Pues ya no temáis, y escudo seré

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SEMINARIO PARA NUEVOS PRESIDENTES DE MISIÓN DE 2014
Pues ya no temáis, y escudo seré
Presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Martes 24 de junio de 2014
Es maravilloso estar entre amigos. Queridos
amigos, mis amados hermanos y hermanas,
Harriet y yo estamos verdaderamente
agradecidos por encontrarnos con ustedes en
este momento en el que se embarcan en esta
gran y maravillosa trayectoria para proclamar
el mensaje del Salvador a las naciones del
mundo.
Resurrección, cuando Jesucristo se levantó
triunfante de la tumba. Quebrantó los lazos de
la muerte e hizo posible que toda la
humanidad resucitara.
Como misioneros, como siervos del Señor,
este es el mensaje principal que llevamos al
mundo: “Yo sé que vive mi Señor”.
Asegúrense de que sus misioneros no olviden
nunca esto. Ténganlo en mente cuando
ustedes y sus misioneros participen de la Santa
Cena los domingos, y cuando inviten a otras
personas a asistir a las reuniones
sacramentales con ustedes. El participar de la
Santa Cena es un acto sumamente sagrado. Si
le explican a aquellos que buscan la verdad lo
que puede representar el Evangelio y la Santa
Cena para ellos, les conmoverán el corazón.
Esta mañana, mientras conducíamos hasta
aquí, estábamos entusiasmados por poder
estar con ustedes. Ojalá pudiéramos darles un
abrazo a todos y cada uno de ustedes.
Hace unos meses, mientras preparaba un
mensaje de Pascua, surgió la pregunta de por
qué la Iglesia no celebra más abiertamente los
acontecimientos que rodean la Pascua.
Si pensamos en ello, lo cierto es que, como
miembros de la Iglesia, celebramos la Pascua
cada domingo al participar de la Santa Cena.
Fue el jueves anterior al domingo de la Pascua
de Resurrección cuando se estableció la Santa
Cena. Al participar de la Santa Cena, nos
comprometemos de nuevo a recordar el
sacrificio del Salvador y a guardar Sus
mandamientos. Al mismo tiempo, se nos
promete que tendremos Su Espíritu con
nosotros en todo momento y en todo lugar.
Mediante la vida sin pecado de Cristo y el
profundo milagro de la Expiación, Él preparó
una vía para que pudiéramos ser purificados y
gloriosos, un camino para regresar con
nuestro Padre Celestial y recibir la vida eterna.
Pero también es interesante la otra cosa que
sucedió como resultado de haberse levantado
de la tumba. Este acto de amor transformó un
grupo de discípulos asustados y preocupados
en un grupo dinámico de valientes misioneros
que cambiaron el mundo.
Piensen en lo que sucedió durante la semana
que siguió al domingo de Ramos y que
terminó en el domingo de la Pascua de
Los acontecimientos de ese día tienen el
potencial y el poder de lograr el mismo
1
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resultado para cada siervo del Señor, para cada
misionero, para cada uno de ustedes que está
proclamando y enseñando el evangelio de
Jesucristo.
pusieron de pie junto a ellas dos varones con
vestiduras [y] les les dijeron: ¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive? No está aquí,
sino que ha resucitado”5.
Remontémonos a los acontecimientos de
aquella semana de Pascua de Resurrección en
la Tierra Santa, inmediatamente después de
que el Salvador del mundo fuera crucificado.
Los discípulos se reunieron con miedo, tal vez
escépticos de que realmente su Maestro
estuviera muerto. Los imagino mirándose
unos a otros, sintiéndose confundidos, con ira
y, tal vez más que nada, con profundo dolor y
angustia.
Las mujeres se apresuraron a regresar y le
contaron a los once y a los que se
encontraban con ellos lo que habían visto,
pero “a ellos les parecían locura las palabras
de ellas, y no las creyeron”6.
No obstante, Pedro corrió al sepulcro y “vio
sólo los lienzos allí… maravillándose de lo
que había sucedido”7.
Una vez que se volvió a marchar la
maravillosa María Magdalena se quedó sola y
lloró. Ella también estuvo presente en la
crucifixión del Salvador. Allí, al pie de la cruz,
soportó el dolor y la humillación de su amado
Señor. Lo había mirado a los ojos y visto
morir. Eso sucedió el viernes.
