MITOS Y LEYENDAS

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MITOS Y LEYENDAS
Colombia es de los países de Latinoamérica que se destaca por su riqueza y patrimonio inmaterial
en tradiciones orales; parte de esas tradiciones son los Mitos y Leyendas que por la basta geografía
se enlazan con la vida cotidiana de muchos.
Ibagué y en especial el departamento del Tolima, se desprenden muchas de estas tradiciones
orales; es aquí donde queremos retomar la tradición y volverla palpable, escrita y rescatarla para
Colombia y el mundo.
EL MOHAN O POIRA
Este es el más importante entre los mitos del Tolima Grande. En algunas regiones le dicen
Poira; para algunos es una divinidad acuática, para otros es un espíritu maléfico que causa
muchos daños imperdonables. Dicen, que es un personaje monstruoso, cubierto de pelaje
abundante, que más parece que estuviera envuelto en una larga cabellera; tiene manos
grandes, con uñas largas y afiladas como las de una fiera.
La diversidad de leyendas que se cuentan sobre las hazañas o artificios como actúa,
constituyen una riqueza folclórica para esta tierra tolimense. Los pescadores lo califican de
travieso, andariego, aventurero, brujo y libertino. Se quejan de hacerles zozobrar sus
embarcaciones, de raptarles los mejores bogas, de robarles las carnadas y los anzuelos; dicen
que les enreda las redes da pescar; les ahuyenta los peces, castiga a los hombres que no oyen
misa y trabajan en día de precepto, llevándoselos a las insondables cavernas que posee en el
fondo de los grandes ríos. Las lavanderas le dicen monstruo, enamorado, perseguidor de
muchachas, músico, hipnotizador, embaucador y feroz. Cuentan y no acaban las hazañas más
irreales y fabulosas.
Sobre su aspecto físico, varían las opiniones según el lugar donde habita. En la región del sur
del Magdalena, comprendida entre los ríos Pata y Saldaña, con quebradas, moyas y lagunas
de Natagaima, Prado y Coyaima, hasta la confluencia de Hilarco, como límite con Purificación,
los ribereños le tienen un pánico atroz porque se les presenta como una fiera negra, de ojos
centelleantes, traicioneros y recelosos. Siempre que lo veían, su fantasmal aparición era indicio
de males mayores como inundaciones, terremotos, pestes, etc. Poseía un palacio subterráneo,
tapizado todo de oro, donde acumulaba muchas piedras preciosas y abundantes tesoros; hacía
las veces de centinela, por eso no le quedaba tiempo para enamorar.
En la región central del Magdalena, desde Hilarco, en Purificación, hasta Guataquicito en
Coello, los episodios eran diferentes. Allí se les presentaba como un hombre gigantesco, de
ojos vivaces tendiendo a rojizos, boca grande, de donde asomaban unos dientes de oro
desiguales; cabellera abundante de color candela y barba larga del mismo color. Con las
muchachas era enamoradizo, juguetón, bastante sociable, muy obsequioso y serenatero.
Perseguía mucho a las lavanderas de aquellos puertos, como en la Jabonera, La Rumbosa, El
Cachimbo, El Naranjo, Chiriló, La Caimanera, Pital, Barrialosa, etc., a la manera de un hombre
rico, con muchos anillos, que al enamorarse de la muchacha más linda de la ribera, la llevaba a
la cueva subterránea donde tenía otras mujeres con quienes jugaba y sacaba a la playa en
noches de luna. Muchos pescadores aseguran que oían sus risotadas y griterías.
Bogas,
pescadores y lavanderas lo vieron infinidad de veces en la playa pescando, cocinando,
peinándose; o bajar en una balsa, bien parado, por "la madre del río" tocando guitarra o flauta.
LA LLORONA
Quienes la han visto dicen que es una mujer con la cara huesuda, cabellera revuelta y
enlodada, ojos rojizos, vestidos suelos y deshilachados. Lleva entre sus brazos un bultico como
de niño recién nacido, No hace mal a la gente, pero causan terror sus quejas y alaridos
gritando a su hijo.
