la historia del elfo

Anuncio
2: LA HISTORIA DEL ELFO
‘Tengo suerte.’
Esto es lo primero que d
dijo
ijo cuando comenzó a volver en sí. Lo encontré
temprano, al amanecer, tumbado en un montón de nieve. En realidad,
realidad el
invierno hace poco que se marchó de nuevo hacia el norte durante este
año, así que no es tanto un montón de nieve sino más bien una pila de
húmedas hojas podridas cubiertas con una fina capa de hielo. En las
proximidades hay una multitud de ramitas quebradas e incluso toda una
rama gruesa, una rama seca
seca, caída y limpia, por lo tanto parece obvio que
ha caído de los cielos y han sido las últi
últimas
mas hojas del año las que han
salvado su vida.
23
Se encuentra cerca del viejo puente sobre el arroyo que fluye hacia la
charca donde se esconde la vieja tenca. Corrí al arroyo y tomé un poco de
agua ahuecando mis manos. Mientras lo hacía me di cuenta de que la tenca
me observaba desde el fondo, sobre unos profundos cantos de la charca, un
parpadeo verde oliva en la oscuridad. No, no, no…, tenca; un día te
arrebataré de esa charca, pero no será hoy. Regreso y acerco el agua a sus
labios, al principio él emite un quejido porque el agua está helada, pero
después comienza a beber. Pienso que los mortales son como las tencas.
Muy difíciles de matar.
Más tarde, Suerte9 se siente mucho mejor, aunque obviamente aturdido.
Se sienta y me observa encender una pequeña hoguera, pero la madera
está húmeda y produce más humo que calor. Le ofrezco una taza de
bellota10 y él, dibujando una sonrisa, me pregunta si acaso conozco dónde
hay un árbol gigante o si es que de algún modo lo encogí de tamaño.
Simplemente le explico que se trata de un té de bellota y que se lo beba.
Lo hace, y tras un momento cae dormido por un instante. No me queda
mucho más que hacer así que me siento allí cuidando el fuego, escuchando
sus inspiraciones y expiraciones en el aire frío.
‘Tú eres un elfo,’ dice cuando se despierta.
No parece que haya ninguna necesidad de decir nada para responder a
esto, así que tan sólo me siento a mirarle a través del humo. Su espada
reposa ahora sobre mi muslo. Creí reconocerla enseguida, y tras un
examen más atento ya estoy seguro. Es la espada Aflicción, su hoja
labrada del élitro de un escarabajo nocturno gigante por goblins
condenados a la horca, el pomo de elegante acabado de hueso de araña.
9 N.T.: el elfo malinterpreta el nombre de Fortunato debido a la primera frase de este capítulo ‘I am Luck’.
Como es habitual en este autor, usa oraciones con doble sentido, aquí el mago quiso decir que estaba de suerte
pero también podría significar que el mago dice: ‘Yo soy Suerte’. Esto último es lo que interpreta el elfo.
10 N.T.: nuevo doble sentido, ‘an acorn cup’ se puede interpretar indistintamente como una taza de bellota o
como su cascabillo.
24
‘Tú debes de haberme salvado la vida,’ continuó Suerte, obviamente
pretendiendo romper el silencio como consecuencia de su propio
nerviosismo.
‘Yo, y una rama, y algunas hojas muertas,’ dije insubstancialmente.
Le veo estirarse mientras se levanta y trata de determinar si tiene algún
hueso roto. Desde luego está repleto de arañazos producidos en la caída
mientras atravesaba las copas de los árboles, y ahora puedo darme cuenta
que su tobillo está hinchado. Hace una mueca de dolor y agarra un puñado
de tierra que frota sobre sí mismo mientras recita algo con voz melodiosa.
Debe de haber utilizado algún tipo de tosca magia elemental, porque los
cortes se cierran y el hinchazón comienza a disminuir de inmediato.
‘Si existe algún modo en que yo pueda compensarte…’ comienza a decir,
y entonces su voz se va apagando ya que se percata de que yo poseo la
espada.
