N° 14 (2015) Formas de experiencia Índice Tabla de contenido Sumario Equipo Editorial ............................................................................................................................... 4 Artículos Análisis socio-hermenéutico de la auto-evaluación como herramienta de fomento del espíritu crítico Francisco José Francisco Carrera y Susana Gómez Redondo .......................................................... 6 La educación y la experiencia: el cuidado de la subjetividad Viviana Sargiotto ........................................................................................................................... 15 Historia de la crítica del arte: evolución y fundamentos ideológicos Arnaud Mandy Dibangou .............................................................................................................. 22 Peter Cole: poeta, hermeneuta y traductor Cristina Álvarez de Morales Mercado ........................................................................................... 42 El ritmo de la apreciación estética como variación ordenada de los cambios en el Arte como experiencia de John Dewey Horacio Mercau ............................................................................................................................ 54 El sujeto salugénico. Un aporte desde el cuidado de sí y la salud mental positiva Muriel Ojeda, Marcela Triviño y Aldo Enrici ................................................................................. 66 El amor magisterial maternal: Elogio del amor en el Jardín Maternal como institución educativa-afectiva Daniela Ciancia .............................................................................................................................. 77 Hermenéutica y política en Richard Rorty: herramientas pedagógicas para el progreso de una comunidad democrática Juan José Ramírez .......................................................................................................................... 85 Momentos y rostros para pensar la eticidad y la alteridad política Silvana dos Santos ........................................................................................................................ 95 Filosofía experimental de la ciencia: el concepto de observación en Ian Hacking Mariela Serón, Norma Leticia Vázquez y Viviana Sargiotto ....................................................... 109 Portada: “Impulso Vital”, obra de Norberto Sueldo Sumario Vivimos en una sociedad que ha perdido sus relatos centrales. Ha perdido la experiencia central. Esa experiencia a la que nos podíamos remitir en caso de perdernos en los siglos previos a la llegada de los medios masivos y su dinamita de cinco segundos, como señalaba Benjamin. Los grandes paradigmas de desarrollo o de explicación de la sociedad parecen haber sucumbido. Para el decir de muchos, al comenzar el siglo XXI solo contábamos con múltiples narrativas, con dispersos relatos fragmentados. De este modo, pasamos del multiculturalismo -esa idea surgida como reconocimiento de las diferencias que puede haber dentro de cada nación-, a los conflictos interculturales, tensionados dentro de una geopolítica mundial en la que la mayor parte de las sociedades son interdependientes. La experiencia unificadora es reemplazada entonces, por una reflexión cultural y un sin número de prácticas artísticas que ponen el foco en los debates sobre las migraciones y las fronteras, la convivencia política y la experiencia de educar en la diversidad, las desigualdades y los borramientos de las distinciones culturales. En este número, Francisco Carrera y Gómez Redondo revisan las prácticas pedagógicas de la autoevaluación en dirección a un análisis crítico. Los resultados paradójicos de sus investigaciones nos remiten nuevamente a la dificultad de alejarse de los paradigmas tradicionales, aun cuando estos estén en un momento de incertidumbre y ya no sean efectivos como resguardo de las prácticas más exitosas. También Sargiotto, en su artículo sobre la experiencia y la educación que contempla y cuida la subjetividad de los integrantes de un proceso pedagógico, nos permite pensar en el momento “cartesiano” al que remite la relación entre subjetividad y verdad. La configuración de un tipo de subjetividad regida por la razón y el conocimiento en primer término, ha dominado el escenario de la educación en la modernidad. A partir de vislumbrar que el sujeto que domina el conocimiento tiene múltiples constituciones, Sargiotto propone revisar que dicen Benjamin y Agamben al respecto, e indagar que implicaciones tienen estas perspectivas en relación a la educación como experiencia. Por el mismo sendero transita el artículo de Ciancia, al referirse a las formas que tiene la escuela en los primeros años, es decir el jardín maternal, y un aspecto singular de difícil aprendizaje desde lo formal, el amor magisterial. La indagación tiene puntos de continuidad con el artículo de Sargiotto en las formas de la experiencia del amor que no pierde la subjetividad de “lo dos” que propone Badiou. La evolución de la crítica de arte que presenta Mandy Dibangou en su trabajo nos recuerda que la crítica nace como mediación entre la obra de un artista y el público, pero que a partir de la muerte del Arte –con mayúsculas-, lo que encontramos es que las obras artistas se liberan en consecuencia de un orden previo. Para ello nos retrotrae al nacimiento de la crítica y al desarrollo de los lugares de exposición de las obras. Para Benjamin la traducción que solo se propusiera desempeñar la función de un intermediario, caería en la mera comunicación, algo sin importancia. Álvarez de Morales nos propone mirar a Peter Cole no como un traductor intermediario, sino como un puente para entender y disfrutar la poesía hebrea del siglo X y XI, en la mejor versión de un traductor y un hermeneuta. Por otra parte, Mercau se interna en la propuesta de Arte como Experiencia de John Dewey, para señalar las formas rítmicas que adquieren los cambios dentro de la apreciación estética. Para Dewey, el experimentar arte debe incluir una activa participación de la percepción del espectador –en una relación de hacer y padecer- a fin de entender la conexión que el arte -en tanto producción y percepción- y la apreciación como goce, sostienen mutuamente. Este experimentar, para Dewey, puede ser establecido en una lógica que permita conectar la ciencia y el arte, y es su concepto de ritmo donde puede verse esta idea de variación como forma ordenada de los cambios. A partir de la noción del cuidado de sí, Ojeda, Triviño y Enrici, revisan también la experiencia de los cuidados enfermeros que conforman el nuevo paradigma de salud positiva. El rol de la profesión de los cuidadores de la salud se vuelve hacia la comprensión de las subjetividades de los sujetos que componen este paradigma, y se hace necesario reflexionar como se incorpora en las prácticas activas del cuidado. La incorporación de la alteridad en los ámbitos de la política ha sido una preocupación constante en Rorty. Para este filósofo, no puede incorporarse lo diferente sin el piso mínimo que aportan, entre otras actitudes, la solidaridad y la tolerancia. Ramírez en su artículo nos presenta algunas herramientas para la construcción de una sociedad democrática, ya no basada en el descubrimiento de lo ontológicamente en común con el otro, sino de una pedagogía cuyo sostén sea una sensibilidad común que abra horizontes de solidaridad compartidos. También el trabajo de Dos Santos aborda la alteridad como parte de la construcción política. Basado en los pensamientos de Hegel, Dri y Levinas, la autora busca líneas de encuentros entre estos filósofos en la eticidad y en la alteridad política. Dentro de las formas de la experiencia, la filosofía de la ciencia tiene un escenario de discusiones respecto a la relación entre teoría y observación. En el caso del artículo de Serón, Vázquez y Sargiotto, las autoras analizan los enfoques dominantes de esta relación, y se detienen en la consideración de la propuesta de Hacking, para quien la observación como expresión diversa tiene autonomía de la teoría, y es justamente esta condición la que le permite constituirse en un fundamento de la experimentación de la ciencia. El trabajo de edición de esta revista se ha visto acrecentado en los últimos años gracias al aporte de autores y lectores. Como parte de este crecimiento, queremos compartir con ustedes y agradecer a EBSCO la incorporación de Hermeneutic en sus bases de datos. De esta manera la gestión y búsqueda de nuestras propuestas podrán ser cada vez más fácilmente accesibles a un número mayor de personas. Equipo editorial Análisis socio-hermenéutico de la autoevaluación como herramienta de fomento del espíritu crítico1 Francisco José Francisco Carrera* y Susana Gómez Redondo** Resumen En este artículo se muestran los resultados de una investigación sobre auto-evaluación. El trabajo se ha realizado con alumnos del grado de infantil y primaria. Las conclusiones son paradójicas. Por un lado ha sido un trabajo positivo, pero éste está condicionado por el tipo de profesor y las expectativas del estudiante. Palabras clave: Hermenéutica – evaluación – educación - espíritu crítico España Abstract In this article we show the research results about auto-evaluation. The work has been done with the pre-school and primary grade students. The conclusions are paradoxical. On the one hand it has been a positive work, but this is conditioned by the type of teacher and student expectations. Keywords: 1 Hermeneutic – evaluation – education – critic spirit - Spain Este trabajo es parte del Proyecto de Innovación Docente 13-15 “Aplicación de las TEP en el fomento del espíritu crítico y democrático del alumnado universitario” financiado por la Universidad de Valladolid. Introducción Si, como bien decía Cioran al inicio de su Breviario de Podredumbre “en sí misma, toda idea es neutra o debería serlo” (1997, p. 27), la idea de la evaluación como punto central de la actividad docente será, simplemente, asépticamente, esencialmente neutra o debería serlo. Pero claro, hay otra cara en este asunto. Si toda idea se mantiene neutra, no seremos capaces de privilegiar unas formas por encima de otras, y este mundo nuestro de la enseñanza formal es ante todo un lugar en el que prevalecen las formalizaciones y las metodologías, algo que no es, de nuevo, neutro en su origen. Ahora bien, Cioran también nos da la clave del meollo del asunto, aunque de forma radicalmente negativa, pues a cualquier idea “el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso (…). Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas” (1997, p. 27). Sirvan estas palabras como faro, como alarma, como aviso, para no caer en aquello que en la academia criticamos o debemos criticar: la inmovilidad, la presunción de finitud y otros males que se tornan endémicos pues asolan la libertad pensante y la voluntad de saber. Así, se nos antoja esencial repensar el proceso de evaluación, en la educación en general y en particular en la universidad. Esto es lo que hemos venido haciendo durante los últimos dos años un grupo de profesores en la Facultad de Educación de Soria, en especial, como veremos más adelante, en lo que conocemos como procesos de “autoevaluación”. Digamos que tras varios años y cursos a las espaldas, nos dimos cuenta de la necesidad de promover el pensamiento crítico en el alumnado pues intuíamos tendencias a lo castizo “atocinamiento”, esto es, la abulia intelectual, la comodidad científica y hasta el simple y más profundo desinterés por lo que pasaba en el aula. Para evitar que el alumnado se convirtiera en un clara metáfora del zombi (devora contenidos en vez de cuerpos y simplemente vaga por los pasillos sin un fin crítico definido), decidimos plantear de manera efectiva procesos de autoevaluación en diversas asignaturas. De esta manera, podríamos traer a colación un número de aspectos estrechamente relacionados con la “evaluación”, nos referimos a, por ejemplo: el miedo, el interés, las relaciones jerárquicas que estructuran la arquitectura didáctica del aula universitaria, etc. Acaso sin duda el miedo es un tema central aquí, como bien ha señalado el pedagogo hindú J. Krishnamurti a lo largo y ancho de su obra, al fin y al cabo, ese importancia del “miedo” es tal que llega a afirmar que “el temor siempre forma parte del tiempo, porque el tiempo es pensamiento” y así “para eliminar el temor, uno debe considerar el pensamiento como parte del tiempo, y entonces investigar todo este proceso del pensar” (Krishnamurti, 2009, p. 61). Para acercarnos a todo esto, pues, hemos decidido entrar en el terreno de la autoevaluación bien armados y de este modo cubrir varios frentes. Las propuestas que hemos llevado a cabo son heterogéneas aunque nos moviesen inquietudes similares, buscamos por tanto indagar de forma extensa e intensa a la vez. También nos parece obvio que, como han señalado Cobos y Moravec (2011), aunque se haya incrementado enormemente en los últimos años las personas que han optado por adquirir educación superior, esto no nos dice nada valioso de la calidad de dicha educación. Si esto lo llevamos a las Facultades de Educación, se nos antoja esencial cierto grado de educación formal acerca de los procesos de evaluación. Un docente que no haya reflexionado sobre cómo y qué evaluar, estará “en la oscuridad”, como dicen los anglohablantes. Ante esta realidad, el paso siguiente es obvio, sólo evaluando aprender a evaluar y si esa evaluación arranca con una autoevaluación además nos ocuparemos de la alteridad del uno pues ha de verse desde afuera en un proceso de objetivización de lo subjetivo, lo que implica un trabajo arduo en cuanto a la seriedad y rigor de dicho proceso. No sin razón Kushner (2002) ya hacía referencia al rol privilegiado del evaluador al situarse “por encima” para poder ejercer como tal, pues qué duda cabe de que, en sus palabras, “la evaluación es una empresa cultural y requiere metodologías culturales, enfoques para la evaluación que retraten con imparcialidad y respeto la naturaleza de la experiencia y el conflicto sobre los ideales sociales” (2002, p. 212). El docente comprometido con dicha búsqueda, habrá así de reflexionar sobre la metodología a seguir, en un acto a caballo entre la seguridad y la duda que por fuerza le llevará a imprimir su propia visión axiológica al proceso de enseñanza-aprendizaje (sin exclusión, claro está, del acto evaluador). En más de una ocasión deberá abandonar toda certidumbre, toda zona de confort, para internarse en pos de un itinerario desconocido, en el que el aula se revele como laboratorio investigador donde el error es, más que posible, un componente inevitable, casi inherente, de la tarea exploradora. Tal inmersión exige por parte del docente importantes dosis a caballo entre el riesgo, la innovación y la prudencia (en el sentido aristotélico de la frónesis como habilidad para pensar cómo y por qué debemos actuar para cambiar las cosas), con el fin de que el propio aprendizaje y sus procesos no interfieran en el de su alumnado. Mas, nos encontramos en un momento en el que la crisis del sistema educativo exige alejarse de todo inmovilismo. En la era del fin de las certidumbres, la escuela no es sino el poderoso reflejo de esa teoría del caos que se nutre de tres componentes esenciales: el control, la creatividad y la sutileza. Si la certeza y su orden suponen una suerte de muerte moral pues su dominio elimina cualquier apremio para hacer cualquier cosa (Wallerstein, 1997), la perpetuación de los viejos paradigmas y las rígidas metodologías evaluadoras supone condenarnos a un futuro sin creatividad y, por tanto, a abortar todo intento de una escuela (un mundo) mejor. Metodología El presente trabajo se ha realizado durante los cursos 13-14 y 14-15 en el Campus “Duques de Soria” de la Universidad de Valladolid, España. En él han participado alumnado de los Grados de Educación Infantil y Educación Primaria. La auto-evaluación ha sido realizada a través de un diálogo con aquellas personas que, libremente, se han querido acoger a ella. El objetivo fundamental de la conversación se ha centrado en conocer la capacidad crítica del alumnado. En esta investigación han participado 114 estudiantes de ambos grados. De cada conversación se han ido tomando una serie de notas que han podido precisar el análisis posterior. Los datos han sido interpretados tomando como eje fundamental la hermenéutica analógica del profesor Mauricio Beuchot (2004 y 2009) con algunas variantes incorporadas por Juan R. Coca (2010). Análisis La visión del aula como espacio policíaco, casi panóptico, nos lleva necesariamente a repensar la sistematización de unas relaciones basadas en la jerarquización y la calificación (y, por ende, de la clasificación), y donde el acto evaluador puede revelarse como uno de los máximos mecanismos de dominio. No en vano “el éxito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples: la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es específico: el examen” (Foucault, 2002, p. 157). Es en este sentido en el que el examen, entendido como herramienta única de medición y resultado que excluye todo proceso y eventualidad que no sea producto acabado, suprime la posibilidad no solo de horizontalidad, sino de aprendizaje significativo. Visto así, “el examen establece sobre los individuos una visibilidad a través de la cual se los diferencia y se los sanciona”, razón por la cual “se halla altamente ritualizado” en el marco de los dispositivos disciplinarios (Foucault, 2002, p. 170). La pregunta es doble. Por un lado, reflexionar sobre la (im)posibilidad de que el mismo pueda ser entendido como manifestación dialógica entre docentes y estudiantes. De otra parte, y como consecuencia de esta cuestión, surge la necesidad de dilucidar si indefectiblemente ha de representar una expresión de jerarquía y verticalidad o, por el contrario, es susceptible de convertirse en un instrumento más (nunca exclusivo) de una metodología autoevaluadora. Entendemos que desde esta “mirada normalizadora” y vigilante, punitiva en suma, reivindicar la prueba escrita como ejercicio de comunicación y autoevaluación consciente no es tarea fácil. Asimismo, cuando el francés define examen como manifestación “de sometimiento de aquellos que se persiguen como objetos y la objetivación de aquellos que están sometidos”, lo identifica con evaluación en el sentido más vertical del término. Si calificar lleva implícita la cualidad, la nota como manifestación de un resultado puramente numérico quedaría invalidada desde su propia definición, al presentarse como la expresión de una categorización que obvia todo proceso y reflexión cualitativa. O lo que es lo mismo: el examen como máximo representante del derecho soberano de la cuantificación, clasificación y supremacía por parte del evaluador. Este método, que implica en sí mismo un agente represor y, por tanto, limitador de un aprendizaje basado en la motivación intrínseca (la más eficaz) cuestiona por extensión todas aquellas metodologías basadas en la evaluación como eje primordial de una enseñanza en la que la “superposición de las relaciones de poder y de las relaciones de saber”, por continuar con las palabras de Foucault, dicta las bases de metodologías centradas en la evaluación como ejercicio coercitivo y no didáctico. Es en esta línea en la que nuevas voces en favor de una revolución educativa reivindican una escuela basada en el aprendizaje y no en la evaluación. No son pocos los docentes que, como María Acaso (2013), ponen en el punto de mira de la actual crisis pedagógica la problemática de una evaluación erigida en centro de la educación, cuyo dominio desbarataría toda posibilidad de aprendizaje. Acaso, que insiste en señalar el fracaso de la misma como proceso efectivo, aboga por una práctica educativa que en vez de dar recetas ayude a posicionarse, en pos de habilidades y actitudes que estarían directamente relacionadas con la búsqueda del pensamiento crítico y reflexivo entre el alumnado. Se trata, en suma, de reivindicar una educación que en lugar de obsesionarse con la evaluación lo haga con los afectos (en línea asimismo con las llamadas pedagogías del afecto), y que en vez de perpetuar sistemas jerárquicos verticales posibilite una democracia participativa en el aula y fuera de ella. La cuestión de desplazar la evaluación a la periferia metodológica enlaza indefectiblemente con la apuesta por situar en su lugar (es decir, en el epicentro del sistema educativo) el placer de aprender, en un intento de superar la antigua dicotomía entre la docencia y el deleite. Junto a esto, la búsqueda de una horizontalidad que anteponga los procesos democráticos a la jerarquía excluye por definición esa cultura de la 'respuesta correcta' y el error como castigo y no como aprendizaje (el alumno dice lo que el docente le ha dicho que diga) que la escuela y sus mecanismos privilegian desde los primeros niveles de enseñanza. ¿Cómo pedirles a alumnos que desde Primaria han aprendido a basar su éxito escolar en permanecer en silencio y repetir en los exámenes los contenidos y fórmulas previamente dados que, en las aulas de Secundaria o hasta universitarias, sean participativos, críticos y reflexivos? Es innegable que, en general, los alumnos suelen experimentar cierto temor a aportar visiones diferentes a las del docente, como queda demostrado en muchas de sus actitudes donde la imitación, y hasta la sumisión, se perpetran en conductas que poco tienen que ver con un sano aprendizaje. Herederos de una cultura educativa imbuida por las respuestas únicas y la exclusividad del pensamiento convergente, se ven apremiados por la certeza de qué y cómo han de responder, o lo que es lo mismo, buscan desesperadamente conocer (y transcribir) lo que el docente quiere oír. Ni menos, ni más. Estaríamos, así, en las antípodas de conseguir ese pensamiento crítico que algunas formaciones ya han comenzado a incluir en el curriculum, como herramienta de las nuevas líneas de la pedagogía crítica y 'entre iguales'. Es así, en la consecución de esta educación en la que reflexión y pensamiento crítico se revelan esenciales para la formación integral del individuo, donde entendemos que la autoevaluación, como herramienta centrada en el alumno y no en el profesor, habría de servir no solo para establecer mecanismos de autoconocimiento y autocrítica constructiva, sino para desarrollar y transmitir modelos de relación que apunten a una mayor horizontalidad. No en vano impartimos clase en Educación Infantil o Primaria, con lo que esto conlleva de responsabilidad metodológica en aulas donde, sin olvidar los contenidos, el docente ha de servir necesariamente de modelo educativo y didáctico. En nuestras aulas, donde se forman los futuros maestros, sin detrimento del qué se enseña, es tanto o más importante el cómo. Conscientes asimismo de estar enfrentándonos a una educación en la que las nuevas tecnologías suponen autopistas de vía rápida (y cada vez más accesible) hacia los contenidos, apostamos por tratar de implementarlos con recursos dirigidos a esa reflexión que debería ser el eje de toda docencia, y que es inherente y exclusiva del ser humano. La creación de espacios en los que el pensamiento divergente sea la piedra de toque que dirija el proceso de enseñanza-aprendizaje debería ser, a nuestro entender, el fin último de toda educación que pretenda seriamente (y más allá de formulaciones puramente teóricas y políticamente correctas) formar ciudadanos y profesionales autónomos y creativos. Fue así, en esta línea de actuación entre la investigación, la formación y la consecución y demostración empírica de nuevas metodologías y didácticas, en la que el carácter introspectivo que supone todo proceso autoevaluativo no sólo sirvió como punta de lanza para el ejercicio autoreflexivo, sino como método preparatorio para los futuros maestros (quienes habrán de enfrentarse a los conflictos, actitudes y posicionamientos inherentes al proceso evaluativo que habrán de afrontar en sus aulas). Ahora bien, debemos reconocer que en este trabajo se ha producido una paradoja que no puede dejar de resonar en nuestras cabezas. Haciendo una hermenéutica del comportamiento del alumnado podemos afirmar lo siguiente. En función del tipo de docente el alumno establece unas expectativas y pone en funcionamiento una serie de herramientas particulares que le permitirán superar la asignatura. En este sentido, cuando perciben al profesor como si éste fuese más exigente, duro y difícil de superar, entonces el ejercicio de auto-evaluación se transforma, disfuncionalmente, en una pretendida tabla de salvación de la asignatura. Cuando el alumnado asume y confía plenamente en el docente, la cosa cambia. En este caso es cuando el ejercicio de auto-evaluación tiene pleno sentido y adquiere toda su potencialidad. Ahora bien, ello implica la necesidad de haber realizado un trabajo previo complicado de empatía y acercamiento. La intención era, además, crear ambientes (físicos y cognitivos) en los que la confianza generara sinergias diferentes en el aula, alejadas de la relación cuasi policíaca que a veces se establece en ella como espacio de vigilancia y hasta punitivo. En la dirección de presupuestos pedagógicos basados en una horizontalidad múltiple, se trató de seguir una estructura triangular cuyos vértices son por definición emisores y receptores de un proceso de aprendizaje multidireccional. Traspasar, en fin, lo monológico para llegar a lo dialógico en tres líneas de fuerza. A saber: profesor-estudiante, estudiante-profesor y estudiante-estudiante, en direcciones de ida y vuelta donde todos los participantes son agentes activos y receptivos del proceso enseñanza-aprendizaje y, por tanto, beneficiarios del mismo. No obstante, y más allá de los presupuestos teóricos y metodológicos, la realidad del aula nos planteó cuestiones no siempre fáciles de resolver. Por un lado, la implantación de fórmulas a las que nuestros estudiantes no están acostumbrados (tanto a nivel metodológico como relacional) exige en algunas ocasiones una suerte de 'salto al vacío' que no siempre es fácil de afrontar. La asunción de riesgos pasa inevitablemente por la propia reflexión no sólo pedagógica sino ontológica, máxime cuando venimos y nos encontramos insertos en un sistema educativo y social que basa su autoridad fundamentalmente en el proceso de evaluación y calificación. Por otro lado, el estudiante no siempre entiende a qué responden los planteamientos didácticos, con lo que se corre el riesgo de perder su interés e implicación personal. Si la nota es esencialmente un elemento de motivación extrínseca, suprimirla exige un mayor grado de motivación intrínseca, con lo que es necesario 'convencer' al estudiante de que el proceso de enseñanza-aprendizaje (y en este viaje se incluye por supuesto la autoevaluación) ha de tener un sentido más allá de la puntuación obtenida. Si bien a un nivel conceptual y teórico todo el alumnado parece estar de acuerdo en que la evaluación ha de ser un mecanismo más profundo y amplio que la cuantificación de sus capacidades e inteligencias múltiples; a la hora de la realidad sigue (cómo pedirle otra cosa después de tantas horas de pupitre y boletines) sujeto plenamente a la expectativa de la nota que obtendrá finalmente. Por otro lado, el docente, quien inevitablemente sigue representando una figura de autoridad (tiene, en fin, “la sartén por el mango”, en expresión de nuestros estudiantes) se enfrenta asimismo a sus propias contradicciones, en un margen de actuación donde tendrá que buscar y hallar un nuevo espacio en el que conjugar presupuestos teóricos y prácticos en relación al hecho educativo. Conclusiones En principio, y como salto al vacío 'controlado', el docente puede optar por incluir autoevaluaciones parciales, en las que el estudiante (y el profesor) poco acostumbrado a los métodos autocríticos vaya familiarizándose con ellos de un modo progresivo y parcial. Se trata de elegir cómo dar el paso en este viaje compartido, en el que las dos instancias han de abandonar los viejos paradigmas (con lo que esto conlleva de riesgo e incertidumbre) en aras de nuevos presupuestos. Eso sí, docentes y alumnos han de estar dispuestos a aceptar el error como motor de aprendizaje y no elemento punitivo, en un viaje compartido en el que ambos acepten no sólo a abandonar las confortables zonas ya familiares, sino a renunciar a sus conocidos roles (y por tanto, de una mayor comodidad) de esa relación de dominación que continúa perpetuando la escala jerárquica docente. Referencias bibliográficas ACASO, María (2013). rEDUvoltion. Hacer la revolución en la Educación. Barcelona: Paidós. BEUCHOT, Mauricio (2004). Hermenéutica, analogía y símbolo. Barcelona: Herder. -------------------------- (2009). Tratado de hermenéutica analógica. Hacia un nuevo modelo de la interpretación. México: UNAM-Ítaca. CIORAN, Émile Michel (1997). Breviario de Podredumbre. Madrid: Taurus. COBO, Cristóbal y MORAVEC, John (2011). Aprendizaje invisible. Hacia una nueva ecología de la educación. Barcelona: Universidad de Barcelona. COCA, Juan R. (2010) La comprensión de la tecnociencia. Huelva: Hergué. FOUCAULT, Michael (2002). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI. KRISHNAMURTI, Jiddu (2009). Sobre la Educación, Barcelona: Kairós. KUSHNER, Saville (2002). Personalizar la evaluación, Madrid: Morata. WALLERSTEIN, Immanuel (1997) “Inquietudes y esperanzas en el umbral del nuevo milenio”. En Iniciativa Socialista, 47, diciembre, 1997. *** * Francisco José Francisco Carrera: es Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid, Suficiencia Investigadora en Filología Inglesa (Sección de Literatura), CAP en Enseñanza de la Lengua Inglesa y Máster en Psicología Transpersonal por la ESTEA de Barcelona. Ha impartido cursos y seminarios además de publicar artículos y capítulos de libros sobre hermenéutica, literatura inglesa, poesía japonesa y metodologías docentes. Docente e investigador de la Facultad de Educación de Soria, Universidad de Valladolid. [Email: [email protected]]. ** Susana Gómez Redondo: Docente e investigadora de la Facultad de Educación de Soria, Universidad de Valladolid. Dpto. de Didáctica de la Lengua y la Literatura. [E-mail: [email protected]]. . La educación y la experiencia: el cuidado de la subjetividad Viviana Sargiotto* Resumen En “La hermenéutica del sujeto”, Foucault dice que en la historia de la filosofía occidental, a partir del “momento cartesiano”, la constitución de la subjetividad ha quedado determinada por su relación con la verdad. Desde entonces toda la cultura occidental ha girado en torno a la cuestión de la verdad y la variedad de formas que fue adquiriendo. Esto ha configurado un tipo de subjetividad regida por la razón y el conocimiento sobre la que se llevará a cabo la educación desde la modernidad. Pero este sujeto que domina todo el conocimiento y toda la realidad va a ser cuestionado. En este trabajo analizaremos perspectivas alternativas a la anterior, como las de Walter Benjamin y Giorgio Agamben, que consideran importante desentrañar la constitución de la subjetividad en relación a la experiencia y la infancia. Por último, indagaremos cuáles son las implicancias de estas perspectivas en relación a la educación y al cuidado de la subjetividad, es decir, ¿qué significa pensar la educación como experiencia? Palabras clave: Subjetividad – verdad – experiencia – lenguaje – infancia Abstract In "The hermeneutics of the subject" Foucault says that in the history of Western philosophy, from the "Cartesian moment" the constitution of subjectivity has been determined by its relationship to the truth. Since then all of Western culture has revolved around the question of truth and the variety of ways that was acquired. This has set a type of subjectivity governed by reason and knowledge which will be held education from modernity. But this subject that dominates all the knowledge and all reality will be questioned. In this paper we analyze alternative perspectives to the above, such as Walter Benjamin and Giorgio Agamben, who consider important unravel the constitution of subjectivity in relation to the experience and childhood. Finally, we will investigate what the implications of these perspectives in relation to education and care of subjectivity, that is, we are what education means thinking as an experience? Keywords: Subjectivity – truth – experience – language – childhood La constitución de la subjetividad y su relación con la verdad En “La hermenéutica del sujeto” dice Foucault que en la historia de la filosofía occidental, a partir del “momento cartesiano”, la constitución de la subjetividad ha quedado determinada por su relación con la verdad. Desde entonces toda la cultura occidental ha girado en torno a la cuestión de la verdad y la variedad de formas que fue adquiriendo. De hecho, es una de sus principales preocupaciones filosóficas saber cómo el sujeto entra en los juegos de verdad. En efecto, tanto para Foucault como para Nietzsche, la verdad no tiene un carácter objetivo e inmutable sino que es un producto histórico y está siempre vinculada al poder. Por ese motivo Foucault se propone desarrollar las herramientas metodológicas que permitan comprender la historia de los discursos y cómo éstos conforman subjetividades, es decir, cómo a partir de los discursos es posible imponer ciertas verdades que se asumen como las válidas que deben ser repetidas en búsqueda de la sumisión de otros seres humanos. Ahora bien, ¿por qué en nuestra cultura es tan importante la verdad?, ¿por qué la cultura occidental gira en torno a esta obligación a la verdad a partir de Descartes? Una posible respuesta a estos interrogantes es que René Descartes con el “pienso, por lo tanto existo” inaugura una concepción de la subjetividad de gran impronta en el pensamiento occidental a partir de la modernidad. El sujeto cartesiano, tal como señala Pablo Pineau (2012), es unitario, autocentrado, racional, consciente de sí mismo. Es un sujeto que no presenta pliegues, zonas oscuras, fracturas, contradicciones e incoherencias internas, sino absolutamente consciente de lo que le sucede. Este sujeto, regido por la razón, busca también expandirla lo más posible, por eso se torna racional, calculador, planificador. Sobre este sujeto, con estas características, es donde se llevará a cabo la educación moderna. Ese sujeto que domina todo el conocimiento y toda la realidad va a ser cuestionado desde perspectivas como las de Walter Benjamin y Giorgio Agamben que consideran importante desentrañar la constitución de la subjetividad en relación a la experiencia, tal como veremos en los parágrafos siguientes. Walter Benjamin: la constitución de la subjetividad y la experiencia Walter Benjamin (1892-1940) propone dos figuras para pensar el sujeto de una manera muy diferente al sujeto cartesiano: el flaneur y el niño. El flaneur es un paseante de las calles de París que al recorrer la ciudad la intuye, la deconstruye y vuelve a construir. Tanto el flaneur como el niño son figuras en contrapunto con el sujeto moderno porque son transformados por la experiencia. El paseante se transforma a partir del paisaje y el niño mantiene una relación casi mágica con las cosas. A uno y a otro el mundo se le revela desde la experiencia. Veamos esto con más detalle. La conceptualización de la niñez y la infancia comenzó en la modernidad. Comenio y Rousseau, entre otros, propusieron la diferenciación de las edades y construyeron un sujeto pedagógico, el "alumno", sinónimo de niño. Al respecto Pineau señala que “la infancia comenzó a ser interpelada y caracterizada desde posturas negativas: hombre primitivo, “buen salvaje”, perverso polimorfo, futuro delincuente o loco, sujeto ingenuo, egoísta, egocéntrico, pasional, etc. Así, se aportó a la construcción de su especificidad, diferenciándola de la adultez a partir de su “incompletud”, lo que la convirtió en la etapa educativa del ser humano por excelencia. Se construyó un sujeto pedagógico, el “alumno”, y se lo volvió sinónimo de infante normal, y la totalidad de la vida de este niño normal fue escolarizada —v.g. la totalidad de las actividades diarias, como la hora de despertarse, se ordenan en función de la escuela. Educar fue completar al niño para volverlo adulto, lo que conllevó a una infantilización de todo aquel que en cualquier circunstancia ocupara el lugar de alumno —v.g. el adulto analfabeto” (Pineau, 2001, p. 6). Walter Benjamin le dio particular importancia a la infancia, pero desde una perspectiva totalmente diferente. Tal como señala Silvana Vignale (2009), en primer lugar Benjamin no habla sobre la infancia, sino desde la infancia y, en segundo lugar la filosofía benjaminiana es una filosofía de la concretitud, es decir, su pensamiento sobre la infancia parte de producciones humanas como los juguetes, los libros infantiles y las narraciones desde la memoria.2 En las imágenes de la infancia que presenta Benjamin en sus escritos hay una figura que aparece reiteradamente: la de jugar a ser otro. En el texto titulado: “Sobre la facultad mimética” Benjamin (1967) resalta la capacidad del niño de producir semejanzas conservando siempre la distancia con el original. En el juego infantil, esa capacidad de “hacer que soy otro” es la posibilidad de dar encuentro a lo diferente. De este modo, la alteridad también interviene en la constitución de la subjetividad y permite pensar a la infancia como una subjetividad que se constituye a partir de otra relación con la verdad: verdades en tránsito (Vignale, 2009). Otro elemento relevante en la concepción de Benjamin de la infancia se desprende de la crítica a la idea de Anderson de que cuando un niño hojea un libro las cosas emergen de las páginas. En “Panorama del libro infantil”, Benjamin (1987, p. 73) dice: “No es que las cosas emerjan de las páginas al ser contempladas por el niño, sino que este mismo entra en ellas, de modo que la fantasía (lo Otro) no sale del libro, sino que el niño entra en ella”. Se trata de un sumergirse en lo otro propio de la infancia y que denota la capacidad de entrar en las cosas, de relacionarse con ellas y con esto podemos aventurar otra 2 W. Benjamin escribió numerosos textos sobre la infancia: Viejos libros infantiles (1924); Panorama del libro infantil (1926); Juguetes antiguos (1928); Historia cultural del juguete (1928); Juguetes rusos (1930); Alabanza de la muñeca (1930); Infancia en Berlín hacia 1900 (1930), entre otros. relación entre sujeto-objeto, ya no de oposición o enfrentamiento, sino de complicidad. (Vignale, 2009). De esto se desprende, según Vignale, que en el niño no media la relación con la verdad como primera cuestión en la relación con lo otro. El niño juega a ser otro en ese salir de sí mismo hacia lo otro y su escenario se modifica constantemente. Todo le ocurre, le sucede, le sobreviene. El niño respira los mismos aires del acontecimiento y los personajes le empañan con su aliento. Entre ellos se pierde con mucha más facilidad que un adulto, las aventuras y las palabras intercambiadas le afectan a un grado indecible, y, al levantarse está enteramente cubierto por la nieve de la lectura. El niño es afectado por la lectura y sale del libro siendo Otro, transformado en un niño cubierto de nieve. El niño entra en lo