ARGENTINA: 200 AÑOS DE HISTORIA

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Presentación del libro:
“ARGENTINA: 200 AÑOS DE HISTORIA”
Continuando con los actos para recordar el Bicentenario Patrio, 2010 – 2016, el 13
de junio de 2012 se llevó a cabo la presentación del libro “Argentina: 200 años de historia”.
El libro es una compilación de la selección de ponencias presentadas en el concurso “Argentina: 200 años de historia” realizado en el mes de mayo de 2010 como un
homenaje y, a su vez, un análisis de los hechos que, ha criterio de los académicos, fueron los más relevantes de estos últimos 200 años.
La presentación, acompañada por un numeroso público estuvo cargo del director
de la Editorial y cultura, coronel Roque Ángel Martello como moderador e hicieron uso
de la palabra el general de brigada Roberto Domínguez, quien fuera en ese entonces
Presidente del Círculo Militar y el doctor Juan José Cresto, presidente de la Academia
Argentina de la Historia
Muy buenos tardes. Bienvenidos a nuestra más que centenaria Institución, solaz de la
amistad y de la camaradería.
Siguiendo el marco de las actividades con motivo del Bicentenario Patrio, en el 2010, dos instituciones que rescatan permanentemente la historia patria y los valores que allí se encuentran
como son la Academia Argentina de la Historia y el Círculo Militar, organizaron, solidariamente,
un congreso de carácter internacional “Argentina: 200 años de historia”.
En ese encuentro personalidades académicas de las hermanas naciones del Perú, Chile y Uruguay y de nuestra Argentina presentaron investigaciones sobre los hechos más importantes que ocurrieron en nuestro suelo, desde los lejanos tiempos del período hispánico, previos a Mayo de 1810, hasta algunos contemporáneos, que despertaron y dejaron nuevos desafíos.
En el 2011, la Academia Argentina de la Historia llevó a cabo un pormenorizado análisis
sobre las ponencias presentadas en ese Congreso, las cuales fueron volcadas en el libro “Argentina: 200 años de historia” que hoy nos complace presentar.
Por ello, a continuación invitamos al general de brigada Roberto Felipe Domínguez, quien al
momento de llevarse a cabo el mencionado Congreso era Presidente del Círculo Militar, a
hacer uso de la palabra.
El general Domínguez inició su carrera en 1954 y durante su extensa vida militar prestó servicio en distintas unidades del arma de infantería, incluyendo el Colegio Militar de la Nación.
Oficial de Estado Mayor, egresado del Curso Superior de Defensa Nacional y además, fue cursante de la Escuela de las Américas.
Fue Director de la Escuela “General Lemos y Comandante del Cuerpo de Ejército III.
En la actividad académica fue profesor de la Escuela Superior de Guerra y de la Escuela de
Comando y Estado Mayor de la República de Bolivia.
Ha escrito numerosos artículos en revistas de la argentina y del extranjero y ha dictado diversas conferencias en instituciones oficiales y privadas.
General Domínguez queda usted en uso de la palabra.
Hace 2 años, en este mismo lugar, compartimos con el Dr. CRESTO el honor de inaugurar el Congreso de Historia del Bicentenario, organizado conjuntamente por la Academia Argentina de la Historia y el Círculo Militar.
En el cierre de mis palabras, luego de algunas reflexiones sobre la Argentina que
había sido, la que era en el año 2012 y – lamentablemente – también la que podía haber
sido; recordé una afirmación que resume el sentir de millones y millones de hombres y
mujeres, a lo largo y ancho del territorio patrio y que nos legara Eduardo Mallea al decir:
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“Si mil veces tuviera que elegir, mil veces elegiría la suerte múltiple de ser mil veces argentino”.
Hoy en le presentación del libro “Argentina: 200 años de historia”, no dudo que todos
coincidimos en sumar a la “suerte múltiple” de Mallea, el sentimiento de orgullo ante una
obra que conforma un aporte trascendente a lo que todos estamos aspirando: La Argentina que debe ser.
