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La derrota republicana en la Guerra
Civil, los cuarenta años de
franquismo y el pacto de silencio de
la Transición dejaron en manos
extranjeras
el
análisis
historiográfico
de
los
acontecimientos que llevaron al
hundimiento de la República. Buena
muestra de ello es este libro, en el
que diez prestigiosos hispanistas
ponen de manifiesto dos hechos
fundamentales. El primero, que la
Guerra Civil española tuvo su origen
en una serie de enfrentamientos
sociales; el segundo, que la lucha
fratricida constituyó un episodio
más de la guerra mundial que
finalizó en 1945.
Como consecuencia de todo ello,
durante los tres años de contienda
la República española sufrió un
doble asedio: por un lado, las
disensiones internas le impidieron
llevar a cabo un esfuerzo bélico
eficaz; por otro, las fuerzas del
fascismo que colaboraron con los
sublevados encontraron entre los
Estados democráticos a unos
cómplices que contribuyeron a
alargar el conflicto que acababa de
iniciarse y que pronto se extendería
por todo el continente, y por el
resto del mundo.
AA. VV.
La República
asediada
Hostilidad internacional y
conflictos internos durante la
Guerra Civil
ePub r1.0
Titivillus 15.07.15
Título original: The Republic Besieged:
Civil War in Spain, 1936-1939
AA. VV., 1996
Enrique Moradiellos
Paul Preston
Christian Leitz
Denis Smyth
R. A. Stradling
Chris Ealham
Helen Graham
Michael Richards
Gerald Howson
Herbert Rutledge Southworth
Traducción: Raúl Quintana Muñoz
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A LA MEMORIA DE
E. ALLISON PEERS
INTRODUCCIÓN[1]
PAUL PRESTON
En 1996 se cumplió el sexagésimo
aniversario del estallido de la Guerra
Civil española. Es probable que se trate
de la última conmemoración sustanciosa
que ha podido contar con la
participación
de
protagonistas
supervivientes de la guerra, la mayoría
de los cuales ya tiene más de ochenta
años. La importancia de la Guerra Civil
española no admite duda: fue «la última
gran causa», y, a la vez, un momento
definitorio en el camino hacia la
Segunda Guerra Mundial. En España,
Mussolini y Hitler se unieron en el Eje
Roma-Berlín en cuanto se percataron de
la
cobardía
de
las
potencias
[2]
democráticas . Sin embargo, las
investigaciones de los estudiosos y las
conmemoraciones no suelen casar
felizmente.
Es
natural
que
la
investigación no fructifique a tiempo
para publicarse en el aniversario
apropiado.
La gran conmemoración de la Guerra
Civil española en 1986 provocó mucha
actividad editorial en Gran Bretaña,
incluyendo la reedición de obras
importantes de Raymond Carr y Hugh
Thomas, una obra de síntesis,
colecciones de material gráfico y
memorias valiosas sobre las Brigadas
Internacionales, pero poca cosa en
cuanto a nuevas investigaciones[3]. La
situación fue más marcada todavía en
los Estados Unidos, donde el
aniversario vio tan sólo la publicación
de libros sobre la Brigada Abraham
Lincoln[4]. Entonces se notaba que la
tradicional preeminencia anglosajona en
la historiografía de la Guerra Civil
española se acercaba a su fin.
En España, el aniversario tuvo
menor repercusión de la que cabía
esperar. Esto se debió principalmente al
llamado «pacto del olvido». Como parte
del deseo general de la gran mayoría del
pueblo español de asegurar una
transición pacífica a la democracia, se
llegó a un acuerdo tácito colectivo para
evitar un ajuste de cuentas tras la muerte
de Franco. La determinación de evitar
una repetición de la violencia de una
guerra civil finalmente superó cualquier
deseo de venganza. Esta determinación
colectiva de contribuir por todos los
medios posibles al restablecimiento de
la democracia tenía sus valedores entre
los historiadores. Como consecuencia se
produjo una reticencia en las
universidades a la hora de explicar la
historia del período de la guerra y la
posguerra y, en el campo investigador,
una clara renuencia a publicar trabajos
que de alguna manera pudieran
contribuir a reabrir viejas heridas. Esto
se reflejó en el rechazo del gobierno
socialista a aprobar una conmemoración
oficial del cincuenta aniversario de la
Guerra Civil en 1986[5]. A pesar de su
valor crucial en términos políticos y su
importancia como medida de la gran
madurez política del pueblo español,
traumatizado tanto por la Guerra Civil
como por la experiencia de la dictadura
de Franco, el «pacto del olvido» iba a
resultar un lema complicado para los
historiadores[6]. De hecho, en Cataluña
se habían seguido investigando los
aspectos más desagradables de la
Guerra Civil española, a pesar del
«pacto»[7]. En otras regiones, la
inestable tregua con el pasado se rompió
en menos de cinco años, con la
aparición de varias obras importantes
sobre la represión en la zona nacional
durante la guerra y la posguerra[8].
En los diez años transcurridos desde
la última ola de interés no especializado
en la Guerra Civil española, la
investigación ha avanzado mucho en
Gran Bretaña. Inevitablemente, las
consideraciones logísticas implican que
los investigadores extranjeros no hayan
conseguido alcanzar el nivel de
investigación local detallada que se está
llevando a cabo en España, aunque los
capítulos 6 y 8 de la presente obra
demuestran que es posible. En
consecuencia, gran parte de las
investigaciones llevadas a cabo fuera de
España
se
ha
centrado
en
consideraciones sobre la política de
ambas zonas y en las dimensiones
internacionales de la guerra. El
propósito de esta obra es ofrecer a un
público más amplio los resultados de
las investigaciones que una serie de
académicos están realizando sobre
varios aspectos de la Guerra Civil
española.
La investigación local en España y
en otros lugares ha enriquecido nuestra
perspectiva sobre la crisis de los años
treinta y también ha subrayado uno de
los dos factores fundamentales de la
Guerra Civil española: en sus orígenes,
consistió en una serie de enfrentamientos
sociales españoles, y muchos de los
problemas que surgieron en la zona
republicana derivaron de una resolución
incompleta de algunos de esos
conflictos. Los investigadores españoles
y extranjeros[9] han contribuido a
confirmar la otra verdad fundamental
sobre la guerra: durante la misma y tras
ella, constituyó un episodio más en la
gran Guerra Civil europea que acabó en
1945[10]. La derrota final de la
República española se produjo después
de un cerco constante de tres años
durante los cuales se vio asediada desde
fuera y desde dentro; desde fuera, por
las fuerzas del fascismo internacional y
sus cómplices inconscientes entre los
Estados democráticos y, desde dentro,
por las fuerzas de la extrema izquierda
que antepusieron sus ambiciones
revolucionarias al propósito de realizar
un esfuerzo bélico centralizado.
La sublevación tuvo lugar en la tarde
del 17 de julio en el territorio español
de Marruecos y en la propia Península
en la mañana del 18 de julio. Los
conspiradores estaban seguros de que
todo se acabaría en unos cuantos días. Si
sólo hubieran tenido que enfrentarse al
gobierno
republicano
propiamente
dicho, sus previsiones habrían resultado
acertadas. De hecho, España quedó
pronto dividida en las fronteras
marcadas por la geografía electoral de
febrero de 1936: el golpe tuvo éxito en
las zonas católicas que habían votado a
favor de la CEDA. Sin embargo, en los
bastiones izquierdistas de la España
industrial y de los grandes latifundios
del sur, la sublevación fue derrotada por
la
acción
espontánea
de
las
organizaciones obreras. En cuestión de
días, el país quedó dividido en dos
zonas, aunque todo hacía presagiar que
la República sería capaz de aplastar la
sublevación. Mientras el poder en las
calles estaba en manos de los obreros y
de las organizaciones milicianas, seguía
existiendo un gobierno republicano
burgués que gozaba de legitimidad en la
esfera internacional y que mantenía el
control sobre las reservas de oro y
moneda nacionales y la mayor parte del
potencial industrial de España. Ninguno
de los dos ejércitos era ejemplar. Las
milicias obreras compensaban con su
entusiasmo el poco entrenamiento
militar que tenían, entusiasmo del que
carecían los reclutas del ejército
rebelde. Un ejemplo de esta situación lo
encontramos en la armada, donde los
marineros de izquierdas se habían
amotinado
contra
los
oficiales
derechistas.
Sin embargo, existen dos factores
que pronto diferenciarían a ambos
ejércitos de manera clara: el fiero
ejército africano y la ayuda de las
potencias fascistas. Al principio, el
ejército colonial bajo el mando de
Franco quedó bloqueado en Marruecos
por la flota republicana. Sin embargo,
mientras que el gobierno republicano de
Madrid se encontró con la vacilación
del gobierno hermano del Frente
Popular en París y una abierta hostilidad
por parte de Londres, Franco pronto fue
capaz de persuadir a los representantes
locales de la Alemania nazi y la Italia
fascista de que era a él a quien había
que apoyar. Como demuestra Enrique
Moradiellos en el capítulo I, Franco
consiguió a su vez persuadir a las
autoridades británicas locales en el
norte de África de que estaba luchando
contra
un
enemigo
«claramente
comunista» y que deberían impedir la
entrada de las fuerzas republicanas en
los puertos de Tánger y Gibraltar. Lo
que resultó más decisivo aún fue el éxito
en su relación con italianos y alemanes.
De nuevo, como queda demostrado en
los capítulos 2 y 3, su «fe ciega» en su
propio éxito y sus poderes de persuasión
resultaron
cruciales.
Tanto
las
autoridades locales en Tánger como los
representantes locales del partido nazi
quedaron suficientemente convencidos
por los argumentos de Franco como para
presentar su caso ante Mussolini y Hitler
respectivamente.
Sus
respectivos
procesos de toma de decisiones
estuvieron, por supuesto, condicionados
por sus propios cálculos de las
oportunidades que ofrecía la crisis
española para alterar el equilibrio de
poderes europeo en detrimento de Gran
Bretaña y Francia. Sin embargo, resulta
significativo que, en Londres, se
conociera a los sublevados como «las
fuerzas del general Franco» y, en Roma,
como «i franchisti», dos meses antes
incluso de que Franco fuera elegido
comandante único de las fuerzas
rebeldes. Como demuestra el doctor
Moradiellos, la confiada profecía de
miembros importantes de Whitehall
según la cual Franco obtendría
beneficios para España gracias a su
amistad con Inglaterra no se cumplió[11].
A finales del mes de julio,
comenzaron a llegar aviones de
transporte Junker 52 y Savoia-Marchetti
para permitir el traslado de la
sanguinaria Legión Extranjera a la
península. A esta decisiva ayuda inicial
siguió un flujo regular de contribución
en alta tecnología. Frente al moderno
material que llegaba de Alemania e
Italia,
completado
con técnicos
especialistas, piezas de recambio y
manuales de uso, la República, ignorada
por las democracias, tuvo que enviar a
sus inexpertos y demasiado intelectuales
emisarios a negociar en el mercado
internacional de armas y, por lo tanto, a
tener que conformarse con material caro
y anticuado procedente de traficantes de
armas privados. Sin embargo, mientras
que la desinteresada ayuda italiana
acabaría por mermar seriamente el
rendimiento militar del ejército italiano,
los alemanes, como demuestra Christian
Leitz en el capítulo 3, se aseguraron una
devolución de su inversión en forma de
materias primas estratégicas y de una
creciente penetración en la industria
minera española.
Los
diplomáticos
europeos
occidentales establecidos en Moscú
habían informado a sus gobiernos de que
la reacción inicial de la Unión Soviética
había sido de profundo malestar por los
acontecimientos que estaban teniendo
lugar en España. Pero el Kremlin no
quería que la sublevación, y la
revolución que ésta provocó, minara sus
planes de establecer una alianza con
Francia. En cualquier caso, a mediados
de agosto, como demuestra Denis Smyth
en el capítulo 4, la jerarquía soviética
estaba ya plenamente convencida de
que, si la República española caía, estos
planes correrían más peligro aún. Este
hecho alteraría considerablemente el
equilibrio de poderes europeo, dejando
a Francia con tres Estados fascistas en
sus fronteras. Finalmente se acabaron
decidiendo a regañadientes por enviar
ayuda a la República. Los tanques y
aviones que llegaron en otoño
conseguirían, junto con la llegada de las
Brigadas Internacionales, salvar Madrid
en
noviembre
de
1936.
Desgraciadamente, también sirvieron
para justificar la intervención de Hitler
y Mussolini. La motivación de ambos
dirigentes consistía principalmente en
socavar la hegemonía anglofrancesa en
las relaciones internacionales, aunque
estaban seguros de obtener el
beneplácito de Londres con la excusa de
que estaban luchando contra el
bolchevismo.
Los diplomáticos alemanes e
italianos describieron ante sus colegas
británicos y franceses a los voluntarios
que lucharon por salvar Madrid como
agentes de Moscú enviados a España
para establecer un bastión comunista en
Europa occidental. De hecho, las
razones que les movían no tenían nada
que ver con ninguna trama de esta clase.
En realidad, los brigadistas son una de
las primeras fuerzas en enfrentarse
militarmente a la amenaza fascista en
Europa. Los refugiados italianos,
alemanes y austríacos veían la Guerra
Civil española como su primera
oportunidad para defenderse del
fascismo. Los voluntarios franceses (el
contingente más numeroso), británicos y
norteamericanos fueron a España
inquietos por el hecho de que una
derrota de la República podría suponer
un estímulo para la extrema derecha,
tanto en el ámbito internacional como en
sus propios países de origen. En este
sentido,
sentían
que
estaban
participando en un conflicto de carácter
nacional e internacional librado en suelo
español. Un ejemplo bastante claro de
esto lo constituyen los irlandeses,
quienes, como demuestra Robert
Stradling en el capítulo 5, lucharon en
ambos lados del conflicto, librando una
batalla esencialmente irlandesa en suelo
español.
Los
voluntarios
prorepublicanos de toda Europa y las
Américas fueron los primeros en acudir
al campo de batalla de una guerra que no
finalizaría
hasta
1945.
Estos
«antifascistas
prematuros»
fueron
injuriados a su vuelta a Gran Bretaña,
tratados como «la escoria de la tierra»
en campos de concentración franceses y
considerados como peligrosos y
antiamericanos en los Estados Unidos. A
pesar de ello, los voluntarios
supervivientes lucharon en la Segunda
Guerra Mundial (después de todo, la
guerra antifascista era su guerra).
La República española no luchaba
sólo contra Franco y sus ejércitos, sino
también, y en mayor medida si cabe,
contra el poder militar de Mussolini y
Hitler. Asediada desde fuera, la
República sufrió a su vez graves
problemas internos desconocidos en la
zona franquista, que estaba brutalmente
militarizada. Al colapso del Estado
burgués en los primeros días de la
guerra siguió el rápido surgimiento de
órganos revolucionarios de poder
paralelo. Se produjo una masiva
colectivización de la agricultura y la
industria. Los grandes experimentos
colectivistas del otoño de 1936, que tan
emocionantes
resultaban
para
participantes y observadores como
George Orwell y Franz Borkenau, no
contribuyeron a crear una maquinaria
bélica. Esta tarea, como demuestra
Helen Graham en el capítulo 7, estuvo
en el centro de la guerra civil no
declarada que se libró en el seno de la
zona republicana hasta mediados de
1937. Algunos líderes socialistas, como
Prieto y Juan Negrín, estaban
convencidos de que conseguir un Estado
convencional,
con
un
control
centralizado de la economía y de los
instrumentos institucionales para la
movilización masiva, resultaba esencial
si se tenía que llevar a cabo un esfuerzo
bélico eficaz.
Realmente, para que la República
pudiera luchar con serias posibilidades
de éxito, hubiera tenido que contar con
suministros constantes y fiables de
armas. La versión oficial franquista
sobre la ayuda internacional fue que la
República recibió de la Unión Soviética
y de Francia más aviones, artillería,
tanques y equipamientos que los que los
nacionales obtuvieron de sus aliados
fascistas. Si se hace un repaso desde la
propaganda de la década de los cuarenta
hasta los más sutiles trabajos de los
sesenta y setenta, la opinión que se
difundió es que, sólo de la Unión
Soviética, la República obtuvo cerca de
1100 aviones, 900 tanques, 300 carros
blindados, 1500 piezas de artillería,
40 000 morteros y una enorme cantidad
de armas ligeras y municiones. Se dijo
también que aproximadamente otros 350
aviones habían llegado de Francia y de
otros lugares. Y además se afirmó que el
número de aviones recibidos por los
nacionalistas, procedentes del poderoso
Eje, fue considerablemente menor: unos
1250.
Esta
versión
de
los
acontecimientos perseguía acentuar el
heroísmo de los nacionales, que
resultaron así vencedores contra una
fuerza supuestamente superior. El
historiador Gerald Howson muestra en
el capítulo 9 que se había sobrevalorado
el equipamiento militar de la República,
tanto cuantitativa como cualitativamente:
estaba obsoleto, a menudo incompleto o
inservible para el combate. De los 250
aviones comprados a Francia, sólo 60
pueden considerarse máquinas militares
modernas. Por su parte, la Unión
Soviética suministró 623 aviones, 331
tanques, 60 carros de combate y una
fracción
del
armamento
que
tradicionalmente se ha adjudicado a la
República. Por otro lado, la mayor parte
de este material estaba anticuado.
Además, mediante una alteración del
cambio entre el rublo y la peseta, los
soviéticos cobraron un precio muy
superior al que este armamento tenía en
el mercado, estafando millones de
dólares a la República Española. Si se
observan los hechos, los nacionales
disfrutaron de una total superioridad
aérea. De este modo, Howson destruye
dos mitos al mismo tiempo: el de la
ayuda desinteresada de la Unión
Soviética a la República y el de la
victoria de los nacionales frente a una
fuerza superior.
En el capítulo 6, Chris Ealham
explica por qué la teoría y la práctica
tradicionales del anarquismo español
resultaban perjudiciales para los
objetivos de Negrín y sus consejeros
soviéticos.
El
pensamiento
antiestatalista del movimiento libertario,
la Confederación Nacional del Trabajo,
la Federación Anarquista Ibérica y la
Federación Ibérica de Juventudes
Libertarias les llevaron a plantear sus
objetivos revolucionarios en oposición
al Estado republicano. Este hecho
resultó muy perjudicial para la
coordinación económica centralizada
del esfuerzo bélico y además condujo a
una serie de crueles luchas intestinas
dentro de la zona republicana. Las
actividades de los «incontrolados», que
cometían actos de violencia y pillaje en
beneficio
propio
exclusivamente,
minaron los esfuerzos de los sucesivos
gobiernos republicanos por proyectar
una imagen de normalidad burguesa.
Además, esto permitió a la coalición de
republicanos, socialistas moderados y
comunistas justificar la represión de una
revolución que a su parecer podía
considerarse objetivamente beneficiosa
para el fascismo.
Como respuesta, en parte, al
individualismo indisciplinado de los
anarquistas, se intentó establecer un
gobierno del Frente Popular que
satisficiera las esperanzas de los
arquitectos de la coalición electoral del
Frente Popular de febrero de 1936 y que
se instauró finalmente con el gobierno
de Negrín a partir de mayo de 1937. A
pesar de haber acabado con la
revolución, incorporado las milicias
obreras a las tropas regulares y
desmantelado los colectivos, siguió sin
conseguirse la victoria, no porque la
política llevada a cabo fuera errónea,
sino
porque
las
potencias
internacionales se aliaron contra la
República.
Abandonada por las potencias
occidentales y atacada por Franco,
Hitler y Mussolini, el único país que
acudió en ayuda de la República
española fue la Unión Soviética.
Obviamente, Stalin no actuó movido por
el idealismo ni los sentimientos.
Amenazado
por
una
Alemania
expansionista, tenía la esperanza, como
sus predecesores zaristas, de limitar la
amenaza alemana buscando una alianza
con Francia para cercarla. Temía que si
Franco ganaba la guerra con ayuda de
Hitler, Francia acabaría sucumbiendo.
Por lo tanto decidió proporcionar la
ayuda suficiente a la República para
mantenerla con vida a la vez que se
aseguraba de que la presión de los
elementos revolucionarios de la
izquierda no provocase que los
dirigentes conservadores en Londres
acabaran apoyando a las potencias del
eje en una cruzada antibolchevique. Es
lamentable
que
el
espíritu
revolucionario del pueblo español, el
activo más importante de la República,
tuviera que ser aplastado o que los
honestos revolucionarios del POUM
fueran vilipendiados como agentes nazis
y eliminados brutalmente por los agentes
del NKVD. Es sin duda cierto, como
plantea Denis Smyth, que la pretensión
de respetabilidad buscada por Stalin no
consiguió en absoluto alterar el
desprecio de Whitehall por la República
española.
Sin embargo, como demuestra
Herbert Southworth en el capítulo 10,
una de las consecuencias de la Guerra
Fría fue la difusión de la idea de que la
represión estalinista había sido la única
responsable de la victoria de Fraileo.
En la historiografía de la Guerra Civil
española patrocinada por el Congreso
por la Libertad de la Cultura, financiado
por la CIA, una serie de episodios
menores en las luchas intestinas dentro
de la zona republicana nos lleva a
menospreciar los aspectos principales
de la guerra. El éxito de dicha
historiografía ha minimizado el hecho de
que fueron Hitler, Mussolini, Franco y
Chamberlain, y no precisamente Stalin,
los responsables de dicha victoria.
Cuesta imaginar que la España
revolucionaria hubiera podido llegar a
vencer sin ayuda del armamento ruso.
De hecho, sin las armas rusas y las
Brigadas Internacionales, Madrid habría
caído sin duda en noviembre de 1936 y
Franco habría vencido antes de que los
anarquistas y los trotskistas de
Barcelona hubieran constituido un
problema.
Michael Richards examina las
consecuencias de la victoria en el
capítulo 8. Franco estaba empeñado en
ganar
la
guerra
lenta
y
concienzudamente. Su intención no era
conseguir una victoria rápida y airosa,
sino llevar a cabo una aniquilación
completa de todos los aspectos
relacionados con la República, como
primer paso para conseguir la
permanencia de su propio régimen. Si no
aspiraba a un Reich de mil años de
duración, desde luego sí dejó claro en
sus discursos que pretendía erradicar el
socialismo,
el
comunismo,
el
anarquismo, la democracia liberal y la
masonería del suelo español por los
siglos venideros. Consiguió cumplir
parte de su proyecto gracias a una lenta
guerra de desgaste en la que mató a
miles de republicanos y aniquiló
comunidades enteras. Las masacres
premeditadas y sistemáticas como las de
Badajoz, Málaga y Guernica tenían un
objetivo inmediato dentro de la guerra,
pero también un propósito a largo plazo,
que era la desmoralización de la
población republicana[12]. Para no andar
con rodeos, Franco estaba empeñado en
que todos los republicanos que no
murieran en la guerra o se exiliaran
quedasen tan traumatizados que les fuera
imposible enfrentarse al régimen.
Michael Richards explica lo que esto
supuso realmente en términos de pérdida
de ideales, esperanza, identidad,
dignidad, bienestar material y seguridad
personal. Richards plantea de qué modo,
mediante el uso sistemático del terror,
consiguieron crearse unas condiciones
en las que la mera lucha por la
supervivencia borrara cualquier conato
de oposición política. El régimen de
Franco sería la encarnación institucional
de su victoria en la Guerra Civil
española. Las grandes potencias
permitirían su supervivencia igual que
habían aprobado su instauración.
PRIMERA PARTE
HOSTILIDAD
INTERNACIONAL
CONTRA LA
SEGUNDA
REPÚBLICA
1
EL GENERAL APACIBLE.
LA IMAGEN OFICIAL
BRITÁNICA DE FRANCO
DURANTE LA GUERRA
CIVIL
ENRIQUE MORADIELLOS
En vísperas de la Guerra Civil
española, aunque el general Francisco
Franco Bahamonde había sido invitado
oficial del gobierno conservador
británico en enero de 1936 (como
representante español en los funerales
de Jorge V), la información sobre el
futuro Caudillo de España era más bien
escasa y sucinta en los medios
gubernamentales del Reino Unido.
Ciertamente, era mucho más escueta que
la disponible sobre su famoso hermano
aviador, Ramón Franco, y bastante más
reducida que la existente sobre otras
figuras militares de mayor protagonismo
político reciente: los generales José
Sanjurjo, Dámaso Berenguer y Manuel
Goded, por ejemplo. Dicha información
se ceñía a una nota biográfica dentro del
rutinario
informe
anual
sobre
«personalidades destacadas» que la
Embajada británica en Madrid tenía que
redactar para conocimiento y uso del
Foreign Office y su gobierno. No
obstante, la nota redactada en enero de
1936 por el embajador, Sir Henry
Chilton, recalcaba ya los méritos
profesionales, el posibilismo político y
el protagonismo antirrevolucionario que
rodeaban la figura ascendente del joven
general. Rezaba así:
Franco, Francisco. General de División.
Nacido en el Ferrol el 14 de diciembre
de 1892. Oficial de infantería que sirvió
con gran distinción en Marruecos,
donde estuvo al mando de la Legión
Extranjera desde 1923 a 1926. Tuvo un
papel destacado en la ocupación del
sector de Ajdir, gracias al cual fue
ascendido a general de brigada. Al
crearse la Academia General Militar de
Zaragoza en 1928, el general Primo de
Rivera le nombró su director. Cuando la
misma fue clausurada por el primer
gobierno republicano, el general Franco
fue destinado a la XV Brigada de
Infantería. En 1933 fue nombrado
gobernador militar de las islas Baleares
y en febrero de 1935 comandante en
jefe de las fuerzas de Marruecos. Pero
en mayo de 1935, siendo el señor GilRobles nuevo ministro de la Guerra, le
nombró Jefe del Estado Mayor Central.
Fue ascendido a su rango actual en
marzo de 1934. Oficial valiente, táctico
hábil y comandante popular, el general
Franco es uno de los oficiales más
sobresalientes del Ejército español y
ostenta casi en exclusiva el mérito sin
precedente entre los altos oficiales de
ser ahora tan apreciado por los
ministros republicanos como lo fue por
los de la monarquía. Está considerado
un «gran valor nacional». Actuó como
asesor principal del ministro de la
Guerra en muchos aspectos de la
campaña militar de octubre de 1934 en
Asturias. Pertenece a una familia de
soldados distinguidos. Su hermano, Don
Ramón, es el famoso aviador[1].
Durante el crítico semestre que
medió entre la victoria electoral del
Frente Popular en febrero de 1936 y el
comienzo de la insurrección militar de
julio del mismo año, las noticias sobre
Franco recibidas en Londres siguieron
siendo parcas y escasas. Ello no deja de
sorprender puesto que, habida cuenta de
los notables intereses económicos y
estratégicos británicos en el país, los
analistas de la Embajada y el
Departamento de Europa occidental del
Foreign Office realizaron un seguimiento
estrecho de la tensa evolución
sociopolítica
de
la
República
española[2]. De hecho, durante ese
tiempo fue cobrando forma en los
medios
oficiales
británicos
una
interpretación precisa de la naturaleza
de la crisis: España atravesaba una
situación prerrevolucionaria análoga a
la de Rusia antes de octubre de 1917,
con un gabinete «Kerenski» republicano
que se mostraba impotente y desbordado
ante la movilización obrera y campesina
que lo había encumbrado al poder. A
comienzos de julio de 1936, dichos
círculos oficiales descartaban casi por
completo una solución constitucional de
la crisis y esperaban una intervención
del ejército para frenar el desorden,
como en 1923, o una guerra civil con su
secuela de repetición del proceso
revolucionario ruso en la otra esquina
de Europa.
En ese contexto, el nombre de
Franco apareció en los informes sobre
rumores golpistas transmitidos por la
Embajada durante la primavera de 1936,
pero siempre de modo tentativo y por
detrás de los nombres del exiliado
Sanjurjo o del impulsivo Goded. Este
último, en calidad de «Jefe del Ejército
español», fue responsable de una gestión
secreta a fines de mayo en Londres por
la que se advertía a las autoridades
británicas de la inminencia de un golpe
militar «dirigido únicamente a restaurar
el orden» y sin pretensiones fascistas ni
relacionado, lo cual habría sido
preocupante, con Italia[3]. Sin embargo,
tras el inicio de la extensa sublevación
militar del 18 de julio, la figura de
Franco salió de su relativo anonimato a
efectos de los dirigentes británicos y
adquirió un súbito protagonismo político
internacional.
El embajador Chilton fue quien
primero destacó su importancia sobre
los demás generales el 19 de julio, al
telegrafiar urgentemente al Foreign
Office que «el señor Gil-Robles y el
general Franco se habían pronunciado
contra el gobierno». Simultáneamente,
desde Tetuán (capital del protectorado
español en Marruecos), los informes del
cónsul británico reforzaban su papel
calificándolo de «Jefe del Ejército de
África», precisamente el cuerpo militar
español de mayor experiencia en el
combate y prestigio exterior[4]. De
hecho, el fracaso, detención y posterior
fusilamiento de Goded y Fanjul en
Barcelona y Madrid, respectivamente,
junto con la muerte accidental de
Sanjurjo en Lisboa, proyectaron
súbitamente a Franco al primer plano de
la insurrección. Además, dichos reveses
inesperados eliminaron competidores
por el liderazgo supremo y convirtieron
a las vitales tropas marroquíes en el
factor decisivo para dirimir el
equilibrio de fuerzas alcanzado entre
militares insurrectos y milicias obreras
progubernamentales en la Península.
El propio Franco se ocupó de labrar
su reconocimiento político al emprender
con gran éxito amplias gestiones
internacionales
para
recabar
el
imprescindible apoyo exterior a su
causa. A la par que contactaba con
Roma y Berlín para obtener aviones que
transportasen sus tropas a Sevilla, el
general se entrevistó repetidamente con
el cónsul británico en Tetuán, Mr.
Monck-Mason, para solicitar de Londres
el cierre de los puertos de Gibraltar y
Tánger a la flota de guerra republicana
que bloqueaba el Estrecho. Desde su
primera entrevista, el día 20 de julio,
Franco mantuvo que luchaba contra un
enemigo «declaradamente comunista» y
por eso demandaba el concurso de Gran
Bretaña para cortar todas las facilidades
portuarias a la flota de bloqueo. Y el
gabinete británico, tras recibir su
demanda y otra antagónica de la
República, decidió en su reunión
ordinaria del 22 de julio aceptar de
facto el requerimiento de Franco:
Gibraltar y Tánger fueron neutralizados
durante toda la guerra. No en vano, las
autoridades británicas habían observado
espantadas la presencia en Gibraltar de
una flota «mandada y tripulada por
comunistas» (según telegrama reservado
remitido por el gobernador británico de
la plaza). Aún más: habían llegado a la
conclusión de que en España combatían
«fuerzas militares» contra «un Soviet
virtual» amparado por un gobierno
republicano exánime y fantasmal;
indigno, por consiguiente, de recibir
cualquier apoyo directo o indirecto del
Reino Unido y merecedor del embargo
de armas que pronto permitiría
implantar
el
Acuerdo
de
No
Intervención suscrito por todos los
gobiernos europeos[5].
En sus primeras entrevistas con el
cónsul británico en Tetuán, Franco
transmitió a Londres una imagen de líder
prudente y sincero que aceptaba las
dificultades y que se veía obligado a
buscar aviones y ayuda en el exterior. El
29 de julio, tras el arribo de los
primeros
aparatos
enviados
secretamente por Hitler y Mussolini, un
Franco «muy optimista» reconoció al
cónsul que «ahora tenía más aviones que
las fuerzas del gobierno» y los utilizaría
para trasladar sus tropas a la Península e
iniciar la marcha sobre Madrid, «sin
ocultar el hecho de que la toma de
Madrid llevaría algún tiempo». Y
muestras de prudencia y franqueza como
ésas habían permitido concluir: «no
cabe duda de que el general Franco
quiere a toda costa evitar cualquier
acción
que
pueda
entrañar
complicaciones con Gran Bretaña»[6].
De este modo, en virtud de su indudable
éxito al captar la ayuda ítalo-germana y
sus consecuentes triunfos militares, a
fines de julio de 1936 Franco se había
alzado con la primacía política en el
bando insurgente ante las cancillerías y
los medios periodísticos europeos,
superando con mucho al resto del
generalato sublevado y a la anodina
Junta de Defensa Nacional establecida
oficialmente en Burgos por el general
Mola.
Prueba de ese fenómeno la ofrece el
primer debate consagrado al conflicto
español en la Cámara de los Comunes
del Parlamento británico. El 31 de julio,
el dirigente laborista Philip Noel-Baker
sostuvo la vigencia del derecho de la
República a comprar armas británicas
para su propia defensa y repudió
acremente el golpismo del «general
Franco y sus colegas conspiradores».
Incluso la aséptica redacción de las
actas de las reuniones del gabinete
británico
refleja
un
cambio
significativo: mientras que en la sesión
del 27 de julio del comité de política
exterior se halla la expresión
«insurgentes españoles» para referirse a
los insurrectos, cuando éste se vuelve a
reunir el 25 de agosto, aparece y
predomina la expresión «fuerzas del
general Franco». Para entonces, la
prensa derechista y católica británica,
como la de casi todo el mundo, ya había
encumbrado a Franco a la categoría de
patriota y cruzado anticomunista. Así, el
20 de julio, el diario londinense The
Morning Post informaba a sus lectores
de que «el general Franco es el hombre
fuerte del movimiento». Siete días más
tarde, el también londinense The Daily
Mail publicaría la primera entrevista
concedida por Franco a un diario
extranjero bajo el título «HABLA EL
GENERAL
FRANCO»,
presentándolo
como «el comandante en jefe del
Ejército antirojo sureño». El mensaje
transmitido por el general no podía ser
más preciso y directo:
La victoria del presente gobierno [de
Madrid] significaría la imposición del
terror rojo. […] El comunismo
triunfante representa la destrucción de
la civilización occidental y de la
religión. Nosotros apelamos a la
simpatía de las grandes naciones para
nuestra lucha contra el bolchevismo
destructor[7].
Por lo que respecta a los medios
oficiales conservadores británicos, el
rápido encumbramiento político del
general Franco como la personificación
del bando insurgente español tuvo
efectos muy positivos, si bien soterrados
y nunca admitidos en público. No en
vano, juzgando por los atributos
conocidos de su nueva cabeza visible,
ese hecho demostraba claramente a las
autoridades británicas que se hallaban
ante
un
movimiento
militar
contrarrevolucionario y nacionalista, sin
peligrosas pretensiones fascistas de
revisión del statu quo internacional,
como sucedía en el caso de Italia y de
Alemania. Por tanto, la insurrección era
básicamente inocua para sus intereses
estratégicos (la seguridad de Gibraltar
como base naval) y económicos (la
continuidad
de
las
cuantiosas
inversiones británicas y de la hegemonía
sobre el comercio exterior español de
empresas del Reino Unido). Franco no
parecía un peligroso político doctrinario
(como Adolf Hitler) ni un imprevisible
demagogo fascista (como Benito
Mussolini), sino un buen militar
español, prudente, conservador y
nacionalista, que sólo se había rebelado
para combatir el caos y el espectro de la
revolución social que ahora tomaba
cuerpo en la retaguardia republicana.
Además, como repetían insistentemente
los viejos y fiables aliados portugueses
del Reino Unido, Franco pretendía «el
establecimiento de un régimen semejante
al portugués más que un Estado
fascista». Y en todo caso, Gran Bretaña
contaba con dos recursos decisivos para
cualquier contingencia futura: la
indispensabilidad
del
mercado
financiero y comercial británico para la
economía española y la indiscutible
superioridad militar de la Royal Navy
en el Mediterráneo y el Atlántico. En
esas
circunstancias,
la
victoria
franquista
podría
verse
como
«magnífica» puesto que, en palabras
reveladoras de un funcionario del
Foreign Office: «la alternativa a Franco
es el comunismo atemperado por la
anarquía»[8].
Esa argumentada confianza política
en Franco y en la naturaleza de la
insurrección que encabezaba permitió
que
los
gobernantes
británicos
contemplaran la petición y recibo de
ayuda ítalo-germana sin excesiva
preocupación. Franco, además, se
apresuró a telegrafiar el 8 de agosto una
garantía formal de que tal ayuda no
supondría compensaciones territoriales
de ningún tipo para Roma o Berlín:
Cursado
por
Lisboa.
Desmiento
categóricamente la fábula extendida en
ese país sobre supuesta promesa de
bases en Marruecos a cualquier
potencia. Movimiento nacional español
respetará los tratados en vigor con toda
lealtad. General Franco[9].
El desmentido fue aceptado como
válido y sincero, según revelan las
reacciones anotadas en el seno del
Foreign Office. Sir George Mounsey,
subsecretario adjunto a cargo del
Departamento de Europa occidental,
escribió lacónicamente: «No es una
característica española malbaratar su
territorio». Mr. Shuckburgh, funcionario
responsable de asuntos españoles en el
Departamento,
añadiría
después:
«probablemente podemos confiar en los
sentimientos nacionalistas del general
para prevenir algo de este tipo». De
todos modos y para evitar peligrosos
malentendidos, Anthony Eden, ministro
del Foreign Office, solicitó y obtuvo la
aprobación del gabinete para transmitir
una advertencia, suaviter in modo, al
imprevisible Mussolini sobre los límites
tolerables para Gran Bretaña de su
apoyo a Franco: el respeto a la
integridad territorial de España y al
statu quo en el Mediterráneo
occidental[10].
La posterior evolución de la
situación política en el campo insurgente
acentuó la confianza oficial británica en
las cualidades del general Franco. No en
vano, habida cuenta de la fuerte
expansión de la Falange (el hasta
entonces minúsculo partido fascista
español) al compás de la movilización
social generada por la guerra, Londres
percibió
con
gran
alivio
las
demostraciones del férreo control
militar impuesto por Franco sobre la
heterogénea coalición antirrepublicana.
El 25 de septiembre, Mr. Oswald Scott,
primer secretario de la Embajada
(instalada durante toda la guerra en
Hendaya, cerca de la frontera hispanofrancesa), remitió al Foreign Office un
denso informe que tendría gran
influencia en la cristalización definitiva
de esos juicios oficiales. A tenor del
mismo, la cada vez más improbable
victoria de la República significaría una
incontenible
balcanización
y
sovietización de España. Una nota
adjunta del secretario comercial, Mr.
Arthur Pack, añadía al respecto: «Ello
sería el fin de nuestros intereses
financieros en España y la ruina de
nuestro comercio por muchos años». Por
el contrario, según Mr. Scott, el
previsible triunfo insurgente ofrecía la
posibilidad de ensayar una atrayente
estabilización del país sobre la base del
liderazgo militar de Franco y el apoyo
de masas del catolicismo social frente al
extremismo falangista:
El general Franco tiene una visión más
amplia y proyecta probablemente una
dictadura militar liberal, con la Iglesia
católica restablecida pero al margen de
la política, y con medidas de reforma
social, industrial y agraria dirigidas a
impedir la recurrencia de las
condiciones que hicieron inevitable en
el pasado el descontento de las clases
obreras y campesinas. Si el señor GilRobles fuera capaz de restablecer el
control de Acción Popular y la CEDA
[Confederación Española de Derechas
Autónomas],
podría
encontrarse
cooperando con el general Franco. Pero
su ausencia de España al principio de la
rebelión
ha
destruido
momentáneamente su prestigio y
popularidad y abierto la vía a los
elementos extremos de Falange
Española. […] [la colaboración entre
Franco
y
Gil-Robles]
podría
proporcionar una combinación con la
suficiente
disciplina,
visión
y
competencia
administrativa
para
construir un gobierno capaz de dar al
país lo que ha buscado en vano durante
años: un liderazgo firme, ideales
progresivos, educación (no sólo
clerical) y quizá incluso justicia.
El ministro de Comercio añadía una
nota complementaria al texto de Scott
que refrendaba la esperanza británica de
estrechar las relaciones con el futuro
régimen español mediante el viejo y
transitado recurso de la «diplomacia de
la libra esterlina»:
No creo que Alemania e Italia sean
capaces de ejercer una influencia
especial sobre la política comercial
española. En tanto el Reino Unido siga
siendo un gran mercado para la
exportación
española,
tendremos
medios apropiados para protegernos. El
comercio depende normalmente del
interés propio y la gratitud raramente
desempeña un papel importante.
Ambos informes fueron objeto de un
atento examen por los altos funcionarios
diplomáticos del Foreign Office y se
remitieron
a
otros
ministerios
interesados (Guerra, Marina, Aire,
Departamento
de
Comercio
y
Exportación y Economía y Hacienda)
para su conocimiento e información.
Además, sobre su base, el encargado de
España en el Foreign Office elaboró una
crucial minuta de orientación política
que
asumía
la
identificación
generalizada de Franco como «el
protagonista de una dictadura liberal»
conveniente para los intereses del Reino
Unido. Debido a su interés y sincera
expresividad, dicha minuta merece
reproducirse por extenso:
Nuestras posibilidades de recuperar la
influencia en España durante esta fase
[posbélica] son considerables debido al
hecho de que la revolución española, a
diferencia de las revoluciones fascista y
nazi, habrá sido ganada esencialmente
por los militares, que tienden por
tradición hacia el Reino Unido y
Francia más que hacia Alemania e Italia.
[…] Por consiguiente, es un interés
británico que surja una dictadura militar
liberal más que una dictadura fascista:
1) para contrarrestar la influencia
italiana y alemana; 2) para estabilizar la
situación interna[11].
Estas directrices y la expectativa de
que el conflicto acabaría pronto guiaron
la conducta de los gobernantes
británicos durante todo el primer
semestre de la Guerra Civil española.
Ambas configuraron el trasfondo
implícito de la política oficial de No
Intervención colectiva, cuyos propósitos
reales eran menos imparciales de lo
declarado en público: confinar la lucha
en España y, a la par, refrenar el apoyo
del aliado francés a la desahuciada
República, evitar el alineamiento con la
Unión Soviética en la cuestión española
y eludir el enfrentamiento con Italia y
Alemania por motivo de su asistencia a
Franco. Sir Winston Churchill, entonces
un mero pero influyente diputado
conservador muy atento al peligro nazi
para el imperio británico, había definido
crudamente el sentido de esa política en
una carta privada a Anthony Eden
fechada el 7 de agosto:
Este asunto español no deja de
preocuparme. Considero sumamente
importante hacer que Blum [jefe del
gobierno
frentepopulista
francés]
permanezca con nosotros estrictamente
neutral, incluso si Alemania e Italia
continúan ayudando a los rebeldes y
Rusia envía dinero al gobierno. Si el
gobierno francés toma partido contra
los rebeldes, será un don del cielo para
los alemanes y proalemanes[12].
Sin
embargo,
la
imprevista
resistencia republicana en Madrid a
finales de 1936 (hecha posible gracias
al nuevo apoyo militar soviético y al
refuerzo de la llegada de las Brigadas
Internacionales) destruyó la expectativa
de una guerra breve al mismo tiempo
que la intensificación militar y
diplomática de la ayuda ítalo-germana
arruinaba la precaria credibilidad de la
No Intervención. En esas condiciones, la
unanimidad
de
los
gobernantes
británicos sobre el carácter y acierto de
su política en España comenzó a
resquebrajarse perceptiblemente. La
creciente colaboración ítalo-germana en
el plano continental, junto con los claros
síntomas de expansión del fascismo
visibles en la zona franquista, hizo que
Eden y sus colaboradores del Foreign
Office consideraran necesaria una
revaluación del peligro potencial para
los intereses británicos y un reajuste de
la política mantenida ante la Guerra
Civil.
El último día de diciembre de 1936,
Sir Robert Vansittart, subsecretario
permanente del Foreign Office, presentó
a los ministros su denso informe secreto
sobre La situación mundial y el rearme
británico. A tenor del mismo, la
amenaza principal para la seguridad del
disperso y debilitado Imperio Británico
radicaba en el revisionismo alemán y su
intento de crear un frente con Italia (y
Japón), nominalmente anticomunista,
pero que podría volverse contra el
Reino Unido. Frente a ello, la respuesta
británica debía perseverar en su actual
política de apaciguamiento, negociación
y rearme limitado, explorando las
posibilidades de separar Italia de
Alemania y evitando la pesadilla de un
conflicto agotador en tres frentes tan
dispersos (Europa, el Mediterráneo y el
Extremo Oriente). A este respecto, el
informe llamaba la atención sobre los
riesgos potenciales que podía originar la
absoluta permisividad mostrada hasta
entonces hacia las actividades nazifascistas en España:
Los dos estados dictatoriales están
creando un tercero; y, al reconocer el
gobierno del general Franco antes de su
triunfo [Alemania e Italia habían
reconocido
formalmente
la
administración franquista el 18 de
noviembre], se están comprometiendo
irrevocablemente a hacer triunfar su
aventura, sin poner límites en los
medios. Esto podría aproximar aún más
a ambos dictadores, al menos
temporalmente, si bien aquí ya hay
signos de que Italia está inquieta por la
perfección del esfuerzo alemán y podría
querer desengancharse. Es cierto que el
gobierno soviético, que parece carecer
de sentido de Estado o incluso de
oportunidad, es en gran medida
responsable por haber hecho de España
la arena y causa de la forma más
sanguinaria de lucha ideológica que
nosotros estamos intentando evitar. El
hecho es que los nuevos compañeros
totalitarios,
que
han
venido
manteniendo sus propios dominios en
pie de guerra durante los últimos años,
han aceptado la oportunidad con
entusiasmo y con sus grandes
cantidades de material bélico sobrante
han
convertido
el
canibalismo
ideológico en algo más concretamente
contrario a nuestros intereses. Es
irónicamente cierto que, una vez
precipitada la crisis española, la victoria
de la derecha no sería mejor para
nosotros que la victoria de la izquierda
(una izquierda muy extremista), la cual
extendería su contagio desintegrador y
divisivo a Francia y de allí a nosotros
mismos, y así alteraría la situación
europea hasta dejar a Alemania con la
hegemonía. De otro lado, si Franco
vence, el nuevo peso combinado de los
dos grandes autócratas [Hitler y
Mussolini] (a menos que causas
naturales y nuestra propia habilidad
disminuyan su unión) será demasiado
grande para él y le empujará más aun en
su campo de lo que justifican sus
inclinaciones pasadas e intereses
actuales. Entonces nos enfrentaríamos
con una combinación, al menos
temporal, de dictadores: mayor, menor
y mínimo[13].
Esas
mismas
inquietudes
eran
expresadas paralelamente por Anthony
Eden ante sus colegas de gabinete como
argumento para forzar una política de
No Intervención más firme y así
favorecer una mediación que evitase el
surgimiento de un régimen español
asociado estrechamente al nuevo Eje
ítalo-germano. Sin embargo, tales
temores no fueron compartidos por los
demás ministros ni por los estrategas
británicos. En palabras del influyente
Sir Maurice Hankey, secretario del
gabinete y del Comité de Defensa
Imperial:
Yo tengo una visión menos alarmada que
él [se refiere a Vansittart] sobre las
aventuras italianas y alemanas en
España. El general Franco está todavía
muy lejos de la victoria, incluso si toma
Madrid; e, incluso si vence, fácilmente
puede que se pelee con sus previos
valedores internacionales. La gratitud
no es un lazo fuerte en política[14].
Así pues, tras la conversión del
conflicto en una guerra larga a fines de
1936, los gobernantes británicos optaron
por mantener su política de No
Intervención y su tácita aceptación de
una ayuda ítalo-germana que, al fin y al
cabo, servía para contrarrestar el nuevo
apoyo soviético a la República. No en
vano, parecía evidente que esa ayuda
nazi-fascista en nada modificaba la
naturaleza del bando insurgente. Sir
George Mounsey anotaría al respecto:
«Desde el principio, nos inclinamos a
descartar la permanencia de cualquier
influencia italiana o alemana en España.
Franco ha tenido que apoyarse en esas
potencias porque no recibía ayuda de
ninguna otra procedencia». Y en
cualquier caso, no podía permitirse que
el marginal «asunto español» hipotecase
la vital política de apaciguamiento
europeo y la posibilidad de separar
Italia de Alemania. Sobre todo porque
en España seguirían disponibles los
recursos de la «diplomacia de la libra
esterlina» para el futuro. En marzo de
1937, Neville Chamberlain, entonces
titular de Hacienda y dos meses después
primer ministro, encabezó la oposición a
la política de firmeza preconizada por
Eden con este argumento clave y
sustancial:
Había que recordar que no estábamos
tratando sólo con los insurgentes
españoles sino también, tras de ellos,
con los alemanes e italianos. El general
Franco no obraba por cuenta propia. Sin
duda
esperaba
triunfar,
pero
difícilmente sin la ayuda italiana y
alemana.
En
consecuencia,
era
improbable
que
asumiera
un
compromiso inaceptable para alemanes
e italianos a menos que fuéramos
capaces de hacerle algo perjudicial a
cambio. Los alemanes e italianos no se
lo permitirían. Por tanto, insistir en la
propuesta no sólo era inútil sino que
llevaría a una situación muy grave en la
relación con Alemania e Italia. Sin
embargo, suponiendo que Franco
hubiese ganado la guerra civil, la
situación sería muy diferente porque
entonces se encontraría buscando la
ayuda de otros países además de la de
Alemania e Italia. Ése sería el momento
de ejercer fuerte presión sobre él. […]
Ése sería el momento para actuar[15].
La decisión del gobierno británico
de mantener inalterada su política de No
Intervención absoluta e incondicional,
tan ventajosa en la práctica para el
bando insurgente español, fue paralela a
la reafirmación de su oculta confianza
política en el general Franco. Las
victorias en el frente militar y las
gestiones diplomáticas del propio
interesado no fueron ajenas a esta
reafirmación, ni siquiera socavada
durante la breve crisis provocada por el
bloqueo naval de Bilbao en abril de
1937. Tras la vital conquista de la
ciudad y su intacta área industrial dos
meses más tarde, Franco renovó sus
garantías de respeto a los intereses del
Reino Unido en España a través de su
representante oficioso en Londres, el
duque de Alba, y del gobierno
portugués. Además, el general comunicó
también su aceptación de la presencia
británica en Gibraltar y «su deseo de
que las naciones de la Península Ibérica
actúen conjuntamente dentro de la órbita
de la política exterior británica»[16].
Por otra parte, los recientes cambios
en la estructura institucional del
régimen, sobre todo la forzosa
unificación política de todos los
partidos derechistas en el mes de abril,
parecían ratificar el predominio militar
sobre los elementos extremos de la
coalición nacionalista y la creciente
autoridad incontestable de Franco en su
seno.
Ambos
eran
fenómenos
tranquilizadores, a juicio de los medios
oficiales británicos, que continuaron
abrigando una imagen mítica de Franco
como dictador militar «liberal», sensato
y afable: el mejor antídoto contra el
preocupante extremismo falangista y la
mejor solución para la tragedia española
en curso. El 13 de julio de 1937, una
minuta del director del Departamento de
Europa Occidental del Foreign Office,
Mr. Walter Roberts, insistía en que el
general Franco era «un hombre de ideas
liberales rodeado de reaccionarios» y
que su triunfo y consolidación como
gobernante autoritario constituía un
interés británico:
Yo siempre he pensado que, en caso de
una victoria nacionalista, el general
Franco, si quisiera sobrevivir como
líder político, tendría que mantener
durante algún tiempo un régimen que no
hiciera concesiones a sus anteriores
enemigos, y que sólo después de que
hubiera consolidado completamente su
posición podría iniciar su programa
liberal. Si estoy en lo cierto,
probablemente favorecería la paz futura
de España el que esta posición fuera
aceptada por todos los gobiernos
extranjeros, y en particular por el
Gobierno de Su Majestad (Británica); y
que resistiéramos el clamor en pro de la
inmediata restauración de un régimen
parlamentario,
lo
que
llevaría
inevitablemente al derribo del general
Franco por sus partidarios extremistas y
a otro período de guerra civil[17].
El razonamiento de Mr. Roberts fue
ratificado con argumentos mucho más
sólidos en un extenso informe del 21 de
julio elaborado por Lord Cranborne,
subsecretario parlamentario del Foreign
Office. En el mismo, se rebatían los
temores expuestos por algunos analistas
oficiales, también compartidos por la
oposición laborista y algunos diputados
conservadores, sobre la seguridad de
Gibraltar y la hegemonía naval británica
en el Mediterráneo en caso de victoria
franquista con ayuda ítalo-germana.
Según Cranborne, tales inquietudes
estaban mitigadas por la certeza en el
poder de atracción de la libra esterlina y
en el poder disuasorio de la Royal
Navy:
Creo que tendemos demasiado a
suponer que el general Franco debe ser
considerado un peligro inevitable para
nosotros. Si por ahora es hostil, ello se
debe en gran medida a la conjunción
actual de circunstancias. […] Pero
existen otras consideraciones más
perdurables que deben inclinarle, a
largo plazo, en favor de la amistad con
Inglaterra. Ahí está el hecho de que
nosotros no queremos nada de él; que
no pretendemos aprovecharnos de su
grave
situación
para
arrancarle
concesiones incómodas. Ahí está el
hecho de que somos el país más rico de
Europa y de que, además, en el pasado
hemos desempeñado el papel principal
en la financiación del desarrollo de
España. Ahí está el hecho de que
poseemos la mayor flota de guerra del
mundo, bien dispuesta para bloquearle
o, en su caso, para ayudarle a proteger
sus costas. Finalmente, ahí está el
hecho de nuestra antigua amistad con
Portugal. Todas estas consideraciones
tienen que estar constantemente en su
mente. Sabemos que no aprecia a sus
aliados italianos y que probablemente
no está demasiado entusiasmado con
Alemania. Una España en manos de
Franco no significa necesariamente una
desventaja para el Imperio Británico.
Podría fácilmente representar un
refuerzo. A nosotros nos compete dar el
primer paso si queremos establecer de
verdad las bases de una amistad
futura[18].
En consonancia con esas ideas, la
política británica durante la segunda
mitad de 1937 fue francamente favorable
al régimen franquista en varios órdenes
bilaterales y diplomáticos. Ante todo, en
noviembre de 1937, el gabinete
británico
decidió
proceder
al
reconocimiento de facto del gobierno
del general Franco y aprobó el
intercambio, de agentes diplomáticos
entre Londres y Burgos. El nuevo agente
británico, Sir Robert Hodgson se
entrevistó con el general por vez
primera el 31 de enero de 1938. Sus
impresiones revalidaron las ideas sobre
Franco que abrigaban mayoritariamente
en el Foreign Office:
Tiene una personalidad muy atractiva. Es
pequeño de estatura, probablemente no
más de un metro sesenta y cinco; de
complexión fuerte; y, según me
informan, tiene 46 años. Su pelo, que
era negro, se está volviendo de un gris
metálico y forma bucles sobre sus
sienes. Tiene una voz suave y habla de
un modo apacible y rápido. Su encanto
radica en sus ojos, que son de un
castaño
amarillento,
inteligentes,
vivaces y que tienen una marcada
bondad expresiva. […] El general me
dijo
que,
cuando
empezó
el
«movimiento»,
estaba
estudiando
inglés.
Sus
lecciones
fueron
bruscamente interrumpidas. Luego
expresó sus sentimientos de amistad
hacia Inglaterra, mencionando la buena
relación que había unido a ambos países
en el pasado y haciendo breve
referencia a la historia y la campaña del
duque de Wellington. También habló de
los lazos culturales que unían a tantos
españoles con Inglaterra y de la
favorable disposición del pueblo
español hacia los asuntos ingleses.
Ambos países tenían una tradición
marinera y su posición en el mapa era
un vínculo entre ellos. […] También me
habló de las relaciones anglo-españolas
de un modo que justifica la creencia de
que el tono cordial empleado en la
conversación era un exponente
verdadero
de
sus
propios
[19]
sentimientos .
Tras la dimisión de Anthony Eden
como secretario del Foreign Office en
febrero de 1938 (en desacuerdo con la
persistente tolerancia de la intervención
italiana en la Guerra Civil), la política
española del gabinete presidido por
Neville Chamberlain acentuó sus
inclinaciones profranquistas. No en
vano, los dirigentes británicos no
estaban dispuestos a obstaculizar con el
asunto español la mejoría de las
relaciones anglo-italianas y aceptaban la
victoria de Franco como una
contribución necesaria para ese fin. El
secretario privado de Lord Halifax,
nuevo titular del Foreign Office, anotó
en su diario el 5 de junio: «En España,
el gobierno está rezando por la victoria
de Franco». Buena prueba de ello fue la
intensa presión diplomática ejercida
sobre el gobierno francés para que en
junio de 1938 cerrase definitivamente la
frontera hispano-francesa al tráfico
encubierto de armas soviéticas y de
contrabando para la República. El éxito
de esa presión supuso la clausura de la
última vía disponible para la
importación sin trabas de armas y
municiones con destino al exhausto
ejército republicano (previamente el
bloqueo naval franquista, con apoyo
ítalo-germano, había cerrado la ruta
naval por el Mediterráneo). En
consecuencia,
Franco
expresó
confidencialmente
su
gratitud
a
Chamberlain por esa y otras medidas
con un mensaje personal transmitido por
Lord Phillimore el 3 de julio:
Su Excelencia quiere que salude en su
nombre a Mr. Chamberlain, que le
agradezca sinceramente la amistad que
ha demostrado hacia España y que le
recuerde que él con su política está
defendiendo los mismos ideales y
principios que nosotros y trabajando en
interés de la paz mundial y de la
civilización[20].
Las inquietudes británicas sobre el
perfil de la política exterior franquista
fueron
eliminadas
temporalmente
durante la crisis de septiembre de 1938,
que desembocaría en el Acuerdo de
Múnich y en el reparto de
Checoslovaquia. Por entonces, la única
esperanza de salvación militar de la
República española consistía en ligar su
causa a la de las democracias
occidentales si éstas optaban por
enfrentarse al Eje ítalo-germano en
defensa de Checoslovaquia. Para evitar
esa contingencia, que hubiera podido
arrebatarle un triunfo que ya estaba muy
cercano, Franco decidió anticiparse y
proclamar su neutralidad en caso de
guerra europea, en un intento
desesperado por aislar el conflicto
español de la cuestión checa y el
expansionismo nazi. No en vano, las
autoridades
nacionalistas
habían
concluido hacía tiempo que la
alternativa de luchar al lado del Eje
contra las democracias era suicida:
Basta abrir un atlas para convencerse de
ello. En una guerra contra el grupo
franco-inglés puede decirse, sin
exageración alguna, que estaríamos
totalmente cercados de enemigos.
Desde el primer momento los
encontraríamos en todo el perímetro de
nuestro territorio, en todas las costas y
en todas las fronteras. Podríamos
contenerlos en la de los Pirineos; pero
me parece poco menos que imposible
evitar a la vez la invasión por la frontera
portuguesa. […] Alemania e Italia sólo
podrían
prestarnos
auxilios
insuficientes para la defensa de una
España débil, y nada de lo que nos
ofrecieran podría compensar el riesgo
de luchar a su lado. […] Es necesario
asegurar en lo posible nuestra
neutralidad en ese período de nuestro
rearme. […] Habría que hacerles ver [a
Italia y Alemania] que su ayuda no
podría librarnos de las acometidas de
Inglaterra y Francia en una guerra de la
que nuestro territorio comenzaría por
ser el principal teatro, para terminar,
muy probablemente, en base de ataque a
nuestros aliados[21].
Sin embargo, la tranquilidad duró
muy poco tiempo. No en vano, el
posterior deterioro imparable de la
situación europea y los síntomas
inequívocos de crecimiento de la
influencia fascista en el seno del
régimen franquista reavivaron los
temores latentes en algunos sectores del
Foreign Office.
En noviembre de 1938, varios
informes remitidos desde España
desmentían la imagen abrigada en
círculos oficiales británicos sobre el
Caudillo español. Algunos despachos
comunicaban que Franco «está ahora
bajo la influencia de los falangistas» y
sobre todo de su cuñado y ministro de
Gobernación, Ramón Serrano Suñer,
«muy proalemán». El mariscal Sir Philip
Chetwode, presidente de la Comisión
Internacional para el Canje de
Prisioneros, confesaba en carta privada
a Lord Halifax que Franco, por lo que
respecta a clemencia y humanidad, «es
peor que los rojos». Y los informes de
los agregados militares británicos en
ambos
bandos
subrayaban
la
mediocridad de las dotes estratégicas de
Franco y su discutible conducción de la
guerra[22]. Pero, por aquellas fechas, la
suerte de las armas estaba prácticamente
echada sin remisión. El 27 de febrero de
1939, tras la victoriosa ofensiva
nacionalista sobre Cataluña, el gobierno
británico, de común acuerdo con el
francés, reconocía oficialmente el
gobierno de Franco como único
gobierno legítimo de España.
La
completa
victoria
final
nacionalista en marzo de 1939 permitió
comprobar
fehacientemente
las
limitaciones políticas de Franco junto
con su disposición a continuar en su
cargo sin dar paso a ninguna
restauración monárquica. El nuevo
embajador británico en España, Sir
Maurice Peterson, que se entrevistó con
Franco el 11 de abril, lo encontró «un
hombre amistoso, sincero, aunque de
mentalidad simple» y cuya única
obsesión «genuina» era el comunismo.
Según Peterson, Franco tenía la
«obstinación y caballerosidad que la
tradición española atribuye al gallego» y
«sigue tocando el tambor anticomunista
porque no sabe qué otra melodía
tocar»[23].
Para entonces, los gobernantes
británicos habían llegado a la
conclusión de que «Franco va a ser un
peso pesado durante mucho tiempo: un
segundo Primo de Rivera» y «ello
probablemente sea lo que más nos
conviene». No en vano, los informes
remitidos por sus representantes en
España insistían en que Franco
«disfruta» de su posición de autoridad,
está encantado con los testimonios de
adhesión que recibe y «está echando
raíces en su puesto de Jefe del Estado»,
siendo «improbable que se retire en
favor de nadie por mucho tiempo»[24]. Y
ello podría ser una garantía de
neutralidad española en caso de guerra
con Alemania porque Franco, como el
resto de los generales, «era plenamente
consciente de los peligros que
acecharían al Marruecos español, las
Baleares, las Canarias, etc., si España
provocaba la hostilidad de las
democracias». Así se expresaba un
informe secreto del servicio de
información militar británico a finales
de julio de 1939. En el mismo, se
reiteraba la misma imagen favorable de
Franco que había predominado en los
medios oficiales británicos desde el
principio de la Guerra Civil:
El general Franco pertenece a un tipo
español conocido: digno, austero,
sencillo,
católico
devoto,
una
personalidad de clase media, no
intelectual, suave y paciente. Un buen
general reputado por su calma y
prudencia, pero no por ser Napoleón o
Federico el Grande. Todo en él es la
antítesis del nazi o fascista mitinero y
ardiente. Da la impresión de ser una
persona apacible y humana, a quien la
grandeza le ha llegado sin buscarla.
Goza de la absoluta lealtad de los
generales y, por tanto, del ejército; por
el momento su posición como Jefe del
Estado no tiene rival. […] Dejando a un
lado el futuro distante y contemplando
sólo nuestros intereses inmediatos con
relación a la política exterior española,
podría servir a los intereses británicos
que el general Franco siguiera en el
poder[25].
De
hecho,
el
progresivo
conocimiento de las amplias dificultades
económicas y materiales que aquejaban
a España como resultado de la
devastación creada por casi tres años de
guerra constituían para el gobierno
británico el mayor motivo de confianza
en la voluntad neutralista de Franco.
Como señalaría Mr. Walter Roberts en
un memorándum sobre el particular, esa
dramática realidad de miseria material y
agotamiento humano acabarían por
imponerse sobre toda la retórica
totalitaria e imperial desplegada por la
España franquista:
Aunque el gobierno español quisiera
comprometerse en apoyo activo de
Alemania en caso de guerra, es evidente
que esa política sería imposible en
términos
políticos
y prácticos.
Provocaría amplias resistencias entre
una población agotada por la guerra y
faltarían los medios materiales para
llevarla a cabo. Hay divisiones en el
gobierno sobre política interior; no
existen suficientes suministros de todo
tipo, incluyendo los alimenticios; y el
sistema de transportes ferroviario está
en peligro de colapso total[26].
Para infortunio británico, el
comienzo de la Segunda Guerra Mundial
iba a posibilitar el descubrimiento del
otro rostro oculto del general apacible, a
pesar de que el flamante Caudillo se
apresuró a declarar la «estricta
neutralidad» de España en el conflicto.
A finales de septiembre de 1939, Franco
recibió la visita del prestigioso diputado
conservador Lord Lloyd y se mostró
durante la conversación «bastante
agradable». Pero su interlocutor también
lo encontró «imbuido por completo de
propaganda alemana, sin conocimiento
real de lo que estaba sucediendo en el
mundo», y convencido «de los cuentos
alemanes sobre nuestras derrotas
navales» y de que «los franceses
abandonarían la lucha»[27]. Mientras
tanto, dentro de España y con el
consentimiento y aprobación del
Caudillo, comenzaba a operar un
extenso y encubierto sistema de apoyo
oficial al esfuerzo de guerra de la
Alemania nazi: la controlada prensa
española (dependiente de Serrano
Suñer) mostraba su preferencia por la
victoria alemana sin reservas ni
ambages; la policía y el ejército
posibilitaban la actuación de espías
nazis por todo el territorio nacional y
permitían el paso de aviones de
reconocimiento germanos por el espacio
aéreo español; y los buques de guerra y
submarinos alemanes recibían todo tipo
de
facilidades
para
el
aprovisionamiento de combustible, agua
y alimentos en varios puertos
peninsulares e insulares de España[28].
El embajador Peterson resumió en un
despacho del 9 de octubre de 1939 con
las siguientes palabras el significado
efectivo de todas esas medidas: «El
tempo de la ofensiva alemana en España
se ha acelerado»[29]. A la vista de esos
informes y recordando sus previas
advertencias, el 20 de octubre Sir
Robert Vansittart se sintió obligado a
dejar constancia de un juicio muy
certero sobre los dañinos efectos de la
política británica en la Guerra Civil
española:
Ésta siempre fue la consecuencia
inevitable de una victoria de Franco; y
ésta, a su vez, fue la consecuencia
inevitable del cierre de la frontera
francesa y de toda la farsa partidista de
la No Intervención. Yo nunca entendí
cómo podía esperarse que dicha política
produjera un resultado distinto del que
ahora contemplamos[30].
En definitiva, el supuesto general
apacible comenzaba a mostrar su otra
faceta de dictator minimus, molesto,
irritante y expectante. Y en tal guisa, lo
peor para los británicos estaba aún por
llegar.
