o s , es que tiene la naturaleza divina, esto es, que es Dios. Y en efecto: Padre e hijo han de tener la misma esencia, la misma substancia, la misma naturaleza. N o puede existir relación de padre a hijo entre un pájaro y una piedra, porque son esencias distintas. Si, pues, Cristo afirma que es H i j o de D i o s es que tiene la 'misma esencia de Dios, la misma substancia de Dios, la misma naturaleza de D i o s . Es D i o s , por lo tanto, como su Padre. Y es tan claro el pensamiento de Cristo a los ojos de Caifas, que, escandalizado, exc l a m ó : " ¡ H a blasfemado!". La blasfemia de Jesús era que había dicho que era Hijo de D i o s , y, por lo tanto, Dios, como su Padre celestial. Y Jesús emplaza a sus jueces a un próximo porvenir, que dará testimonio de sus palabras: "Y os aseguro que veréis pronto al hijo del hombre sentado a la derecha de la potencia de D i o s y viniendo Gobre las nubes del cielo." Efectivamente, dentro de pocos días asistieron a los comienzos de su glorificación. Vieron los prodigios obrados en el Calvario, los de la resurrección de Cristo y el de Pentecostés, los milagros obrados por los Apóstoles, el rápido establecimiento de la Iglesia en Jerusalén y en Judea, la destrucción de la Ciudad Santa y la bancarrota del estado judío. El segundo testimonio dice: "Yo (Cristo) y el Padre (celestial) 12 „ s o m o s una sola cosa." Una sola cosa, esto es, una sola naturaleza, que es, por lo tanto, divina. El tercer testimonio dice así: "Todas las cosas que El (el Padre celestial) hace, también las hace igualmente el H i j o " (Cristo), esto es, que las operaciones del Padre celestial, que son las del Omnipotente, son las mismas operaciones del Hijo. (El primer testimonio está tomado de San Mateo, c. X X V , v. 6 3 , 6 4 y 6S. El segundo de San Juan, c. X, v. 30. Y el tercero, de San Juan, c. V, V. 19.) Es indispensable, para completar lo que llevamos dicho sobre la adorable persona de nuestro Redentor, hacer una consideración sobre algunos hechos por El llevados a cabo, que son evidentes pruebas de su condición divina. "Si a mí no queréis creer, creed a las obras", decía el D i v i n o Maestro (loann. X - 3 8 ) . Pero antes hemos de repetir que la divinidad de Cristo no es ningún problema; es una tesis, c o m o lo es el misterio de la Santísima Trinidad y el dogma del pecado original. El Concibo de Nicea principalmente, todos los Símbolos de la Fe, todas las enseñanzas de los Doctores de la Iglesia definen esta verdad como divinamente revelada. Y, en efecto: prescindiendo ahora del testimonio personal de Cristo, su divinidad es pregonada por sus obras. Según el Evangelio, Cristo resucitó tres muertos. Se resucitó a sí mismo. Devolvió la vista a un ciego de nacimiento. Sanó los leprosos con el solo imperio de su voz. D e manera instantánea curó a un paralítico. Multiplicó los panes y los peces con su sola bendición. Estos hechos y muchos otros que podrían aducirse, históricamente no pueden negarse, porque el Evangelio es un libro histórico que, además de su origen divino y por lo tanto infalible, ha sido sometido a la más severa crítica durante dos mil años. Evidentemente, estos hechos no tienen natural explicación, exceden la capacidad productora de toda fuerza humana y angélica, porque hombres y ángeles están constituidos en un orden natural, que no pueden por sí mismos sobrepasar. Por sí mismos, decimos, porque no se nos oculta que algunos santos han obrado verdaderos milagros. Pero eso no ha sido en su propia virtud, sino como instrumentos de Dios. D e la misma manera que la melodía de un violin la produce el violin como instrumento y el artista como causa eficiente, así el hecho milagroso lo produce el hombre o ángel como instrumento y Dios como causa eficiente. Y la razón de esto estriba en que sólo D i o s es la causa de la naturaleza, cuyas leyes solamente por El pueden ser conservadas, suspendidas o •a a BJ c _^ 13 •o modificadas. El libro de los Actos de los Apóstoles explica un hecho que es la confirmación patente de lo que vamos diciendo. Habían los Apóstoles curado un paralítico, y los israelitas querían saber con qué virtud habíanle dado vigor a sus miembros y la salud. Y entonces Pedro dijo estas palabras: "Príncipes del pueblo, y vosotros, ancianos de Israel, escuchad: Y a que en este día se nos pide la razón del bien que hemos hecho a un hombre paralítico y se quiere saber por virtud de quién ha sido curado, declaramos a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que la curación ha sido hecha en nombre de nuestro Señor Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y D i o s ha resucitado. En virtud de tal nombre se presenta sano este hombre a vuestros ojos. Este Jesús es aquella piedra que vosotros rechazasteis al edificar, la cual ha venido a ser la principal piedra del á n g u l o : fuera de El, no hay que buscar la salvación en ningún otro. Pues n o ha sido dado a los hombres otro nombre bajo del cielo en que podamos ser salvos." (Act. IV, 8 y sig. ) Y Cristo hacía los milagros en su propia virtud. D o m i n a b a con imperio absoluto la naturaleza toda y ésta obedecía mansamente a su voluntad soberana. Y la razón de este total dominio era esta: su divinidad. Entremos en el santuario del alma de Cristo. La generación humana, siendo obra de la carne, termina en la carne. El alma es un espíritu, substancia esencialmente distinta y superior a la carne. N o puede, por lo tanto, la carne producir el espíritu. El origen, pues, del alma de Cristo es el m i s m o que el de nuestra alma: la creación inmediata de Dios. Teológicamente hablando, está fuera de duda que el alma de Cristo fué santificada por la presencia en ella de la Santísima Trinidad, con la cual estaba personalmente unido. Y por esto fué Jesucristo impecable. Pero además de esta gracia, que fué privilegio único de Cristo, fué dotada su alma, como la nuestra, de la gracia habitual, que es una cualidad sobrenatural, inherente al alma, por la cual somos santos, gratos a Dios, hijos de Dios adoptivos y herederos del cielo: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros... lleno de gracia y de verdad... Y de su plenitud t o m a m o s todos, y gracia por gracia." (loann. c. I, vv. 14-16.) Tenía, pues, como nosotros, el alma de Cristo la gracia habitual. Solamente que esta gracia n o podía hacerle hijo de D i o s adoptivo porque lo era natural. Esta gracia habitual fué en Cristo plena, es decir, prefecta en su más alto grado y excelencia, con plena aptitud para producir todos los efectos de la gracia. Y moralmente infinita, porque la gracia habitual fué TS 8 !| ^j 14 , dada a Cristo como principio universal de santificación, y todo hombre que ha sido, es y será, ha de poder participar de ella. Poseía también todas las virtudes teologales y morales, que son propiedades de la gracia habitual, menos la fe, porque veía a D i o s cara a cara, c o m o luego diremos; la esperanza, porque no podía esperar a Dios que ya poseía, y la penitencia, porque era impecable. "Descansará sobre El (sobre C r i s t o ) . . . el espíritu de sabiduría y entendimiento, el espíritu de consejo y fortaleza, el espíritu de ciencia y piedad, y le llenará el espíritu de temor del Señor." (Is. XI, 2-,3.) La primera potencia del alma es la inteligencia. Esta fué en Cristo soberanamente poderosa en razón directa de su perfección humana y de su representación, puesto que era el primero y más grande de los doctores. Abarcaba todos aquellos conocimientos que pueden adquirirse por la luz del entendimiento (scienña experimentalis). Y este tesoro de conocimientos, que adquirió Jesucristo sin que le fueran enseñados, le hacía ya superior a todo genio humano. Estaba dotado también de la ciencia infusa, esto es, de aquellos conocimientos que no pueden venir por el intermedio de los sentidos, como lo son los de los espíritus puros, sino que vienen directamente de la Fuente de toda verdad P o r esta ciencia conocía Cristo todas las cosas naturales, aún las que no puede alcanzar el entendimiento humano, como son el conocimiento del número y naturaleza de las estrellas del firmamento, los secretos del corazón, los futuros contingentes, el misterio de la Santísima Trinidad, y un número muy grande de cosas puramente posibles. Poseía también desde el primer momento de su concepción y con más perfección que los ángeles y bienaventurados, la visión facial del Ser Infinito, en el cual se ve todo lo que es, ha sido y será y todo lo que es puramente posible, todas las formas de la verdad y todos los matices de la belleza y de la armonía de la vida, en un verdadero éxtasis del espíritu, que aumenta a medida que va penetrándose más hondamente en este Ser Infinito. La segunda potencia del alma es la voluntad, la cual sigue la luz del entendimiento. Por fin, tenía Cristo pasiones, de m o d o singular la sublime pasión del Amor. Y c o m o corona y complemento de lo que acabamos de decir no resistimos a la tentación de transcribir este maravilloso párrafo, sacado del capítulo I de "Los Nombres de Cristo", del mencionado Fray Luis de L e ó n : "Pues — d i j o entonces Marcelo— esto es ser Cristo fruto; y darle la Escritura este nombre a El es darnos a entender a nosotros que •a a BJ c _^ 15 •o Cristo es el fin de las cosas, y Aquel para cuyo nacimiento feliz fueron todas criadas y enderezadas. Porque así c o m o en el árbol la raíz no se hizo para sí, y menos el tronco que nace y se sustenta sobre ella, sino lo uno y lo otro juntamente con las ramas y la flor y la hoja, y todo lo demás que el árbol produce se ordena y endereza para el fruto que de él sale, que es el fin y c o m o remate s u y o ; así, por la misma manera, estos cielos extendidos que vemos, y las estrellas que dan resplandor, y entre todas ellas esta fuente de claridad y de luz que todo lo alumbra, redonda y b e l l í s i m a ; la tierra pintada con flo­ res y las aguas pobladas de peces ; los animales y los hombres, y este universo todo, cuan grande y hermoso es, lo hizo D i o s para fin de hacer Hombre a su H i j o , y para producir a luz este único y divino fruto que es Cristo, que con verdad le podemos llamar el parto común y general de todas las cosas." PASCUAL PRATS, Párroco 0) •a 2 X 0) •a EVOCACIÓN DE LOS CURSOS DE VERANO •^N este lugar de ANTOLOGÍA se hubiera dado puntual referencia del j Curso estival de 1954, pero lo que pudo titularse "Crónica" ha quedado — p a r a contrariedad de t a n t o s — en "Evocación", recuerdo fervoroso y vivido, con acento de llamada, de la tarea que ya había arraigado con firmeza en esta impar villa. Porque Sitges ha sido un perfecto ambiente para las enseñanzas que durante tres semanas se daban sobre nuestra lengua y cultura, con amplia dedicación a las juventudes del m u n d o . Siempre ha ganado mi favor este don sitgetano de su vivir en oior de universalidad, con ademán ecuménico y acogedor, que tiene el mejor tono de la hospitalidad bien sentida. Esta cualidad de Sitges es el mejor título que puede ofrecer para que en el lugar se diera cita la universal y variada academia que eran los Cursos. Para muchos pueblos y ciudades, el mejor título de gloria se basa en ser cuna de algún hirsuto conde medieval, tremendo cruzado y espada de pro, o en formar — c o n opción más o menos justificada— en esa ya larga cofradía de lugares que pretenden haber albergado la niñez de Colón, sin considerar que la Edad Media ha sido el período histórico en que la humanidad — a más de otros m a l e s — ha sabido peor disimular los hedores corpóreos, o que la gloria del almirante está más ligada a un barco que a su posible nodriza. Sitges está libre — y que d u r e — de tan enojosas elucubraciones, y nos muestra — e n c a m b i o — este ambiente rezumante de universalidad y sentido presente, esta perenne vida de lo actual, paralela a la E '.!