NOTICIARIO DE HISTORIA AGI?ARIA • ti. " 12 • 1996. pp. 26J~3J() • © SEHA ANA ZABALZA SEGuíN Aldeas y campesinos en la Navarra prepirenaica (1550-1817) Pamplona, Gobierno de Navarra, 1994, 301 págs. En este libro, Ana Zabalza realiza una incursión en las formas de orqanízación del espacio y de la sociedad rural en la cuenca de l.umbier-Aoiz (Navarra) durante la Edad Moderna. El marco qeográfico elegido resulta atractivo, ya que se trata de un área prepirenaica de transición entre una zona de montaña y otra de llanura y que, por tanto, resume en su interior algunas características comunes a ambas. Ello permite observar los diferentes rasgos organizativos que se producían en función del medio y de las actividades agrarias predominantes, en un ejercicio cuyo interés traspasa el marco meramente provincial y puede ser válido para otras regiones similares de la Penín~ sula. Se trata, por lo demás, de una comarca cuya economía se encuentra en la actualidad fuertemente deprimida y, en este sentido, el trabajo da algunas pistas para descubrir la gestación histórica de esta situación. En lo que al marco cronológico se refiere, la amplitud del período escogido (250 años, aproximadamente) impide una profundización en los procesos de cambio económico y social que se pretenden mostrar. Si bien queda claro que la sociedad que se está describiendo no per- maneció inmutable, sino que, por el contrario fue objeto de importantes transformaciones, las mismas aparecen simplemente esbozadas y se echa de menos un análisis más pormenorizado de sus implicaciones y consecuencias. Quizá la etapa que aparece más desdibujada sea la de la transición entre los siglos XVIII Y XIX, período fundamental para entender los resultados de algunos procesos iniciados con anterioridad, pero sobre el que se realizan muy pocas precisiones. La falta de referencias bibliográficas imprescindibles para analizar esos años apunta en esta misma dirección. No deja de sorprender, por ejemplo, que no aparezcan ni siquiera citadas las obras de Josep Fontana o Angel García Sanz, o para el ámbito navarro, los trabajos de Joseba de la Torre, cuyos puntos de contacto con los temas que se tocan en el libro son evidentes. En cualquier caso, en el trabajo se efectúa la descripción de algunas variables fundamentales, utilizando para ello fuentes estadísticas básicas (censos y apeos) y recurriendo, sobre todo, a la utilización de protocolos notariales, una fuente documental privilegiada -corno señala la propia autora- que enriquece el 261 Crítica y reseña de libro: discurso, al permitir descender a ejemplos concretos llenos de matices interesantes. Así, en la primera parte de la investigación, se analiza la organización y la evolución del espacio rural y de su poblamiento, mostrando el comportamiento demográfico y las pautas de ordenación del territorio, y describiendo los rasgos básicos y la evolución de la actividad agrícola, de la ganadería y de las formas de utilización de los bienes comunales, que resultaban fundamentales para el mantenimiento de las formas de producción. A mi modo de ver, el análisis que se realiza de todas estas cuestiones, presenta algunos claroscuros. Quizá el aspecto más desatendido es el que se refiere a los diferentes niveles de renta dentro del campesinado, término éste que se usa de forma mecánica y acrítica, utilizándolo casi como sinónimo de persona que cultiva la tierra, y sin hacer referencia al profundo debate que en torno a ese concepto se viene produciendo desde hace muchos años. Las diferencias en la propiedad de la tierra o del ganado apenas se analizan y, cuando se hace, se recurre a explicaciones de carácter más geográfico que económico o social. Asímismo, los bienes comunales se consideran únicamente como un factor que servía para lograr el equilibrio entre actividades agrícolas y ganaderas, cuyo aprovechamiento se realizaba "en pie de igualdad por todos los vecinos" (pág. 136). Partiendo de esta idea -que no aparece documentada en las fuentes- se describe la organización de los comunales sin considerar que el acceso a los mismos podía ser profundamente diferenciado, en función de la posición social y de la disponibilidad de medios de producción de los miembros de las comunidades. 262 Por el contrario, algunos otros aspectos son abordados mucho más certeramente. Asi por ejemplo, el capítulo quinto de la primera parte, dedicado a la evolución de las roturaciones, muestra claramente cómo la superficie cultivada estaba sujeta a unos límites flexibles que venían marcados, principal aunque no únicamente, por la evolución demográfica y la mayor o menor presión de la población sobre los recursos. En este sentido, un aspecto destacable es el análisis de los mecanismos utilizados en la comarca para hacer frente a la crisis del siglo XVII. Desde principios de esa centuria, la menor presión de la población se saldó con un abandono de tierras marginales, las cuales se habían puesto en cultivo durante el siglo anterior. Pero, curiosamente, al verse el área de cultivo reducida al "ager tradicional" de las aldeas, se hizo necesario dejar descansar al mismo durante un período de tiempo superior al del barbecho, para lo cual se pusieron en cultivo "tierras descansadas", a través de permutas temporales entre parcelas privadas y tierras comunales cultivables. En definitiva, el esquema clásico de ocupación y abandono de tierras queda matizado y enriquecido, mostrando a su vez la enorme complejidad que podía regir en la ocupación del espacio según las diferentes coyunturas. La segunda parte de la investigación se dedica a analizar la organización social de la comarca. Para ello se van describiendo los elementos que establecían la pertenencia a la comunidad, indagando en el concepto de vecindad, en los diferentes modos de disfrutar los derechos vecinales (vecinos residentes y vecinos "foranos") y abordando también el comportamiento de aquellos sectores privados de esos derechos ("caseros" o "habitantes") y sus posibilidades de as- Crítica y reseña de libros censo en la escala social a través del acceso a la condición de vecino. Se trata de mostrar así una sociedad "cohesionada" y "jerarquizada", regida por la "interdependencia" entre sus miembros. Partiendo de esta idea, se presta atención a los dos extremos de la escala social, describiendo por una parte algunos de los rasgos que caracterizaban a los grupos "desheredados" y rastreando, por otra, la evolución de los Izco, una familia enriquecida que consiguió situarse a lo largo del período en una posición ciertamente privilegiada. La reconstrucción de la familia se puede consíderar como una de las partes más interesantes del libro, ya que va mostrando con cierta meticulosidad las diferentes estrategias seguidas por las sucesivas generaciones, y su adecuación a situaciones económicas cambiantes. Cuestión aparte es la interpretación global que se pretende dar a las formas de organización social. Y es que el libro se inscribe en el marco de la corriente historiográfica propia de la Universidad (privada) de Navarra, que, como es sabido, concibe el caso de esa provincia como una excepción a la regla general, y tiende a mostrar una organización social armónica y poco problemática. En este sentido, la investigadora se enfrenta a un problema importante, ya que las fuentes se empeñan en demostrarle -y aquí hay que reconocerle una gran honradez en la utilización de las mismas- que el conflicto social constituye el principal motor de las transformaciones Ahora bien, ¿cómo debe interpretarse ese conflicto? Según la autora, "no es tanto un enfrentamiento de clases como un conflicto de intereses" en el que "el problema es el uso que se quiere dar al espacio" (pág. 159) Resulta evidente, en efecto, que en el seno de la sociedad que se describe existe un con- flicto por la ocupación del espacio, pero ¿se puede zanjar la cuestión en ese punto? ¿No habría que dar un paso más y decir que el espacio era fuente de riqueza y que, dependiendo de su ocupación, los resultados respecto a la asignación de recursos de unos u otros grupos sociales y, en consecuencia, la distribución del excedente podía tomar direcciones variadas que no eran socialmente inocuas? Por lo demás, se tiende a restar importancia a la conflictividad, planteándola no como un enfrentamiento entre grupos, sino más bien como una cuestión individual. Por eso, se dice que, aunque "entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII las pequeñas comunidades de la cuenca sufrieron una creciente conflictividad entre sus miembros ( ... ) conviene no extrapolar esta conclusión: se trata de una conflictividad localizada, que no pasa del enfrentamiento del concejo con uno de sus miembros que defiende su propio provecho ante un tema concreto" (págs. 257-258). Sin embargo, los mismos ejemplos que aparecen a lo largo del libro muestran bien a las claras que los enfrentamientos iban más allá de las meras desaveniencias de individuos determinados con la comunidad. Conflictos entre ganaderos "que con frecuencia son nobles y ricos" y agricultores (pág.159); conflictos entre vecinos residentes, "agricultores y pobres", y vecinos "foranos", "ganaderos y ricos" (pág. 186); o conflictos en torno a la roturación de los comunales, que cuando era "de entidad quedaba reservada a los vecinos más acomodados" (pág.163). En definitiva, parece que existía una curiosa coincidencia entre los distintos niveles de renta y los intereses en la utilización del espacio, que sugiere que detrás de los comportamientos individuales existían unas deter263 Crítica y reseña de libros minadas estrategias de grupo. La forma de actuar de los Izco, su interés por conseguir vecindades "faranas" a lo largo y ancho de la comarca y asegurarse así el uso de los pastos, sus préstamos a los municipios o a los particulares, o su emparentamiento con otras familias poderosas, apuntan en esta misma dirección. Según todo esto, ¿puede afirmarse, como hace Floristán Imízcoz en la presentación del libro, que "los esquemas habituales de nobles y plebeyos, de ricos y pobres no son de gran aplicación aquí"? Desde luego, realizar una simplificación de la conflictividad situándola únicamente en dos polos contrapuestos está fuera de lugar y es necesario buscar una mayor complejidad. Prueba de ello es, por ejemplo, que los pequeños propietarios intentaran ampliar sus explotaciones a base de sobrepasar las lindes de sus fincas cultivadas a costa de los comunales. Pero, ¿no muestra todo esto que eran precisamente las diferencias en los niveles de renta o en la disponibilidad de medios de producción las que otorgaban a los grupos implicados en la utilización del espacio unas posibilidades muy distintas de actuar, de acceder o mantener la vecindad, y de influir, así, en una determinada asignación de recursos con 264 unos efectos sobre la distribución profundamente desiguales? Desde esta perspectiva creo que cabría replantear la cuestión (como por otro lado viene haciendo la mayor parte de la historiografía navarra de un tiempo a esta parte) y, cuando menos, evitar caer en tópicos no respaldados por las fuentes, tales como la afirmación que realiza la autora sobre que "es innegable que ni económica ni socialmente se daban [en Navarra] las diferencias de otros reinos peninsulares" (pág. 169) Al margen de las diferencias en la interpretación, quizá convenga dejar cIara para finalizar, que estas líneas no pretenden descalificar una investigación que, en lo que a consulta de fuentes se refiere se percibe seria y trabajosa, que a través de la utilización de los protocolos notariales aporta una información interesante y que, sin ninguna duda, merece la pena leer. Sin embargo, a mi modo de ver, el resultado final habría sido más satisfactorio si, a la hora de interpretar los datos, se hubieran aparcado algunos prejuicios que deberían estar ya superados. [Haki lrrarte GoHi U Ili/lenidcu! de Zaraj!,oza e r it ica y reseña de libros LLUIS TORRÓ GIL Abans de la indústria. Alcoi als inicis del sis-cents Alacant, Universitat d'Alacant-lnstitut de Cultura Juan Gil-Albert, 1994, 223 pags. Como da a entender el prologuista de la obra, Telesforo Hernández, ésta viene a incidir sobre una temática importante, muy divulgada en los setenta 1 y apenas tocada en los últimos años: la de la industrialización en el País Valenciano, de la cual tantas cosas puede decir el estudio de Alcoy. Pocos han sido los trabajos que hayan encarado el tema incorporando las críticas a las bases sobre las que dichas tesis se sustentaban: la dureza del régimen señorial, la valoración catastrofista de la expulsión morisca, la aguda crisis del siglo XVII o la misma concepción del feudalismo valenciano como marco global dentro del cual se dio aquel desarrollo. El presente estudio busca hacer frente a los orígenes de las relaciones entre la industria primitiva o protoindustrialización y la industria contemporánea, pero especialmente a las relaciones entre desarrollo agrario y procesos industriales. Es el punto de partida para una reflexión sobre la industrialización valenciana a la luz de las últimas investigaciones desde un caso precoz y singular. Por ello, el estudio se inserta dentro de un plan más ambicioso que, por el momento, sólo recoge los inicios de dicha problemática. En la introducción, el autor sitúa conceptualmente su investigación dentro de diversas propuestas historiográficas. En primer lugar, la de la transición al capitalismo, haciendo un intento de síntesis de sus diversas interpretaciones. No resulta insólito, afirma, que no haya ningún estudio global que muestre satisfactoriamente los rasgos generales del proceso de transición, en un país donde la industrialización parecía haber llegado con siglo y medio de retraso. En consecuencia, la pregunta clave que motiva el presente trabajo sería: si el desarrollo industrial no tuvo lugar hasta los años sesenta del presente siglo, ¿a qué se debe la importancia y precocidad de la ciudad de Alcoy? ¿Cuáles fueron las circunstancias -y su grado de excepcionalidad- que marcaron su desarrollo diferenciado? La respuesta clásica, ya superada, es que la parquedad agrícola y ganadera pudo explicar la "vocación" industrial de Alcoy; respuesta imprudente, afirma el autor, por el escaso conocimiento que se tenía de la agricultura alcoyana cuando se escribieron esas palabras dos decenios atrás. Una segunda propuesta es la caracterización del siglo XVII. Siguiendo a Hobsbawn, Torró señala que la crisis de la centuria dio lugar a una concentración de recursos que facilitó a las economías mejor situadas el paso definitivo al capitalismo, una vez superada la recesión. Epoca de formación de la mayor parte de E. Giralt, "Problemas históricos de la industrialización valenciana" (1968), Estudios geográficos, 112-113, pp. 369-394 M. García Bonafé , "El marco histórico de la industrialización valenciana" (1974), Información Comercial Española 485, pp. 135-146. R. Aracil y M. Garcia Bonafé, Industrialització al País Valencia (el cas d'Alcoi), (1974) Valencia. 265 Crítica y reseña de libros las regiones protoindustriales de Europa, en este período se gestaron nuevas formas de producción industrial directamente relacionadas con una expropiación más o menos parcial del campesinado, que va a necesitar fuentes suplementarias de ingresos. Este podría ser el caso alcoyano: en 1730, el 67,4% de la población activa del sector agrícola era calificada como "jornalera". El modo de producción feudal, dice siguiendo a Kriedte, caracterizado por el dominio de la pequeña explotación familiar y por la separación entre los procesos de producción y apropiación, era un obstáculo evidente para la consolidación de estas tendencias históricas. Y aquí, Torró hace una tercera propuesta relacionada con el tipo de feudalismo que se va a encontrar en esta zona de la montaña valenciana en el seiscientos. Su propuesta -que después comentaremos- va en la línea de destacar, por una parte, la considerable autonomía política y fiscal que los furs daban a las poblaciones de realengo, y por otra, en rechazar la interpretación que asimila feudalismo a enfiteusis. Ello le va a permitir subrayar la importancia de la propiedad plena, la explotación directa y el arrendamiento. Consecuente con lo dicho, Torró expone sus objetivos adelantando, al mismo tiempo, algunas de sus conclusiones. Esto es: el grado de relativo desarrollo de la agricultura alcoyana; la caída tendencial de la tasa de sustracción de la renta feudal de la tierra, hecho que favorecerá la acumulación; los efectos de la expulsión de los moriscos, que pudieron ser ambivalentes, ya que, en algunos lugares, facilitaron la concentración de la propiedad de la tierra, y en otros frenaron este proceso, que vendría de antes; la valoración del crédito como forma de extracción de la renta agraria y de empobrecimiento del 266 campesinado; la importancia, en fin, de las actividades de producción y comercialización de paños en el Alcoy de inicios del siglo XVII. A continuación, Torró expone sus argumentos siguiendo un esquema clásico: el medio, territorio y poblamiento, donde se estudia la formación del paisaje agrario alcoyano y su espacio urbano; los hombres, la evolución de la población en los siglos XVI Y XVII; el señorío, donde estudia las relaciones entre el poder municipal y la oligarquía urbana, y la evolución y composición de la "renta feudal" en favor del rey. Esta renta estaría compuesta, según el autor, por el tercio diezmo, el conjunto de los monopolios y las rentas provenientes de la condición del rey como propietario, tanto de lo que tenía cedido en enfiteusis, como de lo que arrendaba. Su importancia es relativa en Alcoy a lo largo del siglo XVI -15231602-, pues mientras la población aumentaba cerca del 70% y la producción cerca del 60%, la "renta feudal" lo hacía en un 35%. Al análisis de los precios, tendencias y movimientos coyunturales de la estructura productiva y ganadera y a la comercialización de la producción, dedica el siguiente apartado. La propiedad de la tierra y el problema de los censales ocupa un lugar destacado en la exposición, seguido de los capítulos dedicados a las relaciones de producción y a la protoindustrialización. Un matizado apartado de conclusiones cierra el trabajo. Son muchas las cualidades y aportaciones de su estudio. Algunas de alcance general, otras más específicas. Así, habría que destacar el análisis crítico y ponderado de las fuentes documentales, especialmente de las que requieren elaboración estadística (por ejemplo, el morabetín, los censos enfitéuticos y arren- Critica y reseña de libros damientos de propiedades del patrimonio real, o las rentas municipales). Su conocimiento general de las problemáticas historiográficas que trata; su esfuerzo por articular de la manera más sólida posible los diferentes planos de análisis de la realidad histórica, con pretensión "totalizadora"; su critica a la utilización generalizadora y abusiva de conceptos centrales en el estudio de las sociedades agrarias, como el de economia campesina o el régimen de enfiteusis -que en Alcoya principios del siglo XVII no superaba el 10% del total de la tierra-, con el que se ha identificado el feudalismo valenciano hasta hace muy poco. Así también, es mérito general del libro el intento del autor por insertar dentro de los diversos marcos teóricos las situaciones locales y comarcales que encuentra en AIcoy. Las aportaciones del estudio también son de destacar. En primer lugar, la utilización dinámica del concepto de hábitat rural y urbano, que le lleva a cuantificar por primera vez la superficie cultivada y regada y el grado de concentración parcelaria del campo a principios del seiscientos. Además de las relaciones entre el regadío y el secano. No es casualidad que el crecimiento de la población alcoyana en el siglo XVI -concretamente entre 1499 y 1584- sea de un 189,6%, favorecido por el aumento de la producción agraria que el autor comprueba, aunque haya que considerar la inmigración para explicar ese ritmo de crecimiento del 2,23%. Y en el siglo XVII -entre 1584 y 1732-, de un 26,9%, con una bajada para 1609 de un 20,9%. L1uis Torró saca el máximo partido de la documentación disponible, arriesgándose a interpretar la