otro, se vuelve otro mediante la experiencia. Es experiencia en sentido propio porque lo transforma, lo enriquece, aprende. Giorgio Agamben: experiencia, lenguaje e infancia Giorgio Agamben tuvo a su cargo la edición de la versión italiana de la obra de Walter Benjamin y recuperó sus principales tesis respecto a la infancia y la experiencia. En Infancia e Historia, señala que “En la actualidad, cualquier discurso sobre la experiencia debe partir de la constatación de que ya no es algo realizable. Pues así como fue privado de su biografía, al hombre se le ha expropiado su experiencia: más bien la incapacidad de tener y transmitir experiencias quizás sea uno de los pocos datos ciertos de que dispone sobre sí mismo” (Agamben, 2004, p. 7). ¿Por qué dice Agamben que en nuestra época sufrimos la expropiación de la experiencia? Uno de los motivos es que la hemos convertido en experimento, es decir, experiencia controlada. Esa conversión se produce por la desconfianza que genera para la ciencia moderna la experiencia entendida a la manera tradicional. La necesidad de certeza induce a desplazar la experiencia de los hombres a los instrumentos y a los números, de lo subjetivo a lo objetivo. Al respecto, Agamben reproduce un texto esclarecedor de Francis Bacon: “La experiencia, si se encuentra, espontáneamente se llama ‘caso’, si es expresamente buscada toma el nombre de ‘experimento’. Pero la experiencia común no es más que una escoba rota, un proceder a tientas como quien de noche fuera merodeando aquí y a allá con la esperanza de acertar el camino justo, cuando sería mucho más útil y prudente esperar el día, encender una luz y luego dar con la calle. El verdadero orden de la experiencia comienza al encender la luz; después se alumbra el camino, empezando por la experiencia ordenada y madura, y no por aquella discontinua y enrevesada; primero deduce los axiomas y luego procede con nuevos experimento” (Bacon, en Agamben, 2004, p. 13). Así, mientras que la experiencia común es un proceder a tientas, el experimento es seguro porque se trata de una experiencia en la que se pueden controlar todas las variables. La ciencia captura la experiencia, la construye, la elabora y la expone según su punto de vista, que es objetivo y con pretensiones de universalidad. Pero con eso elimina lo que la experiencia tiene como más propio: la imposibilidad de objetivación y de universalización (Larrosa, 2010). El problema es que la certeza ganada con el experimento implica una pérdida irreparable, puesto que, como señala Agamben, una experiencia convertida en calculable y cierta pierde inmediatamente su autoridad porque se realizan fuera del hombre. Infancia e Historia tiene como subtítulo “Ensayo sobre la destrucción de la experiencia”. La hipótesis principal que presenta Agamben en ese libro es que la experiencia se relaciona con la infancia, el momento de la vida en el que nos constituimos en sujetos del lenguaje, porque empezamos a hablar, y con ello también nos constituimos en sujetos históricos, porque convertimos a la lengua en discurso. A partir de una formidable reconstrucción de los hitos que jalonaron lo que sería la historia de una teoría de la experiencia, Agamben llega a la siguiente conclusión: “Una teoría de la experiencia podría ser, en este sentido, solamente, una teoría de la in-fancia y su problema central debería ser formulado de este modo: ¿existe algún tipo de in-fancia del hombre?, ¿Cómo es posible la in-fancia como hecho humano? Y, si es posible, ¿cuál es su lugar?” (Agamben, 2004, p. 39). Para Agamben la infancia es el momento en que se aprende a hablar. Pero también representa el paso de la mera lengua, es decir del código, a la palabra. Dice Agamben: “(…) infancia y lenguaje parecen así remitir una al otro, en un círculo en que la infancia es el origen del lenguaje y el lenguaje el origen de la infancia. Pero quizás sea justamente en ese círculo donde debemos buscar el lugar de la experiencia en cuanto infancia del hombre. Porque la experiencia, la infancia que está aquí en cuestión, no puede ser algo que precede cronológicamente al lenguaje y que, en determinada ocasión, deja de existir para verterse en la palabra; no es un paraíso que en determinado momento abandonamos para siempre para hablar, sino que coexiste originalmente con el lenguaje, antes bien ella misma se constituye mediante la expropiación que el lenguaje efectúa al producir cada vez al hombre como sujeto.” (Agamben, 2004, p. 40). Unas páginas más adelante agrega: “Como infancia del hombre, la experiencia es la simple diferencia entre lo humano y lo lingüístico. Que el hombre no siempre sea ya hablante, que haya sido y sea todavía in-fante, eso es la experiencia.” (Agamben, 2004, p. 42). “En cuanto tiene una infancia, en cuanto no siempre es ya hablante, el hombre no puede entrar en la lengua como sistema de signos sin transformarla radicalmente, sin constituirla en discurso.” (Agamben, 2004, p. 46). La lengua pura es un mudo diccionario de signos, en cambio el discurso es encontrar las palabras propias y es ese proceso el que nos permite constituirnos en sujeto, ya que cuando empezamos a hablar no inventamos la lengua pero tenemos que encontrar nuestras palabras, las propias (Cullen, 2009). La idea de Agamben es muy clara en este sentido: “Solamente por un instante, como los delfines, el lenguaje humano saca la cabeza del mar semiótico de la naturaleza. Lo humano no es propiamente más que ese pasaje de la lengua pura al discurso; pero ese tránsito, ese instante es la historia.” (Agamben, 2004, p. 47). Y ese tránsito de la lengua al discurso que se produce en la experiencia de la infancia es también la historia porque el sujeto ha introducido la novedad. A modo de cierre: ¿qué significa pensar la educación como experiencia? Pensar la educación como experiencia significa no bloquearla, no banalizarla, no convertirla en experimento; utilizar un lenguaje propio, encontrar las propias palabras. El lenguaje científico-matemático sirve para transmitir información pero si lo usamos para transmitir la propia vida perdemos la sustancia de la misma. Significa recuperar la experiencia de la infancia, la que enriquece transforma y permite aprender porque se abre a lo otro, a lo nuevo, a lo diferente, a lo que acontece. En un sentido foucaultiano significa “cuidado de sí” y “cuidado del otro”, es decir, cuidado de la subjetividad o resistencia del sujeto a ser convertido en cosa o en objeto. Porque como dice Cullen “lo mismo no es lo igual”. Ser sujetos es ser lo mismo pero no es ser lo igual porque no existe un modelo arquetípico de ser sujeto y la educación no pensada desde la experiencia puede bloquear la subjetividad (Cullen, 2009). Finalmente, significa volver a hacernos, tantas veces como hagan falta, las preguntas fundamentales de la tarea de educar acerca de qué es un niño y para qué educarlo. Referencias bibliográficas AGAMBEN, Giorgio (2004), Infancia e historia. Ensayo sobre la destrucción de la experiencia (2da. Ed.) Buenos Aires: Adriana Hidalgo. BENJAMIN, Walter (1967) “Sobre la facultad mimética”. En BENJAMIN, Walter Ensayos escogidos. Buenos Aires: Sur. --------- (1987) Dirección única. Madrid: Alfaguara. CULLEN, Carlos (agosto, 2009) “La ética en el trabajo docente” Conferencia del Ciclo “200 Conferencias para 200 años” Buenos Aires, La Matanza. Dirección Provincial de Educación Inicial. LARROSA, Jorge (noviembre, 2003) “La experiencia y sus lenguajes” Conferencia presentada en el Seminario Internacional “La Formación Docente entre el siglo XIX y el siglo XXI”. Buenos Aires, Dirección Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente, Ministerio de Educación de la Nación. Consultado en: http://www.me.gov.ar/curriform/publica/oei_20031128/ponencia_larrosa.pdf PINEAU, Pablo (2001) “¿Por qué triunfó la escuela? o la modernidad dijo: “Esto es educación”, y la escuela respondió: “Yo me ocupo””.En: PINEAU, Pablo; DUSSEL, Inés y CARUSO, Marcelo, La escuela como máquina de educar. Tres escritos sobre un proyecto de la modernidad. Buenos Aires: Paidós. --------- (2012) “Escolarización y subjetividad moderna”, apuntes de Cátedra Sociología de las Instituciones educativas – Comisión 2 - Profesorado en Tecnología, Colegio Superior N° 1 de Rawson "Profesora Iole Lebe Palmolelli de Mascotti". Consultado en: https://sociologiadelasinstituciones.wordpress.com/category/la-escuela/ VIGNALE, Silvana (2009) “Infancia y experiencia en Walter Benjamin: jugar a ser Otro”. En Revista Childhood & Philosophy. Journal of the International Council for Philosophical Inquiry with Children (ICPIC), edited by the Center of Philosophical Studies in Childhood of the State University of Rio de Janeiro, Brazil. Vol. 5, N° 9.Pp. 77-101. Consultado en: http://silvanavignale.blogspot.com.ar/2010/08/infancia-yexperiencia-en-walter.html *** * Viviana Sargiotto: Magíster en Investigación Educativa y Calidad de la Enseñanza, Universidad de Valencia, España - Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), Argentina; Licenciada en Filosofía. Profesora de grado y posgrado de la UNPA-UACO. Directora del PI 29-B/ 178 denominado: “La Filosofía de la Experiencia de John Dewey: implicaciones para las nociones de conocimiento, educación y sociedad” [E-mail: [email protected]]. Historia de la crítica del arte: evolución y fundamentos ideológicos Arnaud Mandy Dibangou* Resumen En el presente artículo repasaremos la historia de la crítica del arte, esto es, el nacimiento de las reflexiones filosóficas y estéticas sobre el arte, su evolución y los espacios donde ésta se produce. Para ello, en primer lugar, esbozamos una clara diferenciación entre la crítica del arte y la historia del arte, para, posteriormente, definir el concepto crítica del arte. En la segunda parte del artículo exponemos las principales aportaciones a la crítica del arte de los críticos más señalados de cada etapa histórica. Adicionalmente estudiamos las características de su pensamiento y las influencias de los sucesos del momento en el mismo. Finalmente, la última parte del presente ensayo estudia el papel del nacimiento de los espacios de exposición y de proyección. En este sentido, se tiene en cuenta la mercantilización que implicaron las diversas revoluciones burguesas, así como el papel de la individualización del arte, la valoración del mismo a manos de las élites sociales o el mercado, la construcción social del gusto y, por último, el nacimiento de las galerías y los museos. Palabras clave: Arte – crítica – historia – galerías de arte – museos Abstract This article will review the history of the art criticism, that is, the birth of philosophical and aesthetic reflections on art, its evolution and the spaces where this is produced. To do this, first of all, we outlined a clear differentiation between art criticism and history of art, to, subsequently, define the critical concept of art to, subsequently, define the critical concept of art. In the second part of the article are the main contributions to the criticism of the art of the most pointed critics of each historical stage. Additionally we studied his thinking characteristics and influences of the historical events in stage. Finally, the last part of the present essay studies the role of the birth of the exhibition and projection spaces. In this regard, is considered the commodification that involved various bourgeois revolutions, as well as the role of the individualization of the art, the valuation of it at the hands of social elites or the market, the social construction of taste and finally the birth of the galleries and museums Keywords: . Art - criticism - history - art galleries – museums Introducción Desde que existe el arte, siempre se ha hablado y escrito sobre éste. Son innumerables los testimonios y textos que existen desde la época del sofista griego Lucio Flavio Filóstrato hasta la actualidad. Estas reflexiones e interpretaciones sobre el arte han ido cambiando a medida que pasaba el tiempo debido a dos razones fundamentales. En primer lugar, porque el concepto de Arte -y por tanto de objeto a analizar- no ha sido siempre el mismo; y, en segundo lugar, porque el discurso que se ha construido sobre la obra ha ido modificándose a medida que se han ido desarrollando distintas corrientes filosóficas o historiográficas. En el presente ensayo consideramos de vital importancia plantear una clara diferenciación entre la crítica del arte y la historia del arte. Cuando se habla de la crítica del arte se hace referencia a la actividad de reflexionar y analizar el arte coetáneo a sus críticos. Sin embargo, la historia del arte se centra exclusivamente en el estudio del arte pasado. Por ello, los historiadores del arte deben conocer la historia, mientras que el crítico de arte no tiene que ser historiador como requisito. De hecho, los críticos han sido históricamente poetas, filósofos, periodistas o escritores. El concepto de crítica del arte se asocia con una versión popular que se tiene de una crítica como por ejemplo la periodística. La crítica, en este sentido, no es entendida como una disciplina, pues se la considera un subgénero de la interpretación de las obras de arte. Por tanto la crítica se asocia a la Historia del Arte y, a su vez, a la Teoría del Arte. La crítica del arte es un producto histórico reciente, pues no pudo desarrollarse hasta que no tuvieron lugar en la historia determinadas condiciones sociales, políticas y económicas. De este modo, fue la Revolución Francesa el hito histórico que permitió su desarrollo. Con ella, se produjo una democratización de la cultura en el sentido más amplio del término: nacieron los museos, las salas de bellas artes, las galerías de arte y el marco institucional. Además, el arte se institucionaliza y comienza a mercantilizarse. En este contexto la crítica empieza a cobrar sentido. No obstante, no debemos olvidar que antes de la Revolución Francesa existieron, desde el punto de vista de la historia, precedentes a la crítica del arte. Hacemos referencia a Vasari. Aunque oficialmente es conocido como historiador del arte, también llegó a emitir críticas sobre algunas obras artísticas. Sin embargo, el primer crítico de arte plenamente reconocido fue Diderot. Los críticos de Arte La crítica del arte, en realidad, es un concepto acepta múltiples definiciones. En primer lugar, puede definirse como la interpretación de los hechos artísticos o arquitectónicos siempre y cuando sean contemporáneos. El crítico aborda el análisis al mismo tiempo que escribe. Éste interpreta las obras o las creaciones artísticas. En segundo lugar, la crítica del arte puede entenderse como una actividad cognitiva y mediadora. En este sentido, el crítico es un mediador entre el artista y el público. Aunque siempre se han hecho análisis o reflexiones sobre el arte, la crítica del arte surge en la Modernidad (durante el Romanticismo) y, durante sus primeros años de vida, tenía un público muy reducido, ya que el arte sólo estaba al alcance de la nobleza y el alto clero. Sin embargo, que la crítica del arte se desarrollara con la Modernidad no implica que antes de su desarrollo no existieran antecedentes. De hecho, ya Vasari decía que no quería hacer un inventario de arte sino un juicio sobre el mismo, de modo que había ya una dimensión crítica en él, aunque se dirigiera a unos pocos humanistas. La modernidad trajo las galerías y éstas activaron la crítica del arte. Así aparecieron los primeros críticos de arte propiamente dichos. Charles-Antoine Coypel, por ejemplo, señaló que sólo los pintores podían hacer crítica de pintura. Mientras que el primero en firmar una crítica fue La Font de Saint-Yenne. Los críticos que trabajaremos son Diderot, Marie Henri Beyle (Stendhal), Baudelaire, Walter Benjamin, Ruskin, Morris y Félix Azúa. Diderot fue una figura decisiva de la Ilustración como escritor, filósofo y enciclopedista francés. Él gozó de un gran reconocimiento debido a sus maravillosos textos de ficción. Desde su postura materialista3 escribió sobre la pintura de la academia, sin embargo sus críticas apenas llegaron al público. Su estilo, a la hora de elaborar las críticas, era profundamente descriptivo. Éste estaba marcado por una moral propia de una clase media acomodada, por ello le otorgó un valor relativo y no absoluto a la belleza. Como crítico no rechazó la existencia de las pasiones, aunque mostró interés en la moral estoica de la mitología y la historia romana. En este sentido, pedía con frecuencia a los pintores de paisaje que fueran tenebrosos. Formuló sus ideas sobre la pintura en un periódico por suscripción que se llamaba “La correspondencia literaria” que estaba editado por su amigo Grimm e iba destinado a los príncipes alemanes. En su crítica hay referencias a la pintura desde el punto de vista técnico y explica que el mundo de las imágenes no es neutral, pues es un medio para transmitir ideas. Esto explica la postura política de Diderot. Diderot vivió en una sociedad en la que tenía lugar un profundo cambio y transformación. Creía que este proceso podía transmitirse a través de la palabra escrita y las imágenes. Se trata de desarrollar una moral y una política en imágenes que se enfrentaran a la moral de la aristocracia y fortaleciera la de la nueva clase pujante: la burguesía. Rechazaba la exaltación del placer, pues la consideraba propia de una aristocracia en decadencia. Debido a ello rechazó el arte de Boucher. Por otro lado, sentía fervor por la obra de Jean-Baptiste Greuze, quien ponía por delante la ideal del bien y es un pintor que proyecta los valores de la burguesía en contraposición a los de la aristocracia. 3 Concepción filosófica que postula que la materia es lo primario y la conciencia y el pensamiento son consecuencias posteriores de ésta. Había en las reflexiones de Diderot una clara defensa de la naturaleza y de la pintura de paisajes, coincidiendo con la postura de su amigo Rousseau. El pintor que encarna la mayor admiración a la naturaleza es, según Diderot, Horace Vernet. En los paisajes de Claude-Joseph Vernet, Diderot encuentra la “autenticidad” de la naturaleza. A Diderot le asombra que Vernet reproduzca el modelo que previamente ha memorizado y que, una vez en su estudio, solo tiene presente “en su imaginación”. Por ello le llama “mago” y “creador”. Incluso se declara incapaz de describir sus composiciones. La forma en la que Diderot lleva a cabo sus críticas es descriptiva. Hay que tener en cuenta que la descripción, cuyo origen radica en los griegos, era inevitable, ya que si no recurría a ella resultaba infructuoso el esfuerzo de Diderot de transmitir nuevos valores morales o nuevas pasiones, dado que antes de la aparición de la fotografía el único modo que había de referir o transmitir al público una idea acerca del valor de una obra era escribir. Desde una óptica actual, puede resultar curioso que Diderot, quien mantuvo amplias reservas con los criterios de la Academia, en su comentario de los Salones normalmente siga la guía de mano (el “livret”) que, para entonces, reproducía el orden jerárquico académico: oficiales, profesores, adjuntos, consejeros, académicos, agregados; independientemente de sus preferencias, rechazando a veces a los altos cargos (el ya mencionado Boucher) y elogiando a recién llegados (Greuze, Fragonard, David). Diderot discrepa en el método académico de enseñanza basado en la copia de los modelos antiguos, aconsejando a los jóvenes que vayan a inspirarse a las fiestas populares. En su Ensayos sobre la pintura4, encontramos: Cientos de veces he estado tentado de decir a los jóvenes alumnos que encontraba camino del Louvre, con la carpeta bajo el brazo: Queridos amigos, ¿cuánto hace que dibujáis allí? Dos años. ¡Muy bien! Es más de lo necesario. Abandonad este taller de manera. Id a los Cartujos y allí veréis la verdadera actitud de la piedad y la compunción. Hoy es víspera de fiesta: id a la parroquia, vagad en torno a los confesionarios, allí veréis la verdadera actitud del recogimiento y el arrepentimiento. Mañana, id a la taberna, y veréis el auténtico comportamiento del hombre furioso. Buscad en las escenas públicas; sed observadores en las calles, en los jardines, en los mercados, en las casas, y adquiriréis las ideas precisas del verdadero movimiento en los actos de la vida (Diderot, en Solana, 1994, p. 108). Su oposición a la Academia más contundente se refleja perfectamente en el debate sobre la jerarquía de los géneros pictóricos. En éste, Diderot destaca sistemáticamente a pintores que se dedican a géneros, por aquel entonces, considerados menores, muy en sintonía con el gusto burgués. Desbaratando la convicción de que al gran artista le 4 Los Ensayos sobre la pintura se publicaron en la Correspondance littéraire como apéndice al Salón de 1765. En 1795 se editó en París, seguido de dos capítulos sobre arquitectura. Existen numerosas ediciones posteriores. corresponde el género más elevado, el de historia, dice cada pintor tiene su género propio; es decir, la excelencia del arte puede hallarse en cualquier pintura, independientemente al género al que pertenezca. Diderot reflexiona sobre la libertad subjetiva del gusto, su carácter intuitivo e inmediato y, a pesar de ello, también de su densidad, producto de una cadena de experiencias interminable. Cree que lo bello es momentáneo y que el gusto es anterior al juicio. Además, considera que el arte, las costumbres y el modo de gobierno están relacionados, razón por la que su postura era política. En relación a este aspecto Diderot instrumentalizaba la pintura para hablar de otros asuntos, fundamentalmente de asuntos políticos. Se debe añadir que en dicha instrumentalización la moral jugaba un papel de vital importancia, pues entendía que la moral del pueblo era antagónica a la moral de la vida lujosa de las cortes. Como pensador prerromántico e ilustrado recurría más a las categorías psicológicas que a las grandes emociones. Diderot vivió en una época en la que convivieron dos tipos de pinturas: la del rococó y la neoclásica. Como crítico rechazó el erotismo de Boucher, pues a pesar de que era un buen pintor, le parecía nefasto. En relación al neoclasicismo, estilo amparado por el mundo académico, Diderot rechazó con fuerza la belleza y la claridad tal y como las comprendían los neoclásicos. Aunque Diderot no refleja en sus principales obras sobre la pintura, Ensayo sobre la pintura y Pensamientos sueltos sobre la pintura, un pensamiento anticapitalista, sí que elabora una crítica a la mercantilización del arte. Los artistas, según él, son unos seres explotados por los marchantes. El arte se convierte en arte de consumo, proclamando así su complicidad con el sistema económico imperante al ser mercantilizado. El ranking del arte lo establece el mercado. El siguiente crítico relevante fue Marie Henri Beyle, conocido como Stendhal. Este crítico vivió una época en la que el romanticismo y el neoclasicismo estaban compitiendo, siendo él un defensor del romanticismo. Su apego al individualismo es otra de las causas por la que generalmente se incluye a Stendhal entre los escritores románticos. Como autor romántico, exaltaba continuamente las pasiones, el amor por el arte o la música, así como la búsqueda del placer. Por lo tanto, los aspectos negativos de la vida, como por ejemplo el mal o la violencia, no tenían cabida ni en sus planteamientos críticos ni, según su criterio, en el arte. De hecho, sostuvo que la pintura sólo podía ser concebida como una representación de la felicidad. Además, entendía que la pintura era el arte más representativo, motivo por el que era en este campo en el que más hincapié deben hacer los artistas en la representación de la felicidad en particular, y las grandes pasiones en general. Sin embargo, creía que en la literatura los elementos negativos como la violencia sí podían aparecer, puesto que en ella no se representa. Acuñó el concepto de “Promesa de Felicidad” que excluía todos los aspectos negativos del arte. Fue un gran defensor de las figuras de Rafael y Miguel Ángel, siendo este último esencial para su crítica política romántica. Esto se debe a que el arte de Miguel Ángel era muy exagerado. Como no aceptaba la violencia en la pintura rechazó a Delacroix, pues consideraba que sus obras eran muy violentas, destructoras y negativas. Otro de los elementos que tiene en cuenta Stendhal en sus reflexiones críticas sobre el arte es la nueva posición social del artista. En este sentido, esboza una especie de economía del arte pictórico. Es quizás el primero que percibe los cambios en la cultura urbana, en la demografía, en el trazado urbano de París. Es a la sociedad a la que se dirige como público potencial de su obra, pues para él no es tan importante trabajar como seducir. Cabe añadir que su posición ha sido catalogada como actualista, pues sostenía que cada generación tiene sus propias preferencias y, en consecuencia, lo que le gusta al público de un tiempo determinado podría dejar de gustar al público de la próxima generación. Aunque Stendhal fue el crítico más brillante de su época, no se debe pasar por alto a otro crítico del mismo tiempo como Théophile Gautier (murió tan sólo un año antes de nacer Stendhal). Gautier, amigo de Baudelaire, fue un poeta y escritor de novelas que realizó múltiples críticas de arte. En ellas defendía el arte por el arte. Esta posición consagra la separación absoluta entre el bien y la belleza, las cuales debían estar unidas según la generación anterior. Para Gautier, el arte no guarda relación alguna con el bien, con la política y con la verdad. En este punto se coloca en la antinomia de Diderot, pues su postura es totalmente anti-política. Según Gautier, el arte sólo responde a un principio autónomo y, además, constituye una fuente de religión. Es parte de una generación desencantada, pues durante su vida en la sociedad se vive una fuerte crisis religiosa, de modo que Gautier proyecta su esteticismo en su propia vida, pues está totalmente desencantado con los ideales de la ilustración. A continuación hablaremos de Baudelaire. Este crítico enlaza con Diderot y toma de Stendhal la idea de que el romanticismo es la representación de la moral en la pintura. Según Baudelaire, las ideas de belleza y felicidad son históricas y relativas. Según él, el concepto de arte hace referencia a la formalización de la felicidad, por ello era fundamental tener en cuenta que la felicidad como concepto varía con el devenir de la historia. Su postura es, por lo tanto, opuesta a la Stendhal, ya que el crítico francés fue un gran defensor de Delacroix. Asimismo, ha sido catalogado como uno de los críticos del arte más importantes de toda la modernidad. A decir de Walter Benjamin, Baudelaire es el poeta lírico de la época del gran capitalismo (Benjamin, 1999). Es también el primer crítico moderno que asume un compromiso con un artista, de modo que apuesta por varios, como por el ya citado Delacroix y también por Edgar Allan Poe, (a quien hace famoso), entre otros. No apoyó ni a los artistas naturalistas ni a los artistas del neoclasicismo. La clave para desentrañar esa distancia que mantiene entre las dos corrientes es el concepto que él tiene sobre la imaginación. El mundo moderno, según el crítico francés, es el elemento a cuya descripción ha de consagrarse el artista. Éste, además, debe ser entendido como un elemento simbólico, como una alegoría. De este modo huye de la simple descripción. Baudelaire quiere compararse con Diderot, pero ha pasado más de medio siglo y por este motivo no cree que la burguesía sea la clase emergente que encarne la Nueva Era. La burguesía, según él, ha defraudado. Baudelaire tiene público y escribe para éste. Baudelaire confiaba en lectores a los que la lectura de la lírica pone en dificultades [de modo que se dirige al] público más ingrato. Baudelaire deseaba ser comprendido, dedica su libro a quienes se le asemejan. [En otras palabras,] Baudelaire ha escrito un libro que tenía de entrada escasas perspectivas de éxito inmediato [y, no obstante,] se ha comprobado que su mirada era de gran alcance (Benjamin, 1999, p. 10) Baudelaire es uno de esos genios que estaban adelantados a su tiempo, pues el lector al cual se dirigía le sería proporcionado por la época siguiente. Baudelaire (2013, p. 97) fue un defensor de la poesía y de su público: Vosotros sois la mayoría, -número e inteligencia; - luego sois la fuerza, que es la justicia. Unos sabios, otros propietarios; -llegará un día radiante en que los sabios sean propietarios, y los propietarios sabios. Entonces vuestro poder será completo, y nadie protestará contra él. A la espera de esta armonía suprema, es justo que los que no son más que propietarios aspiren a convertirse en sabios; pues la ciencia es un goce no menos grande que la propiedad. Vosotros poseéis el gobierno de la ciudad, y eso es justo, pues sois la fuerza. Pero es necesario que seáis capaces de sentir la belleza; pues ninguno de vosotros puede hoy prescindir del poder, nadie tiene el derecho a prescindir de la poesía. Podríais vivir tres días sin pan; -sin poesía, nunca; y se equivocan aquellos de vosotros que dicen lo contrario: no se conocen. Baudelaire, además, defendió la melancolía. De hecho consideraba que ésta era la belleza más absoluta y el porvenir de la humanidad. En su defensa de Delacroix le exalta precisamente por dicho motivo, al retomar lo expuesto por un periodista, Thiers, en 1822 sobre el pintor: Por lo demás, no dejarán de releer con vivo placer, los entusiastas puros de Eugène Delacroix un artículo del Constitutionnel de 1822 extraído del Salón del señor Thiers, periodista: «No hay cuadro, a mi entender, más revelador del porvenir de un gran pintor que el de Delacroix, representando a Dante y Virgilio en los infiernos. Es sobre todo ahí donde se deja ver este haz de talento, este impulso de la superioridad naciente que da aliento a las esperanzas algo desanimadas por el mérito, en exceso moderado, de todo lo demás» (Baudelaire, 2013, p. 117). Walter Benjamin se dio cuenta de que la visión que Baudelaire tenía del mundo moderno era alegórica. La naturaleza, el paisaje o la realidad social deben ser leídos como un diccionario. El conocimiento de la vida y las relaciones deben, por tanto, funcionar como un diccionario que se consulta a través de la memoria; de esa manera el mundo se convierte en un jeroglífico que hay que descifrar. Baudelaire acusa al naturalismo y a los pintores sociales de que ellos describen y no descifran. Incluye también en esta acusación a la fotografía, convirtiéndose así en un opositor de la misma. Su acusación no estaba hecha en vano, sino que la fundamentó en las dos fuentes siguientes: - en primer lugar, en la teoría de la analogía de las relaciones humanas y sociales que había formulado el socialista utópico Charles Fourier, y en segundo lugar, en la teoría de Emanuel Swedenborg, científico sueco que acabo convertido en un teósofo, quien creía que todo lo que existía en esta tierra se correspondía a cosas que existían en el cielo. El progreso es un mito al cual el artista, según Charles Baudelaire, no debe rendir culto. Como vemos, Baudelaire tenía una actitud bastante pesimista acerca de la condición humana y de la modernidad. Asimismo, mantuvo una posición elitista y no mostró interés en un arte democratizado. En realidad, la crítica de Baudelaire a la modernidad es la que realizaban los reaccionarios. Es más, podría decirse que, a pesar de haber estado cercano a las ideas del socialismo utópico, Baudelaire en realidad no era ningún demócrata. Sentía un desprecio por la democracia, el progreso y la modernidad (por ello abrazó la melancolía). Esta posición ideológica se trasmite a la crítica y tiene como marco referencial a estas tres tendencias: - el Naturalismo (Realismo): relacionado con los socialistas utópicos. Aunque fue un defensor de las ideas de Fourier, posteriormente Baudelaire no quiso tener relación alguna con sus planteamientos, ya que prefirió ser Dandi antes que ser socialista. Sin embargo, admiraba a Courbet. El naturalismo se concibe como una idea opuesta al neoclasicismo que habla de modelos artísticos, mientras los naturalistas hablan de la realidad social y de la naturaleza. El Naturalismo como escuela no admite modelos, ya que la tarea del artista es la representación de imágenes del mundo visible (el paisaje y la vida social). Por ejemplo, las imágenes de la pintura naturalista de Courbet representando a la clase trabajadora. No cabe fijar modelos y por eso es la alternativa de Baudelaire, pues ella implica el rechazo de esas dependencias sobre la realidad; para él algo inaceptable. Por otro lado, critica el naturalismo porque éste siempre depende de algo, en lugar de imponerse o rebelarse frente a los hechos. - - el arte por el arte: Baudelaire estaba relacionado amistosamente con Théophile Gautier, padre del Romanticismo. Gautier propone una especie de religión del arte en la que no admite ningún otro tipo de compromiso que aquel que el propio artista se adjudicaba con su propia idea de la belleza. Baudelaire asume esta idea y la apoya. Positivismo: Representando por Hippolyte Taine, seguidor de la filosofía positivista del sociólogo Augusto Comte. El método positivista de Taine nos sugiere percibir el arte como una ciencia, y por ello debe ser estudiado como tal. Este determinismo positivista provocó dos efectos fundamentales. En primer lugar, apareció una mayor atención al componente formal del arte; y, en segundo lugar, que la historia del arte se asentara y estuviera sustentada en el desarrollo histórico (evolucionismo). Baudelaire refleja cierto rechazo a este positivismo y dice que hay una enemistad irreconciliable entre la ciencia y el arte. Taine fue un profesor francés que postulaba que la principal finalidad del historiador era buscar las explicaciones a los fenómenos que ocurrieron (¿por qué?, ¿cuándo? y ¿cómo?). La obra de Arte, según Taine, no puede ser considerada como si se tratara de un objeto aislado. En realidad, hay que buscar el contexto en el que está inserta para poder comprenderla y analizarla, de tal modo que el estudio a realizar podría seguir esta estructura: - Estudio del hombre: ya sea individual (autor) o colectivo (espectador). Esto es su lengua, sus ideas, sus creencias, su educación, sus hábitos, sus intereses, etc. Estudio del medio: tanto a nivel geográfico como a nivel político. Estudio de la raza: teniendo en cuenta el nivel cultural y su situación geográfica. Como hemos visto, aunque es cierto que flirteó con las ideas de los socialistas utópicos, posteriormente se alejó de ellos y se acercó a los conservadores. Baudelaire desarrolló un fuerte odio al progreso y, además, creía que ser socialista era incompatible con el «dandismo» que practicaba. Su rechazo al progreso y a la modernidad influyó en otros críticos como Ruskin y Morris, a pesar de que el primero era socialista y el segundo reformista. Del primero de ellos, Ruskin, proviene la idea de juzgar la obra de arte desde el punto de vista de la modernidad de su creador. De aquí se deduce la obligación de la sinceridad más absoluta, de la verdad iluminada por la razón, según la cual los elementos esenciales de la construcción deben revelarse claramente en la obra, especialmente en la arquitectura, pues era en esta expresión artística en la que centraba sus reflexiones. Ruskin fue sin duda el gran esteta del siglo XIX, entre sus méritos destaca la dimensión pedagógica y educativa que añadió al programa estético. Mientras Baudelaire se enfrentaba a su público, motivo por el que éste era muy reducido, Ruskin pretendía educar al mismo. Ruskin y Morris estaban en contra del progreso, pero no en contra del progreso social (reformistas), por lo que Marx y Engels no estaban de acuerdo con sus planteamientos, ya que según ellos era en el propio progreso donde se producía la contradicción entre clases sociales (así como entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción) que daría lugar a la revolución del proletariado (Marx, 1859). Ruskin, socialista reformista y cristiano, tenía una concepción idealista del arte. él mismo llamo su doctrina estética “naturismo místico”, pues no podía concebir el arte de forma secularizada. Al tener un pensamiento progresista y provenir de una familia acomodada, Ruskin creó, con sus propios recursos económicos, una escuela para niños obreros donde él mismo les enseñaba a dibujar, pues siempre pensó en términos de progreso social. Como en la Edad Media la usura estaba castigada, Ruskin escribe sobre ésta, pues él siempre criticó la usura y la extracción de la plusvalía que tenía lugar en la sociedad moderna y capitalista. En sus escritos habla de la decadencia del arte a partir de la llegada y desarrollo del capitalismo que comienza en el norte de Italia y Holanda con el comercio. Además, escribió un tratado de arquitectura titulado Las siete lámparas de la arquitectura. La arquitectura, decía Ruskin, tiene relación con el dinero, motivo por el que el arquitecto debía ser una persona de prestigio intachable en su profesión. Esta preocupación Ruskin la refleja en su obra. En el pensamiento del crítico inglés encontramos un rechazo a la producción, pues la veía propia del capitalismo que tanto odiaba. En este sentido, Ruskin sostuvo que el hierro, la piedra y el ladrillo eran los únicos materiales que se pueden emplear para construir un edificio, el resto de materiales no son parte de la arquitectura como arte, sino de la construcción y la producción capitalistas. Por otro lado, Ruskin planteaba que el artista es, en realidad, un trabajador. El trabajador es un sujeto alienado, una pieza del engranaje productivo. Por ello, defendió al Medievo, donde el trabajo se hacía por obra de Dios. Para entender esta idea, podemos tomar a Verdú, quien describe esta situación sobre la consideración del artista, del siguiente modo: El artista era Dios. Tenía la consideración de un ser con facultades mágicas que le izaban por encima del resto de los mortales entregados a cualquier otra dedicación. Mientras los ciudadanos iban a trabajar, el artista se dirigía a crear, mientras los demás trabajadores tenían ideas, el artista gozaba de inspiración, mientras el común de los mortales adquiría conocimientos, el artista recibía visiones. Todos morían, pero el artista poseía el don de llegar a inmortalizarse; los demás fabricaban productos pero el artista lograba portentos. El artista no era Dios pero se le reconocía tocado por la mano de Dios de manera preferida. Como consecuencia, el artista podía hablar de sí como un trastocado y de sus cuadros o de sus libros como regalías de un proceso providencial que se equiparaba a las revelaciones de los santos o los arrobos de la mística (Verdú, 2003, p. 140). Este pensamiento de Ruskin era totalmente opuesto al de Baudelaire. Ruskin es el responsable de la desviación del gusto inglés que se debe a los prerrafaelistas. Se sabe que ellos establecieron su manera sin Ruskin; pero es posible que, si no fuera por Ruskin, nadie se acordara hoy de ellos (Venturi, 1949). William Morris fue discípulo de Ruskin. También era un socialista reformista y compartía con Ruskin el pensamiento religioso cristiano. Como socialista se presentó a unas elecciones. Mientras que como crítico del arte una de la primeras teorías sobre las restauraciones arquitectónicas. En ésta señaló lo siguiente: - No hay que