“LA EMPRESA FRENTE A LA LEGISLACIÓN DE INSOLVENCIA – EL CASO COLOMBIANO” Consuelo Acuña Traslaviña 1. Introducción A través de la historia, no siempre se consideró al Derecho Mercantil como una regulación u ordenamiento de carácter especial dentro del universo del Derecho Privado, pues en principio, se entendía que era el derecho común, el cual resultaba preciso para regular en su totalidad las actividades económicas.1Sin embargo, los constantes cambios en la economía de los países, las nuevas necesidades del intercambio económico y el surgimiento de instituciones que requieren de una normatividad especial, llevaron al surgimiento de un ordenamiento capaz de regular materias tan específicas como la persona del comerciante, los títulos valores y por supuesto la Empresa.2Es la importancia de ésta última, que incluso la legislación mercantil ha pretendido delimitar el concepto como lo podemos ver en el artículo 25 del Código de Comercio que define la empresa como toda actividad económica organizada para la producción, transformación, circulación, administración o custodia de bienes, o para la prestación de servicios. Nuestra Constitución Política, particularmente el artículo 333,3 considera a la Empresa, como base del desarrollo, con una función social que implica obligaciones,4 otorgando al Estado la posibilidad de imponer límites a la libertad Madriñan de la Torre, Ramón Eduardo, Principios de Derecho Comercial, Editorial Temis S.A., Décima Edición, Bogotá – Colombia, pp. 2 – 3. Narváez García, José Ignacio, Derecho Mercantil Colombiano, Parte General, Editorial Legis, Novena Edición, Bogotá – Colombia, 59 – 63. Constitución Política de Colombia,“Artículo 333.La actividad económica y la iniciativa privada son libres, dentro de los límites del bien común. Para su ejercicio, nadie podrá exigir permisos previos ni requisitos, sin autorización de la ley. La libre competencia económica es un derecho de todos que supone responsabilidades. La empresa, como base del desarrollo, tiene una función social que implica obligaciones. El Estado fortalecerá las organizaciones solidarias y estimulará el desarrollo empresarial. El Estado, por mandato de la ley, impedirá que se obstruya o se restrinja la libertad económica y evitará o controlará cualquier abuso que personas o empresas hagan de su posición dominante en el mercado nacional. La ley delimitará el alcance de la libertad económica cuando así lo exijan el interés social, el ambiente y el patrimonio cultural de la Nación.” 4 Sentencia C – 524 de 16 de noviembre de 1995, M.P. Carlos Gaviria Díaz. 1 2 3 1 de empresa, sin que los mismos sean excesivos o hagan nugatorio el derecho,5 pero, dada la importante función social de la empresa, el mismo Estado tiene el deber de estimular el desarrollo empresarial. Esta norma constitucional que reconoce a la Empresa como fuente generadora de producción y empleo es la base que se tiene para que se busque beneficiarla con el proceso concursal. Más allá de las definiciones hechas por el legislador, se ha concebido a la Empresa como un concepto económico, como un mecanismo vivo y dinámico de organización de los factores de producción, siendo este concepto, en realidad, más económico que jurídico. El profesor Sureda señaló en conferencia dictada en El Colegio Mayor de Monterols, en 1957, que en economía se designa como empresa una combinación de los diversos factores de la producción - capital y trabajo- integrados en una explotación o serie de explotaciones productivas, que bajo una dirección común – la del empresario – se encamina al fin económico de producir y vender en el mercado los bienes o servicios obtenidos, subordinado todo ello al interés económico de obtener los máximos beneficios posibles con el consiguiente riesgo. Siendo la anterior una definición que se aplica tanto a las empresas comerciales de producción de bienes materiales, como a las prestadoras de servicios cualquiera que sea la forma jurídica adoptada por el empresario para el desarrollo de su negocio. Igualmente, es parte integral de la concepción de la figura de la Empresa lo que la doctrina ha denominado como la triada de la empresa,6 esto es que la actividad de la empresa se desarrolla a través de uno o más establecimientos de comercio y su titular puede ser una persona natural o jurídica, ya sea de carácter civil o comercial, mejor conocida como empresario, quien en palabras del profesor Francesco Galgano es aquella persona que “(…) transforma o combina los factores de producción, o sea el capital y el trabajo en un producto idóneo para satisfacer las necesidades de los consumidores (…)”7. Así las cosas, la Empresa es la organización que, puesta en marcha por el empresario está en 5 Ibídem. Narváez García, José Ignacio, Narváez Bonnet, Jorge Eduardo y Narváez Bonnet, Olga Stella, Derecho de la empresa, Editorial Legis, Primera Edición, Bogotá – Colombia, 2008, p. 7. 7Galgano, Francesco, Derecho Comercial Volumen I, El Empresario, Editorial Temis S.A., Primera Edición, Bogotá – Colombia, 1991, p. 11. 6 2 capacidad de transformar los factores de producción y ofrecer al mercado bienes o servicios, a través de uno o varios establecimientos de comercio. Entendiendo entonces la Empresa como una organización, podemos comprender por qué el ánimo de lucro no se menciona como un elemento esencial de la figura, por lo mismo nuestra legislación no exige que para que exista Empresa la misma deba crearse con el objetivo de obtener ganancias. Lo anterior tiene aún más sentido si analizamos que las Empresas, en general, no solo proveen bienes o servicios al mercado, en efecto, la Empresa se constituye en el principal oferente de empleo, lo cual le agrega al concepto la noción de función social. El Estado tiene el deber de estimular el desarrollo empresarial, tal y como lo dijo la Corte Constitucional en pronunciamiento del año 2012: “La empresa es la base del desarrollo, fuente de empleo y de bienes y servicios para el mejoramiento de la calidad de vida de la sociedad, por ello tiene una función social que implica obligaciones con sus trabajadores y con la sociedad, que exige el pago de salarios justos y el suministro de bienes y servicios que sean cuantitativa y cualitativamente aptos para el bienestar de los habitantes. Por lo anterior, le corresponde al Estado, no solamente exigir el cumplimiento de esta función, sino también estimular el desarrollo empresarial y promover su reactivación en aquellos eventos en los cuales la empresa se encuentre en una situación especial. La actividad económica de las empresas es fundamental para el Estado y por ello éste puede establecer legítimamente políticas de estímulo y protección de las que se beneficiarían los operadores económicos que sigan sus pautas (…)”.8 Ahora bien, el pronunciamiento que hemos referenciado no es un dicho aislado de la Corte Constitucional, ha sido reiterada jurisprudencia la que ha aludido a la valiosa labor que la Empresa cumple en nuestra sociedad. Es por ello que 8 Corte Constitucional, Sentencia C – 620 de 9 de agosto de 2012, M.P. Jorge Ignacio PreteltChaljub. 