Las maneras de entender la democracia

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Equipo Ciencias Sociales: Cecilia Arias, Mariana Viera
Las maneras de entender la democracia: procedimental o sustantiva
Como cualquier elaboración conceptual, el concepto de democracia busca dar cuenta de
un estado de situación y privilegia en sus diversas dimensiones unos contenidos sobre
otros.
Un concepto es una manera de vincular los fenómenos empíricos para poder estudiarlos;
supone una esquematización de la realidad mediante una síntesis que, como toda
síntesis, supone una selección (Quivy). Muchos conceptos son polisémicos, pueden
tener diversas acepciones de acuerdo al marco teórico en el que se inscriban: el de
democracia es uno de ellos.
El concepto de democracia construido en los textos producidos por cientistas sociales –
específicamente historiadores y sociólogos- entre los años 1985 y 1989, se nutrió
asimismo de la idea de transición como un proceso constitutivo e incuestionable de la
realidad nacional. En este sentido será un concepto comparativo (González, 1987),
porque su definición estará dada en virtud de su comparación con lo que los diversos
autores entendieron constituyó el régimen previo a la recuperación democrática y con
ello la “transición”, si es que se considera que esta etapa existió. La construcción de
ambos conceptos, tanto de la democracia como de la transición desde la perspectiva
académica genera necesariamente un efecto de realidad en la sociedad, una manera
posible y no otra de concebir los acontecimientos y el orden social en la etapa post
dictatorial. El pensamiento se entiende en el proyecto como una de las dimensiones
constitutivas y constituyentes de la realidad social (Hinkelammert, 1981: 1-3, Arocena,
2005: 66-67).
El concepto de democracia elaborado desde la academia estará imbuido por tanto de una
temporalidad en la cual el eje de sentido central será la transición, concebida como el
pasaje o tránsito del régimen dictatorial a la reinstitucionalización de la democracia y el
Estado de derecho en el país. El contenido del concepto democracia referirá
necesariamente a un pasado con ciertas características políticas, sociales, económicas y
dará cuenta de un presente –que es además el presente de los autores analizados-, en el
que se dirimirán los sentidos de lo que fue, lo que está siendo y lo que será. En muchos
de los textos se lee la pretensión de incidir sobre los acontecimientos para la
construcción de ese futuro.
Luego de analizar la elaboración del concepto de democracia en los textos provenientes
de la Historia y la Sociología, sostenemos que existen importantes caminos de
confluencia y de divergencias. Pueden distinguirse básicamente dos posturas, una que
enfatiza los aspectos procedimentales de la democracia y otra que enfatiza en aspectos
sustantivos, y en concordancia con ello divergencias con respecto a aquellos aspectos
que unos autores y otros destacan como aún no consolidados para poder referir a la
existencia de un régimen democrático.
Un conjunto de autores se centra en la recuperación de elementos que podríamos definir
como procedimentales, en tal sentido Caetano y Rilla (1987), Zubillaga y Pérez (1988),
Gillespie y otros (1984) y Spósito (1987) recalcan los aspectos políticos y civiles, la
recuperación de los derechos de expresión, publicación, sufragio ; mientras que otro
grupo advierte la ausencia de elementos sustantivos, entre estos últimos señalamos a
Bruschera (1987), Amarillo y Serpentino (1988), Martorelli (1986), Aguiar (1985) y De
Sierra (1986). Caetano y Rilla (1987) por su parte, señalan tener una visión sustantiva
de la democracia pero los autores se posicionan desde un lugar crítico del papel de los
partidos y del sistema político; la alternativa futura es pensada a partir de una reforma
política profunda de esencia electoral y constitucional, esto es, en el plano de los
procedimientos político-electorales.
Entre aquellos que destacan los aspectos procedimentales existe un acuerdo sobre la
importancia y la necesidad de que los distintos actores continúen con una dinámica de
negociación conducente a acuerdos para el fortalecimiento de la democracia; en tal
sentido su visión es claramente politicista. Además desde esta perspectiva y en
vinculación con los derechos humanos, destacan
la recuperación de los derechos
políticos y en particular la participación electoral. Caetano y Rilla (1987) y Zubillaga y
Pérez (1988) al igual que los autores que enfatizan en las dimensiones sociales del
concepto de democracia mencionan también los derechos
sociales y económicos.
Zubillaga y Pérez así como De Sierra (1986) y Spósito (1987) relacionan directamente
la imposibilidad de lograr una recuperación democrática con la imposibilidad de la
Justicia de aquel entonces de condenar los crímenes cometidos durante la dictadura
militar en virtud de la aprobación de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del
Estado.
