Imaginarios campos de batalla en las obras de Rojas Zorrilla* María Elena Arenas Cruz INSTITUTO ALÍVIAGRO DE TEATRO CLÁSICO Para ninguno de los que estamos aquí habrá pasado desapercibida la indeterminación y flexibilidad de la noción de espacio, que, cuando hablamos de teatro, adquiere múltiples y variados enfoques teóricos. En esta línea, presentamos hoy un breve estudio sobre espacios imaginarios, sobre los territorios fluidos e inapresables que nacen de la palabra y crecen en la fantasía. Como el título indica, vamos a intentar perfilar los procedimientos de que se vale Francisco de Rojas para promover en la imaginación del espectador la recreación de batallas y, por tanto, de los espacios y condiciones en que acontecen; pues si algo resulta evidente es que, a pesar de los enormes progresos en el arte de la maquinaria escénica, difícilmente se podían representar las batallas: debido a sus desmesuradas proporciones, solo cabía describirlas para que el espectador las imaginara. Ya Shakespeare apeló a la imaginación del público al inicio de su Enrique V, cuando el coro pregunta: Este circo de gallos, ¿puede contener los vastos campos de Francia? ¿O podríamos en esta O de madera hacer entrar solamente los cascos que asustaron al cielo en Agincourt? ¡Oh!, * Este trabajo se encuadra dentro del proyecto Géneros dramáticos de ¿z comedia española: Rojas ZorrilL· y Cubitto de Aragón (BFF 2002-04092C-04), financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. II JORNADAS DE TEATRO CLÁSICO DE TOLEDO. TOLEDO, 2003 247 MARÍA ELENA ARENAS C R U Z . perdón, ya que una reducida figura ha de representaros un millón en tan pequeño espacio, y permitidme que contemos como cifras de ese gran número las que forje la fuerza de vuestra imaginación [...] Suplid mi insuficiencia con vuestros pensamientos. Multiplicad un hombre por mil y cread un ejército imaginario. Cuando os hablemos de caballos, pensad que los veis hollando con sus soberbios cascos la blandura del suelo, porque son vuestras imaginaciones las que deben hoy vestir a los reyes, transportarlos de aquí para allá [Shakespeare, 1991: 572]. En esta línea, nuestra pequeña colaboración consistirá en intentar perfilar el concepto de espacios narrados, término utilizado pero no desarrollado por Carmen Bobes para nombrar los espacios que no son propiamente escénicos, sino introducidos en escena por los posibles relatos de los personajes: «para ellos —apunta la profesora Bobes— rige la misma ley que para los espacios novelescos: como no van a ser representados, la imaginación tiene total libertad» [Bobes, 1997: 405]. Tomando esta idea como punto de partida, hablaremos de batallas relatadas, no ejecutadas materialmente en el escenario, y de los imaginarios tiempos y espacios que se delinean en la mente del espectador o lector a partir de las descripciones, narraciones y sugerencias del texto. Por el hecho de ser batallas contadas, nuestro enfoque habrá de ser necesariamente diegético o narrativo, es decir, no será posible eludir las implicaciones espaciales, temporales y de perspectiva que conlleva el hecho de que un personaje se convierta en narrador. Y en este sentido, habremos de tener en cuenta no tanto las teorías narratológicas modernas como las enseñanzas contenidas en el corpus teórico de la Retórica, disciplina que, como todo el mundo sabe, era uno de los pilares de la enseñanza, así en las escuelas como en las universidades. Tanto en los grandes tratados de retórica como en los Progymnasmata, pequeños manuales de ejercicios escolares, hay todo un arsenal de técnicas para ejercitarse en la composición de distintas clases de textos1, entre las que figura la narratio [Artaza, 1988a y 1997]. Actualmente, no cabe dudar de la influencia que estos manuales ejercieron en la formación de nuestros escritores del Siglo de Oro, como muy bien ha demostrado Luisa López Grijera [1994]. 1 Los manuales de ejercicios retóricos de Hermógenes (siglo II) y Aftonio de Antioquia (siglo IV) fueron los mas utilizados en la Antigüedad. A Europa llegaron en el siglo XVI, momento en que fueron profusamente editados y anotados. En España, siguieron su estela prestigiosos profesores universitarios, como Alfonso García Matamoros {De Ratione Dicendi, 1548), Vicente Semper {Metodus Oratoriae, 1568), el jesuíta Cipriano Suárez, cuya Tabulae se convertiría en manual de los colegios de la Compañía; fray Luis de Granada {Ecclesiasticae Rhetoricae, 1576) o Fernando de Herrera {Anotaciones a las Obras de Garcilaso de h Vega, 1580) [Grigera, 1994: 135-136]. 