Las apariciones se verifican en lugares solitarios, desde las ocho de la noche, hasta las cinco
de la mañana. Sus sitios preferidos son las quebradas, lagunas y charcos profundos, donde se
oye el chapaleo y los ayes lastimeros. Se les aparece a los hombres infieles, a los perversos, a
los borrachos, a los jugadores y en fin, a todo ser que ande urdiendo maldades. Este mito es
conocido en todas las regiones de Colombia y está generalizado en América, con la diferencia
de que cada región tiene su leyenda propia. La Leyenda Durante la guerra civil, en la época del
doctor José Ignacio de Márquez con motivo de las pretensiones del presidente ecuatoriano
Juan José Flórez de quitarle a nuestra patria los territorios que hoy forman los departamentos
de Nariño, Cauca y Valle, se estableció en la Villa de las Palmas, o Purificación, un Comando
General, donde concentraban gentes de distintas partes del país. Uno de sus capitanes, de
conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para
desahogar su pasado luctuoso de asaltos y crímenes, se instaló con su esposa en esta villa,
que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha. Su afligida y abandonada mujer se
dedicó a la modistería para no morir de hambre mientras su marido volvía y terminaba la
guerra. Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la
pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del
batallón de reclutas que venían de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias
especiales, debía demorar en aquella localidad algunas semanas. La viuda convencida de las
aseveraciones sobre la muerte de su marido creyó encontrar en aquel nuevo amor un lenitivo
para su pesar, acepto al joven, e intimo con él. Loa días de locura pasional pasaron veloces y,
nuevamente la costurera quedó saboreando el abandono, la soledad, la pobreza y bebiéndose
las lágrimas por la ausencia de su amado. Aquella aventura dejo huellas imborrables en la
atribulada mujer, porque a los pocos días sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor. El
tiempo trascurría sin tener noticias de su bien amado. La añoranza se tornaba tierna al
comprobar que se cumplían las nueve lunas de su gestación. Un batallón de combatientes
regresaba del sur el mismo día que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel
cuartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñín. Al atardecer de aquel mismo
día, llegó corriendo a su casa, una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no
había muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que
arribaba al campamento. En tan Importuno momento, esa noticia era como para desfallecer, no
por el caso que pocas horas antes había soportado, como por el agotamiento físico en que se
encontraba. Miles de pensamientos fluían a su mente febril. ¿Qué le diría al iracundo esposo
cuando preguntase de quién era aquel niño? ¿Lo convencería de la noticia que circuló sobre su
muerte? ¿Aceptar la su falta justificándola a su estado de soledad y abandono? iNo! Ella lo
conocía muy bien. Era un hombre duro y cruel. ¿Llegaría a su vivienda aquella noche…
¿Demoraría en llegar...? ¿Qué hacer...? ¿Esperarlo? Pero… ¿Si su ira demoníaca le llegara
a matar a su hijo? ¡Nooo! ¡Pobre pedazo de su corazón atormentado...! iQué horror...! Ella no lo
soportaría. Ya su cerebro era un volcán en erupción... Ya no reflexionaba. En su mente débil se
forjó una idea: ¡Huir...! Sí. Huir... Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón
deshilachado, sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo abrigó bien, le agarró fuertemente
contra su pecho creyendo qua se lo arrebataban y, sin cerrar puertas ni ventanas abandonó la
choza, corriendo con dificultad. Se encaminó por el sendero oscuro bordeado de arbustos, y
protegida por el manto negro de la noche. Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer... seguía
corriendo ¿hacia dónde...? ¡Ni ella misma lo sabía…! Los nubarrones más densos... seguía
lloviendo... La tempestad se desató con fuerza La luz de los relámpagos le iluminaba el
camino. La naturaleza la sacudía con estertores de muerte. La demente lloraba. Los arroyos
crecieron... se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo "fuera de
madre", pero ya la mujer no veía. Penetrando a la corriente impetuosa que la arrolló
rápidamente. Las aguas bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecía percibirse el lamento
de una mujer… ¡Ay… mi hijo…! ¡Ay… mi hijo…! Paso la tormenta y solo quedo flotando en el
aire frío y erizante graznido del “tres pies” entre la copa húmeda de uno de los caracolíes de la
orilla de la quebrada. Era el canto agorero del ave que anunciaba una desgracia.
