ESTUDIO SOBRE ÉTICA SOCIAL ESTUDIO 2 LA MORAL DE LAS

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ESTUDIO SOBRE ÉTICA SOCIAL
ESTUDIO 2
LA MORAL DE LAS LEYES Y EL CRISTIANO
Por X. MANUEL SUÁREZ
¿Por qué existen las leyes? ¿Tienen las leyes un fundamento moral? ¿Hasta qué punto nos
comprometen las leyes a los creyentes? ¿Hasta dónde pueden tener eficacia política nuestros criterios
morales? ¿Cómo influir cuando estamos en minoría? ¿Cuáles son las áreas de la labor legislativa en las
que estamos llamados a influir? Son preguntas que intentaremos responder seguidamente.
¿Por qué existen las leyes?
La existencia de leyes, la existencia de la propia autoridad civil, no es algo ajeno a Dios, y
consecuentemente no nos debe ser ajeno a nosotros. La caída del hombre corrompió integralmente no
sólo a los individuos, sino también sus relaciones con los demás: Romanos 1 nos describe como se
degradó el corazón de los individuos (v.24: Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de
sus corazones), pero también como sus relaciones interpersonales fueron completamente corrompidas
(v.27: se encendieron en su lascivia unos con otros), y así los vv. 29 a 31 incluyen consecuencias del
pecado sobre el individuo y sobre sus relaciones sociales. Pero Dios no deja a los seres humanos
abandonados a su suerte, sino establece mecanismos de control que impidan la rápida autoliquidación
de la raza humana y les ha venido dando medios para que restrinjan su tendencia a la autodestrucción,
como “la ley escrita en sus corazones” (Ro.2:15). Y sobre todo, El mismo plantó su tienda entre
nosotros (Jn.1:14), en la persona de Jesús para reconciliar consigo todas las cosas (Col.2:1); nos
acercó el Reino de Dios, que tendrá su pleno cumplimiento en su segunda venida en un mundo nuevo
en el que mora la justicia (2 Pe.3:13). Entretanto, para proteger a la humanidad de su propia
tendencia a la destrucción, ha establecido mecanismos de control, autoridades civiles que crean un
marco de convivencia mediante leyes que delimiten los derechos y deberes de individuos y colectivos;
las autoridades civiles y políticas y las leyes son, por tanto, mecanismos de restricción que deben
proteger al ser humano de los efectos destructores de su propia naturaleza integralmente corrompida.
Estos mecanismos forman parte de la “gracia común” de Dios hacia creyentes y no creyentes, la
misma que hace llover sobre justos e injustos (Mt.5:45), un concepto que tan brillantemente describió
el calvinismo.
¿Tienen las leyes un fundamento moral?
Ahora bien, ¿podemos suponer que un mecanismo de la gracia común de Dios, una muestra de su
misericordia hacia la humanidad puede regularse al margen de criterios morales? Las leyes tienen una
base moral, no hay tal cosa como leyes neutrales, asépticas, privadas de condicionantes morales:
detrás de cada ley hay una ideología, y detrás de ésta un código moral, una cosmovisión. Las
autoridades cumplirán su función más adecuadamente y las leyes serán más eficaces para construir
una sociedad menos injusta cuanto más próximas estén al modelo del Reino de Dios. Ningún sistema
social humano puede compararse al Reino de Dios y éste no se va a implantar por medios humanos –
en contra de lo que postulaba la quimera de la Teología de la Liberación -, pero un sistema social
preservará mejor el equilibrio y la justicia social cuanto más se acerque al modelo del Reino de Dios.
La historia de las instituciones políticas corrobora esto que digo: el sistema democrático occidental, el
que más equilibrio y justicia social ha propiciado, se constituyó primordialmente sobre valores
cristianos y se desarrolló con más eficacia en países de cultura cristiana.
Ro.13:3-5 vincula gobierno con moral: Porque los magistrados no están para infundir temor al que
hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de
ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la
espada, pues es servidor de Dios vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario
estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Lo que
nos debe mover primordialmente a respetar la autoridad de los gobernantes no es su capacidad
represora, sino su fundamento moral – “por causa de la conciencia”-; los cristianos debemos evaluar el
ejercicio de la autoridad y la promulgación de leyes juzgando su sustrato moral; este texto los vincula
netamente a la defensa del bien y al castigo del mal; la autoridad de gobernantes y legisladores será
mayor o menor, merecerá más o menos reconocimiento dependiendo de su adhesión a estos criterios.
¿Hasta que punto nos comprometen las leyes a los creyentes?