248 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA Uno de los aspectos más sugestivos de la Retórica ha sido el capítulo dedicado a las formas de la amplificatio que debían emplearse en los discursos que pretendían sacudir la emotividad del receptor. Eran tratadas en la inventio, pero a ellas correspondían en el plano elocutivo ciertas figuras de pensamiento que tenían por finalidad poner delante de los ojos del receptor las ideas plastificadas. Tales figuras, que eran lafictio personne y la evidentia, tenían en común que se construían por medio de una ficción y que servían para mover los afectos. Pues bien, en los relatos de batallas que hemos localizado en las obras de Rojas o en las de sus circunstanciales colaboradores, creemos que se observa una enorme deuda con las técnicas de la evidentia, que los griegos llamaban hypotíposis, y que fue definida por Quintiliano como «una pintura de las cosas hecha con expresiones tan vivas que más parece que se percibe con los ojos que con los oídos» (IX, II, 40). Se aconsejaba aplicar esta figura para la narración detallada de hechos complejos (evidencia dinámica) y para la pintura o descripción de cosas, personas, lugares y tiempos (evidencia estática). Para conseguir el efecto de visualidad, el orador debía poner primero al rojo vivo su fantasía creadora y a continuación utilizar una serie de formas lingüísticas adecuadas para producir la impresión de que se estaban viendo hechos y cosas. Conforme avanza el siglo XVI, la mayoría de teorizadores del momento, sobre todo los jesuítas, conceden a la evidentia un lugar destacado en sus manuales y no hemos de descartar la posibilidad de que Rojas, si estuvo en Salamanca, hubiera estudiado retórica en alguno de ellos. Pero veamos con ejemplos lo que pretendemos demostrar. En un primer acercamiento, se pueden señalar tres maneras de situar al espectador ante la escena de una batalla: 1.- La batalla sucede en el presente y se desarrolla en el espacio escénico, ante los espectadores. Arellano ha estudiado cómo el autor plantea una serie de indicios que configuran un marco 'realista o escenario de campo de batalla o de campamento militar' mediante elementos significantes básicos como tiendas de campaña, murallas, puentes levadizos, trincheras. También los decorados verbales contribuyen a proporcionar detalles para conseguir el realismo (se comentan con la mayor precisión las estrategias, los movimientos de tropas y los detalles de las campañas militares), así como los efectos sonoros (clarines, cajas, timbales, trompetas) y otros detalles del ambiente (como la oscuridad nocturna) [2000: 80-83]. Con todo, lo más frecuente es que los acontecimientos más graves no sucedan ante nuestros 249 MARÍA ELENA ARENAS CRUZ. ojos, sino dentro, como suelen indicar las acotaciones2, y sólo oigamos los gritos de los personajes que en ella participan, que suelen aparecer en el escenario de vez en cuando a lo largo del enfrentamiento, o bien una vez finalizada la contienda3. Batallas de este tipo encontramos en Los áspides de Cleopatra, Nuestra señora de Atocha, Los tres bUsones de España o El monstruo de la Fortuna. Pero no son éstas las que van a ocuparnos hoy. 2.- La batalla sucede en el presente y es contada por un personaje que la está viendo desde lejos (desde un monte, desde un muro, desde una torre o incluso escondido). Se corresponde con lo que la Retórica llamaba ticoscopia. 3.- La batalla ha sucedido en el pasado y es evocada por un personaje que ha participado en ella. Este tipo de descripción de acciones era llamado pragmatografia por la Retórica. Por tanto, podemos distinguir entre batallas 'representadas' (1) y batallas 'relatadas' (2 y 3). Y aunque en las primeras también la imaginación tiene un papel relevante, pues el choque de los ejércitos sucede dentro, sólo vamos a hablar de los espacios de la batalla puestos ante los ojos de la imaginación gracias a un relato. Empecemos por los ejemplos de ticoscopia, un recurso literario de larga tradición teatral que nace de la necesidad de ampliación física del espacio escénico, bien porque las acciones no pueden ser representadas con las tramoyas disponibles4, bien por razones morales5, bien porque el autor decide apoyarse en el inmenso poder plástico y visual de la palabra para transmitir el patetismo de una escena o caracterizar al personaje que ve, narra y manipula la acción desde su punto de vista. A esta novedosa perspectiva ha dedicado un interesante estudio Santiago Fernández Mosquera a 2 Las acotaciones son de este tenor: Dispara una flecha al vestuario (Asp.) ; Al ruido de guerra, tocan al arma y dicen dentro (Asp.); Dase U batalla dentro (Mons.); Dase U batalh dando tres vueltas y quede Mahomat herido en el suelo (Atoch). 3 El profesor Pedraza recuerda cómo Lope muestra su escepticismo ante la posibilidad de materializar a la vista del público el fragor de la batalla, con acotaciones del tipo: Hecha aquí su batalL· dentro y fuera lo mejor que puedan, salga el capitán Aldana; o bien: Salgan los que puedan. Ante esta pobreza de la escenificación, no sorprende que la batalla sea más tarde reUtada en un extenso poema, que sirve para que el espectador vea, ahora sí, a los ejércitos, sus atalajes, sus movimientos, etcétera. [Pedraza, 2001: 600-601] 4 Arellano hace una lista de las situaciones y acciones que en el teatro han de ser descritas ticoscópicamente: naufragios y batallas navales, fiestas de toros, incendios, terremotos y catástrofes varias, batallas, caídas de caballos, despeñamientos, cacerías y otros accidentes de coches urbanos o de bosque y montería [1995: 233-234]. 