La literatura de Jean Paul Sartre SI

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3.
La literatura de Jean Paul
Sartre
Pesimismo u optimismo
SI
es legítimo, aunque no imprescindible, indagar la concepción del mundo que una obra literaria presupone - una metafísica.
por rudimentaria que sea, una moral por borrosa que parezca-,
al ·examinar la literatura de J ean-Paul Sartre es imposible no empezar por su doctrina filosófica. No sólo porque Sartre propone
al lector, como es harto sabido, una concepción en términos estrictamente técnicos (p. ej., en L'étre et le néant) , sino porque utiliza sus ficciones como una expresión viva, como cabal ejemplo, de
su filosofía . Ya lo dijo claramente SU compañera y portavoz ideológico, Símone de Beauvoir : "No es una casualidad que el pensamiento existencialista intente e:a.'})resarse hoy, ya por tratados teóricos, ya por ficciones. Porque es un esfuerzo por conciliar lo objetivo con lo subjetivo, lo absoluto con lo relativo, lo intemporal
con lo histórico; pretende captar el sentido en el corazón de la existencia; y si la descripción de la esencia corresponde a la filosofía
propiamente dicha, sólo la novela permitirá evocar, en su verdad
completa, singular y temporal, el surgimiento original de la existencia". (Ver 811,r, 147-49, 1947). Y el mismo Sartre ha declarado alguna vez: "Diría que todos somos escritores metafísicos. Oreo que
muchos de nosotros rechazarían esta denominación o no la aceptarían sin reservas, pero esto debido a un malentendido: pues la metafísica no es una discusión estéril sobre nociones abstractas que trascienden la experiencia, es un esfuerzo viv'o por abrazar desde dentro la condición humana en su totalidad". (Ver Temps Moclernes,
21, 1947).
Frente a este Sartre se puede prescindir rápidamente del literato de moda, distraído cabecilla de jóvenes exaltados y desprolijos. Ese Sartre dócil a la caricatura y al escándalo, que no puede ser
confundido con el autor de Le mUT, de Les chemins de la liberté, de
Hruis olos, de Qu'est-ce gne la l-ittérah1,re?j con el filósofo de L'étre.
el le néantj con el director de Te1nps Modernes, -aunque a veces'
este autor, este filósofo, este director, deslicen en sus textos un poco de vacío sensacionalismo, de escombros o de desechos, capaces
clinamen
Rodrí~(~z
Monegal
decía E,dmund Wilthe air Q'f pontificating, it
lcitllffor a Fl'ench literary man to resist be~éol~". (Ver New Yorker, 2\VIIII1947).
íciito olvidar este Sartre total, el verdadero, cuando se
~>zona cualquiera de su producción, cuando se escinde
~61'~) su literatura de su filosofía, su teatro de su crítica.
percibido con smna claridad por Emmanuel Mounier, quien
i¿iar el existencialismo doctrinal supo ,explotar ;i;ambién la
de su obra de ficción. (Ver Introduetion attx Existentialis4-10, 1946). En efecto, al intentar una rápida visión
y coherente de la literatura de J ean-Paul Sartre no se
dejar de -examinar, aunque sea imperfectamente, el alcance
su concepción -existencialista. Se puede prescindir, es claro, de
discusión técnica. Se puede dejar a lID Gahriel Marcel o a un
a un Jean Wahl o a un Marc Beigbeder, a un Miguel
Virasoro o a un Roger Troisfontaines, la delicada tarea de
revisión del existencialismo sartriano. Aquí interesa fijar en principio algunos conceptos fundamentales sobre el pensamiento que informa esta literatura.