Sentimos orgullo porque, haciendo a un lado las confrontaciones estériles y las parcialidades inconducentes, la Academia Argentina de la Historia y el Círculo Militar han
dado un ejemplo de cuanto se puede con la apertura intelectual, la creatividad en la diversidad y la unión en el esfuerzo compartido.
Aquellas jornadas de mayo de 2010 y el libro que presentamos, son testimonio y frutos de aquella semilla que se sembró en las primeras conversaciones para encarar conjuntamente una actividad intelectual trascendente para celebrar el Bicentenario de la Patria.
Sentimos orgullo por la magnitud y desinteresada respuesta de decenas de historiadores que nos sorprendieron por la cantidad y enconmiable calidad de los trabajos presentados.
Sentimos orgullo porque en esos trabajos se pudo comprobar la simbiosis entre las
metodologías de investigación propias del siglo XXI, con una auténtica e irrefutable vivencia de nuestra identidad nacional, estructurados con solidez intelectual y documental,
al tiempo que marcaron el abismo ético que separa la verdadera historia de las versiones
negativas que resultan de los ideologismos, los sectarismos y el oportunismo comercial o
político.
Sentimos orgullo, porque esos trabajos fueron expresiones de auténtica argentinidad
y amor a la Patria, porque ellos no tuvieron como destinatarios exclusivos a los asistentes
al Congreso, sino que – por el contrario- están orientados a las futuras generaciones que
algún día consulten este libro. Allí, en esas investigaciones de nuestro pasado tendrán
respuestas a sus inquietudes, mientras el olvido cubrirá de silencio las concurrencias
multitudinarias a espectáculos gratuitos, motivadas por la actuación de un artista de renombre y no por un sentimiento de nacionalidad que mueve a festejar un hecho significativo en la vida de la República.
Ese orgullo también nos preocupa, cuando observamos con desagrado algunas manifestaciones de los festejos de 2010.
Nos duele como argentinos, el olvido y la mayoritaria omisión del recuerdo de los
protagonistas de aquella gesta de Mayo de 1810 y de todos quienes hicieron posible la
Argentina de hoy.
¿Cómo es posible que falsos ideologismos hayan pretendido marginar de los homenajes a los hombres y mujeres que, con sus vidas y muchas veces con su muerte, hicieron posible la descolonización e independencia de la Argentina y de las hermanas repúblicas sudamericanas?
¿Con qué argumentos se pretendió silenciar ante las multitudes reunidas, los nombres de Belgrano, San Martín y las jornadas gloriosas de Tucumán, Salta, Chacabuco y
Maipú?
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Nos sorprendió y nos resulta incomprensible la preocupación de algunos sectores
por denostar a la generación del Centenario. Lo preocupante es que lo hicieron sin sustento de la verdad histórica y con fines que no soportan un análisis racional.
Entre las muchas falacias y versiones grotescas sobre lo acontecido en 1910, basta
una para que esas versiones concluyan al igual que castillos de arena a la orilla del mar.
Me refiero a la persistencia en convertir al “Conventillo” como la imagen exclusiva de una
Argentina que en apenas tres décadas se había convertido en la octava economía mundial y en un estado respetable y respetado.
Se lo presentó, con la deformación propia de la soberbia del ignorante que se cree
sabio, como el paradigma de un a época supuestamente signada por el desprecio de los
poderosos y la marginación de los más humildes.
Nada más alejado de la verdad que esa versión vertida por argentinos que irónicamente llevan los apellidos de los miles y miles de españoles, italianos, rusos, polacos, sirio libaneses y de otras nacionalidades que buscaban en estas tierras un mejor futuro para su familias.
El conventillo no era un espacio que se ocupaba gratuitamente y por la fuerza. Se
pagaba un alquiler y nunca tuvo la condición de vivienda permanente. Sólo era un refugio
transitorio, del que se accedía a la vivienda propia con la ayuda del Estado y el ahorro a
partir del trabajo y del esfuerzo personal.
