El control de legalidad y el principio de revisión de los actos administrativos Autora Herrera, Mariana Soledad Estudiante UBA I ) El Sistema Judicial Argentino La Organización de la Justicia Administrativa constituye una de las piezas fundamentales para la configuración y el correcto funcionamiento del Estado de Derecho. El punto central que marca la impronta del sistema Judicialista, en la versión más depurada de la Doctrina de la separación de poderes, queda configurado por la interdicción establecida para el ejercicio de funciones judiciales por parte del Ejecutivo. En la Argentina se ha admitido el ejercicio de funciones jurisdiccionales a favor de órganos administrativos con fundamento en razones de especialidad funcional y no como clausura general, es decir que se trata de “funciones jurisdiccionales respecto de ciertas y determinadas materias que les han sido expresamente encargadas por ley. Así ejercen esta función en determinados casos el Director General de Aduanas, el Director General de Impuestos Internos, etc. En Doctrina todos estos organismos pueden configurarse por ello como Tribunales Administrativos especiales. Además dentro de la propia Administración existen otros tribunales con competencia específica en lo contencioso administrativo respecto de ciertas materias, tales como los Tribunales de Cuentas, de Aduanas, de Patentes, de Abastos, etc. Por lo tanto, se puede decir que a numerosos órganos de la Administración pública varias leyes le han otorgado atribuciones de tipo judicial configurándose así la llamada Jurisdicción Administrativa, al contar con esta atribución pueden aplicar sanciones, interpretar y efectivizar normas, etc. En el leading case, “Fernandez Arias c/ Poggio” (Fallos, 247:646), la Corte Suprema borró la prohibición del art. 109 de la Constitución Nacional e insertó en su lugar una norma que permite la actuación de los tribunales administrativos sujeta a dos condiciones básicas: 1) que en ellos el justiciable tenga derecho a interponer un recurso ante el tribunal judicial y 2) que en el proceso administrativo se respete el principio de defensa en juicio. Sin embargo , estos dos requisitos de constitucionalización de los Tribunales Administrativos no tienen perfiles muy claros. Respecto al primer requisito, la Corte hablo de un control Judicial suficiente (“Dumit”, Fallos 284:150), cosa que en principio no existe , ya que lo único que puede plantear el afectado es el recurso extraordinario federal (“Fernández Arias”, Fallos 274:646 y “Madala, Fallos 305:129), porque este tiene un radio de acción muy limitado ( por ejemplo: arbitrariedad, temas de derecho federal, incluyendo inconstitucionalidad). No obstante , la Jurisprudencia de la Corte Suprema ha utilizado numerosos trabajos para decir que en algunos casos podía bastar el recurso extraordinario y en otros no. Por ejemplo ha puntualizado que el “control judicial suficiente” de los actos administrativos de carácter jurisdiccional no puede determinarse a priori, sino que él ha de ser más o menos profundo, según las modalidades de cada situación jurídica (“S.A Córdoba Goma, Fallos 295:814). En resumen, no hay al respecto una regla general u omnicomprensiva (“Mandala” Fallos 305:129). Así, por ejemplo, no hubo violación del derecho de defensa si el Tribunal de justicia meritó las cuestiones planteadas por el recurrente, conducentes para la causa (“Clínica Maternal Sorkin” Fallos 276:241); pero no hay control judicial suficiente si la sanción resuelta por el órgano administrativo es de inmediata ejecución y el recurso ante el Poder Judicial es al solo efecto devolutivo y en relación (“Dumit”, Fallos 284:150). II) El diseño del Sistema Judicialista argentino tiene su fuente en el proyecto de Constitución elaborado por Alberdi cuando escribió su conocido libro Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Si bien la mayor parte de los artículos de la Sección Tercera siguieron de cerca el modelo de la Constitución de los Estados Unidos, la arquitectura del sistema exhibe una prescripción básica en la que se funda la estructura del sistema judicialista y la interpretación de la doctrina de la separación de poderes. Esa cláusula (art.109 