¿ c • S 0) •D BJ BJ C •o realidad de nuestro mundo en el que si son posibles las contiendas, se dan, c o m o nunca en tiempo alguno, los diálogos y los mutuos reconocimientos. Con tal acondicionamiento no extrañe, pues, que Sitges haya sido perfecto marco de ese cuadro policromo que era la alegre muchachada extranjera. Alegre y, a decir verdad, estudiosa, en contra de la opinión de algunos. Y es que en muchos extranjeros existe c o m o una avaricia del tiempo, constituyendo la breve duración de las clases acicate del deseo de aprender. Recuerdo a cierto joven americano que, sigiloso, espiaba el final de m i desayuno para luego, al sahr del hotel, hacerse el encontradizo y calle Mayor adelante ir asediándome buscando aclaración a sus dudas sobre el régimen del subjundvo o zarandajas similares. Ni que decir tiene que las enojosas normas del positivismo gramatical se compHcaban en aquella marcha difícil muchas veces por las abundantes bicicletas o por los capazos mañaneros de las "dones" en ruta hacia el mercado, ambas cosas frecuentes en esta bulliciosa rúa sitgetana, hasta alcanzar su cénit en el final vencimiento de su costanilla, quehacer que cobraba entre la gramática y el parco v i á d c o matinal hotelero, dificultad de aventura himalayera. Pero hasta tales pelmas tenían algo de interés. Y no hablemos — p o r ser múltiples— de las satisfacciones. Con decir que el momento más triste no era el de los exámenes sino el d e j a s despedidas, todo quedará suficientemente explicado. Este año, en cambio, la villa ha quedado un poco sentidamente pesarosa por la ausencia de los cursillistas. Sin la abigarrada troupe brhánica que tutelaba el trotamundos, con sabor de picaro, Peter, sultán de agencia turística entre concurso totalmente femenino ( 1 ) , sin la presencia briosa de los universitarios de Yale y la dignidad de Mrs. Helen, una de las primeras discípulas en tierras norteamericanas de las enseñanzas hispánicas de don Federico de Onís, sin las hondas preocupaciones de míster Vermond a causa de que los austrahanos pudiesen ser vencedores en el match de criquet con Inglaterra, sin las estudiantiles canciones de los suecos, s m los discursos llenos de emotividad que en estos últimos años n o s dijeron, como saludo de despedida, OHnka y Bárbara... paréceme que Sitges queda un poco solo. (1) Léase con la mejor intención; claro que la calidad estética de algunas componentes del grupo e r a n la mejor salvaguardia de la virtud del susodicho caballero. 18 , X • ^ i , Porque aquí no sólo hemos de ver la belleza de una playa o la blancura y singular originalidad del caserío. Sitges es mucho más. Es, por tradición, albergue de inquietudes artísticas y literarias, estímulo de las mejores empresas del espíritu, y entre e l l a s debe caber la nota universitaria estival, más nuestra por varia y bulliciosa, ante la cual y o veía sonreír la simpatía generosa del impar Rusiñol. El fué siempre un impulsor de comunicaciones afectivas con rango de empresa artística. Y los Cursos ayudaban tanto a un aprovechamiento docente c o m o a una proyección de Sitges en el mundo (1). Que esa sensación de soledad por la ausencia de los que un día fueron animadores de la villa, sea el arranque de un camino de posibihdades futuras que favorezcan el restablecimiento entre nosotros de los Cursos, para que los cursillistas no sean visitantes de un día sino sitgetanos de más prolongada vivienda. Os aseguro que en muchos lugares del mundo tal hecho haría nacer el más sano júbilo. LUIS MARÍA PLAZA ( 1 ) 'Esta influencia alcanza los matices más víiriados. H e recibido c a r t a s en que se me pedían notas de la, lüstoria de Sitges, d a t o s sobre los a r t i s t a s que aquí viven y h a s t a una muy curiosa de dos e s t u d i a n t e s del Ohrist'íi Collège de Cambridge en que pedían la fórmula de la horc h a t a de chufa, «bebida — decían — que no tenemos aquí», cuyo conocimiento fué consecuencia d e la bienhechora influencia del citado refresco en la mitigación del calor estival suburense. 19 T3 BJ BJ C _^ •D :^ Josep Romeu brinda a ANTOLOGIA DE SITGES las primicias de los cuatro poemas que van a continuación. Ellos constituyen la introducción a un libro de poesía que Romeu está preparando. Dan idea de un estado de espíritu, que en el cuarto poema encuentra su solución. «El libro —nos comunica su autor— se resuelve en la superación de la angustia y del dolor, reales o fingidos, auténticos o literarios, que todos tuvimos que acatar en años difíciles. Los que vivirnos lo son, todavía, pero, de no ser por el extraordinario bien que llamamos esperanza, sería mejor revolverse animalmente en la vida; así, algo en nosotros quedaría satisfecho. Creo que, para mí, por lo menos, el mundo y la vida tienen una finalidad, y que la angustia y el dolor son realidades superables y estados que la naturaleza humana tiende a vencer. Si el arte pretende captar L· vida, y el arte es humanidad, sería error encerrarse y permanecer en el círculo enfermizo de aquellas anómalas situaciones.)) AMB AL-LEGORIES I Negres cavalls pels meus camps vénen d'un tenebrós no-res i a un silenci sense dies fugen. L'obscur galop em calciga la terra i les migrades llavors que hi germinen per a una petita almoina que em nodria. Cas'ds i ciutats cremen lluny en incendis rf'cents i flames. 20 , X ^ : ^\ , Fumeres me'n duen l'ardor i e m neguen la l l u m nocturna i alta. V a i g , en la fosca, per senderes perdudes, per gleves orfes d'humida saó, damunt sorrals, per còdols que sedegen, entre calimes de rius soterrats, per canyars abeurant-se d'una mort lentíssima. Negres cavalls per les ermes planures van, per l'antiga comarca interna que ja no és presència viva ni confiada memòria. II •Ombra meva contra la humitat dels murs, espectre de mi en les portes obertes, sense guaites, ciutat sota claror lunar, tan inútil tot! T a n enervant aquest ofec que ruïneja dels teulats, dels balcons als carrers afilerats, presons i màscares. Banderes que no vetlla ningú, caigudes, sense ombra tutelar i bona. L'amor, per les places i els antres, en aventura, quan no covardia o sòrdida rutina. E m rento els ulls i les mans en fonts d'aigües mortes. U n a trista ruïna s'abat, universal i repetida: la d'ells, la nostra, que ens fuig la vida i no l'hem apresa, q u e vivim una soledat compartida i ens ignorem, macips hostils en ribes infranquejables però impotents per a la lluita i la ira, sempre en la nit afeixugada per silencis i boires, mentre D é u és l l u n y à i no sabem invocar-lo. c ni •D Braços i mans, plantats, per sinuosos camins, i dits, crispats i foscos, al gris de l'alba. C o n e c aquest vent pel brancatge, 21 ^ ^ ^ ^ 0) •D l'avara complaença del fantasme en l'alta, angoixada presa. A l'entorn, camps sembrats de sal oculten el verm de la marcida seinent. En marges s'arrengleren cranis blancs, pedres i calç, fins als grisos pujols, a roques solcades per tempestes antigues. Entie el terror i el dubte d'ara, canilla inevitable, i el meu silenci clos, el teu, el de tots, que moríem solitaris en ciutats populoses, no sé per quines insospitades sabes floreix als ulls, als llavis, tímidament, que potser bastaria una fe, un plor, un bleix menut per poblar tan desolada pàtria. IV I un dia qualsevol, quan ja és llunyà el trot dels salvatges cavalls, un cant d'alosa o un petit batec al cor ens fan redreçar el front, i no pas inútilment, sinó en l'espera d'una epifania per a nosaltres, immerescuda, i ens adonem que som i vivim aptes per al plor i la joia entranyables, i veiem que és absurda la mort i la destrucció i desentendre's del goig i la pena, i que valem i ens salvem pel que som: un cor petit que sagna i s'aferra com una rel a la vida. JOSEP ROMEU , X _^ • (B ! 22 , EPISTOLARIO S ERÁ posible, en el futuro, recoger las correspondencias de escri­ tores, que tanta a m e n i d a d e interés h a n dado a la historia litera­ ria? Francia ha sido el país que más valiosa literatura epistolar ha producido hasta llegar a las cartas de André Gide con Paul Clau­ del, con Charles D u Bos, con Francis Jammes, que apasionaron a partidarios y a adversarios del autor de La porte étroite. Ahora, sin embargo, llegados al tiempo de la prisa, el telegrama se impone, y el escritor, menos que nadie, se entretiene redactando cartas porque todo lo que escribe va destinado a la imprenta. Pero c o m o toda regla lleva aparejada su excepción, aquí está Ar­ turo Gazul, que se vuelca en sus largas y sustanciosas epístolas. En sus cartas a uno de nuestros amigos dice: "Siento este placer de la correspondencia con amigos afines en sentimientos y aficiones; o con los que, aun siendo ajenos a éstas, m e une el afecto y la simpatía. N o escribiría de buena gana más que cartas, a condición de que éstas m e devuelvan el eco de su compren­ sión por parte del destinatario." "Es cierto que la prisa de la vida moderna ha reducido la co­ rrespondencia a lo comercial o de estricto cumplimiento. El teléfono, por otra parte, la excusa en muchos casos. En otros la falta de tiem­ p o : a un hombre que trabaja en un despacho, cuando n o en dos, diez o doce horas diarias, ya por imperativos de negocio o por un doble o triple empleo, necesarios para ganarse la vida, no se le puede pedir que dedique a la correspondencia una de las pocas horas que le restan para expansión o descanso. Sin embargo, h a y muchas otras gentes que tienen tiempo de sobra, pero no afición ni gusto para escribir cartas." -í ^ 1? ,;» BJ c _^ 23 •D Queden, los anteriores párrafos, a guisa de prólogo, y s i g a m o s buceando en el epistolario de Arturo Gazul. del que sacaremos a relucir algunos de los temas que en él se suscitan. Por e j e m p l o : D E L A C O R R E S P O N D E N C I A A LA P E Q U E Ñ A H I S T O R I A " Y o creo, pues, que hay gentes todavía, muchísimas, a las que el tiempo sobra y que precisamente no saben c ó m o "matarlo". Y que m u c h a s personas pudieran dedicarlo a sabrosas correspondencias, sobre todo en los pueblos, en esos pueblos castellanos y andaluces donde los señores sestean o juegan al dominó en los casinos, y los jóvenes, a pie firme, charlan horas y horas entre chato y chato, en bares y tascas. En España nunca hubo afición a escribir cartas, ni "diarios", ni "memorias". Con lo que, tratándose de personas importantes, n o sólo la Historia en grande sino la pequeña historia se han perdido un material valiosísimo. Me lo decía don Antonio Ballesteros, el historiador insigne, mi maestro y amigo queridísimo. En cambio, en Francia el afán de expansionar, pluma en mano, las ideas y sentimientos individuales, bien en comunicación con el amigo o familiar, o bien como soHloquio escrito, ha permitido bucear en la intimidad de las almas de escritores, políticos, hombres de ciencia, etc., o lograr documentos de intenso valor humano. La Revolución francesa, por ejemplo, tras de su fachada teatral a lo Michelet o Castelar, ha sido en los últimos tiempos revelada a través de las humanas miserias de sus personajes merced al trabajo de rebusca de ese material, en gran parte inédito, que con tan certera visión han permitido a Gaxotte, a Lenôtre y otros escritores ofrecernos su humana autenticidad. Es así c o m o se ha descubierto que bajo razones y motivos históricos incubados de largo tiempo, la fuerza impulsora de la Revolución fué el resentimiento de unas docenas de abogadillos y escritorzuelos fracasados o de arrivistas ambiciosos, aparte, claro está, algunos idealistas y fanáticos de sinceras convicciones: el más puro y más cruel, Robespierre. Es m á s : usted habrá observado que en nuestro país las correspondencias de nuestros antepasados se destruyen. Si acaso, las guardan los h i j o s ; a los nietos ya no les interesa. Hay, c o m o en todo, excepciones. En mi tierra no impera solamente este furor destructivo en lo part'cular. Archivos valiosísimos se han vendido al peso y no hace mucho salvé yo 2 5 0 protocolos y libros de "acuerdos" del Ayuntamiento. de los aue