Constatamos en los autores –con la excepción del artículo de Amarillo y Serrentino
(1988)- que la importancia dada en sus respectivos textos a los derechos humanos en la
definición del nuevo estado de derecho democrático es escasa.
En el artículo editado por Serpaj (Amarillo y Serrentino, 1988) los derechos humanos
aparecen enfocados de una manera que resulta innovadora, como un lugar de encuentro
solidario y de expresión política novedosa; el punto de ruptura inicial en el sistema de
dominación militar, pero que se proyecta contra todas las formas de violencia y
autoritarismo localizadas al interior de la estructura de poder del Estado. La sola
mención de los derechos humanos aparece como una señal de lucha porque, como
señalan los mismos autores,
“La apelación a los Derechos Humanos es un factor irritativo para las
Fuerzas Armadas. Progresivamente los partidos han intentado dejar
fuera del debate político la violación de los Derechos Humanos
durante el régimen de gobierno militar. (...) La apelación a la Verdad y
Justicia, el esclarecimiento de los hechos delictivos del aparato
represor militar, se han convertido en un factor también políticamente
irritativo, por la incapacidad de mediación de los partidos y del propio
gobierno democrático, empeñados en poner un ‘punto final’ al desafío
planteado” (Amarillo y Serpentino, 1988:24)
Entre los autores que mencionan la falta de elementos que permitan alcanzar una democracia
sustantiva, encontramos diferencias en su visión prospectiva. Mientras que Amarillo y
Serrentino (1988) y Bruschera (1987) enfatizan en que no habrá cambios sociales relevantes, de
Sierra (1986) advierte transformaciones regresivas estructurales. Los primeros y el último
apuntan, en esta ausencia de densidad sustantiva, a la responsabilidad de los políticos;
Bruschera (1987) lo atribuye también a “la gente”.
Son varios los adjetivos que se agregan al concepto de democracia por parte de estos autores
para definirla: como un “proceso inconcluso” (Caetano y Rilla, 1987; Zubillaga y Pérez, 1988),
“en construcción” ( Gillespie y otros, 1984) , “tutelada” (De Sierra, 1986; Aguiar, 1985;
Spósito, 1987), precaria, acechada por el intervencionismo castrense-directo o lateral y la
permanencia de la doctrina totalitaria de seguridad nacional pero también la gran desigualdad
social existente (Bruschera, 1987) o por la ausencia de un marco político y social que la
consolide (Amarillo y serpentino, 1988).
La democracia procedimental
La línea divisoria entre una definición procedimental de la democracia y una visión sustantiva
tampoco refleja de manera precisa las elaboraciones conceptuales de los autores estudiados,
aunque sí, como toda construcción conceptual, nos permite establecer un orden analítico en el
material analizado.
Rama (1987) es quien más claramente adhiere a la concepción de democracia procedimental y
politicista, define democracia como un sistema político pluralista, sujeto a la renovación
electoral regular y con garantías. Para este autor la democracia es antes que nada un sistema
político en que la sociedad se articula y logra integrarse y resolver la problemática social.
Entiende que el ejercicio de la democracia y de los diferentes procedimientos que hacen a su
funcionamiento político, llevaron y llevan a la integración social, la población se identifica
como ciudadanía y reconoce en la democracia un sistema que permite resolver y evitar los
conflictos. Para este autor “la integración democrática estableció en el largo plazo la
identidad de la sociedad uruguaya, pero su precio en el corto plazo fue un consenso
integrador que implicaba un freno al cambio” (Rama 1987:42) Para Rama (1987) la
sociedad uruguaya es una sociedad hiperintegrada, con resistencia al cambio, que siempre dio
primacía a los valores democráticos, “La identidad nacional se construyó en la interrelación de
sociedad y democracia” (Rama, 1987:11) El de Rama es un texto que naturaliza la situación
instalada como la democracia y ve a este como el sistema político donde la sociedad se articula
y logra integrarse y resolver la problemática social.
Gillespie (1984) también tiene una clara concepción procedimental y politicista de la
democracia. Su visión se apega al concepto liberal.
“La responsabilidad histórica de los partidos uruguayos /…es/ la de
reconocer su “segunda oportunidad” para restablecer la prosperidad,
el pluralismo y un gobierno con conciencia social (…) De ahí la
importancia de la transición uruguaya, porque si uno de los países que
más avanzó bajo un sistema de democracia liberal durante este siglo/
…/ (…) Desde el gobierno si este actúa con conciencia social, se
procurará mejorar los niveles socio económicos de la población”.
