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RTRLD/1978/D.10
ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO
Meaa Redonda Intcrregional OIT-lll''A ¡¿obro la» r.'olacj.ojio
entre el derecho del traba.1o. las relacionen laborales
y el desarrollo
LOS CONFLICTOS COLECTIVOS DE TRABAJO
por
Sr. T. RODRÍGUEZ ALCOBENDAS
Departamento Política Social
Unión Industrial Argentina
Oficina Internacional del Trabajo
Ginebra, 197O
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41438
LOS CONFLICTOS COLECTIVOS DE TRABAJO
Es sabido que se considera conflicto colectivo de trabajo aquel que se produce
entre un grupo de trabajadores y un empleador o grupo de empleadores, suscitado por
discrepancias emergentes de la relación de trabajo que aquéllos mantienen con sus
patrones.
Pero, conforme a las causas que los generen o a los fines que se persigan, pueden
ser objeto de dos grandes definiciones: a) conflictos de intereses, y b) conflictos de derecho.
Respecto de los primeros, puede definírselos como aquellos que se producen
cuando las partes persiguen motivaciones de tipo económico, o la creación de una
norma inexistente, o la modificación de convenciones o pactos vigentes o vencidos.
El caso típico se da cuando a través de medidas de fuerza se persiguen mejoras en
los salarios, adecuación de convenios colectivos de trabajo, modificación en las condiciones de labor o económicas de los trabajadores, etc.
En cuanto a los segundos, ya sean
cen cuando, existiendo una norma legal
órganos jurisdiccionales encargados de
el alcance de la norma o del ejercicio
les acuerda.
de carácter individual o colectivo, se produque regule las relaciones entre las partes y
su aplicación, la desinteligencia radica en
por la3 partes de los derechos que aquélla
De ello se sigue, y de acuerdo a la opinión generalizada de los tratadistas,
que solamente pueden admitirse, y consecuentemente podrían calificarse de legales,
las medidas de acción directa que persigan fines económicos y mediante las cuales
los trabajadores pueden conseguir una mejora en las condiciones de trabajo.
Pero, cuando las medidas se disponen por una desinteligencia con una decisión
que tiene su remedio ante los organismos estatales o privados creados al efecto, no
puede admitirse bajo ningún concepto que se esté frente al ejercicio de un derecho,
pues ello importaría admitir la quiebra del orden jurídico al permitir que los sectores en pugna puedan hacerse justicia por su propia mano. Esto significaría lisa
y llanamente el total derrumbe del orden jurídico sobre el que debe basarse la estructura de todo país en que se pretenda vivir en paz y en el respeto a la ley.
Pero aun cuando es admisible, dentro de una sociedad democrática y estructurada
sobre la base del respeto a la libertad individual y colectiva, que en determinadas
circunstancias puedan las partes en conflicto llegar a la materialización de medidas de acción directa, este derecho, como todos los reconocidos a la persona, tiene
sus vallas insalvables en el bien común y en los correlativos derechos de sus semejantes.
Consecuentemente, es legítimo que el Estado, actuando en vista del bien general,
pueda dictar normas claras y precisas tendientes a encauzar y a reglamentar los conflictos colectivos que puedan suscitarse entre empleadores y trabajadores.
Y lo dicho adquiere mayor relieve si se piensa en las consecuencias de índole
general que naturalmente acarrean los enfrentamientos entre capital y trabajo, máxime cuando de los mismos pueden producirse interrupciones en el proceso productivo,
que a la par que perjudican a las partes directamente enfrentadas, al restar bienes
y servicios a la comunidad, disminuyen la riqueza colectiva con serios perjuicios
para la economía general.
Por tanto, consideramos nc sólo legítimo, 3ino indispensable que los Estados
dicten leyes reglamentarias del derecho de huelga, las que, conforme a la organización de cada uno do ellos, deberán adecuarse a sus naturales características. 'No
obstante ello, pueden sentarse principios generales que iruoiian servir de guía a los
legisladores de cada nación en particular.
En primer lugar, consideramos que la huelga puede definirse, conforme a generalizada doctrina, como "la cesación colectiva y concertada de trabajo por parte de
los trabajadores con el objeto de obtener determinadas condiciones, dispuesta, por la
Asociación Profesional pertinente, previa observancia de los requisitos legales vigentes, y realizada mediante el abandono de los lugares de trabajo".
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Dentro de la definición precedentemente intentada, se presupone que el sujeto
activo de la huelga es la asociación profesional que agrupe a los trabajadores en
conflicto y, consecuentemente, es a dicho organismo a quien le compete la declaración del conflicto, pero previa observancia de las disposiciones que regulen la materia y con la participación de los trabajadores interesados, no sólo en la decisión de ir a la huelga, sino también en la materialización de la misma. La admisión
de este principio tiene la ventaja que en cada caso habrá una entidad colectiva,
jurídicamente organizada, que en definitiva será la responsable por la acción directa. Lo contrario conlleva el peligro de generalización de conflictos por decisiones
a veces apresuradas de grupos aislados, carentes de responsabilidad legal y social.