En 1870 la Argentina tenía 1.800.000 habitantes, 25 años después –en 1895. la población ascendió a 4.000.000 y llegó en apenas 15 años a más de 7.000.000 para el
Centenario. La ciudad de Bs. As. tenía un 50 % de habitantes extranjeros.
Ante ese verdadero alud humano, cabe a cualquier persona sensata formularse el
interrogante sobre como se resolvió el tema de la demanda de vivienda, si hoy vemos la
proliferación de villas que crecen a ritmo vertiginoso por la insatisfacción de esa misma
demanda.
Francis Korn, en un artículo titulado “Clase Media año 1910” (publicado el 20 de mayo de 2010), incluyó consideraciones y datos que ayudan que la verdad prevalezca sobre
el oportunismo mentiroso.
Sobre la base de los censos de 1887 y 1904 y otras estadísticas de la época, pudo
constatar que:
Entre uno y otro censo, en 27 años la población creció el 264%, mientras que el
número de propietarios lo hizo en un destacable 400%.
En 1887 el 25% de los porteños vivía en conventillos (1 de cada 4), en 1904 se
redujo al 14% y para 1914 no llegaba al 10% (1 de cada 10).
La explicación de la superación de tan tremendo desafío tiene dos respuestas
irrefutables: la prioridad asignada a la educación y el desarrollo de políticas gubernamentales de créditos y apoyos diversos (incluida construcción por el estado)
a la generación de la vivienda propia.
La Ley 1420 por sí sola nos eximiría de todo otro comentario, pero creo que hay
datos que merecen ser recordados y tenidos en cuenta al momento de juzgar las
versiones de algunos pseudos historiadores.
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En 1869 el número de docentes era de 2307, con un 50% de auto formación y
con carencia de título habilitante. En 1914, los docentes pasaron a ser 31.000,
siendo todos egresados de las escuelas normales.
En 1869 los profesionales universitarios eran 1.021, para 1914 la cantidad de
abogados, médicos, ingenieros, arquitectos y agrónomos era de 12.000, en su
mayoría egresados de las universidades y facultades creadas durante las gestiones del Tte. Grl. Roca.
En 1869 no había clase media, el 90% de la población era pobre y el analfabetismo superaba el 78%. En 1914 el surgimiento de la clase media se materializó en
que mas de 30% integraba este nivel y el analfabetismo había bajado a poco más
del 20%.
Con la tranquilidad de –al menos- haber intentado la reinvidicación de la verdad
histórica, al igual que lo hicimos en la inauguración, formulamos nuestra exhortación a
“asumir el compromiso colectivo de plantearnos ya, sin dilaciones, el pensar, acordar, definir y poner en marcha un proyecto nacional para la “Argentina que debe ser”, en el
que la libertad y la justicia sean los impulsores del desarrollo político, social, cultural,
científico y económico.
Es hora para que los argentinos hagamos a un lado el agravio y la violencia; asumamos la paz, el diálogo y el consenso como esencias de la vida republicana, respetemos y hagamos respetables a las instituciones, exijamos que sea realidad la plena independencia de los poderes establecidos en la Constitución y la vigencia del federalismo,
dando prioridad absoluta a la educación, el trabajo, la honestidad y la afirmación de nuestra identidad nacional.
Hace pocos días el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, dio a conocer cifras que no pueden ser ignoradas o dejadas de tener en cuenta.
Al tratar los niveles de pobreza e indigencia, nos informó que, a nivel nacional, la
pobreza alcanza el 21,9% y la indigencia el 5,4% como promedio de los principales centros urbanos. Para el conurbano bonaerense la pobreza sube al 24,8%, en tanto que la
ciudad de Buenos Aires tiene un 10% de pobres y un 3% de marginados.