3 podemos considerar que la Empresa hoy día merece de un tratamiento especial pues su aporte a la comunidad es tan importante que incluso puede considerarse como un sujeto que tiene un interés especial del Estado y por lo mismo creemos que se debe buscar la protección de la Empresa frente a las situaciones que ponen en vilo la existencia y permanencia de la misma. En ese contexto, es relevante analizar los eventos en los cuales la Empresa, por un sinnúmero de circunstancias, pudo haber fallado en el mercado ocasionando un fenómeno conocido como insolvencia empresarial, el cual no es otra cosa que la imposibilidad de la Empresa en su condición de deudora de cumplir con sus obligaciones. En estos eventos, podemos distinguir dos posibilidades, la primera propender por la recuperación de la organización, mediante acuerdos con los acreedores que, a través de un ejercicio tan jurídico como financiero, permitan que la Empresa se recupere y produzca un flujo de caja que le permite tanto continuar con su operación, preservando la función social que cumple la Empresa y, pueda dar pleno cumplimiento a sus obligaciones, teniendo esta hipótesis como piedra angular la conservación de la Empresa materializando la protección que, a la luz de la jurisprudencia constitucional le merece a la misma. Y la segunda posibilidad, que se presenta cuando una empresa llega al caso extremo de falencia, y ya no es importante para el desarrollo económico y social del país, entonces el interés del Estado sí debe estar únicamente encaminado a que los activos de la misma estén debidamente protegidos y sean destinados a pagar a los acreedores, de acuerdo con las prelaciones legales, buscando que los administradores, que por culpa o dolo han hecho que la empresa llegue a tal extremo sean merecedores de las sanciones penales y comerciales, acciones que deben estar claramente tipificadas en la ley. Bajo ese supuesto, para nosotros es claro que a la luz de la legislación de insolvencia sería ideal mantener una filosofía que proteja a la organización, pues una Empresa con los suficientes mecanismos de protección que garanticen su operatividad, es una Empresa que podría recuperarse para con ello no solo 4 pagar a su acreedores, sino preservar su importante rol social. Así las cosas, contrariando las directrices del Banco Mundial, creemos que la legislación concursal, en nuestro país, debería regirse por un principio de preservación empresarial y el Estado debería manifestar ese especial interés de proteger a la Empresa a través de las autoridades competentes de administrar los procesos concursales. Sin embargo, la rápida evolución normativa que ha tenido en nuestro país la legislación de insolvencia, ha hecho que la Empresa pase a un segundo plano y se dé prelación especial a la protección del crédito más que a la conservación de la Empresa. La antigua idea respecto a que el proceso concursal tenía como aspecto fundamental la conservación de la empresa y la posterior satisfacción de los acreedores, aunque formalmente es una finalidad ya no es la concepción predominante. Esto lo evidenciamos toda vez que el principio universal respecto a que el patrimonio del comerciante es prenda común de sus acreedores,9es decir, constituye un derecho que corresponde a todos los acreedores y no solo a uno o a una clase específica, se ha venido desdibujando en la medida que la importancia de conservar la Empresa ha perdido su vigencia al interior de los procesos concursales, adicionado a que se han propiciado normas que desfiguran la prelación de créditos que señalaban los artículos 2495 y subsiguientes del Código Civil, ya que la misma solo es aplicable cuando ya se han satisfecho créditos que se consideran especiales por la garantía o derechos del acreedor, que por lo general son Entidades especializadas en el otorgamiento de créditos. Bajo el entendido de todo lo anterior, tomando en cuenta la concepción de Empresa que hemos presentado, esta exposición pretende de manera breve, hacer un recuento de la legislación de insolvencia, reseñando en primer lugar los Al respecto, puede verse la regla común establecida en el artículo 2488 del Código Civil, respecto de que el patrimonio es prenda común de los acreedores, en el mismo sentido puede consultarse a los profesores Aubry y Rau en: Aubry, Charles y Rau, Frédéric, Cours de droit civil français, t. IX, No. 573 – 583, Editorial Marchall&Billard, Paris – Francia, 1869. 9 5 orígenes históricos de la figura, para posteriormente analizar los diferentes regímenes concursales colombianos, hasta llegar a la actual legislación y por último, estudiaremos cuál es el rol de la Empresa a la luz tanto de la Ley 1116 de 2006 como de la Ley de Garantías Mobiliarias con el objetivo de determinar si, en efecto, se ha dejado de lado la idea de preservar la Empresa generando un favorecimiento absoluto a alguna o algunas clase de acreedores. 2. Orígenes históricos de la legislación de insolvencia Históricamente el tratamiento jurídico de la insolvencia ha estado ligado necesariamente a la ejecución del deudor, sin embargo, no siempre se trató el tema desde la perspectiva netamente patrimonial, pues como lo veremos, en la antigüedad la ejecución del deudor insolvente era tratada principalmente como una ejecución de carácter personal y no patrimonial, así, en un principio el acreedor insatisfecho perseguía principalmente a la persona del deudor antes que su patrimonio, noción que, claramente evolucionó pasando de la ejecución personal a la del patrimonio del deudor. Un primer antecedente del tratamiento del deudor insolvente, son las llamadas Leyes de Eshnunna (Mesopotamia), las cuales disponían la posibilidad de retener bienes, dinero e incluso la esposa e hijos del deudor. Posteriormente, cuando Mesopotamia cayó en manos de Hammurabi, este instauro el famoso Código que lleva su nombre, el cual establecía que el deudor insolvente respondería a su acreedor con el trabajo de su persona y aun de su mujer e hijos o con el producto de la venta de un esclavo o la entrega del mismo.10 La Ley de las Xll Tablas, en el Imperio Romano, permitía al acreedor la satisfacción de las obligaciones con la vida o la libertad del deudor, en una modalidad de ejecución que buscaba directamente constreñir al deudor a pagar la obligación a su cargo; Igualmente aparece en la misma Ley de las XII Tablas, una especie de concurso de acreedores (partes secanto) que ha sido 10 Zambrana Moral, Patricia, Derecho concursal histórico, Tomo I: Trabajos de investigación, Barcelona – España, pp. 6 – 40. 6 interpretada como la división del cuerpo del deudor para satisfacción de los acreedores.11 Posteriormente, en Roma se presentó una evolución paulatina de la ejecución personal del deudor a la patrimonial, dejando de lado las drásticas soluciones de las XII Tablas. Así, se introdujo una modalidad de ejecución mediante la cual se satisfacía al acreedor con el trabajo del deudor, ejecución que se aplicaba, aparentemente, cuando el deudor carecía de bienes, pues tratándose de deudores ya condenados al pago, procedía la bonorumvenditio, procedimiento en el cual se retenían o embargaban bienes del deudor para su posterior venta, así como también podían cederse los mismos directamente al deudor.12 Ahora bien, la constante evolución del Derecho Romano llevo a que, de alguna manera, se humanizaran los procedimientos contra el deudor insolvente. Justiniano en una constitución del año 531, estableció la moratoria cinco (5) años al deudor de buena fe, como un plazo de tregua que buscaba claramente la recuperación del moroso. Es interesante la institución de la moratoria, ya que la misma guarda gran parecido con los procesos concursales actuales donde, los acreedores votaban si accedían o no la tregua y, en el caso de no poder deliberar se optaba por el moratorio como la opción más humana.13 Los ordenamientos de las ciudades italianas en el florecimiento de la Edad Media, establecieron el trato de favor y concesión de facilidades para el cumplimiento de un convenio entre el deudor y sus acreedores. Don Alfonso X, el sabio, en la Ley de las Seis Partidas (1256) consagró el régimen de mayorías y la concesión de quitas y esperas para el deudor. El Código Napoleónico de 1807 introdujo entre los procedimientos concursales el principio de “Cesación de Pagos”, ya establecido en la constitución de Siena, como presupuesto para la apertura de un concurso del comerciante con sus acreedores en miras a la protección de crédito. SozaReid, María de los Ángeles, El procedimiento concursal del Derecho Romano clásico y algunas de sus repercusiones en el actual Derecho de Quiebras, en: Revista de Estudios Histórico – Jurídicos, Ediciones Universitarias de Valparaíso, No. 20, Valparaíso – Chile, 1998 12 Ibídem. 