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La Ciudad Universitaria de Caracas; por Judit Gerendas
Judit Gerendas · Friday, June 24th, 2016
Edificio de Rectorado de la Universidad Central de Venezuela.
Los artistas que logró convocar el arquitecto Carlos Raúl Villanueva y hacerlos
enamorarse del transformador proyecto que había diseñado para construir la Ciudad
Universitaria de Caracas, llevaron a cabo, colaborando con él, que había visualizado,
soñado y diseñado el proyecto y lo dirigía, una síntesis de las artes. Tal como lo dice
Juan Calzadilla, se trata de un
“Ensayo de síntesis que resume uno de los capítulos más osados de nuestra
plástica y que ha quedado como ejemplo universal de un entendimiento
recíproco entre arquitectos, urbanistas y artistas plásticos, ejemplo que nunca
volvió a darse en ninguna otra parte del mundo con tanta generosidad y
profusión como en Caracas[1].”
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La maravilla que resultó de la integración de tanto talento y tanta creatividad,
producida por los más importantes y renombrados artistas de la época (de todas las
épocas, por la trascendencia de su obra), venezolanos e internacionales, pudo surgir
porque hubo una mente poderosa y una capacidad organizativa que, como director de
orquesta, supo coordinar y armonizar el trabajo de todos ellos, en función de un plan,
de un diseño, que él había proyectado y fue capaz de llevar a cabo: Carlos Raúl
Villanueva. Como lo dice el mismo Juan Calzadilla:
“Puede decirse que uno de los momentos más afortunados en la carrera del
arquitecto Carlos Raúl Villanueva fue el haber llevado a la práctica un ideal
perseguido y casi nunca logrado por artistas, teóricos y arquitectos de
diferentes épocas: la integración de las artes. Solo el optimismo y el grado de
audacia con que se plantearon las ideas artísticas durante la época en que
fuera construido el núcleo central de la Ciudad Universitaria de Caracas,
pudieron haber brindado a Villanueva la oportunidad de demostrar su
concepción original de la síntesis artística y la posibilidad de realizarla con los
medios, materiales y técnicas que le ofrecía nuestra época. La Ciudad
Universitaria ha quedado así, no solo como su obra arquitectónica más
importante, sino también como un ensayo de integración que es ejemplo único
en el mundo. Mas que al pensamiento humanista de Villanueva, esta obra
representa una etapa culminante del desarrollo del arte contemporáneo, y su
resultado despierta admiración en todas partes. (…)
Para un arquitecto que ha subrayado con inteligencia en toda su obra los
valores expresivos de los medios empleados por encima de la función
deshumanizada, y que ha partido de la creencia de que la arquitectura es un
arte, pero por sobre todo una totalidad que satisface necesidades vitales y
que nace a la vez de la historia y de la época, la integración artística es un
proceso que no se explicaría sin tener en cuenta su pensamiento de
arquitecto. Dice Villanueva, en efecto: “No me atraen los sistemas cerrados.
Me interesan todos los aportes, las formas nuevas y todos los contenidos que
ellas encierran; todos los nuevos avances constructivos de cualquier parte
que vengan, constityen un estímulo para mi. [Carlos Raúl Villanueva.
“Escritos”, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de
Venezuela, 1965, p. 13]. Esta universalidad de criterio puede entenderse
menos como un eclecticismo que como necesidad de interpretar la
arquitectura como un desarrollo de la historia. De allí que, afirmando el valor
de las técnicas contemporáneas, únicas apropiadas para resolver los
problemas de vivienda y comunicación de nuestra época, Villanueva sienta
urgencia de encontrar en el pasado motivaciones estéticas y funcionales que
interpreta en base a la búsqueda expresiva de un espacio arquitectónico
nuevo. (…). En muchas de sus obras, aun entre las de carácter más audaz,
Villanueva se ha inspirado en la funcionalidad de los espacios de la
arquitectura colonial. En su obra se aprecia un principio de fusión de
soluciones formales y técnicas muy distantes en el tiempo pero que reflejan la
misma preocupación por el espacio en función de la vida. Y este interés por la
organicidad total de la arquitectura implica la consideración de la obra de
arte como parte fundamental de la cultura de una comunidad humana. “Me
preocua el problema de una nueva síntesis –escribió Villanueva- de los
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distintos medios expresivos. Es para mi una aspiración reconducir la
arquitectura, la pintura y la escultura a la cohesión íntima, inextricable,
signficativa” (Idem, p. 14)[2].”
