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EL PAÍS, domingo 15 de mayo de 2011
vida&artes
sociedad
Una mujer estará
al frente de
la cadena DIA
¿Quién teme
a la eutanasia?
El PSOE prometió en 2004 que legalizaría la ‘muerte digna’
cuando ganase las elecciones P La presión de la jerarquía católica
consigue retrasar una legislación que avalan grandes teólogos
JUAN G. BEDOYA
La muerte no suele ser tema de
conversación, a pesar de que el
hombre conoce que, tan pronto
como llega a la vida, tiene ya una
edad suficiente para morir. Lo sabían los predicadores del más
allá con su predilección plástica o
retórica por las calaveras. Memento mori, recuerda que has de
morir. En cambio, el retraso de la
muerte ha sido un esfuerzo permanente del desarrollo de la humanidad, con avances científicos
espectaculares en los últimos
cien años. Pero la lucha por la
vida —por la salud— tiene sentido
mientras sea posible sanar. Es el
miedo a sufrimientos insoportables o innecesarios lo que ha impuesto el debate sobre la “eutanasia médica” —como mitigación de
los dolores de la muerte—. Tiene
siglos de antigüedad, pero nunca
había merecido una atención tan
apasionada y polémica.
La realidad es que la eutanasia —la esperanza del hombre en
tener al final de la vida un buen
morir— se va abriendo camino en
muchos países porque, pese a las
execraciones de los jerarcas del
catolicismo, aparece en el imaginario popular en positivo, como
una palabra hermosa y sin tacha
moral. Lo son casi todas las que
llevan el prefijo griego eu, como
euforia (bien estar) o eucaristía
(buena gracia). Por encima del
60% de los españoles la despenalizaría y el porcentaje se eleva al
62,2% entre los jóvenes. Son datos
del Centro de Investigaciones So-
ciológicas y del informe Jóvenes
Españoles 2010, de la Fundación
Santa María, respectivamente.
“En su cama de enfermo mi
padre daba la impresión de que
acababa de pelear cien asaltos
con Joe Louis”, escribió Philip Roth en 1991. Novelistas y poetas deberían contar más en el debate
sobre la eutanasia, y no solo los
juristas, los obispos o los médicos. Finalmente, el famoso escritor se plantó ante los médicos
que atendían la agonía de su padre y le dijo a este, ya inconsciente: “Papá, creo que te tengo que
dejar marchar”, antes de negarse
a que lo tuvieran conectado a un
aparato de respiración asistida.
Lo cuenta en Mi vida como hijo.
Roth es uno más de los escritores que se han ocupado de la eutanasia, desde Tolstoi a Cesare Pavese, pasando por los existencialistas Jean Paul Sartre y Simone
de Beauvoir, y sobre todo Albert
Camus. A este debe la literatura
la descripción más cruel de un
ser humano en el trance de morir: la del niño atendido en La peste por el doctor Rieux.
Otro cantar se ensaya en el
campo de la política, donde habita el miedo o la lentitud. Un ejemplo se vivió en Francia en enero
pasado, cuando el Senado tumbó
a última hora una ley que iba a
legalizar la eutanasia, prolongando un debate que nunca ha dejado de enredarse en ese país.
Ahora ocurre en España. Después de largas comisiones de estudio en el Senado o de disputas en
el Congreso, el PSOE hizo una so-
lemne promesa en la campaña
electoral de 2004: legalizaría la
eutanasia si ganaba las elecciones. No ha cumplido. Incluso, hace esfuerzos para que se note su
intención de alejarse de esa promesa. El viernes pasado, la ministra de Sanidad, Leire Pajín, pre-
El Gobierno sostiene
que la sociedad no
está madura para
legalizar la eutanasia
“Quienes no están
maduros son los
políticos”, replica
el filósofo Pániker
sentó un informe al Consejo de
Ministros sobre el tema y anunció el nombre del proyecto que
ahora empieza su andadura: Ley
Reguladora de los Derechos de la
Persona ante el Proceso Final de
la Vida. Cuando hace medio año
lo anunció el vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba,
iba a llamarse “ley de cuidados
paliativos y muerte digna. “No es
una ley de eutanasia”, precisó entonces el número dos y portavoz
oficial del Ejecutivo.
En realidad, el Gobierno socialista se conforma con una norma
que garantice el cumplimiento de
la legislación actual sobre cuidados paliativos, últimas volunta-
des, autonomía del paciente o de
testamento vital, que así se llaman las muchas leyes aprobadas
por las Cortes y los Parlamentos
autonómicos en la última década.
El PSOE se hacía eco en 2004
de una opinión pública muy favorable a la legalización de la eutanasia. La tendencia al alza no para de moverse. Estudios realizados por la asociación Derecho a
Morir Dignamente (DMD) sitúan
esos porcentajes en el 77%. Sin
embargo, el Gobierno se justifica
diciendo que la sociedad aún no
está madura para legalizar la eutanasia. “Quienes no están maduros son los políticos”, replica uno
de los fundadores de DMD, el filósofo y escritor Salvador Pániker.