2
LA AVENTURA
ESPAÑOLA DE
MUSSOLINI: DEL RIESGO
LIMITADO A LA GUERRA
ABIERTA[1]
PAUL PRESTON
Los oficiales españoles que se rebelaron
el 17-18 de julio de 1936 calcularon
muy mal las dimensiones de la empresa
que les esperaba. Habían previsto un
clásico pronunciamiento y supusieron
que, en cuestión de días, o en un par de
semanas a lo sumo, controlarían el país
entero. En general, no se esperaban que
la resistencia obrera en la España
peninsular pudiera ser tan grande. En
concreto, no fueron capaces de prever la
sublevación que puso la flota en manos
del gobierno y que permitió el bloqueo
en Marruecos de las tropas rebeldes más
poderosas, el ejército profesional de
África, encabezado por el general
Franco. Por consiguiente, en los días
inmediatamente
posteriores
al
levantamiento, tanto Franco como el
general Emilio Mola, comandante de los
rebeldes militares en la España
peninsular, enviaron sendas peticiones
de ayuda a la Italia fascista y la
Alemania nazi. Las primeras demandas
formales por parte de ambos que
llegaron a manos del Ministerio de
Asuntos Exteriores alemán fueron
rechazadas de plano, y fue tan sólo
cuando los emisarios de Franco, con
conexiones en el partido nazi, se
presentaron ante Hitler en la tarde del
25 de julio, cuando se tomó la decisión
de ayudar a los españoles[2]. Otros
emisarios llegaron a Roma el 21 de
julio, pero de nuevo tuvieron que pasar
otros cuatro días antes de que Mussolini
considerase la posibilidad de colaborar
y dos o incluso tres semanas hasta que
decidió irrevocablemente conceder las
peticiones de los españoles. A pesar de
esta larga vacilación, el Duce tomó esta
decisión sin conocimiento de la de
Hitler, si bien al mismo tiempo o poco
más tarde[3].
Las resoluciones iniciales de ambos
dictadores fueron muy similares. Debían
enviar aviones y otros materiales
necesarios para ayudar al general
Franco, con el objeto de transportar sus
fuerzas del Marruecos español a la
Península. Durante los meses y semanas
siguientes, su adhesión a la causa de
Franco aumentaría considerablemente.
Sin embargo, Hitler se mantuvo
relativamente
cauteloso,
enviando
importantes remesas de materiales y la
Legión
Cóndor,
puntera
y
tecnológicamente avanzada, aunque
pequeña. En cambio, la injerencia de
Mussolini aumentó hasta el punto de que
se podía considerar a Italia en todos los
sentidos, menos el nominal, en guerra
con la República española. Por lo tanto,
su contribución a la victoria de Franco
puede considerarse decisiva. En dicho
proceso,
Mussolini
se
trasladó
conscientemente hacia la órbita del
Tercer Reich y permitió el despliegue de
recursos económicos y humanos a una
escala tal que llegó a reducir la
efectividad militar italiana en la
Segunda Guerra Mundial.
Dada la considerable envergadura
de la intrusión de Mussolini en España,
luchando en una guerra extranjera, llama
la atención la superficialidad con que ha
sido tratada por los historiadores[4].
Quizás resulte comprensible que se haya
analizado tan poco la contribución
italiana a la victoria de Franco, ya que a
los historiadores franquistas no les
convenía buscar otra explicación para el
éxito del Caudillo que no fuera la de su
propio ingenio y que, desde 1945, los
historiadores italianos no se han
interesado por las escasas victorias
militares de Mussolini. El cálculo
exacto del coste económico y militar
para Italia de la injerencia del Duce en
España es un asunto espinoso que tan
sólo recientemente ha comenzado a
recibir el tratamiento merecido[5]. No
obstante, sigue resultando curioso que,
con la importante excepción del trabajo
del historiador español Ismael Saz, dos
cuestiones cruciales e interrelacionadas
aún no hayan sido estudiadas[6]. La
primera es cómo y por qué se tomó la
decisión inicial favorable a la
aceptación de las peticiones de los
rebeldes españoles. La segunda
concierne a las razones, incluidas las
presiones españolas y alemanas, que
llevaron a una escalada de la
colaboración italiana.
Las conjeturas de una gran parte de
la historiografía existente apuntan a que
el compromiso inicial italiano con
España respondía, en parte, a informes
según los cuales la República española
estaba recibiendo aviación y municiones
francesas y, en parte, era fruto del deber
anticomunista de impedir que la Unión
Soviética ganara una plaza en el
Mediterráneo. Se acepta además que la
decisión se aplazó tan sólo hasta la
llegada del monárquico español Antonio
Goicoechea, quien pudo confirmar la
relación entre el levantamiento de 1936
y el acuerdo de 1934, por el cual
Mussolini se comprometía a ayudar a la
derecha española a derrocar la Segunda
República. Éste es esencialmente el
punto de vista generalizado, que
podemos encontrar en los trabajos del
historiador franquista oficial sobre la
guerra[7] del principal biógrafo de
Mussolini[8], del biógrafo del ministro
de Asuntos Exteriores italiano, Galeazzo
Ciano[9], del autor del estudio más
exhaustivo sobre la intervención italiana
en España[10], así como en una gran
parte de la voluminosa bibliografía
sobre la Guerra Civil española. El gran
predicamento de esta versión debe
mucho a la existencia de un conveniente
y llamativo documento que contiene la
fantasiosa explicación del propio
Goicoechea de cómo persuadió a Ciano
el 25 de julio de 1936 para que
expidiese la ayuda italiana que había
negociado anteriormente en marzo de
1934[11].
De hecho, Goicoechea tuvo muy
poco que ver con la intervención del
Duce en España. Además, la iniciativa
no fue fruto de una precipitada
determinación por enfrentarse a Francia
y Rusia en el Mediterráneo. En realidad,
se produjo más bien como la
culminación de un complejo y no
precisamente espontáneo proceso de
decisión. En última instancia, el
compromiso a largo plazo adquiriría el
mismo carácter personal y caprichoso
de otras tantas iniciativas de Mussolini,
pero la decisión original estuvo influida
por el examen de la información y por
presiones de diversos orígenes. Los
datos que hay que tener en cuenta
incluyen las peticiones y demandas
subsiguientes de varios emisarios
españoles, los informes provenientes de
representantes italianos en España y el
Marruecos español sobre el posible
resultado del conflicto, la información
de las embajadas italianas en Londres,
París y Moscú (pero no Berlín)[12],
sobre la posible reacción frente al
conflicto español de Gran Bretaña,
Francia y Rusia y, en menor medida, el
punto de vista de miembros importantes
de la clase dirigente italiana, la
jerarquía del partido fascista, la Iglesia
y las Fuerzas Armadas.
En los dos primeros días, llegó muy
poca información a Roma sobre la
situación en España. Junto a una gran
parte del cuerpo diplomático, el
embajador italiano Orazio Pedrazzi
había decidido trasladarse a su
residencia estival en el elegante centro
de veraneo de San Sebastián. Debido a
las noticias que anunciaban que la
sublevación de Madrid había sido
sofocada y que las mejores tropas
rebeldes habían quedado aisladas en
Marruecos, Pedrazzi se mostraba
profundamente
pesimista.
Partió
inmediatamente hacia un hotel en StJean-de-Luz, al otro lado de la frontera.
Los primeros informes negativos que
consiguió transmitir a Roma no
animaron
a
Mussolini
a
que
interviniese[13]. El predecesor de
Pedrazzi, Raffaele Guariglia, también
fue a St-Jean-de-Luz para llevarse a su
prometida española de San Sebastián y
tuvo una impresión tan negativa sobre la
difícil tarea a la que se enfrentaban los
rebeldes militares que envió a Roma un
informe pesimista que incluía una
histérica advertencia, en la que afirmaba
que la República estaba recibiendo una
ayuda masiva de Francia[14].
Luis
Bolín,
corresponsal
en
Inglaterra del periódico monárquico
ABC, trasladó a Roma la primera
petición de ayuda italiana para los
militares rebeldes españoles. Bolín
había fletado el De Havilland Dragón
Rapide, con el que voló a Casablanca.
Este avión transportaría posteriormente
a Franco de las islas Canarias a
Marruecos. Cuando el avión se detuvo
en Casablanca en el viaje de regreso,
Bolín se unió a Franco en la última
etapa de su viaje a Tetuán, en el
Marruecos español. Al llegar vieron
claramente que el feroz ejército
africano, con sus 47 000 hombres bien
armados y entrenados, había quedado
bloqueado en África por la flota
española, ahora en manos de sus leales
tripulaciones republicanas. Franco
ordenó
a
Bolín
que
fuera
inmediatamente a Roma a pedir ayuda.
Le entregó una hoja con el críptico
mensaje: «Autorizo a Don Luis Antonio
Bolín que negocie urgentemente en
Inglaterra, Alemania o Italia la compra
de aviones y municiones para el ejército
no marxista español». Cuando Bolín le
preguntó qué clase de aviones y
municiones necesitaba, Franco añadió
una nota a pie de página garabateada a
lápiz: «12 bombarderos, 3 cazas con
bombas
(y
equipamiento
para
bombardear) de entre 50 y 100 kilos.
Mil bombas de 50 kilos y 100 más de
500 kilos de peso». Bolín debía obtener
una ratificación de dicha autorización
del general Sanjurjo Sacanell, líder
nominal de la sublevación militar, que a
la sazón se encontraba en Lisboa. El 20
de julio, pertrechado con una nueva
firma, Bolín viajó a bordo del Dragón
Rapide de Lisboa a Biarritz, donde pasó
la tarde en compañía del conde de los
Andes (Francisco Moreno y Zulueta) y
el marqués de Luca de Tena, propietario
del ABC. Andes telefoneó al rey de
España en el exilio, Alfonso XIII, que se
encontraba
de
vacaciones
en
Checoslovaquia. Éste se comprometió a
tratar de persuadir a las autoridades
fascistas para que concediesen la ayuda
militar necesaria. El Dragón Rapide
condujo a Bolín a Marsella en la
mañana del 21 de julio, desde donde
continuó su viaje en vuelo comercial.
Llegó esa misma tarde de bochorno a
Roma, donde fue rechazado por un
educado guardia a la entrada del Palazzo
Venezia[15]. Esa misma tarde, Bolín
recibió una llamada de Alfonso XIII
anunciando que el caballerizo de la casa
real, el marqués de Viana, partía hacia
Roma con una carta de presentación. Al
día siguiente, 22 de julio, acompañado
de Viana y aviado con la carta del rey,
Bolín consiguió una entrevista con el
Ministro degli Affari Esteri, Galeazzo
Ciano, que hablaba español[16].
Los españoles tuvieron la suerte de
que Mussolini hubiera abandonado el
puesto de Ministro degli Affari Esteri
apenas seis semanas antes, el 9 de junio,
y que hubiera nombrado a su yerno. El
cese del subsecretario del Ministero
degli Aiffari Esteri, el prudente
antialemán (y por tanto) proaustríaco
Fulvio Suvich, implicó un abandono de
su papel como garante de la
independencia
austríaca
y
el
estrechamiento de las relaciones con
Hitler. Ciano, de treinta y cuatro años de
edad, era algo casquivano (atractivo y
ocurrente, pero más dado a los placeres
sociales de la «notte romana» que a
pasar
largas
horas
estudiando
documentos diplomáticos). Llegó a este
puesto tras ser ministro de Prensa y
Propaganda y de pasar un temporada en
Etiopía como comandante de la
Squadriglia La Disperata. Se cree que
debía estos favores al hecho de ser hijo
del influyente jerarca del Partido
Fascista, el almirante Constanzo Ciano,
pero sobre todo a su matrimonio en
1930 con Edda, la hija de Mussolini.
Los hijos de Mussolini, Bruno y
Vittorio, habían demostrado escaso
talento político y el Duce no se fiaba de
los miembros más inteligentes de la
jerarquía fascista. Por lo tanto, su
benevolencia hacia Ciano hacía quizás
inevitable que su yerno pudiera albergar
la esperanza de suceder al Duce algún
día. Sin duda, la familiaridad con su
suegro había intensificado su tendencia a
la arrogancia y la toma de decisiones
precipitada[17].
Ciano
había
contribuido
a
popularizar la idea de que la guerra de
Abisinia había convertido de nuevo
Italia en una gran potencia. Entre el
cuerpo diplomático, su ascenso se vio
como símbolo de un acercamiento del
Palazzo Chigi hacia posiciones más
claramente fascistas. Estaba convencido
de que su misión consistía en dar un giro
hacia el fascismo a la política exterior
italiana. Estaba empeñado en evitar el
error, aparentemente cometido por Dino
Grandi, subsecretario entre mayo de
1925 y septiembre de 1929 y
posteriormente ministro hasta 1932, de
permitir
que
los
tradicionales
diplomáticos de carrera detuvieran el
empuje fascista. Pero de hecho, si
Grandi tuvo alguna vez un impulso
fascista, éste había sido mermado más
por la realidad de las relaciones entre
las grandes potencias con las que tenía
que negociar. A partir de entonces, a los
embajadores y otros diplomáticos no se
les permitiría hablar directamente con el
Duce. El embajador británico, Sir Eric
Drummond, comentó que «en el futuro,
los jefes de las misiones diplomáticas
tendrán que comunicarse con el señor
Mussolini a través de un hombre joven e
inexperto». A su vez, Drummond citó a
un observador italiano que percibía a
Ciano como «un nuevo filtro entre
Mussolini y el mundo»[18]. Un año
después de asumir su puesto, el conde
podía vanagloriarse ante Rudolf Hess de
que «en Italia, el ministerio de carácter
más fascista es el ministerio de Asuntos
Exteriores». En privado, se lamentaba
del tiempo que le había costado
«conquistar el Palazzo Chigi», diciendo
que «sólo yo sé el trabajo que me cuesta
hacer que estos cabrones sigan los pasos
de la marcha fascista»[19]. Estaba
exagerando en beneficio de Hess: los
diplomáticos de carrera no habían
conseguido poner límite alguno al Duce
hasta 1936 y el ministerio en sí no se
oponía completamente al expansionismo
del Duce.
Sin embargo, el acercamiento a las
posiciones fascistas se llevaría a cabo
gracias al Gabinetto, un gabinete de
interior constituido por jóvenes fascistas
de ideología afín y dirigido por un
antiguo jefe de los servicios de
propaganda, Ottavio De Peppo. El jefe
de su secretaría personal («capo della
segreteria particolare del ministro») y
director adjunto de De Peppo, era un
amigo íntimo, Filippo Anfuso. El primer
embajador de Mussolini ante Franco,
Roberto Cantalupo, describiría más
tarde el Gabinetto, en tono amargo,
como una «corte de jóvenes caballeros
con demasiadas expectativas, enfermos
de esnobismo, ambiciosos, cultos pero
inexpertos».
Los
funcionarios
experimentados eran desdeñados y
humillados. Anteriormente, la osadía de
Mussolini se había visto un tanto
limitada por el peso diplomático del
ministerio. A partir de entonces, la
política internacional tendería a ser
diseñada a su antojo y con el aliento del
entusiasta Ciano[20].
En cualquier caso, la combinación
del éxito en Abisinia y el resentimiento
nacional contra las sanciones de la Liga
de las Naciones indicaba que el Duce
estaba en la cumbre de su popularidad,
henchido de confianza en sí mismo y no
muy dispuesto a escuchar críticas
razonadas. Ciano y Mussolini, muy
influidos el uno por el otro, llegaron a la
conclusión de que la guerra entre el
fascismo y las democracias sería
inevitable. Ciano asumió su cargo en un
momento en que el asunto primordial
para Italia era el futuro de sus relaciones
con Gran Bretaña[21]. El estallido de la
Guerra Civil española seis semanas más
tarde coincidió con los esfuerzos, por
parte de las potencias occidentales, de
acabar con el legado de rencor
tipificado
por
las
sanciones
diplomáticas y restablecer
unas
relaciones normales con Roma. El 22 de
julio, aparentemente indiferente al hecho
de que pudiera ponerse en peligro esta
resolución, Ciano reaccionó con
entusiasmo ante sus visitantes españoles,
declarando espontáneamente: «Debemos
acabar con la amenaza comunista en el
Mediterráneo» y añadiendo cautamente:
«Comprenderán, naturalmente, que tengo
que consultar con cierta persona antes
de comprometerme. ¿Por qué no pasan a
verme mañana?»[22]. Sin embargo,
cuando el entusiasta Ciano departió con
Mussolini, algo más cauto, el Duce ya
había recibido y rechazado la petición
de Franco.
En cuanto se conocieron las
primeras noticias del levantamiento, el
ministro plenipotenciario italiano en
Tánger, Pier Filippo De Rossi del Lion
Nero, envió a su agregado militar, el
comandante Giuseppe Luccardi, a Tetuán
para informar sobre la situación. El 20
de julio en Tetuán, Franco departió dos
veces con Luccardi y le reiteró la
petición que ya había enviado con Bolín,
preguntándole si el gobierno italiano
estaría dispuesto a suministrar aviones
de transporte. Pidió a su vez que se
estableciera un enlace clandestino de
radio con Luccardi[23]. El telegrama de
Luccardi comunicando estas peticiones
al Servicio de Espionaje Militar Italiano
(SIM) llegó el 21 de julio. Dadas las
posibles consecuencias de dicha
petición, el director del SIM, el general
Mario Roatta, le entregó una copia a
Mussolini. Además discutió el telegrama
con su asesor, el coronel Emilio
Faldella, quien en 1972, con la ventaja
de los años, diría que había afirmado
proféticamente: «España es como unas
arenas movedizas [“come una sabbia
mobile”]. Metes la mano dentro y te
desaparece el cuerpo entero. Si las
cosas salen mal, nos echarán la culpa a
nosotros; si salen bien, nos olvidarán.
Pero tenemos que hacer algo sin llegar a
comprometernos totalmente»[24].
Mientras tanto y en el mismo día, el
21 de julio, Franco volvió a ver a
Luccardi en un estado de gran ansiedad
y rebajó su solicitud, pidiendo ocho
aviones de transporte que necesitaba
desesperadamente para trasladar sus
tropas a través del estrecho. Presentó su
caso como un elaborado ruego dirigido
a Mussolini, ofreciéndole halagos, un
éxito asegurado, una futura fidelidad y
todo a precio de ganga y declaró que su
intención era crear un «gobierno
republicano al estilo fascista adaptado
al pueblo español». Daba a entender que
él era el líder único de la rebelión
militar, diciendo que tenía cuatro
ejércitos bajo su mando en Andalucía,
Burgos,
Valladolid
y
Zaragoza.
Declaraba que el enfrentamiento era
ineludible si se quería evitar el
establecimiento de un Estado soviético
en España. Afirmaba que el éxito estaría
asegurado si se concedía la petición de
ocho aviones de transporte italianos.
Finalmente, prometía que si Italia
apoyaba su causa, «las relaciones
futuras serían más que amistosas» (più
che amichevoli)[25]. Esta petición abría
la tentadora posibilidad de tener un
Estado cliente al oeste de Italia, en la
frontera sur de Francia. Sin embargo, la
situación era demasiado confusa como
para tentar al Duce a responder
precipitadamente. Bajo las órdenes
directas de Mussolini, Roatta dio
instrucciones a Luccardi para que le
transmitiera a Franco que no disponían
de dichos aviones y rechazó la petición
de establecer un contacto regular por
radio, ante el peligro de ser descubierto
y de que se consideraran sus actividades
como una conspiración oficial italiana
con Franco[26].
Por consiguiente, Luccardi le
explicó a Franco que las dificultades en
el transporte aéreo ocasionadas por la
estación de las lluvias en Etiopía habían
limitado seriamente la disponibilidad de
aviones. Franco siguió insistiendo,
afirmando que «un servicio tan
importante, proporcionado secretamente
por Italia, no se olvidaría». Luccardi
informó a su vez de que Franco había
descrito la negativa de Italia a enviar los
aviones como un acto de «miopía
política» y había dicho que la ayuda
italiana «habría permitido que la
influencia de Roma prevaleciera sobre
la de Berlín en la futura política de
España»[27]. La simpatía de De Rossi
por Franco era evidente. Había ya
excedido sus poderes como presidente
del Comité de Control que administraba
Tánger, para evitar que repostaran allí
los barcos de guerra republicanos que
estaban bloqueando a los rebeldes. El
23 de julio, defendía la propuesta de
Franco ante el Ministero degli Affari
Esteri[28]. El argumento según el cual
Franco tenía la intención de establecer
un Estado fascista en España y de
combatir el bolchevismo en el
Mediterráneo fue recibido con agrado
por Ciano. Pero, según Ciano, cuando
Mussolini vio el telegrama de De Rossi
horas más tarde escribió «no» con un
lápiz azul al pie del telegrama y, en otro,
el Duce escribió «Atti» (abreviatura de
«agli atti» = guardad o archivar)[29].
Este hecho indica que el Duce
reaccionaba de manera bastante más
sensata que su yerno. Su reserva
derivaba del hecho de que estaban
llegando informes según los cuales el
primer ministro francés, Léon Blum, y su
ministro de Aviación, Pierre Cot, habían
decidido responder favorablemente a las
peticiones de ayuda militar por parte del
gobierno español. Si el Duce se
comprometía a ayudar a Franco en este
momento, se arriesgaba a enfrentarse
con Francia. Aparte de las disparatadas
denuncias de Guariglia sobre supuestos
envíos de armas por parte de los
franceses, el embajador italiano en
París, Vittorio Cerruti, había informado
el 22 de julio sobre el hecho de que el
gobierno español había solicitado
material militar a Francia y que el 23 de
julio 20 000 bombas e 10 kilos habían
sido llevadas a Marsella para su envío
España, que veinticinco bombarderos
Potez estaban a punto de salir hacia
Madrid y que sus tripulaciones
permanecerían en la capital para
entrenar a los aviadores españoles[30].
Así, cuando los expectantes Bolín y
Viana regresaron al ministerio el 23 de
julio, fueron recibidos por un
avergonzado Filippo Anfuso, quien les
dijo
que,
lamentablemente,
sus
peticiones no habían podido ser
atendidas[31]. Entonces insistieron en ver
a Ciano de nuevo, lo que consiguieron
dos días después. En ese momento, éste
les reveló con bastante franqueza que el
Duce y él mismo se sentían preocupados
por las repercusiones internacionales
que pudiera tener una intervención
abierta de Italia en la Guerra Civil
española. Bolín insistió en que Italia
estaba ya de hecho involucrada en la
batalla contra el comunismo. Lo que
Ciano no les dijo era que se estaba
ocupando, mediante su correspondencia
con Tánger, de valuar la solvencia de la
rebelión del general Franco, con la
esperanza de eliminar el escepticismo
inicial de Mussolini.
El 24 de julio, la situación en Roma
ya comenzaba a ponerse a favor de
Franco, en parte gracias a que éste había
conseguido atraer a Luccardi a su causa.
Volvió a ver al agregado militar y le
explicó varias historias espeluznantes
sobre los asaltos de los «marxistas» en
el sur de España, con acusaciones de
que los franceses estaban enviando
aviones a Barcelona. Luccardi se vio
impelido a enviar un nuevo telegrama a
Roma reiterando la solicitud hecha por
«questa bella e generosa figura di
soldato»[32]. Como inmediata respuesta
al telegrama de Luccardi, Ciano
(actuando aparentemente por iniciativa
propia) envió tres telegramas sucesivos
a De Rossi pidiéndole que evaluara las
posibilidades reales de éxito para
Franco, que obtuviera confirmación de
que el aeródromo de Melilla se
encontraba bajo su control y que le
propusiera el establecimiento de un
gobierno español en Marruecos como
cobertura legal para una posible ayuda
italiana[33]. Lo que más le interesaba a
Roma en este momento eran las
posibilidades de victoria de Franco.
Mientras tanto, el 25 de julio Ciano
recibió una nueva delegación española
encabezada por Antonio Goicoechea,
líder de Renovación Española, el
partido monárquico. La versión de los
acontecimientos según Goicoechea es la
siguiente. Tres días antes, el general
Mola había llamado a Goicoechea a su
cuartel general en Burgos para discutir
los métodos encaminados a asegurarse
la ayuda internacional, pidiéndole a su
vez que viajara a Roma[34]. Mola
esperaba que Goicoechea sería bien
recibido en Roma dado que ya había
negociado un pacto con Mussolini en
marzo de 1931. Viajó en coche hasta
Biarritz y de allí en avión hasta Roma,
acompañado
por
el
intelectual
monárquico Pedro Sainz Rodríguez y el
carlista Luis María Zunzunegui.
Llegaron a Roma en la tarde del 24 de
julio, pero tuvieron que esperar hasta la
mañana siguiente para ser recibidos por
Ciano. En ese momento, Ciano le
explicó a Goicoechea que Italia
retrasaba el envío de ayuda sólo hasta
que alguien llegara para confirmar la
relación entre el levantamiento militar
actual y los acuerdos a los que habían
llegado en 1934. Una vez confirmado
que Goicoechea era la autoridad
apropiada, Ciano le dijo que los doce
aviones que sólo esperaban su
confirmación
estarían
pronto
a
disposición de Franco. Tan sólo faltaba
aclarar la cuestión del pago. El precio
ascendía a un millón de libras esterlinas
y Goicoechea ratificó inmediatamente,
con su propia firma, que Juan March, el
millonario hombre de negocios,
adelantaría los fondos necesarios[35].
La versión de Goicoechea ha tenido
una extraordinaria influencia en la
historiografía posterior. El biógrafo de
Mussolini, Renzo De Felice, ha descrito
su misión como «il passo decisivo». En
este aspecto sigue a John F. Coverdale,
historiador norteamericano sobre la
intervención italiana, que se refiere a
ésta como «la petición de ayuda que
finalmente provocó la intervención
española en la Guerra Civil»[36]. La
visita no está registrada en los
documentos que quedan de Ciano
aunque, dado que los documentos del
Ministero degli Affari Esteri no están
completos, esto no quiere decir que no
se hubiera producido. Tampoco hay
prueba alguna de la visita de Bolín
aunque, en este caso, una serie de datos
parece corroborarla. De todos modos,
incluso aceptando que Goicoechea
visitara realmente a Ciano, su
explicación sobre la misión está tan
plagada de errores y contradicciones en
los detalles que hace dudar seriamente
sobre su veracidad. Goicoechea afirma
que su misión tuvo que realizarse debido
al fracaso de anteriores viajes a Roma
del marqués de Luca de Tena y de Luis
Bolín. Esto es absurdo desde cualquier
punto de vista. Luca de Tena no viajó a
Roma hasta el 5 de agosto[37]. La misión
de Bolín no podía haber fracasado aún
ya que el 22 de julio, cuando se supone
que Mola informó a Goicoechea de
dicho fracaso, estaba visitando por
primera vez a Ciano. En cualquier caso,
Mola no tenía modo alguno de conocer
los progresos hechos por Bolín[38].
Goicoechea presenta su encuentro
con Mola como si se hubiera producido
à deux. Evita mencionar que en realidad
tuvo lugar en una reunión convocada por
Mola con una serie de monárquicos
eminentes que habían conseguido llegar
a Burgos. Entre los presentes en la
reunión se encontraban José Ignacio
Escobar, propietario del periódico
monárquico ultraderechista La Época,
así como Sainz Rodríguez y Zunzunegui.
Según Sainz Rodríguez, Zunzunegui y él
acompañaron a Goicoechea durante todo
el viaje y no sólo desde Biarritz.
Goicoechea no mencionó que a Escobar
se le había encomendado una misión
paralela a la suya en Berlín. Goicoechea
declaraba haber volado desde Biarritz a
Roma en el Dragón Rapide, que había
transportado a Franco de las islas
Canarias a Marruecos; pero Escobar,
que describió con convincente detalle su
breve estancia en Biarritz, afirmaba que
habían continuado su viaje en un avión
privado, propiedad de Juan March, hasta
Marsella, donde tomaron un vuelo
regular. Resulta aún más extraño que
Goicoechea afirme haber negociado con
Ciano sobre los aviones solicitados por
Franco, ya que su misión consistía en
conseguir diez millones de cartuchos de
rifle para Mola (una modesta petición
que ayudó a convencer a los italianos de
que Mola era menos serio que Franco)
[39].
Incluso siendo cierto que el pedido
de aviones estuviera entre las
obligaciones de Goicoechea, cuesta
creer que Ciano, para quien «la bella
figura» era tan importante y que
obviamente estaba disfrutando su papel
de abogado de los emisarios españoles,
hubiera sido tan torpe como para
mencionar el asunto del dinero. De
hecho, Ciano no mencionó el asunto de
los pagos hasta mucho más tarde[40]. El
único intercambio de dinero efectuado
en esta etapa inicial de la Guerra Civil
española fue a cambio de tres
hidroaviones Savoia-Marchetti S. 55X,
comprados con dinero de Juan March
para servir como bombarderos en las
islas Baleares. El dinero destinado para
dichos aviones fue atribuido por los
monárquicos posteriormente a los doce
aviones enviados desde Cerdeña, con el
fin de magnificar su protagonismo a la
hora de asegurar la crucial ayuda de
Mussolini a Franco[41].
Goicoechea no fue el único
monárquico que se arrogó la
responsabilidad de la intervención
italiana. Esto era un reflejo del hecho de
que, siendo la Falange y el Ejército los
elementos dominantes en la zona
franquista, los monárquicos quisieron
atribuirse un papel crucial en el éxito
del Caudillo. El propietario del diario
monárquico ABC, el marqués de Luca de
Tena, explicó sus propias negociaciones
con Ciano, aunque se equivocó al fechar
esta crucial decisión en «los primeros
días de agosto»[42]. Sainz Rodríguez, en
sus
memorias,
olvidándose
por
completo de Goicoechea, se presenta
como el responsable de persuadir a
Ciano para intervenir en España. De
hecho, su tarea había consistido en
negociar la compra de los tres
hidroaviones. A su vez alega que
persuadió a Luca de Tena para que no
visitara
a
Ciano
bajo
ningún
[43]
concepto . La imprecisión de las
memorias de estos monárquicos sugiere
que ninguno de ellos estuvo involucrado
más que en unas intrascendentes
conversaciones con Ciano, quien, una
vez tomadas las decisiones, no tuvo
inconveniente en darles la buena nueva,
que cada uno de ellos atribuyó
posteriormente a sus buenas dotes
diplomáticas. Más importante en
realidad era la relación local de
Luccardi y De Rossi con Franco,
especialmente porque aseguraba que
Roma viera a Franco como el principal
líder rebelde. En consecuencia, la ayuda
se enviaría a él en lugar de a Mola.
Huelga decir que las peticiones de
los
rebeldes
españoles
y las
evaluaciones de Luccardi y De Rossi
debían ser consideradas en el contexto
general de la toma de decisiones. Una de
las principales preocupaciones de
Mussolini era la postura de Francia y la
posibilidad de que se desarrollara una
relación más estrecha entre los
gobiernos del Frente Popular de París y
de Madrid. Sin embargo, esto no implica
que Mussolini interviniera en la Guerra
Civil sólo por razones defensivas,
porque temiera la intervención francesa
y la considerase equivalente a la ayuda
rusa[44]. A pesar del informe de
Guariglia, Mussolini sabía que la
decisión inicial de Francia de ayudar a
la República española había sido
abandonada debido a la enorme
campaña de prensa orquestada por la
derecha gracias a una filtración del
comandante Antonio Barroso, agregado
militar en la embajada de la República
española en París. Paradójicamente, el
cambio de actitud francés se debió
también en parte a los rumores y las
especulaciones de la prensa parisina
sobre una posible intervención alemana
e italiana[45]. Estos hechos fueron
seguidos con interés en Roma gracias a
los detallados informes de la embajada
italiana, que recibía gran cantidad de
información de los simpatizantes
rebeldes en la embajada española.
Cerruti informó el 22 y el 23 de julio
sobre la solicitud de ayuda francesa por
parte de la República española y
también sobre la reacción francesa.
Asimismo consiguió proporcionar una
información detallada sobre los
esfuerzos de los simpatizantes rebeldes
dentro de la embajada española por
sabotear las relaciones hispanofrancesas y sobre la adhesión a los
rebeldes españoles en los círculos
militares franceses. El 25 de julio,
Cerruti informaba ya del éxito de la
ofensiva de la prensa de derechas y de
que la presión de Londres estaba
paralizando
al
gabinete
Blum,
haciéndole dudar sobre la conveniencia
de ayudar a España. Todos estos
despachos fueron examinados y
firmados por Mussolini. A pesar del
exacerbado telegrama de Pedrazzi sobre
la ayuda francesa a los «bolcheviques
españoles», no cabe duda de que, ya el
25 de julio, el Duce y Ciano tenían la
certeza de que los franceses habían
decidido definitivamente no ayudar a la
República Española[46].
La posible actitud de Gran Bretaña
preocupaba a su vez a Mussolini. Por
ello, le impresionaron mucho los
tímidos gestos de hostilidad de los
británicos hacia el Gobierno de Madrid,
así como la posibilidad de que Londres
hubiera presionado a Blum para que
negase su ayuda a la República
española. Mussolini estaba convencido
de que una victoria de la República
española abriría las puertas a la
instauración del comunismo en España.
La
política
italiana
asumía
explícitamente que los británicos no
sólo se opondrían a que esto sucediese,
sino que además compartirían el punto
de vista italiano. El Duce sospechaba
que acabaría teniendo que enfrentarse
militarmente a Gran Bretaña, pero por el
momento
prefería
aplazar
esta
posibilidad, buscando un acercamiento
provisional. Dado que Gran Bretaña no
podría mantener una guerra a tres frentes
contra Alemania, Japón e Italia, Londres
se inclinaba hacia un posible acuerdo
con Mussolini. Pero, dada la enorme
importancia del Mediterráneo para la
defensa imperial, era poco lo que Gran
Bretaña podía ofrecerle a Italia. En
cualquier caso, algunos datos apuntaban
hacia una mayor cordialidad, como el
levantamiento, el 15 de julio, de las
sanciones contra Italia iniciadas en
noviembre de 1935, la retirada de las
fuerzas navales adicionales destacadas
en el Mediterráneo durante la crisis
abisinia y la decisión del 27 de julio de
abandonar las «garantías» de apoyo a
Grecia, Yugoslavia y Turquía en el
Mediterráneo oriental. Las bases del
acuerdo eran lo suficientemente frágiles
como para hacer entender a Roma que
cualquier acción precipitada respecto a
la Guerra Civil española podría haber
agriado fácilmente las relaciones anglo-
italianas[47].
Este hecho, junto al temor a un
enfrentamiento abierto con los franceses,
que, en su opinión, estaban a punto de
ayudar a la República española, explica
por qué Mussolini había rechazado las
peticiones de los militares rebeldes
españoles hasta el 25 de julio. Su
preocupación debía ser contrastada con
la interesante posibilidad de prevenir
una alianza de los frentes populares
español y francés en el Mediterráneo
occidental. Es más, tenía buenas razones
para suponer que a los rebeldes
españoles no les faltaba el apoyo de la
clase dirigente británica. De hecho, Sir
Samuel Hoare, como ministro de
Marina, y el almirante Sir A. Ernle
Chatfield, primer lord de la marina y
jefe del estado mayor de la misma, eran
entusiastas defensores de la causa
nacionalista[48]. Las informaciones que
iban llegando a Roma mientras
Mussolini y Ciano se planteaban
acceder a los insistentes ruegos de
Franco confirmaron sus sospechas de
que su acción podría contar con la
secreta aprobación de Gran Bretaña. El
27 de junio, Luccardi informó a Roma
de que las autoridades navales
británicas en Gibraltar habían invitado a
Franco a que les enviara un general
español para solicitar oficialmente que
no se permitiera repostar en Gibraltar ni
utilizar sus aguas territoriales a los
navíos republicanos. En cambio, a un
general republicano vestido de paisano
(«in borghese») que quería hablar con
las autoridades británicas se le había
denegado la entrada al Peñón[49]. El 28
de julio, el conde le aclaró a Edward
Ingram, el encargado de negocios
británico en Roma, que pensaba que el
apoyo de los portugueses a los rebeldes
militares españoles no sería posible sin
el aliento británico[50]. Lo razonable de
esta suposición se reveló cuando el
propio Franco, en una entrevista al
diario de Toulouse La Dépêche, declaró
que «este asunto no es sólo nacional
sino internacional. Sin duda, Gran
Bretaña, Alemania e Italia deberían
contemplar
nuestros
planes
con
[51]
agrado» .
Otro importante factor en la decisión
de Mussolini de intervenir en España
fue el papel potencial que desempeñaría
la Unión Soviética. De acuerdo con sus
declaraciones posteriores, Mussolini
participó en la Guerra Civil porque
quería luchar contra el comunismo[52].
El 25 de julio, Ciano recibió al
embajador alemán en Roma, Ulrich von
Hassell, al que declaró con vana
fanfarronería lo siguiente: «compartimos
con el gobierno del Reich la
preocupación de ver a los soviéticos
instalándose a las puertas del
Mediterráneo». El 6 de agosto de 1936,
Ciano mantuvo una conversación
telefónica con von Hassell en la que
declaraba falazmente que los soviéticos
y los franceses «estaban apoyando sin
reservas al gobierno español, que en
realidad prácticamente no existía ya sino
que estaba en manos de los
comunistas»[53]. De hecho, Mussolini
era plenamente consciente de que los
franceses habían retirado su apoyo a la
República y que la URSS estaba
profundamente incómoda por la
situación en España. Dado que, a pesar
de su anticomunismo convencido, el
Duce no podía plantearse un conflicto
militar con la Unión Soviética, su
decisión de intervenir en España estuvo
influida por su conocimiento de que, en
principio, el Kremlin no pensaba
propiciar una victoria republicana.
La URSS se demoró mucho en
ayudar a la República española y,
cuando lo hizo, no fue precisamente
movida por el deseo de extender la
revolución. Aunque las relaciones
diplomáticas con España se habían
establecido el 27-28 de julio de 1933,
Moscú ni siquiera nombró un
representante diplomático hasta el 29 de
agosto de 1936, más de seis semanas
después de la sublevación militar. En
todo caso, la preocupación de Moscú se
debía a que los alemanes y los italianos
estaban utilizando la amenaza de una
intervención soviética para justificar su
propia injerencia en España. El 27 de
julio, Mussolini recibió un informe
detallado, enviado cuatro días antes por
Vicenzo Berardis, encargado de
negocios de la embajada italiana en
Moscú, sobre la «gran incomodidad»
del Kremlin respecto a la Guerra Civil
española. Una victoria de los rebeldes
minaría gravemente la colaboración
franco-soviética, mientras que una
victoria izquierdista a manos de
«obreros armados» inspiraría una ola de
anticomunismo
internacional
que
contrarrestaría los esfuerzos por
«normalizar» la diplomacia soviética en
el contexto de la política de seguridad
colectiva. Según Berardis, la intención
soviética era mantener una postura de
«prudente neutralidad». Un alto cargo
soviético le había informado de que «en
el Kremlin estaban terriblemente
enojados y perplejos por el desarrollo
de los acontecimientos en España, pero
que bajo ninguna circunstancia se
entrometería el gobierno soviético en
los asuntos internos de la Península,
donde no había nada que ganar y mucho
que perder». La política soviética
dictaba que se mantuviera la neutralidad
respecto a España y que no se realizaran
más que platónicas declaraciones de
solidaridad
con
la
República
española[54]. Junto a los comentarios
sobre la debilidad francesa, los
informes sobre la vacilación soviética
convencieron a Mussolini y a Ciano de
que cualquier ayuda de Italia resultaría
tanto más decisiva. Finalmente, Moscú
acabó interviniendo, pero la decisión en
este sentido vino mucho después del
compromiso de Mussolini de responder
a las primeras peticiones de ayuda por
parte de Franco.
Como explicamos anteriormente,
Ciano había enviado tres telegramas a
De Rossi requiriendo más información
sobre las posibilidades de una victoria
militar de Franco. De Rossi había
enviado a Luccardi a entrevistarse con
Franco el 25 de julio. El general
sublevado le había dicho que cinco de
las ocho regiones militares, y las islas
Baleares, las islas Canarias y todo el
Marruecos español estaban «en su
poder» (in suo possesso). Sintiendo que
por lo menos Ciano estaba cada vez más
decidido a ayudarle, Franco había
aumentado su petición a doce aviones de
transporte,
doce
aviones
de
reconocimiento y diez cazas, así como
buques de transporte, cañones antiaéreos
y municiones. También aprovechó para
insistir en que cuanto antes llegara la
ayuda, tanto más segura sería su
victoria[55].
En algún momento entre el 25 y el 26
de julio, Mussolini consideró la
posibilidad de ayudar a Franco y ordenó
a sus tres ministerios militares que
preparasen posibles envíos con carácter
eventual y que se trasladasen algunos
aviones de sus escuadrones[56]. El 27 de
julio, Ciano informó a De Rossi del
agrupamiento de varios aviones en
Cerdeña con capacidad de llegar a
Melilla en cinco horas y de que un
buque cargado de municiones y
combustible para la aviación estaba
preparándose para zarpar. Se refería al
carguero Emilio Morandi, que de hecho
fue estibado en secreto en La Spezia
durante la noche del 27 al 28 de
julio[57]. En el momento en que Ciano
enviaba su telegrama a De Rossi, no se
había tomado aún ninguna decisión
irrevocable. Ciano le pidió a De Rossi
que obtuviera un informe de Franco
sobre la situación, «sin asumir
obligaciones ni hacer ninguna promesa».
De Rossi contestó en menos de una hora
que Franco confiaba plenamente en su
victoria aunque estaba impaciente por
«reforzar sus tropas de ataque en
territorio
peninsular
español».
Apoyando la idea de que Franco era el
único cabecilla de la rebelión, el propio
De Rossi se refería al «movimiento de
Franco»[58].
El 25 de julio Mussolini estaba ya
prácticamente decidido a ayudar a
Franco gracias a los telegramas de
Luccardi y De Rossi, los informes sobre
la inactividad francesa y los signos que
demostraban la aquiescencia británica.
Parece que no llegó a decidirse
definitivamente a ayudar a Franco hasta
que el 27 de julio recibió el informe de
Berardis sobre la actitud del Kremlin
ante la crisis española junto a otro
importante telegrama. Ese día, el
servicio de espionaje italiano, SIM,
informó al Ministero degli Esteri de que
Yvon Delbos había dado instrucciones a
todas las misiones diplomáticas
francesas sobre la política de no
intervención adoptada por Francia y la
prohibición de todos los envíos de
materiales a España, tanto por parte del
Estado como por parte de la industria
privada[59]. Junto a la certeza de que ni
los franceses ni los rusos tenían
intención alguna de intervenir, la última
respuesta de De Rossi fue suficiente
para provocar que Mussolini entrase en
acción. Dado su gran interés en avanzar
hacia el océano para romper con la
«servitù del Canale di Suez», el Duce
pensaba ahora que Franco constituía una
apuesta suficientemente segura como
para justificar el riesgo. El premio era
una España satélite y con ello un acceso
al Atlántico[60]. Ciano recibió a Bolín y
a Viana de nuevo y les dijo que «todo
está arreglado. Mi cónsul en Tánger se
ha reunido con el general Franco. Les
estamos enviando bombarderos y cazas,
y a su debido tiempo enviaremos más».
El 28 de julio Ciano telegrafió a De
Rossi para decirle que la aviación
podría llegar a Melilla en unas seis
horas a partir del momento en que
recibieran instrucciones del general
Franco para el aterrizaje[61].
De hecho, no fue hasta el martes 28
de julio cuando el teniente coronel
Ruggero Bonomi, comandante de la
Escuela de Navegación Aérea de
Orbetello, fue convocado al Ministerio
de Aviación, donde lo recibió el general
Giuseppe Valle, jefe del estado mayor
de la Regia Aeronáutica y subsecretario
del Ministerio de Aviación. El general
Valle le encargó dirigir un escuadrón de
doce bombarderos desde Cerdeña a
Marruecos. Poco después de llegar
Bonomi con su personal al aeródromo
de Elmas, cerca de Cagliari, en la
mañana del 29 de julio, aterrizaron doce
bombarderos Savoia-Marchetti S. 81
Pipistrello
trasladados
de
las
squadriglie 55,ª, 57.ª y 58.ª de la Regia
Aeronáutica. Los distintivos de la fuerza
aérea italiana estaban recubiertos
burdamente con pintura gris. A las siete
de la tarde, el propio general Valle se
personó en el aeródromo para dar
instrucciones a las tripulaciones. Iba
acompañado por Bolín y por un cónsul
de la Milicia Fascista, Ettore Muti,
fanático aventurero que había servido en
el escuadrón de Ciano en Etiopía. Valle
dio instrucciones a las tripulaciones
para que se unieran a la Legión
Extranjera española en cuanto llegasen a
Marruecos, con el fin de cubrir sus
operaciones. En la madrugada del 30 de
julio, despegaron en dirección a Nador,
en el Marruecos español[62]. Más tarde,
les seguirían doce cazas Fiat
C. R. 32[63].
En el lado español, el contacto
decisivo no había sido Bolín, ni Viana ni
Goicoechea, sino Franco, quien, al
persuadir a Luccardi y a De Rossi de
que estaba al mando del levantamiento y
de que conseguiría la victoria, se
aseguró el apoyo de Mussolini desde el
principio. De igual importancia para el
Duce eran los informes de sus
diplomáticos. Una vez alcanzado este
punto de no retorno, las reacciones de
Londres contribuyeron a fortalecer la
impresión de que los británicos no se
movilizarían contra la ayuda italiana a
Franco. Incluso cuando los primeros
aviones italianos volaban camino de
Marruecos, el encargado de negocios
italiano en Londres, Leonardo Vitetti,
seguía informando de la simpatía
generalizada que despertaban los
rebeldes españoles y el fascismo
italiano entre importantes dirigentes del
Partido Conservador. Vitetti extraía
estas conclusiones de los diálogos
mantenidos con varios parlamentarios
conservadores, con el capitán David
Margesson, el líder conservador del
Parlamento,
con
miembros
conservadores del Carlton Club y con
representantes de la Rothemere Press.
Los parlamentarios conservadores le
comunicaron su convicción de que los
acontecimientos que estaban teniendo
lugar en España eran consecuencia
directa de la «propaganda subversiva
soviética» así como su impaciencia por
ver aplastada la izquierda española. El
derechista Leo Amery, que había sido
ministro de Marina a principios de los
años veinte, le había dicho que la guerra
española planteaba «el problema de la
defensa de Europa frente a la amenaza
del bolchevismo». Ciano quedó muy
satisfecho y le animó a que realizara
nuevos contactos[64]. Vitetti informó de
que el apoyo británico a las propuestas
francesas de no intervención estaba
basado enteramente en la creencia de
que constituía una hábil estratagema
para evitar la ayuda francesa a la
República española[65]. Pocos meses
después, Mussolini le diría a Goering en
el
Palazzo
Venezia
que
«los
conservadores británicos tienen un
miedo terrible al bolchevismo y este
miedo
puede
explotarse
políticamente»[66]. A primeros de
agosto, Vitetti informó de que Juan de la
Cierva, el inventor español del autogiro,
le había dicho que había comprado
todos los aviones disponibles en el
mercado libre británico y que estaba a
punto de enviárselos a Mola. Le había
explicado
que
«las
autoridades
británicas le habían dado todas las
facilidades aunque sabían que los
aviones estaban destinados a los
rebeldes españoles»[67].
Así, Ciano y Mussolini se
convencieron de que la ayuda italiana a
los rebeldes españoles no se toparía con
la oposición de Londres. Tenían razón.
Cantalupo comentó más tarde la peculiar
postura de Chamberlain: que quería
parecer neutral, cuando en realidad
obraba a favor de la victoria de Franco.
Ciano informó a Cantalupo, en
diciembre de 1936, de su convicción de
que el Comité de No Intervención había
sido inventado por los británicos para
facilitar una reconciliación con Italia.
En febrero de 1937, le confió a
Cantalupo su certeza de que los
británicos estaban encantados de que se
derramase sangre italiana para mantener
el comunismo alejado de España[68]. Un
mes más tarde, Ciano le dijo a
Drummond que estaba seguro de que
Gran Bretaña no sentiría hostilidad
alguna hacia Italia con motivo de la
ayuda prestada a Franco[69]. La única
preocupación importante de los
británicos respecto a la intervención
italiana en España era que Italia pudiera
tener puestas las miras en las islas
Baleares. Esta preocupación, anterior al
estallido de la Guerra Civil española,
provocó que los británicos exigieran
insistentemente a Italia una confirmación
de lo contrario[70].
Ni Mussolini ni Ciano sintieron su
toma de decisiones coartada por la
posible reacción de Gran Bretaña. La
decisión italiana de intervenir en la
Guerra Civil española se tomó en algún
momento entre el 25 y el 27 de julio. Se
decidió después de varias peticiones de
ratificación y no de una minuciosa
investigación sobre las posibilidades
reales de victoria de Franco. La
investigación llevada a cabo consistió
principalmente en la transmisión (en
lugar de la confirmación) por parte de
Luccardi
de
(convincentes)
aseveraciones por parte de Franco. Tras
concluir que una pequeña cantidad de
material italiano resultaría decisiva para
la rebelión militar en España y que se
vería recompensada con una enorme
influencia
en
el
Mediterráneo
occidental, y una vez confirmado que
esta decisión no provocaría una
reacción peligrosa por parte de Londres,
París o Moscú, Mussolini decidió
ayudar a Franco. Llegado este punto,
conviene mencionar que tanto el Duce
como Ciano aceptaron las aseveraciones
de Franco sobre el hecho de que una
reducida (pero importante) cantidad de
ayuda, o sea, los bombarderos SavoiaMarchetti y los cazas Fiat C. R. 32
enviados desde Cerdeña, inclinaría
rápidamente la balanza en favor de los
rebeldes[71].
El fuerte viento de proa redujo la
velocidad de los Savoia-Marchetti
S. 81. Sólo nueve de los doce iniciales
consiguieron
llegar.
Faltos
de
combustible, uno se precipitó al mar,
otro consiguió aterrizar y un tercero se
estrelló en el territorio francés de
Marruecos[72]. Las noticias de la
dramática llegada de estos dos últimos
fueron telegrafiadas a París, donde
contribuyeron en gran medida a la
decisión francesa de promover la no
intervención. La iniciativa de llegar a un
acuerdo partió de los franceses[73]. Pero
no cabe duda de que a los británicos les
entusiasmaba la idea. Justo antes de la
reunión del consejo de ministros francés
que tomó la decisión final en favor de la
no intervención, el embajador británico
en París, Sir George Clerk, presionó a
Delbos para que no permitiese ningún
envío de aviones a España[74].
La afirmación retrospectiva de
Grandi diciendo que «l’adesione del
governo italiano al patto di non
intervento in Spagna fu da principio
sincera» resulta más irrisoria aún que
sus
descaradas
mentiras
del
[75]
momento . Después de los accidentes
sufridos por tres de los aviones
originales, la versión oficial italiana de
los hechos fue que se estaba llevando a
cabo algún tipo de operación
privada[76]. El 3 de agosto, el embajador
francés en Roma, Charles de Pineton,
conde de Chambrun, habló con Ciano.
Le comunicó una instancia urgente de
Blum pidiendo un acuerdo de no
intervención sobre España y le
mencionó a su vez la cuestión de los
Savoia-Marchetti que se habían
estrellado en el Marruecos francés.
Ciano lo eludió diciendo que Mussolini
no se encontraba en la capital. El Duce
estaba en realidad en Riccione, desde
donde le envió a Ciano notas para que
respondiera a la propuesta de no
intervención del embajador, diciendo
que Italia estaba de acuerdo en principio
pero pedía que se aclarase si el acuerdo
debía ampliarse a las actividades de
partidos
políticos
y ciudadanos
privados, y qué mecanismos de control
proponían[77]. Dos días más tarde, Ciano
volvió a recibir a Chambrun. Mintiendo
descaradamente, le dijo que se estaba
llevando a cabo una investigación y que
estaba en «condiciones de negar
cualquier interferencia por parte del
gobierno fascista, por pequeña que
fuera». Dos días después, le dijo a
Chambrun de nuevo que «aunque en ese
momento se estaba llevando a cabo una
investigación, podía afirmar que no se
trataba de aviones al servicio de una
unidad de la fuerza aérea italiana, sino
de aparatos suministrados por una
compañía privada a ciudadanos
particulares españoles y que el gobierno
no tenía en absoluto conocimiento de
este asunto». Al día siguiente, el 6 de
agosto, momento en el cual los
directores de los servicios de espionaje
militar italiano y alemán estaban ya
coordinando sus esfuerzos de apoyar a
Franco, Ciano le dijo a Chambrun que
Italia aceptaba el principio de no
intervención. Siguiendo el guión
propuesto por Mussolini, expresó su
preocupación,
descaradamente
hipócrita, de que las manifestaciones de
solidaridad con la República española
en el seno de las democracias, en forma
de manifestaciones, campañas de
prensa,
colectas
de
dinero
y
reclutamiento de voluntarios, constituían
una «flagrante y peligrosa forma de
intervencionismo» y pidió más detalles
sobre los métodos de control
propuestos[78]. Al día siguiente recibió
al encargado de negocios británico,
Edward Ingram, y le transmitió la
aceptación por parte de Italia del
principio de no intervención, pasando
después inocentemente a insistir en que
las restricciones se ampliasen para
incluir la propaganda y otras formas de
apoyo a los beligerantes[79]. Ciano
continuó además dando muestras de
indignación ante Chambrun por los
supuestos envíos de material francés a la
República española, pidiendo a su vez
que los aviadores italianos que se
habían estrellado en territorio francés de
África del norte fueran liberados sin
previo juicio[80].
Ciano
y
Mussolini
estaban
convencidos de que Gran Bretaña seguía
aprobando sus acciones. En Roma se
notificó que cuando Mussolini informó
al encargado de negocios británico,
Edward Ingram, de que pensaba enviar
aviones a Franco, éste le respondió que
«el Foreign Office ha comprendido
perfectamente el sentido de la iniciativa
italiana»[81]. A mediados de agosto,
Ciano seguía eludiendo cínicamente las
peticiones británicas de un compromiso
con la no intervención[82]. Su convicción
de que ni Francia ni Rusia tenían visos
de intervenir en España era más firme
que nunca. Los subsiguientes despachos
de Berardis desde Moscú ofrecían la
imagen de un Kremlin cada vez más
preocupado por los acontecimientos en
España y muy aliviado por el aparente
acuerdo
internacional
de
no
intervención. La ayuda soviética a
España parecía no pasar de algunas
colectas entre los trabajadores rusos y
violentos ataques a Italia en la
prensa[83]. A pesar de la vergüenza del
aterrizaje fallido en territorio francés
del norte de África, la osadía no había
tenido ninguna repercusión negativa. No
sólo se salieron con la suya, sino que
consiguieron una rápida recompensa a
su inversión, en forma de una
intensificación de las relaciones con la
Alemania nazi.
La primera comunicación oficial de
Alemania según la cual Hitler estaba
dispuesto a ayudar a Franco tuvo lugar
en una reunión celebrada en Bolzano el
4 de agosto entre los jefes de los
servicios de espionaje alemán e italiano,
el almirante Wilhelm Canaris y Roatta.
Pero, dado que varias parejas de Junker
Ju 52 alemanes habían despegado en
dirección a Marruecos desde la
península italiana y desde Cerdeña el 29
de julio, resulta inconcebible que el
servicio de espionaje militar italiano
ignorase que Hitler estaba ayudando a
Franco. La reunión en Bolzano se
celebró a petición de Canaris, quien
evitó mencionar algunos hechos. Éste
informó a Roatta de que el Gobierno
alemán, a través del Ministerio de
Aviación y sin informar al Ministerio de
Asuntos Exteriores, había enviado
cuatro aviones de transporte Junker así
como un barco cargado de municiones.
No mencionó que seis más volaban en
dirección a Marruecos en ese mismo
instante, ni que otros diez estaban siendo
transportados por mar. Canaris pidió
que Italia suministrara, a cuenta de los
alemanes, combustible de aviación a los
rebeldes españoles y que permitiera a su
vez que los aviones alemanes enviados a
España repostaran en Italia. Roatta y
Canaris
acordaron
mantener
un
intercambio diario de telegramas para
permitir una coordinación sobre la
cuestión española avanzando así hacia
una más amplia coordinación ítalogermana con respecto a España, tal y
como quería Ciano[84].
El origen de la posterior escalada de
la ayuda italiana puede hallarse en un
desesperado telegrama de De Rossi a
Ciano del 19 de agosto. Transmitiendo
una petición de Franco, pidió que se
asumieran riesgos en su favor. Subrayó
los logros conseguidos por el general
rebelde hasta el momento y destacó las
ventajas del gobierno legal en términos
de su «posición privilegiada en las leyes
internacionales»,
sus
recursos
financieros y su control de los puertos
mediterráneos. Según De Rossi, la
situación era similar a la de un mes
antes, sólo que a una escala mucho
mayor: «El generoso apoyo recibido de
Italia, desde el principio, le permitió a
Franco dar un giro a su difícil situación
y le proporcionó la libertad de
movimientos necesaria para adueñarse
del oeste de España y ocupar la Sierra
de Guadarrama antes de llegar a la
capital. Pero desde estas posiciones, por
sólidas e importantes que fueran, le
sería difícil avanzar para asegurarse,
especialmente, el control de la capital a
no ser que contase con nuevos recursos
para contrarrestar las deficiencias en su
armamento y equilibrar la ayuda enviada
constantemente por las fuerzas de la
subversión internacional, especialmente
el Frente Popular francés…». Nos
consta que Mussolini leyó dicho
telegrama[85]. El conocimiento que tenía
De Rossi de la situación de Franco se
debía a que el general sublevado lo
consideraba ahora claramente como un
eficaz canal de comunicación con el
Duce. Luccardi voló a Sevilla al día
siguiente para despachar con Franco,
quien hizo una astuta observación
respecto al reciente intento de la
República por recuperar Mallorca.
Plenamente consciente del interés del
Duce por las islas Baleares, Franco
declaró que la presencia de numerosos
ciudadanos franceses entre los invasores
indicaba poco menos que la República
había cedido las Baleares a Francia a
cambio de su ayuda. Mussolini también
leyó el telegrama de De Rossi
explicando este dato. Luccardi trajo
consigo la noticia de que Franco estaba
a punto de proporcionarle una lista de
todo el material que necesitaba «para
poder concluir rápidamente su ofensiva
contra los republicanos y asumir el
control absoluto del gobierno español».
Tras lamentar que los bombardeos
diurnos republicanos impedían el
avance de sus columnas, Franco incluía
en su pedido, transmitido por Luccardi,
torpederos (presumiblemente con el
objeto de neutralizar el persistente
bloqueo de Marruecos), un escuadrón de
bombarderos ligeros, veinticuatro carros
blindados, doscientas ametralladoras
ligeras con un millón de cartuchos,
veinte mil máscaras antigás y bombas de
gas venenoso[86].
La petición prosperó en líneas
generales. Pronto desembarcaría una
fuerza
italiana
en
Mallorca.
Posteriormente, a medida que Franco
seguía encontrando dificultades en su
avance hacia Madrid, recurría a Italia
por costumbre. Cuanto más decía
Mussolini que «sí», tanto más le costaba
decir que «no» ya que, aunque las
democracias seguían haciendo la vista
gorda, el mundo sabía que la causa de
Franco era la misma que la del Duce. En
el plazo de un mes, aproximadamente, se
había trasladado de una manera
imperceptible pero catastrófica desde su
cauta decisión inicial en favor de una
ayuda limitada hasta un nivel de
compromiso absoluto, que en menos de
cinco
meses
situaría
a
Italia
prácticamente en guerra con la
República española. En principio, la
decisión
inicial
correspondió
exclusivamente a Mussolini y Ciano. En
la subsiguiente escalada de la
colaboración italiana con los rebeldes
españoles parece que se tuvo en
consideración el punto de vista de
importantes personalidades dentro de
las clases dirigentes italianas, pero sólo
cuando estaban en sintonía con la
opinión del Duce. El fervor ideológico
manifestado por Mussolini y Ciano
encontró eco entre una mayoría de
católicos que respaldaban el entusiasta
apoyo del Vaticano a la intervención
contra el ateísmo en España[87].
Además, iba en consonancia con los
deseos de destacados miembros del
Partido Fascista, como Achille Starace y
Roberto Farinacci, quienes estaban
impacientes por disputar su «Guerra
Fascista» y desempeñar un papel en la
creación del imperio fascista acorde con
la intervención militar en Abisinia. En
cualquier caso, la decisión definitiva
correspondía únicamente al Duce, quien
sin duda estaba influenciado por el
entusiasmo de Ciano. Sin embargo, sus
preferencias
personales
quedaban
demostradas en su defensa de una
«svolta totalitaria» (un giro totalitario)
del régimen, mediante la cual pretendía
acabar con el confort burgués de la vida
cotidiana italiana y crear una cultura
guerrera[88]. A diferencia del Vaticano y
el Partido Fascista, las clases dirigentes
militares, especialmente los mariscales
Balbo y Badoglio, mantenían una
postura más cauta. Consideraban que se
debía evitar la intervención por el hecho
de que las Fuerzas Armadas necesitaban
tiempo y recursos para reorganizarse y
recuperarse de los esfuerzos realizados
en Abisinia. Balbo creía que el Duce
estaba
loco.
A Cantalupo
le
preocupaban sus ojos vidriosos y su
estado de abstracción («lo sguardo
alquanto fisso, lento e vitreo, astratto
dalle cose e dalle persone che gli erano
davanti»). Ciano le dijo a Cantalupo:
«ha conocido la gloria, nos mira desde
la altura y le parecemos minúsculos.
Vive en un mundo aparte. Quizás sea
mejor así. Si le dejamos allí arriba en el
Olimpo puede llegar a asumir grandes
tareas. Por lo que a nosotros respecta,
respetemos la concentración de su
espíritu y pensemos en los asuntos de
este mundo». De hecho, Ciano estaba
aprovechando su posición para empujar
a Mussolini hacia una mayor injerencia
en España. No cabe duda de que el Duce
estaba cada vez más aislado, en contacto
con el mundo sólo a través del filtro de
sus aduladores, irritable, sordo a
cualquier clase de crítica, tendente a
hablar en privado en un tono exagerado
como si estuviera pronunciando un
discurso ante un gran público
(Cantalupo: «le sue parole scandite
come se ci fosse stato un gran pubblico a
raccoglierle»). A muchos destacados
fascistas les preocupaba que, desde la
guerra de Abisinia, Mussolini hubiera
cambiado[89]. No debe sorprendernos
por tanto que aceptara las peticiones de
Franco, ligadas a la promesa de una
futura subordinación.
3
LA INTERVENCIÓN DE
LA ALEMANIA NAZI EN
LA GUERRA CIVIL
ESPAÑOLA Y LA
FUNDACIÓN DE
HISMA/ROWAK
CHRISTIAN LEITZ
El 21 de julio de 1936, Johannes E. F.
Bernhardt, ciudadano alemán residente
en Tetuán, capital del Marruecos
español, ofreció su colaboración al
general Francisco Franco, uno de los
líderes de la rebelión del 17 de julio
contra el Gobierno republicano español
en Madrid[1]. Aunque la decisión de
Bernhardt se podría considerar casi
insolente teniendo en cuenta que era un
don nadie, se convirtió en el paso inicial
hacia la intervención de Alemania en la
Guerra Civil española. Tetuán acabó
transformándose en la plataforma de
lanzamiento que lo convirtió en uno de
los alemanes más influyentes en la
España de Franco durante la Guerra
Civil y la Segunda Guerra Mundial.
Como director de ventas había
contribuido de manera significativa a la
expansión de la empresa H. & O.
Wilmer, Sucesores de H. Tönnies, que
actuó como representante comercial en
el Marruecos español para varias
empresas alemanas. Aparte de la
promoción y venta de varios productos
alemanes como cables, congeladores,
equipos de cocina y materiales
eléctricos y ópticos, Bernhardt se
involucró en la producción local de
blancos de prácticas para la artillería
española. Por lo tanto, tuvo varias
oportunidades de familiarizarse con los
oficiales
del
Ejército
español.
Curiosamente, entre ellos se encontraban
varios oficiales que llegarían a
desempeñar un papel importante en la
insurrección contra el gobierno español
y en la Guerra Civil posterior,
especialmente el general Emilio Mola,
el teniente coronel Juan Yagüe Blanco,
el teniente coronel Juan Beigbeder y
Atienza y el teniente coronel Carlos
Asensio Cabanillas[2].
Por lo tanto, es posible que la
decisión de Bernhardt de aproximarse a
Franco tuviera más que ver con sus
contactos comerciales que con su
posición en la pequeña organización del
partido nazi en el Marruecos español[3].
De hecho, fue sólo después de ofrecer
sus servicios a Franco cuando se puso
en contacto con el líder nazi local, Adolf
Langenheim. Para entonces, Franco ya
había respondido positivamente a la
oferta de Bernhardt[4]. A pesar de la
posición superior de Langenheim (según
el cónsul general británico en Tetuán era
«prácticamente el cónsul alemán» en el
Marruecos español), fue Bernhardt
quien tomó la iniciativa[5]. Éste
aprovechó
los
acontecimientos
posteriores para emerger de entre la
oscuridad de su trabajo en el Marruecos
español, mientras que Langenheim dejó
de tener importancia alguna a pesar de
su presencia en uno de los momentos
más decisivos en el desarrollo de las
relaciones entre la Alemania nazi y (lo
que llegaría a ser) la España de
Franco[6].
Está claro que Franco y los otros
insurgentes no esperaban que lo que
debía ser un rápido pronunciamiento
terminara convirtiéndose en una guerra
en toda regla. Sin embargo, el
claramente lento progreso de los
rebeldes en la Península hacía más
indispensable si cabe la disponibilidad
de las tropas de Franco en el Marruecos
español. Franco estaba a cargo de unos
5000 soldados de la Legión Extranjera
española, 17 000 regulares moros y
17 000 reclutas españoles, sin duda las
mejores tropas del ejército español de
la época[7].
El plan inicial consistía en
transportar estas tropas a través del
estrecho de Gibraltar a bordo de buques
de la marina española. Sin embargo, los
rebeldes no habían previsto que la
mayor parte de los marinos españoles se
negaría a tomar sus propios barcos.
Después de transportar tan sólo unos
cuantos cientos de tropas marroquíes, la
ruta naval fue bloqueada por buques
leales a la República[8]. Además, el
transporte aéreo se vio notoriamente
restringido porque no había aviones
aceptables a disposición de los
insurgentes[9].