La Ciudad Universitaria de Caracas es una obra universal que responde a un espacio
particular, el de la vegetación y el de la luz tropicales. El proyecto de Villanueva no se
materializó solamente vinculando en forma armónica y rítmica a arquitectura,
escultura y pintura, que ya era un gran logro, sino también por darle un papel
protagónico al mundo vegetal y fundirlo con todo lo que acabo de mencionar.
Esculturas dispersas –no al azar, claro, sino respondiendo a un diseño- sobre la hierba,
paredes y murales con agujeros y aperturas de distinta índole para que por ellos
circule el liviano aire tropical, y penetre la luz, presencia activa y en movimiento
también dentro de nuestra narrativa y nuestra poesía.
Plaza cubierta de Rectorado. Universidad Central de Venezuela. Fotografía de Diego
Martintereso
Junto a la hierba verde encontramos galerías techadas, rectas o suavemente curvadas,
en general de obra limpia de hormigón gris. Y también paredes caladas, como si
fueran encaje, que a su vez dejan pasar el aire, construcciones que se suceden las
unas a las otras en todo el campus universitario, desplegándose derechas o inclinadas,
generando levedad y armonía con sus estructuras, que se complementan con palmeras
y plantas de distinto tamaño, configurando entre todos un conjunto de hojas
esponjadas, barras de metal, esmaltes de diversa modalidad, murales en colores
blancos, amarillos, rojos, azules, negros y tantos otros que, con frecuencia, contrastan
con el gris de la edificación, con la obra limpia.
Ya en pleno funcionamiento, esa Ciudad Universitaria será complementada con grupos
de estudiantes sentados o echados en la hierba.
En 1954 Carlos Raúl Villanueva definió su concepto de Síntesis de las Artes así:
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“En el ambiente de las artes plásticas se formula la necesidad de una
integración de la pintura y la escultura con la arquitectura, del retorno de los
antiguos elementos del color y volumen al blanco organismo arquitectónico
(…). La idea de esta integración sólo podrá cristalizar con resultados positivos
cuando la pintura y la escultura encuentren las razones arquitectónicas de su
incorporación al ambiente construido. Es decir, sólo cuando se junte y se
modele en función de los elementos espaciales que constituyen la obra
arquitectónica.”
Esta integración de las artes se fundamenta, con algunas excepciones, en dos
vertientes: la del arte abstracto de índole geométrica y la del arte cinético. Dos
tendencias nacidas del mismo tronco, pero que han pasado por un proceso diferente.
El arte cinético es, quizás, lo que aporta, a las alturas de los años cincuenta, la
transformación mayor, con su vibrar, su reverberar, su juego de luces y sombras, sus
posibilidades de interacción material con el público, que ha dejado de ser simple
espectador. Es paradigmático que haya dos obras, complejas y difíciles, del artista de
origen húngaro Victor Vasarely, considerado el fundador del arte-op y del propio arte
cinético. Son éstas “Homenaje a Malevich” y “Positivo-negativo”, aunque en este caso
se trata de murales, no de arte en movimiento. En su imprescindible guía titulada
Obras de arte de la Ciudad Universitaria de Caracas, de 1974, Antonio Granados
Valdés[3] ofrece incluso un plano desplegable con la ubicación de las obras de arte en
la Ciudad Universitaria, incluyendo los dos estadios, el Instituto Botánico y el
Gimnasio Cubierto entre todas las otras edificaciones del complejo arquitectónico.