La sostengo en alto. ‘Acabas de hacerlo,’ le digo.
‘No de ese modo. Me refiero con algún tipo de favor. Necesito esa espada;
permíteme recompensarte de alguna otra manera.’
He de sacudir mi cabeza, ya que este gesto es el que los mortales realizan
para decir que no. ‘Existe el Principio de Sufragio que hay que tener en
cuenta. Tú te quedas la vida, yo me quedo una espada mágica. Ahora
estamos en paz – ninguno le debe nada a nadie.’
‘Pero en su lugar yo podría ofrecerte amistad.’ Se detiene, dándose ya
cuenta que no voy a ceder, y cambiando de tema. ‘¿No sientes curiosidad
por saber cómo he llegado hasta aquí?’
Me encojo de hombros. ‘Caíste del aire.’ Esto le provoca un semblante de
perplejidad así que continúo: ‘Sé que eres un hechicero, mortal. Vi a tu
familiar.’ Hablar con mortales puede resultar casi un tormento.
25
El murciélago está observando desde el interior de su manga,
entrecerrando los ojos con la quebradiza luz del día. Él lo acaricia con su
dedo índice, consiguiendo que muestre sus diminutos dientes blancos en lo
que imagino debe ser una expresión de satisfacción, y me dice que el
animal también se llama Suerte, sólo que en esta ocasión utiliza una
palabra diferente a la de antes.
‘Tuve que conseguir que unos silfos me cruzaran volando la Bahía,’ dice
Suerte.
‘¿Atravesarla entera? ¿Desde el continente oriental?’ pregunto, ahora me
pica la curiosidad aunque me resulte extraño, principalmente porque no
conozco absolutamente nada sobre la tierra del este.
‘Desde la pasada noche.’ Se inclina hacia delante, viéndose muy serio con
el sonrojo que le provoca el calor del fuego en contraste con la palidez de
sus mejillas. ‘Estoy tratando de encontrar a mi mentor, quien ha llegado
hasta aquí con otros adeptos de nuestra Orden. Han jurado impedir el
renacimiento del demonio Kyrax, el cual ha estado yaciendo latente en un
lago congelado desde que fue destruido por un Sabio de la Ciudad Oculta.’
Él se ha callado pero continúa mirándome, y ahora recuerdo que esto es
lo que los humanos hacen cuando están esperando una respuesta
inmediata. No la tengo, así pues simplemente digo, ‘no los he visto’ y
continúo agitando el fuego con una ramita.
‘La última información es que se encontraban en algún lugar de este
bosque. Debemos buscarles.’ Suerte se pone en pie. Su magia debe ser
bastante buena para un mortal, porque el tobillo ya no le causa molestias.
Yo comienzo a concentrar mi atención en mi nueva adquisición,
admirando el descolorido y oscuro burdeos desgastado de la hoja y el
igualmente descolorido, pero más ligero, gris plateado del brillante
mango, hasta que me doy cuenta que Suerte no se ha marchado; parece
estar esperando alguna cosa. Levanto mi vista.
26
‘Bien,’ dice, ‘¿vas a venir?’
Pienso en esto por más tiempo del que fuera necesario, desde el principio
me parece una pregunta capciosa. ‘No,’ digo tras un instante.
‘¡Pero debes! ¿Es que no lo entiendes insípido elfo? ¿Es que tienes la
cabeza llena de agallas de roble? ¿No escuchaste lo que te acabo de decir?
Si Kyrax vuelve a la vida, significará el Eterno Invierno. ¡El fin del
mundo!’
Me incorporo de un salto, enfrentando las injurias, pero no puedo
permitirme golpear a Suerte, quien no es más que un pobre tonto mortal
después de todo. Además, quién sabe a qué mal sino podría estar propenso
por haber salvado su vida en la mañana tan sólo para arrebatársela en la
tarde. Su historia es tediosa aún si fuera cierta, pero estoy más que
satisfecho con la espada que me ha obsequiado sin haber hecho nada.
‘¿Piensas ayudar?’ dice Suerte, más calmado ahora, afortunadamente, al
verme considerar.