jamás me había hablado ningún alcalde a pesar de cono"er mis f'ficiones investigadoras. Yacían en un desván con ífí i I I ^ ¡í ; S 24 0) •D Itotal abandono y la casualidad me bizo descubrirlos cuando se ios iba a llevar un camión para destinarlos a pasta de papel." LA CANTIDAD EN LA NOVELA "Yo he intervenido en una gestión editorial que me desconcertó precisamente porque también venía a contradecir esta idea de la brevedad y la contención, de la sobriedad y economia de palabras que al escritor debe imponerle la prisa de la vida moderna. U n amigo mío y paisano, escritor notable, muy destacado en mi tierra extremeña, envió por mi conducto una novela a un editor de Barcelona. Se trataba de una novela de humor — c o n el hallazgo de un tipo humano d e l i c i o s o — , para mi gusto estupenda, con un fondo humano y una raíz dramática florecida en sonrisa; de lo mejor, literariamente hablando. La novela era corta: unas 200 páginas o 22.5. Pues bien, el editor, tras de elogiarla merecidamente, se la rechazó por corta. "Amplíela usted — l e d e c í a — ; asi n o es comercial." A lo que mi amigo se ha negado porque los rellenos en literatura suelen estropear la obra, concebida y planeada dentro de una medida, c o m o un cuadro o una escultura." GANIVET Y UNAMUNO "He hallado una referencia interesantísima en su libro, a Ganivet. \ i n g u n a de las biografías que se le han dedicado me ha dado una idea de su carácter y de su vida desquiciada y absurda c o m o la anécdota que usted cuenta. En lo privado, la contrafigura de U n a m u n o , hombre casto, de una sola mujer, buen padre y buen marido, y muy apegado a su hogar. Ganivet hubiera quizás h a l l a d o la calma y el equilibrio de su espíritu si, allá en Granada, hubiese tenido para su disfrute, como un príncipe nazarita, un harén de varias docenas de mujeres, un palacio fastuoso y una gran biblioteca. "Había en él un africano de grandes pasiones y grandes odios", transcribe usted estas palabras de Utrillo. Sin embargo, lo que y o llamaría su serenidad mental no se turba en su obra literaria y de ensayista genial. En una época en que se escribía con violencia barroca, él discurre sobre los más diversos temas con luminosidad que nunca es llama abrasadora. También está ausente en su obra ese irreprimible furor polémico del que también adolecía su amigo don Miguel. Con don Miguel era difícil discutir, porque le sacaba de quicio la menor objeción a sus ideas. Su charla era un perenne monólogo, pero le gustaba pasear en Salamanca (donde yo le conocí de estudiante) con un par de amigos c ^ >^ BJ C •o que a todo asentían con un "amén" sumo y tácito. Pero tal m o n ó l o g o ardiente y apasionado trasciende en su obra. Ganivet en, lo humano, es la figura más interesante de la generación del 9 8 . U n tremendo sensual que logra mantener incontaminado y puro su espíritu; y su obra limpia de toda escoria de "complejos". ¿Quiénes serían esas cinco compañeras de viaje que constituían su harén sentimental? ¿Sabe usted algo de e l l a s ? ¿ Y qué mayor drama íntimo? U n hombre que viaje con cinco mujeres, disponiendo de una posición modesta, está irremisiblemente abocado al suicidio por muy sentimental que sea el "compañerismo". Y a un africano con dos ojos c o m o dos brasas y una gran barba negra de sultán, en Finlandia tenía que congelársele el alma y helársele la sangre." GANIVET Y LARRA "He recordado vagamente un comentario a una correspondencia de Ganivet en el que se censuraba que en las cartas a sus íntimos empleaba a veces palabras sucias y groseras. Hablaba de sus escritos comparándolos con deposiciones fisiológicas. Y o no hallé nada de particular en esos desahogos metafóricos. La verdad es que se puede hablar de estreñimiento intelectivo y creador, y que todos los que escribimos lo padecemos algunos días. Pero relaciono el dato con las discusiones de Sitges, con su torrencial desborde de ideas y pasiones, en formas nada académicas, y con sus reacciones agresivas y probablemente groserotas. En cambio, ¡qué firmeza y qué sensibihdad en cuanto dejó escrito! Estos contrastes son frecuentes. El hombre no es siempre una "totalidad", sino dos o varias personalidades en lucha. El místico puede ser un terrible sensual, y haberlo v e n c i d o ; en su trmnfo h a l l a m o s su santidad. Lo peor es que esa lucha quede latente y que no venza una personalidad a la otra, o que no lleguen a un pacto de relativa paz. El suicidio de Ganivet y el de Lara son sinón i m o s : fruto de la impotencia de la voluntad ante una pasión. La obra literaria de Larra, dura, agresiva, amarga, deja entrever su final, o no lo contradice. La de Ganivet es serena y luminosa: de pasión mteligente, profunda y a la vez radiante. Había que conocer al hombre tumultuoso y atrabiliario para comprender su suicidio." ' RUSIÑOL 1^ ; "Rusiñol tenía una aureola de simpatía en toda España de la que y o puedo dar testimonio. Era y o un adolescente, un estudiante de Bachdlerato allá en un colegio de Mérida, y ya hablábamos de él con ^i ^ 2S •a entusiasmo, sin conocer su obra literaria, ni de su obra de pintor más que reproducciones que aparecían en las revistas ilustradas. Su aureola bohemia nos fascinaba. Era un caso único como literato y artista en lo humano, porque en nuestro país a todos los triunfadores les sigue la envidia y el afán de empequeñecer al hombre, sacando a relucir sus vicios y miserias — a veces supuestas y e x a g e r a d a s — con morboso deleite. Es la moneda vil en que se cobra entre nosotros la fama. Si Rusiñol como hombre tuvo sus debilidades, que nunca fueron en perjuicio sino de él mismo, no trascendieron fuera de determinados círculos en los que había vivido, y en nada empañaron su nombre, siempre pronunciado con fervor admirativo y calor de simpatía. Borras, con su creación de "El Místico", contribuyó mucho a esa admiración. En parte alguna falló el drama como obra teatral de éxito emocionante, y la labor genial de su intérprete. Y o vi el drama en Madrid y en Sevilla." BENAVENTE "Una de mis correspondencias de muchos años es la que v e n g o sosteniendo con don Jacinto Benavente. Sé que mis cartas le entretienen m u c h o . Me suele contestar muy pronto, cartas breves, con su letra diabólica, que me he acostumbrado a descifrar. Y o le agradezco m u c h o esta distinción. D e vez en cuando asoma su ironía o apunta una idea original; pero, en general, son cartas corrientes. Mucho más tardo y o en contestarle, pero lo h a g o extensamente, contándole mis impresiones sobre lo que veo en el teatro y chismorreando un poco sobre los cómicos y autores: esto último le divierte mucho. Claro que y o lo hago sin meterme en la vida privada de ninguno, limitándome a sus veleidades profesionales. La familia Hurtado le obsesiona: es, en realidad, la que se ha creado. A los muchachos los tiene a su lado desde muy niños. El más simpático es D i e g o , el marido de Mary Car r i l l o ; forman un matrimonio perfecto. Con D i e g o pasó cortas temporadas en Terramar. Sitges le encantaba a don Jacinto, pero iba sólo a descansar y escribir, y no creo que tuviera ahí trato con los intelectuales y artistas locales." ROSER G R A U c "Estoy traduciendo una novela del catalán al castellano, de una mujercita que está llamada a figurar entre las mejores novelistas catalanas: Roser Grau. Está casada — r e c i é n c a s a d a — con un médico, y son vecinos nuestros. El se llama Rafael Llinás: es gran m é d i c o y ^ ^ BJ C _^ 27 •D gran persona. E l l a se ha educado en Francia, Me h e brindado a este , trabajo porque lo merecen ella y su novela. Traduzco con facilidad., pero mi afán de hacerlo escrupulosamente me crea pequeños problemas lingüísticos que el diccionario no siempre me resuelve. El ritmo» del catalán y la construcción sintáxica son diferentes. N o t o que la traducción: enfría el calor del estilo origiital y lo dcspensonalfza." A-RTiTRO G A Z U L TRIPLE INVITACIÓN A LA POLÉMICA 1. ¿Qué concepto formarían los profesionales de la pluma de los artistas que dijeran que la mejor literatura es la que no puede entenderse, la mal escrita, y la que no precisa de las leyes básicas de la gramática para su cultivo? Pues el m i s m o que tenemos nosotros de los que esto dicen de la pintura. 2. La humanidad tolera incomprensiblemente al sujeto que faltándole el talento para ejecutar una obra personal se erige en juez de sus semejantes. 3. ¿Sería justo un arbitro de fútbol que juzgara un partido según sus predilecciones particulares y n o según los mandatos del reglamento que le obliga a reconocer el mejor, aún en contra de sus preferencias íntimas, que no interesan a nadie? Pues así actúan hoy la mayoría de los críticos actuales. DURANCAMPS •a a BJ c _^ 2Í) •D :^ uAmigos de los Jardines de Sitgesn encarga­ ron al insigne pintor Durancamps la al­ fombra floral del Cap-de-la-vila en el dia de Corpus de 1952. El artista ha transcrito el momento de dar personalmente los últimos toques a aquelL· su obra, concebida para durar sólo el espacio de unas horas. X 2 _o I UNAS MEMORIAS INTRASCENDENTES II EDAD ESCOLAR D URANTE esa primera década de mi vida, descontados los cuatro jugosos años que van por delante descritos en mi anterior capítulo, cuya relación verídica de acontecimientos, anécdotas. sucedidos, fantásticos unos, banales otros, nada comunes los más, gus tó extraordinariamente a mis familiares más próximos, devotos en torno y servicio doméstico en particular; y defraudó a unos pocos, al parecer, exigentes sin duda, de la posibilidad de haber desplegado mayores actividades, tales como, supongo y o , una intervención directa y eficaz en la restauración de la Monarquía que, c o m o no ignora el menos letrado de mis lectores, tuvo lugar el año 1874, esto es, cuando yo acababa de cumplir exactamente los dos años y medio. Nada consignan las crónicas del vecindario, ni las leyendas de familia — l é a s e : "al decir de mis abuelas"— que yo hiciese ni me ocurriera nada extraordinario. Pero tampoco es verdad esto en absoluto. Lo absoluto sólo existe en el cero térmico de los espacios interplanetarios, y en el poder — h a blo en abstracto—, que si le dejan, suele hacer lo que le viene en gana, y todo el mundo, quieras que no, tiene que bailar al son de su flauta mágica. Quise significar, pues, que no recuerdo haber inventado nada, ni ejecutado proeza alguna digna de estas memorias que, probablemente, con el tiempo darán la vuelta a la provincia. Salvo alguna paliza, tras una carrera a lo Marathon, por las calles de Sitges ^ ^ BJ C _^ 31 •D — e n aquel entonces era frecuente el espectáculo de un señor monterado con sombrero de copa y trajeado con levita corta persiguiendo a un c h i q u i l l o — propinada por algún tendero irritable e ignorante de cómo está formada en esencia la naturaleza del niño, por haberle roto casualmente el cristal del escaparate de su tienda, o quebrado la pata trasera de su perro idolatrado, casualmente también; o la exis- t í doctor, el dia de su Comunión. primera tencialidad de un chichón en la frente, cobrado con honra y gloria — ¡ b r a z o en alto, lector, y un minuto de s i l e n c i o ! — en nuestras inmarcesibles batallas contra el batallón unido de los aguerridos muchachos de las poblaciones vecinas, en el asalto y ocupación de la loma de la "Cruz de Ribas". Hoy los tiempos han cambiado. Todo cambia, menos y o y el negro peinado de doña Paulina, brillante como el azabache, a despecho de 0) •D la moda y del zarpazo de los años. Son otros tiempos, otras costumí>res, otra indumentaria; con el triunfo rotundo del calzoncillo, que ha tomado otro nomlire para ocultarse, antes recatado y pudoroso, hoy procaz y descocado; otra mentalidad, otros gustos, otras apetencias, otros juegos. Arrímese el lector a un grupo de muchachitos, y oirá c o m o no se habla de otra cosa que de cinf;. Repita la prueba en otro grupo de grandullones, y el fútbol es