LA MADREMONTE
Los campesinos y leñadores que la han visto, dicen que es una señora corpulenta, elegante,
vestida de hojas frescas y musgo verde, con un sombrero alón, cubierto de hojas y plumas
verdes. No se le puede apreciar el rostro porque la ramazón del sombrero la opacan. Hay
mucha gente que conoce sus gritos o bramidos en noches oscuras y de tempestad peligrosa.
En el llano limpio y habitado, con caminos frecuentados, nunca la han visto. Vive en sitios
enmarañados, con árboles frondosos, alejada del ruido de la civilización, y en los bosques
cálidos, con, animales dañinos. Los campesinos cuentan que cuando la Madremonte se baña
en las cabeceras de los ríos, éstos se enturbian, crecen, se desbordan, causan inundaciones,
borrascas fuertes, que ocasionan daños espantosos. Castiga a los que invaden sus terrenos y
pelean por linderos; a los perjuros, a los perversos, a los esposos infieles y a los vagabundos.
Maldice con plagas y pústulas los ganados de los propietarios que usurpan terrenos ajenos o
cortan los alambrados de los colindantes. A los que andan en malos pasos, de pronto les hace
ver una montaña inasequible e impenetrable, o una maraña de juncos o de arbustos difíciles de
dar paso, borrándoles el camino y sintiendo un mareo del que no se despiertan sino después
de unas horas, convenciéndose de no haber sido más que una alucinación, una vez que el
camino que han trasegado ha sido el mismo.
Quienes la conocen, han oído sus rugidos o
están convencidos de sus conjuros, siempre que van a emprender la ruta por lugares miedosos
o cuajados de fronda, llevan escapularios o medallas benditas, bastón de guayacán o varas de
cordoncillo; deben ir fumando, tabaco y llevar en el bolsillo unas pepas de cabalonga.
LA PATASOLA
Habita entre la maraña espesa de la selva virgen, en las cumbres de la cordillera, en los
bosques solitarios o en los montes más espesos de la llanura. Con la única pata que tiene
avanza con rapidez asombrosa. Es el endriago más temido por colonos, mineros, cazadores,
caminantes, agricultores y leñadores.
Algunos aventureros dicen que es una mujer bellísima que los llama y los atrae para
enamorarlos, pero avanza hacia la oscuridad del bosque a donde los va conduciendo con sus
miradas lascivas, hasta transformarse en una mujer horrible con ojos de fuego, boca
proporcionada de donde asoman unos dientes de felino, y una cabellera corta, despeinada que
cae sobre el rostro para ocultar su fealdad.
Cuentan los cazadores, que lo que más temen ellos, es el poder que tiene de metamorfosearse
y por lo tanto los daños que les causa el engaño que les hace con la pezuña, porque a veces
deja el rastro de vaca y otras de oso. Persigue a los caminantes y cazadores que penetren a
sus predios, a los mineros que tengan muchas herramientas, porque odia el hacha, la peinilla o
el machete. Castiga a los agricultores mandándoles ¬vendavales para destrozar sus plantíos, y
más si son de maíz.
La Leyenda Cuentan que en cierta región del Tolima Grande, un arrendatario tenía como
esposa una mujer muy linda y en ella tuvo tres hijos. El dueño de la hacienda deseaba
conseguirse una consorte y llamó a uno de los vaqueros de más confianza para decirle: vete a
la quebrada y repara entre las lavanderas, la mejor; luego me dices quién es, y cómo es.