Fue en este momento crítico cuando
Bernhardt se dirigió a Franco y el
general reaccionó inmediatamente.
Decidió que Bernhardt y Langenheim,
como el más alto dignatario nazi en el
Marruecos español, deberían entregar un
mensaje a la jefatura nazi en Alemania.
En su corta misiva al Führer alemán,
Adolf Hitler, Franco pedía diez aviones
de transporte, ametralladoras antiaéreas,
cinco
aviones
caza
y
otros
[10]
materiales . A su vez se le envió un
telegrama al general Erich Kühlental,
agregado militar alemán en París. Este
mensaje, en el que Franco pedía diez
aviones «para el transporte de
tropas»[11], le fue comunicado al
Ministerio de Asuntos Exteriores alemán
el 23 de julio. El ministerio decidió
inmediatamente no aceptar la petición y
dejó claro que no tenía intención alguna
de inmiscuir a Alemania en el
enfrentamiento que estaba teniendo lugar
en España[12].
El 25 de julio, Hans Heinrich
Dieckhoff, director de la sección
política del Ministerio de Asuntos
Exteriores y futuro embajador en la
España de Franco, explicó algunas de
las razones de la respuesta negativa a
Franco. Según su memorándum, escrito
como reacción a la llegada de Bernhardt
y Langenheim a Alemania, la colonia
alemana en España, así como los
comerciantes y los buques de guerra
alemanes en aguas españolas, se verían
amenazados si llegara a saberse que
Alemania estaba suministrando armas a
los rebeldes. Además, podrían surgir
complicaciones
internacionales
si
Alemania interfería en un país que
mantenía buenas relaciones con Francia
y Gran Bretaña[13].
Sin
embargo,
se
estaba
desarrollando ya una serie de
acontecimientos
que
conduciría
finalmente a la intervención de
Alemania en la Guerra Civil. El 23 de
julio, la delegación de Franco,
compuesta por Bernhardt, Langenheim y
un representante español, el capitán
Francisco Arranz Monasterio, partió
hacia Berlín, adonde llegaría el 25 de
julio. Los dos enviados alemanes se
reunieron inmediatamente con el
dirigente de la Auslandsorganisation
nazi (AO), Ernst Bohle, que reaccionó
con gran interés a su mensaje. Bohle
estaba muy interesado en mejorar la
posición de la AO en los asuntos
exteriores del Reich[14]. Si la petición
de Franco se concediese gracias a la
ayuda de la AO, dicha organización
habría logrado un triunfo sobre su rival
oficial, el Ministerio de Asuntos
Exteriores. Después de todo, este último
había rechazado claramente la idea de
apoyar a los rebeldes. Sin embargo,
Bohle llegó a la conclusión de que no
podía tomar una decisión personal sobre
un asunto tan crucial. Por lo tanto,
solicitó una reunión con el brazo
derecho del Führer, Rudolf Hess.
Después de escuchar a Bernhardt y a
Langenheim, Hess llegó también a la
conclusión de que una decisión de tal
calibre sólo podía ser tomada por el
propio
Führer.
Consecuentemente,
telefoneó a Hitler, quien se avino a
recibir a ambos enviados en Bayreuth,
donde asistía en ese momento al Festival
Wagner. Según Bernhardt, en la tarde del
25 de julio, Hitler recibió a los dos
enviados alemanes de Franco ante una
sola persona más, el doctor Wolfgang
Kraneck, director de la Sección Jurídica
de la AO[15]. En cualquier caso, parece
que Hitler ignoró completamente a este
último. Tras escuchar a Bernhardt y
hacerle varias preguntas, Hitler acabó
decidiéndose a atender la petición de
Franco. Evidentemente, la decisión
definitiva ya estaba tomada cuando el
Führer invitó a Hermann Goering, al
general Werner von Blomberg, ministro
de la Guerra, y al capitán Coupette,
comandante de la Sección de
Transportes Marítimos de la Alta
Comandancia de la Marina (OKM), para
que se unieran a él y a sus invitados[16].
Inicialmente, tanto Goering como von
Blomberg se mostraron reacios a apoyar
la propuesta de Franco[17]. Pero cuando
Hitler se reafirmó en su decisión, ambos
cambiaron consecuentemente de parecer.
Bajo el nombre de guerra
Unternehmen Feuerzauber (Operación
Fuego Mágico), se puso en marcha
inmediatamente la organización de una
operación de apoyo. El almirante Lindau
y el general Erhard Milch llegaron a
Bayreuth en la mañana del 26 de julio.
Al almirante se le concedió el mando de
los preparativos para la operación de
transporte. En el Ministerio del Aire del
Reich (RLM), y por orden de Goering,
Milch le encargó al general Helmuth
Wilberg que organizara el Sonderstab W
(Estado mayor Especial W), cuya
función consistía en controlar la
organización de toda la operación de
suministros[18]. Acababa de comenzar la
intervención alemana en España.
Dos cuestiones han ocupado a los
historiadores de la Guerra Civil
española desde que Hitler aceptó
intervenir en España. Por un lado, la
posibilidad de que el régimen nazi
tuviera
conocimiento
de
los
preparativos para la rebelión militar y,
sobre todo, si desempeñó un papel
activo en estos preparativos. Y por otro
lado: ¿Qué motivo llevó a Hitler a
decidirse en favor de la intervención?
En su estudio pionero La Alemania
nazi y el 18 de julio, Ángel Viñas ha
demostrado claramente que la decisión
de Hitler en Bayreuth se tomó rápida y
espontáneamente y que los contactos
entre los oficiales alemanes y los líderes
de la futura rebelión fueron muy escasos
en los años inmediatamente anteriores a
1936. Aunque Hitler admiraba el golpe
de Primo de Rivera en 1923, no parecía
tener ningún interés en España[19]. La
conclusión de Viñas queda confirmada
por la de Wolfgang Schieder, quien
destaca la poca importancia que tuvo
España en los planes a largo plazo de
Hitler, hasta el momento del golpe
militar[20]. Sin embargo, hasta ahora se
ha intentado demostrar que algunos de
los militares rebeldes no sólo
mantuvieron contactos personales con
oficiales alemanes antes del golpe, sino
que el gobierno alemán era consciente
de los planes de sublevación y que
incluso estaba involucrado en los
preparativos para la misma. Los
historiadores marxistas, especialmente
Marión Einhorn, están de acuerdo en que
los diplomáticos alemanes y los líderes
nazis habían trabajado en favor de dicha
insurrección durante varios años y que
la decisión de Hitler de intervenir no fue
espontánea, sino planeada[21].
Otros historiadores han suscrito
dicho punto de vista. Dante Puzzo insiste
en que, durante su visita a Alemania a
comienzos de 1936, el general José
Sanjurjo, nombrado líder del golpe,
consiguió la promesa de un apoyo
alemán para la insurrección militar
planeada contra la República española.
Sin embargo, la teoría de Puzzo no se
sostiene, especialmente porque insiste
en que Sanjurjo se había asegurado el
uso de la aviación alemana para el
transporte de tropas de Marruecos a
España en el caso de que la marina
española permaneciera leal a la
República[22]. De hecho, los futuros
rebeldes confiaron en la disponibilidad
de la marina española, lo cual hacía
innecesario el uso de aviones alemanes.
Las actividades de Johannes
Bernhardt antes de la insurrección le
parecen particularmente interesantes a
Stanley Payne. A pesar de que Payne no
defiende que los oficiales alemanes
contribuyeran decisivamente en los
preparativos para la rebelión, ha tratado
de demostrar que Bernhardt estaba ya
implicado en las actividades de los
conspiradores antirrepublicanos antes
del golpe. Payne mantiene que Bernhardt
visitó Berlín en junio de 1936 «para
convencer a los oficiales nazis de que
Alemania debía apoyar la revuelta
planeada»[23]. Sin embargo, a pesar de
su extensa revisión de la vida y carrera
de Bernhardt, ni Viñas ni Hans-Henning
Abendroth han encontrado información
alguna sobre dicha implicación. El autor
de este ensayo tampoco ha podido
encontrar ningún dato que corrobore la
idea de Payne.
Viñas no niega que los contactos
entre particulares alemanes y futuros
líderes, participantes o sencillamente
simpatizantes de la insurrección,
hubieran tenido lugar después del
Machtergreifung de Hitler. El caso más
intrigante es el de Josef Veltjens, un as
de la aviación en la Primera Guerra
Mundial y empleado de una compañía
con intereses en la venta de armas desde
finales de los años veinte[24]. A pesar de
la falta de datos concluyentes, parece
que Veltjens tuvo algún contacto con el
círculo de conspiradores del general
Mola sobre la venta de armas alemanas
a los conspiradores. La principal prueba
indicativa de dichos contactos radica en
un documento del Ministerio de Asuntos
Exteriores alemán, fechado el 6 de julio
de 1936. Este revela que los fascistas
españoles habían negociado con «Herr
Feltjen» [¡sic!] sobre la exportación
ilegal de armas fuera de Alemania. El
ministerio, sin embargo, «no tenía el
más mínimo interés en ello»[25]. Aunque
Veltjens
acabó
involucrándose
eventualmente en la intervención
alemana en la Guerra Civil española[26],
no tenemos datos que nos hagan pensar
que la decisión de Hitler de apoyar a
Franco estuviera relacionada con
contactos anteriores entre alemanes,
civiles u oficiales, y conspiradores
españoles[27]. Hasta que no aparezcan
dichas pruebas, debemos concluir que la
involucración directa de Alemania en la
sublevación española comenzó con la
decisión de Hitler del 25 de julio de
1936.
De hecho el único dato disponible
sobre los contactos del gobierno alemán
con personal militar español durante la
primera mitad de 1936 desacredita en
parte la teoría de que el régimen nazi
apoyase la conspiración. A finales de
abril de 1936, el gobierno alemán no
tuvo empacho alguno en permitir que la
A. G. de Friedrich Krupp firmase dos
ventas de armamento con el Ministerio
de la Guerra del gobierno del Frente
Popular español[28]. Parece poco
probable que dichos permisos pudieran
haberse concedido en cuestión de días si
el régimen nazi hubiera estado ya aliado
con los conspiradores.
En cuanto a la segunda cuestión, no
cabe duda[29] de que el motivo principal
de Hitler para aprobar la intervención
alemana era ideológico. A partir de la
información que
había
reunido,
especialmente la de Bernhardt y
Langenheim, Hitler llegó a la conclusión
de que tenía que ayudar a los rebeldes a
rescatar España del comunismo[30].
Explicando su decisión a un inicialmente
reacio Joachim von Ribbentrop, Hitler
subrayó que «Alemania no podía aceptar
una España comunista bajo ningún
concepto»[31]. Ernst von Weizsácker, del
Ministerio de Asuntos Exteriores
alemán, subrayó el factor anticomunista
al llegar a la conclusión de que «un
vecino rojo al lado de Francia
constituiría,
en
términos
de
realpolitisch, un factor negativo para la
política alemana»[32]. Visto desde el
otro extremo, el régimen nazi
probablemente llegó a la conclusión de
que la eliminación del gobierno del
Frente Popular en España podría acabar
teniendo un efecto negativo en el
recientemente elegido Frente Popular
francés[33].
Es más, el argumento ideológico en
favor de la intervención en España
estaba
íntimamente
ligado
a
consideraciones estratégicas. La victoria
del francófilo Frente Popular en España
le proporcionaría una ventaja estratégica
a Francia, teniendo en cuenta
especialmente la utilidad de España
como puente terrestre hacia las colonias
y tropas francesas del norte de África.
Podría incluso proporcionar a la Unión
Soviética un aliado más para
complementar el pacto franco-soviético.
La victoria del pronunciamiento, en
cambio, dejaría a la República francesa
rodeada de Estados fascistas o
semifascistas,
potencialmente
hostiles[34]. Por otra parte, Hitler parece
que declaró en diciembre de 1936 que
«España es una conveniente distracción
que absorbe las energías de las otras
grandes
potencias,
dejándole
a
Alemania las manos libres para explotar
sus ambiciones en el este»[35]. Una
combinación de razones principalmente
ideológicas, pero también estratégicas,
llevó pues a Hitler a iniciar la
intervención alemana en favor de
Franco. A pesar de la insistencia de
algunos historiadores en el hecho de que
las
consideraciones
económicas
contribuyeron a la decisión inicial de
Hitler[36], éstas tan sólo adquirieron
importancia tras la reunión de Bayreuth.
Se ha señalado que el primer paso
organizativo de la intervención de
Alemania fue la fundación del
Sonderstab W, bajo el mando del
general Wilberg. Por orden de Wilberg,
se contrató a una compañía mercantil
radicada en Hamburgo, Mathias Rohde
& Jörgens Co., con el objeto de
proporcionar barcos para el transporte
clandestino de suministros a España.
Mientras tanto, Bernhardt y los demás
representantes llegaron a Tetuán el 28 de
julio a bordo de un avión alemán
pilotado por Alfred Henke[37]. Una vez
retirados los distintivos de nacionalidad
de su avión, Henke realizó el primer
vuelo de transporte de tropas rebeldes
hasta
Sevilla,
sobrevolando
el
Estrecho[38]. Como es lógico, una de las
máximas preocupaciones de Berlín era
el camuflaje de las operaciones
alemanas de suministro y transporte.
Como no bastaba con retirar los
distintivos alemanes, se introdujo un
sistema más organizado, que consistió
en crear para la ocasión una empresa
privada que, siendo oficialmente
española, coordinaría todos los detalles
operativos.
Registrada en Tetuán, el 31 de julio
de 1936, bajo el nombre de Carranza &
Bernhardt, Transportes en General, con
Fernando de Carranza y FernándezReguera, capitán de la marina retirado y
amigo de Franco y Bernhardt como
copropietarios, llegó a ser mejor
conocida como HISMA, abreviatura de
su nombre comercial, Hispano-Marroquí
de Transportes, Sociedad Limitada[39].
La primera tarea asignada a HISMA
consistía simplemente en actuar como
«organización administrativa y oficina
de pagos para la ayuda alemana
concedida al movimiento nacionalista de
España». En la práctica, esto se traducía
en coordinar el transporte de las tropas
de Franco y sus equipamientos hasta la
Península, camuflar los transportes y
gestionar la adquisición de material de
guerra adicional de empresas privadas.
Pero el papel de HISMA no quedó
restringido a la administración de la
pequeña cantidad inicial de ayuda
alemana, ya que su tamaño e influencia
iban a aumentar durante el transcurso del
siguiente año. Como único director
administrativo de HISMA con plena
autoridad administrativa, Bernhardt se
convirtió en el mayor beneficiario
individual de su expansión[40].
La fundación de HISMA el 31 de
julio coincidió con la zarpa del primer
buque alemán, el Usaramo, con material
destinado a Franco. Salió de Hamburgo
con ochenta y cinco pasajeros[41] y
setecientos setenta y tres artículos de
carga[42]. Entre éstos había diez Junker52, seis Heinkel-51, ametralladoras
antiaéreas, bombas, municiones y otros
materiales para las tripulaciones de los
aviones que debían transportar las
tropas de Franco a través del
Estrecho[43]. Al mismo tiempo, otro
contingente de diez Junker-52 iba
camino de la España nacionalista.
Aterrizó en Tetuán a primeros de agosto,
e inmediatamente comenzó el transporte
de las tropas de Franco hacia Jerez de la
Frontera y Sevilla[44]. En la segunda
semana de octubre, los aviones
alemanes habían transportado ya trece
mil quinientos veintitrés soldados
marroquíes y más de doscientas setenta
toneladas de armas a través del
Estrecho[45]. El impacto de este
transporte aéreo, el mayor en la historia
hasta ese momento, se vio incrementado
por la ayuda italiana a Franco, que
comenzó el 29 de julio al zarpar de
Italia el primer buque de suministros[46].
Con la llegada de las tropas
franquistas al suroeste de España en
agosto, la situación militar de la
República comenzó a deteriorarse
gradualmente. La toma de Badajoz el 14
de agosto les proporcionó a los
nacionalistas un acceso ilimitado a
Portugal, que demostró ser un aliado
extremadamente
útil
para
los
nacionalistas, a pesar de situarse al
abrigo de una neutralidad formal. A
principios de agosto de 1936, el
hermano de Franco, Nicolás, se
estableció como procurador oficial de
Franco en Lisboa, bajo el nombre falso
de Aurelio Fernández Aguilar[47]. Éste
se convirtió en un intercesor
fundamental ante Alemania, que
comenzó a transportar material a la
España nacionalista a través de Lisboa
en agosto de 1936[48]. HISMA buscó
activamente el contacto con el Gobierno
de Salazar para organizar dichas
operaciones. El 13 de agosto, el
Kamerun zarpó de Hamburgo, seguido
al día siguiente por el Wigbert. Ambos
barcos acabarían desembarcando su
cargamento
—consistente
en
combustible de aviación, bombas,
municiones y dos Junker-52— en
Lisboa[49]. A pesar de la presión
británica para que el gobierno portugués
se mantuviera fuera del conflicto[50],
Portugal siguió funcionando como
conducto para los materiales destinados
a los nacionalistas. Según el servicio de
espionaje
británico,
las
fuerzas
nacionalistas recibieron unos 320 000
rifles y 555 000 revólveres a través de
Portugal y procedentes de Alemania,
entre enero de 1937 y agosto de
1938[51].
Así, parece claro que Franco
continuó recibiendo suministros por
parte de Alemania después del
cargamento inicial y a pesar de que la
esperada victoria nacionalista no se
produjo tan rápido como cabía esperar.
Hitler se había comprometido a
continuar el suministro hasta completar
el transporte aéreo. Sin embargo, el
régimen nazi tenía que plantearse si
quería prolongar su intervención una vez
completado el transporte aéreo de
tropas. Al final, la decisión fue
favorable a Franco cuando, el 24 de
agosto, Hitler llegó a la conclusión de
que «debemos apoyar al general Franco
con suministros y ayuda militar en la
medida de lo posible. Pero, por el
momento, los alemanes no debemos
participar
activamente
en
el
enfrentamiento»[52]. Así pues, no se
descartaba una futura implicación
militar de las tropas alemanas.
A primeros de agosto, Franco
trasladó su cuartel general a Sevilla,
donde se encontraba ya la mayor parte
de las tropas marroquíes. Cuando, el 7
de agosto, HISMA estableció allí su
segunda sucursal, se sentaron las bases
de un modelo que se repetiría a lo largo
de toda la Guerra Civil, que consistía en
establecer sucursales de HISMA cerca
de los respectivos cuarteles generales
de Franco[53]. Una vez declarado Franco
Jefe del Estado y Generalísimo por la
Junta de Defensa Nacional el 29 de
septiembre de 1936, la proximidad de
HISMA al recientemente nombrado líder
de las tropas y el territorio ocupado por
los
nacionales
presagiaba
unas
relaciones más fructíferas. Sin duda, a
Franco le convenía poder comunicar sus
necesidades de suministros a la
autoridad alemana relevante con la
mayor rapidez posible.
Otra serie de factores comenzó a
influir cada vez más en la relación entre
HISMA y Franco. Debido a que la
necesidad de colaboración alemana por
parte de los insurrectos se prolongaba
mucho más de lo previsto, comenzó a
prestársele atención al creciente
endeudamiento de Franco y a los
posibles beneficios económicos que
podrían obtenerse. El 30 de julio,
Goering, puesto por Hitler al mando de
la operación española, se planteaba ya
el pago de las remesas alemanas de
material de guerra con mineral de
hierro[54]. Resulta fácil comprender por
qué Goering consideró dicha forma de
pago. Mientras que la República
confiaba en la reserva de oro del Banco
de España para financiar la mayor parte
de sus gastos bélicos, los nacionales
debían buscar otros métodos para
financiar sus suministros[55]. Como ha
señalado
Robert
Whealey,
los
nacionalistas «tenían el apoyo de los
millonarios», tales como Juan March
Ordinas, y en general tuvieron mayores
facilidades de crédito en los círculos
financieros internacionales que el
gobierno republicano[56]. Además de
obligar a los particulares a que
entregasen todas sus divisas y sus
objetos de valor[57], ambas partes
continuaron exportando todos los
artículos comerciales de que disponían.
En total, el 11 por 100 del presupuesto
de los nacionalistas en la Guerra Civil
consistía en divisas generadas por
exportaciones, beneficios y dividendos
de inversiones en el extranjero de
partidarios nacionalistas ricos, metales
preciosos requisados y ganancias
repatriadas de españoles empleados en
el extranjero[58].
De todos modos, esto sigue dejando
una gran parte del presupuesto
nacionalista sin justificar. A medida que
avanzaba la guerra, Franco se vio
forzado a pedir cantidades cada vez
mayores de material bélico alemán e
italiano, a crédito. En el caso de
Alemania, las demandas de pago se
materializaron en demandas de materias
primas españolas, aunque también
exigían frecuentemente el pago en
divisas[59].
En
vista
de
las
responsabilidades de Goering dentro del
gobierno
alemán,
no
puede
sorprendernos que fuera el primer
dirigente nazi en interesarse por las
materias primas españolas. Tres meses
antes del estallido del conflicto, Hitler
había ordenado a Goering que
investigara todas las posibilidades de
mejorar la cuestión de las materias
primas y las divisas extranjeras[60].
Como España producía varias materias
primas fundamentales, Goering llegó a
la conclusión de que el pago en dichas
materias podría beneficiar a la
economía alemana.
España producía una cantidad
considerable de pirita, que constituye
una importante fuente de azufre, así
como hierro, cobre, plomo y zinc[61]. En
1935, la producción de pirita en España
alcanzó los 2,5 millones de toneladas,
aproximadamente un 20 por 100 de la
producción mundial. Uno de los mayores
bienes de España era la mina de
mercurio de Almadén, que suministraba
aproximadamente el 80 por 100 del
mercurio mundial[62]. Además, España
contribuía con un porcentaje importante
a la producción europea de mineral de
hierro. España resultaba atractiva no
sólo por su producción de materias
primas, sino también por sus enormes
reservas de una gran variedad de ellas,
muchas de las cuales apenas habían sido
explotadas. En 1939, I. G. Farben
informó sobre la importante producción
de plomo y zinc de España así como
sobre el potencial de expansión de la
minería de estaño, volframio (tungsteno)
[63], oro, bismuto, antimonio y azufre[64].
Como consecuencia del creciente
interés por las materias primas
españolas, Goering ordenó en seguida
una ampliación de las funciones
originales de HISMA. Los factores
económicos tuvieron una gran influencia
en la apertura de nuevas sucursales de
HISMA. Un inmejorable ejemplo de esta
táctica de crecimiento es el caso de
Bilbao, centro de la región productora
de mineral de hierro en España. Allí se
estableció una nueva sucursal de
HISMA
en
agosto
de
1937,
inmediatamente después de la conquista
de esta ciudad vasca[65]. HISMA no sólo
ampliaba continuamente su ámbito
geográfico, sino que además aumentaba
su influencia, estableciendo relaciones
con individuos y organizaciones
implicados en la intervención alemana
en España.
La red organizadora de la
intervención alemana en España fue
cobrando forma a lo largo de agosto de
1936. El 25 de aquel mes, von Blomberg
ordenó el traslado inmediato a España
del teniente coronel Walter Warlimont
para actuar como representante de las
fuerzas armadas alemanas en el cuartel
general de Franco. Warlimont estaría al
mando de las fuerzas alemanas en
España y aconsejaría a Franco sobre
futuros suministros de material de guerra
alemán[66]. Su cargo en ese momento,
como director del departamento de
economía
del
Heeeswaffenamt,
contribuyó probablemente a su nuevo
nombramiento ya que una de las tareas
mencionadas en las órdenes de von
Blomberg hacía referencia a «la
salvaguarda de los intereses alemanes
en…
el
ámbito
económico»[67].
Entrevistado por Viñas, casi tres
décadas después de la Segunda Guerra
Mundial, Warlimont reveló jue le habían
dicho que la tarea económica
mencionada incluía el pago de los
suministros de material bélico alemán
con suministros de materias primas
españolas[68].
Tras su llegada a España el 5 de
septiembre de 1936, Warlimont se
percató rápidamente de que la creciente
magnitud del aspecto económico de su
misión exigía separarla de sus tareas
políticas y militares. A estas alturas, el
asunto del pago de los suministros
alemanes se había convertido en la
cuestión fundamental de la relación
económica entre el territorio nacional y
Alemania. Así, sólo dos semanas
después de su llegada, Warlimont
decidió trasladar todas las cuestiones
económicas a HISMA[69]. Después de
consultar al general Wilberg sobre esta
cuestión, informó a Goering de sus
conclusiones[70]. Esto condujo a la
celebración a finales de mes de una
reunión entre Goering, Warlimont,
Bernhardt
y
el
director
del
Wehrwirtschaftsstab, el general Georg
Thomas.
Además
de
sus
anteriores
exigencias, no especificadas, Goering
dejó claro a primeros de septiembre que
esperaba recibir una cierta cantidad de
materias primas a cambio de los
suministros de la Luftwaffe, valorados
en 15 millones de marcos, recibidos por
Franco antes de finales de agosto. En su
pedido incluía: cobre, zinc, estaño,
mineral de hierro y níquel, y
especialmente cobre de cemento y
pirita[71]. En la reunión, Goering decidió
fortalecer la posición de HISMA frente
a la Administración nacionalista,
elevándola
a
la
categoría
de
«representante
de
los
intereses
económicos de Alemania en la España
nacionalista»[72]. Se determinó que
HISMA continuaría haciendo las veces
de oficina de pagos de las fuerzas
alemanas en España, pero que por otro
lado sería independiente del mando
militar alemán allí[73]. La decisión de
Goering reflejaba el nivel de control que
ejercía
sobre
las
operaciones
intervencionistas
alemanas
en
España[74]. Además, constituía una
prueba del aumento de su autoridad
sobre la política económica alemana.
Cuando se celebró la reunión, Hitler ya
había anunciado el «Nuevo Plan
Cuatrienal» para la economía, cuyo
control fue inmediatamente usurpado por
Goering. A la hora de formalizarse el
plan con un decreto organizativo y
administrativo (el 18 de octubre),
Goering ya había nombrado a varios
Sonderbeauftragte
para
diversas
secciones en los sectores de materias
primas y divisas[75].
Las actividades económicas de
HISMA en la España nacional se
convirtieron en una faceta adicional del
control de Goering sobre las estrategias
económicas en Alemania. En el caso de
HISMA, recibió ayuda de Hess, quien
ordenó a miembros de la AO que
contribuyeran a la expansión de la
organización. Hess convenció a su vez a
Goering
para
que
nombrase
Gauamtsleiter y director adjunto de la
oficina de comercio exterior de la AO, a
Eberhard von Jagwitz[76], como su
representante autorizado para las
cuestiones económicas relacionadas con
España[77]. Así, Goering pudo contar
con el personal (miembros de la AO), y
la estructura organizativa necesaria
(HISMA) para tramitar los asuntos
económicos relativos a la España
nacionalista. Es más, la llegada de von
Jagwitz anunció la fundación de la
Rohstoff-Waren-Kompensation
Handelsgesellschaft AG (ROWAK), que
se encargaría de la parte alemana de la
relación económica. De nuevo, Goering
demostró su influencia en las relaciones
económicas de Alemania con la España
nacionalista. De hecho, el 9 de octubre
de 1936 la posición de control de
Goering fue refrendada por el general
Thomas en una reunión entre tres
funcionarios del Ministerio de Hacienda
del Reich (los subsecretarios Meyer y
Nasse y el Dr. Viets), Friedrich Bethke,
recién nombrado director administrativo
de la ROWAK y Eberhard von Jagwitz.
Thomas dejó claro que «la cuestión
española ya no es competencia de la
Wehrmacht, sino que debe ser asumida
por el general Goering y su personal. A
partir de ahora debe tratarse como un
asunto económico del Reich sobre el
cual sólo el general Goering tiene
capacidad para decidir»[78].
En el contexto de la reunión, Thomas
aludió al papel esencial de HISMA y
ROWAK, fundadas por orden de
Goering el 2 de octubre de 1936[79]. Con
la ayuda de HISMA/ROWAK, el Estado
nazi afianzó su control sobre las
relaciones económicas con la España
nacional. Al conceder ROWAK poder
legal a HISMA el 29 de octubre de
1936, el gobierno alemán demostró que,
aunque estaba registrada oficialmente
como una empresa española, HISMA
estaba enteramente al servicio del
régimen nazi. Las explicaciones
oficiales y semioficiales del momento
proporcionan varias razones que
explican por qué debió crearse una
organización homologa a HISMA en
Alemania. En primer lugar, en
septiembre HISMA se estaba volviendo
demasiado entusiasta en su intento de
exportar materias primas españolas a
Alemania.
Aunque
esto
podría
considerarse como un éxito de la
organización, creó problemas en
Alemania, ya que no se le encargó a
nadie la distribución de dichas materias
primas a empresas concretas[80]. En
palabras de un miembro de la
organización: «Mientras tanto, los
barcos que HISMA había cargado con
materias primas y enviado hacia
Alemania habían llegado al país. Pero
no
existía
ninguna
organización
responsable de la gestión, la utilización
y la contabilidad relativas al comercio
de materias primas»[81].
Además, la creación de una
organización central, controlada por el
Estado, podría ayudar al régimen nazi a
obtener beneficios financieros de la
importación de materias primas
españolas, algo que sin duda era de su
interés dado el creciente coste del apoyo
a Franco. Se hizo necesaria una
estructura
económica
claramente
organizada y definida para asegurarse
futuros beneficios económicos[82].
Los motivos políticos contribuyeron
a su vez al nuevo acuerdo. Los intereses
de las industrias privadas y los aspectos
que entraban en conflicto con otros
ministerios gubernamentales solían ser
ignorados o incluso suprimidos, en favor
del monopolio HISMA/ROWAK. Hasta
el verano de 1937, perduró el conflicto
entre Goering y las otras partes
interesadas, que se saldó finalmente a
favor de Goering por mediación de
Hitler. La posición de HISMA/ROWAK
permaneció intacta hasta el final de la
Guerra Civil.
Cuando en octubre de 1936 se fundó
ROWAK, dos directores ejecutivos,
Friedrich Bethke y Antón Wahle, estaban
inscritos en el registro oficial[83]. En
1938, Bethke siguió a von Jagwitz al
Departamento V del Ministerio de
Economía del Reich (RWM) donde este
último acababa de ser nombrado
director ministerial especial para el
comercio exterior[84]. Pero, como
director administrativo de ROWAK,
Bethke continuó supervisando la gestión
diaria de ROWAK mientras que von
Jagwitz siguió como director del comité
consultivo de ROWAK[85]. De hecho,
Bethke se convirtió en una de las
personalidades más importantes de
ROWAK —si no la más importante— y
siguió siéndolo hasta el final de la
Segunda Guerra Mundial.
En el otoño de 1936, Bethke y von
Jagwitz estaban aún atareados en la
creación de ROWAK. Justo después de
su fundación, la nueva organización tuvo
que enfrentarse con un creciente número
de responsabilidades. Una de las
primeras funciones de ROWAK fue la de
suministrar bienes imprescindibles a la
economía nacionalista, tales como el
carbón.
Dichas
operaciones
de
suministro, junto a la organización y
distribución de las materias primas
españolas que comenzaban a llegar,
llegaron a ser aspectos importantes en la
amplia área de responsabilidades de
ROWAK.
Como la España nacional no había
sido oficialmente reconocida por
Alemania (en el momento de la
fundación de ROWAK), resultaba
imposible establecer un acuerdo regular
de compensación o fijar un tipo de
cambio oficial estable. Por lo tanto,
ROWAK se fundó para gestionar la
financiación del comercio con la España
nacional y asumir la fluctuación del
cambio y los riesgos crediticios sufridos
por los productores alemanes de bienes
exportados a España. En suma, para
conseguir extraoficialmente lo que no se
podría haber logrado oficialmente[86].
Goering encargó a HISMA/ROWAK
organizar toda la relación comercial,
incluida la organización de un sistema
de compensación especial, entre
Alemania y el territorio nacional. Esta
gran tarea incluía la obtención de la
mayor cantidad posible de materias
primas españolas y, finalmente, a partir
de la primavera de 1937, la compra de
derechos de explotación minera en
España.
Con
la
ayuda
de
HISMA/ROWAK, el régimen nazi
pretendía claramente explotar a fondo la
dependencia de Franco de la ayuda
militar y económica alemana.
La fundación de ROWAK y las
instrucciones de Goering sobre el papel
de HISMA/ROWAK plantearon algunas
preguntas importantes: ¿Cómo se
incluiría ROWAK en la trama
organizativa que ya se estaba
encargando de la intervención en
España? Es más, ¿en qué ámbito del
Estado alemán se situaría dicha
organización? Legalmente, ROWAK
estaba subordinada a la Sección
Especial Sur del Departamento de
Exportación V del RWM[87]. Sin
embargo, antes de la dimisión de
Hjalmar Schacht como ministro de
Economía en noviembre de 1937 y de
que, por consiguiente, el ministerio
quedara por completo en manos de los
nazis, el RWM había ejercido tan sólo
una influencia limitada en los asuntos de
ROWAK. Inicialmente, los funcionarios
de
ROWAK
supusieron
—
equívocamente—, que HISMA/ROWAK
se ocuparía únicamente del comercio de
materias primas y que el sistema
HISMA/ROWAK constituiría tan sólo un
arreglo temporal[88]. De hecho, el RWM
tuvo que contentarse con ser una mera
tapadera administrativa para las
actividades de ROWAK. Bajo la
poderosa protección de Goering,
ROWAK tenía la facultad de actuar de
forma independiente. Finalmente, el 9 de
noviembre de 1936, el propio RWM
consolidó
la
posición
cuasimonopolística de ROWAK al
publicar una orden administrativa que
prohibía las ventas y compras privadas
en cualquier parte de España por parte
de cualquier otra organización[89].
Además, a finales de 1936, al parecer
Goering determinó también que los
ministerios de la Guerra y de Asuntos
Exteriores, debían «evitar futuras
injerencias en el proyecto español»[90].
Por otro lado, al Ministerio de Hacienda
del Reich (RFM), se le ordenó que
suministrara los fondos necesarios para
la fundación de ROWAK mediante la
concesión de un crédito puente inicial de
4 millones de marcos[91].
Inicialmente, por lo tanto, ROWAK
se incluyó oficialmente en el RWM. Sin
embargo, no fue hasta la dimisión de
Schacht cuando Goering permitió al
RWM asumir el control de ROWAK. De
hecho, los dos confidentes principales
de Goering en ROWAK, von Jagwitz y
Bethke, fueron ascendidos dentro del
RWM en 1938[92] para asegurar una
continuidad en la gestión de ROWAK.
En cualquier caso, la composición del
comité consultivo de ROWAK en junio
de 1940 demuestra que diversos
ministerios y organizaciones seguían
estando oficialmente involucrados con
ROWAK. Aparte del RWM, el
Ministerio de Hacienda del Reich, la
AO, el Reichswerke de Hermann
Goering y la Deutsche Revisions-und
Treuhand-AG
estaban
todos
representados en el comité[93]. De
hecho, el papel fundamental de
HISMA/ROWAK en la relación
económica con la España de Franco,
quedaba reflejado en la implicación de
dichos ministerios y organizaciones.
A finales de 1936, casi todas las
exportaciones de Alemania a España y
viceversa tenían que pasar a través del
«sistema de HISMA/ROWAK». A los
importadores españoles de bienes
alemanes se les permitía negociar
directamente entre ellos. Sin embargo, el
cierre de cualquier trato comercial tenía
que
efectuarse
a
través
de
HISMA/ROWAK, que generalmente le
cobraba una comisión al exportador
alemán. Los tipos de comisión
dependían de la clase de producto
exportado
y
podían
cambiar
«dependiendo de la clase y la magnitud
del pedido». En cuanto a las
exportaciones españolas a Alemania, se
permitía la importación de una cantidad
de bienes más limitada. Si una empresa
alemana quería importar algo desde
España, tenía que dirigirse a ROWAK
para asegurarse de que los bienes
solicitados pudieran ser liquidados a
través de la cuenta de HISMA/ROWAK.
Entonces la organización supervisaría
los tratos comerciales y cobraría de
nuevo una comisión por los servicios.
Así, los contactos comerciales entre
empresas alemanas y españolas se
incluían en una estricta red organizativa.
En la cuestión de los envíos de material
de guerra alemán a España, se aplicaba
un sistema un tanto diferente. Los
contactos entre el alto mando del
ejército (OKW) y ROWAK se llevaban
a cabo a través del Sonderstab W.[94] leí
general Wilberg. Los pedidos de
material de guerra de os nacionales se
enviaban desde el Sonderstab W. —o si
habían sido recibidos por HISMA,
desde allí— a ROWAK. Generalmente
ROWAK procedía de dos maneras
diferentes. Podía pasar el pedido a la
Asociación Exportadora de Material de
Guerra (AGK), siendo esta última
responsable de pasar el pedido a los
fabricantes de armas correspondientes, o
bien organizar los envíos desde los
almacenes de la Wehrmacht a través del
Sonderstab W.[95].
En
cualquier
transacción,
HISMA/ROWAK debía recibir una
importante compensación económica por
su participación. Por lo tanto, no debe
sorprendernos que la organización
defendiera celosamente su posición
cuasimonopolística. Cuasimonopolística
porque HISMA/ROWAK permitía tan
sólo una cantidad limitada de
transacciones sin su participación
directa; en algunos casos, por lo visto, a
cambio de un generoso pago de
comisiones. En un caso, Rheinmetall
llegó a pagarle a HISMA una comisión
leí 7,5 por 100 como recompensa por
«mantenerse al margen de un trato
comercial»[96].
Cuasimonopolística
también por permitir a un empresario
particular, Josef Veltjens, disfrutar de un
pequeño porcentaje del comercio entre
Alemania y la España nacional.
Veltjens consiguió permiso para
vender material de guerra directamente a
los rebeldes, aunque sus actividades se
mezclaron a menudo con las de
HISMA/ROWAK. Aunque, a partir de
febrero de 1937, sólo le estaría
permitido
oficialmente
suministrar
material de guerra que no fuera alemán,
Veltjens siguió suministrando armas
alemanas a la España nacional,
principalmente rifles y municiones.
Generalmente, obtenía estos suministros
de armas de ROWAK, aunque tenía
permiso para vendérselas a los
nacionalistas al precio estipulado por
él[97]. En cualquier caso, siguió siendo
una pieza relativamente poco importante
en el conjunto del mecanismo
intervencionista. El 30 de septiembre de
1937 ya había comprado 7,72 millones
de marcos de material de guerra de
ROWAK, mientras que el gasto total de
la intervención alemana ascendió a
246,92 millones de marcos, durante el
período comprendido entre el 1 de
agosto de 1936 y el 30 de septiembre de
1937. Aunque ROWAK no recibía
comisión alguna en sus transacciones
con Veltjens, la operación resultaba
lucrativa de todos modos, ya que
Veltjens tenía que pagar todos sus
pedidos en divisas extranjeras[98]. Esto,
añadido al hecho de que ROWAK
empleaba regularmente la empresa de
Veltjens para el transporte especializado
de explosivos[99], podría explicar por
qué las actividades de Veltjens fueron
toleradas una vez comenzadas sus
operaciones de suministro. Debido a su
papel oficial como la única «cámara de
compensación» en el comercio de
bienes entre la Alemania nazi y la
España nacional, HISMA/ROWAK
retenía en última instancia el control
sobre todas las transacciones, incluidas
las llevadas a cabo por Veltjens[100].
Mientras HISMA/ROWAK consentía
las actividades de Veltjens, la
organización en sí se encontró con una
gran oposición por parte de algunos
miembros del gobierno alemán. Cuando,
en noviembre de 1936, el Ministerio de
Asuntos Exteriores aportó al primer
representante oficial alemán ante el
régimen de Franco, el general Wilhelm
Faupel, la información necesaria sobre
la relación económica entre los dos
Estados, los funcionarios superiores del
ministerio mostraron claramente su
hostilidad al acuerdo existente y
reiteraron su confianza en que tan sólo
sería vigente durante un período de
transición[101]. HISMA/ROWAK, sus
partidarios en la AO y especialmente
Goering, se percataron de la
incomodidad que creaba a algunos
funcionarios superiores del ministerio el
papel influyente de la organización.
Obviamente no estaban dispuestos a
aceptar dicha oposición, por lo que
acabaría
produciéndose
una
controversia. En primer lugar y
especialmente, respecto al futuro del
acuerdo comercial hispano-alemán. El
acuerdo había entrado en vigor el 9 de
marzo de 1936 y caducaba el 31 de
diciembre de aquel mismo año[102]. El
problema surgió porque el acuerdo
comercial se transfirió automáticamente
a la relación económica con la España
nacional una vez Alemania hubo
reconocido al régimen de Franco como
gobierno legítimo de España el 18 de
noviembre[103].
Después del reconocimiento, pudo
darse una serie de pasos oficiales hacia
un nuevo acuerdo comercial por parte de
ambos. A finales de 1936, dichas
negociaciones supusieron una cierta
amenaza
a
la
posición
de
HISMA/ROWAK. Al menos, éste era un
cambio esperado por los opositores a
HISMA/ROWAK en Alemania y en la
España nacional. Al principio, el
problema quedó archivado por una
temporada al prorrogarse la validez del
acuerdo tres meses más, para dar a
ambas partes la oportunidad de planear
y luego iniciar las negociaciones[104].
Sin embargo, entre bastidores, la lucha
continuaba. Un memorándum del
Ministerio de Asuntos Exteriores
redactado a principios de enero de 1937
señalaba que la postura aparentemente
monopolística de HISMA/ROWAK
debía ser drásticamente limitada y que
se debían instaurar organismos normales
para realizar las liquidaciones[105].
Este creciente conflicto de intereses
en Alemania fue espoleado por la
intención de la administración franquista
de
«cerrar
un
acuerdo
intergubernamental de liquidación y de
bienes que contribuyera a regularizar el
comercio». Miembros influyentes del
Gobierno, incluido Nicolás Franco,
argumentaron que la situación financiera
de los nacionales mejoraría si las
materias primas españolas pudieran
venderse a cambio de divisas y no para
saldar las deudas con Alemania[106].
Después de todo, podrían saldarse las
deudas al finalizar la guerra. El 20 de
febrero de 1937, el general Francisco
Gómez, conde de Jordana y Souza,
reiteró ante la embajada alemana el
deseo de su país de normalizar las
relaciones comerciales con Alemania,
por lo menos en cuanto a la forma de
pago. El ministro de Asuntos Exteriores
de Franco se quejó de las comisiones
cobradas
por
las
transacciones
comerciales, así como del uso de
«intermediarios», aunque no mencionó a
HISMA/ROWAK por su nombre. A la
vez, Jordana sugirió el establecimiento
de un sistema comercial de transición,
basado en una cuenta Aski en la cual los
exportadores
españoles
pudieran
ingresar las sumas recibidas por sus
exportaciones y utilizar los mismos
fondos para el pago de las
importaciones[107].
El gobierno alemán reaccionó
organizando una reunión ministerial para
el 26 de febrero. Como parte de los
preparativos para esta reunión, Félix
Benzler, de la Sección Comercial del
Ministerio de Asuntos Exteriores,
elaboró un memorándum revelador.
Como cabía esperar, el principal tema
que había que discutir era un nuevo
acuerdo de liquidación que pondría en
peligro
«la
actual
posición
monopolística de HISMA/ROWAK». En
aquel momento destacaba Benzler,
HISMA/ROWAK contaba con el apoyo
absoluto de Goering. De hecho, la
organización recibió a su vez cierto
respaldo del Ministerio de Asuntos
Exteriores, con la reserva de que este
apoyo durara tan sólo hasta el final del
conflicto bélico en España. Schacht
apoyaba sin reservas un nuevo acuerdo
de liquidación y, por ende, estaba contra
la organización. Según Benzler, éste
recibía el apoyo de los Ministerios de
Hacienda y de Alimentación del Reich,
si bien este último pensaba adoptar la
misma postura que el Ministerio de
Asuntos Exteriores. Benzler concluyó
que la reunión estaba claramente
orientada a decidir sobre esta
importante cuestión, así como a resolver
algunas
de
las
desavenencias
mencionadas. Sin embargo, se coincidía
en la necesidad de convencer a Franco
para que accediera a un nuevo acuerdo
comercial que concediese mejores
condiciones
comerciales
a
Alemania[108]. Este nuevo acuerdo
comercial fortalecería supuestamente la
posición de Alemania, ya que si Franco
ganaba la guerra, los nazis no podrían
contar ya con que Franco siguiera
dependiendo de Alemania. Los intentos
por parte de Italia y Gran Bretaña de
cerrar acuerdos comerciales con la
Administración de Franco a finales de
1936 contribuyeron a acrecentar dicho
temor[109].
En esta reunión ministerial, Schacht
acordó sorprendentemente no presionar
en pos de un nuevo acuerdo de comercio
y liquidación con la
España
franquista[110]. No existen pruebas
definitivas sobre la decisión de Schacht.
Tan sólo podemos suponer que, ante el
apoyo creciente a la postura de Goering
entre los demás ministros, Schacht
accedió a ganar tiempo. Al final, el
resultado de la reunión dejó a
HISMA/ROWAK en una posición
consolidada, si bien persistía el
conflicto entre sus defensores y sus
detractores. En una conversación con
Karl Ritter en marzo de 1937, von
Jagwitz atacó a Wilhelm Ullman, del
Deutsche Uberseeische Bank (Banco
Alemán Transatlántico). Aparentemente,
Ullman se había dirigido al gobierno de
Franco para expresar la necesidad de
normalizar las relaciones comerciales
con Alemania. Von Jagwitz estaba
convencido de que había sido esta
«iniciativa no autorizada» la que, en
febrero, había motivado la petición de
Jordana de cerrar un nuevo acuerdo de
comercio y liquidación[111]. Aunque
parece bastante poco probable que un
empresario alemán particular pudiera
influir en el gobierno de Franco en una
cuestión de tal importancia, el episodio
sirve para demostrar la desconfianza
mutua entre los defensores y los
detractores de HISMA/ROWAK. Es
evidente que muchos empresarios
alemanes estaban preocupados por la
creciente intervención de nuevas
organizaciones,
tales
como
HISMA/ROWAK, y de determinados
funcionarios nacionalsocialistas en la
administración y la dirección del
comercio alemán. El caso de las
relaciones económicas de Alemania con
la España de Franco demostró ser un
buen ejemplo de este hecho.
Las
quejas
contra
estas
organizaciones
y
acuerdos
especiales[112] llevaron finalmente a
Jagwitz a elaborar una larga defensa de
HISMA/ROWAK en su memorándum
Durchsetzung nationalsozialistischer
Grundsätze in der Wirtschaft. Destacó
que España ofrecía un excelente ejemplo
de que era posible dirigir el comercio
exterior de Alemania de acuerdo a
principios
nacionalsocialistas.
La
industria alemana se había hallado
«indefensa»
ante
las
anómalas
circunstancias creadas por la Guerra
Civil española. Como había fracasado
claramente y como este fracaso había
infligido un daño enorme a la economía
alemana, había resultado absolutamente
necesario crear una organización capaz
de reaccionar de forma positiva ante
nuevas circunstancias. Al mismo tiempo,
esta nueva organización sería capaz de
conseguir cantidades insospechadas de
materias primas de España. Von Jagwitz
declaró que la industria alemana había
reaccionado de manera irresponsable a
la situación, enviando representantes a
la España nacionalista que debían
competir por la compra de bienes
españoles, así como por la venta de sus
propios productos. No se había pensado
en los problemas que esto pudiera
ocasionar. El principal argumento de
von Jagwitz contra esta actitud era que
una competencia sin restricciones tan
sólo contribuiría a elevar los precios de
los
productos
españoles.
Afortunadamente,
sin
embargo,
HISMA/ROWAK consiguió prevalecer
por encima del «egoísmo de la
economía libre». Von Jagwitz llegó a la
conclusión de que las empresas
alemanas habían reconocido ya la
necesidad de subordinarse al nuevo
sistema comercial y subrayó su
confianza
en
HISMA/ROWAK,
mencionando el éxito económico y
financiero de la organización[113].
El memorándum de von Jagwitz de
agosto de 1937 se convirtió en una
confirmación escrita del triunfo de su
organización frente a sus detractores[114].
En mayo, Franco había abandonado ya
su exigencia de un nuevo acuerdo de
liquidación. Por lo tanto, aceptaba
tácitamente el sistema HISMA/ROWAK
ya existente. La presión alemana sobre
Franco había surtido efecto[115]. Durante
las negociaciones de Burgos en
abril[116], la delegación alemana se
manifestó en contra del establecimiento
de relaciones comerciales directas entre
empresas particulares. En efecto, se le
advirtió a Franco que un rechazo del
sistema de liquidación existente tendría
consecuencias muy graves para la
financiación
del
suministro
de
materiales de guerra alemanes a
España[117]. La decisión del general
Franco de abandonar su exigencia de un
acuerdo
de
liquidación
puede
interpretarse como una reacción directa
a dicha amenaza. Las discusiones sobre
un nuevo acuerdo comercial concluyeron
en julio, con la firma de varios
protocolos importantes. En el primer
protocolo, firmado el 12 de julio, ambas
partes acordaron posponer un acuerdo
económico
global
mientras
prevalecieran las condiciones de guerra
reinantes[118].
Mientras que el primer protocolo
estaba dirigido hacia el futuro, el
segundo, firmado tres días después,
concernía a las cuestiones económicas
del momento. Ambas partes prometían,
caso de ser posible, suministrarse
mutuamente materias primas, alimentos y
productos manufacturados. El protocolo
se mantuvo de forma muy general, sin
entrar en acuerdos específicos respecto
al comercio[119]. El último protocolo se
centraba principalmente en la cuestión
de la deuda. Se decidió posponer una
decisión sobre el pago. El gobierno de
Franco accedió a suministrar a
Alemania materias primas como aval y
como parte del pago de la deuda.
Además, los españoles concedían a
Alemania el derecho de invertir en
intereses económicos en territorio
nacional. De hecho, el régimen aceptaría
el
establecimiento
de
empresas
españolas con especialistas y capital
alemán para encontrar y explotar
materias primas a condición de que
estas empresas siguieran cumpliendo
con la jurisdicción nacionalista.
Además, Alemania prometía ayudar a la
España franquista a reconstruir el país y
estimular la producción española[120].
Los tres protocolos parecían subrayar la
sólida postura del gobierno alemán.
Económicamente, la España franquista
parecía estar muy ligada a Alemania.
Por ahora, Franco tendría que aceptar la
expansión económica alemana en
España. Por otro lado, varias secciones
del protocolo se mantuvieron lo
suficientemente vagas como para
permitirle cierto margen a Franco. De
entrada, la cuestión de la deuda debía
solucionarse
en
negociaciones
posteriores. En segundo lugar, el
suministro de materias primas se dejaba
al arbitrio de Franco, aunque éste sin
duda siguió recibiendo presiones para
que cumpliera con las exigencias
alemanas. En tercer lugar, la intención
alemana de construir un imperio minero
debía cumplirse de acuerdo con las
leyes nacionales. Como se demostró
posteriormente, las leyes podían
alterarse con el fin de limitar la
expansión
económica
alemana.
Finalmente, Franco podía esperar que
una conclusión victoriosa de la Guerra
Civil y, con ello, un final de la
dependencia
militar
respecto
a
Alemania, le ayudaría a reducir la
influencia alemana en España.
Aunque se tratase sin duda de un
asunto crucial, el conflicto creado por su
mera existencia y su enorme influencia
sobre la relación económica entre
Alemania y la España franquista no fue
el único asunto con el que tuvo que
lidiar
HISMA/ROWAK
tras
la
fundación de ROWAK. Otros hechos
políticos y militares influyeron en la
organización. Uno de estos hechos fue la
decisión tomada por Hitler a finales de
1936 de incrementar la presencia militar
alemana en España, enviando una fuerza
militar de considerable envergadura, la
legión
Cóndor.
Hitler
estaba
profundamente decepcionado por el
lento progreso de las tropas nacionales,
sobre todo en su intento por conquistar
Madrid. Sin embargo, al Führer le
preocupaba más si cabe la estrategia
militar de Franco, que consideraba
equivocada[121]. Al final, Franco tuvo
que aceptar el envío de la legión para
poder
seguir
recibiendo
ayuda
alemana[122].
El primer contingente de tropas
partió de Stettin el 7 de noviembre. El
18 de noviembre, 92 aviones y más de
3800 soldados, además de tanques,
ametralladoras antiaéreas y material de
señalización,
habían
sido
ya
[123]
transportados a España
. El general
Hugo Sperrle fue nombrado primer
comandante de la legión, mientras que
Warlimont tuvo que volver a
Alemania[124]. Las tropas alemanas
destinadas ya en España se integraron en
la Legión Cóndor. Aunque la Legión
estaba dirigida por un comandante
alemán, éste estaba subordinado al
mando militar de Franco[125]. La Legión
Cóndor no superó nunca la cifra de unos
5600 hombres durante su participación
en la Guerra Civil[126].
Con respecto a la relación de
HISMA con la Legión, hay que destacar
el papel de Wilhelm Faupel. El día del
reconocimiento oficial del Gobierno de
Franco[127], Hitler nombró a Faupel
encargado alemán de negocios en la
España de Franco[128], a pesar de la
insistencia del Ministerio de Asuntos
Exteriores por enviar a uno de sus
diplomáticos, Eberhard von Stohrer, a la
España nacional. La AO había
convencido a Hitler de que nombrase a
Faupel y así el «embajador de la AO»
Faupel partió de Alemania como primer
representante oficial del país ante el
gobierno
de
Franco[129].
Según
Abendroth, la AO había llegado a
considerar España como territorio
propio. Después de todo, la intervención
de los miembros de la AO Bernhardt y
Langenheim había sido crucial para la
decisión de Hitler de intervenir en
España y Bernhardt se había convertido
en un personaje importante en tanto que
director de HISMA. Es más, muchos de
los directivos y el personal de ROWAK
eran miembros de la AO. Una vez
establecido su importante papel en la
relación económica entre ambos
Estados, la AO se mostró muy
interesada en ampliar su influencia hacia
el aspecto diplomático. Aunque Faupel
no era miembro de la AO, sus ideas y su
experiencia en Latinoamérica fueron
suficientes para convencer a la
organización de su utilidad[130]. Faupel
llegó a Salamanca el 28 de noviembre
de 1936 para encargarse de la
representación diplomática de Alemania
en la España de Franco. El Ministerio
de Asuntos Exteriores tuvo que
contentarse con nombrar a dos de sus
hombres, Schwendemann y Enge,
asesores diplomáticos y económicos de
Faupel. Warlimont asumió a su vez un
importante papel asesor, volviendo a
España como consejero militar de
Faupel[131].
Es evidente que el Ministerio de
Asuntos Exteriores alemán tuvo un papel
marginal en la intervención alemana en
España. Claramente, el partido nazi y
una de sus organizaciones, la AO,
llevaban la voz cantante. Aunque los
funcionarios de la embajada alemana en
la España nacionalista participaban en
la gestión diaria de la relación de
Alemania con el gobierno nacionalista,
las principales decisiones las tomaban
generalmente los cargos de la NSDAP,
especialmente Hermann Goering. Si bien
Goering no había contribuido a la
decisión inicial de intervenir en España
—una decisión tomada obviamente por
el propio Hitler—, consiguió granjearse
un papel dominante desde ese momento.
Esto resulta particularmente cierto en el
aspecto económico de la intervención de
Alemania y del desarrollo de una
relación económica con la España
nacionalista[132]. No hay pruebas de que
Goering consultase a Hitler al otorgar a
HISMA un papel fundamental en la
relación económica entre el territorio
nacional y Alemania, en otoño de 1936.
Como parte de esta expansión, Goering
decidió transferir a los miembros de la
AO a HISMA, y poco después, a la
ROWAK, que debía su existencia
únicamente a la decisión de Goering.
Después de las resoluciones
iniciales,
Goering
siguió
muy
involucrado en el desarrollo futuro de
HISMA/ROWAK. No sólo trasladó a la
organización el control de toda la
relación económica y del sistema de
liquidación entre la Alemania nazi y la
España nacionalista, sino que intervino
a su vez contra el intento de injerencia
de los oficiales alemanes opuestos al
nuevo sistema. Aunque el RWM estaba
nominalmente
a
cargo
de
HISMA/ROWAK, la autoridad residía
en última instancia en Goering. En la
crucial reunión ministerial de principios
de 1937, Goering evitó que se produjese
cualquier alteración en el sistema de
HISMA/ROWAK por parte de sus
detractores. La defensa del sistema por
parte de Goering eludía incluso las
exigencias de la España nacionalista en
favor de una normalización de las
relaciones comerciales. Se había
convencido de la utilidad de
HISMA/ROWAK para los intereses
alemanes, pero también para sus propias
ansias de poder. No hay pruebas de que
Hitler recelara en ningún momento de
las decisiones de Goering o de que
interviniera activamente en favor de los
opositores al sistema HISMA/ROWAK.
Después de su decisión inicial de
apoyar a Franco, Hitler tan sólo
intervino en otras dos ocasiones en
1936, primero cuando decidió en agosto
continuar y ampliar la intervención de
Alemania y, más tarde, cuando ordenó la
creación de la Legión Cóndor en
octubre. A finales de 1936, sin embargo,
y durante el resto de la Guerra Civil,
Goering siguió firmemente a cargo de la
intervención alemana en España, en el
aspecto económico entre otros, a través
de HISMA/ROWAK. De hecho, Goering
llegó a confiar en que HISMÁ/ROWAK
le permitiría obtener el máximo
beneficio económico de la intervención
alemana en España. Aunque su intento
de someter económicamente España a la
Alemania nazi fracasó, e HISMA se vio
privada de su papel influyente a lo largo
de
1939,
ROWAK
continuó
desempeñando un papel fundamental en
la relación económica entre la Alemania
nazi y la España de Franco hasta el final
de la Segunda Guerra Mundial.
4
«ESTAMOS CON
VOSOTROS»:
SOLIDARIDAD Y
EGOÍSMO EN LA
POLÍTICA SOVIÉTICA
HACIA LA ESPAÑA
REPUBLICANA, 19361939[1]
DENIS SMYTH
El 3 de agosto de 1936, una multitud de
unas 150 000 personas abarrotaba la
Plaza Roja de Moscú. Fue una obrera de
la fábrica Aurora Roja, E. Bystrova,
quien con mayor elocuencia expresó el
motivo de la concentración:
Nuestros corazones están con los que
en este momento sacrifican sus vidas en
las montañas y calles de España,
defendiendo a libertad de su pueblo.
Mandamos nuestro saludo de fraternal
solidaridad, nuestro saludo proletario a
los obreros y obreras le España, a las
esposas y las madres españolas, a todo
el puedo español. Y os decimos:
recordad que no estáis solos, que
estamos con vosotros[2].
Aunque el periodista del Pravda,
Mijail Koltsov aseveraba que la
manifestación de Moscú no había sido
planeada previamente y que había sido
organizada sobre la marcha, los
observadores diplomáticos extranjeros
estaban seguros de que reflejaba la
postura oficial soviética del momento
respecto a la reciente rebelión militar
contra la República española[3]. En
efecto, el embajador de la República
española en la Unión Soviética, el
doctor Marcelino Pascua, recordó a su
gobierno en diversas ocasiones, durante
su destino en Moscú a partir de octubre,
que la «opinión pública» soviética
estaba tan «absolutamente dirigida y
controlada» que se podía confiar
plenamente en ella como una fiel
muestra de las inclinaciones e
intenciones del régimen soviético[4]. Era
además innegable la inspiración oficial
soviética de esta primera expresión
práctica de la supuesta solidaridad
espontánea del proletariado ruso con la
hostigada República Española. El
Consejo Central de Sindicatos organizó
colectas en todas las fábricas soviéticas
para ayudar a los «combatientes
españoles por la República». Se
comunicó que la respuesta de los
obreros soviéticos a esta llamada de
apoyo a la democracia en España fue tan
entusiasta que se aprobó de manera
unánime una contribución «voluntaria»
de un porcentaje idéntico de sus sueldos,
0,5 por 100 deducible en origen. El 6 de
agosto, la recaudación ascendía ya a
12 145 000 rublos (500 000 libras
esterlinas aproximadamente) y a
47 595 000 a finales de octubre[5]. Este
recurso
financiero
se
tradujo
rápidamente en ayuda humanitaria para
España. El 18 de septiembre, el primer
buque soviético enviado a la España
republicana, el Neva, zarpó con un
cargamento de víveres. Le siguieron
otros buques soviéticos en un esfuerzo
por enviar ayuda en forma de alimentos
a la populosa zona republicana que se
extendía por el centro y este
peninsulares y que se había visto
privada de su región interior agraria al
sur y norte del país por el rápido avance
de los rebeldes sobre Madrid[6].
Sin embargo, la España republicana
necesitaba algo más que medios para
sobrevivir físicamente, puesto que el
ejército de África liderado por Franco
avanzaba ya hacia la capital en el otoño
de 1936. Madrid era sin lugar a dudas,
como dijo Auden, «el corazón», pero
para mantenerlo vivo había que ejercitar
los músculos de la guerra moderna[7].
De nuevo, la Unión Soviética se mostró
dispuesta a proporcionar esta vital
ayuda al esfuerzo bélico de la República
española. Durante el otoño y el invierno
de 1936-37, veintitrés buques mercantes
soviéticos, cargados de material militar,
armas y municiones zarparon de los
puertos del Mar Negro en dirección a
España, mientras otras remesas de
municiones cruzaban la frontera
pirenaica ilegalmente. Las tripulaciones
de los aviones y tanques soviéticos
ayudaron al nuevo ejército republicano a
emplear el material con tanta destreza
que se consiguió salvar Madrid, se
obtuvo una victoria defensiva en el
Jarama en el mes de febrero y se puso en
fuga al Corpo Truppe Volontarie italiano
en Guadalajara en marzo de 1937[8]. Es
más, las Brigadas Internacionales
reclutadas y entrenadas a instancias de
Moscú por el Comintern y sus
organizaciones
«en
el
frente»
demostraron ser un grupo más que
aceptable de tropas de «choque» en las
batallas que salvaron Madrid. Además,
parecían ser la auténtica encarnación del
empeño de «la madre patria de la clase
obrera de todas las naciones» (como
Stalin describió a la URSS en enero de
1934) por honrar su obligación de
defender el Frente Popular español
contra la reacción local y contra la
intervención fascista extranjera[9]. En
efecto, Yusif Stalin, el secretario general
del Partido Comunista de la Unión
Soviética, declaró que era precisamente
esta conciencia de clase internacional la
que había llevado a Rusia a apoyar a los
acosados republicanos españoles. En un
telegrama dirigido a José Díaz,
secretario general del Partido Comunista
de España (PCE), publicado en octubre
de 1936, Stalin hizo la siguiente
declaración:
Los trabajadores de la Unión Soviética
no hacen más que cumplir con su deber
al prestar toda la ayuda que pueden a las
masas revolucionarias de España. Son
plenamente conscientes de que la
liberación de España del yugo de los
reaccionarios fascistas no es una
preocupación
exclusiva
de
los
españoles, sino la causa común de toda
la humanidad progresista que mira hacia
el futuro[10].
Casi cuarenta años después, la
entonces presidenta del PCE, Dolores
Ibárruri, la Pasionaria, repetía la idea de
Stalin de que había sido el
internacionalismo desinteresado el que
indujo a la URSS a intervenir en el
conflicto español: «Declaraba desde el
primer momento de la lucha que la causa
de la República española era la de toda
la
humanidad
progresista
y
[11]
esperanzada» .
Dejando de lado, por el momento, el
análisis de la Pasionaria sobre los
motivos subyacentes a la intervención
soviética en España, hay que señalar
que su memoria falla en cuanto a las
fechas, ya que el mismo 29 de julio de
1936 habiéndose producido la revuelta
militar contra la República en la noche
del 17-18 de julio, ella misma había
hecho un llamamiento a todos los países
para que salvaran la democracia
española, y hasta esta fecha, el Gobierno
soviético no se había pronunciado
claramente en favor de la España
republicana, ni en palabras ni en
actos[12]. De hecho, el mismo día de la
petición urgente de ayuda por parte de la
Pasionaria a la comunidad internacional,
el embajador británico en Moscú,
vizconde Chilston, informó que la
prensa soviética, bajo control oficial,
había demostrado un «gran» pero «no
comprometido interés» en la Guerra
Civil española, desde el comienzo de la
misma. A su vez comentó el rechazo
tajante de la prensa soviética a la
acusación franquista de que un petrolero
ruso había apoyado el ataque de una
unidad de la flota republicana contra la
costa marroquí, controlada por los
rebeldes:
El gobierno español nunca ha pedido
ayuda a la Unión Soviética y estamos
convencidos de que en su propio país
encontrarán las fuerzas suficientes para
liquidar este motín de generales
fascistas que actúan bajo las órdenes de
países extranjeros[13].
Es más, el encargado de negocios
italiano en Moscú, Vicenzo Berardis,
estaba convencido, ya desde el 23 de
julio, del recelo soviético ante las
inquietantes noticias provenientes de
España:
Un portavoz (de los líderes soviéticos)
acaba de confirmar que en el Kremlin
están perplejos y muy molestos por los
acontecimientos en España y que bajo
ninguna circunstancia el gobierno
soviético se inmiscuiría en los asuntos
internos de la península, donde tiene
todo que perder y nada que ganar.
También ha confirmado, con cinismo,
que Moscú no pasaría de la publicación
de un artículo o dos expresando una
platónica solidaridad y evitando la
adopción
de
cualquier
postura
[14]
oficial .
El mismo diplomático italiano
informó a Roma el 6 de agosto que «el
gobierno soviético se ha esforzado al
máximo en comprometerse lo menos
posible en la cuestión española»[15].
Pero los acontecimientos que habían
de producir el cambio final de postura
en la política soviética respecto a la
Guerra
Civil
española
también
comenzaron el 29 de julio de 1936. Ese
día, el primer avión de un contingente de
veinte Junker 52 alemanes aterrizó en el
Marruecos español y entró en acción de
inmediato, transportando a las ropas de
Franco sobre el estrecho de Gibraltar,
que estaba dominado por la flota
republicana española. El 30 de julio,
tres de los doce bombarderos SavoiaMarchetti S.81 enviados por Mussolini
para aumentar esta remesa aérea se
estrellaron en ruta, dos de ellos en
territorio francés de Marruecos[16].