Pateo el lodo y el mantillo de hojas hacia el fuego. ‘Te mostraré el
sendero a la salida del bosque,’ digo por puro compromiso.
‘¿Y qué pasa con el mundo?’
‘Sálvalo si quieres. Por lo que a mí respecta, pienso ir a cazar mañana.’
Recogiendo mis cosas, encuentro una vieja porra de madera de hiedra,
maciza y con un soplo de magia, que me ha dado un gran servicio en el
pasado. Ya que ahora no tengo ninguna necesidad de ella con Aflicción en
mi cinto, se la doy a Suerte, cuya sonrisa se hace agria cuando la acepta,
revelando poca gracia.
‘Mi nombre es Eildonas de Hulda Hoo,’ le digo mientras caminamos.
27
‘Te tomé por ser uno de los elfos grises,’ me dice de soslayo, provocando
en mí tan sólo una leve risa, tales categorías tan sólo interesan a los
humanos.
Continuamos avanzando en silencio, hasta que la luz del día se desdibuja
entre los árboles y la noche cae soplando con un viento frío y seco. El
murciélago ha salido de la manga de Suerte y está girando sobre nosotros
ronzando con los insectos que le arrebata al aire. Durante la última legua
más o menos he estado caminando con una flecha preparada en mi arco,
sin proponerme realmente a disparar a nada, tan sólo girándola de un lado
a otro, tensando y relajando la cuerda, disfrutando del juego. Ahora, por
fin, lanzo la flecha volando rauda hacia delante, y un agudo y metálico tink
regresa de las sombras.
Suerte se tensa al instante. ‘¿Qué ha sido eso?’
‘El anochecer,’ dije riendo.
No mucho más adelante del sendero, llegamos a una puerta de madera
que permanece sola, sin cerca. Mi flecha ha espetado en una de las líneas
de clavos de cobre que hay a lo largo de la parte superior de la puerta.
Junto a ella hay una caja de madera colgada en un montante, con una
rendija en lo alto para monedas.
‘¿Qué es esto?’ pregunta Suerte.
‘La puerta de peaje del trol Cacogast, quien mora en una torre de piedra
no muy lejos de aquí. Él y yo somos viejos amigos. No me cabe duda de
que le encantaría meterme en su puchero pero siempre soy demasiado
rápido para él.’
Suerte mira a la derecha y a la izquierda, suficientemente sabio en
hechicería como para no detectar el rastro, entonces saca una moneda de
su monedero. Veo su brillo amarillo en el crepúsculo justo antes de que
caiga dentro de la caja. Abre la puerta empujándola y la atraviesa con un
paso, la puerta se cierra oscilando en unas rechinantes bisagras tras él.
28
‘¿Y bien?’ dice después de haber avanzado unos cuantos pasos, mirando
hacia atrás a través de la penumbra que ha de ser como oscuridad a sus
ojos.
‘¿Una moneda de oro?’ es lo primero que digo cuando consigo articular
mi voz. ‘¿¡Le dejaste a Cacogast una moneda de oro!?’
‘No tenía ninguna de plata,’ replicó, y después, ‘Yo no conozco estos
bosques. ¿Por qué me debería arriesgar a alguna maldición trol, o a su
cólera? Mi dinero carecerá de valor si el Eterno Invierno llega.’
Aún aturdido, permanezco ahí sacudiendo mi cabeza, sosteniendo la
moneda con un trozo de cordel que siempre utilizo para pagar el peaje de
Cacogast. ‘Pero el oro…’
Entonces se me ocurre una idea, y con el cuchillo en mi mano comienzo a
escarbar en la caja, tratando de sacudir la punta del cuchillo entre las
lamas y haciéndolas a un lado. La madera hace un ruido como el crujido de
una manzana al astillarse bajo un pie, mas la hoja resbala hacia afuera con
un leve efecto, incluso tras un segundo y un tercer intento. Cacogast ha
elegido un buen olmo de montaña para su carpintería, una dura madera
para ser quebrada si como yo, utilizas tan sólo un cuchillo de bronce.