C.N) que Alberdi tomó de la Constitución chilena de 1833 (esta tiene su fuente en la Constitución de Cádiz de 1812), es la que imprime carácter al sistema judicialista de Nuestra Carta Magna, que en ese sentido, es más puro y ortodoxo que el norteamericano. Cuando el art.109 de la Constitución Nacional prescribe la interdicción de funciones judiciales por parte del Poder Ejecutivo, lo que está diciendo es que en realidad corresponde sólo a los jueces la función de juzgar las controversias con fuerza de verdad legal o bien , que los jueces conservan siempre la potestad de la decisión final de las controversias en que son parte la Administración o el Estado, en general.1 Es decir que en nuestro sistema judicialista no sería posible el reconocimiento generalizado de una jurisdicción administrativa primaria como en el caso de la norteamericana. En efecto, la constitucionalidad del ejercicio de funciones jurisdiccionales por parte de entes reguladores o tribunales administrativos ha sido admitida por la Corte Suprema cuando existan fundadas razones que justifiquen la especialización y el poder judicial conserve sus poderes finales de revisión con amplitud de debate y prueba y se cumplan una serie de requisitos que hacen a la independencia de los órganos a los que la ley les atribuye competencia para llevar a cabo tales funciones. En el plano orgánico, la Constitución coloca a la cabeza del Poder Judicial de la Nación a una Corte Suprema de Justicia, completándose la integración del sistema judicialista con los demás tribunales inferiores que el Congreso estableciere en el territorio de la Nación (art.108 C.N). Por otra parte , el art.116 C.N, al abordar las atribuciones del Poder Judicial, establece que le corresponde “el conocimiento y decisión de todas las causas que versen sobre los puntos regidos por la Constitución, y por las leyes de la Nación, con la reserva hecha en el art. 75 inc12; y por los tratados con las naciones extranjeras, de las causas concernientes a embajadores, ministros públicos y cónsules extranjeros, de las causas de almirantazgo y jurisdicción marítima, de los asuntos en que la Nación sea parte, de las causas que se susciten entre dos o más provincias, entre una provincia y los vecinos de otra, entre los vecinos de diferentes provincias, y entre una provincia o sus vecinos, contra un Estado o ciudadano extranjero”. A su vez, el art.18 C.N, prescribe la denominada garantía de la defensa cuya inviolabilidad comprende, entre otras cosas, además del derecho a ser oído, a ofrecer y producir pruebas y a una decisión fundada, el acceso sin trabas a la justicia, conforme al principio de la tutela efectiva (Consagrado en el Pacto de San José de Costa Rica incorporado a nuestra Constitución en la reforma de 1994). III) Control del Ejercicio del Poder Público 1 Bielsa Rafael, Derecho Administrativo, Legislación Administrativa Argentina. Tomo 3 Cuarta edición Editorial: Ateneo Controlar el ejercicio del poder público cuando se afectan los derechos de los ciudadanos, nunca ha sido una tarea fácil. Algunos consideran que el control judicial ha de ceñirse, fundamentalmente, a la verificación por el Juez de la legalidad de la actuación más o menos determinada de la Administración Pública. Pero de ser así el control judicial se convertiría en una pura operación de subsumir el caso concreto en el ordenamiento general y bastaría con controlar que, aún dentro de la franja de discrecionalidad que puede brindar la norma, la Administración ha optad por una solución razonable y por lo tanto exenta de arbitrariedad para dar por cumplida la tutela judicial.2 Pero lo que ocurre en la realidad es que las cuestiones a resolver, en materia de control judicial, no se presentan de ese modo tan simple en la mayor parte de los casos, lo cual modifica sustancialmente la visión que debe tener el Juez a la hora de juzgar la Administración. En algunos sistemas contencioso-administrativos el juez tiene atribuida la potestad de juzgar la constitucionalidad de la propia ley o el ordenamiento legislativo en el que se fundamenta la actividad administrativa y lo hace no solo conforme a la técnica de la jerarquía constitucional, sino a la de los principios