13 Ídem. 11 7 En efecto, durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX hizo carrera la noción de quiebra en el Derecho Concursal, la cual se concentraba en procedimientos dirigidos exclusivamente a la protección del crédito, pues tal y como ocurría en el caso colombiano, ordenamientos en todo el mundo comprendieron al acreedor quebrado como un defraudador de los acreedores, al punto tal que se concebía la situación de quiebra como un delito. Ya para la segunda mitad del siglo XX, se tomaron en cuenta nociones como la buena fe del deudor, así como nociones de eficiencia en los procesos concursales, particularmente porque se comprendió que puede ser mucho más valiosa para la sociedad, e incluso favorable para los acreedores, una Empresa en funcionamiento que una Empresa liquidada.14 Así por ejemplo, en 1978 se introdujo en los Estados Unidos de América el Código Federal de Bancarrota, que reemplazó la regulación decimonónica que regulaba la materia, que introdujo diversas modalidades de procedimientos concursales, entre los cuales resaltan el Capítulo 7, la liquidación del patrimonio mediante el cual un síndico o una fiducia recolecta los activos que componen la masa liquidatoria (bienes no exentos de la misma) para su posterior venta y con el producto de la misma, el pago a los acreedores y, el famoso Capitulo 11, que introdujo el proceso de reorganización, en el cual es el mismo empresario o empresa deudora la que asume la figura del síndico (a menos que se designe a un tercero para que asuma ese rol) y se dan facilidades para la reorganización de los negocios, bajo la racionalidad de que es más valiosa la Empresa operativa que la liquidada y que es más eficiente económicamente que la Empresa en funcionamiento pague sus deudas o incluso, siendo la misma compañía reorganizada el activo mismo con el cual se solventan las deudas. Hemos dejado de lado innumerables y valiosísimos referentes y antecedentes históricos sobre la materia, sin embargo, este breve recorrido muestra como desde su origen la legislación de insolvencia ha tendido a una evolución constante, en la cual existe una clara tendencia hacia al favorecimiento y Rouillon, Adolfo A., Prólogo, en: Gebhardt, Marcelo, Prevención del Insolvencia, Editorial Astrea, Primera Edición, Buenos Aires – Argentina, 2012, pp. X – XI. 14 8 protección del deudor, particularmente de la Empresa deudora, pues se considera que es más favorable tanto para la economía de un país, como para los deudores, propender por la conservación de la Empresa pues la misma es un activo en extremo valioso para la sociedad, ya que la Empresa en funcionamiento está en la capacidad de buscar el pago a los acreedores, así como indudablemente genera valor para la sociedad. 3. La insolvencia en la legislación colombiana Tras el breve recorrido histórico que hemos hecho sobre la materia que nos ocupa, procederemos a realizar un recorrido histórico de la regulación de la insolvencia en nuestro país. Para efectos de esta presentación hemos dividido la evolución de la legislación concursal en tres etapas: la primera contentiva de los regímenes de quiebra con una marcada tendencia hacia la protección del crédito y la sanción del deudor, la segunda como una etapa intermedia la cual se caracterizó por la aparición de los concordatos preventivos, dando paso hacia la noción de protección del deudor y, la tercera que puede denominarse como la de los regímenes modernos de insolvencia. 3.1. Regímenes de quiebra – etapa primaria En principio, nuestro Código de Comercio de 1853 aunque fue inspirado en el Código de Napoleón, no reglamentó ninguna clase de acuerdo entre el deudor y sus acreedores. La Ley 57 de 1887 aceptó convenios entre el deudor quebrado y sus acreedores con el fin de obtener la rehabilitación del comerciante y la satisfacción de todas las obligaciones reconocidas en el procedimiento de quiebra. El Código Civil traía la figura del concurso de acreedores,15 en la cual se permitía que se vendieran los bienes del deudor para que con el producto de los mismos, se pagara a todos su acreedores hasta la concurrencia de sus créditos, incluyendo intereses e incluso los costos de la cobranza, todo de acuerdo con la prelación legal de créditos dispuesta por el mismo Código. 15 Regulado en el artículo 2492 del Código Civil. 9 Este régimen, como lo señaló la Corte Constitucional en 2012, era un régimen inspirado en la protección del crédito y no del deudor,16situación que parece repetirse históricamente. El Decreto Ley 750 de 1940, conocido con el nombre de la Ley de Quiebras, dispuso la quiebra como un delito, al punto tal que si el deudor insolvente no ponía en conocimiento del Juez su situación de quiebra, el mismo sería tenido como culpable de la misma. En efecto, el artículo 17 disponía la captura del quebrado y la posterior persecución de su responsabilidad penal, continuando con una concepción enfocada principalmente a la protección de los acreedores. Sin embargo, dicha norma también reglamentó los convenios entre acreedores y el comerciante deudor, pero nunca a petición del deudor quien se encontraba supeditado completamente a la voluntad de los acreedores y del síndico, y únicamente dentro del proceso de la quiebra. La quiebra de la sociedad implicaba una causal de disolución; Solo si los socios optaran por continuarla, deberían admitir la intervención del síndico o representante de la masa concursal. Como se evidencia, este primer periodo de la legislación concursal colombiana traía una marcada tendencia hacia la satisfacción del crédito, desprotegiendo completamente al deudor y patrocinando la liquidación del patrimonio como solución a la situación de insolvencia, trayendo consigo incluso sanciones de carácter personal, que como lo vimos fueron desechadas hasta por el Derecho Romano. 3.2. Regímenes de quiebra con concordatos preventivos – etapa intermedia La figura del concordato puede entenderse como el acuerdo o convenio celebrado entre “los acreedores y el concursado o quebrado, mediante el cual aquellos otorgan a éste quita o espera que facilite el pago de las deudas”.17Como lo veremos, esta segunda etapa que atravesó la legislación 16 17 Corte Constitucional, Sentencia C – 620 de 9 de agosto de 2012, M.P. Jorge Ignacio PreteltChaljub. Cabanellas, Guillermo, Diccionario de Derecho usual¸ Tomo I¸ Editorial Heliasta, Buenos Aires – Argentina, 1976, p. 451. 