El murciélago de Suerte lanza un fuerte y sibilante chillido de
advertencia y puedo sentir sus nervios erizarse incluso antes de que su voz
alcance a decir, ‘¡El trol se acerca…!’
Por esta vez me las arreglo para liberar uno de los clavos escarbando la
madera a su alrededor. Suerte empieza a bajar por el camino, clavando su
mirada ciega en la oscuridad, angustiado, su miedo aguijona mis fosas
nasales, pero ahora no es momento de rendirse. Mi propósito original no
era tanto conseguir la moneda de oro para mí mismo (aunque me sería
útil) sino para privar a Cacogast de ella, pero ahora que puedo escucharlo
moverse pesadamente tan cerca, su sudorosa corpulencia chocando contra
el sotobosque, no puedo aún pensar en abandonar hasta que haya abierto
29
la caja. Es una cuestión de orgullo que un mortal como Suerte jamás
podría entender. Mis largos y largos años de lucha con Cacogast, nuestras
batallas de ingenio, se deciden por pequeñas victorias como esta – él con
una caja de peaje rota a la que reparar, yo poniendo pies en polvorosa con
la moneda que estuvo tan cerca de ser suya.
Las lamas se separan, abriendo un espacio lo suficientemente ancho como
para que mis dedos puedan precipitarse dentro y pescar la moneda. Tiro
de ella hacia afuera, disfruto el destello del oro en mi mano tan sólo un
instante, y echo una ojeada detrás mía. Cacogast está aquí, su amplio
cuerpo llena el aire como si fuera un roble, con su cara como una peluda
calabaza de halloween llena de viscosos dientes marrones y sus pesados
brazos extendidos para apoderarse de mí. Huele aún peor que la sangre
rancia. No malgasto el tiempo pensando sino que brinco, una mano
serpentea hacia la puerta haciendo un salto mortal sobre ella para estar a
salvo. Suerte ya ha conseguido escabullirse. Los toscos dedos del trol se
enroscan en el tenue aire, su consternado gruñido arroja una ráfaga de
mareante aliento como el olor de una charca estancada, y yo vuelo fuera de
su alcance, mi cuerpo se mueve por el aire como un salmón, como una
ardilla, arqueándolo graciosamente hacia la…
… libertad, cuando de pronto aparece un estridente sonido de desgarro y
soy sacudido hacia atrás, trastabillando hasta caer hecho un desvencijado
ovillo a través de la puerta. Aturdido, tardo demasiado en forcejear cuando
Cacogast se apodera de mí con sus enormes y correosas manos. Cuando
me eleva sobre su hombro, suena como grava chocando entre sí al reír de
felicidad por su buena fortuna, ya veo qué fue lo que se enganchó en mi
capa. La vara de la flecha que yo disparé a la puerta con anterioridad.
Así que, algo más tarde estoy colgando boca abajo en la guarida del trol,
aguardando mientras su guiso hierve a fuego lento sobre el fuego en
espera de ese ingrediente élfico final. Hay una mordaza sobre mi boca – un
jirón de asquerosa ropa que fue atada una vez que Cacogast se cansó del
chorro de maldiciones que estuve inventando para mantenerme ocupado.
30
Cacogast se sienta a la mesa en un taburete que resulta demasiado
pequeño, sus enormes piernas obesas en jarras, y su quijada trabajando
mientras cata las raíces que ha rebanado de aderezo. Hay un rasgón en sus
mugrientos pantalones, exponiendo la carne ocre con unas cuantas matas
de alguna clase de hongo entre las cerdas.
Alguien llama a la puerta. Cacogast deja de pelar una zanahoria, se gira
muy despacio para mirar fijamente a la puerta. Sus ojos me recuerdan
pequeños guijarros sucios. Continúa mirando hacia la puerta por algún
tiempo, durante el cual quien quiera que sea llama de nuevo. Finalmente
esto parece que permea lentamente al interior de la cabeza de Cacogast,
que se levanta y, tras limpiarse con fastidio cada achaparrado dedo en un
trapo del color del cieno, con parsimonia se dirige a la puerta, invierte otro
largo momento en pensamientos profundos y obviamente trabajosos,
entonces levanta la barra y abre la puerta.