generales del derecho, que suelen ser creaciones pretorianas de origen doctrinario o jurisprudencial, pero en cualquier caso, decepcionados por los tribunales ya que a través de ellos, estos principios adquieren una realidad o positividad y se incorporan al mundo jurídico. En otros supuestos el Juez no controla el ejercicio del margen de discrecionalidad sino la aplicación correcta o no de un concepto jurídico indeterminado. En todos esos supuestos el Juez precisa acudir a criterios de justicia antes que al ordenamiento positivo y mantener una posición de equilibrio frente a los demás poderes del Estado y la opinión pública. Esta somera descripción , nos permite advertir que la labor judicial de controlar la Administración, es mucho más compleja que la del Juez civil. Hay que tener en cuenta que el protagonista de la justicia administrativa es el interés público al cual se le aplica un ordenamiento que representa una mayor movilidad, en contraposición al que se aplica en el derecho privado que tendiente a resolver conflictos entre las partes, el Juez juzga teniendo en cuenta un cuerpo más estable y un cuerpo de normas y principios jurídicos arraigados al peso de una tradición milenaria cuyo grado de repercusión social o de vinculación al interés público es bastante menor. En este contexto resulta visible la 2 Gonzalez Perez Jesús-Cassagne, Juan Carlos. La Justicia administrativa en Iberoamérica, Lexis Nexis, 2005. relación directa con la Constitución, lo cual demanda la institución especializada de la materia contencioso-administrativa. A modo de conclusión hay que dejar en claro que en cualquier caso, la labor judicial de controlar la actividad de la Administración no es mecánica ni exclusivamente técnica. Se podría decir que es más bien casi un arte: el de impartir justicia teniendo en cuenta la armonización de intereses individuales o colectivos de cada conflicto con el interés público, sin sustituir la discrecionalidad política por la Judicial, siendo tan pernicioso el control que paraliza la actividad estatal como el que la limita excesivamente con mengua de las garantías del Estado de Derecho. El sistema de “justicia administrativa”, “contencioso-administrativo”, o derecho procesal administrativo” constituye en realidad un subsistema perteneciente a un sistema que lo engloba. Este sistema no es otro que el denominado “Separación de Poderes” el cual tiene sus raíces históricas en el conocido trabajo de Montesquieu, y así como también en los principios aristotélicos y en las instituciones antiguas del derecho español.3 IV) Sentido del art. 109 de la Constitución Nacional , en relación a la interpretación sobre el ejercicio de funciones jurisdiccionales a la luz del Fallo: “Angel Estrada” La solución adoptada por la Corte en el caso “Ángel Estrada” tiene mérito en asentar la unidad de las reglas que conforman el sistema judicialista. Se ha señalado que lo esencial del fallo es que la Administración activa no puede , constitucionalmente ejercer jurisdicción administrativa , pero si puede establecer tribunales independientes cuya función sea ejercer jurisdicción administrativa. Esta conclusión omite, que la creación de tribunales administrativos para ser compatible con la interdicción del art. 109 y el sistema constitucional (arts. 18,116 y 117 C.N) debe hallarse justificada en el principio de especialización. Interpretado razonablemente y que la competencia para dirimir conflictos entre particulares, regidos por el derecho común, no corresponde a los entes reguladores sino a los jueces, que son los únicos con competencia para dirimir controversias en las que se ventilen cuestiones reguladas por los Códigos de fondo. Es evidente que mientras se mantenga esta jurisprudencia, se ha cerrado bastante el camino que algunos pretenden abrir para crear tribunales administrativos que entiendan en los litigios administrativos. 