restaurar las construcciones, pues así pierden su esencia. - No intervenir, pues si se hace se está provocando la muerte del edificio. Si se pone material o se cambia de uso, se comete un atentado arquitectónico. Morris creía que la belleza estaba en la utilidad de las cosas. Por ello es considerado el padre fundador del “confort”, pues elaboró muebles útiles, ya que buscaba su propio concepto de belleza. Sin embargo, la clase obrera no pudo comprar los productos de William Morris. La muerte del “Arte” Consideramos oportuno hacer referencia a los planteamientos dominantes entre los críticos del arte más actuales. Para ello es necesario señalar que en los últimos veinte años, el mundo de las artes se ha consolidado como uno de los espectáculos más populares entre las clases medias de las democracias globales (Azúa, 2002). Y, a pesar de ello, a partir del libro de Arthur C. Danto The Transfiguration of Commonplace de 1981, los críticos del arte defienden continuamente la teoría de “la muerte del arte”. La muerte del arte es defendida desde un sentido poshegeliano. Sin embargo, Azúa considera urgentemente necesario resolver una confusión extendida: no se deben confundir «las artes» con «el Arte», ya que si algo ha muerto, es, sin la menor duda, el Arte, pero las artes están más vivas que nunca (Azúa, 2002, Prólogo). En este sentido cabe explicar que la muerte del Arte significa que ese concepto ha perdido el papel soberano, trascendental y metafísico que le atribuyó la filosofía alemana -especialmente Hegel y Adorno. Aquel Arte, síntesis de todas las artes, arte de la idea o arte Absoluto, al que Marx consideraba un síntoma de la estructura económica, “sobre la que se levantaba la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social” (Marx, 1859), ha muerto por exceso de responsabilidad. La sacralización de un Arte convertido en religión (tal y como hacía Ruskin) secularizada (tal y como expresaba Benjamin) de las clases medias y portador de valores eternos ha acabado aplastándolo todo. Sin embargo, la muerte del Arte no es un suceso fúnebre. Se trata en realidad de todo lo contrario, ya que libera múltiples actividades triviales o sensacionales que siguen produciendo aquellos que se dedican a las artes. Sólo que sus productos ya no pueden ser analizados siguiendo un sistema causal como el hegeliano, según el cual, los artistas obedecen -sin saberlo- a la voz del Espíritu, de forma que unos están en la buena dirección progresista (son Arte) y otros no lo están (son no-Arte). El acabamiento del arte, sin embargo, no es un fenómeno único. En realidad dicho acabamiento es sólo una dimensión más del proceso del poder económico hacia la irresponsabilidad. La desintegración formal de las artes en la segunda mitad del siglo XX se corresponde con la desintegración general de todos los soportes económicos que guardaban alguna relación con el mundo físico (desde el dinero con patrón oro se ha pasado al dinero virtual; desde las empresas con compromiso local a las empresas supranacionales que carecen de lugar, etc.). Del mismo modo, las artes, las cuales han podido prescindir finalmente de la pesada responsabilidad de la Obra de Arte como objeto precioso, han procedido a sobrevivirse en la pura especulación sobre su ser. Espacios de la crítica contemporánea La crítica del arte necesitaba un espacio en la que llevarse a cabo. Sin duda, ésta necesitó de la existencia de la exposición pública del arte, cosa que ocurría en las galerías y los museos. Una galería de arte es un espacio destinado, principalmente, a la exhibición de obras de arte. Es en este punto donde la galería entroncaría con el museo. Gran parte de estos espacios se dedican a la promoción de artistas, mostrando y dando a conocer su obra. Por este motivo, se convierten en lugares de encuentro para todos aquellos que aman el arte en todas sus dimensiones. Los orígenes de las galerías de arte se remontan a Grecia y Roma. En Grecia, la pinacotheca era un espacio destinado a guardar tablillas votivas pintadas; ésta ocupaba el ala norte de los propíleos. En Roma, donde el aparato del Estado envía al pueblo sus mensajes por medio de la imagen, muchos generales exhibían en sus casas los botines de guerra, consolidándose así el coleccionismo, que alcanzará su auge con las monarquías absolutas. Durante los siglos XVII y XVIII, la presencia de galerías es un hecho común en todos los palacios, tradición que ya iniciaran las grandes familias renacentistas y los Papas. En los palacios se exponían fundamentalmente pinturas que sustituyen a las antigüedades y retratos del siglo anterior (XVI). Tras el movimiento ilustrado del siglo XVIII se retomará la idea clásica de acercar al público en general, no sólo a las élites o privilegiados, de modo que se inician los trabajos de recopilación y estudio de las colecciones para que se puedan exponer en su conjunto y de manera ordenada. Esta nueva concepción abriría el estudio del Arte al público, de modo que activaría la crítica del arte. En estas galerías de arte no sólo se exponían obras al público, sino que además éstas se ponían en venta. Siendo entonces por lo general un espacio más reducido (equivalente a cualquier otro local comercial) y limitando el periodo de exhibición a un tiempo determinado, pasado el cual se desmonta la exposición y se monta una nueva. Hasta entonces, el arte siempre había sido controlado por grupos de élite a quienes servían los artistas para satisfacer la ostentación de su poder, su riqueza o la defensa de sus valores ideológicos. Una situación que hace inviable per se la existencia de la crítica, pues sólo cuando existe un público para el arte puede existir la crítica de arte, como su interlocutor necesario. Sin embargo, ese público –y, por tanto esa crítica- no se afirmaron hasta que no se reconoció su importancia para el progreso del arte. Por ello, a pesar del incipiente mercado artístico desarrollado a partir del Renacimiento y que alcanzó el gusto popular en los Países Bajos durante el XVII, frente al tradicional patrocinio artístico, el surgimiento histórico de la crítica de arte fue una consecuencia, de la importancia que la Academia Francesa concede a las exposiciones públicas. Así surgen las primeras revistas especializadas en arte, como La correspondencia literaria. Se trataba de un periódico manuscrito francés de la aristocracia culta del siglo XVIII. Fue fundado en 1747.por Raynal, y en un primer momento se llamó Noticias literarias. En 1753, Raynal se la vendió a Friedrich Melchior Grimm, quién le cambió el nombre a La correspondencia literaria. Desde 1769 se encargó de su dirección Denis Diderot. La publicación era extremadamente confidencial, razón por la que este periódico pudo escapar de la censura de la época. Esta ventaja le permitió a Diderot escribir libremente sobre los salones de arte, criticando, en ocasiones, duramente a los artistas. Además, el público era bastante selecto, exigente, y se encontraba desvinculado de las facciones parisinas, siendo ésta otra de las razones por la que la crítica de Diderot era más libre, a veces incluso indiscreta, pero no necesariamente panfletaria. En los estatutos de la Académie Royale de Peinture et de Sculpture, fundada por Colbert y Le Brun, en 1663, figura, como uno de sus cometidos, organizar ejercicios públicos con los que dar a conocer el trabajo de sus miembros. Un año antes, el clasicista Fréart de Chambray, en su Idée de la perfection de la Peinture (1662), convencido de que para todo arte existe sólo una verdad, había defendido el interés de dar a conocer al público ese arte, que acabaría con la decadencia contemporánea, debida a la dispersión en la opinión, a menudo errática, de unos pocos semi-cultos. Sin embargo, es a un público restringido, culto, compuesto por los propios artistas, amateurs y coleccionistas, al que están dirigidas las primeras exposiciones de la Academia. Luego, ante su éxito inesperado, estos ejercicios se tornan didácticos. En 1673, se habla del ambiente multitudinario que asiste a las muestras, lo que obliga a prolongar su celebración desde el 25 de agosto al 3 de septiembre. Tras un largo intervalo, la exposición de 1699, promovida por el recién elegido Roger de Piles nace con mayores ambiciones: se traslada al Salon Carré del Louvre (del que la exposición tomará a partir de entonces el sinónimo de “salón”) e introduce el uso de la guía de mano (el livret), a la venta para los visitantes. A través de estas guías podemos hacernos una idea de la disposición de los cuadros, que hasta entonces sigue los hábitos de las colecciones privadas de la época. Y es esa disposición la que predomina a expensas de la información relacionada con los propios cuadros, referentes a su autoría y género. Se supone, por tanto, un público poco adiestrado. Este es el mismo tono que encontramos en la prensa oficial. A finales del siglo XVII, el “Mercure de France” ya publicaba descripciones de cuadros del momento, estudios sobre grabado y otras noticias sobre los actos de la Academia. En el largo interludio entre 1704 y 1737, periodo en el que prácticamente se interrumpen las exposiciones oficiales, se introducen importantes novedades, tanto en la reflexión de los teóricos sobre la cuestión del gusto como en los hábitos del público. Los tratadistas de principios de siglo, como André, Crousaz y Du Bos, ponen de manifiesto el cambio de concepción de principios del siglo XVIII, comenzando a dar cuenta del problema del relativismo del gusto frente a la norma atemporal. Pero es Jean Baptiste Du Bos quien se acerca más a la nueva estética empirista inglesa centrada en la experiencia subjetiva. Así, el arte se fue abriendo paso hacia la sociedad a través de festividades religiosas, mercadillos y otras ferias que acabaron por hacerse tradicionales. En París, como en otras ciudades europeas, era ya tradicional exhibir objetos valiosos y pinturas, adornando la calle y los balcones al paso de la procesión del Corpus Christi. También en las ferias, como la de San Lorenzo, los cuadros se hallaban mezclados con todo tipo de objetos. En la de San Germán abundaba la pintura flamenca, cuyos géneros menores atraían la atención de los burgueses, favoreciendo un gusto muy alejado de los principios académicos. En la Place Dauphine, muchas veces los cuadros eran proporcionados no por los artistas, sino por los coleccionistas. Cuando en 1737, gracias al ministro de hacienda Philibert Orry, se instituye el Salón con carácter periódico, se saluda como un triunfo popular. De hecho, es la primera exposición institucionalizada en Europa, de libre acceso, en un marco secular y con una finalidad específicamente estética. De repente, el público se ha convertido en el único censor y el verdadero protagonista. Desde 1737, los livrets suponen un mayor refinamiento de los visitantes. El énfasis en la distribución de las obras disminuye a favor de una división entre pintura y escultura, junto a la enumeración de los artistas en función de su rango académico. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, la escisión entre la cultura jerárquica y la aceptación democrática (Diderot, 1973) no dejará de crecer. Muy pronto los académicos, tanto funcionarios del Estado como artistas, quedan defraudados ante el rechazo del (supuesto) “gran gusto” por una buena parte del público, que no es ni mucho menos lo homogéneo y acorde que se quisiera. Inmediatamente, surge otra prensa no oficial, formada por literatos y libelistas, que intenta hacerse portavoz del gusto burgués y popular. Los artistas y coleccionistas se ven enfrentados a nuevos valores emergentes y clientes. Los intentos por salvar estas diferencias parecen caer en vano. Con un Salón cada vez más frecuentado, la institución del primer jurado de selección en 1748 sólo consigue que al año siguiente los artistas se nieguen a participar. Todavía en 1750, artistas de la Academia como Boucher, Coypel, Natoire o Bouchardon se niegan a presentar sus obras. La resistencia a aceptar al “público” más allá de una minoría cultivada queda patente en los escritos de los miembros de la Academia a lo largo de la década de los cincuenta. Durante esta década se defendió la idea de que sólo los artistas pueden ejercer de verdaderos jueces. De este modo, se descartaba al gusto del público como capacidad soberana, y se afirmaba que sólo el hombre del oficio podía dar una opinión autorizada. Por otro lado, los críticos no oficiales defendían la postura contraria. Debido a ello, el Salón se convirtió en un campo de batalla en el que los artistas, coleccionistas, amateurs, académicos, ilustrados, críticos oficiales y clandestinos querían imponer su gusto invocando los valores de la nación francesa. Arte y política se entrelazaban y el discurso del mundo del arte quedó alterado definitivamente. Como vemos, el salón se constituyó como el principal espacio en el que tenía lugar la crítica del arte. Dicha crítica, además, implicó confrontación entre los distintos críticos, tanto si entendemos que éstos son personajes que reflexionan sobre el arte, como si entendemos que son mediadores entre el artista y el público. A modo de conclusión Como hemos visto, el arte es producto -o al menos se ve influido- de un contexto social, político, cultural y geográfico concreto. Del mismo modo, la crítica artística también lo es. Es por este motivo que ésta no se desarrolló hasta que la burguesía se impuso como clase social dominante y construyó su mundo, el mundo Moderno. Debemos tener en cuenta que a la burguesía le gusta “proclamar como verdades eternas las ilusiones con que gusta al burgués poblar su mundo: el mejor de los mundos posibles” (Marx, 1975, p. 99, Tomo I). Este nuevo mundo se caracterizaba por un gran impulso del arte, de las galerías y las exposiciones y, con todo ello, de la actividad de la crítica artística. Asimismo, unos estilos de arte se volvieron predominantes frente a otros, de forma que los críticos se convertían defensores de unos u otros. No obstante, con la individualización, no sólo se defendían estilos y escuelas concretas, sino que también los críticos directamente apostaban por personalidades concretas. Por ejemplo, Baudelaire apostó por Delacroix, mientras Stendhal lo rechazaba abiertamente. La apuesta de un crítico por un artista u otro tampoco tenía lugar en abstracto. Los hombres son sujetos sociales que comparten “un conjunto de creencias y sentimientos comunes que forma un sistema determinado que tiene vida propia” (Durkheim, 1987, p. 94). Este conjunto fue sociológicamente conocido como “conciencia colectiva”, y esta conciencia es la que permite explicar que, bajo el desarrollo del individualismo ilustrado, los críticos apoyaran a artistas individuales aislados y concretos, en lugar de a escuelas o estilos. Asimismo, dicho individualismo llevó a los críticos a ser librepensadores. Esto es, pensadores que, bajo su óptica estaban aislados -en la medida de lo posible- del contexto en que vivían, lo cual les permitía ser críticos con la realidad existente. Sólo de este modo la libertad de crítica se extendió y pudimos ver a críticos como Ruskin o Morris atacar al capitalismo. El arte, por su parte, nace en la imaginación de los artistas. Ellos se veían totalmente involucrados en los conflictos sociales de la época: ¿ciencia o religión?, ¿usura o Edad Media?, ¿burguesía o aristocracia? Y, finalmente, ¿burguesía o clase trabajadora? Cada uno de los autores y críticos que hemos estudiado tenían una posición clara al respecto de estos conflictos. Incluso Baudelaire cuando defendía, junto a Gautier, la idea de “el arte por el arte” demostraba un claro rechazo de la modernidad desde un enfoque conservador5. Por otro lado, el gusto de los críticos puede ser propuesto como un objeto de análisis desde un enfoque multidisciplinar que tenga en cuenta el contexto y la realidad social como variables explicativas. En este sentido, entendemos que el gusto es un objeto de estudio complejo, a causa de que se nos suele presentar como algo puramente individual. Sin embargo, el gusto -como ya hemos adelantado- posee una dimensión social que lo coloca en relación las condiciones sociales que lo produce como con el denominado “capital escolar”, con el origen social del individuo (esto es, su clase social) y con las relaciones que tienen los distintos grupos sociales con la cultura, siendo en ésta en este caso concreto el arte. El capital escolar es un concepto que bebe del concepto marxista de capital y se emplea, tradicionalmente, para hacer referencia al conocimiento adquirido por el individuo. Actualmente dicho conocimiento viene garantizado por las instituciones oficiales que regulan y avalan los conocimientos (por ejemplo el Estado), de forma que el capital escolar estaría medido por las titulaciones obtenidas por el individuo. Además, éste puede tener un capital escolar heredado de sus padres. De este modo, el sociólogo Pierre Bourdieu (1988) explica que el capital cultural (concretamente el escolar) condiciona el conocimiento y el gusto. Bourdieu nos explica que es un gran error pensar que el sistema escolar es el único elemento que contribuye al capital escolar. La escuela no explica la totalidad de la fuerte correlación que existe entre la competencia en música o pintura y el capital escolar, de modo que el capital escolar nace de de los resultados acumulados de la transmisión cultural asegurada por la familia y de la transmisión cultural asegurada por la escuela. Además, la eficacia de la escuela depende, entre otras cosas, de la importancia del capital cultural directamente heredado de la familia. La escuela, a través de la inculcación e imposición de valores, contribuye a la formación de la disposición general (ésta es el resultado de la suma del origen social más la cultura adquirida) que toma la forma de una acumulación de conocimientos y experiencias que pueden no ser rentables en el mercado escolar, al menos de forma directa. Ello nos lleva a uno de los elementos clave en la diferenciación social: la titulación. Ésta otorga estatus a los individuos de dos formas: positivo (ennoblecimiento) y negativo 5 El conservadurismo como ideología política surgió como reacción a la Revolución Francesa. Denuncia que dicha revolución impuso un nuevo modo de vida que rompía con los esquemas más adecuados para la misma (Nisbet, 1995). (estigmatización). De modo que aquéllos que no tienen títulos de ennoblecimiento, pueden ser sometidos a pruebas ya que son lo que hacen; por otro lado, los individuos que poseen títulos no tienen más que ser lo que son, porque todas sus prácticas valen lo que vale su autor, al ser la afirmación y la perpetuación de la esencia en virtud de la cual se realizan. Las noblezas, en este sentido, son esencialistas. La esencia, además, no encaja en ninguna definición y escapa del rigor de la regla, es decir la esencia de la burguesía es libertad por naturaleza y definición. Esta libertad por naturaleza es de la que gozan los críticos del arte. Además su gusto está, como explica con elevada precisión Bourdieu, determinado por sus conocimientos. Esto se explica porque la mayoría de los críticos tenían un contacto con la cultura y el conocimiento artísticos, a pesar de que no provenían de la Historia del Arte, sino de otros espacios o campos como la filosofía, la literatura, etc. Bourdieu (1988) entiende que los campos son espacios estructurados de posiciones, de forma que sus propiedades varían según la posición de sus ocupantes, y, además, éstas se pueden analizar de forma completamente independiente. En los campos, según el autor, se produce una lucha entre los pretendientes y los dominantes, es por este motivo que los campos quedan definidos por aquello que, en el seno del conflicto, está en juego. Es decir, el motivo de la disputa define al campo, y cada campo tiene uno concreto, de modo que, lo que está disputa entre críticos de arte define su campo y sólo puede estar en disputa en ese campo y entre esos sujetos. Ello implica que en la disputa entre críticos de arte no podrán entrar sujetos que no sean geógrafos. En relación a los dominantes y los pretendientes, estos conceptos nos ayudan a comprender las luchas en el seno del campo artístico entre los distintos estilos, tal y como ocurrió con el romanticismo y el neoclasicismo. Batalla en la que Stendhal se quedó con el romanticismo. Pero no sólo hay conflicto dentro de un campo, sino también entre los campos. Bourdieu señala, muy acertadamente, que los agentes de un campo, aunque estén enfrentados, comparten algunos intereses comunes, de modo que se enfrentan a los agentes de otros campos. Por ejemplo, el campo de la ciencia está enfrentado al campo de los filósofos postmodernos que ponen en duda a la ciencia. Como hemos venido sosteniendo el espacio es de vital importancia, debido a que éste puede ser comprendido como un instrumento de poder. Cuando la burguesía se impuso como nueva clase dominante y se desarrollaron las galerías, los salones y los museos dedicados a la producción artística, éstos se constituyeron como espacios de desarrollo intelectual en relación al arte y, a su vez, en objetos de exhaustivo control y combates entre las distintas corrientes de pensamiento. La democratización de estos espacios significó la democratización de la cultura artística del momento y, por ello, fueron espacios de una relevancia simbólica indiscutible. Por un lado, algunos críticos como Baudelaire se enfrentaron al público, manteniendo una postura elitista y antipopular en relación a la cultura. El espacio, al tener un carácter simbólico, conlleva dos consecuencias: transforma el significado de la obra de arte, y presupone un espacio más dentro de la lógica de la dominación de clase. El primer punto podemos comprenderlo con el siguiente ejemplo (Subirats, 2001, pp. 111-112): tenemos a un artista, un objeto y un espectador. De este modo, la función se divide en tres partes. En la primera aparecen un artista y un objeto. Nada acontece, es un acto sin actos, puro encuentro. Ambos, artista y objeto, se encuentran en un tiempo y lugar cualquiera. En la segunda parte tiene lugar una acción mínima: el artista traslada el objeto a la sala de exposiciones. Finalmente, en la tercera parte el lugar continúa siendo la sala de exposiciones. El significado del objeto, sin embargo, ha cambiado, pues tiende ahora a realzarse. Debe ser, en la medida de lo posible, una renombrada sala. Una sala del más alto ranking. En ella el objeto ocupa un lugar protagonista. Es “el objeto” que constituye “la obra de arte”. Además, aparece aquí el público, el espectador. Es un público fundamentalmente artístico, culto y selecto. Su aparición en la sala de arte es precisamente la que garantiza el significado supremo de la situación: la experiencia contemplativa de la obra de arte. De este modo, lo que define a un objeto como obra artística es su exhibición en la sala de exposiciones, en la galería o en el museo. Como vemos, es el espacio mismo el que otorga al objeto el significado de obra artística. Por otra parte, el segundo punto hace referencia a la idea de dominación simbólica. En este sentido, podemos hablar de los gustos legítimos y los gustos ilegítimos, así como de la batalla que se produce entre éstos. Hacemos relación aquí a dos cuestiones fundamentales: al populismo, por un lado; y, por otro lado, al elitismo. En primer lugar debemos aclarar que en las sociedades modernas y contemporáneas se dan relaciones desiguales que conllevan cierta dominación simbólica y cultural. Esta dominación conlleva cierto “etnocentrismo6 de clase”, un etnocentrismo que conlleva un rechazo abierto tanto a la cultura popular como al gusto de las clases populares. Como hemos visto, ha sido este elitismo de la burguesía francesa el que ha hecho que los artistas de la Academia rechazaran el gusto de las clases populares, pues esperaban en ellas la expresión del “gran gusto”, cosa que no se produjo. Este elitismo lo vemos claramente reflejado en las siguientes declaraciones de Charles Langelet, el personaje de Némirovsky, que “siempre se sentía escandalizado y afligido al descubrir el mundo real, poblado de pobres diablos que nunca han visto una catedral, una estatua, un cuadro” (Némirovsky, 2004, p. 106). Por otro lado, aparece una reacción a dicho etnocentrismo de clase. Bajo la lógica de la dominación, algunos sujetos dominantes han propuesto el relativismo y el folclorismo como alternativa al elitismo. Desde dicha postura se plantea que el gusto 6 Sistema de representaciones realizado mediante nuestros valores culturales a través de los que juzgamos los valores del “otro” y al otro. En consecuencia, analizamos al otro de una forma completamente discriminatoria, ya que partidos de que nuestros valores son los correctos y a partir de ellos establecemos la jerarquía de lo culto y lo inculto. A más cerca se encuentren de nuestros valores -en este caso de los valores de la élite social- más culto será ese otro y, por deducción, a más lejos, más inculto. (Cardoso, 2007). popular es, en realidad, el gusto de las gentes “auténticas”. El gusto del pueblo, de este modo, era exaltado como elemento de la “verdadera” cultura nacional. Desde la segunda postura se tiende a democratizar los espacios artísticos, lo cual sería un motor del desarrollo de la crítica del arte. Democratizar el espacio implicaría entonces elevar la cultura de las clases medias y bajas, tal y como ocurrió tras el éxito de la Revolución Francesa. Los cambios que trajeron la Revolución demostraron que los espacios donde se desarrollaban las reflexiones sobre arte (revistas especializadas, periódicos, galerías, museos, exposiciones) resultaron ser el elemento más relevante para el desarrollo del arte y de la crítica del mismo. Es por eso que cualquier postura que se cuestione qué clase de gusto es legítimo, si diferentes gustos pueden compaginarse y convivir o, si por el contrario, son antagónicos y hay que optar por uno u otro (¿elitismo o populismo?) debe tener en cuenta el espacio en sí, debido a su potencial simbólico y, a su vez, a la importancia de los factores materiales que condicionan la realidad. Referencias bibliográficas AZÚA, Félix (2002). Diccionario de las Artes. Barcelona: Anagrama. BAUDELAIRE, Charles (2013). Salones y otros escritos de arte. Ed. De SOLANAS, Guillermo y Trad. SANTOS, Carmen. Madrid: Machado. BENJAMIN, Walter (1999). Sobre algunos temas en Baudelaire. Madrid: El Aleph. BOURDIEU, Pierre (1988). 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El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción. Barcelona: Anagrama. *** * Arnaud Mandy Dibangou: Doctor en literatura española e investigador en el CRILAUP. Universidad de Perpignan, Francia. [E-mail: [email protected]]. Peter Cole: poeta, hermeneuta y traductor Cristina Álvarez de Morales Mercado * Resumen El artículo que presentamos se enmarca dentro del Proyecto de Investigación Actualidad de la Hermenéutica. Nuevas tendencias y autores (Código-41662 P). En este trabajo vamos a dialogar con Peter Cole, uno de los más reconocidos poetas y traductores de la poesía hebrea, particularmente de la poesía escrita en España por poetas judíos durante los siglos X y XI. Es un autor de gran prestigio en el campo de la Literatura hebrea. Vive a caballo entre Nueva York y Jerusalén, de manera que su conocimiento del hebreo es excepcionalmente valioso para poder traducir a autores tan relevantes de la cultura judía de los primeros tiempos. El primer trabajo crítico de Cole fue el impresionante Things on Which I´ve Stumbled del año 2008 y su último trabajo The Invention of Influence (2014) que lo convierte, en palabras del crítico Harold Bloom, en el poeta más vital de todos los de su generación. Ambos libros representan un fenómeno extraño en la poesía americana: la madurez de la esencia y el estilo a través del prisma de las lenguas árabe y hebrea y de su literatura. A lo largo de los últimos años, Cole ha llegado a ser uno de los pocos poetas judíos americanos cuyo trabajo originalmente está en hebreo. En este trabajo analizaremos la obra de Cole pero además estableceremos un diálogo entre Cole y otros hermeneutas ya sean contemporáneos o anteriores a él, Hollander y Gershom Scholem, entre otros. Palabras clave: Hermenéutica – Traducción – Cábala – Crítica – Psicoanálisis – Literatura Abstract The present article is part of the Research Project News of Hermeneutics. New trends and authors (Code P-41662). In this paper we will discuss with Peter Cole, one of the most renowned poets and translators of Hebrew poetry, especially written by Jewish poets in Spain during the tenth and eleventh centuries poetry. He is an author of great prestige in the field of Hebrew Literature. He lives between New York and Jerusalem, so that their knowledge of Hebrew is exceptionally valuable to translate such important authors of Jewish culture in the early days. The first critical work of Cole was the impressive Things on Which Stumbled I've (2008) and his latest work The Invention of Influence (2014) that becomes, in the words of critic Harold Bloom, in the most vital of all poet of his generation. Both books are a strange phenomenon in American poetry: the maturity of the essence and style through the prism of the Arab and Hebrew languages and literature. Over recent years, Cole has become one of the few American Jewish poets whose work is originally in Hebrew. In this paper we analyze the work of Cole but also establish a dialogue between Cole and other hermeneuts whether contemporary or before him -Hollander and Gershom Scholem, among others. Keywords: Hermeneutics - Translation - Cabala - Criticism - Psychoanalysis – Literature Peter Cole y la tradición judía Peter Cole está considerado hoy en día como uno de los poetas y traductores más emblemáticos de la poesía hebrea, particularmente de la poesía escrita en España por poetas judíos durante los siglos X y XI. Es un autor de gran prestigio en el campo de la Literatura hebrea. Vive a caballo entre Nueva York y Jerusalén, de manera que su conocimiento del hebreo es excepcionalmente valioso para poder traducir a autores tan relevantes de la cultura judía de los primeros tiempos. El primer trabajo crítico de Cole fue el impresionante Things on Which I´ve Stumbled del año 2008 y su último trabajo The Invention of Influence (2014) que lo convierte, en palabras del crítico Harold Bloom, en el poeta más vital de todos los de su generación. Ambos libros representan un fenómeno distinto en la poesía americana: la madurez de la esencia y el estilo a través del prisma de las lenguas árabe y hebrea pero sobre todo a través de su literatura. Peter Cole nació en Paterson, Nueva Jersey en 1957. En 1975, empezó sus estudios de Secundaria en el Williams College en Williamstown, Massachusetts y cinco años más tarde terminaría sus estudios, en el Hampshire College in Amherst, también en el Estado de Massachusetts. Al año siguiente se traslada a Jerusalén para estudiar hebreo. Es autor de cuatro colecciones de poesía: The Invention of Influence (New Directions, 2014), Things on Which I’ve Stumbled (New Directions, 2008), Rift (Station Hill Press, 1989), y Hymns & Qualms (Sheep Meadow Press, 1998). Además de una quinta colección What Is Doubled: Poems 1981–1989, que se publicó en 2005 en la editorial británica Shearsman Books. Cole es también traductor de gran parte de la literatura hebrea clásica, especialmente de la medieval, ejemplo de ello es su Antología The Dream of the Poem (2007) en la que ofrece un bello retrato de la sociedad hebrea del momento a través de los versos producidos por los poetas pertenecientes a las comunidades intelectuales y artísticas judías que florecían en la España cristiano-árabe medieval. Con este trabajo consiguió el National Jewish Book Award y el de la Asociación americana de editores. Cole traduce además a muchos poetas judíos contemporáneos, en concreto a reconocidos poetas palestinos, árabes y hebreos tales como Aharon Shabtai, Taha Muhammad Ali y Yoel Hoffmann. Su libro The Poetry of Kabbalah: Mystical Verse from the Jewish Tradition (2012), ganó el premio de traducción Nims Prize. También ha recibido otros premios y honores como el Premio Nacional de las Artes, el Premio Nacional de las Humanidades y el Premio de la Fundación John Guggenheim, entre otros. En 2010 recibió el Premio de Literatura de la Academia Americana de las Artes y las Letras, y en 2007 se le nombró MacArthur Fellow. A lo largo de los últimos años, Cole ha llegado a ser uno de los pocos poetas judíos americanos cuyo trabajo originalmente está en hebreo, un hecho bastante paradójico, porque él no es judío ni se educó en esta religión. Es un fenómeno muy similar al del gran poeta John Hollander, que encontró en el hebreo la lengua la salvación de su trabajo. Ocurre que estos autores decidieron escribir y traducir la literatura del Oriente Medio, porque cayeron en la cuenta de que cuando se habla de literatura solo nos centramos en la literatura producida a lo largo de los siglos en el seno de la religión cristiana, la literatura occidental, pero no se ha dado el caso de considerar que también la literatura que se crea en la base de otras religiones, como la judía o la árabe, tienen mucho que decir al mundo occidental, pues es producto de una riquísima tradición cultural y literaria que hay que dar a conocer al resto del mundo. En opinión del crítico norteamericano Harold Bloom, Cole ha llegado a ser un destacado escritor de la sabiduría judía, pues ha sido capaz de abrir un recinto alrededor de la escritura secularizada, que comprende a todos los autores judíos del exilio imaginativo literario del mayor mérito estético y cognitivo (Cole, 2014, p. x). 