Suerte está ahí plantado, adoptando una pose de petimetre contra la
jamba, girando la porra de hiedra como un bastón en sus manos y
revirtiendo el aspecto de desconcertada hostilidad de Cacogast hacia una
mueca estúpida. A pesar de que su llegada a la puerta es muy inesperada,
creo que comienzo a ver un indudable significado en ello, y es que
posiblemente se ha resignado a su estrambótica convicción de que el
mundo llega a su fin y prefiere alcanzarlo a la brevedad, por cortesía del
puchero del trol.
‘Hola,’ dice con una lunática jovialidad, como un mortal que jamás
hubiera escuchado ninguna historia de trols, y después, tras mirar atrás a
la oscuridad, añade, ‘creo que me perdí.’
Naturalmente Cacogast no es raudo en replicar, reaccionando como un
búho muy gordo al que le acabara de caer un ratón justo delante de él.
‘Necesito un lugar para ampararme de la noche,’ prosigue Suerte. Él
continúa sonriendo, seguramente trastornado. Quizás ser hervido vivo no
sea tan malo después de todo.
31
‘¿Amparo…?’ La voz de Cacogast suena como si su lengua fuera
demasiado grande para su boca. De pronto un pensamiento le toma
desprevenido, y abre la puerta del todo, haciendo señas a Suerte para que
pase. Su intento de facha astuta es francamente de risa, principalmente
porque no puede evitar que su boca babee cuando dice, ‘Sí, pasa y
caliéntate junto al hogar, viajero.’
Suerte lanza a Cacogast su capa y su bastón, ignora su consecuente
mirada feroz, y se encamina a grandes zancadas al lado del fuego, frotando
sus manos en el calor. Yo puedo verlo – mas Suerte no, habiéndose girado
de espaldas al trol – cómo Cacogast lo está mirando con desconfianza. Ya
alcanza el oxidado cuchillo desollador colgado de la pared, entonces se lo
piensa mejor. En su lugar toma una redoma de brandy de manzana y
rebosa dos generosas copas. Con una sucesión de razonamientos de la que
nunca le habría creído ser capaz, Cacogast se ha dado cuenta de que Suerte
podría ser más peligroso de lo que aparenta, que valdría más andar con
cuidado. A estas alturas además se me ocurre que quizá Suerte no se ha
vuelto loco a pesar de todo, y que esto es con lo que cuenta – engañar a
Cacogast para después utilizar su hechicería contra él. Hay dos razones
por las que no me termina de convencer esta teoría. Una es que los trols
son inmunes a la magia mortal, y es imposible que Suerte no lo sepa. La
otra es que no hay razón cabal para que Suerte haya llegado hasta aquí
cuando podría haberse marchado impune.
‘Toma un trago.’ Cacogast se deja caer pesadamente sobre el taburete,
haciendo que las patas crujan, y me pregunto cómo es que no se han
quebrado ya hace tiempo. Empuja una de las copas sobre la mesa y
comienza a sorber de la otra.
Suerte inclina la cabeza y sonríe, toma la copa y prueba un poco del
brandy de manzana. Incluso desde donde estoy colgado, entre la
humareda del fuego y el vapor del puchero, los efluvios saltan hacia mí,
punzantes como cardos – esa cosa debe lastimar su garganta como aceite
hirviendo. Se las arregla para ahogar un tosido, pero sus ojos se abren de
32
par en par y un rubor sube por toda su cara. ‘Este es un… excelente…
licor,’ dice con algo de esfuerzo.
‘Bien, bien,’ gruñe Cacogast mientras vierte más en las copas. Glug, glug.
En todo este tiempo Suerte ni siquiera me ha mirado, pero ahora señala
con la cabeza en mi dirección. ‘¿Qué, preparando un elfo para la cena?’