5 Recordemos que Rojas también potencia la visualidad de la palabra cuando por razones de decencia moral escamotea a la vista las escenas de bañistas desnudas [MacCurdy, 1959: 36-39]. 250 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA propósito de Calderón [2002: 259-275]. Por nuestra parte, intentaremos demostrar que esta conocida capacidad de la palabra para 'hacer ver' a los ojos de la imaginación se basaba en técnicas y tópicos de clara raíz retórica. Se trata de batallas cuyo desarrollo se produce al mismo tiempo en que son relatadas, es decir, se pretende crear la sensación de que el tiempo de la historia y el tiempo del discurso coinciden. Para conseguir esta impresión de inmediatez o simultaneidad, el acompañamiento escenográfico más usual y destacado es el toque de cornetas o tambores de guerra, así como gritos o ruido de mandobles, efectos sonoros todos ellos que animan a la imaginación a aceptar que la batalla está sucediendo allí mismo, y que deben, por eso mismo, ser especialmente reiterativos. Por su parte, el narrador, que mira hacia dentro o hacia el público, emplea en su relato conocidos recursos gramaticales 'para hacer ver a los ojos', como los que utiliza Clarinda en la tercera jornada de El mejor amigo el muerto, la escrita por Calderón (la primera es de Luis Belmonte y la segunda de Rojas). Asistimos a la batalla que libran ingleses y españoles contra el rey de Irlanda desde la perspectiva de la reina inglesa, que sale al escenario y Desnuda la espada, mirando hacia dentro, como indica la acotación, anima a las tropas aliadas y relata con pasión las alternativas del combate: CLARINDA. ¡Ea, valientes ingleses! ¡Ea, vasallos valerosos! Ya a las fortificaciones embisten. ¡Valiente arrojo! ¿Valiente dije? Bien dije, pues de la gloria ambiciosos sobre las trincheras ponen el pecho desnudo al plomo. [...] La simultaneidad del relato con la batalla se da a entender con el uso predominante del presente actual o con los vocativos. Son muy pocas las menciones que se hacen al espacio físico en que se desarrolla la contienda, aunque sabemos que es ante la muralla de Londres, que está sitiada. Clarinda describe las alternativas de la batalla mediante el adverbio temporal ya, que va encadenando la sucesión de acciones y de espacios: CLARINDA. Ya por una brecha abierta se arrojan, pero ya un trozo del ejército enemigo 251 MARÍA ELENA ARENAS C R U Z . los rechaza. ¡Ah, fiero estorbo de fortuna que previenes contra mí fieros abortos! Ya las balas de las piezas forman aparentes globos de humo y en nubes espesas son fieros del aire asombros. ¡Muy fuerte está el enemigo! ¡Oh, si el cielo menos sordo a mis voces concediese en trance tan rigoroso camino para librar mi persona de este monstruo, huyendo a la soledad del más duro promontorio, donde viviese contenta perdiendo el reino, pues todo con el imperio del alma, cuando lo pierdo, lo logro. Pero ya vuelven valientes, y el español valeroso, rompiendo dificultades, invencible, como heroico, un fortín les ha ganado, haciéndole firme el rostro a la fortuna deshecha, cuando más le juzgan roto. Mas, ¡ay!, que atajó sus pasos para mi ventura, corto, alguna bala enemiga de tanto valor estorbo. Cayó desde lo más alto herido, o muerto. ¡Qué ahogo para la esperanza mía! Ya en ella su falta lloro. Esta ticoscopia termina, como todas, con una acotación que anuncia que Sale don Juan herido y afirmándose en la espada, con lo que la acción vuelve al escenario. Como se ve se trata de un relato en el que el punto de vista del narrador tiñe de subjetividad los hechos, pues la reina, al tiempo que narra lo que está sucediendo, 252 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA introduce sus sentimientos: pondera la valentía de los soldados, expone sus deseos, se queja de las vueltas de la fortuna, y al final se lamenta al ver caer a su aliado. Claramente el relato está enfocado desde la perspectiva interesada de un protagonista implicado en la acción, que apoya a un determinado bando, de cuyo éxito o fracaso en la contienda va a depender su futuro personal. De hecho, Clarinda va a ser a continuación hecha prisionera. Muy diferente es el otro caso que recogemos, procedente de Los áspides de Cleopatra, donde Caimán, el gracioso, cuenta desde la cima de un monte la batalla que acaba de iniciarse6: CAIMÁN. Callando aquí como un monje la lid sangrienta veré, no hay mayor contento que ver una batalla a longe (III, 435a). En este caso, a pesar de la vaguedad de las alusiones que hace respecto de la posición y movimientos de los contendientes, cabe imaginar que está viendo dos escenas: Antonio y Lépido luchan en el mar y vence el primero; Cleopatra, Octaviano e Irene se