mortalidad de la población alcoyana a partir del único libro que se conserva de la antigua parroquia del año 1639 -ya utilizado-, y estableciendo conclusiones globales que relacionan el crecimiento de la población con la existencia de las explotaciones vacantes y con la actividad artesanal, para acabar rompiendo el sistema del matrimonio tardío. Su análisis de las consecuencias de la expulsión morisca coincide, además, con la interpretación de Ardit 2, tendente a relativizar sus efectos negativos. De ahí la rápida recuperación desde mediados de siglo. En segundo lugar, son también de destacar las páginas dedicadas al estudio de la comercialización del producto agrario, concretamente al pequeño tráfico comercial, para calibrar la relación existente entre el mercado local de excedentes y la acumulación de capital. Fenómeno unido al de las características del mercado de la tierra en este momento. El perfil sociológico de la oligarquía alcoyana, su composición, ascenso social y vías de acumulación de las que se ha servido, quedan también descritas en el trabajo. El panorama social y económico se completa con diversos apartados dedicados al problema de los censales. En este tema, haría notar especialmente sus comentarios sobre la cronología de las crisis del censal después de 1609 y el papel de las instituciones eclesiásticas en esta coyuntura, bien dispuestas a aprovecharse de ella. Acaba el estudio con un capítulo en cierto modo conclusivo: los gremios y la protoindustrialización, la pañería alcoyana. En él se resume el debate surgido M. Ardit, "Expulsió deis moriscos i creixement agrari al País Valencia", (1987), Afers, 5-6, pp. 273-316 267 Crítica y reseña de Libros en torno al tema y se sientan sus líneas teóricas. Kriedte, Medick y Schlumbohm, por un lado, y por otro Torras, le sirven de referencia para establecer su propio marco de investigación: las condiciones de partida y la conceptualización básica. Torró expone la tipología de la producción pañera de Alcoy, que poco antes de la expulsión era de factura poco innovadora -un 85,2% del total de la producción y el 94% de su valor-. Según el autor, la pañería alcoyana asumió la nueva tendencia europea de las new draperies, decantando hacia ella una gran parte de la producción. Analiza, además, la comercialización y la producción, centrándose en dos aspectos: las técnicas utilizadas en la distribución y los mercados a los que tenían acceso los tejidos alcoyanos. El Verlagssystem es la relación de producción dominante en la manufactura que más se acerca al caso estudiado, aunque existían otras formas próximas al Kaufsystem. Sin embargo, Alcoy presentaba rasgos específicos: son los productores o una parte significativa de ellos los que, por su posición en el proceso de fabricación, llegaron a dominarlo totalmente, entrando en la esfera de la circulación. De esta manera, pelaires pero también ciutadans controlan y monopolizan, tanto el proceso productivo como la venta. Son evidentes, pues, las conexiones entre la oligarquía local y la producción pañera. Oligarquía a la que se accede precisamente a través del oficio de comerciantes y la institución del Gremi de pelaires. Sentado esto, el autor establece las conexiones entre la agricultura alcoyana antes expuesta y la protoindustria: el crecimiento de aquélla aseguró las bases para el desarrollo de ésta última. Una acentuada concentración de la propiedad de la tierra y un fuerte crecimiento po268 blacional son los rasgos de la estructura agraria local que están por debajo del aludido desarrollo. La expulsión de los moriscos no hizo sino acelerar la concentración de la propiedad en el territorio, preservando capitales y dejando una reserva de mano de obra susceptible de ser utilizada para la manufactura. Al mismo tiempo, frenó el deterioro de las economías artesanas al permitir su acceso a la propiedad o agrandar la que tenían. De esta manera, concluye Torró, al inicio del siglo XVII Alcoy contaba con bases óptimas para una expansión protoindustrial. A pesar de todas estas aportaciones destacables, el libro presentaría a mi juicio objeciones que no se pueden eludir, porque limitan, en ocasiones de forma considerable, el alcance de sus deducciones y conclusiones y en consecuencia, la imagen general del proceso histórico que ha intentado presentar. Algunas de ellas están relacionadas con la complejidad de las cuestiones planteadas y su difícil metodología de tratamiento, que yo mismo he podido comprobar al intentar exponerlas. En primer lugar, el estudio parece mostrarse excesivamente dependiente de los esquemas teóricos de los que ha bebido ... hasta condicionar algunos de los resultados. El uso, a veces poco crítico, de los mismos le hace asumir posiciones teóricas contradictorias que, en último extremo, se transfieren a los resultados. Veamos un par de ejemplos. Unas veces se dan por válidas conceptualizaciones demasiado genéricas del término feudalismo para el análisis de la heterogénea realidad que el autor presenta, el Alcoy del siglo XVII; otras, demasiado restrictivas. Hay, en consecuencia, una utilización del término feudal proveniente de Crítica y reseña de libros diversas tradiciones historiográficas que parece confuso en el momento de contextual izar los procesos analizados. No hay una aclaración precisa del término, aunque lo intenta, para la concreta realidad histórica en que va a ser aplicado. Posiblemente, habría que analizarlo a través de los contenidos del trabajo para concluir su especificidad y semejanzas en relación con los modelos propuestos del feudalismo valenciano. Y más cuando su investigación se sitúa explícitamente en la transición. Es muy importante saber de dónde a dónde se transita para evitar desviaciones innecesarias. Las consecuencias saltan inmediatamente a la vista del lector. Aunque la importancia de la renta feudal -recordemos, tercio diezmo, monopolios y propiedades del rey, bien cedidas en enfiteusis, bien en arrendamiento- radica, según Torró, en que se encuentra en la base de toda la estructura socioeconómica -"es la part de la riquesa creada", dice, "que no resta a mans deis productors, sino que passa a poder de les classes dominants mitjancant mecanismes extraeconomics" (p. 62), "la renda genera tota I'especifitat del sistema" (p. 74)-, podemos preguntarnos si esta caracterización recoge todo el conjunto de relaciones agrarias del campo valenciano en el siglo XVII. El autor utiliza esta vez una concepción del feudalismo excesivamente general. Todo es feudalismo, sin adjetivos, y feudalismo se identifica con renta feudal. Pero no toda renta en el Alcoy del seiscientos es feudal. Renta que después asimila a excedente cuando ambos conceptos pueden implicar relaciones sociales diversas. El autor, después de sus formulaciones teóricas, podría haber problematizado el concepto, discutiéndolo a partir de la realidad empírica que estudia para evitar confusiones, y más cuando ha demostrado la calidad de arrendador de un sector de la oligarquía urbana. Su caracterización de renta, por tanto, podría aplicarse a muchas épocas y a muchos territorios. Y podría implicar una visión de la sociedad feudal como un bloque cerrado y rígido incapaz de evolucionar en último término y explicable por sí mismo. Nada más lejos de la realidad que el autor analiza. En consecuencia, determinadas cuestiones relevantes para entender los siglos XVI Y XVII, como la discusión sobre el feudalismo, o la delimitación del concepto de renta feudal o el aludido de la oligarquía urbana y sus relaciones con el real patrimonio parecen no plantearse con la suficiente apertura, sino que se exponen en términos más bien cerrados, diluyendo las especificidades propias del momento que se quiere entender. Posiblemente podrían haberse interconectado aquí dos cuestiones: la necesidad de situar más ajustadamente el problema de la propiedad de los medios de producción y la renta feudal dentro del marco de la transición; y, para el ámbito valenciano, el tipo de feudalismo que la conquista inició y los desarrollos que tuvo en cuanto que condicionantes de las modalidades de propiedad que encontramos en los siglos XVI Y XVII. Todo ello matizaría lo suficiente el aparato terminológico utilizado por el autor como para dar explicación clara de la sociedad valenciana, en general, y alcoyana, en particular, del período. Porque ni las relaciones de los grupos de poder con el campesinado y de éstos con la tierra explican, ni son explicadas, sólo por el complejo universo de la renta feudal en este momento, ni ésta da razón por sí misma -aunque es un hecho clave en su comprensión- de las relaciones sociales de clase que se dan en una época tan 269 Crítica y reseña de libros controvertida. Como afirma Tomich 3, habría que superar las simples contraposiciones que han caracterizado el debate de la transición y volver a examinar críticamente la relación entre categorías teóricas y procesos históricos, para reconstruir la historia del capitalismo. Creo que este tema rebaja una parte considerable de sus deducciones, con resultados opuestos a sus propios postulados teóricos. Basta con contrastar las conclusiones a que llega, por ejemplo, en uno de los apartados posteriores, donde establece el grado de desarrollo asumido por el pequeño tráfico comercial, con la rigidez de sus planteamientos iniciales, para verificar hasta qué punto la teoría no está suficientemente nutrida del material documental que utiliza. Otro ejemplo de uso dependiente y contradictorio de la teoría podría ser el de la autonomía local en relación con las diferencias entre señorío y realengo, y ciudad y campo. Según el autor, la diferencia entre señorío y realengo no radica en su naturaleza sino en su grado de autonomía. Así, durante el feudalismo, dice, las ciudades se caracterizaban por un elevado nivel de autonomía local, rasgo que las diferenciaba del campo, al menos en la época foral. Esta afirmación tan general también puede chocar con la realidad histórica que el autor analiza, no diferenciando entre períodos históricos y estructuras de poder. En principio habría que diferenciar el período medieval y el posterior a la Germanía, cuando las ciudades estrechan su dependencia política respecto de los poderes reales y virreinales. La información local no falta, y hasta el año 1988 una veintena de obras referentes a la Germanía incluían datos sobre el caso alcoyano 4 A esta autonomía, diríamos, política, derivada de su condición de realengo, se añade otra derivada, esta vez, de la naturaleza feudal de la sociedad alcoyana: en definitiva, de la fragmentación de la soberanía política del feudalismo que le daba su particular estatus de ente urbano. Pero que podría entrar en contradicción con su condición de realengo o señorío, dentro de la cual jugarían un papel fundamental las oligarquías locales. Así, la aplicación mecánica de las ideas de Merrington s le puede llevar a sobreponer otro tipo diferente de autonomía, sin precisar lo que el autor explícitamente margina: el origen y naturaleza de la misma. Se trataría, en definitiva, de una autonomía relativa de tipo político y administrativo o fiscal, circunscrita a la oligarquía local en cuanto que poseedora de determinados privilegios, pero también en cuanto que vinculada a la configuración del mercado urbano de redistribución de excedentes, y a la producción artesana. Con posición ventajosa en una y otra actividad. En relación con la distinción entre ciudad y campo, el autor rechaza la oposición tradicional, ofreciendo como alternativa un difuso "proceso de urbanización" que parece diluirse en sus propias palabras. Por otro lado, es también discutible un conjunto de afirmaciones que cho- D. Tomich, "Relaciones sociales de producción y mercado mundial en el reciente debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo". (1987), Manuscríts. 4-5, pp. 209-237. F. X. Blay i J M. Segura (coord.) Guía bíbííográfíca de tAtcoie-Comtet. (1994), Alcoi. J. Merrington. "Ciudad y campo en la transición al capitalismo", R. Hilton. ed. La transición del feudalismo al capitalismo, (1982), Barcelona, pp 241 a 261 270 Crítica y reseña de libros can con lo que hoy día se sabe, por ejemplo, sobre la tenencía perpetua de la tierra por parte del campesinado. Según Torró, las dificultades por parte de los señores de mantener un nivel elevado de coerción y el insuficiente aliciente que para ello tenían, unido a la existencia de la propiedad compartida o escalonada de la tierra como caracteristica esencial del modo de producción feudal, hicieron posible la consolidación de una tenencia perpetua de la tierra por parte del campesinado. Para añadir más adelante, ante la pregunta fundamental de por qué los señoríos valencianos no estuvieron acompañados de una gran propiedad territorial consolidada, que la causa radica en el fuerte nivel de resistencia campesina especialmente sus estratos medio y alto-, aliada con la pequeña nobleza y las clases ciudadanas: en definitiva, quienes realmente detentaban la propiedad de la tierra. En el primer argumento, el protagonismo del proceso histórico lo tienen unos señores con dificultades y poco motivados para imponer un alto grado de coerción; en el segundo, una alianza intemporal de campesinos, pequeños nobles (cuya importancia social, según el autor, es escasa en Alcoy) y las clases ciudadanas. Es difícil hacer compatible tales proposiciones. Parece ser que en el País Valenciano, el feudalismo colonial impuesto desde el siglo XIII facilitó el desarrollo y aplicación de una diversidad de derechos de propiedad de base romana (no sólo propiedad compartida) que dificultó la extensión de la jurisdicción señorial en los siglos modernos. Fue un punto de partida inexcusable para los diversos agentes sociales -algunos bien pertrechados en instituciones poderosas, como los señoríos, los consells locales o las iglesias- que se enfrentaron por conseguir, mantener o acrecentar la tierra poseída en los siglos XVI al XVIII y XIX. ¿Qué tipo de estructura, en definitiva, se crea después de la expulsión? La respuesta permanece oscura, no dando razón de un hecho que podría ser esclarecedor, como es la escasa aplicación de la enfiteusis. El autor vuelve a plasmar, pues, dos concepciones historiográficas diversas en unos mismos hechos históricos. El País Valenciano del siglo XVI y XVII que el autor tiene delante no es la Normandía de Bois, referencia básica de Torró, aunque evidentemente haya aspectos similares -además de las variables económicas extraídas de sus contextos-; como hay semejanzas entre todas las sociedades feudales europeas en etapas cronológicas determinadas. Ni tampoco la Inglaterra medieval de Hilton, citada también por él, cuya dinámica feudal busca en la distancia entre la producción campesina y artesana de base familiar y la apropiación feudal y capitalista comercial, hecho que constituía una ineludible debilidad de los apropiadores. Por el contrario, y en contraste con esta realidad parcial, son estratos considerables del propio campesinado del antiguo reino valenciano los que acortaron esta distancia en la agricultura de los hinterlands urbanos, y donde no toda artesanía era de base familiar, ni todo rasgo comercial, capitalista. La contraposición de conceptos parece volver a la superficie distorsionando la explicación de los procesos históricos. De igual manera, la interpretación del mercado de la tierra podría encerrar un sesgo economicista demasiado estrecho para entender la realidad alcoyana del seiscientos. Un mercado de la tierra relativamente desarrollado quería decir muchas cosas en el País Valenciano de 271 Crítica y reseña de libros inicios del siglo XVII. Pero la compra y la venta de uno de los medios básicos de producción como es la tierra en este momento, parece no responder a la expresión unívoca de individuos que entran en una relación de oferta y demanda como agentes económicos abstractos. Detrás de estas acciones, con frecuencia, hay también un fenómeno de endeudamiento que habría que intentar sacar a la luz; hecho que nos lleva a pensar en el tema del mercado de la tierra desde planteamientos más amplios que los utilizados por el autor, introduciendo también otras consideraciones sociales que no se abarcan sólo en términos cuantitativos, sino cualitativos, que interfieren continuamente las transacciones y dificultan la cuantificación del fenómeno. En relación al tema de los censos, Torró, sigue los aclaratorios trabajos de Peset, exponiendo las diferencias de censos -enfitéutico, reservativo y consignativo-, y describiendo las características generales del censal, que identifica con consignativo. Sin embargo, su interpretación de la crisis del mismo parece excesivamente lineal. La compra de tierras pudo ser, en efecto, una vía alternativa a su declive, pero también pudo ser compaginada con otras formas de crédito, o pudo ser seguida por una reorientación de la estrategia del mismo censal: por ejemplo, seleccionar aún más a los censatarios. En definitiva, hacerlo compatible y no excluyente con otras vías como la aludida de la compraventa de tierras, que por sí no tiene que ser más "acumulativa" que la del censal. Ambas pueden utilizarse con los mismos criterios rentistas. Es más, a menudo ocurría que el mismo censal pudo utilizarse como forma de acceder a la tierra sin necesidad de entrar directamente en el mercado. Así lo hicieron algunos clérigos al menos durante el siglo XVII, siendo la forma más fácil y barata en un momento de crisis. De esta manera, la iglesia se benefició de ella aprovechándose del endeudamiento estructural y coyuntural por la falsa puerta de las ejecuciones a los numerosos censatarios insolventes. El uso de los diversos instrumentos de crédito podía hacerse en una u otra dirección según las concretas circunstancias, las específicas coyunturas en que actuaban los diversos agentes sociales y en base a su capacidad económica, la gravedad de la crisis, su percepción, etc. Lo que no quiere decir que no se vean tendencias a largo plazo que puedan cobrar un sentido de modernidad (o "acumulación") cuando todos los datos convergen hacia un determinado proceso (en el caso del autor, siempre la venida del capitalismo). El conocimiento de las actitudes de las diversas instituciones eclesiásticas a lo largo y ancho del país durante el seiscientos -especialmente en su segunda mitad- está dando mucha luz a esta cuestión, siempre y cuando no se asocie permanentemente censal a obstáculo y compra de tierras a estimulo para la venida del capitalismo. Como afirma el mismo Peset, la hipótesis de que la crisis del sistema crediticio basado en los censales desvió el interés de las oligarquías rentistas hacia la compra de tierras "només es pot comprovar amb dades exactes o aproximades en els nivells més concrets" G. La expulsión de los moriscos fue el desencadenante inmediato de la crisis M. Peset, "Unes hipotesis sobre el crédit agrari en l'antic régim" Terte, Treball i Propietat. Classes agráries i régim senyorial als Pai'sos Catalans. (1986) Barcelona, pp 134-148, esp p. 141 272 e rttica y reseña de libros del censal, como bien apunta Torró. Pero el conflicto creado no fue, simplemente, entre "una noblesa detentadora de senyories i una aristocracia alternativa de censalistes", con el triunfo coyuntural de los primeros (p. 150), afirma, citando -de manera demasiado rápida- a Casey. La urdimbre censal era más compleja, no sólo por la vasta red de relaciones que tejió, sino, y sobre todo, porque estaba sustentada en la diversificación de derechos de propiedad y en la dinámica de mercado que presentaban estas sociedades. El censal, a diferencia del censo consignativo castellano -que consignaba un bien inmueble concreto expresamente hipotecado- obligaba toda la persona jurídica del censatario y la generalidad de sus bienes, hecho que contribuyó a hacer de su práctica más que un simple instrumento de crédito por sus consecuencias, ya que poniendo en circulación renta y propiedad, creó una tupida malla de dependencias que alteraba permanentemente los volúmenes de renta poseída al redistribuirla desde los grupos censatarios a los censalistas, y por supuesto, pero no sólo- al separar al campesinado más activo de los propietarios más