mayo-agosto, 2012 El monumento al Titán de Bronce Arturo A

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mayo-agosto, 2012
El monumento al Titán de Bronce
Arturo A. Pedroso Alés
En medio de aquel tropel
y veloz como el deseo,
parte el General Maceo
montado en bravo corcel…
(El Combate de Mal Tiempo, Anónimo)
En las inmediaciones de una de las calles más emblemáticas de la capital, el M alecón, y justo en la
delimitación de los populosos barrios de San Lázaro y Cayo Hueso, se alza espléndido y vistoso el
monumento erigido al M ayor General Antonio M aceo y Grajales. Su céntrica ubicación y relevante
altura le confieren un acento predominante en la silueta del parque homónimo, así como dentro del
conjunto arquitectónico que asoma al litoral.
Ha trascurrido cerca de un siglo desde que el pueblo habanero acudió enaltecido a presenciar en
solemne acto, la inauguración de uno de los monumentos más anhelados por los cubanos que
preserva la memoria patriótica e inmortaliza en bronce al gallardo adalid de la epopeya mambisa de
1895.
Luego de levantarse el 24 de febrero de 1905 la estatua a nuestro héroe nacional José M artí en el
Parque Central, ejecutada en mármol de Carrara por el escultor cubano José Vilalta y Saavedra y
sufragada por colecta pública, con auxilio del ayuntamiento habanero, se dio comienzo a la
ejecución del conjunto escultórico del Lugarteniente General del Ejército Libertador; obra que se
insertó dentro de los cánones del arte figurativo vigente en la estatuaria cubana durante las primeras
décadas del siglo XX.
En contraste a lo que había sido una práctica tradicional en la escultura conmemorativa de la joven
república, -iniciativas patrióticas, que acertadamente define la investigadora M arial Iglesias como
institucionalización de la memoria local- donde los monumentos, bustos y tarjas, en su mayor parte
resultaron sufragados por suscripción popular, o ejecutados, como la estatua al insigne educador y
filósofo José de la Luz y Caballero, gracias al desvelo y entusiasmo sin límites del doctor Raimundo
Cabrera, el monumento ecuestre del Titán de Bronce partió de una ley votada por el Congreso y
sancionada por el presidente constitucional de la República, el general José M iguel Gómez.
Se trató de la Ley publicada en la Gaceta Oficial, el 26 de febrero de 1910, la cual entre sus
disposiciones precisaba que para la construcción del monumento al general Antonio M aceo se
convocaría a un concurso internacional de artistas y se concedería un plazo no mayor de 1 año para
la presentación de los proyectos; entretanto se asignaba para ejecución de la obra un crédito de 100
mil pesos moneda oficial, al tiempo que se designaba una Comisión compuesta por nueve
miembros, elegidos tres de ellos por el ejecutivo, tres por el Senado y tres por la Cámara de
Representantes. Dicho órgano tendría entre sus funciones la elección del proyecto ganador, así
35 como la dirección, ejecución y administración de la obra.
Ese mismo año la Comisión quedó legalmente constituida por el Decreto Presidencial No. 591,
resultando electos por el ejecutivo sus ministros: M ario García Kohly, Secretario de Instrucción
Pública y Bellas Artes y Joaquín Chalons, Secretario de Obras Públicas, y el general José M iró
Argenter, ex jefe del Estado M ayor del Lugarteniente General Antonio M aceo; por el Senado
quedaron facultados el ilustre patriota camagüeyano Salvador Cisneros Betancourt, Alberto
Nodarse y José B. Alemán, mientras por la Cámara de Representantes fueron nombrados los
generales Enrique Collazo, Agustín Cebreco y Carlos González Clavel.