enfrentan en la playa; ésta se acerca a la ciudad y entra con sus tropas, y es tan clara su victoria que la reina sale huyendo a caballo. El relato de Caimán, que se confiesa un cobarde, adopta un tono burlesco, plagado de malos chistes, con los que de alguna manera degrada todos los tópicos asociados a la guerra. Como apunta Fenández Mosquera [2002: 263], difícilmente puede ser representada esta perspectiva manipuladora por medio de la escenificación, es mucho más eficaz recurrir a la ticoscopia. Del segundo tipo de contiendas relatadas, tenemos muchos más ejemplos entre las obras de Rojas y en otras que realizó en colaboración. Lo primero que llama la atención es que la mayoría de estas narraciones, por no decir todas, predominan al inicio de la representación. Así, La esmeralda del amor se abre directamente con el relato que el rey Carlos de Francia hace de cómo venció al ejército lombardo en una batalla invernal en medio de una terrible tormenta (I, 493ab). En Los áspides 6 La tercera Jornada se abre con una acotación que indica que Al ruido de guerra, tocan al arma y dicen dentro (Asp., Ill, 434c). Se oyen los gritos de los protagonistas y aparece Caimán, probablemente subido en una estructura elevada de madera y cartón, que era como se fingían los montes en nuestros teatros. Se confirma su situación al final de la escena, cuando el gracioso señala que la reina Cleopatra, «viene huyendo a caballo / hacia este monte; recelo / que huye también como yo» (III, 435ab). 253 MARÍA ELENA ARENAS CRUZ. de Cleopatra los heroes, Octaviano y Marco Antonio, relatan al inicio de la obra sendas batallas, una de las cuales es naval (I, 42bc). Otra batalla naval nos describe Rodamonte nada más empezar la obra que lleva su nombre. Igualmente, en La más hidalga hermosura, de Juan de Zabaleta, Rojas y Calderón, el conde Fernán González cuenta cómo venció a los ejércitos de Navarra y mató azarosamente al padre de la reina (I, 507c). Las razones para explicar esta preferencia por el inicio pueden ser varias: - El pasado del personaje queda inmediatamente incorporado al presente, con lo que el espectador recibe, ya en los primeros minutos, informaciones que pueden resultar relevantes para la comprensión de la trama. - Es también una ocasión para que el autor demuestre su habilidad descriptiva y metafórica y sin duda también para que el actor se luzca con un extenso monólogo que exige suplir con la voz y los ademanes el contenido de lo que no se ve, sino que se evoca. - Por lo demás, y debido al elevado contenido patético de estos relatos, es una buena manera de excitar desde el principio los afectos del público y predisponerlo anímicamente para escuchar lo que viene a continuación. Ante los ejemplos seleccionados hemos llegado a la conclusión de que Rojas suele construir sus relatos de batallas introduciendo casi siempre los mismos elementos o tópicos, que aquí vamos a intentar pormenorizar. Creemos que su proceder es de raigambre retórica, esto es, actualiza o pone en marcha todos los mecanismos de la amplificatio cuando esta está al servicio de la evidentia. Si en el De oratore ciceroniano se apuntaba que las cualidades de la narración habían de ser la claridad, la brevedad y la verosimilitud, en cambio, para Hermógenes, cuyos manuales escolares se habían hecho famosos desde mediados del XVI, la narración es una amplificación del hecho, que puede dilatarse de cuatro modos: indicando no sólo lo que se hizo sino también lo omitido; señalando la causa y los efectos del hecho, fingiendo las deliberaciones y consideraciones de los protagonistas y, en cuanto a la expresión, diciendo cada cosa con tres y cuatro miembros. A esto último, el mallorquín Antonio Lulio añade la amplificación mediante el ornato: «por medio de epítetos, descripciones de personas y lugares y tiempos y hierbas y de otras cosas, por medio de semejanzas y comparaciones» [Artaza, 1988b: 46]. Pues bien, la mayoría de estos procedimientos son tenidos en cuenta por Rojas en los relatos de batallas que pre- 254 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA sentamos, pues sólo así se pintan las cosas con palabras de manera que parezca que se hacen y ponen delante de los ojos. Nuestros relatos de batallas empiezan con uno o dos versos de transición, mediante los que un personaje pide a otro que se le cuente lo sucedido. El breve diálogo que comparten incluye fórmulas como: - «Los impulsos dejad y estadme atentos» (dice el Cid, Blas.) - «Escuchad y os lo diré...» (apremia Serrallonga, Cat.) - «Bella Doralice, oíd...» (dice Rodamonte, Cel.) - «Referidlo», (dice el rey); Es de este modo:...» (contesta Fernán González, Hid.) - Pues oye agora. / Pues escucha agora»: (replican Octaviano y Marco Antonio, Asp.) Lo más frecuente es que a continuación se introduzca un locus a tempore, que consiste en la descripción de la estación o parte del día en que aconteció la batalla y de las condiciones climáticas: si fue al alba o de