En primer lugar -y aunque parezca obvio- conviene recordar que el existencialismo de Sartre no es original. El escritor francés repiensa, con suma agudeza, con finura lingüística, los temas
l)lanteados agónicamente por Kierkegaard hacia mediados del siglo
XIX, o el sistema fundado por Heidegger Bn las primeras décadas
de este siglo. Su concepción es tributaria, también, de otras filosofías o técnicas: Kant, Hegel, Marx, Freud, para citar algunos. Pero Sartre ha sabido dar un sesgo original a su pensamiento al no
limitarse a exponer una doctrina sino al intentar vivirla, poseyéndola así casi materialmente; por otra parte, su existencialismo ateo
no descansará ni en la nada, ni en la angustia, sino en la libertad.;
Además, Sartre ha sabido infundir una explosiva vitalidad a la comunicación de su doctrina, gracias a sus infrecuentes dotes literarias y propagandísticas, a sn sentido finísimo de la oportunidad.
(Mounier ha señalado, desde el punto de vista católico, la genealogía sartriana; desde' un punto de vista personal y agresivo, Julien
Benda apuntó, o inventó, antecesores en Tradition de l' existentialis1ne; con menos fortuna, GuilJermo de Torre ha intentado, en Cuadentas .A tnericanos, una ubicación de Sartre. Distraído por supuestas y bostezadas vinculaciones con el nazismo, olvida la importante relación con el marxismo, evidente para todo lector. Sartre y
de Beauvoir no han disimulado estos varios aportes, en esel último aludido).
En segundo lugar, la doctrina existenc-ialista no se halla tolIfienl;e terminada. Sartre sólo publicó la primera parte de su traé
et le néant (1943). La segunda parte, que según deautor, plantearía una moralexistencialista, no ha sido ediaún. Aunque Sartre ha develado algo la zona inédita de su pensamiento en una conferencia, L'existentialis'lne est 'un humanisme,
dictada en 1945 y luego publicada e11 1946 por Nagel. (1). También
anticipa bastante el último ensayo de Simone de Beauvoir: Pour une
'inoraZe de l'ambigüité (NR, F, 1947). Aunque quizá sea apresurado
afirmar que Sartre suscribiría a todas las afirmaciones de su compañera y al uso, algo abusivo, de] concepto de ambigüedad.
Esta inconclusión actual del pensamiento sartriano puede justificarse si se tiene en cuenta~ además de la juventud del filósofo,
que su enfoque se halla fuertemente ligado al acontecer histórico de
nuestro siglo. (Lo que podría llamarse su inequívoca historicidad).
La concepción sartrianaevoluciona con el tiempo y -en términos
más domésticos- con la latitud de las experiencias del autor. Esto
último resulta evidente si se ubican cronológicamente los libros de
Sartre. En este sentido, la guerra civil española, el frente popular
en Francia, y Munich, pueden servir de backgro'und a La nausée, a
a los cuentos de Le mur y a los dos primeros volúmenes de Les
che'in'iinS de la liberté; la caída de Francia y la ocupación alemana,
Les rnouches, a L'étre et le néant; la Resistencia y la Liberación, a
Jforts sans sépuilt'wre, a L'existent'ialisme est 'un hurnanism.e; el viaje de Sartre a Norteamérica, a La putain respectue,use, a toda una
parte de Qu,'est-ce q1¿e la littératut'e? (Esta aproximación no pretende ser exhaustiva, ni pretende indicar la única fuente de cada obra.
Pretende, eso sÍ, apuntar gérmenes o estímulos ) .
Como consecuencias importantes de esta inconclusión pueden
señalarse dos: la cosmovisión sartriana ha 'sufrido, y sufre actualmente, modificaciones sino esenciales, 'bastant,e importantes y no
siempre previsibles; todo juicio sobre e1la está sujeto a anacronismos o a ulteriores rectificaciones: es, por naturaleza, provisional.