estrictamente rentistas. El autor podría haber mencionado los importantes trabajos de Tello y Ferrer al respecto, que permiten calibrar el calado social del censal, además de situarlo dentro de la estructura del endeudamiento en el Antiguo Régimen. Por último, y sin quitar la importancia que tiene la concentración de la propiedad para explicar la expansión protoindustrial del Alcoy del seiscientos, habría que resaltar el hecho de que no siempre lleva a un fuerte paro estacional. Torró, no menciona algo básico en las economías preindustriales, como son los recursos comunales o lo que P. Vilar deno- minó "rentas o consumos globales", y más en una zona de realengo como es Alcoy. Este hecho podría limitar los efectos sociales inmediatos que la concentración podría haber ocasionado. La razón de esta carencia en la exposición posiblemente esté en el tipo de fuente utilizada para el estudio de la propiedad de la tierra. A falta de otras, el autor ha acudido a las actas de compraventas, que no permiten alzar un dibujo de la estructura propietaria completa, relativizando mucho las conclusiones. Esta fuente es idónea para el estudio del mercado, pero una vez se conocen las estructuras de propiedad. Difícilmente las sustituyen. En resumen, el libro en cuestión -uno de los primeros trabajos del autores un buen ejemplo de dominio de las técnicas de análisis de fuentes y de incorporación de una metodología "global" para entender la realidad histórica de un territorio concreto en un momento determinado. La obra ofrece bastantes elementos como para hacer necesaria la elaboración autónoma de temas sustantivos, y no tanto de precipitar su identificación con modelos hechos para otras realidades, que parecen contradecir a veces los mismos datos que el autor cuidadosamente ha elaborado, con deducciones aparentemente forzadas en muchos casos. La falta de clarificación en temas importantes, como el mismo de la expulsión de los moriscos, mal situados en el cuerpo del trabajo, y que sólo aparecen cuando son expulsados, limitan el interés de Torró por resaltar los efectos coyunturales de 1609, recortando asimismo algunas de sus conclusiones más novedosas. Ello le hace correr el riesgo de desvirtuar uno de sus principales méritos: la sensibilidad para captar las situaciones mixtas, heterogéneas y complejas que configuran la dinámica histórica. Es verdad que las socie273 e rítica y reseña de libros dades se mueven, cambian y evolucionan a través de lógicas diversas que son sólo accesibles a través del razonamiento científico, pero no lo reproducen. Ya hace años que Thompson nos advirtió contra esas visiones de las sociedades como órdenes sociológicos autorregula- JOSÉ M. torios. Posiblemente sería interesante, poco después de su desaparición, volver a él para evitar estas tentaciones. Jlltuf/liJII Serrano Jaéll l nst itnt Sixto Marco. Elcbe LLORENTE PINTO Tradición y crisis en los sistemas de explotación serranos. El ejemplo de las Sierras de Francia y Gata Salamanca, Diputación de Salamanca, 1995, 363 págs. El paisaje de las sierras salmantinas de Francia y Gata, en el borde Suroeste de la provincia, no es analizado en este libro como un factor rígido, una variable independiente dentro de las relaciones geográficas. Más bien se pretende poner de manifiesto el influjo de los componentes humanos, entre los que hay que contar con los aspectos sociales y demográficos, con el sistema de producción económica y con el sistema de representación cultural. Posiblemente este énfasis en la acción del hombre explique que el autor, especialista en geografía rural, no inicie el libro con un capítulo dedicado a la descripción física del paisaje serrano, lo que no quiere decir que no preste atención a los condicionantes del sistema natural pero lo aborda como resultado de la interacción de una serie de sistemas. La exposición está ordenada en tres capítulos: la organización de las modalidades de explotación tradicionales, la evolución demográfica y, por último, las bases económicas, estructura productiva y sistemas de gestión actuales. En el primer capítulo, el autor no elude la polémica cuando cuestiona la imagen, "idíli274 ca, llena de prejuicios ecologistas", de los sistemas de gestión tradicionales, como un equilibrio entre población y recursos manteniendo en buen estado el medio natural y con características que han pervivido secularmente desde los tiempos del Marqués de la Ensenada. Llorente se basa en este capítulo en una explotación intensiva de la fuente del Catastro pero sin desconocer fuentes anteriores de la Edad Media y posteriores -el Interrogatorio de 1802- lo que permite entender mejor cómo se ha llegado a la situación de 1750 y la evolución subsiguiente. El esquema territorial se articula en torno a los cotos redondos, baldíos y términos concejiles. El primer aspecto histórico de diferenciación espacial, el de los cotos redondos, le sirve para abordar un tema recurrente en la historia salmantina (y castellana en general) como es el de los célebres despoblados afirmando que la mayoría de los grandes cotos redondos serranos no fueron lugares habitados con cierta permanencia y, más tarde, despoblados, sino apropiaciones más o menos directas de los baldíos (p. 34). La importancia de los baldíos, cuyo disfrute pertenecía a la Crítica y reseña de libros Comunidad de Villa y Tierra, se advierte nada más reparar que ocupan más de la mitad de la superficie de estas comarcas serranas. La forma de explotar los baldíos para pastos provocaba distintas fricciones que reforzaban la tendencia a la desaparición de la comunidad de pastos para que cada municipio ordenara mejor los recursos ganaderos. Esto se lograría al fin con lo que se ha llamado el proceso desamortizador, denominación que habría que relativizar (y sustituir por municipalización) por cuanto la mayoría de los terrenos baldíos en el Antiguo Régimen son en la actualidad montes públicos en manos de los ayuntamientos. Por último, con el análisis del tercer tipo de terrenos, el de los términos concejiles, el autor enriquece nuestro conocimiento de los comunales (montes, valles, eras y ejidos, dehesas boyales ...), de los propios y de las tierras particulares parceladas. Después de estas primera páginas conocemos mejor cómo se originaron los baldíos, cómo se fueron municipalizando los comunes y cómo la estructura del terrazgo concejil en hojas servía para organizar el espacio cuando las roturaciones amenazaban el equilibrio agropecuario. La abundancia de terrenos de uso comunal o comunero remediaba la escasez de tierras en propiedad de los vecinos y reforzaban la actividad ganadera de estas comarcas siempre difícil de aislar de actividades en otros sectores pues, como se ha afirmado en general cuando se habla del "campesinado", pero con mucha más razón en estos espacios serranos, lo que domina es la pluriactividad como reflejo de la diversidad ecológica de la montaña, de la escasez relativa del terreno labrado, y quizá de una mayor presión demográfica. Esto no obsta para que J. M. Llorente aborde los cambios operados en la estructura agraria y usos del suelo (del declinar del lino a la extensión de la patata, por ejemplo), en la composición de la cabaña ganadera, y para que se detenga en la importancia de actividades complementarias como la arriería y el carboneo, prácticas habituales de los pueblos serranos que, en el caso del último, adquirió particular auge en el siglo XIX. En el segundo capítulo, se detiene brevemente en los aspectos demográficos para criticar diversos lugares comunes, como atribuir al declive demográfico la causa de la desarticulación social de la montaña. Para empezar, aporta un dato muy significativo: en 1970, cuando la regresión demográfica ya era evidente, la población superaba en un 20 % la de mediados del siglo XIX. No parece que haya que responsabilizar a una menor densidad demográfica de la crisis de las comarcas serranas, sino a cambios cualitativos, como el desequilibrio de las pirámides de población y, sobre todo, al envejecimiento; tampoco se puede soslayar la importancia de la rapidez e intensidad de las pérdidas demográficas más que de los niveles que alcanza en la actualidad la población. Quiero resaltar una apreciación que puede tener interés para otras monografías y análisis más generales de la historia agraria más que por su novedad porque se refiere a unas comarcas más bien marginales (varios pueblos están caracterizados como "fondos de saco", que no conducen a otro sitio) . Pues bien, de la exposición de Llorente se deduce que la crisis del modelo tradicional no es un fenómeno de la década de los 50 de este siglo sino que estaba ya perfilado hacia 1915 cuando la acción de diversos acontecimientos de índole interior y exterior interrumpieron dicha tendencia, una tregua que se rompió con los primeros signos de la liberalización de la economía franquista. 275 e rit ica y reseña de libros Como consecuencia de los cambios económicos, sociales y demográficos han surgido una serie de mutaciones que han afectado especialmente a los sistemas de gestión y a las estructuras productivas. De ello se da cuenta en el último capítulo poniendo en evidencia transformaciones radicales en algunos casos, pero también las huellas que aún existen del pasado; de este modo, el paisaje agrario refleja la yuxtaposición de diferentes modelos productivos y distintos grados de modernización tecnológica. De los cambios en la estructura productiva sobresale el abandono de las tierras cultivadas, por encima de la media provincial, y la expansión del terreno forestal, que si se contabilizaran juntos monte adehesado y matorral arbolado se acercaría casi al 50 % de la superficie total. Aparte de las condiciones ecológicas ha influido la política de repoblación forestal, no exenta de errores pero también de rectificaciones, distinguiéndose hasta tres tipos de repoblaciones y otras actuaciones no sólo forestales que han permitido diferentes mejoras para el aprovechamiento ganadero. El capítulo concluye señalando los cambios en la estructura fundiaria y de la cabaña ganadera. 276 Uno echa a faltar en esta última parte una mayor articulación con el primer capítulo. Aunque ciertamente la información que proporciona el Catastro de Ensenada y la que ofrecen los amillaramientos, los avances estadísticos de la Junta Consultiva Agronómica o los Censos Agrarios es muy desigual y no siempre permite la comparación también es cierto que en algunos aspectos, por ejemplo los relativos a la tenencia y propiedad de la tierra, podría haberse cuantificado de forma más precisa la evolución en el largo plazo. Esta observación no hace disminuir lo más mínimo el interés que para el historiador agrario, no sólo castellano o salmantino, ofrece la obra que comentamos: la explicación de los procesos históricos de diferenciación espacial y la precisión para explicar la evolución de los aprovechamientos agrarios y usos del suelo, demuestran una vez más, que las relaciones entre geografía agraria e historia agraria no son sólo de buena vecindad, sino que se necesitan y complementan mutuamente. Ricardo !?o¡'¡edo Hern.indez Llnrucrsidad de Sdldllldncd e rit ica ANTONIO MONTESINO GONZÁLEZ y reseña de libros (ed.) Estudios sobre la sociedad tradicional cántabra. Continuidades, cambios y procesos adaptativos Santander, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 1995, 342 págs. Este libro constituye, como señala el propio editor, un conjunto de estudios en los que se recogen diversos análisis sobre las variadas realidades de la sociedad tradicional cántabra. A lo largo de sus páginas, diferentes historiadores, geógrafos y antropólogos exponen sus investigaciones relativas al Antiguo Régimen, los cambios y la adaptación a los mismos que tienen lugar con la llegada y desarrollo del régimen liberal en los distintos ámbitos de la sociedad cántabra, así como las persistencias tradicionales en la sociedad actual, y, por último, la oposición de parte de la socíedad a las transformaciones operadas en el tránsito de la Edad Moderna a la Contemporánea. En primer lugar, el editor de la obra presenta una reflexión acerca del concepto actual de "la tradición" en Cantabria. Considera que, hoy día, determinados sectores de la sociedad reducen la conciencia histórica únicamente a ciertos signos: exaltación de un primitivo e indómito pueblo; Cantabria como creadora de Castilla; región independiente cultural e institucionalmente en base a organismos político-territoriales independientes. Todo ello les lleva a elogiar la tradición y la sociedad tradicional exaltando valores como el amor al terruño y la veneración de un pasado ficticio. Montesino concluye que, con este recurso a la tradición, se pretende bloquear lo nuevo y perpetuar lo antiguo, de modo que se transfor- ma en algo represivo que, queriendo proteger a cada individuo dentro de una identidad colectiva anula su libertad individual. Tras la reflexión del coordinador, un primer bloque de artículos incluye los estudios de los historiadores Miguel Angel Sánchez Gómez y de Jesús Maiso González, a través de los cuales se obtiene una visión de Cantabria en la época moderna. El primero de ellos, autor del artículo que lleva por título "Pervivencias feudales en Cantabria. El caso del señorío en el Antiguo Régimen", analiza la presencia del régimen señorial en Cantabria. El autor rechaza la idea de que, en esta región, la implantación del señorío no tuvo tanta fuerza como en otras partes del país, puesto que la documentación por el estudiada revela que en vísperas de la revolución liberal entre el 30 y el 40% del territorio estaba sometido a jurisdicción señorial. Pero asimismo afirma que la regresión del señorío era patente, ya que las oligarquías urbanas y la hidalguía se iban imponiendo progresivamente junto a las nuevas formas de entender las relaciones socioeconómicas, sobre todo en lo que al concepto de propiedad se refiere. Sin embargo, y a pesar de su decadencia, el señorío presenta mayor pervivencia en los extremos orientales de la región, puesto que se observa un claro monopolio sobre los medios de producción y los cargos concejiles. Por su parte, Jesús Maiso, con su artículo "Individuo y comunidad en la 277 Crítica y reseña de libros Cantabria de la época moderna", presenta una reflexión acerca de la consideración del "ser" cántabro, y para ello se vale de la historiografía de la época, cuatro "Historias de Cantabria" fechadas en los siglos XVII y XVIII. Tres de ellas corresponden al siglo XVII y están muy influidas por los falsos cronicones; la cuarta data del siglo XVIII y se muestra más crítica con las fuentes empleadas. A pesar de las diferencias todas ellas tienen como objetivos la exacta delimitación geográfica de la antigua Cantabria y la individualización de la región frente a Castilla, a la cual siempre se había sentido supeditada. Un segundo conjunto de artículos lo integran los referidos a las transformaciones experimentadas por los diferentes ámbitos de la sociedad cántabra desde los últimos decenios del siglo XVIII hasta, prácticamente nuestros días. Así, Rafael Domínguez Martín, con el artículo "Campesinos racionales con estrategias adaptativas", y Eloy Gómez Pellón, a través de "La casa de labranza en Cantabria: estructura y cambio", exponen las variaciones habidas en las explotaciones agrarias cántabras en el tránsito de Edad Moderna a la Contemporánea. Ambos coinciden en el hecho de que la economía campesina pasó del autoconsumo a una creciente vinculación mercantil. La diferencia estriba en que Gómez Pellón considera que el carácter autárquico de la explotación campesina se mantuvo prácticamente inalterable hasta la segunda mitad del siglo XIX. A partir de entonces el crecimiento demográfico puso a prueba a la casa campesina como unidad autárquica, lo cual llevó a la búsqueda de diferentes soluciones, siendo la fundamental la reorientación del terrazgo hacia la explotación ganadera; ello favore- 278 ció la creación de pequeñas empresas de transformación de derivados ganaderos, entrando de este modo la economía campesina cántabra en la vía mercantil en los años finales del siglo XIX. Sin embargo, Domínguez Martín considera que el citado tránsito se produjo ya en el siglo XVIII, puesto que la insuficiencia de su economía obligó al campesino a vincularse al mercado de diversas maneras: venta de los pocos excedentes que pueda haber, diversificación de actividades (ganadería, recurso a los comunales, trabajo fuera de las explotaciones); por consiguiente el campesino cántabro se adaptó a los mecanismos mercantiles al tiempo que pudieron hacerlo otras regiones españolas y europeas. Por su parte, Alberto Ansola Fernández, autor de "Las gentes marineras, una aproximación a los cambios socioeconómicos en las comunidades pescadoras cántabras (siglos XIX y XX)", muestra como tales comunidades registran, en la segunda mitad del siglo XIX, un cambio sin precedentes que modificó su modo de vida en lo más profundo. En dicho proceso de cambio cabe destacar dos etapas: la primera, del último tercio del siglo XIX al primero del presente siglo, a lo largo de la cual se introdujeron los primeros avances tecnológicos en la pesca, se configuró la industria conservera y salazonera, y se iniciaron unas nuevas relaciones sociales de poder y producción, a través de la concentración de la propiedad en unas pocas manos. La segunda, desde el fin de la Guerra Civil hasta la actualidad, se caracterizó por la intervención estatal, la consolidación del cambio tecnológico y finalmente las nuevas actividades (turismo), que acabaron de modificar las prácticas socioculturales y las formas de vida más típicas. Crítica y reseña de libros Aún cuando se comprueban tal cúmulo de cambios, también se observan ciertas persistencias de tipo tradicional, tales como la remuneración "a la parte", las cofradías de pescadores, y ciertas representaciones festivas. Pero, tal como señala el autor, dichas persistencias, más que resistencias al empuje capitalista, provienen de la adaptación a los cambios. Elena Martin Latorre y Ángela Meer Lecha-Marzo estudian el proceso de transformaciones urbanísticas que ha conocido Santander desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días. Las autoras establecen una serie de fases, en las que explican los cambios acaecidos así como las causas que los originaron. Así, a partir de la intensificación del comercio con América, que provocó la remodelación y ampliación del puerto, se inició un proceso que llevó a Santander a constituirse, en el siglo XIX, como una ciudad comercial y residencial, caracterizada por sus modernas infraestructuras portuarias y barrios comerciales, perdiendo el carácter medieval que había mantenido durante siglos. Desde entonces, los continuos planes urbanísticos y, en especial, la reconstrucción del centro histórico a raíz del incendio de 1941, transformaron radicalmente la ciudad, configurándola como una urbe desagregada, pero a la vez altamente dinámica. Por último, en cuanto al conjunto de modificaciones habido en la sociedad cántabra, Aurora Garrido Martín, con su artículo "Clientelismo y localismo en la vida política de Cantabria, 1875-1931", muestra cómo, al igual que en el resto de la Península, dicho período, se caracterizó, en el plano político, por el caciquismo primando los intereses particulares sobre los generales y colectivos. Tras el análisis de los cambios, la persistencia actual de lo "tradicional" la apunta Ana Mª Rivas Rivas, con su trabajo, "Los espacios sociales y sus dimensiones simbólicas: nacer vecíno, ser vecíno", señalando como se mantienen en la actualidad las diferentes concepciones tradicionales de la solidaridad vecinal. La máxima valoración de la solidaridad vecinal se observa en los valles interiores, donde el "ser vecino" supone un conjunto de derechos y deberes e implica una forma de organizarse, regirse y administrarse en comunidad, siendo el pueblo, en tal área, el nível ídentítarío prímordíal. Por contra, para las gentes de la costa, el "ser vecino" tiene otro signifícado, buscándose la autosuficiencia: cada familia aspira a prescindir de la ayuda ajena, de modo que la familia es el núcleo básico de identidad. Ambas valoraciones del "ser vecino" se han mantenido a lo largo del tiempo y hoy presentan absoluta vigencia. Fínalmente, y como colofón a la obra, el artículo de Manuel Suárez Cortina, "José María de Pereda: tradición, regionalismo y crítica de la modernidad", atañe a la postura contraria de algunos contemporáneos influyentes a los cambios experimentados por la sociedad cántabra en el siglo XIX. Elige, para ello, la prominente figura del literato José María de Pereda, el cual, lo mismo en sus obras de juventud, como en las de madurez, se mostró defensor del modo de vida propio del Antiguo Régimen y critico con la modernidad en todas sus manifestaciones (tecnológicas, políticas, de pensamiento, etc.). Defendía Pereda, en efecto, el viejo modelo de comunidad rural organizado de arriba a abajo, en el que el poder y el dinero no se utilizaban del modo en que lo hacían los nuevos grupos sociales emergentes. 