noche, si hubo tormenta, sol, viento o niebla, etcétera. De nuevo no podemos perder de vista la Retórica, ya que la mención de las circunstancias de tiempo y lugar formaba parte del catálogo de cuestiones útiles para verificar que la exposición del asunto fuera completa, catálogo que los manuales escolares habían extraído del De Inventione ciceroniano. En todos los ejemplos que hemos seleccionado encontramos este locus a tempore. Citemos entre ellos el relato que hace Rodamonte o los que, mano a mano, hacen Octaviano y Marco Antonio de sus campañas en Los áspides de Cleopatra. El primero abre su narración con una viva y colorista descripción de la mañana, en la que fácilmente se puede apreciar el «uso de muchos y variados miembros», como aconsejaba Hermógenes para amplificar. A pesar de los nexos temporales y de la abundancia de verbos, se trata de un cuadro estático en el que cada elemento de la naturaleza realiza aquello que le es tópicamente propio. Se trata de una amplificación por los antecedentes' (Quint., VII, 4): OCTAVIANO. Cuando el alba y aurora, entonces bellas, salen a reconocer a las estrellas; cuando el tardo lucero, sin decoro, murmurando está el sol bostezos de oro, y el pájaro de verdes plumas rico afina al tronco el argentado' pico, 255 MARÍA ELENA ARENAS C R U Z . retoza el can y la que ruge fiera muestra la presa con que al tigre espera; chupa el clavel el líquido rocío, azota el pez las márgenes del río, y en repetido tálamo dichoso la tórtola se pica con su esposo, y la culebra sola ondeando la arena con su cola y al asomar el sol temprano el coche muda la piel con que esperó la noche, partí cortando el mar la verde bruma en trescientos centauros de la espuma... [I, 422b] 7 Cuando las condiciones climáticas repercuten en el desarrollo y el resultado de la batalla, el locus a tempore adquiere una relevancia especial. Los casos más frecuentes son los de tormentas, como en el citado relato de Octaviano, que cuenta cómo la armonía de la naturaleza fue rota por una terrible tempestad que hizo naufragar a muchos de sus barcos. OCTAVIANO. El día oscureció, bramó el Siroco, tejióse el sol de nieblas poco a poco, erizósele al mar la estéril bruma, que es el verde caballo de la espuma, variaron descontentos a bramidos todos cuatro elementos desunidos. Sólo la vista a solo el riesgo vía de mucho armada, el oído no oía [Asp., I, 422c]. Para evocar en la imaginación del espectador la confusión que se apodera de los marineros en este espacio de grandes olas y pavorosos truenos, Rojas realiza una amplificación por las consecuencias', como indicaba Hermógenes. Para ello emplea una técnica muy eficaz: pasa del pretérito al presente y enfoca sucesivamente a algunos de los hombres más desesperados, como si de un montaje cinematográfico se tratara. Lleva así a la práctica uno de los procedimientos recomendados por Quintiliano para alcanzar la evidentia: el detallismo o particularización del conjunto por medio de la yuxtaposición coordinada de dos o más miembros 7 También Marco Antonio abre su relato con una descripción de la serenidad de la naturaleza el día en que venció a los partos {Asp., I, 422c). 256 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA (VIII, 3, 63-70). El propósito es sin duda conseguir a la vez un efecto realista y un impacto patético: Ya no acierta el gobierno el timonero, no encuentra con la escolta el marinero, el más hallado es el que más se ofusca, da en el fogón el que la bomba busca. El padre allí del hijo es enemigo, no se acuerda el amigo del amigo. Cual hubo que a la sombra agradecía por no ver todo el mal que se extendía. Cual hubo que el relámpago deseaba por ver aquel espacio que duraba [...] Y cual hubo que al ver no bien mirados cubierto el mar de árboles troncados, tan ciego acierta y tan despierto yerra que al mar saltó pensando que era tierra [Asp., I, 422c] 8 Entreverada con la mención de las circunstancias de tiempo están las alusiones al lugar de la acción, que a su vez van casi siempre acompañadas de uní ponderación de L· magnitud de los ejércitos: RODAMONTE. Tranquilo el mar Mediterráneo estaba, la arena con las aguas retozaba y de lo manso fue en la espuma sola cogollo de cristal la mayor ola, cuando me apresto al mar sobre cien naves [Cel., 2v] REY CARLOS. Por la margen amena del Rhin marcha el lombardo escuadrón con tanto brío que del enero no temió la escarcha ni sintió los rigores del estío. Aquel vibra la pica y este el hacha, provocando a batalla y desafío [Esm., I, 493 a] 8 Un ejemplo en que la mayor parte del relato es la descripción de las circunstancias temporales lo encontramos en La esmeralda del amor, cuando el rey Carlos cuenta su enfrentamiento con el ejército lombardo; el campo de batalla se cubre con una tremenda y espeluznante tormenta, que asusta a los montes, a las aves, al sol..., y por supuesto, a los soldados enemigos; en cambio, da bríos a las tropas del rey, que vencen. La naturaleza vuelve a su armonía y aclama el triunfo, como si toda ella se hubiese confabulado con el rey para contribuir a su victoria (Esm., I, 493ab). 