En nuestra opinión, una reglamentación legal de las medidas de acción directa
puede basarse en los siguientes principios:
a)
previo a toda medida de acción directa debe agotarse una instancia previa de
conciliación obligatoria;
b)
la causa del conflicto debe ser puramente de intereses;
c)
agotada la instancia de conciliación obligatoria y de no aceptarse el arbitraje o de no corresponder el arbitraje obligatorio, procederá la declaración de
huelga;
d)
esta última debe ser favorablemente votada por la mayoría de los trabajadores
involucrados, mediante el voto directo y secreto y con todas las garantías
necesarias para 1?. imparcialidad del acto;
e)
debe materializarse mediante el abandono colectivo de los lugares de trabajo;
f)
no podrá recurrirsea medidas-de acción directa mientras se encuentre vigente
un contrato o convenio colectivo o laudo que tenga las características de
aquéllos.
Consecuentemente, todo conflicto que no se ajuste a los principios enunciados
merecerá la calificación de ilegal, con las consecuencias que más adelante se enunciarán.
Respecto de la calificación de la legalidad o ilegalidad de la huelga, desde
ya nos manifestamos debidamente opuestos a que esta decisión entre en la órbita de
competencia de la autoridad administrativa, por cuanto decisiones de. este tipo, por
su gravedad o importancia, no pueden estar influencindas por motivaciones de orden
político. Por otra parte, dentro de una sociedad jurídicamente organizada una declaración de legalidad c ilegalidad de la autoridad administrativa, para que surta
efectos sobre las partes en conflicto, debería estar sujeta a control de legalidad
por parte del Poder Judicial. Esta garantía, por la morosidad propia de los procedimientos judiciales, haría que las resoluciones de este Poder llegaren a destiempo
para solucionar los conflictos.
Por ello entendemos que la ley que regule este tipo de conflictos debe claramente predeterminar los requisitos de fondo y forma para que las partes puedan acudir a ellos, calificando de ilegales los que no se sujeten a dichas reglamentaciones.
Dictadas en esta forma claras roblan de juego, las parl.es conocen do antemano
cuáles son sus derechos y la forma en quo pueden hacer uso de o! Los. Queda, en consecuencia, librada a su propia decisión el encuadrarse o apartarse de la ley y en este último supuesto asumir las consiguientes responsabilidades.
Sentados estos principios, cabe entrar a analizar cuáles son las consecuencias
que en el orden colectivo como en el individual pueden aparejar la materialización
de medidas de acción directa, consideradas ilegales por la ley.
En el plano colectivo y siendo el sindicato el sujeto activo de la huelga, es
responsable dentro de los principios de la legislación civil por los daños y perjuicios que una conducta ilegal, por él avalada o propiciada, produzca al sujeto pasivo y, consecuentemente, deberá indemnizar el daño emergente y el lucro cesante
producido. La resolución de estas cuestiones debe quedar dentro de la órbita exclusiva del Poder Judicial por tratarse de contiendas particulares en las cuales se
discuten cuestiones de índole privada.
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Sin perjuicio de ello, la autoridad de aplicación podrá, previo análisis de
la conducta antisocial observada, aplicar sanciones preferentemente pecuniarias,
pero en estos casos debe garantizarse el debido proceso y contralor judicial de la
decisión.
Respecto de la incidencia por la participación en movimientos do fuerza considerados ilegales por la ley sobre los contratos individúalos de trabajo, la decisión debe quedar reservada en forma exclusiva al Poder Judicial, el que a la lu/. do
las cuestiones de hecho y el derecho vigente deberá expedirse. En nuestra opinión,
la participación del trabajador en una medida de acción directa ilegal configura
grave incumplimiento de sus obligaciones laborales y, por tanto, el empleador queda
habilitado para declarar rescindido el contrato, sin la consiguiente obligación indemnizatoria. Y no otra puede ser la conclusión, desde el momento que no se concibe
que la participación en actos ilegales, es decir prohibidos por la ley y que se materializan en perjuicio directo del empledor, puedan quedar impunes.