Si lo recuerdan, el día después de la
crucifixión de Cristo, los principales
sacerdotes y los fariseos se dirigieron al
gobernador romano, Pilato, y le dijeron:
“Señor… aquel engañador dijo, viviendo aún:
Después de tres días resucitaré. Manda, pues,
que se asegure el sepulcro hasta el tercer día;
no sea que vengan sus discípulos de noche, y
lo hurten y digan al pueblo: Resucitó de entre
los muertos”1.
Aquella primera mañana del domingo de
Pascua, parecía que el universo estuviera
acumulando una tristeza tras otra sobre aquel
pequeño grupo de discípulos que tan
profundamente habían amado a Jesús.
Pilato aprobó la petición, y una patrulla de
soldados romanos guardaron la tumba para
asegurarse de que ningún hombre robara el
cuerpo.
Tras un tiempo, María Magdalena volvió a
mirar al interior de la tumba, pero esta vez no
estaba vacía. Vio a “dos ángeles con ropas
blancas que estaban sentados, el uno a la
cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo
de Jesús había sido puesto. Y le dijeron:
Mujer, ¿por qué lloras?”.
Fue justo antes del amanecer 2 de aquel
domingo de Pascua de Resurrección cuando la
tierra comenzó a temblar y un “ángel del
Señor, descendiendo del cielo y acercándose al
sepulcro, removió la piedra… su aspecto era
como un relámpago, y su vestido blanco
como la nieve. Y de miedo a él los guardias
temblaron y se quedaron como muertos”3.
Cuando medito su respuesta, percibo la
inimaginable y profunda tristeza que ella debe
de haber soportado. Les dijo: “Porque se han
llevado a mi Señor, y no sé dónde le han
puesto”.
No mucho después, María Magdalena, con
algunas otras mujeres, vinieron a vestir el
cuerpo de Jesús 4 . “Y hallaron removida la
piedra del sepulcro. Y, al entrar, no hallaron el
cuerpo del Señor Jesús. Y… he aquí se
Fue entonces cuando sintió que había alguien
detrás de ella, se dio vuelta y vio a un hombre
2
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que le habló. “Mujer”, dijo, “ ¿por qué lloras?
¿A quién buscas?”
lo que sucedió después: que el Salvador se
apareció a Sus discípulos, que los invitó a
tocarlo y a comprobar por sí mismos que Él
vivía.
María pensó que quizá el hombre fuera
alguien que trabajaba en el jardín; y quizá él
había visto lo sucedió en la tumba. Así que
dijo: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde
lo has puesto, y yo lo llevaré”8.
Se quedó con los que lo amaban y seguían, y
abrió las Escrituras: “…comenzando desde
Moisés y siguiendo por todos los profetas, les
declaraba en todas las Escrituras lo que de él
decían”10.
¿Sienten el dolor que revisten sus palabras?
¿Perciben su desesperación?
Se apareció a más de 500 personas 11 durante
ese tiempo y “después de haber padecido, se
presentó
vivo
con
muchas
pruebas indubitables… hablándoles del reino
de Dios”12.
¿Alcanzan a sentir la súplica de una discípula
que amaba a su Maestro, que había ayudado a
retirar Su cuerpo sin vida de la cruz, que lo
había envuelto para su sepultura y que lo
había dejado en su lugar de reposo?
Es notable cómo cambiaron las cosas tras
aquel día. Antes de Su muerte, la mayoría de
los discípulos de Jesús tenían como función la
de ser testigos y seguidores. Observaron y
aprendieron, y fueron testigos de los hechos y
las enseñanzas del Salvador.
¿Y qué sentiría Jesucristo, que ahora se
encontraba ante ella? ¿Pueden imaginarse la
angustia del Salvador al ver a alguien a quien
Él amaba tan profundamente consumida por
semejante tristeza? ¿Pueden imaginarse
también Su gozo a causa del mensaje que
estaba por impartir, el mensaje que cambiaría
a toda la humanidad para siempre?
Pero todo cambió para ellos después de que
Cristo se levantó de la tumba. El gran apóstol
de más antigüedad, Pedro, me resulta
especialmente interesante. Se trataba de un
hombre que no era ajeno a la adversidad, un
hombre entre los hombres. ¿Con cuánta
frecuencia había enderezado el timón de su
pequeño barco de pescador durante una
tormenta amenazante? ¿Con cuánta frecuencia
había regateado con astutos mercaderes el
precio de su pescado?
