I. El fundamento básico de la Teoría General Dice certeramente Paul Sweezy:"el núcleo básico de la crítica keynesiana puede sintetizarse como el rechazo puro y simple de lo que ha venido a llamarse la ley de Say". El economista francés Juan Bautista Say escribió en 1815 un texto que significativamente tituló Catecismo de Economía Política. En su portada anunciaba lo siguiente: Libro basado en los hechos y útil a las diversas clases de hombres, en cuanto indica las ventajas que cada cual puede obtener de su posición y aptitudes. Como es sabido, Say afirmaba la imposibilidad de un exceso de producción en relación con la demanda. En efecto, el postulado del empleo total como situación normal se justificaba en la escuela ortodoxa, que hoy denominamos neoclásica, mediante el supuesto de que la producción (oferta) crea necesariamente, a nivel global, su propia demanda. David Ricardo, a pesar de su enorme talento de gran fundador de nuestra disciplina, asumía cabalmente la mentada ley y la formulaba de este modo: Ningún hombre produce sino con vistas a la venta o al consumo, y cuando vende es con la intención de comprar alguna otra mercancía que, o bien le es útil inmediatamente, o le sirve para una producción futura. Por lo tanto, al producir él se hace necesariamente o consumidor de sus propios bienes o comprador de los bienes de alguna otra persona [...]. Los productos se compran siempre con productos o con servicios; el dinero no es más que el medio por el cual se efectúa el cambio. La tesis implícita en tal formulación es que en una economía de intercambio, el ingreso generado (haciendo abstracción de los desajustes temporales en mercados particulares) se gasta automáticamente a un ritmo que mantendrá empleados todos los medios de producción existentes. Sorprende en particular la siguiente tesis de Ricardo: "ningún punto considero mejor establecido que la oferta de trabajadores es, a la postre, proporcional a los medios disponibles para sostenerlos". Keynes apuntó todas sus baterías contra ese supuesto, pues para poder dar sustento a su nueva teoría era menester demostrar que la economía podía mantenerse en equilibrio con diferentes niveles de empleo. Para ello era necesario demostrar que Say, y por tanto Ricardo, estaban equivocados. Keynes, efectivamente, abrió fuego en la primera página de su obra: Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales.7 Formado en la que él llamó escuela clásica, Keynes pugnaba por desprenderse de sus enseñanzas con estas frases contundentes: Desde los tiempos de Say y Ricardo los economistas clásicos han enseñado que la oferta crea su propia demanda queriendo decir con esto de manera señalada, aunque no claramente definida, que el total de los costos de producción debe necesariamente gastarse por completo, directa o indirectamente, en comprar los productos. En los Principles of Political Economy de J. S. Mill, la doctrina está expresamente expuesta: "Los medios de pago de los bienes son sencillamente otros bienes. Los medios de que dispone cada persona para pagar la producción de otras consisten en los bienes que posee. Todos los vendedores son, inevitablemente, y por el sentido mismo de la palabra, compradores". 1 Como corolario de la misma doctrina, se ha supuesto que cualquier acto individual de abstención de consumir conduce necesariamente a que el trabajo y los bienes retirados así de la provisión del consumo, se inviertan en la producción de riqueza en forma de capital... Keynes había entendido a fondo el error de esa formulación que, quizá como nadie, su propio maestro, Alfred Marshall, formulara. Habla Marshall citado por Keynes: El ingreso total de una persona se gasta en la compra de bienes y servicios. Cierto que generalmente se dice que un hombre gasta parte de su ingreso y ahorra la otra; pero es un axioma económico muy conocido, que el hombre compra trabajo y bienes con aquella parte de su ingreso que ahorra, del mismo modo que lo hace con la que gasta. Se dice que gasta cuando procura obtener satisfacción presente de los bienes y servicios que compra, y que ahorra cuando el trabajo y los bienes que compra los dedica a la producción de riqueza de la cual espera derivar medios de satisfacción en el futuro. Esa tesis, dice Keynes, Es el soporte de la teoría clásica en conjunto, ya que sin él se derrumbaría [...]