257 MARÍA ELENA ARENAS C R U Z . MARCO ANTONIO. YO con valor, enojo y osadía al reino de los partos llegué un día [...] sacó eminentes, pero no constantes castillos sobre espaldas de elefantes. Tal ejército el joven acaudilla, que ocupa más espacio de una milla; son sus altas trincheras baluartes, al sol encubren rojos estandartes [Asp., I, 423 a] En ocasiones, los espacios se dilatan y el narrador nos proporciona una detallada descripción del lugar, en la que vemos elevados montes o valles extensos ocupados por millares de soldados, a pie, a caballo o sobre elefantes, cubiertos de armas relucientes. Así, en el relato de Fernán González en La más hidalga hermosura: CONDE. Llegó la hora fatal de verse los numerosos campos de León y Navarra vertiendo horrores y asombros. Dos colinas ocuparon el uno enfrente del otro, que con la luz de las armas eran de diamante escollos. Estaba la infantería del cerro en lo más fragoso, con las picas arboladas, cuyos aceros lustrosos como tan altos se veían, imaginaron los ojos que se habían encendido en el sol de llamas golfo. Los caballos ocupaban el sitio más espacioso, llenos de arrogancia el pecho y el ademán de alborozo [Hid., I, 507c]. Una vez presentadas las circunstancias de lugar y tiempo, el narrador describe la batalla, es decir, explica el movimiento de las tropas y el choque de los ejércitos. Es ahora cuando estamos propiamente ante lo que la Retórica llamaba pragmatographia: 258 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA CONDE. Empezaron a bajar los dos campos poco a poco de los sitios eminentes, y fue haciéndose más corto el espacio que entre ellos florido estaba y lustroso [...] Mas quien embistió primero con ios navarros fue el polvo. Ya un escuadrón se dispara contra el batallón, que pronto sale a recibir valiente los golpes impetuosos [I, 507c] En este relato de Fernán González, la lucha cuerpo a cuerpo es tan estrecha que el aire desaparece ocupado por la masa compacta de las lanzas: «Nubes de embotado hierro, / y el hueco del aire es poco / para las astas que suben / a sus regiones en trozos» [I, 508a]. Y aún el suelo desaparece, cubierto por los cuerpos de muertos y heridos, tantos que las flechas no hayan lugar en qué caer y no hacen sino volver a herir a los vencidos [I, 508a]. En otras ocasiones, al choque en sí de los ejércitos no se le dedican más que unos cuantos versos y toda la narración se centra en la presentación pormenorizada de los antecedentes y consecuentes, y en el fingimiento de las deliberaciones del protagonista, que eran, si recordamos, dos de las formas de amplificar la narración según el retórico Hermógenes. Así sucede en el relato que Rodamonte hace de la batalla que lo enfrentó a los franceses, que dedica una buena porción de versos a contar los motivos de la guerra, otros a citar las presuntuosas palabras que dirigió a los barcos enemigos, y la restante a describir el estado en que quedó el ejército vencido. La lucha en sí se resuelve en dos únicos versos: «ya por entre una y otra parte cruzo; / allí ayudo, a esta parte escaramuzo» [Cel, 2r]. La descripción de las consecuencias se convierte en lo principal del relato, que es elaborado según la citada técnica de la evidentia, esto es, acumulando casos particulares: RODAMONTE. Allí en el mar aquel auxilio aclama y se bebe la sangre que derrama. Aquel llega a la bomba y llega tarde y a aquel le hace valiente lo cobarde. Aquel navio arde, fuego escupe, y otro le deja allí que el mar le chupe. 259 MARÍA ELENA ARENAS C R U Z . Pierde el timón aquel que le gobierna, esta quilh también se descuaderna... [Cel, 2r] Obsérvese que el narrador actúa como si llevara una cámara que le permitiera acercarse a los personajes y mostrar momentos puntuales. Las acciones se suceden vertiginosamente, como los planos del cine, con el fin de transmitir la impresión de vida y movimiento. Esta técnica de amplificación por las consecuencias' la encontramos de nuevo en el citado relato de Octaviano, cuando cuenta cómo las tropas que se han salvado de la tormenta llegan a las playas de Alejandría y allí son atacadas por Cleopatra [Asp., I, 422c]. Las limpias orillas pronto se llenan de confusión y de sangre, pues los soldados, cansados y hambrientos, apenas si tienen fuerzas para luchar. El enfoque particularizado y los detalles truculentos avivan en la imaginación del espectador el desastre: OCTAVIANO. El alarido y confusión crecía, lo que antes fue cristal ya es sangre fría. Aquel, herido y fiero lidiaba con su mismo compañero; desesperado aquel cuando embestía, no por matar, que por morir reñía. Uno allí desangrado sangre bebe que aquella derramado, pero si aquella le desmaya, en breve vuelve a alentar con la que el otro bebe. Aquel que ni se anima ni acobarda, esperando la lid la muerte aguarda; huye un soldado sin que