Le dijo una palabra; casi alcanzo a oírla. Le
habló con suma ternura, con sumo amor, con
sumo gozo. “¡María!”, le dijo, y esa palabra
hizo que ella abriera los ojos.
Le había escuchado decir su nombre
anteriormente y reconoció Su voz. El Hombre
que había seguido y a quien había escuchado
se encontraba ante ella.
Sin embargo, ¿qué vemos en esta “roca” de
hombre antes de la Resurrección? Entre otras
cosas, vemos temor.
“¡Raboni!”, dijo ella. Entonces fue hacia Él,
pero Él le prohibió que lo tocara, diciendo
que todavía no había ascendido a Su Padre.
Cuando descendió de la barca en el mar de
Galilea y caminó sobre el agua hacia el
Salvador, constatamos los inicios de una fe y
una valentía enormes. “Mas al ver el viento
fuerte, tuvo miedo y, comenzando a hundirse,
dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”13.
Sin embargo, le pidió lo siguiente: “Ve a mis
hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”9.
Mis queridos hermanos y hermanas, mis
queridos amigos, todos conocen la historia de
3
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Más adelante, solamente unas horas antes que
Cristo fuera arrestado, el impulsivo Pedro se
glorió de su fidelidad. “Aunque todos se
escandalicen, yo no”14, proclamó al Salvador.
Y cuando Jesús profetizó que Pedro le negaría
tres veces aquella noche, el gran pescador, con
mayor osadía aún, proclamó: “Si me fuere
menester morir contigo, no te negaré”15; y los
otros apóstoles se apresuraron a utilizar las
mismas palabras.
Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros
somos testigos”20.
Pedro habló sin miedo en lugares públicos,
incluso en el mismo templo. Junto con Juan,
fue arrestado y, al día siguiente, llevado ante
los gobernantes, ancianos y escribas para ser
interrogado. Allí estaban Anás, el sumo
sacerdote, y Caifás. Debe de haber sido un
grupo intimidatorio, un grupo que tenía la
vida de Pedro y de Juan en sus manos21.
Pedro era uno de los amigos más cercanos del
Salvador. Aquella terrible noche del juicio de
Jesús, Pedro estuvo bajo el palacio,
procurando averiguar lo que estaba pasando,
cuando una criada se le acercó y dijo: “Tú
también estabas con Jesús, el nazareno”16.
Pero cualquier rastro del viejo y temeroso
Pedro había desaparecido en el magnífico
fuego purificador de esa mañana de la Pascua
de Resurrección. Pedro se enfrentó
valientemente a los que lo condenaron, los
mismos hombres que habían matado a Su
Señor, con milagros que hizo en el nombre
del Señor. Cuando sanó al cojo, se le preguntó
con qué poder y en nombre de quién lo había
hecho 22 . Pedro proclamó: “…sea notorio a
todos vosotros y a todo el pueblo de Israel
que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a
quien vosotros crucificasteis y a quien Dios
resucitó de los muertos, por él este hombre
está en vuestra presencia sano… no hay otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en
que podamos ser salvos”23.
El miedo lo dominó en aquel crítico momento.
Marcos, quien conocía bien a Pedro 17 , más
tarde registraría los acontecimientos de aquella
noche. Posiblemente atendiendo a las
instrucciones de Pedro, Marcos contó la
historia con todos sus detalles humillantes.
Marcos escribe en cuanto a las negaciones de
Pedro e incluso dice que Pedro “comenzó a
maldecir y a jurar: ¡No conozco a este hombre
de quien habláis!”18.
Pedro más tarde lloró y sintió gran agonía por
esa traición. Con el corazón quebrantado, le
suplicó a Dios que lo perdonara. ¿Cómo pudo
haber sido tan débil? ¿Cómo pudo él permitir
que el temor le hiciera negar al hombre a
quien él conocía como “el Cristo, el hijo del
Dios viviente”?19
Los gobernantes de los judíos no se esperaban
tal valentía y osadía. Las Escrituras dicen que
se maravillaban de que estos seguidores
indoctos e ignorantes pudieran ser tan
osados24.
