Extractos titulados de la Sentencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia Nº 1507, de fecha 05 de junio de 2003 (Sentencia líder sobre los estados de excepción: texto íntegro aquí: http://historico.tsj.gob.ve/decisiones/scon/junio/1507-050603-001401%20.htm) Por Jairo García Méndez 1. De la emergencia de la Constitución de 1961 a los Estados de excepción de las Carta Magna de 1999. Análisis comparativo de la Sala Constitucional En tal sentido, se debe destacar, que al haberse promulgado la Constitución de 1999, hubo un cambio sustancial en lo referente a los supuestos que conforman los estados de excepción, los cuales, en el régimen constitucional de 1961, se circunscribían solamente a lo que el Título IX denominaba “De la Emergencia”, que involucraba situaciones de calamidad originadas por conflictos internos o externos que afectaban el normal desenvolvimiento de la vida ciudadana. Esta clasificación daba lugar a múltiples interpretaciones, toda vez que se consideraba a la emergencia como el género del estado de excepción, pero no hablada en términos concisos de qué o cuáles sucesos podían comprenderse como los susceptibles de originar un régimen “de emergencia”, sobre todo aquellos referidos a “conflictos internos”, ya que el texto Fundamental de 1961 establecía en su artículo 241 una enunciación poco delimitativa de las acciones y hechos que daban lugar a la aplicación de las medidas atinentes a controlar las situaciones de anormalidad: “[e]n caso de emergencia, de conmoción que pueda perturbar la paz de la República o de graves circunstancias que afecten la vida económica o social, el Presidente de la República podrá restringir o suspender las garantías constitucionales, o algunas de ellas, con excepción de las consagradas en el artículo 58 y en los ordinales 3º y 7º del artículo 60”. Estas disposiciones, tal como se indicó anteriormente, tuvieron algunas modificaciones por parte del Constituyente de 1999, al comprender que las situaciones que daban lugar a los regímenes de excepción no se subsumían bajo el género de “la emergencia”, sino que más bien todas ellas respondían a una denominación más acorde como lo es “De los Estados de Excepción”, el cual involucra una serie de hechos y actos que, tal como lo establece el artículo 337 de la Constitución comprende “las circunstancias de orden social, económico, político, natural o ecológico, que afecten gravemente la seguridad de la Nación, de las instituciones y de los ciudadanos y ciudadanas, a cuyo respecto resultan insuficientes las facultades de las cuales se disponen para hacer frente a tales hechos”. Estas circunstancias, a su vez, tienen su clasificación con base en características particulares correspondiéndole un régimen jurídico constitucional de aplicación especial para cada una de ellas; como lo es el caso del estado de alarma (artículo 338); estado de emergencia económica (artículo 338, Párrafo Primero); estado de conmoción interior o exterior (artículo 338, Párrafo Segundo); siendo todas situaciones controlables por poderes extraordinarios y temporales conferidos al Ejecutivo Nacional, que es el llamado a determinar la aplicabilidad de las medidas que ordena el Texto Constitucional, bajo el control de la Asamblea Nacional y de esta Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. Ambos órdenes constitucionales, tanto el que previó la Constitución de 1961 –aunque genéricamente-, como la Constitución de 1999 –que discriminó cada uno de los hechos y actos que conforman los estados de excepción-, establecieron la posibilidad de que aquellos hechos o actos agravantes contra el sistema financiero podían dar lugar a la adopción de medidas propias de un régimen de excepción. Así, como se mencionó, el Constituyente de 1961 no fue específico al delimitar las situaciones que ameritaban la aplicación del régimen denominado “De la emergencia” , pero sí señaló de manera somera, que las circunstancias gravosas de índole económico daban lugar a la aplicación de los mecanismos estatuidos en el Título IX de la Constitución de 1961: “[e]n caso de emergencia, de conmoción que pueda perturbar la paz de la República o de graves circunstancias que afecten la vida económica o social, el Presidente de la República podrá restringir o suspender las garantías constitucionales, o de alguna de ellas, con excepción de las consagradas en el artículo 58 y en los ordinales 3° y 7° del artículo 60”. Por su parte, el Constituyente de 1999, en su artículo 338, Primer Aparte, no sólo consideró el aspecto económico, sino que ahondó más respecto a las medidas de protección de la Nación, dependiendo del tipo de eventualidad que se suscitase, previendo de manera específica, aquellas que se relacionasen con problemáticas surgidas por adversidades atentatorias del sistema económico, indicando al efecto que “[p]odrá decretarse el estado de emergencia económica cuando se susciten circunstancias económicas extraordinarias que afecten gravemente la vida económica de la Nación. Su duración será hasta de sesenta días, prorrogables por un plazo igual”. 