Días después, reunidos en el despacho del Secretario de Estado M anuel Sanguily, se procedió al
nombramiento de los integrantes de la Comisión Ejecutiva del M onumento al general Antonio
M aceo. El cargo de Presidente recayó por unanimidad en el M ayor General y recio patriota
Salvador Cisneros Betancourt, el de Vicepresidente en el notable abogado y doctor M ario García
Kohly; como secretario asumió el general José M iró y por último como vicesecretario el coronel del
Ejército Libertador Carlos M endieta. Este último recién designado por el Presidente José M iguel
Gómez en sustitución del general Carlos González Clavel, por el Decreto No. 613 fechado el 22 de
julio de 1910. Asimismo quedaron autorizados a la publicación de las bases del concurso
internacional.[1]
El concurso
Sin tiempo que aguardar, el 2 de febrero de 1911, se lanzó a través de una convocatoria pública el
certamen internacional dirigido a los escultores del orbe, los que tendrían un año para enviar sus
proyectos a La Habana. El Presidente de la Comisión, Salvador Cisneros Betancourt, autorizó la
suma de 458 pesos para los gastos originados por la impresión y la tirada de la convocatoria,
folletos y fotografías donde se recreaban episodios de la guerra de Independencia, los que se
distribuyeron en algunas naciones de Europa y América con el propósito de que los escultores que
tomasen parte en el concurso tuviesen idea exacta del monumento que quería erigirse y resultaran
fieles intérpretes de la historia del héroe cubano.
Como era de esperar, un nutrido grupo de afamados escultores tomaron parte en el trascendental
certamen artístico, dotado de un importante premio monetario para su ganador. Entre los artistas del
cincel presentes en la lid se encontraban los italianos Giovanni Nicolini, Salvatore Buemi,
Doménico Boni, Calegari, Jacopi Luisi, quien envió su proyecto con el seudónimo de “Hatuey”, y
Enea Stefani, este último, según la revista ilustrada El Fígaro, con la particularidad de mostrar el
único proyecto realizado en Cuba.[2] También estuvieron presentes en el certamen el escultor
alemán Gustavo Eberlein y los catalanes Pedro Carbonell y Rafael Atché i Ferré. Los bocetos de las
obras fueron expuestos al público en los salones de la Escuela de Artes y Oficios, sita en la calle
Belascoain y M aloja. Allí un amplio público entró en contacto con el talento de los maestros, al
tiempo que se deleitó y admiró la riqueza de formas, estilos, profusión de detalles y accesorios de
sus obras.
Las reproducciones fotográficas de los bocetos pronto aparecieron en los periódicos y revistas
habaneras, así como en diarios españoles. Algunos reporteros no ocultaron sus preferencias por
algunos proyectos y condicionaron con sus alegatos la opinión pública. Aún así, el concurso resultó
un éxito. Sin embargo, el fallo del jurado, a favor del proyecto presentado por el joven escultor
italiano Doménico Boni, suscitó airadas protestas y el cuestionamiento de algunos intelectuales,
abogados y artistas de reconocido prestigio.
Una de las más notorias y encendidas censuras se recogió en carta dirigida al Presidente de la
República, fechada en La Habana el 21 de agosto de 1912, firmada, entre otros, por el abogado y
36 periodista de origen español Isidoro Corzo y Príncipe y los artistas Antonio Rodríguez M orey,
Aurelio M elero, Jaime Valls, Emilio Heredia, M iguel Quevedo y Francisco de Paula Coronado. La
comunicación buscaba invalidar el veredicto emitido por el órgano competente y la mediación del
ejecutivo. Desconocemos si el general Gómez acusó recibo a esta misiva.
Veamos en que tono se expresaron los suscriptores:
Hemos sabido que la Comisión encargada de escoger un Proyecto de M onumento entre varios
presentados al Concurso (…), ha desechado el del ilustre escultor Giovanni Nicolini, adjudicando el
premio a un artista principiante.
Si el proyecto del escultor favorecido por los sufragios (…), tuviera un valor artístico indiscutible y
sobresaliente en mérito de todos los demás, nada podría argüirse contra tal decisión, (…).
Desgraciadamente no es así. La elección ha recaído a favor de un monumento que no se levanta de
la vulgaridad. Es un proyecto frío, anacrónico, sin estilo, inspirado en un simbolismo gastado, que
apela a las Virtudes Teologales y a los héroes de la Antigua Grecia para dar valor a la gloria de un
héroe moderno.
En cambio, en el monumento de Nicolini, que es sin género de duda, el mejor de todos los
presentados, palpita, desde el basamento hasta la estatua de la corona, la inspiración del genio.
Lleno de poesía, de fervor patriótico, de unión artística, es, en líneas generales una obra digna de
figurar en las más adelantadas ciudades del mundo, al lado de las creaciones de los más insignes
escultores antiguos y modernos. En cuanto a sus detalles, todo él revela la mano segura, habituada
de un verdadero maestro, garantía absoluta que sabrá desarrollar en el trabajo definitivo todo lo que
en forma embrionaria ofrece su proyecto.