Estos doctores de la ley finalmente decidieron
que la mejor línea de acción era amenazarlos
“para que no [hablasen] de aquí en adelante a
hombre alguno en este nombre… [y que] de
ninguna manera hablasen ni enseñasen en el
nombre de Jesús” 25. Para Pedro y Juan, ésta
era su oportunidad de marcharse de Jerusalén
sin ser castigados.
Pero desde el momento en que Pedro vio al
Cristo resucitado, se transformó. Fue un
hombre diferente. Junto con Santiago y Juan,
fue un verdadero líder.
Ya no tenía miedo. Desde ese momento en
adelante, él valientemente testificó: “A este
4
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“Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a
vosotros antes que a Dios”, dijeron los
discípulos con osadía, “porque no podemos
dejar de decir lo que hemos visto y oído”.26
la gran responsabilidad de difundir las nuevas
gloriosas y felices del evangelio de Jesucristo.
Los antiguos apóstoles recibieron la
asignación del Señor de enseñar y bautizar a
todas las naciones, “enseñándoles que
guarden
todas las cosas
que
os
he
29
mandado” . Se les ha llamado para que hagan
lo mismo. De esta manera, ustedes y sus
misioneros son el brazo extendido de los
Doce Apóstoles, con la misma promesa de
que el Señor estará con ustedes, aun hasta el
fin del mundo.
De aquella mañana de Pascua de Resurrección
en adelante, Pedro fue un hombre nuevo.
Había nacido de nuevo. Durante el resto de su
vida, Pedro se vio sometido a amenazas, al
ridículo, al odio y a la humillación; pero no
retrocedió. Él no temía a ningún hombre.
Nada le impidió que cumpliera su misión de
alzar la voz como testigo de Su Salvador, el
Señor Jesucristo.
Todos los días de su misión se enfrentan con
decisiones similares a las que Pedro tuvo que
tomar. Al igual que Pedro, tienen esta misma
pregunta ante ustedes: ¿Qué clase de testigos
serán?
No sabemos a ciencia cierta lo que le sucedió
a este magnífico siervo de Dios hacia el final
de su vida. La tradición sugiere que fue
arrestado en Roma y apresado. Las
autoridades romanas tenían que cambiar
constantemente sus guardias, ya que el
valiente testimonio de Pedro lograba
convertirlos casi con la misma rapidez con la
que traían nuevos guardias 27 . ¡Ése es un
verdadero misionero!
Entre los 86.000 misioneros que prestan
servicio actualmente, hay muchos que, al igual
que Pedro, no tienen miedo de proclamar la
verdad. Afrontan cada día con un vigor
renovado. Aun ante el ridículo, la apatía y el
odio, alzan sus voces puras y alegres para
proclamar el evangelio de Jesucristo.
La tradición también sugiere que Pedro fue
crucificado en Roma, cabeza abajo, porque no
se sentía digno de ser crucificado de la misma
manera que su Maestro y Redentor28.
Por supuesto, también hay algunos que tienen
miedo, como Pedro lo tuvo una vez; pero en
cierto sentido, todos somos como Pedro.
Todos podemos ver los frutos de la vida, la
expiación y la resurrección de Cristo en
nuestro discipulado.
Ahora les hago la siguiente pregunta: ¿Qué
tiene que ver esto con sus sagrados
llamamientos de proclamar el evangelio de
Jesucristo? ¿Qué tiene que ver esto con su
responsabilidad de dirigir a nuestros
misioneros?
Las aguas vivificadoras del evangelio
sempiterno están ante nosotros. ¿Tomaremos
solamente unos sorbitos a través de una pajilla
agujereada? ¿O permitiremos que estas aguas
broten en nuestro interior y nos llenen de
energía renovada y poder divino?
Mis queridos hermanos y hermanas, tiene todo
que ver con ustedes. Es la esencia de su
llamamiento. Cada día que se colocan sus
placas misionales, sus placas de honor,
declaran al mundo que son discípulos del
Señor Jesucristo. Al igual que Pedro, han
tomado sobre ustedes el nombre del Señor y
Durante su misión, ¿permitirán que sus
temores los derroten? ¿Entregarán solamente
una parte de su potencial a la obra que tienen
ante ustedes?