Había surgido la noticia de la
intervención fascista en el conflicto
español, en favor de los rebeldes[17].
Según el despacho de Chilston dirigido
al Foreign Office británico con fecha 10
de agosto de 1936 fue la «acumulación
creciente de pruebas sobre el hecho de
que los dos principales “Estados”
fascistas estaban ayudando activamente
a los insurrectos» lo que impelió al
gobierno soviético a abandonar la
postura «correcta y neutral» que había
mantenido durante los primeros quince
días de la Guerra Civil española[18]. La
manifestación del 3 de agosto en Moscú,
ya mencionada, y otras concentraciones
similares celebradas por toda la Unión
Soviética, así como la colecta de fondos
para la España republicana, debían
simbolizar el descontento del Estado
comunista ante la evidencia de una
intervención fascista extranjera en el
conflicto español. Aun así, la respuesta
soviética seguía siendo bastante cauta,
ya que, aunque algunos miembros del
Comintern defendían un apoyo soviético
y comunista internacional a la España
republicana, el agregado militar francés
en Moscú, teniente coronel Simón,
informó a París de la existencia de un
«grupo moderado», al cual pertenecía
Stalin, que quería evitar cualquier
intervención en el conflicto español,
«para no provocar una reacción de
Alemania e Italia»[19]. En efecto, el
gobierno
soviético
respondió
rápidamente al proyecto anglofrancés de
un acuerdo internacional de no
intervención en España, afirmando su
voluntad de adherirse al principio de no
intervención en los asuntos internos de
España[20]. El encargado de negocios
italiano en la Unión Soviética, Berardis,
tuvo la impresión de que «la iniciativa
francesa de un acuerdo de no
intervención en España ha sido recibida
con gran alivio», ya que eximía a Moscú
de tener que elegir entre abandonar a la
izquierda española o contribuir a
precipitar una guerra europea[21].
Al suscribir, el 23 de agosto de
1936, el acuerdo de no intervención en
España, que prohibía el suministro de
armas a las dos partes en conflicto, la
Unión Soviética estaba apoyando un
plan que le negaba al Frente Popular
republicano su derecho, de acuerdo a las
leyes internacionales y como gobierno
legítimo del país, de adquirir del
extranjero los medios necesarios para
sofocar la rebelión interna contra el
gobierno[22]. Es más, como declaró el
encargado de negocios francés, Payart,
en el Quai d’Orsay el 3 de septiembre
de 1936, la adhesión soviética al pacto
de no agresión suponía una victoria de
«las ideas constructivas del señor Stalin
en este momento». Aunque había
provocado una violenta oposición en el
seno del Partido Comunista de la Unión
Soviética, finalmente prevaleció la línea
de participación en el acuerdo de no
intervención propugnada por Stalin.
Inspirada por «los dos principios de
solidaridad europea y la coexistencia
pacífica entre los pueblos», esta
«política
positiva»
de
Stalin
representaba un deliberado abandono
por parte de «la madre patria de la clase
obrera de todas las naciones» del deber
de ayudar a su progenie proletaria en
momentos de necesidad[23].
La Unión Soviética tampoco se
adhirió
a
las
potencias
no
intervencionistas para poder ayudar
mejor a sus camaradas en España
durante todo el tiempo que fuera
posible, como hicieron la Italia fascista
y la Alemania nazi. Algunos expertos
militares soviéticos y quizás algunas
pequeñas remesas de armas cortas
soviéticas llegaron a la España
republicana
durante
los
días
inmediatamente posteriores a la
suscripción soviética del pacto de no
intervención. Sin embargo, el primer
envío a gran escala de suministros
militares soviéticos no llegó a España
hasta el 15 de octubre, día en que el
Komsomol atracó en Cartagena[24]. Es
más, esta ruptura del acuerdo no se
produjo hasta que el Kremlin advirtió al
comité de no intervención, con base en
Londres, que «si las violaciones del
acuerdo de no intervención no [son]
frenadas inmediatamente, el gobierno
soviético se considerará liberado de las
obligaciones emanadas del acuerdo»[25].
Un editorial de Izvestiya del 26 de
agosto de 1936 había explicado la
participación soviética en el acuerdo de
no intervención diciendo que esta línea
«está sin duda dirigida al cese de esta
ayuda [fascista] a los rebeldes, así como
a garantizar la no participación de otros
países en los asuntos españoles»[26]. Si
se demostraba que el acuerdo de no
intervención era efectivo, la Unión
Soviética
estaba
aparentemente
dispuesta a defenderlo. Si, por el
contrario, el acuerdo no lograba separar
a los franquistas de sus proveedores
fascistas, entonces Moscú estudiaría
otros modos y métodos para alcanzar sus
objetivos políticos en España.
El encargado de negocios italiano en
Moscú definió este objetivo soviético en
los siguientes términos el 13 de agosto
de 1936: «los círculos dirigentes
soviéticos han condicionado su actitud
fundamentalmente a conseguir a paz, que
es su principal meta»[27]. Desde el
momento de su llegada a Moscú, el 7 de
octubre de 1936, el representante de la
República española, Pascua (a quien se
le concedió un acceso privilegiado al
Kremlin, vetado a todos os demás
diplomáticos occidentales en este
período), consiguió acumular pruebas
directas suficientes para llegar a esta
misma conclusión sobre el principal
propósito le la política soviética.
Pascua informó a su gobierno en enero
de 1937 de que los líderes soviéticos se
habían dado cuenta de que necesitaban
«varios años de paz para que la URSS
pudiera desarrollar sus ingentes planes
domésticos [que eran] de suma
importancia para la misma y para el
mundo sociopolítico; así como para
consolidar y perfeccionar su todavía
inmaduro poder militar». Pascua
sostenía que los comunistas soviéticos
habían relegado el omento de las
revoluciones marxistas en el extranjero
a un papel secundario en su estrategia
internacional:
La actual política de la URSS está
dominada por la idea de la construcción
socialista de este país […] la
construcción socialista de la URSS
tiene absoluta prioridad sobre todo lo
demás, no sólo como tarea presente,
sino como una cuestión decisiva para el
futuro del socialismo. Éste es […] el
eje de la cuestión en lo concerniente a
los soviéticos[28].
Pascua había percibido la naturaleza
esencial de la política exterior
estalinista:
la
construcción
del
«socialismo en un país», o sea la Unión
Soviética, era considerada como un
asunto de la máxima importancia, no
sólo para los obreros rusos sino también
para el proletariado del mundo entero.
De este modo, se reconciliaba la
preeminencia de la razón de Estado en
la política exterior soviética con el
internacionalismo revolucionario. Para
completar la masiva transformación
socioeconómica de la URSS a través de
los planes quinquenales, los comunistas
soviéticos necesitaban una vida
internacional tranquila, quedar libres de
la distracción exterior y de la
interrupción extranjera. La paz y la
seguridad eran sus principales objetivos
internacionales. La protección de su
gigantesco ejercicio de ingeniería
socioeconómica era, según reconocía
Pascua, el factor que condicionaba
cualquier maniobra de política exterior
emprendida por el gobierno soviético:
«toda la actividad política está siendo
subordinada a la tarea colosal y esencial
de los líderes soviéticos»[29]. El
gobierno
soviético
evaluaba
el
problema español de acuerdo con esta
jerarquía de prioridades políticas.
Pascua llegó incluso a la conclusión de
que la misma guerra de España
constituía tan sólo un asunto menor
dentro de los cálculos internacionales de
Moscú[30]. El único criterio de
importancia estratégica aplicado con
claridad por el Kremlin a mediados de
los años treinta en los asuntos
internacionales era el posible impacto
de un conflicto extranjero contra la
seguridad de una tierra donde se
estuviera construyendo el socialismo.
Berardis discernió a su vez este punto, y
el 20 de agosto de 1938 visó a su
ministro de Asuntos Exteriores,
Galeazzo Ciano, de que la razón por la
cual la URSS deseaba con tanta
vehemencia llegar a un acuerdo de no
intervención en España era su «temor a
las complicaciones internacionales»[31].
Tal era la gran perspectiva estratégica
desde la que se formulaba la política
soviética respecto a la Guerra Civil
española.
El embajador soviético en Londres,
Ivan Maisky, trató de dejar claro este
punto ante el secretario del Foreign
Office británico, Anthony Edén, el 3 de
noviembre
de
1936.
En
una
conversación con Edén, Maisky le
ofreció lo que él mismo denominó como
una «exposición de los motivos, que
habían movido al gobierno soviético en
el conflicto español»:
Él [Maisky] afirmaba enfáticamente que
la simpatía declarada del gobierno
soviético hacia el español no se debía a
su intención de establecer un régimen
comunista en este país. Yo [Eden]
resalté que el embajador no tenía por
qué sorprenderse si otra gente tenía
opiniones diferentes sobre el objetivo
declarado de los creadores del
comunismo de hacer universal su
método de gobierno. El embajador
contestó que sin duda era éste su
objetivo último, pero que quedaba muy
lejos —nadie pensaba en Rusia que
fuera a cumplirse, digamos, en el
transcurso de nuestra vida— y que la
intención del gobierno soviético de
ayudar al gobierno español era mucho
más inmediata que eso… el gobierno
soviético estaba convencido de que si el
general Franco llegaba a ganar, el
empuje que esto supondría para
Alemania e Italia sería suficiente para
acercar la fecha de una nueva agresión
activa —esta vez quizás en Europa
Central u Oriental. Ésta era una
situación que Rusia quería evitar a toda
costa y era la razón principal por la que
deseaban que el gobierno español
ganase esta contienda civil[32].
El experto en asuntos soviéticos del
Foreign Office, Laurence Collier, aceptó
«la explicación de Maisky sobre las
motivaciones de su gobierno» como
«acertada en general»[33]. La política
española de Stalin se integraba en la
estrategia internacional soviética en su
conjunto. Fue el alcance estratégico
general de la intervención fascista en
España lo que provocó la preocupación
soviética por dicho país y su
consiguiente intervención[34].
El Kremlin llevaba bastante tiempo
alarmado
por
la
aparentemente
endémica hostilidad de la Alemania nazi
hacia el Estado soviético y, como le
había comunicado Maisky a Edén,
Moscú quería frustrar cualquier éxito de
Hitler en España que pudiera animarle a
aventurarse hacia el este. La Unión
Soviética ya se había movilizado
alterando su propio curso ideológico y
diplomático durante 1934-35 para
contrarrestar la amenaza potencial a su
seguridad que suponía el bloque de
Estados reaccionarios formado por
Alemania, Italia y Japón. Abandonando
el sectarismo político y el aislacionismo
revolucionario, Stalin había buscado
aliados antifascistas entre los partidos y
Estados democráticos burgueses[35]. El
resultado principal del esfuerzo por
crear un frente popular a nivel
internacional
fue
el
Tratado
Francosoviético de Ayuda Mutua del 2
de mayo de 1935, mediante el cual
ambas potencias prometían efectuar una
consulta conjunta «inmediata» en caso
de que cualquiera de las dos resultase
«amenazada o bajo peligro de una
agresión» y también prometieron
prestarse
ayuda
y colaboración
«mutuas» en caso de «una agresión no
provocada por parte de un Estado
europeo» contra cualquiera de los dos
países[36]. Aunque la resistencia por
parte de la derecha francesa a que su
país se vinculara con la Rusia comunista
retrasó la ratificación parlamentaria del
acuerdo hasta marzo de 1936, a
confirmación del mismo fue seguida
poco después por la victoria electoral
de la coalición del Frente Popular
francés, bajo la dirección de Léon Blum.
Esta feliz coincidencia parece que
volvió a despertar el interés soviético
en celebrar una convención militar con
Francia que desarrollase su asociación
diplomática hasta el punto de conseguir
una alianza militar de hecho. Los líderes
soviéticos defendieron este proyecto con
especial ahínco desde principios del
verano de 1936 hasta la primavera de
1937, el mismo período en el cual
tuvieron también que definir sus líneas
fundamentales en política exterior con
respecto a la Guerra Civil española. La
esperanza de que Francia pudiera
convertirse en socio militar de Rusia era
la principal influencia positiva (y, por
supuesto, estaba claramente conectada
con la principal preocupación de la
política soviética en ese momento, la
inquietud respecto a la Alemania de
Hitler) que afectó a la actitud de Moscú
frente a la Guerra Civil española,
durante los meses cruciales de finales de
1936 y principios de 1937. Las
esperanzas de una alianza del Kremlin
con Francia
no
se
frustraron
definitivamente hasta la elaboración
soviética de una línea política estable
respecto a España, debido a la
oposición en el seno del gobierno
francés y del estado mayor del
Ejército[37].
Fue por tanto la preocupación
soviética por proteger la posición
estratégica de su potencial aliado,
Francia, la que produjo los cambios en
la política rusa hacia España en las
vitales fases iniciales de la guerra civil
en este país. Así, según los datos
aportados por los informadores a la
Prefectura de Policía de París, el 25 de
julio de 1936, el gobierno soviético
había advertido a sus representantes que
se abstuvieran de cualquier muestra de
solidaridad con la España republicana
que pudiera colocar a Francia en una
situación incómoda ante Inglaterra,
poniendo así en peligro los planes de
Stalin de formar un bloque antinazi[38].
Del mismo modo, el vizconde Chilston
se dio cuenta de que era precisamente
esta preocupación la que había inducido
a Moscú a abandonar su actitud
inicialmente distante hacia el conflicto
español. El 10 de agosto de 1936, el
embajador británico comunicó a su
gobierno la refutación de Karl Radek,
publicada en Izvestiya el 4 de agosto, de
la acusación nazi de que Moscú se había
implicado en la guerra de España:
Cuanto más gritan los fascistas
alemanes sobre la intervención
bolchevique o francesa en España, tanto
más obvio parece que se están
preparando para una acción seria, no
sólo contra España, sino también contra
Francia.
Chilston hizo resaltar la importancia
de esta última afirmación con el
siguiente comentario:
Esta última frase revela claramente el
fondo del problema del gobierno
soviético. Lenin profetizó hace tiempo
que España sería la primera en seguir
los pasos de Rusia, pero España y la
revolución mundial pueden esperar;
mientras tanto, cualquier amenaza
contra Francia supone, un peligro para
la Unión Soviética[39].
Los soviéticos no tardaron en
percatarse de que el conflicto español
podría suponer un grave peligro para
Francia. El 14 de agosto de 1936 el
diario Pravda publicó un editorial de
esta guisa:
Es absolutamente esencial someter a
una seria consideración las posibles
consecuencias de los acontecimientos
en España para el futuro, la
independencia y la seguridad de
Francia[40].
Un régimen fascista en España, en
alianza con Hitler o Mussolini, o con
ambos, podría suponer una amenaza
militar a lo largo de la anteriormente
segura frontera pirenaica e incluso
podría llegar a interrumpir las vías de
comunicación metropolitanas con el
norte de África francés, adonde se
habían destinado numerosos efectivos
militares en tiempos de paz en Europa.
Como se ha mencionado anteriormente,
el gobierno soviético firmó en efecto el
acuerdo internacional de no intervención
en España a finales de agosto de 1936, a
pesar de la alarma creciente respecto a
las posibles repercusiones de una
victoria fascista allí. Sin embargo, como
declaró el comisario popular para
Asuntos Exteriores, Maxim Litvinov,
ante la Liga de las Naciones el 8 de
septiembre de 1936, «el gobierno
soviético se ha sumado a la declaración
de no intervención en los asuntos
españoles sólo porque una potencia
amiga [es decir Francia] temía el
estallido de un conflicto internacional de
no acordarse ésta»[41]. Reconociendo
que el gobierno del Frente Popular de
Blum estaba demasiado dividido en la
cuestión de la ayuda a la República
Española como para tomar medidas
prácticas con el fin de salvaguardar los
intereses estratégicos franceses en
España, los soviéticos se manifestaron a
favor del acuerdo de no intervención
con la esperanza de que el plan surtiera
el efecto deseado de contener el
conflicto, acabando con la ayuda
fascista extranjera a Franco. No
obstante, cuando la continua ayuda ítalogermana llevó a los insurrectos
españoles al borde de la victoria a
finales de septiembre y principios de
octubre de 1936, el gobierno soviético
se decidió a intervenir para salvar a la
España republicana al darse cuenta de
que el gobierno francés estaba
demasiado
paralizado
por
las
disensiones internas respecto a España
como para adoptar alguna resolución en
favor de su propia protección[42]. Stalin
dejó claro que su determinación de
defender a Francia era el único motivo
tras su intervención en España, cuando
discutió el asunto con Pascua a
principios de 1937:
España, según ellos [los líderes
soviéticos] no es apta para el
comunismo, no está preparada para
adoptarlo y menos [aún] para que le sea
impuesto, y tanto si lo adopta como si
se le impone no podría durar, rodeada
como está de regímenes burgueses
hostiles. Al oponerse al triunfo de Italia
y Alemania, tratan de prevenir cualquier
debilitamiento del poder francés y de su
situación militar[43].
Es más, el factor decisivo que
impelió a la URSS a involucrarse en el
conflicto español fue la conciencia de
que no sólo se defendería a Francia, el
eje del embrionario sistema defensivo
soviético, sino que se ampliaría un
sistema de defensa colectivo que
abarcaría otras potencias democráticas,
especialmente Gran Bretaña. La defensa
de la España republicana contra la
agresión fascista podría constituir una
base sólida para la cooperación entre la
Unión Soviética y las democracias
occidentales, una asociación eficaz que
podría transformarse en una alianza
militar en toda regla con Gran Bretaña y
Francia, haciendo así realidad los
planes generales del Kremlin para la
protección de la Rusia comunista ante la
Alemania nazi. Sin duda era éste el
deseo expresado por el embajador
soviético en Alemania, Yakob Z. Suritz,
en una carta enviada a Moscú el 12 de
octubre de 1936: «Es posible que
nuestra decisiva declaración sobre la
cuestión española tenga una influencia
positiva y conduzca a la consolidación
de los elementos opuestos al
fascismo»[44].
El papel de los consejeros
soviéticos y los comunistas españoles a
la hora de restringir, invertir e incluso
reprimir el proceso revolucionario
dentro de la zona republicana de España
parece poder explicarse, en parte al
menos, por la determinación de Stalin de
que el régimen español presentase una
imagen
moderada,
burguesa
y
democrática
ante
los
políticos
capitalistas de Gran Bretaña y Francia,
en caso de que se decidieran a organizar
una operación de rescate conjunta anglofranco-soviética en su defensa. Stalin
aconsejó al respecto al jefe de gobierno
socialista de la España republicana,
Francisco Largo Caballero, en una carta
fechada el 21 de diciembre de 1936:
La pequeña y media burguesía urbana
debe ser atraída hacia el lado del
gobierno. […] Los líderes del Partido
Republicano no deben ser repudiados; al
contrario, deben ser ganados, atraídos
hacia la causa del gobierno, persuadidos
de que se pongan a trabajar para el
gobierno… Esto es crucial si queremos
evitar que los enemigos de España la
presenten
como
una
república
comunista, y evitar así una intervención
abierta en su contra, que es el mayor
peligro al que se enfrenta la España
republicana[45].
Por otro lado, una República
española radical asustaría a los
conservadores en Gran Bretaña y
Francia, cuya cooperación buscaban los
soviéticos para una acción conjunta ante
la Guerra Civil, con el propósito
inmediato de salvar a la España
republicana, pero con otra intención más
importante, que era la de obtener la
participación anglo-francesa en un
bloque antinazi que garantizase la
seguridad estratégica de la URSS. En
efecto, el nuevo embajador francés en
Moscú, Robert Coulondre, advirtió
explícitamente a los funcionarios
soviéticos, Litvinov incluido, en varias
ocasiones entre finales de noviembre y
principios de diciembre de 1936, que el
triunfo de los anarquistas y los
comunistas en España tendría efectos
adversos
en
las
relaciones
francosoviéticas[46]. De hecho algunos
republicanos españoles perspicaces
observaron una clara desgana por parte
soviética en lo tocante a contribuir a su
causa en una escala mayor que la que los
franceses y los ingleses pudieran tolerar
o incluso apoyar. Así, el presidente de
la República española, Manuel Azaña,
aseguraba en agosto de 1937 que la
Unión Soviética evitaría cualquier
acción de apoyo a la España
republicana que pudiera dañar las
relaciones de Moscú con Gran Bretaña
o que comprometiera su búsqueda de
«amistades occidentales»[47]. De nuevo,
Pascua informó a su gobierno en enero
de 1937 de que el apoyo soviético a la
causa republicana española «estaba
condicionado a una actitud más clara y
efectiva por parte de Francia,
subordinada sin duda a la solidaridad
inglesa»[48].
En consecuencia, los soviéticos
lideraron
una
contrarrevolución
socioeconómica dentro de la España
republicana con el fin de proyectar una
imagen creíble frente a París y Londres
de la República española como una
democracia burguesa moderada. En este
proceso
se
desmantelaron
las
colectividades agrarias, se devolvieron
las industrias colectivizadas a la
empresa privada, se destruyó (con un
celo ideológico abiertamente sectario)
el Partido Obrero de Unificación
Marxista, de talante «trotskista», y se
incorporaron la milicia socialista y la
anarcosindicalista
a
una
nueva
formación regular, el Ejército Popular
de la República[49]. El resultado
inevitable de este ejercicio de represión
fue la destrucción del ánimo popular en
las masas de la España republicana,
cuya fuerza dirigida hacia la acción
directa y espontánea había salvado a la
República en los primeros días del
pronunciamiento militar contra la
misma, entre el 18 y el 20 de julio de
1936. La energía del pueblo debía ser
controlada y el proceso revolucionario
canalizado si se quería ganar la Guerra
Civil. Pero la brutal represión comunista
de la revolución socialista y
anarcosindicalista de izquierdas privó
quizás a la República española de una
parte de su fuerza de base interna. Tan
sólo la ayuda extranjera, la esquiva
intervención de Gran Bretaña y Francia,
hubiera
podido
salvar
a
la
desmoralizada y dividida República.
Pero la estrategia comunista soviética no
consiguió alcanzar este objetivo: la
indiferencia británica y la indecisión
francesa condenaron a la España
republicana.
De todos modos, Moscú siguió
ejerciendo una influencia moderadora
sobre los acontecimientos políticos y
sociales ocurridos en la zona
republicana a lo largo de la Guerra
Civil española, con la esperanza de que
algún día se produjera una asociación
estratégica con las democracias
occidentales. Este cortejo a las
potencias capitalistas en el ruedo
ibérico se mantuvo vigente a pesar de su
nula efectividad y de la condena que
sufrieron a causa de ello los comunistas
españoles por parte de los demás grupos
izquierdistas. En realidad, las voces
discrepantes se alzaron incluso desde el
seno del Partido Comunista Español a
medida que la suerte de la guerra se
decantaba contra la República, con el
avance de la ofensiva aragonesa lanzada
por las fuerzas franquistas el 9 de marzo
de 1938, con cantidades ingentes de
material bélico y aviación alemana e
italiana. Al retirarse los republicanos
españoles ante esta ofensiva, los
redactores del órgano del Partido
Comunista, Mundo Obrero, establecidos
en Madrid y por ello un tanto alejados
del control directo por parte de la
dirección del partido, situada en
Barcelona, manifestaron una clara
oposición a la postura oficial del
partido respecto a la Guerra Civil. La
edición de Mundo Obrero del 23 de
marzo de 1938 contenía un artículo en el
que se rechazaba la idea de que el
destino de la España republicana
dependiera de constreñir su revolución
sociopolítica para asegurar que la lucha
se limitara a una defensa de la
democracia burguesa y la independencia
nacional, objetivos encaminados a
agradar a los demócratas extranjeros.
Este artículo rechazaba el argumento de
que «la única solución para nuestra
guerra es que España no sea ni fascista
ni comunista, porque esto es lo que
Francia quiere», y afirmaba a su vez que
la Guerra Civil la ganaría únicamente el
pueblo español «a pesar de la oposición
del capitalismo»[50]. La dirección del
partido
comunista
se
movilizó
inmediatamente para imponer de nuevo
la conformidad con la política del
Kremlin respecto al conflicto español y
el 30 de marzo se publicó una carta
dirigida a los redactores de Mundo
Obrero, firmada por José Díaz. La carta
confirmaba la línea oficial del partido:
Afirmáis que «el pueblo español
vencerá a pesar de la oposición del
capitalismo» […] pero, políticamente,
esto no corresponde ni a la situación ni
a la política de nuestro partido y de la
internacional comunista. En mi informe
al pleno de noviembre de nuestro
comité central, afirmamos que:
Hay un terreno en el cual todos los
Estados democráticos pueden unirse y
actuar conjuntamente. Es el terreno de
la defensa de su propia supervivencia
frente al agresor común: el fascismo; es
el terreno de la defensa contra la guerra
que nos amenaza a todos.
Cuando aquí hablamos de «todos los
Estados democráticos», no estábamos
pensando sólo en la Unión Soviética,
donde existe la democracia socialista,
sino también en Francia, Inglaterra,
Checoslovaquia, en los Estados Unidos,
etc., que son países democráticos pero
capitalistas. Queremos que estos países
nos ayuden; creemos que al ayudarnos
defienden
también
sus
propios
intereses;
pretendemos
hacerles
entender este hecho y por ello les
pedimos ayuda[51].
Como apunta Fernando Claudín, la
reveladora referencia de Díaz a la
guerra «que nos amenaza a todos»,
indica que la aprensión de Rusia ante un
posible ataque fascista a la URSS, y no
la guerra en curso contra la democracia
española, era el principal argumento tras
esta reafirmación de la línea comunista
oficial, y sin duda, de la propia política
soviética[52].
Cuando al secretario general del
Ministerio de Asuntos Exteriores
francés, Alexis Léger, le comunicaron en
octubre de 1936 la decisión soviética de
involucrarse en la Guerra Civil
española, el diplomático francés se
quedó «un tanto desconcertado por el
repentino cambio en la política rusa».
Pensando que «Stalin no tenía ideales»,
que era un «realista y un oportunista»,
Léger no podía más que especular sobre
las razones de este repentino cambio de
rumbo en la política soviética hacia
España. Pensaba que «los idealistas en
Rusia, los seguidores de Lenin y Trotski
y los defensores de la guerra mundial y
la revolución» habían conseguido
convencer al reacio Stalin[53]. El
homólogo de Léger en el Foreign Office
británico, Sir Robert Vansittart, se
mostró igualmente perplejo por este giro
en la política soviética, como demuestra
su comentario al recibir noticia del
mismo:
Es
un
acontecimiento
bastante
sorprendente considerando que el
crecimiento del peligro alemán en
Europa había provocado que, desde
1933 hasta este verano, Rusia hubiera
estado tratando de granjearse en lo
posible la amistad de las democracias
occidentales y de frenar en parte sus
doctrinas revolucionarias[54].
Sin embargo, y tal como venimos
explicando, la intervención de Stalin en
la Guerra Civil española no se debió a
un resurgir del internacionalismo
revolucionario en la política exterior
soviética. Al contrario, la injerencia
soviética en el conflicto civil español
tenía como objeto consolidar y quizás
incluso completar con una alianza
militar, el acercamiento de Moscú a las
potencias occidentales frente a la común
amenaza del nazismo. El doctor Juan
Negrín López, jefe de gobierno de la
España republicana en los últimos años
de la Guerra Civil, comprendió bien la
lógica de la política soviética hacia su
país, como demuestra su declaración
ante el consejo de relaciones exteriores
de los Estados Unidos, en mayo de
1939:
Moscú trató de hacer por Francia e
Inglaterra lo que estos países debían
haber hecho por sí mismos. La promesa
de ayuda soviética a la República
española tenía como objeto conseguir
en última instancia que París y Londres
se percataran de los riesgos que
correrían en el caso de producirse una
victoria ítalo-germana en España y que
se aliaran con la URSS para apoyarnos.
Múnich,
con
su
innecesario
rendimiento ante los totalitarios,
aplastó probablemente esta esperanza
hasta eliminarla. Moscú solo no podría
habernos salvado […] Francia e
Inglaterra nunca actuaron al dictado de
sus propios intereses imperiales[55].
De hecho, Litvinov le había rogado a
Coulondre a finales de noviembre de
1936 una vuelta al (estereo) tipo
anglofrancés:
Lo que necesitamos en Francia, en el
interés de unas buenas relaciones
francosoviéticas, son buenos patriotas.
[…] Del mismo modo, lo que
necesitamos
en
Inglaterra
son
imperialistas, buenos imperialistas
británicos […][56].
El fracaso de la política exterior de
Stalin en España parece, por lo tanto,
haberse originado en la «corrección
objetiva» de su valoración de los
asuntos internacionales que se barajaban
en este país. Si calculamos atentamente
la importancia de la base común
española sobre la cual las democracias
burguesas podrían haber cooperado con
la Unión Soviética contra la amenaza del
fascismo, veremos que Stalin subestimo
los factores subjetivos que impedían
dicha colaboración. Paradójicamente, en
lugar de convertirse el suelo español en
lugar de encuentro de una alianza
antinazi entre el este y el oeste, los
estadistas anglofranceses consideraron
la injerencia soviética en España como
objeto de recelo en lugar de
confirmación. Así, el secretario
británico del Foreign Office, Anthony
Edén, admitió ante Negrín en septiembre
de 1937 que su primer ministro, Neville
Chamberlain, temía que «el comunismo
echara sus zarpas sobre Europa
occidental» gracias a la Guerra Civil
española[57]. Por otro lado, el ministro
de Asuntos Exteriores francés, Yvon
Delbos, llegó a sospechar, a finales de
1936, que los soviéticos podrían estar
tratando de usar el conflicto español
como un medio de forzar a Francia a
entrar en conflicto directo con
Alemania[58].
El
anticomunismo
instintivo de los estadistas británicos y
la doctrinaria antipatía de muchos
políticos franceses hacia cualquier
conexión soviética frustraron la
intención de Stalin de formar una alianza
de potencias antifascistas. Ello debió de
resultar paradójico a un político
comunista como Stalin, que estaba
dispuesto a subordinar los imperativos
ideológicos a las exigencias de la
Realpolitik, o al menos a hacerlos
compatibles con ésta.
5
CAMPO DE BATALLA DE
LAS REPUTACIONES:
IRLANDA Y LA GUERRA
CIVIL ESPAÑOLA
R. A. STRADLING
I. REPRESENTACIÓN
En una reciente película situada en la
guerra española, el joven de Liverpool
Dave Carr —paradigma de héroe de
clase
obrera
que
encarna
el
cumplimiento de los deseos de tantos
escritores de izquierdas— llega al frente
de Aragón con una partida de nuevos
reclutas del POUM. Mientras avanzan
colina arriba hacia sus trincheras,
interrumpen a una pareja que aprovecha
el momentáneo cese de la guerra para
hacer el amor bajo un árbol. Resulta que
la parte masculina de esta asociación es
el comandante del pelotón al que
pertenece Dave, Pat Coogan, exmiembro
del IRA, enemigo acérrimo del fascismo
y el imperialismo británico y tan
temerario en las pasiones del amor
como en las provocadas por el
compromiso político y el ardor de la
batalla. Pocas semanas más tarde, muere
en un curioso incidente plagado de
ironías. Durante un ataque a un pueblo
en manos del enemigo, cae bajo las
balas, no de un soldado enemigo, sino
del párroco, que está disparando a
traición desde la torre de la iglesia.
Coogan es enterrado en suelo español
bajo la bandera tricolor irlandesa,
mientras sus camaradas entonan «La
Internacional» y su chica pronuncia un
discurso similar a los de la
Pasionaria[1].
Coogan, con su cabello y su pañuelo
rojos, es un estereotipo, una imagen que
encarna
elementos
generalmente
atribuidos a los irlandeses. Es un
rebelde libertario, violento y tierno al
mismo tiempo, ejemplo de coraje y
fuerza, un soldado y un mártir por la
causa. Éstas son, para muchos, las
esencias de lo irlandés. Cada una por
separado
constituye
una
razón
apremiante por la que los irlandeses
fueron a España y juntas parecen ofrecer
una expresión indiscutible de la fe de
una República lograda con esfuerzo en
el triunfo final de una querida hermana
contra las fuerzas de la opresión. Pero
entonar esta letanía ad infinitum
homenajeando su significado en himnos
y arias tales como la conocida balada de
Christy Moore «Vive el Quinte Brigada»
[sic] —en la que los nombres de los
héroes
muertos
son
entonados
solemnemente— forma parte de una
conmiseración convencional que elude
la contradictoria realidad de la
respuesta irlandesa ante la Guerra Civil
española. Como revela la propia
película Tierra y libertad, la cuestión
histórica es ya suficientemente tortuosa
incluso sin el peculiar giro de la
dimensión irlandesa. Por ejemplo, si el
cura «fascista» no hubiera matado a
Coogan, nuestro héroe podría haber
acabado
—como
miembro
del
«objetivamente fascista» POUM—
eliminado
por
sus
camaradas
estalinistas[2]. Y lo que resulta aún más
chocante para la sensibilidad liberal es
que muchos de los irlandeses que fueron
a España en 1936 no estaban alistados
en las filas de la república, sino en la de
sus enemigos, los nacionales.
II. LA REPUTACIÓN
«¡No pasarán! ¡La lucha continúa!». La
misma frase pronunciada por la chica de
Coogan sobre su tumba aragonesa es
repetida
ritualmente
por
la
apesadumbrada nieta de Carr en el
cementerio de Liverpool, sesenta años
más tarde. La Guerra Civil española ha
llegado a simbolizar los modernos
ideales de progreso y a representar el
capítulo más significativo de la larga
marcha del socialista universal. Para
una minoría —especialmente para los
veteranos de izquierdas supervivientes
— constituye aún un espacio vivo y (lo
que es más) vital de la lucha. Esto se
debe a que la libertad y el progreso han
estado siempre y en todo lugar
amenazados y a que los recursos para
defenderlos en el aquí y el ahora pueden
obtenerse de esta singular experiencia
española. Por estas razones también, el
pasado es una cuestión de reputación; la
reputación procede del compromiso y el
compromiso del sacrificio. Así,
aquellos que han luchado en una guerra,
o han perdido amigos, maridos, hijos,
tíos o amantes, no se conformarán con
menos que una justificación absoluta. No
es simplemente el celo por la valía
personal. La reserva de la memoria del
honor, el sentido del valor ilustre, es
colectivo, abstracto y metafísico. No se
ve afectado por los sórdidos
compromisos
y
las
divisiones
sangrientas del período en sí; ni por la
naturaleza variable de la memoria
histórica de este episodio que hemos
dado en denominar «la Guerra Civil
española»; ni por alteraciones efímeras
en la moda intelectual. Quizás se
parezca más a la doctrina católica de la
ilimitada fuente de virtud proporcionada
por Cristo, sus santos y sus mártires, que
a la noción marxista del valor material
excedente. A fin de cuentas —como en
cualquier complejo mítico— se trata del
poder y las relaciones de poder.
Proporciona una fuente de valor para los
que se entregan a la defensa de la
libertad en el presente y el futuro. Las
trincheras a lo largo del Jarama deben
ser defendidas y abastecidas: un día, la
colina 481, que se alza sobre Gandesa,
en el frente del Ebro, será por fin
conquistada.
La comunidad de verdaderos
progresistas, sin embargo, debe ser
definida con claridad. No todos pueden
pertenecer a ella: los siniestros
herederos del fascismo internacional
especialmente, maestros siempre del
disfraz, no deberían nunca acercarse al
santuario. En efecto, por definición,
estos herejes no pueden sentir un
auténtico deseo de salvación, sino que
sólo pueden tener la misión de robar,
profanar, menoscabar o trastornar el
Arca de la Alianza. Paradójicamente,
aunque su valor sea infinito para sus
miembros, la reputación no puede
compartirse con otros. Cualquier otra
persona u organismo que ose detentar
una herencia benéfica derivada de la
Guerra Civil española resta puntos del
legado de reputación. Esta vigilancia ha
mostrado un rostro especialmente
amargo en Irlanda, donde los que se
alzaron en armas contra la causa del
Frente Popular se arrogan dicho mérito.
En este caso, las sanciones antes
mencionadas se ven especialmente
reforzadas por las de un nacionalismo
populista radicado en una mitología de
la autopercepción. El concepto mismo
del «fascista irlandés» parece un
oxímoron perverso, una contradicción
cultural en los términos. En todos los
sentidos de la expresión, el fascismo no
tiene lugar en la historia irlandesa.
Sugerir lo contrario supone manchar la
reputación de la propia República
Irlandesa, considerada como un Estado
moderno, democrático y progresista.
En la Irlanda moderna, la
experiencia del fascismo autóctono ha
levantado tanta inquietud que no se ha
alentado el estudio histórico del mismo.
Cuando se recuerda la unidad de
voluntarios que fue a España con el
general Eoin O’Duffy, se reacciona con
un silencio avergonzado o se bromea
despectivamente sobre ello como si se
tratara de una anécdota sin importancia.
En cambio, cuando se menciona al
contingente contrario, no se bromea ni
hay asomo de vergüenza. Los hombres
de la llamada «Columna de Connolly»
se consideran poco menos que
guardianes de la civilización. El
monumento a los voluntarios fallecidos,
situado junto a Liberty Hall, la sede de
los sindicatos en la capital de Irlanda,
«fue descubierto por el señor alcalde
como parte del programa de Dublín,
capital europea de la cultura». En
cambio, no existe ningún monumento en
Irlanda para los hombres que lucharon y
murieron por unos ideales muy
diferentes: en general, para preservar el
derecho de libertad de creencia y culto
religioso; en particular, para defender la
fe católica y la vida de los hombres y
mujeres que profesaban en las órdenes
sagradas. Estos principios no son menos
civilizados que los defendidos por sus
oponentes y su disposición a sufrir y
morir por ellos no es menos digna de
reconocimiento.
Llegado el momento, el sacrificio
exigido a los internacionales irlandeses
fue considerablemente mayor que el que
se impuso a la mayor parte de los
miembros de la brigada O’Duffy. Como
dijo el poeta, «un sacrificio demasiado
largo puede transformar el corazón en
piedra»[3]. Así, no resulta fácil para los
supervivientes reconocer cualidades
positivas en hombres de su propia
nación que fueron miembros de un
ejército responsable de la muerte de sus
camaradas y que (es más) derrotó
completamente la causa republicana. El
presente ensayo es obra de alguien que
admira a los voluntarios de ambos
bandos y que lamenta que el proceso de
revisión
será
inevitablemente
considerado por una de las partes como
un intento de reducir su legado de
reputación.
III. POLÍTICA
Como demuestra el éxito de la película
de Loach/Allen dentro y fuera de
España, el objeto de la misma sigue
despertando un considerable interés
popular. En un nivel contextual básico,
el destino de la España de los años
treinta se percibe como parte de la
historia de otras varias docenas de
países de Europa y del mundo[4]. En la
mayor parte de los casos, es imposible
afirmar que dichas naciones —tanto sus
gobiernos como su población—
estuvieran de un lado u otro de la
contienda. Sabemos, sin embargo, que
un gran número de ciudadanos de estos
países fueron a España voluntariamente
a luchar por la República; y que en los
años siguientes la comunidad de
historiadores y otros intelectuales de las
naciones involucradas aplaudió este
acto y deploró la patética neutralidad de
sus gobiernos. Pero el caso irlandés es
radicalmente distinto; infringe la norma,
subvirtiendo muchos de los supuestos
que rodean la mitología y la
historiografía de la guerra de España —
de las cuales Tierra y libertad no es
más que un vehículo especialmente
influyente y actual.
El gobierno del Estado Libre
(Saorstát) se mantuvo neutral, pero la
mayor parte de la población apoyaba al
bando nacional, en no pocos casos de
manera abierta y activa. Mientras que en
Gran
Bretaña
se
presionó
principalmente a los gobiernos de
Baldwin y Chamberlain para que
apoyaran materialmente al gobierno de
iure de la República, en el Saorstát se
apremió más aún a Eamon de Valera y
los miembros del gabinete para que
reconocieran el régimen de Franco. De
hecho, la mayoría de los partidarios del
gobierno Fianna Fáil de De Valera —el
sector más humilde del electorado— le
reprochaba su política de no
intervención[5].
La devoción por el catolicismo,
tanto profesado como practicado, era
una característica palpable en la
sociedad irlandesa de esa década. Esta
devoción cruzaba claramente las
barreras económicas e intelectuales, lo
cual estaba en franca discordancia con
la situación en el resto de Europa,
incluida, en gran medida, la propia
España. Incluso en el ámbito británico
se ha demostrado recientemente que el
catolicismo era un factor que dificultaba
seriamente los intentos de la clase
obrera por mostrar un frente unificado
respecto a la guerra de España[6]. En el
caso del Saorstát, no basta con decir que
se le podría dar la vuelta a la oración
anterior. Incluso las políticas del
movimiento sindical irlandés y del
partido laborista estaban dominadas por
sentimientos
claramente
antirrepublicanos. Aunque sería una
exageración afirmar que el factor de
clase no era fundamental en la política
irlandesa, la simbiosis del catolicismo
con la causa de la independencia
nacional —un proceso gradual y a
menudo doloroso— era a mediados de
los años treinta un fenómeno ya
asimilado culturalmente. La clase social,
o al menos la orientación educativa que
la
acompañaba,
podría
haber
predispuesto a los individuos a aceptar
o rechazar las manifestaciones del clero
en asuntos políticos. Pero los datos
sobre la opinión pública irlandesa
sugieren que en 1936 tan sólo una
minoría de la clase obrera urbana y de
la intelectualidad de clase media de
ambos sexos se mostraba indiferente —y
menos aún, hostil— a la causa de la
Iglesia Católica en España[7].
Con esto no quiero insinuar que la
política y la sociedad irlandesa
estuvieran
libres
de
profundas
divisiones. De entrada, lo que
anteriormente denominamos, de manera
un tanto artificial, la «causa de la
independencia nacional» no significaba
lo mismo en absoluto para todos los
ciudadanos del Estado Libre. Como en
otros países, los que exigían que el
gobierno de Dublín se comprometiera
con la no intervención y apoyara la
«legítima»
República
Española
formaban parte de la amplia ala
izquierda de la política. La diferencia
consistía en que los elementos más
radicales de este sector no eran los
socialistas, sino grupos nacionalistas
radicales
del
IRA —elementos
irreconciliables que permanecieron
aislados por la formación del nuevo
partido Fianna Fáil de De Valera, así
como por la adopción de la vía
constitucional en 1927—. Estos hombres
veían la independencia nacional como
un hecho humillantemente incompleto sin
la integración de los seis condados del
norte y, por lo tanto, consideraban que la
guerra contra Gran Bretaña seguía en
pie. Habían seguido a De Valera a la
oposición y la guerra civil en 1922-23,
negándose a aceptar el tratado que
sancionaba la división de la isla de
Irlanda, negociado por sus compañeros
del Sinn Féin con Lloyd George[8]. Por
su parte, estos últimos formaron un
grupo partidario del tratado, que gozaba
de una holgada mayoría en el Dáil. Tras
su victoria en la guerra civil, se
convirtieron en el partido gobernante de
la nueva nación. La guerra en sí, aunque
duró menos de un año, fue despiadada y
sangrienta y envenenó la política
irlandesa hasta el punto de que incluso
hoy en día sigue levantando ampollas[9].
Como consecuencia de la guerra, el IRA
pasó a la clandestinidad, mientras que
los que habían apoyado la «rebelión»
vieron obstaculizadas sus posibilidades
de encontrar empleo en el sector
público. El partido victorioso (Cumann
na nGhaedheal) gobernó Irlanda, bajo la
dirección de W. T. Cosgrave, hasta las
confusas elecciones generales de 1932.
Desalojados finalmente del gobierno por
Fianna Fáil al año siguiente, se
dividieron en facciones que se
recriminaban mutuamente. En 1936, sin
embargo, ya se habían reagrupado en el
nuevo partido Fine Gael y consiguieron
crear una oposición parlamentaria
eficaz. Su apoyo en favor de Franco y
los nacionalistas españoles y las
inconsistentes posturas de sus antiguos
enemigos parecían anunciar una vuelta a
las hostilidades intestinas de 1922.
Así, después de 1933, la herida en el
costado de Irlanda se volvió a abrir y
sangró más profusamente que en ningún
momento desde el final de las
hostilidades diez años antes. Legalizado
por De Valera tras su apretada victoria
en los comicios de 1932, el IRA
comenzó una campaña de incesante
intimidación física de los opositores. En
la confusión producida por la repentina
pérdida del poder y el espacio al que
estaban acostumbrados, los que habían
sido partidarios de Cosgrave quedaron
convencidos de que el IRA estaba
siendo utilizado por sus oponentes para
expulsarlos de la vida pública. Aunque
veían a De Valera como un potencial
dictador, en realidad se había
enquistado el enfrentamiento entre
Fianna Fáil y el IRA[10]. En 1933 se
produjo un auge paramilitar. De Valera
fundó la Fuerza de Reserva del Ejército
(FCA), que era en efecto una sección
uniformada de su partido, pero cuya
intención era evitar que los jóvenes
parados se alistaran en el IRA. Por otro
lado, despidió al comisario de Policía,
general Eoin O’Duffy, fundador de la
policía nacional desarmada (la Garda
Siochána) y procedió a nombrar a
nuevos directivos y miembros de su
grupo, más adeptos a las necesidades
del gobierno. En unas pocas semanas,
O’Duffy había aceptado el liderazgo de
la Asociación de Camaradas del
Ejército, un cuerpo de antiguos
miembros del ejército (o sea, veteranos
de 1922-23 favorables al tratado). En
unos pocos meses, O’Duffy, junto a un
puñado de colaboradores, lo había
transformado
en
un
cuerpo
semiuniformado que se pavoneaba en
bulliciosos mítines y que no se
amedrentaba ante la posibilidad de una
confrontación violenta con el IRA.
Los Camisas Azules —como se
autodenominaron
posteriormente—
formaban una organización protofascista
que llegó a alcanzar una militancia de
unos cuarenta mil miembros y adoptó un
programa derivado de las enseñanzas
católicas (o «democratacristianas») y
los ideales económicos del fascismo
italiano (o «corporativistas»). A
diferencia de sus adversarios, nunca se
declararon abiertamente contrarios a la
constitución. La mayor parte de los
Camisas Azules con un cierto criterio no
tenía reparos a la hora de reconocer su
intención de cambiar la naturaleza de la
democracia en Irlanda, pero pocos
hubieran aceptado la apelación de
«fascistas»
excepto
quizás
ocasionalmente en el calor de un
encendido debate, al verse forzados a
reconocer al fascismo como la forma
más extrema y, por lo tanto, efectiva de
resistencia frente al comunismo ateo[11].
Tan sólo unos pocos hubieran apoyado
que O’Duffy se convirtiera en un
dictador y muy pocos de sus rivales
querían un papel similar para Eamon de
Valera. Sin embargo, durante más de dos
años 1933-35), la democracia en Irlanda
se vio seriamente amenazada. Con los
enfrentamientos armados que se
producían en las calles de Dublín y Cork
y con la especie le enfrentamiento de
guerrillas que tenía lugar en el campo, el
gobierno parecía atrapado en un fuego
crúzalo entre la alianza radical de
izquierdas-IRA y los Camisas Azules.
Aún no se había conseguido restaurar un
cierto orden —debido principalmente a
las divisiones entre los dirigentes de
grupos rivales— cuando estalló la
Guerra Civil española en el verano de
1936.
La declaración de la Segunda
República española en 1931 había sido
recibida con agrado por la mayor parte
de las corrientes de opinión irlandesas.
El sentimiento general de solidaridad
con una gran parte de las aspiraciones
demócratas y reformistas de España
restó fuerza a la reacción irlandesa ante
los indicios de anticlericalismo visceral
desatado por la llegada de la República.
Sin embargo, a medida que se hacía
cada vez más evidente la firme intención
de la República Española de enfrentarse
a la Iglesia y destruir su poder, y
especialmente cuando esta política se
convirtió (desde el punto de vista de los
católicos)
en
una
verdadera
persecución, la opinión de los
irlandeses comenzó a cambiar. Antes del
verano de 1936, sin embargo, la alarma
era relativa; en efecto, la represión del
Tercer Reich contra sus ciudadanos
católicos conseguía una mayor atención
y condena por parte de la prensa. La
sublevación militar de julio de 1936 y la
revolución social que precipitó en
varias regiones de España transformaron
esta situación de un día al otro.
Inmediatamente, comenzaron a aparecer
en los periódicos historias sobre las
atrocidades cometidas contra los
católicos, especialmente contra el clero.
Los meses de verano estuvieron
marcados
por
una
saturación
informativa, impulsada por el suministro
aparentemente inagotable de noticias
sensacionalistas sobre asesinatos de
clérigos. Esto levantó a su vez un coro
de indignación, expresado en la prensa y
en los púlpitos, así como en todo tipo de
reuniones públicas, desde los bares a
los consejos municipales[12].
La masacre de clérigos en la España
leal a la República es un episodio que
ya no suscita controversia. Aunque los
datos exactos no se conocerán nunca,
parece seguro que entre siete y diez mil
clérigos, entre ellos cientos de monjas y
más de doce obispos, murieron de forma
violenta en 1936[13]. Muchas de las
noticias
sobre
las
atrocidades,
divulgadas por los medios de
comunicación de la época, estaban
plagadas
de
exageraciones.
La
representación errónea de los hechos
estaba tan políticamente motivada y era
tan sistemática como las propias
atrocidades. Su función era provocar el
temor y el odio universal contra la
revolución socialista. En la prensa y los
noticiarios cinematográficos los grupos
de terroristas eran siempre denominados
«rojos». En ningún sitio logró mejor su
objetivo esta campaña que en el Estado
Libre de Irlanda. Parecían justificadas
las reiteradas advertencias por parte de
las jerarquías respecto a que los agentes
de la revolución bolchevique se estaban
infiltrando en la propia Irlanda. Este
proceso se representaba en los mismos
términos que el propio Stalin trataba de
evitar con tanto afán, o sea, como parte
de una conspiración mundial dirigida
desde Moscú. En Irlanda —a pesar de
las caritativas críticas de los católicos
— la simpatía hacia los latifundistas
españoles y otros plutócratas cuya
propiedad estaba siendo expropiada a la
fuerza por el pueblo era muy limitada.
Pero cuando se llegó a las matanzas de
curas y monjas, la destrucción gratuita
de iglesias y la profanación simbólica
de objetos de culto habitual, la gente se
mostró indignada. Una ola de fervor
anticomunista
barrió
Irlanda,
especialmente en los pueblos y aldeas
de las zonas rurales, que entonces
albergaban a dos tercios de la población
total del país[14]. Pero esta mayoría tenía
muy pocos conocimientos sobre España.
Para conseguir una identificación plena
del pueblo con un sector ultrajado de la
sociedad española y predisponerlo
contra
otro
sector,
compuesto
teóricamente de bandidos criminales
controlados por los agentes de un poder
y una ideología extranjeros, hacía falta
un catalizador.
IV. LA HISTORIA
Con este propósito, se decidió revisar
pertinazmente el pasado de Irlanda. Por
lo que respecta a la educación nacional
—principalmente en manos de los
clérigos católicos— la historia había
sido ya mitificada profundamente,
dotada de un carácter poderosamente
romántico y rodeada de un aura
particularmente seductora. En los
periódicos procatólicos, desde el Cork
Examiner, de tirada nacional, hasta
ediciones locales como el Tuam Herald,
aparecieron artículos celebrando las
gloriosas cruzadas de la historia de
España, su profunda tradición religiosa
y artística, las visiones de sus santos y
el sufrimiento de sus mártires. Dado que
la nación estaba experimentando uno de
sus habituales resurgimientos del culto
mariano, se decidió abundar en la
tradicional devoción del pueblo español
por la santa Virgen[15]. Se podría
sospechar, incluso, que el mismo medio
artístico que en 1995 contribuyó a
provocar una ola de simpatía póstuma
hacia la revolución española estuvo
involucrado en la campaña de 1936 para
ahogar dicha revolución fuera como
fuese. Dos de los largometrajes
proyectados en cines de pequeñas
ciudades en septiembre de 1936 fueron
[16]
The Crusades y Castles in Spain .
Mientras tanto, el 10 de agosto, el
general O’Duffy hizo un llamamiento en
The Independent pidiendo voluntarios
con el objeto de formar una brigada
irlandesa para luchar en España, «al
lado de las fuerzas cristianas»[17].
En las siguientes semanas, se
recordó a los lectores que España
siempre había estado del lado de Irlanda
durante los siglos de opresión del
protestantismo inglés. En el «día del
desagravio por España» en la catedral
de St. Mel, en Longford, el obispo
MacNamee terminó su sermón con una
peroración que —a pesar del anticlímax
final— más bien parecía una llamada a
las armas.
España ha tenido siempre una relación
muy estrecha con nuestra Irlanda. Nos
apoyó contra la persecución religiosa
en la época de Isabel. Ofreció un hogar
a nuestros príncipes exiliados. Instruyó
a nuestro capitán católico más
importante, el héroe de Benburb [Owen
Roe O’Neill]. Roguemos entonces por
España[18].
Los supervivientes de la Armada
Invencible (se afirmaba con dudosa
veracidad) habían sido recibidos y
protegidos por los católicos gaélicos.
Lo que más a menudo se invocaba eran
los nombres de los líderes de la
diáspora que siguió a la derrota de la
rebelión apoyada por España contra
Isabel I: los O’Donnell Abu, los O’Neill
y los O’Sullivan Mór. W. B. Yeats había
utilizado esta tradición de los earls y el
importante legado nacional de los
caballeros exiliados (los llamados
«Wild Geese» [Ocas Salvajes]) en
algunas marchas militares escritas para
los Camisas Azules en 1934.
Si perdemos, toda la historia se
convertirá en basura,
Todo ese gran pasado en una
curiosidad para idiotas.
Aquellos que vengan después se
burlarán de O’Donnell,
Se burlarán de la memoria de los
dos O’Neill[19].
Siguiendo su ejemplo, O’Duffy
citaba a estos héroes épicos al explicar
la deuda de Irlanda con el patrocinio
religioso y militar de España, que fue
uno de los aspectos que le inspiraron a
llevar a cabo su cruzada. Según la
explicación de O’Duffy, el general Mola
se había referido en privado a esta
tradicional conexión entre las dos
naciones, durante sus negociaciones en
Valladolid[20]. De hecho, algunos de los
grandes de España descendientes de los
antiguos caudillos irlandeses (los
Chieftains) se interesaron en particular
por la Brigada Irlandesa durante su
estancia en la Península. No parece
demasiado
probable
que
esta
explotación del sentimiento históricoromántico constituyera un acicate tan
fuerte para los reclutas como la
motivación religiosa en sí —pero ambos
elementos se combinaban perfectamente
a ojos de muchos jóvenes idealistas
católicos, y sobre todo para los futuros
oficiales que se habían perdido las
gloriosas aventuras de 1916-21.
A primeros de noviembre de 1936,
los estudiantes de la Sociedad Histórica
del Trinity College debatieron los
aspectos relacionados con la guerra
española: el marqués MacSwiney de
Mashanaglass, que presidía la reunión,
intervino en clara defensa de la postura
de O’Duffy:
La gente podría preguntarse qué hacían
los irlandeses metiéndose en los
asuntos de otra gente. Pero él [el
marqués] señaló que el rey Felipe V
concedió a los católicos irlandeses […]
todos los derechos y privilegios de los
súbditos
españoles.
No
tema
conocimiento de que las Cortes
hubieran aprobado ninguna medida
revocando este privilegio[21].
Este parlamento, claramente ultra
vires por más que procediera de la
misma presidencia, fue suficiente para
persuadir a la audiencia, protestante en
su práctica totalidad, para que apoyara
la causa rebelde con más de dos tercios
de los votos. Pero el lado republicano
también estaba impaciente por reclamar
la aprobación de la historia. En este
bando, sin embargo, el sentimiento se
centraba más en el pasado reciente y en
una inspiración algo más laica: Wolfe
Tone y la tradición jacobina, O’Donovan
Rossa y los primeros Fenians,
«relacionados con Marx y Engels a
través de la Organización Internacional
del Trabajo»[22]. Tanto el congreso del
IRA como el Partido Comunista
Irlandés, que colaboraron en organizar
la contribución de Irlanda a las Brigadas
Internacionales, consideraban la persona
de James Connolly, el mártir socialista
de la sublevación de la Semana Santa de
1916, como el catalizador de sus
esfuerzos. El nombre de Connolly se
utilizó más tarde para bautizar un
batallón que en principio sería
exclusivamente irlandés. El motivo (el
principal quizás) que precipitó la
intervención de la izquierda era el
siguiente: la necesidad de contrarrestar
la iniciativa de O’Duffy y salvar el
honor de Irlanda, que aquél amenazaba
con mancillar[23]. Es más, algunos
veteranos irlandeses de las Brigadas
Internacionales acabarían insistiendo en
que eran ellos y no sus rivales los que
merecían el reconocimiento de ser los
«Wild Geese» modernos[24].
V. LA EXPERIENCIA
Durante el período de veintidós meses
comprendido entre septiembre de 1936 y
julio de 1938, casi un millar de
irlandeses fueron a luchar a España[25].
Ésta era tan sólo la muestra externa del
malestar interno de Irlanda. Los
irlandeses en general estaban mucho más
involucrados emocional y políticamente
en la guerra española de lo que se cree y
en mayor medida que los ciudadanos de
otros países (con la posible excepción
de los portugueses). A primera vista, el
número total de voluntarios puede
parecer poco importante. En realidad,
incluso en términos estrictamente
estadísticos, es bastante considerable si
lo comparamos con las cifras de otros
países (por ejemplo, y teniendo en
cuenta los datos de población relativos,
resalta ante el total inferior a dos mil de
todo el resto de las islas Británicas).
Ningún otro país (parece) contribuyó
con un número relativo tan elevado de
voluntarios reales en ninguno de los dos
bandos[26].
Menos de tres semanas después del
llamamiento público de O’Duffy, el
Cork Examiner anunció que habían
respondido más de cinco mil hombres.
Aunque esta cifra no está corroborada
por otras fuentes, dadas las cifras de
voluntarios alistados en los Camisas
Azules y las organizaciones que los
sucedieron, resulta ocioso cuestionar su
exactitud[27]. Irlanda estaba siendo
movilizada
para
una
cruzada
anticomunista centrada en la crisis
española. Junto a la iniciativa de
O’Duffy existió otra lanzada por un
hombre de negocios y miembro del Dáil
(cámara baja del Parlamento de la
República de Irlanda), el dublinés
Patrick Belton, fundador de una
organización de ámbito nacional
llamada Frente Cristiano Irlandés (la
respuesta irlandesa al Frente Popular).
Belton insistió en que la ayuda a los
nacionales no debía ser de carácter
militar, con lo que pudo obtener el
apoyo oficial de la jerarquía católica,
que le había sido denegado a O’Duffy.
Belton y su Frente gozaron de una racha
de popularidad casi fanática y
organizaron los llamados «mítines
monstruo»
en Dublín y otras
ciudades[28]. Los últimos meses de 1936
se
caracterizaron
por
estas
celebraciones. Miles de personas
marchaban bajo las insignias de la
Legión de María o de la Unión de
Madres Católicas y se reunían en
espacios abiertos para lanzar discursos
aderezados con advertencias sobre una
conspiración comunista y una defensa de
la resistencia católica en España. Se
anunció que se llevarían a cabo colectas
a la salida de las iglesias para ofrecer
ayuda médica y civil a la «España
católica». La primera de éstas,
celebrada a favor de la jerarquía en
octubre, recaudó 43 000 libras; más
tarde, el Frente celebró otra que
consiguió recaudar 32 000 libras[29].
Estas donaciones fueron muy
cuantiosas, teniendo en cuenta que se
recaudaron en una comunidad pobre,
indigente en muchos casos. Mientras
tanto, los sermones dominicales
pronunciados por todo el país contenían
referencias laudatorias al general
Franco. Con poca oposición, y en
muchos casos de manera unánime,
docenas
de
pequeños
concejos
municipales aprobaron resoluciones,
basadas en un modelo aprobado en
Clonmel, pidiendo el reconocimiento
oficial del «gobierno de Burgos». Los
comités de los sindicatos y otras
asociaciones
públicas
aprobaron
mociones similares. Belton y otros
líderes de la oposición aprovecharon la
presión de este apoyo generalizado para
atacar al gobierno. Al principio, se
intentó persuadir al gobierno de De
Valera para que no se sumara a los
acuerdos de no intervención. Más tarde,
cuando se cayó en la cuenta de que esta
política no iba en la práctica en
detrimento de los nacionales, se planteó
un objetivo menos modesto: el
reconocimiento formal del régimen de
Franco[30]. En noviembre de 1936, uno
de los periódicos principales de la zona
nacional proclamó su esperanza de que
se produjeran dos acontecimientos
inminentes: la toma de Madrid por el
Caudillo y el reconocimiento oficial de
su gobierno por parte del Estado Libre
Irlandés. En realidad, Franco tuvo que
esperar hasta el final de la guerra para
lograr ambos objetivos[31].
De Valera se mantuvo firme en
medio de la tormenta con un
considerable sentido del oportunismo a
la hora de dividir o confundir a sus
rivales. El Taoiseach (primer ministro
de la República de Irlanda) era un
católico devoto. Su postura se vio
potencialmente mermada por no haber
reparado nunca completamente sus
diferencias con la Iglesia provocadas
por su anterior desafío (considerado
ahora como una desventaja para el
Fianna Fáil). Pensó que resultaría más
prudente permitir que su periódico, el
Irish Press, demostrara su simpatía
procatólica —aunque no profranquista
— hacia España. Quizás su postura
contraria a la ola populista clerical
provenía más de una contumacia natural
que de su condición de hombre de
Estado visionario. En cualquier caso,
sobrellevó la crisis con un estilo
imponente que más tarde le haría
famoso. El gobierno no sólo sobrevivió
a mociones de censura y al amargo
enfrentamiento de 1937 —cuando, tras
uno de los debates más virulentos de su
historia, el Dáil aprobó una medida de
no intervención que ilegalizaba el envío
de refuerzos a O’Duffy en España—
sino que además, después de estos
hechos, De Valera ganó unas elecciones
generales ese mismo año y un
referéndum para aprobar su nueva
constitución antibritánica[32]. A estas
alturas, el momento álgido de la
obsesión nacional ya había pasado. En
España, los ataques a los curas y a las
iglesias habían cesado casi por
completo; los sacerdotes supervivientes
estaban bajo custodia o escondidos y las
iglesias menos dañadas habían sido
tapiadas. El Irish Independent y la
prensa católica dominical insistían
constantemente en las viejas historias de
mártires, pero aunque sacaban el
máximo provecho de las nuevas no
consiguieron
que
sus
lectores
recuperaran el nivel de indignación de
1936[33]. Además, fueron incapaces de
poner a la gran mayoría de su clientela
«natural» en contra del Fianna Fáil.
Llegado este punto, debemos
mencionar una importante distinción
sociológica entre los dos grupos que se
trasladaron a España para luchar en
bandos contrarios. La gran mayoría de
los irlandeses que fueron a engrosar las
filas republicanas provenía de las
barriadas obreras de las ciudades
(Dublín, Derry, Belfast, Cork). Por el
contrario, los miembros de la Brigada
Católica
procedían
de
manera
igualmente abrumadora de pequeñas
ciudades y comunidades agrícolas
rurales. Después de muchas dificultades
con la organización local y el transporte
de los voluntarios —que O’Duffy superó
con determinación y destreza—, la
Brigada Católica llegó a España en los
últimos días de 1936. Esta brigada goza
del privilegio de ser la única fuerza
organizada constituida íntegramente por
voluntarios que se sumó al bando de
Franco[34]. Sería una exageración
afirmar que sus miembros constituían
una muestra representativa de la opinión
pública irlandesa. De todos modos,
incluía un número considerable de
voluntarios que habían luchado con el
IRA en alguna o en todas las campañas
de 1917-23. Otros reclutas habían
participado activamente en las filas
sindicales y había un puñado simbólico
de protestantes. Para éstos, la necesidad
de unificar la causa cristiana, unida al
horror por las matanzas de clérigos, fue
superior
a
las
consideraciones
ideológicas e incluso dejaba de lado los
fuertes y contradictorios sentimientos
derivados de la experiencia política
previa. Igualmente destacable es el
hecho de que muchos de los radicales
políticos que siguieron a Frank Ryan a
las Brigadas Internacionales eran
también —como su propio líder—
católicos practicantes. Para ellos, la
necesidad de conseguir una unidad de la
clase obrera implicada en una lucha a
vida o muerte contra el fascismo tenía
más peso que las convicciones
religiosas personales. Sin embargo,
junto al grupo mayoritario de
incondicionales del IRA entre los
brigadistas internacionales irlandeses,
había más de una docena de miembros
del Partido Comunista. En las cuestiones
del fascismo y el imperialismo no había
una división considerable entre estos
hombres.
Existen semejanzas entre las
experiencias de los irlandeses de ambas
facciones en España, pero también hay
diferencias considerables. Unos ochenta
miembros del total de doscientos
voluntarios del grupo de Ryan llegaron
al cuartel general de las Brigadas
Internacionales en Albacete, poco
después de Navidad, aproximadamente
al mismo tiempo que sus oponentes
llegaban a la base de Cáceres. Un
puñado de irlandeses servía ya entonces
en
unidades
de
las
milicias
republicanas. Otros, más de cien en
total, llegarían en pequeños grupos,
mediante el «ferrocarril subterráneo»
regular, organizado por los comunistas,
en diversas etapas hasta final del verano
de 1938. Pronto se dieron algunos casos
de graves fricciones entre miembros
irlandeses e ingleses de la XV Brigada,
especialmente con los oficiales ingleses,
tal vez debido a su acento de clase
media y su comportamiento de militares
regulares. Una confusa serie de
equivocaciones
y
malentendidos
provocó una crisis al cabo de un mes de
su llegada. En circunstancias violentas y
amargas, el contingente irlandés se
dividió y dispersó en su mayor parte
para acabar en el recién llegado batallón
norteamericano. En cuanto llegaron,
comenzó la ofensiva de los nacionales
en el Jarama. Durante las caóticas y
críticas tres semanas siguientes, doce
irlandeses perdieron la vida junto a un
número
similar
de
camaradas
americanos y británicos. Parece que
unos cuarenta supervivientes se
reintegraron gradualmente en el batallón
británico (el 16, más tarde el 57), en el
que
los
voluntarios
llegados
posteriormente debían a su vez
integrarse. Sin embargo, la animosidad
mutua continuó, ya que las diferencias
no radicaban sólo en los rencores
patrióticos sino también en los
problemas religiosos que dividían a los
irlandeses. Como hemos visto, muchos
de los brigadistas irlandeses —incluido
el propio Frank Ryan— eran católicos
inveterados. Algunos no recibían con
agrado las consabidas lecciones de
ideología impartidas en las trincheras y
estaban molestos por el hecho de no
poder practicar su religión, ni siquiera
cuando estaban de permiso en la
retaguardia[35].