Granados Valdés, intelectual español emigrado a Venezuela, fue director de la
Extensión Cultural de la Facultad de Arquitectura entre 1959 y 1978. Llegó a
Venezuela en 1954 y regresó a España en 1978, luego de la muerte de Franco. En su
Guía podemos contemplar dos fotografías en color del “Homenaje a Malevich”, obra
bimural en la que destacan los distintos matices del color amarillo y, en uno de los
muros, una sorprendente abertura cuadrada, como una ventana, por medio de la cual
el artista hace suya la propuesta general de Carlos Raúl Villanueva, de permitir el
paso del aire y de la luz, propuesta que cada autor resolvió de manera distinta. Al
mismo tiempo, la ventana, que entra en correspondencia con un cuadrado negro
inclinado, es la figura central de aquello a lo que alude el título de la obra, el creativo
homenaje a Malévich, en particular a su Cuadrado negro sobre fondo blanco.
Alrededor del bimural, que forma parte de la Plaza Cubierta del Aula Magna, se
encuentra, no podía faltar, la vegetación: las verdes hojas de las palmeras y de otras
plantas.
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Pastor de Nubes, de Jean Arp. Fotografía de Ruurmo
El Pastor de Nubes, de Jean Arp, es una de las obras que más entrañablemente
representa a la Universidad Central de Venezuela. Voy a citar ampliamente la
publicación UCV Noticias:
“Ubicada en límite oeste de la Plaza Cubierta, frente al mural cerámico de
Mateo Manaure.
Esta escultura, con significaciones poéticas muy subjetivas, surge de una
concepción de lo cósmico, y lo germinativo, una noción del acorde hombreuniverso.
La figura del Pastor de Nubes se destaca desde cualquier ángulo que se
observa, pues posee una potencia que surge de lo rotundo de sus formas, a la
vez que transmite un sinnúmero de sensaciones visuales, de atracción táctil,
producto de la sensualidad de su silueta.
Carlos Raúl Villanueva expresó: “La escultura de Jean Arp representa un
Pastor de Nubes, o como dijo alguien, una nube broncificada, una nube que se
ha puesto de pie y dirige, que enseña en aquella actitud variable, de poesía
ensueño.
La escultura descansa directamente sobre el suelo, para lograr una impresión
más humana, y el bronce se destaca de color claro, teniendo como fondo una
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cerámica de Mateo Manaure”.
Está iluminada por el pequeño patio, diseñado expresamente para esa pieza.”
Voy a diferir de la hermosa interpretación de Villanueva: la escultura no es una nube
que se ha puesto de pie y dirige, el título lo dice claramente, es un pastor. Y a quienes
pastorea es a las nubes. Ciertamente, está signado por la poesía, aunque la maciza
figura no creo que remita al ensueño, yo la percibo como lúdica. Insisto en que es un
pastor, pero ¿a qué remite un pastor? Aparte de a sí mismo, a su perro. El perro
pastor es el que, con su velocidad y su olfato, organiza al rebaño, lo orienta en la
dirección adecuada, devuelve al grupo a aquel que se ha descarriado. Lo lúdico en la
obra de Jean Arp consiste en que remite a un perro, parado sobre sus cuatro patas,
levantando el hocico y meneando el rabo. La poesía está en que al alzar hacia el cielo
lo que sería su cabeza y su hocico, subraya lo que se indica en el título: lo que está
pastoreando es a un rebaño de nubes.
Lo entrañable está, tal como lo dice Villanueva, en que la estatua está directamente en
el suelo, como nosotros, los que lo miramos, no está en un pedestal, por encima del
espectador.
En mi opinión, en la escultura predominan la gracia y lo juguetón, el pastorear lo que
está arriba en el aire, otra vuelta de tuerca en la relación de la Ciudad Universitaria
con lo aéreo, esta vez desde una figura maciza orientada hacia las nubes y el infinito.
Pastor de Nubes de Jean Arp y mural de Mateo Manaure. Fotografía de José Vivas
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El mural cerámico de Mateo Manaure que está detrás del Pastor de Nubes se vincula
con una dinámica de oposición a la obra de Jean Arp. La intensidad y los contrastes
de sus colores subrayan, a la vez que tienen su valor en sí mismos, el terso y uniforme
color dorado claro de la escultura. Un juego entre la dinámica de la policromía y la
masa serena del color único. Todo en medio del espacio abierto, por el cual circulan
los estudiantes, los profesores y otras personas; en algunos momentos especiales del
año, los graduandos que entran y salen del Aula Magna, con su toga y su birrete, para
hacerse la imprescindible foto familiar junto al Pastor y frente al mural de Manaure.