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Confío en que estoy hablando a aquellos que
sirven a Dios “con todo [su] corazón, alma,
mente y fuerza”. Se les ha llamado a la obra y
cada día prestan servicio a su Salvador al
“[meter] su hoz con su fuerza… [trayendo]
salvación a su alma”30.
paraban a personas por los centros
comerciales al aire libre y en todas partes. El
élder Green estaba completamente aterrado y
más tarde escribió: “Yo había hecho tentativas
con poco entusiasmo y no había tenido
resultados; comencé a deprimirme, me irritaba
y estaba totalmente desanimado”.
Para ilustrar el potencial y las posibilidades
que sus misioneros y ustedes tienen,
permítanme compartir la experiencia de un
misionero que parece personificar al discípulo
sin temor que todos deseamos ser.
El élder Strong, por otra parte, hablaba con
una persona tras otra en su forma especial y
mantuvo muchas conversaciones fructíferas.
Cuando se le preguntaba cómo era capaz de
hacer esto, el élder Strong decía: “No temo a
ningún hombre”. Ciertamente, no parecía
tener nada de miedo.
Hace unos treinta años, un miembro de la
Iglesia que había sido bautizado hacía poco, a
quien llamaré élder Strong, aceptó el llamado
a servir como misionero en Gran Bretaña.
Cuando salió de su casa, su padre y su madre
le suplicaron que no sirviera en una misión.
Al ver que el élder Green tenía mucho miedo,
el élder Strong le preguntó un día: “Élder,
¿sabe quién es usted?”.
Aunque le rompía el corazón ver a sus padres
tan preocupados, el élder Strong sentía paz en
el corazón en cuanto a su decisión, ya que
estaría sirviendo al Señor. Desde el momento
en que el élder Strong se bajó del avión en
Inglaterra, comenzó a dedicar todo su
esfuerzo a servir al Señor. No le llevó mucho
tiempo ganarse la reputación de no tener
miedo. Trabajaba con tanto ahínco que otros
misioneros comenzaron a llamarlo “caballo de
tiro”, ya que tiraba de sus compañeros cada
día.
El élder Green consideró que esta era una
típica pregunta de la Escuela Dominical y
respondió: “Soy un hijo de Dios”.
Pero el élder Strong sonrió, abrió el Libro de
Mormón en 3 Nefi 5:13 y leyó: “He aquí, soy
discípulo de Jesucristo, el Hijo de Dios. He
sido llamado por él para declarar su palabra
entre los de su pueblo, a fin de que alcancen la
vida eterna”.
Entonces miró a su compañero menor y le
dijo: “¡Élder, usted es un discípulo de Cristo!
¡No le tema a nadie!”.
Este tipo de dedicación no era muy llevadera
para sus compañeros. Mencionaré un nuevo
misionero en concreto, a quien llamaré el
élder Green. Al élder Green no le gustaba el
estilo del élder Strong para trabajar en la obra
misional. El élder Strong insistía en que se
levantaran temprano (incluso antes de lo que
decía el manual) y en cuanto estaban fuera de
la casa, comenzaban a hablar a las personas
acerca de la Iglesia.
Hubo algo en aquellas palabras que pareció
dar poder al élder Green, y de repente se
sintió vigorizado. Caminó hasta la puerta de
entrada de un gimnasio y observó a un
fornido físicoculturista que salía por la puerta.
Decidió poner a prueba su recién descubierta
valentía ante ese gigante.
Así describió la experiencia: “Logré expresar
el diálogo a los tropezones y di una imagen de
Cuando caminaban hasta el centro de una
ciudad para hacer contactos por la calle,
6
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completo principiante; pero después, este
hombre respondió con un sorprendente ‘sí’ a
la invitación de compartir una lección con él”.
Durante las tres semanas siguientes, ese
impresionante
investigador
aceptó
el
Evangelio y fue bautizado.
una pausa durante un momento y entonces
dijo: “No nos llevamos bien, así que esta
noche le pido que por favor me diga: ¿Está
usted procurando hacer lo correcto? Quizá yo
esté eligiendo lo que no es correcto y deba
cambiar”.
Aun así, al élder Green no le gustaba este
estilo osado para hacer la obra misional, y
discutía con su compañero continuamente al
respecto. Sin embargo, el élder Strong
respondía con amabilidad: “Élder, no temo a
ningún hombre y eso lo incluye a usted.
Bautizaré con o sin usted. Preferiría hacerlo
con usted, pero eso depende de usted”.
