Revista Teológica Limense Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 (pp. 249 – 266) JUAN PABLO II Y LA CULTURA Dr. Alfredo García Quesada SUMARIO Juan Pablo II ha introducido con fuerza el tema de la cultura en el pensamiento y acción de la Iglesia a partir de los planteamientos de Gaudium et spes y del llamado que hiciera Evangelii nuntiandi a evangelizar la cultura. El presente artículo analiza el modo como el actual Magisterio Pontificio comprende la noción de cultura, así como su vínculo con la fe, ante los desafíos del tercer milenio. SUMMARY John Paul II has introduced earnestly the theme of culture into the thought and action of the Church, based in the perspectives of Gaudium et Spes and in Evangelii Nuntiandi’s call to evangelize culture. This article analyzes the way in which the current Pontifical Magisterium understands the notion of culture, as well as its link with faith, facing the challenges of the third millenium. 250 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 Resulta difícil capturar en los límites de la conciencia individual y menos aún sintetizar en breves líneas, la real dimensión del inmenso aporte de Juan Pablo II a la cultura. Comenzando por sus hondas e incisivas reflexiones filosóficas y teológicas sobre la idea misma de cultura hasta sus acciones a favor de la promoción de bienes tangibles del patrimonio cultural de la humanidad, sería necesario elaborar una lista enorme de las fecundas iniciativas que muestran que el nombre de este gran Pontífice resulta indisociable de la variedad y amplitud de “regiones” de la realidad humana que el término cultura busca englobar y significar de un modo analógico. Pero al afirmar el carácter indisociable entre Juan Pablo II y la cultura no pretendemos referirnos tan sólo al vínculo que puede existir entre un hombre y un conjunto de acciones y hechos que acostumbramos reunir bajo el término “cultura”. Buscamos decir también, y sobre todo, que Juan Pablo II ha comprendido la relevancia de la temática de la cultura en un sentido tan particular y de un modo tan vibrante que ha suscitado que el dinamismo de la cultura termine siendo traslucido a través de su propia persona. Esta afirmación puede parecer extraña, exagerada o retórica, sobre todo si se maneja un concepto de cultura de matriz exclusivamente sociológica o etnológica. Pero si recordamos que la idea de cultura enfatizada por el Papa, desde el inicio de su Pontificado, tiene una raíz fundamentalmente antropológica y ética, entonces se puede comprender el sentido de tal afirmación. Para Juan Pablo II, la cultura es, fundamentalmente, “una característica de la vida humana como tal” o “un modo específico del ‘existir’ y del ‘ser’ del hombre”1. En ese sentido –bajo la inspiración de Aristóteles y Santo Tomas de Aquino– mediante la palabra “cultura” se busca designar, en primer término, el dinamismo de los actos humanos; dinamismo que comprende no sólo los actos propios de la voluntad –la acción y la producción–, sino también los actos que son propios del intelecto, del corazón y, en general, todos los actos humanos propios de la persona integralmente considerada2. Así, la cultura es, ante todo, un dinamismo de 1 2 Juan Pablo II, Discurso en la UNESCO, Paris, 02/06/1980, 6. “Para una adecuada formación de la cultura se requiere la participación directa de todo el hombre, el cual desarrolla en ella su creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los demás hombres. A ella dedica también su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y disponibilidad para promover el bien común. Por esto, la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino” (Juan Pablo II, Centesimus annus, 51). García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 251 humanización, “aquello a través de lo cual el hombre se hace más hombre, ‘es’ más, accede más al ‘ser’”3. Si ésta es la concepción esencial de cultura no debe, pues, sorprender que el Papa subraye que “no hay duda de que el hecho cultural primero y fundamental es el hombre espiritualmente maduro”4. Y, así, desde esta comprensión fundante de la cultura –que revela la impronta no sólo “humanista” sino sobre todo, “personalista” de este Magisterio Pontificio– es como se puede sustentar la apreciación que fue anteriormente propuesta: en Juan Pablo II su persona deja traslucir aquel dinamismo de humanización, aquel conjunto de actos específicamente humanos que la palabra “cultura” busca designar; más aún, en la persona del Santo Padre se encuentra aquella dimensión del “hombre espiritualmente maduro” que es afirmada como hecho cultural esencial. Esto no es sino afirmar que en Juan Pablo II encontramos a un hombre “culto”, es decir, un hombre que ha buscado cultivar en sí amplias dimensiones de su naturaleza humana; un hombre que ha desplegado en su propia persona el dinamismo de la cultura, esto es, aquel conjunto de actos humanos que lo han orientado a la propia humanización en un grado verdaderamente ejemplar y sobrecogedor, y esto, desde la fe cristiana, se torna coincidente con la afirmación de que Juan Pablo II es un hombre “santo”. Si recurrimos a la filosofía de la cultura de Max Scheler, verificaremos que su noción de cultura está íntimamente ligada a la idea de persona y al modelo del santo como persona plenamente configurada. Para Scheler, la cultura es, fundamentalmente, “la configuración del ser