‘Así es,’ dice Cacogast, usando el reverso de su mano para enjugarse el
brandy y la saliva de sus labios.
‘No tiene mucha carne.’ Esto lo dice con un tono coloquial, tras un largo
vistazo de evaluación.
‘Tengo un motivo especial para saborear a ese,’ dice Cacogast. Entonces
mira hacia mí también, con una inspección más crítica que la anterior, y
además añade, ‘… apenas alcanza a una ración completa, sin embargo,
estoy a punto de pensar en ello.’
‘Me he enterado que puede haber comida envenenada de elfo.’
‘No…’ Cacogast se escucha inseguro, se lo replantea, sacude su cabeza.
‘No. De ninguna manera, los humanos no comen elfos, ¿O sí?’
‘¡Claro que sí! De donde yo vengo. Con chirivías y trufas a la parrilla –
¡delicioso!’
Cacogast frunce el ceño, una profunda arruga aparece en su frente con
esta noticia. ‘Yo no tengo ninguna trufa,’ dice al cabo de un rato.
‘Qué lástima.’ Suerte toma otro sorbo del brandy, dominándolo mucho
mejor ahora. Admiro su actuación, aunque no sé a dónde quiere llegar,
aparte del puchero por supuesto.
Algo está preocupando a Cacogast, pero le cuesta un poco de esfuerzo
pensar para darse cuenta de lo que es. ‘Pero, ¿qué hay de la comida
envenenada?’ dice por fin.
33
‘¿Perdón?’
‘La comida envenenada,’ repite Cacogast, recalcando cada palabra, al límite
de perder su paciencia ahora que sospecha que Suerte podría estar
divirtiéndose a su costa.
‘Obviamente, tienes que limpiarlos antes de cocinarlos, quitarles toda la
suciedad. Y has de tener cuidado al desollarlos y destriparlos, por
supuesto.’
‘¿Desollarlos? ¿Destriparlos?’ Cacogast se queda con la boca abierta ya
sea por la borrachera o por el estupor. Me echa otra mirada, resultándole
difícil enfocarla tras todo el brandy que ha bajado por su garganta. ‘Pero
no quedaría nada,’ protesta.
‘¿Es la calidad o la cantidad lo que andas buscando?’ responde Suerte con
un juicioso tono de voz.
‘Cantidad.’ Por supuesto. Ni siquiera hay necesidad de considerarlo.
Suerte sonríe, se encoge de hombros, toma otra delicada bocanada de
brandy.
‘¿Sabes qué es lo que creo?’ dice Cacogast, cansado de todo esto.
Escudriña a Suerte con ojos severos. ‘Creo que estás esperando a que me
emborrache y caiga dormido y así poder largarte con mi elfo. Pero
considero que eso no va a ocurrir. Lo que considero que va a pasar, es que
voy a tener dos tipos de carne en mi estofado esta noche.’ Se inclina hacia
delante y trata de golpear con el dedo en las costillas de Suerte, pero falla
porque aún se encuentra bajo los efectos del brandy de manzana.
Suerte mira alrededor del cuarto como si apenas le escuchara. ‘Debes de
estar hambriento,’ murmura suavemente.
Lucho por intentar hablar, pero la mordaza me lo impide. Meneo
ligeramente mis ligaduras, y ambos olvidan por un segundo lo que ocurre
y se me quedan mirando.
34
‘La cena está retozando,’ dice Cacogast, una observación que podría
tomarse como humorística pero no lo dijo con esa intención. Mira con
ceño a Suerte. ‘Además, puedo oler hechicería. Los hechizos tienen un
hedor especial. Puedo olerlos en ti. Yo sé que tú no sabes que yo sé que…’
Desiste. Es demasiado complejo para su capacidad.
‘Tú sabes que yo no sé que tú sabes que soy un mago,’ ayuda Suerte.
‘Pero lo sé.’
Ha llegado el momento. Cacogast comienza a levantarse, sus ojos
rebosan maldad. Extendiéndose por la mesa gruñe, ‘entonces es obvio que
tú no sabes que los hechizos mortales no tienen ningún efecto sobre mí.