Los que se incorporaron a las
fuerzas republicanas participaron en más
batallas —a menudo en circunstancias
deplorables— y sufrieron mayores
privaciones que sus compatriotas. Esto
se debió en parte al hecho paradójico de
que la cifra total de voluntarios
extranjeros que se unieron al bando del
gobierno fue suficiente para permitir que
las Brigadas Internacionales en su
conjunto operasen como una entidad
autónoma[36]. Durante sus veintidós
meses de existencia, llegaron en algún
momento a alcanzar aproximadamente la
envergadura de un regimiento (británico)
—es decir, entre quince y veinte mil
hombres—, aunque en la última época
fue ingresando un número creciente de
españoles en sus filas. Esta fuerza
estaba constituida por «brigadas
mixtas», cada una con su mando y sus
secciones
de
transporte,
comunicaciones, artillería y medicina.
Así, las Brigadas Internacionales
estaban preparadas para luchar en
combates importantes y de hecho
tuvieron un papel muy destacado en casi
todas las grandes batallas de la guerra
(Jarama, Brunete, Teruel, Ebro). Varios
irlandeses murieron o fueron heridos
luchando valientemente en todos estos
frentes así como en otros combates
menos
conocidos.
La
enorme
importancia militar de las brigadas para
la República está demostrada por el
hecho de que el batallón británico (el 16
y más tarde el 57) de la XV Brigada tan
sólo se ausentó del frente por un período
de dos semanas en total a lo largo de su
permanencia en España. No debería
extrañarnos, por lo tanto, que la cifra
total de bajas rondara el 40 por 100 con
un 25 por 100 de muertos.
En el bando nacional, en cambio, los
aproximadamente setecientos irlandeses
alistados no eran suficientes como para
desempeñar un papel autónomo, ni
siquiera para utilizarlos eficazmente. No
había otras unidades de voluntarios
similares a las cuales se pudieran
incorporar:
los alemanes tenían
unidades especializadas de artillería y
aviación, mientras que los italianos
funcionaban prácticamente de manera
independiente. Es más, la legión
extranjera de elite (el Tercio) a la que
estaban alistados ni siquiera operaba
como una fuerza integral, sino que
formaba banderas distribuidas entre
diversos grupos del ejército que
entraban en combate cuando era
necesario. La XV Bandera (irlandesa)
del tercio era por lo tanto un batallón de
infantería aislado y débil que dependía
de unidades externas españolas para
todos los servicios de apoyo. En pleno
avance de los irlandeses hacia el frente
del valle del Jarama, al sur de Madrid, a
mediados de febrero de 1937, Franco
decidió detener su ofensiva. En cierto
sentido, los irlandeses tuvieron suerte,
ya que se salvaron de engrosar el
elevado número de bajas producidas
durante la batalla. Sin embargo, durante
la segunda semana de esta ofensiva, los
combatientes luchaban con tanta avidez
que frieron confundidos por su propio
bando con una partida de brigadistas
internacionales infiltrada. En el
enfrentamiento murieron cuatro de ellos,
aunque provocaron varias bajas al
«enemigo»[37]. En otro sentido y sin
saberlo, acababan de sufrir la baja más
importante: su reputación. A partir de
entonces, los irlandeses quedaron
aislados en un «sector tranquilo de un
frente tranquilo», y sólo volvieron a
tener otra pequeña oportunidad para
granjearse la gloria. La coordinación
entre los oficiales de campo irlandeses y
los españoles era bastante pobre,
mientras que entre O’Duffy y su superior
inmediato en Toledo era prácticamente
inexistente. Cuando por fin ordenaron
entrar en combate a la bandera
irlandesa, fue como parte de un ataque
diseñado para confundir al enemigo y
cuyo fin era propiciar el avance italiano
sobre Guadalajara, situada a bastante
distancia, en dirección nordeste. No se
esperaba siquiera que la operación fuera
un «éxito» en el sentido estricto —el de
ganar un objetivo físico determinado—,
que era lo que sus participantes
suponían[38]. Incluso el propio O’Duffy,
aunque quizás no por su culpa, parecía
desconocer el contexto estratégico o el
propósito de la acción, en la que
murieron cuatro de sus hombres y varios
más fueron heridos. Enfrentado al
posible amotinamiento de sus oficiales,
se negó a obedecer la orden de repetir el
ataque al día siguiente[39]. Poco después,
la bandera fue trasladada a otra sección
del frente de Madrid. O’Duffy siempre
había insistido en que sus hombres no
lucharían en el norte contra el católico
País Vasco; aunque era precisamente en
esa zona en la que tenía puestas sus
miras el ejército nacional.
Como entre los internacionales,
entre las filas de O’Duffy se abrieron
fisuras bajo la presión. En marzo se
originaron varios problemas, tras el
ataque antes descrito. Los oficiales
sospechaban que se trataba de una
maniobra mal dirigida que los había
conducido a una trampa mortal, sin una
razón estratégica aparente. En el lado
español no hubo ningún intento claro de
explicar la cuestión. En cualquier caso,
el rígido protocolo del Tercio («los
novios de la muerte» como rezaba su
lema) rechazaba cualquier cosa que no
fuera la obediencia ciega. Durante el
período de inactividad que siguió a este
incidente, O’Duffy perdió la lealtad de
algunos de sus oficiales. La excesiva
afición a la bebida del general no
contribuyó a mejorar la comunicación,
ni tampoco sus prolongadas ausencias
del frente, que generalmente pasaba con
unos pocos colaboradores privilegiados
en un hotel de lujo en Salamanca, capital
militar
de
los
nacionales[40].
Naturalnente, esta actitud fue filtrándose
entre la tropa y acabó afectando a la
disciplina. Sin embargo, el ejemplo de
O’Duffy no cundió, por lo que se
produjeron muy pocas deserciones. De
hecho, a lo largo del período de servicio
le los irlandeses siguieron llegando
reclutas, a pesar del riguroso
cumplimiento del acuerdo de no
intervención aceptado por Dublín[41]. En
cualquier caso, la moral y el espeto se
fueron erosionando lentamente. La
mayor parte de los soldados seguía
admirando a O’Duffy, pero sin un
ejercicio directo de responsabilidad su
autoridad quedó gravemente minada.
A finales de marzo de 1937, el
coronel en jefe del Tercio, Juan Yagüe,
hizo una visita sorpresa al frente como
resultado de una serie de informes
críticos por parre de los oficiales de
enlace españoles, mientras O’Duffy
estaba de viaje por Sevilla. A estas
alturas,
Franco
comenzaba
a
preocuparse por el coste económico de
la XV Bandera, que estaba recibiendo
poca o ninguna contribución material de
sus fuentes irlandesas. Como O’Duffy se
resistía a las insistentes presiones para
integrar a sus hombres plenamente al
ejército nacional —con el objeto de
incluirlos en una unidad operativa
viable bajo mando español—, a
mediados de abril, el Generalísimo
decidió que la disolución era la única
opción que le quedaba. Pocas semanas
después, la bandera fue disuelta.
Durante las semanas que se tardó en
organizar la repatriación, sus integrantes
cayeron en disensiones internas,
exacerbados por el aburrimiento, los
rumores y la desilusión. A veces, el
comportamiento de una minoría
irresponsable debió de poner a prueba
la paciencia de sus anfitriones en
Cáceres[42].
Las
Brigadas
Internacionales
lucharon durante dieciocho meses más,
después de que sus despreciados
compatriotas
«fascistas»
hubieran
abandonado el campo de batalla. Hasta
el mes de octubre de 1938, no fueron
disueltas y repatriadas como resultado
del acuerdo al que llegaron las
potencias antiintervencionistas. Docenas
de sus compatriotas, convertidos en
prisioneros de guerra, sufrieron graves
penurias, apresados en condiciones
horribles en un monasterio medieval a
las afueras de Burgos, transformado
toscamente en prisión. La mayoría
fueron liberados tras la victoria de
Franco en abril de 1939.
VI. LA MEMORIA
Cuando la Brigada Irlandesa volvió a
casa (en junio de 1937) fue honrada con
una recepción oficial en el ayuntamiento
de Dublín y fue bienvenida en la mayor
parte de los pueblos y ciudades de
origen de los voluntarios. Para entonces,
sin
embargo,
éstos
estaban
irreconciliablemente
divididos
en
facciones y muchos no tuvieron reparo
en airear sus diferencias y sus quejas
por el trato recibido en España[43]. La
opinión pública irlandesa se percató de
que las gloriosas narraciones sobre las
proezas de la Brigada que habían ido
apareciendo en la prensa (especialmente
en el Independent) estaban un tanto
alejadas de la realidad. El propio
O’Duffy quedó sumido en una
enfermedad terminal y en la oscuridad
política, aunque siempre acudió en
ayuda de sus hombres cuando alguno
pasaba una mala racha. Varios oficiales
intentaron formar una asociación de
veteranos que pudiera dedicarse a
reparar las relaciones entre ellos y
evitar mayores daños, pero no tuvieron
éxito[44]. Durante los años más difíciles
de la Guerra Fría, los veteranos de la
Brigada
recibieron
un
cierto
reconocimiento como vanguardia en la
lucha contra la amenaza comunista que
en esos momentos —como habían
predicho los curas en los años treinta—
había extendido la tiranía atea y la
persecución a muchos pequeños países
católicos. A finales de los años
cuarenta, el partido que apoyaba la
mayoría de los veteranos —el Fine Gael
— entró en el gobierno por primera vez.
Pero cualquier esperanza albergada por
éstos de ver justificada su actuación
quedó anulada por el creciente
descontento sobre el legado de los
Camisas Azules. Este aspecto se sumó a
la renovada desvalorización de la
actuación militar de la Brigada. El
sarcástico comentario de Brendan
Behan, quien afirmaba que eran el único
ejército que jamás había vuelto de una
guerra con más soldados de los que
salieron llegó a oídos de todos los
ciudadanos de la República[45]. Con el
paso de los años, incluso aquellos que
alguna vez habían rezado por la victoria
de
Franco
menospreciaban
su
contribución. De hecho, la Iglesia
Católica de Irlanda, a la cual O’Duffy
siempre sirvió fielmente, jamás les
agradeció este sacrificio a él o a sus
hombres, como cabría esperar. Aunque
Irlanda siguió siendo un país
profundamente católico, la ética política
general había cambiado. En los años
sesenta, con la moda izquierdista, los
veteranos no se atrevían a recordar su
campaña en público, mientras que sus
hijos y nietos se avergonzaban de tener
cualquier relación con la misma. A
partir de 1939, por lo menos, la mayor
parte guardó silencio y murió sin llegar
a hablar jamás de esta experiencia ni
dejar la menor constancia de la misma.
Muchos se alistaron en el ejército
británico a partir de 1940; algunos
sentían —una vez más— que era éste su
deber, otros fueron sencillamente
soldados, soldados hasta el final; y sin
duda alguno que otro se alistó con los
británicos aunque sólo fuera por
desafiar a De Valera, que de nuevo
había optado por la neutralidad.
Cualesquiera que fueran sus razones, el
hecho es que algunos «fascistas
irlandeses» murieron luchando en la
Gran Guerra contra el fascismo.
Los brigadistas internacionales
irlandeses que sobrevivieron no
recibieron ningún homenaje público a su
vuelta. Al contrario, algunos veteranos
afirman que el hecho de haber luchado
con los «rojos» los inhabilitó, en
muchos casos, para conseguir empleo.
Muchos permanecieron al margen del
mercado laboral durante años, por la
perniciosa influencia de parte del
clero[46]. Pero al final fueron
recompensados por su lucha y su
sacrificio, por su derrota y posterior
persecución. «Sois historia; sois
leyenda» fueron las proféticas palabras
pronunciadas por la Pasionaria (Dolores
Ibárruri) en el desfile de las Brigadas
Internacionales en Barcelona en octubre
de 1938. Sin duda estos guerreros
entraron a formar parte de la historia y
la
leyenda.
Muchos
de
los
supervivientes se unieron a la
asociación
de
las
Brigadas
Internacionales, establecida antes del
final de la guerra, dentro de la cual la
pequeña y manejable rama irlandesa era
sostenida
por
una
organización
internacional. En los años sesenta ya
habían adquirido la categoría de unos
visionarios que percibieron los peligros
del nazismo y el fascismo mucho antes
que sus líderes políticos y que estaban
dispuestos a sacrificar sus vidas para
advertir al mundo. En noviembre de
1995, el congreso de la España
democrática votó la concesión de la
nacionalidad española honorífica a los
veteranos
supervivientes
de
las
Brigadas
Internacionales[47].
Estos
canosos republicanos a ultranza pueden
ahora convertirse —si lo desean— en
súbditos de Su Majestad el rey Juan
Carlos I. Es un curioso final.
SEGUNDA PARTE
LA FORJA DEL
ESFUERZO BÉLICO
6
«DE LA CIMA AL
ABISMO»: LAS
CONTRADICCIONES
ENTRE EL
INDIVIDUALISMO Y EL
COLECTIVISMO EN EL
ANARQUISMO
ESPAÑOL[1]
CHRIS EALHAM
INTRODUCCIÓN
Resulta verdaderamente paradójico que
el fallido golpe de Estado militar de
1936 que precipitó la Guerra Civil
española estimulase precisamente lo que
quería evitar: una profunda revolución
social de gran alcance[2]. Los
subsiguientes experimentos económicos
de colectivización y las milicias de
obreros armados marcaron los «años
heroicos» del movimiento libertario
ibérico: la Federación Anarquista
Ibérica (FAI) y la Federación Ibérica de
Juventudes Libertarias (FIJL) y la
organización sindical Confederación
Nacional del Trabajo (CNT). Pero la
gloria pronto dio paso a la ignominia, ya
que las realidades hermanas de la
revolución y la Guerra Civil dejaron al
descubierto una serie de flaquezas
políticas y teóricas en el medio
libertario. Según Jaume Balius, quien se
destacó como uno de los más acérrimos
críticos anarquistas de la jerarquía de la
CNT-FAI-FIJL en los años treinta, «la
CNT estaba huérfana de teoría
revolucionaria.
No
teníamos
un
programa correcto. No sabíamos adonde
íbamos»[3].
En este capítulo se situará el fracaso
de la revolución española de 1936-1937
y el declive de la hegemonía anarquista
en relación con el desarrollo
contradictorio de los conceptos teóricos
de la CNT-FAI-FIJL en las décadas
anteriores a la Guerra Civil[4]. Se
prestará especial atención a las
estrategias
revolucionarias
individualistas y colectivistas en
Barcelona, la capital de facto del
anarquismo ibérico y centro de la
revolución española de 1936-37, ya que
esto nos permitirá apreciar cómo las
perspectivas enfrentadas sobre las
responsabilidades
del
militante
anarquista provocaron problemas de
control interno y disciplina en el seno
del movimiento anarquista durante la
Guerra Civil[5]. Fueron precisamente
estos problemas los que facilitaron los
intentos de los enemigos de la
CNT-FAI-FIJL en el bando republicano
de cargar sobre los libertarios el
estigma y el oprobio acumulado en torno
a los llamados «incontrolados», quienes,
sin ser el producto exclusivo de ninguna
organización o movimiento en concreto,
llegaron a ser identificados, exclusiva e
inmerecidamente, con la «familia
anarquista».
LA
GÉNESIS
DEL
INDIVIDUALISMO
ANARQUISTA
La raíz filosófica del anarquismo está
compuesta
por
un
profundo
individualismo,
una
aceptación
incondicional de la libertad del
individuo para actuar según su propia
voluntad o consciencia. Fue este mismo
principio el que determinó el modus
operandi del grupo de afinidad, la
unidad básica de la práctica anarquista,
que concedía una autonomía total a cada
uno de los miembros, incluso si entraban
en discrepancia con otros anarquistas u
otros miembros de su grupo. Hacia
finales del siglo XIX, Ricardo Mella,
Anselmo Lorenzo y Federico Urales, los
decanos del movimiento anarquista
español moderno, propalaron su
doctrina del espíritu individual en
conflicto permanente con la autoridad, el
capitalismo y el Estado[6]. Aunque estos
tempranos
pioneros
anarquistas
consiguieron difundir su mensaje y
establecer un movimiento y una cultura
que pudieran sobrevivir al Estado o por
lo menos sobrevivir a su represión, la
teoría libertaria local seguía siendo
bastante débil. Como respuesta a este
hecho, los libertarios españoles tomaron
prestadas ideas de otras tendencias
intelectuales europeas más extendidas,
entre ellas las anarquistas y las
provenientes de la clase media radical.
La ecléctica asimilación por parte de los
ideólogos anarquistas españoles de
teorías no proletarias es consecuente
con los orígenes filosóficos del
anarquismo y con el liberalismo radical
burgués de los siglos XVIII y XIX, así
como con la evolución subsiguiente, que
fue indefinida y desigual.
Estos ideólogos burgueses radicales
ejercieron una influencia duradera en el
desarrollo
del
pensamiento
del
anarquismo español y acrecentaron las
tendencias individualistas existentes en
el movimiento libertario. Un ejemplo de
escritor no anarquista importado a la
Península Ibérica por los libertarios es
el dramaturgo noruego Henrik Ibsen,
quien a partir de la década de 1890 gozó
de una gran popularidad en círculos
anarquistas, y cuyas obras más
destacadas se representaban con
regularidad ante públicos obreros de
toda España. Los temas de la resistencia
individual contra la falsedad y la
opresión y la búsqueda de la verdad y la
justicia, inherentes a obras como Un
enemigo del pueblo, Peer Gynt o Casa
de muñecas, e asumieron como una
confirmación de los elementos clave del
mensaje anarquista, hasta el punto de
que, el primero de mayo de 1925, el
dramaturgo escandinavo fue celebrado
por La Revista Blanca como «el primer
revolucionario»[7]. Otro importante
pensador que realzó las tendencias
individualistas de la intelectualidad
anarquista de fin de siglo fue el filósofo
alemán Friedrich Nietzsche, cuyas ideas
llegaron por vez primera al público
lector español a través de las páginas de
La Revista Blanca en 1898, cuando sus
principales obras no habían sido
traducidas aún al castellano. Mientras la
estética individualista de la obra de
Nietzsche lo hacía atractivo para los
intelectuales en general, fue su rechazo
militante de la naturaleza exclusiva de la
sociedad capitalista, junto a su defensa
de una violenta ruptura con la rigidez de
la ética burguesa y su llamamiento
apasionado en favor de la renovación de
la moral, lo que le granjeó el
seguimiento de los círculos anarquistas.
Su mensaje individualista era apoyado
incluso por libertarios capitales como
Mella y Urales, mientras que la
encarnación nietzscheana de Zaratustra,
la solitaria figura preparada para
enfrentarse a la intolerancia y la
indiferencia de la sociedad burguesa,
supuso un modelo muy atractivo para los
«tigres solitarios» y los terroristas
partidarios de la «propaganda por el
hecho», los vengadores de los crímenes
de la sociedad burguesa[8].
Fue, sin embargo, otro filósofo
alemán, Max Stirner, quien simbolizó el
apogeo del individualismo dentro de la
filosofía anarquista[9]. La obra de
Stirner entró en España a principios del
presente siglo a través de las páginas de
La Revista Blanca y en 1902 se publicó
El único y su propiedad, la primera
traducción española de Der Einzige und
sein Eigenthum, la obra magna de
Stirner. El individualismo de Stirner
abrió el camino para Nietzsche, hecho
que explica la facilidad con que los
intelectuales de clase media cercanos al
movimiento anarquista, tales como el
poeta catalán Jaume Brossa y el
novelista vasco Pío Baroja, asimilaron
algunos aspectos de la filosofía
ultraindividualista
de
Stirner[10].
Mientras que Nietzsche elogiaba al
Übermensch (superhombre) como un
ejemplo perfecto de la existencia
humana, Stirner defendía al Einzige
(único), el ego individual. Del mismo
modo, Stirner compartía el desprecio de
Nietzsche por la masa de la humanidad,
a la que representaba como un bloque
pasito y anónimo de mediocres
incapaces de romper con las
invenciones sociales burguesas. Como
respuesta, ambos defendían la rebelión
(individual) contra la sociedad pie, en
su opinión, impedía el desarrollo
integral del deseo individual. Este modo
de rebelión chocaba con las doctrinas
colectivistas de la solidaridad, que
ponían énfasis en la importancia de la
opresión de clase y la explotación
capitalista.
A diferencia de los otros postulantes
del individualismo citados, Stirner se
halla dentro de la tradición anarquista,
especialmente entre aquellas corrientes
del movimiento que siempre habían
glorificado la figura del ladrón, una
tendencia que puede remitirse a Mijail
Bakunin, uno de los padres del
anarquismo europeo, quien veía al
«fuera de la ley» como el elemento
revolucionario primordial, «el único y
genuino
revolucionario
—un
revolucionario sin frases bonitas, sin
retórica aprendida, irreconciliable,
infalible e indómito, un revolucionario
popular
y social,
apolítico
e
independiente de cualquier estado»[11]
—. Stirner creía en la virtud del mal y
alababa el crimen de igual modo que un
poeta romántico hubiera podido elogiar
la belleza de la naturaleza. Esta postura
partía de la suposición idealista de que
la ley y el Estado 10 poseían más poder
punitivo que el que le otorgaba la
conciencia de los sumisos. En los
términos de Stirner, por lo tanto, la
ilegalidad se convertía en un viaje
liberador de realización personal que
presagiaba el colapso de la autoridad y
el poder. Aunque creía en la destrucción
del orden existente, Stirner consideraba
que era la voluntad individual
(criminal), en lugar del proletariado, la
que cavaría la tumba del Estado. Por
consiguiente, Stirner rechazaba toda
forma de moral colectiva, tanto religiosa
como revolucionaria, por constituir una
prisión debilitadora para la mente y el
espíritu individuales. Así, en estos
términos, se podía acusar al marxismo
de ser un renacimiento secular de la
filosofía
antiindividualista
del
cristianismo, sustituyendo empero a
«Dios» con nuevos objetos de culto
como el «proletariado». No debe
sorprendernos, por lo tanto, que Stirner
adaptase la famosa sentencia de
Nietzsche a la afirmación de que «el
pueblo ha muerto» y que creyera en una
lucha
pseudodarwiniana
por
la
supervivencia, en la que los mendigos
estaban destinados a morir de hambre,
mientras que los dotados de un espíritu
de resistencia y un sólido ego
adquirirían
cualquier
cosa
que
necesitaran o deseasen, invocando su
sagrado derecho a la violencia. El único
valor defendido por Stirner era el afán
epicúreo de buscar la satisfacción de los
sentidos, con independencia de las
consecuencias sociales o humanas, lo
que conducía a un desprecio acérrimo
por las masas y la solidaridad. Por lo
tanto está justificada la definición del
estirnerismo de José Álvarez Junco
como «individualismo antisocial»[12].
De hecho, las únicas unidades
colectivas que Stirner consideraba
legítimas eran los «sindicatos de
egoístas»,
pequeños
grupos
de
individualistas
e
«ilegalistas
conscientes» surgidos de entre los
«desposeídos», una mezcolanza de
pobres,
villanos,
criminales
e
intelectuales desclasados que él
consideraba los agentes del cambio.
Por toda Europa, el mensaje de
Stirner alimentó los sentimientos
anarquistas existentes[13]. Como observó
un estudioso italiano del movimiento
anarquista, «el individualismo yacía en
el inconsciente ideológico de muchos
anarquistas y la “revelación” de Stirner
simó para fomentarlo»[14]. Esta postura
está confirmada por Rafael Núñez
Florencio, quien observó que la
filosofía de Stirner «se había originado
en el propio seno del anarquismo»[15].
Sería erróneo, sin embargo, exagerar la
influencia directa de Stirner en los
ideólogos del movimiento anarquista
español, y parece que el interés de
pensadores anarquistas tales como
Urales y Mella por el egoísta alemán
duró muy poco, a pesar de que el
individualismo
radical
siguió
constituyendo un elemento importante en
su filosofía[16]. Fue principalmente en el
terreno práctico —y es que el
anarquismo español era esencialmente
una doctrina de la acción—, donde de
manera más clara se manifestó la
influencia del individualismo de Stirner.
Por ejemplo, existen semejanzas
evidentes entre el individualismo del
«sindicato de egoístas» de Stirner y el
grupo de afinidad, la unidad fundamental
de la práctica anarquista en España:
ambos se caracterizaban por la absoluta
independencia de cada uno de sus
miembros. Es más, aunque siempre
fueron una minoría dentro del variado
medio
anarquista,
el
acendrado
individualismo de los discípulos de
Stirner les ayudó a forjar poderosas
leyendas y a ejercer una influencia
desproporcionada en el desarrollo de la
práctica libertaria en España.
Una de estas leyendas fue Achille
Vittorio
Pini,
un
anarquista
individualista milanés. Pini defendía el
robo a los burgueses o lo que él
denominaba «apropiación individual»,
basándose en que la riqueza capitalista y
la propiedad privada les había sido
usurpada a los pobres en primera
instancia. Exiliado en París durante
muchos años por culpa de sus actos de
«reapropiación», Pini practicó a su vez
esta original mezcla de protesta política
y actividad ilegal en Barcelona a
principios de la década de 1890, donde
él y sus camaradas publicaron un
periódico, El Porvenir Anarquista, en
italiano, francés y español[17]. Aunque la
presencia de Pini en la ciudad no ha
sido ampliamente documentada por
ahora, su «gesto individual» adquirió
una dimensión mítica entre muchos
grumos de afinidad locales[18].
La estancia de Pini en Barcelona
coincidió con la ruptura de las
estructuras tradicionales de control
social en la ciudad que siguieron al
desarrollo urbano, la expansión
económica y la inmigración masiva
alentadas
por
la
Exposición
Internacional de Barcelona en 1888. La
inestable combinación de una ciudad
portuaria con un acensado ambiente
bohemio, una economía de salarios
bajos y una clase obrera de reciente
origen campesino y poco cualificada en
general transformaron a Barcelona en lo
que Luis Goytisolo describió como un
«cóctel de violencia, mezcla de Chicago
explosiva y Nápoles camorrista»[19].
Esta idea ha sido confirmada por una
historiadora le la cultura, quien
reconoció que Barcelona «atraía a la
más extremada retórica individualista de
la destrucción»[20]. Dicho contexto
material aseguró que las nociones
ilegalistas inherentes a la filosofía de
Stirner fueran muchas veces adoptadas
espontáneamente por los sectores más
pobres de la clase obrera barcelonesa,
que practicaban el crimen y el robo para
sobrevivir, especialmente en tiempos de
paro generalizado. Como las relaciones
sociales se centraban en lo que un
habitante de uno de los barrios
proletarios más deprimidos describió
como «la contínua lluita per la vida», se
desarrolló una cultura de la criminalidad
individual entre ciertos sectores obreros
de la capital catalana que legitimaba el
amplio espectro de actividades ilegales
propugnado por Stirner[21].
EL FÁRRAGO ANARCOSINDICALISTA
El impacto del ultraindividualismo de
Stirner en el movimiento libertario
europeo quedó matizado por la
aparición del anarcosindicalismo a
principios de siglo, proceso que culminó
con la creación de la CNT en 1910. El
anarcosindicalismo supuso la fusión del
anarquismo con el sindicalismo
colectivo, una combinación que, en
palabras del anarcosindicalista francés
Pierre
Monatte,
«devolvía
al
anarquismo la conciencia de sus
orígenes obreros»[22]. En términos
tácticos,
el
anarcosindicalismo
representó un intento de escapar del
gueto al que había sido arrastrado el
movimiento
libertario
por
los
partidarios individualistas de la
«propaganda por el hecho» y reflejaba
el deseo de supeditar la voluntad del
individuo a los objetivos genéricos de la
colectividad. La Carte d’Amiens, el
clásico manifiesto de los principios
anarcosindicalistas,
era
un
reconocimiento tácito del fracaso de la
creencia anarquista en el individualismo
y la espontaneidad. En cambio, los
anarcosindicalistas insistían en la
necesidad de establecer un órgano
directivo central (sindicato) que
organizase la clase obrera y canalizara
sus energías colectivas antes de la
expropiación de la burguesía mediante
una huelga general revolucionaria[23].
El individualismo agresivo y egoísta
celebrado en la filosofía de Stirner no
cuadraba con las promesas de
solidaridad
postuladas
por
el
anarcosindicalismo de la CNT, y las
filas crecientes de los cenetistas
superaron pronto en número a los grupos
aislados de anarquistas individualistas.
Pero la tendencia de los historiadores a
centrarse globalmente en los sindicatos
de la CNT en detrimento de los grupos
de afinidad, de carácter exclusivamente
libertario, sugiere que se debió de
producir alguna clase de ruptura en el
modus operandi del anarquismo español
y que las prácticas sociales se
modificaron o «modernizaron» a medida
que la violencia individual o la
protagonizada por pequeños grupos era
reemplazada por la actividad sindical
colectiva[24]. De hecho, los anarquistas
tradicionales
no
renunciaron
completamente a su ideología para
volverse sindicalistas revolucionarios,
como demuestra el hecho de que en los
años anteriores a la Guerra Civil se
dieron
numerosos
ejemplos
de
hostilidad
anarquista
hacia
el
anarcosindicalismo.
Por
ejemplo,
muchos anarquistas comprometidos,
entre ellos Urales, se opusieron a la
fundación de la CNT, que miraban con
desconfianza como el germen de una
burocracia que apagaría el instinto
revolucionario espontáneo de las
masas[25]. En una ocasión, el inexorable
individualismo
antisindicalista
de
Urales obligó a un grupo de obreros a
echarlo literalmente de un centro social
sindical, ignominia a la que se sumó una
orden que prohibía la entrada en los
edificios de la CNT al sabio
anarquista[26].
Aunque desde principios de este
siglo los anarcosindicalistas eran más
numerosos que los anarquistas, su
supremacía no se extendió hacia el
campo
ideológico,
debido
principalmente a que los defensores del
sindicalismo industrial se centraron en
establecer una cultura de la acción
sindical, en lugar de formular un
proyecto ideológico coherente para la
transformación social. Este defecto
doctrinal permitió que el menguante
número de libertarios tradicionales
influyera
en
la
Confederación,
provocando con ello una considerable
confusión teórica a medida que la
mezcla
de
colectivismo
e
individualismo inherente al anarquismo
se traducía en el anarcosindicalismo
español y en una confusión ideológica
en el seno de la CNT. El elitista
individualismo
radical
de
los
anarquistas se manifestaba a su vez en el
comportamiento de muchos líderes
cenetistas, tales como Salvador Seguí, el
Noi del Sucre, el más popular de todos
los organizadores de la CNT anteriores
a la Guerra Civil, cuyos numerosos y
violentos conflictos tácticos con los
libertarios
han llevado
a
los
historiadores a considerarlo como el
paradigma
de
la
virtud
anarcosindicalista[27]. Dicho aspecto
enmascara los orígenes ideológicos de
Seguí, que estaban más determinados
por Nietzsche que por la Carte
d’Amiens. De joven fue un miembro
destacado de Els Fills de Puta, una
banda de orientación nietzscheana que
recorría los bares más duros del centro
de Barcelona en busca de emociones y
de camorra. Aunque posteriormente
Seguí adoptó unas posturas sindicalistas
bastante ortodoxas, según Pere Foix, uno
de sus más cercanos allegados, siempre
mantuvo el «esperit salvatge» de su
juventud, acompañado de ciertas
inclinaciones bohemio-individualistas
que se expresaban tanto en su
indumentaria como en su ética
personal[28].
Si el individualismo perduraba en el
corazón de la CNT, entre los grupos
anarquistas de su periferia llegó
verdaderamente a estallar. En el
momento cumbre del desarrollo del
anarcosindicalismo en la primera
década del siglo XX, los descendientes
estirneristas de Pini publicaron El
Productor Literario, un periódico
barcelonés en el que se decía a los
lectores que «¡Robar y matar para vivir
es hermoso, grande como la misma vida!
Robar… Matar…»[29]. La tendencia
individualista ilegalista recibió un
nuevo impulso durante la Primera
Guerra Mundial, cuando la relativa
libertad de la España neutral y la
reputación revolucionaria de Barcelona
atrajo a exiliados anarquistas, prófugos
y seres marginales de toda Europa hacia
la capital catalana[30]. Entre los
emigrantes anarquistas que llegaron a
Barcelona
se
encontraba
el
individualista ruso Víctor Serge, que
acababa de cumplir una sentencia por su
pertenencia a la Banda de Bonnot, el
famoso grupo francés de ladrones de
bancos, y que se había asociado con
Costa Iscar, un anarcoindividualista
catalán y carterista confeso. Años más
tarde, después de cruzar el Rubicón que
separaba el individualismo estirnerista
del bolchevismo, Serge evocó el
ambiente libertario de la Barcelona de
la
guerra
en
su
novela
semiautobiográfica Le Naissance de
Notre Pouvoir, en la que describía el
«veneno egoanarquista» encarnado en el
personaje Lejeune; en un modo
típicamente
estirnerista,
Lejeune
declaraba su rechazo hacia aquellos que
predicaban la revolución en aras de la
humanidad, prefiriendo en cambio
«saquear los bancos. Mi revolución será
rápida. Yo no creo en la suya.
Monarquías, repúblicas, sindicatos —
me importan un bledo»[31].
Después de la Primera Guerra
Mundial, la suerte de los ilegalistas
estirneristas volvió a mejorar. Esto se
debió a un aumento general del prestigio
de los grupos de afinidad anarquistas a
partir de 1919, cuando la principal
asociación patronal optó por una
estrategia agresiva de «reventar
sindicatos» que puso en un atolladero la
estrategia sindical de la CNT
catalana[32].
Los
anarquistas
interpretaron la restricción de las
libertades civiles y las movilizaciones
colectivas como una justificación de su
estrategia de violencia en pequeños
grupos, por lo que comenzaron a
descollar los grupos de afinidad, que
demostraban que el individualismo
seguía constituyendo un elemento clave
en la cultura de praxis de la CNT. El
más activo de los grupos de afinidad en
este período fue el de «los Solidarios»,
que incluía a Buenaventura Durruti,
Francisco Ascaso y Juan García Oliver,
conocidos como «los tres mosqueteros
del anarquismo español», los cuales, a
pesar de su antiintelectualismo general,
estaban familiarizados con las filosofías
de Nietzsche y Stirner. Donde mejor
reflejado aparecía este hecho era en el
modus operandi de los grupistas, los
cuales surgían periódicamente de las
sombras de la clandestinidad para
expropiar bancos en nombre de la
«causa», «vengándose» y «eliminando»
a los «enemigos del proletariado», lo
cual suponía una enorme audacia y
autonomía individual[33].
El nuevo prestigio del que gozaban
los grupos de afinidad y su convicción
de que eran los intérpretes del alma de
la CNT estimularon la lucha por el
control de los sindicatos, a medida que
anarquistas
y
anarcosindicalistas
luchaban unos con otros para imponer
sus tácticas particulares en la
Confederación. La CNT se convirtió de
manera creciente en una organización en
lucha consigo misma y se malgastaron
muchas energías en lo que generalmente
no eran más que fútiles debates internos
sobre estrategias que no servían en
absoluto para resolver la confusión
histórica sobre los méritos relativos del
individualismo y el colectivismo y la
dicotomía entre legalidad e ilegalidad.
En consecuencia, cuando el general
Primo
de
Rivera
hizo
su
pronunciamiento en septiembre de 1923
y se proclamó dictador, la CNT no
estuvo en condiciones de responder.
Aunque se censuró la prensa sindical,
para mantener la apariencia de
afabilidad liberal de Primo de Rivera se
le permitió a la CNT conservar una
limitada existencia legal. Pero dicha
tolerancia
a
la
CNT
terminó
repentinamente a partir de mayo de
1924, cuando un anónimo grupo de
afinidad anarquista asesinó al verdugo
oficial de Barcelona, con lo que
proporcionó a las autoridades un
pretexto para forzar a los sindicatos
revolucionarios
a
pasar
a
la
clandestinidad, donde permanecieron
hasta 1930. Este singular episodio puso
de manifiesto las contradicciones entre
los métodos individualistas de los
grupos
de
afinidad
anarquistas
generalmente incontrolables y las
necesidades colectivas y organizativas
del movimiento libertario que se
demostrarían durante la Guerra Civil.
Un
anarcosindicalista
conjeturó
proféticamente que este asesinato era
obra de «fanáticos incontrolados»[34].
EL
RESURGIMIENTO
DEL
INDIVIDUALISMO EN LOS AÑOS VEINTE
Aunque la dictadura inmovilizó en gran
medida el cuerpo del movimiento
libertario,
su
cerebro
siguió
funcionando. Durante los años veinte, el
censor permitió que se publicase La
Revista Blanca, que proporcionaba a
los teóricos anarquistas la oportunidad
de reflexionar sobre las luchas del
período precedente. Durante estos años,
Urales redactó una serie de artículos con
los títulos «El ideal individual y el
colectivo» y «El individualismo y la
solidaridad humana» en un intento por
sintetizar las experiencias de los treinta
años precedentes y calibrar su
repercusión en las relaciones entre
sindicalismo,
individualismo
y
colectivismo.
Algunos
de
los
pensadores que habían determinado la
tendencia individualista del anarquismo
ibérico,
especialmente
Nietzsche,
bastante desacreditado ahora en los
círculos libertarios tras el auge del
fascismo italiano y el surgimiento de la
versión nacionalista de Mussolini a
partir del mito del Übemiensch, fueron
rechazados públicamente por Urales,
quien además hizo una crítica de la
filosofía de Stirner, que descartaba
como «individualismo sin deberes
morales o sociales»[35].
Pero en lugar de presentar una nueva
síntesis teórica y una explicación clara
de las responsabilidades individuales
del anarquista dentro de la colectividad,
Urales repitió los errores del pasado y,
a pesar de todo su desprecio por la «vía
errónea» de Nietzsche, continuó
transmitiendo la estética individualista
radical al movimiento anarquista. Del
mismo modo, aunque Stirner parecía
estar pasado de moda entre los teóricos
libertarios, el profeta alemán del
egoísmo siguió encontrando eco en el
rechazo de la «solidaridad universal»
manifestado por Urales. Además, Urales
seguía haciendo hincapié en la
importancia de los gestos inspirados por
«la riqueza ideal del individualismo»,
de la cual «el anarquismo no puede
separarse». Clara celebración de la
autonomía absoluta que frustraba
cualquier esfuerzo por distanciarse de la
filosofía de Stirner[36]. Este mismo
individualismo radical definió el
pensamiento de la hija de Urales,
Federica Montseny, una de las más
importantes propagandistas anarquistas
de la etapa anterior a la Guerra Civil y,
posteriormente, una figura destacada de
la CNT-FAI, quien estaba de acuerdo
con su padre en que la acción individual
era la forma de lucha más eficaz, «la
fuente de vida y de progreso
humano»[37].
Este
individualismo
encontró un eco más amplio a través de
La Novela Ideal, una colección de más
de 500 novelas proletarias publicadas
entre 1925 y el final de la Guerra Civil
que alcanzó un éxito sorprendente, ya
que se vendieron entre diez y cincuenta
mil ejemplares de cada número[38].
Como género que veneraba la fuerza de
la resistencia individual y el valor
personal contra los poderes despóticos
del Estado, el Capital y la Iglesia, los
clásicos temas de La Novela Ideal
reflejaban el mismo anhelo por la
liberación humana que impregnaba las
primeras piezas teatrales de Ibsen; los
temas estirneristas aparecían también
frecuentemente
reflejados,
como
podemos ver en Fuera de la ley de
Mauro Bajatierra y en Jonas el errante
de Elías García, que establecían un culto
a la violencia y postulaban que la
revolución era la manifestación suprema
del individualismo[39].
La confusa relación entre el
individualismo y el colectivismo se
materializó en 1927 con el nacimiento
de la FAI. Aunque en realidad no era
más que una recreación de a clásica
sociedad secreta anarquista de Bakunin
originada en el siglo XIX, la FAI no hizo
ningún esfuerzo por desarrollar la
doctrina anarquista, ni siquiera por
sintetizar
las
contradicciones
ideológicas del pasado. En realidad, su
misión consistía en salvaguardar la
pureza anarquista en la CNT, para lo
cual atrajo a los previamente dispersos
grumos de afinidad y se convirtió en el
lugar de reunión de los libertarios
descontentos con la disolución del
mensaje marquista desde el desarrollo
del anarcosindicalismo durante los 25
años
anteriores[40].
Aunque
los
sentimientos
individualistas
y
antiorganizativos de Ascaso, Durruti y
García Oliver supusieron que su grupo
de afinidad Los Solidarios, rebautizado
como Nosotros en 1931, no se
incorporase a la FAI hasta 1934, fueron
ellos los que proporcionaron el modelo
operativo para el faísmo; no sólo se
esmeraba que los faístas emularan el
espíritu de sacrificio personal y
abnegación que rebosaban «los tres
mosqueteas», sino que el considerable
poder carismático que ostentaban estas
leyendas vivas libertarias, junto a la
ausencia de cualquier procedimiento
interno coherente dentro de la propia
FAI, les permitiera constituir, en
palabras de un joven faísta, una «superFAI», una «FAI dentro de la FAI», el
liderazgo de facto de la organización[41].
La radicalización del individualismo
extremo en el seno del movimiento
libertario español puede apreciarse con
mayor claridad si nos acercamos a las
figuras de Ascaso, Durruti y García
Oliver. Aunque los componentes de este
triunvirato
eran
cenetistas,
su
participación en las luchas sindicales
colectivas tuvo siempre un carácter
secundario frente a su militancia en el
grupo de afinidad. Así, en lugar de
permanecer en España para organizar la
CNT de manera clandestina durante la
dictadura de Primo de Rivera, «los tres
mosqueteros», junto a muchos otros
grupistas, optaron por el exilio: Durruti
y Ascaso barrieron Suramérica y Cuba,
expropiando bancos y asesinando
empleados a su paso, antes de reunirse
con el grueso de los exiliados españoles
en París, donde Durruti cayó bajo la
influencia de Sébastian Faure, gurú del
anarquismo individualista e incansable
propagandista de las virtudes del
crimen[42]. Por lo que respecta al resto
de los libertarios españoles expatriados,
la experiencia del exilio parisino sin
duda contribuyó a exacerbar sus
tendencias bohemias, especialmente en
la sociedad de cafés anarquistas del
Montmartre de los años veinte, donde la
leyenda del criminal individualista
Bonnot seguía muy viva y donde el
credo estirnerista de la «reapropiación
individual» atraía sin duda a estos
emigrantes apremiados por la pobreza.
Estos hechos quedaron reflejados en las
páginas de Acción, una publicación
esporádica editada por libertarios
españoles exiliados que atestiguaba la
influenza de ideólogos franceses
anticolectivistas como Faure y jue
apoyaba los métodos de lucha
individualista[43].
Las nuevas libertades políticas que
siguieron al colapso de la dictadura en
1930 y al nacimiento de la Segunda
República en 1931 permitieron la
legalización de la CNT y el regreso de
los grupistas del exilio. Lenta pero
inexorablemente, la FAI fue mejorando
su posición en el seno de la CNT,
adquiriendo el control de los sindicatos
catalanes más importantes ya a finales
de 1931 y estableciéndose como una
fuerza hegemónica dentro del Comité
Nacional de la CNT en los años
inmediatamente anteriores a la Guerra
Civil[44]. Aunque las complejas causas
del auge de la FAI escapan a las
consideraciones de este estudio, no
debemos obviar hasta qué punto la
influencia de los faístas devolvió su
prestigio al tradicional grupo de
afinidad, así como a las tácticas de la
acción individual y la autonomía de los
pequeños grupos. Aunque la insinuación
de que el faísmo evitó las
movilizaciones
colectivas
podría
considerarse una caricatura —una
improbable realidad, dada la necesidad
que tenía la FAI de mantener su
credibilidad entre la gran mayoría de
cenetistas, que, en general, estaban
preocupados por las tradicionales
demandas sindicales—, los faístas
fueron los artífices de la intensa
manifestación del individualismo, tanto
en el seno del movimiento libertario
como en la CNT[45].
El
principal
foro
para
el
individualismo extremado durante los
años treinta fue Iniciales, una revista
semanal dirigida a los «verdaderos
individualistas,
nudistas
y
vegetarianos»,
de
orientación
descaradamente estirnerista y que
aplaudía al filósofo alemán por ser el
«asesino de mentiras»[46]. Basándose en
la tradición de Bonnot, Iniciales
presentaba una amplia justificación de la
ilegalidad, defendiendo la violencia y el
robo por parte de «la raza de los
pobres» en su «lucha por la vida». Para
Iniciales, esta rebelión de los
«revolucionarios auténticos» debía
llevarse a cabo de un modo claramente
individualista
y
todas
las
organizaciones, incluidos los sindicatos
de la CNT y los organismos
exclusivamente anarquistas como la FAI,
fueron denunciadas como unidades
«dominadoras y reglamentadas» que
convertían a los individuos en
«máquinas de cotizar», anulando sus
energías transformadoras[47].
Por mucho que la aversión
doctrinaria radical de los individualistas
hacia la organización colectiva les
impidiese expresarse directamente a
través de la CNT o de la FAI, una
multitud de vínculos históricos, políticos
y personales ligaron a los estirneristas
con los anarquistas que constituyeron la
directiva de la CNT-FAI a principios de
los años treinta[48]. Por ejemplo,
Antonio García Birlán, Dionisios, un
destacado individualista de este
período, estaba asociado al clan de
Urales.
Mientras
tanto,
muchos
camaradas de Ascaso, Durruti y García
Oliver
defendían
la
causa
individualista-legalista en los años
treinta, entre ellos Adolfo Ballano, un
colaborador habitual de Iniciales que
había
formado
parte
de
Los
Solidarios[49].
Estas
conexiones
aseguraron que, aunque los devotos de
Stirner representaran una minoría dentro
del movimiento libertario en los años
treinta, en torno a los doscientos o
trescientos activistas, siguieran estando
en posición de presentar sus puntos de
vista sobre la ilegalidad y la
expropiación en la amplia comunidad de
faístas y, en menor medida, en las filas
de los cenetistas. De este modo, la
repercusión de las ideas ilegalistasindividualistas dentro de la CNT-FAI
era desproporcionada, teniendo en
cuenta el reducido número de
stirneristas. Esto ayuda a explicar por
qué algunas publicaciones libertarias
importantes como Tiara y Libertad, el
semanario de la FAI, aceptaban con
entusiasmo la concepción individualista
de la ilegalidad y consideraban el robo
como un acto subversivo de rebelión,
llegando incluso a presentar el crimen
como un arma de la lucha de clases[50].
Del mismo modo, en cuanto el control
editorial del diario de la CNT,
Solidaridad Obrera, pasó a la FAI, el
periódico
fue
adoptando
progresivamente
una
línea
semiestirnerista, aceptando a los
«delincuentes»
como
«nuestros
hermanos» y justificando el «querer»
individual, los «hechos violentos de una
naturaleza individual» y una amplia
gama de actividades ilegales, entre ellas
la falsificación de dinero[51].
La experiencia de los años treinta
también demostró que los métodos
individualistas
antisindicalistas
adoptados por la FAI (y por la FIJL
desde su creación en 1932) fueron a
menudo
la
antecámara
de
un
individualismo de resultados que tenía
muchas semejanzas con la filosofía del
crimen y la ilegalidad propugnada por
Stirner y que está representada por
numerosos ejemplos de anarquistas que
salieron de los grupos de afinidad con
posturas individualistas extremas. Estos
mismos casos indican a su vez que la
correlación entre la ilegalidad armada y
la actividad revolucionaria no siempre
fue tan clara como algunos anarquistas
han sugerido, cuestión que fue subrayada
por la trayectoria de los defensores de
la
criminalidad
cuyas
acciones
resultaron o bien embarazosas para el
movimiento
libertario
o
bien
incompatibles con sus objetivos
socioeconómicos a largo plazo. Un buen
ejemplo de esto es Josep Gardenyes,
individualista convencido y veterano de
los grupos de afinidad posteriores a la
Primera Guerra Mundial, que en varios
sentidos tipificó la experiencia de los
anarquistas de su generación. Sin duda
figuraba en la lista negra de muchos
empresarios, por lo que sufrió muchas
penurias y pasó gran parte de los años
veinte en la cárcel en España o bien en
el exilio en Argentina, Franca e Italia.
Según uno de sus coetáneos anarquistas,
«en cierta manera resume la bohemia
extremada que rondaba una parte de
nuestro
movimiento».
Se
puede
considerar que, desde 1931, Gardenyes
era ya un destacado faísta, ya que
hablaba frecuentemente en mítines en
Barcelona junto a Durruti, Ascaso y
García Oliver y participaba en las
actividades de la Agrupación Cultural
Faros, uno de los principales grupos
educativos anarquistas en la capital
catalana. Sin embargo, la relación de
Gardenyes con el movimiento anarquista
sufrió a su vez un cambio brusco tras
responder aquél a uno de sus períodos
de paro con el clásico estilo estirnerista.
En un caso que mostró las
contradicciones entre las corrientes
individualistas y colectivistas en el seno
del movimiento libertario, Gardenyes
fue expulsado de la Agrupación Cultural
Faros porque sus acciones resultaban
perjudiciales
para
los
intereses
generales de la asociación. En opinión
de un anarcosindicalista que había sido
amigo suyo, «lo que le faltaba a
Gardenyes era la vocación del trabajo
continuado […] [y] durante la República
degeneró». Fue acusado de robarle a un
ciclista la pequeña suma de 25 pesetas y
pasó los años previos a la Guerra Civil
en la cárcel, aunque, como veremos,
permaneció en la órbita de la CNTFAI[52].
A pesar de que los ilegalistas
estirneristas nunca eran cenetistas ni
faístas, eran sin embargo un sector
identificable de la «familia libertaria» y,
como tal, sus actividades comenzaron a
provocar una creciente inquietud entre
los líderes de la CNT-FAI-FIJL a
medida que avanzaba la década. Esta
inquietud se incrementó después de una
serie de robos de gran envergadura en
los que algunos trabajadores fueron
asesinados por individualistas. Uno de
los casos más reveladores y que atrajo
un considerable interés público ocurrió
en agosto de 1933, cuando un camarero
y miembro de la central sindical
socialista murió a manos de un
«Sindicato de Egoístas» en el curso de
un robo frustrado en un café del centro
de Barcelona. Como ejemplo de las
extrañas alianzas forjadas por los
estirneristas,
la
policía
reveló
posteriormente que entre los miembros
de la banda en cuestión se encontraban
un impresor anarquista empleado por el
Comité Regional Catalán de la CNT en
la imprenta de Solidaridad Obrera y, lo
que resulta más llamativo, un aventurero
burgués de origen inglés[53]. El carácter
estéril y arbitrario de la violencia
individualista se vio acentuado en
diciembre de 1934, cuando Vicente
Aranda Sánchez, anarquista de veinte
años relacionado con los círculos
individualistas
barceloneses,
fue
acusado ante un tribunal militar del
asesinato de un joven empleado durante
un robo fracasado y posteriormente
ejecutado. Mientras que la Federación
Local de Grupos Anarquistas de
Barcelona lloró un nuevo mártir, el
padre del empleado, que también era
anarquista, lloró la muerte de su hijo[54].
La creciente concienciación de que
la violencia individualista podría poner
en un aprieto al movimiento libertario y
de algún modo corromper a sus
militantes provocó un debate en la
CNT-FAI-FIJL sobre la cuestión de la
disciplina interna y la necesidad de
subordinar la conducta de los activistas
individuales a las exigencias de la
organización. Algunas secciones de la
CNT-FAI-FIJL temían especialmente que
la obsesión por la rebelión espontánea
provocara que algunos anarquistas se
aficionasen a la violencia arbitraria así
como a realizar actos vacíos de
cualquier contenido revolucionario
constructivo.
Estos
temores
se
mezclaron con la preocupación por el
hecho
de
que
la
expansión,
relativamente
descontrolada,
del
movimiento libertario entre 1931 y 1934
hubiera
permitido
que
algunos
«elementos indeseables» y agentes
provocadores ingresaran en la FAI.
Otros libertarios temían que la
criminalidad estirnerista atrajera a la
CNT-FAI-FIJL
reincidentes
que
pretendieran utilizar la ideología
anarquista como tapadera para justificar
sus violaciones de la ley[55].
Dentro de la jerarquía de la
CNT-FAI-FIJL surgió el consenso de
que los defensores de la «expropiación
individual» eran incompatibles con la
lucha
por
la
transformación
revolucionaria
colectiva.
Consecuentemente,
Marianet,
que
previamente había consentido las
tácticas
ilegalistas-individualistas,
condenó ahora el «descrédito» que los
estirneristas traían a la CNT-FAI,
aprovechando el «abismo» que separaba
el objetivo anarquista del «bienestar
general» y la «expropiación colectiva»
de «la expropiación individual, porque
ésta no es sino cambiar la riqueza de
manos, pero siempre para lucro personal
de una minoría». Igualmente, Germinal
Esgleas, que antes había estado muy
cerca de algunos estirneristas, publicó
un largo artículo sobre la moral
anarquista en el que conrarrestaba las
posturas de los individualistas radicales
del siguiente modo:
No son los anarquistas, repetimos,
individuos interesados de toda clase de
delitos […] [y estos] actos que se
presentan como fruto de la propaganda
y de la prédica anarquista, nada tiene
que ver la anarquía con ellos.
En el verano de 1935, la corriente se
volvió en contra de los individualistas
al aprobarse una resolución sobre «el
sarampión del atraco» durante un pleno
clandestino de la federación Local de
Grupos Anarquistas de Barcelona, en un
intento por controlar la conducta de los
militantes anarquistas, prohibiendo la
criminalidad individualista[56].
GUERRA CIVIL, REVOLUCIÓN V LOS
«INCONTROLADOS»
Los acontecimientos que siguieron al
estallido de la Guerra Civil disiparon
cualquier ilusión en el seno de la
directiva de la CNT-FAI-FIJL de que los
asuntos referentes a las tácticas internas
pudieran solucionarse con unas mínimas
garantías de éxito. Cuando el viejo
Estado cayó bajo el impacto del golpe
militar de julio, los sindicatos llenaron
el vacío de poder en gran parte de la
zona republicana. El poder residía en
las calles de la España republicana, lo
que significaba que en Cataluña la
CNT-FAI-FIJL era hegemónica. Los
militantes anarquistas creyeron que su
odisea había terminado y que su
revolución acababa de comenzar, una
transformación social que, de acuerdo
con la doctrina antiestatalista libertaria,
no requería una nueva autoridad estatal.
Consecuentemente, en las calles de
Barcelona, el viejo cuerpo de policía
fue sustituido por las patrullas de
control revolucionarias, un organismo
de setecientos miembros reclutados
entre miembros avezados de las fuerzas
antifranquistas y que se hallaba bajo la
hegemonía de la CNT-FAI-FIJL, que
aportó prácticamente la mitad de sus
miembros[57].
Sin embargo, las limitaciones de la
revolución de 1936 quedaron pronto al
descubierto, especialmente en lo
referente a la ausencia de una fuerza
revolucionaria genuina y al fracaso de
dar una expresión política duradera al
nuevo equilibrio social de fuerzas[58].
Así, aunque las fábricas y los campos de
la
España
republicana
fueron
transformados
por
experimentos
económicos
socializadores
y
colectivizadores, la ausencia de nuevas
instituciones juridicopolíticas hizo que
la revolución permaneciera incompleta,
desestructurada y sin orden. En el plano
político, la falta de coordinación entre
las diversas fuerzas revolucionarías
permitió que se produjera una serie de
dañinos conflictos organizativos en el
bando republicano. En el aspecto
económico, esta misma falta de
dirección condujo a una situación que
los comunistas antiestalinistas del
Partido Obrero de Unificación Marxista
POUM) describieron como «capitalismo
sindical», situación que se convirtió en
el talón de Aquiles de la recolución[59].
El caso en el que más claramente se
percibió este aspecto fue el de los
«incontrolados». Desde el comienzo de
la Guerra Civil se oyeron quejas en
muchas áreas de la zona republicana
sobre el hecho de que elementos
«incontrolables», aparentemente fuera
del control de cualquier organización
política o sindical, se estaban
aprovechando del derrumbamiento de la
autoridad para provocar una aleada de
muertes y robos en su propio beneficio.
Es esta búsqueda del beneficio
individual, unida a la motivación
estirnerista, la que distingue las
actividades de los «incontrolados» del
clásico
terrorismo
revolucionario
dirigido contra quienes se identifican
con el antiguo régimen y que prevalece
en
los
grandes
trastornos
revolucionarios. Aunque sería injusto
atribuir todas las actividades llevadas a
cabo por los «incontrolados» a los
anarquistas, hay datos que demuestran
que hubo una coincidencia significativa
entre ambos, especialmente en Cataluña,
donde
algunos
«incontrolados»
operaban desde las patrullas de control,
que utilizaban como tapadera para
perpetrar asesinatos y robos. Los
anarquistas también condenaron los
actos de pillaje y los robos cometidos
por «incontrolados», «indeseables» y
«delincuentes habituales» en las milicias
y en el frente de batalla[60].
Como cabía esperar, los problemas
de responsabilidad individual y control
interno llegaron a dominar las posturas
de la directiva de la CNT-FAI-FIJL, que
trató de marginar a los estirneristás y los
individualistas
radicales[61].
El
principal
rechazo
contra
los
individualistas apareció en forma de una
serie de artículos de prensa escritos por
Joan Peiró, destacado anarcosindicalista
y miembro a su vez de un grupo de
afinidad afiliado a la FAI, en los que
identificaba frecuentemente a los
«incontrolados» con los individualistas,
que describía como «els pitjors enemics
del poble i de la revolució». En lo que
podría
considerarse
un
tratado
anarquista en toda regla sobre la
«dignidad revolucionaria», Peiró los
increpaba leí siguiente modo:
el materialisme d’individualitats molt
més amorals que els burguesos i
capitalistes. […] Les revolucions les fa
el poble per al poble, no per al gaudi de
determinats
individus.
[…]
Els
atracadors i els lladres mai no han
honorat cap revolució. Per contra, han
estat sempre la deshonra de totes les
revolucions. […] Si les revolucions
consistissin en robar i matar gent, els
lladres i el assassins per ofici i per
instint
serien
els
més
grans
[62]
revolucionaris .
En términos prácticos, los líderes
anarquistas trataron de reducir las
actividades de los «incontrolados»; el
24 de julio, sólo una semana después del
inicio de la Guerra Civil, Solidaridad
Obrera advertía sobre los robos y otros
«desmanes criminales», declarando que
«la acción terrorista conduce al fracaso
de la organización obrera que la
practica». La CNT también apelaba a la
«honradez revolucionaria» e imploraba
a sus militantes que no sucumbieran ante
los deseos egoístas individuales «en
perjuicio de los intereses de la clase
obrera». Como seguían las actividades
de los «incontrolados», esa misma
semana la CNT-FAI-FIJL consideró
necesario establecer «un amplio
servicio de patrullas volantes» para
defender el «orden ciudadano» y
reprimir a los que pretendían «manchar
el triunfo con pillajes y expoliaciones»,
pero acabaron descubriendo que algunos
miembros de estas patrullas recién
constituidas eran también capaces de
llevar a cabo estos mismos actos de
«pillaje» que precisamente debían
erradicar. Finalmente, sabiendo que la
«irresponsabilidad monstruosa» de
«grupos de inconscientes, fuera del
control de nuestro movimiento» podría
minar la credibilidad de la revolución y
«redundar en desprestigio de nuestra
Organización», el 30 de julio, un
manifiesto
advertía
que
«PROCEDEREMOS A FUSILAR A TODO
INDIVIDUO que se compruebe que ha
realizado actos contra el derecho de
gentes» y «actos en contraposición con
el espíritu anarquista y con la justicia
del pueblo»[63].
Pero como no había un único
«espíritu anarquista» dentro de este
movimiento heterogéneo, convulso y
calidoscópico, el comportamiento y las
ideas indefendibles y ofensivas para los
anarcosindicalistas eran para los
estirneristas
sus
principios
más
fundamentales. Es más, la tradicional
receptividad que se mostraba hacia los
reincidentes dentro de una sección de la
«familia anarquista», unida a la fe
inquebrantable en la acción individual
característica de una gran parte del
movimiento libertario, demostraba que
no existía una solución fácil para los
problemas
provocados
por
las
actividades de los «incontrolados».
Cada vez más, la escisión en el seno de
la CNT-FAI-FIJL entre los defensores de
la lucha colectiva y los del
ultraindividualismo parecía estar a
punto de provocar un enfrentamiento
violento, poniendo así en peligro tanto
la revolución como la lucha contra
Franco. En más de una ocasión, los
«incontrolados» reaccionaron a las
denuncias dirigidas contra ellos con
amenazas de «eliminar» al «traidor»
Peiró. Consciente de la necesidad de
actuar con decisión, la jerarquía de la
CNT-FAI-FIJL se movilizó contra los
que consideraba «partidarios de la
destrucción»: entre 1936 y 1937 fueron
eliminados
varios
estirneristas,
anarquistas individualistas y veteranos
de los grupos de afinidad libertarios que
habían estado implicados en robos,
asesinatos o extorsiones. Entre estos se
encontraba un grupo de «incontrolados»
dirigido por Gardenyes, el militante
cuyo ultraindividualismo chocaba a
veces con los principios de algunos
sectores del movimiento libertario pero
que había salido de la cárcel el 19 de
julio de 1936 y demostró gran coraje en
la lucha contra los rebeldes militares en
las calles de Barcelona[64]. El hecho de
que muchos de los «incontrolados»,
como el propio Gardenyes, hubieran
surgido de la CNT-FAI-FIJL beneficiaba
a los grupos de la zona republicana que
eran hostiles a la revolución y que
insistían en la necesidad de reducir el
poder de los anarquistas.
LA
SOMBRA
CONTRARREVOLUCIÓN
DE
LA
Como los anarquistas, el POUM opinaba
que los «incontrolados» y los «que
actúan autónomamente en su propio
lucro e interés» eran «los enemigos de
la revolución», por su «aventurismo» y
sus «acciones de bandolerismo que van
en contra del crédito del orden
revolucionario». Sin embargo, y de
acuerdo
con
sus
principios
revolucionarios comunistas, el POUM
situaba a los «incontrolados» en el
contexto del fracaso de los libertarios
antiestatalistas al ser incapaces de
establecer un orden revolucionario
sobre las cenizas del viejo Estado. El
POUM advertía a su vez de que la
existencia de los «incontrolados»
proporcionaba a los enemigos de la
revolución, tanto en la zona republicana
como en la franquista, una plataforma
para erosionar la transformación social
iniciada en julio de 1936: «La palabra
incontrolado se ha puesto políticamente
en uso para denominar a los
revolucionarios
que
resueltamente
defienden sus ideas, aunque vayan
contra corriente»[65].
Sin embargo, el cri de coeur del
POUM fue ignorado. Comparado con la
CNT-FAI-FIJL, el POUM era una fuerza
minoritaria en el campo revolucionario
y su proyecto de un Estado
revolucionario capaz de dirigir la tarea
constructiva de la transformación social
estaba condenado al anonimato. En
cambio, el creciente clamor para
«disciplinar» a los «incontrolados» fue
explotado a fondo por los republicanos
de clase media y por los comunistas
oficiales del Partido Comunista de
España (PCE) y del Partit Socialista
Unificat de Catalunya (PSUC), que
pretendían
constreñir
las
transformaciones
revolucionarias
efectuadas desde julio de 1936 y
reforzar el viejo Estado republicano.
Con este fin en mente, las «actividades
irresponsables» de los «incontrolados»
fueron aprovechadas por los enemigos
de la revolución en la zona republicana
para erosionar el enorme prestigio del
proyecto revolucionario entre amplios
sectores del bando republicano,
restaurar las antiguas fuentes de
autoridad y limitar el poder de las
patrullas de control y las milicias
obreras. Este aspecto se reflejó
claramente en la propaganda elaborada
por los republicanos y los comunistas
oficiales, basada en la caricatura de los
«incontrolados» como criptofascistas
«provocadores pagados por el fascismo
ítalo-germano»,
«los
instrumentos
conscientes del fascismo» empeñados en
destruir la «unidad antifascista»
interclasista y la alianza que existía
entre la España republicana y la Rusia
soviética en la guerra contra Franco. Por
lo tanto, quienes se negasen a aceptar la
peculiar percepción de la estrategia que
había que seguir en la Guerra Civil,
defendida por el bloque comunistarepublicano, se consideraba que estaban
«tácitamente ayudando al enemigo», o
incluso que eran «enemigos del pueblo»
y
«canallas»
que
debían
ser
«eliminados» para así garantizar la
victoria contra el general Franco. De
manera creciente, el concepto de
«incontrolado» comenzó a considerarse
consustancial
con
la
visión
estereotipada de «anarcodesviacionistas
de
la
pequeña
burguesía»
o
«demoledores
de
inspiración
trotsquista-fascista»[66].
La ofensiva propagandista oficial de
los comunistas contra la revolución se
enmarcó en la necesidad de meter en
cintura
a
los
«incontrolados».
Paradójicamente, por lo tanto, la lucha
contra los «incontrolados» sirvió como
justificación para las provocaciones
dirigidas desde el PCE y el PSUC
contra sus rivales revolucionarios e
izquierdistas,
especialmente
los
comunistas antiestalinistas del POUM.
El grado en que esta identificación entre
revolucionarios e «incontrolados» era
políticamente conveniente lo demuestra
la cantidad de asesinatos perpetrados
por «incontrolados» en las zonas del
centro
del
país,
bajo
control
republicano, donde la revolución estaba
menos desarrollada y donde tanto los
anarquistas como el POUM eran
considerados como minorías dentro del
Frente Popular[67]. Debemos tener en
cuenta además que, si bien la violencia
pseudorrevolucionaria
de
los
«incontrolados» contribuyó en gran
medida al distanciamiento de la clase
media republicana, ésta era tan sólo una
de las fuentes de división y discordia en
el
campo
antifranquista
que
frecuentemente se vio eclipsada por las
provocaciones organizadas del PCE y
del PSUC contra la CNT-FAI-FIJL y el
POUM, campaña que culminó en la
llamada «guerra civil dentro de la
guerra civil» en mayo de 1937, al
romperse la unidad antifranquista del
bando republicano para limitar el poder
de la fuerzas revolucionarias[68].