2. Cole y la Cábala Para la mayoría de los cabalistas, lo judío encarna las propiedades místicas de un lenguaje primero en el que el Nombre de Dios es el texto y la textura del universo. Desde Abulafia hasta los cabalistas más modernos entienden que esa esfera secular contiene todos los lenguajes, a través del prisma de las transformaciones y permutaciones, ofreciendo pinceladas del misterio de su existencia, y esto se debe porque emergen del intelecto activo, que en la cosmología aristotélica es que el soporta la afirmación original divina. (Cole, 2012, p. xiv). Sin embargo, después de Babel las lenguas como poco contienen una reflexión de ese misterio de la mente divina y del acto de la creación a través del habla, del logos. Como el lector recordará, el Génesis recupera el tema lingüístico cuando narra el diluvio y dice “toda tierra tenía un solo lenguaje y unas mismas palabras”, pero la soberbia llevó a los hombres a querer competir con el Señor construyendo una torre que llegara hasta el cielo. El Señor para castigar su orgullo e impedir la construcción de la torre, decide “pues bajemos y una vez allí confundamos su habla, de modo que unos no comprendan el lenguaje de los otros. Por eso se la llamó con el nombre de Babel, porque allí confundió Yahvé el habla de toda la tierra, y de allí los dispersó Yahvé sobre la superficie de toda la tierra” (Génesis 11, 1). El hecho de que varios autores árabes consideren que “la confusión se produjo por razones traumáticas al ver el derrumbe de la torre, ciertamente terrible, no afecta para nada ni a este ni a los relatos de otras mitologías, que de modo parcialmente distinto confirman que existen en el mundo lenguas diferentes” (Eco, 1995, p. 12). Pero nos podemos preguntar que, si las lenguas ya se habían diferenciado después de Noé, ¿por qué no habrían podido diferenciarse incluso antes? He aquí, tal y como mantiene Eco, la incoherencia del mito babélico. Si las lenguas no se diferenciaron por castigo sino por tendencia natural, ¿por qué hay que interpretar la confusión como una desgracia? (Eco, 1995, p. 13). De hecho el mito de la Torre de Babel y su posterior recuperación en la tradición cabalística aparecen recogidos a lo largo de toda la producción poética de Cole como acontecimientos de la más plena actualidad y como un hecho en sí mismo enormemente revelador. Babel es para Cole la redención del pueblo judío y con él la redención de la literatura más ancestral. A este respecto, hay que señalar que los poemas del siglo XI que Cole traduce se plantean la pregunta de cómo el tema erótico, sin ir más lejos, se sitúa en esta tradición siempre en el centro del mundo, considerando que la tradición cabalística busca aquellos lugares en los que la percepción de una especie de estado cósmico altera nuestro sentido de estar en un sitio que, por oscuro que sea, es el sitio elegido. Los himnos hebreos de la tradición mística, por poner otro ejemplo, pretenden además demostrar desde el principio cómo una canción casi mágica y enormemente actual puede conducir y preservar el conocimiento de la misma, incluso para aquellos que no saben que lo tienen. Así pues, la Cábala que estudia Cole a través de los poemas que selecciona y traduce no se reduce exclusivamente a analizarlos como producto del pensamiento religioso que empezó a formarse a comienzos de los siglos XII y XIII al sur de Francia y España, y que posiblemente tuvo sus inicios en Babel, sino que los entiende de la misma manera en la que algunos cabalistas modernos consideran que debe ser entendida la Cábala, como una vuelta a sus raíces, al Talmud, a la propia Escritura. Es decir, Cole entiende la Cábala en su sentido más puramente hebreo, como lo recibido generación tras generación, en la misma línea del gran cabalista Scholem (1988) y sus sucesores (Barnatan, 1986), esto es, como el regreso de la dimensión mítica hacia la conciencia religiosa. Este es el mapa que se perfila en el trabajo de Cole. Otra forma de entender el misticismo y curiosamente la traducción es basándose en lo que aparentemente no se puede decir, lo que es difícil de decir, o lo que uno siente que no debe decirse. De manera que el trabajo místico para Cole consistiría en la búsqueda de alegorías de la comprensión, para conseguir al menos una reflexión profunda de la experiencia que se convierte en una actividad reflexiva capaz de producir poesía, posiblemente no la mejor poesía ni la más sublime pero al fin y al cabo un producto literario que surge desde el lugar más insospechado y extraño. Esta sería la poesía que ofrece la Cábala, una poesía de la tradición mística y que Cole retoma en sus traducciones a partir del corazón de los poemas no desde la forma sino a través de la forma, de manera que la integridad estructural de los poemas hebreos que traduce Cole se conserva totalmente en ellos, así como la musicalidad de los mismos que el poeta y traductor ha ido incorporando en mayor o menor medida, concibiendo a la poesía casi como un acto de devoción, de celebración religiosa y espiritual de lo divino. Recoge Cole en su Antología The Poetry of Kabbalah (2012) algunos de los Poemas de los Palacios que posiblemente sean la esencia más vívida de la de la tradición mística judía pues hablan de aquellos que al recitar los himnos visionarios ascienden por los siete cielos hasta llegar a la presencia de Dios, de manera que son partícipes de la liturgia celestial. Se trata de una poesía escrita por hombres que son una especie de ángeles, pues sirven y rezan a Dios, y convierten sus versos en la quintaesencia de la poesía enraizada en las figuras, las cadencias y el poder mágico de las letras y las palabras. Los expertos sitúan los Himnos de los Palacios en la época postalmúdica, siglos II y III, en Palestina. En cuanto a los poemas que pertenecen al Libro de la Creación, Peter Cole los traduce inspirado en la tradición cabalística del siglo X. Una tradición que atribuye las enseñanzas del Libro a Abraham, pues es la única persona que se menciona en el texto. En opinión de Cole este es un texto enormemente enigmático y plagado de guiños cabalísticos que hacen de su traducción un verdadero ejercicio de exégesis. Así pues, los himnos que Cole traduce en sus antologías poéticas tratan sobre la naturaleza de la creación humana y divina, y sobre el lenguaje que dirige dicha creación enmarcándose en el corazón del corazón de la Cábala. Recordemos que Scholem ya hablaba de la indisoluble unión entre la idea de la verdad revelada y la noción del lenguaje (Scholem, 1988, p. 52), siendo este posiblemente el legado más importante que se transmitió a la historia de las religiones. Scholem escribía con la convicción de muchos cabalistas de que el lenguaje, el medio en el que la vida espiritual del hombre se consigue o se consuma, incluye una propiedad interna, un aspecto que no emerge o desaparece en la relación de comunicación entre los hombres. Y esa especie de aura, en el sentido benjaminiano (Benjamin, 1989) es la que aplica Cole en sus traducción, porque entiende que en todos los intentos de traducción de los textos cabalísticos, ya estén escritos en arameo, árabe o hebreo, hay algo que vibra, y que evoca a todas las generaciones de lectores que aun solo habiendo entendido una pequeña parte de la trasmisión esotérica de la literatura son capaces de conmoverse: “Los poemas de la mística judía hacen que el lector se precipite hacia un sentido de la trascendencia muy palpable” (Cole, 2012, p. xi). Cole también habla de la importancia de las sefirots, de esas emanaciones divinas de Dios, que la Cábala ha ido recogiendo a lo largo de los siglos, ese mundo de la deidad por capítulos. Recordemos que aparecían recogidas por primera vez en El Libro del Esplendor que era para la mística, un libro canónico de la importancia del Talmud pues introducía las ideas claves que forman el pensamiento sefirótico. Dicho pensamiento se basa en la concepción de las diez sefirots como las emanaciones perfectas de Dios, que revelan el origen esencial de las cosas anteriores a la creación (Barnatan, 1986, p.37). Harold Bloom (1975) defiende la importancia de las sefirots y afirma que se trata de acontecimientos que están relacionados a lo largo de toda la historia, algo así como representaciones persuasivas de lo que la gente ordinaria se encuentra en la profunda realidad de su vida. Para Bloom, Cole es el nuevo Gershom Scholem, el nuevo Israel. Aunque Cole nunca llegó a conocer a Scholem, su poesía goza de la misma sabiduría. El centro de la poesía de Cole y su reto más importante es dar respuesta a la transformación de la semilla en forma de palabra. La grandeza de los tropos cabalísticos de Isaac Luria, en concreto el estado del shevirat ha-kelim (la ruptura de los recipientes) la reformula Cole como el beso de los amantes, o la conversación entre ellos (Cole, 2014, p. xiii). Como se sabe Isaac Luria, también llamado ARI, creó en el siglo XVI la Teoría Regresiva de la creación, esto es, una revisión de la Teoría cabalística de la creación. ARI fue el último gran cabalista, y entendió la Cábala como un estudio e interpretación de los llamados “tres estados”: el primer estado se llama zimzum, que es “la doctrina de la contracción”, en este estado se produce la retirada del Creador del Universo, de manera que se hace posible otro tipo de creación. El segundo es la sebirá que supone para Luria la ruptura de los recipientes, esto es, nos ofrece una visión de la creación divina como catástrofe. Los recipientes se quebraron al recoger el flujo lumínico que provenía de las “sefirots” y representan una imagen zoharística de la agonía de los reyes primitivos. Y, el tercero es el ticún o la restitución del universo, algo así como la contribución del hombre al trabajo de Dios (Álvarez de Morales, 2015, p. 209). Estos tres estado están en la poesía de Peter Cole en el momento preciso en el que el poeta aspira a conseguir la perfecta conexión entre poesía y sabiduría, lo que no es sino una nueva reconfiguración de ésta. 3. Cole y el psicoanálisis En muchas de las entrevistas que Cole ha ofrecido a propósito de su último libro The Invention of Influence (2014) refiere su drama personal de haber tenido una madre esquizofrénica cuya relación se hizo cada vez más complicada. Sin embargo, gracias a sus conocimientos de algunas técnicas del psicoanálisis freudiano pero sobre todo de las técnica que ponía en práctica su discípulo Víctor Tausk con su famosa “máquina de la influencia” (Influence machine) llegó a entender que los brotes de sus madre podían encauzarse en cierta medida y se les podía, al menos, dar una respuesta. Reflejo de estas reflexiones y sensaciones son los poemas “Paranoia: A Prologue” y “Paranoia: A Primer”. Así pues, en The Invention of Influence (Cole, 2014) palpamos el espíritu de Jacob Burckhardt, Nietzsche o Freud, en muchos de los poemas que Cole compone, tanto en lo político, como el pensamiento, el teatro, los deportes, las odas victoriosas, etc. La agonía, esa ansiedad de la influencia, en sentido bloomeano, se establece de la misma forma que lo hace Freud con su discípulo Victor Tausk, que se suicidó después de enviarle a Freud una nota. A Víctor Tausk, le dedica Cole uno de sus poemas más meditados y elaborados, el poema titulado “The Invention of Influence: An Agon”. Se trata de un poema extensísimo que consta de tres partes principales de entre seis y ocho poemas cada una y una coda final que narra a modo de broche de oro la intensa vida de Víctor Tausk, sus miedos, vivencias, dolor y ansiedad ante sus precursores. En definitiva, su tradición, que es la tradición de todo el pueblo judío, representado en la saga Freud-Tausk que representa la sabiduría de la tradición judía, incluidos Hillel o Akiba que, recordamos, eran para Harold Bloom algunos de los más grandes. En este sentido, encontramos en la batalla de Tausk con la tradición y sus precursores una vulnerabilidad evocadora de la situación del poeta actual, de los poetas de todos los tiempos. En opinión de Bloom (Cole, 2014, p. xi) la versión de Cole de la catástrofe se ve como el hijo incapaz de escapar del temor de su heroico precursor, Freud, pero que se encuentra reticente a abandonarlo. La estética de Cole y el ethos de la tradición judía se fusionan en una balanza de alegrías y penas del proceso de la influencia, ejemplo de ello son los bellísimos poemas “Songs of the Shattering Vessels” o “The Reluctant Kabbalist´s Sonnet”. Uno de los propósitos más importantes de Cole en la poesía es la formación e integración de un yo específicamente judío centrado en la traducción, con este proceso recupera ambos lo más amplio y lo más estrecho. De alguna manera Cole se pregunta si la poesía judía americana puede escapar de algunas afinidades con el proyecto de Freud, de ahí sus poemas “Being Led”, “What Is” y “”On Making and Being Made”, que son un ejemplo de su poesía más intimista y audaz. 4. Cole y la traducción En las traducciones que Peter Cole realiza de los poemas de toda la tradición cabalística de los distintos siglos tanto en The Dream of the poem. Hebrew Poetry from Muslim and Christian Spain 950-1492 (2007) como en su maravilloso The Poetry of Kabbalah (2012) hemos de mencionar la importancia que el autor concede en sus traducciones al lector actual que debe ser capaz de entender y sentir la experiencia mística de la misma forma que los lectores anteriores la experimentaron. El siglo X se convirtió en el siglo de oro de la poesía hebrea en España. De repente y por primera vez, los poetas judíos empiezan a escribir con un poder tremendo y una fuerza indescriptible. Cole (2007) destaca a Ben Sira que recupera el sofisticado verso de la poesía árabe, y que inicia una estética nueva en la poesía hebrea. Andalucía se convierte en el centro cultural de toda Europa y en concreto en Córdoba, durante el califato de Abderramán III se desarrolla toda una cultura en torno al saber judío-árabe. De este época es el poete Dunash Ben Labrat, discípulo de Saadia Ben Yusuf alFayuumi, la figura más importante de la literatura hebrea de la época. Dunash había absorbido las nociones de elegancia, claridad y pureza del texto escrito, así como la importancia de la Escritura hebrea. Y muy pronto cambió la perspectiva de la poesía judía retomando estos elementos y utilizándolos ya sí en su poesía. En Al-Andalus conviven judíos, musulmanes y cristianos que compiten por la maestría y la belleza de sus lenguas. Por la misma fecha en la que Dunash llegó a Córdoba (Cole, 2007, p. 5), la vida intelectual de la comunidad hebrea estaba en plena expansión. Recordemos a la figura del médico judío Hasdai Ibn Shaprut, que fue el primer español judío que se menciona en las crónicas árabes de la época. Hasdai demostró tener un enorme talento para las lenguas, muy pronto aprendió: árabe, latín y romance, además de hebreo y arameo. Su fama transcendió fronteras y el califa Abderramán III lo nombró nasi, líder de la comunidad judía. Durante su mandato Hasdai mantuvo estrechas relaciones con Babilonia y Palestina, ayudó de forma continuada a escritores judíos y árabes y en general a cualquier persona interesada en la cultura. De manera que España se convirtió en el centro de la cultura judía durante estos años. El poeta hebreo más importante era Menahem Ben Saruq, a quien Hasdai hizo pronto en su secretario. Menahem escribía versos litúrgicos. Además dedicó parte de su vida como estudioso a escribir un diccionario hebreo, claro ejemplo del interés que suscitaba para los intelectuales de España la cultura judía y su lengua. Otro poeta de la corte era el judío Saadia (Cole, 2007, p. 9) quien tradujo parte de la Biblia al árabe y compuso además un gran número de trabajos para que sirvieran de modelos a la elegante prosa hebrea. Este autor supo cubrir las carencias de la literatura hebrea escribiendo tratados sobre la liturgia, la lingüística, además de un libro de oración y un estudio teológico y filosófico (El Libro de las creencias y opiniones), que trataba sobre temas tan diversos como la Creación, Dios, la vida después de la muerte, además de temas de corte más modero como el dinero, el erotismo, la comida o la bebida. (Cole, 2007, p. 8). En la introducción de su diccionario sobre poesía, Saadia se lamentaba del hecho de que los judíos se habían olvidado casi de la lengua santa. Todos estos elementos nuevos en el imaginario colectivo hebreo dieron lugar a una corte de poetas judíos que son los que estudia y traduce tan cuidadosamente Peter Cole. Además la revolución de la métrica hebrea y de la dicción del verso que realizó Dunash situó a la poesía judía a la misma altura de la árabe, exquisita y soberbia como era. Así pues, es este periodo es cuando se gesta el grupo de los mejores poetas judíos españoles Shamu HaNagid, Salomón Ibn Gabirol, Moses Ibn Ezra y Jehuda Halevi. En el año 1090, tanto la cultura hebrea como árabe eran las que convivían hasta la llegada de los Almohades, que fueron menos tolerantes con los judíos y a muchos de ellos los obligaron a convertirse a la religión musulmana, sin embargo, aunque como conversos, los poetas judíos siguieron escribiendo en su lengua y mantuvieron sus costumbres hasta bien avanzados los siglos. En opinión de Cole (2007, p. 13) los traductores de la Edad Media jugaron una importancia vital en la emergencia de la literatura árabe y hebrea, empezando con la incorporación a través de la traducción de importantes partes de la cultura griega aprendida durante los siglos VIII y IX en Bagdad. La evolución normal de la escritura hebrea en la España musulmana, en la España cristiana y en la Provenza, continuó el trabajo de la transmisión cultural, extendiendo el legado del conocimiento árabe-judío a través del latín y de las lenguas romances, además los poetas hebreos traducían no solo trabajos individuales de sus contemporáneos sino sobre todo obras colectivas. Destacaremos a Maimónides y su obra clave de la teología medieval judía, su famosa Guía de los perplejos, que a diferencia de muchos contemporáneos suyos, escribió casi siempre en hebreo, “no solo porque era la lengua habitual en el uso religioso sino sobre todo, y esto era lo insólito, porque se convertía en la lengua oficial de un muy renovado marco literario” (Wahnón, 2007, p. 33). Es muy curioso cómo traducían lo judíos las obras del árabe (Cole, 2007, p. 13), pues en la mayoría de las ocasiones hebraizaban los textos, de manera que, por ejemplo, los nombre de los personajes y lugares los adaptaban a la cultura judía, y muchas veces, también, sustituían pasajes enteros de acotaciones del Corán por la Biblia. Se imponía además la necesidad de hacer primar en la traducción poética a los sentidos y la musicalidad de los versos. Como Wahnón (2012) explica, la literatura hebrea se basaba en unas reglas muy diferentes a la poesía árabe, pero no por ello menos artística, ni menos bella. Esta común naturaleza estética era, precisamente, lo que a juicio de poetas como Ibn Ezra hacía posible la comparación entre las dos literaturas, la árabe y la hebrea, cuyas diferencias históricas habían dado paso, sin embargo, en los últimos tiempos a nueva etapa, que protagonizada precisamente por los poetas hebreos del momento -el propio Ibn Ezra, pero también Shlomo Gabirol o Yehudá ha-Levi-, se caracterizaba ya por su gran similitud con la palabra árabe. De ahí que el autor dedicara una buena parte de su trabajo a detectar y caracterizar los recursos prosódico-retóricos con que los poetas judíos de AlAndaluz había logrado crear una renovada poesía hebrea, escrita “a imitación de los árabes”, o como hoy se diría una literatura fronteriza o intercultural (Wahnón, 2012, pp. 22-23). Así pues, podemos asegurar que en la traducción de la poesía hebrea medieval al inglés del siglo XXI que Cole lleva a cabo se siguen estos parámetros pues el traductor como poeta reconoce que la traducción del poema hebreo ha de realizarse en el marco de un proceso tan difícil y proceloso pues ha de contar con elementos tan importantes como las figuras retóricas, los ecos bíblicos, la naturaleza de la obra original, la musicalidad de los poemas etc. (Wahnón, 2012, p. 15). Además, Peter Cole aboga por hacer una traducción siguiendo la poesía metafísica, es decir, reconstruyendo en cierta medida el idioma de los siglos X, XI y XII. Para otros traductores, traducir esta poesía judía medieval se convierte en una especie de prosa poética, de texto plano, perdiendo en opinión de Cole cualquier efecto poético. Pero el poema tiene un medio físico que debe regularse y manipularse, casi como si se tratase de otra arte más plástica, como si el poema literalmente gritara su presencia física, esto es ni más ni menos, lo que tiene que significar para nosotros, y para conseguirlo el poeta debe ver en la página escrita y en los estímulos sensoriales del sonido los elementos que anuncian la presencia del poema (Krieger, 1976, p. 209). Así pues, la tarea principal que Cole se propone con su traducción es identificar la recreación de la autoridad, saber muy bien cuál es el posible lector y traducir la cultura en definitiva, no solo el texto. Además aboga por el placer de la lectura del texto, que debe ser el principal foco de intención de todo buen traductor. Para Cole traducir poesía es mantener el contenido y la forma inseparables, como decía la crítica Schreiber el “poeta busca las palabras, las imágenes idóneas, los ritmos convenientes que le digan a él mismo, y también a nosotros, lo que él quiere decir. El poema lo constituyen las palabras” (Schreiber, 1971, p.33). Y esta es la labor de artesanía que Cole realiza en cada poema, en cada palabra que traduce del hebreo al inglés intentando siempre que en las palabras traducidas se respire el alma del poeta que las creó. 5. Cole y la Hermenéutica Habida cuenta de la faceta de Peter Cole como poeta y como traductor de los más grandes poetas de la tradición medieval del Oriente Medio es necesario analizar la faceta más controvertida de Cole, su labor de interpretación de los poetas que traduce y estudia, porque solamente acercándonos a ella tendremos una visión completa de la obra del autor norteamericano. En The Poetry of Kabbalah Cole realiza una exégesis muy medida y asombrosamente cuidada de cada una de los autores que traduce, de manera que nos facilita la labor de interpretar los poemas y nos procura, como lectores de los mismos un placer asombroso. Recoge Cole en este libro distintos estadios de la Cábala a lo largo de los siglos y en distintos países: Italia, Francia, España, etc. Nos detendremos en España, en concreto en la figura de Abulafia porque representa al cabalista más impresionante y diferente de la tradición cabalística en España. No sigue los principios del Libro del Esplendor que figuraba como el libro de culto en Castilla, ni tampoco seguía la tradición que considerada la idea de las sefirots el centro de su pensamiento y religión. Abulafia entendía la Cábala como el camino más profundo que da énfasis a la transformación de la psique humana o el intelecto, en palabras de Abulafia “la vida es la vida del mundo que está por llegar, en el que el hombre gana si conoce el significado de las letras” (Cole, 2012, p. 108). Aunque nació en Zaragoza en 1240 y se crió en Tudela, tras la muerte de su padre, Abulafia se marchó a Israel buscando a las diez tribus perdidas, porque entendía que su labor mesiánica solo la podría culminar tras conocerlas. Sin embargo, al no encontrarlas, se trasladó a vivir a Grecia, y después a Italia hasta regresar a España, en concreto a Barcelona en el año 1270, donde tuvo una experiencia mística tan grande que pensó que su misión estaba cumplida por fin, enseñando la doctrina y convirtiendo a cuantos encontraba a su paso. Conseguido este propósito, Abulafia regresó a Grecia y se dedicó a cultivar gran parte de su obra. Llegó incluso a conocer al Papa Nicolás III a quien intentó convertir al judaísmo. Este intento fue su final, pues se le persiguió por hereje y consiguió escapar porque el papa murió repentinamente y su causa quedó en el olvido. Lo que Abulafia predicada era que el Mesías estaba en el intelecto de cada persona, siguiendo parte de la filosofía aristotélica, y que la redención del alma solo se conseguía llevando una vida mística y espiritual. Fruto de esta experiencia fue su Libro de los signos, o de las Letras, que es el único ejemplo de libro profético escrito por él que ha sobrevivido, y posiblemente uno de los textos apocalípticos más interesantes escritos en hebreo. Aunque solo compuso un puñado de poemas, Abulafia estaba obsesionado con el complejo mecanismo del lenguaje, e insistía en la necesidad de la recuperación de los sentidos del texto a través de la numerología y del esoterismo. En sus poemas del Libro de los signos se manifiesta la lucha entre la facultad imaginativa (representada por la sangre) y la facultad visionaria (representada por la tinta). Y aunque los poemas de este libro carezcan de métrica y de rima, la cadencia a través de ellos es tan pronunciada, que, en opinión de Cole, recuerdan a Milton o a Blake tanto en el estilo como en la forma, es casi un poema épico en miniatura, algo único en toda la literatura hebrea. Abulafia, lógicamente, creó escuela. Su más ferviente discípulo Gikatilla nacido en Medinaceli, es conocido por sus interpretaciones del Cantar de los Cantares, por la haggadah, y por las teorías teosóficas de la Cábala basadas en la interpretación de las sefirots. Cole analiza el poema Ginat Enoz que quiera decir el “Jardín de las nueces”, y que constituye un claro ejemplo de los elementos místicos de la Torá. La palabra inicial GiNaT significa “jardín de” que es el acrónimo de Gematria (numerología) Notarikon (acrónimo de acróstico) y Temurah (permutación de las letras, como anagramas). La explicación de este acrónimo es que la manipulación esotérica de las letras es como un jardín en el que se puede encontrar el último alimento. Abulafia y los otros cabalistas, entendían que el conocimiento se situaba en la esfera secular, en el sentido de que todos los lenguajes ofrecían las distintas miradas del misterio de la existencia porque emergían del Intelecto Activo. Sin embargo, los lenguajes de las mujeres y los hombres al final contienen una reflexión del misterio de la mente divina y su acto de creación se realiza siempre a través del habla (Cole, 2012, p. xiv). Entendiendo que el místico y el hermeneuta descubren siempre en el lenguaje una cualidad de la dignidad, igual que el traductor y el poeta. Referencias bibliográficas ÁLVAREZ DE MORALES, Cristina (2015). “Harold Bloom: el último cabalista”. En Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura comparada, vol. 23, pp. 206-222. BARNATAN, Marcos Ricardo (1986). La Kábala. Una mística del lenguaje. Madrid: Akal. BENJAMIN, Walter (1989). “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”. En BENJAMIN, Walter Discursos Interrumpidos I. Buenos Aires: Taurus. BIBLIA DE JERUSALÉN, Génesis 11, 1-ss. Bilbao: Desclée De Brouwer. BLOOM, Harold (1975). Kabbalah and Criticism. New York: Seabury Press. COLE, Peter (2007). The Dream of the Poem: Hebrew Poetry from Muslim and Christian Spain, 950–1492. Princeton: Princeton U.P. COLE, Peter (2012). The Poetry of Kabbalah. Mystical Verse from the Jewish Tradition. New Haven: Yale U.P. COLE, Peter (2014). The Invention of Influence. New York: New Directions. ECO, Umberto (1995), La búsqueda de la lengua perfecta, Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. 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Autora de Aproximación a la teoría poética de Harold Bloom y Sobre Harold Bloom y sus teorías, además de incontables artículos, reseñas y capítulos sobre hermenéutica, crítica literaria y traducción. En la actualidad es miembro de la Asociación Española de Crítica Literaria (AECL) y miembro del Proyecto de Investigación I+D+i Actualidad de la Hermenéutica. Nuevas tendencias y autores (Código-41662 P). [E-mail: [email protected]] El ritmo de la apreciación estética como variación ordenada de los cambios en el Arte como experiencia de John Dewey Horacio Mercau* Resumen Las finalidades de las que Dewey nos habla a lo largo de toda su extensa obra pueden ser analizadas desde tres perspectivas: la primera es el término de una transacción o fines cualitativos; la segunda, el fin-en-perspectiva que es imaginativamente proyectado y deseado, y, tercero, la consumación de una experiencia controlada. La intensión de este trabajo es mostrar que para Dewey esta culminación debería ser una obra de arte que entra en la experiencia de aquellos que activamente la comparten y toman parte de la misma. Los fines-en-perspectiva marcan una manera crítica de hacer filosofía, los fines cualitativos se dan en toda transacción de la experiencia, y las consumaciones como obras de arte se desarrollan manifestando un ritmo o continuidad en la experiencia. Una continuidad o variación ordenada que no es otra cosa que una inteligencia que predice lo que será deseable e indeseable en posibilidades futuras y que ingeniosamente idea medios para alcanzar un bien imaginado. Para llevar adelante descripción nos abocaremos a un análisis concienzudo de la obra el Arte como experiencia en la cual sienta las bases para comprender que su noción de percepción aporta las vías a través de las cuales el espíritu y la naturaleza se compenetran a través del cuerpo y el comportamiento para producir nuestra increíble experiencia. Palabras clave: Apreciación – Experiencia – Ritmo Abstract The aims of which Dewey speaks to us throughout his extensive work can be analyzed from three perspectives: the first is the completion of a transaction or qualitative purposes; the second, the end-in-perspective that is imaginatively designed and desired, and thirdly, the consummation of a controlled experience. The intent of this paper is to show that for Dewey this culmination should be a work of art that comes into the experience of those who actively share and take part of it. The late-inperspective marks a critical way of doing philosophy, qualitative purposes are given in any transaction of experience, and completions as works of art manifesting develop a rhythm or continuity of experience. Orderly continuity or change that is nothing but an intelligence that predicts what is desirable and undesirable in future possibilities and means ingeniously idea to achieve a well imagined. To carry out Description we will focus on a thorough analysis of the work of art as experience which lays the foundation for understanding that his notion of perception provides the pathways through which the spirit and nature penetrate through the body and behavior to produce our amazing experience. Keywords: Appreciation – Experience – Ritmo El arte como una actividad distintiva culmina en una obra de arte. Una obra de arte no debe identificarse con un producto artístico. Él es físico y potencial, mientras que la obra de arte es activa y se experimenta. El producto artístico es una obra de arte sólo si se ve como la culminación de las transacciones del artista y sólo cuando entra en transacción activa con el observador. Una obra de arte es recreada cada vez que alguien la experimenta estéticamente. En consecuencia, una obra de arte sólo está completa cuando entra en la experiencia de aquellos que activamente la comparten y toman parte de ella. “A través del arte, el significado de los objetos que de otra manera está mudo, latente, reprimido, se clasifica y se concentra, no con el pensamiento elaborado trabajosamente sobre ellos, ni escapando a un mundo de meras sensaciones, sino por la creación de una nueva experiencia. Algunas veces la expansión y la intensificación se efectúan por medio de *…+ algún canto filosófico de la Verdad que halaga nuestra vida diaria” (Dewey, AE, pp. 149-150). El artista puede crear una experiencia nueva pero lo hace, naturalmente, a través de un medio concreto. Lo que el artista puede decir en el lenguaje del arte está limitado por el medio en el que trabaja. El genio artístico se revela en la capacidad para revestir cualidades sensibles de significado y valor. El material a partir del que se crea una obra de arte incluye los significados, los valores y las emociones extraídas de la experiencia pasada. “El material del que se compone una obra de arte pertenece al mundo común más bien que al yo, sin embargo, hay autoexpresión en el arte porque el yo asimila ese material, de un modo característico, para devolverlo al mundo público en una forma que constituye un objeto nuevo” (Dewey, AE, p. 121). Los significados y los valores imbuidos en una obra de arte son expresados más que enunciados. Esta distinción es importante porque aunque el arte tiene significado, confundimos la importancia de este significado si aplicamos al arte criterios aplicables a toda investigación científica. La ciencia enuncia significados y el arte los expresa. Esto no equivale a decir que el arte comunica sino que la comunicación es una consecuencia de una obra de arte. “Como los objetos de arte son expresivos, se hacen comunicativos. Yo no digo que la comunicación a otros sea la intención del artista, pero es una consecuencia de su obra –que en efecto vive solamente en comunicación cuando opera en la experiencia de otros- .” (Dewey, AE, p. 118). Las artes son modos de tener experiencias en los cuales a través del uso imaginativo de un medio, la viveza de la criatura viva es reavivada y a esta viveza se le da un orden vital a través de la forma. Las artes son modos de energía que funcionan como formas de comunicación. El arte comunica a través de la celebración de las cualidades de la experiencia. El arte comunica porque nos pone al alcance, en unidades claras, las cualidades de la experiencia que experimentamos de manera directa. La manera especial en la que el arte comunica tiene lugar a través de la operación de imaginación. El arte presenta una nueva experiencia. “*e+l artista trabaja para crear un público con el cual comunicarse. Al cabo, las obras de arte son el único medio de comunicación completa y sin estorbos, entre hombre y hombre, que hay en un mundo lleno de abismos y muros que limitan la comunidad de la experiencia” (Dewey, AE, p. 118). Como venimos diciendo, para Dewey la tarea principal de la filosofía tiene más que ver con el significado que con la verdad, aunque ésta sea de crucial importancia para la filosofía. El tipo de significado por el que se preocupa la filosofía es el significado tal como se expresa en una obra de arte. Una vez más aparece la imaginación para que el filósofo una los significados incompletos y valores que hereda y reconstruya en un todo más coherente y unificado a esos fragmentos desordenados. En consecuencia, los métodos de la filosofía deberían se científicos y la culminación de la filosofía como actividad debería ser una obra de arte que tiene el poder de enriquecer y vivificar todos los aspectos de la experiencia. “El hecho de que la ciencia tiende a mostrar que el hombre es una parte de la naturaleza, tiene un efecto favorable más que desfavorable para el arte, cuando su significado intrínseco se comprende y cuando su significado ya no se interpreta en contraste con las creencias que nos vienen del pasado. Porque cuanto más cerca se lleva al hombre del mundo físico, se hace más claro que sus impulsos e ideas son ejecutados por la naturaleza que está dentro de él. La humanidad en sus operaciones vitales ha obrado siempre sobre este principio. La ciencia da a esta acción un apoyo intelectual. El sentido de la relación entre la naturaleza y el hombre ha sido siempre de algún modo el espíritu que actúa en el arte” 7 (Dewey, AE, p. 383). En definitiva, “la ciencia es un instrumento del arte y para el arte porque es el factor de la inteligencia en el arte” (Dewey, EN, p. 300). Todas las actividades inteligentes de los hombres, lo mismo si se expresan en la ciencia, en el arte o en las relaciones sociales, tienen la tarea de convertir los lazos causales, las relaciones de sucesión de la naturaleza, en una conexión de medio-consecuencia, en significaciones. Y la terminación de esta tarea se da en el arte; “en el arte todo es común entre los medios y los fines” (Dewey, EN, p. 301). La experiencia tiene inteligencia, siendo ella “la suma total de impulsos, hábitos, emociones, registros y descubrimientos que predicen lo que será 7 El énfasis es mío deseable e indeseable en posibilidades futuras y que ingeniosamente idea medios para alcanzar un bien imaginado” (Dewey, MW, 10, p. 48). Dewey nos propone un giro que va de la relación de causa-efecto a la relación de medio-fin. “Entonces las consecuencias pertenecen íntegramente a las condiciones que pueden producirlas y estas últimas poseen un carácter que las distingue. La significación de las condiciones causales se transporta a la consecuencia misma, de tal suerte que esta última ya no es un simple fin, un último término de parada o que cierra. Queda destacada en la percepción, distinguida por la eficacia de las condiciones que han entrado en ella. Su valor de realización y consumación resulta mensurable por las subsiguientes realizaciones y frustraciones que contribuye en virtud de los medios causales que la componen” (Dewey, EN, p. 302). Morris Cohen ha criticado esta concepción de Dewey porque considera que le ha dado demasiada importancia a las consecuencias. Dewey responde a esta cuestión recurriendo al criterio de continuidad en el cual cada una de las partes tiene una función en el continuo. Dewey utiliza la expresión genético-funcional para describir lo que es el método propio de la filosofía, el cual está ligado a su concepción del continuo temporal o continuidad. “Acerca de las consecuencias y sus vinculaciones con el significado y la verificación, he insistido repetidas veces y en forma explícita en el hecho de que no se puede decir cuáles son las consecuencias si no se descubren sus antecedentes, de modo que estos últimos son necesarios y, sin embargo, subordinados en cuanto a la función” (Dewey, LW 14, p. 147). Dewey estaba buscando pruebas que permitirían salvar los reinos de lo científico y artístico mostrando que ambos dominios de pensamiento tienen esencialmente el problema común de la transformación de energía en ideas. Un biólogo teórico italiano, Eugenio Rignano en 1926, avanzada sobre una tesis respecto al desarrollo biológico y origen de la propiedades intelectuales y el "pensamiento afectivo", es decir, sobre cómo sentimientos humanos apoyan juicios. Eugenio Rignano sugiere que en lo "afectivo" se liberan energías en un proceso de pensamiento. Dewey refiriéndose a Rignano nos dice en “Affective Thought”8: “Recent advances in some fundamental generalizations regarding biological functions in general and those of the nervous system in particular have made possible a definite conception of continuous development from the lower functions to the higher. Interestingly enough, this breaking-down of fixed 8 Dewey, John (1926). “Affective Thought” en Journal of the Barnes Foundation 2, pp. 3-9. Reeditado en LW 2: 104-110. barriers between physiological operations and the far reaches of culture in science and art has also removed the underpinning from beneath the separation of science, art and practical activity from one another. There has long been vague talk about the unity of experience and mental life, to the effect that knowledge, feeling and volition are all manifestations of the same energies, etc.; but there has now been put in our hands the means by which this talk may be made definite and significant”9 (LW 2: 104-105) Pero asimismo, Dewey encontró argumentos de Rignano muy problemáticas. Aunque Rignano puede haber capturado la esencia de los ritmos biológicos subyacentes en todo creativo crecimiento y expresión estética, Dewey no estaba seguro si Riganano, quien destacó los aspectos recurrentes de los procesos de desarrollo, realmente había formulado una teoría que fuera capaz de explicar los orígenes de experiencias innovadoras. La percepción estética implica juicios acerca de la geometría de la percepción y el movimiento de los objetos en el espacio y el tiempo que involucran las relaciones complejas entre materia y energía. Los físicos Ernst Mach, Ludwig Boltzmann, y James Clerk Maxwell parecían mucho mejor equipados que Rignano y otros biólogos para resolver la paradoja de la recurrencia, ya que poseían las teorías matemáticas más capaces de ocuparse de este fenómeno. Ante ello, el objetivo de Dewey en el Arte como experiencia fue demostrar que la apreciación estética implica mucho más que sólo mirar pasivamente obras de arte. El experimentar arte requiere de una activa participación perceptual para descubrir las específicas técnicas de composición y forma artística que se utilizan y evocan una impresión general y sentir del trabajo. Dewey nos dijo que la experiencia consciente se concibe como una relación percibida entre el hacer y el padecer, y ella nos capacita para entender la conexión que el arte como producción y percepción, y la apreciación como goce, sostienen recíprocamente. Dewey quería establecer un riguroso estándar para la apreciación estética, exigiendo que el espectador emprenda la recreación de las técnicas y procesos perceptuales a través del cual se crea la obra. Este acto de recreación es: “Para recibir, un contemplador debe crear su propia experiencia. Y esta creación debe incluir relaciones comparables a las que sintió el creador” (Dewey, AE, p. 62). 