3 Bosch, Jorge Tristán Ensayo sobre la Teoría de la Separación de Poderes. Buenos Aires 1944 Otra cuestión es asignar funciones jurisdiccionales a entes administrativos por ley, por razones de especialización para resolver conflictos regidos por el Derecho Administrativo. En este sentido habrá que atender al cumplimiento de los requisitos que exige la doctrina y la jurisprudencia, para no caer en transgresiones constitucionales violatorias de la separación de poderes. Siguiendo esta línea de pensamiento, es acertado citar a Bosch4 quien definió un esquema negativo sobre la creación de tribunales administrativos en la Argentina, con una fundamentación constitucional, demostrando que en nuestro sistema no era posible a) atribuir jurisdicción jure propio al Poder Ejecutivo ni a sus órganos dependientes, b) crear tribunales administrativos separados del Poder Judicial a los que se les adjudica una competencia como cláusula general para dirimir los conflictos regidos por el Derecho Administrativo, atribuyéndole jurisdicción para adoptar decisiones finales sin control judicial posterior (como en el sistema francés) y c) que la función jurisdiccional sea ejercida en las causas contencioso-administrativas, por el Poder Legislativo como aconteció en los comienzos de la evolución constitucional en Estados Unidos y se interpretó en la Argentina. Cabe advertir que la tesis mencionada , merece en mi opinión la siguiente crítica, en primer lugar considero que estaría reviviendo la concepción “administrador-Juez” que tiene origen en el derecho francés y en segundo lugar hay que tener en cuenta que insertar este esquema en el sistema judicialista conduciría a atentar con el sistema de división de poderes que instituye nuestra Constitución Nacional. El error de esta tesis radica en que atribuye el adjetivo judicial tanto a los actos dictados por el poder judicial y también los dictados por el poder administrador. Por otro lado constituye una equivocación el definir las funciones estatales por los órganos que las ejercen, dado que eso resulta contrario al principio de separación de poderes plasmado en nuestra Constitución, en la cual, como es sabido, postula la separación relativa entre órganos y funciones. El sentido de la interdicción constitucional del art. 109 de la C.N, aunque referido al ejercicio de funciones jurisdiccionales por parte del Poder Ejecutivo, debe interpretarse de manera equilibrada, aunque tampoco de manera flexible como para admitir la posibilidad de ejercer cualquier clase de jurisdicción por parte de cualquier órgano de la Administración. 4 Bosch, Jorge Tristan “Lo Contencioso Administrativo y la Constitución Nacional” La Ley,81-834 Doctrina. En efecto, la correcta interpretación del principio en nuestro sistema constitucional es que la idea de equilibrio que la nutre no es incompatible con una relativa separación orgánica ni funcional. Esta regla conduce a interpretar que la Constitución distribuye funciones predominantes , según un criterio material entre los poderes del Estado sin identificar completamente las funciones con los órganos, por ejemplo el Poder Ejecutivo ejerce funciones materialmente normativas cuando pone en ejercicio su potestad reglamentaria, tanto privativa como delegada, atribución que para el Poder Judicial es implícita. De esta manera, mientras al Poder Ejecutivo se le ha adjudicado principalmente la función administrativa y al Poder Legislativo le corresponde materialmente la función de legislar (actividad normativa) el Poder Judicial tiene atribuido el ejercicio de la función materialmente jurisdiccional (resolver litigios con fuerza de verdad legal). Esta explicación es la más coherente y lógica para interpretar el sentido que nuestra Constitución le da a la separación de poderes. V) Inconvenientes en la creación de Tribunales Administrativos para entender en los conflictos relativos a los Servicios Públicos. Ventajas del Sistema Judicialista Puro. Teniendo en cuenta los obstáculos constitucionales que se mencionaron anteriormente y sus requisitos para que la creación de tribunales administrativos no constituyan ninguna violación a nuestra Constitución, es acertado el interrogante a cerca de la conveniencia de instituir tribunales administrativos para dirimir conflictos que se susciten en materia de servicios públicos. Aunque el interrogante podría tener mayor justificación si se eliminaran los entes reguladores o al menos se les prohibiera el ejercicio de funciones jurisdiccionales, lo cierto es