CONCLUSIÓN
En conclusión, el período de la
revolución y la Guerra Civil dejó al
descubierto numerosas contradicciones
teóricas en el seno del movimiento
anarquista,
especialmente
su
incapacidad para desarrollar una
estrategia
adecuada
de
cambio
revolucionario y su incongruente
concepción de las responsabilidades
individuales y colectivas de sus
militantes dentro del proceso de
transformación
social.
Estas
contradicciones habían sido ignoradas
generalmente por los teóricos libertarios
en los treinta años precedentes, período
en el cual la CNT llegó a estar
dominada por lo que Helmut Rüdiger
describió como una cultura «de lucha
destructiva, de pura crítica y protesta»,
una imperiosa inquietud por la praxis
que
condujo
a
una
cierta
despreocupación por la teoría[69]. Las
nuevas condiciones de guerra civil y
revolución recalcaron la quiebra
conceptual e ideológica del movimiento
anarquista y provocaron que se
plantease toda una serie de cuestiones
que habían sido ignoradas hasta el
momento. Pero para entonces ya era
demasiado tarde y la aparición de los
«incontrolados» en el panorama social
simbolizó una de las muchas
limitaciones del movimiento libertario
español como una fuerza revolucionaria
constructiva.
Si el caos de la Guerra Civil
permitió que salieran a relucir los
«incontrolados», sus orígenes están
inextricablemente ligados al desarrollo
del movimiento libertario ibérico y a las
tensiones no resueltas entre el
individualismo
filosófico
del
anarquismo y el colectivismo práctico
del anarcosindicalismo, por un lado, y a
las dicotomías de la ilegalidad y la
legalidad por otro. La enorme confianza
depositada por los libertarios en la
vitalidad, la pasión y la iniciativa de sus
militantes permitió al movimiento
anarquista soportar la adversidad y la
represión de los años veinte; pero en
otras ocasiones, se inclinó hacia un
extremado hedonismo o epicureísmo que
engendró una cultura de la indisciplina y
que pudo ir acompañada de un
comportamiento egoísta por parte de los
militantes que no concordaba con los
propósitos
fundamentales
del
movimiento.
Posteriormente, este mismo énfasis
en la voluntad individual proporcionó
una tapadera adecuada para los
«incontrolados» y los que exageraban el
poder transformador del ilegalismo. En
cierto sentido, como precursores de un
nuevo orden socio-jurídico-económico,
todos los revolucionarios se sitúan ipso
facto al margen de las leyes de la
sociedad burguesa. Sin embargo,
algunos anarquistas tomaron este hecho
como prueba de que todos los que
estaban fuera de la ley eran
revolucionarios o, por lo menos,
rebeldes en potencia. Éste era
principalmente el caso de los seguidores
de las ideas ilegalistas individualistas
de Stirner.
Como
todas
las
corrientes
anarquistas nacen de una concepción
individualista, la ética estirnerista se
adaptó fácilmente a las concepciones
clásicas del movimiento libertario
ibérico. Este hecho fue admitido por
Ángel Pestaña, quien se percató de que
la creencia libertaria en que la
emancipación humana universal surgiría
del sacrificio del vengador solitario
permitió al estirnerismo beber de las
viejas tradiciones anarquistas del «mito
del terror individual»[70]. A pesar de la
esencia
individualista
de
todo
anarquismo, la experiencia de los años
treinta demuestra que el individualismo
no es siempre de naturaleza anarquista.
De hecho, en cierto momento, el
individualismo se volvió inconsistente
—anatema en la variante estirnerista—
con el objetivo igualitario anarquista. En
la Guerra Civil, esta herencia
individualista tuvo un papel importante
en la caída de la CNT-FAI-FIJL, o en lo
que un militante describió como el
descenso «de la cima al abismo»[71].
7
LA MOVILIZACIÓN CON
VISTAS A LA GUERRA
TOTAL: LA EXPERIENCIA
REPUBLICANA
HELEN GRAHAM
El 17 de julio de 1936, la amplia
mayoría del Ejército español radicado
en el Protectorado de Marruecos,
apoyado por las elites agrarias e
industriales y por algunos segmentos
sociales populares del país, se alzó en
armas contra el régimen democrático de
la Segunda República, de carácter
reformista en el plano social y pluralista
en el ámbito cultural. Al día siguiente, la
rebelión militar se extendió por el
territorio peninsular e insular de España
bajo la forma de alzamientos de las
guarniciones provinciales. La extensa
insurrección, cuyo propósito era
restaurar el status quo político y
socioeconómico previo a 1931 y
favorable a la oligarquía agraria e
industrial, fracasó en su pretensión de
tomar el poder simultáneamente en la
totalidad del territorio nacional. Sin
embargo, los militares insurrectos sí que
tuvieron éxito al romper la frágil alianza
antioligárquica entre sectores obreros y
las clases medias que había apoyado el
proyecto reformista republicano y que
había cristalizado en el Frente Popular
triunfante en las elecciones de febrero
de
1936[1].
Ese
mismo
éxito
desencadenó en la zona donde fracasó la
insurrección una crisis de las
instituciones estatales de proporciones
inusitadas.
Al destruir la estructura y cadena de
mando del Ejército y de la policía, la
sublevación militar privó al gobierno
republicano de las fuerzas coactivas
necesarias para ejercer un control
centralizado de las medidas de
resistencia. Sin esas fuerzas de
seguridad unificadas e íntegras (que
seguían siendo en la década de los
treinta las instituciones definitorias del
Estado centralista español), la autoridad
del gobierno republicano se desplomó.
Durante algún tiempo, incluso Madrid,
la capital de la nación, fue otra «isla»
más en el conflicto español. Mientras,
allí donde pudieron, los partidos y
sindicatos de la izquierda declararon la
huelga general como primera respuesta a
su movilización contra la insurrección
militar. También promovieron la entrega
de armas a los trabajadores para hacer
frente a las guarniciones sublevadas.
Las tropas de choque en este frente
de defensa contra la insurrección
forjado en «los días de julio» de 1936
estaban formadas en esencia por el
proletariado rural y urbano de España,
que se agrupaba básicamente en dos
grandes sindicatos: la anarcosindicalista
Confederación Nacional del Trabajo
(CNT) y la socialista Unión General de
Trabajadores (UGT) (si bien en el área
industrial de Barcelona también tenía
cierta influencia el Partido Obrero de
Unificación Marxista —POUM—, un
grupo
comunista
radical
y
antiestalinista). El protagonismo de los
proletarios en esa resistencia se debía
en gran medida a su firme conciencia de
que ellos serían los más perjudicados
por el triunfo de la rebelión militar. Esa
conciencia se había agudizado como
resultado de la sucesión de derrotas
sufridas por la clase obrera europea
durante las décadas previas (Italia en
1922, Alemania en 1933, Austria en
1934) y por la represión militar que
siguió a la insurrección de los mineros
asturianos en octubre de 1934[2].
El predominio de la clase obrera en
la zona republicana era también el
resultado
del
eclipse
político
experimentado por el republicanismo.
Desde el comienzo de la rebelión
militar, los insurrectos habían logrado el
apoyo y simpatía de algunos sectores
sociales que tradicionalmente habían
apoyado a los republicanos: pequeños
propietarios y arrendatarios campesinos,
comerciantes, pequeños empresarios,
etc. Para evitar la división en las filas
republicanas y también para eludir la
necesidad de armar al proletariado (algo
que consideraban execrable), os
dirigentes políticos republicanos habían
tratado de alanzar en los primeros
momentos (18 y 19 de julio) un
compromiso con los líderes militares
sublevados. Aunque éstos no estaban
dispuestos a negociar nada, la mera
tentativa de la élite política republicana
hizo que perdiera su credibilidad ante
los ojos del proletariado que estaba
haciendo frente a la rebelión.
Las fracturas dentro de la coalición
popular antioligárquica que la rebelión
militar puso al descubierto derivaban en
su origen del peculiar desarrollo
histórico desigual experimentado por la
España
contemporánea.
La
industrialización, la urbanización y los
consecuentes procesos de movilización
política de masas habían provocado
tanto agudas diferencias regionales
como bloques de clases sociales muy
fragmentados internamente. Durante la
década de los años treinta, esas
circunstancias habían generado agudas
tensiones interregionales y conflictos en
cada región entre diferentes y aun
opuestos modos de vida: urbana y rural,
religiosa y secular, partícipe de los
novedosos movimientos sociales (como
el sindical) y sostenedora de la rígida
jerarquía social tradicional, etc.
En un plano político más inmediato,
la fragmentación de la coalición
antioligárquica debe retrotraerse al
bienio de 1931-1933, cuando el
gobierno formado por los republicanos
de izquierda y el Partido Socialista
Obrero Español (PSOE) fracasó en su
tentativa de movilizar una base social
interclasista en apoyo a un programa
viable de modernización social y
reforma económica. Esa tentativa resultó
frustrada por el dañino proceso de
polarización política experimentado en
España entre 1933 y 1936, durante el
cual
las
fuerzas
conservadoras
agrupadas por la Confederación
Española de Derechas Autónomas
(CEDA) movilizaron una base popular
contra las reformas democráticas bajo la
bandera de «la defensa de la fe
católica». Tal fenómeno habría podido
evitarse (o al menos moderarse) si la
izquierda
republicana
hubiera
desplegado estrategias más integradoras
y elaboradas para hacer frente al desafío
de la movilización política de masas[3].
En un país como España, en el que
existían coetáneamente tantos y tan
diferentes sectores socioeconómicos y
culturales, el único medio de abordar
con éxito la reforma modernizadora y
frenar el asalto oligárquico consistía en
cimentar un amplio apoyo social
atendiendo a demandas populares
«contradictorias»: las de las clases
medias-bajas
urbanas
y
rurales
(tenderos,
granjeros,
pequeños
empresarios, grupos profesionales), a la
par que las de los obreros industriales
(cualificados y sin cualificación) y las
de los campesinos jornaleros. Pero sería
sólo durante la Guerra Civil cuando
surgiría un partido político, el emergente
Partido Comunista de España (PCE),
con capacidad para ejecutar tal
estrategia con vistas a reconstruir la
coalición
frentepopulista
antioligárquica[4].
En las semanas posteriores a la
rebelión, la resistencia ofrecida por el
proletariado adoptó varias formas:
asedios a guarniciones sublevadas,
combates callejeros, constitución de
milicias populares (dado que el golpe
militar había desarticulado al Ejército
regular y erosionado la confianza obrera
en la clase de los oficiales), y creación
de múltiples comités populares en
pueblos, barrios y centros de trabajo
para atender las urgentes medidas de
defensa
y
para
asegurar
el
mantenimiento de los suministros
esenciales y los transportes básicos en
medio del caos originado por el golpe.
La clave inmediata de la
supervivencia de la República radicaba
en Barcelona y en Madrid. En la primera
ciudad, la sublevación había fracasado
muy pronto ante la movilización obrera
(básicamente vertebrada por la CNT),
apoyada por los elementos leales de la
Guardia Civil y de la Guardia de Asalto.
Mientras Lluís Companys, presidente
autonómico catalán, trataba de evitar la
entrega de armas a los obreros en la
tarde del 18 de julio, la CNT consiguió
asaltar varios arsenales o entrar en ellos
gracias a la complicidad de algunos
oficiales simpatizantes, como sucedió en
otras partes. Provistos de esas armas,
los obreros cenetistas hicieron frente a
las dispersas columnas rebeldes y
frieron aplastándolas hasta consolidar su
poder en el centro urbano. En la tarde
del 19 de julio sólo dos núcleos
resistían su avance: el cuartel de San
Andrés en las afueras de la ciudad y el
cuartel de las Atarazanas en el puerto.
Ambos serían tomados al asalto por las
milicias cenetistas y las fuerzas de la
Guardia Civil y de Asalto, sofocando
así por completo el golpe militar en la
ciudad más cosmopolita y radical de
España. En Madrid, los obreros también
tomaron al asalto el cuartel de la
Montaña donde se habían refugiado los
rebeldes, aunque el coste humano fue
muy alto para ambos bandos. Una vez
asegurada la capital para la República,
las fuerzas milicianas madrileñas se
dirigieron a la sierra de Guadarrama
para frenar el avance de las columnas
militares rebeldes que se dirigían a la
ciudad desde el norte.
La acción de las milicias fue
decisiva para hacer fracasar la
sublevación en la mayoría de las
grandes ciudades españolas y sus
comarcas circundantes. No obstante,
hubo suficientes casos de derrota de
movimientos obreros urbanos en esos
días de julio como para afirmar que las
milicias por sí solas eran suficientes
para salvar a la República frente a las
guarniciones insurrectas. Madrid y
Barcelona fueron casos específicos por
la mera escala de sus organizaciones
proletarias e incluso en estas ciudades
la fuerza de las milicias fue acrecentada
por el apoyo de oficiales militares
leales a la República y por los efectivos
de la Guardia Civil y de Asalto. Pero
hubo ciudades con un gran movimiento
obrero y fuerte tradición de izquierdas
en las que los rebeldes fueron capaces
de asegurar su control en los días
cruciales de julio. Los casos más
notables fueron Sevilla, la ciudad más
revolucionaria del sur[5], la capital
aragonesa, Zaragoza[6], y Oviedo, en la
proletaria Asturias[7].
La rebelión militar, por el contrario,
obtuvo sus más rápidos y fáciles triunfos
en los dos primeros días (18 y 19 de
julio) en la España rural y conservadora
del área norteña central, donde recogió
un significativo apoyo de elementos
civiles que se extendió hasta sectores
populares. De este modo, exceptuando
la zona industrial vizcaína y Bilbao (que
se decantó por la República), los
sublevados tomaron el control de las
fortalezas carlistas de Álava y Navarra,
así como de toda Castilla la Vieja (con
todos sus centros urbanos: Valladolid,
Salamanca, etc.) y de la provincia de
Cáceres en Extremadura. El 22 de julio,
Galicia y el área noroccidental
peninsular se incorporarían al territorio
dominado por los rebeldes a pesar de la
desesperada resistencia ofrecida por las
masas urbanas de izquierda en los
puertos de Vigo y La Coruña. En esta
fase inicial del conflicto civil, las zonas
rebeldes correspondían en gran medida
a aquellas que habían votado por
candidatos conservadores en las últimas
elecciones generales. Sin embargo, el
hecho era que a finales de julio de 1936
los militares sublevados sólo habían
logrado implantar su dominio en una
tercera parte del territorio nacional
español.
En las dos terceras partes restantes
donde la rebelión militar había
fracasado, la autoridad y el poder
habían quedado fragmentados. En
sentido estricto, no podemos hablar de
un
único
esfuerzo
de
guerra
«republicano».
El
golpe
había
desarticulado las instituciones estatales
y, durante cierto tiempo, no existió una
estructura
política
superior
que
planificara un esfuerzo de guerra
unificado y coordinado. Además, las
fuerzas proletarias que resistían a los
militares rebeldes concebían su
cometido en términos sobre todo
locales: formación de cooperativas
agrarias y comerciales, comités de
alimentación,
abastecimiento,
etc.,
destinados a cambiar la unidad de
experiencias vitales (la villa o el
barrio). La conciencia popular que
nutría la «defensa de emergencia», tanto
en las ciudades como en los campos,
estaba muy lejos de lo que podríamos
llamar «conciencia de guerra» (en el
sentido de una conciencia de la
necesidad de una intensa y prolongada
movilización social y económica total y
coordinada).
A tono con esa situación, también
estaba ausente de la zona republicana la
idea de una necesaria organización
estatal centralizada. De hecho, existía
una activa hostilidad entre las clases
obreras españolas hacia esa noción.
Para los trabajadores industriales, al
igual que para los pobres urbanos y los
jornaleros campesinos, la imagen de
cualquier forma de poder centralizado
todavía se percibía bajo el prisma del
viejo orden oligárquico que les había
reprimido y explotado. El Estado, en la
conciencia popular, aún estaba asociado
básicamente a la imposición fiscal
indirecta y al servicio militar, así como
a
la
persecución
policial
(particularmente
contra
los
sindicalistas).
La
policía,
y
especialmente la Guardia Civil, era
vista como la vanguardia armada que
mantenía un poder oligárquico, tanto por
su protección del ominoso sistema de
propiedad agraria latifundista (en el
centro y sur) como por su sostenimiento
en las calles y comisarías de las
ciudades de una brutal disciplina laboral
implantada por los patronos en las
fábricas y talleres. Este último era el
caso particular de Barcelona y su
cinturón industrial, donde se había
concentrado un gran segmento de
obreros sin cualificación y temporeros,
además de amplios sectores de pobres
urbanos.
Como
ha
demostrado
la
investigación más reciente[8], la
experiencia de esos sectores obreros no
cualificados y depauperados durante la
Segunda República no había mejorado
demasiado su visión del Estado.
Irónicamente (en vista del objetivo
republicano de mayor integración e
igualdad social), durante el período
1931-1936 diversas leyes aprobadas
(Ley de Defensa de la República de
1931, Ley de Orden Público de 1933)
fueron utilizadas contra esos mismos
sectores sociales que ya estaban
sufriendo agudamente las consecuencias
de la depresión económica. Esa
legislación también fue empleada
reiteradamente contra el movimiento
obrero no reformista y en particular
contra la CNT, el sindicato con el que
más se identificaban los grupos obreros
más marginados y empobrecidos. No en
vano, la CNT estimulaba estrategias de
acción directa como, por ejemplo, la
huelga industrial espontánea, la huelga
de rentas, la ocupación de viviendas, las
campañas contra la especulación por
parte de tenderos, las ayudas a detenidos
y obras de solidaridad, todo lo cual
atendía directamente a las necesidades
de los pobres y de los marginados[9].
Dados esos antecedentes, no resulta
sorprendente que, después de la
sublevación del 18 de julio de 1936,
sectores significativos de la clase
obrera urbana y rural, constituidos como
«el pueblo en armas» gracias a las
milicias, concibieran la resistencia a los
militares insurrectos y a sus partidarios
civiles
con
marcado
carácter
antiestatalista y procurando sobre todo
evitar el retorno del viejo orden
represivo. Para esos sectores, el
colapso del Ejército, la policía y el
gobierno central era un fenómeno
positivo que habría de reforzarse con la
eliminación de otros pilares del antiguo
orden, ya fueran materiales (destrucción
de registros de la propiedad) o humanos
(la violencia reactiva que llevó al
asesinato de sacerdotes, guardias
civiles, policías, tenderos asociados a
prácticas especulativas o adulteración
de alimentos, etc.).
Fueron esos sectores proletarios los
que respondieron con mayor entusiasmo
a los llamamientos de las corrientes más
radicales dentro de la CNT (vertebradas
por a Federación Anarquista Ibérica:
FAI) para constituir formas locales de
organización
socioeconómica
colectivistas y anticapitalistas. En gran
medida, esto sucedió en d ámbito urbano
de
Barcelona
(cooperativas
y
colectividades multivariadas en la
industria y los servicios) y en Aragón y
zonas del sur (colectividades agrarias)
[10].
El
consecuente
proceso
revolucionario
fue
totalmente
descentralizado por voluntad activa de
los involucrados en él. Además, fue
inevitablemente un proceso que
respondía en su desarrollo a su propia y
específica dinámica interna. Ni en
Barcelona ni en Aragón hubo ninguna
preocupación directa o inmediata sobre
la posible discordancia de dicho
proceso con relación a las necesidades
de la defensa de la República. Tanto
Aragón como Barcelona estaban
entonces muy lejos del frente de batalla.
Sería la súbita y masiva escalada de las
hostilidades en el «sur profundo» lo que
haría necesario el retorno del Estado
central.
Habida cuenta del bloqueo del
Estrecho implantado por la flota naval
republicana (cuya marinería había
sofocado la rebelión de los oficiales), el
general Franco, al mando de las tropas
sublevadas en Marruecos, había logrado
el apoyo de Hitler y de Mussolini para
transportar
por
vía
aérea
el
experimentado ejército de África a la
Península. Esta intervención extranjera
permitió
que
los
insurgentes
transformaran un golpe parcialmente
fracasado en una verdadera guerra[11].
A finales de julio de 1936, en el
plazo de diez días, el puente aéreo había
trasladado a unos diez mil soldados
hasta Sevilla. El 6 de agosto también
cruzaría el Estrecho un transporte naval
de tropas con cobertura aérea italiana.
La flota leal al gobierno poco pudo
hacer para frenar esta operación (que
causó gran desmoralización en las filas
republicanas) porque sus buques no
pudieron utilizar las facilidades
portuarias de Gibraltar debido a la
hostilidad
de
las
autoridades
británicas[12]. La flota republicana
tampoco pudo hacer uso del puerto de
Tánger (a pesar de su condición de
puerto libre) y tuvo que sufrir la
intimidante presencia de los buques
alemanes que patrullaban la costa
marroquí. El gobierno alemán también
envió al área varios cazas Heinkel, junto
con sus pilotos y mecánicos de la
Luftwaffe.
Por tanto, a la semana de haber
solicitado ayuda, los insurgentes estaban
recibiendo suministros regulares de
armamento y munición procedentes de la
Italia fascista y la Alemania nazi. Entre
finales de julio y octubre de 1936, un
total de 868 vuelos había trasladado a la
península casi 14 000 hombres, con
artillería y 500 toneladas de equipo
bélico. La República estaba enfrentando
por entonces mucho más que una serie
de guarniciones sublevadas, mal
coordinadas y sólo parcialmente
triunfantes. Con el apoyo de las
potencias fascistas, los militares
insurrectos estaban ahora declarando la
guerra total a la República y se
preparaban para luchar con toda la
fuerza que la superior potencia
armamentística
y
el
progreso
tecnológico ítalo-germano iban a
proporcionarles. Sería el flanco sureño
rural el que iba a recibir el primer
impacto de la escalada bélica.
Una vez transportado el ejército de
África a la Península, las milicias
obreras no tuvieron medios para resistir
a fuerzas muy superiores en capacidad
armamentística y experiencia bélica. Las
tropas dirigidas por los oficiales
africanistas emprendieron desde la
ciudad de Sevilla una campaña de
represión masiva en la provincia. El
precedente de estos hechos se había
dado en Asturias en octubre de 1934,
cuando, por iniciativa de Franco, las
fuerzas marroquíes habían aplastado la
rebelión de las cuencas mineras. La
reforma agraria republicana fue
brutalmente anulada y la tierra devuelta
a los propietarios latifundistas, que
frecuentemente cabalgaban al lado de
las tropas rebeldes para recuperar sus
tierras manu militari[13]. Los jornaleros
agrícolas que resistieron fueron
asesinados allí donde eran capturados,
escuchando el chiste de que al fin habían
logrado su reforma agraria (bajo la
forma de un trozo de tierra para su
enterramiento). En los pueblos del sur
conquistados por los rebeldes hubo
episodios de brutalidad sistemática,
tortura, afeitado y violación de
mujeres[14], y asesinatos masivos
después de la ocupación[15].
El resentimiento de una elite
terrateniente de mentalidad feudalizante
provocó que la represión fuera
particularmente intensa y aguda en
pueblos donde la tradición radical y
colectivista había sido mayor (aquellos
en los que había habido ocupaciones de
tierra en la primavera y verano de 1936,
o en los que había tenido eco la huelga
campesina de junio de 1934 o la huelga
general de octubre de dicho año)[16]. Al
final de la guerra, cuando la represión
fue
institucionalizada
formalmente
mediante juicios sumarísimos, los
trabajadores rurales del sur sufrirían
procesos masivos y serían ejecutados
por el crimen de rebelión militar (sin
que aparentemente hubiera ninguna
ironía en la acusación). La mentalidad
colonial que animó la campaña del sur
está claramente demostrada por la carta
del 11 de agosto remitida por Franco al
general Mola, comandante rebelde de
las fuerzas norteñas. Después de
subrayar que la conquista de Madrid
seguía siendo la prioridad militar,
Franco subrayaba la necesidad de
aniquilar toda resistencia en las «zonas
ocupadas»,
especialmente
en
Andalucía[17].
La marcha de los rebeldes a través
del sur se encaminó resueltamente hacia
su objetivo básico: la capital de España.
Creían que Madrid era el núcleo
vertebrador
de
la
resistencia
republicana y que su conquista
significaría la victoria en la guerra. El
14 de agosto, las tropas insurrectas
ocuparon Badajoz, al lado de la frontera
portuguesa. Después de penetrar por sus
murallas, perpetraron una represión
salvaje en la que perecieron unos 2000
defensores republicanos. Al principio,
la matanza fue caótica e indiscriminada,
al igual que el saqueo a manos de los
legionarios y los regulares indígenas.
Posteriormente, la represión fue más
sistemática. Los prisioneros fueron
agrupados en la plaza de toros y
ametrallados en grupos. La sangre corría
a raudales según los testigos
entrevistados
por
el
periodista
norteamericano Jay Allen, cuyo famoso
reportaje al respecto situó a la guerra
española en las primeras páginas de la
prensa europea y americana[18]. La
matanza en Badajoz continuaría en las
semanas
posteriores.
El
propio
comandante de las fuerzas rebeldes, el
coronel Juan Yagüe, confirmaría las
versiones sobre la represión de los
testigos consultados por Allen. A
preguntas
de
otro
periodista
norteamericano, John T. Whitaker (que
le acompañaría durante casi toda la
marcha
hacia
Madrid),
Yagüe
respondió: «Claro que los fusilamos.
¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a
llevar cuatro mil rojos conmigo mientras
mi columna avanzaba contrarreloj?
¿Suponía que iba a dejarlos sueltos a mi
espalda y dejar que volvieran a edificar
una Badajoz roja?»[19]. Los cuerpos
fueron expuestos varios días en las
calles para aterrorizar a la población y
luego fueron incinerados en el
cementerio sin ninguna ceremonia.
La marcha de los insurgentes
prosiguió porque no había nada que los
obreros de las ciudades y, menos aún,
los jornaleros atomizados del campo
pudieran hacer para defender la reforma
agraria republicana o las nuevas
colectividades
agrarias.
Eran
literalmente incapaces de frenar el
avance de tropas africanistas bien
pertrechadas y protegidas por los
bombardeos de la cobertura aérea ítalogermana. Mientras los rebeldes gozaban
de una absoluta supremacía aérea, la
mayor debilidad militar de la República
se cifraba en las milicias. Sin
entrenamiento en los más elementales
movimientos tácticos sobre el terreno,
sin siquiera experiencia en el cuidado y
recarga de sus armas, las milicias
luchaban desesperadamente en tanto que
gozaban de protección de edificios o
árboles. Pero no había tantas ocasiones
para esa resistencia prolongada y
cuando se producían se basaban en
obstáculos naturales o ventajas del
terreno urbano. En campo abierto, las
milicias
eran
constantemente
flanqueadas y forzadas a retirarse.
Además, a medida que las noticias sobre
masacres rebeldes aumentaban, incluso
los rumores de un posible cerco eran
suficientes para provocar la huida de los
milicianos y el abandono de sus armas.
Un vasto contingente de refugiados se
desplazaba hacia el norte huyendo del
avance de las tropas rebeldes.
En las duras condiciones del árido
valle del Tajo cercano a Talavera, la
vulnerabilidad de las milicias implicaba
que la retirada era la única opción
válida
para
los
comandantes
republicanos enviados desde Madrid
para tratar de coordinar la resistencia.
Aunque los milicianos parecían creer
todavía en el valor bélico de su propio
coraje, el gobierno no podía arriesgarse
a perder sus efectivos en un
enfrentamiento general. Talavera cayó el
3 de septiembre de 1936. En un mes
escaso, los rebeldes habían avanzado
casi 500 kilómetros. Y la última ciudad
importante entre ellos y Madrid había
sido capturada.
Las derrotas milicianas y la
consiguiente represión continuaron
durante septiembre de modo terrible y
aparentemente inevitable. En cada
ocasión de ruptura de la resistencia
miliciana, el cruento precio implícito
tenía un impacto cada vez más
devastador sobre la moral republicana.
Sin embargo, en Madrid, los dirigentes
políticos de la República (tanto
socialistas como comunistas y en menor
medida
republicanos)
estaban
aprendiendo una dura y crucial lección,
pagada en sangre por millares de
hombres y mujeres de las milicias que
habían luchado y caído en el sur: los
rebeldes estaban librando una guerra
que no podría ganarse a menos que la
República se preparara para enfrentarse
a ellos en el campo de batalla. Y esto
significaba, más pronto o más tarde,
hacer frente a la potencia material y
tecnológica del Eje ítalo-germano que
apoyaba a los rebeldes, incluyendo el
complejo
industrial
bélico
más
avanzado de la época (el del Estado nazi
que se preparaba para la guerra futura)
[20].
El 19 de julio, poco después del
inicio de la rebelión militar, el nuevo
gobierno republicano presidido por José
Giral había tratado de lograr la ayuda
material
de
las
democracias
occidentales para aplastarla. Pero
tropezó con la renuencia de Francia
(después de una inicial disposición
favorable) y la hostilidad de Gran
Bretaña. A juicio de los círculos
oficiales británicos, la República
española, a diferencia de los militares
sublevados, estaba incapacitada para
garantizar el orden y la propiedad en el
país (incluyendo las significativas
inversiones británicas). Esos mismos
círculos desestimaban el hecho de que
hubiera sido la rebelión militar la que
había provocado la violencia popular y
el desorden percibido con tanta
repulsión. Una vez que los líderes
británicos decidieron mantenerse a
distancia, Francia, con sus fronteras
vulnerables y su temor a quedar aislada
de Gran Bretaña, se retractó de su
promesa de enviar armas a la
República. En esas condiciones, durante
los meses críticos de agosto y
septiembre, el gobierno republicano
sólo pudo buscar suministros bélicos al
azar y a través de redes contrabandistas
(un proceso tan sumamente caro como
ineficaz)[21]. Además, la imposición en
agosto del Acuerdo de No Intervención
(patrocinado por británicos y franceses,
aceptado por todos los gobiernos
europeos y, en la práctica, muy
favorable a los rebeldes), aumentó el
grave aislamiento diplomático de la
República. Por entonces, no había
posibilidad de recibir ayuda directa de
la Unión Soviética dado que sus
gobernantes,
temerosos
de
su
vulnerabilidad militar, querían evitar el
potencial desestabilizador del conflicto
español y no deseaban involucrarse en
el mismo[22].
Mientras tanto, la guerra estaba
acercándose a Madrid por el sur. Se
ponía de manifiesto en la corriente de
refugiados que huían del avance de las
columnas rebeldes. Al norte, en la sierra
de Guadarrama, se hallaban las tropas
del general Mola. El 23 de agosto fue
bombardeado el aeródromo de Getafe y
dos días después el de Cuatro Vientos,
ambos en el perímetro exterior de la
ciudad. Los días 27 y 28 la población
madrileña sufrió el primero de una serie
de bombardeos aéreos enemigos (el
primer bombardeo aéreo contra civiles
registrado hasta entonces). De modo
gradual, a medida que los dirigentes
socialistas y comunistas en Madrid
organizaban la movilización civil
defensiva, la guerra como realidad
empezaba a penetrar en la conciencia
popular. Se trataba ahora de una
realidad tangible a través de la
experiencia propia y de los rumores
sobre derrotas incontables transmitidos
por los refugiados. El 21 de septiembre,
las tropas de Yagüe tomaron Santa
Olalla y llevaron a cabo una ejecución
pública de 600 milicianos en la calle
principal de la villa: «fueron sacados de
los camiones y agrupados. Tenían el
aspecto de tropas exhaustas, cansadas y
abatidas, sin capacidad para resistir por
más tiempo el efecto de las bombas
alemanas»[23]. Entre los dirigentes de la
República en Madrid aumentó la
convicción de que era preciso
reaccionar: había que organizar el
«apocalipsis». Las derrotas en el sur y
los bombardeos aéreos recordaban
constantemente la necesidad de una
preparación militar
y de
una
movilización popular. En ambos
aspectos, el PCE se mostraría
especialmente activo y eficaz.
A finales de octubre de 1936, los
insurgentes habían llegado a las afueras
de Madrid, un poco más tarde de lo
previsto debido a la orden de Franco de
desviarse hacia Toledo para levantar el
asedio del Alcázar (y así reforzar su
propia posición política). Ese retraso
proporcionó a los republicanos un
tiempo crucial para organizar la defensa
de la capital. Esas medidas y la
simultánea llegada de ayuda militar
desde la URSS (enviada finalmente por
temor a que el inminente colapso
republicano liberara la potencia
agresiva alemana contra las vulnerables
fronteras soviéticas) salvaron a la
República de una derrota militar segura.
No menos importantes que los
suministros bélicos fueron los asesores
militares enviados por la Unión
Soviética. Los republicanos necesitaban
urgentemente
la
experiencia
de
estrategas profesionales con capacidad
para librar una guerra moderna. La
defensa de Madrid implicó intensas y
duras batallas con bajas enormes,
especialmente entre las Brigadas
Internacionales que actuaron entonces
como tropas de choque republicanas (la
batalla del Jarama de febrero de 1937,
para mantener abierta la carretera a
Valencia,
significaría
casi
el
aniquilamiento del batallón británico y
pérdidas enormes entre los brigadistas
norteamericanos). El precio fue muy
alto, pero también la recompensa:
Madrid constituyó una derrota para los
insurgentes. Al tiempo que sus tropas se
atrincheraban para asediar la capital, el
conflicto se convirtió en una larga
guerra de desgaste y agotamiento.
A pesar del estímulo psicológico
que supuso la presencia de las Brigadas
Internacionales, el hecho era que la
República estaba gravemente aislada
por el bloqueo económico impuesto por
la diplomacia de No Intervención
practicada por las potencias capitalistas
occidentales. Además, la vital ayuda
soviética sólo bastaba para sostener a
duras penas la resistencia de la
República. En esas circunstancias,
aislada y haciendo frente al asalto de un
esfuerzo de guerra total y moderno
(gracias al apoyo de las potencias
fascistas a los insurrectos), la República
no tuvo otra alternativa que reconstruir
un aparato de Estado central para
maximizar
la
movilización
y
coordinación de sus recursos interiores.
Sólo de ese modo podría soportar una
guerra larga de desgaste contra las
fuerzas rebeldes nacionalistas. En ese
sentido, el desafío de la República era
la movilización de toda su economía y
sociedad para una guerra total que no
tenía precedente en la experiencia
histórica española.
Señalando este hecho, no estamos
negando que el Estado republicano en
proceso de reconstrucción no fuera
burgués por naturaleza y, como tal, hostil
a las formas de organización
socioeconómica colectivistas surgidas
en el mes de julio. Pero, en contraste
con lo que sugiere el conocido debate
sobre «la revolución o la guerra»[24], sí
afirmamos que el resultado del mismo
difícilmente ofrecía alguna duda, habida
cuenta de la debilidad intrínseca del
proyecto colectivista[25].
El equilibrio de fuerzas sociales
dentro de la zona republicana apuntaba
hacia la reconstrucción de un Estado
liberalcapitalista (o burgués) mucho más
que hacia la forja de un orden radical
anticapitalista (o proletario). Porque
España en 1936 no era una repetición de
Rusia en 1917. En España, el factor
decisivo era el desarrollo desigual,
mucho más que el subdesarrollo. Sin
duda alguna, el país albergaba unas
variadas clases medias que tenían que
ser asumidas políticamente por la
República en guerra para reconstruir de
nuevo la coalición antioligárquica. Tal
reconstrucción era vital, además, porque
la rebelión militar había privado a la
República del apoyo del grueso de sus
más radicales y numerosos núcleos
obreros: el proletariado jornalero de los
campos latifundistas del sur que habían
caído en la guerra «colonial» librada
por el ejército de África. Los grupos
revolucionarios no tenían una clara
mayoría dentro de la zona republicana.
Al margen del País Vasco republicano
(con sus tradiciones socialmente
conservadoras), tanto en el área
levantina como en Cataluña, además de
movimientos sindicales potentes existían
amplias clases medias de propietarios y
arrendatarios campesinos que no
comulgaban con las políticas radicales
económicas y sociales implantadas por
el proletariado a finales de julio. Si la
República se enajenaba políticamente a
esos grupos de las clases medias, no
tendría
ninguna
esperanza
de
movilizarlos en beneficio de su esfuerzo
de guerra. Y esto era inconcebible
precisamente por el agudo aislamiento
internacional que sufría.
La posibilidad de que surgiera un
orden
estatal
revolucionario
y
anticapitalista como resultado del
período de emergencia experimentado
por la República también estaba muy
debilitada por la fragmentación orgánica
y geográfica de la izquierda española.
No existía ningún grupo capaz de
canalizar el radicalismo social y los
experimentos colectivistas de finales de
julio de 1936 en una estructura política
alternativa que abarcase todo el
territorio de la República. Ciertamente,
la CNT no tenía programa para ello ni
(lo que es más importante) disponía de
una estructura orgánica centralizada que
pudiera haber elaborado y puesto en
ejecución tal programa[26]. El POUM sí
tenía proyectos políticos más complejos
pero, al margen de sus divisiones
internas, era una fuerza demasiado
pequeña y limitada geográficamente
como para tener el papel de los
bolcheviques rusos en la revolución
española[27]. De hecho, es muy difícil
imaginarse una situación en la que
hubiera triunfado una revolución radical
anticapitalista en la España republicana
sin el apoyo directo de la Unión
Soviética. Especialmente si tenemos en
cuenta que la capacidad de intervención
directa de las potencias capitalistas
occidentales contra la República en
1936 era mucho mayor que la que habían
tenido para actuar en Rusia contra el
nuevo orden bolchevique después de la
Primera Guerra Mundial. Precisamente
el recuerdo de aquella amenaza había
influido desde el inicio en Stalin y había
alentado la cautela de la política
soviética hacia la España republicana,
con el apoyo a la reconstrucción de una
alianza de Frente Popular en la misma y
a sus esfuerzos durante 1937 por
«domesticar» a la izquierda y consolidar
un Estado liberal.
Para los republicanos, el éxito
logrado en la defensa le Madrid a
finales de 1936 significó, tanto en el
plano real como en el simbólico, el
comienzo
de
un
proceso
de
reconstrucción
política
y
de
movilización nacional. Dicho proceso
dual exigía como imperativos una
autoridad central políticomilitar y un
aparato militar y estatal unificado.
Bajo esa perspectiva y con ese
mandato, el 4 de septiembre de 1936 el
veterano dirigente ugetista Francisco
Largo Caballero había formado un
heterogéneo y precario gobierno de
coalición entre las fuerzas de centro y
las le izquierda (socialistas, comunistas,
republicanos y, un mes más tarde,
cenetistas). El propio gabinete y su
presidente son sintomáticos de su
inmediata función: crear la impresión de
unidad política y liderazgo radical para
apaciguar
los
sentimientos
revolucionarios de los defensores
proletarios de la República[28]. Sólo así
podría intentarse la legitimación del
concepto de gobierno, que había sufrido
un gran deterioro por la iniciativa
republicana de negociar con los
rebeldes a principios de la crisis. Sin
embargo, la presencia de diversos
representantes políticos en las carteras
ministeriales no implicaba coherencia o
unidad política y esa grave falta
neutralizaría en gran medida el objetivo
primordial del gabinete de Largo
Caballero: llevar a cabo la movilización
de masas requerida. El reto que enfrentó
el dirigente de la izquierda socialista fue
básicamente el mismo que afrontaron los
gabinetes republicanosocialistas de
1931-1933, pero de modo más agudo.
De hecho, el estallido de la guerra
aceleró el proceso de movilización
política de masas que había agravado
las tensiones en el quinquenio
republicano
y
convirtió
dicha
movilización
en
un
requisito
indispensable para la supervivencia de
la República. Pero si el eclipse del
republicanismo de izquierda tras el
golpe militar tenía su origen en su
fracaso previo para elaborar estrategias
adecuadas de movilización de masas,
una vez iniciada la guerra larga sería el
dividido movimiento socialista (PSOE y
UGT) el que se revelara mal equipado
para encuadrar a los previamente
desorganizados.
En su origen, la crisis orgánica e
ideológica del socialismo español en la
guerra, como en el período anterior
(1934-1936), derivaba del temor a que
su coherencia e identidad (percibida en
términos esencialistas) pudieran ser
amenazadas por el flujo potencial de
nuevos militantes con bajos niveles de
educación general y política. Pablo
Iglesias, el fundador del movimiento
socialista, había dejado en el PSOE y la
UGT un duradero legado de prevención
contra la «contaminación» política y
organizativa que pudiera limitar su
eficacia como instrumentos del cambio
social y político. En los tiempos de
Iglesias, la amenaza se cifraba en los
republicanos e intelectuales de clases
medias, pero en los años treinta estaba
personificada por las masas situadas en
el umbral de la movilización política. La
cortedad de miras de reacción de la
veterana dirección socialista ante el
desafío del 18 de julio (apurar los
filtros de entrada en la organización
«hasta que hubiera terminado la guerra»)
es sorprendente porque demostraba que
no había comprendido que la
movilización de toda la población
republicana para la guerra total era un
requisito esencial para la victoria.
La clave del ascenso político del
PCE durante el conflicto reside en ese
fracaso del movimiento socialista
español para elaborar un discurso y
unos medios de movilización de masas
que sirvieran de soporte (al menos
durante la guerra) a los intereses
«contradictorios» de los diversos
grupos sociales antioligárquicos que
apoyaban a la República. Sin la llegada
de la vital ayuda soviética en el otoño
de 1936, la República no habría
sobrevivido en el plano militar. Pero el
subsecuente protagonismo del PCE no
puede reducirse a mero producto de los
dividendos aportados por tal ayuda.
Porque el apoyo soviético no hubiera
podido mantener a flote la República sin
el coetáneo y masivo proceso interior
para articular un esfuerzo bélico en toda
la zona republicana. Y en ese proceso,
el papel estructural del PCE sería
fundamental
para
lograr
la
«movilización y supervivencia» de la
República.
En el plano militar, era el PCE el
grupo político que tenía una visión más
realista de los requisitos orgánicos e
infraestructurales exigidos por una
guerra moderna. Aquí radicaba la
importancia de una iniciativa comunista
al respecto: la constitución del Quinto
Regimiento, que iba a servir como
modelo y unidad de entrenamiento del
nuevo
Ejército
Republicano
en
construcción[29]. La superioridad de la
perspectiva del PCE en este plano se
debía a dos razones. En primer lugar, a
los asesores militares enviados por la
Comintern (dirigidos, antes de la llegada
de los especialistas soviéticos, por
Carlos Contreras, pseudónimo del líder
comunista italiano Vittorio Vidali). En
segundo lugar, a la creciente
colaboración entre el PCE y los sectores
militares profesionales que servían a la
República, que se identificaban con (y a
su vez reforzaban) los valores de
jerarquía, disciplina y orden propios del
discurso político del PCE[30].
En el plano de la movilización
política en retaguardia, no sólo tuvo
lugar un crecimiento espectacular de la
militancia del PCE durante la guerra[31].
Además,
mediante
organizaciones
genéricas del Frente Popular, la
Juventud Socialista Unificada (JSU) y
los sindicatos, el PCE tuvo un papel
crucial en la incorporación a la política
estatal de sectores sociales previamente
desorganizados, como fue el caso de
segmentos de las clases obreras y
medias y de la juventud. En enero de
1937, la Juventud Socialista Unificada
(bajo el control del PCE) tenía a unos
250 000 de sus afiliados en unidades
militares (el 70 por 100 de su militancia
total)[32].
A la vista de la amenaza física de un
bando nacionalista apoyado por el Eje,
la disciplina política y eficacia orgánica
del PCE tenían un atractivo interclasista
evidente. Los sectores de las clases
medias rurales y urbanas en la zona
republicana (como hemos visto, unos
grupos muy significativos), se vieron
especialmente seducidos por el discurso
moderado y republicano del PCE. Su
llamamiento a reconstruir el poder del
Estado ofrecía una defensa de la
propiedad y de sus valores que hacía
frente a las corrientes de radicalismo
social y económico desatadas por el
colapso del Estado a finales de julio de
1936. Por ello, los comunistas fueron
capaces de organizar a esos sectores de
clases medias en sindicatos campesinos,
comerciales y profesionales (los dos
últimos integrados frecuentemente en la
UGT) y en una variedad de
organizaciones
frentepopulistas
de
apoyo y cooperación social que
actuaban en la retaguardia republicana.
Entre estas últimas, cabe destacar la
Asociación de Mujeres Antifascistas
(AMA),
buen
ejemplo
de
la
movilización de mujeres de clases
medias (tanto que fue motejada por
algunos socialistas y otros grupos de
izquierda como «Mujeres Antes
Fascistas»).
A la par que llevaba a cabo esa
tarea, el PCE continuaba preservando
sus bases proletarias, a las que ofrecía
la promesa de una reforma económica y
social como fruto de la victoria (aun
cuando esas reformas se presentaban en
un lenguaje ambiguo). Por sostener
simultáneamente este doble discurso
político obrerista o liberal burgués, el
PCE fue acusado de ser o bien
incoherente o, más a menudo,
conscientemente engañoso y oportunista
(siendo la faceta «consciente» radical o
moderada dependiendo de los críticos).
De hecho, más que ser un exponente
de la confusión o la duplicidad, la
política del PCE estaba respondiendo
estratégicamente a las consecuencias
estructurales del desarrollo desigual.
Las conflictivas aspiraciones e intereses
de los muy fragmentados sectores
sociales originados por ese proceso
dilatado no eran susceptibles de un fácil
acomodo y resolución dentro del
período bélico. Lo que entonces se
necesitaba, para hacer posible la
virtualidad del Estado republicano, era
una fuerza política que pudiera articular
y armonizar a los diferentes y
contradictorios
grupos
sociales,
sosteniendo su movilización simultánea
como mínimo mientras durara la guerra.
Además, precisamente el centralismo
democrático del PCE permitió soportar
esas contradicciones estructurales que
habían provocado antes el eclipse
republicano y la división socialista. El
PCE no sólo clamaba por una amplia
alianza interclasista (como el grupo
parlamentario del PSOE), sino que
siendo tácticamente populista se
embarcó en la consecución de esa
alianza y actuó como el instrumento de
cambio que el PSOE no llegó a ser por
su «puritanismo» organizativo[33].
En ese sentido, el PCE heredó del
PSOE (que irónicamente se consideraba
el «partido heredero») la todavía
inacabada
tarea
ideológica
del
republicanismo histórico: movilizar al
«pueblo». Al acometer esa labor, el
PCE sobrepasó a los republicanos y a
los socialistas y se transformó en la
práctica en el partido republicano más
eficaz de cuantos había habido en
España. Agrupando a sectores de clases
medias urbanas y rurales junto con su
propia base proletaria, los comunistas
estaban tratando de reconstruir la
alianza antioligárquica e interclasista
que había sido rota por la rebelión
militar. Del mismo modo, a través de los
recursos humanos puestos a disposición
del gobierno republicano[34] para la
reconstrucción del Estado y el esfuerzo
bélico, el PCE se comprometió con la
tarea igualmente esencial de legitimar el
proyecto político del republicanismo.
En la esfera política, el PCE saltó al
primer plano como fuerza decisiva de la
movilización de masas de retaguardia en
la Junta de Defensa de Madrid[35]. Este
organismo,
encargado
de
la
administración de la capital y de
organizar los suministros y la defensa
después del traslado del gobierno a
Valencia (6 de noviembre de 1936), se
mantendría en vigor hasta abril de 1937,
cuando fue reemplazado por un
ayuntamiento regular de acuerdo con la
política general del gobierno. Pese a las
acusaciones de Largo Caballero de que
tenía pretensiones de autonomía, el
hecho es que la Junta madrileña supuso
una fase intermedia crucial en el
proceso de reconstrucción del Estado
republicano (fase que luego sería
«exportada» a otras zonas del territorio
leal durante 1937). Si bien Madrid sabía
a fines de 1936 que estaba
produciéndose una guerra en gran
escala, fuera de esa área las cosas no
eran tan evidentes. La experiencia de la
defensa de emergencia (combates
callejeros y asaltos a cuarteles rebeldes)
no había originado la necesidad de crear
una máquina de guerra y, mucho menos,
había demostrado que esto implicaba la
reconstrucción de un poder político
centralizado
para
organizar
la
movilización total.
El gobierno que habría de afrontar
esa situación en el seno de la República
se formaría el 17 de mayo de 1937,
después de graves pérdidas territoriales
(notablemente Málaga el 8 de febrero),
agudas tensiones entre el centro y la
periferia acrecentadas por la guerra en
el frente norte y una honda crisis política
y de orden público en Barcelona (los
«sucesos» del 3 al 7 de mayo). Todos
esos reveses habían cristalizado en una
alianza de socialistas parlamentarios,
comunistas y republicanos contra la
continuidad de Largo Caballero al frente
de la presidencia del consejo y de la
cartera ministerial de Guerra. El nuevo
gobierno de Frente Popular era más
reducido (9 ministros frente a los 18
anteriores) y más coherente en el plano
político: un gabinete de centroizquierda
con tres ministros socialistas, dos
comunistas, dos republicanos, un
nacionalista vasco y otro catalán. Su
presidente
era
el
parlamentario
socialista Juan Negrín, que había
servido en el gobierno precedente como
ministro de Hacienda y que simbolizaba
la intención de reforzar el poder central
del Estado.
Desde los primeros días de Negrín
en Hacienda (septiembre de 1936), su
objetivo primario había sido concentrar
la autoridad política estatal y el poder
económico. Así había quedado de
manifiesto con su vigilancia de las
tareas financieras del ministerio, su
decisión a fines de octubre de movilizar
las reservas de oro nacionales (garantía
de la capacidad de resistencia bélica)
[36], y su reforma del cuerpo de
Carabineros (policía de aduanas) para
recuperar con ellos el control de todas
las fronteras (y las divisas) que habían
quedado en manos de comités
(básicamente de la CNT)[37]. Como jefe
de gobierno, Negrín perseveró en esa
misma línea: aceleró el proceso de
expansión del control estatal sobre las
industrias socializadas y centralizó la
adquisición de armamento en Hacienda,
cartera que siguió ostentando. Puesto
que su objetivo era consolidar el
esfuerzo de guerra dentro de un orden
económico liberal capitalista ortodoxo,
Negrín pudo contar con el pleno apoyo
de todos sus colegas de gabinete,
incluyendo a los nacionalistas vascos y
catalanes.
Ese proceso de consolidación estatal
política y económica había sido el
motivo de la represión de mayo de 1937
en Barcelona, cuando la policía había
combatido durante varios días contra
fuerzas proletarias anarcosindicalistas y
federalistas. La raíz de este conflicto era
mucho más honda que la rivalidad
organizativa y de poder entre la CNT y
el PSUC (el Partido Socialista
Unificado de Cataluña: la sección
regional del PCE) o entre el PSUC y el
POUM[38]. Su causa última radicaba en
el intenso y residual antiestaltismo del
sector proletario más poderoso y
concentrado de España. Su «guerra»
estaba conformada por la experiencia de
escasez material, inflación de precios
ordinarios y tareas de policía en
retaguardia, todo lo cual se parecía
mucho a una continuación de su duradera
guerra social contra la influencia
opresiva del Estado[39]. Para Negrín,
llegado al poder después de la crisis
barcelonesa, la imposición de la
autoridad del Estado era una prioridad
absoluta. En el plano interno, porque
Barcelona era un centro clave de la
producción industrial necesaria para el
acosado esfuerzo de guerra. En el plano
internacional, porque los sucesos le
mayo, al plantear dudas sobre la
capacidad de la República para
«mantener el orden» (es decir: proteger
la propiedad y el capital), dañaban las
relaciones con Francia y Gran Bretaña,
cuyo apoyo Negrín buscaba activamente
(al menos para levantar el embargo de
armas vidente).
A pesar del gran consenso existente
dentro del gabinete formado en mayo de
1937, Negrín tropezaría con grandes
dificultades en su pretensión de
centralizar el control del reconstruido
Estado republicano democrático. Una
cosa era que el gobierno republicano
librara una batalla de desgaste contra
los sectores proletarios urbanos de
Barcelona, contra el recalcitrante
separatismo de las milicias del POUM
en el frente aragonés y contra el Consejo
de Aragón dominado por la CNT cuya
existencia protegían las milicias
poumistas. Pero a misma burguesía
nacionalista vasca y catalana que
aplaudía esas medidas no veía ninguna
razón por la cual debieran extenderse a
sus propias prerrogativas. La difícil
relación histórica entre un Estado
centralista (dominado por los valores
anacrónicos de una elite castellana de
soldados y terratenientes) y la burguesía
industrial y comercial de la periferia,
lejos de simplificarse por causa de la
guerra fue acentuándose durante la
misma. La moralmente devastadora
disputa jurídica entre el gobierno
republicano y las autoridades autónomas
vascas (antes del colapso del frente
vasco a mediados de 1937) y, sobre
todo, el permanente conflicto entre el
gobierno y la Generalitat catalana harían
imposible el control por Negrín de los
centros industriales más necesarios para
un esfuerzo de guerra integral (más
perentorio aún por el creciente impacto
del embargo de armas debido a la No
Intervención).
Negrín y sus ministros socialistas,
comunistas y republicanos sabían que,
de los tres frentes de resistencia de la
República (el militar, el interior y el
diplomático), el más decisivo era el
diplomático internacional. La ayuda
soviética había evitado la derrota en
Madrid en noviembre de 1937, pero
desde mayo del mismo año era evidente
que las desventajas materiales y
logísticas que afrontaba el ejército
republicano, provocadas en gran medida
por la No Intervención, hacían
imposible una victoria militar sobre el
enemigo franquista. Por tanto, la
condición sine qua non para una
victoria republicana era un cambio de
posición
de
las
democracias
occidentales y en particular de Gran
Bretaña. Ante todo, mediante un
levantamiento del embargo de armas,
pero Negrín también confiaba en que
fuera posible un giro de mayor alcance
en favor de la causa republicana.
Cuando la política francobritánica de
apaciguamiento hubiera fracasado (y
Negrín estaba convencido de que así
sucedería)[40] la República se aseguraría
una victoria política más valiosa que
cualquier triunfo militar que los
nacionalistas pudieran lograr en el
campo de batalla.
En el entreacto, mientras la
diplomacia republicana el propio jefe
de gobierno[41] libraban una batalla
política y de propaganda en los foros
internacionales, la tarea crucial de la
República era concentrar todas sus
fuerzas en el sostenimiento de sus
capacidades de defensa a largo plazo.
Negrín,
cuyas
responsabilidades
ministeriales incluían las carteras de
Hacienda y Defensa (durante el último
año de guerra), procuró sostener el
esfuerzo de resistencia militar (que
incluyó algunas operaciones ofensivas)
y fortificar la moral civil en la
retaguardia mientras llegaba el momento
del cambio en el panorama europeo.
El mayor desafío de la política
interna de Negrín entre mayo de 1937 y
marzo de 1939 radicaría en la
movilización de los diversos sectores
sociales como pilares del Estado y
combatientes bélicos. Al mismo tiempo,
habría le proyectar una visión del orden
republicano que demostrara que no
todos los Estados eran igualmente
dañinos o exclusivistas: que el «viejo
orden» que los rebeldes trataban de
restaurar era muy diferente del «nuevo»
orden republicano surgido tras el 18 de
julio de 1936. A fin de establecer esta
ruptura con el pasado que fuera
satisfactoria por igual para las clases
medias y las obreras, era indispensable
que el Estado defendiera la propiedad
privada y al mismo tiempo pusiera en
marcha una política de protección social
largamente obligada y ahora más
necesaria a fin de atender la
movilización para la guerra total. Las
reformas sociales serían, en un contexto
bélico, la firma estatal del compromiso
o «contrato social» con quienes estaban
luchando y muriendo por la República.
A través de este proceso de intercambio
recíproco sería posible reconstruir la
muy necesaria nación republicana.
En ese proyecto, el papel del PCE
era central. Alentada por las
necesidades bélicas, la movilización
social en gran escala dentro de la
retaguardia republicana a través de
organismos del Frente Popular estaba
poniendo en marcha una nueva política
de masas. En último término, este
proceso significaba la transición desde
el viejo sistema político de clientelas
basado en el patronazgo (típico de las
sociedades agrarias mediterráneas),
hasta un moderno sistema político de
movimientos de masas basados en
categorías
ocupacionales
y
generacionales. En teoría y en la
realidad, la política había dejado de ser
un dominio reservado a la elite. Y una
razón importante por la que el PSOE se
vio sobrepasado por el PCE radicaba en
su falta de adaptación orgánica,
ideológica y cultural a las nuevas
condiciones imperantes[42]. Más que
interpretar la presencia del PCE en las
JSU o en la UGT como «prueba» de una
conspiración sectaria o una conquista
ideológica, habría que entenderla como
parte de un proceso de cambio más
amplio mediante el cual la provisión
social (a través de asociaciones de
mujeres,
de
jóvenes,
hospitales
públicos, guarderías, cantinas, etc.)
comenzaba a ser el ámbito de acción
necesario y propio de los partidos
políticos
y
las
organizaciones
nacionales.
El énfasis del PCE en la
organización era también vital. Todos
los aparentemente redundantes comités,
consejos, asambleas y conferencias
eran, de hecho, indispensables para
sostener la movilización popular y la
moral: el mayor recurso con que contaba
la República. Su mantenimiento exigía
esfuerzos constantes e infatigables. De
ahí el uso por el PCE de la repetición y
el ritual, técnicas que sólo cosecharon
una crítica condescendiente por parte de
los socialistas. Pese a ello, con el paso
del tiempo, el constante despliegue
organizativo se hizo incluso más
decisivo para sostener la República, a
medida que su estructura material y
fortaleza moral iban siendo erosionadas
durante la crítica segunda mitad de 1938
(como resultado acumulativo del
bloqueo naval, los bombardeos aéreos,
las pérdidas agrarias, la escasez
alimenticia y de alojamientos, la
inflación galopante y el creciente
mercado negro).
Al final, la República simplemente
no pudo hacer honor a su compromiso en
el «contrato social» diseñado. La
reconstrucción de las estructuras
estatales centrales y la movilización
nacional le permitieron librar una guerra
larga en condiciones extremamente
desfavorables. El PCE, a través de las
organizaciones de masas del Frente
Popular, fue clave en la reconstrucción
de
la
coalición
antioligárquica
destrozada por la rebelión de julio de
1936. Pero ni siquiera este esfuerzo para
contener la abrumadora desproporción
de fuerzas frente al enemigo podía evitar
la derrota militar indefinidamente.
Cuando llegó la derrota, en marzo de
1939, no fue la consecuencia del fracaso
por no «hacer la revolución» ni tampoco
el resultado primordial de las divisiones
internas republicanas. Fue sobre todo el
efecto de la pérdida por parte de la
República de su larga lucha (desde 1937
hasta 1939) contra un embargo de armas
paralizante. Dicho embargo no sólo
evitó que el Ejército republicano
pudiera operar en igualdad de
condiciones militares frente al enemigo,
sino que también socavó gravemente las
tentativas del gobierno republicano para
mantener íntegro el tejido moral y
material de la retaguardia, lo que era
básico para su guerra de resistencia (la
única guerra que la República podía
librar dados sus limitados recursos). A
la postre, la República se hundió porque
la escasez terrible provocó el colapso
material y psicológico de su retaguardia.
La política que dio origen a tal situación
no fue obra de Stalin, pese a que la
ayuda soviética fuera interesada,
insuficiente y agravara los antagonismos
políticos en las filas republicanas. La
política que fue destruyendo lentamente
a la República fue la practicada, de
modo implícito o explícito, por las
potencias democráticas occidentales que
sostuvieron infatigablemente la No
Intervención.
8
GUERRA CIVIL,
VIOLENCIA Y LA
CONSTRUCCIÓN DEL
FRANQUISMO[1]
MICHAEL RICHARDS
… para una elite social, las características de
los grupos
subordinados siempre muestran algo bárbaro y
patológico.
ANTONIO GRAMSCI[2]
I. INTRODUCCIÓN:
PERSPECTIVAS
PROBLEMAS
Y
La represión franquista durante la
Guerra Civil española (1936-1939) y la
posguerra fue mucho mayor de lo que
los
estrategas
militares
podrían
«justificar» en tanto que necesaria para
la victoria. El uso del terror y la
violencia en lo que fue, principalmente,
una guerra de clases derivó de una
política de purga de la sociedad. La
reconciliación
fue
explícita
e
invariablemente rechazada como una
opción viable. La integración social
durante el franquismo tuvo un carácter
estrictamente limitado. De acuerdo con
la ideología de la Iglesia Católica, que
apoyó la «cruzada» de Franco, resultaba
«imposible negociar con el mal». Las
palabras «perdón» y «amnistía» debían
borrarse de la lengua española[3]. La
represión
de
cuño
ideológico,
manifestada de varias formas, se sumó a
una rápida recuperación del poder por
parte de las elites tradicionales de la
sociedad. El desarrollo futuro de
España se asentó sobre esta base.
Durante el conflicto y en la primera
década de la posguerra, la ideología, la
industrialización
y
la
violencia
interactuaron en un contexto de absoluta
dominación social y política, a la vez
que se establecieron los parámetros
dentro de los cuales pudiera tener lugar
un cambio social.
Los problemas de la cuantificación y
la interpretación de la represión
franquista giran en torno a tres
cuestiones básicas: la primera es el
asunto de la localización y utilización de
las fuentes. Tras la victoria de Franco en
1939, España fue gobernada durante
casi cuarenta años por un régimen
dictatorial con autoridad absoluta para
determinar y controlar tanto la
formación de la memoria colectiva
como la representación de la propia
historia, con mucha mayor eficacia que
en la Alemania o la Italia de la
posguerra. En efecto, en tiempos de
Franco, la poca historia que se pudo
publicar sobre los años treinta la
escribieron
policías,
militares,
funcionarios del Estado y curas[4]. Su
descripción de la Guerra Civil como una
cruzada religiosa evitaba cualquier
necesidad de hablar de la naturaleza de
clase de este conflicto. Es más, el
acceso rígidamente restringido a los
archivos, hasta hace muy poco, ha
favorecido
especialmente
a
los
historiadores cuya metodología elude
toda explicación. La obsesión con la
acumulación de «datos reales» ha
conducido a una ausencia casi absoluta
de contexto en estudios de este tipo. Este
acercamiento
«neopositivista»
generalmente no ha producido más que
propaganda a favor del Estado
franquista[5]. La cuestión de la función
social del régimen y de su violencia no
ha sido planteada en estos trabajos.
En segundo lugar, la magnitud de la
brutalidad, la manera en que fue dirigida
desde arriba y el discurso ideológico
que la arropó sugieren la necesidad de
establecer algún tipo de marco
explicativo basado en un análisis de las
raíces sociales e ideológicas de la
represión. ¿Resulta convincente o
suficiente tratar de explicar la intensidad
de la violencia de acuerdo a un supuesto
colapso de la autoridad estatal, o a la
«brutalidad de la guerra»; o quizás sería
más útil fijarse en las influencias
ideológicas predominantes[6]?
¿Qué importancia, por ejemplo, tuvo
la concepción de la Guerra Civil como
cruzada religiosa para «reconquistar»
España en el uso de la violencia?
Parece bastante evidente, por ejemplo,
que los que llevaron a cabo las matanzas
lo hicieron con la bendición de la
Iglesia Católica[7]. Por otra parte, ¿cuál
era el significado de nociones como la
de «purificación» y cómo se relacionaba
esta idea con el extenso vocabulario
patológico que acompañó a las purgas?
Éstas son cuestiones que debemos
preguntarnos en un análisis de la
violencia en los años treinta y cuarenta.
La tercera cuestión que dificulta el
estudio de la violencia, el terror y la
represión durante la Guerra Civil y los
años cuarenta es la interiorización o
evasión del pasado, tanto colectiva
como individualmente. Como han
señalado los expertos en historia oral, la
memoria del dolor o de la vergüenza no
es fácil de recuperar, explicar o
interpretar[8]. La Guerra Civil española
y sus devastadoras consecuencias
provocaron un abrumador sentimiento de
pérdida, a muchos niveles y de muchas
maneras. No se trataba sólo del hecho
de perder la guerra, de la derrota militar
en sí, sino también de la pérdida de los
ideales y de las perspectivas de futuro.
El régimen, mediante sus instituciones
totalitarias, trató de imponer una visión
alternativa, aunque los efectos de esta
clase de adoctrinamiento institucional
eran imposibles de predecir o
controlar[9]. La clase obrera estaba tan
considerablemente amedrentada que
resultaba imposible movilizarla en torno
a algún ideario, fuera el que fuera. En
última instancia, el franquismo privó a
la gente hasta del futuro y la esperanza y
millones de españoles se vieron
desposeídos del sentido de la identidad
y de la dignidad. Pero esta pérdida tuvo
también un carácter personal. Fue la
pérdida de miembros de la familia, no
sólo para los que apoyaban a la
República, sino también para los que se
encontraban en el otro lado, bien por
convicción o bien por accidente
geográfico.
La memoria, para un gran número de
personas, implicaba un encuentro con
una realidad que preferían olvidar. Las
terribles condiciones bajo las cuales se
vieron forzadas a vivir las clases bajas
hicieron que existiera una obsesión
necesaria por la mera supervivencia en
el período inmediatamente posterior a la
guerra. La victoria de Franco fue
aumentada en la degradación cotidiana
de los vencidos. Fue principalmente esta
retirada obligatoria hacia el espacio
doméstico privado en aras de la
supervivencia lo que prácticamente
imposibilitó
cualquier
clase
de
resistencia[10].
El
exagerado
intervencionismo del Estado en las
relaciones económicas, que era una
característica intrínseca de la autarquía
(autosuficiencia económica), facilitó una
violencia económica ideológicamente
determinada. En efecto, debemos tomar
en consideración la función social
represora de la autarquía a la hora de
determinar
el
alcance
de
las
pretensiones totalitarias (o, ¿fascismo?)
en el franquismo[11]. Además, un efecto
de esta retirada fue la supresión de la
conciencia. El ambiente de escasez
provocado políticamente pudo más que
la solidaridad popular colectiva. La
angustia de la situación embotó los
sentidos. Los recuerdos personales de
esta experiencia, que para millones de
personas fue una pesadilla, están
condicionados en gran medida por el
estado casi onírico en el que mucha
gente entró inconscientemente para
poder superarla.