Esta realidad, tal como lo informa el Observatorio, se refleja en otros datos no menos preocupantes. La inseguridad alimentaria, situación en que se carece de acceso a
una cantidad suficiente de alimento, comprende a un 11.2 % de la población total de la
República, carencia que se agrava al elevarse al 23,2 % para los habitantes de villas y
asentamientos precarios.
Doscientos años de historia, plenos de logros y frustraciones, de éxitos sin igual y de
recurrencia de lo negativo, en gran medida plasmados en los trabajos presentados en el
Congreso y publicados en el libro que presentamos, nos señalan el imperativo de pensar
y vivir para esa Argentina que debe ser.
La existencia de millones de ciudadanos sumergidos en la pobreza y la marginación,
en el país que fue llamado “Granero del Mundo”, son determinantes de la urgencia de
acabar con este flagelo social y, para que de una vez por todas y para siempre, el ideario
de los cabildantes de 1810, los Congresales de Tucumán, los Constituyentes del 53 y
aquello de “La unión nacional”, “la justicia”, “la paz interior”, “el bienestar general” y “los
beneficios de la libertad” se conviertan en realidades tangibles y dejen de ser slogans
huecos de uso en vísperas electorales.
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Finalmente, hará uso de la palabra, cerrando esta presentación, el señor presidente de
la Academia Argentina de la Historia, doctor Juan José Cresto.
Finalmente, hará uso de la palabra, cerrando esta presentación, el señor presidente de la Academia Argentina de la Historia, doctor Juan José Cresto.
El doctor Cresto es doctor en historia, profesor de la Universidad Nacional de
Buenos Aires, ex asesor del Ministerio de Educación y director del Museo Histórico
Nacional de 1996 a 2006.
Integra la Sociedad Argentina de Escritores. Fue distinguido, en el 2002, por Argentores por su trayectoria cultural y, en el 2004, recibió el diploma de honor del
Consejo de Estudios Económicos, Jurídicos y Sociales y condecorado por las Repúblicas de Honduras, Francia y Perú.
Es Miembro honorario del Instituto Nacional Sanmartiniano del Perú y autor de
artículos en medios de divulgación e investigación de temas históricos, publicados en
la Argentina y en el exterior como, también, es autor de una veintena de libros
Colaborador del diario “La Nación” y conferenciante en diversos ámbitos nacionales y extranjeros.
Preside la Academia Argentina de la Historia, el Instituto Cultural ArgentinoPeruano. Es miembro de número del Instituto de Historia Militar Argentina e integra la
comisión directiva de aproximadamente una decena de instituciones culturales.
Doctor Cresto, por favor….
La Academia Argentina de la Historia celebró el Segundo Centenario de nuestra
libertad con un congreso continental que se llevó a cabo en Buenos Aires en abril de
2010, con la presencia de historiadores argentinos, de Buenos Aires y de las provincias del Interior y con otros colegas de naciones amigas, los que participaron activamente.
Fue una forma de recordar aquellos acontecimientos que dieron inicio a un
período independiente y a la posterior conformación de la nación, mediante la presentación de trabajos de investigación originales, que contienen información valiosa y
agudas reflexiones sobre el saber histórico de la Argentina y de América. Los trabajos
estuvieron a cargo de los miembros de la Academia y también de otras instituciones
del país y del exterior, así como de historiadores invitados que nos honraron con su
presencia. La obra que se presenta hoy, es el reflejo de las que se desarrollaron en el
curso de las sesiones.
Lamentablemente hemos podido publicar hasta ahora las de los académicos
no titulares, tanto argentinos como del exterior, pero pensamos completarlo en un futuro próximo.
La Argentina profunda, esa que no aparece en los titulares tremendistas de
los diarios, pero que tiene a su cargo el quehacer nacional, esa laboriosa de trabajo y
estudio que se hace en silencio reflexivo, está presente en todas las páginas de esta
obra. Somos lo que fuimos y seremos lo que somos. No se improvisa el destino y los
hechos responden siempre a la conducta colectiva.