El hombre se fue, las observó a todas detenidamente, -que en mayoría eran viejas y feas-, al
instante distinguió a la esposa de el vaquero compañero y amigo, que fuera de ser la más
joven, era la más hermosa. El vaquero regresó a darle al patrón la filiación y demás detalles
sobre la mejor. Cuando llegó el tiempo de las "vaquerías" o “herranzas' el esposo de la bella
relató al vaquero emisario sus tristezas, confío sus cuitas quejándose de su esposa que la
notaba fría, menos cariñosa y ya no le arreglaba la ropa con la misma asiduidad de antes; vivía
de mal genio, era déspota desde hacía algunos días hasta la fecha que le provocaba irse
lejos..., pero le daba pesar con sus hijitos.
El vaquero sabedor del secreto, compadecido de la situación de su amigo, le contó lo del
patrón, advirtiendo no tener él ninguna culpabilidad. El entristecido y traicionado esposo le dio
las gracias a su compañero por su franqueza y se fue a cavilar a solas sobre el asunto y se
decía: si yo pudiera convencerme de que mi mujer me engaña con el patrón, que me perdone
Dios porque no respondo de lo que suceda. Luego planeó una prueba y se dirigió a su
vivienda.
Allí contó a su esposa que se iba para el pueblo porque su patrón lo mandaba por la
correspondencia; que no regresaba esa noche porque como ya las sombras del crepúsculo
caían, al regresar tarde le daba miedo pasar por "El zanjón de los muertos". Se despidió de
beso y acarició a sus hijos. A galope tendido salió por diversos vericuetos para matar tiempo.
Llegó a la cantina y apuró unos tragos de aguardiente eso de las nueve de la noche se fue a
pie por entre el monte y los desechos a espiar a su mujer. Serían ya como las diez de la noche,
cuando la mujer, viendo que su marido no llegaba, se fue para la hacienda en busca de su
patrón.
El marido, cuando vio que la mujer se dirigía por el camino que da al hato, salió del escondite,
llegó a la casa, encontró a los niños dormidos y se acostó. Como a la madrugada llegó la infiel
muy tranquila y serena. El esposo le dijo: ¿" De dónde vienes?". Ella con desenfado le
contestó: "De lavar unas ropitas...". -¿De noche?- Cortó el marido. A los pocos días, el burlado
esposo inventó un nuevo viaje. Montado en su caballo dio varias vueltas por un potrero y luego
lo guardó en una pesebrera vecina. Ya de noche, se vino a pie para esconderse en la platanera
que quedaba frente a su rancho. Esa noche la mujer salió, pero llegó el patrón a visitarla.
Cuando el rico hacendado llego a la puerta, la mujer salió a recibirlo y se arrojó en sus brazos,
besándolo y acariciándolo.
El enfurecido esposo que estaba viendo todo; brincó con la peinilla en lo alto y sin dar tiempo al
enamorado de librarse del lance, le cortó la cabeza de un solo machetazo. La mujer, entre
sorprendida y horrorizada quiso salir huyendo, pero el energúmeno marido le asestó tremendo
peinillazo al cuadril que le bajó la pierna como si fuera la rama de un árbol. Ambos murieron
casi a la misma hora. Al vaquero le sentenciaron cárcel, pero cuando salió de ella que al poco
tiempo, volvió por los tres muchachitos y le prendió fuego la casa. Por eso las gentes aseguran
haberla visto saltando en una sola pata por sierras, cañadas y caminos, destilando sangre del
cuadril y lanzando gritos lastimeros. Es el alma en pena de la mujer infiel que vaga por montes,
valles y llanuras, que deshonró a sus hijos y no supo respetar a su esposo.
MADRE DE AGUA
Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y
lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la Madre de Agua, siempre sueñan o
deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a un paraje tapizado de flores y un
palacio con muchas escalinatas, adornando con oro y piedras preciosas.
La Leyenda
En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores consistía no sólo en
fundar poblaciones sino descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas,
salió de Bogotá (Santa Fe) una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios guías
descubrieron un poblado, cuyo cacique era un joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a
quien la soldadesca capturó con malos tratos y luego fue conducido ante el conquistador. Este
lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar no sólo, por no entender el español,
sino por la ira que lo devoraba.