humano como un todo”5. De este proceso deviene paulatinamente la constitución de un “ethos”, es decir, de una “disposición” (Gesinnung) sedimentada en la persona que, orientada a un conjunto determinado de “valores”, dirige los actos humanos subsiguientes en un sentido determinado. Cuando una persona encarna en sí valores de una forma particularmente diferenciada y fecunda, surge lo que Scheler llama un “modelo” (Vorbild). Y entre los modelos que el filósofo alemán analiza –en base a la jerarquía de valores que propone– el “santo”, como persona que encarna honda, ejemplar y atractivamente los valores religiosos, aparece como una figura esencialmente paradigmática. Tales modelos, dice Scheler, y, de modo particular el “santo”, son los 3 4 5 Juan Pablo II, Discurso en la UNESCO, Paris, 02/06/1980, 7. Juan Pablo II, Discurso en la UNESCO, Paris, 02/06/1980, 12. Max Scheler, El saber y la cultura, La Pléyade, Buenos Aires 1972, p. 19. 252 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 principales canales para la formación y transfiguración de la cultura y del mundo. Recordar y valernos de la teoría scheleriana de la cultura y de los modelos en relación al presente tema parece oportuno por lo menos por dos razones. La primera es que el propio Karol Wojtyla le dedicó particular valor y atención en su tesis de habilitación titulada Valorización sobre la posibilidad de una ética cristiana sobre la base del sistema de Max Scheler y, en ese sentido, salvando la diferencia que existe entre la tesis académica del sacerdote Karol Wojtyla y el Magisterio Pontificio de Juan Pablo II, no se puede desconocer que hay en el segundo evidentes ecos del primero. Pero la segunda razón es más importante, pues esta sugerente teoría scheleriana nos permite afirmar desde la perspectiva filosófica –y no sólo desde la perspectiva teológica– que Juan Pablo II ha sido no sólo un notable impulsor de la cultura, sino que él mismo, en su persona, en el anuncio “en primera persona” de Jesucristo – valor sobre el cual no hay valor mayor– ha terminado apareciendo como un fecundísimo “modelo” de santidad y de humanidad y, por lo tanto, como un “modelo de cultura”6. 1. La cultura: cultivo del hombre En los ámbitos académicos y en el mismo mundo cotidiano, la palabra “cultura” ha sido comprendida de modos diversos. Ello parece revelar la riqueza de un término que, buscando designar una dimensión amplísima de la realidad humana, admite diversas formas de expresión, de un modo semejante al término “ser” que, como recordaba Aristóteles –a partir del principio de analogía–, se “puede expresar de diversas maneras”. Sin 6 Resulta igualmente oportuno recordar que, desde la intelectualidad católica latinoamericana, este vínculo entre persona, santidad y cultura también ha sido contemplado después de los importantes aportes de la III Conferencia Episcopal Latinoamericana realizada en Puebla en 1979. Al respecto citamos a uno de estos pensadores latinoamericanos: “Puebla afirma que lo más radical de la cultura es religioso, es la relación con Dios o, si se prefiere, con el sentido total, incondicionado, de la existencia, con el Absoluto (...) La cultura es humana, pero lo radical de lo humano se expresa en la religión. Religión es relación humana con el sentido absoluto. La religión es cultura y la gracia, la fe cristiana, que trasciende a las culturas se inserta en las culturas a través y transfigurando el sentido religioso. De ahí que el hombre ‘culto’, en las categorías de Puebla, es ante todo el hombre auténticamente religioso” (Alberto Methol Ferré, en: AA.VV., Puebla: evangelización y cultura, CELAM, Bogotá 1980, p. 58). García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 253 embargo, muchas veces el término “cultura” ha sido reducido a tan sólo uno de los elementos de su amplio significado. Así, resulta común reducir la cultura al ámbito de las bellas artes, al cultivo de un saber enciclopédico, al refinamiento de las costumbres o al “sistema” de valores de un pueblo. No hay duda de que la antropología, la sociología y la etnología que se desarrollaron a lo largo del siglo XX contribuyeron a difundir el término cultura. Pero al hacerlo también impusieron, de alguna manera, una idea de cultura. Ésta fue la idea de cultura como “ambiente”, externo a la persona, o como “sistema objetivizado”. Así, Tylor, considerado el fundador de la antropología, definía la cultura como “un conjunto de productos” 7 o Malinowski como un “conjunto de funciones”8. Se puede decir que estas concepciones tienen sus antecedentes filosóficos en la comprensión que Hegel ofreció de la cultura como “espíritu objetivo” y no “subjetivo”, que se prolongará, posteriormente, en el concepto de cultura como “superestructura” de Marx, como “estructura” de Levi Strauss9 o como “sistema” de Niklas Luhmann10. El problema en estos modos de comprender la cultura –como señala el sociólogo Pedro Morandé– es que describen el ambiente o el “escenario de la acción”, pero no la “acción en sí misma”11. Ahora bien, la acción tiene siempre un “sujeto” que, como sabemos, es la persona. Al prescindir del dinamismo de la acción en el modo de comprender la cultura, se corre el riesgo de prescindir de la persona no sólo en el concepto mismo de cultura sino también prácticamente, es decir, en el proceso de configuración concreta de la cultura. 