“La paradoja uruguaya reside en el logro de un pacto para una salida
-aunque “rebuscada” y criticada- en un país donde la hegemonía
militar pudo desarticular todos los movimientos populares y
sindicales, imponiendo una década de contracción del salario real, sin
una sola huelga de importancia. Se ha enfatizado la importancia del
reforzamiento de la sociedad civil. En el caso uruguayo, con la
elevada capacidad de control sobre la población por el Estado,
ninguna tarea parecería más urgente. Tal reforzamiento de la sociedad
civil podrá servir como un mecanismo de defensa si, eventualmente en
el futuro el Uruguay llegase a perder otra vez su régimen
democrático” 1
El planteo de Gillespie (1984) procura evitar los enfrentamientos y propiciar el acuerdo.
Este es visto como necesario para que la transición se procese y la democracia se
restaure, los partidos tienen en el acuerdo un papel fundamental. El texto se propone
incidir en el proceso a desarrollarse, aconseja, advierte del peligro de los enfrentamientos,
por lo tanto busca incidir para que se eviten. El texto está dirigido a los políticos pero
también a los sindicalistas, empresarios, ciudadanos y funcionarios técnicos, en ese
orden. El camino aconsejado es la concertación.
El caso de Zubillaga y Pérez (1987) no es tan claro en su adscripción a una de las
categorías aquí manejadas. Estos autores describen
los elementos que al no estar
presentes empiezan a dar cuenta de la pérdida de la democracia, al relatar los hechos
ocurridos desde el acceso de Pacheco al poder, y entre estos elementos hay aspectos
procedimentales, formales, que detallan minuciosamente pero también sustantivos,
como la no participación de los sindicatos y de los partidos y la creciente intervención
de los grupos empresariales y el Ejército en la toma de decisiones.
En el caso de Castagnola (1985) el abordaje de la democracia refiere a un doble plano,
político y social, pero la democracia se sitúa en la dimensión de lo político, con un
componente fundamental de compromiso y representatividad sociales. Toma la idea de
1
Gillespie, Charles y otros Uruguay y la democracia , Montevideo, Banda Oriental, 1985, p12 a 14
la democracia de Real de Azúa en tanto sistema de compromiso en el doble plano
político y social.
“Esto supone que la idea de la democracia va más allá de sus
significados más estrictos de representatividad e igualdad políticas,
para asumir los de la racionalización del ‘compromiso’ como
situación social ideal que garantiza todos los intereses particulares
existentes, así el manejo del mecanismo del compromiso se convirtió
en una tarea, tácita pero central, para el personal político de los
partidos que se caracterizaba por un origen bastante diversificado y,
por tanto, era portador de una alta capacidad de comunicación de los
distintos sectores de la sociedad” (Castagnola, 1985:81)
La democracia sustantiva
Aguiar (1985) y otros teóricos como de Sierra (1986, 1989), distinguen explícitamente
entre una “democracia política” y una “democracia social”. El solo hecho de distinguir
entre “democracia política” y “democracia social”, habla de la existencia de una mirada
que entiende a la democracia no solo cómo un régimen de gobierno, ya que eso sería la
“democracia política”, sino como algo más allá.
Aguiar (1985) constata diversas demandas según los estratos socio económicos de la
población: demandas de democratización, provenientes de las clases altas, y demandas
de redistribución, por parte de las clases bajas.
Lo que en definitiva hay, según se lee de la siguiente frase, es una democracia política –
en esto coincide con aquellos que recalcan la dimensión procedimental del acontecer
democrático-, pero con diverso contenido social, el cual está dado por los compromisos
asumidos por el Estado con algunos colectivos sociales:
“La hipótesis principal de este capítulo es que para enfrentar los
problemas estructurales básicos, para manejar adecuadamente el nivel
de demandas sociales y para evitar ‘refrescar la memoria colectiva en
relación al proceso de conflicto social que desembocó en el
autoritarismo, el nuevo gobierno deberá operar básicamente con
variables políticas (…) La segunda hipótesis sugiere que, para poder
hacerlo, el gobierno debe proceder en tres fases: primeramente un
aspecto político (…); en segundo lugar, un pacto social limitado en el
sistema urbano industrial –propiamente, entre los trabajadores
organizados y los empresarios; en tercer lugar, un pacto social amplio
a nivel nacional que incluya al conjunto del sector agropecuario. La
forma de manejar esas variables políticas y la manera de resolver los
pactos indicados permitirá caracterizar dos desenlaces posibles, ambos
democráticos aún cuando diversos en su ‘contenido social’” (Aguiar,
1985:49)
De Sierra (1986), distinguiendo también entre una democracia política y una
democracia social, señala la existencia de un desplazamiento en el discurso democrático
por parte de los dirigentes políticos y nuevos ideólogos emergentes del bloque en el
poder, que contrastaría con “(…) las transformaciones regresivas estructurales que se
han producido en la sociedad y que tienden a aumentar cada vez más las distancia entre
democracia política y democracia social” (1986:23) Hay en tal sentido por parte del
autor una mirada crítica hacia el contenido social de la democracia emergente. Por otra
parte, esta democracia social está necesariamente anudada con la democracia política,
ya que es imprescindible, según De Sierra (1986) alcanzar la democratización social
para avanzar en la democracia política.