Eso fue todo lo que dijo.
El élder Green sintió el Espíritu mientras su
compañero hablaba. En la oscuridad de la
noche, se le llenaron los ojos de lágrimas. Se
había burlado del élder Strong por muchos de
sus métodos, pero se dio cuenta aquella noche
de que él era el misionero a quien no le
importaba lo suficiente. La conversación que
tuvieron lo transformó como misionero.
Después dijo algo más: “El Señor nos dice
que usemos valentía pero no altivez. Somos
altivos cuando somos osados sin amor.
Cuando las personas conocen y sienten su
amor, ¡nunca será demasiado osado!”
El élder Green dijo que los dos meses que
pasó con el élder Strong llegaron a ser los días
más importantes y formativos de su
experiencia en la misión.
Un día, el élder Green hizo un comentario
muy desconsiderado acerca de otra religión.
El élder Strong intentó hablar con él al
respecto, pero al élder Green no quiso tener
esa conversación molesta. Cuando los dos
misioneros llegaron finalmente a casa aquella
noche, el compañero menor saltó con rapidez
a la cama, con la esperanza de que su lenguaje
corporal indicara el hecho de que no quería
hablar.
El élder Strong consideraba que sus
responsabilidades mientras servía como
misionero eran bastante sencillas. Debía
escuchar al Espíritu, encontrar a personas y
hablar con ellas. Cuando no estaba
encontrando personas o hablando con ellas,
debía procurar encontrarlas y hablar con ellas.
Todo lo que quería hacer era predicar el
Evangelio.
El élder Strong nunca fue asistente del
presidente ni líder de zona, pero capacitó a
muchos nuevos misioneros. La capacitación
de nuevos misioneros es uno de los cargos de
liderazgo más importantes en el campo
misional.
No obstante, el élder Strong vino a un lado de
su cama y le dijo: “Élder, existen dos motivos
por los que los misioneros de un
compañerismo se llevan bien. O bien trabajan
juntos como un compañerismo humilde,
obediente y lleno de amor, o bien se llevan
bien porque ambos están haciendo lo que es
incorrecto”.
En la misión donde prestaron servicio estos
dos misioneros
estaban teniendo un
promedio de dos o tres bautismos en dos
años.
Después añadió: “Cuando los misioneros no
se llevan bien, cuando se pelean y discuten, a
menudo es porque un misionero quiere hacer
lo correcto pero al otro no le importa”. Hizo
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Durante el transcurso de su misión, el élder
Strong bautizó a muchas, muchas más
personas. El número de bautismos no siempre
indica quién es un buen misionero, pero
merece la pena seguir el ejemplo del élder
Strong como misionero, ya que enseña que
debemos trabajar con ahínco, confiar en el
Señor, buscar y seguir el Espíritu, tener fe, ser
obedientes y no temer a nadie.
conozco. Sé que mi Redentor vive; lo sé más
allá de toda duda, pregunta o debate. ¡Él vive!
Es el Hijo del Dios Viviente. Él dirige esta
obra y se preocupa por ustedes. Él conoce las
oraciones silenciosas, no pronunciadas, de su
corazón.
Del mismo modo que inspiró a Pedro, a Juan
y a todos los discípulos que lo siguieron, Él
los elevará e inspirará a ustedes. Si dedican su
trabajo y su voluntad a Él y dejan sus
preocupaciones y temores en Sus manos, Él
hará de ustedes grandes testigos y discípulos
de Él, de Su Evangelio y de Su Iglesia. Él les
concederá un testimonio fuerte y un corazón
sin temor. Hará de ustedes grandes líderes
misionales y grandes misioneros.
La manera en que uno vive y honra los
principios del Evangelio durante los muchos
años que seguirán a la misión es también señal
de quién fue un buen misionero. Los frutos de
una misión de éxito se perciben en la vida de
los misioneros que regresaron. Se ven en
cómo aplican los valores del Evangelio como
esposos o esposas, padres y madres, y como
hijos o hijas del Padre Celestial. Es el hecho
de “perseverar con gozo” en calidad de
discípulos de Cristo lo que con el tiempo
revelará el éxito de una misión, mucho
después que se hayan dejado de usar las placas
misionales.
¡Cristo el Señor ha resucitado! Está al timón
de Su Iglesia y de Su obra.