En tercer y último término, el existencialismo ha evolucionado, desde una posición inicial que destacaba principalmente la absurdidad brutal del mundo y la gratuidad del esfuerzo humano (pesimismo, literatura negra), a una posición que acentúa la importancia de la elección de] hombre y la repercusión social de su engagement
(optimismo, nuevo humanismo). Para fijar las etapas de esta evolución pueden consultarse sucesivamente L'étre et le néant (1943)
y L'existentialisme est un hU'rnanisrne (1946), o si se prefiere la
ficción: La nausée (1938) y lvlorts sans sépulture (1946). O para
decirlo sólo con fechas: si 1943 marca el final del período negTo,
(1) Esta conferencia fué sumamente criticada. En ella Sartre trivializa demasiado su pensamiento para volverlo accesible, según observara ya A. Patri en L'Arche
(l8-19, 1946). Pero el texto es útil para penetrar en la zona incomunicada aún del
existencialismo. La editorial Sur lo ha vertido en castellano. (Buenos Aires, 1947).
clinamen
E. Rodríguez· Monegal
'6-.
puede fijarse el año 1945 como el que indica la liquidaoión de un período de transición, a la vez que inaugura el nuevo humanismo existencialista. (2).
Literatura negra
Bajo este mismo título J ulien Benda ataca a Sartre. A.l..
gunas de sus observaciones aciertan en describir y estigmatizar ciertas complac.encias de su literatura.- Pero Benda demuestra, una vez
más, su esc.asa sensibilidad al confundir la nihilista tónica de los libros de Henry Miller .con la de los capítulos de Les chemins de la liberté. (3) Donde Sartre hace literatura negra -y esto se le escapó.
a Benda- es en La nausée y en Le mur. (4) Pero su literatura no
es sólo negra porque se ocupe de las zonas más bajas del hombre y
presente, sin atenuantes, sus vicios, su cobardía, su miseria. Lo es,
fundamentalmente, porque dibuja con cruel nitidez la absurdidad del
mundo; la angustia visceral que sumerge al hombre; el triunfo de
los peores (salauds, los llama gráficamente Sartre). Porque estos
libros no ofrecen escape, y castigan con prosa dura, irónica, incisiva, directa, la imagen convencional del hombre, y 10 ubican en un
mundo sin Dios, sin amor, sin patria, donde sólo son posibles dos
actitudes: o se vive anonadado como Roquentin (La nausée) o se goza complaciéndose en su propia porquería como Lucien en L'enfance
d'un chef (Le m~tr). Las otras actitudes humanas son meras variantes de éstas.
La visión de Sartre es apasionada y violenta, pero está despojada de toda sensualidad, de todo deleite. Nada resulta más ridículo que la acusación de pornografía que repetidamente se le dirigiera. Hay en estos libros un aura faulkneriana, menos barroca
en su expresión estilística, menos contaminada de celo puritana, más
cruda y prosaica, pero tan poco complaciente como la del ardido
sureño. Absurdas y reaccionarias son, en definitiva, las denuncias
(2) Jean Wahl ha denunciado con finura la preocupaClOn de este nuevo existencialismo ·por "redondear los ángulos", facilitando la concordancia, el acercamiento. (Ver Fontaine, 52, 1946). El mismo reproche es esgrimido y ampliado por
l\Iarc Beigbeder en su valioso libro: L'homme Sartre (Bordas, 1947).
(3) Erra, también, Benda al aludir incidentalmente a la víctima del acto grao
tuito de Lafcadio, en Les caves du Vatican. El anciano Amedée Fleurissoire difícilmente puede ser calificado de "enfant". Esta gruesa confusión permite sospechar que Benda aniquila libros que no ha leido, que le contaron mal. (Ver
Tradition de I'existencialisme, Grasset, 1947.).
(4) La editorial argentina Losada ha iniciado la publicación en castellano de
la obra literaria de Sartre con la cuidadosa versión de estos dos títulos. El mismo sello anuncia ya un volumen de teatro y la trilogía novelesca, los que suma.(jos a los otros, permitirán un conocimiento cabal de esta literatura al lector hispanoamericano.
clinamen
líteratll1ra. de
J. P.
Sartre
y condenas que Bn Italia, en la Argentina, recayeron sobre los cuentos de Le mur. (5).