279 Crítica y reseña de libros En definitiva, se puede enjurcrar este libro como una importante obra colectiva que, desde un punto de vista crítico, ofrece una visión de conjunto de la realidad cántabra en un período tan rele- CARLOS F. vante como el del paso de la Edad Moderna a la Contemporánea. M" LlliM Carda Amiia Santiago de Compostela VELASCO SOUTO Agitacións campesinas na Galiza do século XIX Santiago de Compostela, Laiovento, 1995, 125 págs. Frente a la idea de una Galicia rural tradicional, interpretada como una arcadia de paz y armonía, y al margen de las expresiones de conflictividad características de la Europa en transición a la contemporaneidad, Carlos Velasco nos propone una visión que, no por rupturista, supone una novedad. Este aparente contrasentido se aclara por sí mismo al introducirnos en las páginas de la obra, pues si bien resulta clara la intencionalidad "rupturista" de un autor que, como primer objetivo, busca el derribo de una serie de tópicos que han marcado como losas las interpretaciones históricas de la Galicia contemporánea, por otro lado también es evidente su herencia respecto a dos escuelas historiográficas, consolidada la una y en vías de ello la segunda. En primer lugar, Velasco se inserta en la rica tradición "conflictivista" que tuvo como maestros entre otros a Hobsbawm, Thompson y Rudé. En este sentido, nos propone una aproximación a las "resistencias antiseñoriales en el tránsito del Antiguo Régimen a la sociedad liberal" desde un punto de vista de clase, en el que se integran las fricciones entre dos bloques sociales diferenciados, pero muy heterogéneos en su composición interna: los perceptores de rentas y los pagadores. 280 Por otro lado, el autor bebe de una segunda y más reciente tradición, aquélla que, originada en las monografías comarcales de Eiras Roel, derivó, a partir de las obras de Ramón Villares y Pegerto Saavedra, en la búsqueda de nuevos modelos interpretativos para el estudio del mundo agrario en la Galicia moderna y contemporánea. Velasco reconoce así aportar nuevos elementos de análisis para un período (la crisis del Antiguo Régimen) que, en los aspectos de conflictividad social agraria, no presenta la riqueza historiográfica del final del siglo XVIII y el primer tercio del XIX. Como protagonista, se escoge a un campesinado que supone, a comienzos del siglo XIX, el segmento más amplio de la población y que, al contrario de lo que los tópicos dejaron establecido, se mueve durante la crisis de Antiguo Régimen buscando la mejora de su situación sobre la tierra en consonancia con lo que está ocurriendo en otras partes de la península. En esta línea, el campesino percibe las oportunidades que los cambios legislativos auguran de cara a quitarse de encima las cargas derivadas del señorío, así como de conquistar el dominio pleno del terrazgo. A esta conclusión llega el autor tras un estudio concienzu- Crítica y reseña de libros do de la documentación que, de los pleitos sobre la propiedad presentados en la Real Audiencia se conservan en el Archivo Histórico del Reino de Galicia (La Coruña) Hay que agradecer, además, la delimitación de unas coordenadas concretas espacio-temporales de la conflictividad, así como el intento de establecimiento de una tipología de sus diversas manifestaciones. En el primer aspecto, Galicia no aparece como un todo homogéneo, sino que se da una diversificación del conflicto según áreas geográficas. Así, la Galicia oriental en torno al río Sil y comarcas montañosas adyacentes se presenta como la región en la que los conflictos son más abundantes y virulentos. Velasco aporta el dato de que se trata del área en que las facultades jurisdiccionales tienen más importancia, así como más sofisticación las formas de organización campesina (es una región de foros colectivos). Por otro lado, en las coordenadas temporales, se escoge un período delimitado en sus inicios por las consecuencias de la guerra contra Francia (empobrecimiento general de la población, inseguridad, crisis de legitimación política) y del decreto de abolición de los señoríos de 1811, Y por la interrupción de las expectativas generadas por el Trienio Liberal en su final. En este sentido, se recalca la liquidación de unas resistencias que, hasta el sexenio, no volverán a adquirír formas colectivas significativas. En cuanto a las tipologías, es quizá, donde el análisis del autor alcanza una mayor riqueza de matices, consiguiendo una amplia enumeración de aquéllas que Scott calificó de formas de resistencia cotidianas. Encontramos, entonces, una coexistencias de formas tradicionales de resistencia con el amparo en las nuevas medidas legislativas, algo que fue señalado por Hervés et elii en una comunicación presentada al VII Congreso de Historia Agraria (1995), con el predominio del recurso a los pleitos y por tanto del respeto a la legalidad vigente (coincidiendo con los conflictos estudiados por Pegerto Saavedra para el Antiguo Régimen). La conflictividad, como corresponde a su origen en la imposición de una nueva coyuntura política, no implicará por tanto un cuestionamiento de unas estructuras socioeconómicas que mantienen su fortaleza durante buena parte del siglo XIX. Sin embargo, sí aparece un aspecto novedoso en el surgimiento de una conciencia de fortaleza frente a las exacciones señoriales, amparada, además, en determinados elementos ajenos al mundo campesino que, por su filiación liberal, fomentan la trasmisión de la propaganda antiseñorial (elementos burgueses, sectores del clero, autoridades locales, etc.) Pero los límites de la vía judicial imponen el recurso a una gama variada de tácticas, que están a medio camino entre lo espontáneo y las tentativas de organización. Por ejemplo, serán frecuentes las acciones tumultuarias (que, en algunos casos, se agravarán mediante la acción militar) y hay constancia de resistencias antidecimales, motines antifiscales y conflictos violentos por servidumbres de paso o apropiaciones de comunales. Resulta muy interesante la menor conflictividad en torno al diezmo, que se va a centrar sobre todo en la resistencia a su aplícación a cultivos nuevos como la patata. Además, el autor aborda la cuestión del bandolerismo alineándose con López Morán y Pegerto Saavedra en la negación de la figura del "bandolero social" para el caso gallego. 281 e rítica y reseña de libros La presencia de esta "rebeldía campesina" en sus distintas formas lleva al autor a deducir la posesión de un cierto grado de "conciencia social", la presencia de "formas de organización o acción colectiva" y la constancia de una situación de "lucha de clases" en el campo gallego de principios del XIX. Es quizá en estas últimas interpretaciones donde pueden surgir más elementos de debate. Velasco habla con cierta frecuencia de un "movimiento popular de resistencia", aunque contradictoriamente reconoce el carácter espontáneo de las formas de protesta y su conexión con la conflictividad característica de Antiguo Régimen, dada la carencia de un "proyecto social alternativo" (de hecho la adquisición de las "ideas derivadas" de Rudé vendría a través de la acción de los agítadores). A partir de su propio discurso, nos inclinaríamos por apelar a las conceptualizaciones aportadas por Scott y propuestas para el caso gallego por Hervés et alií en torno a las estrategias de acción colectiva, cuestionando interpretaciones como la que hace Velasco de "movimiento popular". Precisamente, el propio autor reconoce las dificultades existentes para una descripción interna detallada del campesinado, auténtico sujeto activo del modelo por él propuesto. Si bien consigue distinguir la situación de los "cabezaleros", enfrentados con unos y otros por su ascendencia campesina y su función al servicio de los perceptores, no ocurre 282 así con los otros sectores. Además, es discutible la caracterización de la conflictividad en este momento de transición bajo el aparato teórico de la lucha de clases (algo que, por otro lado, hizo en su día R. Brenner), cuando lo que se cuestiona no es el reparto de los medios de producción, sino una reestructuración de las relaciones sociales de propiedad al amparo de las estructuras socioeconómicas vigentes. Pero por encima de estos elementos de discusión, es necesario subrayar la valía de una obra que profundiza en las brumas de un período tan confuso, consiguiendo rescatar unos conflictos que llegaron a poner en graves aprietos a rentistas tan poderosos como la Casa de Ribadavia. Además, el autor manifiesta una gran lucidez al recalcar en las conclusiones la fortaleza de las estructuras económico-sociales y, en definitiva, la derrota de unas aspiraciones que vieron frustrado su camino hacia la propiedad plena por la conjunción de los intereses burgueses y rentistas. Incidimos, pues, en los valores de un trabajo que nos presenta, además, en sus apéndices algunas joyas históricas como los pasquines y comunicados liberales propagados por algunos frailes de la zona del Sil, así como documentos judiciales de inestimable valor. Antonio Berndrdez Sobreira Unioersida.! de SClIltiago Crítica y reseña de libros TH. CHARMASSON (dir.), A.M. LELORRAIN ET Y. RIPA L'enseignement agricole et vétérinelre de la Révolution a la Libération. Textes officiels avec introduction, notes et annexes Paris, Institut National de Recherche Pédagogique, 1992, CXLV + 746 págs. Hace ya algún tiempo que en el Noticiario de Historia Agraria (nº 7), Carmen Sarasúa daba cuenta de la celebración en Pisa del congreso denominado La agricoltura come manifattura. Istruzione agraria, professionalizzazione e sviluppo agricolo nell'Ottocento. En su reseña, indicaba que la segunda sesión del mismo había estado dedicada a analizar la difusión de la instrucción agraria en Europa, expuesta por especialistas de Alemania, Inglaterra y Francia, a fin de servir de punto de referencia a las múltiples comunicaciones que, sobre dicha cuestión en el caso italiano, protagonizaron sesiones posteriores. Pues bien, habiendo tenido oportunidad los lectores del Noticiario de conocer la aportación de E.J.T. Collins sobre el caso británico (en el número 8), queremos hacer referencia aquí al caso de Francia, mediante el comentario de la obra citada, cuya directora, Thérése Charmasson, fue la especialista encargada de hablar sobre dicho país en el mencionado congreso italiano. El libro se inicia con una breve presentación de las autoras, cuyo contenido podríamos suscribir plenamente para el caso español, aludiendo al escaso conocimiento que se tiene de la historia de la enseñanza agrícola y veterinaria en Francia, incluso por parte de quienes, por su oficio o su papel en la gestión pública, están más cerca de dicho campo de actuación. Para apoyar dicha afirmación, las autoras señalan el hecho de que la única obra de conjunto de la que se dis- pone sobre dicha cuestión data de 1953 (René Chatelain: L'agriculture trenceise et la formation professionnelle) , mientras que la abundantísima producción destinada a la historia rural o a las grandes síntesis históricas son muy parcas, o simplemente ignoran, la enseñanza y la divulgación agronómica. Hemos de señalar, sin embargo, que esta reflexión pesimista de las autoras no se aviene del todo con la imagen que uno se forma, tras haber consultado el apartado dedicado a la producción bibliográfica de los últimos quince años que la obra incluye (pp. 530-539), pues, si bien es cierto que parecen pocas las síntesis generales registradas, también lo es que los estudios regionales y sectoriales son muy abundantes, hasta el punto que, desde octubre de 1986, se publica una revista especializada en dicho campo, Annales d'histoire des enseignements agricoles. Justificada de esta forma la necesidad social o, al menos, académica, de una obra como la que comentamos, las autoras plantean la perspectiva desde la que abordan su estudio: establecer una historia institucional de las estructuras de la enseñanza agrícola, perfilando la génesis y la evolución de los diferentes niveles y de los distintos tipos de establecimientos, todo ello a partir, básicamente, de los documentos legales que los alumbraron o de la documentación administrativa que generaron a lo largo de su etapa de funcionamiento. 283 Crítica y reseña de libros Por ello, la obra resultante, fruto de la colaboración entre una especialista en archivística, que es a la vez la coordinadora del volumen, y dos historiadoras, está dividida en tres partes estrechamente imbricadas entre si y que hacen de la misma un verdadero modelo a seguir. Una introducción general, en la que se establecen las coordenadas y los hitos fundamentales en el proceso de institucionalización de la enseñanza agrícola, forestal y veterinaria en el país vecino, apoyada por un conjunto de mapas departamentales en los que queda reflejada la localización de los establecimientos analizados. En segundo lugar, y ocupando casi la mitad de la extensión de la obra, una selección de 113 textos legales y otro tipo de documentos, que sirven tanto para hilvanar en las propias fuentes el panorama general que se ha presentado en la introducción, como para facilitar el acceso a las mismas de los especialistas y, en general, de los interesados en la materia. Y, finalmente, un exhaustivo repertorio de fuentes y de bibliografía, sesudamente organizado y sistematizado, para que la consulta del material sea lo más ágil y provechosa posible. Con respecto a estos dos apartados de afloramiento, catalogación y sistematización de fuentes, que constituyen el objetivo explícito de la obra y que son fruto a su vez de un proyecto de investigación promovido por el Institut National de Recherche Pédagogique, creo que no hay más alternativa que congratularse ante el concienzudo trabajo de archivo llevado a cabo por el equipo. Estos tres grandes apartados se organizan, a su vez, en función de las tres principales etapas en las que, según las autoras, es posible dividir la evolución de las enseñanzas agricolas y veterinarias en Francia entre 1793 y 1943, 284 periodo al que se refieren los documentos recogidos en la segunda parte del libro. De la primera de dichas etapas, que cubre el lapso que va desde las iniciativas fisiocráticas de finales del siglo XVIII hasta 1848, merece destacarse, en primer lugar, el proyecto presentado por Francois Rozier, citado generalmente por las fuentes españolas coetáneas como abate Rossier, y por Francois de Neufchateau, valedor de dicha iniciativa en el periodo napoleónico, para la organización de una escuela de economía rural, y que, si bien no llegaría a fructificar, suele considerarse como el primer proyecto moderno de una escuela de agricultura práctica orientada al conjunto de la población campesina, lejos por tanto del elitismo propio de las iniciativas ilustradas. De la etapa revolucionaria quedan, además, todo un conjunto de iniciativas legislativas y de proyectos, algunos de los cuales aparecen recogidos en el repertorio documental del libro, que ponen de manifiesto la confrontación que se produjo desde muy temprano, y que perduró durante todo el siglo XIX, entre quienes creían que la enseñanza agrícola debía estar integrada en la instrucción elemental y los que defendian su organización como una rama específica de la educación técnica, en establecimientos creados a tal fin. Fue, sin embargo, en la etapa de la Restauración y de la Monarquia de Julio, cuando la institucionalización de la enseñanza agrícola, paralela a la construcción del Estado francés moderno, dio sus primeros pasos. Destaquemos la creación de escuelas técnicas, dedicadas a formar cuadros para la administración del Estado, como las de aguas y bosques o las de veterinaria; la organización de una e rit t ca y reseña de libros pirámide jerárquica de organismos ~en 1838, el Ministerio correspondiente adopta ya el nombre de Travaux Publics, de l'Agriculture et du Cornerce-> como el Consejo Superior de Agricultura o las jefaturas departamentales; y las iniciativas privadas que, apoyadas o subvencionadas por el propio Estado como la escuela de Grignon, acabaron convirtiéndose en importantes centros para la formación y la experimentación agrícola, y que tan profunda admiración despertarían en sectores vinculados con el mundo rural y con la enseñanza técnica en nuestro país, unas décadas más tarde. En este contexto general de dinamismo, Charmasson llama la atención sobre el proyecto de 1845 de crear una estructura estatal completa para la enseñanza de la agricultura, dependiente directamente del Estado, que racíonalizase y jerarquizase las iniciativas que se habían ido sucediendo en los últimos 30 ó 40 años, y que tendría su primera y más efectiva concreción en la puesta en marcha de un elevado número de granjasescuelas para la formación de capataces agrícolas, dependientes del Ministerio de Agricultura y Comercio. Es decir, con el texto legal de 1847 nacía oficialmente la enseñanza profesional agrícola en Francia, concretada en el primer eslabón de una cadena que, en un futuro no lejano, estaría integrada por tres niveles: inferior, medio y superior. De la segunda gran etapa establecida en la obra para sintetízar la evolución de la enseñanza agrícola y veterinaria en Francia, 1848-1912, fecha ésta última que coincide con un nuevo proyecto legislativo sobre la organización de la enseñanza profesional agrícola, dice Charmasson: "El período que se extiende entre 1848 Y 1912 es un período clave para la enseñanza agrícola. Es durante estos casi sesenta años cuando se consolida realmente. Es tambíén durante este período cuando aparece de forma nítida la distinción entre dos tipos de enseñanza agrícola. Por un lado, la enseñanza "profesional" agrícola, dependiente del Ministerio de Agricultura, que dispensa, a diferentes niveles, una enseñanza específica a tiempo completo y constituye progresivamente una enseñanza "técnica" agrícola, que no afecta más que a un número reducido de alumnos. Por otro, la enseñanza de la agricultura dentro de la instrucción básica, y particularmente en los estudios primarios, que se dirige, como tal, al conjunto de los alumnos de las áreas rurales. Su desarrollo responde a un doble objetivo: frenar el éxodo rural y promover una agricultura moderna, liberada de la rutina" (p. XLIII). Dicha organización de la enseñanza agrícola, coincidente en el tiempo con la crisis agrícola de 1845 y con la sacudida revolucionaria de 1848, era, además, vivo reflejo de la estructura social que se había ido consolidando en el mundo rural francés como resultado de la revolución liberal: mientras que en los institutos agrícolas o escuelas regionales de Grignon (región de París) y de Grand-Jouan (Rennes), recibían formación un reducido número de alumnos pertenecientes, en su mayoría, al estrato superior de los grandes propietarios agrícolas y de los grandes granjeros ~una formación teóricopráctica que preludia la de nuestras escuelas superiores de ingenieros agrónomos y de peritos aqrícolas-c-, en las 25 granjas-escuelas que se habían organizado a partir del decreto de 1847 recibían una formación, eminentemente práctica, los hijos del campesinado acomodado, que constituían el grupo social do285 e rítica y reseña de libros minante en las cabeceras departamentales. Fuera quedaba toda la enorme masa de los pequeños campesinos, sumidos en la rutina y, cada vez más, abocados al éxodo rural, lo cual lleva a Charmasson a afirmar que, "Seule une infime partie de la population rurale est donc touchée par I'enseignement agricole" (p. XLIII). Tras los cambios de orientación, más o menos coyunturales, introducidos durante el II Imperio, Charmasson llama la atención sobre el afianzamiento definitivo del edificio proyectado en 1847, gracias a las medidas tomadas por los diferentes gobiernos de la III República, hasta las vísperas de la Gran Guerra, período que coincidíría con las profundas transformaciones del mundo rural francés provocadas por la extensión de la filoxera y la crisis finisecular. Así, tomando como referencia la fecha de 1900, habrían quedado delimitados tres niveles con características y finalidades bien diferenciadas: 1) La enseñanza superior, que de forma semejante a como ocurre en la actualidad, presentaba ya dos niveles: el más alto, que se desarrollaba en el Instituto Agronómico Nacional de París y que, desde 1892, daba acceso al título de ingeniero agrónomo y el inferior, que daba acceso al título de diplomado, el cual se obtenía en las tres Escuelas Nacionales de Agricultura (Grignon, Rennes y Montpellier) o en las que el Estado mantenía para la formación de cuerpos administrativos especializados: veterinarios, agentes de remonta o forestales. 