Justamente, eso es lo que nos ocurrió hace doscientos años. Bien era cierto
que España declinaba desde hacía ya dos centurias, fruto de una política equivocada, imperial, cesarista, que carecía de los medios para sostenerla. Véase que la llamada “Revolución Industrial” comienza a mediados del siglo XVIII con la industria textil inglesa y luego se expande a otras áreas del quehacer social, que termina por invadir al continente, y a lanzarlo hacia un progreso que aún no ha concluído. Sin em-
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bargo España permaneció ajena a estos hechos durante largas décadas. Baste decir
que en el último siglo se han producido más innovaciones que en toda la historia conjunta del género humano que pueda ser conocida, desde la verticalización de la columna, de tal modo que el fruto de su mano, la producción y el desarrollo, así como la
aventura notable del pensamiento abstracto es de tal magnitud, que ha hecho irreconocible a la vida humana en apenas unos pocos años. Si consideramos que el homínido erecto – es decir el hombre, el ser humano, como lo conocemos – tiene ya seis
millones de años trabajando sobre la corteza terrestre sin interrupciones, podemos
comprender cuán importante es la obra realizada. Así, por lo tanto, ocuparse de historia significa pretender averiguar qué hizo el hombre en el pasado, cómo vivió, para
qué y con qué ideales, y tal que lo elevan siempre sobre la dura realidad material de
sostenimiento.
Resumir el pasado de doscientos años a modo de celebración y homenaje,
fue la meta propuesta de este Congreso, que se desarrolló bajo el techo de este noble edificio, de consuno entre dos instituciones profundamente argentinas, que analizaron temas propios de investigación de historia. El pasado y la tradición nos invaden
a cada paso y por eso afirmamos con un poco de insistencia que todos “somos históricos” porque recibimos el pasado sin beneficio de inventario, y así se lo trasladaremos a nuestros descendientes o a quienes reciban el legado cultural y material de
nuestra sociedad.
La Revolución de Mayo cumplió su segundo Centenario, y un hecho histórico
de esa trascendencia debía celebrarse con respeto científico pero también con cierta
unción, por dos instituciones ligadas a esa disciplina: el Círculo Militar y la Academia
Argentina de la Historia, en un congreso que contó con casi un centenar de participantes y que consideramos exitoso por tratarse de un tema específico que solamente
puede interesar a quienes se ocupan de la asignatura. Queremos señalar la distinción
de los hechos: todos nos ocupamos de historia porque hace a la esencia de los seres
racionales, pero pocos transcribimos el pasado en palabras escritas. Hay una especie
de discriminación entre la profesión de historiar que es específica de grupos de estudio, de la necesidad material de narrar los sucesos que ocurrieron, según fuese aplicable a algunos, a muchos o a todos. La sociedad civilizada se mueve según experiencias de su pasado, de tal modo que la historia no es solamente una disciplina
científica, sino el diario y crudo saber de lo que ocurrió que, como decía García Venturini, “nos ocurrió a nosotros”.
La obra que hoy presentamos es el resultado del Congreso llevado a cabo bajo el patrocinio del Círculo Militar, que facilitó las estructuras físicas, edilicias, su generoso personal y su propio prestigio como Institución centenaria. A su convocatoria
acudieron los estudiosos de nuestro pasado y presentaron sus ponencias, las que
fueron examinadas y discutidas en su ámbito cultural antes de ser aprobados, de
acuerdo a las exigencias metodológicas y de contenido que debe exhibir toda obra de
investigación que trate la historia. Por lo tanto esta publicación es el resultado de
aquel proyecto y del sobreviviente esfuerzo llevado a cabo.
La temática bajo análisis y desarrollo incluía los doscientos años de nuestro
pasado y el de las naciones americanas; el tema, pues, no tenía restricciones porque
todas las ciencias, fueren ellas política, militar, económica o social y cultural cabían
dentro del panorama a desarrollar, de tal modo que los autores pudieron elegir libremente aquello que les satisfacía o para lo que tenían preparado con antelación o exhibían posiciones mentales que deseaban hacer públicas. Por lo tanto, el desarrollo
de la obra enfoca temas diferentes o, si se quiere, estudios desde ángulos particulares dentro del esquema general de trabajo.