el único tema de sus largas y apasionadas charlas. Su vida, ia de ambos, gira sólo en torno del cine y el fútbol. Pero quizás aquellos juegos que antaño nos deleitaron e irisaron de bellos colores nuestra infancia, apasionada y revoltosa, no encajarían bien hoy en el ambiente actual, con puertas al campo, y opuesto a todo intento de recogimiento. Tampoco, por otro lado, hay motivo para aauellas contiendas. Nuestras relaciones con los pueblos inmediatos se han dulcificado notoriamente. Incluso, cuando la ocasión se nos ofrece propicia, la aprovechamos para alabar sin el menor regateo su recio ímpetu de mejoras urbanas, y nos hacemos lenguas de su afanosa inquietud para alcanzar un grado superior de cvltura al nuestro. Por añadidura, la pujante civilización que gozamos, en íntimo consorcio con el urbanismo en marcha, su corolario, y el mayor enem i g o del niño, ha modificado profundamente la manera de ser de éste. Elevando el tono del discurso, diría que ha hecho presa en su alma blanda e inocentemente bullanguera. Los niños de hoy día son más seriotes y comedidos. Ejemplo: apenas si una sola vez, cada noche, eso sí, lo mismo en verano nii° en invierno, llaman violentamente p la puerta de mi casa, tirando con increíble fuerza, dada la endeblez de sus músculos, del cordón de la campanilla del cancel. Nosotros, una vez elegida la victima, habíamos llegado a tirar del suyo hasta diez veces consec'itivas: la educación siorue ganando terreno; y no para huir corriendo calle abajo, en señal de un resto de vergüenza, conforme disponían los cánones de antaño establecidos sobre el particular, y que cumplíamos nosotros, sino para quedarse plantados en la acera de enfrente, altivos v desveri^onzados, haciéndose hipócritamente los desentendidos. ; Civilizados! Por lo demás, y como descarga de esta travesura, yo opino que en aras del folklorismo v de la tradición, y aún del turismo (¿por qué n o ? ) débese fomentar por parte de quien competa: autoridades, instituciones morales y docentes, agrupaciones de pediatras e higienistas, este juego sin par, inocente y divertido, robustecedor de la musculatura de las piernas, sin otro ries'ïo que un puntapié en salva sea la parte, productor, como no existe otro, de sensaciones gradua- c ^ ^ a c •o bles, desde la simple llamada normal, hasta el salto del corazón fuera del pecho, con síncope consecutivo, y obligada rociada de agua de coloiiia, de parte de la víctima, según la fuerza con que se tira del cordón o lo que se emplea en dar el aldabonazo. ¡ E j e m ! , y prosigamos. Todas esas contiendas a que nostálgicamente me refiero, en el fondo motivadas por orgullo o suprem.acía de pueblo (lo cual es muy razonable, porque no todos s o m o s iguales), suelen dirimirse hoy en los campos de fútbol, entre grandes y mayores, a patada l i m p i a . . . o sucia, ante una concurrencia, a veces ingente, siempre en el fondo un poco inocente, que paga y se larga, satisfecha, y que aprovecha, de paso, la ocasión para sobar sus válvulas orales, contenidas durante toda la semana anterior, por miedo o conveniencia. Porque, c o m o m u y c ó m o d o no lo es, que digamos, llamarle cretino a un señor, fuera del ruedo. ¿Cierto? Esas querellas — v a y a n dos lagrimitas a título de r e s p o n s o — han perdido todo el encanto, toda la poesía que encerraban, incluso aquella fiereza ingenua que tuvieron, solventándolas, sin otros testigos mudos — ¡ q u é g u s t o ! — que el cielo y la naturaleza, con la honda de cordel en la mano y el puñal de hojalata en el cinto. Fueron nuestros juegos favoritos jugar al trompo y a la pelota, como debieron de serlo para los niños que nos han precedido en la vida, en un ayer tan lejano como en los albores de la humanidad, y seguirán siéndolo, probablemente, mientras quede un rapaz sobre la superficie de la tierra y un juguete de esos, si antes no los estropearon todos: un trompo y una pelota, ¡claro está! Hay en sus almas, de viento y de madera, algo misterioso que atrae y deleita a la v e z ; quizás encierren un atributo que les presta carácter de perpetuidad. D e fijo que en las calles de la antigua Roma, y en Atenas la vieja, los niños, aguardando la hora de entrar en clase, jugaban a esos juegos, sorteando el paso de las literas, donde iban las matronas romanas, que los esclavos conducían y, favorecidos por la falta de tránsito rodado, que, c o m o sabemos, sólo era permitido en Roma desde el anochecer. T o m e n nota los que se duelen del tenue vaho de alegría que exhalan los bares, en estas frías noches de verano, y del cerrar cauteloso de las puertas de los coches. ¡Pobres romanos! Virgilio, un poeta romano bastante bueno, como me aseguró otro poeta amigo m í o — m e asombró el elogio en boca de un contrincant e — , en la "Eneida" le dedica al trompo unos versos rebosantes de ^ ¡i ^ ^ 34 •D gracia y humorismo. Y refiere Homero en la "Odisea" que cuando Ulises llegó a la isla de Delphos, sorprendió a Nausica, la hija del rey, jugando a pelota. Existe en Atenas un bajo relieve, en el cual se ve a una damita griega sentada frente a un tablero o mesa, entreteniendo sus ocios haciendo bailar una peonza. ¿ H a y nada, en realidad, tan bello y atrayente como ver un trompo girar vertiginosamente sobre su eje, trazando arabescos, y recorriendo en seductor contoneo el plano, a guisa de salón, en que se apoya? ¿ N i nada tan conmovedor como la pelota que la m a n o abate contra el suelo, volver a ella sumisa y nada rencorosa para dejarse abatir de nuevo, una y cien veces más? ¡Bello simbolismo aplicable a muchas cosas, si no le temiera al Fisco sus e n o j o s ! ¡Brrr! ¡Lagarto! ¿ Y acaso, todo el plan que se llevaron nuestros primeros padres, a espaldas nuestras, con el auxilio de la simbólica manzana — " q u e toma que dame, que dame que t o m a " — , no fué un simple juego de pelota? Gustábamos, de día, en jugar al trompo, que habíamos aprendido a lanzar de soslayo a larga distancia, rebasando a veces la meta establecida, con visibles muestras de o r g u l l o ; o bien a servirnos de él para ver si acertábamos a dar a un montón de cartones colocados en el centro de una circunferencia, trazada con yeso en el arroyo de la calle. Despanzurrado el montón, los cartones que se habían salido del ruedo constituían nuestra ganancia. U n a vez me gané una peseta; y otra, independientemente de este juego, otras diez — d o s duros como dos s o l e s — , por haberme subido a una cucaña y alcanzado un par de pollos. Creó que fué el asta de la bandera del Baluarte, y con motivo de la Fiesta Mayor. U n a de mis abuelas c o g i ó abusivamente las pesetas y me compró un paraguas. La rabieta que me causó este acto inaudito fué enorme, indescriptible. ¡A mí, con paraguas, y o que desafiaba el viento, la lluvia, y hasta las raciones de agua maloliente que nos arrojaban, a veces, desde los balcones! Y a propósito de pérdidas y ganancias. Aparte del librecambio, que era de uso corriente: trompo por pelotas, balas por trompos, etc., la moneda fiduciaria que empleábamos en nuestras transacciones era la portada de las cajas de cerillas, que l l a m á b a m o s "el cartón" y el "patacón", constituido por dos naipes adosados uno a otro, formando un cuadrado. Y o llegué a poseer hasta mil patacones y quinientos cartones; pero vino, por motivos que aun ignoro, misteriosos y arcanoides, c o m o suele suceder siempre, la depreciación de su valor, y perdí bueyes y esquilas; amigos y riqueza. P o r lo demás, desconsuela ver la penuria de procedimientos de c ^ í; BJ C •D que se vale el hombre para dejar c o m o un junco a sus semejantes. D o s veces más me ha sucedido lo mismo en ei transcurso de mi vida. La primera, cuando el desastre de Alemania en 1918. Alguien susurró a mi oído que con unas pocas pesetas, convertidas en millones de marcos, podría adquirir cualquier palacio en Berhn, el Reichstag, por ejemplo. Y, efectivamente, vino la negra, la consabida combinación patriótico-financiera, y me quedé sin pesetas y sin Reichstag. La segunda vez, me sucedió lo mismo, por majadero y demasiado confiado, saliendo del lance c o m o el g a l l o de Morón, en esta ocasión sin plumas y . . . callado. Quiero recordar de paso que, en la época a que me refiero, tuvo lugar el cambio de moneda : céntimos por cuartos y ochavos, datando de entonces m i s primeros conocimientos sobre la anatomía plástica de la mujer, pues hs continuas reyertas a que daba lugar dicho canje terminaban, indefectiblemente, en un tirón de moños, seguido del indispensable levantamiento de faldas, que yo contemplaba desde un balcón de mi casa que da a la calle Carreta, teatro legendario de esas querellas. Todo por mor del sistema métrico decimal. Volviendo al juego de pelota, nosotros preferíamos una variante del mismo, que l l a m á b a m o s "a geps", jorobar, "to hump", muy conocido y alabado en ciertas regiones de Inglaterra y Escocia, por ser el complemento del golf; aquélla, toda dinamismo y alocamiento; éste, m á x i m o reposo, caminar a paso lento, extraordinaria pupila, calma, edad madura y serena reflexión. Y consistía simplemente en correr c o m o locos, desaforadamente, por las calles, a la caza unos de otros, para arrojarnos la pelota al pescuezo, si fehzmente lo alcanzábamos, con el plausible fin de romperle al compañero una vértebra, y justificar así el nombre con que creíamos haber bautizado a la variante. P o r algo se ha dicho que el belicismo y la crueldad — q u e son s i n ó n i m o s — s o n una característica de la infancia, propios de cerebros inmaduros, residuo de una época quizás no tan lejana como suponemos, y nos dicen los paleontólogos, cuando el hombre vivía aún en ta copa de los árboles, junto a sus congéneres o progenitores, y se tiraba a matar — y o no lo he visto, pero lo s u p o n g o — por un quítame allá esos cascos de coco, con desprecio absoluto de su vida, cuyo valor ignoraba, c o m o sigue el hombre ignorándolo hasta el presente, para atrapar un pisito barato, o una cueva confortable, que es lo mismo. Otro de nuestros juegos preferidos, aparte el escondite y a bolas, era jugar a ladrones y a guardias civiles, en cuyo afán de justicia .'iO ^ j X ^ I (B - !