9 "Los recientes avances en algunas generalizaciones fundamentales con respecto a las funciones biológicas en general y las del sistema nervioso, en particular, han hecho posible una concepción definida de desarrollo continuo de las funciones inferiores a las superiores. Curiosamente, esta ruptura de las barreras fijas entre las operaciones fisiológicas y los confines de la cultura en la ciencia y el arte también ha eliminado el apuntalamiento que sostenía la separación de la ciencia, el arte y la actividad práctica, unas de otras. Ha sido durante mucho tiempo vago hablar acerca de la unidad de la experiencia y de la vida mental, en el sentido de que el conocimiento, el sentimiento y la voluntad son todas manifestaciones de las mismas energías, etc., pero ahora se ha puesto en nuestras manos los medios por los cuales esta charla se puede presentar definida y significativa”. Dewey considera que este acto de recreación es esencial para el ejercicio del juicio estético y puede ser mejor comprendido volviendo a las raíces de su naturalismo y su fenomenología de la experiencia. Dewey estaba familiarizado con el trabajo del físico y experimentador Ernst Mach, de finales del siglo XIX, quien sostuvo que la percepción humana es única porque nuestra psico-física corporalidad nos hace muy sensibles a la gravedad y a las propiedades geométricas de los fenómenos naturales. Sostuvo que la simetría bilateral de la anatomía humana nos hace extremadamente sensibles a la gravedad, la dirección, la distancia, el movimiento, y la forma. La preferencia por líneas rectas, ángulos rectos y planos de simetría satisfacen la demanda a fin de lograr uniformidad psico-biológica de percepción de la profundidad, la economía de la visión, y la previsibilidad de las expectativas. En consecuencia, rara vez tenemos alguna dificultad en distinguir entre arriba y abajo, por delante y por detrás, derecha e izquierda. Tampoco tenemos con frecuencia impedimento en detectar movimiento o confundir la dirección en la que algo se mueve. También podemos distinguir entre diferentes formas, tamaños, lugares, colores, y la composición de las cosas. El análisis naturalista de Mach de las sensaciones sugirió a Dewey una manera de repudiar el argumento subjetivista de que las obras de arte poseen cualidades inefables, que sólo pueden ser disfrutadas aunque las razones (o significaciones) por las que nos afectan en la forma que lo hacen no pueden ser articuladas. “The habitual properties of lines cannot be got rid of even in an experiment that endeavors to isolate the experience of lines from everything else. The properties of objects that lines define and of movements they relate are too deeply embedded. These properties are resonances of a multitude of experiences in which, in our concern with objects, we are not even aware of lines as such. Different lines and different relations of lines have become subconsciously charged with all the values that result from what they have done in our experience in our every contact with the world about us. The expressiveness of lines and space relations in painting cannot be understood upon any other basis”10 (Dewey, LW 10, pp. 106-107). Si bien estos sesgos humanos perceptuales reflejan la singular anatomía neuronal y las características fisiológicas de los seres bípedos con visión estereoscópica, Dewey no cree que estos modos de ver sean invariables. Pueden ser alterados por la experiencia. Y es el arte el que refleja esencialmente la libertad perceptual de la experiencia humana 10 "Las propiedades habituales de las líneas no pueden ser deshechas incluso en un experimento que se esfuerza por aislar a la experiencia de las líneas de todo lo demás. Las propiedades de los objetos que definen las líneas y de los movimientos a los que relacionan están demasiado profundamente arraigados. Estas propiedades son las resonancias de una multitud de experiencias en las que, en nuestra preocupación con los objetos, ni siquiera somos conscientes de líneas como tales. Diferentes líneas y diferentes relaciones de líneas han llegado a ser inconscientemente cargadas con todos los valores que resultan de lo que han hecho en nuestra experiencia en cada uno de nuestros contactos con el mundo que nos rodea. La expresividad de las líneas y las relaciones espaciales en la pintura no puede entenderse de ninguna otra forma". como criaturas físicas que son capaces de seleccionar lo que ven y en relación a cómo lo sienten, y rechazar lo que es irrelevante y comprimir e intensificar lo que es significativo. Al hacerlo, los seres humanos somos capaces de controlar la proporcionalidad entre el campo de visión y el tamaño relativo, forma, peso, y el movimiento de los órganos con los que interactuamos dentro de ese ámbito. Nuestra experiencia de gravedad nos proporciona una base de comparación para juzgar cualidades del arte que admiramos, tales como la sensación de la ingravidez o intemporalidad que se expresa en grandes obras de arte. “Pueden ser descritos (acciones y reacciones) en la ciencia porque son reducidos a relaciones que difieren sólo matemáticamente, puesto que la ciencia se interesa en lo remoto e idéntico o en las cosas que se repiten como condiciones de la experiencia ordinaria y no con la condición de que la experiencia es por sí misma. Con todo, en la experiencia están infinitamente diversificados y no pueden ser descritos, mientras que en las obras de arte están expresados. Porque el arte es una selección de lo significativo que conlleva el rechazo, por el mismo impulso, de lo que es irrelevante. Por eso lo significativo se comprime e intensifica” (Dewey, AE, p. 234). Dewey insistió en que una teoría del arte sólo puede formularse si "[p]uede basarse solamente en la comprensión del papel central de la energía de su interacción, que constituye la oposición junto con la acumulación, la conservación, la suspensión, el intervalo y el movimiento cooperativo hacia el cumplimiento en una experiencia ordenada o rítmica” (Dewey, AE, p. 180). Una experiencia estética pone en marcha una "interacción de energías" que permite que la energía potencial acumulada involucrada en el proceso creativo pueda ser conservada en forma de una nueva percepción unificada. El intento de conceptualizar la percepción estética en términos de reciprocidad y juego de ritmos energéticos refleja el interés de Dewey en encontrar un lugar para la mente en la naturaleza y la experiencia. En este objetivo se incluían sus continuos esfuerzos para reconciliar la cada vez más divergentes perspectivas mecanicistas y probabilistas que los físicos han aprobado para explicar los fenómenos naturales. Una vez que se realiza esa estética y la ciencia se basa en las capacidades naturales del ser humano, puede verse que los dos ámbitos son esencialmente métodos alternativos de estudiar o caracterizar un mismo fenómeno subyacente. Esto no debe confundirse con un realismo epistemológico, reduccionismo materialistas, o relativismo. Dewey ha querido explicar que las perspectivas y posturas que adoptemos permiten representar, expresar, fenómenos similares y experiencias diferentes, porque nosotros continuamente descubrimos nuevas facetas que poseen características cognitivas, emocionales y /o de significación moral. Aunque Dewey nunca pesó en forma explícita respecto del debate entre los físicos acerca de la materia, la energía y la entropía, es evidente que Dewey toma de Maxwell elementos para dar cuenta de los fenómenos naturales. Además Dewey cree que estos mismos principios de la materia en movimiento pueden ser aplicados a la percepción humana. La percepción humana implica un reconfiguración dinámica y continúa de cómo nuestros cuerpos están situados en el espacio y el tiempo, de tal forma que la energía está siendo constantemente redistribuida para apoyar nuevas perspectivas, al tiempo que mantiene en la memoria la sensación de lo que fue vivido. Dewey considera que el principio de “variación ordenada” que Maxwell había propuesto para comprender los fenómenos moleculares, se evidenció en el estilo y técnicas de dibujo de Matisse. Matisse interpreta la ley de la pintura como una coordinación de ritmo controlado. Por otro lado, afirmó que “trabajaba sin una teoría” y que abrazaba la libertad fundamental y la indeterminación de la expresión estética. Matisse señaló que los colores y las líneas son fuerzas, y el secreto de la creación se encuentra en el juego y el equilibrio de las fuerzas. Dewey encontró en Matisse lo que realmente se experimenta en los fenómenos de percepción y creación estética a través de los ojos, ideas y gestos de un artista que trabaja. Matisse pone de manifiesto el vínculo fenomenal indisoluble entre la mente y la experiencia que se ha caracterizado tan brillantemente pero en abstracto por Dewey. En consecuencia, Matisse y Maxwell brindaron a Dewey las pruebas que trató de mantener en la lógica como teoría de la investigación y en la fenomenológica como conexión entre el arte y la ciencia. Sus influencias son innegables en Dewey. Ellas reflejan su concepción del ritmo, como "la variación ordenada de los cambios” (Dewey, AE, p. 174): “No hay ritmo de ninguna especie, por muy delicado y extensivo que sea, donde las variaciones de pulsación y descanso no ocurran. No obstante, estas variaciones de intensidad no agotan, en ningún ritmo complejo, la totalidad de la cuestión. Sirven para definir variaciones de número, de extensión, de velocidad y de diferencias intrínsecas cualitativas, como matiz, tono, etc. Es decir, las variaciones de intensidad son relativas al asunto directamente experimentado. Cada golpe al diferenciar una parte dentro del todo, se suma a la fuerza anterior, al mismo tiempo que crea una expectación que demanda algo que habrá de venir. No es una variación en un solo aspecto, sino una modulación de todo el penetrante sustratum cualitativo y unificador” (Dewey, AE, pp. 174-175). Dewey afirmaba que el proceso de la percepción estética encarna las etapas dialécticas en las que se oponen las energías que son equilibradas y ordenas: "resistencia, acumulación, compresión, conservación, ampliación, liberación y transformación" (Dewey, AE, p. 176). Según Dewey, el esfuerzo realizado para comprender y apreciar una obra de arte adquiere impulso a través de la resistencia. “La resistencia acumula energía; instituye la conservación hasta que la liberación y la expansión se siguen” (Dewey, AE, p. 175). Es como un oponerse energías que se acumulan y se comprimen hasta su liberación en la sensación, para que ocupe un espacio nuevo, cuyo volumen y contorno evoca un sentido totalmente diferente del tiempo y el movimiento de antes. “El dominio, es cierto, se demuestra cuando se nos somete a limitaciones, y un espacio literalmente infinito dentro del cual actuar significaría una dispersión completa, pero las limitaciones deben tener una relación definida con el poder; implican una elección cooperativa y no pueden ser impuestas. Las obras de arte expresan el espacio como oportunidad para el movimiento y la acción. Es una cuestión de proporciones sentidas cualitativamente. Una oda lírica puede tenerlo, y a una supuesta epopeya puede faltarle” (Dewey, AE, p. 236) La energía es conservada y transformada, Dewey explicó que "hay en el momento de la inversión un intervalo, una pausa, un descanso que define la interacción de las energías opuestas y las hace perceptibles. La pausa tiene un equilibrio o simetría de fuerzas antagónicas” (Dewey, AE, p. 175) Durante esta fase de inhibición, es cuando el juicio es retenido, la mente recoge los recursos de la memoria y selecciona aquellas imágenes, observaciones y experiencias con los que mejor captura el tono emocional provocado por la percepción. A través de este proceso recursivo de clarificación emocional, una "conservación acumulativa" de energía es liberada y nos impulsa hacia delante, a la consumación, preservando la energía potencial de la experiencia para responder a posibles contingencias futuras. “La recurrencia estética es la de las relaciones que se suman y conducen hacia delante. Las unidades materiales recurrentes como tales atraen la atención a sí mismas como partes aisladas y, por tanto, alejan del todo. En consecuencia, aminoran el efecto estético. Las relaciones recurrentes sirven para definir y delimitar las partes, dándoles una individualidad propia, pero también conectan; las entidades individuales a quienes señala el ritmo demandan, a causa de las relaciones, asociación e interacción con otras entidades. Así las partes sirven vitalmente en la construcción de un todo expandido” (Dewey, AE, pp. 187-188) Dewey reconoció en el Arte como experiencia que no hay ningún ritmo sin recursión. Lo hizo en un lenguaje que corre paralelo al de Maxwell. Dewey sugirió esto porque los procesos perceptuales son dinámicos, no redundantes. “*l+a recurrencia estética es vital, fisiológica, funcional. Más que los elementos, recurren las relaciones, y recurren en diferentes contextos y con diferentes consecuencias de manera que cada recurrencia es tan nueva como un recuerdo. Al satisfacer una expectación despertada, instituye también un nuevo anhelo, incita una curiosidad fresca, establece una propensión cambiante. La perfección de la integración de estos dos vectores, opuestos en la concepción abstracta, en un mismo medio, en vez de usar un ardid para despertar la energía y otro para hacerla descansar, da la medida de la maestría de la producción y la percepción. Una investigación científica bien conducida descubre al probar y prueba al explorar; lo hace en virtud de un método que combina ambas funciones” (Dewey, AE, p. 191) Visto de esta forma, los ritmos de la estética pueden entenderse como una dinámica relacional, como los procesos de transformación de la energía para lograr nuevas experiencias. Dewey nos dice que incluso las ecuaciones de los matemáticos evidencian que la variación se desea en medio del máximo de repetición, ya que expresan equivalencias y no identidades exactas. Dewey ofreció como prueba de esta afirmación una anécdota de Maxwell: “Se dice que Clerk-Maxwell introdujo una vez un símbolo a fin de hacer simétrica una ecuación física y que sólo más tarde los resultados experimentales dieron al símbolo su significado” (Dewey, AE, p. 224) Según Dewey el arte sintetizó este proceso de reconstrucción de los elementos cualitativos de una creación estética, tales como color, línea, forma, profundidad, y la simetría, y que existen potencialidades como algo abstracto. Estas cualidades estéticas adquieren su significado sólo después de que el artista emplea sus recuerdos, sentimientos o experiencias para expresar. Henri Matisse habilitó a Dewey a observar detenidamente cómo técnicas post-impresionista transforman el azar y las energías discordantes de cada trazo en una escena sobre lienzo que manifiesta un orden rítmico y variación. Al hacerlo, Dewey afirmó que no sólo la mente y el cuerpo se unen para medir la liberación de energía posible (es decir, a través de escala, la perspectiva, el equilibrio, y así sucesivamente), pero que la gama posible de la experiencia humana se extiende indefinidamente. Conclusión Para Dewey había oportunidades extraordinarias a finales del decenio de 1920 y comienzos de 1930 para vislumbrar cómo la percepción aporta las vías a través de las cuales el espíritu y la naturaleza se compenetran a través del cuerpo y el comportamiento para producir nuestra increíble experiencia y conocimiento del mundo. Durante este período hubo un cambio en las perspectivas estéticas y el mundo de la física teórica fue pasando por un período similar de conmoción y de reconstrucción. Su mecanismo de relojería con la previsibilidad del universo Newtoniano fue profundamente cuestionado por el mundo probabilista de moléculas de Maxwell y la teoría de la relatividad de Einstein, quien sugirió la posibilidad de una nueva teoría de unificación. Pero la mecánica de Einstein pronto amenazó el sueño de una teoría unificacionista. Jane Dewey trabajó con Niels Bohr y Werner Heisenberg durante el período en que los principios de la mecánica cuántica fueron formulados. Ante esto, John Dewey, observó detenidamente cómo los físicos interpretaron el fenómeno de la incertidumbre. A diferencia de Einstein, Dewey no considera que este hecho haya socavado la posibilidad de unificación. Dewey considera que la fundamental indeterminación de la materia que Heisenberg propuso, y que después impresionistas como Matisse expresaron a través de sus pinturas, apoya su suposición de que la mente y la naturaleza se integraron a través de la experiencia. Dewey afirmaba que las fenomenales propiedades de la materia y la energía pueden ser conocidas experimentalmente, aunque su exacta posición física en el espacio es indeterminada y pasa por un proceso continuo de los desplazamientos y la transformación con el tiempo. Dewey cree que el mundo real en que vivimos, el mundo que se extiende continuamente en el espacio y el tiempo, y que nos permite poseer un sentido de su identidad, alberga muchos otros mundos posibles de la experiencia humana, cuya realización depende, en parte, de la inventiva de nuestras mentes y de la eficacia de nuestras conciencias. Considerar a Dewey como filósofo naturalista nos permite evaluar y poner su contribución en perspectiva contemporánea. A diferencia de las críticas formuladas contra el pragmatismo de Dewey durante su apogeo, las estrategias retóricas montadas por algunos intérpretes contemporáneos respaldan, en lugar de condenar, las implicaciones culturales del pragmatismo, incluso su base científica. Esto ha contribuido a la negligencia de la relación entre lógica y la ciencia que Dewey considera fundamental para la relación entre la mente y la investigación. Afortunadamente, se han producido últimamente esfuerzos por reinstaurar el intento de Dewey de naturalizar a la ciencia y a la tecnología mediante la demostración de que la inclinación a forjar instrumentos filosóficos como instrumentos de investigación se basa en la evolución humana y la demanda para hacer un pensamiento productivo. Este es un hecho alentador que permite recuperar los capítulos perdidos del naturalismo de Dewey, su filosofía de la mente, y su teoría de investigación y así reconstruir una comprensión más integrada de su obra en su conjunto. Dewey llevó su filosofía hacia el arte naturalista, tratando de explicar allí los orígenes de la mente y de la percepción. En consecuencia, intentó demostrar que el crecimiento del cerebro y el comportamiento no están predeterminados, sino que interactúan mutuamente y se desarrollan a través de la experiencia. Sus estudios indican que la capacidad del gesto, de caminar, de hablar, de recordar y de anticipar el futuro no supone una excelente narración de discursivos. En su lugar estas habilidades implican superar las limitaciones de la gravedad, expresar con precisión las necesidades, el desarrollo de la capacidad de atención conjunta, comunicar de manera eficaz e interpretar las intenciones, y anticiparse a las acciones y necesidades de los demás. Estos descubrimientos allanaron el camino para el resurgimiento de investigación neurocientífica en el desarrollo cognitivo, y que ha revolucionado nuestro entendimiento de las extraordinarias capacidades de los niños a aprender de la experiencia. Los recientes avances en neurociencia apoyan a la creencia de Dewey de que la mente, el cerebro y el comportamiento se integran a través de la experiencia. Por esta razón, la posibilidad de restablecer el naturalismo de Dewey al lugar que le corresponde en el centro de las preocupaciones del pragmatismo se ve mejor que nunca. La revolución en la neurociencia, el estudio de la mente y la conciencia es su reincorporación en la filosofía, como las que se encuentran en las ciencias cognitivas, manifiesta la importancia de la experiencia en el desarrollo del cerebro y el comportamiento. Referencias Bibliográficas DEWEY, John; Boydston, Jo Ann (ed.). The collected works, 1882-1953. Carbondale: Southern Illinois University Press. The Collected Works of John Dewey 1882-1953, comprende tres partes: The Early Works of John Dewey, 1882-1898: 5 vols, 1969-1972. (En siglas, EW) The Middle Works of John Dewey, 1899-1924: 15 vols, 1976-1983. (En siglas, MW) Later Works of John Dewey, 1925-1953: 17 vols, 1981-1991. (En siglas, LW) Para el presente trabajo se ha consultado: Edición Electrónica The Collected Works of John Dewey 1882-1953 en CD-ROM, publicado por Intelex in its Past Masters Collection. DEWEY, John (1948). La experiencia y la naturaleza (Traducción de José Gaos). México, Fondo de Cultura Económica. (En siglas EN). ----------------- (2008). El arte como experiencia (Traducción y prólogo de Jordi Claramonte) Barcelona: Paidós. (En siglas AE). *** * Horacio Mercau: Doctor en Filosofía. Docente e investigador. Universidad Nacional de La Plata. [E-mail: [email protected]]. El sujeto salugénico. Un aporte desde el cuidado de sí y la salud mental positiva Muriel Ojeda*, Aldo Enrici** y Marcela Triviño*** Resumen Existen diversos conceptos de la noción de subjetividad para reflexionar sobre el hombre como sujeto. El hombre es el único que busca su propia adaptación. Esto nos permitiría afirmar que el cuidado nace con el hombre para su supervivencia en el medio social y cultural en el que se desarrolla y crece. El cuidado y en particular el cuidado enfermero es la esencia que representa el rol de la profesión de enfermería en la sociedad. Dicho rol en la actualidad enfrenta el desafío de cuidar a un sujeto con sus subjetividades. Palabras clave: subjetividad – cuidados enfermeros – cuidado de sí – salud positiva Abstract There are different concepts of the notion of subjectivity to reflect on the man as subject. Man is the only one Man is the only one seeking his own adaptation. This would allow us to state that care born with man for survival in the social and cultural environment in which it develops and grows. Particular care and nursing care is the essence that represents the role of the nursing profession in society today. That role now faces the challenge of caring for an individual with their subjectivities. Key words: subjectivity – nursing care – care of the self – positive health “El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento” Michael Foucault Introducción El presente trabajo constituye un primer paso dentro de un proceso que se ampliará en el trascurso de nuevas producciones que conciernen a los diversos conceptos que se relacionan con la salud desde la visión positiva. Desde su inicio la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha incluido la dimensión del bienestar en su definición de salud, señalando que ésta es un “estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad o dolencia” (OMS, 2006, p. 1). La perspectiva positiva, en especial de la salud mental, es la base del bienestar de la salud, y el funcionamiento efectivo del individuo y de la comunidad. En este sentido se trabajó sobre una dimensión que busca profundizar el entendimiento del sujeto en su mundo social. Se trata de la noción de subjetividad, para reflexionar sobre el hombre como sujeto. Siguiendo la propuesta de Pichon-Rivière “el sujeto no es solo un sujeto relacionado, es un sujeto producido. No hay nada en él que no sea la resultante de la interacción entre individuos, grupos y clases” (Zito Lema, 1976, p. 107). Esto llevaría a considerar y comprender que no hay nada en el sujeto que no implique la presencia del otro social, culturizado. Por lo tanto, la subjetividad constituye una dimensión interaccional simbólica. El hombre es el único que busca su propia adaptación; esto nos permitiría afirmar que, el cuidado nace con el hombre para su supervivencia en el medio social, cultural en el que se desarrolla y crece. El cuidado y en particular el cuidado enfermero es la esencia que representa el rol de la profesión de enfermería en la sociedad. Dicho rol, en la actualidad enfrenta el desafío de cuidar a un sujeto con sus subjetividades. Esta tarea consistirá en descubrir desde el rol del cuidado enfermero, que no nos encontramos frente a un hombre aislado, sino frente a un sujeto actor de su propio autocuidado. Al profundizar sobre los diversos conceptos y contribuciones que nos brindan teóricos que han trabajado sobre los conceptos de cuidar, cuidado y el cuidado de sí, la producción de este trabajo ubica como objetivos: aportar a la gestación de trabajos sobre salud mental positiva y cuidados enfermeros, brindar diversas concepciones sobre la noción de subjetividad, y por último, reflexionar sobre el cuidado enfermero y el cuidado de sí, relacionado a la salud como una construcción positiva. Encuadre teórico-metodológico. La construcción del texto estará desarrollada en tres apartados. El primer aporte es de carácter conceptual y teórico. Entendemos lo importante que resulta comprender de manera cabal los conceptos de subjetividad en el trabajo, para poder relacionarlo con el cuidado enfermero base medular de la profesión. La segunda parte ofrecerá las herramientas conceptuales para la planificación sobre cuidado enfermeros en la sociedad. Tales aportes surgen del análisis de autores que han trabajado sobre cuidado a lo largo de la historia. La tercera parte completa la presentación en una reflexión sobre el cuidado de sí, partiendo desde la propuesta griega clásica de cuidado. Para ello se han incluido aportes de diversos autores y recursos de Internet que ayudaron a la propuesta. Importa señalar que el enfoque apunta a la sensibilización en la construcción del cuidado, desde una posición positiva para el hombre y su entorno. Pensar en la subjetividad La compresión adecuada de la noción de subjetividad es de vital importancia. La bibliografía muestra que se utiliza ampliamente la expresión en diversos contextos de la vida cotidiana. El concepto suscita dificultades particulares a la hora de trabajarlo debido a sus diversas interpretaciones. En este caso el enfoque estará vinculado al cuidado enfermero desde una visión positiva. Para ello consideramos de importancia comenzar por presentar la raíz etimológica que tiene la noción de subjetividad. Según el Diccionario de Filosofía por Ferrater Mora (1950), la palabra se origina del latín subiectivus, y se refiere a lo que pertenece al sujeto, a una cierta manera de sentir y pensar que le es propia, y estableciendo una oposición a lo externo del mismo. La subjetividad es una categoría opuesta a la objetividad. La primera se sustenta en la opinión e intereses propios del sujeto. Se refiere al modo de pensar y sentir de cada sujeto. La segunda categoría trata los conceptos como si fuesen cosas. Desde el punto de vista del proceso de salud, enfermedad, cuidado, tomaremos al médico psiquiatra y profesor Emiliano Galende (2004, p. 26) que define el concepto de subjetividad como “un sistema de representaciones, un dispositivo de producción de significaciones y sentidos para la vida, de valores éticos y morales gobernados por el deseo inconsciente y los ideales del Yo, que determinan en su conjunto los comportamientos prácticos del individuo”. En tal sentido el cuidado enfermero, deberá trabajar sobre aquellas representaciones individuales de cada sujeto, ayudar a comprender el significado de su problema de salud, y plantearse como objetivo el aprendizaje de su actual experiencia. Respecto al proceso de individualización psíquica, el mismo autor señala que consiste básicamente en “un largo pasaje, ciertos universales de especie y cultura, a través de la mediación que introducen las formas de crianza, hasta la singularización, que se produce cuando estos elementos de la historia son apropiados por el propio devenir del individuo” (Galende, 2004, pp. 45-46). Galende, nos invita a reflexionar sobre nuestro hacer cotidiano y nos indica que “reducir lo humano a un cuerpo o a un cerebro sin subjetividad es la nueva presentación del positivismo”. (Galende, 2012, p. 27). Tal como lo plantea el autor, tomando como experiencia un día de cuidados enfermeros, no debemos olvidar que en general los seres humanos se atan a la vida, pero a veces transgreden este límite al punto de sacrificar su vida biológica por un ideal, rompen las reglas de la sociedad, con el solo hecho de mostrar su autonomía y libertad. Siguiendo el concepto de sujeto propuesto por Pichon-Rivière, se desprende que la subjetividad es al mismo tiempo singular y emergente de las tramas vinculares que lo trascienden y con las que guarda una relación de productor y producido (Zito Lema, 1976) Se entiende que el ser humano va creando a lo largo de la vida sus propios lazos sociales, en la necesidad de construir su propia identificación consigo mismo, y con el otro con el cual se identifica. Esto ocurre en una praxis cotidiana en la cual el aprendizaje configura lo que Pichon-Rivière denomina Esquema Conceptual Referencial Operativo (ECRO), que implica la estructuración de una forma o tipo de pensar, y un aprender a pensar desde un modelo conceptual en particular que nos permite elaborar y abordar los procesos, lo mismo que ordenarlos e interpretarlos. El ECRO es referenciado como un conjunto organizado de conceptos, que se refiere a una parte de la realidad que nos permite apropiarnos de ella como totalidad y particularmente del objeto de conocimiento. A partir de aquí se desprende que la subjetividad puede estar dada por tres elementos: Sentir – Pensar – Actuar. Cada persona va recogiendo el conocimiento de su tiempo; y a partir de su propia práctica lo reelabora lo vuelve a ordenar y así va evolucionando, a partir del interjuego dialéctico del presente y la historia. También aparece en esta exposición la dimensión de “aparato para pensar la realidad” que nos permite percibir, distinguir, sentir, organizar y operar en la realidad, que admite relacionarse con el mundo, transformarlo y/o apropiarlo, que denomina la subjetividad activa. (Spinatelli, 2007). Con este transfondo en la mente, no deberíamos sorprendernos al descubrir las diversas actuaciones, prácticas y procesos que cada individuo tiene frente a la vida, en especial cuando queremos comprender al hombre en el proceso salud, enfermedad, cuidado, como sujeto individual, social, cultural e histórico. Del mismo modo, pensamos que los procesos de construcción de cuidados para la salud están vinculados con el trabajo y las instituciones. Zangaro (2011), señala que el trabajo comienza a ser considerado como un factor definitorio de la subjetividad. Esta autora toma la propuesta foucaultiana que da cuenta de una construcción histórica de la subjetividad, a partir del concepto “modo de subjetivación”. Definidos los modos de subjetivación como prácticas históricas de construcción del sujeto que operan un doble juego de objetivación-subjetivación. Este doble juego es el resultado de las relaciones que se establecen entre los modos de pensar y de obrar de cada época histórica. Esto es, la subjetivación es posible en tanto el sujeto se objetiva en (se pone como) objeto de relaciones de saber y de poder de distinto tipo, ambas íntimamente vinculadas. También expone la noción de objetivación, que lleva el sujeto a analizarse y conducirse de cierta manera y que establece un modo ser. Foucault (1978) puntualiza tres modos de objetivación que transforman a los seres humanos en sujetos: las epistemes, los dispositivos de poder y las prácticas de gobierno: a) Las epistemes, conjunto de configuraciones que han dado lugar a las diversas formas del conocimiento. Saberes que aspiran a la categoría de ciencia, forman juegos de verdad que tienen al sujeto como objeto de conocimiento. b) Los dispositivos del poder, son las prácticas por las que los individuos ejercen relaciones de poder sobre otros. c) Las prácticas de gobierno, es que lleva al sujeto analizarse y conducirse de cierta manera y que establece un modo de ser. Este analizarse y comportarse que constituyen las prácticas de gobierno de sí, el contenido de las tecnologías del yo, permite que el sujeto adquiera un modo de ser, un ethos. Según la mirada foulcaultina, comprender la subjetividad es comprender el movimiento por el que lo seres humanos se objetivan, es decir se constituyen en objetos de una teoría o una práctica para los otros y para sí y, a partir de este movimiento, se subjetivan (Zangaro, 2011, pp 163-167). En consecuencia con lo anterior, a medida que hemos podido realizar un breve recorrido por la noción de subjetividad, nos permite acercarnos a la comprensión del hombre, como un sujeto que tiende a realizar sus propias prácticas que aplican sobre sí mismo con el fin de fijarse conductas, hacia la promoción del cuidado. A partir de lo trabajado, podemos exponer que el concepto de subjetividad de alguno modo identifica, nos ayuda a comprender a un sujeto que se construye, que está en constante movimiento, que sufrir modificaciones, pero a su vez es el mismo sujeto que busca su lugar en el mundo. El acto del Cuidado y el Cuidado Enfermero El ser humano vivirá en una permanente deconstrucción y construcción de los espacios territoriales. El cuidado es una dimensión de percepción de la vida y de si mismo. En el ciclo biológico en que nos desarrollamos, cuidar, cuidarnos y que nos cuiden es un desafío permanente. El cuidado en la vida cotidiana del hombre, entendemos que se construye siempre en relación del otro, es una necesidad que invita a la acción por la producción de propia salud. Poder prever, prevenir y controlar los riesgos, serían los desafíos de supervivencia de la especie, consideramos que el cuidado no es una opción, no está como elección y los seres humanos debemos aprender a cuidarnos o buscar las vías para logarlo. Tomando a Boff (2002), saber cuidar se constituye en un aprendizaje fundamental dentro de los desafíos de supervivencia de la especie porque el cuidado no es una opción: los seres humanos aprendemos a cuidar o perecemos. Desde una visión más profunda Arenas (2005) afirma que el cuidado es el permanente compañero del hombre en dos sentido: el ser humano nunca dejara de amar y desvelarse por alguien. Ni dejara de preocuparse e inquietarse por la persona amada. De lo contrario no se sentiría envuelto en el cuidado y mostraría negligencia por su vida y su destino. El límite revelaría indiferencia equivalente a la muerte del amor y del cuidado. Nos atreveríamos afirmar que el cuidado constituye una categoría central para nuestras civilizaciones. Debería funcionar como la prevención de daño futuros y la regeneración de daños obtenidos. Queda expuesto que el cuidado es una dimensión que no solo se ve reflejada en una formación profesional. Feito Grande (2005) plantea que el cuidado puede ser representado como actividad cotidiana, el cuidado como tarea profesional (como bien interno que especifica una profesión), el cuidado como actitud y el cuidado como compromiso moral y responsabilidad ética con la vulnerabilidad: a) El cuidado como actividad, comprende toda acción humano que contribuye a la ayuda y solicitud ante la necesidad del otro. Por tanto, tiene que ver con la colaboración, inicialmente desinteresada para lograr el bienestar de otra persona. b) El cuidado como actitud, abre paso al cuidado como responsabilidad por las personas y por el mundo. Guarda así relación con la preocupación por la humanidad o con el medio ambiente, como claves de un cierto modo de estar en el mundo, que no es ciego ni sordo a la realidad. c) El cuidado como compromiso moral apunta al proceso de cambio que posibilita la toma de conciencia con la realidad. Es la toma de conciencia de la fragilidad del mundo nos obliga a la atención solidaria. Podría decir que este compromiso moral del cuidado se sitúa entre lo justo y lo bueno, como forma de hacer justicia. d) El cuidado como tarea profesional, expone la autora que adquiere una dimensión normativa y estipulada. Establece un compromiso a quienes lo ejercitan de modo oficial. Esta fundada en normas, estándares, leyes, en que el cuidado adquiere un patrón de eficiencia o idoneidad. Es un bien interno que lo legítima, algo como propio de una profesión, y es lo que se brindaría sentido y validez social. Para contextualizar más profundamente el cuidado como actividad profesional, nos remitimos a la primera enfermera destacada en la historia de la profesión, Florence Nightingale. Se refiere al rol de la enfermera como “la responsable de velar por la salud de los otros” (Amaro Cano, 2004). Esta propuesta profunda y de responsabilidad representa un reto en este siglo que estamos recorriendo. La modernidad, la tecnología, las nuevas formas de comunicarnos, nos motivan para deliberar sobre el rol más importante que tiene el cuidado profesional de enfermería: un cuidado sistémico, armónico, holístico, mirando a un sujeto en su totalidad. Su teoría sobre cinco elementos esenciales de un entorno saludable (aire puro, agua potable, eliminación de aguas residuales, higiene y luz), siguen vigentes. La profesión de enfermería no solo se ocupa del hombre en su medio como plantea Nightingale, sino que la responsabilidad es mucho más profunda y extensa. Siempre en torno a un pensamiento de cuidado del hombre. La investigación y la educación, son otros de los pilares inherentes a la profesión. Respecto a la toma de decisiones clínicas, el proceso enfermero es la herramienta que nos permite pensar y actuar y discernir las acciones de cuidado. Es un modelo que nos permite realizar acciones organizadas, sistemáticas de los problemas clínicos de los sujetos en cualquier ámbito de asistencia de la salud. El proceso de atención de enfermería (PAE) se constituye en cinco fases: evaluación, recogida de datos, diagnósticos enfermeros, planificación de cuidados e implementación y por último la evaluación. Cabe mencionar que estas fases son interactivas, cada una influye en la otra, en forma simultánea en la ejecución de cuidado. Otras de las características del cuidado profesional es la ética. Según Feito Grande, se distinguen dos extensiones: la ética de los cuidados y la ética del cuidado. La ética de los cuidados elabora un análisis del cuidar como actividad profesional indicando las bases de la dimensión moral de la actividad del cuidado. La ética del cuidado, se situaría en un ámbito diferente, una labor filosófica de búsqueda de los conocimientos de una posición, un trabajo de argumentación razonada sobre los sustentos de una cierta ética, (Feito Grande, 2005). En esencia el cuidado enfermero, es gobernar nuestra conducta y dirigir las acciones frente al hombre. La autonomía, la beneficencia, no maleficencia, la veracidad y fidelidad son los verdaderos conductores éticos de la producción del cuidado. Queda claro, que los seres humanos ante el cuidado enfermero no pueden convertirse en objetos, no pueden ser mirados y tratados aisladamente en su problema de salud. No se puede mirar solo la herida, la inflamación, el dolor, o propiciarle el tratamiento adecuado. Nuestros cuidados deben ir más allá, deberá apuntar a la integralidad del hombre. Jean Watson (1992, p. 14) en su teoría transpersonal del cuidado humano, manifiesta que “el cuidado sólo puede ser demostrado y practicado efectivamente en una relación interpersonal”. Entre algunas de las características de su teoría, rescatamos lo que ella propone dentro del cuidado transpersonal: El compromiso moral de la enfermera a proteger y realzar la dignidad humana así como el más profundo/más alto Yo; y el conocimiento del cuidado de la enfermera transmitido para conservar y honrar el espíritu incorporado. Por lo tanto se trata de no reducir a la persona al estado moral de un objeto. (Watson 1992.). El cuidado enfermero indefectiblemente se da en una relación de dos seres humanos. Emerge aquí, la preocupación del que cuida y del que es cuidado, en una búsqueda mutua de significado e integridad. Esta interacción les permita desarrollar diversas experiencias únicas para cada sujeto, como hechos que los constituyen y acompañan durante toda la vida. Este accionar enfermero en su praxis cotidiana puede conducirlos a experiencias gratificantes o no placenteras. Una misma experiencia vivida por sujetos diferentes adquiere valores únicos en cada uno. La carga emocional adjudicada es dada por quién la vive y sólo es comprendida por él o ella. Hasta aquí, solo ha sido un acercamiento al significado del cuidado enfermero. En nuestros tiempos históricos actuales necesitamos de una fuerte reconsideración hacia la humanización de la salud. Apoyar, acompañar a los individuos y comunidades, debería ser otros de los objetivos esenciales de los cuidados enfermeros, con un fin esencial la producción del cuidado. El cuidado de sí para una salud salugénica. Finalizando con este trabajo, no queríamos dejar de lado una visión más sensible del cuidado denominado el cuidado de sí. Para ello partiremos por los aportes realizado desde la cultura griega. El auge de corrientes filosóficas como el estoicismo. Doctrina Filosófica de Zenón de Citio. Filósofo que fundó su escuela en Atenas hacia el 300 antes de nuestra era, en la “Stoa Poikile” o “pórtico pintado” y que fue conocida en su tiempo como la “Escuela del Pórtico” de donde deriva el término estoicismo. La ética estoica, propone vivir conforme a la naturaleza racional del ser humano. Toma al cultivo de sí basándose en el siguiente principio: hay que cuidarse y repastarse a sí mismo, en tanto al intensificar la relación con uno mismo, se constituye sujeto de sus actos. (Foucault, 1987; Uribe, 1999) Los griegos, no solo hacían referencia al cuidado del cuerpo, sino también del alma. Respecto al cuidado del cuerpo incluían los regímenes de salud, los ejercicios físicos sin exceso y la satisfacción mesurada de las necesidades. Además incluía meditaciones, las lecturas, las notas que se tomaban de los libros o de las conversiones escuchadas y la reflexión de las verdades que se sabían pero que habían que apropiarse aún mejor de ellas. Este enfoque, plantea que la necesidad que el profesional de enfermería, no solo debe prepararse en bases científicas de la profesión. Sino que su primer paso la responsabilidad de preparar su cuerpo y su alma, para prestar ayuda al ser humano. El cuidado de sí para Foucault Michael (2001) lo plantea de la siguiente manera: por un lado propone la noción de conócete a ti mismo o gnothi seauton. Ocuparse de sí mismo significaría poder ejercer, como es debido, razonable y virtuosamente el poder al cual uno está destinado y el conocimiento de inquietud por sí mismo o epimeleia heautou. Esta proposición sería una actitud con respecto a sí mismo, con respecto a los otros, con respecto al mundo. (Foucault, 2001). De tal modo, el accionar del enfermero en relación al cuidado, estará atravesado por las actividades, intervenciones, que cada uno ejerza a sí mismo. Para introducirnos al enfoque de la salud desde una visión positiva o salugénica y su relación con el cuidado de sí, retomamos el enfoque que la OMS propuso en 1986 en la primera reunión que realizó en Ottawa sobre la promoción de la salud en su declaración final: “La salud es un recurso de la vida cotidiana, no el objetivo de la vida. Es un concepto positivo que subraya los recursos sociales y personales así como las capacidades físicas” (OMS, 1986). Tiene que ver con las capacidades y los recursos que cada uno desarrolla, para resistir las adversidades y crear las condiciones de disfrute de la vida. Esta centrado en los componentes que promuevan la salud. Los planteamientos más recientes sobre la salud mental positiva son los de Seligman (2002) cuya meta es lograr una vida plena. Lo primero que plantea es la vida placentera (pleasat life), es decir conseguir la felicidad. Se supone que los individuos felices tienen mejores apreciaciones de sí mismos, un mejor dominio del entorno y mejores habilidades sociales. El placer se deriva con el compromiso de la tarea afectiva y con la capacidad de experimentar Flow, estado de completo bienestar, en el cual el tiempo deja de ser un problema. Por último para lograr un estado salugénico, es buscar el sentido de la vida. Aplicar la fortaleza personales para ayudar a los demás y hacer que estos puedan desarrollar sus potencialidades (Seligman, 2002). En suma, podríamos afirmar que promover el autocuidado podría ser una estrategia necesaria para la búsqueda del bienestar integral en la vida cotidiana y lograr así el desarrollo humano. Por tanto, el autocuidado debería ser una práctica que involucre guías de crecimientos para que todas las personas logren un crecimiento y desarrollo armónico. Conclusión Este trabajo nos planteo la tarea de poder entrelazar tres dimensiones, cuyo protagonista central ha sido el sujeto. Podemos concluir expresando que los cuidados enfermeros están centralizados en la integralidad del ser humano. No sólo, se cuida al sujeto en situación de enfermedad sino que brinda herramientas para la producción del cuidado. Merhy afirma que para “los que trabajamos en el campo de la salud, el objeto no debería ser la cura o la promoción y protección de la salud, sino la producción del cuidado, por medio del cual, se cree que se podrá alcanzar la cura y la salud”. (Merhy, 2006, p. 80). Por otro lado, al realizar una revisión sobre el cuidado de sí, nos ha permitido dar cuenta que el primer paso hacia este fin, es el propio autocuidado. Finalmente, este trabajo nos ha permitido observar que cuidar, cuidarse y que te cuiden, es una necesidad que nace con la concepción del sujeto. 