Y concluyen:
La República que va a hacer un sacrificio pecuniario considerable para que el egregio caudillo de
nuestra Independencia posea un monumento digno de su fama, tiene el derecho de pedir que ese
monumento responda al cuantioso desembolso de la nación. El Arte, que es universal, (…) clama
porque no se desdeñen las obras geniales ni sean vencidas por la concurrencia de obras mediocres.
He aquí, por qué, Honorable Sr. Presidente, nosotros, (…) recogemos la impresión dominante entre
los que rinden culto a la belleza y acudimos a su autoridad para que arrojándola sobre la balanza de
la justicia, impida que se incline a donde no debe
(…) según tenemos entendido, la Comisión al dar su fallo no ha procedido con arreglo a la Ley del
Concurso. Su decisión no se ha tomado por mayoría absoluta de votos, y esto da motivo para el Sr.
Presidente pueda exigir que el punto se someta a nueva votación hasta obtener los cinco que
conforme a la Ley son necesarios.[3]
También opinó otra importante personalidad pública, el abogado, catedrático y político José
Antonio González Lanuza, quien se dirigió al presidente de la nación, aunque en un tomo más
mesurado. En su carta le expresaba que había sido invitado a adherirse a la protesta que en días
anteriores le habían formulado un grupo de amigos, luego del veredicto de la Comisión Ejecutiva
del M onumento al general Antonio M aceo. Asimismo le manifestaba no sentirse con derecho ni
autoridad para cuestionar tal decisión, aunque le señalaba: “Bien o mal creada (…) me parece que
la debieron formar parte algunas personas de conocimientos especiales.” Dejándole entrever que
entre los hombres públicos y generales mambises que componían el referido órgano no había
ninguna persona docta en las Artes Plásticas.
37 La reacción del general M iró Argenter no se hizo esperar y pronto se encargó de contradecir las
opiniones y juicios emitidos por el pequeño grupo de artistas e intelectuales. En carta al general
José M iguel Gómez le expresó:
M i querido General y Presidente:
(…) Ayer me manifestó el Dr. García Kholy que el abogado Isidoro Corzo parece que quiere
conocer a M aceo más que yo y se ha puesto del lado de Giovanni Nicolini para impugnar lo hecho y
terminado por la Comisión Ejecutiva, pretendiendo que éramos solo cinco miembros los que
compusimos el Jurado de adjudicación y somos nueve los nombrados por la Ley. Desde luego que
esto son patadas de ahogado y deseos del señor Corzo de cogerle dinero al escultor a quien ya le ha
cogido bastante. Pero de todos modos resulta chocante y despectivo para nuestro gobierno que los
extranjeros pretendan que aquí no hay leyes y que la República se gobierna a merced de influencias
extrañas.
Y prosigue el autor de las Crónicas de la Guerra:
(…) Si la pretensión del Sr. Corzo pudiera prosperar, esto es, si se le diera sin el bocabajo
correspondiente se demostraría que en este país no hay poderes públicos, que la ley no existe, que la
Comisión Ejecutiva es un cero a la izquierda y que desde el M arqués de Santa Lucía, Presidente de
dicha Comisión, hasta el vocal secretario, que soy yo, somos simplemente seres imaginarios.
Tendría que demostrar el Sr. Corzo que no existíamos el día 15 de agosto, en que se efectuó la
sesión, y que las firmas estampadas en el acta son puestas por espíritus diabólicos. Lo que pretende
el señor Corzo es, un absurdo metafísico, y es conveniente darle un varapalo.[4]
Del mismo modo el escultor Nicolini notificó su desacuerdo con el veredicto creyéndose despojado
de un triunfo que a su entender mereció. Sin embargo, poco tiempo duró esta acalorada
controversia. El 24 agosto de 1912, desde su finca América, en el poblado de Calabazar, el general
José M iguel Gómez emitió el Decreto No. 768 que puso fin a cualquier conjetura y aquietó los
ánimos. No había marcha atrás. El ejecutivo ratificó los acuerdos adoptados por la Comisión, que
había adjudicado al escultor Doménico Boni el levantamiento del monumento al M ayor General
Antonio M aceo, al tiempo que designó a los generales Salvador Cisneros Betancourt y José M iró
Argenter, y al doctor M ario García Kholy para la suscripción con el adjudicatario, el señor Boni, de
la correspondiente escritura pública que recogía todo referente a las fianzas y formas de pago.