El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó
amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras
tanto iría a preparar una correría por los alrededores de aquel sector. La hija del avaro
castellano estaba observando desde la ventana de sus habitaciones y con ojos de admiración y
amor contemplaba a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble. Tan pronto
salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo
pusiera en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque
conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior... pero...
¿qué hacer? Era un ruego dulce y lastimero de una niña encantadora. Sí. Tenía que ceder... no
debla ser tan despiadado. Al fin y al cabo era su hija... y al el padre lo llegase a reprender, él se
disculparía diciendo que habla sido orden de su querida hija. La joven española de unos quince
anos, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de
artiseda amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique,
fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje. Cuando quedó libre, ella se
acercó.
Con dulzura de mujer en morada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, internándose
entre la espesura del boscaje. El aturdido indio no entendía aquel trato... ¿Cómo podía tener
aquel ogro una hija de sentimientos diferentes? ¿Sería otra trampa? pensaba Indeciso el
hombre. Al verla tan cerca... él se miró en sus ojos... azules como el cielo que los cobijaba...
tranquilos como el agua de sus pocetas... puro como las florecillas de su huerta. Ya lejos de las
miradas de los esbirros de su padre lo detuvo, Y… allí besó sus carnes acardenaladas...
¡aquellas heridas le laceraban el alma...! Conmovida y animosa le manifestó su afecto
diciéndole: ¡huyamos...! ¡Llévame contigo…! ¡Quiero ser tuya...! El lastimado mancebo atraído
por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió... la alzó intrépido, corrió... cruzó el río con
su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien lo acogió
fraternalmente, le suministró materiales para la construcción de su choza y les proporcionó
alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos.
La llegada del primogénito les ocasionó más alegría. Una india vecina, conocedora del secreto
de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a la
fortaleza a informar al conquistador el paradero de su hija. Excitado y violento el capitán, corrió
al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira y veneno mortal. Ordenó a los
soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de orilla del río. Entretanto, el niño le era
arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre. El abuelo le decía al pequeñín:
"Morirás, indio inmundo... ¡No quiero descendientes que manchen mi nobleza! ¡Tú no eres de
mi estirpe...! ¡Tu tumba será el río...! Furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a
la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían
esfuerzos sobrehumanos de soltarse las ligaduras y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su
hijo… pero todo fue inútil. Vino luego el martirio del cacique para atormentar a su hija,
humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza.
El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente… Por último la
libertaron a ella… pero… enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos amores,
llamando a su hijo, se lanzó a la corriente y se ahogo. Por eso, en noches tranquilas y
estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las
aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.
EL SOMBRERÓN
Es un espato nocturno. Consiste en una figura humana de gran tamaño, el cual lleva un
sombrero gigante que le abarca desde la cabeza hasta las pantorrillas. Los trasnochadores que
lo han visto o a quienes se les ha presentado. Dicen ver la figura que les sale al camino, los
hace correr y les va gritando: "SI TE ALCANZO, TE LO PONGO…"
Siempre persigue a los borrachos, a los peleadores, a los trasnochadores y a los jugadores
tramposos y empedernidos. Aprovecha los sitios solitarios, a la vera de los caminos, en noches
oscuras. En noches de luna es fácil confundirlo con las sombras que proyectan las ramas y los
arbustos. En épocas remotas casi siempre perseguía a los jovencitos que adquirían el vicio de
fumar, de gastar el dinero en juegos de naipe y dado y a quienes se pervertían en plena
juventud.
LAS BRUJAS
Las brujas son personajes conocidos universalmente. La bruja tolimense es única, absoluta,
original. Sobre las brujas abundan "los cachos" en la ciudad, pueblos y veredas, la bruja
tolimense es totalmente diferente a la europea, diferencias son notoriamente conocidas: no es
la vieja flaca y desdentada, no usa sombrero ni cucurucho, ni cabalga sobre una escoba,
tampoco celebra el aquelarre.