que existe una serie de razones que a mi parecer resulta conveniente seguir manteniendo el esquema judicialista puro previsto por nuestra Constitución. En primer lugar porque si de lo que se trata es de reconocer la necesidad de que sean órganos especializados quienes llevan a cabo un examen más técnico y correcto de los conflictos, al ser tan diversos los sectores involucrados que resultaría difícil encontrar un tribunal que reúna los conocimientos suficientes para apreciar los hechos y el derecho controvertido, integrado por miembros que posean la idoneidad requerida por todas las especializaciones. Es decir que los integrantes de dichos tribunales administrativos estarán en la misma situación que los miembros del Poder Judicial que en tales caso, resuelven los conflictos fundamentalmente sobre la base de la prueba pericial producida por expertos. El problema estriba en la especialización requerida para el análisis técnico y económico de las cuestiones que se plantean en los procesos vinculados con los servicios públicos y no en el lugar o ámbito en que se desempeñe el tribunal. Por este motivo parece más conveniente mantener el actual esquema de los entes reguladores, reforzando su independencia a fin de que se les pueda adjudicar el ejercicio de funciones jurisdiccionales por motivos de especialización razonablemente establecidos por ley, para dirimir controversias regidas en forma exclusiva o primordial, por el Derecho Administrativo, con un amplio control judicial posterior, conforme a la interpretación que ha hecho la Corte en el Fallo “Angel Estrada”, cumpliendo con los requisitos que fundan su viabilidad constitucional.5 Volviendo al análisis en cuestión se puede decir que si se mantienen los actuales entes reguladores, creándose tribunales administrativos para controlarlos la duración de los pleitos se alargará excesivamente, por lo tanto tendrá que establecerse un sistema constitucional de control judicial pleno y suficiente con amplitud de debate y prueba. En esas condiciones puede visualizarse la escasa seguridad jurídica que aún nos queda dejando que situaciones contenciosas permanezcan por mucho tiempo en la incertidumbre. Por esta misma razón, pienso que adicionar otros órganos de control jurisdiccional distintos a los jueces no traduce ventaja alguna. La propuesta para poder superar este inconveniente, sería la creación de tribunales especializados en el ámbito del Poder Judicial, ya que considero que con esta decisión saldrían beneficiados tanto la libertad de los ciudadanos y empresas como el interés público. Teniendo en cuenta que el sistema judicialista es el eje en que se apoya el equilibrio de la separación de poderes, nada mejor que mantenerse fiel a él, para así evitar las decisiones corruptas que el modelo de tribunales administrativos pueda generar en un futuro, no obstante las buenas intensiones de quienes propician este modelo. La experiencia argentina, ha demostrado que al importar instituciones foráneas extrañas a la realidad de nuestros modos de ser y costumbres, revela que estas terminan siendo deformadas cuando se convierten en apropiación de grupos políticos o sindicales, 5 Linares, Juan Francisco, Derecho Administrativo, Buenos Aires Astrea, 1986 cuando éstos pretenden usarlo para su propio interés y en beneficio de unos pocos y no de los usuarios y consumidores. Lo que intento proponer en este trabajo es reglamentar algún tipo de proceso colectivo que canalice la protección de servicios públicos y de los consumidores y que preserve al mismo tiempo en forma directa o indirecta la legalidad de obrar de la Administración y en definitiva de la Justicia. VI) Como lograr una tutela efectiva Judicial Nuestra Constitución, consagró en su art. 18 la garantía de la inviolabilidad de la defensa en juicio de las personas y de los derechos, siguiendo el Proyecto de Constitución para la Confederación Argentina elaborado por Alberdi6. Esta garantía apuntaba a brindar protección judicial a los derechos individuales y tendía a tutelar fundamentalmente la libertad de los ciudadanos, configurando uno de los ejes en los que se concretaba la filosofía constitucional. En su evolución posterior, la garantía de