7 8 9 10 11 Cfr. Edward Burnett Tylor, Primitive Culture, Boston 1871, citado por Alfred Kroeber y Clyde Kluckhon, Culture: a critical review of concepts and definitions, Vintage Books, Nueva York 1963, p. 81. Cfr. Bronislaw Malinowski, Una teoría científica de la cultura y otros ensayos, Sudamericana, Buenos Aires 1970, p. 175. Cfr. Claude Levi-Strauss, Antropología estructural, Paidos, Buenos Aires 1987, pp. 33-34 y 301-304. Cfr. Niklas Luhmann, Social systems, Stanford University Press, Stanford 1995, pp. 157 y 163. Cfr. Pedro Morandé, Consideraciones acerca del concepto de cultura en Puebla desde la perspectiva de la sociología de la cultura de Alfred Weber, en: AA.VV., Religión y cultura, CELAM, Bogotá 1981, p. 183. 254 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 Sin dejar de considerar los aportes de las ciencias humanas y sociales, Juan Pablo II ha querido destacar –como se ha observado antes– que la cultura es ante todo un “dinamismo” que tiene su origen en la persona y existe para promover a la persona. En su memorable Discurso a la UNESCO, el Papa subrayaba: “El hombre, que en el mundo visible es el único sujeto óntico de la cultura, es también su único objeto y su fin”12. De esta manera, la concepción de cultura que Juan Pablo II propone no es aquella que correspondería a un simple ambiente objetivo, estático, externo o alienado de la persona humana, sino que la cultura es comprendida como un dinamismo de humanización, esto es, como un proceso dinámico mediante el cual el hombre procura su propia configuración en cuanto hombre. En un importante discurso en Rio de Janeiro ante eminentes representantes del mundo de la cultura, se oyó al Papa decir: “La verdadera cultura es humanización, en cuanto que la no-cultura y las falsas culturas son deshumanizantes. Por eso en la afirmación de la cultura el hombre compromete su destino (...) La humanización, o sea, el desarrollo del hombre, se realiza en todos los campos de la realidad en los cuales el hombre está situado: en su espiritualidad y corporeidad, en el universo, en la sociedad humana y divina (...) la cultura no se refiere únicamente al cuerpo ni únicamente a la individualidad o a la sociabilidad (...)”13. No se puede dejar de mencionar que este modo de comprender la cultura ha estado presente en la mente de algunos filósofos contemporáneos e incluso en el pensamiento y la lengua de pueblos enteros. Así, el pueblo alemán tiene dos términos para referirse a la cultura: Kultur y Bildung. El último –que ha sido difundido por filósofos como Max Scheler y Hans Georg Gadamer14–, se refiere a la cultura como proceso de “configuración o formación humana” que coincide, en gran medida, con el concepto 12 13 14 Juan Pablo II, Discurso en la UNESCO, Paris, 02/06/1980, 7. Esta idea estaba anunciada, aunque no con la misma precisión, en documentos eclesiales anteriores como, por ejemplo, en Gaudium et Spes: “El hombre no llega a un nivel verdaderamente y plenamente humano sino por la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores naturales” (GS 53) o también en el documento conclusivo de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano: “La cultura es una actividad creadora del hombre con la que responde a la vocación de Dios que le pide perfeccionar toda la creación y en ella sus propias capacidades y cualidades espirituales y corporales” (Puebla 391). Juan Pablo II, Discurso ante personalidades del mundo de la cultura, Rio de Janeiro, 01/07/1980, 1. Cfr. Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, Sígueme, Salamanca 1977, pp. 39-40. García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 255 propuesto por Juan Pablo II. Sin embargo, el Papa ha querido rescatar el sentido originario o etimológico de la cultura tal como fue acuñado por la lengua latina. Así, en su anteriormente citado discurso en Rio de Janeiro, decía: “Todas las diversas formas de promoción cultural se enraízan en la cultura animi, según la expresión de Cicerón, es decir, la cultura del pensar y del amar, por la cual el hombre se eleva a su suprema dignidad en su más sublime donación que es el amor”, y, más adelante, terminaba definiendo a la cultura como “cultivo del hombre”15. Lo que resulta importante en esta definición es que la cultura es comprendida –como se ha enfatizado antes– como un dinamismo, esto es, como un “acto de cultivar” y no como un mero ambiente inerte separado del dinamismo activo de la persona humana. Pero, por otro lado, esta misma expresión –“cultivo del hombre”– muestra toda su riqueza en la medida en que permite acoger en sí cuatro sentidos del término “cultura” –incluyendo aquel de las ciencias humanas y sociales– y que aparecen articulados en torno a un fundamento: el hombre en cuanto hombre. Los dos primeros sentidos vienen sugeridos por el uso del genitivo en la definición de la cultura como “cultivo del hombre”. Así, en esta definición, el “cultivo” puede ser entendido en cuanto referido al hombre como su “sujeto”, pero también al hombre como su “objeto”, es decir la cultura como expresión del hombre y la cultura como destinada a la promoción del propio hombre. Ello se verificará en textos posteriores como aquel de Ex corde Ecclesiae en donde se afirma: “No hay, en efecto, sino una cultura: la humana, la del hombre y para el hombre”16. Pero hay otros dos sentidos de la cultura, contenidos en la expresión “cultivo del hombre”, que vienen dados por el hecho de que el término “cultivo” admite que sea comprendido como “acto de cultivar” o como “efecto del cultivar”. De ese modo, la cultura vendría a ser un acto o un dinamismo –como yá se ha resaltado antes–, pero es también una sedimentación, es decir, una consecuencia de la acción, un efecto del dinamismo, esto es, una “concreción humana” que se revela en la forma de objetos, de disposiciones humanas –como, por ejemplo, las virtudes– o también al modo de espacios colectivos, ámbitos comunitarios, tradiciones o 15 16 Juan Pablo II, Discurso ante personalidades del mundo de la cultura, Rio de Janeiro, 01/07/1980, 3. Juan Pablo II, Ex corde eccesiae, 3. Las itálicas son nuestras. 