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Enrici Doctor en Filosofía, Profesor Titular en la Universidad Nacional de la Patagonia Austral. Categoría I de Investigador CONICET. [E-mail: [email protected]]. *** Marcela A. Triviño: Enfermera Universitaria, Docente ad honorem Universidad Nacional de la Patagonia, Cátedra Didáctica y Enseñanza en Enfermería. [E-mail: [email protected]]. El amor magisterial maternal: Elogio del amor en el Jardín Maternal como institución educativa-afectiva Daniela B. Ciancia* Resumen Una de las posibles formas del discurso que tiene como objetivo enaltecer las virtudes de algo o alguien es el elogio, por lo que en el presente texto se propone elogiar el amor en la Educación Maternal. Se desarrollará una Hermenéutica del Amor en la Educación de la Primera Infancia, a partir del concepto de amor de Alain Badiou, en articulación con el concepto de afecto magisterial de Ana Abramowski, para luego trasladarnos al proceso de afectivización en la historia de las Instituciones de la primera infancia, en nuestro país, hasta desembocar en el Jardín Maternal como institución educativa-afectiva, en relación al amor magisterial en este ámbito educativo, proponiendo el concepto de amor magisterial maternal. Palabras clave: Amor magisterial - Educación Inicial – Jardín Maternal– Formación docente Del amor badiouano al amor magisterial abramowskiano De los múltiples autores que han reflexionado en torno al amor, en diferentes lugares y culturas, en distintos momentos históricos y desde las más diversas disciplinas, considero pertinente retomar, desde la filosofía entendida como amor a la sabiduría, lo planteado en la obra del filósofo francés Alain Badiou, titulada Elogio del amor (2011), fruto de una conversación pública entablada en 2008 en el marco del Festival de Teatro de Avignon, junto al también filósofo Nicolas Truong. El amor, como condición de posibilidad de la filosofía, emerge en este diálogo casualmente -o no- en el país del amor, Francia, donde Badiou lo define como “una escena de lo Dos”(Badiou y Truong, 2011, p. 10), ya que uno de sus elementos es la diferencia o disyunción11, ya sea entre Dos personas, figuras o posiciones diferentes, que conforman un Dos; mientras que el segundo elemento está dado por la contingencia, por el encuentro azaroso de esta dualidad, como un acontecimiento, y a la vez, como una construcción. Es posible hablar de un proceso en el cual se va construyendo el amor, un proceso de construcción amorosa que comienza con el acontecimiento del encuentro de dos diferencias que estando separadas, se encuentran, y donde es la declaración de amor la que marca el acontecimiento del encuentro, señalando el compromiso en el tiempo. El amor badiouano es comprometido en tanto es declarado. Esta es su concepción del amor, la Escena de lo Dos, la cual se encuentra amenazada en el contexto actual, por lo que requiere de una defensa, y esto es lo que se proponen Badiou y Truong en el devenir de las sucesivas palabras, como tarea de reflexión filosófica compartida. Esta experiencia del amor se va construyendo de a dos, es una cuestión de a Dos, que tiene una duración, debe perdurar, y es necesario trabajar para que se dé dicha duración. El amor verdadero es una construcción que se caracteriza por ser esencialmente duradera. El amor duradero es victorioso, en el sentido que venciendo los múltiples obstáculos que aparezcan en el camino podrá seguir adelante. También afirma que “el amor es una obstinada aventura” (Badiou y Truong, 2011, p. 11), en el sentido de que el proceso amoroso, como camino en construcción, implica una aventura, sorpresas. Se trata de la aventura del amor, con momentos de felicidad, de bonanza, y épocas de tragedia o de drama. Estas son las caras del amor. El amor verdadero, el duradero, el victorioso, el triunfador, es fruto del trabajo cotidiano. El amor no es mágico, no es un milagro, sino que es trabajo, y es este trabajo del amor el que lleva a la felicidad, al amor feliz, a la felicidad amorosa. Este amor verdadero duradero, planteado desde una visión optimista y esperanzadora, se contrapone claramente a una visión más pesimista, que es la del amor líquido (Bauman, 2005), que se caracteriza por ser descomprometido, fugaz, inestable, superficial, frágil. Para Badiou, el amor es vida, es “una reinvención de la vida. Y reinventar el amor es reinventar esta reinvención” (Badiou y Truong, 2011, p. 11). El amor badiouano es 11 En contraposición al elemento de la fusión, propio de la concepción romántica del amor como lo Uno. sólido: nace, se construye, crece y se desarrolla a partir de un basamento sólido dado por la fuerza vital del compromiso. Pasando al amor abramowskiano, en cuanto al vínculo ideal que debería existir entre la educación y la afectividad, más específicamente entre la docencia y los afectos, la pedagoga argentina Ana Abramowski, en su obra Maneras de querer(2010) lo denomina afecto magisterial, definiéndolo como “la especificidad del afecto que los docentes sienten por sus alumnos” (Abramowski, 2010, p. 23). Se trata de una afectividad particular y específica, la afectividad docente, y hace referencia a un proceso más amplio que se relaciona con la afectivización de las prácticas escolares cotidianas, la cual es históricamente situada, ya que “las prácticas afectivas docentes dependen o están configuradas por los discursos afectivos hegemónicos de la época” (Abramowski, 2010, p. 25). Los afectos magisteriales son construidos, situados históricamente y aprendidos. Las prácticas afectivas docentes se aprenden, pues “a amar, a querer, a sentir de determinada manera y no de otra, se aprende” (Abramowski, 2010, p. 54). Los estudiantes de los profesorados, en el trayecto de su formación, en las prácticas, y más tarde en el ejercicio de su profesión, atraviesan un proceso de aprendizaje del sentir como docentes, en el que van internalizando la afectividad específica o propia del rol docente en la práctica, y en donde se hace necesario “tomar distancia de los sentimientos personales y asumir afectos del rol” (Abramowski, 2010, p. 62), en su justa medida, a través del autoconocimiento, del autocontrol, la auto-reflexión, etc. La afectivización de las prácticas en las instituciones de la primera infancia En el marco de la Ley de Educación Nacional N° 26.206 (2006), el Jardín Maternal es concebido como una institución educativa destinada a niñas y niños de entre cuarenta y cinco días y dos años de edad inclusive, constituyendo, en nuestro país, el primer ciclo de la Educación Inicial. El mismo es relativamente reciente y emerge tras una larga historia de las distintas instituciones que se han hecho cargo de la primera infancia. En relación a ello, Ana Malajovich (1990) distingue cuatro etapas en dicha historia, a partir de las diversas políticas que se fueron desarrollando en torno a la infancia. Pero también podríamos decir que en estas cuatro etapas, el tipo de vínculo que se establecía entre los adultos a cargo y los niños también era diferente. La primera es la etapa de las Salas Cuna -desde fines del siglo XIX hasta la década del ’50- destinadas a la niñez abandonada y más desprotegida de la época. Las primeras Salas Cuna de nuestro país fueron creadas por el Patronato de la Infancia en el año 1895, a partir del modelo francés de las crèches. Generalmente estaban a cargo de asociaciones de beneficencia o congregaciones religiosas. Estos espacios se caracterizaban por ser grandes salones con largas hileras de gran cantidad de cunas en las cuales se depositaban, literalmente, a los niños, quienes quedaban a la espera de que sus necesidades básicas fueran satisfechas, en algún momento. No se caracterizaron precisamente por ser lugares en los cuales se brindara amor y cariño a la niñez, sino más bien por la rigidez y la apatía hacía el niño. En la segunda etapa, que se extiende hasta la década del ’70, se crean las primeras Guarderías Infantiles desde los sectores privados, dirigidas a las familias de clase media, como así también surgen Salas Maternales anexas a empresas y fábricas en las que trabajaban mujeres, y en paralelo se crean Centros Comunitarios que, entre otros servicios que brindaban, se encontraba el cuidado de niños pequeños. Su propio nombre nos habla de “guardar”, eran lugares donde se guardaba a los niños hasta que la familia pasara a retirarlos, donde se brindaban ciertos cuidados básicos pero totalmente carentes de intencionalidad pedagógica y de afectividad, en la mayoría de los casos. Aparecen fuertes críticas a las instituciones precedentes, fundamentalmente a partir de la difusión de los aportes de la psicología hacia la educación, sobre todo de la corriente psicoanalítica. Se produce una gran preocupación por el desarrollo tanto físico como psíquico y emocional de la infancia, y comienza a ponerse en tela de juicio el funcionamiento de estas instituciones a cargo de personas sin capacitación alguna para desempeñar este rol, muchas de ellas sin habilitación o supervisión, que llegaron a ser descriptas como verdaderos “aguantaderos” sin medidas de higiene o seguridad adecuadas. Hasta que finalmente se da una fuerte ruptura con el modelo de la Guardería y entra en escena el Jardín Maternal, en la tercera etapa, teóricamente vigente hasta mediados de la década del ’80. Por último, en la cuarta etapa, que se encuentra en plena construcción, surge la Escuela Infantil, entendida como aquella institución educativa que incluye en sí misma los dos ciclos de la Educación Inicial: el Jardín Maternal y el Jardín de Infantes, con un proyecto educativo común. En la actualidad, se ha naturalizado el amor hacia los alumnos presente en nuestras instituciones educativas en general y en los Jardines Maternales en particular, pero no siempre fue de esta manera. En las instituciones iniciales de la primera infancia, las personas encargadas tenían prácticas o conductas poco o nada amorosas hacia la niñez. Los maltratos en las escuelas constituían prácticas pedagógicas correctas usuales que hacían al buen maestro, tales como los castigos corporales, zamarreos, golpes con el puntero o la regla, las diversas formas de penitencia, entre otras, que hoy forman parte de las prácticas inapropiadas o incorrectas. En cambio, en el presente y en nuestro contexto las prácticas afectivas docentes correctas son aquellas caracterizadas por amar, querer, cuidar a los alumnos; y las incorrectas se corresponden con actitudes de rechazo, desamor, odio, apatía, la rigidez y la distancia (Abramowski, 2010). El Jardín Maternal como institución educativa-afectiva El proceso de consolidación del Jardín Maternal como Institución educativa se ha dado a partir de grandes cambios: 1. Cambio de denominación: Produce el primer gran impacto. Por un lado, el término Jardín nos remite a la idea de cultivo -cuya etimología es la misma que la de cultura- y a la tradición froebeliana del Kindergarten; mientras que por otro lado, el adjetivo Maternal refleja la relación afectiva de base que debería existir entre el docente y los niños (Carbal Prieto, 1983), por lo que la afectividad posee en esta institución un lugar fundamental. El amor no sólo es importante, sino también necesario, indispensable y vital en los primeros años de vida. 2. Cambios en los marcos teóricos: Comienza a teorizarse sobre esta nueva escuela. En nuestro país se realiza el Primer Congreso Nacional de Jardín Maternal en Buenos Aires, en el año 1984, en el cual se la define como “una institución educativaasistencial, asistencial-educativa, ya que asiste educando y educa asistiendo al niño, a la familia y a la comunidad, a la vez que se nutre de ellas para lograr este doble objetivo” (Sánchez, 1990, p. 18). Así presentada, se quería dejar en claro que ambas funciones eran igualmente relevantes, que lo educativo y lo mal llamado "asistencial” van de la mano, son complementarios y necesarios dada la población infantil a la cual está destinada. 3. Cambio en las representaciones sociales acerca de las instituciones de la primera infancia: Los planes de estudio de los llamados profesorados de prescolar, comenzaron a añadir a la formación contenidos relativos al Jardín Maternal, con prácticas en estas instituciones, jerarquizando de esta manera no sólo el rol del educador en estos espacios, sino también las actividades cotidianas de crianza de alimentación, sueño e higiene, tratando de romper con las representaciones que circulaban entre los docentes que las hacían ver como tareas menores que no eran propias de la profesión, relegándolas a las cuidadoras o puericultoras. 4. Cambio en el personal a cargo de la primera infancia: El mismo no sólo tenía que estar capacitado, especializado, o ser efectivo, sino además ser afectivo y emocionalmente equilibrado de tal manera que pudiera atender y contener adecuadamente al niño y a las familias. Por consiguiente, el Jardín Maternal no sólo se va convirtiendo progresivamente en una institución educativa, sino que paralelamente, es posible afirmar que a partir de allí se fue transformando en “una institución educativa-afectiva, afectiva-educativa, que educa amando y ama educando a niñas/os de entre cuarenta y cinco días y dos años de edad inclusive, capaz de brindar educación y cuidado con amor magisterial y comprensión” (Ciancia, 2015, p. 2), parafraseando un poco y actualizando la definición del Congreso Nacional de Jardín Maternal de 1984. El amor magisterial en el Jardín Maternal: El amor magisterial maternal El concepto de amor magisterial maternal presentado en este trabajo puede ser definido como aquel “afecto pedagógico de amor justo y adecuado hacia los alumnos, específico de la práctica docente en el ámbito del Jardín Maternal” (Ciancia, 2015, p. 4). Este amor hace al rol docente específico del Jardín Maternal, es una de sus características ineludible, y presenta cualidades que lo diferencian claramente del amor magisterial propio de otros ciclos y niveles educativos, ya que implica un mayor compromiso afectivo. A todas las edades el ser humano necesita que le brinden amor, pero en la primera infancia, es vital, es una de las necesidades emocionales básicas del niño pequeño, por lo que el amor magisterial maternal vendría a satisfacer, en parte, dicha necesidad. Este es diferente del amor materno, ya que se caracteriza por darse en el marco de una relación pedagógica mediada por el conocimiento, por los contenidos curriculares propios del ciclo, pero se complementan, como así también se complementa con todo el amor que se le brinda al niño en el seno familiar y en el resto de la comunidad. Para comprender dicho afecto, es necesario diferenciarlo de otros conceptos, como el término maternidad, que hace referencia explícitamente al hecho biológico de concebir un hijo; mientras que el maternaje se refiere a aquellos cuidados tanto primarios como afectivos que se brindan al bebé. Implica un plus al hecho biológico, ya que tiene que ver con el amor, los cuidados y la dedicación hacia el bebé. La maternidad no implica necesariamente el proceso psicoafectivo y cultural denominado maternaje, y viceversa. Como tampoco la paternidad implica necesariamente el paternaje. Todas las propuestas de enseñanza que se desarrollan en el Jardín Maternal, como ser las propuestas secuenciadas, tanto lúdicas como no lúdicas; las propuestas de resignificación de las actividades cotidianas de crianza, es decir, actividades de alimentación, sueño e higiene resignificadas con una intencionalidad pedagógica; y las propuestas de juego espontáneo o libre, pueden y deben estar atravesadas por el amor magisterial maternal, por vínculos realmente afectuosos entre el docente y el niño en tanto alumno. El docente de Jardín Maternal, como figura materna o de crianza que brinda cuidados y educación estableciendo un vínculo estable de apego, convirtiéndose en una figura de apego o proveedora de cuidados, teniendo en claro que no es un sustituto materno, trata de satisfacer las necesidades emocionales básicas del niño-alumno, las cuales se encuentran directamente asociadas a las maneras, modos y conductas afectivas relacionadas con el maternaje/paternaje, y esto es posible a través de prácticas afectivas apropiadas que incluyen el amor magisterial maternal. Como dice Laura Gutman (2001), la docente del Jardín Maternal debe “maternar bebés ajenos”, y este rol profesional maternante requiere de un aprendizaje gradual. En relación a ello, Claudia Gerstenhaber12 (2004, p. 45) plantea que “el cuidado alude a la sensibilidad para responder a todas las demandas del niño. Esta sensibilidad se construye, se adquiere, a través de un complejo proceso de formación”, por lo que el amor magistral maternal apropiado es una construcción que requiere no sólo estar presente en el curriculum de los trayectos de formación de los profesorados para la educación inicial, sino también del compromiso de los docentes en su formación permanente. Interpretando el amor magisterial en el Jardín Maternal a partir del concepto de amor según Badiou, se podría decir que: 12 Pedagoga argentina especializada en Educación Inicial. a)- Es un amor pedagógico: Porque esta escena de lo Dos conformada por docente y alumno/s se da en tanto y en cuento interviene el contenido escolar, y porque el acontecimiento del encuentro se da exclusivamente en el marco del Jardín Maternal como institución educativa-afectiva. b)- Es un amor construido: Porque requiere de un proceso de construcción en el transcurso de toda la formación docente, ya que es necesariamente aprendido. c)- Es un amor laboral-profesional: Porque se manifiesta en la profesión docente, en las prácticas afectivas escolares cotidianas, día a día, a través de un trabajo continuo, atravesando las propuestas de enseñanza. d)- Es un amor declarado: Porque es un afecto dicho desde el primer momento del encuentro, no sólo a través de palabras, sino también por medio de miradas, gestos, abrazos, sostén, sonrisas, canciones, juegos, etc., y especialmente del contenido escolar mismo. e)- Es un amor intermitente: Porque en cuanto es sólido, verdadero y triunfador, es duradero, pero su duración no es continua, ya que se da en el ámbito específicamente escolar, a partir de encuentros, des-encuentros y re-encuentros durante el ciclo escolar. f)- Es un amor comprometido: Porque para ser sólido, requiere de cierto grado de compromiso y responsabilidad por parte no sólo del mismo docente, sino también de la familia y de la institución, que garantizará la estabilidad del personal, para que los vínculos sean seguros y duraderos en el tiempo, ya que caso contrario, estaremos ante un amor magisterial maternal líquido, o un des-amor. Palabras finales: La necesidad de una Pedagogía del Amor El amor magisterial maternal debe ser un amor badiouano. En toda institución escolar, pero fundamentalmente en el Jardín Maternal, la relación docente-alumno debe estar fundada en el amor pedagógico al otro, en el amor al saber, a la institución, a la comunidad, al espacio y al tiempo vivido y compartido con el otro, a la tarea asumida en relación al otro. Necesitamos una pedagogía basada en el amor, más docentes amorosos, capaces de brindar un buen amor magisterial, que planifiquen y desarrollen buenas enseñanzas, propuestas de enseñanzas amorosas, donde el amor sea un contenido tanto implícito como explícito. Así como el docente aprenderá a amar magisterialmente amando y siendo amado, el niño escolarizado aprenderá a amar, al ser amado, a través de una Pedagogía del Amor. El amor es lo que hacer mover al mundo, lo que nos mantiene vivos y lo que hace funcionar a toda institución. Es el motor que ante las adversidades nos hace poner de pie para continuar y no bajar los brazos. Quizás Lennon tenía razón al decir “All you need is love”, todo lo que necesitas es amor. Referencias bibliográficas ABRAMOWSKI, Ana (2010). Maneras de querer: Los afectos docentes en las relaciones pedagógicas. Buenos Aires: Paidós. BADIOU, Alain y TRUONG, Nicolas (2011). Elogio del amor. Buenos Aires: Paidós. BAUMAN, Zygmunt (2005). Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Madrid: Fondo de Cultura Económica. CARBAL PRIETO, Julia (1983). Guarderías infantiles o jardines maternales. Buenos Aires: Librería del Colegio. CIANCIA, Daniela (2015). “Las necesidades emocionales en el Jardín Maternal” Documento de cátedra de circulación interna correspondiente al espacio curricular Práctica II: Problemática del Nivel Inicial, de la carrera Profesorado para la Educación Inicial de la UART–UNPA. GERSTENHABER, Claudia (2004). Educar y cuidaren el Jardín Maternal. Buenos Aires: AZ Editora. GUTMAN, Laura (2001). “Maternar bebés ajenos en el Jardín Maternal”. En 0 a 5.La educación en los primeros años, Año 4, Nº 35, pp. 76-91. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas. MALAJOVICH, Ana (1990). “Breve Historia de las instituciones de la primera Infancia”. En: Diseño Curricular para el Nivel Inicial: Jardines Maternales. MCBA, Buenos Aires. SÁNCHEZ, Mónica et al. (1990) Jardín Maternal: Vivencias y experiencias para compartir la tarea cotidiana. Buenos Aires: Corcel. Normativas Ley de Educación Nacional N° 26.206, Boletín Oficial de la República Argentina, Buenos Aires, 28 de diciembre de 2006. *** * Daniela B. CIANCIA: Prof. de Enseñanza Media y Superior en Ciencias de la Educación (Universidad Nacional de San Luis). Docente universitaria investigadora y extensionista (Unidad Académica Río Turbio – Universidad Nacional de la Patagonia Austral). Maestranda en Metodologías y Estrategias de Investigación Interdisciplinar en Ciencias Sociales (UNPA). [E-mail: [email protected]]. Hermenéutica y política en Richard Rorty: herramientas pedagógicas para el progreso de una comunidad democrática Juan José Ramírez* Resumen Para Richard Rorty el tipo de educación que promueve la solidaridad en los ciudadanos de una comunidad democrática tiene un carácter sentimental. En el contexto de un neopragmatismo hermenéutico como el que diseña el pensador norteamericano, la solidaridad es una construcción que se realiza, no con los materiales del tipo que proceden de la ontología o la epistemología, sino con herramientas blandas que estimulen la sensibilidad de los ciudadanos. Una pedagogía de corte sentimental constituye el mejor instrumento para favorecer la inclusión social del tipo de personas que se consideran extrañas y ajenas a los valores de la propia comunidad. Para Rorty, el progreso moral de una sociedad democrática no se resuelve en el descubrimiento de un parentesco ontológico, sino que se edifica sobre los cimientos de una sensibilidad común. Esta edificación es el desafío de una pedagogía para la solidaridad. Palabras clave: Rorty – educación – sentimientos – sensibilidad – solidaridad Abstract For Richard Rorty the kind of education that promotes solidarity among citizens of a democratic community has a sentimental character. In the context of a hermeneutic neopragmatism as designing the American thinker, solidarity is a construction that is done, not with type materials coming from the ontology or epistemology, but with soft tools that stimulate the sensitivity of citizens. A sentimental education cut is the best instrument to promote social inclusion of the type of people who are considered strange and alien to the values of the community. For Rorty, the moral progress of a democratic society is not resolved in the discovery of an ontological relationship, but it is built on the foundations of a common sensibility. This building is the challenge of a pedagogy for solidarity. Key words Rorty – education – feelings – sensibility – solidarity 1. Los agentes de una comunidad democrática Richard Rorty afirma que cuando se participa en un debate cultural, “(…) todo el mundo es etnocéntrico (…)” (Rorty, 1996a, p. 51). Este etnocentrismo implica el reconocimiento de que no se cuenta con más criterios de verdad y de racionalidad que aquellos que proceden de las ideas y opiniones de la tradición cultural a la que pertenecemos. La pretensión de escapar al etnocentrismo es “una imposible tentativa de despojarnos de nuestra piel –de las tradiciones, lingüísticas y no lingüísticas, en cuyo seno llevamos a cabo nuestro pensamiento y nuestra autocrítica (…)” (Rorty, 1996b, p 26). Desde la perspectiva pragmatista de Rorty los hábitos de la vida intelectual, social y política sólo se pueden justificar de un modo circular. Este carácter circular, en la justificación de los hábitos propios de una comunidad democrática, pone de relieve la importancia que John Dewey (2004) le diera a la educación. La democracia, desde una perspectiva pragmatista, no se justifica por referencia a un criterio metafísico o epistemológico, sino por referencia a diversas ventajas prácticas y concretas respecto de cualquier otro ensayo político realizado hasta el momento. La circularidad de la justificación política de los pragmatistas radica en que los términos de elogio utilizados para describir las sociedades liberales se inspiran en el vocabulario de las propias sociedades liberales. En consecuencia, “el pragmatista admite que no tiene un punto de vista ahistórico desde el que suscribir los hábitos de las democracias modernas que desea elogiar.” (Rorty, 1996a, p. 49). Para Rorty las tareas de una democracia liberal se dividen entre aquellas que desempeñan los agentes del amor y las que llevan a cabo los agentes de la justicia. (Rorty: 1996a, p. 279) Los agentes del amor son especialistas de la diversidad. Estos agentes insisten en la existencia de pueblos fuera de la propia sociedad y amplían “nuestra” mirada social. La amplitud de nuestra mirada social vuelve visible otras formas de vida, e incrementa el horizonte de “nuestros” posibles interlocutores. Estos agentes del amor, especialistas de la diversidad, se esfuerzan por describir las conductas que nos son extrañas de manera tal que nos resulten un conjunto de creencias y deseos al menos coherentes y susceptibles de ser integrados en “nuestra imagen social”. Se puede afirmar que la amplitud de “nuestra mirada social” nos acerca al otro y convierte al extranjero, sino en un prójimo, al menos en alguien más próximo, más cercano a “nosotros”. Los agentes de la justicia, en cambio, constituyen verdaderos guardianes de la universalidad. Ellos aseguran que quienes no forman parte de nuestra comunidad sean tratados igual que el resto de “nosotros”, que todos aquellos que aún no conforman un “nosotros” sean susceptibles de ser nuestros conciudadanos. La tarea de los agentes de la justicia tiene lugar una vez que los especialistas de la diversidad han realizado su función. Esta tarea sirve para confirmar la vocación de una comunidad liberal para progresar moralmente. En una “sociedad liberal posmoderna” el progreso moral es un asunto que está más ligado a los etnógrafos, historiadores y novelistas, que a los filósofos, a los científicos o a los sacerdotes. La posibilidad de que una sociedad liberal posmoderna se extienda a personas con hábitos y creencias diversas, y de que pueda considerar a otras personas como conciudadanos, no está ligada a la suposición de que existe algo en común con esas personas. Esta posibilidad está ligada a la tarea de sus agentes del amor. Ahora bien, las tareas que han de realizar los agentes del amor no constituyen la ejecución de un plan normativo que se ajusta a algún tipo de reconocimiento de elementos comunes entre los ciudadanos de una democracia liberal y quienes son extranjeros respecto de esa comunidad. Las actividades que realizan los agentes del amor sólo son posibles a través de un fortalecimiento de “nuestra imaginación” para ampliar los horizontes de la propia comunidad. Elaine Scarry, se ha ocupado de las dificultades de imaginar a personas de otras culturas. Ella considera que “la forma en la que actuamos con los otros está configurada por la forma en que los imaginamos” (Scarry, 1999, p. 129), sin embargo considera inapropiado dejar librado el trato para con los extranjeros a nuestra imaginación. Para Scarry imaginar a los demás es una actividad que comporta diversas dificultades que no pueden desatenderse, y que posee particulares limitaciones. En este sentido, ella reclama una herramienta constitucional legal para respetar y defender los valores cosmopolitas. Scarry, 1999, p. 129). La propuesta de Scarry apunta a no dejar librados a los sentimientos nuestras conductas con aquellas personas que son extrañas. Ella quiere que las formas de relacionarnos con los miembros de otras culturas tenga un marco legal que trascienda el romanticismo. La sugerencia de Scarry es interesante, sin embargo, comporta algunas dificultades: ¿Quiénes serían los responsable de formular un marco legal para reglamentar nuestras relaciones con los extranjeros?, ¿Los criterios para ese marco legal no serían locales?, y por último, ¿acaso la constitución que promueve Scarry no tendría su origen la propia tradición política de una democracia liberal? No hay un programa político para sintonizar nuestras creencias y nuestros hábitos con creencias y hábitos ajenos, y si tal programa pudiese sancionarse como pretende Scarry, el mismo no escaparía al carácter etnocéntrico en el que se originan nuestras dificultades para imaginar a los demás. Desde la perspectiva rortyana, las creencias o acciones de una comunidad liberal no se pueden justificar ante todos los seres humanos, sin embargo el pragmatista tiene la esperanza de crear una comunidad de seres humanos libres que compartan muchos de los deseos y las expectativas de la propia comunidad. Este propósito de expandir la comunidad democrática liberal hacia otras formas de vida, no se justifica por medio de criterios transculturales que pretenden tener una validez de alcance universal. La expectativa de expandir la comunidad liberal a través de la inclusión de personas con creencias y hábitos diferentes, se articula con la esperanza de persuadir por la reflexión y el diálogo, más que por la fuerza. La capacidad de los agentes del amor, de incluir a personas diferentes en la categoría de nosotros, permite convertir a los miembros de una comunidad en seres solidarios hacia personas que antes eran extrañas. Cuanto mayor sea la capacidad de estos agentes, mayor será la capacidad de inclusión de la comunidad, y más significativo será nuestro progreso moral (Rorty, 2005, p. 43). 2. La disposición hermenéutica y el aprendizaje de nuevos léxicos Para los agentes del amor de una comunidad democrática las voces de la propia comunidad constituyen una jerga normal (normalizada), mientras que las marcas y los ruidos con que trafican otras personas, conforman un desafío lingüístico. Este reto constituye la dificultad que encuentran antropólogos y etnógrafos para predecir conductas lingüísticas, sin embargo, de ningún modo debe identificarse con la imposibilidad de aprender y usar nuevos léxicos Rorty acuerda con Wittgenstein en que existe una pluralidad de juegos de lenguaje, y que cada uno de estos juegos está regido por un sistema de reglas intraducibles en términos de las reglas de los demás juegos. (Rorty, 1996a, p. 291). Ahora bien, la inconmensurabilidad lingüística se traduce en la idea de que no existe un metalenguaje que proporcione un vocabulario para sintetizar y asimilar la diversidad de jergas poéticas, teorías o narraciones culturales; sin embargo no equivale a sostener que existan lenguajes no aprendibles. La hipótesis de lenguajes no aprensibles emparentaría a los agentes del amor con Sísifo convirtiendo la tarea de aquellos en un esfuerzo estéril e inútil. Los juegos de lenguaje están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes y la expresión que mejor caracteriza los parecidos entre los diversos juegos es la expresión “parecidos de familia.” (Wittgenstein, 2002, pp. 87-88) La familiaridad de los diversos juegos de lenguaje es lo que permite la tarea de ingeniería de los agentes del amor. Estos agentes se empeñan en la construcción de puentes interculturales que permitan desarrollar conversaciones edificantes con otras culturas. Para ellos, la construcción de esos puentes no requiere de un manual ni de un plan sistemático de traducción. Sólo se trata de poner en marcha una técnica cosmopolita que ponga atención al detalle de aquello que puede contribuir al diálogo. La construcción de esos puentes sólo es posible si “se entiende la cultura como una conversación, más que como una estructura levantada sobre fundamentos” (Rorty, 1996b, p. 45). Sólo a través de conversaciones abiertas en las que se pone en juego la flexibilidad de las propias creencias se puede transitar senderos que permitan a “nuestra comunidad” explorar nuevos vocabularios. La comprensión de la cultura como conversación puede ser emparentada con la idea de Humberto Maturana, según la cual, “todas las actividades humanas ocurren como conversaciones o redes de conversaciones” (Maturana, 1988). La obra de Richard Rorty alberga numerosas advertencias para acoger expresiones como la de una “Ontología del conversar”. Estas advertencias están relacionadas con el tipo de compromiso epistemológico que implica la idea de una ontología. No obstante, al filósofo pragmatista no le sería ajena la idea del chileno, de que “lo humano (…) aparece expresado en nuestra habilidad de resolver nuestras diferencias emocionales y racionales conversando” (Maturana, 1988). Una comunidad democrática y posmoderna no tiene un programa políticopedagógico que prescriba cual es la manera correcta de articular los hábitos propios con los hábitos de otra cultura. La articulación de nuestras creencias con creencias ajenas es un asunto de imaginación. La filosofía puede no ser una geografía hostil para una comunidad inclusiva, pero para ello deberá olvidar sus rasgos de racionalidad férrea. Rorty no profundiza la idea de una comunidad inclusiva. Para él, la posibilidad de que una comunidad incluya a personas que antes eran consideradas extrañas, es simplemente un rasgo característico de una sociedad democrática que anhela el progreso de sí misma. El tipo de racionalidad que puede contribuir eficazmente en la inclusión social no consiste en la adopción criterios epistemológicos fijados de antemano. “Racionalidad” también puede significar algo como sensato o razonable, y en este caso el término “designa un conjunto de virtudes morales: tolerancia, respeto a las opiniones de quienes nos rodean, disposición a escuchar y recurso a la persuasión antes que a la fuerza”. (Rorty, 1996a, p. 59). La contribución de la filosofía a los agentes del amor de una comunidad no radica en el ofrecimiento epistemológico de argumentos que pudieran fundamentar la corrección de una determinada forma de vida y su coherencia con algún tipo de naturaleza humana. Si sólo nos atenemos a procedimientos de justificación normales y excluimos la imaginación como herramienta de cambio, no hay posibilidad de progreso moral o intelectual. (Rorty, 2010, p. 206). El valor de la filosofía, para esos agentes, radica en estimular un cambio en la imagen que la comunidad tiene de sí. En esa nueva imagen los miembros de la comunidad pueden pensarse como seres más flexibles que sus predecesores, pero menos flexibles, libres e imaginativos que sus descendientes. Los agentes del amor, que además gusten de la filosofía, habrán de adoptar una actitud francamente hermenéutica, esto es, una disposición que les permita propiciar una diversidad de conversaciones que resulten fructíferas para redefinir una y otra vez, los vocabularios que empleamos. De esta manera, ellos podrán minimizar nuestras diferencias con otras personas sin pensar en el otro como en un ser irracional. La perspectiva hermenéutica de un agente del amor, en una comunidad democrática que quiere progresar, comporta la disposición para encontrar creencias y deseos compartidos, y permite considerar al otro como alguien con quien se puede vivir de modo no violento, como el tipo de persona de la que se puede llegar a ser amigo. Los intelectuales que pretenden fundamentar el ámbito moral a partir de un supuesto conocimiento de la naturaleza humana, entienden que todas las decisiones morales de las personas pueden ser reorientadas a partir un conocimiento que no pertenece al dominio de la moral, sino al ámbito de la epistemología. Richard Rorty, desde un punto de vista pragmatista, sostiene que la cuestión de nuestras decisiones morales y la posibilidad de reorientar las mismas, no tiene nada que ver con algún supuesto conocimiento de la naturaleza humana ni con la epistemología. Para Rorty: “(…) la tarea de cambiar nuestras intuiciones morales parece estar llevándose a cabo en su mayor parte a base de manipular nuestros sentimientos y no incrementando nuestro conocimiento (…)” (Rorty, 2000, p. 226). El pragmatista no argumenta contra aquellos que pretenden fundamentar la moral en algún tipo de conocimiento de privilegio sobre la naturaleza humana. La motivación del pragmatista no es de orden epistemológico o antropológico. En este sentido, Rorty no discute los supuestos fundamentos de la moral, ni siquiera ofrece mejores argumentos para fundamentar la moral. Para el norteamericano, el ámbito moral no se encuentra encadenado con asuntos epistémicos. La actitud rortyana para con la efectividad de las apelaciones a un conocimiento moral es simplemente una actitud de duda sobre la eficacia de dicho conocimiento para nuestra conducta moral. En este sentido sostiene que: Los pragmatistas razonamos a partir del hecho de que el surgimiento de la cultura de los derechos humanos no parece deberle nada a un incremento de conocimiento moral, pero sí todo a las historias tristes y sentimentales que nos han relatado… y añadimos que, no pareciendo que la insistencia en una pretendida naturaleza humana ahistórica se esté traduciendo en nada útil, probablemente no exista una tal naturaleza o, cuando menos, no hay nada en ella que sea relevante para nuestras decisiones morales. (Rorty, 2000, p. 226) El desacuerdo con pensadores como Platón, Tomás de Aquino, o Kant en lo que hace al supuesto descubrimiento de una naturaleza humana, y al modo en que esa supuesta naturaleza fundamenta nuestras decisiones morales, no impide que el pragmatista pueda valorar los aportes realizados por éstos filósofos a nuestra cultura. Sin embargo, dichos aportes, deben valorarse no como una contribución a nuestra cognición, ni como una posibilidad de fundamentar o justificar de un modo “verdadero” nuestras decisiones políticas o morales, sino como un anuncio de qué tipo de cultura podemos desear para nosotros. En este sentido Rorty expresa: “Seguimos estando profundamente agradecidos a filósofos como Platón y Kant, no porque descubrieran verdades, sino porque profetizaron utopías cosmopolitas (…)” (Rorty, 2000, p. 227). Para Rorty el pensamiento de Darwin es la clave para entender porqué los intentos de fundamentar la cultura en la naturaleza, y las obligaciones morales en el conocimiento de universales transculturales, ya no tienen la importancia que esos proyectos tenían para los filósofos de la ilustración. La contribución de Darwin a nuestra autoimagen reside en que él, (…) ha sacado a la mayoría de los intelectuales de la idea de que los seres humanos tienen un ingrediente especial añadido. Nos ha convencido a casi todos de que somos animales con un talento excepcional, lo suficientemente inteligentes para hacernos cargo de nuestra propia evolución. (Rorty, 2000, p. 228). Rorty cree que el triunfo de Darwin, y nuestra creciente disposición a reemplazar el conocimiento por la esperanza, se pueden explicar por el extraordinario crecimiento de la riqueza, la educación y el ocio que han presenciado Europa y Norteamérica en los siglos XIX y XX. Ese crecimiento junto a hechos como la revolución francesa y el fin del tráfico de esclavos promovieron la idea de que los humanos somos seres maleables y, (…) cuanto más impresionados nos sentimos por esta maleabilidad, menor es nuestro interés por las cuestiones relativas a nuestra naturaleza ahistórica. Cuanto mejor percibimos que tenemos una oportunidad de recrearnos a nosotros mismos, más propensos somos a ver en Darwin, no a alguien que ofrece otra teoría más sobre lo que realmente somos, sino que nos da razones para no tener que preguntar qué somos en realidad. (Rorty, 2000, pp. 229-230). 