10 concursal colombiana se caracterizó por los múltiples intentos de introducir los concordatos como mecanismo para prevenir la quiebra, pero falencias legislativas hicieron que la figura fuera inoperativa en la práctica. Como primer referente, el proyecto de Código de Comercio del año 1954 propuso establecer la institución del concordato para prevenir la declaración de quiebra, respecto de aquellos deudores que cumplieran determinadas condiciones de corrección y buena fe, siguiendo un procedimiento que debería adelantarse en la cámara de comercio del domicilio del comerciante y para el cual se exigía requisitos legales como que el comerciante deudor tuviese activos de por lo menos el valor del doble del total de sus deudas, o si estos fueran inferiores, ofrecer garantías reales o personales satisfactorias para asegurar el pago íntegro de sus obligaciones, o estar coadyuvada la petición por lo menos de la tercera parte de los acreedores relacionados por el deudor, siempre que dicha mayoría representará el 80% de los créditos. El Decreto 2264 de 1969 trajo al régimen concursal colombiano el concordato preventivo de la quiebra, figura que fue un primer gran avance para la protección de la Empresa y que tenía como finalidad evitar la situación de quiebra, la cual conducía necesariamente a la liquidación del patrimonio del deudor. Sin embargo, el Decreto 2264 de 1969 solo permitía acceder a la figura del concordato preventivo a aquellos comerciantes que tuviesen un patrimonio suficiente para cubrir la totalidad de las deudas, o estuvieran en capacidad de otorgar garantías reales o personales satisfactorias, plasmando exigencias similares a las contempladas en el proyecto de Código de Comercio de 1954. Las cuales resultaron prácticamente de imposible cumplimiento. 3.2.1. Decreto 410 de 1971 – Código de Comercio El Decreto 410 de 1971, contentivo del actual Código de Comercio, reconoció las bondades del concordato preventivo como medio de protección del deudor insolvente, particularmente de la Empresa, por lo cual intentó introducir nuevamente la figura del concordato preventivo buscando eludir las nefastas 11 consecuencias que traía la situación de quiebra, pero sin resultados satisfactorios. Los presupuestos objetivos propuestos por los redactores del anteproyecto de 1954, fueron considerados de muy difícil cumplimiento por el legislador de 1971, quien al tropezarse con la misma dificultad que encontró la comisión que redactó la Ley de Quiebras de 1940, al no saber cuándo podía concederse al deudor el beneficio de la admisión al concordato, se abstuvo de reglamentar los presupuestos objetivos, utilizando un estilo muy colombiano de suprimirlos sin mayores consideraciones, siendo esta falta de presupuestos objetivos, una de las graves fallas de ésta legislación y el origen de muchas de las nefastas consecuencias en el desarrollo de los procesos concursales, que se tramitaron durante su vigencia. Los redactores del Código de Comercio de 1971 establecieron como una nueva figura dentro de nuestra legislación comercial, el proceso denominado Concordato Preventivo Potestativo para el comerciante que hubiere suspendido o tema suspender el pago de sus obligaciones, y a la vez corrigieron el Principio de “cesación de pagos” establecido en el Código francés de 1807 y en el decreto 750 de 1940, como presupuesto para la declaratoria de quiebra, originando esta dualidad de reglamentación consecuencias prácticas y jurídicas disimiles para que el comerciante insolvente que no esté cumpliendo con sus obligaciones comerciales, pudiera escoger el procedimiento judicial que más le convenía a sus propios intereses, sin asegurar la protección de la Empresa y sus activos, ni los derechos de los acreedores. El legislador de 1971, estableció dos clases de concordatos, de acuerdo con la importancia de la Empresa y su trascendencia económica y social, teniendo en cuenta que el Estado tiene como facultad constitucional intervenir en el desarrollo de la economía y por ende en la empresa comercial impidiendo - si le fuere posible - que con la desaparición de la empresa se lesionaran intereses no solo de los trabajadores sino del resto de los acreedores y se terminaran negocios básicos para el desarrollo económico y social, estableció el concordato preventivo obligatorio como procedimiento previo a la quiebra de algunas 12 empresas, el cual debería ser tramitado ante la Superintendencia de Sociedades. En este caso, se reconoció la función del Estado de tratar de proteger y salvar una empresa aun con interés económico y con la posibilidad de recuperación. Estos argumentos no se pueden aducir para el caso en el cual la mencionada Entidad, decrete la liquidación administrativa y designe un agente liquidador, porque en este caso se están perdiendo esfuerzos que deben ser destinados a las empresas que todavía mantienen una organización y es de interés general su conservación. Así, en 1971, aunque no se subsanaron ni por asomo las falencias del régimen concursal anterior, se introdujo una noción relativa a la conservación de la Empresa como unidad productiva, por lo menos en los casos en que las mismas fueran consideradas de interés económico para el Estado. 3.2.2. Decreto 350 de 1989 Ante las claras falencias de los regímenes concursales precedentes y, tomando como fuente las leyes francesa, paraguaya, brasilera y argentina, la Superintendencia de Sociedades presentó un proyecto de reforma integral al procedimiento concordatario, para el cual acogió la terminología de “concurso forzoso” y mantenía los conceptos fundamentales de la “Par ConditioCreditorum” y de “celeridad de los procesos”, hacía énfasis en la protección de la gran empresa, y recogía la teoría amplia del concepto de “cesación de pagos”. El procedimiento propuesto por la Entidad obligaba a participar a todos los acreedores, inclusive a los trabajadores y a los que tenían su crédito asegurado con garantías reales, estableciendo una clara noción de universalidad del proceso concursal, así mismo, creó la acción de revocación de algunos actos celebrados por el deudor concursado, en el lapso de 18 meses, denominado por los autores “periodo de sospecha” y extendió la concursalidad por acumulación para las sociedades que sean matrices o subsidiarias de la sociedad concursada y obligada a continuar con los contratos de tracto sucesivo que otras empresas comerciales o no comerciantes hubieren celebrado con la empresa. 13 La reforma hecha con base en el proyecto presentado por la Superintendencia de Sociedades traía algunas normas bien concebidas y que han debido ser tenidas en cuenta para la elaboración de cualquier reforma al régimen concordatario. Sin embargo, en mi opinión, adolecía de graves fallas y presentaba grandes vacíos de forma y de fondo, a los que me referiré someramente en éste trabajo, sin por esto desconocer la benéfica iniciativa que tuvo la mencionada Entidad de impulsar una reforma, que por la situación de crisis que estaba atravesando el país por esa época era requerida por la Empresa colombiana. Cualquier reforma radical al régimen de concordatos, debe implicar una reforma al régimen de la quiebra y debe conservar los principios propios de nuestra estructura jurídica, tales como, la igualdad de los particulares frente a la ley, la independencia de patrimonio de la persona jurídica y el respeto por los convenios privados. En mi sentir, con el afán del momento de crisis que atravesaba el país, se reglamentó la protección de la gran empresa, la existencia de conglomerados sociales que, hasta la fecha de expedición de esa