. En verdad, los economistas de la postguerra rara vez logran sostener este punto de vista firmemente, porque su pensamiento de hoy está excesivamente permeado de la tendencia contraria, y los hechos de la experiencia están obviamente en desacuerdo con su opinión anterior; pero no han sacado consecuencias de bastante alcance, ni han modificado su teoría fundamental [...]; quienes piensan de este modo se engañan, como resultado de una ilusión óptica, que hace a dos actividades esencialmente diversas aparecer iguales. Caen en la falacia al suponer que existe un eslabón que liga las decisiones de abstenerse del consumo presente con las que proveen al consumo futuro, siendo así que los motivos que determinan las segundas no se relacionan en forma simple con los que determinan las primeras.8 En términos keynesianos más directos puede decirse que es verdad que más empleo creará mayores ingresos, de los que una parte determinada será gastada en bienes de consumo, pero de ello no se sigue que la parte no gastada en consumo (es decir, el ahorro) será necesariamente gastada en inversión. Habrá, por tanto, un ajuste a la baja en el nivel del ingreso que redundará finalmente en un descenso del empleo. A partir de esas posibilidades, Keynes pudo crear el aparato de políticas compensatorias anticíclicas cuya vía de aplicación es la regulación estatal (palabras que hoy causan horror en muchos medios). Keynes demostró a los economistas de su tiempo que su aceptación irreflexiva de la ley de Say en el fondo los había llevado a afirmar la imposibilidad de una catástrofe económica como la que el mundo estaba enfrentando en ese periodo. Creer en la ley de Say, habría podido decir Keynes, es como decir que es imposible que estuviera pasando lo que estaba pasando. Trascender este punto de vista permitió a Keynes desarrollar un análisis penetrante de la economía realmente existente. Como es sabido, más allá de la teoría de la acumulación, Marx extendió la esfera de sus investigaciones en los tomos II y III de El Capital, al estudio del dinero, la tasa de interés y las crisis financieras. Fan−Hung registra que Marx fue el primero que resaltó la antagónica relación entre ganancias industriales y tasa de interés, reexaminada por Keynes en su Teoría General. En relación a esta problemática, Fan−Hung descubre cómo Keynes se opone y critica la ley de bancos (Bank Act) de 1925 de la misma manera que Marx critica la ley (Act) de 1844. No podemos ocuparnos ahora del detalle de los debates, pero en ambos casos las medidas tomadas por el gobierno condujeron a la acentuación de las crisis económicas. Pero si se examinan los fundamentos teóricos detrás de las posiciones de uno y otro se plantea el problema siguiente: ¿la tasa de interés es una recompensa por el ahorro o la abstinencia como tal? Marx responde, no. Rechaza la teoría de la abstinencia de Senior por dos razones. Una de ellas es exactamente la misma que Keynes alegó contra la teoría de la abstinencia de Marshall. Marx sostuvo que el puro acto del ahorro o la abstinencia, ni como dinero atesorado ni como mercancías atesoradas crean interés en modo alguno. En el 2 tomo III escribió lo siguiente: Mientras (el capital financiero) conserve (el capital−dinero) en sus manos, no le producirá interés, no obrará como capital; y mientras le produzca intereses y obre como capital, no se encontrará en sus manos. Sobre el tema, Keynes escribió: Debiera ser evidente que la tasa de interés no puede ser recompensa al ahorro o a la espera como tales, puesto que si un hombre atesora sus ahorros en efectivo, no percibe interés, aunque ahorre lo mismo que antes. Si según Marx la tasa de interés no es recompensa por el ahorro como tal, ¿de qué es entonces recompensa? La respuesta se halla en las funciones sociales del dinero, descubiertas por Marx. Además de ser un patrón de valor, Marx señala tres funciones adicionales del dinero: 1) medio de compra; 2) medio de pago; 3) medio de atesoramiento. Con el desarrollo de la producción capitalista, el atesoramiento como fuente de