el riesgo aguarde, y le alcanza la muerte de cobarde. Uno acomete allí más diligente y se busca su muerte de valiente, que no se libran de la muerte fiera, ni el que huye, ni el que embiste, ni el que espera [Ásp., I, 422c] Estos efectos de realismo patético responden a una concreta práctica retórica ensayada en los manuales de ejercicios escolares: la evocación de un suceso mediante la acumulación y enumeración de las partes9. Esto se realiza mediante deícticos en 9 Comentaba Quintiliano que no es lo mismo decir simplemente que una ciudad ha sido tomada y saqueada que hacer patente lo que este suceso implica. Como lo que interesa es penetrar en el alma del oyente, recomienda 260 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA phantasma, esto es, adverbios y demostrativos {aquel, uno, allí...) que son proyecciones de la fantasía constructiva para señalar lo que el receptor debe ver con los ojos de la imaginación10. Pero obsérvese que hay muy pocos verbos conjugados en pretérito perfecto simple, el tiempo propio de la narración; casi todos, en los ejemplos que hemos encontrado, están en presente, el tiempo de la descripción, del discurso y del comentario. Las acciones, por tanto, no son narradas, sino descritas y comentadas; quedan así plastiíicadas, como en un cuadro en movimiento en el que el tiempo apenas transcurre. Esto es lo propio de un texto que ha sido generado desde una preceptiva retórica, no desde una teoría poética. En algunos de estos relatos el protagonista reserva una parte de su narración para hablar de las hazañas personales que ha realizado llevado de su propio valor. Así, dan buena cuenta de su brío e ingenio logístico Rodamonte {Cel., 2v), Marco Antonio {Asp., I, 423 a) o Fernán González (Hid., I, 508 a), en lo que podríamos considerar amplificaciones 'por el talante del orador' {ethos). En este contexto hay que situar aquellos relatos en los que el protagonista, en el fragor de la batalla, se aleja a un lugar apartado y allí topa con otro caballero, con el que tiene un duelo o enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Es como si la cámara del narrador se detuviera para enfocar un cierto punto del tiempo y del espacio. Dos ejemplos interesantes hemos localizado: el encuentro de Fernán González con el rey de Navarra en La más hidalga hermosura, y el de Ramiro, privado de la reina Isabel de Portugal, con Muza Vlin, un general africano, en la obra que Rojas dedica a esta santa. Los relatos de estos duelos suelen ser muy vigorosos y están llenos de referencias espaciales, pues los dos contendientes se desplazan de acá para allá en su lucha. Por ejemplo, en el duelo que Ramiro relata (II, w. 1169-1245), primero chocan los dos caballos y se dan un tremendo golpe, por lo que el moro «tornó a tomar carrera por la falda / de un arroyo sonoro». El castellano lo persigue intentando alancearlo por la espalda, pero tropieza y cae; su caballo se despeña en la carrera, lo que permite huir a Muza Vlin; pero el hacer ver cada cosa de por sí: «las llamas volar por los templos y casas, el estallido de los edificios arruinados, la confusa gritería y ruido de los lamentos de todos, el huir unos sin saber adonde, el abrazarse otros con los suyos en el último aliento, el llanto de niños y mujeres, los miserables ancianos reservados para ver esta calamidad, el saco de lugares sagrados y profanos. Por lo demás se verá a unos cargados de la presa, a otros que vuelven por lo que ha quedado; a los que van encadenados delante de los saqueadores, a las madres forcejeando por no soltar de los brazos a sus hijos, y finalmente la pelea de los mismos vencedores por sacar de cada uno más ganancia» (VIII, 3, 49-50). 10 La deixis en phantasma es la propia de los decorados verbales y de la ticoscopia; en cambio, la deixis ad oculos señala realidades presentes en el escenario [Arellano, 1995: 228]. 261 MARÍA ELENA ARENAS C R U Z . caballo de éste «desenfrenado choca, /donde le parte el golpe de una roca»; cae al suelo y Ramiro se acerca; luchan abrazados, puñal en mano, pero el cristiano vence porque le aprieta de tal manera que lo ahoga, con lo que da fin a la lucha: «Quitóle de los hombros la garganta / vuelvo a mi campo, el suyo se levanta»11. En todo relato de una batalla los últimos versos se reservan para describir el proceso por el que, una vez finalizada, todo vuelve a la normalidad; es un tópico que la paz bélica sea compartida por la naturaleza que, o bien se atavía con sus mejores galas, cuando el protagonista ha triunfado: «Cesaron los clarines y atambores, / salió el iris vestido de colores», nos dice Rodamonte {Cel., 2v); o bien se enturbia si la batalla se ha perdido: «Acuérdanme entre aquellas peñas fieras /mi ruina negras aves agoreras», se lamenta Octaviano (Asp., I, 423 a). En esta línea destaca el final del relato del rey Carlos de Francia, en el que el tópico de la paz después de la batalla se amplifica hasta pintar un típico locus amoenus mediante la acumulación de detalles: CARLOS. 