normativa no se encontraban reglamentados por la ley. Las normas jurídicas se van depurando con los años y deben ser reformadas y adaptadas a las necesidades propias de la situación socioeconómica de un país, pero a menos que sean dictadas por un nuevo régimen dentro de una estructura del Estado, deben tratar de conservar el esquema jurídico dentro del cual son dictadas. En consideración a que en el país en esa época, existían aproximadamente 1.500 empresas con un capital superior a $ 150.000.000 en activos totales o más de 100 trabajadores a su servicio, y que tenían un pasivo externo de más de $ 20.000.000, se estableció que estas sociedades no podrían ser declaradas en quiebra y en su lugar estarían sometidas a los tramites del “concurso preventivo forzoso” y al procedimiento de liquidación administrativa, de que trata el mismo Decreto, a las sociedades que previo concepto del Departamento Nacional de Planeación, fueren de vital importancia para el desarrollo económico 14 del país, así como para las sociedades de economía mixta y para las empresas industriales y comerciales del Estado. El Decreto 350 de 1.989 conservó el mismo criterio del legislador de 1971, en el sentido de dejar dos clases de concordatos, de acuerdo con la importancia de la empresa y su trascendencia económica y social, pero fue aún más allá cuando acabó el procedimiento de la quiebra para la gran empresa, con el principio orientador de “Protección y salvaguardia de la empresa”. Este Decreto estaba encaminado a proteger la empresa y bajo el criterio que al salvar la empresa se protegía no sólo el empleo sino a los mismos acreedores tratando de evitar las insolvencias que en época de crisis se presentan en cadena. Pues bien, el Decreto 350 de 1989 significó la última de las reformas introducidas en el periodo intermedio de la insolvencia, constituyendo una norma que introdujo valiosos avances a la regulación de la materia, pero que adolecía de ser un ordenamiento enteramente circunstancial diseñado únicamente para mitigar la situación de crisis que atravesaba el país y que, por lo mismo, no fue capaz de desligarse de esa antigua noción propia de los regímenes de quiebra de castigar al deudor insolvente, pues solo las llamadas grandes empresas podían en realidad acceder a los beneficios del Decreto, lo cual desconoce abiertamente la realidad económica de nuestro entorno. 3.3. Regímenes modernos de insolvencia – tercera etapa Acercándose la llegada del siglo XIX, y con claridad sobre el fracaso de los regímenes de quiebra del siglo XX, en un entorno jurídico nuevo caracterizado principalmente por la fuerza vinculante de los postulados de la Constitución Política de 1991, era necesario revisar a fondo los regímenes concursales previos, tomando nota de los errores y falencias de la regulación precedentes y diseñar, por primera vez en realidad, un sistema concursal que estuviera acorde con lo establecido en el artículo 333 Superior, buscando la protección de la 15 Empresa no solo basado en su importancia económica, sino reconociendo la importante función social que cumple la misma. Así, analizaremos los regímenes de insolvencia de los últimos 20 años e intentaremos descifrar si los mismos, en verdad, están enfocados a la protección de la Empresa. Y es que, es imperativo para el Derecho Concursal contemporáneo plasmar el criterio de preservación de la Empresa, pues a la luz de la normativa constitucional la misma es en verdad pilar de la sociedad actual, siendo motor del desarrollo tanto personal como económico y fuente innegable de empleo, tal y como lo advirtió la Corte Constitucional en 1997: “La empresa, vista desde esta nueva perspectiva constitucional, se erige, como el propio Estatuto Superior lo plantea, en base del desarrollo económico y, por ende, en fuerza motora del bienestar de los individuos. Esta nueva concepción de la actividad empresarial implica que ella se encuentre inescindiblemente relacionada con la efectividad de valores, principios y derechos constitucionales tales como la dignidad de la persona (C.P., artículo 1°), el libre desarrollo de la personalidad (C.P., artículo 16), el derecho al trabajo (C.P., artículo 25) y la libertad de escoger profesión u oficio (C.P., artículo 26). En efecto, la empresa se constituye en uno de esos ámbitos privilegiados dentro de los cuales la persona puede desarrollar su libertad y sus anhelos de realización a través del ejercicio de una profesión u oficio determinados. Es así como el valor del trabajo cobra una especial significación dentro del ámbito de la actividad empresarial. (…) Lo anterior apareja, lógicamente, que las tareas de la anotada autoridad administrativa en materia de procesos concursales no se dirijan meramente hacia la recuperación económica de la empresa sino también hacia su conservación como ámbito en el cual la libertad 16 y la dignidad se proyectan y desarrollan a través del trabajo humano.”18 3.3.1. Ley 222 de 1995 La Ley 222 que hizo la primera gran reforma al Código de Comercio, que había sido expedido mediante el Decreto 410 de 1971, empezó a regir el 21 de junio de 1996. Esta reforma incluyó la modificación de los procesos concursales, desechando, por primera vez en la historia legislativa colombiana, el régimen de quiebra, mediante la derogatoria del Título II del Libro Sexto del Código de Comercio.19 Igualmente, la Ley 222 significó el inicio de un derecho concursal moderno, que sustituyó por completo la regulación del concordato del Decreto 350 de 1998, eliminando en su totalidad el criterio diferenciador que no permitía a cualquier Empresa acceder a dicho mecanismo. Así mismo, diferenció con claridad el acuerdo de recuperación de los negocios del deudor y el concurso liquidatario respecto de los bienes que conforman el patrimonio del deudor, y señaló que la Superintendencia de Sociedades asumía funciones jurisdiccionales, en uso de la facultad concedida en el inciso 3º del artículo 116 de la Constitución Política, la competencia privativa para tramitar los procesos concursales de todas las personas jurídicas. De forma categórica señaló que “el concordato tendrá por objeto la recuperación de la empresa como unidad de explotación económica y fuente generadora de empleo, así como la protección adecuada del crédito”, punto que resultó de gran importancia para la Corte Constitucional en su momento, quien a la luz de la función social de la Empresa y respecto del concordato recuperatorio dijo: “El propio artículo 94 de la Ley 222 de 1995 subraya esta nueva dimensión del concordato cuando establece que su objeto reside en "la recuperación y conservación de la empresa como unidad de explotación económica y fuente generadora de empleo". A juicio de la Corte Constitucional, Sentencia 299 de 20 de junio de 1997, M.P. Eduardo Cifuentes Muñoz. Rodríguez Espitia, Juan José, Aproximación al derecho concursal colombiano, en: Revista E-Mercatoria, Volumen 6, No. 2, Universidad Externado de Colombia, Bogotá – Colombia, 2007, p. 6. 