la defensa fue completada con otras, tendientes a ampliar el círculo de los derechos protegido originariamente por el art. 18 de la C.N. Tal es lo que ocurrió con el debido proceso adjetivo, proveniente del derecho norteamericano y con el más modernamente llamado “derecho a la jurisdicción”. Mientras el debido proceso adjetivo desarrolla positivamente la protección de los derechos a exponer y plantear con amplitud las pretensiones en el proceso o procedimiento administrativo (derecho a ser oído), a ofrecer y producir la prueba conducente y a una decisión fundada que haga mérito de las principales cuestiones planteadas, el derecho de la jurisdicción reclama, simultáneamente, el derecho a ocurrir ante un Juez en procura de justicia a fin de obtener una sentencia justa y motivada susceptible de los recursos previstos en las leyes, junto con la exigencia de que el proceso se sustancie con rapidez y dentro de plazos razonables. Estas garantías, que la Jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y la doctrina consideraron en su momento, incluidas en la garantía del art.18 o vinculadas a ella, resultan potencialmente potenciadas en virtud de la recepción de la tutela judicial efectiva, en el sentido que se pasará a exponer. 6 Cap.II Proyecto de Alberdi. En efecto, no obstante la similitud que guardan las garantías constitucionales clásicas del ordenamiento constitucional argentino con la tutela judicial efectiva, ésta última como aconteció con la garantía constitucional innominada del debido proceso adjetivo, se caracteriza por su mayor amplitud no sólo en el plano garantístico sino también en cuanto a la protección del interés general en procurar una buena administración proyectándose también al procedimiento administrativo. La tutela Judicial efectiva apunta a la eliminación de las trabas que obstaculizan el acceso al proceso, como a impedir como consecuencia los formalismos procesales que queden ámbitos de la actividad administrativa inmunes al control judicial y por último tiende a asegurar el ejercicio pleno de la jurisdicción. Es evidente que se trata de una garantía que armoniza de modo cabal con el reparto de funciones propio de la separación de poderes que ha instituído nuestra constitución, al prescribir positivamente el sistema judicialista (arts.116 y 117), en el cual los jueces son los órganos encargados de resolver los conflictos entre particulares y el Estado. El tema que se intentará abordar aquí es la recepción de la tutela judicial efectiva en el ordenamiento y la incompatibilidad que plantea su vigencia constitucional con el dogma revisor y particularmente, con el carácter preceptivo del requisito de la vía administrativa (mal llamada instancia administrativa), sin dejar de advertir “el derecho a la tutela judicial efectiva se despliega básicamente en tres momentos diferentes en el proceso (el acceso a la jurisdicción, en el debido proceso y en la eficiencia de la sentencia) es en definitiva el derecho que toda persona tiene a que se “haga justicia” que aplicado al ámbito administrativo se traduce en que siempre que crea que puede pretender algo con arreglo a Derecho frente a un ente público, pueda tener la seguridad de que su petición será atendida por órganos independientes y preparados. a) Recepción de la Tutela judicial efectiva en nuestro ordenamiento. La adopción del sistema judicialista de control de los actos del Ejecutivo y demás poderes del Estado y una previsión constitucional que en forma expresa veda al Poder Ejecutivo el ejercicio de funciones judiciales (art.109 C.N) contemplan la garantía de la defensa prescrita en el art. 18 de la C.N y la consagración del debido proceso como garantía innominada por parte de la Jurisprudencia.7 Además en el Preámbulo de nuestra Constitución se revela el propósito que persiguieron los constituyentes al proclamar, entre los fines propios del Estado, el de 7 Bidart Campos Derecho Constitucional afianzar la justicia configurando un principio jurídico afín, en cuanto el único modo en que se puede operar ese afianzamiento radica en la efectividad de la tutela judicial debida a los particulares. De este modo, la conexión entre la garantía de defensa y la tutela