Manuel Vázquez Montalbán, al
escribir sobre la Barcelona de los años
cuarenta, evoca este sentimiento de
evasión: «La ciudad sobrevivía y
pretendía no oír los tiros del pelotón de
fusilamiento, no percatarse de las colas
a la puerta de la Prisión Modelo ni de la
destrucción
sistemática
de
su
[12]
identidad» . La relación que se ha
sugerido entre el dolor, el miedo y la
evasión se ve reforzada por los
testimonios personales. Una mujer de
Sevilla, por ejemplo, recuerda los días
que siguieron a la ocupación del barrio
obrero donde vivía, en el verano de
1936: «Pasamos cinco días sin salir de
casa
para
nada.
[…]
Había
fusilamientos en el paredón, justo
delante de donde vivíamos. Pero yo no
los vi. Algunos se despertaban por la
mañana para ver a quién habían matado.
Los dejaban allí dos o tres horas para
que la gente los pudiera ver. […] Los
camiones cargados de gente en dirección
al cementerio también bajaban por mi
calle. […] Pero tampoco queríamos
verlos. Cuando sonaban los disparos por
la noche nos tapábamos los oídos»[13].
Se ha recuperado muy poco de esta
memoria reprimida, escondida o
distorsionada en la nueva España
democrática. La transición a mediados
de los años setenta desde una brutal
dictadura
a
una
democracia
constitucional liberal se apoyó en el
acuerdo tácito de que, a cambio de
entregar el poder, la clase política
franquista sería compensada con un
ejercicio obligatorio de amnesia
colectiva[14].
Así pues, deben superarse varios
problemas,
tanto
en
términos
metodológicos como interpretativos, a la
hora de analizar la represión franquista
durante y después de la Guerra Civil. La
escasez de fuentes, tanto por la
destrucción de material como por el
rígido control del acceso a los archivos,
ha sido y sigue suponiendo un enorme
obstáculo para la investigación[15]. Esta
situación ha permitido la perpetuación
de un sesgo claramente político en
muchos escritos sobre la guerra y la
dictadura. La postura neopositivista a la
hora de escribir sobre la represión ha
supuesto que las cuestiones de la
motivación y los orígenes de la
violencia hayan sido ignoradas en
general. Esta serie de problemas y
obstáculos para escribir sobre la
brutalidad de la Guerra Civil presenta
complicaciones para conseguir una
comprensión de talante más histórico
sobre la naturaleza del franquismo.
II. POSITIVISMO Y PROPAGANDA
El debate sobre la represión ha estado
dominado
principalmente
por
historiadores que han intentado limitarlo
a la cuantificación abstracta del terror.
Esto ha producido una crítica que, según
una voz discrepante, consiste en una
serie de «macabros ejercicios de
contabilidad»[16]. Algunos de estos
intentos «científicos» por «cuantificar»
la represión en realidad no han servido
más que para perpetuar la propaganda
del régimen que trató de crear una
imagen determinada de la Guerra
Civil[17].
En esta clase de trabajos, el terror
siempre se plantea aislado de cualquier
contexto social. Dichos estudios,
limitados a lo que se ha descrito como
«cuantificación
precisa»,
eluden
deliberadamente
plantear
las
características específicas de la
represión en cada zona. No se distingue
entre el terror y la violencia en la zona
republicana y la purga sistemática
llevada a cabo en la sociedad
nacionalista. Entrar en esa discusión
implicaría
enfrentarse
a
varias
cuestiones complicadas sobre el papel
de la ideología, las motivaciones
sociales y políticas, las estructuras de
poder, los procesos de toma de
decisiones, y, sin duda, sobre la propia
naturaleza de la Guerra Civil. Los
historiadores simpatizantes de Franco se
han resistido a emprender esta tarea[18].
Antes de abundar en estas
diferencias, merece la pena hacer una
serie de observaciones previas sobre el
problema potencial en la utilización de
los términos. En concreto, no es
conveniente utilizar las palabras
«violencia», «terror» y «represión» de
manera indistinta. Obviamente, el
enfrentamiento militar incluía el uso de
la violencia física. Esta clase de
violencia redundaba principalmente en
favor de objetivos militares y fue
practicada por ambas partes[19]. Por otro
lado, durante el propio desarrollo de la
guerra, ambas partes utilizaron también
la violencia con objetivos más
claramente políticos y sociales, aunque
a veces éstos no estaban muy bien
definidos (purgas antimarxistas y actos
simbólicos de anticlericalismo, por
ejemplo). A veces resulta difícil
distinguir de la violencia estrictamente
bélica este uso de lo que denomino
terror político. Sin embargo, no cabe
duda de que este terror fue aplicado,
especialmente por parte de las fuerzas
nacionales, durante la propia Guerra
Civil. En otras palabras, no podemos
establecer sencillamente que toda la
violencia ejercida durante el período de
la Guerra Civil, definido estrictamente
como el comprendido entre el 17 de
julio de 1936 y el 1 de abril de 1939,
fuera tan sólo «violencia bélica» y que
sólo la posterior fuera de orden político.
Finalmente, he utilizado aquí el término
«represión» para referirme a la
brutalidad aplicada bajo las órdenes
explícitas de una autoridad estatal
claramente definida, o de instituciones
principales de la misma, tales como el
ejército nacionalista. Se trató de una
represión dirigida desde el Estado con
la intención de llevar a cabo un proyecto
político reaccionario, «justificado» por
un código de valores e ideas claramente
articulado; por una ideología. El
gobierno republicano nunca ordenó el
uso de la brutalidad en este sentido y su
ética pública era de hecho contraria al
uso del terror político[20].
El terror republicano se desató a
menudo en forma de arrebatos
espontáneos, en gran medida como
resultado de los años de frustraciones
creadas por una forma de vida
angustiosa impuesta por la estructura
social y política de España y como
respuesta al intento violento por parte de
los generales rebeldes de destruir una
República que ofrecía medidas para
remediar este malestar social[21]. En
cambio, la violencia en la zona
nacionalista y, consecuentemente, en la
España de Franco se llevó a cabo bajo
las órdenes de las más altas autoridades
y de acuerdo a un plan preconcebido
para purgar la sociedad[22]. Esta
diferencia
contextual
podría
considerarse un punto de partida
esencial para elaborar una historia de la
violencia en España durante la guerra y
la posguerra.
La resistencia frente a la tendencia a
aislar la represión en un vacío
interpretativo
ha
supuesto
una
reconstrucción de las actitudes ante la
violencia de los líderes políticos y
militares en ambos bandos de la Guerra
Civil, así como de los métodos con que
se aplicaron las brutalidades[23]. En
esencia, esto indica una necesidad de
situar la represión en el marco de un
análisis de la particular coyuntura social
y política de España en los años treinta
y cuarenta. El terror y la violencia
política franquistas tuvieron una función
similar a la violencia en la Alemania
nazi y la Italia fascista. Facilitaron tanto
la desarticulación política de la
estructura del enemigo como la
paralización de los reflejos políticos y
su base social dentro de la clase obrera.
En otras palabras, desorientaron la
estrategia republicana y erradicaron
gran parte de su apoyo social. Así, la
represión nunca fue «inevitable» como
muchos afirman. Tan sólo fue
considerada como «necesaria» por los
ideólogos y los rebeldes militares
nacionalistas por las posibilidades
sociales y políticas que parecía abrir.
En cambio, el terror en la zona
republicana nunca fue «productivo»[24],
ya que fue mucho más espontáneo y
menos selectivo y por lo tanto no pudo
cumplir
ninguna
función
social
específica. De hecho nunca contribuyó
efectivamente a la consecución de
ninguno de los objetivos del asediado
gobierno republicano.
Aunque sin duda se dieron varios
episodios violentos «irracionales», la
represión
nacionalista
(y,
posteriormente,
franquista)
fue
fundamentalmente una actividad política.
El terror estaba programado y pensado y
era deliberado[25]. Por el contrario, la
violencia en la zona republicana nunca
fue planeada como un arma política[26].
La considerable y lamentable violencia
desatada contra curas y miembros de las
órdenes religiosas, en particular, fue
perpetrada a menudo por grupos
marginales e individuos ajenos al
código legal y moral de los líderes
políticos republicanos[27].
La naturaleza opuesta de la
autoridad en las dos zonas en el
momento más álgido del terror político
debe ser, por tanto, una consideración
fundamental en cualquier marco teórico.
El proceso de toma de decisiones en la
España nacionalista se llevó a cabo
como en un Estado coherente en proceso
de formación[28]. Por el contrario, la
República
constituía
un
poder
desorganizado en un proceso de virtual
desintegración. En la zona nacional la
ley
marcial
fue
declarada
inmediatamente, en julio de 1936[29]. El
poder absoluto pasó a manos del
Ejército, lo que garantizaba un sistema
riguroso de autoridad basado en el
honor, el orden y la disciplina. El
Ejército estaba bastante acostumbrado a
asumir este papel en momentos de crisis
social y política. En la España
republicana, por el contrario, la ley
marcial no se declaró hasta enero de
1939, pocos meses antes de la victoria
de Franco. Prácticamente desde el
principio del conflicto, el sistema
nacionalista de autoridad fue más
seguro, sólido y estable que el del
propio gobierno[30]. Como ha apuntado
Pierre Vilar, en la España nacionalista
«al contrario de lo que pasaba en el
campo
republicano,
las
formas
democráticas no existían —la prensa
plural, los partidos, las crisis
ministeriales abiertas […] no había
discusiones abiertas sobre métodos y
fines—. La violencia del odio de clase,
cuando se ejerce desde arriba, es mucho
más coherente y duradera que en sentido
inverso»[31].
LA CUANTIFICACIÓN
Las críticas al método «científico» en
cuanto a esta cuestión no están pensadas
para debilitar la necesidad del rigor
intelectual. Muy al contrario. En primer
lugar, es necesario tener una idea de la
magnitud del exterminio a la hora de
juzgar la naturaleza de una sociedad
dividida, en plena guerra. Pero también
es importante tener en cuenta las
enormes limitaciones de las fuentes de
que disponemos. Algunos de los autores
que han insistido en la necesidad de
hacer un recuento «científico» de las
víctimas de la represión franquista
parecen sufrir de lo que Arthur Koestler
denominó
la
«neurosis
de
la
objetividad»[32]. El método científico no
debería reducirse únicamente a la
utilización de las técnicas cuantitativas.
El material que podemos encontrar en
los archivos que están abiertos al
público en España ha sido, en la mayor
parte de los casos, sistemáticamente
revisado por las autoridades leales al
Estado dictatorial. Una enorme cantidad
de archivos ha sido destruida
intencionadamente[33]. Algunos estudios
han utilizado cifras demográficas
globales como base para calcular el
número total de bajas ocasionadas por
la Guerra Civil y la posguerra. Pero esta
tendencia tiene un valor estricto relativo
ya que las estadísticas sobre las que
están basados dichos cálculos son
bastante poco fiables[34]. Utilizando
únicamente estos archivos, sólo puede
reconstruirse una versión parcial y
saneada de la realidad. Si aislamos tan
sólo
los
«datos
conocidos»
conseguiremos
una
imagen muy
distorsionada de la represión: una
imagen construida en parte por el propio
régimen de Franco. La relación entre la
crisis social en España y el desarrollo
de la ideología derechista, antes del
conflicto, debe tenerse en cuenta a la
hora de explicar tanto la magnitud de la
violencia como sus orígenes y objetivos.
Los testimonios disponibles sugieren
que la brutalidad adquirió una
dimensión mucho mayor de la
cuantificable de manera precisa y que
estuvo relacionada con la crisis
generalizada del primer tercio del siglo
en España. No parecen exorbitados los
cálculos de algunos historiadores
críticos que indican que unos doscientos
mil hombres y mujeres pudieron haber
muerto en la represión nacionalista[35].
La forma más clara de represión era
el exterminio físico[36]. Éste no cesó con
la declaración por parte de Franco del
final de la Guerra Civil propiamente
dicha, en abril de 1939. Durante los
cinco o seis años siguientes, sobre todo,
se produjeron miles de ejecuciones en
España, aunque el régimen siguió
matando a sus enemigos hasta el final de
la dictadura en los años setenta. Como
sabemos a ciencia cierta que muchas
ejecuciones ratificadas oficialmente
tuvieron lugar fuera del marco legal
dictatorial, durante la guerra y en los
años cuarenta, y que en muchos casos no
quedó constancia de las mismas, nunca
sabremos
exactamente
cuántos
murieron[37]. La cifra más baja que se ha
dado en los últimos años es la aportada
por el exvoluntario de la milicia
nacionalista (requeté) y general
franquista Ramón Salas Larrazábal[38].
Salas calcula que en la zona nacional
durante la guerra (entre julio de 1936 y
el 1 de abril de 1939) hubo 57 662
ejecuciones[39]. Cree que posteriormente
se produjeron 23 000 «ejecuciones
legales» durante el período de 1939 a
1961, en todo el país[40]. Algunos
historiadores, que dudaban de los datos
aportados por observadores de la
posguerra, han concedido un cierto
crédito a estas cifras[41]. Claro que de
acuerdo a cualquier cálculo la magnitud
de la represión sigue siendo enorme. De
esto no cabe la menor duda. No
debemos perder de vista este hecho en
la discusión sobre el cómputo «exacto».
Como ha señalado un historiador,
incluso teniendo en cuenta el cálculo de
Salas, los datos indicarían que una
media de diez personas habrían sido
fusiladas cada día a lo largo del período
de siete años que va de 1939 a 1945[42].
Las ejecuciones se realizaban de un
modo específicamente diseñado para no
dejar rastro[43]. Dentro de la burocracia
del «Nuevo Estado», la lealtad a los
líderes y a su ideología contaba mucho
más que la eficacia en cuanto al
cumplimiento
de
formas
y
procedimientos legales. En un gran
número de casos, en los registros civiles
sólo se apuntó la causa puramente
clínica del fallecimiento[44]. Las
ambigüedades que acompañan a los
cálculos son múltiples. ¿Cuántos
hombres y mujeres fueron fusilados tras
«juicios» sumarísimos por su afiliación
política y luego registrados como
«muertos en acción»?
Aunque algunos de estos estudios
han
proporcionado
a
menudo
información sobre la muerte de algunas
víctimas específicas de la represión —
un recuerdo formal que les había sido
previamente denegado—, el modo en
que se desarrolló la represión hace
imposible que se alcance algo parecido
a una cuantificación precisa. A menudo,
los familiares de las víctimas estaban
demasiado aterrorizados para identificar
los cuerpos de sus seres queridos por
miedo a ser arrestados también como
culpables[45]. Incluso la expresión
pública de luto por los ejecutados en los
primeros años de la posguerra suponía
arriesgarse a ser castigado de algún
modo[46]. En estos casos, las muertes no
solían registrarse. En el ambiente de
terror creado por el Estado, se
cometieron numerosas atrocidades que
nunca se registraron y que ahora resulta
imposible probar o calcular. De todos
modos, existe una cantidad considerable
de información de testigos presenciales
que indica que los cálculos iniciales
podrían no estar lejos de la realidad.
Salas utiliza los archivos provinciales
de los registros civiles para calcular el
número de muertes en cada zona. Pero
los cómputos contemporáneos iban
mucho más allá del extraordinario nivel
de represión indicado en estos cálculos.
Un exiliado español, por ejemplo,
escribió al Foreign Office británico
declarando, entre otras cosas, que en
1941 se estaban fusilando a cuarenta o
cincuenta personas cada día en Madrid,
sólo en ese año. El informante declara
lo siguiente:
Dicen que sólo en Asturias han fusilado
a 60 000 personas. Según la prensa
franquista, en Gijón y Oviedo se
produjeron entre 60 y 70 ejecuciones
cada día, durante cuatro meses[47]. En
una fábrica de Gijón, mataron a 12 de
cada 15 obreros. En Huelva ha habido
15 000 ejecuciones, en el Ferrol, entre
9000 y 10 000; en Santander 6500. En
Navalvillas de Pela, Badajoz, 1700 de
los 6000 habitantes fueron ejecutados,
incluidas varias mujeres. Como
resultado de la Guerra Civil y de la
represión posterior, en Tortosa sólo
quedan 9000 habitantes de los 45 000
originales. En Larrióaga, Bilbao, de
1200
prisioneros,
600
fueron
ejecutados. En las islas Canarias han
sido fusilados más de 1000 miembros
del Partido Comunista. Entre el 11 de
octubre y el 31 de diciembre de 1939,
417 hombres de 6 aldeas fueron
enterrados en el cementerio de Ciriego,
Santander. En Laguna de Teza, un pueblo
de esta misma provincia, 150 de los 400
habitantes han sido fusilados. En enero
de 1940, 12 condenados en Celanova,
Orense, fueron forzados a transportar
sus propios féretros al lugar de la
ejecución. […] Los días preferidos para
estos asesinatos en masa son las
celebraciones políticas, como el
aniversario de la muerte de Primo de
Rivera o Calvo Sotelo, el primero de
mayo, etc. Mientras los restos mortales
de Primo de Rivera eran trasladados con
gran pompa y ceremonia al Escorial,
2000 hombres fueron fusilados sólo en
la ciudad de Madrid […][48].
Aunque sin duda es importante evaluar
de forma crítica la importancia de los
datos que parezcan exagerados, la
alternativa de ignorarlos simplemente y
basarse tan sólo en los archivos que han
perdurado es claramente insuficiente. El
período intermedio de casi cuarenta
años de censura dictatorial, así como el
contexto del desencadenamiento de la
represión propiamente dicha y el modo
en que se llevaron a cabo las
ejecuciones, deben tenerse en cuenta en
cualquier evaluación que hagamos.
Podemos pensar que son tan sólo
testimonios personales pero en muchos
casos es prácticamente lo único que nos
queda.
III. LA REPRESIÓN CONTEXTUALIZADA
La actitud de los líderes políticos
nacionalistas respecto a la violencia fue
muy diferente de la de los republicanos.
No hay ninguna reacción comparable
entre los líderes insurrectos a la crisis
moral sufrida por el presidente de la
República, Manuel Azaña, al enterarse
de las ejecuciones llevadas a cabo por
partidarios del gobierno tras la rebelión
militar en Madrid[49]. Por parte de los
líderes nacionalistas nunca hubo
protestas, tan sólo incitación a la
violencia.
Desde las etapas iniciales de
planeamiento de la sublevación contra el
gobierno democrático, se declaró la
intención de llevar a cabo una campaña
de exterminio. Este proceso de
«purificación» se consideró necesario
para purgar España de «cuerpos
enfermos» y «organismos malsanos» y
recibió la bendición de la Iglesia
Católica[50]. El vocabulario patológico
de la purificación siguió conformando la
noción de la reconstrucción en la
posguerra. La violencia extrema se veía
como una herramienta para conseguir la
«mejora» social. Lo mejor del llamado
«hitlerismo» era su «tarea de limpieza
moral y política»[51]. Se expresaba una
ferviente admiración por la Alemania
nazi, porque allí la «seguridad
personal»
estaba
«completamente
defendida», «el orden gobierna la vida
pública» y la «propiedad está
garantizada». La supresión de los
partidos políticos, los encarcelamientos
y las medidas antisemitas eran
consecuencia lógica de la necesidad de
«renovar el Estado». Más de un
destacado intelectual de la derecha
española consideraba que Dachau era
«una institución realmente educativa»
donde los prisioneros vivían en una
especie de «pueblo higienizado»[52].
El objetivo prioritario no era
simplemente derrotar al enemigo, sino
exterminarlo. La represión nacionalista
estaba considerada como una profilaxis
social y política a escala nacional. La
guerra civil había sido una operación
para «erradicar quirúrgicamente» la
«putrefacción» de la sociedad[53]. La
prensa alemana nazi comprendía y
admiraba los objetivos de la represión
española, que, en cierto sentido, era
considerada como un ejemplo que
seguir: «Los generales no buscaban
garantizar su victoria principalmente en
sus éxitos militares, sino en una limpieza
sistemática y profunda del territorio
interior»[54]. «Afortunadamente, la vieja
actitud sentimental de los nacionalistas
se ha disipado y todo soldado
comprende que un fin horrible es
preferible a horrores sin fin […]»[55].
«Los partidos marxistas están siendo
destruidos y eliminados hasta la última
célula de un modo mucho más drástico
que aquí en Alemania. Cada casa, cada
piso, cada oficina permanece bajo una
constante observación y supervisión.
[…] Es más, cada uno de sus ciudadanos
es arrastrado hacia el torbellino del
entusiasmo político, debe participar en
celebraciones
triunfales
y
manifestaciones multitudinarias. El
principio del nacionalismo moderno,
“todo oponente será destruido”, se
cumple a rajatabla. […] Igual que aquí
en Alemania»[56]. Franco presumía en
noviembre de 1938 de que el gobierno
nacionalista había elaborado una lista
con más de dos millones de nombres de
aquellos
a
quienes
consideraba
enemigos, «[…] con las pruebas de sus
crímenes y los nombres de los
testigos»[57]. La intención era «limpiar
el terreno para construir nuestra
estructura»[58]. Éstos debían ser los
cimientos sobre los que fundar el
«Estado moderno» en España.
Incluso antes del golpe militar de
1936, los conspiradores ya habían
dejado clara su confianza en la
necesidad de ejercer una violencia
ejemplar contra la clase obrera, sus
organizaciones y los líderes de los
grupos republicanos en general. Emilio
Mola, el general al mando de la
conspiración militar, insistía en que: «Es
necesario propagar una atmósfera de
terror. […] Cualquiera que defienda
abiertamente el Frente Popular debe ser
fusilado»[59].
Las ejecuciones en masa se
convirtieron en un componente básico de
la teoría y práctica de la operación
emprendida por los rebeldes. El coronel
Juan Yagüe, uno de los principales
oficiales
de
Franco,
cercano
ideológicamente a la Falange y
responsable de la masacre de unos dos
mil izquierdistas que fueron apresados
en una redada, conducidos a la plaza de
toros de Badajoz y fusilados[60],
expresaba de este modo las prioridades
e intenciones de la represión durante la
Guerra Civil: «[…] el hecho de que la
conquista de España por el Ejército
avance a un paso tan lento tiene esta
ventaja: nos da tiempo para purgar el
país concienzudamente de todos los
elementos rojos»[61].
Esta clase de «limpieza» (este
término se utilizó también en los años
treinta y cuarenta para referirse a la
«pureza de sangre») estaba relacionada
con un deseo de «regenerar» España[62].
Una gran parte de la generación de
españoles que dirigió la lucha
ideológica en los años treinta y cuarenta
había pasado sus años de formación,
tras la pérdida de las últimas colonias
españolas en 1898, en el ambiente del
regeneracionismo, que veía España
como un organismo en decadencia. El
pensamiento regeneracionista, tal y
como se desarrolló en las décadas de
finales del siglo XIX y principios del
XX, giraba en torno a cuatro factores
principales: a) La creencia de que
existía una peculiar esencia española
que podía ser definida y perpetuada; b)
el estudio de las ciencias naturales,
especialmente la biología darwinista,
consideradas determinantes para la
suerte futura de las naciones; c) la
desilusión
con
la
política
constitucionalista; y d) la derrota militar
española en 1898. Franco tenía seis
años en 1898. La interacción de estos
elementos produjo una síntesis que
exigía una inversión del proceso de
decadencia, combinando las tradiciones
castellanas con la modernidad de la
ciencia y un gobierno autoritario. Se
creía que una nación constituida por
«organismos débiles» estaba condenada
a desaparecer más tarde o más
temprano. Haría falta un «cirujano de
hierro» para imponer el autoritarismo
necesario para extirpar el tejido enfermo
de la sociedad. No es de extrañar, por lo
tanto, que algunos escritores hayan
pensado que el regeneracionismo fue el
«prefascismo» español[63].
En los años treinta, los generales
insurrectos consideraban a la clase
obrera
como
una
entidad
infrahumana[64], factor que había
contribuido a esta decadencia. El pueblo
español, según Mola, se consideraba a
sí mismo débil y por lo tanto había
«degenerado». Esta situación requería la
recuperación de algo que se consideraba
un «derecho natural», o sea la «ley de la
fuerza», que había sido socavada por el
parlamentarismo
decadente[65].
El
concepto de la política había sido
sustituido por los de «exterminio y
expulsión»[66]. Consecuentemente, la
labor de «purificación» continuó de
forma sistemática después del cese
formal de la guerra, el 1.º de abril de
1939. La España franquista se
caracterizaría, sobre todo, por la
negativa a considerar cualquier clase de
reconciliación. La sociedad se dividiría
entre «España» y «anti-España»[67]. Éste
es el fundamento de la represión masiva
de la posguerra.
Esta crueldad estaba dirigida
mayoritariamente contra las capas bajas
de la sociedad[68]. A fin de conseguir
que «España funcione», los insurgentes
y sus partidarios se propusieron utilizar
la violencia para establecer y
salvaguardar lo que ellos consideraban
el
orden
social
estable.
Por
consiguiente, el gobierno nacionalista de
Burgos ilegalizó inmediatamente, en
septiembre de 1936, todas aquellas
organizaciones que habían participado
en el gobierno del Frente Popular
legalmente constituido, o que se habían
opuesto al insurgente Movimiento
Nacional. Así, desde el primer
momento, se trastrocó el concepto de
legalidad[69]. El Estado diseñó una serie
de leyes para dar una pátina de
legalidad a una represión que condenaba
a la clase obrera por el principio de
culpabilidad debido a su asociación con
los partidos políticos y los sindicatos de
la República. La idea de que se
aplicaría la justicia a los «sin sangre en
las manos» no tenía sentido en una
situación en la que la violencia se
utilizaba para confirmar la derrota de un
orden político y una clase social.
Los propósitos de la represión
fueron resumidos sucintamente por el
propio Franco: tan sólo aquellos «[…]
capaces de amar a la madre patria, de
trabajar y esforzarse por ella, de añadir
su grano de arena al esfuerzo común»
serían admitidos. A los otros no se les
debía permitir entrar en la «circulación
social […] los elementos malvados,
pervertidos, política y moralmente
envenenados […] aquéllos sin redención
posible dentro del orden humano […]».
Esa gente sólo podría conseguir la
salvación gracias al trabajo[70]. La clase
obrera debía ser «disciplinada» en este
proceso nacional de «expiación del
pecado». Según Franco, «[…] el
sufrimiento de una nación en un
momento determinado de la historia no
es ningún capricho; es un castigo
espiritual, el castigo que Dios impone
sobre una vida distorsionada, sobre una
historia impura»[71].
El
proletariado
español,
en
particular, decía, estaba «enfermo»,
contaminado por el «bolchevismo». El
primer ministro del Interior de Franco,
Ramón Serrano Suñer, responsable de
construir las instituciones oficiales del
Estado franquista, expresó su opinión a
un periodista alemán sobre la situación
en Barcelona, tras su caída en enero de
1939: «La ciudad está completamente
bolchevizada. La descomposición es
absoluta. […] En Barcelona los rojos
han ahogado el espíritu español. La
gente […] está moral y políticamente
enferma. Trataremos a Barcelona con el
cuidado con que se atiende a un
inválido»[72].
La «reconquista» del sur de España
se vio como una oportunidad para
ajustar definitivamente las cuentas entre
los latifundistas y sus representantes por
un lado y la población desposeída, por
otro[73]. En Sevilla, los voluntarios
civiles, muchos de ellos asociados con
la poderosa oligarquía latifundista de la
región, cooperaron con los militares
locales y la organización falangista para
restablecer el poder local mediante una
brutal represión de la población
obrera[74]. Los oficiales recibieron
órdenes categóricas para que, tras la
ocupación
de
cada
población,
obtuvieran información de curas y «otras
personas
de
fiar»
sobre
el
comportamiento de la comunidad[75].
En Sevilla hubo dos fases de terror y
represión[76]. Primero, el período
comprendido entre julio de 1936 y enero
o febrero de 1937, que se caracterizó
por una ola de ejecuciones entre la clase
obrera. En esta fase se produjo la
«desaparición» de cientos (quizás
miles) de hombres y mujeres. Los
fusilamientos en masa en calles y
cementerios
sin ningún proceso
burocrático
formal
fueron
característicos de esta fase[77]. Tan sólo
una parte de estas muertes se inscribió
en el registro civil. Ésta no fue una
violencia «necesaria» en absoluto desde
el punto de vista militar. Tampoco fue
indiscriminada. Estuvo organizada hasta
el punto de que tanto las milicias
políticas
(los
falangistas
principalmente) como el Ejército
utilizaron listas confeccionadas por
personas influyentes de la zona;
especialmente los latifundistas y sus
representantes. La segunda fase comenzó
en febrero de 1937. Desde este
momento, la represión se llevaría a cabo
en parte bajo una apariencia de
«legalidad». Ésta fue la fase de los
consejos de guerra. En estos casos se
requería documentación, al menos
formalmente, aunque en la mayor parte
de los casos las «pruebas» no se
estudiaban, ya que los juicios estaban
decididos de antemano[78]. Aunque a
partir de este período los archivos del
registro civil comienzan a reflejar los
hechos de una manera algo más fiel, nos
consta que se siguió matando a hombres
y mujeres sin que constasen sus muertes,
ya que las cifras aproximadas de lo que
se conoce como fosa común del
cementerio de San Fernando son mucho
más elevadas que las del registro
civil[79].
La «pacificación» inicial de Sevilla
y su entorno duró una semana. Según el
secretario personal del director de la
sublevación, el general Mola, la
represión fue tan absoluta en algunas
aldeas que casi la totalidad de la
población productiva fue aniquilada[80].
El oficial encargado de la represión en
el territorio ocupado del sur fue el
sanguinario general Gonzalo Queipo de
Llano, tristemente famoso por sus
amenazadoras y enajenadas emisiones
radiofónicas desde Sevilla en pleno
estado de embriaguez. El 19 de agosto
de 1936, Queipo manifestó su
determinación de cumplir hasta sus
últimas consecuencias el objetivo
fundamental de los insurgentes: «El 80
por 100 de las familias de Andalucía
están ya de luto. Pero no vacilaremos,
tampoco, en adoptar medidas más
rigurosas si hace falta para asegurarnos
la victoria final. Seguiremos hasta el
final y continuaremos nuestra buena
labor hasta que no quede ni un solo
marxista
en
España»[81].
Esta
declaración contestaba a la pregunta
formulada por Francisco González Ruiz,
el exgobernador civil republicano de
Murcia, quien se encontraba en territorio
rebelde al principio de la Guerra Civil,
profundamente desilusionado por lo que
estaba presenciando: «¿Por qué siguen
fusilando después de doce, catorce
meses de guerra, y en Sevilla, donde son
dueños de la situación desde el primer
momento?»[82].
Queipo
comenzó
ordenando
ejecuciones en masa en is calles de los
barrios obreros de la ciudad, y no en las
risiones o los cementerios. Los
cadáveres permanecían arias horas
donde habían caído a modo de ejemplo
para la población en general. Mientras
se mantuvo la huelga general declarada
por los trabajadores en defensa de su
dudad,
las
calles
estuvieron
permanentemente llenas de cadáveres
que debían ser apilados contra los
muros de las casas para dejar pasar los
camiones del Ejército. La declaración
inicial del estado de guerra por parte de
los nacionales el 18 de julio, cuya
prioridad era la imposición le la pena
de muerte para los huelguistas, fue
reiterada mediante nuevos decretos en
días posteriores. Al movilizar a los
obreros de las fábricas y el ferrocarril,
se exigía una «obediencia ciega» y la
«pena capital» se cernía sobre los que
no cooperaban[83]. La resistencia en unas
condiciones
tan
violentas
era
extremamente difícil. Sin embargo, los
obreros de otras partes de España
trataron de organizarse para hacer frente
a esta brutalidad[84].
Aunque
un
reciente
estudio
«científico» ha estimado una cifra
cercana a las dos mil cuatrocientas
ejecuciones en Sevilla durante la Guerra
Civil, los cálculos realizados in situ en
esa época sugieren que la magnitud de la
tragedia fue al menos tres o cuatro veces
mayor[85]. José María Varela Rendueles,
el gobernador civil republicano de
Sevilla en 1936, afirmaba que bastaba
encontrar a alguien con un carnet del
sindicato socialista, UGT, para matarlo
en el acto. Según Rendueles, entre julio
de 1936 y febrero de 1937 más de seis
mil personas fueron fusiladas en la
ciudad de Sevilla sin haber pasado por
ningún tribunal[86].
Las
autoridades
de
Sevilla
concibieron la táctica de organizar
escuadrones motorizados o «Brigadas
de Depuración», de cien hombres cada
uno, para caer sobre pueblos «dudosos»
con el fin de «limpiar» la población
exterminando, a todos los elementos
sospechosos con sus denominadas
«ejecuciones de salvación nacional»[87].
A pesar de los posteriores intentos
propagandísticos por describir a las
tropas voluntarias que ayudaron a
cometer los más bárbaros actos de
exterminio como grupos compuestos por
elementos de todas las clases sociales,
en la actualidad parece claro que estos
escuadrones estaban constituidos por
grandes de España, nobles, latifundistas
y sus hijos[88]. Un caso típico es el del
hijo del administrador de las tierras del
marqués de Jaén, quien tras la
sublevación militar se hizo falangista,
fue asignado a un pelotón de
fusilamiento y fue responsable de la
muerte de cientos de personas[89].
La represión no cesó tras la primera
oleada. Tres años después, en el verano
de 1939, el conde Ciano, ministro de
Asuntos Exteriores de Mussolini,
informó que en Sevilla seguían
produciéndose ocho ejecuciones diarias.
Ciano destacaba que esta represión se
producía a pesar de que la ciudad nunca
había estado «en poder de los rojos»[90].
Los observadores extranjeros, por
conservadores que fueran y a pesar de
su apoyo a la «cruzada» de Franco,
informaban generalmente sobre la
tortura y la muerte en las abarrotadas
prisiones sevillanas. Cada día sacaban a
docenas de hombres de la cárcel para su
ejecución. Un observador menciona una
fosa común de catorce kilómetros de
largo en las afueras de la ciudad[91].
De igual manera, la represión en
gran parte del resto de la España
latifundista estuvo motivada por un
deseo de castigar al proletariado rural
por haberse atrevido a cuestionar el
statu quo social[92]. En la provincia de
Córdoba, por ejemplo, era bien sabido
que, cuando se conducía a los
campesinos pistola en mano a la fosa
común para ejecutarlos, los señoritos
les decían que iban a darles una lección
especial de «reforma agraria»[93]. Los
propios terratenientes proporcionaban
listas negras de los «provocadores»,
cuya muerte exigían. Los trabajadores
que habían estado involucrados en las
medidas de colectivización de la tierra
eran señalados especialmente para que
recibieran las medidas más duras y se
les
torturaba
para
obtener
información[94].
En Granada, gran parte de la brutal
represión la llevaron a cabo falangistas
y antiguos miembros de la CEDA, el
partido católico de los años treinta
liderado por José María Gil-Robles.
Aunque, según los archivos de Granada,
se produjeron 2314 asesinatos, los
testimonios de los habitantes locales
sugieren que una cifra cercana a los
8000 sería más acertada[95]. Sin duda, en
esta provincia se produjeron algunos de
los hechos más sangrientos de la guerra
y la posguerra. Durante varios meses se
ignoraron todas las formalidades. La
imperiosa necesidad de imponer un
castigo, que emanaba de las más altas
autoridades del flamante «Nuevo
Estado», posibilitó una minuciosa purga
de la sociedad. La represión fue de
hecho «controlada», ya que estuvo
dirigida desde las elites políticas y
sociales más influyentes de la zona hacia
las capas más bajas de la sociedad[96].
La represión clasista no se produjo
sólo en el «atrasado» sur de España[97].
En San Sebastián, por ejemplo, una de
las ciudades más «europeas» y
«modernas» del país, los empresarios
vascos y catalanes que habían huido de
la zona republicana se unieron a grupos
semiorganizados de poderosos y
contribuyeron a desarrollar modalidades
de apoyo financiero a la campaña bélica
de los nacionales[98]. La presencia
relativamente escasa de la Falange en el
País Vasco no significa que no se
produjera una brutal represión en San
Sebastián. Casi un millar de ejecuciones
tuvo lugar en los primeros tres meses de
ocupación por parte de los nacionales en
el otoño de 1936. A principios del año
1945, se habían producido más de 4500
muertes «ilegales en su mayoría» de
partidarios de la República[99]. En Vigo,
el dirigente principal de la Falange era
un próspero industrial. Le sucedió en el
cargo el hijo de un destacado patrono
industrial. De hecho, todos los líderes
falangistas pertenecían a las clases
«adineradas». Allí se llevó a cabo una
represión mecánica bajo su supervisión
y a manos de dóciles y disciplinados
subordinados[100].
La situación era similar en otras
provincias, aunque donde la represión
sistemática se manifestó con mayor
crudeza fue en Barcelona y Valencia.
Esto se debió en gran medida a que estas
dos grandes ciudades fueron el destino
en que republicanos de todas clases —
desde líderes políticos a obreros— se
congregaron huyendo del avance de las
fuerzas franquistas apoyadas por el Eje.
En Valencia, al caer la ciudad, se obligó
a la población a denunciar a todos
aquellos que habían apoyado a la
República. Los denunciados fueron
hacinados en las prisiones hasta colmar
su capacidad. La prisión principal de
Valencia, la Cárcel Modelo, con
ochocientas celdas, albergaba a ocho
mil prisioneros en junio de 1939. En la
provincia en su conjunto, había tantos
prisioneros que varias plazas de toros,
monasterios
y conventos
fueron
convertidos en cárceles. En el mes de
abril de 1939, se anunciaron
oficialmente doscientas sentencias de
muerte y otras doscientas setenta para la
primera quincena de mayo. En general
se cree que el número real de
ejecuciones en la ciudad superó con
mucho estas cifras[101].
Las pruebas testimoniales, sobre las
que se basa el cálculo de la magnitud de
la represión, indican que la capital de
España sufrió también una considerable
ola represiva. El embajador británico
informó al Foreign Office a mediados de
junio que, si bien había unos treinta mil
presos tan sólo en la capital esperando
sentencia, la cifra de los que el régimen
denominaba «asesinos políticos y
pistoleros», juzgados en consejo de
guerra y ejecutados, ascendía a unos
quince
mil.
Considerando
otras
declaraciones posteriores, incluso las
del propio régimen, éste parece un
cálculo bajo. El periodista inglés A. V.
Philips, que pasó cuatro meses en las
prisiones de Madrid en los años
cuarenta, manifestó que en la capital se
pronunciaban miles de sentencias de
muerte al mes. Calculó que, durante los
primeros once meses desde el final de la
guerra, se ejecutó a cerca de cien mil
personas. Ciano, durante su visita a
España, testificó que durante el verano
de 1939 se producían entre doscientas y
doscientas cincuenta ejecuciones cada
día[102]. En una sola de las veinte o más
cárceles de la capital repletas de
prisioneros políticos, se conserva una
lista con quinientas víctimas de
ejecuciones en el período de 1941 a
1944. Esta fuente escrita, relativamente
inusual, da una idea aproximada del
nivel que alcanzó la atrocidad en
Madrid[103]. Por otro lado, muchos
presos no tuvieron juicio alguno.
La determinación del Caudillo de
conseguir una victoria total queda
demostrada por su negativa a aceptar
una paz negociada y establecer una zona
neutra en el nordeste de España a la vez
que los refugiados abandonaban
Barcelona, en dirección a la frontera
francesa, en enero de 1939[104]. Según el
ministro del Interior de Franco, Ramón
Serrano Suñer, el nacionalismo catalán
era
«una
enfermedad».
El
«secesionisino» había «vivido como un
parásito» de lo que él consideraba un
ostentoso y falso patriotismo local. El
virus «secesionista» tenía que ser
tratado: «Hoy tenemos a Cataluña en la
punta de nuestras bayonetas. El dominio
material será rápido. Estoy seguro de
que la incorporación moral de Cataluña
a España será tan rápida como su
incorporación militar […]»[105].
La Falange catalana «en el exilio»
comenzó los preparativos para una
purga de la región después de la
guerra[106] y en 1938 presumía de haber
elaborado un archivo de treinta mil
nombres de «elementos rojos»[107]. La
toma oficial de la ciudad a finales de
enero de 1939 estuvo encabezada por
las tropas navarras del general Solchaga
según el agregado militar británico en
Burgos, ciudad en el que estaba situado
el cuartel general de Franco, «[…] los
navarros marchan los primeros, no
porque hayan luchado mejor, sino
porque odian mejor. Especialmente
cuando el objeto de odio es Cataluña o
un catalán»[108].
La prioridad de las fuerzas de
ocupación era «disciplinar» a la
población. Los primeros meses de
ocupación militar servirían para
impartir lo que el propio régimen
denominaba «la justicia de Franco». A
los pocos días de a caída de Barcelona,
las nuevas autoridades declararon que
cuarenta mil republicanos que «tienen
sangre en las manos» no habían logrado
escapar de la ciudad ante la llegada del
«Ejército liberador». El cónsul británico
no dudaba de que serían incapaces de
escapar a la «pena capital». Las
ejecuciones en masa sin oportunidad
previa le defenderse en un juicio
continuaron hasta 1943, cuando la
cantidad de «enemigos» liquidados de
este modo comenzó a declinar[109]. Las
redadas de «enemigos políticos»
comenzaron inmediatamente. Según el
vicecónsul norteamericano, parece que
la nueva administración celebró cientos
de juicios y en unos pocos meses se
llevaron a cabo miles de ejecuciones.
Hasta 1942 fue habitual oír a los
pelotones de fusilamiento en la
ciudad[110]. Según un representante de
una organización de exiliados catalanes
que escribió un testimonio en septiembre
de 1939, las ejecuciones de demócratas
y republicanos se producían al ritmo de
unas treinta diarias[111]. El conde Ciano,
después de visitar España durante el
verano de 1939 y de reunirse con Franco
y Serrano Suñer, informó que se
producían alrededor de ciento cincuenta
ejecuciones diarias en la ciudad[112]. El
corresponsal del Times de Londres,
Lawrence Fernsworth, informó al
Comité Parlamentario Británico para
España que en el mes de junio de 1939,
en un período de tan sólo cuatro meses y
medio, alrededor de dos mil quinientas
personas habían sido ejecutadas en
Barcelona. El comité se mostró muy
preocupado por las informaciones de
que bandas armadas de falangistas
estaban llevando a cabo «represalias» al
margen de las autoridades policiales y
militares[113]. El cónsul general británico
en Barcelona confirmó que se estaban
llevando a cabo ejecuciones por toda la
provincia de las cuales no existía
información oficial alguna[114].
Los objetivos sociales del régimen
quedaron claramente expuestos en los
pormenores
de
las
primeras
declaraciones de las autoridades
militares en la ciudad. Las disposiciones
de la orden militar que estableció el
régimen especial de ocupación para
Barcelona tenían como prioridad una
vuelta a la situación previa a 1931 con
respecto a la propiedad privada. Todas
las medidas legislativas del Estado
republicano en la ciudad fueron
anuladas.
Una
de
las
principales
preocupaciones tras la sublevación
militar de julio de 1936 fue la
imposición de una estructura laboral
corporativista en la «Nueva España». La
misma que los empresarios y los líderes
políticos de la derecha habían venido
exigiendo a lo largo de toda la década
de 1930[115]. En septiembre, todas las
organizaciones que habían apoyado al
gobierno del Frente Popular fueron
expresamente ilegalizadas y en su lugar
se establecieron las primeras estructuras
sindicales estatales[116]. En abril de
1937 se crearon las nuevas Centrales
Nacionales Sindicalistas estatales, que
integraron a obreros y empleados en una
estructural sindical vertical (CNS)[117].
En el funcionamiento de estos sindicatos
no había atisbo de democracia ya que
estaban absolutamente controlados por
empresarios
y
falangistas.
Esta
estructura, al eliminar cualquier
oportunidad para la articulación del
disenso
de
los
trabajadores,
proporcionaba el marco esencial para
asegurar que el peso de la crisis
económica cayera completamente sobre
las espaldas de los obreros. La
estructura de la intervención estatal en el
proceso laboral se completó con la
declaración de un Fuero del Trabajo, en
marzo de 1938, que estaba basado en la
Carta del Lavoro italiana. Este fuero
anunció la ilegalización formal de la
huelga. El «misticismo» nacionalista
representado por la autarquía permitió
al régimen manifestar que, en aras de la
consecución de esta patriótica cruzada
económica, todas las amenazas a la
actividad productiva eran actos de
traición. Por consiguiente, en tanto que
traidores, los huelguistas debían ser
ejecutados. La noción unificadora de la
Patria era el eje central en torno al cual
giraba la ideología franquista[118]. La
autosuficiencia económica nacional
contribuyó a este modo de determinar
qué aspectos debían perdurar y cuáles
debían extinguirse. Así, la autarquía fue,
desde el primer momento, vital para
cimentar la autoridad del «Nuevo
Estado». La reglamentación del trabajo
mediante el corporativismo, legislado
por el fuero y la estrategia autárquica de
comercio e industrialización eran dos
caras
de
la
misma
moneda
autoritaria[119].
A las familias de los «culpables»,
los ejecutados o encarcelados por
crímenes políticos, también se las hizo
sufrir. En Sevilla, las familias de los
prisioneros
tenían
a
soldados
nacionalistas alojados en sus casas[120].
Bajo las condiciones de la ignominiosa
ley de responsabilidades políticas,
proclamada en enero de 1939, las
posesiones de los «acusados» quedaron
confiscadas. Esto dio carta blanca a los
falangistas para entrar en casa de los
familiares y llevarse lo que les viniera
en gana. A menudo, una mujer privada
del cabeza de familia podía perder su
único medio de subsistencia de este
modo. Por ejemplo, una máquina de
coser, utilizada para trabajar desde casa
para una empresa textil, podía ser
confiscada con el objeto de «redimir»
los «crímenes de la familia». Éste fue un
elemento de violencia económica que se
infligió a los vencidos cotidianamente
durante los años cuarenta. Las mujeres
eran consideradas culpables de no haber
mantenido una vigilancia moral sobre
sus compañeros. De hecho, ser la esposa
de un «marxista» era razón suficiente
para ser ejecutada[121]. Las autoridades
del Estado sometieron a las familias a
una constante vigilancia para asegurarse
de que no se creara una «campaña
contra el Estado»[122] y se indignaban
cuando las familias de los republicanos
daban muestras de seguridad. En los
primeros años de la posguerra española,
los falangistas vigilaron de cerca las
muestras de optimismo por parte de la
clase obrera debidas a la esperanza en
que las potencias del Eje resultasen
derrotadas. Este optimismo, según ellos,
se manifestaba a menudo «de forma
insolente» y ejemplo de ello era que
cuando las «familias van a llevarles
cosas a sus familiares detenidos en las
prisiones estatales, lo hacen de manera
ostentosa en lugar de esconder su
condición
de
familiares
de
[123]
prisioneros»
.
Los
«vencidos»
estaban estigmatizados y se suponía que
debían sufrir.
A menudo, la represión contra las
familias era mucho más directa. En las
zonas donde actuaba el movimiento de
guerrilla enfrentado al régimen, el
Estado aprovechaba para hacer sufrir a
la población en general. Se utilizaba la
táctica de matar de hambre a los
«rojos», a base de someter a pueblos
enteros a la ley marcial y el toque de
queda[124]. Cualquier ayuda a los maquis
era castigada con la muerte[125]. Las
mujeres fueron a menudo objeto de esta
represión contra las familias, ya que la
extremada misoginia de la ideología del
régimen se mezclaba con la brutalidad
clasista. En la posguerra española, era
frecuente detener a las mujeres que iban
por la calle después de las once de la
noche, raparles la cabeza al cero y
obligarlas a ingerir aceite de ricino o
incluso gasolina como castigo por
infringir el código moral o político del
Estado[126].
El desarrollo de la contienda
mundial tuvo grandes repercusiones en
el interior del país. En cierto sentido,
1943, año en que la guerra comenzó a
volverse en contra del Eje, supuso un
cambio
relativo.
El
posterior
derrocamiento de Mussolini en Italia
conmocionó al régimen de Franco[127].
Sin embargo, por lo que respecta a la
represión, los cambios fueron muy
lentos. De hecho, la caída de la
dictadura
italiana
provocó
un
recrudecimiento de la acción represora
por parte del régimen de Franco.
Inmediatamente, se produjo una ola de
detenciones de potenciales grupos de
oposición[128].
Los
falangistas
incrementaron sus actividades y
aumentaron las ejecuciones políticas,
con el objeto de aterrorizar a los
elementos «rojos» de la población[129].
Se organizaron reuniones entre los jefes
de cada sector, subsector y calle[130].
Los puntos estratégicos tradicionales de
la ciudad de Barcelona se pusieron bajo
la vigilancia de los guardias falangistas.
El jefe provincial pronunció un discurso
para elevar la moral del partido en la
ciudad y reunió a una congregación de
seis mil militantes[131]. Se intentó
fortalecer la importancia de los
símbolos del partido y de la «victoria».
En Málaga, el secretario local del
partido ordenó que los militantes
vistieran la camisa azul de la Falange
cada día[132]. En Sevilla se distribuyeron
armas adicionales entre los falangistas,
a quienes se garantizó la ayuda de los
oficiales falangistas del ejército en el
caso de que se intensificaran las
tensiones
con
los
monárquicos
locales[133].
Al finalizar la Guerra Mundial en
mayo de 1945 con la derrota de las
potencias del Eje, se rearmó a la
Falange. Las noticias sensacionalistas
sobre la ejecución de Mussolini y el
modo en que la gente había ultrajado su
cadáver exacerbaron los temores entre
los militantes del partido[134]. De nuevo,
las zonas con una mayor tradición de
militancia obrera sufrieron la peor
represión. En Asturias se repartieron
pistolas entre los militantes falangistas
al reavivarse la caza de hombres y
mujeres que permanecían ocultos. A
menudo se dejaba sin hogar a sus
familiares, al quemar las casas de los
fugitivos. A los aldeanos que se negaban
a colaborar en la búsqueda con la
Guardia Civil y el Partido, se les
quitaban el ganado, su único medio de
subsistencia[135]. La represión ya se
había incrementado antes del final de la
Guerra Mundial. Se creía prácticamente
inevitable que el régimen considerase un
cierto grado de liberalización tras la
derrota del nazismo y el fascismo. El
gobierno creía que el «aspecto externo»
del movimiento debería reformarse,
dejando intacta «la esencia fundamental
del falangismo»[136]. Por lo tanto, las
autoridades
franquistas
estaban
decididas a continuar la purga antes de
que
se
impusieran
dichas
formalidades[137]. Durante los primeros
meses de 1945, las ejecuciones
siguieron a un ritmo considerable. El 17
de enero tuvieron lugar por lo menos
veintitrés ejecuciones en Madrid. Una
fuente fiable de la policía aseguró que
entre el 13 y el 19 de enero se
produjeron cuarenta y dos ejecuciones, y
varias más en el mes de febrero[138].
CONCLUSIONES
En los últimos diez años han empezado
a aparecer estudios sobre la represión
en la Guerra Civil española. Está
comenzando
a
aprovecharse
la
oportunidad que supone la relativa
apertura de los archivos a partir de la
transición hacia la democracia. Sin
embargo, muchos de los trabajos
realizados no han pasado de un recuento
parcial de diversos episodios violentos.
En general no se han tratado de explicar
los orígenes de esta violencia o de
aclarar su importancia para la naturaleza
del régimen que se estaba estableciendo,
ni de definir su papel en términos de
desarrollo social[139]. En relación con
estas cuestiones hemos planteado los
problemas esbozados al principio de
este artículo.
Se ha señalado aquí que ambos
bandos durante la Guerra Civil
española, y los franquistas al finalizar la
misma, cometieron actos violentos que
no pueden explicarse en términos de
estricta estrategia militar o como
producto del «fragor de la batalla». Esta
violencia estuvo motivada por objetivos
políticos y sociales. En la zona
republicana, tanto individuos como
grupos, hicieron uso de la violencia
política contra quienes consideraban
enemigos de la República y la
revolución. Este terror formaba parte de
su respuesta a la sublevación de los
militares. Surgía de la agitación
revolucionaria provocada por la
rebelión contra el gobierno electo[140].
Al principio de la guerra, esta violencia
fue en general de carácter incontrolado.
Las autoridades centrales del Estado
republicano
fueron
interviniendo
gradualmente
como
una
fuerza
moderadora en el contexto de las
disputas por el poder dentro de la
España republicana. A pesar de su
imprevisibilidad, las principales figuras
del gobierno consideraron la «justicia
popular» como una concesión a la clase
obrera, aunque generalmente trataron de
impedirse los excesos. Cuanto más
organizada estuvo la «justicia popular»,
tanto menos brutal fue. La represión
política republicana organizada, como
tal, con la intervención del poder estatal,
se limitó a la eliminación de la amenaza
izquierdista en Barcelona durante los
once primeros meses de la guerra. Sólo
en este caso existió un objetivo político
claramente definido, que se alcanzó con
un plan elaborado ad hoc por las
autoridades políticas del Estado.
En cambio, la violencia perpetrada
por los nacionalistas (posteriormente
franquistas) contra los grupos sociales
que apoyaban al gobierno legal se llevó
a cabo principalmente de acuerdo a una
serie de criterios políticos o ideológicos
y estuvo respaldada y alentada por las
autoridades del naciente Estado
franquista. La noción de «purificación»
fue revestida de una multiplicidad de
significados. Éstos se unificaron bajo el
concepto del catolicismo del Estado
(unido al nacionalismo) con el objeto de
invertir el proceso de «degeneración»
nacional. Este brutal planteamiento de
ingeniería social se tiñó de un vago
tecnicismo que provocó una patología
del desarrollo dentro del franquismo en
la búsqueda de la represión brutal y la
industrialización a cualquier precio.
Como hemos visto, las principales
figuras de las elites financieras locales
desempeñaron un papel significativo en
las purgas. Confeccionaron las listas
negras utilizadas por el ejército y los
grupos paramilitares en sus redadas de
«rojos»; formaron parte de las
comisiones locales para decidir sobre
las «responsabilidades» que cabía
atribuir por los «crímenes marxistas» y
contribuyeron a repartir condenas e
incluso decidían quién tenía derecho a
comer y quién debía pasar hambre, de
acuerdo
a
criterios
políticos.
Finalmente, muchos de ellos se
incorporaron personalmente a la Falange
y participaron en las actividades de las
milicias[141]. Se practicó el terror contra
grupos
sociales
específicos,
ideológicamente definidos. El objetivo
consistía
en
sistematizar
e
institucionalizar la represión y dirigirla,
principalmente, contra la clase obrera y
sus organizaciones políticas. Se declaró
ilegales a los sindicatos libres. La
huelga se convirtió en un acto de
traición, por lo que los huelguistas
corrían el riesgo de ser fusilados[142].
Éste era el castigo institucionalizado
reservado a quienes se atrevían a
cuestionar el statu quo económico y
político.
La
represión
política
sistematizada y mecánica contribuyó de
manera decisiva a asegurar el poder al
«Nuevo Estado» franquista[143].
A la hora de analizar la violencia y
el terror practicados durante la Guerra
Civil y la posguerra, no basta en
absoluto considerar todos los actos de
brutalidad por parte de los dos bandos
como parte de una inevitable espiral de
barbarie. El potencial esclarecedor de
esta clase de «análisis» es extremamente
débil. Por varios motivos, la violencia
en la zona republicana y el terror
practicado
por
los
nacionales
constituyen fenómenos muy diferentes.
La dirección política del bando
republicano estuvo siempre guiada por
el ideal de una lucha en favor de una
reconciliación social y política. En
cambio, la violencia desmesurada
constituyó una parte integrante del plan
nacionalista para purgar a España del
amenazador «otro» integrado por la
clase obrera y sus líderes políticos. Esta
purga se realizó de acuerdo con los
objetivos sociales de los grupos que
apoyaron a los conspiradores militares.
La pereza intelectual, que a menudo
produce el manido comentario de que la
violencia extrema es «inevitable» en una
guerra, no puede servir más que para
ocultar lo que en realidad fue una
represión programada
con unos
objetivos sociales y políticos muy
concretos.
9
LOS ARMAMENTOS:
ASUNTOS OCULTOS A
TRATAR
GERALD HOWSON
Cuando terminó la Guerra Civil
española, los republicanos atribuyeron
su derrota a la falta de armamento. Gran
Bretaña y otras potencias, se decía,
habían
manipulado
la
política
internacional de no intervención, de
manera tal que se había retrasado, y en
lo posible impedido, el abastecimiento
de armas a la República mientras que se
enviaban a Franco las armas suficientes
para permitirle ganar la guerra. En
efecto, los dictadores fascistas habían
enviado a España una cantidad tan
enorme de efectivos militares que se
podía considerar su intervención poco
menos que como una invasión
extranjera. Esta explicación de por qué
la guerra terminó tan trágicamente para
los republicanos fue generalmente
aceptada, no sólo por la izquierda
política de todo el mundo, sino también
por muchos otros, y fue asumida en
privado incluso por algunos miembros
del propio gobierno de Franco.
Sin embargo, y según la postura
oficial del gobierno de Franco, esto no
era más que una mentira de los rojos, ya
que cualquier veterano de guerra sabía
no sólo que los rojos habían obtenido de
la URSS y, a través de elementos
criminales en el mercado internacional
armamentístico de muchos otros países,
más
aviones,
tanques,
fusiles,
municiones y material de los que los
nacionales habían obtenido de Alemania
e Italia, sino que habían sido los
nacionalistas quienes, desde el primer
día, habían tenido que luchar contra la
superioridad del enemigo en efectivos
humanos y materiales. Según el autor de
un artículo publicado en el diario oficial
Ejército en junio de 1941: «los
nacionales tenían que resolver el difícil
problema de armar y dotar de los
medios de combate necesarios al
Ejército Nacional, que, como es bien
sabido, inició su heroica gesta casi sin
material de guerra, tropezando además
con la enorme dificultad que suponía el
encontrarse en poder de la anti-España
marxista todo el ahorro español»[1].
En la misma revista, dos años antes,
el coronel Alfonso Barra, fundador y
primer
jefe
del
Servicio
de
Recuperación de Material de Guerra,
había elaborado una lista de los
principales materiales capturados por
los nacionales durante la guerra:
Cañones…
Proyectiles de
artillería…
(sin contar los
destruidos)
Fusiles…
Ametralladoras…
Cartuchos de fusil…
Bombas de mano…
(sin contar las
destruidos,
que suman unos diez
millones)
Morteros…
Explosivos (en kg.)…
1877
3 683 086
576 301
25 306
1 136 260 000
2 475 883
6990
3 516 208
Las armas y municiones eran de muy
diversos tipos y procedencias: «60 tipos
diferentes de cañones, 49 de fusiles de
repetición
y
41
de
armas
automáticas»[2]. Estos datos volvieron a
aparecer en La Enciclopedia Universal
Ilustrada en 1944 con adiciones y con
la observación de que, si se añadía el
material que los rojos ya poseían el 18
de julio de 1936 y el material
recuperado tras su rendición el 31 de
marzo de 1939, entonces el total
mencionado, por lo menos, se
duplicaba[3]. Respecto a la guerra en el
aire, La revista de Aeronáutica (que
también era una publicación oficial)
declaraba en agosto de 1941 que durante
la Guerra Civil los rojos habían tenido a
su disposición 2462 aviones, de los
cuales 265 obraban en su poder el 21 de
julio de 1936, 1947 habían sido
importados y 250 construidos en
España. Según la Enciclopedia, 1300 de
estos habían sido destruidos[4].
Algunas
de
estas
cifras
reaparecieron quince años más tarde en
Alas rojas sobre España, de Miguel
Sanchís, quien las dividía sin embargo
en cantidades, tipos y países de origen.
De los 1947 aviones importados, 1409
venían de la URSS, 260 de Francia, 72
de Holanda y así sucesivamente,
mientras que la cantidad de aviones de
fabricación española se elevaba a 260 y
la de aviones «rojos» destruidos a
1544[5], de los cuales 210, decía, habían
logrado escapar a Francia, y dividía
también estos aviones en clases.
Posteriormente, en 1958, el coronel José
Gomá afirmaba que, mientras que los
nacionales habían recibido tan sólo
1079 aviones del exterior, los rojos
habían obtenido 1627. Según mis datos,
ésta es la primera vez que se menciona
una cifra relativa, o de hecho cualquier
cifra, sobre el material de guerra de los
nacionales en una publicación española
desde el final de la Guerra Civil[6].
Durante los años sesenta, momento
en el que España comenzaba a emerger
del ostracismo internacional para
convertirse
en
un
aliado
estratégicamente
importante
para
occidente en la Guerra Fría, comenzaron
a publicarse fuera de España las
primeras obras de síntesis sobre la
Guerra Civil, y autores como Hugh
Thomas, Broué y Témime, Gabriel
Jackson y otros causaron una enorme
preocupación en el gobierno español. En
1965, don Manuel Fraga Iribarne, el
ministro español de Información y
Turismo, fundó dentro de su ministerio
la Sección de Estudios sobre la Guerra
de España, bajo la dirección de Ricardo
de la Cierva, con el ánimo de rebatir las
afirmaciones de los historiadores
extranjeros considerados hostiles o
insuficientemente favorables a la causa
de los nacionales. A lo largo de los
quince años siguientes, se publicó una
serie de libros y artículos en los que los
autores reemplazaban la descarada
propaganda que había caracterizado la
mayor parte de escritos sobre la Guerra
Civil española publicados anteriormente
en España con una objetividad y
erudición que, según afirmaba el propio
de la Cierva en el prólogo a una de sus
obras incorporadas a la serie[7], serían
necesarias si se pretendía que los
historiadores extranjeros tomasen en
serio estos trabajos. De los numerosos
autores cuyos libros y artículos han
tratado por encima o en detalle la
cuestión de las fuerzas relativas de
ambos bandos y del efecto que éstas
hubieran podido tener en el resultado de
la guerra, sin duda los más importantes
han sido los hermanos Ramón y Jesús
Salas Larrazábal, ambos oficiales de
aviación ascendidos al rango de
generales y cuyo hermano mayor, el
teniente general Ángel Salas Larrazábal,
fue uno de los más distinguidos
aviadores nacionales de la Guerra Civil.
De entre sus obras, las más
relevantes para nuestro tema son las
cinco citadas abajo[8]. La Historia del
Ejército Popular de la República, una
ingente obra compuesta por cuatro
gruesos volúmenes, da la impresión de
haber contado con una amplísima
documentación. Sin embargo, el mensaje
subliminal de todas ellas es el mismo, y
de hecho podríamos parafrasearlo, sin
temor a equivocarnos, de la siguiente
manera: «La investigación detallada,
llevada a cabo de acuerdo con el nuevo
espíritu de la erudición objetiva,
justamente defendida por don Ricardo
de la Cierva, ha servido para probar, de
una vez por todas, que lo que habíamos
afirmado anteriormente contra la
incansable oposición de la izquierda, es
radicalmente cierto; o sea, que a los
republicanos nunca les faltó aviación ni
armamento, sino que, muy al contrario,
consiguieron importar más material
durante la guerra que los nacionales».
Tan sólo de la URSS recibieron 1000
aviones, 900 tanques, 300 carros
blindados, 1500 piezas de artillería,
40 000 morteros, 15 000 ametralladoras,
40 000 rifles de repetición, 500 000
rifles, 1 250 000 000 cartuchos y
5 000 000 de obuses[9]. Respecto al
material importado de otros países, los
autores no estaban tan seguros, ya que el
aura de clandestinidad que había
rodeado esta operación aún no se había
disipado. Sin embargo pensaban que
tuvieron entre 324 y 364 aviones
militares o convertibles a uso militar,
143 de los cuales habían provenido de
Francia. En los años ochenta, Ramón
Salas determinó que los rusos habrían
enviado 1111 aviones y que se habían
recibido 364 procedentes de otros
países. El resultado de todo esto era
demostrar que, mientras que los
nacionales habían recibido 1253
aviones (1249 de Alemania e Italia y 4
de «otros países», esto es de Gran
Bretaña), los republicanos habían
recibido por lo menos 1475[10].
Aunque algunos autores criticaron
algún que otro detalle, nadie consiguió
rebatir con éxito estas cifras en su
conjunto. Andrés García Lacalle, que
había sido comandante de la Escuadra
de Caza republicana, escribió en sus
memorias y en una carta a Hugh Thomas
que, según sus datos, los soviéticos tan
sólo habían enviado 500 aviones (314
cazas y 186 bombarderos) a España. A
éstos se les podían añadir 30 aviones
militares franceses (18 cazas y 12
bombarderos), aunque, como fueron
enviados sin armas y sin los medios
para instalarlas, su participación en la
guerra fue muy breve, prácticamente
nula. Por otra parte, habrían entrado en
España otros 24 o quizás 30 Grumman,
procedentes de Canadá, con lo que el
número total de aviones militares
importados por los republicanos se
elevaría a 550 o 560[11]. Sin embargo,
todo esto entraba en clara contradicción
con lo que los historiadores franquistas
habían creído hasta ese momento y,
como Lacalle vivía en ese momento
exiliado en México y no podía
proporcionar
documentación
para
apoyar sus cifras, no resultó muy difícil
rechazarlas de plano.
En 1974, los rusos rompieron por fin
su silencio con la publicación de dos
listas de cifras sobre el alcance de la
ayuda enviada a la República española.
Una de ellas apareció en una historia de
la Segunda Guerra Mundial publicada
por el Instituto de Historia Militar de la
URSS[12] y la otra en un libro
propagandístico titulado Solidaridad
internacional con la República
española, publicado por la Academia de
las Ciencias de la URSS. Estos
documentos, al confirmar o rebatir las
cifras publicadas hasta el momento y
resolver por tanto la controversia que se
había mantenido desde el final de la
propia Guerra Civil española, deberían
haber suscitado un enorme interés.
Desgraciadamente, aunque las cifras de
ambas listas eran inferiores a cualquier
dato publicado hasta entonces en
occidente, aparte de la lista de Lacalle,
había claras diferencias entre ellas en
todos los detalles, excepto con respecto
al número de rifles (unos 500 000). Por
ejemplo, una de las listas mencionaba
806 aviones, 362 tanques y 1555
cañones, y la otra, 648 aviones, 347
tanques y 1186 cañones. Había
discrepancias similares en muchas otras
cifras. Al no haber especificaciones
sobre
los
diversos
artículos,
indicaciones de fuentes o explicaciones
de ninguna clase, no había manera de
saber cuál de ellas se acercaba más a la
realidad (si es que alguna de las dos lo
hacía), por lo que, de nuevo, les resultó
fácil a los historiadores franquistas
rechazar ambas como inadmisibles.