18 19 17 Corte, una autoridad administrativa con una misión constitucional de tanta monta no puede burocratizarse y reducir sus funciones de inspección y vigilancia y, especialmente, sus responsabilidades en el trámite del concordato preventivo obligatorio, a meros procedimientos formalistas que en nada contribuyen a la efectividad de los derechos de los trabajadores y pensionados de la empresa sometida al trámite concursal. Con respecto a este punto, la Sala no duda en afirmar que, en tanto el mínimo vital de muchos trabajadores y pensionados se encuentre en juego, el trámite del proceso concursal debe caracterizarse por su eficiencia, por la prontitud con que las autoridades encargadas den respuesta a las peticiones de los pensionados y trabajadores y, sobre todo, por tratar de prever y conjurar todas aquellas situaciones que puedan llegar a determinar que los derechos de estas personas resulten inanes.”20 Esta Ley ratificó el principio de igualdad entre los acreedores, conservando las prelaciones, privilegios y preferencias establecidas en la Ley, pero eliminando las injustificadas concesiones que hacía el Decreto 350 a favor de la Administración de Impuestos, restableciendo el carácter universal y en igualdad dentro del proceso concursal. Dentro del acuerdo concordatario se podían pactar la cancelación o reforma de gravámenes constituidos sobre bienes del deudor. Sin embargo, en caso de terminación por incumplimiento del acuerdo, los acreedores conservaban o gozaban de la misma prelación que les otorgaba el gravamen, para el pago insoluto de sus créditos, hasta por el monto por el cual se hubiere enajenado el respectivo bien. Así, la Ley 222 fue el paso entre el régimen de quiebras nocivo, particularmente para la Empresa, a un derecho concursal mejor diseñado que se basaba en los postulados constitucionales respecto de la función social de la Empresa y reconocía por primera vez la importancia de la preservación de la misma. 3.3.2. Ley 550 de 1999 20 Corte Constitucional, Sentencia 299 de 20 de junio de 1997, M.P. Eduardo Cifuentes Muñoz. 18 Como no es sorpresa en Colombia, la nueva legislación corresponde generalmente a coyunturas o circunstancias especiales que atraviesa el país, olvidando el legislador que, la Ley por definición debe ser general, impersonal y abstracta, sin embargo y de manera similar a lo experimentado al momento de promulgación del Decreto 350 de 1989, la reforma integral al régimen de insolvencia introducida en la Ley 550 de 1999 correspondió a la fuerte crisis económica, producto de la burbuja en el mercado inmobiliario sufrida a finales de la década de 1990,21lo cual explica porque la misma norma disponía una vigencia limitada en el tiempo, es decir, la Ley 550 desde su concepción no estaba llamada a permanecer en el tiempo. Entre las novedades de la Ley 550, se introdujo la figura del Acuerdo de Reestructuración, que expresamente se definía como “la convención que, en los términos de la presente ley, se celebre a favor de una o varias empresas con el objeto de corregir deficiencias que presenten en su capacidad de operación y para atender obligaciones pecuniarias, de manera que tales empresas puedan recuperarse dentro del plazo y en las condiciones que se hayan previsto en el mismo”22, estableciendo el principio de recuperación de la empresa que debe regir los procedimientos concursales. Igualmente, se regularon importantes facilidades para la sociedad deudora como la obligación de dar continuidad a los contratos y el levantamiento de medidas cautelares, a excepción de aquellas impuestas a favor de la Administración de Impuestos. El régimen concursal de la Ley 550 es entonces el punto definitivo de la transformación del régimen de insolvencia en Colombia, pues, tal y como lo dijo la Corte Constitucional, esta Ley dotó por primera vez a la Empresa con las herramientas suficientes para hacerle cara a sus acreedores, con el objetivo último de preservar a la organización de manera integral dada la ineludible función social que la misma cumple, en efecto, la Corte sin mayores preámbulos La Corte Constitucional en Sentencia C-625 de 2003 hizo expresa mención de este punto, señalando que indudablemente la Ley 550 de 1999 se promulgó debido a la crisis económica sufrida principalmente en los años 1997 y 1998. 21 22 Ley 550 de 1999, artículo 5. 19 y conociendo claramente cuál debe ser la finalidad de un procedimiento concursal dijo: “inscribe en una larga y compleja evolución legislativa de los procesos concursales en Colombia, la cual en algunos momentos se caracterizó por una predominante protección del crédito, en el entendido de que se trataba ante todo de unos instrumentos judiciales de defensa de los intereses económicos de los comerciantes, para finalmente asumir la salvaguarda de la empresa como objetivo predominante de esta variedad de procesos. (…) De allí que la nueva ley tuvo como norte diseñar un mecanismo ágil de recuperación empresarial de carácter no jurisdiccional sino contractual, que condujera a una solución a los inconvenientes que presentaban los acuerdos concordatarios anteriores y a la concertación de reglas laborales especiales y temporales, que asimismo permitiera una flexibilización en la prelación de los créditos y que dotara a deudores y acreedores de incentivos e instrumentos adecuados para la negociación, diseño y ejecución conjunta de unos acuerdos de reestructuración que les despejase el camino a las empresas para normalizar su actividad productiva, atender oportunamente sus compromisos financieros, facilitar de nuevo el acceso al crédito con base en la recuperación de su capacidad de pago, facilitar la garantía y el pago de los pasivos pensiónales y conservar los empleos de los trabajadores”23 Así las cosas, era claro por primera vez que el objetivo del régimen de insolvencia era la protección y preservación de la Empresa y que, la liquidación del patrimonio del deudor se concebía como un último recurso ante la imposibilidad de recuperación. Sin embargo, y como ya lo dijimos el artículo 79 de la Ley 550 disponía una vigencia limitada en el tiempo, y tras dos prórrogas de dicha vigencia, era preciso regular, una vez más, el régimen de insolvencia 23 Corte Constitucional, Sentencia C-625 de 29 de julio de 2003, M.P. Clara Inés Vargas Hernández. 20 en nuestro país, para lo cual se diseñó e implementó el actual régimen, la Ley 1116 de 2006. 3.3.3. Ley 1116 de 2006 – régimen de insolvencia empresarial Pues bien, tras todo el recorrido que el derecho concursal ha experimentado en nuestro país, el 27 de diciembre del año 2006, el Congreso de la República promulgo el régimen de insolvencia empresarial establecido en la Ley 1116, la cual entró vigencia a los seis meses posteriores a su promulgación, derogando el Título II de la Ley 222 de 1995 y dejando sin efecto lo dispuesto en la Ley 550 de 1999. La Ley 1116 de 2006 a nuestro parecer, tiene tres fuentes principales de inspiración; i) la guía legislativa sobre el régimen la insolvencia de la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional (CNUDMI), ii) los principios para sistemas efectivos de insolvencia y de derechos de los acreedores del Banco Mundial y, iii) el criterio de preservación de la Empresa dado por la jurisprudencia de la Corte Constitucional. Desde esta primera aproximación es la difícil tarea que recayó sobre el legislador del año 2006, toda vez que al momento de diseñar el sistema de insolvencia de la Ley 1116 debió conciliar dos intereses que parecen opuestos, en una mano el claro interés de los acreedores que plasman los documentos del Banco Mundial y de la CNUDMI, pues estos indudablemente ejemplifican ese afán liquidatario que caracteriza a muchos acreedores en los procesos de insolvencia, pues en un visión a nuestro parecer errada, parecen preferir el más eficiente aprovechamiento de los activos de la Empresa en un proceso de liquidación, que considerar a la Empresa como