judicial efectiva se produjo sin forzar la positividad constitucional y aun antes de la reforma constitucional de 1994, en la cual el principio de introdujo en virtud de la incorporación al ordenamiento constitucional del Pacto de San José de Costa Rica. En uno de sus fallos más trascendentales, la Corte Suprema de la Justicia de la Nación sentó el principio con fundamento en que la idea directriz de la división de poderes que opera sincrónicamente con otra idea directriz de nuestra sistema constitucional, que emerge de la garantía del debido proceso, cual es el principio pro-actinone a que conduce el derecho fundamental en la tutela judicial efectiva, que se deriva, del art.18 de la Constitución Nacional, cuya regulación se integra además con las disposiciones del Pacto de San José de Costa Rica, que al ser aprobado por la ley 23.054 y ratificado el 5 de diciembre de 1984, tiene el carácter de ley Suprema de la Nación, de acuerdo con lo dispuesto en el art. 31 de la Constitución Nacional. Operada la recepción constitucional del Pacto de San José de Costa Rica, cuyos arts 8 y 25 consagran el derecho a la tutela judicial efectiva, el principio adquirió plena operatividad constitucional obligando también a las provincias. Con algunas excepciones el principio de la tutela judicial efectiviza en nuestro país un amplio consenso doctrinario. b) Incompatibilidad del Dogma Revisor con los Principios de la Tutela Judicial Efectiva y de la División de Poderes. El error de suponer que el proceso contencioso-administrativo consistía en una suerte de revisión en una segunda segunda instancia de una decisión administrativa previa, limitada, como tal , a las pretensiones planteadas en sede del poder administrador; trajo como consecuencia de ese falso mito, que carece en nuestro derecho de todo basamento constitucional, fue articulándose una serie de consecuencias que restringieron, cuando no abiertamente denegaron, el acceso a la jurisdicción, ya sea impidiendo el trámite procesal de pretensiones no articuladas, o bien exigiendo el agotamiento de la vía administrativa, en todos los supuestos como regla general, dejando a los particulares huérfanos de una efectiva tutela judicial. Muchas de las instituciones del sistema procesal tienen o han tenido origen o vinculación con la naturaleza revisora que se le atribuye a la jurisdicción contencioso- administrativa y todas ellas resultan francamente opuestas a una correcta interpretación del principio de separación de odres que se rige en el sistema judicialista argentino. De allí que la tendencia a eliminar o a morigerar sustancialmente los requisitos de admisibilidad procesal, como la decisión previa, el agotamiento de la vía y los plazos de caducidad fijados para la articulación de las pretensiones ante un Juez imparcial e independiente, haya crecido en los últimos tiempos hasta el punto de llevar a preguntarnos si no sería oportuno que la doctrina propiciara su total supresión, a fin de garantizar a todos los habitantes la efectividad de la protección judicial. En contraposición, como causa del dogma revisor y sus proyecciones procesales siempre quedan actos o zonas de la actividad administrativa que escapan al control judicial, se estaría reconociendo, en realidad que el juzgamiento de esos conflictos compete únicamente , es esos caso al poder administrador, lo cual hace trastocar el principio de la división de poderes que coloca esa función en cabeza de los jueces, y no de la Administración. Por lo tanto, si el Poder Judicial se abstiene de juzgar una controversia cualquiera y permite que subsista el poder unilateral de la Administración de cara al ciudadano, resulta obvio que no llega a configurarse jurisdicción alguna8. Dado que lo que prevalece en tales casos es la función Administrativa frente a la función Jurisdiccional, atribuyendo de esta manera al Ejecutivo o Gobierno de turno , los mismos efectos de la cosa Juzgada Judicial. Desde otra perspectiva, al limitarse el alcance del control judicial y las potestades del Juez para resolver controversias, se afecta sensiblemente la independencia del propio Poder Judicial, en la medida en que como consecuencia del imperio del dogma revisor su