Doy testimonio de que tenemos un profeta
viviente de nuevo en la tierra, nuestro amado
presidente Thomas S. Monson.
Estimados presidentes y hermanas, al
comenzar esta nueva y emocionante travesía
como discípulos de Cristo, los invito a
considerar el ejemplo del apóstol Pedro, quien
superó sus temores y se convirtió en un
valiente misionero y líder de la Iglesia.
Podemos aprender no sólo de Pedro, sino
también de todos los misioneros que tienen el
mismo tipo de compromiso y dedicación;
misioneros como los muchos que encontrarán
en todas las misiones del mundo entero,
misioneros como aquellos que servirán con
ustedes.
En calidad de apóstol del Señor Jesucristo, los
bendigo para que, al inclinar su corazón y
mente hacia el Salvador, Él ciertamente los
eleve y fortalezca. Él los visitará con
conocimiento, paz y valor. Él aligerará sus
tristezas y su carga. Bendecirá a su familia en su
casa e incluso a su familia extendida. Velará
por ustedes y por aquello que les preocupa. Él
preparará el camino para ustedes y enviará a
Sus ángeles para que los rodeen y los
sostengan. Los ayudará a superar el temor. Los
ayudará y los levantará para convertirlos en
hombres y mujeres de Dios aún más grandes.
Cada día, recordémonos a nosotros mismos
que somos discípulos del Salvador Jesucristo,
y que dado que Él está con nosotros, no
debemos temer.
Mis queridos consiervos, quiero que sepan lo
mucho que los amo. Estoy agradecido por
ustedes y oro por ustedes. Hoy y siempre, el
Salvador les hace este llamado:
¡Jesús de Nazaret vive! Él es la roca de nuestra
salvación. Hoy testifico que Él vive, lo
“Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis;
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y fuerza y vida y paz os daré, y
salvos de males vosotros seréis”31.
que presten servicio como Sus emisarios.
Dejo esto con una profunda gratitud por
todos y cada uno de ustedes, en el nombre de
nuestro Maestro, en el nombre de Jesucristo.
Amén.
Mis queridos amigos, queridos hermanos y
hermanas, es mi oración y mi bendición que
sientan esa fortaleza y esa valentía a medida
Mateo 27:63–64.
Véase Juan 20:1; véase también Mateo 28:1.
3 Mateo 28:2-4.
4 Véase Lucas 24:1.
5 Lucas 24:2–6.
6 Véase Lucas 24:9–11.
7 Lucas 24:12.
8 Juan 20:10–13, 15.
9 Juan 20:16–17.
10 Lucas 24:27.
11 Véase 1 Corintios 15:6.
12 Hechos 1:3.
13 Mateo 14:30; cursiva agregada.
14 Marcos 14:29.
15 Marcos 14:31.
16 Marcos 14:67.
17 Véase 1 Pedro 5:13.
18 Marcos 14:71.
19 Mateo 16:16.
20 Hechos 2:32.
21 Véase Hechos 3; 4: 1–7.
22 Véase Hechos 3:1–10; 4:7, 22.
23 Hechos 4:10–12.
24 Véase Hechos 4:13.
25 Hechos 4:17-18.
26 Hechos 4:19-20.
27 Véase www.bartleby.com/210/6/291.html. “San Pedro comprendió con premura que esta visión iba dirigida a él y,
considerándola una reprobación de su cobardía, y como una señal de que era la voluntad de Dios que sufriera,
regresó a la ciudad y, tras ser apresado, fue llevado a la Cárcel de Mamertina junto con San Pablo. Se dice que los
dos apóstoles permanecieron allí ocho meses, tiempo durante el cual convirtieron a San Proceso y San Martiniano,
los capitanes de sus guardias, junto a otras cuarenta y siete personas”.
28 Véase https://http://es.wikipedia.org/wiki/Simón_Pedro. “Orígenes escribió: ‘Pedro fue crucificado en Roma
cabeza abajo, como él mismo quiso padecer’. Por este motivo se acepta generalmente una cruz invertida como
símbolo de Pedro, con la interpretación de que no se consideró lo suficientemente digno como para morir de la
misma manera que su Salvador”.
29 Mateo 28:20.
30 Doctrina y Convenios 4:2–4.
31 “Qué firmes cimientos”, Himnos, Nº 40.
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