riqueza decayó y surgió una nueva forma de atesoramiento como exigencia directa del proceso productivo, es decir, como fondo de reserva de medios de pago. El hecho de que en tiempos de convulsión todo el mundo reclame dinero efectivo, muestra que se pide dinero como medio de pago. En periodos de expansión, el dinero es solicitado como fondo de reserva de medios de compra. Puesto que los capitalistas industriales necesitan pedir dinero prestado a los capitalistas financieros, bien como medio de pago, bien como medio de compra, Marx define la tasa de interés como una suma que los capitalistas industriales tienen que pagar a los capitalistas financieros por el uso de cierto monto de capital−dinero durante un intervalo de tiempo determinado. ¿Cómo se determina la tasa de interés para Marx? El escribió: Es sin duda cierto que existe una relación tácita entre la oferta de capital− mercancía y la oferta de capital−dinero, y también que la demanda de dinero del capitalista industrial viene determinada por las condiciones reales de la producción real. El examen detallado de Fan−Hung lo conduce, entre otras, a la siguiente pregunta:"¿cuál es la posición de Marx respecto a las modernas controversias sobre la tasa de interés?". El mismo responde: "Mi respuesta... es que, en su análisis de la tasa de interés en tiempos de crisis, Marx tiene muchos puntos de contacto con Keynes en tanto considera la tasa de interés determinada primariamente por la oferta y la demanda de dinero...". Adam Smith. La riqueza de las naciones.− La labor anual de cada nación es el fondo que originalmente suministra él con todos los requisitos y conveniencias de vida que anualmente consume, y que consiste siempre o en el producto inmediato de la labor, o en lo que se compró con ese producto de otras naciones. Conforme por consiguiente a este producto, o lo que se compró con él, es más grande en proporción o más pequeña al número de esos que están por consumirlo, la nación será mejor o peor suministrada con todos los requisitos y conveniencias por el que tiene ocasión. Pero esta proporción debe ser regulada en cada nación por dos circunstancias diferentes; primero, por la habilidad, destreza, y juicio con el que se aplica la labor generalmente; y, segundo por la proporción entre el número de esos que se emplean en labor útil, y el de esos que no se emplean así. Como puede ser la tierra, 3 clima, o magnitud de territorio de cualquier nación particular, la abundancia o escasez de su suministro anual debe, en esa situación particular, depender de esas dos circunstancias. La abundancia o escasez de este suministro, también, parece depender más en el anterior de esas dos circunstancias que en el último. Entre las naciones salvajes de cazadores y pescadores, cada individuo que puede trabajar, se emplea más o menos en labor útil, y viables a proporcionar, así como se pueda, los requisitos y conveniencias de vida, por él, o tal de su familia o tribu ya sea demasiado viejo, o demasiado joven, o demasiado débil para ir de caza y pesca. Tales naciones, sin embargo, están tan miserablemente pobres que, simplemente por querer, se reducen frecuentemente, o, por lo menos, piensan estar reducidos, a la necesidad a veces de directamente destruir, y a veces de abandonar sus infantes, sus personas viejas, y éstos afligidos con enfermedades prolongadas, padecen hambre, o son devorados por bestias salvajes. Entre civilizados y naciones lozanas, al contrario, aunque un gran número de personas no hacen labor en absoluto, muchos consumen el producto de diez, frecuentemente de un 100% más labor que la mayor parte de esos que trabajan; todavía el producto de la labor entero de la sociedad es tan grande que todo está a menudo abundantemente suministrado, y un obrero, igual del más bajo y orden más pobre, si es frugal y trabajador, disfrutaría una gran porción de los requisitos y conveniencias de vida que es posible por cualquier salvaje adquirir. Las causas de esta mejora, en los poderes productivos de labor, y el orden, según el producto que se distribuye naturalmente entre las líneas diferentes y condiciones de hombres en la sociedad, hizo el título del primer libro de esta investigación. 4