3. Pragmatismo, pedagogía y sensibilidad La pregunta tradicional de la filosofía, ¿Qué es el hombre?, o su variante, ¿Qué hace diferente al hombre de otros animales?, ya no tiene como relevante, para la vida moral, la respuesta de que nosotros podemos conocer y ellos meramente sentir. Rorty propone reemplazar aquella respuesta por otra más eficaz para alterar nuestros propios hábitos morales; en ese sentido dice de nosotros, los seres humanos, en contraste con los animales, que “podemos sentir los unos por los otros en medida mucho mayor que ellos” (Rorty, 2000, p. 230). La propuesta rortyana es reemplazar nuestra propia autoimagen moral. Él quiere que dejemos de vernos a nosotros mismos como portadores de algún tipo de racionalidad indicativa de cómo debemos obrar, para vernos como seres maleables que pueden manipular sus sentimientos. Dejar atrás los intentos de fundamentar el ámbito de la moral facilita un mejor aprovechamiento de nuestros esfuerzos para concentrarnos en una educación sentimental. Para Rorty, Esta clase de educación familiariza lo suficiente entre sí a las personas de índole diversa como para que estén menos tentados de mirar a los que son diferentes a ellos como si sólo fueran cuasihumanos. La meta de esta forma de manipulación de los sentimientos es expandir la referencia de las expresiones “personas de nuestro tipo” y “gente como nosotros. (Rorty, 2000, p. 230). En este contexto es erróneo describir a quienes consideramos malas personas en términos de sujetos carentes de conocimientos morales o privados de la verdad. En el afán de encontrar posibles remedios para esa gente, es más conveniente considerarlos como personas que no han tenido nuestras circunstancias de crianza; personas desposeídas de seguridad y simpatía antes que seres irracionales. La tarea de una educación moral que apele a los sentimientos, no persigue respuestas a la pregunta por las razones que impulsarían la conducta moral. Este tipo de educación se plantea cuestiones de otro tipo, preguntas como por ejemplo, ¿Por qué debo preocuparme por un extraño?, ¿Por qué debo preocuparme por alguien cuyos hábitos repruebo? La respuesta de que las costumbres o el parentesco son moralmente irrelevantes para las obligaciones morales no ha aportado mucho para modificar nuestro trato hacia esas personas. El reconocimiento de la pertenencia común a una misma especie parece no haber realizado aportes convincentes para ampliar la simpatía hacia otros. La educación moral que propone Rorty pone énfasis en nuestros sentimientos hacia el otro sin que ello implique una búsqueda de razones que justifiquen la existencia de una supuesta obligación hacia el otro. La manera tradicional de entender la “solidaridad humana” refiere a la existencia de la racionalidad como un ingrediente esencial y común a todos los seres humanos. (Rorty, 1991, pp. 110, 208). Una vez que se ha desechado esa idea de racionalidad, carece de sentido hablar de algo como la “solidaridad humana”. Sucede que, al abandonarse el sentido tradicional de la racionalidad como andamiaje de la vida moral, sucumbe también la idea de que se tiene la obligación moral de experimentar un sentimiento de solidaridad con todos los demás seres humanos. El enfoque rortyano de la solidaridad tiene como noción explicativa fundamental la expresión de Wilfrid Sellars “we-intentions”. En este sentido, “el uso correcto *del término solidaridad] expresa nuestra relación con aquellos individuos coetáneos de quienes pensamos que son como nosotros” (Rorty, 2005, p. 189). Para Rorty nuestro sentimiento de solidaridad se fortalece cuando se considera que aquél o aquellos con los que expresamos ser solidarios son, de algún modo, “uno de nosotros”. En la formulación rortyana “la expresión “nosotros” significa algo más restringido y más local que la especie humana”. (Rorty, 1991, p. 209). Los sentimientos de solidaridad dependen de las semejanzas y las diferencias con los demás que resulten más relevantes. Se experimentan sentimientos más profundos con quienes son, en algún sentido, más semejantes a nosotros. En cambio podemos llegar a ser insensibles con personas muy diferentes, aquellos que consideramos demasiado extraños. En cualquier caso, “la solidaridad es moralmente neutral” (Rorty, 2005, p. 168), refiere a las relaciones y sentimientos que desarrollamos para con los demás; nada tiene que ver con algún tipo de obligación inscripta en algo como nuestra “esencia humana”. Las semejanzas y diferencias con los demás no constituyen el producto de un reconocimiento de verdaderas identidades, ni son el fruto de un hallazgo causado por nuestra agudeza intelectual. En ese sentido se puede afirmar que: “la solidaridad no se descubre, sino *que+ se crea” (Rorty, 1991, p. 18). La relevancia de las similitudes o de las diferencias para con el resto de las personas, es un hecho histórico contingente que se vincula con las descripciones que tenemos a mano de los propios hábitos y expectativas. El carácter histórico contingente de las similitudes o de las diferencias con otras personas, permite afirmar que podemos llegar a ser solidarios con aquellos que hoy no lo somos. Rorty describe, de modo inequívoco su enfoque respecto de esta cuestión, al decir “mi posición no es incompatible con la exhortación a que extendamos nuestro sentido de “nosotros” a personas a las que anteriormente hemos considerado como “ellos”” (Rorty, 2000, p. 210). Extender del alcance de un “nosotros” hacia quienes aún no son considerados de este modo constituye una manera de ampliar la solidaridad. Esa empresa no se lleva a cabo a través del reconocimiento cognitivo de una esencia racional universal, sino describiendo el resultado contingente de nuestros experimentos sociales (Rorty, 1998, p. 123). La tarea de ampliar nuestra solidaridad sólo puede realizarse minimizando las diferencias y haciendo cada vez más notorias las semejanzas que tenemos con quienes pueden llegar a ser uno de nosotros. El progreso moral que comporta una mayor solidaridad requiere de una habilidad particular: (…) la capacidad de percibir cada vez con mayor claridad que las diferencias tradicionales (de tribu, de religión, de raza, de costumbres y las demás de la misma especie) carecen de importancia cuando se las compara con las similitudes referentes al dolor y la humillación; se la concibe, pues, como la capacidad de considerar a personas muy diferentes de nosotros incluidas en la categoría de nosotros. (Rorty, 1991, p. 210). La capacidad de incluir a personas diferentes en la categoría de nosotros convierte a los miembros de una comunidad en seres solidarios y, “cuanto mayor sea esa capacidad de inclusión, más significativo será nuestro progreso moral” (Rorty, 2005, p. 43). El reconocimiento de que no hay razones, ni un fundamento antropológico para la solidaridad, permite afirmar que la solidaridad es una construcción y no un descubrimiento de obligaciones contraídas por la pertenencia a una especie. Es verdad que existen obligaciones morales, pero estas obligaciones son el producto de nuestros propios procesos de inclusión. En este sentido nuestras obligaciones morales nunca pueden tener un carácter universal, ellas sólo se aplican a quienes, de algún modo, son uno de “nosotros”. No existe nada de lo cual debamos deducir lógica y necesariamente nuestra obligación de experimentar sentimientos de solidaridad. La única obligación moral universal que tiene una comunidad liberal es la de intentar ampliar su sentimiento de “nosotros” tanto como sea posible. El logro de esta meta no requiere de fundamentos metafísicos o antropológicos. Para Rorty, “este proceso de llegar a concebir a los demás seres humanos como “uno de nosotros”, y no como “ellos”, depende de una descripción detallada de cómo son las personas que desconocemos y de una redescripción de cómo somos nosotros” (Rorty, 1991, p. 18). La solidaridad rortyana no requiere de una justificación racional. Las conductas morales no se desarrollan siguiendo la prescripción de un código normativo ajustado a una esencia humana. En este sentido no resulta conveniente buscar más y mejores argumentos filosóficos para ser solidarios. La solidaridad “no es tarea de una teoría, sino de géneros tales como la etnografía, el informe periodístico (…) y, especialmente la novela” (Rorty, 1991, p.18). El tipo de educación sentimental que permite ampliar nuestra solidaridad tiene un carácter esencialmente inclusivo. El desafío pedagógico, en el marco de una propuesta educativa posmoderna y de tinte pragmatista, consiste en rediseñar estrategias didácticas que apelen a materiales blandos para promover conductas que no comporten un desconcierto ante el otro, sino que impliquen una mayor sensibilidad hacia aquellos que, en otro tiempo, fueron considerados por nosotros personas extrañas. La incapacidad de imaginación política, y el carácter insensible en la educación de una sociedad, constituyen los márgenes de una comunidad democrática e inclusiva. Referencias bibliográficas DEWEY, John: (2004) Democracia y educación. Madrid: Morata. MATURANA, Humberto (1988) “Ontología del conversar”. En Revista Terapia Psicológica Año VII (10). Santiago de Chile: Sociedad Chilena de Psicología Clínica, pp. 15-23. RORTY, Richard (1991) Contingencia, ironía y solidaridad. Barcelona: Paidós. --------- (1996a) Objetividad, relativismo y verdad. Escritos filosóficos I. 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Momentos y rostros para pensar la eticidad y la alteridad política13 Silvana Beatriz dos Santos* Resumen El presente texto aborda el pensamiento de los filósofos Hegel, Dri y Levinas para recuperar algunas de sus categorías: momentos, rosas, rostros, y con ellas esbozar líneas de encuentro entre las ideas de eticidad y alteridad política, eje central de este escrito. La alteridad política es de nuestro especial interés en tanto parte constituyente y constitutiva de las relaciones entre los hombres para definirse a sí y a los otros, para crear una comunidad política y con ella también una distinción y un frontera cultural en el caso concreto de la sociedad hitita. En el trabajo se retoma la dialéctica de la eticidad de Hegel y con ella los conceptos de momentos y rosas reelaborados por Dri –en tanto estudioso de la filosofía hegeliana y pensador de la teoría de la liberación– donde se desanda el entramado político de los sujetos-objetos; y luego se lo vincula a la metáfora de rostros de Levinas. El apartado final se centra en la ideas de eticidad y alteridad política. Palabras clave: momentos – rostros – alteridad política – eticidad Abstract This paper addresses the thought of philosophers Hegel, Dri and Levinas to recover some of their categories: moments, roses, faces, and with them sketch out lines meeting between the ideas of ethics and political otherness, central axis of this writing. Political otherness is our special interest in both constituent and constitutive part of relations among men to define themselves and others, to create a policy and her community is also a distinction and a cultural frontier in the case of society Hittite. The work takes up Hegel's dialectic of morality and with it the concepts of time and roses reworked by Dri -as Hegelian philosophy scholar and thinker of the theory of liberation- where the political framework of the subjects-objects retraces; and then attaches it to the metaphor of Levinas faces. The final section focuses on ideas of ethics and political otherness. Keywords: 13 moments – faces – political otherness – ethicity Este escrito surgió como trabajo final del seminario “Hegel y el movimiento dialéctico” dictado por el Dr. Rubén Dri en el marco del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy en el año 2015. Presentación En este escrito se pretende plantear un cruce dialógico entre algunas ideas de G. W. F. Hegel, R. Dri y E. Levinas a fin de pensar la eticidad y la alteridad política como espacios sociales donde los rostros de los otros suponen momentos diversos y donde se hace la vida en comunidad. Para ello, recuperaré partes de los Fundamentos de la Filosofía del Derecho de Hegel (1993), La rosa en la cruz. La filosofía política de Hegel de Dri (2009), y Entre nosotros. Ensayos para pensar en otros de Levinas (2001). La intención al trabajar con el pensamiento de estos tres filósofos es recuperar algunas de sus categorías: momentos, rosas, rostros para esbozar líneas de encuentro entre las ideas de eticidad y alteridad política como eje central de este escrito. El tema de interés personal es trabajar sobre la alteridad política como parte constituyente y constitutiva de las relaciones entre los hombres para definirse a sí y a los otros, para crear una comunidad política y con ella también una distinción y un frontera cultural en el caso concreto de la sociedad hitita. En este escrito me centraré en su apartado final en la ideas de eticidad y alteridad política para luego esbozar un posible lectura de estas herramientas en la construcción del relato historiográfico de y sobre los hititas. Para lo expresado, retomaré de Hegel la dialéctica de la eticidad y con ella los conceptos de momentos y rosas que retrabajos por Dri –en tanto estudioso de la filosofía hegeliana y pensador de la teoría de la liberación– donde se desanda el entramado político de los sujetos-objetos. A estos filósofos políticos los relacionaré con los planteos éticos – políticos de Levinas sobre cómo la comunidad es una sí una invención política pero para él esto está sustentado en una relación ética de yo-nosotros-otros como esqueleto de la alteridad en tanto un vinculación que supone el cara a cara, el mirar el rostro del otro y a sí mismo en ese acto. Es por ello, que considero pertinente buscar puntos de encuentro entre estos filósofos que analizan el mundo político desde las relaciones entre los hombres llamándolos a estas sujetos - intersubjetividades, y desde lo ético yo-nosotros-otros. El interés en los puntos de encuentro no supone que los tres sean continuadores uno de los otros de sus planteos puesto que ninguno propone categorías cerradas sino herramientas para pensar y actuar en el mundo y no son discípulos entre sí. Además corresponden a contextos históricos diferentes, aunque piensan cada uno en sus obras las situaciones que lo rodean como parte sustantiva para elaborar sus teorías. Sin embargo, estas no son el objeto de su obra sino un intersticio para su propuesta filosófica. En función de abordar lo expresado, este escrito está organizado en dos apartados: - Las ideas centrales de Hegel y Levinas: momentos, rosa y rostros. En este primer apartado hay ideas claves que son el sustento para pensar posteriormente la eticidad en particular las nociones de momentos y rosa de Hegel que Dri explica, lo cual supone retoma apreciaciones sobre la de verdad y la dialéctica. En cuanto a Levinas retomaré el nosotros / otredad a través de la - metáfora de los rostros para luego presentar en el segundo apartado a la alteridad interrelacionarlas con la apreciaciones de intersubjetividad y poner en sí y para sí de Hegel. Las ideas de eticidad - alteridad. En este segundo apartado desandaré ambas nociones y las pondremos en vinculación entre sí para luego hacer un esbozo de la posible utilidad como herramienta para pensar a los hititas 14. Cabe hacer aquí una primera acotación, Hegel –y las lecturas hegelianas realizadas por Drino tiene como eje de sus reflexiones a la alteridad, y Levinas no se centra en la dialéctica como modo de comprensión y entendimiento del mundo sino en la relación otros - nosotros desde la ética. Además, ninguno de ellos toma como eje de reflexión o excusa para la misma a los hititas. La vinculación con los hititas se hará desde las lecturas que en el siglo XX se han hecho sobre ellos. Una segunda acotación -ya expresada- es que los tres filósofos citados trabajan otros contextos políticos15 y yo pretendo tomar sus ideas filosóficas para pensar la historiografía sobre los hititas. 1. Las ideas centrales de Hegel y Levinas: momentos, rosa y rostros. En este apartado esbozaré aproximaciones sobre las ideas de momentos, rosa y rostros pero antes haré una breve mención sobre quiénes son estos filósofos y sus objetos de interés, puesto que la reflexión filosófica también se sitúa contextualmente. Hegel suele ser presentado como el filósofo de la Modernidad al presentar nuevas formas de concebir la racionalidad y la verdad para la comprensión del sujetos y las relaciones intersubjetivas los que supuso al mismo tiempo preocuparse por el Estado Moderno Alemán, y la dialéctica en el siglo XIX La última la presenta no un método cerrado sino como una herramienta para reflexión sobre: la racionalidad, el sujeto y la importancia del para sí, del particularizarse; y de la libertad. La racionalidad para Hegel y la realidad estaban en íntima relación con la idea de verdad y de sujeto al expresar: “(…) lo verdadero es todo. Pero todo es solamente la esencia que se completa mediante su desarrollo. De lo absoluto hay que decir que es esencialmente resultado, que solo al final es lo que es en verdad, y en ello precisamente estriba su naturaleza, que es la de ser real, sujeto o devenir de sí mismo (…)”16(Hegel, 1973, p. 16). 14 Los hititas son una comunidad política, una realeza del segundo milenio antes de Cristo, situada en la meseta de Anatolia y una de las primeras sociedades de lengua indoeuropea en el llamado mundo oriental antiguo. 15 Hegel piensa en la Europa del siglo XIX y puntualmente el caso del estado alemán como excusa para ejemplificar algunas apreciaciones filosóficas; Dri en Latinoamérica y en especial Argentina de mediados del siglo XX e inicios de XXI, y Levinas en Europa central pos guerras mundiales y la judea bíblica. 16 Destacado del autor. En estas líneas el filósofo alemán presenta parte de sus ideas sobre cómo la verdad en tanto todo y objeto de los estudios científicos supone la íntima relación entre resultado y final entre proceso de acercamiento y entendimiento, de comprensión, realidad/verdad en movimiento que se hace y en ella se hace el sujeto, la dialéctica del mismo. Esto lo retoma para presentar la autoconciencia racional al decir: “(…) la razón recorrerá también de nuevo el doble movimiento de la autoconciencia y pasará de la independencia a su libertad. Primeramente, esta razón activa sólo es consciente de sí misma como individuo y debe, como tal, postular y hacer brotar su realidad en el otro; en segundo lugar al elevarse su conciencia a universalidad, deviene razón universal y es consciente de si como razón, con un en y para sí ya reconocido (…)”(Hegel, 1973, pp. 208-209). La razón en tanto deviene y está en movimiento, no posee un final sino un continuo iniciar que no es cíclico sino espiralado, y al igual que el sujeto es cuando se pone, cuando es intersubjetividad y reconocimiento. Allí la razón es y pasa a ser libertad no de uno sólo sino de los sujetos. Es por ello que Dri en tanto un estudioso argentino de la filosofía hegeliana nos plantea: “Es Hegel quien deja de tomar a los objetos como la realidad. La verdadera realidad, o la realidad en sentido fuerte (Wirklichkeit) y no mera Realitat, es la de los seres humanos y esto no son sustancias sino sujetos, *…+ Hegel define al sujeto de diversas maneras. Sabemos que sus definiciones son siempre acercamientos, nunca definiciones en sentido estricto. Ello es así porque la realidad es infinita (…)” (Dri, 2007, p. 25). En correlación con las ideas hegelianas centrales Dri recupera otra de las afirmaciones citadas en este escrito sobre el todo, la verdad, la subjetualización, y la dialéctica: “Lo verdadero es el todo, pero ese todo no es un algo, un objeto, una masa. Es sujeto, o sea, sujeto-objeto o, mejor, subjetualización - objetualización. Es el desarrollo del sujeto – objeto que sólo es verdadero en el resultado, que no es algo estático, sino en el realizarse del todo sujeto – objeto. No hay en consecuencia, un camino método que sería la dialéctica, y un resultado o meta que sería el sistema. La dialéctica es sistémica y el sistema es dialécticom (…)” (Dri, 2007, p. 33). Estas reflexiones y acotaciones sobre el modo de pensar hegeliano que realiza Dri están relacionadas en este caso con la obra Fenomenología del Espíritu donde Hegel expone sus aproximaciones sobre la idea de sujeto, realidad, libertad para pensar los modos de particularizarse. Con esto Hegel y Dri manifiestan que los momentos de estas aproximaciones siempre se dan en un devenir temporal por ello no hay definiciones cerradas. El particularizarse es un momento que supone la superación-ruptura del momento previo y también la necesidad de un tercer momento -no lineal- que es él en sí, para sí. Estos momentos admiten a la dialéctica no como algo fijo sino como círculos espiralados que abren otros círculos y micro dialécticas con momentos internos. En la Fenomenología del Espíritu (Hegel, 1973, pp. 7-9) el sujeto es también su objeto de reflexión y esboza al estado como un sujeto en tanto espacio consciente de intersubjetividad que desarrollará más en los Fundamentos de la Filosofía del derecho. Por ello, para pensar la eticidad hegeliana es clave retomar las ideas de momentos y rosa porque que supone a la vez hablar de la dialéctica en tanto método, sistema y modo de comprender la realidad a través de desandar los tres momentos hegelianos de la dialéctica –universal absoluto, particularizase, y universal concreto –, movimientos donde el sujeto se pone y al hacerlo se particulariza. En el último momento pasa de ser para sí a un “en sí para sí”, construcción que conlleva un nuevo movimiento donde lo intersubjetivo es fundamental como en la dialéctica de la eticidad. Los momentos y la rosa implican subjetualización y objetualización pero también la contextualizaciones del devenir, la reflexión y el goce en un tiempo concreto y racional. La rosa como metáfora filosófica retomada por Hegel supone y expone que toda verdad, conocimiento racional es una verdad en movimiento porque cada filósofo es “hijo de su tiempo” y por ende, su racionalidad también. La rosa como razón situada es un “en sí para sí”, es una elaboración interjectiva temporal que está al igual que el sujeto en momentos de movimiento: “(…) la filosofía es su tiempo aprehendido en pensamientos… Aquí está la rosa, baila aquí, Lo que está entre la razón como espíritu autoconsciente y la razón como realidad presente, lo que separa aquella razón de ésta y no encuentra en ella su satisfacción, es el obstáculo de algo abstracto que no se ha liberado para llegar al concepto. Reconoce la razón como la rosa en la cruz del presente y con ello goza de éste (…)” (Hegel, 1993, pp. 23-24). Dri para profundizar y ampliar la metáfora hegeliana de “aquí está la rosa, baila aquí” nos acota: “La dialéctica no es un método si por tal se interpreta una construcción del sujeto que establece las pautas para conocer la realidad. (…) Separar método y contenido, método y sistema en la filosofía hegeliana es no haberla comprendido en absoluto. No hay un método creado por el sujeto para aproximarse a la realidad. Es la misma realidad la que dicta el método, porque esta no es otra cosa que su mismo movimiento (…) El simbolismo de la rosa en la cruz alude a los rosacruces. Hegel lo aprovecha para referirse al problema de la racionalidad del Estado Moderno, o sea a la rosa que esta sobre la cruz, es decir sobre la sociedad civil que implica una serie contradicciones (…) La libertad subjetiva sólo puede desarrollarse, ampliarse, en el ámbito de lo que es “en sí y para sí”, es decir en el ámbito de los ético que se realiza en el Estado (…)” (Dri, 2009: 96, 102 y 103). Estas ideas están vinculadas con la apreciación de Estado en tanto sujeto que es político y que se pone al igual que los hombres; al respecto Dri expresa “La lucha por el reconocimiento es un tema central tanto para la construcción como para la realización del sujeto. Como el estado es un sujeto colectivo, la lucha por el reconocimiento es constitutiva de él (…)”. (Dri. 2009, p 23). Momentos y rosa, en tanto refiere a movimientos dialécticos y contextos históricos del sujeto racional son para Hegel indicadores claves para pensar la dialéctica de la eticidad, que como toda dialéctica es del sujeto. Presentado a la última como aquel espacio intersubjetivo donde el hombre posee libertad sustancial y realización intersubjetiva, universalidad concreta, razón que es también idea filosófica (Hegel, 1993, pp. 14-24). Emmanuel Levinas en tanto filósofo ético y ontológico de nacionalidad lituana y luego nacionalizado francés, es considerado el padre de la construcción de la alteridad Moderna. En esta nueva configuración teórica de la alteridad recupera nociones de Aristóteles sobre el otro, el alter, y poniendo en esta nueva construcción una situacionalidad experimentada desde la conciencia de ser judío en el período de la Segunda Guerra Mundial y sus lecturas de la Biblia, y los escritos de sus contemporáneos Henri Berson, Martín Heidegger y Martin Buber. Tanto el primero como el tercero de los filósofos retomados por Levinas son con quienes él construye su idea de rostro y con ello tensiona las ideas de trascendencia. Este filósofo lituano entre las décadas de 1950 y 1960 recupera parte del análisis aristotélico sobre la otredad y el nosotros en tanto un espacio social donde la interacción social, política, religiosa está impregnada por la idea del diferente, del distinto. La diferencia levinasiana no es pensada como un signo del enemigo, del inferior y depósito de los males –como suele leerse en algunos escritos aristotélicos aunque en Ética Nicomáquea muestre el otro entre nosotros, y en La Política señale la diferencia de sexo, edad y condición social–, sino de un ser con el cual se puede y se debe construir un lugar donde es posible y necesario el diálogo, figura teórica contrapuesta a lo vivenciado por los judíos perseguido como él en la Segunda Guerra Mundial. La alteridad levinasiana se piensa en la contingencia del ser-en-el- mundo por lo cual se cruzan imágenes sobre “los otros”, “el nosotros”, “el yo”, la finitud del ser y la acción: “Nuestra relación con otro consiste ciertamente en quererle comprenderle, pero esta relación desborda de la comprensión. No solamente porque el conocimiento del otro exige, además de curiosidad, simpatía o amor, maneras de ser distintas de la contemplación impasibles” (Levinas, 2001, p. 17). A esta apreciaciones, Hegel le contrapondría que no se comprende por amor sino por el reconocimiento del otro en tanto distinto de mí, y a mí como uno otro del otro. Ambos filósofos suponen que se es sujeto sólo en la relación con un “otro” en la intersubjetividad consciente que se va construyendo para Hegel, para Levinas en las relaciones cotidianas, en un proceso de encuentro “cara a cara” de reconocimientos de los rostros humanos. El filósofo lituano piensa al otro como parte de una comunidad universal, la humanidad y desde allí plantea la necesidad de relaciones humanas basadas en la solidaridad, en la no indiferencia, en la significatividad del rostro humano donde el matar es negar al otro a diferencia de morir por otro. El dar la vida por un otro en un acto responsable que supera la esfera jurídica para ser una ética del amor al prójimo, del saberse un ser político, ético significado en el reconocerse otro y ver su rostro, al escribir: “(…) la alteridad del otro hombre no significa otra cosa que la alteridad lógica de las partes –unas frente a otras– en un todo fraccionado cuyas relaciones rigurosamente recíprocas se gobiernan exclusivamente por la unidad de ese Todo, de ese Uno desagregado en sus partes; dicho de otro modo: hemos de preguntarnos si, en la multiplicidad humana, la alteridad del Otro hombre tiene originariamente sentido a partir de un saber –saber político, pero saber esencialmente– en el que yo se reconoce como fracción de un todo que ordena la solidaridad humana… O bien –y este sería el segundo término de la alternativa–, (…) Tal es la relación ética. Proyecto de una cultura que precede a la política, (…) Relación con el otro en cuanto tal, no relación otro previamente reducido al mismo “parecido” a mí (…). Esta alteridad, esta separación absoluta se manifiesta en la epifanía del rostro, en el cara a cara,…, no es pensamiento de…, sino de entrada pensamiento para…, una no-in-diferencia hacia el otro (…) Significación del rostro: despertar al otro hombre en su identidad (…)” (Levinas, 2001, pp. 214-215). En estos extractos además de presenta la idea de alteridad en dos sentido política, y ética que supone para Levinas el saber y el ser reconocido, la diferencia central con Hegel es la forma en que ese otro es parte del Estado, para éste es por la intersubjetividad racional del ponerse el Sujeto, y estar “en sí para sí”, mientras para Levinas es solidaridad, amor, política –para ambos-, y esencialmente ética también para ambos. Hegel piensa el sujeto, y al Estado como tal, y Levinas el ser-otro-nosotros entre nosotros, en una comunidad política humana más que solamente estatal porque no necesariamente allí se posee y vive en libertad. Los rostros levinasianos son una metáfora de las relaciones cara a cara, de los hombres que reconociéndose no sólo desde lo físico sino desde lo ético y político buscan un mejor vivir, un bien-estar, una comunidad donde la negación, la violencia, y la muerte no son posibles. También, implica ponerse en el mundo en un acto cara a cara, supone intersubjetividad y sujeto ético aunque de un modo distinto al hegeliano, pues se centra en la trascendencia. Daniel Salvatore Schiffer en su análisis de la filosofía levinasiana nos expresa: “Es también en Totalidad e Infinito –obra de la que sabemos cuánto debe a la frecuentación de los textos de Martin Buber, de Franz Rosenzweig-, donde Emmanuel Levinas conferirá a ese concepto de “trascendencia” su mejor definición, (…) «Pero el Deseo y la bondad suponen concretamente una relación donde lo Deseable detiene la “negatividad” del yo ejerciéndose en lo Mismo, en el poder, en la influencia. Lo que, positivamente, se produce como posesión de un mundo donde puedo hacerle un don al Otro, es decir, como presencia frente a un rostro, mi orientación hacia el Otro no puede perder la avidez de la mirada sino mutando en generosidad, incapaz de absorber al otro con las manos vacías», especifica Levinas en ese pasaje crucial –que ese rostro del que habla aquí, después de haber hecho su definición más completa y definitiva posible (“la manera en que se presenta el Otro, superando la idea del Otro a mí, la llámanos, en efecto, “rostro”, se toma el trabajo de indicar en esas mismas líneas), no es simple “imagen plástica”, sino una muy real “expresión”, es decir, un verdadero “discurso”…, relación intersubjetiva del yo con el otro…” (Schiffer, 2008, pp. 118-119). Para Levinas el rostro es discurso y supone, implica, conlleva en su mirar una relación intersubjetiva, ética, trascendente, allí el hombre sólo puede actuar con bondad. Hegel propone en la relación intersubjetiva racionalidad aunque ella implique para el Estado -en tanto sujeto-ponerse en guerra. Ambos postulan en la ética el espacio de mayor libertad e intersubjetividad, y que todo contacto entre los hombre que se ponen diría Hegel o que mira el rostro del otro diría Levinas implican hombres que superan su naturaleza biológica para construir su naturaleza humana, el mundo deseado, la comunidad política, el ethos en tanto guarida y costumbre, su casa política. Los hombres en tanto sujetos puestos cual rosa de su tiempo, rostros que dialogan al interactuar modifican a los otros y se modifican a sí mismos, conocerse para conocer, ser un-ser-ahí, un ser “en sí y para otro”; un “en sí para sí”. Hegel es leído por Levinas y Heidegger y la idea que las limitaciones siempre permiten algo es parte de su lenguaje en el discurso de estos aunque no trabajen desde la dialéctica. Si se superan las limitaciones, los momentos de abstracción al moverse los sujetos, estos se ponen, son y desde allí pueden construirse mediante el reconocimiento y la reconciliación en la intersubjetividad. Momentos, rosas y rostros remiten a el hombre como sujeto político, ético, sujeto puesto en un mundo intersubjetivo que crea, desarma, niega, se reconoce y es reconocido. 