Son los que humanizan este mundo, hecho para ellos, que, casi sin darse cuenta, se
integran al arte y a la naturaleza, al luminoso cielo que resplandece sobre sus
cabezas. Dentro de una ciudad hecha para el saber y construida a escala humana.
La Plaza Cubierta es el punto central de la Ciudad Universitaria. En ella se
encuentran, vinculándose entre sí, los edificios del Rectorado, del Aula Magna y de la
Biblioteca. En su interior, o a su alrededor, se hallan obras de muchos de los grandes
artistas que participaron de esta magna arquitectura: pinturas y esculturas de Jean
Arp, Henri Laurens, Fernand Léger, Mateo Manaure, Victor Vasarely, Pascual
Navarro.
Además de los ya mencionados, tenemos que señalar a otros valiosos artistas que
hicieron posible la existencia de esta obra única, la Ciudad Universitaria: Baltasar
Lobo, Antoine Peusner, Sophie Taeuber-Arp, Miguel Arroyo, Armando Barrios, Omar
Carreño, Carlos González Bogen, Alirio Oramas, Alejandro Otero, Héctor Poleo,
Oswaldo Vigas, Francisco Narváez, Braulio Salazar, Jesús Soto, Rubén Núñez, Víctor
Valera, Wilfredo Lam y André Bloc.
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A la izquierda, “L’Amphion” de Herny Laurent. Al fondo, la obra “Bimural” de Fernand
Léger.
Todas las obras se realizaron fundamentalmente en la primera parte de la década del
cincuenta. Y, como creo que ya no hace falta subrayarlo, pues ha quedado claro de
todo lo que aquí se ha dicho, constituyen un sistema, una sola obra inmensa, eso sí,
múltiple y polivalente, pero un todo articulado, con su ritmo propio, con un espíritu
lúdico, liviano, profundo sí, pero carente de dramatismo. La Ciudad Universitaria es
una obra perfecta, podríamos decir, si es que la perfección existe: en cuanto a ritmo, a
armonía, a posibilidad de participación del público, del aire, de la luz y de la
vegetación. Sorprende entonces que más de veinte años después, en 1978, se
incorpore una nueva obra, una escultura de Ernest Maragall, titulada “Monumento a
los caídos de la generación del 28”: recordemos que el autor es el realizador de la
monumentalidad y del carácter heroico de Los Próceres y del Paseo de los Ilustres,
algo totalmente diferente al espíritu reinante en la obra de Carlos Raúl Villanueva. La
escultura mencionada es hermosa, al respecto ninguna duda cabe: lo que yo discutiría
es el lugar en el que se encuentra, el título que lleva. No hay ningún otro elemento
dramático dentro de la Ciudad Universitaria, lo que la caracteriza es la serenidad y la
armonía.
La estatua en cuestión está
colocada prácticamente a la
entrada de una de las
caminerías que llevan a uno
de los sectores de la
Universidad, a aquel en el
que se encuentran las
Facultades de Humanidades
y Educación, Ciencias
Jurídicas y Políticas,
Ingeniería,
Ciencias
Económicas y Sociales y la
de
Arquitectura
y
“Monumento a los caídos de la generación del 28” deUrbanismo. A un sector
importante, evidentemente.
Ernest Maragall.
Es una escultura figurativa y
dolida, una Mater Dolorosa,
la cual, entonces, rompe de
entrada con el carácter
general de la Ciudad
Universitaria,
fundamentalmente
abstracta, cinética y lúdica,
como he insistido ya tantas
veces al respecto. Hay otras
obras figurativas en la
Ciudad Universitaria, pero
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en lugares mucho más
específicos, como el mural,
eminentemente realista, de
Pedro León Castro, situado
en la Sala de Sesiones del
Consejo Universitario, o “El
Atleta”, escultura de
Francisco Narváez, ubicada
ante el Estadio Olímpico,
sede deportiva que también
forma parte de la Ciudad
Universitaria de Caracas;
“El Atleta” es una
imponente obra no realista
sino estilizada, cónsona con
la modernidad que ilumina
todo
el
complejo
universitario. Una obra de
color marfil, una figura de
gran tamaño, con los brazos
levantados y las manos
sujetando, por encima de la
cabeza, una pelota parecida
a una de fútbol. Una rodilla
sobre la superficie de la
voluminosa base circular, la
otra pierna doblada, con el
pie sobre la misma
superficie, el cuerpo genera
una imagen de gran
fortaleza; la cabeza,
redonda y relativamente
pequeña, el pene marcado
levemente,
aunque
insinuándose poderoso.