2. Los estados de emergencia económica como modalidad de los estados de excepción. Control legislativo y judicial de los decretos En lo referente a las situaciones de emergencia económica, esta Sala debe indicar, que las medidas de control económico deben necesariamente comprender lo relacionado con el sistema financiero cuando se presenten problemas de rentabilidad, liquidez, solvencia, exista peligro de incumplimiento en los medios de pagos, y todo aquello que atente de manera determinante contra el sistema de captación, inversión, intermediación y circulación de flujos de dinero realizado por organizaciones financieras, sea en el mercado financiero interno o externo -si las mismas están en capacidad-, con el manejo de capitales de los particulares, toda vez que el circuito financiero, además de constituir en sí mismo un componente fundamental en la economía del país, también tiene la fuerza y la repercusión para el desenvolvimiento de la economía real de producción de bienes y servicios como generadora de riquezas para la Nación, al manejar los flujos monetarios y financieros de inversión. Al respecto, cabría reseñar el enfoque dado por el economista Domingo Maza Zavala, al abarcar bajo un análisis cabal, que el sistema financiero forma parte del esquema económico general, y que si bien el mismo tiene su independencia, a su vez actúa como elemento fundamental del esquema productivo: “[p]rácticamente desempeña la función del aparato circulatorio de la economía, que facilita el flujo de las transacciones tanto reales como monetarias y financieras y pone en comunicación a quienes tienen la voluntad y la capacidad de ahorrar con aquellos otros que tienen la oportunidad de invertir, y de esta manera contribuye a crear o mejorar las condiciones para la generación de riqueza, para su circulación y para su mejor utilización. En este sentido, podríamos entender que el sistema financiero afecta de una u otra manera, directa o indirectamente, a la totalidad de la vida económica de un país; que la vida económica de un país no escapa en cualquiera de sus expresiones o acciones o espacios a la función o funciones que el sistema financiero desempeña. Esto es más evidente cuando la economía progresa en el sentido de que se va monetarizando cada vez más, no solamente por el mayor uso del dinero o de sus sustitutos, sino también por la mentalidad monetaria o financiera que actúan los agentes económicos” (MAZA ZAVALA, Domingo, “La Emergencia Financiera, Motivos, Efectos, Consecuencias”. Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, serie Eventos, Caracas 1996, pág. 32). De lo expuesto puede afirmarse que la actividad financiera está comprendida claramente dentro de la regulación económica, y ambos regímenes constitucionales –tanto el Texto de 1961 como el de 1999- han preestablecido suspender o restringir las garantías, para el caso de que se suscite una crisis financiera, por cuanto la actividad de este sector está inmersa en lo que el Texto Fundamental de 1961 delimitaba como “las graves circunstancias que afectan la vida económica”, o en el ahora preciso dispositivo que alude el artículo 338 Parágrafo Primero de la Constitución de 1999, que indica las causales sobre las cuales versa el estado de emergencia económica, como modalidad de los estados de excepción. Estas situaciones de anormalidad económica son las que dan origen a que el Ejecutivo Nacional ejerza, por mandato de la Constitución, el poder de decretar las medidas destinadas a implementarse dentro del sistema financiero, debiendo para ello cumplir con las mismas formalidades que se prevén a nivel constitucional para “la emergencia” (Constitución de 1961) o “De los Estados de Excepción” (Constitución de 1999), como sería someter el Decreto a la consideración de las Cámaras del Congreso actuando en sesión conjunta o, a su Comisión Delegada, dentro de los diez días siguientes a su publicación, tal como lo disponía el artículo 242 de la Constitución de 1961 o, como ahora lo exige el artículo 339 de la Constitución de 1999, cuyo dispositivo así lo reitera el artículo 461 de la Ley General de Bancos y Otras Instituciones Financieras, que prevé el control del decreto mediante su presentación ante la Asamblea Nacional o a la Comisión Delegada dentro de un lapso de ocho (8) días siguientes a su promulgación, para su consideración y aprobación, así como su presentación en esta Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, a los fines de que el mismo sea eficaz. 3. Definición de estados de excepción y su regulación normativa De lo anterior se desprende, que es de la correspondencia exclusiva del Presidente de la República, en Consejo de Ministros, decretar los estados de excepción, ya que los mismos constituyen un mecanismo de reforzamiento de las potestades del Poder Ejecutivo, mediante la ampliación de sus competencias, e incluso, de las funciones que constitucionalmente le corresponden, lo que a veces le permite asumir tareas legislativas, llegando a concentrar, además de las funciones de gobierno que detenta, las legislativas y las administrativas, funciones que vienen dadas por mandato expreso de la Constitución y que se pueden configurar cuando concurran elementos de necesidad y urgencia derivados de circunstancias fácticas que requieran una pronta intervención normativa que se dicte y aplique con una celeridad que supere al tiempo en que se tarda el riguroso proceso de formulación de las