Mucho se ha discutido sobre el efecto de la huelga sobre los contratos individuales de trabajo. Siempre teniendo en consideración huelgas legales, la mayoría
de la doctrina se inclina por considerar que aquélla suspende en sus efectos el contrato y, consecuentemente, las mutuas obligaciones que éste impone a las partes, a
saber: por un lado, la obligación de trabajar a la que se obligara el trabajador
y, por otro, la correlativa de pagar las retribuciones correspondientes. No obstante, considero que, aun cuando se admitiera que la huelga legal suspende los efectos del contrato, la persistencia en la misma por parte de los trabajadores, previa
conminación del empleador a retomar su trabajo, puede habilitar a'éste a considerar
disuelto el vínculo por abandono voluntario, pues en este supuesto el trabajador
por propia determinación habría decidido dejar de cumplir con la primera de las
obligaciones a que se ha comprometido y que no es otra que la puntual asistencia al
desempeño de sus tareas.
No debe dejar de tenerse en cuenta la posibilidad de huelgas ilegales que,
aun cuando legales en cuanto a su forma y por haberse adecuado a los requisitos do
la ley, no por ello deben considerarse legítimas. A este respecto, puede darse como ejemplo un conflicto que se suscite, previa observancia de las formalidades, a
raíz de pretensiones desmedidas de los trabajadores, que de aceptarse pueden llegar
a poner en serio peligro las propias fuentes de trabajo, la economía en general o
la estabilidad de la moneda. En estos supuestos, en nuestra opinión, la rescisión
de los contratos de trabajo, previa intimación al cese de la actitud, sería legalmente admisible, pues la actitud arbitraria e injuriosa del trabajador implicaría
una grave violación a sus obligaciones laborales. Demás está decir que la decisión respecto de cuestiones como la enunciada solamente podría ser examinada por el
Poder Judicial.
Al enunciar los requisitos exigibles para que las medidas de acción directa
sean admisibles, señalamos que debían materializarse mediante el abandono colectivo
de los lugares de trabajo. Esta exigencia presupone de por sí la ilegalidad de la
medida que se exteriorice en paros parciales con o sin permanencia en los lugares de
trabajo, trabajos a desgano, a reglamento, etc. Y ello por cuanto, conforme a pacífica doctrina, dicha forma de materializar los actos de fuerza resulta, ilegítima, desde el momento que trasciende el objeto de la medida, que es obtener determinados beneficios económicos para producir perjuicio directo al empleador.
En cuanto a la forma o medios para solucionar los conflictos colectivos, se ha
sostenido la bondad del arbitraje obligatorio. Esta teoría se funda en la necesidad de evitar la huelga y sus consiguientes pérdidas para la economía general y la
población. A simple vista el argumento es valedero, pero consideramos que no es la
solución ideal y que no se compadece con los principios de libertad a los cuales
adherimos calurosamente.
Si las partes en conflicto saben de antemano que llegado el punto de ruptura
por falta de acuerdo en el tratamiento de las cuestiones, entrará a tallar el Estado para dirimirlas,el sentido de responsabilidad con que se deben adoptar todas las
decisiones se vería seriamente resentido, pues a unos y otros les bastará mantenerse en sus respectivas posiciones sabiendo que un órgano superior vendrá en su auxilio. Además, puede ser un sistema peligroso para la comunidad, pues la disconformidad con el arbitraje por parte del sector trabajador podrá ser utilizada por éste
como arma política partidista, mientras que si es el patronal el afectado tendrá en
sus manos el arma que muchas veces se necesita para presionar el otorgamiento de
créditos especiales, protecciones aduaneras, autorizaciones de aumentos de precios, etc. En definitiva, el único que pierde con este procedimiento es quien
impone la obligatoriedad del arbitraje.
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Por otra parte, no siempre los organismos del Estado están en condiciones técnicas para abocarse al estudio y resolución de problemas eminentemente técnicos y
que nadie mejor que las partes pueden y deben resolver.
Lo dicho no implica desconocer que en ciertas y determinadas circunstancias,
el Estado puede imponer la sumisión del conflicto al procedimiento arbitral y ello
cuando está en juego la seguridad de la nación, la salud de la población, el abastecimiento de artículos imprescindibles o existe la posibilidad de que puedan ponerse en peligro fuentes de aprovisionamiento indispensables.
En estos supuestos, que deben manejarse con extrema prudencia, la ley puede
establecer un procedimiento especial que regule el arbitraje obligatorio.
Siempre dentro de la tónica de este trabajo, y acorde con la filosofía de admitir el arbitraje obligatorio en casos de excepción, los Estados deberían crear
comisiones o tribunales arbitrales de gran capacidad técnica y total independencia
de los poderes políticos que, por su garantía de imparcialidad y gravitación, animaran a las partes en conflicto a someter en forma voluntaria a los mismos la dilucidación de sus diferendos, cuando el acuerdo directo resultara imposible de concretar. Si esta aspiración llegara a concretarse se habría dado un gran paso hacia
la paz social con respecto de las libertades individuales y colectivas.
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