La democratización social, además, depende para de Sierra fuertemente de las
posibilidades de acumulación y generación de excedentes en el plano de lo económico.
Habría en este sentido una estrecha vinculación entre la dimensión social y económica
de la democracia pero con una primacía de esta última dimensión. La democracia social,
en términos de de Sierra, aparece como una consecuencia casi inmediata de los avances
en materia económico; se define como una práctica del Estado (democracia política)
orientada a realizar las demandas populares; lo que plantea el autor es la necesidad de
generar más riqueza para luego repartirla –allí estaría el enfoque de la acción estatal-,
sin embargo no avanza en cómo la riqueza ya existente pueda ser repartida de otras
maneras que permitan hablar de una mayor democratización en el plano social. El autor
señala que no existe una atención a lo social porque la búsqueda de orientar la acción
del Estado hacia las fracciones portadoras de la modernización es antagónico a la
realización de tales demandas. Plantea así problemas estructurales, de demandas
antagónicas entre diversos grupos sociales, que no permitirían avanzar en un sentido
democrático. Se entiende que la mirada de De Sierra (1986) es en tal sentido una mirada
crítica hacia las estructuras económicas y de poder, que cuestiona el orden imperante y
la mirada modernizadora que impuso la dictadura militar.
En el artículo de 1989, el autor define algunos indicadores que dan cuenta de lo que se
ha perdido en relación a la democracia social. Estos son: el aumento de la emigración, el
deterioro de la clase media, la pérdida de los niveles de vida para los jubilados y la
mayor dependencia del extranjero. Esto habla de dos niveles en la necesaria
democratización: uno, vinculado a los impactos económicos sobre la población, y otro
de corte más político, asociado a la dependencia del país, que luego podrá tener sus
consecuencias económicas para los habitantes. Evalúa que el escenario de la posible
democratización para Uruguay está supeditado a su papel en lo internacional, a la
posibilidad de establecer un proyecto alternativo a la modernización impuesta por la
dictadura -que se centraba en la privatización de lo estatal, adaptación de la
competitividad internacional, fundamentación, eficientista
y tecnocrática de las
políticas públicas, y absorción de los avances técnicos de las empresas de punta
mundiales-, que le permita definir la situación a favor del espacio interno. Entre los
elementos que juegan en contra de una ecuación positiva para lo interno aparecen
asimismo los conflictos corporativos.
La definición de democracia a que Amarillo y Serrentino adscriben en su análisis se
mueve entre las posibilidades de determinación e incidencia política de los movimientos
sociales y lo que se realiza desde la esfera estatal. La democracia construida desde el
Estado pivotea a su vez entre el quehacer procedimental y la necesidad de una
profundización en las esferas de lo social. En el camino a una democracia como ellos la
entienden, señalan la necesidad de “Políticas que atiendan a la democratización social
del país” (1988:36)
Martorelli (1986), centrándose su análisis en las políticas sociales a nivel municipal, hace una interesante
vinculación entre políticas sociales, justicia social y democratización. Las políticas sociales y la
participación ciudadana aparecen como esenciales para la consecución de la democracia; las políticas
sociales deben estar enfocadas hacia la justicia social. Es interesante la dimensión cultural referente a la
participación ciudadana en los procesos sociales y políticos.
En relación a la definición de democracia que maneja, realiza una definición que tiene implícito un
contenido sustantivo sobre el cual sin embargo, no se extiende más adelante.
“Entendemos la democracia no ya como la denominación del período post dictatorial ni
como un paso transitorio, sino más bien como una modalidad del proceso político que
implica aproximaciones sucesivas, tal vez nunca definitivamente culminables, hacia el
logro de valores tales como la liberad, la justicia, la paz, el igualitarismo y el bienestar
en la satisfacción de las necesidades básicas para todas las personas y grupos que
integran la sociedad uruguaya” (Martorelli, 1986:1)
Bruschera (1987) adscribe a una concepción de democracia procedimental y sustantiva.
Plantea
aspectos procedimentales que deben darse plenamente, sin limitaciones y
sustantivos al referirse a quienes son los protagonistas y a las transformaciones
económicas y sociales que avizora quedarán pendientes, irrealizadas. Diferencia al igual
que Aguiar (1985) y De Sierra (1986) entre una democracia social y una democracia
política, siendo esta última la que el autor percibe se fortalecerá en los años siguientes,
no la social.
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