256 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 “moradas” que –también según los sentidos del genitivo– se originan en el ser humano y se ofrecen como concreciones o “habitats” apropiados para el ser humano. Esta acepción del término cultura también se verificará posteriormente en textos de Juan Pablo II como el siguiente: “Cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y sobre ella influye. El es, al mismo tiempo, hijo y padre de la cultura a la que pertenece”17. Así, en la comprensión que Juan Pablo II tiene de la cultura, no desaparece el sentido sociológico del término, pero queda clara su fundamentación en la antropología filosófica. Por ejemplo, en su Discurso en la Universidad de Coimbra retoma con claridad este sentido sociológico, aunque dentro de un horizonte humanista más amplio, con palabras que recuerdan términos de Gaudium et spes recogidos también en el documento de Puebla: “(...) la cultura, en su realidad más profunda, no es sino el modo particular que tiene un pueblo de cultivar las propias relaciones con la naturaleza, entre sus miembros y con Dios, de modo que se pueda alcanzar un nivel de vida verdaderamente humano; (la cultura) es el ‘estilo de vida común’ que caracteriza a un determinado pueblo”18. Y añadía más adelante, en un texto que puede operar como síntesis conclusiva del presente apartado: “En sus dos acepciones fundamentales, como formación del individuo y como forma espiritual de la sociedad, la cultura tiene en vista la realización de la persona en todas sus dimensiones, con todas sus capacidades. El objetivo primario de la cultura es desarrollar al hombre en cuanto hombre, al hombre en cuanto persona, o sea, cada hombre en cuanto ejemplar único e irrepetible de la familia humana”19. 2. El dinamismo cultural de la fe cristiana Esta comprensión radicalmente humanista de la cultura deviene de la perspectiva de fe que anima la mirada de Juan Pablo II sobre el mundo. Efectivamente, la fe cristiana porta un contenido esencialmente referido al ser humano y, en ese sentido, el despliegue humanizante de la fe tiene un sentido profundamente cultural. Pero, para comprender el dinamismo cultural de la fe cristiana, el Papa ha insistido, en repetidas ocasiones, que resulta indispensable tener la convicción primera y fundamental de que el 17 18 19 Juan Pablo II, Fides et ratio, 71. Juan Pablo II, Discurso en la Universidad de Coimbra, 15/05/1082, 2. Juan Pablo II, Discurso en la Universidad de Coimbra, 15/05/1082, 3. García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 257 Evangelio está dirigido al hombre como respuesta a sus más profundas inquietudes. No es otra la razón por la que Juan Pablo II cita tan frecuentemente aquel pasaje central de la constitución Gaudium et spes en cuya redacción colaboró cuando siendo Cardenal participó junto con connotados teológos en las sesiones del Concilio Vaticano II: “En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (...) Cristo revela plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”20. En ese sentido, la fe que abre puertas y acoge a Jesucristo, Redemptor hominis, no podría sino promover y redimensionar el dinamismo de la cultura mediante el cual el hombre expresa y configura su humanidad. En su Discurso inaugural en la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, el Papa lo expresaba con las siguiente palabras: “(...) el hombre, en efecto, vive una vida digna gracias a la cultura y, si encuentra su plenitud en Cristo, no hay duda que el Evangelio, abarcándolo y renovándolo en todas sus dimensiones, es fecundo también para la cultura, de la que el hombre mismo vive”21. La fe católica, lejos, pues, de “entrometerse” en el ámbito de la cultura, aparece como un auténtico servicio que se ofrece a las diversas formas mediante las cuales el hombre busca su propio cultivo. En nuestras tierras, en su recordado Mensaje al mundo de la cultura y de la empresa precisaba el compromiso de la Iglesia con la cultura, diciendo: “El interés por la cultura es, en primer lugar, un interés por el hombre y por el sentido de su existencia (...) La cultura debe ser el espacio y el vehículo para que la vida humana sea cada vez más humana. Una cultura que no está al servicio de la persona no es verdadera cultura. La Iglesia hace, pues, una opción radical por el hombre al plantearse la evangelización de la cultura”22. Pero no es sólo que la fe sea ampliamente benéfica con relación a la cultura y a las culturas, es decir, con relación al proceso de humanización que el hombre busca a partir de su libertad y con relación a los diversos procesos, tradiciones y ámbitos que conocemos como las “culturas históricas”. En realidad, la fe en sí misma porta un dinamismo cultural particularmente fecundo e incomparable. 