Del boceto a la fundición
Una vez hecho público el fallo del concurso, el general M iró envió un cable al señor Domenico
Boni dándole a conocer la adjudicación del premio, también el embajador de Cuba en M adrid
recibió la orden de comunicarle al artista el veredicto de la Comisión Ejecutiva. Asimismo conoció
algunas modificaciones que debía hacer en la obra.[5]
Por entonces el escultor Boni, oriundo de Carrara, residía en la capital española. Desde finales del
siglo XIX M adrid se había convertido, según palabras del periodista Rafael Fragas, en uno de los
emporios de las fundiciones del arte escultórico. Su febril actividad pobló gran parte de la ciudad,
la región, ciudades de España y de América de numerosos hitos artísticos (...). Precisamente en uno
de sus hornos se fundiría la estatua en bronce del Lugarteniente general del Ejército Libertador.
Por esa razón, y por la estrecha amistad que le unía al escultor catalán Agustín Querol y Subirats[6],
se había afincado en España. Allí laboró en el famoso estudio que el también empresario e impulsor
de fundiciones de bronce poseía en el Paseo del Cisne (actualmente Eduardo Dato) esquina a la
calle Zurbano.[7] Sobre la unión de estos artistas escribió en 1912 el periodista cubano José
38 Antonio Ramos:
Las relaciones entre Boni y este famoso artista español nacieron por iniciativa del último. Querol
escribió varias veces a Boni, rogándole su concurso para terminar los numerosos trabajos que tenía
encargados y al cabo aquel aceptó, con la idea de conocer España y trabajar algún tiempo junto al
artista.[8]
Al joven creador le tomó cuatro años culminar el conjunto escultórico antes de embarcarlo para La
Habana hacia finales del año 1915. En este tiempo culminó el mandato del general José M iguel
Gómez (1909-1913), quien no pudo ver ejecutada la obra desde la silla presidencial, sucediéndole el
general M ario García M enocal. M ientras tanto la Comisión Ejecutiva del monumento también
sufrió algunos cambios en su composición. En algunos casos por fallecimientos, y en otros, al cesar
en sus funciones públicas varios de sus integrantes, aunque todos fueron reemplazados.
Entretanto, al iniciarse el año 1915, la infeliz iniciativa de la Alcaldía M unicipal de La Habana, de
autorizar la construcción de un anfiteatro en el parque M aceo para celebrar espectáculos públicos,
amenazó con entorpecer el sitio destinado a perpetuar la memoria del general M aceo, decisión que
no contó con el beneplácito de la Cámara de Representantes, la que manifestó en forma de acuerdo
el desagrado que le producía semejante decisión.
Hacia finales de ese propio año y casi a punto de arribar a los muelles de la rada habanera el
formidable conjunto escultórico, el presidente M enocal, con la previa votación del Congreso aprobó
una Ley[9] que autorizaba la inversión de 50 mil pesos -adicionales al presupuesto inicial- para los
gastos de transportación, instalación y dirección técnica del monumento, así como para la
ampliación y embellecimiento del parque donde se erigiría dicho monumento. La propia disposición
declaró exenta del pago de los derechos de aduana, puerto y almacenaje a todas las piezas que
conformaban la obra artística.
El nuevo presupuesto distribuido en varias partidas se utilizó en lo fundamental para obras de
cimentación, en la ampliación del basamento para un mayor realce de la obra, el pago de los
honorarios al escultor Boni, así como en los gastos de instalación del monumento. Estos
requerimientos tuvieron en cuenta el lugar de emplazamiento, la antigua caleta de Juan Guillén, más
tarde conocida como caleta de San Lázaro, espacio ganado al mar y rellenado durante la
construcción del M alecón, y las quinientas toneladas de peso de la obra. En ellas estuvo presente a
pie de obra el escultor Boni y su ayudante.
