Los Jóvenes Han de Llevar Cargas

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Capítulo 79
Los Jóvenes Han de Llevar
Cargas
"OS HE escrito a vosotros, jóvenes, porque sois
fuertes, y la palabra de Dios permanece en
vosotros, y habéis vencido al maligno" (1 Juan 2:
14).
A fin de que la obra pueda avanzar en todos los
ramos, Dios pide vigor, celo y valor juveniles. El
ha escogido a los jóvenes para que ayuden en el
progreso de su causa. Para hacer planes con mente
clara y ejecutarlos con mano valerosa, se requiere
energía fresca y no estropeando. Los jóvenes están
invitados a dar a Dios la fuerza de su juventud,
para que por el ejercicio de sus poderes, por
reflexión aguda y acción vigorosa, le tributen
gloria, e impartan salvación a sus semejantes.
En vista de su alta vocación, nuestros jóvenes
no tienen que buscar diversiones ni vivir para la
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complacencia egoísta. La salvación de las almas
debe ser el motivo que los inspire a obrar. En la
fuerza que Dios les ha dado, han de elevarse por
encima de todo hábito esclavizador y degradante.
Deben medir bien la senda de sus pies, recordando
que adonde ellos vayan, otros los seguirán. Nadie
vive para sí; todos ejercen una influencia para bien
o para mal. Debido a esto, el apóstol exhorta a los
jóvenes a ser sobrios y serios. ¿Cómo pueden ser
de otra manera si recuerdan que han de ser
colaboradores con Cristo, participantes con él de su
abnegación y sacrificio, de su longanimidad y
benevolencia misericordiosa?
A los jóvenes de hoy, tan ciertamente como a
Timoteo, se dirigen las palabras: "Procura con
diligencia presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa
bien la palabra de verdad". "Huye también de las
pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor
y la paz" (2 Tim. 2: 15, 22). "Sé ejemplo de los
fieles en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y
pureza" (1 Tim. 4: 12).
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Los que entre nosotros han estado llevando
cargas van siendo segados por la muerte. Muchos
de los que estuvieron al frente, realizando las
reformas instituidas por nosotros como pueblo, han
pasado ya el meridiano de la vida, y están
decayendo en su fuerza física y mental. Con la más
profunda preocupación se puede preguntar:
¿Quiénes ocuparán sus puestos? ¿A quiénes serán
confiados los intereses vitales de la iglesia cuando
caigan los actuales portaestandartes? No podemos
sino mirar ansiosamente a los jóvenes de hoy como
quienes
deben
llevar
las
cargas
y
responsabilidades. Ellos deben reanudar la obra
donde otros la dejan, y su conducta determinará si
la moralidad, la religión y la piedad vital
prevalecerán, o si la inmoralidad y la incredulidad
corromperán y agostarán todo lo valioso.
Los que tienen más edad deben enseñar a los
jóvenes, por el precepto y el Ejemplo, a
desempeñar los requerimientos que les hacen la
sociedad y su Hacedor. Sobre estos jóvenes han de
recaer graves responsabilidades. La cuestión es:
¿Son ellos capaces de gobernarse a sí mismos y
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mantenerse de pie en la pureza de la virilidad que
Dios les dio, aborreciendo todo lo que sepa a
maldad?
Nunca antes hubo tanto en juego; nunca
dependieron resultados tan importantes de una
generación, como de la que ahora entra en el
escenario de acción. Ni por un momento deben
pensar los jóvenes que pueden ocupar
aceptablemente algún puesto de confianza sin un
buen carácter. Sería tan razonable esperar cosechar
uvas de los espinos, o higos de los cardos.
Un buen carácter debe construirse ladrillo tras
ladrillo. Estas características que habilitan a los
jóvenes a trabajar con éxito en la causa de Dios
deben ser obtenidas por el ejercicio diligente de sus
facultades, por el aprovechamiento de toda ventaja
que la Providencia les da, y por su relación con la
Fuente de toda sabiduría. No deben quedar
satisfechos con una norma baja. Tanto el carácter
de José como el de Daniel son buenos modelos
para ellos, y en la vida del Salvador tienen un
dechado perfecto.
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A todos se les da oportunidad de desarrollar el
carácter. Todos pueden ocupar sus puestos
señalados en el gran plan de Dios. El Señor aceptó
a Samuel desde su infancia porque su corazón era
puro. Había sido dado a Dios como ofrenda
consagrada, y el Señor hizo de él un conducto de
luz. Si los jóvenes de hoy quieren consagrarse
como fue consagrando Samuel, el Señor los
aceptará y los empleará en su obra. Acerca de su
vida podrán decir con el salmista: "Oh Dios, me
enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he
manifestado tus maravillas" (Sal. 71: 17).
Los jóvenes deberán pronto llevar las cargas
que están llevando ahora los obreros de más edad.
Hemos perdido tiempo y descuidado de impartir a
los jóvenes una educación sólida y práctica. La
causa de Dios está progresando constantemente, y
debemos obedecer la orden: Avanzad. Se necesitan
jóvenes que no sean arrastrados por las
circunstancias, que anden con Dios, oren mucho, y
hagan esfuerzos fervientes para obtener toda la luz
que puedan.
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El que trabaja para Dios debe emplear las más
altas energías mentales y morales con que la
naturaleza, la cultura y la gracia de Dios le han
dotado; pero el éxito será proporcional al grado de
consagración y abnegación con que haga su obra,
más bien que a sus dotes naturales o adquiridas.