2. Eticidad y alteridad En este apartado el eje de reflexión son las ideas de eticidad y alteridad desde las nociones hegelianas y las lecturas de Dri y Levinas para pensar las relaciones intersubjetivas y con ellas al estado y la ciencia. Además de concebirlas como herramientas teóricas para desandar, pensar y criticar la historiografía sobre los hititas, puntualmente al presentarlos como un estado desde diversas acepciones. La eticidad para Hegel forma parte de la dialéctica del estado, concibiendo a esta como la construcción del mismo y del derecho. Allí hay momentos de una dialéctica interna conformada por la familia, la sociedad civil, y el estado como superación y relación intersubjetiva. En el estado el hombre es sujeto realizado y reconciliado, reconocido, es sujeto político y racional, allí se lucha y goza, se es libre como un universal ético, concreto. Esto lo expresa así: “La eticidad es la idea de la libertad como bien viviente que tiene en la autoconciencia su saber, su querer, y por medio de su actuar, su realidad, actuar que tiene a su vez en el ser ético su fundamento en y por sí y su fin motor (…). Lo ético objetivo, que aparece en el lugar del bien abstracto, es por medio de la subjetividad como forma infinita, la sustancia concreta (…), lo ético tiene un contenido fijo que es para sí necesario y una existencia que se eleva por encima de la opinión subjetiva y del capricho: las instituciones y las leyes existen en y por si…” (Subrayado del autor) (Hegel, 1993, p. 103). En este párrafo además de vincular la ética con la libertad y la intersubjetividad la sitúa en un hacer ético que es definido y expresado en las instituciones y las leyes en tanto concepto infinito, sustancia y esencia del Estado. Dri profundiza esto al expresar: “(…) para Hegel, el estado es un sujeto que se realiza de acuerdo con la lógica dialéctica como todo sujeto. El primer momento es el más pobre el más abstracto y, referente a lo político, ese es el caso del derecho (…) El derecho es el primer momento del sujeto que es el Estado. El concepto y la idea son los dos momentos supremos de realización del sujeto…” (Dri, 2009, p. 19). En otro capítulo de su obra Dri complementa esta reflexión diciendo: “El Estado en su esencia no es un aparato. Naturalmente que no existe Estado sin su estructura o aparato, pero este no constituye su esencia. Es como un cuerpo. La “idea ética” o el “espíritu ético” no es una mera abstracción, no es una mera idea o representación (…) En síntesis el Estado es el pueblo en cuanto organizado (…)” (Dri, 2009, p. 177). La eticidad tiene como universal concreto al Estado, en tanto ámbito ético donde las leyes y sus fuerzas son la sustancia del mismo, y esas leyes son la cosa más elevada (Hegel, 1993, p. 196), son más que las cosas naturales, son pueblo organizado. Por ende, “las leyes éticas no son para el sujeto algo extraño, sino que ellas aparecen como su propia esencia, el testimonio del espíritu (…)” (Subrayado del autor), (Hegel, 1993, p. 19). Ya que en las leyes el sujeto, es limitado pero a la vez se libera y alcanza la libertad sustancial, la libertad no particular sino intersubjetiva, es su relación con los otros, allí se potencia la libertad, su virtud, su ética; porque ellas dan identidad a los individuos. Hegel al hablar de lo ético habla de las costumbres y dice que con ellas se crea la segunda naturaleza: “El hábito de lo ético se convierte en la segunda naturaleza que ocupa el lugar de la primer voluntad meramente natural (…)” (Hegel, 1993, p. 201). Por ende en la eticidad posee su dialéctica interna: familia, sociedad, civil, estado; deber y derecho son momentos donde los sujetos dejan de ser universal absoluto, la familia para ponerse, y luego reconciliarse en la nueva comunidad, el Estado con sus deberes y limitaciones donde se expresa identidad, costumbres, ethos, y máxima libertad porque esta es intersubjetiva. Dri, retoma las últimas nociones para expresar que la eticidad se construye y constituye allí donde hay relaciones intersubjetivas, donde el Estado es más que instituciones y leyes, es el espacio donde se puede y deber ser libre poniéndose el hombre como sujeto activo. En este contexto, eticidad supone un ethos que además de costumbre nos remite a la idea de hogar, de casa, de guarida donde somos un colectivo, y donde no puede primar la violencia (Dri, 2009, pp. 43-48). Rubén Dri, al expresar estas ideas reflexiona también sobre Latinoamericana en los años ‟70, particularmente en la Dictadura Argentina y en la crisis del 2001 donde el Estado en tanto parte de la eticidad y ethos como guarida humana es fraccionado, roto, y se transforma de casa comunitaria al lugar donde el hombre pierde su condición de ser libre y es perseguido y violentado por aquello de lo que es parte el Estado y la sociedad civil. Levinas aborda la alteridad vinculada con la idea de ser, conocimiento y trascendencia; pues uno de sus temas de interés es cómo conocer a los otros y cómo desde ese acto de intelección el hombre, el Yo se conoce a sí mismo y desde allí puede pensar la universalidad (Levinas, 2001, p. 39). En este proceso de encuentro y conocimiento el lenguaje es el medio con el cual los hombres interactúan, dialogan, pues el encuentro es entre personas donde la multiplicidad humana tiene sentido desde el saber, la ética y la política. Allí, los rostros se ven, se reconocen y actúan en conjunto para sí. En esa relación crean la comunidad, sea un estado o no, y con ella los deberes y derechos para la libertad de los hombres. Aquí se puede leer en Levinas cierta empatía con la idea de hábito ético de Hegel donde sólo la intersubjetividad, el nosotros levinasianos, es el más verdadero espacio del hombre en tanto sujeto que no mata por matar, que no abusa del otro, sino que solo es pueblo. Por ello, Levinas nos sitúa en las diversas maneras de constitución de la alteridad desde lo particular y desde lo social al expresar: “(…) la sociedad solo puede ser de dos, tú y yo. Estamos entre nosotros (…)” (Levinas, 2001, p. 33). Este “nosotros” es un encuentro signado por el amor, por el placer satisfecho pero la sociedad implica más que relaciones de pareja, de sociedad íntima, supone un tercero en las relaciones cotidianas: “El Otro, la Exterioridad, no significan necesariamente tiranía y violencia. La exterioridad del discurso es una exterioridad sin violencia. Lo absoluto que sostiene la justicia es lo absoluto del interlocutor. Su modo de ser y de manifestarse consiste en volver la cara hacia mí, en ser rostro (…)” (Levinas, 2001, pp. 35-36). La alteridad para Emmanuel Levinas es parte del descubrimiento que él “yo” hace del “otro”, es la interacción con “el otro” que no se había conocido pero del cual se poseían ideas, imágenes, visones y parámetros (Levinas, 1993, 2001) en un juego de espejos deformantes, de configuraciones y contrastes, de prefiguraciones del ser. Hegel y Levinas se preguntan por cómo se construye la intersubjetividad. Mientras que para Hegel es mediante momentos: el ponerse, y el ser “en sí para sí”, para Levinas implica el cara a cara y el diálogo donde el lenguaje es clave –aquí podemos pensar que ambos remiten al ethos–. Por ello Levinas dice: “Lo que caracteriza al habla es la ausencia de un plano común –la trascendencia–; ciertamente el contenido comunicado es común mediante el lenguaje. La invocación esa anterior a la comunidad. Es una relación con un ser que, en cierto modo, no existe en relación a mí o, si se prefiere, que no existe en relación conmigo sino en cuanto existe en relación consigo mismo. Un ser situado más allá de todo atributo que tuviera como efecto el cualificarle, es decir, el reducirlo a aquello que tiene en común con otros seres, el hacer de él un concepto. Esta presencia a mí de ser un idéntico a sí es lo que llamamos presencia del rostro. El rostro es la identidad misma de un ser (…) Como interlocutor, se sitúa en frente de mí; y, estrictamente hablando, el interlocutor es el único que puede situarse de frente, sin que ese “en frente” signifique hostilidad ni amistad. El rostro como des-sensibilización, como desmaterialización del dato sensible…La particularidad del otro mediante el lenguaje, lejos de representar la animalidad o el residuo de su animalidad, constituye la humanización total del otro (…)” (Levinas, 2001, pp. 46-47). El lenguaje es para Levinas el espacio donde el hombre manifiesta su humanización, donde los rostros no sólo están situados de frente y por ende no debería mediar la violencia, sino que además es el lugar donde se es comunidad. En este contexto, la alteridad es ese nosotros en dialogo en tanto humanidad, allí, se dan y constituyen los movimientos dialécticos, al mirarnos y actuar, al usar el lenguaje nos ponemos en libertad y nos reconocemos como hombres con igualdad. Para Hegel son claves las leyes, para Levinas el acento está en la ética, aunque nos la niega como parte fundamental de una comunidad a la legislación; la diferencias entre ambos parte de sus sustentos filosóficos para uno la racionalidad y la dialéctica, para otro, los rostros y la relación trascendental de yo-otros-nosotros. Pero, ¿es posible usar estas ideas para pensar cómo las sociedades Europas del siglo XX han construido un relato sobre una sociedad pasada, la hitita? Mi primera reacción es sí, si concebimos a la eticidad y la alteridad como categorías no fijas, ni trasladables a cualquier contexto, si retomamos la idea de la rosa como situación en un tiempo concreto. Otra apreciación de primer orden es que sobre estas comunidades se han realizado políticas de colonialidad de su temporalidad (dos Santos, 2012). Pues se les han impuesto cronologías europeas, y nombres a acciones de gobierno y formas de vida que correspondían a realidades del centro de Europa. La historia hitita suele estar narrada desde ciertas temáticas en formas de tópicos que han sido mirados desde los postulados marxistas y neo-marxistas. Pueden señalarse como las más significativas: la Escuela de Annales –en especial segunda y tercera corriente-, y la Escuela de Chicago, la Revista de Estudios Anatólicos, el Instituto de Estudios Orientales dependiente de la Universidad de Chicago; colecciones de la Escuela de estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, la Universidad de Leiden –estas últimas vinculadas al círculo de escritores alemanes-, y el Boletín de la Asociación Española de Orientalistas. Entonces, ¿cómo se han planteado los estudios sobre los hititas en relación con sus vinculaciones políticas internas y en sus relaciones con las sociedades vecinas desde la historiografía? En general se los ha presentado de tres maneras: - - 17 el primer estado indoeuropeo confederado, aquí los primero escritos devienen de un escritor ruso C. W. Ceram -seudónimo de un escritor y arqueólogo alemán Kurt Wilhelm Marek- que compara este sociedad con una sociedad a descifrar, oscura, misteriosa pero de estados confederados al modelo de los relaciones europeas previo a las guerras mundiales. Allí impone desde el discurso moderno de Estado que suele atribuírsele a Hegel. En estos momentos estoy releyendo ese texto para desandar líneas de imposición de su mundo vivencial a los modos de presentar a la realeza hitita. En este caso, se ven líneas de una alteridad política que es colonializada. el primer imperio indoeuropeo17. En el proyecto de tesis propongo una nueva mirada sobre la premisa “primer imperio indoeuropeo” lo cual implica tener en Este postulado puede ser cuestionado como un mito historiográfico si retomamos su análisis desde lo planteado por Mario Liverani y Edward Said en tanto narración que solapan los modos en que se han leído a - consideración la revisión de posturas antisemíticas entre los años „30 y „60 donde los primeros escritos públicos sobre los imperios antiguos han trazado una posible línea imaginaria entre “el primer imperio de la humanidad” y los imperios modernos todos ellos enlazados desde lo lingüístico en tanto sociedades indoeuropeas. Esta revisión nos habilitaría a tensionarla como una expresión de colonialidad discursiva y del saber, un mirada eurocentrista que justificaría la idea dominación en vez de en una raza, en una sociedad lingüística, la indoeuropea, y allí la alteridad política seria sujeto de colonialización discursiva y de negación de su eticidad. Este postulado en tanto supuesto e hipótesis secundaria ha sido parte del intercambio con el Dr. Jordi Vidal director mi tesis doctoral. Y, una sociedad militarizada dualista (Gurney, 1954; Ceram, 1957; Abdul-Qader, 1966; Garelli, 1982). Esto, se está y ha estado revisando y cuestionando durante las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI al preguntarse ¿cuál es el rol del ejército, y si la condición de portar armas y caballos es fundamental para la conformación de la élite? Trevor Bruce es quien ha ido marcando que si bien es importante, otros mecanismos son vitales para dicha élite, como los matrimonios diplomáticos y las alianzas con ciertos sectores sacerdotales. Por ende, hay una revisión de los primeros escritos públicos sobre los hititas que datan de la década del ´20 del siglo pasado. Además, desde 1960 hay una substancial transformación en la lectura de la dinámica social hitita al incorporase nuevos documentos históricos traducidos, revisar las primeras traducciones, y en paralelo pensar otras temáticas como la presencia de las mujeres en la realeza hitita, los dioses y su relación con las políticas de legitimación. Estas tres miradas sobre cómo se define políticamente a los hititas suele estar entrecruzada con la traducción de sus textos, y las maneras de hacer historia que se refleja en las posturas historiográficas. Por eso, la frase expresada en clase por el Dr. Dri (2015) de que “…las luchas políticas son luchas por las representaciones hermenéuticas y por ende luchas hermenéuticas por los símbolos…” puede ser un muy buena metáfora para pensar en el relato historiográfico. las sociedades semitas asentadas en la Mesopotamia Antigua (Acadios-Amorreos) que son previas temporalmente a los hititas. Liverani quien expresa la necesidad de mirar los mitos historiográficos sobre el Oriente Próximos en su obra El Antiguo Oriente como problema histórico, y postula la necesidad de romper con ellos desde el análisis de los documentos históricos y la revisión de las narraciones histórica. En tanto que E. Said reclama la necesidad de pensar Oriente como un construcción de Occidentes desde las narrativas y por ello, la urgencia de revisar los modos de narrar la historia de aquello a lo que Europa central llama Oriente. Este último autor se centra en desnaturalizar “el orientalismo y Oriente” desde fines de la edad media, la importancia de retomarlo es precisamente el pensar cómo se narro y narra sobre esas comunidades. La pertinencia de estos autores está dada por sus análisis historiográficos, y las herramientas metodológicas que postulan para leer el pasado antiguo de Asia y África. (Ceram, 1957; Abdul-Qader, 1966; Gurney, 1954; Garelli, 1982.) Referencias bibliográficas ABDUL-QADER, Mohammed (1966). La administración provincial hetea en los territorios conquistados en Asia. En ASAE 59. Pp. 109-141. CERAM, C. W. (1957). El misterio de los Hititas, Barcelona, Ed. Destino. DOS SANTOS, Silvana (2012) “Sociedades antiguas: sujetos colonizados, lugares y alteridades en relectura. El caso Heteo e Inkaico”. En Hermeneutic (11). Consultado en: http://publicaciones.unpa.edu.ar/index.php/1/article/view/100 DRI, Rubén (2007). Hegel y la lógica de la liberación. Dialéctica del sujeto objeto. Buenos Aires: Biblos. ------- (2009). La Rosa en la cruz. La Filosofía política de Hegel. Buenos Aires: Biblos. ------- (2015). “Hegel y el movimiento dialéctico”. Apuntes de Seminario de Doctorado en Ciencias Sociales. UNJ. Mimeo. GARELLI, Paul (1982). El Próximo Oriente Asiático desde los orígenes hasta las invasiones de los pueblos del mar. Buenos Aires: Labor. GURNEY, Oliver (1954). The Hittites. Londres: Penguin Books. HEGEL, G. W. F. (1993). Fundamentos de la Filosofía del derecho, Madrid: Libertarias/Prodhufi. ------- (1973). Fenomenología del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica. LEVINAS Emmanuel (1993) El tiempo y el Otro. Barcelona: Paidós. LEVINAS, Emmanuel (2001). Entre Nosotros. Ensayos para pensar en otro. Valencia: PreTextos. SCHIFFER, Daniel Salvatore (2008). La filosofía de Emmanuel Levinas. Metafísica, Estética, Ética, Buenos Aires: Nueva Visión. *** * Silvana Beatriz dos Santos: Profesora y Lic. en Historia UNPSJB, Especialista en Ciencias Sociales FLACSO, Magister en Filosofía Prácticas Contemporáneas U.N.M.D.P. Doctorando en Ciencias Sociales UNJ. Docente de la carrera de Historia y de Ciencias de la Educación de la UNPSB, Categoría de Investigador V CONEAU. Integrante y directora del Grupo de Estudios sobre Estatalidad, Fronteras y Prácticas en las Sociedades Antiguas y de la Modernidad Clásica (G.E.E.F.P.S.A. y M.C). Directora del Programa: Patrimonio Cultural: Preservación, conservación, protección y difusión de los archivos de prensa de la historia local como documentos históricos. [E-mail: [email protected]]. Filosofía experimental de la ciencia: el concepto de observación en Ian Hacking Mariela Serón*, Norma Leticia Vázquez** y Viviana Beatriz Sargiotto*** Resumen Uno de los problemas clásicos de la filosofía de la ciencia es la relación entre teoría y observación. El concepto de observación se encuentra en la base de muchas cuestiones epistemológicas y metodológicas de la ciencia y la posición asumida respecto a la relación con las teorías incide en el proceso de caracterización y evaluación del conocimiento científico. En este trabajo analizaremos los enfoques dominantes respecto a esta relación: 1) el enfoque de la filosofía de la ciencia clásica, que establece la independencia entre el lenguaje observacional y el teórico y la confirmación de las teorías a partir de la contrastación con las observaciones, que deben ser puras, es decir, no prejuiciadas ni contaminadas en sentido alguno por las teorías; 2) el enfoque de Thomas Kuhn, que sostiene que toda observación requiere de creencias o conocimientos previos y, más aún, que las observaciones siempre se realizan bajo la influencia de alguna concepción acerca del mundo; 3) la propuesta de Ian Hacking, que distingue la teoría de la observación, pero ésta última considerada como una actividad diversa y con autonomía de la teoría, lo que constituye el fundamento de una filosofía experimental de la ciencia. Palabras clave: observación – teoría – filosofía experimental Abstract One of the classic problems of philosophy of science is the relationship between theory and observation. The concept of observation is at the root of many epistemological and methodological issues of science and assumed position regarding the relationship with the theories affects the process of characterization and evaluation of scientific knowledge. In this paper we analyze the dominant approaches to this relationship: 1) the focus of the philosophy of classical science, which establishes the independence of the observation language and the theoretical and confirmation of the theories from the contrast with observations, that must be pure, that is, not biased in any direction or contaminated by theories; 2) Thomas Kuhn's approach, which holds that all observation requires prior knowledge or beliefs and, further, that the observations are always performed under the influence of some conception about the world; 3) Ian Hacking's proposal, which distinguishes the theory of observation, but the latter considered as a diverse activity and autonomy of the theory, which is the foundation of an experimental philosophy of science. Keywords: observation – theory – experimental philosophy La dicotomía teórico-observacional Para la filosofía clásica de la ciencia existe una dicotomía entre lo teórico y lo observacional; el lenguaje observacional es independiente del teórico; la confirmación de las teorías se basa en la contrastación con las observaciones que deben ser puras, es decir, no prejuiciadas ni contaminadas en sentido alguno por las teorías; los enunciados observacionales están formados por términos observacionales y los teóricos por términos teóricos, al menos uno. Un término observacional designa propiedades fenoménicas perceptibles por los sentidos y, por tanto, verificables y expresables por medio de enunciados protocolares, por ejemplo rojo, madera, volumen; un término teórico, en cambio, es inobservable, está determinado por una teoría científica y es utilizado por los científicos, por ejemplo molécula, gen, electrón, energía, entropía, etc. La línea divisoria entre los diferentes tipos de términos es polémica pero inevitable y fundamental para el empirismo ya que la formulación de la hipótesis científica es posible a partir de la recolección de enunciados observacionales basados en una observación pura y libre de prejuicios. La diferenciación entre términos observacionales y teóricos ha generado un problema conocido como el “problema de los términos teóricos”. Di Gregori, siguiendo a Shapere (1965), sintetiza la caracterización de este problema: “(…) hay términos como gen, átomo, campo, fuerza, que aun siendo parte de la teoría científica no se refieren a entidades observables. Sin embargo, desde Hume en adelante se supone que la ciencia se ocupa de lo observable y no de misteriosas entidades metafísicas que, por escapar a la mirada de la experiencia puedan o no existir” (Di Gregori, 1995, p. 46). Rudolf Carnap, representante del empirismo lógico, asume que la ciencia tiene una base observacional no problemática definida por términos observacionales que son hechos, sucesos, fenómenos y objetos observables. Pero reconoce que subsiste el problema de los términos teóricos como problema metodológico. En Fundamentación lógica de la física” Carnap se pregunta: “¿De dónde provienen los términos teóricos que componen las leyes teóricas? ¿Cómo pueden descubrirse leyes teóricas? No podemos decir reunamos cada vez más datos, y luego generalicémoslos más allá de las leyes empíricas hasta llegar a las leyes teóricas. Nunca se descubrió una ley teórica de esta manera. Observamos piedras, árboles y flores, percibimos diversas regularidades y las describimos mediante leyes empíricas. Pero, por mucho o cuidadosamente que observemos tales cosas, nunca llegamos a un punto en el cual podamos observar una molécula. El término molécula nunca surge como resultado de observaciones. Por esta razón, por muchas que sean las observaciones, nunca llegaremos a elaborar una teoría de los procesos moleculares. Una teoría semejante debe surgir de otra manera. No se la enuncia como una generalización de hechos sino como una hipótesis.” (Carnap, 1969, p. 6). Por su parte Carl Hempel, también empirista lógico, en Filosofía de la ciencia natural, expresa que no se puede llegar a una ley teórica a partir de la inducción “Porque –para dar solo una de las razones- las hipótesis y teorías científicas están usualmente formuladas en términos que no aparecen en absoluto en la descripción de los datos empíricos en que ellas se apoyan y a cuya explicación sirven.” (Hempel, 1973, p. 31). El problema de los términos teóricos no se circunscribe al contexto de descubrimiento de las hipótesis científicas sino que subsiste en el contexto de justificación. Mientras que las leyes empíricas pueden ser justificadas a partir de enunciados observacionales que las confirmen, las leyes teóricas, en tanto que no aluden a entidades observables, no se pueden justificar por medio de estas y sólo reciben una justificación indirecta de las leyes empíricas que se deducen de ellas. Esto plantea una nueva inquietud: ¿cómo es posible que de las leyes teóricas, que sólo se refieren a no observables, puedan deducirse leyes empíricas que, por el contrario, hacen referencia a entidades observables? Para la filosofía clásica de la ciencia, también llamada “concepción heredada”, la deducción de leyes empíricas de leyes teóricas es posible porque los científicos han creado un conjunto de reglas que vinculan a los términos teóricos con los empíricos. Estas reglas se denominan de correspondencia o principios puente. Si no existieran estas leyes sería imposible derivar leyes empíricas a partir de leyes teóricas. Sin embargo, esta idea general acerca del método científico y la función que desempeña la distinción entre términos teóricos y observacionales fue seriamente cuestionada por Putman, Shapere y Hanson, quienes, a diferencia de los representantes del empirismo lógico y el racionalismo crítico, piensan que las teorías y creencias juegan un papel fundamental en las observaciones, es decir, en lo que percibimos. Sostienen que los términos científicos, tanto observables como teóricos, están determinados por la teoría, el paradigma o el contexto en el que se encuentran inmersos y se expresan. Por lo tanto, los datos de experiencia no pueden considerarse el fundamento último de las hipótesis y de las teorías ya que dependen del contexto intelectual en el que se obtienen. Esta propuesta se conoce como la tesis de la “carga teórica de la observación” y uno de sus mayores exponentes es Thomas Kuhn, como veremos en el parágrafo siguiente. La tesis de la carga teórica de la observación en Thomas Kuhn Thomas Kuhn analiza la observación en general, la experiencia y la percepción desde la perspectiva del modelo que él propone para explicar el desarrollo de la ciencia. La célebre frase de Kuhn “Cuando cambian los paradigmas, el mundo mismo cambia con ellos” revela una forma radical y novedosa de concebir la relación entre marcos conceptuales y percepción (Pérez Ransanz, 1989, p. 23). Para Kuhn, el desarrollo de cada disciplina científica consiste en periodos de ciencia normal y extraordinaria. En los periodos extraordinarios se producen cambios de paradigmas y surge una nueva manera de ver las cosas, una nueva visión de mundo. Kuhn afirma: “Guiados por un nuevo paradigma, los científicos adoptan nuevos instrumentos y buscan en lugares nuevos. Lo que es todavía más importante, durante las revoluciones los científicos ven cosas nuevas y diferentes al mirar con instrumentos familiares en lugares que ya habían buscado antes. Es como si la comunidad profesional hubiera sido transportada repentinamente a otro planeta donde objetos familiares se ven bajo una luz diferente y, además junto con otro objetos desconocidos” (Pérez Ransanz, 1989, p. 253). En opinión de Kuhn, no solo la percepción cambia al cambiar el paradigma, sino que la existencia de algo similar al marco conceptual es el requisito previo de la percepción misma: “Lo que un hombre ve depende tanto de lo que mira como de lo que su experiencia visual y conceptual previa le han enseñado a ver” (Kuhn, 1989). De esto se desprende que para Kuhn las observaciones están posibilitadas pero también constreñidas por los marcos conceptuales o sistemas de conceptos y creencias. Fuera de estos marcos conceptuales no es posible interpretar los datos, es decir, no hay base empírica incuestionable para someter a prueba la teoría. Solo una vez que ha sido establecido el paradigma que condiciona nuestra manera de percibir el mundo y elaborar los datos, la interpretación de estos datos se convierte en una tarea central de la investigación normal. Por consiguiente, para Kuhn no es posible establecer una distinción radical entre conceptos teóricos y observacionales, como pretendía el positivismo lógico y, frente a la tesis de una experiencia fija y neutra que puede expresarse a través de un lenguaje neutral de observación, Kuhn plantea una experiencia co-determinada por el paradigma. (Sánchez Campo, 2003). La observación en la filosofía de la ciencia de Ian Hacking. Ian Hacking comparte con Kuhn el rechazo a las tesis de la concepción heredada y asume algunas de sus tesis, pero no su concepción final de la ciencia porque disiente con él en relación a la observación y al papel de la práctica experimental en la empresa científica. Tal como vimos en el parágrafo anterior, en la obra de Kuhn la experimentación y los fenómenos en general son contemplados desde los marcos conceptuales del paradigma. Para Kuhn la historia de la ciencia es un producto del pensamiento más que un producto de la experimentación y la intervención. Según González Osorio, Hacking, en cambio, le otorga a la actividad experimental igual nivel de importancia que a la teoría con el fin de devolverle la riqueza y la complejidad que la teoría le sustrajo: “La observación, como la concibe el autor, no tiene el papel tradicional que usualmente las diferentes corrientes de la filosofía de la ciencia le atribuyen. Para él, es una actividad muy diversa en sus relaciones con la teoría, presente de diferentes modos y niveles en las teorías científicas, pero autónoma de la misma. Concebida como una habilidad del experimentador que observa objetos o sucesos a través de instrumentos y aparatos utilizados durante la práctica experimental, posee poco valor epistémico en relación a la teoría” (González Osorio, 2013, p. 41). Vamos a analizar esta caracterización con más detalle: En primer lugar para Hacking la observación es una actividad autónoma de la experimentación y la teoría. En este sentido, crítica la posición de Hanson, Kuhn y los historicistas en relación a la carga teórica de los enunciados observacionales y sostiene, por el contrario, que la “experimentación tiene una vida propia” (Hacking, 1996, p. 178). Utiliza como ejemplo las observaciones del astrónomo William Herschel (1738-1822), el constructor del telescopio más grande de su tiempo, quien en 1800 realizó más de 200 experimentos usando filtros en un telescopio y notó que los filtros de colores diferentes transmitían diferentes sensaciones de calor. Herschel no descubrió el calor radiante sino que observó el fenómeno como tal y sus datos sobre las diferentes sensaciones de calor en filtros de colores describieron un acontecimiento inesperado, que solo después fue explicado teóricamente, cuando Macedonio Melloni (1798-1854) inventó el termopar, un instrumento con el que se podía medir la transmisión del calor a través de sustancias diferentes. “Este [dice Hacking] es uno de los muchos ejemplos en el que una invención le permite a un experimentador embarcarse en otra investigación que a la vez aclara la ruta que el teórico debe seguir.” (Hacking, 1996, p. 205). En segundo lugar, Hacking habla de una diversidad de relaciones entre teoría y observación; hay observaciones dignas de atención cuya función es estimular la creación de teorías. Por ejemplo las observaciones realizadas en 1827 por el biólogo y botánico Robert Brown (1773-1858) del movimiento aleatorio y sin razón aparente del polen suspendido en el agua. Aunque Brown no entendió qué significaban, sus observaciones encontraron explicación en la primera década del siglo XX son la teoría molecular de Perrin y la descripción matemática del fenómeno elaborada por Albert Einstein. En tercer lugar Hacking refiere a los “encuentros felices” de teorías y experimentos provenientes de diferentes direcciones. Aquí Hacking toma el ejemplo de la estática en la radio transatlántica. “En los primeros días de la radio transatlántica había mucha estática. Muchas fuentes de ruidos podían identificarse, aunque no se podían suprimir. Algunos ruidos provenían de tormentas eléctricas. Incluso en la década de 1930. Karl Jansky, de laboratorios telefónicos Bell, había localizado un zumbido proveniente del centro de la Vía Láctea .Había pues fuentes de radio energía en el espacio que contribuían a la estática conocida. En 1965 los radio astrónomos Arno Penzias y R.W Wilson adaptaron un radiotelescopio para estudiar este fenómeno. Esperaban poder detectar fuentes de energía, y así fue. Pero también fueron muy diligentes. Encontraron una pequeña cantidad de energía que parecía estar en todas partes destribuida uniformemente. Sería como si todo el espacio que no fuera una fuente de energía estuviera a una temperatura de 4° K. Como esto no tiene mucho sentido, hicieron lo posible por encontrar errores instrumentales. Por ejemplo, pasaron que parte de esta radiación podría provenir de las palomas que tenía su nido en el telescopio, y pasaron un rato molesto intentándose deshacerse de las palomas. Pero después de eliminar toda las fuentes posibles de ruido, todavía se quedaron con una temperatura uniforme de 3°K .No se atrevían a publicar sus resultados porque la radiación totalmente homogénea de fondo no tenía mucho sentido”. (Hacking, 1996, p. 187). Estos resultados no tenían mucho sentido hasta que teóricos de Princeton propusieron, teorizando sobre un tema totalmente diferente, que la formación del universo se había originado en una gran explosión a la que llamaron Big-Bang. De ser esto posible, debería haber una temperatura uniforme en todo el espacio y señalaban que podía ser determinada en forma de radio. Se unieron ambas investigaciones y fue la primera razón verdaderamente convincente para creer en la actual teoría del Big-Bang. En cuarto lugar, para Hacking hay “observaciones masivamente cargadas de teoría”. Por ejemplo, la gran cantidad de teorías acerca de cómo trabaja la transmisión de información por neutrinos con el núcleo solar o la hipótesis de Dicke sobre el interior del sol que rota diez veces más rápido que su superficie. (González Osorio, 2013, p. 51). Finalmente, para Hacking esta diversidad de relaciones entre teoría y observación implica considerarlas actividades distinguibles y autónomas la una de la otra; la observación no es una instancia directamente constitutiva de una teoría científica; la detección de un fenómeno o de una propiedad o característica del mismo, puede requerir muchos datos, recogidos mediante procedimientos experimentales e instrumentos diferentes y no tiene porqué implicar una relación directa entre observación y teoría; la formulación de teorías no es el único propósito de la experimentación, la corroboración de una teoría es sólo un tipo de actividad en la diversidad de la experimentación, lo cual no quiere decir que la observación y la experimentación no adquieran poder explicativo a través de la teoría; los fenómenos observados en la experimentación no son una proporción del crecimiento de las teorías científicas o viceversa: la teoría no se deduce de lo observado, sino que, en la mayoría de los casos, le da un marco explicativo. (González Osorio, 2013, p. 52). La filosofía experimental de Ian Hacking Hacking, junto a Latour y Cartwright, integran el grupo de autores que en los años ochenta proponen un giro hacia la práctica en la filosofía de la ciencia y un cambio en la concepción tradicional de la relación entre teoría y experimento. Si bien Kuhn ya en 1962 en La estructura de las revoluciones científicas (Kuhn, 1997) había puesto el acento en la importancia de las prácticas y había señalado el desconocimiento de la concepción tradicional del importante papel de la experimentación en la investigación científica, en La tensión esencial (Kuhn, 1993) sostiene que el experimento tiene una función significativa en la ciencia normal, ya que hace real o explícito el acuerdo ya implícito entre la teoría y el mundo. Es decir, Kuhn propone una visión de la práctica experimental determinada en última instancia por la teoría, de manera tal que, como sostiene Iglesias, cuando la filosofía aborda el problema de la evidencia empírica lo que busca es una perspectiva práctico-abstracta congruente con el tipo de narración apegada a una visión teórica de la ciencia; una perspectiva que incluya la práctica, pero desde el pensamiento. Se trata, según Iglesias, de “pensar la práctica”, pero esto no significa en realidad conocerla en sus avatares y desarrollos (Iglesias, 2004). Es en este punto que Hacking se diferencia de Kuhn. Su filosofía experimental pone en el eje de la reflexión epistemológica la práctica efectiva de los científicos en los laboratorios. La pregunta fundamental es: ¿qué es lo que efectivamente hacen los científicos en los laboratorios, concebidos como espacios sofisticados de acción? Tal como señala Iglesias, desde esta perspectiva se abandona la generalidad que ha tenido la relación entre teoría y experimento y se asumen las particularidades propias de cada vida experimental, con sus respectivas vidas instrumental y teórica. El mundo de la experimentación es un mundo que tiene vida, que supone mucho trabajo, pero también creación y, por encima de todo, un conocimiento del experimentador en torno al aparato y al efecto, que es lo que permite tomar decisiones (Iglesias, 2004) La observación deja de tener el carácter pasivo que se le atribuía anteriormente y, al incluir los instrumentos, la filosofía tiene que pronunciarse sobre ellos: son los que determinan el modo en que se nos presenta el mundo o naturaleza, lo cual conduce a la reflexión sobre la artificialidad del efecto científico, que demandaría un tratamiento que excede a este trabajo. Resumiendo, cuando Hacking habla de experimentación se refiere a la intervención humana mediante aparatos en el laboratorio. Allí está centrado su interés. Propone abandonar la generalidad del término “experimento” y ubicar a la experimentación en tanto acción local. La perspectiva práctica debe ser capaz de reunir el dominio teórico, los instrumentos con los cuales se trabaja y el tipo de experimentación que se pretende realizar (Iglesias, 2004). Conclusión A partir de esta breve presentación de los enfoques dominantes respecto a la relación entre observación y teoría podemos afirmar que el enfoque positivista de la ciencia plantea la dicotomía teórico-observacional como una pareja excluyente de opuestos y pretende establecer una distinción exhaustiva entre términos observacionales y teóricos por medio de criterios unívocos y bien definidos. Por su parte la perspectiva historicista propone disolver esa distinción entre teoría y observación, para concentrarse en la dinámica del proceso mediante el cual cambia y evoluciona el conocimiento científico. Pero el énfasis está puesto en el cambio teórico, por eso también se denomina a esta postura: “teoricista”. Intenta mostrar que toda observación, y en general toda experiencia, está cargada de teoría y los marcos teóricos contribuyen en gran medida a determinar qué es lo que se observa. Aunque reconoce el papel que tiene la experiencia en la adquisición de conocimiento, considera que la mayor parte de la investigación científica consiste en un intento por comprender la naturaleza en términos de algún marco teórico presupuesto. Por último, Hacking crítica y considera problemática la idea que la distinción entre teoría y observación deba ser disuelta de manera tan radical y plantea una imagen de la ciencia en la que no hay una sola distinción entre teoría y observación, como asegura la filosofía de la ciencia tradicional, sino diversidad de relaciones entre teoría y observación, las que incluso relacionan de forma compleja las tres actividades de la empresa científica: las teorías, la experimentación y la observación. Consideramos que esta última propuesta es la más adecuada para plantear la reflexión sobre la práctica científica por los siguientes motivos: 1. permite mostrar que el modo en que se relacionan la teoría y el experimento es muy diverso y que existen diferentes estratos de teoría y formas de experimentación. 2. cuestiona el tratamiento idealista con que la filosofía de la ciencia tradicional ha estudiado esa relación al no captar la complejidad de las prácticas. La filosofía experimental, en cambio, hace hincapié en una práctica humana, en la construcción social del conocimiento, en el carácter creativo y la emergencia de un sujeto colectivo que la imagen tradicional había borrado. 3. propone abandonar la perspectiva generalizante y universal de abordar la relación entre la teoría y el experimento para asumir las particularidades, los contextos y las tradiciones de cada práctica experimental. 4. abre campos problemáticos, inexplorados por las concepciones anteriores, tales como los laboratorios, los aparatos e instrumentos, la creación de fenómenos o efectos científicos, etc. que contribuyen a encontrar mejores explicaciones del modo en que la ciencia funciona. Para finalizar, desde nuestra perspectiva, la filosofía debe ayudarnos a repensar la manera en que se “hace filosofía, el modo en que se hace ciencia y nuestra concepción tanto del mundo teórico como del mundo experimental, ya que “La realidad tiene que ver más con lo que hacemos en el mundo, que con lo que pensamos acerca de él.” (Hacking, 1983, p. 36). Referencias bibliográficas CARNAP, Rudolf (1969). Fundamentación lógica de la física. Buenos Aires: Suramericana. DI GREGORI, María Cristina (1995). “La fundamentación racional del conocimiento: programas fundamentistas” en León Olivé (Ed.) Racionalidad Epistémica. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía. Vol. 9. Madrid: Trotta. GONZÁLEZ OSORIO, María Fernanda (2013). “La observación en Ian Hacking: una cualidad diversa y autónoma de la teoría”. En Revista *Con+textos 2 (5). Pp. 41-53. HACKING, Ian (1996). Representar e intervenir. México: Paidós / UNAM. HEMPEL, Carl (1973). Filosofía de la Ciencia Natural. Madrid: Alianza. 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(1989) Filosofía de la ciencia: teoría y observación. Pp. 47-69. México: Siglo XXI. *** , *Mariela Serón: profesora de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Unidad Académica Caleta Olivia Integrantes del PI 29-B/ 178 denominado: “La Filosofía de la Experiencia de John Dewey: implicaciones para las nociones de conocimiento, educación y sociedad”. [E-mail: [email protected]]. ** Norma Leticia Vázquez: profesora de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Unidad Académica Caleta Olivia Integrantes del PI 29-B/ 178 denominado: “La Filosofía de la Experiencia de John Dewey: implicaciones para las nociones de conocimiento, educación y sociedad”. [E-mail: [email protected]]. *** Viviana Sargiotto: Magíster en Investigación Educativa y Calidad de la Enseñanza, Universidad de Valencia, España - Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), Argentina; Licenciada en Filosofía. Profesora de grado y posgrado de la UNPA-UACO. Directora del PI 29-B/ 178 denominado: “La Filosofía de la Experiencia de John Dewey: implicaciones para las nociones de conocimiento, educación y sociedad” [E-mail: [email protected]]. Acerca de Hermeneutic Hermeneutic es una revista de crítica, arte y filosofía. Centrada en la hermenéutica aplicada, está abierta y da la bienvenida a las contribuciones que desde diferentes disciplinas permiten pensar las interpretaciones de las encrucijadas culturales. Su interés incluye la promoción y la apertura de un espacio para la difusión de trabajos que le hablen al lector de la existencia de un abanico de perspectivas metodológicas. 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