20 21 22 Gaudium et spes, 22. Juan Pablo II, Ex Corde Ecclesiae, 6. Juan Pablo II, Mensaje al mundo de la cultura y de la empresa, Lima, 15/05/1988, 3. 258 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 En un edificante artículo titulado Pensamientos sobre la relación existente entre el cristianismo y la cultura, Romano Guardini recuerda que la Revelación de Dios en la persona de Jesucristo, que acogemos mediante la fe, es un acontecimiento absolutamente inédito que el hombre nunca habría podido imaginar desde su condición natural. Se trata de un acontecimiento que no sólo esclarece lo que el hombre es, sino que hace que el hombre ingrese en un dinamismo absolutamente nuevo, el dinamismo de la gracia y del amor de Dios, en donde todas sus acciones adquieren un nuevo sentido23. Así, a partir de la Encarnación del Verbo, ser plenamente cristiano significa ser hombre en el sentido integral de la palabra. Esto es lo que muchos no creyentes e, incluso, cristianos no parecen haber terminado de comprender. Lo que se da en Jesucristo es una renovación de la existencia humana desde sus raíces. No es que la fe aparezca como un simple horizonte o como una promesa de salvación, que deja intacta en el hombre –como creía Lutero– su esclavizante “estructura de pecado” y que simplemente sugiere que se viva confiando en una salvación futura. Según la fe católica, lo que ocurre en la Encarnación del Verbo es una “nueva creación” que posibilita que el hombre sea realmente un “hombre nuevo” porque ontológicamente se transforma en “hijo de Dios”. ¿Cómo es que esto no podría verse como la raíz de un fecundo dinamismo cultural? La novedad que trae la fe cristiana con relación a la cultura no está, pues, en el hecho de ser un ingrediente más que “condimenta” lo que el hombre ya sabría realizar por cuenta propia. Lo que la fe muestra es, en realidad, el sentido que ha de tener la actividad humana y, por lo tanto, muestra, desde sus raíces, el sentido mismo de la cultura. Si la fe fuese sólo un factor que mejora lo que el hombre es y sabe hacer –por más que lo mejore en un grado altísimo– entonces la fe sería tan sólo un valor cultural más y no el canal para la Vida Plena que, como exhorta San Pablo, se debe anunciar “a tiempo y a destiempo” a todos los hombres y a todas las culturas que tienen el derecho de conocer y adherirse a esa Nueva Vida. Cuando era Cardenal, el Papa Juan Pablo II planteaba una convicción antropológica que expresa el modo absolutamente realista como se ha de acoger el contenido y el sentido de la fe católica: “La fe tiene su propio significado antropológico y una indispensable importancia en la vida y en la autoafirmación del hombre, así como también en la vida y en la cultura de 23 Ver Romano Guardini, Pensamientos sobre la relación existente entre el cristianismo y la cultura, en: Cristianismo y sociedad, Sígueme, Salamanca 1982, pp. 127-160. García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 259 toda sociedad. La fe no es alienante para el espíritu humano; la fe permite al hombre definirse gracias a la comunión con Dios. No se puede tener una verdadera cultura sin una relación con Dios”24. Esta convicción ha sido enfatizada, posteriormente, por Juan Pablo II a lo largo de su Pontificado en sus riquísimas reflexiones sobre el dinamismo cultural de la fe. Así, en su ya recordado Discurso a la UNESCO, decía el Papa: “Este vínculo [el vínculo fundamental del Evangelio, es decir, del mensaje de Cristo y de la Iglesia con el hombre en su humanidad misma] es efectivamente creador de cultura en su propio fundamento. Para crear cultura hay que considerar íntegramente, y hasta sus últimas consecuencias, al hombre (...) Hay que afirmar al hombre por él mismo y no por ningún otro motivo o razón (...) El conjunto de las afirmaciones que se refieren al hombre pertenece a la sustancia misma del mensaje de Cristo y de la misión de la Iglesia, a pesar de todo lo que los espíritus críticos hayan podido declarar sobre este punto y a pesar de todo lo que hayan podido hacer las diversas corrientes opuestas a la religión en general y al cristianismo en particular” 25. Entendiendo la cultura como “cultivo del hombre”, es decir como un amplio proceso de humanización que se despliega históricamente configurando grupos, sociedades y ambientes particulares, no sería imaginable cómo se podría prescindir de una fe que humaniza, es decir, de una fe que porta en sí un fecundo dinamismo cultural. Así, Juan Pablo II exhorta a los católicos a no mirar a la cultura desde fuera, para buscar, luego, ensayar algún tipo de estrategia para “adaptar” la fe a las culturas particulares. De lo que se trata, más bien, es de expresar y desplegar la fe en el modo como cada uno se cultiva, es decir, en el modo como cada hombre y cada grupo de personas configuran un “estilo de vida”, esto es, una cultura particular. Ello no es otra cosa que simplemente comprender y vivir de manera coherente la transformación que la fe cristiana opera en el hombre y, consecuentemente, encarnar un esencial dinamismo vivificante en la cultura. Es por ello que en la Carta de Constitución del Consejo Pontificio de la Cultura, el Papa subrayaba: “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida” 26. 