2) La enseñanza profesional agrícola de grado medio, orientada según los informes que acompañan a los textos legislativos, a los hijos "de la pequeña y mediana propiedad", y que tendió poco a poco a absorber a las antiguas granjasescuelas para la formación de capataces agrícolas. 286 3) La enseñanza elemental y la divulgación que, aparte de mantener y potenciar la que se impartía en la instrucción general obligatoria, se abrió a partir de 1900 a nuevos campos de actuación. No hay más que asomarse al mapa recogido en la página CX para hacerse cargo de la envergadura de este esfuerzo, consistente en dotar a todo el mundo rural francés de unos medios adecuados para impulsar la innovación agrícola, cuya incidencia real habría que analizar poniendo en relación los datos aportados por esta obra, con los proporcionados por otros estudios sobre macromagnitudes y otras variables del ámbito tecnológico (índice de mecanización y evolución de los indicadores referidos al consumo de abonos, básicamente). Como concluye Thérése Charmasson al hacer balance de la etapa 1848-1912, las iniciativas de la Admínístración en materia de enseñanza agrícola estuvieran guiadas por dos objetivos: "En diffusant les techniques nouveIles, I'enseignement agricole doit permetre le développement d'une agriculture "scientifique" et contribuer ainsi a enraver I'exode rural" (p. CXXII). Finalmente, según Charmasson, durante el período 1912-1943, sólo se aplicaron pequeñas reformas sobre el edificio ya descrito, motivadas por la pérdida de efectivos masculinos en el campo y la necesidad de restaurar las amplias extensiones agrícolas devastadas por la guerra, que condujeron a la puesta en marcha de una especie de programa de choque para la formación de jóvenes residentes en los núcleos rurales. Para ello se aplicó, entre otras reformas, una especie de contrato en prácticas, subvencionado por el Ministerio de Agricultura, y cuyo objetivo era poner en manos de Crítica y reseña de libros agricultores, asociaciones profesionales u otro tipo de entidades relacionadas con el trabajo agrícola, la formación de mano de obra especializada en un momento de escasez de la misma, y que, hacia 1937, habían conducido a un modelo, aún vigente entre nosotros, como son las Escuelas Familiares Agrícolas de inspiración cristiana. Así, según Charmasson, el modelo de enseñanza y de extensión agrícola diseñado en las primeras décadas del siglo XX acabaría permaneciendo vigente hasta 1960, afectando cada vez a un número mayor de jóvenes de ambos sexos y abriendo el camino a la iniciativa privada, interesada en esta parcela de la formación profesional. Así pues, la obra reseñada permite formarse una idea de conjunto de la evolución experimentada por las enseñanzas agrícolas en Francia a lo largo de casi siglo y medio. Como hemos señalado, es un estudio firmemente apoyado en los repertorios documentales de los archivos nacionales y departamentales del país PEDRO RÚJULA, vecino. Aparte de servirnos de modelo comparativo para un trabajo que, en nuestro país, está en gran medida por hacer, su mayor interés y utilidad reside en la posibilidad de contrastar sus aportaciones con las proporcionadas por las investigaciones sobre las estructuras sociales de la propiedad en las diferentes regiones de Francia, y con la propia evolución de las agriculturas francesas durante dicho período, a fin de poder establecer, tanto las conexiones pertinentes entre las estructuras de base y las propuestas educativas de cada etapa, como las hipótesis sobre la funcionalidad de las mismas en relación al objetivo de conseguir una agricultura más competitiva, capaz a su vez de generar una renta agraria que hiciese atractiva la permanencia en el campo a los diferentes grupos sociales ligados a la explotación de la tierra. Antonio Lnque Ballesteros Universidad de Córdoba (coord) Aceite, carlísmo y conservadurismo político. El Bajo Aragón durante el siglo XIX Número monográfico de AI-Quanis, 5, 1995, 182 págs. Estamos ante un monográfico de la revista local de Alcañiz escrito por un nutrido elenco de especialistas, algunos de ellos en historia agraria. El título es denso y hasta aparentemente deshilvanado. A primera vista, suena a actas de ocasional congreso con variopinta concurrencia. Pero, a poco que uno lo abre, pronto se da cuenta de que no es así. Es más bien al revés: a partir de una idea preconcebida, los autores estudian el siglo XIX en el Bajo Aragón desde múltiples ángulos. El conjunto resulta coherente y, salvando algunas pocas páginas forzadas con calzador, hasta homogéneo. Es un monográfico de revista, pero parece un libro con estructura bien pensada. Desde diferentes puntos de entrada, se reconstruye la historia del siglo XIX en el Bajo Aragón, que en buena medida 287 e rítica y reseña de libros es la de sus relaciones sociales agrarias. El título no hace sino reflejar las tres columnas vertebrales del trabajo que nos permiten seguir, con sus propias huellas, el recorrido de los ciudadanos. Si te enfrentas a un hecho, te enfrentas a una versión del hecho; aquí se enfoca una misma realidad histórica desde diferentes perspectivas, y ésta no es una virtud menor de un trabajo localizado pero no localista. La pluriperspectiva apuntada sólo era factible si se reducía la escala de observación. El Bajo Aragón se transforma en un pequeño laboratorio para aplicar metodologías adecuadas y para verificar problemas históricos generales, se convierte en una excusa. Aun cuando los autores saben a ciencia cierta que, en nuestra sociedad mediática, repetición equivale muchas veces a demostración, se preocupan por demostrar, en investigaciones originales, y no por repetir sine die las aseveraciones de otros. El problema de la escala de observación abre el debate, nunca cerrado, del status científico de la monografía local. Un debate, por lo demás, bastante viejo: cuando a partir de 1848, Henri Lefebvre decide interesarse por los problemas del campesinado, le consagrará varios años de esfuerzo, amasará una enorme documentación sobre distintas regiones y países y, paralelamente, encontrará en un valle pirenaico el centro y el punto de aplicación de sus reflexiones. Sus trabajos sobre las comunidades campesinas del sudoeste de Francia pretendían, con sus propias palabras, «acompañar y apoyar una investigación a escala planetaria sobre la reforma agraria (...), investigación cuya base teórica se sitúa en la teoría marxista de la renta de la tierra". Carlos Forcadell nos recuerda en el prólogo, las virtudes de esta historia local en el Bajo Aragón (y no sólo del Bajo Aragón), bien trabada con preocupaciones metodológicas, con hipótesis y con problemas ideológicos, que produce trabajos de primera mano e irremplazables (y que posteriormente son utilizados, añadimos nosotros, para realizar síntesis más o menos brillantes por los mismos que las han despreciado). Desde consideraciones parecidas, Ignacio Peiró nos ayuda con su artículo a calibrar y comparar 1. Peiró profundiza en el proceso de especialización olivarera y aceitera del Bajo Aragón en las décadas finales del siglo XVIII. Se construyeron nuevos molinos de aceite y se añadieron prensas a los ya existentes, de tal forma que el aceite aportaba por esas fechas «más de la mitad del valor de la producción agrícola y casi duplicaba al del trigo". Con una producción textil de paños bastos de lana y cáñamo que no iba más allá de cumplimentar las necesidades locales y estaba en franca decadencia, una o dos menguadas fábricas de papel, algunas alfarerías y unas pocas jabonerías más, dependientes también de la línea de especialización aceitera en cuanto utilizaban sus residuos como materia prima, no es díficil discernir lo ocurrido en la comarca cuando el modelo de crecimiento basado en el aceite entró en crisis a comienzos del XIX. Una crisis marcada, más que por el impuesto sobre el aceite, por la competencia derivada del plantío de olivos en el resto de Aragón con la introducción de los empeltres y por «el hundimiento de los precios, general a toda Europa, que tuvo lugar tras el final de las guerras napoleónicas". Las heladas de 1829-1831 no hicieron sino dar la puntilla a un olivar inmerso en plena crisis de mercados. 288 esta historia local con la que se hacía hace cien años, o hace medio siglo. e rítica y reseña de libros Donde el aceite aportaba mayor porcentaje del producto agrícola era en las poblaciones de Órdenes Militares. Y Carlos Franco se ocupa, precisamente, en el segundo artículo, de estos señoríos de Órdenes Militares, que dominaron buena parte de la Tierra Baja y que, sin embargo, la historiografía había mantenido en una discreta penumbra, cuando no fuera de las candilejas. Los de Órdenes Militares eran señoríos vitalicios, que no pasaban al primogénito a través del mayorazgo, sino que "retornaban a la Orden Militar cuando fallece el poseedor». Llegado este caso, el consejo de la orden elegía a un nuevo comendador entre sus caballeros, siempre nobles con garantía de apellido, para hacerse cargo del dominio y de las rentas de aquel territorio. Toda una nobleza linajuda, con buenos contactos en el Consejo de Órdenes y con méritos de servicio, estaba atenta para ocupar las encomiendas vacantes, casi siempre rentables y bien saneadas. Se tocaba dinero en abundancia, proveniente, tanto de los censos enfiteúticos pagados por los vasallos de las encomiendas, como de los derechos feudales "tradicionales». Carlos Franco nos lo muestra en detalle. Los vasallos de las encomiendas erosionaban las relaciones feudales de forma parecida a como lo hacían sus «colegas» laicos. Como también muchos comendadores terminaron convirtiendo sus posesiones en señoríos particulares. De esta forma, los señoríos de órdenes militares irán siendo abolidos de forma simultánea al resto de instituciones feudales, si bien recorriendo una trayectoria con rasgos propios. Ciertas encomiendas se desamortizaron discontinuamente, como si de patrimonios eclesiásticos se tratara; otras se convirtieron también en propiedad privada, simplemente por ha- ber sido poseídas longi temporis, durante treinta años o más. Se inscribieron a partir de 1861 en el Registro de la Propiedad, como tantos otros señoríos laicos, y asunto zanjado. Esta "legalización de un expolio» viene convenientemente ilustrada con las actuaciones del Infante D. Francisco de Paula en tierras aragonesas. Una vez languidecido el poderío económico de estas Órdenes Militares, "huelen ya a alcanfor», aún quedaban por resolver aspectos jurídicos, jurisdiccionales e incluso políticos, de los que tampoco se olvida el autor. Además de las sentencias civiles de los pleitos y de documentación proveniente de archivos privados (como el de la Baronía de Espés-AIfajarín, antepasados del propio autor), se manejan con soltura y precisión los escritos de Canga Argüelles, Escriche o García Ormaechea y el resultado a la vista está. Vicente Pinilla se ocupa de otras relaciones sociales aqrarias, las tejidas en torno al mercado del crédito.Tras caracterizar de forma "impresionista» la economía de Alcañiz a mediados del XIX y referirse al papel que en la economía rural de Antiguo Régimen tenían los pósitos, el autor entra de lleno en el funcionamiento propiamente dicho del pósito local y en las transformaciones que experimentó durante los siglos XIX y primer tercio del XX. Estudia la incidencia del pósito en la economía agraria de la ciudad a través de las series de trigo prestado y caracteriza a los más destacados beneficiarios de esta institución, entrecruzando sus nombres con el nivel de renta que se desprende de los amillaramientos. Concluye que el pósito local supuso un pequeño colchón de seguridad -más o menos hinchado según coyunturas, dramáticamente deshinchado en caso de malas 289 e rttica y reseña de libros cosechas- para los más desfavorecidos, muchos de ellos simples aparceros y arrendatarios, a la par que atemperaba tensiones y aportaba importantes dosis de esa estabilidad social que tanto beneficiaba a los más desahogados económicamente. Es cierto que el pósito atenuó inclemencias, pero los vecinos no pasaron de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación específica de cambio. Cabe plantear también si lo ocurrido en Alcañiz es extrapolable a otros pósitos. Todo parece indicar que, de mediados del XIX en adelante, hubo más pósitos marginales que significativos, muchos vacíos totalmente de contenido, aunque el longevo pósito de Alcañiz sea un buen ejemplo de resabía o «tic» de Antiguo Régimen; ¿o también de presión de las clases agrícolas menos pudientes? En cualquier caso, el camino para los mercados informales de crédito, vía notario o vía usurero (cuando ambas vías no eran la misma), estaba más abierto que nunca. Ya sabíamos de la irrelevancia de los pósitos a nivel general; ahora empezamos a conocer que, en lugares concretos, sí pudieron contribuir a mejorar la adaptación de las pequeñas explotaciones campesinas al nuevo contexto capitalista. Otro grupo de artículos se ocupa en desentrañar las respuestas de los protagonistas, sobre todo de los tradicionalmente considerados como secundarios y figurantes, a las relaciones agrarias descritas con anterioridad. Se relaciona con fluidez la crisis aceitera, la consolidación capitalista, la implantación del nuevo Estado liberal, el descontento campesino en suma, con el arraigo del carlismo y con el comportamiento electoral de unos labradores no tan agostados como pensaba290 mas. El malestar campesino encontró en la contrarrevolución una vía para hacerse explícito. En su artículo sobre carlistas y realistas en el Bajo Aragón, Pedro Rújula sabe contextualizar el fenómeno (y sus bases sociales) en el amplio marco de transformaciones económicas, sociales y políticas que se estaban produciendo en la Península Ibérica y en toda Europa. Por su parte, Carmen Frías y Montserrat Serrano subrayan convenientemente que la apatía, la obediencia y la pasividad electoral no conformaban el estado natural del campesino. Por encima de docilidades inquebrantables, su argumentación se centra en ver cómo el pequeño campesinado turolense interioriza el juego político para obtener apoyo y protección. La entrega se completa con unos cuantos artículos menos vinculados a la historia agraria, como el de Herminio Lafoz sobre la Guerra de la Independencia en Aragón, o el de José Ramón Villanueva sobre el republicanismo federal. En torno a la figura literaria del carlista Cabrera, Antón Castro navega con buenas artes entre los criterios emocionales y los argumentos racionales. Su técnica de persuasión hace que el personaje acabe formando parte de nuestro entorno familiar, por lo menos antes de convertirse en un «viejo y aburguesado militar, gozosamente casado en Londres». Por su agradable sintaxis, maquetación e investigación gráfica, este número de la revista de Alcañiz ha de abrir el apetito de historia contemporánea a un buen puñado de bajoaragoneses; pero, por el rigor y profundidad en el tratamiento de los temas merece llegar también al mundo académico y universitario. Esta reseña no tiene otra intención. Hay urdimbre y trama en esta historia comarcal, y Crítica y reseña de libros el producto no queda abatanado cuando se saca de los estrechos límites geográficos del Bajo Aragón. Como no es una historia local descabezada, puede servir de referencia y guía, en tiempos convul- G. sos o por lo menos confusos, a otras investigaciones de "patria chica». Alberto Sabio AIClttén Universidad de Zaragoza CIVILE 11 comune rustico. Storia sociale di un paese del Mezzogiorno nell'BDD Bologna, 11 Mulino, 1990, 327 págs. Este libro, denso y complejo, analiza la historia social y política de una comunidad rural del Mezzogíorno, Pígnataro Maggiore (situada a 40 km., de Nápoles y enclavada en la comarca de Terra di Lavoro) a lo largo de un siglo (18151915) Según el autor, la elección de Pignataro se debe a sus dimensiones (una poblacíón de 2.544 habitantes en 1815 y 4.186 en 1901), la cantidad y calidad de las fuentes disponibles y su "posición de frontera entre zonas en las que el cambio parecía verificarse a velocidades diversas". En este sentido, Civile señala que Pignataro, con un territorío de unas 3.000 hectáreas, era un municipio de colina marcado por el predominio de una propiedad agraria "mediana-pequeña" y por la ausencia de latifundistas y nobles con precedentes feudales, lo que lo diferenciaba de algunas localidades limitrofes, situadas en la llanura. Por otra parte, la exposición sigue un orden cronológico, sin dar por ello una imagen lineal y simplista del devenir histórico de dicha comunidad. De hecho, el mayor atractivo de este libro radica en que rehuye ideas arraígadas (en especial, las de la «inmutabilidad» y el "atraso» del mundo rural del Mezzogiorno en el "transformador» Ochocientos) y "complica" los esquemas interpretativos (en particular, dicotomías como centro/ periferia, cambio/permanencía, liberalismo/legitimismo etc.), elaborando una oríginal reconstrucción de la dinámica social y política de una localidad rural del sur de Italia durante el siglo XIX. El municipio de Pignataro (que incluía Partignano, un pequeño territorio periférico) era, a comienzos del Ochocientos, una comunidad rural que mantenía escasas relaciones con el exterior, tanto a nivel económico como político. A ese relativo aislamiento contribuía el mal estado de la red viaria (incluidas las dos carreteras reales que atravesaban su territorio) pero sobre todo factores sociales. La comunidad vivía principalmente, si bien de modo precario, del cultivo extensivo de cereales (trigo y cebada) con una distribución de la propiedad de la tierra donde casi las tres cuartas partes de la misma estaba en manos de no residentes (esencialmente grandes propietarios de municipios cercanos), una cuarta parte del total pertenecía a entidades eclesiásticas y, entre los grandes propietarios locales, el "comune" era el principal (seguido de la parroquia de Partignano, separada siempre de la del centro habi291 e rítica y reseña de libros tado). Asimismo, el 51 % del total de propietarios no poseía, generalmente, más de una hectárea y, por debajo, se encontraba un grupo aún más amplio de braceros-jornaleros sin tierras. Así que, como en muchos otros lugares del Mezzogiorno, el minifundio se contraponía a la gran propiedad, de lo que se desprende, en principio, una pirámide social amplia en su base (tanto más si se contemplan sólo los propietarios locales) y sensiblemente reducida en su vértice. Sin embargo, el autor señala que, tanto la distribución de la propiedad de la tierra (que hace abstracción de las familias desprovistas de la misma y de las relaciones que no son de propiedad), como la distribución de las actividades económicas (la cual, basada en censos oficiales, oculta bajo categorías homogéneas una notable diversidad de situaciones sociales y prescinde por completo del trabajo