Vas al puchero, hombrecito.’
Suerte tan sólo sacude pausadamente su cabeza. ‘Entonces,’ dice, ‘habrá
que apagarte el fuego.’11
Ocurre muy deprisa. Suerte toma un trago de brandy, lo mantiene en sus
carrillos, y lanza el resto de la copa contra la cara de Cacogast, y Cacogast
se tambalea hacia atrás con el líquido picándole en los ojos cuando Suerte
estrella el contenido de la jarra sobre él, y entonces Cacogast deja escapar
un enorme rugido de ira, pero esto no es nada comparado con lo que
sucede cuando Suerte escupe el brandy como un vaporizador al mismo
tiempo que lo prende con un hechizo de llama, sumergiendo a Cacogast en
una bola de fuego contra la que nada puede hacer su inmunidad a la magia.
Entonces Cacogast se debate, estrellándose contra la mesa, tendido sobre
las losas, y gritando mientras las llamas ondulan a su alrededor, pero no
puede escapar, y cuando Suerte ve mi espada Aflicción en una esquina y la
utiliza para ensartar el corazón del desafortunado trol, siento una
repentina y desconocida punzada de - ¿qué? ¿Lástima? De todas formas
está fuera de lugar y sólo dura un instante.
11 N.T.: ‘to cook a person’s goose’ significa ‘pararle los pies a alguien’; es obvio que el autor busca el doble
sentido de acabar con el trol y el gastronómico, que era el tema del que hablaban en ese momento.
35
Suerte se queda mirando el ardiente cadáver, con la punta de su espada
haciendo equilibrio en el suelo junto a sus pies. Hay una persistente
neblina de humo grasiento en el aire y un chisporroteo puede escucharse
mientras el trol arde. Entonces, con un estilo que admiro, Suerte
comprueba el contenido de su copa y, encontrando unas pocas gotas de
brandy en ella, la apura de una sola vez.
‘Ahora, Eildonas,’ dice Suerte, aún con la amable sonrisa que ha gastado
durante todo lo acontecido, ‘¿qué vamos a hacer contigo?’
Espero hasta que me retira la mordaza para decirle que estoy admirado
por la habilidad con la que venció al trol. ‘Dejando eso a un lado, los
agradecimientos y demás, tan sólo descuélgame ya y proseguiremos
nuestro camino para salir del bosque.’
Él titubea. Atravesando la mesa coge una rebanada de zanahoria y
pensativamente la mastica. ‘La cosa es que…’ comienza despacio, ‘… te he
salvado la vida, y está el Principio de Sufragio que hay que tener en
cuenta. Esto me suena muy parecido a otra situación que se produjo antes.’
Estrangulado por la indignación consigo farfullar, ‘¡sólo de manera
superficial! Tú necesitabas matar al trol para salvar tu propia vida, no la
mía.’
‘Pero,’ dice, apoyándose en la mesa, chasqueando sus labios y tratando de
elegir entre una manzana y un tazón de nueces, ‘yo no necesitaba regresar,
¿verdad?’
‘Esa fue tu decisión,’ contraataco. ‘Yo no te pedí que volvieras. ¿Por qué
habría de compensarte por ponerte tú solo en peligro?’
Él suspira. ‘Bien. Quédate donde estás. Mañana por la mañana
encontraré por mí mismo el camino que sale de los bosques.’
‘Está bien,’ concedo. ‘Puedes retener la espada que te quité. Ahora,
mortal, ¿me bajaras?’
36
‘¿La espada?’ ríe entre dientes, casi tímido. ‘No, no, puedes quedarte la
espada.’ Entonces me lanza una penetrante mirada, y por algún motivo
tengo la repentina sensación de ser un pescado al que está a punto de sacar
del agua. ‘Existe otra cosa que deseo de ti, Eildonas.’
‘Y, ¿de qué se trata?’ Pregunto.
‘Quiero que tú me ayudes a salvar el mundo.’
37
Descargar