Está también el Gimnasio Cubierto de la Universidad Central de Venezuela, el cual se
ve desde la Plaza Venezuela, en lo alto. Un gimnasio multiuso, de leve forma circular,
de color gris, con una ligera ondulación en el techo y un pequeño rectángulo en el
centro de lo que es su parte anterior, lo cual le da cierto aire de gorra militar, algo
que no deja de perturbar, a pesar de lo lograda que es la forma arquitectónica, al
conjunto libre y lúdico que caracteriza a la Ciudad Universitaria como un todo.
Volviendo a la escultura de Ernesto Maragall, que se ubica en la parte alta de un
sendero asfaltado que atraviesa la llamada Tierra de Nadie y conduce, en declive,
hacia las facultades ya mencionadas, podemos agregar que se trata de una obra en
bronce, grande y voluminosa, una mujer desnuda, sentada, con la cabeza inclinada
sobre un brazo, lo que le oculta la cara, con un casco guerrero sobre la cabeza. Es una
figura trágica y heroica, majestuosa, no es ella la que debiera dar la entrada al
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sendero mencionado. Sobre todo, porque es una intervención muy posterior a la
construcción de la Ciudad Universitaria y en nada se corresponde con su espíritu.
Tierra de Nadie, nombre que surgió de la comunidad universitaria, se supone que se
refiere al hecho de que es un espacio intermedio entre la Plaza Cubierta y las
facultades que ya he nombrado. Pero también a que al no ser de nadie, es de todos: es
un espacio siempre repleto de estudiantes, repasando sus libros y apuntes o dedicados
a alguna otra actividad.
Si no pasamos por esa escultura y por el sendero mencionado, sino que seguimos
derecho desde la Plaza Abierta del Rectorado, llegamos a lo que se ha llamado el
corazón de la Ciudad Universitaria, la Plaza Cubierta, en la que se encuentran el
Paraninfo, el Aula Magna, la Sala de Conciertos y la Biblioteca Central, entre otros
lugares paradigmáticos. Probablemente el lugar más famoso, con toda justicia, el más
notable, brillante y absolutamente digno de admiración, es el Aula Magna, con las
nubes de Alexander Calder colgando del techo. ¿Será a ellas a las que vigila el Pastor,
el cual se encuentra muy cerca, en un sitio lateral, casi a la entrada del Aula Magna?
Puede ser otra de las opciones.
Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela
Las nubes de Calder, de distintas formas, pero tendiendo a lo oblongo, a un ovalado
irregular alargado, de distintos tamaños y colores —blanco, amarillo tostado, rojo—,
armonizan con la forma semicircular del gigantesco auditorio, con la línea curva del
escenario y los cinco escalones a cada lado de él, escenario y peldaños de la misma
madera, marrón claro iluminado con una luz que parece natural, como si fuera la luz
solar, aunque no lo es.
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Esas nubes flotantes, estructuras diseñadas por Calder, quien no sólo era artista sino
también ingeniero, tienen la función de ofrecer una acústica impecable.
Los asientos hacen rememorar a un anfiteatro griego, semicircular, con un declive
gradual. Se encuentran en el patio y en el amplio balcón que se adelanta, audaz.
Existe una magnífica foto, en la cual aparece Carlos Raúl Villanueva, completamente
solo dentro del Aula Magna, parado en medio de las butacas vacías, cual pastor de las
nubes acústicas de Calder, que cuelgan del techo.
