Otro Triángulo en Madrid - Sociedad Geográfica Española

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Otro Triángulo en Madrid
por John Ross.
Desde la inauguración del Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid en 1992, este, el
Centro de Arte Reina Sofía y el Museo del Prado se han llamado mercadotécnicamente
el Triángulo de Arte, incluso el Triángulo de Oro. La consecuencia es una procesión
interminable de turistas impulsados a visitar los tres en un tiempo mínimo, muchos
lógicamente agobiados por el esfuerzo. Pero existe otro triángulo, más auténtico y más
variado, también con un vértice en el Museo del Prado, siendo los otros dos el Real
Observatorio Astronómico y el Real Jardín Botánico. Todos llevan la firma de Juan de
Villanueva (aunque el diseño del Jardín Botánico fuera de Francisco Sabatini), y el
conjunto resultante podría llamarse el Triángulo de la Ilustración. Se creó dentro de la
reforma urbanística del Salón del Prado y Atocha (que incluía las estatuas emblemáticas
de Madrid, la Cibeles y Neptuno), y su fin era promocionar la monarquía española
como mecenas de las ciencias. Porque, no obstante su importancia actual como
pinacoteca, el Museo del Prado no se concebió como tal, sino como Gabinete de
Historia Natural, proyecto aprobado por Carlos III en 1786, y que a su vez iba a
complementar el Jardín Botánico, fundado por Felipe II pero trasladado a su ubicación
actual a partir de 1774. Y si el Jardín Botánico representaba la naturaleza viva, el
Gabinete de Historia Natural sería la muerta, y con lo terrenal así cubierto, ¿qué más
lógico que completar el triángulo con un Observatorio Astronómico, construido a partir
de 1790, para investigar el universo más allá de la tierra?
El Observatorio se encuentra al sur del Parque del Buen Retiro, en el Cerro de San Blas,
y se puede llegar a él subiendo la calle de Alfonso XII desde Atocha, no muy lejos de la
ubicación actual de la Real Fábrica de Tapices. Así, el Edificio Villanueva del
Observatorio se ve casi de frente, con su fachada neoclásica, coronado por la elegante
cúpula que ahora contiene un telescopio Grubb de 1912. Los primeros astrónomos del
observatorio también lo eran de España, hasta el punto de tener que recibir formación en
otros países, como estudiantes Erasmus de hoy día, y el ambiente científico que
respiraban entonces tenía que haber sido embriagador. Pero sus ilusiones se verían
frustradas. La incipiente astronomía española quedó herida casi de muerte por la
ocupación napoleónica de la España de Carlos IV (para dar una idea de hasta qué punto,
el observatorio no reanudó sus actividades hasta 1845, y no recibió el telescopio
ecuatorial Grubb hasta vísperas de la Primera Guerra Mundial). Entre los libros e
instrumentos científicos antiguos que alberga el Edificio Villanueva se encuentra el
espejo pulido a mano por el mismo Herschel para el gran telescopio (distancia focal 25
pies, casi 8 metros) del Observatorio, y el triste destino de ese refleja el de la Ilustración
misma.
Para seguir el rastro del gran telescopio, se adentra un poco en el Retiro. Justo antes de
llegar a la Glorieta del Angel Caído (la única estatua del Diablo en el mundo, dicen), a
la derecha, se encuentra la noria de extraer agua para la Real Fábrica de Porcelana,
levantado en 1760 para suministrar a la corte y sus palacios. La noria es el único
recuerdo que queda de la fábrica, salvo sus productos, porque la Guerra de la
Independencia vio esta convertida en cuartel general del ejército de Murat, rodeado por
murallas y bastiones, con una guarnición que, no se sabe si para alimentarse o guardarse
del frío, quemó el gran telescopio de Herschel. La noria se conserva porque quedó
enterrada,desde 1815, bajo la “Montaña de la Noria”, formada por los escombros de la
Fábrica de Porcelana y de los baluartes franceses, volados durante la retoma de Madrid.
Desde el Angel Caído, se puede deambular por los jardines del Retiro hasta salir por la
Puerta de Murillo, desde donde se baja hasta la peatonal Plaza de Murillo, entre la
fachada sur del Edificio Villanueva del Museo del Prado y lo que es ahora la entrada del
Real Jardín Botánico (al otro lado del Paseo del Prado se ve el feísimo Ministerio de
Sanidad, donde antaño se erigió la Platería de Martínez, cuyo propósito principal, como
las Reales Fábricas de Porcelana y Tapices, era suministrar a la corte. Como un parque
de las ciencias actual, nuestro Triángulo de la Ilustración también tenía su contexto
socio-económico).
Aunque este Edificio Villanueva suele verse eclipsado por las obras de arte que
contiene, se considera un punto cumbre del neoclasicismo español y la obra maestra de
su arquitecto. Pero sus fachadas elegantes con sus altas ventanas no se diseñaron para
iluminar cuadros y esculturas, sino especímenes de flora y fauna, geología,
arqueología… Todavía sin acabar cuando se produjo la ocupación francesa, también
sufrió durante la guerra. Los invasores se apropriaron de él para cuartel de caballería y,
entre otros destrozos, le quitaron todo su emplomado, permitiendo la entrada de las
lluvias, y necesitó de una reforma a fondo antes de su inauguración en 1819 como
Museo Real de Pinturas, antepasado del actual Museo del Prado. Nunca se había usado
para su propósito original.
Tampoco el Real Jardín Botánico escapó ileso de la Guerra de la Independencia, pero
ahora es una joya, y el hecho de ser menos popular que su famoso vecino lo hace más
delicioso todavía. El techo agujereado formado por las copas de sus árboles, muchos de
ellos centenarios, protege del sol e incluso de la lluvia. Los invernaderos llaman la
atención por el contraste entre el antiguo, del siglo XIX, con su ingenioso y
precozmente ecológico sistema de calefacción, por estiércol fermentando debajo del
suelo; y el nuevo, con sus placas solares y rabiosamente modernos métodos de control
de temperatura y humedad. Pero son sus terrazas de parterres con su geometría y
formalidad, que se ve también en las agrupaciones taxonómicas, utilitarias, geográficas
o simplemente estéticas de sus plantas, que sugieren el racionalismo perdido del Siglo
de las Luces.
Madrid, abril 2006.
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