La interpretación de Romanos 13 no es una cuestión teórica; es vital para todos nuestros hermanos
que se han sentido oprimidos por una autoridad que premia al que hace el mal y castiga al que hace el
bien. Los hugonotes se la plantearon cuando estaban siendo cruelmente perseguidos y preguntaron a
Calvino y a Teodoro de Beza si debían seguir obedeciendo al rey tirano. Calvino les dijo que si porque
no debían oponerse a la autoridad establecida por Dios (la autoridad del rey se mantenía
independientemente de sus bases morales) y Beza les dijo que no porque en el momento en que el
gobernante se oponía a los criterios morales establecidos por Dios, perdía su manto de autoridad, se
convertía en tirano y debía ser depuesto (la autoridad del rey dependía de sus fundamentos morales);
fue el mismo dilema que se planteó Bonhoeffer con Hitler y el mismo que nos debimos haber planteado
con Franco – es sorprendente la tendencia de muchos hermanos a aceptar sin crítica decisiones
gubernamentales apoyándose en una interpretación inmovilista de Romanos 13 -. La evaluación moral
del ejercicio del poder ejecutivo está en la base del nacimiento de la primera democracia occidental, los
EEUU, que dice en su Declaración de Independencia: “para preservar estos derechos son establecidos
Gobiernos entre los Hombres, y sus poderes justos derivan del consentimiento de los gobernados, […]
en el momento en el que cualquier forma de gobierno se convierte en destructora de estos fines, el
pueblo tiene el derecho de alterarlo o abolirlo, y establecer un nuevo gobierno”.
Las autoridades y las leyes han de ser evaluadas en función de sus fines y sus medios; ¿por qué, si no,
nos exhorta Pablo a orar y dar gracias “por los reyes y por todos los que están en eminencia?” (1
Ti.2:2) “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios” – está apelando a un elemento moral de
evaluación – y con el objetivo, también moral, de que “vivamos quieta y reposadamente en toda
piedad y honestidad”. Por tanto, el creyente ha de pagar sus impuestos, cumplir con las leyes, dar al
César lo que es del César, pero no de una forma acrítica, sin ponderar las bases morales de la
autoridad del poder ejecutivo ni la cualidad moral de los objetivos que persiguen las leyes que emite el
parlamento. Una actitud así de acrítica ha predominado entre nosotros porque hemos
compartimentalizado las áreas de nuestra vida, separando la actividad social y política de la espiritual,
entendiendo que somos responsables de la valoración moral de las corrientes espirituales, pero
tenemos poca evaluación moral que hacer de la vida pública de nuestro país, y si nos atrevemos a
hacerlo, enseguida explicamos que no nos corresponde a nosotros intentar introducir nuestros valores
en la forma de gobernar o de legislar; creo que en este terreno ha hecho mucho daño el
dispensacionalismo de nuestras Asambleas de Hermanos porque ha compartimentalizado, separado y
excluido de nuestra responsabilidad y sensibilidad áreas sobre las que Dios nos pedirá cuentas.
Podría parecer que propugnamos la desobediencia civil cuando los criterios morales que dirigen a los
gobernantes y a los legisladores chocan con los nuestros; no es tan sencillo: esta medida extrema hay
que considerarla en situaciones extremas, y quizás en el futuro nos la debamos plantear si, por
ejemplo, a un médico cristiano se le obliga a realizar un aborto eliminando su derecho a la objeción de
conciencia – como postula ya hoy Izquierda Unida –; pero nuestra situación no es tan extrema como la
de los hugonotes franceses o los alemanes de los años 40: un sistema democrático asume en general
un respeto a los derechos de la persona y de los colectivos que permite que el cristiano respete la
autoridad y la legislación. Pero no es cuestión de todo o nada: hay toda una gradación posible de
apoyos, acatamientos o discrepancias dependiendo de cada caso y tenemos que ejercitar nuestro
espíritu crítico y nuestra capacidad de análisis político para ponderar cada caso.
¿Se animarían ustedes a leer el periódico con un nuevo criterio?, ¿se animarían a renunciar a sus
filiaciones ideológicas personales y ponerse a evaluar cada noticia, cada evento político, cada decisión
del gobierno, cada iniciativa legislativa con criterios morales cristianos?, ¿por qué se propone o decide
esto?, ¿con qué criterios morales?, ¿cómo evalúo la moralidad de los fines que persigue esta ley, esta
decisión gubernamental, esta política económica, este convenio colectivo?
¿Hasta dónde pueden tener eficacia política nuestros criterios morales?