Carlos Raúl Villanueva dentro del Aula Magna de la UCV
Antes de entrar al Aula Magna, si contempláramos una foto panorámica de su Patio
Cubierto, veríamos el espacio abierto, las múltiples columnas, una rampa que se
dispara a un lado, hacia el piso de arriba; otra rampa, de inclinación más suave, que
viene como en descenso. Ambas rampas se enfrentan tangencialmente, componiendo
una sugestiva línea de fugas.
El espacio, el ágora, casi siempre se encuentra lleno de estudiantes, unos parados,
conversando, y otros caminando, en un sentido o en otro.
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Otra obra emblemática e inolvidable es el
Reloj de la Plaza del Rectorado. Tres
esbeltas y elevadas columnas constituyen
una configuración no rígida, más bien
pareciera que se entrecruzaran, trenzadas
entre sí, generando un efecto de levedad,
de gracia, de elevación. Es la
representación del tiempo. Tres grandes
relojes esféricos coronan esta torre,
ofreciendo la hora en todas direcciones.
Desde múltiples lugares pueden verse. Los
números no están marcados en las esferas,
hay solo unas rayas en relieve, claras
sobre fondo oscuro, igual que son claras y
delgadas las agujas que señalan la hora.
Más allá del Aula Magna se encuentra la
entrada de la Biblioteca Central. Si
salimos, para verla desde afuera,
observaremos un imponente y alto edificio
rojo oscuro, pero vivo, al cual le dan un
Reloj de la Plaza del Rectorado. Ciudadtoque lúdico los grandes espacios
Universitaria de Caracas
cuadriculados, cuya separación se marca
por medio de franjas de color gris
superpuestas a la fachada roja. Los tres
pisos más altos rompen este diseño,
carecen de color y de cuadrados, son
puras y grandes ventanas de cristal.
Abajo, como saliendo del cuerpo del
edificio, avanza sobre el espacio
constituido por caminerías y hierba, una
larga galería de hormigón gris y
ventanales de cristal, de tres pisos, la cual
contiene las amplias salas de lectura.
Desde afuera se ve lo que está adentro,
desde el interior se vislumbra el paisaje de
la Tierra de Nadie.
Si volvemos a entrar en la Biblioteca, nos enfrentaremos a otra de las magníficas y
destacadas obras de la Ciudad Universitaria: el Vitral realizado por Fernand Léger,
también de intensos colores y de una notable altura. Y, una vez más, una de las
creaciones fundamentales del complejo arquitectónico está situada de tal manera que
entra en juego con la luz que la ilumina desde afuera, otorgándole un resplandor que
va cambiando de acuerdo a los cambios de hora y a los cambios climáticos. Obra
magna por sí misma, se crece al pasar a la dinámica del movimiento gracias a la
iluminación tropical que recibe.
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Aparte de las maravillosas obras que
pueblan a la Ciudad Universitaria de
Caracas, de las que solo he mencionado
algunas, en mi opinión lo que resulta
excepcionalmente notable es el
permanente juego de luces que
caracteriza a esta obra de la síntesis de
las artes, resuelto de muy diversas
maneras, a partir de techos semiabiertos
que iluminan las fachadas, o de aberturas
en las paredes que permiten la entrada al
aire y a la luz, como ya lo hemos visto. Y,
al mismo tiempo, la presencia permanente
y variada de la verde vegetación, también
a través de diversas modalidades.
El 30 de noviembre del año 2000, luego de
un largo proceso de evaluación y
valorización que se había iniciado a
comienzos de la década del 90, el Comité
de Patrimonio Mundial, en su XXIV
Vitral de Fernand Léger. Biblioteca
edición, inscribió a la Ciudad Universitaria
Central. Ciudad Universitaria de Caracas
de Caracas en la lista del Patrimonio
Mundial de la Humanidad de la UNESCO.
♦
[1] Sitio web del Museo de Arte Moderno de Mérida Juan Astorga Anta.
[2] Juan Calzadilla. “La Ciudad Universitaria, un ensayo de integración de las artes”.
En: Revista Punto, Nº 28, Caracas, agosto – septiembre de 1966. En:
www.fundacionvillanueva.org/
[3] A. Grandos Valdés. Guía; Obras de arte de la Ciudad Universitaria de Caracas.
Comisión de Conservación de las Obras de Arte de la Ciudad Universitaria de Caracas,
1974.
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