Pániker lo reitera siempre que
se recuerda la muerte del gallego
Ramón Sampedro, tetrapléjico
tras un accidente y postrado en
una cama durante 32 años hasta
su muerte en 1998 tras ingerir cianuro diluido en un vaso de agua
que le había acercado a su boca
una mano amiga. Antes había librado —y perdido— una larga batalla para que los tribunales le
concediesen su derecho a la eutanasia.
La historia de Sampedro se
cuenta en la película Mar adentro, de Alejandro Amenábar, con
Javier Bardem de protagonista.
Cuando se presentó en la Navidad de 2004, José Luis Rodríguez
Zapatero acudió con seis de sus
ministros al estreno con gran estruendo mediático, para subrayar el compromiso de legalizar la
eutanasia. ¿Qué ha pasado para
Un cinismo histórico
ANÁLISIS
Antonio Monclús
¿Por qué países occidentales que han firmado la Convención contra la Tortura imponen, de hecho, una situación de auténtica tortura a sus ciudadanos al prohibir las
diferentes formas de eutanasia. La respuesta tiene que ver con el reparo consciente de los Gobiernos a enfrentarse al
poder eclesiástico. También guarda relación con un cierto rechazo inconsciente
de la sociedad a hablar abiertamente de
una muerte buena. Se ha injertado en la
cultura una especie de tabú que percibe la
muerte como intocable, como un mal, como un castigo divino. La influencia del
cristianismo ha sido y es determinante.
Para la Iglesia católica, entre otras igle-
sias cristianas, que una persona decida
sobre el momento de su muerte resulta
sencillamente un crimen. Esta convicción
marca la psicología colectiva. La eutanasia sería un crimen nefasto contra un Dios
que es señor de la vida y de la muerte.
Este lenguaje, que consagró Tertuliano,
no fue, sin embargo, el primitivo cristiano. Pero Agustín de Hipona lo completó
de forma rotunda: sufrir pasivamente esperando el momento final de la decisión
reservada solo a Dios es imitar el sacrificio doloroso de Jesús en su pasión y cruz.
El “no matarás” del cristianismo ha
coincidido con el cinismo histórico más
variado. Millones de personas han sido
muertas cuando la muerte era buena. Auténticas eutanasias acompañan a la iglesia cristiana desde el comienzo: los mártires, las Cruzadas, la Inquisición, las gue-
rras de religión entre católicos y protestantes, las persecuciones contra infieles y
herejes, las víctimas de las guerras justas
o de la pena de muerte.
Jesús de Nazaret no dijo eso. Más bien
habló en sentido contrario: predicó el
amor, en una triple dimensión indisoluble:
Dios, los demás, uno mismo. Defendió, en
contra del legalismo, la sinceridad espiritual íntima. Proclamó la conciencia como
ámbito de la única decisión válida frente a
normas impuestas desde fuera. Repitió
que había venido para traer la libertad a
los oprimidos y proclamar la liberación
frente al sarcasmo de los poderosos. Esta
forma de pensar, visible en los Evangelios,
es anterior a la interpretación cristiana dominante y se opone a la apología del sufrimiento y el dolor hasta el final de la vida.
Ante casos como el de Ramón Sampe-
Un programa de televisión
grabó el suicidio asistido
de Craig Ewert. / ap
un cambio tan radical? La respuesta hay que buscarla en la posición de los obispos, una vez más
erigidos en poder fáctico capaz
de torcer compromisos electorales solemnes. Pese a todo, la jerarquía católica sigue expresándose
con tremendismo. “[El Gobierno]
quiere aniquilar a ancianos o enfermos inservibles”, ha escrito el
semanario Alfa y Omega, propiedad del Arzobispado de Madrid.
El pontífice de la archidiócesis
que edita ese boletín es el cardenal Antonio María Rouco Varela.
dro, Eluana Englaro o Terry Schiavo, la
imagen del Jesús extraída de los Evangelios es la de alguien que ama, comprende
y libera. Nunca aparece como un juez que
deja sufriendo a quien acude a él en busca
de auxilio. No condenó por la decisión de
un momento, sino que habló de un juicio
final sobre la conducta de toda una vida.
Adelantándose a la modernidad, estableció en la conciencia libre y personal el
ámbito para decidir sobre la vida.
Los Gobiernos que ceden a la presión
de una doctrina eclesiástica deberían saber que ceden ante una interpretación dominante, pero determinada. El mensaje
del Jesús de los Evangelios, en cambio, es
el de la liberación ante la opresión. Y la
eutanasia es una forma de liberación frente a la opresión de personas indefensas
ante la angustia y la tortura.
Antonio Monclús Estella es catedrático de la
Universidad Complutense y autor del libro La
eutanasia, una opción cristiana.
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EL PAÍS, domingo 15 de mayo de 2011
sociedad
cultura
gente
Masiva protesta
contra los recortes
en Cataluña
Cannes recibe
a Penélope Cruz
y a sus piratas
Terapia contra
las drogas para
Whitney Houston
Glosario sobre una misma acción
La palabra eutanasia proviene del griego eu (bueno) y thanatos
(muerte), es decir, la buena muerte.