femenino) no son suficientes para proporcionar una imagen adecuada de la estratificación interna de la comunidad, lo que le lleva a recurrir, además, al análisis de las alianzas matrimoniales. En cualquier caso, Civile detecta una variada gama de situaciones sociales entre dos polos bien marcados (el de los "benestanti" o propietarios acomodados y el de los "bracciali" o braceros-jornaleros, a veces difíciles de distinguir de los campesinos pobres). Por otra parte, estamos ante una comunidad rural constituida por familias alargadas, que se forman y se reproducen sobre la base de una regulación patrilocal y patrilineal tendente a la conservación de la integridad del patrimonio inmobiliario, en particular el relativo a la tierra, elemento que ocupa un lugar central en la vida de la comunidad. De hecho, una densa red de relaciones y vínculos comunitarios tiende a hacer de la tierra un bien no fraccionable, inamovible 292 y no vendible, hasta el punto de que la «estrategia de conservación» es la principal responsable de que, entre 1815 y 1845, la estructura de la propiedad agraria permaneciera prácticamente inalterada, frenándose así la propensión al fraccionamiento, propia de la presión demográfica y la transmisión hereditaria. Asimismo, el dinero juega un escaso papel en la contratación agraria, donde la única modalidad existente en Pignataro es el "affitto" (un arriendo que contempla categorías sociales muy diversas en las partes contratantes), cuyo censo, en principio, puede ser en especie (en grano, principal producto excedente de la localidad) o bien en dinero, en proporciones muy parecidas. Pero no existen, en la práctica, censos completamente monetarizados en tanto que todos implican, de manera más o menos amplia, relaciones no económicas (de parentesco, de solidaridad social, de "patronage" etc.). La mayor parte de la comunidad mantiene relaciones económico-sociales de breve radio y basa la satisfacción de sus necesidades en procesos que, de manera primordial no pasan por el mercado; lo que significa que es escasa la posibilidad de realizar en dinero fácilmente y de modo ventajoso el producto de la tierra y que, por otra parte, existe una necesidad reducida de numerario, empleable para usos generalmente marginales. Ante la necesidad urgente de dinero se recurre a la llamada "anticresi", un contrato muy difundido en Pignataro mediante el cual la tierra (a menudo una pequeña parcela) se cambia directamente por dinero pero de manera reversible. La actitud ante el intercambio dinero-tierra es sintetizable en un principio fundamental del código cultural y económico de la comunidad: la tierra se compra, pero no se vende. La "anticresi" representa la tentativa más Crítica y reseña de libros extrema en este sentido, pero es, al mismo tiempo, el primer paso, a menudo definitivo, para la alienación de la tierra implicada. Civile sostiene que el mercado de la tierra es un fenomeno marginal como libre mecanismo de compra-venta. La relación económica más especializada y al mismo tiempo más impersonal es el crédito, una actividad a la que se dedica a principios de siglo un grupo restringido (no más de 10 personas entre comerciantes y propietarios) y a la que recurren, básicamente, familias acomodadas y colonos importantes, y no la mayoría de la población. De hecho, en la comunidad no existe bien o servicio que no pueda ser remunerado en especie, desde la carne adquirida al carnicero hasta los trabajos agrícolas, desde las visitas del veterinario hasta las deudas de juego. Sin embargo, no estamos ante una economia de trueque, pues los bienes se intercambian teniendo como común escala de valores una unidad de cuenta monetaria. Lo que dice mucho sobre la capacidad de adaptación y resistencia de la comunidad como entidad específica, pero también muestra su subordinación global en relación a estructuras externas sobre las que no tiene ningún control. Pignataro permanecía, de este modo, extraña a relaciones directas y substanciales con los principales flujos mercantiles de Terra di Lavoro, lo que influía bastante en la determinación de la resistencia de su sistema de vida. El relativo aislamiento respecto del exterior también se daba a nivel político. El impacto de las instituciones (las crisis políticas, la actividad del juez real, la propia política municipal) generaba a menudo en la comunidad indiferencia, absentismo o rechazo. La escasa capacidad de intervención del estado y la determinación con que los vecinos rechazaban interferencias, juzgadas indebidas, actuaban conjuntamente para abrir el foso que separaba comunidad e instituciones. Las crisis políticas (Restauración, 1821, 1848, la Unidad), más que cambios en los equilibrios de poder o novedades de carácter político e ideológico, eran momentos advertidos en la localidad por el peso de la presencia militar (con su secuela de alojamientos, requisas de animales etc.). Esta presencia militar era debida a la posición estratégica que ocupaba Pignataro en las vías de acceso al corazón del Reino de Nápoles. Sin embargo, entre las exigencias militares y las exacciones municipales no había mucha diferencia, pues se hacían sobre economías en el límite de la subsistencia, y resultaban especialmente gravosas si eran en dinero, en cuyo caso la comunidad oponía una resistencia tenaz y determinada. Pero la debilidad de las instituciones, que, voluntariamente o por necesidad, renunciaban a hacer más incisiva su presencia, reforzaba la autonomía comunitaria. La comunicación recíproca entre "paese" e instituciones (incluido el consejo municipal) era mínima. La gestión del poder local oficial (importante sobre todo porque garantizaba el acceso a la mayor extensión de tierra de la localidad) era un asunto que concernía sólo a un grupo reducido de familias que convertía el consejo municipal en un "comitato d'affari", sin que las periódicas intervenciones de la intendencia pudieran cambiar esta lógica. La mayoría de la población ("bracciali" y campesinos pobres) raramente se encontraba implicada en los conflictos por el poder político local; más aún, lejos de ser un simple objeto inerte en manos de un puñado de notables, a menudo conseguía que se adecuara la implantación de las instituciones centrales a las exigencias de la comunidad. En la primera mitad del Ochocientos no existían en Pig293 e ritic« y reseña de libros nataro relaciones verticales en condiciones de poder organizar sistemáticamente la comunidad sobre la base del «espíritu de facción» que dividía a la "elite'. Las relaciones "comune"/comunidad se centraban principalmente en dos frentes: 1) los trabajos públicos (ante todo el arreglo de la red viaria y los pozos del común) que beneficiaban casi exclusivamente al restringido grupo de personas que se ocupaban de aquéllos, y 2) la gestión de la "annona" (impuesto indirecto), que era la faceta más delicada de aquellas relaciones. En definitiva, el control de la "administración municipal" se dirigía a ampliar las oportunidades privadas (en riqueza y poder) de los grupos familiares dirigentes, lo que les separaba de la mayoría de la población. En cambio, el clero, que compartía con campesinos pobres y "bracciali" un amplio terreno cultural, fue el principal elemento de mediación entre la comunidad y las instituciones políticas, desarrollando a menudo muchas funciones que correspondían al consistorio. En realidad, el clero ejercía sobre la comunidad una hegemonía cultural que faltaba por completo en el "poder civil", marcando mucho más que éste las vidas de los pignatareses. El municipio continuaba siendo, en el Ochocientos, residencia episcopal y el peso de la propiedad eclesiástica no era irrelevante (una cuarta parte del total de tierras, como se recordará). Aún cuando el rol asistencial de las entidades religiosas era casi sólo formal y su presencia en el sector crediticio se encontraba en clara regresión, por medio de la tierra (arriendo de pequeñas parcelas, encargo de trabajos a "bracciali" etc.) continuaban desarrollando un rol central en la economía local. Estos aspectos están en la base del apelativo de "beatos" que se atribuyó a los pignatareses durante el siglo XIX. 294 Con el advenimiento de la Unidad (que implica el fin de la monarquia borbónica y la anexión del Mezzogiorno al nuevo estado unitario, desplazándose la "capital" de Nápoles a Roma) cambian a nivel político, no sólo los interlocutores externos de la comunidad, sino también algunas características importantes de su vida interna. Es verdad que la nueva situación significa, a nivel local, una substancial continuidad del "grupo dirigente" (puesto que antes y después de la unificación ocupan el consejo munícipal "las mismas personas") pero el hecho de que el municipio fuera atraído como nunca a la órbita del poder central perturbó en gran manera el uso que se hacía tradicionalmente del consistorio, perturbación evidenciada en la indiferencia y el absentismo sin precedentes que en los primeros años manifestaron los "notables locales" ante la detención de cargos. Pero, más que eso, lo que marcó la vida política de la comunidad fue la sangrienta fase de consolidación del nuevo régimen: el hecho de que Pignataro fuera una localidad en gran parte refractaria a las ideas liberales y donde era fuerte en todos los sentidos la influencia clerical, comportó que se viera muy intensamente implicada en las operaciones represivas (contra los "conspiradores" etc.) y se dividiera en dos alineamientos opuestos y rígidos, involucrando a los grupos tradicionalmente extraños al enfrentamiento político-ideológico. En cambio, durante el período borbónico, una identidad política precisa (Iegitimismo, liberalismo) no constituía un instrumento necesario y eficaz de confrontación en la escena local (siempre de carácter bipolar). Así que la Unidad consigue lo que no lograron las coyunturas liberales de 1821 y 1848 penetrar en los equilibrios internos de la comunidad. Se registra un cambio de rol Crítica y reseña de libros del clero, que de ser un elemento de mediación con el "poder civil" se convierte en un componente importante de una facción en lucha, modificando así bruscamente sus funciones en la segunda mitad del siglo. Y las propias clases populares, tradicionalmente ajenas a los enfrentamientos entre "notables", participan también ahora, aunque su confluencia con el frente conservador, bajo el doble impulso de una fácil instrumentalización propagandística por parte borbónica y del desinterés de los liberales por el malestar campesino, no significa que no tuvieran motivaciones propias (que tenían que ver con una tradicional defensa de los equilibrios comunitarios frente a las injerencias del poder central independientemente de sus características ideológicas). Ahora bien, este proceso no debe interpretarse en términos de "integración" de la comunidad en la dialéctica política nacional. Los nuevos mecanismos electivos del consejo municipal no representan, en la práctica, sino una forma de autodesignación por parte de los candidatos; la Guardia Nacional (como la guarnición de policía durante la Restauración), poco después de implantarse en la localidad, se impregna de la lógica política de ésta y se hace incontrolable para las autoridades centrales, o, por poner un último ejemplo, la propia distinción entre liberales y legitimistas se convierte en un instrumento de las "luchas intestinas", en el seno de las cuales pierde el carácter rígido con que nació hasta convertirse en irreconocible a los ojos de un observador externo. Así es que, en las décadas centrales del siglo, los cambios que sufre Pignataro en el terreno político deben ser muy matizados. Pero en el terreno económicosocial no se puede ofrecer un cuadro inmutable. Según Civile, las líneas de fon- do del sistema de vida comunitario permanecen sin cambios sustanciales pero al precio de una tensión creciente, que se manifiesta en un aumento del malestar social, al tiempo que se generan elementos nuevos que adquirirán gran importancia en los últimos veinte años del Ochocientos. La lógica matrimonial y de la transmisión hereditaria apunta, como antes, a la conservación del patrimonio agrario, tratando de impedir que la tierra se convierta en una mercancía, pero eso se realiza de manera más elástica y hay síntomas de que crece la autonomía de los hijos respecto a los padres y de las mujeres respecto a los hombres. La reproducción social sobre las mismas bases aparece menos segura. En este sentido, Civile destaca dos fenómenos: una cierta movilidad social que, en parte por razones exógenas, tiene lugar especialmente en los estratos medios (y se detecta en las alianzas matrimoniales), y el incremento y mayor espesor que asumen las relaciones verticales (lo que se registra en el ejercicio de las profesiones liberales y en la política municipal, como se verá más adelante). Particular relevancia presenta la venta oficial de los bienes eclesiásticos, en la medida que afecta a un sector tan importante como el clero, contribuye a hacer más robustas las categorías de propiedad media, y, ante todo, es un elemento transgresor del código comunitario (que tradicionalmente privilegiaba la conservación de la tierra y no su venta). Ello ocurre paralelamente a la difusión del censo en dinero en los contratos de "affitto" (cuyas cláusulas principales permanecen invariables) y a un crecimiento cuantitativo y cualitativo del recurso al crédito, que deja de ser una actividad especializada en manos de un grupo reducido de prestamistas. La necesidad de dinero y su circulación cambian o ponen 295 Crítica y reseña de libros en crisis toda una serie de aspectos de la vida social de la comunidad. fectura), creándose una mayor homogenidad social y política frente al exterior. Pero, como ya se ha dicho, una de las principales novedades de mediados del siglo XIX viene determinada por el robustecimiento de las relaciones verticales entre "la élite" y la base comunitaria. En una coyuntura en que aumenta el desempleo estacional pero también la presión de los de abajo, ciertos "profesionisti", en especial, el médico municipal (que a causa de su función asistencial es el puesto oficial más respetado por la gente), y una serie de intervenciones municipales, en particular las obras públicas (las cuales no solucionan problemas tradicionales del pueblo, como la crónica escasez de agua o el mal estado de los caminos, pero proporcionan elementos asistenciales, como trabajo y dinero, que tienen gran valor para unos «bracciali- que viven en el límite de la supervivencia), forjan lentamente y de manera nada lineal nuevas relaciones, de aproximación mutua, entre la "comunitá" y el "comune". Ello se vio facilitado, entre otras cosas, por una marcada reducción de los conflictos entre facciones en el seno de los notables entre los años 1850 y 1870, Y por el considerable aumento de competencias que confiere el estado unitario al poder local oficial, con lo que medicinas y "socorros" a los pobres, limosnas y otras intervenciones análogas salen de las arcas municipales como nunca había ocurrido antes en Pignataro. y como, por otra parte, el estado liberal, además de ser más intervencionista en los asuntos locales, es también más extraño culturalmente a la comunidad que el borbónico, la fractura entre comunidad y municipio, parcialmente recompuesta, tiende a trasladarse al nivel superior de las relaciones entre el municipio y las instancias estatales (en particular la pre- En los últimos veinte años del siglo, frente a la incertidumbre y el dinamismo crecientes de la situación económica y la cada vez más escasa protección que, ante eso, ofrecian las tradicionales relaciones sociales, la fracción más homogénea y consolidada de la élite de Pignataro, para mantener o reforzar su propia posición, recurrió a instrumentos de intervención nuevos y ligados a una ideología "progresista" (una sociedad obrera y una banca popular, principalmente). Como en toda Italia y en la propia Terra di Lavoro, se funda en los años 1880 una sociedad obrera que en poco tiempo cuenta con más de 700 inscritos, y tiene una voluntad de intervención económicosocial (que pronto se pierde) pero también política. Ello generó una división de la localidad en dos frentes, uno "radical" y otro "clerical", más contrapuestos y rígidos que nunca, en razón de que aspiraban a ocupar todo el espacio social disponible sin que ninguno de los dos consiguiera una mayoría holgada en el consejo municipal. Sin embargo no hay ninguna continuidad entre las familias "reaccionarias" de los tiempos de la Unidad y las "conservadoras" de este período (incluso se da un caso opuesto, es decir, que una familia tradicionalmente legitimista durante el período borbónico se encuentra ahora en las filas radicales). La división de la "élite" es bastante precisa: radical lo es el grupo de tradición más consolidada, conservador el de legitimación más reciente y menos cierta; en definitiva, conservadores los que se apoyan en la promoción social, progresistas los que ostentan una posición sólida desde hace bastante más tiempo. A un período de gobierno "radical" sucedió en 1899, previa intervención prefectoral de- 296 e rit ica y reseña de libros terminada por un cambio de la coyuntura politica, un período "clerical", que, a su vez, fue truncado en 1902, también por intervención superior, de acuerdo con otro cambio político-ideológico. Ello muestra que ha aumentado considerablemente la capacidad de penetración en los equilibrios de poder comunitarios de los alineamientos políticos generales y de las instituciones estatales. Lo que no quiere decir, ni que la prefectura fuera una simple instancia ejecutiva del poder central (pues ha aumentado su articulación con el municipio), ni que la historia de los "radicales" y de los "clericales" no disponga de objetos de disputa en el terreno local (cargos estables y ocasionales, prestigio asociado a la honestidad en la gestión etc.). En cualquier caso, las citadas intervenciones exteriores acaban con la rígida bipolarización de los años 1880-1900, entrándose en una situación políticamente mucho más estable hasta 1915. Civile destaca dos aspectos de los años de enfrentamiento: 1) el surgimiento de un nexo directo entre los problemas cotidianos y las opciones y los alineamientos de carácter general, y 2) la progresiva sobreposición, hasta la identificación, de la comunidad con el municipio con la consiguiente llegada del municipalismo. Mientras tanto, las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX serán testigos, no de una creciente «proletarlzación- de las capas rurales más pobres, para las que la emigración a América sería una salida, sino de un proceso de «campesi- nización» entendido como el paso de la condición de "bracciali" a la de campesino pobre (cuyo origen está en la venta oficial de las tierras comunales que tiene lugar a partir de 1877). Y la emigración, lejos de ser un simple fenómeno externo, se encuentra fuertemente ligada a la -campesinización- y a otras vicisitudes internas del "paese", tanto en la partida como en el retorno (esto último especialmente en el período giolittiano). Por lo demás, la crisis del sistema de vida comunitario registrada a mediados del Ochocientos adquiere ahora dimensiones mucho más notorias, en la medida en que la tierra se ha mercantilizado como nunca y la localidad se encuentra abierta al exterior de un modo que, en las primeras décadas del siglo XIX, no hubiera sido posible imaginar. Aún cuando este libro es susceptible de algunas críticas (excesiva formalización en el lenguaje, escasa referencia a los límites y las dificultades de la investigación, estudio poco sistemático del poder local oficial, no tratamiento específico de la relación campo/ciudad, ignorancia absoluta de la tradición francesa de estudios políticos del mundo rural, entre otras), debo recomendar calurosamente su lectura por su carácter altamente innovador y sugestivo. Elisetl TaJeas i Santatnans Universidad de Barcelona 297 e rítica JOSÉ MORILLA CRITZ y reseña de libros (ed.) California y el Mediterráneo: (Estudios de la historia de dos agriculturas competidoras) Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación-Universidad de Alcalá de Henares, 1995, 499 