Un juicio estrictamente literario -que enfocara estas obra~
con, prescindencia de S11 mensaje, atento sólo a la hechura- podría
señalar cierta impureza (La nauséees más discurso que narración;
L'enfance d'un chef parece el borrador novelesco de un brillante ensayo, Retr,ato dgl antisemita, publicado mucho después); alguna desaprensión (todo material BS bueno, hasta lo literario, para esta hoguera en que se conciben los libros de Sartre, para decirlo a la manera de León-Felipe) ; un fácil exhibicionismo (el autor jamás olvida que hay un b01¿rgeois, dócil a todo asombro). Pero estos reparos,
más o menos académicos, no pueden disimular la importancia de
estos dos volúmenes, amargos y desesperados en la superficie, tan
duros que su misma dureza les sirve de ambigua esperanza. Tampoco pueden disimular su calidad literaria. Si la elaboración novelesca de La nausée no es siempre excelente, los cuentos de Le mw'
muestran a un gran escritor, capaz de manejarse con pareja maestría en todas las formas de la narración, desde la short-stary (el
cuento que titula el volumen) hasta la nouvelle (el último). En 1939
estos cuentos permitieron la revelación de un artista. Ahora se puede saber que constituyen su primera obra maestra.
Transición 1
Les chemins (le la liberté y el volumen de Théatre testimonian
literariamente la transición hacia un optimismo viril de honda raíz.
conflictua1. Les chemins de la liberté es una trilogía novelesca. (De
Torre insiste, misteriosamente, en calificarla de tetralogía.) Sartre
ha publicado sólo dos volúmenes, ambos en 1945. L'age de raison, y;
[.;e surs,is ubican su acción en el mundo de la preguerra. El protagonista (si lo hay) es un joven profesor de filosofía, Mathieu. L'age
de raison lo muestra en París, combatido por dispares intereses: la
necesidad de hacer abortar a su amante, Marcelle; el deseo inexpresado de conquistar a una muchacha, lvich. Mathieu (cuyo carácter,
según sospecha el lector, refleja de alguna manera el de su creador)
no resuelve sus problemas, no elige. En un caso, la decisión la toma un amigo, Daniel, casándose con Marcelle. En cuanto a la muchacha, ante su irresolución, vuelve a provincias.
Si L'age de raisan mantiene el curso normal de la narración,
apenas alborotado por alguna reminiscencia joyceana o por un hábil manejo del snspenso, Le sut'sis, en cambio, se aparta radicalmen(5) Sobre las vicisitudes de esta obra en Italia escribió un buen informe Renato Treves (Realidad, N.9 6, 1947). En la Argentina, los cuentos de Sartre merecieron el dudoso honor de ser confiscados por la policia, junto a Forever Amber,
a 'L.as memorias de una cortesana, a Los pulpos. (Ver telegrama de A. P. del 231
IIIj1948) .
clinamen
E. Rodríguez Monegal
te de la ortodoxia novelística. Sus ocho capítulos mezclan acciones y
,personajes con entera liberta<;l, ostentando una técnica más audaz
que la de Dos Passosen U. S. A. (obra que Sartre admiraexcesi,vamente) o la del Ulysses. Rápidamente, Mathieu salta a un segundo plano. La acción se dilata sobre Europa, en los ocho días que
precedieron al pacto de Munich. A diferencia de La nausée, la angustia es a>quí colectiva y Sartre se complace en registrar las distintas reacciones de sus personajes y (es claro) sus distintas decisiones frente a la guerra que la entrega postergó.