La bruja tolimense es una mujer joven y hermosa que tiene pacto con el diablo, vuela de noche
y se transforma en pava o "Píaca". Las brujas de la región tolimense viven en un claro del
bosque, sobre una loma solitaria, limpia de vegetación; generalmente es un peñón calcáreo en
un limpio de la llanura denominado "El Peñón de las brujas", "El peladero de las brujas" o "El
alto de las brujas" A altas horas de la noche para recibir órdenes de su jefe Lucifer, obtener en
la entrevista las noticias que su profesión Ies exige, ya sean como hechiceras o como
curanderas.
Las brujas del Tolima Grande no le causan la muerte a las personas, sus maldades van
implicadas con la hechicería cuando se refiere a los males de amor o a la chismografía entre
vecinos y personas conocidas. Por eso durante las guerras civiles, cuando se carecía de
medios de comunicación rápida, la mayoría de los mensajes o noticias que se obtenía, la
suministraban las brujas por medio de ardíes y astucias oportunas. Hubo muchos lugares
donde fundaron sus escuelas bien organizadas, dirigidas por las brujas viejas que iban dejando
la profesión a causa de su edad y su gordura.
Enseñaban a las Jovencitas a volar, a preparar menjunjes y a aprenderse de memoria los
rezos para su transformación. Dicen que para lanzarse al aire decían: "¡Sin Dios y Santa
María!". Cuando alguna bruja tenía que cumplir la misión de visitar una residencia para
chuparle la sangre a alguno de sus huéspedes, se oía el aleteo de un ave voluminosa que caía
pesadamente sobre el matón de la casa que en su mayor la era de palma o paja "Guayacana";
de allí, en forma de pava o gallina. Entraba a las vigas, porque esas casas no tenían cielo raso,
y finalmente caían al suelo o piso de la habitación para localizar a la víctima que Iban a chupar.
Muchas personas aprendieron a capturarlas de varios modos, cuando oyen el aleteo sobre la
cumbrera de la casa, alguien grita a dentro: es sábado día de la virgen venga mañana por sal.
AI siguiente día efectivamente llega la mujer a pedir en préstamo una porción de sal.
Otra fórmula es la de regar en todo el aposento, granos diminutos de mostaza para que
mientras el ave se entretiene picoteando, los habitantes de la casa se aprestan a amarrarla.
Una tercera fórmula es la de engarzar en las vigas unos calzoncillos volteándoles una manga.
Así la bruja llega y voltea juntas mangas y los pantaloncillos siguen trocados; repite la
operación hasta que amanece y al despertar, los dueños de la casa la capturan.
EL TUNJO
El "tunjo" es un muñeco de oro. Aseguran algunos que estas pequeñas estatuillas las labraban
los indios pijaos. Otros dicen que son trucos de que se vale el diablo para engañar a los avaros
y codiciosos y así ganar sus almas. Esta creencia parece ser más aceptada, según los
misterios que encierra.
Su presencia la hace en forma de un niñito que llora desconsoladamente. Sí el viajero que lo
ve, conoce su leyenda y sale de su camino, espolea su caballo y en veloz carrera huye para
librarse de la tentación, es porque no es ambicioso. Sí lo oye llorar, lo ve y pasa de largo sin
hacerle caso, el muchachito lo alcanza, se le sube al anca de la bestia para darle tremendo
susto, sí desconoce sus trucos y el viajero se compadece del pequeñín que llora, se desmonta,
lo recoge, se complace en acariciarlo pensando en el abandono de esa criatura, deja al
instante de llorar y le dice a su benefactor: "Papá, mira ya tengo ñentes...". Al hablar le sale una
bocanada infernal que impulsa a la persona a tirarlo al suelo y a huir aterrorizado.