^ (B ; -a : :^ ^ • desplegábamos todo el salvajismo dorado de que es capaz el alma infantil, antes de haberle dado una buena fricción con piedra pómez. P o r supuesto que yo procuraba siempre ponerme del lado de los guardias; la experiencia que había adquirido ya entonces me enseñó que, a la postre, se la cargan los ladrones. Otro juego merecía también nuestra aceptación entusiasta: ir a la caza del gato, aprovechando las noches de media luna, para lo cual organizábamos batidas por calles y tejados, si uno era dado a subir a ellos, armados de palos, y acompañados por un chico que tocaba el cuerno — a l g u n a s veces era yo quien lo tocaba— en calidad de ojeador, para avisarnos de la proximidad de la fiera, con resultados mediocres, felizmente, la mayoría de las veces. N o habíamos aprendido entonces todavía que las liebres o los gatos, que para el caso es igual, no se cazan al son de tambores o de cuernos. Y en las noches muy oscuras, cuando al farolero, por lo que fuese, se le iba el s m t o al cielo, y se olvidaba de encender los faroles, nos deleitaba lo indescriptible poner un bramante, no pintado de miel precisamente, sino de algo menos gustoso, en el quicio de cualquier puerta, con preferencia la de algún concejal, o de cualquier otro personaje importante, declarado enemigo acérrimo de las actividades de los niños, para que al entrar en su casa, y tropezar con dicho obstáculo e intentar romper el cordel, se ensuciara las manos y en el más feHz de los casos, las manos y las barbas. El debrio, entonces. D e m o d o que cuando nos cogía la tolvanera, había para matarnos. Pero también, por cansancio, p-ozábamos, a veces, de unas horas de apaciguamiento. Entonces nos dedicábamos al folklorismo, y, en ruedo, cogidos de las manos, o sentados en el suelo, niños y niñas en dulce promiscuidad, entonábamos ingenuas canciones, como esas tan conocidas de "la lluna, la bruna, vestida de dol, son pare la crida, i sa mare no h o vol". O aquella otra, "la gallina ponicana en fa un ou cada setmana; pona un, pona dos". Intercalando nuestros cantos a la luna con un pellizquito a la prójima que teníamos al lado, por vía de ensayo. ¡Oh, Freud, qué lúcido fuiste! Todo eso era posible en aquel Sitges de entonces, feliz y lugareño, o feHz porque era lugareño, cuya oscuridad en las calles, alumbradas por farolillos de aceite, corría parejas con la parquedad de gente que circulaba por ellas, muchos de cuyos vecinos solían encerrarse en sus casas después del anochecer. H o y no serían posibles semejantes travesuras sin que hallasen una rápida y concluyente sanción por parte de nuestros rígidos guardadores de la paz y el orden callejeros, con tanta profusión de tiendas, que parecen ascuas de oro, y un alumbra- c ^ BJ C •D do público que ciega si se le mira fijo y de cerca, v no deja el menor resquicio de sombra para el amor semidibre a la vera del astro de "° "^^^ ^•'^^"'"^ j j*"'J 1"^ partidario de esa modahdad del amor. Ni por asomo. Soy, en el fondo, un gran religioso, con ribetes de misticismo, y, por consiguiente, partidario a ultranza de los caminos rectos. Pero he de reconocer que, en cuanto a los fines de la especie, cumple perfectamente su cometido, los resultados son los mismos, y, por otro lado, para los deudos y amigos de los pseudo contrayentes resuha más rápido y mucho menos oneroso. Retrocedamos ahora — a c o m p á ñ e m e el lector, si gusta y no se siente f a t i g a d o — al tiempo de mi llegada a Sitges, sustraído, c o m o no ignoraba ninguno de los amigos de mi padre, punto menos que violentamente, al c h m a muelle y dulzón de aquel hogar mercenario no tanto por temor a la celosa actitud del "dido", como para quitarme de la tutela de mi nodriza, y ponerme bajo la otra, la inmediata en el orden de las tutelas: la del maestro. ¡Oh, sino fatal e inexorable de h o m b r e ! ¡Siempre en tutela!, remembrando el título de una novela que en el pasado invierno metió bastante ruido. En medio de todo, la más suave de ellas, la más sana y llevadera, aunque no siempre la más barata, es la de la cónyuge, por las derivaciones y compensaciones que ofrece. ¿Conforme? Adelante, pues, y perdón por tanto inciso. Transcurridos algunos días después de mi arribo, que fueron pocos, los indispensables para equiparme: un par de delantales, un vestidito de corte escocés, con falda y chaquetilla (en la elección de vestido interviuo sólo la voluntad de mis abuelas, en pugna constante con los gustos más depurados, en materia de indumentaria, de mi madrastra), ítem más un par de zapatitos de charol o de chagrín, no recuerdo bien; un cuello de tela blanca planchado, que cubría la casi totahdad de mis hombros, y una cartera con correas, para colgar del cuello, que inclinaba mi cuerpo hacia un lado, como la torre de Pisa. Mi padre me llevó al colegio, una mañana luminosa del mes de abril del año 1876, cogidito de la mano, y llorando a m o c o tendido. N o creo necesario hacer constar que el que lloraba era y o , y no mi padre. Héteme ahí, pues, sentado en uno de los bancos de pintado pino, reservados para los párvulos, un poco azarado por la algarabía que reinaba en aquel lugar, y fijos los ojos, a intervalos, anchurosamente abiertos, para mirar y probablemente para descifrar lo que decía en 38 , î | ^| '^l -a \ •B 3 aquella retahila de encerados y carteles que pendían de las paredes de la estancia. ¿Qué significaba todo a q u e l l o ? Era mi primer contacto con el mundo, mi primer paso hacia la vida de relación. Momento solemne en la vida. U n gran interrogante se cernía sobre la cabecita de aquel niño, un poco enclenque y de dorada cabellera ensortijada, de un color tan semejante al oro que, años después, habiéndole querido hacer a su novia el presente de un bucle de ellos, los tiró desdeñosa, creyendo que procedía de una muñeca. ¿Sería bueno? ¿Sería m a l o ? ¿Qué suerte le reservaba el destino? Y, por encima de todo, ¿sería útil a sus semejantes? Tengo para mí, con el mayor convencimiento, que una actuación conjunta de tres factores: maestro, padre, y compañero, tenaz y bien dirigida — l a receta no es n u e v a — , puede llegar a enderezar, para ir tirando, por lo menos con cierta decencia, como se practica en ortopedia, una actitud viciosa contenida en los g e n e s ; inteligencia y conocimiento profundo del niño, en el maestro; moralidad positiva y auténtica y respeto mutuo, en el hogar doméstico; y selección de compañero. El resultado puede ser óptimo. ¿Óptimo? Un compañero nuestro, que gustaba más de lo ajeno que de lo propio, por cuyo motivo le habíamos alejado de nuestros juegos, vino un día corriendo hacia el lugar donde solíamos r e u n i m o s , exclamando a grito pelado: " ¡ Y a no soy ladrón!, ¡ya no soy ladrón, quiero ser vuestro a m i g o ! He sorprendido a mi padre que dejaba una moneda de plata encima de la mesa del comedor, y no la he tocado". El caso no era para ser meditado con atención, y dando al olvido sus hurtos de bolas y patacones, le abrazamos generosamente, felicitándole por su rasgo heroico, y de nuevo fué admitido en nuestra compañía. Pasaron años, muchos. La vida, mejor, el azar, que es quien en realidad decide de todos los actos y hechos de nuestra existencia, nos separó, para volver más tarde a juntarnos. Habíase dedicado al comercio, y era un tendero trabajador y honrado. Por su conducta correcta y trato cortés y amable con la clientela, habíase granjeado el aprecio y respeto de todo el barrio. Llegamos los dos a ser excelentes amigos, y yo, por de contado, su médico único. P e r o . . . una vez le sorprendí — ¡ o h d o l o r ! — pegando una chapita de plomo al fondo de uno de los platillos de la balanza que utilizaba para sus ventas. ¡ Oh, genes, qué rebeldes os mostráis al perdón y al buen consejo! Mi primer maestro fué, como apuntaba en el anterior capítulo, Mosén Jacinto. Nadie le l l a m ó ni conoció jamás por otro n o m b r e : Mosén Jacinto, a secas. Prueba de su recia personalidad. ¿ A c a s o sabe nadie cuáles fueron los apellidos, paterno y materno, de los santos ^ ^ ^ BJ c _^ 39 •D más famosos? Se llega cuando, poseyendo algún mérito, se puede con razón, aspirar a que le llamen amorosamente por su nombre de pila: Juan, Pedro, S e m p r o n i o . . . Llamarse Fulano o Zutano, Fernández, Gómez, Rodríguez, con la agravante de anteponerle el "don" o el "señor", es n o haber logrado diferenciarse de nadie, ser del íuontón. Cuando vino a establecerse en Sitges, ocupó primero la casa número 12 de la calle Carreta, esa que hace esquina al "córralo", hoy llamada calle de Barrabeitg; la casa que, recordarán, ostenta, orgullosa (me lo figuro), un puente medioeval que la enlaza con la inmediata de la parte de abajo, propiedad hoy de unos marqueses — e n h o r a b u e n a : la Carreta es la calle más aristocrática de Sitges, y y o allí poseo una c a s a — , objeto de la curiosidad del forastero, y blanco de los suspiritos de mi alma, al recordar, cuando la contemplo, que allí, en la habitación de encima, transcurrieron los primeros años de mi niñez, y , , , donde me quedaba muchas tardes, por castigo, sin merendar. Por cierto que de esta casa salió, años más tarde, para desposarse, modestamente ataviada, la que iba a ser mujer de un acaudalado procer sitgetano, entrañable amigo mío. Salió la mujer, y entró por la ventana la fortuna, que fortuna es, y grande, poseer una esposa c o m o ella. Todas las mañanas, antes de empezar las clases, precedidos de un ayudante, nos obligaba el maestro a dar un paseíto por la Carreta, calle arriba, calle abajo, cantando una canción, cuya estrofa primera recuerdo perfectamente decía: "do, re, mi, fa, sol, que estoy cansado y no puedo m á s , , , " . ¡Buena disposición de ánimo para empezar el trabajo! Días atrás, yendo por la calle Rusiñol, camino del Hospital, al pasar frente al edificio destinado a escuela pública, la oí, o creí oírla cantar a los alumnos que concurren a dicho colegio. Embelesado por el recuerdo, me detuve, pegando mi oído a una de sus rejas, y aunque la afinación con que la entonaban no era un primor — l a ilusión no es e x i g e n t e — , allí me estuve largo rato, sintiendo que el corazón se me iba tras aquella tonadilla. T o d o fenece en la vida, todo va borrándose lentamente de nuestra memoria, lo bueno y lo malo, menos las cosas de nuestra infancia, a veces los detalles más insignificantes, porque las raíces de su recuerdo están en lo más hondo de nuestra alma. Era el maestro, físicamente, ni alto ni bajo, un poco regordete, colorado el rostro y de un mirar severo y penetrante. U n tipo que hoy científicamente llamaríamos pícnico, de pino bajo y frondoso. Los 1 < .» I ^ j ^\ ' 40 (B maestros nacionales, entonces, solían ser leptos y enjutos de carnes, y con frecuencia hundidos de mejillas. ¡ N o acierto el porqué! Ejemplar genuino del maestro de escuela en aquella época. Su divisa era: "la letra con sangre entra" (de acuerdo i, y su razón suprema: el palmetazo. Palmetazo si la falta cometida había sido leve, tal c o m o haber llegado tarde al colegio; importunar al compañero que teníamos delante, pegándole monigotes de papel en la espalda; distraernos, mirando las musarañas; soltar algún disparate. Si grave, como faltar al respeto al maestro, o haber descubierto el escondrijo donde la señora Pepeta, su "majordona", el ángel tutelar del colegio, guardaba el chocolate, o el v i n i l l o para celebrar; el encierro en una habitación desdnada al efecto, estrecha y oscura, en cuya puerta construida con tablones imbricados y pintada en gris oscuro para infundir miedo, se abría una rejilla a la mitad de su altura, y colgado de lo alto un letrero que decía: "Miserere". La cosa no es para tomarla a broma. Me hubiera gustado verles a ustedes, mis queridos lectores, encerrados allí toda la mañana, y hasta las seis de la tarde, sin probar bocado y aspirando el tufillo de la cocina, que no estaba lejos de allí, pues era proverbial entre los vecinos que el maestro comía bien y abundante. Pero había aún algo más grave en este asunto del encierro. Dicha habitación contenía, como único mueblaje, un chisme de esos que las comadronas llaman "un don Pedro", y colgaba del techo una rica colección de longanizas, ricos quesos de Holanda, potos variados con exquisitas mermeladas, hechas por las manos amorosas de la señora Pepeta; que el presentimiento sólo de ellos, porque la habitación, c o m o he dicho, estaba muy oscura, nos provocaba muchos bostezos y abundante ptialismo, que mojaba nuestras ropas. ¡Oh, refinada crueldad del h o m b r e ! Porque, ¿si votos, para qué rejas? ¿Para qué la presencia de dicho artefacto, que ni volviéndolo boca abajo, para subirnos sobre su fondo y acortar así la distancia que nos separaba de tan ricos manjares, podíamos ni rozarlos con la punta de los dedos? El buen hombre padecía narcolepsia (hoy le llamaríamos hipert e n s i ó n ) , y se dormía en cualquier sitio que estuviera, incluso, en sus últimos años, celebrando misa. En cierta ocasión, refiriéndonos por centésima vez el conocido cuento histórico-patriótico de la batalla de Lepanto, se quedó profundamente dormido, apoyada su cabeza sobre el pupitre, y roncando estrepitosamente. De pronto, despierta sobresaltado, y pregun- ^ ^ BJ C _^ 41 •73 ta al alumno que tenía al lado: ¿quién ha ganado la partida: los turcos, o nosotros, los carlistas? Había también en su vida privada una miaja de misterio. Muchos sábados, al atardecer, con el paraguas debajo del brazo y vestido de seglar, con chaqueta negra y pantalón corto, que no le llegaba al tobillo, salía de su casa con rumbo desconocido. El maestro andaba en lenguas