24 25 26 Cardenal Karol Wojtyla, Relación en el Sínodo de los obispos, 08/10/1974, citado por el Cardenal Paul Poupard en Iglesia y culturas. Orientación para una pastoral de la inteligencia, EDICEP, Valencia 1985, p. 142. Juan Pablo II, Discurso en la UNESCO, Paris, 02/06/1980, 10. Juan Pablo II, Carta de constitución del Consejo Pontificio de la Cultura, 20/05/1982. 260 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 3. Ante los desafíos del tercer milenio El 6 de enero de 2001, al iniciarse un nuevo siglo y un nuevo milenio, Juan Pablo II firmaba su Carta Apostólica Novo millennio ineunte. Con el realismo que es propio del hombre de fe, el Papa describía los problemas y desafíos que comporta un nuevo, complejo e incierto horizonte cultural, pero desde esa misma fe, convocaba, con la esperanza que también emana de la fe, a “remar mar adentro”, es decir, a navegar, sin miedo y con mayor ardor, buscando animar las nuevas configuraciones culturales de un nuevo siglo que –en palabras de André Malraux que el Papa cita en Cruzando el umbral de la esperanza– “será el siglo de la religión o no será en absoluto”27. “Ha pasado ya –decía el Papa– incluso en los países de antigua evangelización, la situación de una ‘sociedad cristiana’, la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y compleja, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la ‘llamada’ a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés”28. El sentido de este texto se encuentra en el hecho de que Juan Pablo II constata –con la mirada amplia y aguda que le dan tanto la fe como el encuentro personal que ha deseado tener con millones de hombres de las más diversas culturas– que la ruptura entre la cultura y la fe –denunciada por Pablo VI en Evangelii nuntiandi– es el mayor drama de nuestro tiempo. “¿Cómo callar –decía antes en Tertio millennio adveniente– ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia? 29. El hecho de que no pocos “estilos de vida”, es decir, culturas, se encuentren afectados por este fenómeno del secularismo es visto por el Papa como una real amenaza para la dignidad y destino del hombre y, así, para las mismas culturas. El secularismo de nuestro tiempo es calificado como 27 28 29 Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janes, Barcelona 1999, p. 222. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 40. Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 36 García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 261 consecuencia de un “error antropológico”, es decir, de no haber considerado suficientemente que sin Dios el hombre muere. Es esta una verdad que ya había sido advertida por Dostoievski cuando, en relación a la proclama de Nietzsche, afirmaba: “se ha dicho que Dios ha muerto, pero tal vez el hombre haya muerto también”. Una verdad expresada también por la aguda pluma de Chesterton en el siguiente aforismo: “Quitad lo sobrenatural y sólo nos quedará lo que no es natural”. En la perspectiva de Juan Pablo II, la duda que el hombre actual manifiesta sobre capacidades suyas que antes parecían incuestionables –como, por ejemplo, la capacidad que la razón tiene para conocer la verdad30 o la capacidad de la voluntad de alcanzar su propio bien31– es síntoma, precisamente, de cómo el hombre se ha desestructurado interiormente al perder el vínculo con Dios. El vacío existencial, la desesperanza, el tedio, aquella pérdida del “gusto por la vida” que los grandes maestros espirituales denominaron “asedia”, no serían sino desdoblamientos de un secularismo que, manifestándose hoy más agudamente en la forma del nihilismo, estaría generando un dramático “eclipse de lo humano”: “En la interpretación nihilista –dice el Papa en Fides et ratio– la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional (...) El nihilismo, aun antes de estar en contraste con las exigencias y los contenidos de la palabra de Dios, niega la humanidad del hombre y su misma identidad”32. Sin embargo, aún frente a este panorama sombrío, Juan Pablo II no duda en manifestar enérgicamente su confianza en la naturaleza humana, citando el célebre aforismo de Pascal: “el hombre supera infinitamente el propio hombre”. “El hombre –afirma– no puede vivir indefinidamente en el vacío espiritual, en la incertidumbre moral, en la duda metafísica, ni en la ignorancia religiosa (...)”33. Tal confianza en el hombre sólo puede provenir de quien contempla la realidad, para usar la célebre expresión de Spinoza, “sub speciae eternitatis”, es decir, desde la perspectiva de Dios mismo que la fe ofrece. El hondo humanismo de Juan Pablo II tiene, pues su fundamento 30 31 32 33 Ver Juan Pablo II, Fides et ratio, 6. Ver Juan Pablo II, Veritatis splendor, 1-2. Juan Pablo II, Fides et ratio, 46 . 90. Juan Pablo II, Discurso en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para el diálogo con los no creyentes, 22/2/1985. 