págs. El editor del libro citado señala, en su presentación, que el objetivo fundamental del mismo consiste en lograr que se incremente el interés de los investigadores por la dimensión internacional de la agricultura española y por su estudio comparativo con las de otros países. Desde dicho punto de vista, debe anotarse el indudable acíerto que supone elegir la comparación de las diversas agriculturas mediterráneas con la de California. El caso californiano presenta algunas características que hacen muy útil e interesante tal propósito, como la similitud de condíciones climáticas y aridez, la existencia de amplias zonas parecidas a las mediterráneas, o el atractivo que representa el análisis de sus respectívas transformaciones agrarias, destacando en California su inicial especialización cerealista y la posterior utilización del regadío para el desarrollo de una nutrida gama de cultivos intensivos, en los que dicho estado norteamericano se convertiría en destacado productor mundial, compitiendo en los mercados internacionales con los procedentes del Mediterráneo. No obstante, la inserción de California, desde mediados del siglo XIX, en el mercado interior estadounidense, así como el desarrollo de otros sectores de su economía y su contexto social y político, marcan notables diferencias que no deben olvidarse. En la obra reseñada, los trabajos que enfocan de forma comparativa el desarrollo simultáneo de ambas agriculturas y sus mutuas interinfluencias, sin 298 embargo, son más bien escasos, lo que, sin duda, responde al limitado camino que, en tal dirección, se ha recorrido hasta la fecha. En este primer grupo se incluye el estudio de Carter, Ransom y Sutch sobre "Agricultura, ahorro y crecimiento", en el cual, a pesar de centrarse los autores en la experiencia californiana, se efectúa un estudio comparativo con el caso español, apuntándose dos ideas claves: una, que el crecimiento mucho más rápido de la economía californiana estuvo determinado por el desarrollo complementario de todos los sectores de la misma y, entre ellos, el de la agricultura, y dos, que la intensa capitalización de dicha agricultura fue posible gracias a una abundante reserva disponible de fondos baratos, generada localmente. También en el mismo grupo puede ubicarse el trabajo de Olmstead y Rhode, acerca de "La competencia internacional en productos mediterráneos y el auge de la industria frutícola californiana", en el que se intenta aportar una dimensión internacional al estudio del desarrollo de la agricultura californiana, tradicionalmente olvidada en opinión de los autores. El estudio de la transformación de California en un productor intensivo de cultivos mediterráneos es aquí el tema central de un texto que se señala como preliminar, pero que proporciona datos e ideas de interés. El análisis de la producción de los diversos cultivos mediterráneos y la batalla planteada por los cultivadores californianos para conseguir protección e rítica y reseña de libros arancelaria para sus productos, lo que, según los autores, fue decisivo para el desarrollo agrícola del estado, son sus dos temas principales. La tercera aportación que cabe incluir en este grupo es la del propio Morilla, relativa al desarrollo de la producción de pasas en California y su influencia en los países mediterráneos, en la que estudia con detenimiento el mercado pase ro en el último tercio del siglo XIX y el éxito de la irrupción en el mismo de los agricultores californianos, que lograron una posición relevante la cual, durante las dos primeras décadas del siglo XX, influiría directamente sobre los tradícionales productores mediterráneos. Este primer grupo se cerraría con el breve trabajo de Federíco sobre la seda, donde resume la extensa investigación que ha realizado sobre la misma y aborda, de modo específico, las razones de la localización de esta industria en el Mediterráneo, de su fracaso en Estados Unidos y de su influencia en el desarrollo económico italiano. Un segundo grupo de trabajos lo forman los que analizan monográficamente temas concernientes a la historia agraria de uno de los dos ámbitos geográficos de que se ocupa la obra. El que éstos supongan la mayoría de los incluidos en la misma pone de relieve cómo, hasta ahora, los investigadores han centrado su atención en el estudio del desarrollo agrario de regiones o países determinados, sobre los que comienza a existir una amplia bibliografía. Desde tal punto de vista, los trabajos aquí reunidos aportan, sin lugar a dudas, información y análisis interesantes. Un único trabajo atañe a California en este grupo, el de Rhode, que constituye una buena síntesis general del proceso de intensificación de su agricultu- ra, abordándose la influencia de los diversos factores que condicionaron o posibilitaron aquélla. Son muchos más los que se ocupan de los países mediterráneos. El de Postel-Vinay afronta la trascendencia del crédito en la variabilidad de la especialización agrícola del Languedoc, destacando su papel central en las transformaciones agrícolas a medio plazo. El de Aymard se centra en la especialización en la producción de agrios de Sicilia y el Mezzogiorno italiano, y en los cambios operados en su posición en el mercado internacional, así como en los factores que explican dicha especíalización. Dertilis, por su parte, resume un artículo ya publicado en Annales, en el que analíza la posición clave de la pequeña explotación campesina en la agricultura griega, las razones que la explican entre los siglos XVIII Y XX, Y el relevante papel que el crédito rural desempeñó como mecanismo de detracción de la renta agrícola, papel fortalecido por el desarrollo de los cultivos intensivos destinados a la exportación. En cuanto a la Península Ibérica, junto a dos trabajos sobre la agricultura andaluza referidos, respectivamente, al papel del crédito agrario oficial en las provincias mediterráneas andaluzas (Gámez) y al de la tierra en la agricultura actual de esta zona (Bernal), se incluye un interesante modelo explicativo del desarrollo de la agricultura catalana en los siglos XIX Y XX, debido a Pujol, construido sobre un marco teórico que realza las interrelaciones existentes entre el mundo de la producción y las relaciones sociales vigentes. En dicho contexto, los efectos de la crisis finisecular no sólo se abordan desde la perspectiva de la especialización y el cambio técnico, sino 299 Crítica y reseña de libros también desde la correspondiente al cambio social que implicó. Puede ubicarse también en este grupo el estudio de Pérez Picazo sobre la vitalidad de la pequeña explotación campesina en los países mediterráneos entre 1856 y 1930, las razones que la explican y sus implicaciones, tanto en el propio sector agrario como en el conjunto de la economía. El volumen se cierra con un texto de González de Molina y Sevilla Guzmán de clara vocación teórica, que desborda el marco del libro reseñado y del que una versión previa había sido publicada en este Noticiario, pero que tiene un indudable interés para la generalidad de quienes investigan en historia agraria, al proponer una forma alternativa, desde la agroecología, de realizar ésta. Se hace hincapié en la necesidad de integrar variables sociales, económicas y medioambientales, efectuándose, desde esta perspectiva un análisis general de las grandes transformaciones que implicaron las reformas agrarias liberales. F. ARCHILÉS I CARDONA, O. Puede decirse, para concluir, que si bien la mayoría de los trabajos publicados tienen gran interés, sólo a medias se consigue, en la obra, el propósito de realizar un análisis comparativo entre las agriculturas citadas en el título, probablemente porque las investigaciones con las que contamos, al respecto, son muy pocas. De esta forma, el libro pierde, en ocasiones, unidad temática y se desliza hacia la dispersión. Es una lástima, por otra parte, que la presentación de notas y citas bibliográficas no guarde uniformidad alguna entre los diversos estudios, y que aparezcan más errores tipográficos de los esperables, así como citas de trabajos que luego no se mencionan y ciertos cuadros sin indicación de fuentes, lo que afea una obra que tiene indudable interés para los estudiosos de la historia agraria de los dos últimos siglos y que contiene, también, importantes pistas para desarrollar futuras investigaciones. Virelltc Pinill» Navarro U uiucrvidad de Zaragoza MARTí I ARNÁNDIZ, M. MARTí I MARTíNEZ Trencament polític i canvi social. Elements per a un esquema de I'evolució política de I'Horta Suc (c. 1860-1905) Catarroja, Ajuntament de Catarroja, 1995, 363 págs. La sucesión, a lo largo de los últimos años, de varios coloquios y seminarios sobre el poder local en la España del siglo XIX 1, ha mostrado el interés por este tema y cómo las investigaciones realiza- das desde distintas perspectivas han conducido a dos conclusiones generales: primera, que el proceso de centralización que tiene lugar en la España decimonónica condicionó la evolución del poder 10- Nos referimos al I y II Congrés Internacional d'História Local (Barcelona, 1991 y 1993) Y al VI Seminario de Historia Agraria centrado en "Los poderes locales en la España del siglo XIX", (Cabezón de la Sal. Santander, 1993) A esta actividad se une la atención que periódicamente dedica L 'Avem; a través de su sección "Plecs d'Hístória Local" 300 Crítica y reseña de libros cal; y segunda, que éste debe ser considerado en plural -los "poderes locales"-, debido a que la desarticulación social y política de nuestro país a lo largo de la centuria pasada y las diversas fuentes de poder determinaron diferentes formulaciones. Sin embargo, y como algunos autores han puesto de manifiesto, el desarrollo de la historia local, género historiográfico ya muy cultivado, no ha llevado aparejado un tratamiento sistemático del poder local. Desde prmcipros de los años noventa, nuevas investigaciones sobre el Sexenio Democrático y la Restauración han empezado a despejar algunas incógnitas acerca de la articulación del poder en ámbitos locales-provinciales, pero seguimos contando con un vacío casi absoluto para el período isabelino, sobre todo desde una perspectiva diacrónica, que comprenda la segunda mitad del siglo XIX. Por todo lo anterior recibimos con interés la obra aquí reseñada. Centrada en la comarca de la Harta Sud, constituye una novedosa aportación a la hístoria valenciana del período -reíerida hasta ahora a los ámbitos urbanos- y que aparece, como dicen los autores, con la pretensión de convertir la historia política en una historia social renovada. Defiende, por tanto, el análisis de la política a partir de la perspectiva de la denominada "historia desde abajo"; es decir, una explicación donde el conflicto y la resistencia aclaren el análisis global de los fenómenos históricos. Y todo ello partiendo de dos hipótesis: la existencia de un cierto grado de autonomía de la política con respecto a los procesos económicos y la certeza de que el poder local no es sólo asunto privativo de las clases dominantes. Dadas las limitaciones que impo- nen las fuentes, los autores consideran su trabajo como una aproximación, lo que explica la importancia otorgada, en detrimento del texto, a los apéndices documentales, que ocupan 200 páginas. Sin contar éstos, el libro está estructurado en tres partes. La primera se centra en la revolución de 1868 y en los orígenes del republicanismo. En ella, aunque falta -por las carencias de las fuentes- un análisis exhaustivo del personal político municipal antes y después de la revolución, es la discontinuidad el hecho más destacado. Pero especialmente interesante es la comprobación de que la politización y la movilización de amplios sectores populares en la Harta Sud es anterior a 1868, evolucionando desde el liberalismo radical al republicanismo. Consecuencia de ello es que, durante el Sexenio, los republicanos federales obtienen buenos resultados electorales en la comarca (36% de los votos en los comicios de 1871), mostrando su capacidad para incorporar los intereses y aspiraciones de importantes sectores de las clases populares. La segunda parte del libro -el estudio social de la "pequeña política", en Torrent- es la que plantea más preguntas y sugerencias: en primer lugar, se relaciona la estructura de la propiedad con las clases sociales. En una excelente disección, los autores concluyen que aunque aquélla estaba polarizada, no se dio una proletarización masiva y que los propietarios tuvieron una activa participación en el proceso productivo, con lo que rechazan la tradicional línea causal que relaciona conservadurismo político y retraso económico. Lejos de apoyar el modelo continuista del poder local, lo que subrayan es la frecuente discontinuidad en el tránsito del moderantismo a la Restauración, planteando así, en torno a los momentos de ruptura político-social, el 301 e ritica y reseña de libros segundo interrogante. Desde el punto de vista político, la discontinuidad es evidente entre moderados y progresistas y, más tarde, entre liberales y conservadores pero, además, durante el Sexenio también hay una discontinuidad social con la presencia en la Junta Revolucionaria y en el Ayuntamiento de sectores sociales nuevos. El último problema en discusión es, sin embargo, el que queda falto de respuesta: ¿intervienen las clases populares en la política local? y ¿qué relaciones tienen con los grupos dominantes? En principio se descarta la caracterización de las clases populares como clientes de los caciques, negando que el aislamiento o el analfabetismo constituyan factores explicativos del inmovilismo mental de los campesinos. Pero, como los mismos autores reconocen, se hace imprescindible un estudio sobre la cultura política de los sectores dominados que nos permita conocer las claves de su comportamiento. fraude y de las protestas, concluyendo que la adulteración de las elecciones no siempre iba en detrimento del ascenso republicano, lo que se ve en los comicios provinciales celebrados entre 1892 y 1901, en los que, en un 40% de los municipios, se da una correlación entre fraude estable y un alto voto republicano. Sin embargo, cuando comienza el siglo XX, a pesar de que el voto de esa fuerza política está consolidado, no se plasma en resultados políticos tangibles, circunstancia que responde más a la propia debilidad organizativa y discursiva de los republicanos que al fraude. El tercer capítulo del libro contiene un cuidado análisis electoral, del cual se extraen sugerentes conclusiones. En' relación con el censo electoral, su evolución desde época isabelina hasta 1900 permite deducir que la restricción del sufragio no fue tan estrecha que impidiese la expresión de intereses de grupos no oligárquicos y así, apuntando como ejemplo la Horta Sud, los autores consideran que el sufragio censitario cumplió el papel de instrumento de iniciación a la participación política de sectores más amplios que los estrictamente oligárquicos. Por otro lado, se parte de la acertada consideración de que los resultados electorales en la Restauración deben ser estudiados como expresiones de poder y de contestación política. En los comicios provinciales y municipales aquí analizados estudian las cifras de voto obtenidas por los republicanos y el significado del La ruptura política y el cambio social son los dos vectores sobre los que se proyecta el esquema de evolución política de la Horta Sud durante la segunda mitad del siglo XIX. El libro parte de unos planteamientos teóricos claros y concisos -Io que desgraciadamente no es habitual en trabajos de este tipo- y de una metodologia que, a nuestro juicio, no deja fuera ningún aspecto importante, pero queremos poner en consideración algunas cuestiones que, a pesar de no formar parte de las pretensiones iniciales de los autores, no deben de ser desdeñadas. Este análisis del poder desde abajo quizá se podría haber completado con una referencia a la organización política del distrito de Torrent en las elecciones a Cortes. ¿Constituía ya un distrito uninominal en época isabelina? ¿Se producen cambios en su composición, incluyendo o excluyendo municipios para fa- 302 Finaliza el libro con seis densos y muy elaborados apéndices que muestran, a través de documentos, perfiles biográficos y datos electorales, no sólo un exhaustivo trabajo, sino también el interés que tiene la pequeña política como elemento explicativo de procesos generales. Crítica y reseña de libros vorecer los intereses de los prohombres políticos -gerrymadering-? ¿Hay discontinuidad entre la estructura caciquil formada en época isabelina y la que se desarrolla durante la Restauración? Son interesantes y útiles los mapas elaborados para mostrar la incidencia del fraude y de la implantación republicana, sin embargo, ¿podemos tener una radiografía precisa del poder local en la Harta Sud sin una "cartografía" del poder político y de la influencia en la comarca, observando las continuidades y los cambios desde los años 1850 hasta 1900? No podemos entender bien el funcionamiento del Estado liberal durante la segunda mitad del siglo XIX sin considerar que el ámbito local constituye un campo social y político propio, debido al deficiente proceso de uniformización administrativa en la España decimonónica, dando lugar en cada municipio o comarca a unos hechos originales, con lo que el poder local nunca es una imagen reducida de la política nacional. Y aquél juega un papel fundamental como intermediario entre el Estado y el territorio, generándose relaciones de fuerza entre el centro y la periferia. El caso valenciano es un buen ejemplo para un análisis de esta dinámica, dada la diversidad de situaciones existentes en el campo como consecuencia de las transformaciones agrarias liberales, sobre todo en zonas de agricultura intensiva. Partiendo de la premisa de que la práctica política en el campo no avanza con retraso sino que es diferente, coincidimos con los autores en la consideración de que el poder local no es asunto privativo de las clases dominantes, pero echamos en falta un análisis más profundo sobre el caciquismo. Se rechaza la caracterización de las clases populares como clientes de los caciques, fundamentalmente por dos motivos: por la incompatibilidad entre capitalismo y "sociedad agraria tradicional" y por la limitada capacidad del aparato clientelar para satisfacer a la mayoría de la población. No obstante, existen muchos tipos de caciquismo en esta época, pues éste hay que entenderlo como una realidad cotidiana, cambiando su naturaleza a medida que se intensifican los procesos de socialización. Si toda relación de poder era caciquista por naturaleza, ¿cabe pensar que una parte de la sociedad campesina -jornaleros, pequeños propietarios, arrendatarios- estuviese fuera de las redes clientelares? La administración era algo ajeno y lejano para buena parte de las población y aunque eran las clases medias las que establecían más relación con aquéllas, los sorteos de quintas -muy importantes en la vida de cualquier familia campesina, por lo que suponía de pérdida de brazos- y los beneficios colectivos para un pueblo convertían, directa o indirectamente a los sectores populares en clientes de los caciques. Pero es, precisamente, la vinculación indirecta la que más nos interesa recalcar. Los jornaleros y arrendatarios de Torrent sufrían mecanismos de control social por parte de los propietarios, quienes sí establecían una relación clientelar -de reciprocidad en este casocon un prohombre político. Este les pedía los votos, o su suplantación, que aquéllos conseguían de sus dependientes económicos y, a cambio, aquél les proporcionaba favores para familiares o amigos. Por tanto, la naturaleza del poder clientelar no tiene por qué ser la misma en todos los niveles de la red caciquil. Evidentemente, como han puesto de manifiesto los autores, la estructura de la 303 Crítica y reseña de libros propiedad en esta comarca permitía a un buen número de labradores una cierta autonomía económica y, por tanto, política, siendo éste uno de los factores que explican la implantación del republicanismo. libro deja abierta -esta también ha sido su intención- una línea de investigación muy interesante, sobre todo en ámbitos tan dinámicos