No escasean en ambos volúmenes los episodios negros. (Henda señala algunos notorios; hay más. ) No sirven, empero, para caracterizar la novela, son incidentales y el verdadero conflicto no los
Toza, los supera. En todo momento BS evidente que la preocupación
del escritor, no se reduce a registrar las cohabitaciones de sus personajes, sino a atender a los momentos críticos -de cualquier naturaleza que sean- que les obliguen a definirse, a elegir. (Por ejemplo, Daniel en el primer volumen; Mathieu, y tantos otros, en el segundo.) El autor no les impone la elección, pero los acosa hasta extraerles una. Y pone el acento de su obra, no sobre la absurdidad
del mundo y el anonadamiento del hombre (como en las anteriores ficciones) sino sobre la necesidad de elegir y de realizarse. Otra
diferencia fundamental con la literatura del· primer período: el hom~re no se halla incomunicado. Su acción está vinculada a otras, está, incluso estilísticamente, soldada a otra. (En Le sursis, en medio
'de una frase cualquiera y sin indicación de naturaleza alguna, Sartre cambia el sujeto, traslada la acción de un extremo a otro de Europa, se sumerge en otro conflicto.) Si Roquentin comunicaba su
angustia por un Diario íntimo -forma exacerbada de lasoledad-,
la crisis de Mathieu o la de Daniel se ofrecen en la encrucijada de
'destinos individuales que convergen en torno a Munich.
La visión, como se comprende, es más adulta, más lúcida. Ha
perdido un poco de su temprana violencia y de su paradójica dureza, pero se ha vuelto más justa, más abarcadora de la realidad, en
un plano no puramente metafísico, sino histórico y, por lo tanto, social. En este sentido, ambos volúmenes, y en especial el segundo,
pueden servir de documentos de nuestro tiempo, tan legítimos como DMkness at Noon o L'espoir o Fontamara, literariamente también
ha madurado Sartre. Ya no se repite la deshilvanada, irregular,
armazón de L(L nau.sée; y Le sursis muestra hasta el agotamiento
del lector que su autor puede hacer lo que quiere con la narración.
ili' Elli2:mlen1;e -ya se ha visto- no se trata sólo de virtuosismo.
Transición II
VOJLUnlen que recoge el teatro -Les lnouches (1943), Huis
Morts sans sépuHure (1946) y La putain respectueuse
-9
en menor grado a la literatura. Cada una de estas
literario, peTo su destino no se agota, ni siquiera
la lectura. Fueron cTeadas para integrar otra reali~sti~tl(~a :el teatro. Sólo allí cobran cabal sig1lificado. El juicio
CI'ítlC'O, que no las pudo ver en escena, está afectado por esta liLes nwuches es la más literaria de las cuatro obras. Quiero
: la que pierde menos en la lectura. Es, también, la más contal:n:ína,da de existencialismo teórico; es, en fin, la que documenta mela evolución del pensamiento sartriano. En sus escenas pueden
:::itJJtll<U"'t ya los gérmenes del humanismo viril que ahora proclama
autor. Se trata, ya se sabe, de una llueva versión de La Orestía.
No interesan en este momento sus innovaciones o su fidelidad.
(Apunto una sola invención, estilística: el texto es alternativamente
pomposo, o poético" a lo Giraudoux", así como vulgar, lleno de coloquialismos y facilidades.) La sangrienta fortuna de los Atridas sirve
a Sartre de pretexto anecdótico para exponer de manera clara y evidente -demasiado clara y evidente, tal vez- algunos de los puntos
fundamentales de su Tepertorio filosófico: No hay Dios, el hombre
es libre, es responsable por todos los hombres. Y el Orestes que presenta no deja de ostentar la clara elocuencia del pensador de L' étl'e
et le néa'll.t.