11 Q u e d a m o s yo y el agua vencedores. La tempestad funesta se retira, de las nubes cesaron los rigores. El zafir de los cielos ya se mira, sale el arco de paz de tres colores. El m u n d o vuelve en sí, todo respira. Las nubes pinta el sol con listas de oro En esta línea de relatos más personalistas cabe citar el que Serrallonga le hace a Fadrí y Doña Juana contándoles como él solo se salvó de dos emboscadas. No es una batalla propiamente dicha, pero nos ha llamado la atención precisamente por las numerosas referencias espaciales que contiene. Al anochecer se tumba «en la falda de ese monte fiero / que siempre está cayendo y se está entero. / Sobre la yerba que un arroyo baña /hice de un roble tienda de campaña; mullo la hoja de un cortado ramo /la capa tiendo y al descanso llamo». Pero no bien empieza a conciliar el sueño cuando oye ruido de gente que se acerca; decide fingirse dormido y cuando están cerca de él salta y les acomete; dispara su mosquete, mata a dos y empieza a correr («Corro venciendo, voy atropellando»), mientras los que quedan «a los de arriba están llamando». Acosado por dos de ellos, que se le han abrazado «me dejo descolgar por un collado /que es mi mejor atajo / y asido fuimos por un risco abajo». Al llegar abajo, apuñala a uno y ahoga a otro: «Dejo los muertos y el valor avivo; / brujuleaba la luz un monte altivo /cuya falda de hiedra un río baña, / los brazos levantaba una montaña». Ahí permanece alerta, de manera que temeroso baja al llano. Allí oye voces que dicen que lo han visto, por lo que «súbome en el copete de una roca / y con industria a mi valor no poca / para estar más seguro / foso hago un río y la montaña muro». Allí le acomete el Veguer con cien soldados; él se defiende como puede, primero disparando y después con la espada, que se le quiebra, por lo que «de algunas peñas pardas / hice trabucos, tiros y lombardas». Sólo puede huir, así que «corrí un valle, busqué la senda al monte /no la hallé, di la vuelta a otro horizonte; /conozco por las señas aquel risco / de esas grutas encuentro el verde aprisco». Allí por fin oye cómo doña Juana exhorta a sus soldados para que le ayuden; él los ataja y llega herido ante ella (Cat., 573ab). 262 IMAGINARIOS CAMPOS DE BATALLA EN ROJAS ZORRILLA y un rayo se asomaba a cada poro. Vuelan las aves, caracoles hacen; corren las fieras, retozando braman; vense las plantas, florecillas nacen; pájaros cantan y en su voz me aclaman (Esm., I, 493b) En definitiva, podemos afirmar que nuestros dramaturgos eligen la forma narrativa para introducir en la escena aquello que no se puede representar; sirve, por tanto, para ampliar el espacio y el tiempo escénicos. Pero no sólo se utiliza por limitaciones escenográficas (difícilmente se puede representar una batalla, un naufragio o un incendio), sino porque la palabra transmite mucho mejor el miedo, el horror, el caos, asociados a estas situaciones límite. En este sentido, no hemos de olvidar que desde Quintiliano, la narración tenía,, en el marco del discurso retórico, una finalidad emotivo-persuasiva, era un medio apropiado para mover los afectos (IV, II, 20-21 y 128). Así, los relatos insertos en el teatro están diseñados para 'hacer ver' a los ojos de la imaginación y excitar los ánimos, lo cual se consigue no mediante técnicas propiamente narrativas, sino retóricas. Salvo excepciones (el relato de Serrallonga o de Ramiro), hemos podido comprobar que el narrador no cuenta lo que sucedió a unos personajes en un tiempo y en un lugar, sino que lo que hace es pintar un cuadro con lo que allí se pudo ver: describe cosas, lugares y tiempos y comenta las acciones; por eso abundan los deícticos y predominan los tiempos de presente sobre los de pasado; y por eso acude a las técnicas de amplificación que contribuyen a la evidencia estática. Todo ello estaba acorde con las modas literarias. La Retórica, en su fusión con la Poética, había hecho suyo el horaciano utpictura poiesis, tan del gusto del hombre barroco, y estos relatos insertos en el teatro, un arte visual por excelencia, dan buena cuenta de ello. BIBLIOGRAFÍA CITADA I. [1995]: «Valores visuales de la palabra en el espacio escénico del Siglo de Oro», en Convención y recepción. Estudios sobre el teatro del siglo de oro, Gredos, Madrid, 1999, pp. 229 y ss. — [2000] : «Espacios dramáticos en los dramas de Calderón», en Calderón: sistema dramático y técnicas escénicas. Actas de las XXIII Jornadas de Teatro Clásico, Alma- ARELLANO, 263 MARÍA ELENA ARENAS CRUZ. gro, 11, 12 y 13 de julio de 2000, ed. cuidada por F. B. PEDRAZA, R. GONZÁLEZ CAÑAL Y E. MARCELLO, Universidad de Castilla-La Mancha, Festival de Almagro, Almagro (Ciudad Real), 2001, pp. 77-106. ARTAZA, E. [1988 a]: El ars narrandi' en el siglo XVIespañol. Teoría y práctica, Universidad de Deusto, Bilbao. — [1988b]: «La narratio en los Progymnasmata de A. 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