un activo mismo, el cual dé por cierto si se le prestan las facilidades necesarias está llamado a producir la suficiente caja como para solventar sus deudas y mantenerse en el mercado no solo como proveedora de bienes o servicios, sino como la fuente principal de empleo. En la otra mano, la ineludible doctrina que desarrolló la jurisprudencia constitucional, la cual tiene como principal objetivo de los procesos concursales 21 proteger el empleo y a los trabajadores para que sus derechos y garantías laborales no se vean defraudados y puedan gozar de estabilidad y, la protección de la Empresa, pues la Corte parece entender que el régimen de insolvencia no puede cumplir ninguno de sus objetivos si la postura de la Ley o de la autoridad encargada de administrarla, consiste simplemente en favorecer a los acreedores mediante la pronta y ordenada liquidación del patrimonio del deudor. Sobre el particular, el doctor Juan José Rodríguez Espitia advierte como la Ley 1116 estaba en la posición de conciliar o consagrar una protección a tres sujetos diferentes, modulando el conflicto que puede surgir entre esos tres intereses, estableciendo la protección al empleo, la protección al crédito y la protección a la Empresa al mismo tiempo y de manera concurrente.24 Lo anterior es claro, si se toma en cuenta que el proyecto original presentado en el Congreso de la República se ceñía únicamente a los principios del Banco Mundial y la guía legislativa de la CNUDMI, con lo cual el sistema de insolvencia originalmente planteado hubiese dado un tremendo retroceso frente al desarrollo que la materia había tenido en Colombia, pues el texto original tenía como fin único la protección crédito.25 Y es que, si se analizan con cuidado tanto los principios del Banco Mundial, como la guía legislativa de las Naciones Unidas, es evidente que su enfoque parte de la estabilidad y seguridad de los mercados financieros y particularmente de las instituciones financieras como principales proveedores de crédito en el mundo, es por ello que ambos documentos tienen como fin fundamental la estabilidad y seguridad de los acreedores y el máximo y más eficiente provecho de los bienes del deudor en liquidación,26pasando a un lugar que, por mucho puede considerarse secundario, la posibilidad de recuperación de la Empresa, dejando definitivamente en un segundo plano la protección a la Empresa que, tanto nuestra Carta Política como la Corte Constitucional reconocen. Rodríguez Espitia, Juan José, Nuevo régimen de insolvencia, Editorial Universidad Externado de Colombia, Bogotá – Colombia, 2007, p. 33. Ibídem. 26 Al respecto véase: Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional, Guía Legislativa sobre el Régimen de la Insolvencia, Naciones Unidas, Nueva York – Estados Unidos de América, 2006, pp. 11 – 17, y Banco Mundial, Principios para Sistemas Efectivos de Insolvencia y de Derechos de los Acreedores, Revisados, Banco Mundial, Washington D.C. – Estados Unidos de América, 2005, pp. 5 – 20. 24 25 22 Sobre el particular Rodríguez Espitia, en las glosas que elaboró a la Ley 1116 de 2006 señaló: “La Ley consagra una finalidad tripartita para los procedimientos de concursales; la protección del crédito, de la empresa y del empleo. Al respecto, debe decirse que el proyecto inicial consagraba como único fin la protección del crédito, siguiendo la orientación de organismos internacionales en esta materia, para lo cual se diseñaron reglas destinadas a cumplir dicho propósito. No obstante, en el curso del debate legislativo, de manera afortunada, se consagraron como finalidades la protección de la empresa y del empleo, pero de algunas de las reglas concebidas inicialmente para la protección del crédito no fueron modificadas y por lo tanto el lector observará que hay normas que solo responden a la protección del derecho de crédito. Corresponde entonces a los jueces generar el equilibrio necesario para que se logre la necesidad tripartita prevista por el legislador.”27 Lo anterior es más claro, si se toma en cuenta que el régimen concursal de la Ley 1116 es primordialmente judicial, a diferencia de lo consagrado en la Ley 550 de 1999, que establecía por un lado el procedimiento relativo a los acuerdos de reestructuración, los cuales eran enteramente de carácter contractual, es decir, tratándose de acuerdos de reestructuración no existía intervención por parte del juez del concurso, con lo cual deudores y acreedores podían negociar libremente los términos del acuerdo sin imposiciones ni trabas por parte de la administración de justicia y, con el objetivo de preservar la Empresa, lo cual era la finalidad esencial del régimen anterior. Por otro lado, existía el procedimiento de liquidación, el cual era enteramente jurisdiccional y no sufrió mayores modificaciones. En ese sentido, la protección de la Empresa en la Ley 1116 de 2006 se ve relegada o supeditada a los intereses de los acreedores, quienes en el texto definitivo de la Ley asumieron una posición dominante dentro de los procesos concursales actuales, dándoles prevalencia sobre intereses tan importantes y 27 Rodríguez Espitia, Ob. Cit., p. 33. 23 tan dignos de protección como lo es el empleo y la Empresa misma. Basta una mirada al artículo primero de la Ley 1116 para darse cuenta como la Empresa pasó de ser un sujeto de especial importancia para el régimen concursal, a estar en un tercer lugar dentro de los objetivos de la legislación. De tal manera, la actual Ley de Insolvencia Empresarial dejó la labor de protección de la Empresa al arbitrio del juez del concurso, el cual sin herramientas claras y, si decide asumir esa función de protección del principal motor del desarrollo en nuestro país, la Empresa, debe enfrentarse a las presiones y los afanes liquidatarios de los acreedores sin contar con una normativa precisa para materializar el objetivo de preservar y proteger la Empresa. A pesar de lo lamentable de la situación, este es un problema dado que ha experimentado la legislación mercantil de tiempo atrás, como bien lo denunciaba el profesor Juan M. Farina en su obra sobre contratos comerciales, grandes poderes económicos, como los ejercidos por enormes corporaciones multinacionales o, poderosas entidades financieras, que son de alguna manera los verdaderos dueños de los mercados, han impuesto modificaciones legislativas que, contrario a favorecer los intereses, por ejemplo de los consumidores o de la Empresa en crisis, han salvaguardado a toda costa los intereses de aquellas y poderosas corporaciones, incluso en contravía de normas precedentes o de doctrinas como la elaborada por la Corte Constitucional para el caso que nos ocupa.28 En el caso del régimen de insolvencia colombiano, no es difícil imaginarse como el legislador es fácilmente influenciable y susceptible ante las presiones de los grandes grupos interesados en imponer sus intereses particulares en los procesos concursales. Así, es evidente que desde el texto mismo de la Ley 1116 de 2006, el criterio jurisprudencial elaborado por la Corte Constitucional fue Al respecto, el profesor Juan M. Farina, refiriéndose a los efectos negativos de la globalización en torno a la regulación mercantil señaló: “El enorme poder de las grandes corporaciones multinacionales –prácticamente dueñas de los destinos del mercado mundial, dentro de estos fenómenos de la globalización- ha impulsado a los Estados a adoptar leyes no siempre efectivas en defensa del consumidor y del usuario, sobre lealtad comercial y defensa de la libre competencia y, en algunos países, normas sobre condiciones generales de contratación. En la mayoría de los casos se contrata teniendo –como contraparte oculta- una poderosa corporación multinacional que actúa por medio de sus filiales, distribuidoras, concesionarios y franquiciados. La utópica concepción del art. 1137 del Cód. Civil, que supone ponerse de acuerdo sobre una declaración de voluntad común, carece de vigencia en los contratos comerciales modernos de modo especial como consecuencia de la mentada globalización”. Véase en: Farina, Juan M., Contratos Comerciales Modernos, Tomo I, Editorial Astrea, Tercera Edición, Buenos Aires – Argentina, p. 4. 