262 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 en quien sustenta la misma existencia humana: Dios. Era en esa línea que el Papa exclamaba ante los jóvenes: “Vale la pena ser hombre porque Tú te has hecho hombre”34. Desde esta profunda certeza y desde esta honda esperanza, Juan Pablo II aparece como un faro que en altamar, en medio de no pocas turbulencias, busca continuar iluminando, con la luz de la fe, las más diversas realidades humanas, esto es, las culturas de nuestro tiempo: “No debemos tener miedo del futuro. No debemos tener miedo del hombre (...) Tenemos en nosotros la capacidad de sabiduría y de virtud. Con estos dones, y con la ayuda de la gracia de Dios, podemos construir en el siglo que está por llegar y para el próximo milenio una civilización digna de la persona humana, una verdadera cultura de la libertad. ¡Podemos y debemos hacerlo! Y haciéndolo, podremos darnos cuenta de que las lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del espíritu humano”35. En ese sentido, ante las adhesiones incondicionales o las condenas absolutas al actual fenómeno de la globalización, el Papa propone una visión serena, afirmada en la libertad y responsabilidad de la persona humana, en la centralidad de las culturas, así como en la conciencia de que la Iglesia es portadora de una experiencia histórica de encuentro con las más diversas culturas que fue decisiva para superar los eventuales conflictos entre las mismas culturas y favorecer la configuración de nuevas síntesis culturales. “La globalización –decía en su Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales– no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella. Ningún sistema es un fin en sí mismo, y es necesario insistir en que la globalización, como cualquier otro sistema, debe estar al servicio de la persona humana, de la solidaridad y del bien común (...) La globalización no debe ser un nuevo tipo de colonialismo. Debe respetar la diversidad de las culturas que, en el ámbito de la armonía universal de los pueblos, son las claves de interpretación de la vida (...) Las normas de la vida social deben buscarse en el hombre como tal, en la humanidad universal nacida de la mano del Creador. Esta búsqueda es indispensable para evitar que la globalización sea sólo un nuevo nombre de la relativización absoluta de los valores y de la homogeneización de los estilos de vida y de las culturas. En todas las diferentes formas 34 35 Juan Pablo II, Homilía durante la misa del Domingo de Ramos en el Jubileo de los Jóvenes, 15/4/1984, 3. Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, 5/10/1995, 18. García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 263 culturales existen valores humanos universales, los cuales deben manifestarse y destacarse como la fuerza que guíe todo desarrollo y progreso”36. La importancia que el Papa otorga a las culturas históricamente sedimentadas en la forma de pueblos o naciones, parece, pues, responder a la percepción de que los vertiginosos cambios de fines del milenio pasado todavía no han sido suficientemente discernidos y asimilados por la humanidad. En ese sentido, requerirían pasar por el tamiz del patrimonio cultural de cada pueblo, que no ha sido creado mediante cambios o modas ocurridos en un corto lapso de tiempo, sino que ha sido transmitido por sucesivas generaciones, configurando una “morada” concreta en la cual las personas se descubren a sí mismas en su forma de vivir “lo humano” de un modo específico. En el caso del Perú, nuestro patrimonio cultural, forjado al calor de la fe cristiana, era particularmente apreciado y admirado por el Santo Padre en su segunda visita a nuestras tierras, lo que le llevaba a aconsejar: “Frente a las concepciones incoherentes con vuestra tradicional cultura cristiana, quiero repetiros ahora a vosotros la exhortación que formulé en Santo Domingo a todos los pueblos de América Latina: permaneciendo siempre fieles a los valores de la dignidad personal y hermandad solidaria que el pueblo peruano lleva en su corazón, como imperativos recibidos del Evangelio, resistid a la tentación de quienes quieren que olvidéis vuestra innegable vocación cristiana”37. Así, las concreciones culturales en donde la fe se ha encarnado son vistas por el Santo Padre como una riqueza particular que debe ser compartida solidariamente con otras culturas que estuvieron animadas por la fe cristiana, pero que se encuentran tentadas de alejarse de su sentido originario: “Estamos entrando en un milenio que se presenta caracterizado por un profundo entramado de culturas y religiones incluso en países de antigua cristianización. En muchas regiones los cristianos son, o lo están siendo, un `pequeño rebaño´ (Lc 12,32). Esto les pone ante el reto de testimoniar con mayor fuerza, a menudo en condiciones de soledad y dificultad, los aspectos específicos de su propia identidad”38. Y en Tertio millenio adveniente decía: “Hoy son muchos los `areópagos´, y bastante diversos: son los grandes campos de la civilización contemporánea y de la cultura, de la política y de la economía. 36 37 38 Juan Pablo II, Discurso a la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, 27/4/2001, 2-4. Juan Pablo II, Mensaje al mundo de la cultura y a los empresarios, Lima, 15/05/1998, 2. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 51 264 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 Cuanto más se aleja Occidente de sus raíces cristianas, más se convierte en terreno de misión, en la forma de variados `areópagos´”39. La constante analogía que el Pontífice propone ente nuestra época y los primeros tiempos de la predicación cristiana es altamente sugerente para comprender el modo como los actuales desafíos culturales han de interpelar a la conciencia cristiana y, por otro lado, para intensificar el sentido heroico, confiado y esperanzado, que ha de tener el estilo de vida cristiana en este inicio del tercer milenio. Como se ha ocupado de mostrar el historiador inglés Christopher Dawson, los cristianos, en épocas turbulentas, han estado siempre llamados a “mirar hacia delante” y, advertidos por las enseñanzas evangélicas, a no dejar el arado para volver la vista atrás; ello ha permitido que se despliegue un vigoroso impulso cultural de inmensas repercusiones históricas que debe reeditarse en una época tan compleja como la nuestra, pero también cargada de promesas. La relevancia histórica que este compromiso evangélico tiene para las culturas es lo que ha llevado al Santo Padre a consumir su vida en el afán por hacer que el Pueblo de Dios ingrese a un nuevo milenio sin pasos vacilantes. En relación a diversos cambios y fenómenos culturales que todavía no terminamos de sopesar y comprender, el Papa invoca a que, sin miedo, los cristianos nos insertemos en ellos para animarlos en sus posibilidades de humanización. Así, con relación a los diversos medios de nuestra cultura “audio-visual” y “digital”, el Papa se expresaba con las siguientes palabras: “Lo que dije en otra ocasión a propósito de Internet vale también para todos los medios de comunicación social: son un nuevo "foro", entendido en el antiguo sentido romano de lugar público (...) muy concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que también creaba una cultura propia (...) Si la Iglesia se aleja de la cultura, el Evangelio queda silenciado. Por tanto, no debemos temer cruzar el umbral cultural de las comunicaciones y de la revolución de la información que está teniendo lugar ahora. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta entraña también peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia, el reto consiste en hacer que la verdad de Cristo se difunda en este nuevo mundo, con todas sus promesas, inquietudes e interrogantes. Esto requerirá especialmente la promoción de una ética 39 Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente, 57. García Quesada – Juan Pablo y la Cultura 265 auténticamente humana, que suscite comunión más que alienación entre las personas, y solidaridad más que enemistad entre los pueblos”40. La misma exhortación se percibe con respecto a la presencia de los cristianos en los centros académicos y universitarios que son apreciados como valiosísimos “focos de cultura”. Sin embargo, el Papa no se refiere tan sólo a los centros universitarios católicos que son llamados a ser “signo vivo y prometedor de la fecundidad de la inteligencia cristiana en el corazón de cada cultura”41, sino que invita a todos los ámbitos universitarios, en general – en la medida en que se ocupan, precisamente, de la formación integral del ser humano– a colaborar activamente en la configuración de culturas cada vez más conformes con la dignidad de la persona humana: “la Iglesia y la universidad desean servir al hombre de manera desinteresada, intentando responder a sus más profundas inquietudes intelectuales y morales. La Iglesia enseña que la persona humana, creada a imagen de Dios, posee una dignidad única que es indispensable defender frente a tendencias que, hoy, amenazan destruir al hombre en su ser físico y moral, individual y colectivo. La Iglesia se dirige muy particularmente a los universitarios para decir: busquemos defender juntos al hombre en sí mismo, cuya honra y dignidad están seriamente amenazadas. La universidad que, por su propia vocación, es una institución desinteresada y libre, se presenta como una de las pocas instituciones de la sociedad moderna capaces de defender al hombre por sí mismo, sin subterfugios, sin pretextos o motivos diversos a la simple razón de que el hombre posee una dignidad única que lo torna merecedor de ser respetado por sí mismo. Es este el humanismo que la Iglesia propone (...) Sea permitido –continuaba diciendo el Papa– que exhorte a las universidades de todo el mundo a recorrer todos los caminos que estén a su alcance: la enseñanza, la investigación, la información, el diálogo con la opinión pública, para poder llevar adelante esta misión humanista, que posibilite la configuración de una civilización del amor, la única capaz de evitar que el hombre se torne enemigo del hombre”42. Es mucho más lo que se podría decir sobre la inmensa contribución de este gran Pontífice al diálogo entre la Iglesia y la cultura, pero, como se observaba al inicio de la presente exposición, tal vez lo que más debamos a 40 41 42 Juan Pablo II, Abrid puertas a Cristo en la prensa, la radio y la televisión, el mundo del cine e Internet, 22/11/2003, 3-4. Juan Pablo II, Ex corde ecclesiae, 2. Juan Pablo II, Mensaje al mundo universitario, 07/03/1983, 6. 266 Revista Teológica Limense. Vol. XXXVII – Nº 2 – 2003 Juan Pablo II sea que él mismo se ha mostrado como un fecundo “modelo de cultura”, es decir, de un renovado humanismo cristiano para nuestro tiempo. Aquel “no tengan miedo” que resonó hace veinticinco años en la Plaza de San Pedro y que fue repetido hace dos meses por el Papa en la misa de aniversario de su Pontificado, opera como un llamado a desplegar este sentido humano y fortalecedor de la fe en las nacientes configuraciones culturales del nuevo milenio: “¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos (...) El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza `que no defrauda´ (Rm 5,5)43. Dr. Alfredo García Quesada Doctor en Filosofía Director del CINTE [email protected] 43 Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 58.