Su inauguración
Concluidas las obras tuvo lugar la inauguración del monumento. La mañana del 20 de mayo de
1916 resultó la fecha elegida para el multitudinario acto cívico-patriótico. La solemne celebración
fue presidida por el presidente M ario García M enocal y el Secretario de Gobernación, Coronel
Aurelio Hevia. También estuvieron presentes los miembros de la Comisión Ejecutiva, encabezados
por el general José M iró Argenter, uno de los grandes promotores de la obra y figura cercana al
general M aceo durante la guerra.
La revista Bohemia, en su sección actualidades, al reseñar el acontecimiento con verdaderos tintes
de admiración apuntó:
El entusiasmo fue desbordante, habiendo llegado del interior grandes núcleos de excursionistas, los
que con su fe y su patriotismo dieron una bella nota en día tan memorable.
La inauguración (…) revistió todos los caracteres de un magno acontecimiento. El público
39 desbordóse por las avenidas y paseos, ávido de no perder un detalle, escuchando con verdadero
recogimiento a los que hablaron de las grandezas del Titán de Bronce (...), el acto (…) fue uno de
los más solemnes, habiendo tenido la virtud de conmover a todos cuanto a él asistieron.[10]
Luego de descubierta la estatua del general M aceo se inició una revista militar en correspondencia
con los méritos del héroe, en la que participaron, entre otras: las Fuerzas del Regimiento de
Infantería Goicuría”, la Batería de M ontaña, el Regimiento de Artillería “M aceo”, el Regimiento
Número 1 de Caballería “Calixto García”, la Banda de M úsica de la M arina de Guerra Nacional, el
Batallón de Infantería de M arina y un pelotón de cadetes que rindió guardia de honor al
M onumento.
El conjunto escultórico se realizó en bronce, granito natural y mármol. En los cuatro ángulos de su
base aparecen igual cantidad de figuras que representan la acción, el pensamiento, la justicia y la
ley. En el frente del zócalo posee un relieve con la figura de M ariana Grajales en el acto de hacer
jurar a sus hijos fidelidad y sacrificio a la patria. Rodean al fuste cuatro grandes relieves que
perpetúan episodios memorables del caudillo: La Protesta de Baraguá, Los M angos de M ejía,
Cacarajícara y La Indiana. Corona al monumento la estatua ecuestre del general M aceo, donde el
héroe aparece vestido en traje de campaña blandiendo el machete con su diestra, -pequeño desliz
del escultor, ya que era zurdo, según testimonio de su biógrafo Leopoldo Horrego Estuch-, y el
corcel con sus dos patas delanteras levantadas, representando la muerte de su jinete en combate.
Desde entonces la resplandeciente obra devino en un hito urbano, en referencia obligada dentro de
la urbe, y en una representación simbólica donde las élites políticas buscaron fortalecer la identidad
nacional.
Por ello queremos concluir con las palabras del arquitecto y profesor Joaquín Weiss que al referirse
a éste expreso: “Nuestro máximo monumento conmemorativo, el de Maceo, por el malogrado Boni,
es asimismo uno de los más satisfactorios artísticamente (…). A una estupenda composición de
masas que se apoyan mutuamente y una bien estudiada, movida y agradable silueta, une la riqueza
de las admirables esculturas del Maestro.”
Notas
[1] Archivo Nacional de Cuba (ANC), Fondo: Secretaría de la Presidencia, Legajo: 3, Expediente:
37
[2] Al referirse a este escultor la revista El Fígaro lo define como un laborioso e inteligente artista
residente en La Habana, jefe artístico de la afamada casa “La Estrella de Italia”.
[3] Archivo Nacional de Cuba (ANC), Fondo: Secretaria de la Presidencia, Legajo: 3, Expediente:
37.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Éste artista es conocido en Cuba por una de las obras más importantes que posee la Necrópolis
40 de Colón el M onumento a los Bombero de La Habana, datado en 1892.
[7] Para mayor información puede ver: www. esculturaurbana.com/paginas/que.htm
[8] El Fígaro, Año. XXVIII, Habana, Octubre 13 de 1912, Núm. 41. pp. 596-597.
[9] Gaceta Oficial de la República de Cuba, Año. XIV, Núm. 130, Habana, lunes 29 de noviembre
de 1915, Tomo: II, p. 8 281.
[10] Bohemia, Vol. VII, Núm. 22, Habana, 20 de mayo de 1916, p. 14.
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