E Eutanasia
activa. Es la acción que tiene por objetivo poner fin a
la vida de una persona con un mal avanzado o terminal, o que
padece sufrimientos vividos como intolerables. La solicitud ha de
hacerla el propio enfermo y no los familiares o el personal que le
atiende. En España está penada con tres años de cárcel.
E Eutanasia
pasiva. Es la acción de administrar fármacos
mitigadores del dolor u otros síntomas aunque tengan como efecto
el acortamiento de la vida. También contempla la interrupción u
omisión de acciones terapéuticas que prolonguen la vida de una
persona con una enfermedad terminal o irreversible, o en estado
vegetativo persistente. No está penada.
E Testamento
vital. Recoge (documento de voluntades
anticipadas) la decisión de una persona, con plena capacidad
mental, sobre el final de su vida o una intervención médica, con
derecho a rechazar tratamientos aunque se precipite la muerte.
La tesis del episcopado es que
la vida es creación exclusiva de
Dios y el hombre debe aguantar
hasta el fin dispuesto. “Ningún
poder puede autorizar, ni menos
imponer, la supresión de la vida,
sea un embrión, un feto o un enfermo incurable”. Pese a todo, la
Conferencia Episcopal ha aprobado un llamado testamento vital
en el que los enfermos pueden
expresar, en un documento de últimas voluntades, su oposición a
determinados tratamientos, pese
a que su ausencia u omisión supongan el seguro acortamiento
de la vida.
Esta modalidad es conocida
en la literatura científica como eu-
tanasia pasiva. Denota cómo la
Iglesia católica puede acabar cambiando de opinión, aunque tarde
a veces siglos. También se opuso
al pararrayos cuando lo inventó
Benjamin Franklin —argumento:
¿quién es el hombre para desviar
el rayo que Dios te envía para castigarte?—; y antes contra el parto
sin dolor porque Dios impuso a la
mujer la penitencia del “parirás
con dolor”.
Son legión los teólogos que refutan la posición de la jerarquía
romana. “Hay que levantar un
puente entre las dos orillas”, aconsejan los jesuitas en uno de los
editoriales de su revista Razón y
Fe. El argumento es que no siem-
pre lo legal y despenalizado tiene
que coincidir con la ética cristiana. “No llegamos a encontrar razones definitivas que impidan a
una persona, cuya vida en opinión de los médicos no tiene futuro y está expuesta a la amenaza
de muy fuertes dolores, acudir a
la eutanasia, que debería estar regulada con precisión y rodeada
por serias garantías legales”, sentencia.
Hans Küng, uno de los grandes teólogos del siglo, sostiene
que tras “los argumentos de soberanía [de Dios sobre el hombre]
se esconde una imagen distorsionada de Dios, basada en textos
unilateralmente seleccionados
de la Biblia, interpretados a la letra, es decir, Dios como el creador
que dispone del hombre, propietario no sujeto a traba alguna, su
absoluto amo, y últimamente
también verdugo”.
En esta visión vaticana no hay
nada del Dios padre de los débiles, dolientes y extraviados, según Küng. A partir de esa descripción, proclama: “Nuestra tarea
teológica para con los moribundos no es la espiritualización del
sufrimiento, o, peor aún, su aprovechamiento pedagógico, como
purgatorio sobre la tierra, sino
más bien, siguiendo la huella del
Jesús sanador de enfermos, reducir en lo posible y eliminar el sufrimiento, que en ocasiones enseña a los hombres a rezar, pero en
otras también a maldecir”.
Fue la Ley General de Sanidad
de 1986 (conocida como ley Lluch
en referencia al ministro Ernest
Lluch, asesinado por ETA en
2000), la que reguló primero esta
materia, aunque sin rozar el asunto de la eutanasia. Pero proclamaba ya el derecho “a la libre elección entre las opciones que le presente el responsable médico”.
Ahí ya está la tesis de que la
lucha por la salud arma de coraje
al enfermo mientras es posible sanar. Después, la batalla contra la
muerte puede convertirse en un
martirio insoportable, que admite el derecho de un paciente a decidir sobre los tratamientos que
se le ofrecen. La bioética lo expresa de esta sutil manera: nunca es
lícito hacer el mal, pero a veces
no es lícito hacer el bien. En esa
idea anida el derecho del paciente a rechazar un tratamiento, aunque le vaya en ello la vida.
La cuestión es discernir por
qué merece un juicio penal y moral diferente la llamada eutanasia
pasiva de la eutanasia activa.
Küng lo explica así: “El Papa no
tiene nada en contra de que en
casos en que no queda ninguna
esperanza se omitan o interrumpan medidas destinadas a mantener la vida (por ejemplo, un respirador artificial). La pregunta es:
¿por qué ha de merecer un juicio
moral diferente la desconexión
de un aparato de respiración asistida, con consecuencias mortales
(eutanasia pasiva), que la administración de una dosis sobreelevada de opio con consecuencias
mortales (eutanasia activa)? ¿Puede una acción ser pasiva? Es algo
inescrutable”.
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