Esto es lo que llaman la "prueba". En cambio los avaros, que desean enriquecerse de la noche
a la mañana y aspiran a encontrarse un Tunjo, pasan las noches en vela sacando fórmulas de
los libros de "magia", o trasegando por las orillas de los ríos y quebradas y hasta dedican la
noche del Viernes Santo para acechar el tesoro soñado. Cuando lo hallan, recogen al niñito,
impregnan de saliva el dedo pulgar y le hacen la señal de la cruz, a la vez que dicen: "Yo te
bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En el mismo instante el
muchachito queda convertido en un muñeco de oro. Este rito se conoce comúnmente como
"Bautizo del Tunjo". El beneficiado se dirige rápidamente a su casa a guardarlo en un cofre bien
seguro, preparado anticipadamente y que tenga dos compartimientos: uno para su vivienda y
otro para su alimentación. Al guardarlo debe efectuar un poco de rezos y conjuros.
EL GUANDO O BARBACOA
Las apariciones de este macabro espectáculo en la mayoría de las veces conmueve, no sólo
por creer que en realidad llevan al difunto por ir los familiares acompañándolo, sino por el
murmullo coral del rezo del Rosario y el Réquiem por su alma.
Hace muchísimos años vivía un hombre muy avaro, incivil, terco y malgeniado, que no le
gustaba hacer obras de caridad, ni se compadecía de las desgracias de su prójimo. Los pobres
del campo acudían a él a implorar ayuda para sepultar a algún vecino, pero contestaba que él
no tenía obligación con nadie y que tampoco iba a cargar un mortecino. Que les advertía, que
cuando él se muriese, lo echaran al río o lo botaran a un zanjón donde los gallinazos cargaran
con él.
Por fin se murió el desalmado, solo y sin consuelo de una oración. Los vecinos que eran de
buen corazón, se reunieron y aportaron los gastos del entierro. Construyeron la camilla y
cuando lo fueron a levantar casi no pueden por el peso tan extremado. Convinieron en hacer
relevos cada cuadra, a fin de no fatigarse durante el largo camino al pueblo. Al pasar el puente
de madera, sobre el río, su peso aumentó considerablemente, se les zafó de las manos y el
golpe sobre la madera fue tan fuerte que partió el puente y el muerto cayó a las enfurecidas
aguas que se lo tragaron en un instante.
Al momento los hombres acompañantes bajaron a la corriente y buscaron detenidamente pero
no lo hallaron ni a él ni al andamio. Lo que sí ha quedado por el mundo es su aparición
fantasmagórica que atormenta a los vivos, haciendo estremecer al más valiente con el ruido de
los lazos sobre la madera en un continuo y rechinante "chiqui, chiqui, chiquicha...".
Sus apariciones más seguras se verifican en la víspera de los difuntos, o sea en las fiestas de
las Animas; en los lugares aledaños a los cementerios, causando gran pavor a la tétrica
procesión, portando sus acompañantes coronas, cirios y rezando en voz alta: de vez en cuando
se oye una voz cavernosa e imperativa que dice: "meta el hombro compañero... ".
LA MUELONA
Las horas preferidas para salir a los caminos son: de las seis de la tarde a las nueve de la
noche. A los caminantes se les aparece a la orilla del sendero o contra los troncos de los
árboles añosos, a manera de una mujer muy atractiva y seductora, pero que al estar unidos en
estrecho abrazo, los tritura ferozmente.
Casi siempre persigue a los jugadores empedernidos, a los infieles, alcohólicos, perversos y
adúlteros. Los campesinos dicen que los hogares que se libran de ella, son los que tienen
niños recién nacidos o mujeres que van a ser madres.
Cuentan los cronistas que en la época de la Colonia se diseminaron por el país las mujeres
españolas, que aunque muchas eran buenas, el resto era de pésimos antecedentes. Algunas
de estilo gitano eran perversas, corruptoras que ocasionaron perjuicios lamentables a familias
modestas, engañando niñas inocentes y arruinando a hombres que poseían cuantiosas
fortunas.