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Resulta interesante señalar que el gran tema convocante, la “Revolución de
Mayo” incorpora nueve trabajos, aún cuando éstos involucren cuestiones aparentemente diferentes, pues mientras algunos autores tratan hechos de análisis jurídico –
como Alonso Piñeiro – otros hacen una cronología de los acontecimientos y los prolongan hasta nuestros días, como Fiz Antonio Fernández. Hay estudios institucionales, como los artículos de Valdez Tritti, Pérez Izquierdo y Emilia Menotti, otros de política internacional, como los de Carlos Martínez o de hachos de importancia nacional
como la historia de la Primera Bandera Argentina de Roberto Porcel, la historia del
clan familiar de los Gregorio de Sergio Martínez Balza y el pormenorizado estudio de
Carlos Alberto Guzmán del Levantamiento de Entre Ríos.
Por otra parte, la obra nos recuerda los esforzados primeros momentos de la
Revolución de Mayo en sus diversos aspectos, desde el estudio sobre los guaraníes
de Susana Domínguez Soler, hasta la memoria del patriota Esteban De Luca de la
profesora Latour de Botas; una memoria integral del Ejército Argentino de José Luis
Picciuolo y una evocación de Guemes a cargo de Orlando Punzi.
Se recuerda en otro capítulo casi como un onomástico, las figuras de Quintana por Blaquier y Cresto y “la política del Centenario”, que estuvo a cargo del académico Antonio Castagno. Este último, así como el capitán de ultramar Valdez Tritti, han
fallecido recientemente.
Las ideas de la época se trasuntan en un estudio del general Hamann Carrillo
sobre la identidad ideológica sudamericana, un recuerdo del doctor Favier Dubois sobre Ceferino, el santito indígena y una historia de la vieja Casa de Expósitos, por el
doctor Federico Pérgola.
Por su parte, dos valiosos investigadores uruguayos y uno peruano hicieron
importantes aportes: Ángeles Corrales Elordoy sobre la controvertida figura de Javier
de Elío, Fabián Melogno Velez sobre dos edecanes orientales de Manuel Belgrano y
José Agustín de la Puente Candamo en una autorizada visión sobre el Virreinato del
Perú.
La obra recoge los más importantes trabajos de los autores asistentes al Congreso, que contó pues como puede leerse, con importantes personalidades, asistentes y colaboradores externos.
Ha sido pues, el homenaje que la Academia de la Historia y el Círculo Militar
rindieron a aquellos que hace doscientos años decidieron romper los vínculos coloniales para dar origen a un sistema de vida de gobierno propio, fuera de la tutela europea.
Finalmente, quiero hacer una reflexión, si este auditorio tan importante lo autoriza: ¿Para qué recordamos las fechas puntuales del pasado? ¿Hay acaso una necesidad vital para recordar? La respuesta es simple: estamos obligados a creer en el
pasado porque implica creer en nosotros mismos. La historia no es el simple relato de
hechos pretéritos, sino el acontecimiento actualizado que nos involucra en el presente, es la voz de los ayeres llevado al día de hoy; todo el pasado se hace actual y todo
cuanto pensamos y reflexionamos, está sujeto al concepto de nuestro tiempo; somos
siempre entes del presente, y la historia no es otra cosa que una validación de un
tiempo pretérito.
Después de doscientos años, la Argentina sigue siendo un país en proyecto,
una nación que tiende a desarrollarse, que no explota la mayor parte de sus recursos
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y que no ha dado pruebas suficientes para crear una industria consolidada y con aptitud exportadora.
Orgullosos del pasado, felices de nuestras relaciones internacionales dedicadas a la paz y a la creación de bienes, se inicia otro período con la esperanza de
hallar resultados más fructíferos y con capacidad de prodigar mejor calidad de vida a
sus habitantes.
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