Quizá esta filosofía, tan directamente difundida desde la escena, conspirara contra la eficacia teatral de la pieza, que obtuvo
un éxito menor. (No debe olvidarse que fué montada durante la ocupación alemana: 1943.) Lo cierto es que Sartre abandonó al mismo tiempo el coturno y el desmesurado propósito de sintetizar toda su filosofía en tres actos. Sus otras obras dramáticas son, ante
todo, criaturas escénicas viables. Y apuntan, en la superficie, al espectador burgués, al vergonzante gozador del guignol. 111 orts sans
sépuUu,re, le ofrece torturas en escena y diálogos sádicos; Huis olos,
un cuarto amueblado en el infierno, donde tres seres se torturan
verbal y recíprocamente (L'enfer, c'est les a!ltres, dice uno); La
ptdain -respectueuse, una sazonada y caricaturesca versión del conflicto racial en el sur de los Estados Unidos. El lenguaje es siempre audaz y los efectos más o menos directos. Cuando se leen estas obras el andamiaje asustador pierde un poco su eficacia, resulta demasiado visible, incomoda. (Me refiero, en especial a 111 orts sans
sépulture.) La lectura destaca, además, la existencia claudicante de
los agonistas, su palpable esqueleto. Pero esto no puede considerarse como un defecto, ya que Sartre ha declarado reiteradamente que
no cree en el teatro de personajes sino en el de situaciones. Y no se
puede negar que como dramaturgo ,ha sabido elegir las situaciones
de más segura eficacia, así como los títulos más rotundos. (:Me refiero, e11 especial, a La putain respectueuse.)
clinamen
10-·
E. Rodríguez Monegal
Tanto JYlorts sans. sépulture como Huis olas participan de la
reacción ideológiea apuntada ya en Les ohemins de la liberté. Las si~
tuaciones de ambas piezas son desesperadas. Los maq'uis, muertos
insepultos, o las almas en el infierno, no tienen salida, no pueden
actuar. Pero en algunos de ellos -en el silencio de los torturados,
en el empecinamiento de Garcin- se advierte una dura elección, el
irreprimible ejercicio de la libertad. (6).
Quizá el impacto dramático más pleno de Sartre sea Huis clos.
Es difícil que se pueda mejorar su contenida violencia, su desnudez,
su concentración. Más depurada de lastre doctrinal explícito; más
sobria y avara de los efectos escénicos; equilibrando el teatro de situaciones con el de caracteres, esta breve pieza supera, en calidad,
en importancia, la restante producción de Sartre. En un plano inferior, debe colocarse La putain 'tespeotueuse, de probada eficacia,
pero doblemente contaminada por su aspecto equívoco de pastiohe de
alguna obra norteamericana, y por la ambigiiedad de su propósito:
más que una sátira del prejuicio racial, de la demagogia, de la sensl1alidad puritana, esta pieza es una farsa. JItlM"ts sans sépl¿lture, en
un plano más alejado aún, oscila entre el cuadro documental efectista y el melodrama, ele grandes gestos y grandes palabras, desposeído de criaturas escknicas que vivan su brutal conflicto. Obra esencialmente impura y circunstancial, no logra dominar sus heterogéneos materiales, ni alcanza la segura violencia de Le mur, su probable antecedente.
Este examen de la literatura de J ean-Paul Sartre es (repito)
provisional. Su obra literaria inaugura ahora una nueva etapa, deslmés de superar el período negro y de salvar la difícil transición de
la guerra. Pero todavía no ha producido un ejemplar incontaminado del nuevo enfoque. Hay muchos atisbos, (segím se ha visto L en
ohras anteriores, y hasta una teoría en el valioso ensayo Ql¿'est-oe
q't¿e la littératU're? Pero faltan los textos literarios. Tampoco ha fundado Sartre su moral, aunque haya algunos anticipos de Su orientación.
De todos modos, aún provisional, el examen realizado no pareC0 inoportuno ni fantasmal. El existencialismo de Sartre deriva
evidentemente hacia un nuevo humanismo, de directa acción social;
su filosofía desemboca en una moral para nuestro tiempo; su literatura ofrece la descripción viva, conflictual, de este enfoque compIejo. Esto parece incuestionable, y no está de más recogerlo, aunque sea eumplir 01n'a de mediocre profeta (o sea: de buen historiadar) el anunciar cosas tan evidentes.
Emir Rodríguez Monegal.
:Esto es 10 que no entendió PoI Gaillard pese a su fina aproximación a
(Ver Le~ lettres franl}aises del 27\IXI1946). Ni siquiera en el infierno
personaJes de Sartre su libertad. Y cuando Garcin concluye la pieza.
Clalllalltdo: -Eh bien, continuons, ha realizado una nueva elección.
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