como el campo valenciano: la cultura política de las clases populares. Al final, después de todas las cuestiones sabiamente resueltas por Ferrán Archilés, Otília Martí y Manuel Martí, el RtI/tlel ZlIrÚC! Alc!egmr Ulliz;er.ric!tlc! de Alictlflte MARIO SAMPER K. Crisis y perspectivas del café latinoamericano San José de Costa Rica, Consejo ICAPE-UNA, 1994, 285 págs. La suspensión, en 1989, de las cláusulas económicas del comercio de la Organización Internacional del Café (OIC) marca el inicio de una nueva crisis del sector. Junto al fuerte descenso de los precios, que constituye un rasgo común de todas las etapas de crisis, ésta presenta tres rasgos definitivos respecto a otras anteriores: el moderado crecimiento actual y futuro de la demanda mundial, la pérdida de importancia económica y social del café en muchos países caficultores y, en tercer lugar, la elusión por parte de los estados de labores de retirada y almacenamiento. El café, al igual que otros productos como el caucho o el cacao: es producido exclusivamente en los países en desarrollo, mientras que su consumo se concentra principalmente en los países desarrollados. A lo largo de las dos últimas décadas, la participación de los países desarrollados en el consumo mundial se ha mantenido relativamente estable, en torno al 71 %. Por ello, la evolución de la demanda está determinada por 304 el comportamiento del consumo en los países desarrollados, previéndose un crecimiento moderado. En consecuencia, las perspectivas existentes, según la FAO, acerca del crecimiento de la producción y de las exportaciones de café no son nada optimistas, señalándose, en cualquier caso, un crecimiento inferior al registrado en las últimas décadas. La inelasticidad de la demanda al precio y también a la renta explican la espectacular caída de los ingresos por exportación de café, que se situaron en 1991 en el nivel más bajo de los últimos treinta años En este contexto crítico, suavizado por la moderada recuperación de los precios que se inicia en 1993, se celebró en julio de ese año, en Costa Rica, un simposio que, bajo el título Modernización tecnológica, cambio social y crisis cafetera ', pretendía el análisis, desde un enfoque interdisciplinar, de múltiples aspectos de las economías cafetaleras latinoamericanas. Mario Samper Kutschbach ha sido el responsable de reunir los distintos trabajos presentados en el citado Crítica y reseña de libros simposio, en la obra que aqui examinamos. Pero no es éste el único material editado a partir de las ponencias y conferencias impartidas en aquella reunión. En el prefacio, el compilador nos advierte que el número 30 de la Revista de Historia (Costa Rica) de julio-diciembre de 1994, está dedicado integramente al estudio de los cambios tecnológicos y sociales, y al examen de los sistemas de producción cafeteros de Latinoamérica en el siglo XX. El tema central de este libro es el examen de la naturaleza de la crisis desencadenada a partir de 1989, de sus raíces históricas y de sus impactos diferenciados sobre las caficulturas y los caficultores de América Latina. Y se estructura en tres partes, que son: a) el mercado cafetero: tendencias y coyunturas; b) impactos de la crisis en el sector cafetero y c) en busca de alternativas. Cada una de estas partes se inicia con una exposición del compilador que intenta, de este modo, dotar a la obra de un hilo conductor. Y así, Mario Samper, con su trabajo "Crisis e Historia", nos introduce en la amplia problemática del sector en una apretada síntesis, que comienza con la formulación de las cuestiones abordadas en esta primera parte. A saber: "¿Qué relación existe entre la más reciente crisis del vasto mercado internacional del café y otras crisis anteriores, recurrentes a lo largo de la historia, como también entre las coyunturas y las tendencias de la producción y el consumo?". Las pronunciadas fluctuaciones de la oferta han provocado históricamente intensas oscilaciones en las cotizaciones del café. Así, el período de fuerte expansión de las áreas cultivadas de finales del XIX, expansión que se basaba en la existencia de unos bajos costes y unos pre- cios al alza alimentados por el continuo crecimiento de la demanda, culmina con una larga etapa de crisis. Entre 1896 y 1945, las bajas cotizaciones son el rasgo dominante y, a principios de siglo, se llevaron a cabo las primeras restricciones de oferta y la intervención del estado. Esto ocurrió en Brasil, cuya producción dominaba el mercado mundial y constituía el primer renglón de sus agroexportaciones. El primer acuerdo cafetero interamericano, que es firmado por el principal país consumidor, EE.UU., y todos los países productores de América Latina, se alcanza en 1940. El establecimiento de cuotas a la exportación y el crecimiento del consumo, una vez que los países europeos comienzan la reconstrucción tras la guerra, permiten una recuperación de los precios que habría de convertirse, más adelante, en el desencadenante de nuevos episodios críticos por la expansión de las áreas cultivadas y la aparición recurrente de los problemas de sobreproducción. El año 1962 marca un hito en los esfuerzos de los países productores, interesados en la estabilización de los precios y de los mercados. La firma del Convenio Internacional del Café reúne a los principales países productores y consumidores, consistiendo básicamente en un sistema de cuotas y de bandas de precios. Dicho acuerdo ha estado vigente hasta 1989 y, aunque en este período el mercado ha atravesado por diversas vicisitudes, en conjunto los precios tuvieron un comportamiento favorable para los países productores. Tras la suspensión de las cláusulas económicas del acuerdo, se ha abierto una nueva etapa de crisis repleta de interrogantes que, en cierta medida, son resueltos en los dos capítulos siguientes. 305 Crítica y reseña de libros El trabajo de Héctor Pérez, "Naturaleza de las economías de exportación con especial referencia a las cafetaleras" es, desde mi punto de vista, excesivamente superficial, sobre todo si atendemos a su título. Además, su presentación adolece de múltiples errores tipográficos que podrían haber sido fácilmente subsanados en una edición más cuidada. Estos problemas se repiten en otras partes del libro, pareciendo oportuno apuntarlos en el "debe" del compilador. La principal conclusión que se extrae del estudio que estamos comentando, y que es señalada por otros trabajos del libro, consiste en que "parece que la época dorada en que el café exportado podía oficiar como motor del crecimiento económico es ya una cosa del pasado". Por su parte Benoit Daviron, "La crisis del mercado cafetero internacional en una perspectiva de largo plazo", ofrece un "análisis a largo plazo de la dinámica y del funcionamiento del mercado cafetero internacional", que permite ubicar la situación actual del mercado en su contexto histórico. amplia visión del sector en Méjico. Se trata de uno de los mejores trabajos que contiene el libro, resultando particularmente interesantes los análisis de las principales consecuencias de la crisís y de las alternativas existentes. Esta segunda parte concluye con una ponencia que es, cuando menos, insólita. No tanto por el contenido, como por la forma de exponer los resultados. Basándose en las entrevistas realizadas a cincuenta y dos caficultores de Costa Rica, se presentan los testimonios literales de éstos acerca de "la fuerte baja de las cotizaciones del café desde 1989, su vivencia de otras situaciones adversas, sus estrategias para enfrentar la actual, y su visión acerca del futuro de la caficultura". Un mínimo procesamiento de las opciones obtenidas y la elaboración de cuadros resúmenes podrían haber aliviado la lectura y facilitado la comprensión de los testimonios. Estoy convencido de que los lectores familiarizados con la antropología o con la utilización de las fuentes orales en la Historia no compartirán mi opinión. Mario Samper introduce la segunda parte del libro, con un análisis comparado de los impactos de las tres principales crisis del café: la crisis de fin de siglo, la de los años treinta y la que se inicia en 1989. Resulta esclarecedor el análisis de la situación por países, rompiendo de ese modo la percepción monolítica que el lector pudiera tener acerca de las consecuencías de la crisis en las economías cafetaleras latinoamericanas. De nuevo es preciso realizar un apunte en el "debe", esta vez del editor, puesto que las páginas comprendidas entre la 79 y la 100 aparecen repetidas. La última parte del libro contiene, bajo el sugerente título "En busca de alternativas", tres trabajos. El punto fuerte del trabajo del profesor Samper, "Las fronteras del café latinoamericano. Respuestas a la crisis y nuevas opciones", no son tanto esas respuestas, como las interesantes y difíciles cuestiones que plantea con una visión muy rica y pormenorizada de los problemas. Lo cual se agradece. El artículo de los profesores Díaz, Santoyo y Escamilla, "Auge y crisis de la cafeticultura mexicana" proporciona una 306 Wim Pelupessy y Elisabeth van Tilburg abordan una cuestión que, períodicamente, se convierte en tema de debate e interés por parte de las sociedades más desarrolladas. Se trata del comercio justo o equitativo como vía de cooperación. Frente a la ayuda interesada que los países desarrollados prestan a través de la e rit ica y reseña de libros concesión de créditos, las ONGs y las Organizaciones de Comercio Justo defienden bajo el lema Trade not aid (Comercio, no ayuda) un intercambio que mejore las condiciones de agricultores y artesanos, fundamentalmente, de los países menos desarrollados, a través de la eliminación de márgenes de intermediación, unos mayores precios, una demanda estable, facilidades de crédito y la introducción en los mercados a través de tiendas que doten a los productos de elementos distintivos, garantizando el origen y justificando el sobreprecio que el consumidor "solidario" paga. En el capítulo "El mercado solidario de café y el pequeño productor en Centroamérica", se evalúa "una de las campañas más avanzadas en el campo del café, iniciada a fines de los años 80 en Holanda y revisa en qué medida soluciona el problema para América Central". Lamentablemente, el impacto de este tipo de iniciativas es todavía marginal. El mercado existente del "café solidario" representa tan sólo un 2% del consumo total en Holanda, y toda la de- manda solidaria alcanza el 2% de lo producido por los pequeños cultivadores de Costa Rica, Nicaragua y Honduras. El trabajo que cierra el libro "Café y agroindustria: elementos para la definición de una estrategia de desarrollo regional", analiza los impactos de la crisis y las alternativas existentes en el Departamento de Caldas (Colombia). Quisiera finalizar señalando que, en conjunto, esta obra cubre satisfactoriamente los objetivos que se plantea. El análisis de la crisis y del futuro del sector se aborda desde distintas perspectivas, proporcionando una visión amplia y, en ocasiones, profunda. Aunque se echa en falta una utilización más exhaustiva de las herramientas de análisis económico y una presentación más elaborada de la información relativa a las variables objeto de análisis, como los precios o las producciones. Pedro Noguera Méndez Universidad de Murcia JOSÉ MANUEL NAREDO La evolución de la agricultura en España (1940-1990) Nota preliminar de Manuel González de Malina, Granada, Universidad de Granada, 1996, 444 págs. La presente obra es una reedíción del libro publicado en 1971 con el título La evolución de la agricultura en España (Desarrollo capitalista y crisis de las formas de producción tradicionales), acompañado, de ahí que la fecha final del nuevo título sea la de 1990, de otros tres trabajos del mismo autor, publicados, los dos primeros, en la revista Agricultura y Sociedad: "Ideología y realidad en el campo de la reforma agraria" (7, 1978); "Los balances energéticos de la agricultura española" (en colaboración con Pablo Campos Palacín, 15, 1980) Y el tercero, en la revista Política y Sociedad, con el título "El declive de la producción agraria en la economía de la so307 e rítica y reseña de libros ciedad rural", y de un nuevo prólogo del autor a esta tercera edición. Lo primero que procede hacer es felicitar a la Universidad de Granada por reeditar un libro que es ya un clásico de la bibliografía agronómica y económica española, agotado hace bastante tiempo. Conviene destacar, no obstante, que la reedición de esta obra de Naredo se justifica no sólo por su carácter de "clásico", sino porque, en lo esencial, sigue teniendo vigencia como modelo explicativo de la evolución de la agricultura española entre 1940 y 1970. Es, también, un acierto acompañar esta reedición con los artículos anteriormente citados, que completan de forma coherente el análisis de la evolución de la agricultura española entre 1970 y 1990. El tercer acierto de esta iniciativa editorial es la amplia y crítica nota preliminar de Manuel González de Malina, que facilita a los lectores una serie de claves para comprender el contexto político, económico y científico en el que apareció la primera edición y el impacto que tuvo este trabajo en el ámbito académico y político. Igualmente, esta nota preliminar facilita el enlace de las distintas partes del libro y contiene reflexiones teóricas y metodológicas de gran interés, que hacen de la misma una aportación con valor propio en el conjunto del volumen. González de Malina ha sabido, además, integrar las más recientes aportaciones de la investigación en historia agraria en los planteamientos de Naredo. En 1971, como ya he señalado, apareció la primera edición de este libro que se convirtió, rápidamente, al menos en las Facultades de Económicas, en una verdadera obra básica, en la medida y en el ámbito en el que un trabajo como el de Naredo podía serlo. Y es que, en efecto, este libro (poco voluminoso y de 308 apariencia no muy espectacular) constituía una verdadera revolución en los estudios sobre la agricultura española y en la interpretación de los cambios acontecidos en el sector agrario, particularmente durante la década de los años sesenta. La interpretación dominante sobre la situación del campo español, en el momento en el que aparece la obra, era la que podía leerse, por ejemplo, en las obras de Tamames: el campo español era un campo latifundista, inmovilista, atrasado, tradicional y cargado de reminiscencias feudales en el que el capitalismo se había desarrollado de forma limitada, dominado por una rancia oligarquía absentista. La otra cara de la moneda era un minifundismo arcaico y tradicional. La principal implicación de este análisis era la necesidad de realizar una reforma agraria antifeudal y antioligárquica que, además de distribuir la propiedad de la tierra elevaría los niveles de producción del campo español. Esta interpretación sólo se había empezado a cuestionar en la segunda mitad de los años sesenta por algunos investigadorees como Luis Angel Rojo, Juan Martínez Alier, Enrique Barón, Víctor Pérez Díaz y el propio José Manuel Naredo. La evolución de la agricultura en España planteaba de forma sintética (con el apoyo de una buena base empírica) lo que se convirtió en la nueva interpretación del desarrollo del capitalismo en el campo español y la crisis de la agricultura "tradicional". Naredo analizaba las transformaciones provocadas por la revolución liberal en el siglo XIX afirmando que habían permitido el desarrollo del capitalismo en el campo, aunque este desarrollo, por distintas circunstancias, fuese lento y desembocase en la "sociedad agraria tradicional", especie de situación transitoria, un paso intermedio entre las for- e rítica y reseña de libros mas de producción feudales y las capitalistas. Esta agricultura tradicional se caracterizaría, entre otros rasgos, por su carácter "natural", por la abundancia de mano de obra y por el atraso de sus técnicas. Sin embargo, una serie de factores como la creciente mercantilización de la producción agraria y del consumo campesino y la introducción de nuevas técnicas de cultivo, desestabilizarian las pequeñas explotaciones y pondrían fin a la coexistencia entre la grande y la pequeña propiedad. Sería en la década de los años cincuenta cuando este proceso daría comienzo, culminando en la década posterior, desencadenando, fundamentalmente, por la emigración interior y exterior y por la subida de los salarios en el campo. Las consecuencias fueron la concentración de las explotaciones y su "modernización", la crisis de la pequeña explotación campesina y el creciente peso de la agricultura a tiempo parcial. Finalmente, el autor analizaba el papel desempeñado por la agricultura en el desarrollo económico español mediante la aportación de capitales, el comercio exterior, el suministro de mano de obra y la adquisición de productos industriales. El análisis de Naredo, que tan somera y esquemáticamente he resumido, chocaba radicalmente con las interpretaciones dominantes, pero concordaba perfectamente con la realidad de una España que se había industrializado de manera acelerada y que contaba con un sector agrario que en nada respondía al tópico del inmovilismo y el atraso. En el primero de los artículos reeditados ("Ideología y realidad .."), Naredo insistía en que no se podía seguir manteniendo la idea en que en España todavía estaba pendiente la revolución burguesa en el campo, ya que la revolución liberal había sido completa, aunque no hubiese reproducido el esquema de la revolución francesa, respondiendo, más bien, al modelo "prusiano". Naredo criticaba la visión tradicional del latifundismo identificada con atraso (que ya había criticado en un trabajo publicado en Cuadernos para el Diálogo), que es la que sostenía la necesidad de una reforma agraria por motivos productivistas. En su opinión, el acelerado proceso de transformación experimentado por la agricultura española había dejado de justificar este tipo de planteamientos. Sin embargo, la reforma agraria podía estar justificada por razones éticas y ecológicas. Esta última argumentación se basaba en el impacto ecológico negativo de la agricultura moderna y constituía un planteamiento novedoso en un contexto en el que el progreso del sector agrario se identificaba con la modernización. Precisamente, el segundo de los artículos reproducidos realizaba un análisis de los cambios sufridos por la agricultura española desde esta nueva perspectiva ecológica, y con una metodología también diferente: los balances energéticos. El trabajo cuestionaba la bondad, desde un punto de vista ecológico y energético, del modelo de la "revolución verde", poniendo en entredicho la teoría de que la modernización de la agricultura era la receta exclusiva para la prosperidad del campo. En el contexto de la crisis petrolífera, el análisis de Naredo y Campos ponía de manifiesto la contradicción de una agricultura que derrochaba la energía y que consumía crecientes cantidades de productos químicos y que, a cambio, producía bienes de inferior calidad, empobrecía los sistemas agrarios y actuaba en contra de la riqueza y diversidad vegetal y ganadera. 309 e ritica y reseña de libros Finalmente, el último de los artículos ("El declive de la producción ...") presenta un balance de lo que ha supuesto el proceso de modernización agraria. En España, como en todas las sociedades desarrolladas, la agricultura se ha convertido en un sector con muy poco peso económico y con escasa influencia en la evolución social. El sector agrario consume, cada vez en mayor medida, productos químicos y energéticos, sustituye trabajo por capital y degrada la naturaleza. Se ha convertido, igualmente, en un sector subsidiado, ya que sólo las aportaciones financieras externas (pensiones, se- 310 guros de desempleo y subvenciones) han logrado compensar la caída de la renta agraria. Si con la crisis de la agricultura tradicional se pudo hablar del final del campesinado, el momento actual representa una crisis de la propia agricultura. Para finalizar, sólo me queda reiterar la felicitación a la Universidad de Granada y desear que el éxito de esta reedición facilite la continuación de esta línea editorial. Carlos Barciela Lápez Uniuersidad de Alicante