Necesita hacer un esfuerzo continuo y ferviente
para adquirir la preparación que lo hará útil; pero a
menos que Dios obre con la humanidad, ésta no
puede realizar bien alguno. La gracia divina es el
gran elemento del poder salvador; sin ella todo
esfuerzo humano es inútil.
Siempre que el Señor tiene una obra que hacer,
pide, no sólo oficiales de comando, sino toda clase
de obreros. Hoy está llamando a jóvenes, fuertes y
activos de mente y cuerpo. Desea que ellos aporten
las facultades sanas y vigorosas de su cerebro, sus
huesos y músculos al conflicto contra los
principados, las potestades y las malicias
espirituales en las alturas. Pero deben tener la
preparación necesaria. Algunos jóvenes que no
tienen idoneidad para la obra insisten para que se
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los acepte en ella. No comprenden que necesitan
ser enseñados antes que ellos puedan enseñar.
Mencionan a hombres que tuvieron poca
preparación y que han trabajado con cierta medida
de éxito. Pero si estos hombres tuvieron éxito fue
porque pusieron su corazón y alma en la obra. Y
¡cuánto más eficaces podrían haber sido sus labores
si desde el principio hubiesen recibido una
preparación adecuada!
La causa de Dios necesita hombres eficientes.
La educación y adiestramiento son considerados
correctamente como una preparación esencial para
la vida comercial; y cuánto más esencial es la
preparación cabal para la obra de presentar el
último mensaje de misericordia al mundo. Esta
preparación no puede adquirirse solamente por
escuchar la predicación. En nuestras escuelas, los
jóvenes deben llevar cargas para Dios. Han de
recibir una preparación cabal bajo maestros
experimentados. Necesitan hacer el mejor uso
posible de su tiempo en el estudio, y poner en
práctica el conocimiento adquirido. Se necesita
estudio y trabajo arduo para tener éxito como
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ministro o como obrero en cualquier ramo de la
causa de Dios. Nada que no sea un cultivo
constante desarrollará el valor de los dones que
Dios ha concedido para que sean sabiamente
aprovechados.
A menudo se ocasiona un gran perjuicio a
nuestros jóvenes permitiéndoles que comiencen a
predicar cuando aún no tienen suficiente
conocimiento de las Escrituras para presentar
nuestra fe de una manera inteligente. Algunos de
los que entran en el campo son novicios en las
Escrituras. En otras cosas son también
incompetentes y deficientes. No pueden leer las
Escrituras sin vacilar, pronunciar mal las palabras,
y acumularlas de tal manera que maltratan la
Palabra de Dios. Los que no pueden leer
correctamente deben aprender a hacerlo, y
necesitan hacerse aptos para enseñar antes de
intentar ponerse frente a un auditorio.
Los maestros de nuestras escuelas están
obligados a aplicarse debidamente al estudio, a fin
de prepararse para instruir a otros. Estos maestros
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no son aceptados hasta haber pasado un examen
crítico, y su capacidad para enseñar debe ser
probada por jueces competentes. No debiera
ejercerse menos cautela en el examen de los
ministros; los que están por ingresar en la obra
sagrada de enseñar la verdad bíblica al mundo,
deben ser examinados cuidadosamente por
hombres fieles y experimentados.
La enseñanza impartida en nuestras escuelas no
ha de ser la misma que se da en otros colegios y
seminarios. No ha de ser de un orden inferior; el
conocimiento esencial destinado a preparar a un
pueblo que pueda subsistir en el gran día de Dios
debe ser considerado como el tema de suma
importancia. Los estudiantes han de ser aptos para
servir a Dios, no solamente en esta vida, sino en la
futura. El Señor requiere que nuestras escuelas
preparen alumnos para el reino hacia el cual se
dirigen. Así estarán preparados para participar en la
santa y feliz armonía de los redimidos.
Muchos maestros corren el peligro de
mecanizar su enseñanza. Hay peligro de que un
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servicio ceremonial reemplace la obra genuina que
debe hacerse en el corazón. En tal caso la religión
llegará a ser poco más que una forma. Los
estudiantes de nuestras escuelas y los miembros de
nuestras iglesias necesitan algo más profundo que
esto. Una religión intelectual no satisfará el alma.
La preparación intelectual no debe ser descuidada,
pero no basta. A los estudiantes se les debe enseñar
que están en este mundo para prestar servicio a
Dios. Hay que enseñarles a poner su voluntad de
parte de la voluntad de Dios.
Ocupen ahora prestamente sus lugares en la
obra del Señor los que han sido preparados para el
servicio. Se necesitan quienes trabajen de casa en
casa. El Señor pide que se hagan esfuerzos
decididos en lugares donde la gente no conoce la
verdad bíblica. Se necesita cantar, orar y dar
estudios bíblicos en los hogares de la gente. Ahora,
ahora mismo, es el momento de obedecer a la
comisión: "Enseñándoles que guarden todas las
cosas que os he mandado" (Mat. 28: 20). Los que
hagan esta obra deben tener un conocimiento
apropiado de las Escrituras. El "Escrito está" debe
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ser su arma de defensa. Dios nos ha dado luz
respecto a su Palabra, para que podamos dar esta
luz a nuestros semejantes. La verdad pronunciada
por Cristo alcanzará los corazones. Un "Así dice el
Señor" caerá en el oído con poder, y fructificará
dondequiera que se preste un servicio honrado.
(Escrito en 1882.)
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