Una de ellas, "la Maga" estableció su negocio resolviendo consultas amorosas, arreglando, o
mejor, desbaratando matrimonios, echando el naipe, leyendo las líneas de la mano, en fin, todo
lo que fueran artimañas. Cuando conoció mucha gente y tenía mucha clientela, ensanchó el
negocio con una casa de diversión; allí conquistaba cándidas palomas y limpiaba el bolsillo de
altos representantes del rey de España, no dejando de lado "los criollos" más adinerados.
La suma de atrocidades cometidas por la pérfida mujer fueron incontables. Ella enseñó a las
jóvenes a evitar la maternidad; cayó la ruina en centenares de hogares; se agotaron ingentes
fortunas y vino como consecuencia la depravación, las enfermedades venéreas y esposas
abandonadas.
Cuando murió la disoluta "maga", la casa se llenó de un olor nauseabundo, hasta el punto de
tener que abandonarla de inmediato.
Una de las mujeres preferidas por la muerta se arriesgó a quedarse aquella noche para recoger
algunos utensilio, trajes y joyas. Apenas apagó la bujía para acostarse, una bandada de
vampiros invadió la estancia y una voz cavernosa se oyó en el dormitorio: "...tengo que
vengarme de los hombres jugadores y perniciosos! malditos!, !de las mujeres livianas y
descocadas! !estarán conmigo en el infierno!,! soy la muelona!..."
La indefensa mujer no podía prender el candil porque el aleteo de los quirópteros apagaban la
yesca, a la vez que le azotaban la cara. Ya desesperada y horrorizada salió gateando a la calle
para contar alarmada lo que acababa de presenciar.
Las autoridades tuvieron que prender fuego a la casa maldita para dar paz y tranquilidad a los
vecinos quienes vivían inquietos y mortificados con aquella casa de escándalos y vicios.
LA MADRE DE AGUA
Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y
lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o
deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a una paraje tapizado de flores y un
palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y piedras preciosas.
En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores no solo consistía en
fundar poblaciones sino en descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus
riquezas, salió de Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena. Los indios guías
descubrieron un poblado, cuyo cacique era una joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a
quien los soldados capturaron con malos tratos y luego fue conducido ante el conquistador.
Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar, no sólo por no entender español,
sino por la ira que lo devoraba.
El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó
amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras
tanto iría a preparar una correría por los alrededores del sector. La hija del avaro castellano
estaba observando desde las ventanas de sus habitaciones con ojos de admiración y amor
contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.
Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento
y lo pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado
porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior,
más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y lastimero de esa niña encantadora.
La joven española de unos quince años, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada,
que más parecía una capa de artiseda amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba
ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar
semisalvaje.
Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue a
acompañarlo por el sendero, internándose entre la espesura del bosque. El aturdido indio no
entendía aquel trato, al verla tan cerca, él se miro en sus ojos, azules como el cielo que los
cobijaba, tranquilos como el agua de sus pocetas, puros como la florecillas de su huerta.
Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo y allí lo besó apasionadamente. Conmovida y
animosa le manifestó su afecto diciéndole! Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.
El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió, la alzó
intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo
suyo, quien la acogió fraternalmente, le suministro materiales para la construcción de su choza
y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La llegada del primogénito les
ocasionó más alegría.
Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el
indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero de su
hija. Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su
ira como veneno mortal. Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de la orilla
del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.
El abuelo le decía al pequeñín: "morirás indio inmundo, no quiero descendientes que manchen
mi nobleza, tú no eres de mi estirpe, furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a
la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían
esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su hijo, pero
todo fue inútil.
Vino luego el martirio del conquistador para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a
la fortaleza. El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente. Por
último la dejaron libre a ella, pero, enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos
amores, llamando a su hijo, se lanzo a la corriente y se ahogó.
La leyenda cuenta que en las noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo
tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre
las espumas del cristal.
La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos, es la MADRE
DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de aquella madre que no
ha logrado encontrar el fruto de su amor.
Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la iracunda diosa sube hasta la
fuente de su poderío, hace temblar las montañas, se enlodan las corrientes tornándolas
putrefactas y ocasionando pústulas a quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.
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