28 24 desechado, dejando a la Empresa desprotegida, pues la normativa vigente no posee la clara orientación de protección y reactivación empresarial que tenía el régimen anterior, ni tiene el diseño legislativo propio de una norma que busca proteger a la Empresa. Lo cual es a todas luces lamentable y poco eficiente para el desarrollo económico del país. En efecto, la regulación de insolvencia debería tanto proteger a la Empresa en crisis, como al crédito, y el mejor mecanismo para hacerlo es propender por la recuperación del deudor, esto debido a que si se logra reorganizar la deuda de manera tal que la compañía en crisis obtenga estabilidad y se torne viable de nuevo, ella se convierte en la mejor garantía de pago para sus acreedores, en el entendido que una Empresa viable y operativa, está en la capacidad de producir caja, la cual sería lógicamente empleada para el pago del pasivo, y adicionalmente, sería un Empresa con un mayor valor en el mercado. En ese sentido, la protección de la Empresa como pilar del régimen de insolvencia no solo permite producir los recursos suficientes para atender la deuda, también conserva la estabilidad y seguridad que tanto necesitan los trabajadores en nuestro país, pues si se mantiene la Empresa, se mantienen necesariamente la función social de la misma como generadora de empleo y motor del desarrollo. Así los cosas, tras una mirada a los regímenes concursales colombianos, evidenciamos como la normativa actual representa un retroceso pues pone por encima de las claras finalidades desarrolladas por la doctrina constitucional, la preservación y protección del crédito, generando un desequilibrio para la Empresa y los trabajadores, quienes deberían ser objeto de especial protección por parte del régimen concursal, particularmente si consideramos que no deben desecharse los más de 20 años de jurisprudencia de la Corte Constitucional que ha determinado que la legislación de insolvencia debe propender por la salvaguarda de esos dos intereses, más que por la liquidación constante de empresas con el objeto de saldar deudas sin mayores consideraciones. 25 4. Ley de garantías mobiliarias – una nueva lesión a la Empresa en estado de insolvencia. Como lo dijimos, el derecho concursal ha sufrido importantes variaciones en su filosofía respecto del rol y la protección de la Empresa como motor de desarrollo, encontrándose en la actualidad la misma en una posición secundaria frente a las disposiciones de la Ley de Insolvencia Empresarial. Esta situación poco favorable para la Empresa se vio agravada con la promulgación de la Ley 1676 de 2013 sobre garantías mobiliarias cuyo propósito es “(…) incrementar el acceso al crédito mediante la ampliación de bienes, derechos o acciones que pueden ser objeto de garantía mobiliaria simplificando la constitución, oponibilidad, prelación y ejecución de las mismas.”29 La explicación de motivos presentada por el Ministerio de Comercio Industria y Turismo, que introdujo el proyecto de ley garantías mobiliarias, señaló que ante una necesidad de los pequeños y medianos empresarios de acceder al crédito y, tomando en cuenta la existencia de un sistema de insolvencia “adecuado” basado en los estándares internacionales que ya denunciamos como enfocados exclusivamente a la salvaguardia de los acreedores, era necesario introducir un sistema de garantías flexible que permitiera la “ejecución eficaz y eficiente” de las mismas para blindar, aún más, los intereses de los proveedores de crédito en el país. Como lo hemos dicho, el legislador en la Ley 1116 al menos de manera formal pretendió proteger los intereses de la Empresa, poniendo los mismos en un tercer lugar respecto del crédito y los trabajadores, sin embargo, con la promulgación de la Ley de Garantías Mobiliarias deformó completamente las pocas disposiciones y principios que otorgaban una mediana protección a la Empresa insolvente. Los artículos 50, 51 y 52 de dicha Ley traen, en mi opinión, nefastas consecuencias para la Empresa y para el proceso concursal mismo, en efecto el artículo 50 en primer lugar permite continuar con ejecuciones sobre los bienes 29 Ley 1676 de 2006, artículo 1. 26 del deudor dejando inútil las protecciones establecidas en el artículo 17 de la Ley 1116. Lo anterior es solo una muestra de la destrucción del régimen concursal que implica esta Ley, el mismo artículo referenciado establece que a los acreedores con garantía real constituida conforme a la Ley 1676 se les reconocerá en el acuerdo de reorganización inclusive los intereses, derecho que ni siquiera tienen los acreedores laborales, y que necesariamente y sin justificación otorga a estos acreedores mayor poder decisorio dentro del proceso concursal. Como si lo anterior fuera poco, los acreedores garantizados de acuerdo con esa Ley no están sujetos a la prelación legal de créditos establecida en el Código Civil y adoptada por la Ley 1116, pues el pago por expresa disposición de la Ley 1676 será preferente, por encima de los demás acreedores sujetos al acuerdo. Ello desconoce por completo los principios de universalidad e igualdad, siendo este último de orden constitucional,30que supuestamente rigen los procesos concursales, poniendo a los proveedores de crédito en una posición, incluso más favorable, que la de los acreedores laborales y el fisco. Por su parte, los artículos 51 y 52 extienden estas prerrogativas de los acreedores garantizados conforme con la Ley 1676 en los procesos de liquidación, llegando al punto que los bienes dados en garantías se excluyen de la masa de la liquidación, reiterando el completo desconocimiento de los principios de igualdad e universalidad. Así las cosas, la Empresa no solo está desprotegida por el régimen concursal actualmente vigente, también se han desconocido las pocas disposiciones que, de alguna manera, garantizaban en cierto modo sus intereses, ya que con el 30Constitución Política de Colombia, artículo 13, Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica. El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas en favor de grupos discriminados o marginados. El Estado protegerá especialmente a aquellas personas que por su condición económica, física o mental, se encuentren en circunstancia de debilidad manifiesta y sancionará los abusos o maltratos que contra ellas se cometan. 27 patrocinio del legislador y acogiendo los principios del Banco Mundial, se desfiguró por completo el régimen de insolvencia desconociendo los intereses, constitucionalmente protegidos, de los trabajadores y, por lo mismo la función social de la Empresa, pues si se considera prioritario el acreedor garantizado sobre el empleo y el trabajador, no puede afirmarse que el régimen legal propicia el cumplimiento del rol social de la Empresa. 28