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¿Acarició Goya
los pies de la duquesa?
El pintor aragonés tuvo dos almas antagónicas. Tzvetan
Todorov retrata en su ensayo sobre el artista a un hombre
inaprensible que expresó su pensamiento en imágenes
Goya. A la sombra de las Luces
Tzvetan Todorov
Prólogo de José María Ridao
Traducción de Noemí Sobregués
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Barcelona, 2011. 250 páginas. 21 euros
Por Félix de Azúa
A PESAR DE CONTAR con una bibliografía
colosal sigue siendo Goya el más ignoto
de los artistas universales. No por ausencia de información sobre su vida (aunque
es escasa) sino porque aún no sabemos
cuál fue la norma de su desconcertante
creatividad. Comparte con Rembrandt el
estatuto de pintor supremo y carácter desconocido, razón por la cual todo estudio
sobre Goya merece la lectura si viene de
fuente seria. Tal es el caso de Todorov,
cuyo libro es un ensayo de divulgación
para el público en general.
Sólo por poner un ejemplo de nuestro
desconcierto, ¿cómo podemos conciliar
que las pinturas cortesanas procedan de
la misma cabeza que concibe las pinturas
negras? Muchos artistas tienen en su juventud un estilo convencional y con la
madurez perfeccionan otro más personal
y novedoso, pero no es el caso de Goya.
El retrato de Fernando VII de 1814 es
coetáneo de Los fusilamientos del 3 de
mayo que se podría atribuir a un artista
del siglo XX abrumado por las guerras
mundiales. Hay siempre en Goya dos almas antagónicas y agónicas.
O bien, ¿es en verdad Goya el primer
pintor romántico en un sentido riguroso?
¿O es otro caso de transición inconsciente
y por lo tanto incompleta, como Blake,
Turner o Füssli? Uno de nuestros mejores
expertos, Valeriano Bozal, no lo duda y va
más lejos: Goya es tan plenamente romántico que consume por entero el movimiento y salta hasta la modernidad. Desde su
tesis doctoral, editada en 1983 (Lumen),
hasta su breve publicación de 2010 (Machado), mantiene Bozal que hay muchas
conciencias en Goya, pero también una
indudable unidad.
No es el caso de Todorov, quien usa las
categorías de “ilustrado” y “romántico”
con cierta ligereza, hasta el punto de que
el subtítulo del libro (A la sombra de las
Luces) parece situar a Goya en aquel crepúsculo de la Ilustración que no llegó a
cruzar la puerta del romanticismo. Todorov cree que el pensamiento de Goya no
acaba de arrancarse de la tradición clásica y lo ve como otra gran figura del humanismo europeo. Es de agradecer, sin embargo, que no pierda el tiempo con los
pretendidos amores de Goya y la de Alba
que tanta tinta inútil han consumido. Todorov los da por sentado (algo que me
parece muy discutible) y pasa rápidamente a las cuestiones relevantes.
Detalle de La Romería de San Isidro (1820-1823), de Francisco de Goya (Museo del Prado).
Por su parte Bozal pone a Goya en la
estela de los satíricos españoles, Gallardo, Miñano y (más tarde) Larra, pero sólo
en una parte de su producción, y es la
otra parte, oculta, velada, la que destruye
toda posibilidad de mantenerle en el exiguo territorio de los afrancesados. No
cabe imaginar a un ilustrado, aunque
pertenezca a “la noche de las Luces”,
concibiendo una barbaridad como Saturno devora a sus hijos, pintura que podría
firmar un expresionista alemán. No es
una cuestión de contenido, como dice
Bozal, sino de trazo.
La vida de Goya transcurre en uno de
los epicentros que derrumban el Antiguo
Régimen. Cuando los alemanes inventan
el romanticismo a finales del XVIII lo hacen en guerra contra la Ilustración fran-
cesa, pero Goya vive la invasión napoleónica como última posibilidad para que
España se integre en la Europa civilizada. La escisión que hubo de soportar
aquel hombre aislado del mundo por
una sordera aún inexplicada debió de ser
espeluznante.
Siendo así que su educación era escasa
y que escribía como un analfabeto, su conciencia sólo pudo expresarse en imágenes, mucho más difíciles de desentrañar
que las palabras. Todorov ha procedido a
una notable lectura de esas imágenes. No
ha resuelto ningún enigma, ciertamente,
pero ha dejado un retrato digno y devoto
de un hombre inaprensible. La edición,
además, está muy bien ilustrada, la traducción es excelente y lleva un agudo prólogo de José María Ridao. O
EL PAÍS BABELIA 05.11.11
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