de los vecinos, y se decía que conspiraba en favor de don Carlos. Lo cierto es que jamás pudo con el abrazo de Vergara, ni, teóricamente, con el celibato forzoso. Fueron mis compañeros de colegio y travesuras, entre otros muchos cuyos nombres siento en el alma no recordar en este instante, pero cuya fisonomía y talante permanecen rebeldes al o l v i d o : Salvador Robert, el más querido, el amigo de verdad, alma más tarde, andando los años, de nuestras tertulias de las once de la noche para arriba; buenazo, sutil de espíritu; Bosch, ambos fallecidos prematuramente. ¡Me v o y quedando s o l o ! Líder, este último, en su edad mejor, de un partido político de izquierdas moderadas. H o y nos hacen sonreír sus actividades tremebundas; buen orador, también leal y fervoroso amigo. Manuel Sabater, mi competidor, con ventaja en todos los exámenes que anualmente se celebraban en el colegio, con asistencia de las autoridades, incluso el síndico, que era quien nos solía tener acorralados con sus preguntas extravagantes, aprendidas de memoria el día anterior; h o y elevado a la cumbre por su título de "Hijo predilecto", con que ha sido agraciado. Planas Robert, padre de nuestro Ramón Planas, a quien Sitges no ha saldado todavía la cuenta larga de agradecimiento que con él tiene pendiente, por haber sido uno de los conciudadanos de más relieve, cien veces sitgetano, que más han contribuido a la estructuración moderna de Sitges, c o m o urbe, y a la difusión de su fama por el orbe entero, de pueblo espiritual. Algunos de ellos, huéspedes habituales del encierro, por la turbulencia de su carácter, pero cuando llegaron a hombres, honra y prez de nuestra patria pequeña. ¿ N o queda algún trozo de mármol para e l l o s ? Había sonado la hora de marcharme del colegio. Pronto iba a comenzar el bachillerato. Entonces eran una minoría los l l a m a d o s a estudios universitarios. D e e l l o estaba y o u f a ñ o s o : buen inicio. A l l í quedaban, pues, mis compañeros de colegio y de fatigas, batallando denodadamente con los enredos de la gramática y la aridez de los números, ojo alerta sin cesar para esquivar a tiempo el 42 ^ palmetazo, c o m o las moscas huyen al menor movimiento del brazo que las amenaza. Pero no quiero cerar el paréntesis que comprende este período de mi vida, sin volver sobre mis pasos y completar el esbozo de la figura que he trazado de mi maestro. Antes lo describí placenteramente, con mentalidad de n i ñ o : ahora voy a juzgarlo con serenidad y criterio de hombre. Maestro de casi dos generaciones, no merece el olvido en que se le ha tenido. Apenas si de alguno de sus alumnos rezagados, c o m o yo, he podido sacar datos para estas memorias. El fué quien me enseñó a leer y escribir; quien pobló de conocimientos fundamentales mi mente; quien, a fuerza de escoplo y martillo, fué librando de las escorias que lo envolvían el bloque primitivo de mi personalidad; quien infundió en mi alma sentimientos de respeto y amor hacia mis mayores y c o m p a ñ e r o s ; quien despertó en mí el horror a la delación y a la mentira; quien, en fin, me indicó sin vacilar, seguro de sí mismo, cuál era el camino que debía seguir para llegar a ser un hombre d i g n o y de provecho. Pero aún pretendo más. Quiero que este tributo de amor y agradecimiento a mi maestro comprenda a todos los demás maestros, preferentemente a aquellos que consagran todos sus esfuerzos a la enseñanza primaria en general, cuya misión sacrosanta, instructiva, educativa, y de pulimiento social, es recortar todas las mañanas un poquitín las orejas de asno con que la naturaleza nos lanza al mund o ; ímproba e ingrata tarea, no siempre agradecida c o m o es debido y mucho menos recompensada. Porque, ¿ q u é ocurriría en la tierra, con la rapidez, el ímpetu, la fuerza con que le crecen a ciertos individuos las orejas, sin esa poda espiritual, en m o m e n t o s en que estos órganos son todavía muy tiernos? Probablemente que, plagiando la conocida frase histórica, que pronunció Jerjes refiriéndose a sus huestes, que son, dijo, tan numerosos que con sus flechas taparían el sol, con la sombra que proyectarían en el espacio cubrirían no sólo el sol, sino el firmamento, y probable que la V í a Láctea, además. ¡Loor a t o d o s ! BENAPRÉS Nota del a u t o r : El Inmediato capítulo se t i t u l a r á «Mi bachillerato». Eso, si antes no me h a n llevado a la cárcel, o los Manes, a quienes desde hace unos dos meses, vengo pidiendo con insistencia un Mecenas expreso p a r a esta Revista, uno de los exponeiites auténticos de la cultura sitget a n a , h a n oído mis ruegos y nos) lo m a n d a n a la mayor brevedad. •a a BJ c _^ •1,1 •o EL TIOVIVO H OY al mediodía, cuando, de la mano de su madre, regresaba del colegio con la cartera en bandolera y dando patadas a las escasas piedras que encontraba por el camino, o que iba a buscar si no estaban a su alcance, Jorge ha tenido una gratísima sorpresa. En la plazuela que forma la encrucijada más próxima a nuestra casa, unos hombres en mangas de camisa procedían a descargar de unos camiones maderos, barras de hierro, cadenas, toldos, cuerdas, multicolores flecos y guirnaldas, cristales con inscripciones en letras negras y doradas y, amén de otros cachivaches, automóviles, bicicletas, motocicletas, caballos, puercos, jirafas, focas con una esfera de variados colores en la punta del hocico y multitud de otros ejemplares en madera del mundo animal. Era la fiesta mayor de nuestro barrio. Estábamos a mediados de septiembre y soplaba un airecillo fino y suave. Ante el abigarrado espectáculo, Jorge se ha quedado estupefacto y con los ojos tan abiertos que las pestañas casi sobrepasaban la línea de las cejas. — ¡ M a m á ! ¡Mamá! ¿Qué es e s o ? — E l tiovivo, hijo. ¿ N o te acuerdas que vino el año p a s a d o ? N o . Jorge no se acordaba. Para él, era un espectáculo maravilloso completamente nuevo. — ¡ Y o quiero ir a los c a b a l l i t o s ! — A h o r a no puede ser. Aún tienen que montarlos. — ¡ Y o quiero ir a los c a b a l l i t o s ! — P e r o , Jorge, ¿ c ó m o tengo que d e c í r t e l o . . . ? — ¡Yo quiero ir a los c a b a l l i t o s ! ^ ^' • •D 44 -a ' -Mira, Jorge. Si eres bueno, antes de cenar tu padre te llevará a los caballitos. — Y ¿cuántos días tengo que ser bueno? Porque, claro es, el muchacho opina que no debe extremar las •concesiones de su hipotético buen comportamiento. Pues una vuelta « dos al tiovivo no es cosa que merezca una dilapidación de las virtudes de la obediencia. — C o n que seas bueno hoy, ya hasta. A la hora del almuerzo es imposible escuchar la radio. Con el pretexto de que no tiene tiempo para estudiar. Maria Luisa, cuando no está embobada mirando al vacío o examinando con una lupa una minúscula peca que le ha salido en la nariz, dale que te dale, entre uno y otro plato, a la lección que tiene que recitar por la tarde. Y Jorge sigue berreando: — ¡Yo quiero ir a los caballitos! Por fin l l e g ó la hora. Las siete y media. Acabo de llegar del despacho. Como por arte de magia, en la plazuela desierta por la mañana se levantan barracones de tiro al blanco; puestos de churros y patatas fritas; "el caballito que da la suerte" (si ha adquirido usted el as de oros o el siete de bastos puede irse a su casa con una magnífica cacerola de a l u m i n i o ) ; una rueda de barcas; tenderetes con las más diversas chucherías, y, naturalmente, ¡los caballitos! U n o s caballitos limpios, que parecen recién lavados, que van dando vueltas a la noria al son del bailable a la moda. Jorge, que ha estado refunfuñando toda la tarde, no ha podido contenerse y me espera ya en el rellano de la portería. Con un grito jubiloso se precipita en mis brazos. Ni siquiera puedo subir al piso a dejar la cartera de mano. Los caballitos van rodando y no esperan.. — ¿ H a s sido bueno? — l e pregunto. — S í , sí. Mamá te lo dirá. Y como la mamá no está, tengo que creer que así ha sido. — U n solo viaje — l e advierto en tono severo. — ¡No! ¡Dos! — ¡No! ¡Uno! — ¡No! ¡Dos! Y, claro, serán dos. Y a están los caballitos parados. Algunos niños se apean de sus monturas; otros, previo un m o n ó l o g o con sus padres, siguen en sus puestos. — ¿ D ó n d e quieres subir? Jorge echa una rápida mirada circular. 45 •a a c _^ — N o s é . . . Sí, sí, en la f o c a . . . N o , en la jirafa... N o , en la m o t o . . . — ¡ V a m o s , decídete! — N o s é . . . S í . . . ¡En el coche de los b o m b e r o s ! — N o puede ser. Ya está ocupado. Llanto. — ¡ Y o quiero ir en el coche de los b o m b e r o s ! Un hombre metido en una barraquita ha sonado un pito y el tiovivo se pone en marcha. Más llanto. — ¡Yo quiero subir en el coche de los bomberos! Estoy a punto de llevarme a Jorge a casa, pero el chico sabe de sobra que tal amenaza no se llevará a efecto. Suena otra vez el pito y se para el carrusel. Jorge se lanza c o m o una tromba a la portezuela del coche de los bomberos y tengo que intervenir para que deje apearse al peque que lo ocupaba. Ya aposentado me sonríe con los ojos, satisfecho y victorioso. Aun no han dado la señal de marcha que ya se ha agarrado furiosamente a la cadenilla de la campana que no deja de tocar durante todo el viaje, mientras con la otra m a n o va dando vuehas al volante sin fin. Vuelve a pararse el tiovivo, pero Jorge ni siquiera me mira para evitar que le conmine a bajar, lo que consigo a duras penas después del segundo viaje. — M a ñ a n a quiero subir otra vez en el coche de los bomberos — d i c e Jorge a la hora de la cena. Y, al fin, a la cama. Un beso a la madre, otro al padre y otro a la hermana. Son las nueve y media de la noche. A los dos minutos, el chico duerme como un beato. Deben de ser la una o las dos de la madrugada cuando, de pronto, Jorge, con sobresalto, se incorpora en la cama. — ¡ M a m á ! ¡Los caballitos! Del coche de los bomberos que, con el taladrante m u g i d o de la sirena y el estruendo del motor, ha pasado raudo para ir a sofocar algún incendio en el barrio, Jorge sólo ha oído el insistente repiqueteo de la campana. SALVADOR MARSAL •a X !^ X JARDINES DE SITGES jrp Pj L primer jardin de Sitges, con vago recuerdo de mi niñez, fué el llamado Hort d'En Vilanova, poblado de ficus, fénix, filifeferas, lianas y diferentes arbustos tan bien descritos por Luis Riudor en el segundo número de esta Revista. Pero cuando el ilustre arquitecto, director de Parques y Jardines de Barcelona, captó las facetas de aquel verdeante recinto, se habían extinguido algunas de su ambiente ochocentista, como las que recogía Luis García Real en la ((.Il·lustració Catalana)} del 31 de mayo de 1889. Lo que vio el iniciador en nuestro país de los reportes ilustrados en la magnífica posesión de don Salvador Vilanova, cercana a la playa, fué un parque delicioso, un bosque de naranjos y limoneros, mezclados con frutales de varias chses y bellos muestrarios del arte de la jardinería; un estanque de aguas transparentes mojando una leve harquita, que atraía a la memoria pasajes de Walter Scott, y dominando el conjunto un gracioso pabellón, estilo Renacimiento, sobre un montículo. Luego, ahondando la impresión romántica, la fina silueta de dos bellas damas, hermana y sobrina del anfitrión, deslizándose entre los árboles e imprimiendo al paisaje una humanidad dulce y fragante. A medida que iba yo creciendo, me daba cuenta de los encantos del Hort d'En Falç, inmensa alfombra extendida a los pies de mi casa solariega, con su templete de ciprés y boj recortados, tan fielmente reproducidos, infinidad de veces, por los pinceles de Agapito Casas Abarca; sus copiosas masas de margaritas, sus grandes cipreses, sus higueras y sus hortalizas de croquis y colorido innumerables. c ^ ¡i BJ C •o Completando mí visión tierna de las masas verdes y de las floressonrientes, estuve una noche, con mis compañeros del Colegio de don Pablo Zalduendo, a la Torre d'En Severiano, donfe se celebraba la Fiesta del Árbol de Navidad, embelesándome con la profusión de hortensias y las cimbreantes palmeras. Por cierto, que tuve c¡ue saltar por una ventana con la ayuda de m.l padre, al querer salir porque la velada terminó a puñetazos, por no sé qué dimes y diretes de algunos concurrentes que perdieron el control. Ya adolescente granado, me honraba en asistir a las recepciones de la señora de BL·y, dadas en su magnífica torre, rodeada de un delicioso jardin, entre el que destacaban finísimas figuras de mármol como escapadas del salón. Era la belle époque de mi real primera juventud, en la que la distinguida dama solía llamarme ujoven de novela)), encendiéndose de rubor mis mejillas. Del Patio de casa Querol, mis evocaciones son más bien familiares : degustaciones, libaciones y cigarro habano, el día de la fiesta onomástica de don Joaquín, en la galería porticada, cabe las macetas de agaves o a la vera del pozo respaldado por un limonero y toda la teoría de verdes anotada por Jorge Muntañola en esta misma publicación. No puedo silenciar la visita que efectué, acompañando al poeta José María de Sagarra, a la regia mansión de don Manuel Llopis y Bofill (hoy «Hogar Ochocentista», por legado de su hijo Llopis de 48 .