Depende de nuestra capacidad de influencia, y ésta será mayor cuanto mayor sea nuestra propia
convicción de la pertinencia de nuestros criterios en la vida política. Si disponemos de un apoyo
popular significativo, podemos llegar más lejos y no hay razón alguna para que evitemos plasmarlo en
la legislación. Como dijimos, no hay tal cosa como leyes neutrales, sin condicionantes morales: detrás
de cada ley hay una ideología, y detrás de ésta unos valores morales. No es sabio pensar que debemos
abstenernos de introducir nuestros valores morales en la producción de leyes pensando que los demás
también se abstendrán: ninguna ley se genera sin partir de criterios morales concretos y sin buscar
objetivos específicos; si nosotros retiramos los nuestros, otros impondrán los suyos; de aquí viene la
importancia del consenso democrático y, en su caso, la cobeligerancia, de la que hablaremos más
tarde. Si los cristianos se hubiesen inhibido de plasmar en la legislación sus criterios morales, no
habría habido sistema democrático, ni reconocimiento de derechos humanos, ni abolición de la
esclavitud, ni derechos laborales, Martín Lutero King o Desmond Tutu no habrían salido de sus
iglesias…
Si los cristianos nos inhibimos de intentar influir con nuestros criterios morales en la legislación, la
tolerancia se irá convirtiendo en permisividad, se irán imponiendo como derechos conductas
degradantes para la dignidad humana – y ya tenemos ahí el aborto, el matrimonio homosexual o la
eutanasia-, la democracia derivará en nuevas formas de totalitarismo y a nosotros nos sucederá como
a los creyentes alemanes que respetaron escrupulosamente la decisión democrática mayoritaria que
elevó al poder a Hitler, entendiendo que debían ejercer su influencia en el plano espiritual y no en el
moral, y mucho menos en el legislativo.
Debemos aprender de la estrategia de los evangélicos republicanos americanos: son conscientes del
valor de sus principios morales, los saben traducir a iniciativas legislativas y saben influir para que
salgan adelante –de esta manera han conseguido recientemente impedir el uso de fondos públicos para
la clonación de células embrionarias-. El efecto de su programa de actuación ha sido tan profundo y
duradero, que los propios demócratas, para conseguir éxito en las recientes elecciones, han tenido que
aparcar a sus candidatos más “liberales” y colocar a otros que defienden principios cristianos. Los
evangélicos de izquierda se han interesado por esta estrategia y están intentando elaborar programas
de actuación semejantes, pero el más parecido, auspiciado por Clinton y Carter, no parte de principios
cristianos para traducirlos a iniciativas legislativas, sino intenta justificar propuestas de izquierda con
argumentos cristianos. No es este el camino.
¿Y cómo influir cuando estamos en minoría, como es nuestro caso?
Cuando no tienes apoyo mayoritario, has de tener originalidad, imaginación, capacidad de convicción,
pero también de seducción (no de engaño, no hay que mentir para hacer atractivas tus propuestas).
Hace años poca gente tenía interés por los problemas ecológicos, pero los ecologistas, entonces muy
minoritarios, diseñaron un programa de actuación con los cuatro elementos que acabamos de citar y
hoy sus propuestas están en todos los programas electorales y han conseguido introducirlas
eficazmente en la legislación. Si tuviésemos espacio, entraríamos a considerar los ejemplos de Daniel o
de Esther.
Como protestantes tenemos una cosmovisión que es poco conocida en este país y que ha sido
fundamental en la construcción del sistema democrático occidental, especialmente en los aspectos de
control democrático del ejercicio del poder, de mayor participación de la sociedad civil en su propio
gobierno. Pues fíjense: ésta es una aportación original en la que podemos encontrar buena
receptividad si la presentamos con imaginación y convicción; el Observatorio Cívico Independiente,
impulsado desde la Alianza Evangélica, es una respuesta a esta oportunidad.
Otra estrategia eficaz para grupos minoritarios es la cobeligerancia: podemos influir en la elaboración
de leyes o tomar iniciativas legislativas si encontramos aliados que coincidan con nosotros en
cuestiones puntuales; algunos estarán pensando en la Iglesia Católica, y es algo que cuando menos
nos debemos plantear, sabiendo con quien estamos tratando, pero sería muy pobre si nos limitásemos
a buscar aliados en terrenos restringidos muchas veces alrededor de la sexualidad; hay otros
potenciales aliados en áreas diferentes. En cualquier caso, hemos de ser siempre prudentes como
serpientes, asegurándonos de que nuestra cobeligerancia mantenga nítida nuestra imagen pública y
nuestra identidad, vamos, que no se aprovechen de nosotros, sino que el beneficio yel riesgo sean
iguales para todos.
¿Y cuáles son las áreas en las que estamos llamados a influir?
Decididamente no citaré ninguna en especial porque el campo de nuestras iniciativas es todo el campo
político, desde la política social a la económica, desde la defensa a la sanidad, desde la cultura a la
política laboral; por favor, no caigamos en la trampa de la nueva progresía ni de una parte de los
cristianos de derecha, que hipertrofian la relevancia del terreno de la sexualidad; tampoco caigamos en
la trampa de pensar que nuestra vocación se restringe a los problemas de marginalidad, pobreza,
emigración o drogadicción; esto hay que abordarlo sin dejar de lado el resto porque nuestra agenda es
global, nuestra llamada alcanza a toda la sociedad, porque toda la sociedad está integralmente
corrompida, toda está bajo la gracia común de Dios y toda ella va a ser transformada radicalmente por
la irrupción del Reino de los cielos.
X. MANUEL SUÁREZ
(Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Mayo – Agosto 2007. Nº 229. Época IX. Permitida
la reproducción total o parcial de esta publicación, siempre que se cite su procedencia y autor.)
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