leyes. Sin embargo, si bien es al Ejecutivo al que le corresponde determinar la procedencia para declarar la existencia de un estado de excepción que amerite la aplicación de medidas extraordinarias, ¿podría otra rama del Poder Público, como lo es el Legislativo Nacional, determinar normas que puedan implementarse solamente en el momento de una situación excepcional, luego de que el Ejecutivo haya declarado el Estado de Excepción? Respecto a la posibilidad de que el Legislativo Nacional regule mediante normas de rango legal situaciones excepcionales derivadas del surgimiento de un estado de excepción, como sería en el presente supuesto del estado de emergencia económica, justifica para este caso, revisar cuáles son sus potestades constitucionales, verificando a su vez, si las mismas le permiten intervenir en un régimen de excepción sin que ello involucre que se incurra en la inconstitucionalidad de usurpar funciones de otros poderes. En tal sentido, la Constitución de 1999 ha sido clara al determinar en su artículo 338, último aparte, que mediante Ley Orgánica se regulará los estados de excepción, y determinará las medidas que puedan adoptarse con base en sus disposiciones. Esta disposición, en concordancia con lo estipulado en el numeral 2 de la Disposición Transitoria de la Constitución, dio origen a que se promulgara la Ley Orgánica de Estados de Excepción, la cual delimita en su Título II, Capítulo II, lo atinente al estado de emergencia económica. En tal sentido, dicha Ley reitera principios constitucionales, tales como, la posibilidad de que se “decrete” el estado de emergencia económica cuando existan circunstancias que afecten gravemente la vida económica de la Nación (artículo 10); que mediante el decreto deberá dictarse las medidas oportunas, destinada a resolver satisfactoriamente la anormalidad o crisis e impedir la extensión de los efectos (artículo 11); y que el Presidente de la República, en Consejo de Ministros, podrá “decretar” la emergencia económica en todo o en parte del territorio nacional con una duración de hasta sesenta días, prorrogable por un plazo igual, de conformidad con la Constitución y esa Ley (artículo 11). Tales preceptos indican la ampliación de las potestades normativas del Presidente de la República, en Consejo de Ministros, cuando se suscitan los estados de excepción, las cuales, debido a su carácter extraordinario siempre, serán temporales y excepcionales, implementando los preceptos normativos que contengan los planes relacionados estrictamente para mitigar la situación acontecida, sin que ello implique que se puedan abarcar situaciones ajenas a las que motivaron el estado de excepción, ni suspender las actividades del Poder Público, ni trastocar derechos que no estén relacionados con lo acontecido, incluyendo además, los expresamente prohibidos por la Constitución para su regulación, como lo son el derecho a la vida y a no ser condenado a pena de muerte, el derecho a la libertad de expresión, la garantía de la seguridad personal, a no ser incomunicado ni sometido a tortura y a procedimientos que causen daños físicos y morales, la garantía a la libertad personal, a no ser condenado a penas perpetuas e infamantes o mayores de treinta años, aunado también aquellas que si bien no son consagradas expresamente por la Constitución, sí han quedado implementadas como irrestringibles por los tratados celebrados por la República, establecidas en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y en la Convención Americana de los Derechos Humanos. 4. Límites materiales de los estados de excepción. Principios, derechos y garantías intangibles Al respecto, esta Sala en anteriores decisiones (cfr. Sent. 1760/2001; 2482/2001), determinó que el referido principio constitucional debe entenderse de la siguiente manera: “Una elemental regla de técnica fundamental informa que las normas jurídicas, en tanto preceptos ordenadores de la conducta de los sujetos a los cuales se dirigen, son de aplicación a eventos que acaezcan bajo su vigencia, ya que no puede exigirse que dichos sujetos (naturales o jurídicos, públicos o privados) se conduzcan u operen conforme a disposiciones inexistentes o carentes de vigencia para el momento en que hubieron de actuar. La garantía del principio de irretroactividad de las leyes está así vinculada, en un primer plano, con la seguridad de que las normas futuras no modificarán situaciones jurídicas surgidas bajo el amparo de una norma vigente en un momento determinado, es decir, con la incolumidad de las ventajas, beneficios o situaciones concebidas bajo un régimen previo a aquél que innove respecto a un determinado supuesto o trate un caso similar de modo distinto. En un segundo plano, la irretroactividad de la ley no es más que una técnica conforme a la cual el Derecho se afirma como un instrumento de ordenación de la vida en sociedad. Por lo que, si las normas fuesen de aplicación temporal irrestricta en cuanto a los sucesos que ordenan, el Derecho, en tanto medio institucionalizado a través del cual son impuestos modelos de conducta conforme a pautas de comportamiento, perdería buena parte de su hálito formal, institucional y coactivo, ya que ninguna situación, decisión o estado jurídico se consolidaría. Dejaría, en