<» Í ^ I -a -• ^ - X •a . C3 • Casades a Sitges). El perfectísiino señor que era don Manuel, revistió el acto de grande, al par que sencilla, solemnidad, en atención a la poesía que estaba en juego entre apretadas enredaderas, adelfas y pinos. Es una de las visiones mis preciadas que conservo de la auténtica aristocracia suburense. Las hadas, confabuladas con la gentileza de otros anfitriones —la revelación de cuyo nombre me está vedado—, han querido que recientemente me deleitara, dos veces, en un verdadero Parque suntuosísimo, asomado en las tres fotografías que ilustran este artículo y cercano al de Terramar, en vísperas de remozamiento. Si no fuera porque la envidia es cosa fea, no tendría inconveniente en confesar que me ha parecido experimentarla de modo inquietante ni penetrar ¡¡or la acogedora avenida en declive, pavimentada con pizarra y guijarros multicolores, colocados de cinto en grac'osos dibujos; al contemplar el coquetón palacete bordeado por los arabescos de las hignonias trepando desde la b'^se de sus arcos; los largos senderos flanqueados de cipreses formando techumbre, a travos de los cuales aparecen mármoles y bronces de Mares: los viveros de p'.antas y arbustos; los ángulos de jaspeado verde; las masas de grásulas: los rosales encaramándose a sus respectivos aros; los remansos de cactos multiformes; el bosque de pinos gigantes y el ensoñador canal presentando en handeia de plata los nenúfares en flor y susurrándome ¡a antigua estrofa de Esclasans : '.2 c 0) •a BJ X >< BJ C _o o 49 s •o Pájaros cantan en la umbría dulce, la umbría vaga de la rosa rosa, y en el rincón de paz y de misterio suena el llanto del agua. 5t las hadas continúan confabulándose con algunos anfitriones más, probablemente me será dado poder gozar de otros recintos flo- ridos de la Blanca Villa y sus ampliaciones; todos ellos capaces de hacer perder L· cabeza a los «Amigos de los Jardines de Sitges)), si se deciden a llevar a la práctica su idea de galardonar anualmente al dueño del jardín mejor cuidado. 0) •a X SALVADOR 50 SOLER FORMENT 2 _o I 0) •a MATERIALES PARA UNA HISTORIA DE LA CULTURA DE SITCES A N T E S del año 132C, líernardo de Fonollar hizo construir el Hospit a l sobre l a s rocas del m a r y bajo la advocación de San J u a n líautista ; el Hospital fué ampliado d u r a n t e el siglo XIX, y declarado municipal por li. D. de 13 de julio de 1854. En dicha antigua construcción del señor de Sitges tomó vida Mar-i-cel. VA día 3 de abril de 1!)H) se firmó la escritura de compra a favor de Mr. Charles Deering. Y acto seguido se destinó el edificio conocido por «Ea Petlrera» para la erecci<>n del nuevo Hospital, que fué proyectado por el arquitecto .José F o n t y Gumá (80). Mientras surgía Mar-l-cel, y empezaban las obras del nuevo Hospital, se habilitaba, para continuar los servicios de la santa casa, la número .50 de la calle Mayor. Bl día 20 de mayo de 1912, el obispo de Barcelona, doctor L.tgnarda, bendecía el nuevo edificio. Y el día de San J u a n úe aquel mismo año se t r a s l a d a r o n allí los enfermos, y se celebró la primera misa, en la capilla provisional, actuando el beneficiado Mn. José Fíguls, corriendo la p a r t e musical a eairgo del maestro de cai)illa de la P a r r o q u i a , Manuel Torrents. A las nueve de la noche se encendieron hogueras y fuegos artificiales. Y en 23 de agosto, víspera de la Fiesta Mayor, se Inauguraba oficialmente el nuevo Hospital. Es de Santiago Itusiflol el siguiente elogio al edificio construido por F o n t y G-uanú : «A Sitges, en aquest poblet ideal, fet de blau i d e blanc, al poble venturós que el varen fer dintre una peL-iina i li varen posar per dosser un mantell del mes de Maria, n'hl han h a g u t de fer un d'Hospital 1, com si l'instlnt rialler els hagués fet adonar del que e r a la tristor 1 el contrast que hi h a u r i a de posar-lo a la vora d'un m a r que sempre canta alegrement, l'han fet t a n poc hospital, li han sabut treure t a n t la fredor •a a (80) R. P., «Llibre de Sitges», p. 184. «Editorial Selecta», Barcelona, 1952. c _^ 51 •o de les parets í de Ics sales, que així com lii ha cementiris cpie voldvï.'i ésser-hi e n t e r r a t , el foraster diu, veient-lo: «Si mai tinguessis la dissort d'haver d ' a n a r a un d'aquests refugis. Déu et porti a l'hoíspital de Sitges. E31 cos anirà fent el seu fet, ixírò l'<rsperit no en patirà, i si et mors no seràs un número.» »Figureu-vos que cada celda té flor.s al d a v a n t , i són flors de Sitg e s ; flgureu-vos que els quartos aón blancs, però blancs de costa catalana, amb flaire de netedat, i salabror d'escuma d ' o n a ; íigureu-vos que des dels llits se sent el golejar de l'aigua d'un brollador d a m u n t dels lliris; flgureu-vos que, més enllà, es veuen pàmpols i parres i figueres, de color d'or de moneda grega, 1 flgureu-vos que al lluny t s veu la ratlla del m a r , com una pinzellada blava, 1 comprendreu aquest hospital. Xo es poden recollir els malalts amb més m i r a m e n t 1 amb més amor. Es treure'ls de las cases pobres, dels recons de les carreteres, de sota els ponts, de les golfes tristes, I portar-los a un recer. ¡ Ës Sitges que fa n n bressol, l'omple de flors i gronxa els malalts! I això h a n d'ésser les cases santes. ; Beneïts sien els pobles on no hi entra la simetria! ¡El cor no n'és, de simètric! ¡I el nou hospital de Sitges és fet amb el cor d'aquell poble!» (81). Diego Ruiz, el turbulento filósofo, loó también el Hospital en un artículo escrito en catalán : «El Blanc Eefugl nostre té un blanc hospital. Senzilla, harmònica construcció, c o n t r a s t a n t — per severitat i per noblesa — amb les policromes casetes del «rococó freqüent», estil, per dissort, massa arrelat a la Costa nostra. »Sitges em fa pensar molt — em fa pensar sovint — en la República de Sant Marino. Aquest bloc foi-mldable de Garraf és, materialment, una p à t r i a . Espiritualment, també ho és. »I sembla com si la C a r i t a t prengués aquí un caràcter absolutament de filantropia, com en la millor època de la Democràcia d'Atenes. Perquè és u n a C a r i t a t riallera, 1, per dir-ho així, clara, lluminosa, com si s'emmirallés en la cala que, des del B a l u a r d s'estén a Sant Sebastià, i des de la P u n t a corre dolçament a reunir-se al Vinyet. »Un blanc hospital vora la Costa és un palau per al malalt. La tradicional poesia de la hermana de la. Caritat és novament viscuda a q u í ; i la n a t u r a l e s a , d i r i a ' s , dóna les malaltes aquí per a que els pobres gaudeixin d'aquesta pau, d'aquesta pompa dels crepuscles, d'aquest reIK»s de les Càpues beates de Tànima. «Sitges ha aixecat aquest s a n t u a r i a la deessa Higlea. Lo fonamental ha estat, en punt a economia, la venda de l'antic hospital ; però Sitges no ha renegat de la idea pietosa del seu Fonollar esforgadíssim, sinó que l'ha modernitzada, l'ha sublimltzada, sl es pot. «Aquest poble, en honor de l'Esperit del qual una nova anglesa — com aquella que es va e n a m o r a r de la República de Sant Marino — aixecaria un monument, aquest poble s'ha subscrit a l'Hospital de Sant ,Toan Baptista, com els veïns d'altres pobles es subscriuen a una novel·la; i l'ha vist alxecar-se, créixer valentment, fins a esdevenir la Idea de ^ X (81) Articulo publicado en (cIj'Es<luella de la Torratxa», bajo el s^eudóuimo de «Xarau». Barcelona, 28 abril 1912. 52 •a ("arital (jue avui admires, oli pelegrí de Sitges, c o m u n a blanca plegaria hel·lènica aixecada al cel puríssim — h u m a n a e t a p a i comprensió e.v nhundnnila eoriJU. del Ritme d e Garraf. ))Una administració .sàvia, prudent, al temps que forta i íntegra, sosté el prestigi d ' n u a obra que espera encara el seu pendant: les Escoles per als nens i nenes de Sitges, les quals, de trobar u n a a l t r a .Tunta de P a t r o n a t , serien models d'ordre, d'impecable cortesia llatina. «Aquest Refugi nostre m e d i t e r r a n i és formait de refugis i>etits d i n t r e del Refugi g r a n : nu d'ells és el Vinyet. un altre e l B al u ar d , un a l t r e la vella capella de Sant Gamlenci. on no pinta avui un pintor, sinó q u e Sitges es pinta a si mateixa ; 1 un altre, la casa d'en lienaprès, on tota dolencia t é , qnan no la curació, l'alivi ; quan no l'alivi, el consol sempre. Doncs, un d'aquests refugis d i n t r e del Refugi és la Casa S a n t a a la qual volíem dedicar la nostra salutació d'avui. «Sitges té nn hospital model, nou. blanquísslm...» (82). V |)Mra t e r m i n a r estas notas referentes al Hospital, nos place t r a n s cribir la ('COPIA Airi'ENTTCA D E L T E S T A M E N T D E DON BERNAT D E I-()NOr.,LAR. SOED.Vr. P E U D I S P O S I C I Ó D R E QUAL LA P I A . \ L .MOYNA DK LA SEU D E BARCELONA E S SENYORA D E L S CAST E L L S D E S I T G E S Y CELMA. Vull (lue en dita vila de Sitges hi hagia perpètuament aquell hospital de pobres que .io vaig coristniir allà o vaig m a n a r q u e e s contrnís. També vull d e t e r m i n a r y ordeno pera sempre que qualsevol que snccesca r>er qualsevol t l t n l en dit mon castell de Sitges establesca o posia en dit hospital procurador y administrador que cnydi bé y ah diligencia dol matei-x hospital y dels pobres que se acullin en el matei.x h o s pital. Salvant, p a r axó, y ex( eptuant que dita senyora, Donya Blanca, ma esposa, mentres visca, y desi>rés de s a mort dit Guillerm d e TorreHas, canonge d e Barcelona, mentres visca, y després de sa mort Umbert de Fonollar, germà seu, mentres visca, posia y establesca procurador V administrador en d i t hospital. Axis .10 iper la s u s t e n t a d o del iirocurador y administrador del mateix hospital y ix·r tenir també perpetuamente en condret t o lien arretglat) el mateix hospital y cuidar als pobres que s'acullin a dit hosi)ital, deixo y assenyalo cineh cents sons de la esmentada moneda barcelonina, que s'haiM-an de tenir y rebre per medi del mateix procurador, cada any perpètuament de les rendes de dit mon castell de Campdaseiis, que per franch alou (o domini com|>lert) tinch y posseesch en lo predit bi.sbat <\f Barcelona. Y vull que'l procurador de dit hospital tinga y estiga obligat a tenir en condret (o ben arretglat) dit hospital, a saber t a n en les cases com en llits y demés moses. ítem vull que'l procurador de dit hospital tinga y estiga obligat a tenir en c a d a nn de dits altars la seva llàntia (¡ue perpetua y ineessantmente cremi de dia y de nit. T3 BJ BJ C _^ (82) .