función se circunscribe al marco de la decisión administrativa que precede al litigio. Nada de eso resulta lógico en el Estado de derecho que se apoya en la necesidad de equilibrar los distintos poderes de sus órganos en beneficio de la libertad y demás derechos de las personas, sean estos individuales o colectivos. Argumentos como la seguridad jurídica o la conveniencia de conciliar derechos o intereses opuestos en sede administrativa, frente a las denegaciones de justicia o las demoras que provocan las consecuencias procesales del dogma revisor, constituyen erróneas peticiones de principio que soslayan que la única garantía plena (tanto para la Administración como para las personas privadas) radica en la intervención de un Juez, 8 Tratado de Derecho Administrativo Gordillo Agustin con amplias potestades para decidir sobre las pretensiones que cabe plantear en un proceso, sin sortapisas formales ni exigencias que terminan por desnaturalizar la propia función judicial, encorsetada en la anulación o confirmación de un acto administrativo previo. 3- Conclusión A modo de conclusión, se puede decir que en nuestro país, como consecuencia del ejercicio de funciones jurisdiccionales a favor de órganos administrativos con fundamentos en razones de especialidad funcional se configuro la llamada “jurisdicción administrativa”, la cual cuenta con la atribución de aplicar sanciones, interpretar y efectivizar normas. Sin embargo hay que tener en cuenta que el ejercicio de las funciones jurisdiccionales por parte de los tribunales administrativos ha sido admitida por la Corte Suprema sólo en los casos que existan razones fundadas en la especialización , correspondiendo al Poder Judicial la revisión con amplitud de debate y prueba. Para fundamentar lo expresado, se puede mencionar el art. 109 de la Constitución Nacional , el cual prescribe la interdicción de funciones judiciales por parte del Poder Ejecutivo, de esta manera lo que pretende plantear es que sólo a los jueces le corresponde la función de juzgar controversias con fuerza de verdad legal. Es decir que a los jueces les corresponde la potestad de la decisión final de las controversias en que son parte la Administración o el Estado en general. El presente trabajo plantea los inconvenientes en la creación de Tribunales Administrativos para entender en conflictos relativos a los Servicios Públicos y propone seguir manteniendo el Sistema Judicialista puro previsto por nuestra Constitución. En primer lugar lo que se plantea es que si se trata de reconocer la necesidad de que sean órganos especializados, quienes tengan la tarea de llevar a cabo un examen técnico de los conflictos se nos presentaría el problema que al haber diversos sectores involucrados resultaría difícil encontrar un tribunal que reúna los conocimientos suficientes. De esta manera los integrantes de los tribunales administrativos se encontrarían en la misma situación que los miembros del Poder Judicial. La problemática sería la especialización requerida para el análisis técnico y económico de las cuestiones que se plantean en los procesos vinculados con los servicios públicos y no en el ámbito en que se desempeña el tribunal. En el caso de que se mantengan los actuales entes reguladores, creándose tribunales administrativos para controlarlos la duración de los pleitos se alargaría execivamente, configurándose así una escasa seguridad jurídica. Con lo cual se estaría poniendo en riesgo la efectividad de la tutela judicial, la cual apunta a la eliminación de trabas que obstaculizan el acceso al proceso y asegurar el ejercicio pleno de la jurisdicción. La propuesta del presente trabajo es la creación de Tribunales especializados en el poder Judicial, reglamentando algún tipo de proceso colectivo que permita la canalización de la protección de los servicios públicos y de los consumidores, ya que de esta manera se estaría beneficiando la libertad de los ciudadanos, empresas y el interés público. Siempre teniendo en cuenta la adopción del Sistema Judicialista ya que este es el eje en que se apoya el equilibrio de la separación de poderes el cual garantiza y armoniza la tutela judicial efectiva consagrada en nuestra Constitución.