definitiva, de ser un orden”. En efecto, la garantía del principio de irretroactividad cobra importancia en los supuestos de los regímenes de excepción, toda vez que si bien estos comprenden la restricción de las garantías constitucionales, dicha limitación no es procedente para todos los medios de defensa de los derechos, puesto que existen garantías que no pueden ser afectadas ni siquiera bajo marcos de excepción, por lo que mantienen plena vigencia durante su transcurso, siendo posible en virtud de ello, afirmar la existencia de un núcleo esencial de derechos humanos intangibles inderogables, que constituirían una especie de ius cogens (vide. ZABATTO, Domingo. “Los Estados de Excepción y los Derechos Humanos en América Latina”. Instituto Americano de los Derechos Humanos / Editorial Jurídica Venezolana. Caracas-San José, 1990. Pág. 54). Dentro del contexto de los principios constitucionales ajenos a la restricción o suspensión, se encuentran, además de los ya reseñados por nuestra Constitución como irrestringibles, otros que han sido contemplados bajo ese carácter por los tratados internacionales, tal como se mencionó supra, en la Convención Americana de los Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Así, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, ratificada por Venezuela el 9 de agosto de 1977, prohíbe la suspensión de las garantías relativas al derecho de reconocimiento de la personalidad jurídica, al derecho a la vida, a la integridad personal, a la prohibición de la esclavitud y servidumbre, al principio de legalidad e irretroactividad, a la libertad de conciencia y religión, a la protección de la familia, al derecho al nombre, derechos del niño, derecho a la nacionalidad y los derechos políticos. Principios éstos a los cuales debe sumárseles, la exigencia de cumplir con el procedimiento del artículo 27.2 de la Convención, que consiste en exigir al Estado “informar inmediatamente” a los demás Estados partes en la Convención, mediante el Secretario General de la Organización de los Estados Americanos, sobre las disposiciones cuya aplicación se haya suspendido, de los motivos que hayan suscitado la suspensión, así como al resolverse el levantamiento de tales medidas. Además de lo estipulado en la referida Convención, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas, delimita en sus artículos 4.1 y 4.2, la posibilidad que tienen los Estados integrantes, entre ellos Venezuela, que reconoció su aplicación mediante Ley Aprobatoria (G.O. N° 2.146 Ext. 28/01/78), que en situaciones excepcionales que pongan en peligro la vida de la Nación y cuya existencia haya sido proclamada oficialmente, los Estados Partes pueden adoptar disposiciones que, en la medida estrictamente limitada a las exigencias de la situación, suspendan las obligaciones contraídas en virtud de este Pacto, siempre que tales disposiciones no sean incompatibles con las demás obligaciones que les impone el derecho internacional y no entrañen discriminación alguna fundada únicamente en motivos de raza, color, sexo, idioma, religión u origen social. De la excepción, el Pacto prohíbe la suspensión de garantías preceptuadas en sus artículos 6 (derecho a la vida, prohibición de genocidio, solicitud de amnistía, indultos y conmutación de pena capital, prohibición de pena de muerte a menores de dieciocho años y a mujeres en estado de gravidez); artículo 7 (prohibición de torturas); artículo 8.1 (prohibición de esclavitud); artículo 8.2 (prohibición de servidumbre); artículo 11 (penas de restricción de la libertad por incumplimiento de obligaciones contractuales); artículo 12 (libre tránsito, escogencia de residencia, salida del territorio y destierro); artículo 15 (aplicación retroactiva de penas); artículo 16 (derecho a la personalidad jurídica) y artículo 18 (libertad de pensamiento, conciencia, religión). Al igual que lo dispuesto en la Convención Americana de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos ordena en su artículo 4.3 a los Estados Partes, que de efectuar la suspensión de garantías, deben informar inmediatamente a los demás suscriptores de dicho Pacto. Cabe destacar, que los principios antes señalados han sido reconocidos por la Ley Orgánica sobre Estados de Excepción, al consagrar tales garantías como irrestringibles, tal como lo dispone su artículo 7, a saber: “Artículo 7. No podrán ser restringidas, de conformidad con lo establecido en los artículos 339 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 4.2 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos y 27.2 de la Convención Americana de los Derechos Humanos, las garantías de los derechos a: 1. La Vida 2. El reconocimiento a la personalidad jurídica. 3. La protección de la familia. 4. La igualdad ante la ley. 5. La nacionalidad. 6. La libertad personal y la prohibición de práctica de desaparición forzada de personas. 7. La integridad personal física, psíquica y moral. 8. No ser sometido a esclavitud y servidumbre. 9. La libertad de pensamiento, conciencia y religión. 10. La legalidad y la irretroactividad de las leyes, especialmente de las leyes penales. 11. El debido proceso 12. El amparo constitucional 13. La participación, el sufragio y el acceso a la función pública. 14. La información”.