El guerrero insatisfecho

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El guerrero insatisfecho
ESCUCHE DECIR AL VIENTO…
Insatisfacción sutil, descontento en el fondo, eso sentía el
guerrero.
Ya habían pasado estaciones completas desde que recibió ese
nombre – desde que fue nombrado guerrero - desde que la
tierra y el invierno así lo nombraron, atrás habían quedado los
momentos en que de niño escuchó sobre la creación del
hombre, cuando le contaron como los dioses danzantes habían
juntado tierra, agua, aire, fuego y espacio para dar forma y vida
a los seres humanos. Ahora eran sólo cuentos infantiles, historias
lejanas.
No sabía muy bien si era impaciencia, prisa, tristeza, miedo o sólo
insatisfacción, pero en el fondo, por lo bajito, esa sensación
estaba siempre. No es que siempre la notara, no… la caza, la
pesca, su arduo entrenamiento lo hacían olvidarla, no percibirla,
pero en cuanto había calma, en cuanto surgía el silencio, no
podía evitar sentirla nuevamente, tan ligera y al mismo tiempo
tan presente.
Y era entonces cuando buscaba más…. Siempre más…. Cada
vez más…. Pensando que algo le faltaba, que la felicidad
estaría en la siguiente experiencia, en el siguiente aprendizaje,
que esa persistente sensación de descontento se iría cuando
cazara la siguiente presa, tal vez en el invierno cuando fueran
por el alce gigante, o a la mejor cuando dominara el arco de
sauce, o quizá en la primavera cuando se reunieran los guerreros
y los sabios, y así seguía siempre buscando más, cada vez más….
Insatisfacción sutil, descontento en el fondo.
Sólo que esta vez, mientras caminaba en el sendero del bosque
rumbo a la pradera en que entrenaba, en su mente surgió su
abuela, y la historia casi olvidada, esa… la de la creación del
hombre, y al observar la mirada de esa anciana en su mente, su
cuerpo sonrío… y sólo fue entonces… cuando sin buscarlo, sin
proponérselo… se conectó con el bosque y el sendero, los
empezó a ver realmente… cada hoja, cada rama, cada roca,
cada brizna… juntas brillando, como lo hacían siempre y él no
había observado…
Los empezó a escuchar verdaderamente… cada crujir, cada
silbar, cada crecer… juntos sonando armónicamente, como lo
hacían siempre y él no había escuchado… los empezó a sentir
auténticamente… el camino bajo sus pies, el aire tocando su
piel… y entonces no sólo fue guerrero, sino también bosque y
camino.
Y entonces fue cuando la insatisfacción dio paso a los dioses
danzantes, los que nunca se habían ido, los que en su bailar dan
vida, los que con su risa crean…
Y si, ahora se supo espacio, que llega hasta todos lados, que todo
lo contiene, que todo lo abarca… observó su mente, potencial
infinito…
Ahora sintió su tierra, sólida y creciente, su forma de montaña y de
campo… percibió su cuerpo, se supo fértil…
Ahora experimentó ser agua, fluyendo como río, cayendo como
lluvia, sonriendo como ola… sintió su sangre, movimiento y vida…
Ahora fue también aire, transparente viento, aliento ligero, vuelo…
inhalando y exhalando, inspiración y libertad…
Ahora descubrió su fuego, también danzante, justo en su centro,
calor, luz, se volvió llama… corazón latiendo, amor, compasión,
deseo…
Gozo sutil, alegría en el fondo, eso siente el guerrero. En el fondo,
en lo bajito sensación siempre presente.
Y justo en su centro… descubre la danza… bailan tierra y espacio,
reencuentra al agua y al aire, fiesta de fuego… baile de mente y
de cuerpo, reencuentro de sangre y aliento, fiesta desde el
corazón.
Sergio Hernández Ledward
Nautillus
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