\rtíeul(» jaiblicado en «Baluard d e Sitges», 9 marzo 1913¬ 53 0) •D a„f-^rtZ,^ZI^'J'"' ^ obligats a tenir en dit hospital llàntia ^ '^'^^^ P*'»'^^^ Qu'estigan llà, ab l'oli d e les predites llànties. í t e m vull determino y ordeno que'l procurador d e d i t hospital donga y estiga obligat a donar cada any a aquell que per qualsevol títul me 7 ""'^^^^^ ^l^-^e^ y al Ifector de d i t a Església de í>anta Tecla y als dos procuradors del meteix castell de Sitges, que'l metelx successor meu elegesca a aquest fl, si'l meteix successor meu coneix q u e h a n d ésser elegits, compte y r a h ó t a n sobre aquelles coses que hagia rebut com sobre aquelles alitres que h a g i a d o n a t v d i s t r i b u ï t y de qualsevuUa m a n e r a a d m i n i s t r a t ab motiu ú ocasió del predit hospital. Y si algun any o alguns anys lo sobra alguna cosa de les que hagia r e b u t ab motiu ú ocasió del predit hospital, després de a t e n d r e al servey de d i t hospital y a la rep,a.ració tan d e la casa com d e les robes del meteix hospitiil y a la reparació tan dels llits com dels altres utensilis necessaris a d i t hospital y a la capella del meteix hospital, que ho Invertesca y gasti y estiga obligat a vertirho y g a s t a r h o en bé v u t i l i t a t d e d i t hospital a coneguda de dit mon successor en lo predit castell o de qui ocupi son Uoch en lo predit castell y del Rector de d i t a Església de Sitges y de Donya Blanca ma esposa, cas que visqués. Ademes vull y ordeno que en d i t liospital sien admesos, acceptats y m a n t i n g u t s els pobres ijelegrins y els pobres captaires y orfens y també'ls pobres flachs y m a l a l t s que no puguin treballar ni buscar l'aliment p e r ells meteixos ; mes els pobres flacs y malalts, després que se haglan rest a b l e r t que's treguin del meteix hospital segons convlnga. Vull ademes que B e r n a t de Fonollar, que a r a està en ma companyia en el castell de Sitges y qu'esta m a l a l t de u n a cama v en Llobet de Sitges a qui a r a jo cuydo per amor d e Deu Nostre Senyor, tingan alim e n t y vestit en d i t hospital y dels bens d e d i t hospital que a tot el temps de sa vida, de una m a n e r a convenient, a coneguda del procurador del meteix hospital. Y a pesar de aixó, deixo a B e r n a t cent sous. Mes si el procurador y a d m i n i s t r a d o r de d i t hospital es fidel y bo y útil a Judici de dit mon successor o dels seus o del que tinga el seu lloch, que's quedi en d i t a procura o administració, de lo c o n t r a r i al sol arbitri y voluntat del meteix successor meu y dels seus sens algun coneixement y cessantia y sens alguna jurisdicció y a p e l a d o , qne's tregui de fet de aquell carrech per meteix successor meu y els meus y que se n'hi posi un altre digne ab consentiment y voluntat de ma esposa, cas que visca, en el modo, forma y condicions sobredites y després d e ea moirt al sol arbitri del meteix successor meu y dels seus successors en d i t castell. í t e m vull y mano que si el meu fill o la meva filla fosin mos hereus tingan lliure potestat de recobrarse todes aquelles rendes que, com s'és dit, foren assenyalades als predit hospital y a l t a r s , a saber després y no avans, perquè jo prop d e cinch o sis llegües de d i t lloch d e Sitges, ja vaig d o n a r y assenyalar a d i t s hospital y a l t a r s , en franca possessió, a saber en llochs convenients y segurs, t a n per les r e n d e s , q u a n j o anteriorment vaig d e i x a r y d e t e r m i n a r que se assenyalés als meteixos hospital y a l t a r s , com s'és dit. Ademes vull y ordeno que'l mosso de dits dos preveres y del procu¬ r a d o r del predit hospital o algún a l t r e que élls meteixos hagien determinat, demani, reuneixi y rebi todes aquelles rendes y ganancies de ^nfiei/nTL^i suficient pera ,^ el servey 54 ^ "i !^ I ^ ' is dit mon castell de Campdascns, y de les meteixes quan sien reunides, que done y estiga obligat a donar a cada un dels Rectors de dites prel)endes, tres cents sous, tots los anys. Mes el sobrant de les meteixes rendes que'l done y estiga obligat a donar al procurador del predit hospital. No obstant, si'l mateix sobrant de dites rendes no fos necessari al predit hospital y a dits altars, o algún d'élls necessités alguns ornaments, el meteix sobrant de dites rendes que se invertesca en ornaments dels mete'.xos altars y també en servey de les llànties de dita parroquial Església de Sitges y de la capella de dit hospital. Mes, les gananeies y productes que provinguen de dit castell de Oampdasens que sien dels sobredits altars o dels seus Rectors y del procurador de dit hospital, a saber cada un d'ells tinga la tercera part després de fetes tres parts.» ( 8 3 ) . No sabríamos terminar estas notas sin esperar que la Idea de Caridad, que inspiré a Bernardo de Fonollar la fundación del Hospital de Sitges, y que tan brillantemente glosaron Santiago Rusiñol y Diego Ruiz, siga imperando en los corazones, y se traduzca en auxilio ininterrumpido a la Santa Casa, que precisa la ayuda de todos y cada uno de nosotros. RAMON PLANAS c •a a BJ C _^ (8.5) Publicado en «Baluard de Sitges», 2 enero 1910. 53 •D :^ UNA NOVEL·LA DE RAMON PLANAS I A "Nova col·lecció Lletres", continuació de les edicions "Lletres" que duen publicats ja una sèrie de volums de novel·la, ha publicat ja un primer tríptic del major interès. L'encapçala "Auli, í l l de Pilat", de Joan Duch, obra en la qual, l'inoblidat autor de "Homes i màquines", concilia la imaginació del novel·lista psicòleg amb la història sacra, i ens dóna una evocació moU original i colpidora, en anècdota seriosament documentada, dels primers temps del Cristianisme. La continua Manuel de Pedrolo; aquest fecund i àgil temperament de novel·lista i de narrador, tan destacat en els recents concursos literaris de prosa catalana, on el seu estil i la seva fuga narrativa i inventiva donen sempre la sorpresa d'una modernitat treballada fins al joc o fins a la sang, publica precisament la seva producció Hterària "Es vessa una sang fàcil". El tercer lloc cronològic en la nova sèrie esmentada ha estat atribuït al nostre amic Ramon Planas, amb la seva obra "Confessió en el tren", de la qual és just que ens ocupem^ en aquestes pàgines, a través d'una ploma que, per major imparcialitat, n'és només eventualment col·laboradora. _j La "Confessió" de Planas no és com la de Savarin, el personatge de Duhamel, encara que l'escena transcorri durant la nit i encara que sigui també nn monòleg. La de Duhamel és pròpiament una confess i ó ; la d'Elvira al narrador és més aviat una confidència. Dintre d'ella, darrera d'ella, dos h o m e s : André i Joan. Però tampoc no hi ha ací, encara que l'acció principal passi a França durant l'última guer¬ ra, el massa vulgarment anomenat triangle; al contrari. Gosaríem a dir que el propòsit de l'autor, i dintre d'ell el seu mèrit, entre altres, radica precisament en haver evitat, en haver superat el triangle. Tot el drama d'Elvira (un nom que és també el del protagonista femení 56 11 ^ del nostre Comte Arnau, el de Maragall i el de Sagarra, i el d'altres personatges d'aquest darrer poeta) culmina en aquesta consciència, en aquest escrúpol, en aquest sacrifici de la seva pròpia preservació; del seu retorn a André: "No ha passat res de què m'hagi d'avergonyir. Torno al meu marit, intacta". Però, abans de poder esclatar en aquesta conclusió, quin món íntim d'inquietuds, de frisances, d'emocions, de sentiments passen per la vida i per l'ànima de la protagonista! I quin món exterior de convulsions, de trasbalsos, de lluites polítiques, de guerra sorda o externa, sempre viva i punyent, travessen la seva existència, la d'André, la de tants d'altres personatges, la de tot un país veí ! Tot això dit sempre amb una mesura artísticament perfecta, novel·lísticament interessant, argumentalment ben construïda, d'una amenitat objectiva que apassiona subjectivament el lector i no li deixa gairebé ni prendre alè ni recular en les pàgines precedents, si no és per a m i l l o r verificar un detall, comprovar un antecedent, agafar nova arrencada en la lectura. Ramon Planas, l'autor de "A través de la nit", d'"El pont llevadís", d'"El cercle de foc", del "Lhbre de Sitges", fa lluir de nou en aquesta seva última producció pubhcada, les seves qualitats d'estihsta exquisit i fresc, elegant i segur. El narrador fluid, coneixedor i assimilador de tots els ambients i escenaris que descriu, tant c o m dels fets que serveixen de marc al seu escenari, hi revela alhora una profunda tendresa humana, un no dissimulat sentit expressiu de poesia, que no minva, ans al contrari, corona, tota l'eficàcia evocadora del seu ponderat realisme narratiu. Gosaríem a dir, fins i tot, que Planas passa sempre el gual difícil dels detalls realistes, en un moment de la història novel·lística on tants autors no poden defugir, sobretot a França i a Anglaterra, l'incident o el trencacoll "louche", amb una pulcritud moral i una netedat artística exemplars. N'hi hauran que àdhuc potser trobaran ingènua o inversemblant la seva actitud creadora; o, si voleu, l'actitud de la seva protagonista. Però nosaltres replicaríem que, de no ésser així, l'autor ja no fóra Ramon Planas; o fóra un Planas adulterat. El seu bon gust estètic, la seva comprensió humana, la seva línia de conducta artística, li imposen i li donen, per instint i per reflexió alhora, aquestes fórmules que fan tan suggestives les seves proses, i de tan bon recordar; perquè en Planas l'amargor de la vida ni deixa mai pòsit en el lector: és, no c o m un solatge, sinó c o m un perfum. I aquest perfum amara tota la "confessió en el tren", de Ramon P l a n a s : tant l'idil·li, tan líric com dramàtic, de Joan i Elvira, c o m els episodis i situacions bèl·liques i subbèl·liques de la lluita contra l'in- •a a c •o vasor i l'ocupant a França, d'un verisme i d'una emotivitat que esdevenen verament un corol·lari o una il·lustració literària per a la història. El nostre amic ens palesa ensems el seu art, la seva bonhomia, el seu m ó n i la seva cultura; però també el seu domini del llenguatge, de la tècnica de la narració, de la correcció expositiva. Planas és un escriptor que sap gramàtica, però en el qual aquesta gramàtica no ofega m a i ni el to del diàleg, ni la vivesa de la dicció, ni l'agilitat del seu fraseig, ni el batec cordial de la seva comunicació al lector. D i r í e m que el seu missatge literari és sempre positiu, humà, aconhortador, alliçonador, optimista. Es un autor, aquest, al qual sempre torn e u amb la convicció d'una retrobança agradosa, perquè en ell, en les seves pàgines, c o m a ell li passa amb els seus personatges mateixos, el comiat mai n o és definitiu. En sentiríem, altrament, els lectors, massa recança. I n o hi ha així en nosaltres més recança que la que experimenten els seus protagonistes, el curs divers, mai il·lògic ni tenebrós, de llurs vides. L'escriptor ens ha pres en la seva companyia, per a tota la seva obra passada i futura, i ens hi sentim tan espontàniament vinculats, que els seus capítols, les seves creacions, les seves figures, ens semblen, c o m les de Miquel Llor o Sebastià Joan Arbó, amistats directes nostres de sempre, que hem deixat però que recobrarem totjust R a m o n Planas ens faci de nou trobadissos en alguna altra cruïlla de la seva imaginació versemblant, tan ponderada c o m poderosa. I ens sembla que cap altre elogi justificat no podria fer tan feliç un autor c o m aqfuest d'haver fet estimar dels altres les seves criatures pròpies, en una, potser implícitament, o psicològicament, la m é s autèntica de les formes de la humanització de l'art i de l'himianisme en l'art, com diria el nostre admirat Joan Alcover. OCTAVI S A L T O R (B !^ (B 5alón òe <Bngóe Gentro qOlaya teservaóa selecta piscina (Solera §olfito ohufñeboaró Ç)ista òe baile §ranóes fiestas óe noche Cuotas especiales òe reunión óe transeúntes para resióentes y resiòencias I Restaurante I óe la 'terrazas únicas más SOCieÓaÓ. en hoteles piscina sobre la misma playa ¡ î \ (Saciña española - francesa Ospecialióaóes - Jtaliana marineras 'E .1 c i o I ! 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