Durante los años setenta y ochenta, y
especialmente entre los años 1986-1989
, que marcaron el cincuenta aniversario
de la Guerra Civil española, el número
de escritos sobre la guerra se multiplicó
considerablemente, hasta el punto de que
pareció inconcebible que se pudiera
encontrar alguna información nueva
sobre la misma y que la única tarea que
les quedaba a los historiadores era
aportar algún detalle menor aquí y allá.
La realidad es que ningún historiador
había tratado aún de dar una respuesta
clara a la pregunta más importante de
todas —¿por qué perdieron los
republicanos?—, ya que nadie había
rebatido aún abiertamente las cifras
propugnadas por los hermanos Salas,
que eran el único corpus coherente de
datos disponible. No sé por qué nadie lo
había intentado hasta el momento, pero
el hecho es que fue así, por lo que
dichos datos se perpetuaban, por falta de
otros más correctos, no sólo en las
historias de la Guerra Civil española y
otras similares, sino también en obras
generales de consulta, igual que los
datos que aparecen en obras de
referencia anteriores, especialmente en
las referentes a la aviación, habían sido
transcritos de las cifras de Miguel
Sanchís y sus coetáneos[13]. Por
ejemplo, en la edición revisada de The
Spanish Civil War de Hugh Thomas,
publicada en 1977, éste transcribe las
cifras de la ayuda soviética directamente
de la obra de Ramón Salas La historia
del Ejército Popular, vol. 4, págs.
3418-3422, que de hecho son las
mismas que aparecen en el artículo
escrito por Jesús Salas para La Revista
de Aeronáutica en junio de 1972.
Thomas se refiere a Lacalle y a los
testimonios orales de otros dos
comandantes de la fuerza aérea
republicana, pero sin embargo concluye
que «acepta las cifras de Salas sobre la
base de su propia documentación»[14].
Desde entonces, y mientras Thomas se
concentraba
en
investigar
otras
cuestiones, su libro se ha vuelto a
imprimir varias veces y sin corregir,
hasta 1996, edición en que encontramos
exactamente las mismas cifras. El efecto
conseguido ha sido el de convencer
incluso a los más afines a la República
de que las cifras manejadas por los
nacionales
son,
con
bastante
probabilidad, correctas. En 1975, John
F. Coverdale, el meticuloso historiador
de la intervención italiana en España,
escribió lo siguiente: «Generalmente se
acepta que la ayuda italiana y alemana a
los nacionales fue mucho mayor que la
recibida por la República. La ausencia
de datos fiables sobre los suministros
que llegaron a manos de la República y
la envergadura de las Brigadas
Internacionales impiden que podamos
discutir esta cuestión con propiedad.
Los poco: datos que he conseguido
reunir, y que he presentado en los
capítulos precedentes, parecen indicar
que, si bien es cierto que los nacionales
recibieron más ayuda, la diferencia no
fue tan grande como afirmaban los
propagandistas ni como han creído
muchos historiadores»[15]. Justo veinte
años después, George Esenwein, un
historiador que había sido compañero
de Burnett Bolloten durante varios años,
expresaba la misma opinión y citaba
este mismo párrafo de Coverdale para
corroborarla[16].
Si se me permite incluir mi
experiencia personal aquí, debo decir
que, en 1990, ninguno de los
historiadores que conozco o cuyos
libros he leído aceptaba ya la vieja
versión de la izquierda para explicar la
derrota republicana. Los colegas
españoles con los que me reuní en
Madrid,
mientras
estuve
allí
investigando en 1991 y 1992, me
aseguraban que, aunque no tenían
ninguna simpatía por lo que conocían
del régimen de Franco (ya que eran
demasiado jóvenes para conocerlo a
fondo) y aunque el instinto les decía que
el sentido de la legalidad y la justicia
estuvo siempre del lado de la República
española, el argumento de que la
política de no intervención había
privado a los republicanos de las armas
necesarias no dejaba de ser un mito
sentimental. «Tenían armas suficientes,
pero estaban tan divididos políticamente
y, por ello, tan desorganizados que
nunca
aprendieron
a
utilizarlas
correctamente». Incluso un historiador
marxista como el profesor Eric
Hobsbawm, cuyo apoyo moral a los
republicanos, en ese momento y desde
entonces,
nunca
se
ha
visto
ensombrecido por la duda, concedió
recientemente que «la República
española, a pesar de nuestro apoyo y la
ayuda (insuficiente) que recibió, luchó a
contrapelo
desde
el
principio.
Retrospectivamente, parece claro que
esto se debió a sus propias
flaquezas»[17]. Finalmente, en octubre de
1995, tuve ocasión de entrevistar a Sam
Cummings, el famoso traficante de
armas, en su almacén «fortaleza» en
Manchester, porque estaba seguro de
que en los años cincuenta debió de
conocer al menos a uno de los
traficantes que habían estado vendiendo
armas a ambos bandos durante la Guerra
Civil española; accedió a verme para
tratar el asunto. Se comportó de manera
perfectamente cortés y cordial durante
nuestra conversación hasta que le dije
que no pensaba que los republicanos
hubieran sido capaces de obtener tanto
armamento como se cree que obtuvieron.
Entonces cambió inmediatamente de
tono y contestó enojado: «¡Me gustaría
saber de dónde saca esa información!
¡Tenían de sobra! ¡De sobra! Lo sé
porque en 1951 le compré al gobierno
español todo el suministro de armas
ligeras que había sobrado de la guerra:
¡un millón de rifles, cincuenta mil
ametralladoras, veinte mil pistolas, tres
mil millones de cartuchos!». Me
prometió que la próxima vez que viajara
a la sede de Interarms —un puerto
rodeado de oficinas, almacenes y
fábricas en Alexandria, Virginia—,
pediría que buscasen las facturas y me
envíaran copias. Pero nunca lo hizo,
probablemente porque se dio cuenta de
que al menos la mitad del material no
había
pertenecido
al
ejército
republicano sino al nacional, y que las
facturas me habrían permitido distinguir
los armamentos de uno y otro bando.
Sea
como
sea,
los
datos
mencionados demuestran que los
historiadores franquistas, entre los
cuales Ramón y Jesús Salas fueron tan
sólo los más constantes y tenaces,
consiguieron un éxito propagandístico
considerable durante los años siguientes
a la fundación de la Sección de Estudios
sobre la Guerra de España en 1965. Su
técnica consistió en parte en ofrecer tal
cantidad de cifras y en mencionar una y
otra vez tantas y tan diversas fuentes que
al principio se conseguía confundir y
más tarde aburrir al lector. Debido al
tedio, éste perdía interés y dejaba el
campo libre a los propagandistas. Esta
táctica facilitó que se pudiera seguir
«asediando a la República» durante
sesenta años tras el fin de la guerra
propiamente dicha. Mientras tanto, las
consecuencias políticas superaron las
preocupaciones de aquellos cientos de
miles de españoles que querían salvar
su historia de la censura, que durante
tanto tiempo la había mantenido
enterrada. Durante la década de los
setenta,
por
ejemplo,
algunos
historiadores y políticos británicos
trataron de librar al partido conservador
de la vergüenza de los años treinta
rehabilitando
a
Baldwin,
Edén,
Chamberlain, Halifax, Hoare, Hankey y
todos los demás «culpables de la
política de pacificación» como tozudos
practicantes de la realpolitik, que
habían conseguido obtener más tiempo
(mientras sacrificaban España, Austria y
Checoslovaquia) para que su país
pudiera
rearmarse
para
el
enfrentamiento con Alemania en
septiembre de 1939. El caso de España
resultaba especialmente relevante en
este razonamiento. Ya que, de ser cierto
que los republicanos habían conseguido
obtener tantas armas como los
nacionales, según proclamaban los
historiadores españoles que tenían
acceso a los archivos, eso implicaría
que la teoría de la no intervención nunca
llegó a funcionar y que por ello no se les
podía achacar a los «culpables de
Munich» la derrota republicana. Todo lo
cual probaba nuevamente que, incluso en
los
oscuros
años
treinta,
los
conservadores se comportaron como lo
que siempre han sido y siguen siendo:
«El partido a quien corresponde por
naturaleza gobernar Gran Bretaña». De
este modo, una de las grandes tragedias
líricas de nuestro tiempo se rebajaba al
nivel de la política de partidos.
En otro libro he presentado
suficientes datos documentados de los
archivos de Europa occidental y del
este, de Rusia y las Américas, para
demostrar que las cifras sobre las que se
ha basado este argumento son
incorrectas. Sin embargo, y dado que en
el
libro
explico
este
asunto
detalladamente, voy a limitarme a
resumir aquí los datos esenciales,
presentándolos, ya que ésta es la mejor
manera, por países.
FRANCIA
A lo largo de toda la guerra, los
partidarios del bando nacional en todo
el mundo lanzaron una escandalosa
campaña de denuncia contra la supuesta
cantidad enorme de ayuda militar que
Francia estaba enviando a la República
española, siendo los líderes de dicha
campaña diputados parlamentarios y
periódicos de extrema derecha de la
propia Francia. Durante los años
cincuenta, se reciclaron los datos de
dicha campaña para proporcionar a
autores españoles como Miguel Sanchís
las cifras que posteriormente manejó en
sus escritos. Desde 1970 en adelante,
los hermanos Salas y otros publicaron
datos aproximados sobre la cantidad de
material de guerra francés enviado a los
republicanos con anterioridad al inicio
de la colaboración rusa a finales de
octubre de 1936: 80 aviones militares,
de los que 50 habrían sido enviados
entre el 31 de julio y el 31 de agosto, 20
en septiembre y 10 en octubre[18]. No se
ofrecen datos exactos sobre la cantidad
de armamento aunque se supone que una
remesa solicitada el 21 de julio fue
entregada a tiempo y que un cargamento
de varios cañones Oerlikon de 20 mm
salió del puerto de Marsella en agosto.
La realidad fue muy diferente.
El primer pedido de «armas y
aviones» corrió a cargo de José Giral,
el jefe de gobierno español, quien envió
un telegrama a Léon Blum, su homólogo
francés, durante la noche del 19 al 20 de
julio de 1936. La decisión de Blum
favorable al envío de ayuda a la
República fue rechazada en una reunión
del consejo de ministros del 25 de julio
y el ministro de Asuntos Exteriores
francés emitió un comunicado afirmando
que no se había recibido petición alguna
y que, si se hubiera producido, habría
sido rechazada. Sin embargo, la
industria privada estaría autorizada a
vender
aviones
desarmados
a
ciudadanos
particulares
españoles
residentes en Francia[19]. Cuando el 31
de julio se supo que Mussolini estaba
suministrando bombarderos a los
nacionales, el gobierno francés propuso
un acuerdo internacional de no
intervención que incluiría todas las
potencias internacionales para impedir
el suministro de material de guerra a
cualquiera de los dos bandos. Mientras
tanto, Blum autorizó a Pierre Cot, el
ministro de Aviación francés, que
reuniera todos los aviones militares
disponibles, por contratos cancelados y
otras causas, para su envío a la
República española. Los aviones eran
14 cazas Dewoitine D. 372 construidos
para el gobierno de Lituania, que había
cancelado el contrato en junio de
1936[20], y seis bombarderos pesados
Potez 540, construidos para las fuerzas
aéreas francesas. Aparentemente, se
vendieron todos, por mediación de una
agencia comercial, al periodista español
Corpus Barga. El dinero para pagarlos
se obtuvo de la reserva española de oro,
que había sido enviada por avión a París
y vendida al Banque de France. Su valor
equivalente en francos franceses fue
depositado entonces en un banco
comercial y se abrieron cuentas a
nombre del embajador español y otros
particulares, incluido el propio Barga.
Cuando, entre el 4 y el 7 de agosto,
comenzaron a llegar aviones a Toulouse
en escala hacia Barcelona, el embajador
británico advirtió al ministro de Asuntos
Exteriores francés del daño que este
envío podría producir en las relaciones
anglofrancesas. Consiguientemente, se
convocó un nuevo consejo de ministros
en el que se decidió aprobar la entrada
en vigor de la no intervención a partir
del 8 de agosto, de manera unilateral y
sin esperar a que las demás potencias se
adhirieran al pacto. Trece Dewoitine (ya
que uno se había estrellado en Francia,
aunque posteriormente fue reparado y
entregado en noviembre) y 6 Potez
volaron a Barcelona entre el 7 y el 9 de
agosto de 1936[21]. Fueron entregados
desprovistos de armamento, como
explicaré a continuación. La remesa de
fusiles y municiones, entre los cuales se
encontraban 8 cañones de campaña, que
había sido encargada el 21 de julio, se
cargó en el buque Artxuri Mendi en
Burdeos durante la primera semana de
agosto, pero, tras la decisión del 8 de
agosto, se descargaron las armas de
nuevo y el buque zarpó con un
cargamento convencional el 15 de
agosto[22]. El 26 de agosto, otros dos
bombarderos desarmados, un Potez 544
y un Bloch MB 210, volaron a
Barcelona camuflados como aviones de
transporte pertenecientes a Air France.
Posteriormente, entre el 5 y el 7 de
septiembre, se enviaron 5 cazas Loire
46,
igualmente
desprovistos
de
armamento. Hasta el 19-20 de octubre
no llegó ningún otro material francés a
España. Seis semanas más tarde,
aterrizaron 7 Potez 542[23] y dos
Dewoitine D. 371 en Barcelona. Sin
duda los Dewoitine, y casi con
seguridad los Potez, estaban igualmente
desarmados.
«Desarmados» no quería decir,
como pensaban los españoles, que los
aviones llegaran con las armas
desmontadas y guardadas en el fuselaje,
o que las armas fueran enviadas por
separado por carretera o por tren, sino
que los cazas venían desprovistos de
ametralladoras, soportes para las
mismas, cajas y tolvas de municiones,
mecanismos de tiro y mecanismos de
sincronización (para permitir que las
ametralladoras montadas sobre el
fuselaje pudieran disparar entre las
hélices en movimiento) y de visores de
artillería, y que los bombarderos venían
a su vez sin soportes para bombas, miras
y armas defensivas[24]. No se envió
ninguno de estos materiales esenciales y
todas las peticiones del gobierno
español exigiendo su entrega fueron
rechazadas. Como resultado, los
materiales tuvieron que improvisarse
con lo que hubiera más a mano, en las
caóticas condiciones que entonces
prevalecían
en
los
aeródromos
madrileños. Hasta el 31 de agosto no
pudieron entrar en acción los primeros
dos Dewoitine, pertrechados con dos
viejas
ametralladoras
Vicker
inadecuadas para su colocación sobre
las alas del Dewoitine. Asimismo, cabe
mencionar que los españoles tuvieron
que pagar por cada Dewoitine un precio
que era un 26,6 por 100 superior al que
los lituanos habrían pagado y por los
bombarderos Potez un 73 por 100 más
de lo que las fuerzas aéreas francesas
habrían pagado por un avión
completo[25].
Mientras se mantuvo en el poder
(hasta el 22 de junio de 1937 y entre el
13 de marzo y el 10 de abril de 1938)
Blum
trató,
como
declaró
posteriormente, de llevar a cabo una
política de «no intervención relajada»,
mediante la cual se permitiría que
algunos materiales bélicos entraran en
España, con la condición de que
estuvieran convenientemente camuflados
y que no hubiera interferencias por parte
de las autoridades. Sin embargo, del
material de guerra que entró en España
tan sólo una pequeña parte procedía de
Francia[26], y el tránsito a través de
Francia del material comprado en otros
países fue en general intermitente y poco
abundante (excepto durante las doce
semanas que van del 17 de marzo al 13
de junio de 1938, cuando Blum abrió la
frontera y Daladier, quien le sucedió
como primer ministro, la mantuvo
abierta hasta que los británicos le
forzaron a cerrarla)[27]. Hasta la
conquista de la provincia de Santander
por los nacionales en agosto de 1937,
los buques que portaban material de
Polonia y los Estados bálticos
navegaban directamente hasta los
puertos republicanos de la zona vascoasturiana o trataban de evitar el bloqueo
nacional del estrecho de Gibraltar, para
atracar en Cartagena o Alicante. Tan
sólo he conseguido recabar datos sobre
dos pequeños envíos de armas a Francia
(Burdeos) en 1937, el Al Racou el 8 de
agosto y el Ploubazlanec el 25 de
septiembre[28]. En el Mediterráneo, seis
o siete buques griegos transportaron
municiones de la Poudrérie et
Cartouchérie Hellenique en el Píreo,
Atenas[29], pero cuando, en agosto de
1937,
los
submarinos
italianos
comenzaron a atacar a todos los buques
mercantes sospechosos de transportar
material de guerra, independientemente
de su nacionalidad[30], los griegos
desviaron sus viajes hacia Marsella. A
finales de diciembre de 1937, se
reanudaron los viajes desde la URSS,
interrumpidos el 10 de agosto, y
continuaron hasta el 11 de agosto de
1938. En total se realizaron doce viajes
de Murmansk a Burdeos, todos ellos con
buques de la France Navigation, una
compañía fundada por el Partido
Comunista francés para transportar
material hacia la España republicana[31].
Además, el Ibai (ex-Cabo Quilates),
con un cargamento para México, arribó
a El Havre el 13 de enero (véase abajo),
y dos buques españoles atracaron en
Marsella en febrero, portando entre
ambos tan sólo 8 cañones de campaña
(75 mm), cuatro cañones antitanque,
municiones
y
unas
cuantas
[32]
ametralladoras, rifles y pistolas . Es
probable que todo el material que llegó
a Burdeos, Marsella y El Havre a partir
del 7 de agosto permaneciera en Francia
hasta la apertura de la frontera el 17 de
marzo de 1938. De nuevo, se exageró la
cantidad de material que cruzó la
frontera desde ese momento hasta el 13
de junio, no sólo por parte de los
nacionales y los servicios de
propaganda de la Alemania nazi y la
Italia fascista, sino también por parte de
los partidarios de la República. El 9 de
mayo, Daladier, que entonces era primer
ministro, le dijo a William Bullitt, el
embajador norteamericano, que había
abierto la frontera para permitir que 300
aviones rusos, que habían llegado a
Francia, pudieran entrar en España.
Posteriormente, Pierre Flandin, un
ministro del gobierno de Daladier, se
pavoneó de que 25 000 toneladas de
material de guerra, soviético en su
mayor parte, habían entrado en España
tan sólo entre abril y mayo. En realidad,
el peso del material entregado en abril y
mayo era de unas 9000 toneladas. Tres
buques procedentes de Rusia atracaron
en Burdeos después del cierre de la
frontera, el último de los cuales lo hizo
el 11 de agosto. El material que
transportaban, 90 cazas Mosca I-16, fue
trasladado por carretera a España.
Incluso si incluimos estos aviones, con
todas sus municiones, materiales, aceite
y gasolina incluidos, el peso total del
material que cruzó la frontera durante el
período entero del 17 de marzo al 11 de
agosto seguía sin ser superior a las
19 000 toneladas, de las cuales 13 000
venían de la Unión Soviética[33]. Doy
estos detalles como ejemplo de la clase
de dificultades con que se enfrentan los
historiadores de la Guerra Civil
española.
Similares
exageraciones
han
confundido a varias generaciones de
investigadores con respecto a la
aviación. Por ejemplo, el historiador
Paul Johnson escribe en su best-seller
Modern times que «los franceses
suministraron unos 300 aviones»[34]. La
realidad es que los republicanos
compraron entre 222 y 270 aviones en
Francia, siendo la cifra inferior la única
confirmada. Del total, unos 60 eran
aviones militares obsoletos, fabricados
entre 1922 y 1923, inútiles para el
combate aéreo, y el resto (entre 120 y
180) eran aviones de instrucción,
aviones civiles de pasajeros o aviones
deportivos civiles sin utilidad militar en
absoluto[35]. De los 60 aviones militares
modernos, los entregados en 1936 (con
la posible excepción de los siete Potez
542 del 19-21 de octubre) llegaron
desarmados, sin medios para instalar las
armas y sin piezas de recambio, pilotos
entrenados ni artilleros. Durante el
período del 8 de agosto al 30 de
septiembre de 1936, durante el cual los
republicanos consiguieron 26 aviones
entregados de este modo, los nacionales
recibieron de Alemania e Italia 141
aviones militares, completados con sus
armas,
municiones,
recambios,
tripulaciones entrenadas y una estructura
de mando. De éstos, unos 120 estuvieron
listos para cubrir al Ejército de Franco
durante la marcha sobre Madrid[36]. Este
hecho, en lugar de la supuesta «mala
calidad» de los aviones franceses (que
en cierto sentido eran superiores a sus
equivalentes alemanes e italianos),
explica por qué la fuerza aérea
republicana activa en la zona central
había sido destruida casi por completo
cuando los rusos entraron en escena a
finales de octubre.
París fue el centro desde el que los
republicanos trataron de organizar sus
operaciones clandestinas para conseguir
armas, desafiando los embargos de no
intervención. En un gobierno con tan alta
proporción
de
académicos,
intelectuales, periodistas y sindicalistas
no se podía esperar que hubiera muchas
personas con experiencia en el comercio
de armas. De hecho no había ni una, por
lo que los primeros esfuerzos fueron
incoherentes y poco profesionales. Los
tres profesores de derecho —Fernando
de los Ríos, Pablo de Azcárate y Luis
Jiménez de Asúa— que, al comienzo de
la guerra, estaban en París y eran
responsables de la obtención de armas,
nunca habían llevado a cabo siquiera
una transacción comercial ordinaria y no
sabían nada de armamentos, por no
hablar de aviones. Se creó de manera
espontánea una «comisión de compras»
informal bajo la dirección del doctor
Alejandro Otero, diputado socialista por
Granada y famoso ginecólogo, mientras
que a finales de septiembre de 1936 se
estableció formalmente la Comisión de
Compras, bajo la dirección de Luis
Araquistáin, el nuevo embajador, con
sede en el número 55 de la avenida de
George V. Dicha comisión, a pesar de
ser demasiado numerosa, al estar
compuesta por delegados de todos los
grupos políticos y movimientos de la
República para asegurar un juego
limpio, tuvo un éxito relativo. Sin
embargo, el 19 de diciembre, Indalecio
Prieto, ministro de Marina y Aire, a
quien Largo Caballero había encargado
la compra de armas el día 11 de
noviembre, cerró la Comisión y al cabo
de un tiempo la reemplazó en febrero
por la Oficina Técnica, constituida
principalmente por oficiales militares.
Esta comisión permaneció en activo
hasta el final de la guerra. No
conocemos las razones de Prieto para
haber emprendido esta acción. Según un
testigo, la decisión le fue impuesta por
los soviéticos y por el Partido
Comunista francés, pero a mí no me
parece muy probable. Quizás quisiera
librarse de los civiles y acabar con esta
práctica, mediante la cual los delegados
se arrogaban «comisiones» superiores
en ocasiones a un 10 por 100 del valor
total de los bienes adquiridos,
perniciosa costumbre que producía
recelos,
desconfianzas
mutuas,
ineficacia y una corrupción ilimitada a
expensas del Estado. Mientras tanto, el
destino de los archivos de Comisiones y
Compras de París sigue siendo un
misterio. Según una versión, todos los
documentos fueron encontrados por los
nacionales en 1940 y llevados a España,
donde muchos fueron quemados y el
resto parece haber desaparecido. Según
otra, fueron trasladados a Moscú, donde
aún permanecen[37].
GRAN BRETAÑA
Si bien el gobierno británico no inició la
política de no intervención, fue el
promotor tácito de la misma durante la
guerra y se negó rotundamente a levantar
el embargo incluso cuando, en el verano
de 1938, varios miembros del gobierno
comenzaron a pensar que la victoria o,
por lo menos, la supervivencia de la
República servirían mejor a los
intereses británicos que una victoria de
Franco, aliado de Hitler y Mussolini.
Así, muchos republicanos, junto con sus
partidarios,
identificaron
a
los
británicos como los «verdaderos
villanos»
que
habían
planeado
cuidadosamente la derrota republicana
mientras pretendían mantener la paz. La
principal razón por la cual el gobierno
británico apoyó la no intervención al
principio parece que fue un rechazo
instintivo hacia la República española y
el Frente Popular particularmente,
debido al miedo a la izquierda y al
movimiento laborista en Gran Bretaña, y
no las razones estratégicas de Estado
(Gibraltar,
Extremo
Oriente,
la
necesidad
de
rearmarse
contra
Alemania, etc.) defendidas en años
posteriores por hombres de Estado
conservadores y dignatarios retirados
del Foreign Office. El movimiento
sindical, que en principio aceptó la
política de no intervención basándose en
la promesa de Anthony Edén, el
secretario del Foreign Office, de que
ésta se impondría con equidad, cambió
de parecer posteriormente y comenzó a
pedir «armas para España», pero no
realizó un esfuerzo suficiente para
organizar envíos clandestinos de armas
a los republicanos[38]. De hecho, las
pocas personas que lo hicieron fueron
comerciantes privados tales como el
quinto marqués de Bristol, cuyas
simpatías políticas recaían abiertamente
del lado de los nacionalistas y quien,
por si fuera poco, fracasó en su empeño.
Varios
particulares
y
empresas
vendieron a los republicanos 108
aviones durante la guerra, de los cuales
tan sólo 55 llegaron a España, así como
12 al general nacional Mola en 1936, de
los cuales dos se estrellaron en
Francia[39].
Es difícil saber si estas armas
procedentes de Gran Bretaña llegaron o
no a manos de los nacionales, aunque la
documentación de los nacionales
demuestra que se produjeron envíos de
material naval, incluidas piezas para la
construcción de minas marítimas y
torretas para artillería, cuyo uso habría
estado sin duda prohibido a los
republicanos[40]. Existe a su vez un
informe de uno de los oficiales
británicos que servían en los equipos de
observación de la no intervención, a
quien el gobernador militar de Elvas, en
el lado portugués de la frontera en
Badajoz, dijo que si hubiera llegado allí
unos cuantos días antes habría podido
ver entrando en la España nacional un
tren cargado de remolcadores de
cañones y camiones fabricados por una
empresa británica y enviados desde
Inglaterra[41]. ¿Acaso habían sido
aprobados por el gobierno estos envíos?
POLONIA
Es de sobra conocido el hecho de que la
dictadura militar polaca —liderada por
el coronel Josef Beck— apoyó a los
nacionales y les vendió varios cazas
obsoletos en los primeros meses de la
guerra. Por otra parte, varios autores han
hecho referencias específicas a los
pequeños envíos ocasionales de armas
polacas a los republicanos y los han
justificado diciendo que «los coroneles
polacos necesitaban dinero». En
realidad el gobierno «Sanacja» («de
renovación moral») de Polonia, como
éste se autodefinía, se convirtió en el
segundo proveedor de armas a los
republicanos, después de la Unión
Soviética[42]. Sin embargo, esto no es
decir mucho, puesto que la mayor parte
del material no era en realidad más que
chatarra vendida a precios exorbitantes:
reservas de armas y municiones
rechazadas o retiradas del servicio
como peligrosas por haber estado
almacenadas demasiado tiempo o por
deficiencias en el diseño o la
fabricación; cañones de campaña y
obuses antiguos y gastados de 1905 sin
equipo para transporte ni miras y con
apenas munición para una semana,
vendidos al precio de los cañones
modernos nuevos de fábrica y
producidos en 1936, más un 25 por 100
extra; tanques Renault anticuados
rechazados por el ejército polaco por
ser inútiles para el combate y trampas
mortales para sus tripulaciones. Según
los dos oficiales polacos de alto rango
involucrados en el asunto, el SEPEWE,
la agencia gubernamental encargada de
dichas ventas, ganó gracias al
«comercio con España» 40 millones de
dólares, de los cuales las ventas a los
nacionales representaban solamente un 3
por 100. Las razones por las que se
vendieron estos materiales a los
enemigos en lugar de a los amigos
fueron
puramente
económicas:
necesitaban dinero para financiar el
rearme polaco. Los «blancos» españoles
carecían de fondos, pero estaban siendo
apoyados por sus aliados políticos; los
«rojos» contaban con abundantes
recursos, pero tenían dificultades para
obtener armas y por lo tanto se les
podría obligar a pagar altos precios en
efectivo. ¡No había lugar a dudas! Como
los riesgos políticos eran considerables,
Beck estaba constantemente preocupado
por que este comercio sin escrúpulos —
de cuyas ganancias, se decía, el
presidente Moscicki y él mismo estaban
obteniendo «pingües beneficios»— no
acabara descubriéndose y por lo tanto
insistió en que el negocio no se pactara
nunca directamente con los españoles,
sino siempre a través de una cadena de
intermediarios. Se podría suponer, por
lo tanto, que cuando Blum ofreció un
préstamo de dos mil millones de francos
(95 millones de dólares) a los polacos
en septiembre de 1936, precisamente
para ayudarles a financiar el coste de su
rearme, el gobierno habría cancelado
definitivamente el «comercio con
España» con una enorme sensación de
alivio; pero no fue así[43]. Según explicó
uno de sus agentes, «a base de vender
basura a los españoles a precios
exorbitantes, fuimos capaces de
restablecer la solvencia del banco
polaco»[44].
CHECOSLOVAQUIA
No cabía duda de que sin la ayuda de la
venta de armas la economía de
Checoslovaquia, que era en aquel
momento el mayor exportador de armas
del mundo, se vendría abajo en un mes.
Por ende, los republicanos no tuvieron
dificultad alguna para comprar armas
allí. El problema fue cómo lograr
sacarlas del país sin comprometer al
presidente Benes y a su gobierno, que se
había sumado al acuerdo de no
intervención, al igual que los británicos
y los franceses, por no mencionar
Alemania e Italia. Los informes de Luis
Jiménez de Asúa, el ministro
republicano en Praga, en los que revela
sus esfuerzos por resolver este problema
constituyen uno de los capítulos más
oscuros de la historia de la no
intervención[45].
Benes, a pesar de que confesaba su
simpatía
personal
hacia
los
republicanos, insistió en que cualquier
acuerdo para exportar material de guerra
a la España republicana tendría que ser
aprobado legalmente. Como esto era
imposible, los generales del ejército de
cuya
aprobación
dependía
la
exportación de armas pudieron exigir
sobornos,
disfrazados
como
«comisiones», a cambio de asegurar que
todo el papeleo tuviera una apariencia
correcta y legal. Lo que pasó en la
práctica fue que estos generales,
especialmente los que formaban parte
del Comité para la Defensa Nacional,
encontraron un pretexto tras otro para no
firmar los permisos necesarios, con el
fin de seguir recibiendo sobornos,
encubiertos
oficialmente
como
«honorarios». En diciembre de 1936,
Asúa apuntaba que desde el 15 de
octubre se habían gastado hasta 77 500
libras (387 500 dólares) tan sólo en
sobornos y que en enero de 1937 hubo
que pagar un millón de francos (47
millones de dólares) al secretario del
Comité de Defensa con el fin de que
redactara un informe favorable sobre
una transacción filtrada a los agentes del
bando nacional en Praga y de éstos a los
periódicos franquistas. Pero esta medida
no sirvió de nada, ya que el último
intento de exportar esta remesa de armas
a través de Bolivia, a un coste añadido
de 134 680 libras (673 400 dólares)
pagadas en concepto de sobornos al
ministro boliviano de agricultura y a sus
colaboradores, cayó en saco roto cuando
otro ministro boliviano en visita a
Europa, probablemente celoso de su
compañero de gabinete, comunicó los
detalles de la operación a un miembro
del gobierno checoslovaco, con lo cual
el asunto adquirió los tintes de un
escándalo. Lo más chocante fue el
comportamiento de los rusos. En octubre
de 1936, trataron de embaucar a Asúa
con halagos y promesas sobre la ayuda
que pensaban conceder al valeroso
pueblo español en su lucha por la
libertad. Pero Asúa, que había recibido
ofertas sustanciosas de armamentos y
aviones, manifestó que la mejor ayuda
que podría ofrecer la Unión Soviética
sería
actuar
abiertamente
como
compradora de este material y enviarlo
a España a través de Rusia, y así
ninguna de las partes se encontraría en
inferioridad de condiciones. Los rusos,
por alguna razón inexplicable, se
negaron rotundamente, causando así
todas las crisis y traumas posteriores.
Sin embargo, tras el colapso del asunto
boliviano en septiembre de 1937,
cambiaron infundadamente de parecer y
actuaron
abiertamente
como
compradores, enviando la remesa de
armas, consistente en 50 000 rifles,
2000 ametralladoras y 70 millones de
cartuchos, a Francia, y de allí a la
frontera catalana, entre abril y mayo de
1938. Debemos apuntar, sin embargo,
que cuando los soviéticos publicaron
sus cifras sobre el material enviado a
España, cuarenta años más tarde, estas
armas y municiones se incluyeron en los
totales como material soviético y no
checoslovaco, dando así la impresión de
que habían enviado más material del que
realmente exportaron[46]. En su último
informe, Asúa afirma que ésta fue la
única remesa de armas que pudo
conseguir para la República durante su
permanencia en Praga[47].
ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO
La guerra de España le creó al
presidente Roosevelt el dilema de cómo
apaciguar a los votantes que apoyaban a
los republicanos españoles sin ganarse
la antipatía de aquéllos, católicos en su
mayoría, que apoyaban a los nacionales.
Su solución consistió en establecer un
«embargo moral» mediante el cual los
comerciantes
y
fabricantes
se
abstendrían
voluntariamente
de
abastecer material bélico a las dos
partes en conflicto. Durante unos seis
meses, los periódicos y congresistas se
dedicaron a alabar la autodisciplina de
que hacían gala tanto los comerciantes
como los fabricantes, cumpliendo los
términos del «embargo moral». En
realidad, Félix Gordón Ordás, el
embajador republicano en México,
había recibido varias ofertas de enormes
cantidades de armas, municiones,
aviones y material de todo tipo por parte
de representantes y fabricantes tanto de
los Estados Unidos como de Canadá.
Sin embargo todo quedó en agua de
borrajas por culpa de las tácticas de
ciertos bancos, especialmente el
Midland de Londres y el Chase de París
y Washington, para obstruir las
transferencias de divisas de un país a
otro. Cuando los fondos llegaron
finalmente, era ya demasiado tarde
puesto que un tal Robert Cuse, que había
estado comerciando con los soviéticos
desde los años veinte, se puso a
exportar abiertamente aviación (civil) y
aeromotores directamente a la España
republicana. El resultado fue que el
Congreso convirtió el «embargo moral»
en real. A pesar de ello, Gordón
consiguió enviar cierto material a
España. Veintiocho aviones civiles de
diversos
tipos
lograron
pasar
ilegalmente a México, de los cuales
consiguió enviar 9 a España, así como
una remesa de armas procedente de
Bolivia, a bordo del Ibai, que atracó en
El Havre en enero de 1938. La mayor
parte de este material bélico entró en
España entre marzo y abril. De otros 40
aviones civiles comprados en los
Estados Unidos, once llegaron a España,
pero de éstos tan sólo seis Vultee se
pudieron transformar para uso militar.
Las compras más útiles efectuadas en
América fueron una serie de talleres
móviles de Ford, que permitieron a los
escuadrones aéreos republicanos, muy
inferiores en número a los nacionales,
mantenerse en activo hasta la caída de
Cataluña en febrero de 1939[48]. Otra
compra valiosa, cuya negociación, como
la de los talleres móviles, corrió a cargo
del teniente coronel Francisco León
Trejo, fue la de 24 aeromotores F-54
Wright Cyclone que permitieron que un
escuadrón de cazas Mosca I-16 se
enfrentara a los Messerschmitt Bf 109 en
igualdad de condiciones a una altitud de
hasta 8000 metros, acabando así con el
«azote Messerschmitt» que se había
perpetuado durante gran parte del año
1937[49]. El episodio más extraordinario
ocurrido en relación con América, sin
embargo, fue una compleja trama, que se
extendió desde los Estados Unidos a
Francia y finalmente a Turquía, para
construir cincuenta biplanos Grumman
respondiendo a un pedido falso que
parecía provenir del gobierno turco. Las
piezas para los aparatos fueron
construidas por numerosas empresas en
los Estados Unidos y luego enviadas
para ser ensambladas a una fábrica en
Fort William, en Canadá. Treinta y
cuatro de los Grumman llegaron a
Francia antes de que se descubriera la
falsificación y el resto de los aviones
fue incautado en Montreal. El cerebro
del plan fue un tal doctor Leo Katz,
aunque una importante parte del mismo
la llevó a cabo el capitán Agustín Sanz
Sainz, un oficial de las fuerzas aéreas
que había huido de España en 1934,
después de negarse a obedecer las
órdenes del general Franco de
bombardear los pueblos mineros durante
la rebelión en Asturias. La financiación
corrió a cargo del doctor Alejandro
Otero, que visitó Nueva York en 1936 y
creó la Hanover Sales Corporation, bajo
la dirección de Miles Sherover. A partir
de entonces, Hanover Sales se convirtió
en la agencia principal para el envío de
suministros a la España republicana,
aunque, aparte de 42 bombarderos
ligeros Bellanca, ninguno de los cuales
llegó a Europa, todas las compras
efectuadas fueron de materiales de
carácter civil. En cualquier caso, es
interesante apuntar que, mientras que los
republicanos
tan
sólo
pudieron
comprarle 3000 camiones a la General
Motors, los nacionales compraron
12 000[50], y que, mientras que a los
republicanos se les prohibió comprar
aceite y petróleo en los Estados Unidos,
los nacionales obtuvieron sus reservas
de crudo de Texaco, Standard Oil y otras
empresas norteamericanas a lo largo de
toda la guerra. En cualquier caso, si los
capítulos
concernientes
a
Checoslovaquia son los más oscuros de
esta historia, los concernientes a los
Estados Unidos son los más extraños,
los más fascinantes, de hecho.
LA UNIÓN SOVIÉTICA
Los testimonios de los testigos
presenciales, así como las fotos de
Robert Capa, atestiguan el tremendo
estímulo que la súbita e impresionante
aparición de la aviación de guerra rusa
sobre el cielo de Madrid supuso para
los madrileños, y cómo este hecho
resultó decisivo para salvar la capital
de España de su captura por parte de los
nacionales en noviembre de 1936. En
efecto, la Unión Soviética fue la única
potencia que ayudó realmente a la
República, pero el verdadero alcance y
consecuencias políticas de dicha ayuda
han sido objeto de controversia —
realmente agria a menudo— desde
entonces. Ya he mencionado las
discrepancias entre los diversos
cálculos aproximativos (generalmente
presentados como «datos exactos») que
han sido publicados durante la última
mitad de siglo. Es cierto que algunos de
los historiadores neofranquistas han
tenido que reconocer, de mala gana, que
las cifras anteriores pueden haberse
exagerado un tanto y que quizás los
soviéticos no enviaran tanto material
como se había dicho, quizás incluso
menos que Alemania e Italia juntas, pero
la tenacidad de su acción de retaguardia
queda demostrada en un artículo de José
Luis Iniesta Pérez, publicado por
Ejército en noviembre de 1992. En
enero de ese año, Ejército había
publicado un artículo del historiador
militar ruso, el teniente coronel Yuri
Ribalkin en el que afirmaba que los
soviéticos habían enviado, entre otros
materiales, 1186 piezas de artillería[51].
El señor Iniesta Pérez, en una muy
detallada respuesta, completada con
fotografías, afirmaba que esta cifra
quedaba demasiado corta y que la cifra
real era de 1968 (o sea 91 cañones más
incluso que la cifra adelantada por el
coronel Alfonso Barra en junio de
1940). Admitía que algunas —unas
pocas— de estas piezas de artillería
pudieran provenir de otros países que no
fueran Rusia, pero terminaba diciendo
que el artículo de Ribalkin era «en fin,
un estudio confuso y no demasiado
coincidente. Pero ¡qué no daríamos por
conocer algunas de las relaciones y
documentos a los que se refiere Ribalkin
[…] aunque fuera en cirílico!».
Pues bien, ahora sí los conocemos, y
el caso es que contienen algunas
sorpresas interesantes. Por ejemplo, los
historiadores de la Guerra Civil están de
acuerdo en que desde el 15 de octubre
hasta el final de 1936 se produjeron
entre 23 y 25 transportes de armas de
Rusia a España en buques soviéticos, y
10 por parte de buques de otras
nacionalidades. La lista de viajes de la
Operación X, nombre en clave de la
operación de suministro para la España
republicana, muestra de hecho sólo ocho
viajes por parte de buques soviéticos
(más uno portador de la gasolina y dos
portadores de personal), cinco por parte
de buques españoles y dos por parte de
buques extranjeros en 1936[52], y afirma
que estos ocho fueron los únicos viajes
con transporte de armas efectuados por
buques soviéticos durante toda la guerra.
Las listas muestran a su vez cifras
relativas al material que son inferiores a
cualquier lista publicada, incluso en
Rusia:
Aviones
más 4 aviones de
instrucción UTI
Tanques
Carros blindados
Artillería
cañones de campaña
obuses
lanzaminas[53]
cañones antiaéreos
cañones antitanque y
623
331
60
300 (-30)
191 (-8)
4
64
de apoyo a la
infantería,
37 mm y 45 mm
lanzagranadas
Armas pequeñas
ametralladoras
rifles
427
240 o 340
15 008
(-2430)
379 645
(-85 000)
Las cifras entre paréntesis se
refieren a armas no suministradas por
los arsenales soviéticos sino adquiridas
en Europa por parte de agentes
soviéticos y enviadas desde puertos
europeos. En una carta dirigida a Stalin,
el mariscal Voroshilov, encargado
general de la Operación X, dice que las
incluyó porque «habían sido pagadas
con nuestro dinero»[54]. Quería decir que
la suma de dinero le había sido
entregada al agente en la moneda
extranjera apropiada y que dicha suma
se deduciría del valor de la reserva de
oro española que acababa de llegar a
Moscú.
Los números solos, sin embargo,
pueden conducir a error. La lista no
muestra 1968 ni 1555, y ni siquiera 1186
piezas de artillería, sino 988, eso si
incluimos 497 pequeños cañones
antitanque, 4 lanzaminas anticuados y 64
cañones antiaéreos (que, a diferencia de
los famosos cañones alemanes de 88 mm
también utilizados en España, no podían
ser utilizados como artillería de
campaña). De los 493 cañones de
campaña y obuses, todos medianos o
ligeros, 38 frieron adquiridos en Polonia
y Lituania, lo que reduce el número de
cañones suministrados por la Unión
Soviética a 455; pero todos eran viejos
y 80 de ellos eran cañones antiguos
franceses y japoneses de las décadas de
1870 y 1880[55]. En cuanto a los rifles,
los resúmenes soviéticos de las
cantidades enviadas en 1936 citan «unos
60 000». El recuento del número de
rifles que aparece en las listas de viajes
nos muestra un total de 58 825. Sin
embargo, y ya que 10 000 de estos rifles
fueron adquiridos a la SEPEWE en
Polonia, que a su vez los había
adquirido en Checoslovaquia en agosto
de 1936, la cifra real de rifles enviados
desde la Unión Soviética en 1936
asciende tan sólo a 48 825. Además,
estos rifles provenían a su vez de
diversos países y eran de diez tipos y
seis calibres diferentes, y casi 26 000 de
ellos eran antiguas piezas de museo que
databan de 1870 y 1880, con apenas
munición para tres días[56]. Hasta enero
de 1937 no llegó ningún rifle soviético a
España y hasta el 10 de agosto del
mismo año no llegó ningún rifle
moderno de fabricación soviética, y
ninguno de los excelentes cañones
antitanque de 45 mm hasta finales de
abril de 1937. De hecho, las únicas
armas modernas rusas que llegaron a
España en 1936, aparte de aviones y
tanques, fueron 150 ametralladoras
ligeras Degtyarev, y eso en un momento
en el que salvar Madrid era de vital
importancia y, de ser posible, se debía
repeler a las fuerzas nacionales que
amenazaban con cortar las vías de
comunicación entre la capital y Cataluña
y Levante.
Todo lo dicho pudo deberse en parte
a la incompetencia y confusión
características de los ejércitos en
general, a las prisas resultantes de la
tardanza en la decisión de Stalin de
intervenir seriamente en España y, sobre
todo, a la grave carencia de buques, ya
que la flota mercante soviética era
ínfima y estaba dividida entre el Ártico,
el Báltico, el Mar Negro, el Pacífico y
los mares interiores y grandes ríos de la
Unión Soviética. Lo que ya resulta
menos explicable es el hecho de que los
soviéticos se aprovecharan de la guerra
de España para librarse, al igual que los
polacos, de todo el material viejo y
gastado que tenían en sus arsenales. Y
más sorprendente aún es el método
empleado por los rusos a la hora de
calcular el coste económico que dicho
suministro supondría para los españoles.
Hasta hace poco, los datos disponibles
indicaban que los rusos se habían
comportado correctamente con la
reserva de oro española y que habían
cobrado precios justos por la ayuda que
enviaban, aunque se comportaran con
una patente falta de generosidad con
respecto al coste del entrenamiento de
los pilotos españoles y de otros
especialistas en la URSS, así como con
el del envío de personal ruso a España,
por lo que cobraron hasta el más mínimo
detalle y hasta el último cópec. Los
documentos revelan, sin embargo, que a
fuerza de alterar subrepticiamente el
tipo de cambio de rublo a dólar por
cada uno de los artículos que enviaban,
desde un bombardero hasta rodamientos
y bujías, los soviéticos le estafaron a la
República española millones de dólares
(probablemente hasta 51 millones de
dólares, tan sólo en ventas de armas)
con el objeto de obtener el oro a un
precio inferior al que habría tenido si
hubieran mantenido el tipo de cambio
oficial a lo largo de todo el proceso[57].
Lo explique uno como lo explique, ésta
es sin duda la revelación fundamental de
los documentos de los Archivos
Militares Rusos, cuyas enormes
implicaciones políticas los lectores
pueden considerar por sí mismos.
A estas alturas parece evidente que
el argumento según el cual la no
intervención tuvo poca o ninguna
repercusión en el resultado de la guerra
es injustificable. Al contrario, su efecto
en las filas republicanas fue devastador,
materialmente porque tuvo como
resultado que consiguieran tan sólo una
pequeña fracción de lo que necesitaban
para una guerra defensiva, por no hablar
de la ofensiva, y moralmente porque
puso a los republicanos desde el
principio en la posición de derrotados
potenciales. En una situación tal, se trata
siempre de culpar a otros, lo cual
también ocurrió en España ya que las
acusaciones mutuas de incompetencia,
corrupción y traición, incluso de alta
traición, agravaron las divisiones
existentes en el seno de la República.
Fuera de España, todos los gobiernos,
con excepción del mexicano, que
estuvieron involucrados de un modo u
otro en la Guerra Civil española se
comportaron de un modo vergonzoso, lo
cual explica en parte por qué los
historiadores han encontrado siempre
tantas dificultades para desempolvar los
hechos y de los hechos deducir la
verdad.
10
«EL GRAN CAMUFLAJE»:
JULIÁN GORKIN,
BURNETT BOLLOTEN Y
LA GUERRA CIVIL
ESPAÑOLA
HERBERT RUTLEDGE
SOUTHWORTH
Hay libros cuyo texto y notas deberían
leerse y analizarse como la letra
pequeña de una póliza de seguros. Los
tres volúmenes que integran la obra de
Burnett
Bolloten,
The
grand
camouflage:
The
Communist
conspiracy in the Spanish Civil War
(1961); The Spanish revolution: The
Left and the struggle during the Civil
War (1979) y The Spanish Civil War:
Revolution and Counter-Revolution
(1991), junto a sus diversas ediciones y
traducciones, un artículo o dos, algunas
cartas a los editores y las cartas
personales de y para Bolloten, todo
puede resultar de interés para el crítico.
Para este estudio, he reunido el material
esencial disponible hoy en día[1].
Que yo sepa, ninguno de los críticos
de la obra póstuma de Bolloten[2],
incluido yo mismo, ha comentado hasta
ahora la letra pequeña de la misma. El
lector atento debería concentrarse sobre
todo en la nota número 48 de la página
810 que reza así:
Los comunistas y sus partidarios
afirman que los artículos y libros del
Campesino fueron escritos en realidad
por Julián Gorkin, uno de los líderes
durante
la
Guerra
Civil
del
antiestalinista Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM). Esto es
cierto. El Campesino fue en todos los
sentidos un inculto, incapaz de dar
expresión literaria a sus pensamientos y
experiencias. […] Véase su libro La vie
et la mort en URSS, 1939-1949,
escrito por Gorkin y basado en el
testimonio oral del Campesino tras su
huida de Rusia (véase la carta que
Gorkin me envió el 18 de octubre de
1984,
Hoover
Institution).
Es
importante destacar que durante la
Guerra Civil fue legendaria la brutalidad
del Campesino a la hora de poner en
práctica las directrices comunistas […]
[3].
En la nota 21 de la página 884, se
vuelve a hacer mención de la anterior en
los siguientes términos: «Véase el
capítulo 17, donde se explica que los
artículos y libros del Campesino fueron
escritos en realidad por Julián Gorkin».
Las dos notas aparecen referidas al
artículo del Campesino en Solidaridad
Obrera (París), 11 de marzo de 1951.
Sin embargo, la nota 48 de la página 810
es la que contiene la información más
fundamental y clara. Es a esta nota a la
que me referiré a lo largo de este
artículo.
La nota no está precedida ni seguida
de una explicación o ampliación
inmediata. Por lo tanto, intentaré
interpretarla para el lector mediante una
exposición de sus antecedentes y
consecuencias. Sus antecedentes pueden
encontrarse en mía polémica que
mantuve con Bolloten en el Times
Literary Suplement en 1978. En esa
ocasión reseñaba la edición francesa
(1977) de la segunda versión de su
libro[4]. En esta reseña, escribí en el
TLS el 9 de junio de 1978:
No podemos disociar el libro de
Bolloten de la Guerra Fría, debido
especialmente a sus fuentes. La mayoría
de éstas son confesiones de
exmiembros del Partido Comunista de
España o tránsfugas rusos. Resultaría
de interés historiográfico determinar
algún día cuáles de estos libros
estuvieron realmente inspirados por los
fondos secretos de ciertas agencias
norteamericanas.
Esta afirmación hirió el orgullo de
Bolloten, que replicó con indignación
(el 25 de agosto):
El señor Southworth afirma que el libro
«no puede disociarse de la Guerra Fría»
e insinúa que fue «inspirado por los
fondos secretos de ciertas agencias
norteamericanas»,
aludiendo
naturalmente a la CIA. […] Debo
preguntarle al señor Southworth qué
fuentes inspiraron dicha insinuación.
Yo, por mi parte, le contesté lo
siguiente el 13 de octubre:
Entre las fuentes utilizadas por Bolloten
que considero sospechosas están las
«confesiones» de varios comunistas
españoles publicadas durante la Guerra
Fría, especialmente las conectadas con
los órganos propagandísticos de las
asociaciones por la «libertad de la
cultura». Desconfío especialmente del
libro atribuido a Valentín González (El
Campesino) publicado originalmente en
francés en 1950 bajo el título La vie et
la mort en URSS (1939-1949). Este
libro fue transcrito por Julián Gorkin,
cuyas conexiones con los grupos de la
Libertad
de
la
Cultura
son
incuestionables;
contiene
una
introducción de Gorkin y fue traducido,
se supone, de la lengua del Campesino,
o sea, el español. Más tarde Gorkin lo
tradujo del francés al español. Pero
entonces, ¿en qué lengua escribió o
dictó su libro el Campesino? Es más, en
las ediciones inglesa y alemana de este
libro,
la
introducción
firmada
originalmente por Gorkin forma parte
del texto supuestamente escrito por El
Campesino. Esta manipulación del texto
de un libro debería haber causado
precaución en Bolloten, pero en cambio
se dedica a citarlo con frecuencia.
De nuevo, esta vez en el TLS del 17
de noviembre, Bolloten defendió su uso
de las citas del Campesino:
Finalmente, debería quizás responder a
las
objeciones
expuestas
por
Southworth a mi utilización de pruebas
provenientes de varios excomunistas
españoles.
Éste
se
ensaña
especialmente con Valentín González
(El Campesino), antiguo líder militar
comunista. Naturalmente, examiné las
circunstancias de la revisión y
publicación de la obra de González con
el mayor esmero. Por lo tanto, he
llegado a la conclusión de que las
objeciones de Southworth no pasan de
ser un intento de confundir al lector
profano con detalles editoriales
irrelevantes para la autenticidad del
material.
The Times y el TLS entraron
entonces en un período de huelgas que
duró varias semanas por lo que mi
polémica con Bolloten en esta revista no
prosiguió.
He ofrecido al lector varios
antecedentes que servirán, espero, para
clarificar la nota 48 de la página 810 del
libro de Bolloten de 1991; nota que está
basada a su vez en la carta escrita por
Julián Gorkin, fechada el 18 de octubre
de 1984. Pero esto no es toda la verdad.
Otras partes de la carta, que Bolloten no
citó, resultan también esenciales para
comprender la nota a pie de página.
Paso ahora a reproducir los extractos
pertinentes de la carta de Gorkin que
Bolloten omitió. «Te voy a decir la
verdad», así comienza la sección de la
carta de Gorkin, fechada el 18 de
octubre de 1984, que trata de su relación
con El Campesino. Continúa así:
En abril de 1949, al enterarme de que El
Campesino se había escapado de la
Unión Soviética y había llegado a
Teherán, obtuve dos fotografías suyas
de un ministro socialista francés amigo
mío. Lo reconocí y, gracias a la ayuda
económica
de
algunos
amigos
norteamericanos, conseguí que lo
llevaran a un lugar cerca de Frankfurt.
Pasamos un mes juntos. Tomé notas de
su odisea en la URSS y transcribí su
historia en La vida y la muerte en la
URSS, que, gracias a la agencia Opera
Mundi, obtuvo un éxito internacional.
Fuimos entonces a Alemania [ríe] y en
Berlín grabamos diez programas de
radio para emitirlos a Alemania del Este
y además conseguimos pasar una pila de
textos de estos programas en papel
biblia. Viajamos [El Campesino y
Gorkin] a través de varias ciudades e
incluso fuimos recibidos en el
Bundestag. Yo era un gran amigo de
Willy Brandt[5], quien, entre otros, nos
ayudó muchísimo. […] Viajamos por
Italia de la misma manera y finalmente,
invitados por la Confederación Cubana
del Trabajo y por el presidente Carlos
Prío Socarrás, visitamos toda Cuba.
Combinando mi conocimiento de la
realidad soviética y el testimonio del
Campesino, cada día escribía un artículo
para el diario Prensa Libre. Todos los
días, el equipo que nos acompañaba por
el país en dos automóviles le recordaba
al Campesino: «Valentín, léete tu
artículo del día por si alguien te
pregunta sobre él».
Esta última frase revela la actitud
injuriosa de Gorkin hacia su protegido,
quizás su víctima.
Gorkin ya había escrito un relato
sobre sus relaciones con El Campesino
en la introducción a un libro titulado
Comunista en España y antistalinista
en la URSS, publicado en la ciudad de
México en 1952 y en España en 1979.
En cada edición, se nombraba al
Campesino como autor y a Gorkin como
transcriptor. La edición de 1979
contenía además un breve prólogo de
Gorkin, fechado en 1978. En este
prólogo,
Gorkin
revelaba
que
Comunista en España estaba basado en
los artículos publicados por vez primera
en el diario habanero Prensa Libre
durante la campaña de propaganda del
Campesino y Gorkin en la isla. Estaban
firmadas por El Campesino pero habían
sido escritas por Gorkin. El prólogo de
1979, firmado por Gorkin, termina con
esta frase tan sarcástica: «Es obvio que
estas revelaciones son responsabilidad
única del Campesino y yo, por mi parte,
asumo toda la responsabilidad de su
transcripción»[6]. Aparte de la cuestión
de la autoría, la diferencia más
significativa entre lo que Gorkin había
escrito en 1952 y 1978-79 y lo que
escribió posteriormente en 1984 reside
en el hecho de que en su carta a Bolloten
Gorkin reconoce que el viaje del
Campesino, de Teherán a Europa
Occidental, fue posible gracias a la
financiación de fuentes provenientes de
los Estados Unidos, muy al contrario de
lo que había afirmado en 1952 y en
1978-79. En 1952, Gorkin había escrito
que, al oír que El Campesino estaba en
Teherán:
Abandoné mi trabajo literario y mis
tareas políticas a favor de Europa. Puse
al servicio del Campesino no sólo mi
pluma sino todos los recursos que estas
tareas me habían proporcionado. De
igual manera, puse en juego todas mis
influencias para sacarlo de Teherán,
donde podría verse expuesto a ciertos
peligros, y traerlo discretamente a
Europa Occidental. […] Siete u ocho
veces insistió la radio de Moscú en que
él debía su salvación a los
norteamericanos […] que lo habían
convertido en un bien remunerado
agente de Washington. ¡Siempre la
misma historia! Mientras tanto,
vivíamos modestamente en las afueras
de París… trabajábamos juntos, sobre la
base de su historia y de su amplia
documentación, en el libro La vida y la
muerte en la URSS, publicado hoy en
más de sesenta periódicos en todo el
mundo y reeditado continuamente en
varios países[7].
Resulta difícil comprender cómo un
hombre en peligro de muerte, escapando
a pie, e incapaz de leer o escribir,
pudiera haber conseguido cargarse de
tanta «documentación valiosa». Gorkin
siempre era el primero en darse
palmaditas en la espalda. Escribió que
«la valiente fuga del Campesino y sus
sensacionales
revelaciones
han
encontrado una respuesta universal», y
continuaba: «desde este punto de vista,
mi satisfacción es inmensa, sobre todo
porque este resultado se ha conseguido
con la unión de las fuerzas de ambos sin
ayuda alguna»[8]. Proseguía en el mismo
tono fanfarrón: «No sólo me gasté, para
el viaje de Teherán a Europa Occidental
y para su sustento, todo mi dinero, sino
que además contraje deudas por valor
de trescientos cincuenta mil francos».
Los gastos ocasionados por las
actividades de Gorkin en Alemania con
El Campesino corrían según él a cuenta
de «nuestro editor, dos importantes
compañías de radiodifusión en Berlín
así como organizaciones sindicales y
grupos antiestalinistas»[9].
En resumen, Gorkin negó, en 1952 y
de nuevo en 1979, pública y
repetidamente que se hubieran invertido
fondos norteamericanos de ninguna clase
en la fuga del Campesino de Teherán a
Europa Occidental, ni en su campaña de
propaganda durante los años siguientes.
Gorkin insistió en que había financiado
todo esto con sus propios ahorros. En
1984, treinta y dos años después,
escribió confidencialmente todo lo
contrario.
Parece razonable imaginar que
cuando Bolloten leyó la carta de Gorkin
informándole de que él, su buen amigo,
no siempre le había dicho toda la verdad
sobre su relación con el Campesino,
aquél pudiera haberse preguntado sobre
otros libros escritos por excomunistas
que se habían aprovechado de la
amistad de Gorkin, por ejemplo Jesús
Hernández (miembro de la ejecutiva del
PCE y ministro en el gobierno de Largo
Caballero durante la Guerra Civil) y
Enrique Castro Delgado (primer
comandante del Quinto Regimiento
comunista). Bolloten ya había citado
ambas fuentes en las dos versiones de su
propio libro y continuaría citándolas en
la nueva edición que estaba preparando
entonces.
Gorkin también se había jactado de
su labor en la preparación de los libros
de Hernández y Castro Delgado. Según
Gorkin, tras su vuelta de uno de sus
frecuentes viajes a México —o sea,
después de comenzar su trabajo para el
Congreso, que entrañaba numerosas
visitas a Latinoamérica—, José
Bullejos, secretario general del Partido
Comunista de España desde 1925 hasta
su expulsión en 1932, le informó de que
Jesús Hernández quería hablar con él.
Los grupos españoles en París sabían de
sobras que Gorkin estaba dispuesto a
colaborar en la publicación de libros
anticomunistas. Gorkin, según él mismo,
le respondió a Bullejos lo siguiente:
«No puedo estrechar la mano de Jesús
Hernández hasta que no haya denunciado
en un libro los crímenes estalinistas en
España y, más específicamente, los
detalles sobre el encarcelamiento y
asesinato de Andreu Nin».
Gorkin
le
había
indicado
efectivamente
a
Hernández
las
condiciones bajo las cuales podría
publicarse este libro. «Seis meses más
tarde», continuaba Gorkin, «tras mi
vuelta a París, recibí el texto del libro
de Hernández, Yo fui un ministro de
Stalin». Hernández había seguido las
instrucciones dadas por Gorkin, quien
apuntó lo siguiente: «Yo intervine en la
traducción francesa del libro y en su
publicación bajo el título La grande
trahison. Las revelaciones contenidas
en el libro y especialmente las que
tenían que ver con la tortura y el
asesinato de Andreu Nin, así como con
el establecimiento del Procès de
Moscou dans l’Espagne en guerre
causaron gran sensación»[10].
Otro excomunista español, Enrique
Castro Delgado, que se había
distinguido política y militarmente
durante la Guerra Civil, también
colaboró con Gorkin. Después de la
guerra, Castro Delgado se había
refugiado en la Unión Soviética, que
abandonó posteriormente, al igual que
Hernández. Castro llegó a México tras
el final de la Segunda Guerra Mundial.
Entre los amigos de Gorkin y otros
compañeros ideólogos se encontraba el
escritor Bertram D. Wolfe, que residía
entonces en Nueva York. El 23 de marzo
de 1948, cuando Gorkin se preparaba
para salir de México camino de París,
escribió a Wolfe diciéndole que en un
mes aproximadamente le enviaría «un
sensacional manuscrito […] firmado por
Enrique Castro, un exdirigente del
Partido Comunista Español, que ha
estado viviendo durante siete años en
Rusia, de donde ha logrado escapar
milagrosamente. […] Le he pedido al
autor que le envíe un ejemplar en cuanto
el libro esté acabado. A mí me enviará
otro ejemplar a París». Entonces añadía
esta
interesante
frase:
«Están
traduciendo mi libro[11] y el de Castro al
alemán para distribuirlo por las zonas
no
soviéticas
de
Alemania».
Claramente, los amigos norteamericanos
de Gorkin ya estaban dando a la obra de
Castro Delgado el mismo tratamiento
que recibirían las obras del Campesino
tras la llegada de Gorkin a Europa, un
año más tarde.
Mi admonición a Bolloten en 1978
para que extremara la prudencia a la
hora de citar los trabajos del Campesino
no obtuvo respuesta. No sólo repitió en
1991 las cuatro citas del Campesino que
había utilizado en la edición previa, sino
que incluso añadió cuatro citas nuevas
de
Comunista
en
España
y
antistalinista en la URSS, el libro
firmado por El Campesino que Bolloten
prefería citar entonces, ya que sus
contenidos concernían frecuentemente a
las nuevas secciones del libro de 1991.
De las cuatro nuevas referencias a la
producción literaria del Campesino que
encontramos en el libro de Bolloten de
1991, dos merecen un estudio detenido:
en una de ellas, Bolloten da detalles
sobre su metodología a la hora de
manejar las obras con confesiones de
excomunistas españoles y disidentes
soviéticos; en la otra, revela cómo
Gorkin utilizó al Campesino para
engañar a Indalecio Prieto.
Bolloten recurría al Campesino
como si se tratara de una autoridad
sobre la supuesta baja moral de los
republicanos en abril de 1938, cuando
Negrín formó su segundo gobierno; la
cita del Campesino iba precedida de la
reanudación por parte de Bolloten de
nuestra controversia en el TLS en 1978.
Bolloten comenzaba insistiendo en que
el testimonio del Campesino y de otros
excomunistas no era esencial para
probar su tesis, y continuaba de la
siguiente manera:
Pero
ignorar
su
testimonio
completamente sería equivalente a
ceder ante aquellos que excluirían de la
historiografía de la Guerra Civil todos
los libros que no se ajustasen a la línea
del partido. Uno de esos libros es
Comunista en España y antistalinista
en la URSS de Valentín González (el
Campesino), el conocido comandante
de la milicia comunista que se escapó
de la Unión Soviética tras la Segunda
Guerra Mundial. A pesar de sus
numerosas inexactitudes y distorsiones,
como las de otros muchos libros sobre
la Guerra Civil, contiene sin embargo
material de indudable valor histórico
que conviene tener en cuenta[12].
Después de leer estas palabras, en
las que Bolloten reconocía que el libro
del Campesino contenía numerosas
inexactitudes y distorsiones, y después
de estudiar el pasaje de mi carta en el
TLS del 13 de octubre de 1978 que ya he
citado, en el que enumeraba varias
razones para desconfiar de los escritos
atribuidos al Campesino, el lector
podría preguntarse por qué Bolloten en
su nuevo libro, años más tarde, defendía
con tanto ahínco al Campesino como la
máxima
autoridad
para
sus
razonamientos.
Probablemente,
la
explicación
radica en que la carta de Gorkin dejó a
Bolloten en un estado de confusión y que
en los tres años de vida que le quedaban
no disipó sus dudas. Mediante su propio
comportamiento vacilante, dejó a sus
lectores tan desconcertados respecto a
la verdadera naturaleza de la
colaboración de Gorkin y el Campesino
como él mismo debía de estarlo.
Llegado este punto, el lector podría
pensar que el 14 de octubre de 1984
Bolloten ya había incorporado las
referencias adicionales al Campesino en
su nuevo texto y que no había tenido
tiempo de eliminarlas antes de su
muerte. Un poco más adelante
demostraré la fragilidad de dicha
versión.
Seguidamente, Bolloten, por única
vez en su obra póstuma, hace una
referencia extensa a nuestra polémica de
1978 en el TLS. No cita sus cartas al
TLS ni las mías; no cita mi reseña del
libro, pero sí cita la carta que Robert
Conquest escribió para refutar mi reseña
del libro de Bolloten, estudio que
Conquest define como una «obra
profunda y completa sobre la Guerra
Civil Española»[13]. Bolloten escribió:
[…] en respuesta a Southworth, Robert
Conquest, el famoso sovietólogo,
afirmó: «El señor Southworth es muy
quisquilloso en cuanto a los datos.
Cualquier escrito de excomunistas, o de
cualquier persona conectada con
organizaciones occidentales y de la que
se sospeche que está relacionada con la
Guerra Fría, debe ser descartado. Me
refiero a la Guerra Fría como la
manifestación de opiniones o la
divulgación de hechos inaceptables para
el gobierno soviético. Cualquiera que
haya estado en contacto con una visión
más general de ese período sabe que
algunos materiales de los desertores
son falsos. […] cuando se trata de
asuntos controvertidos, un verdadero
historiador debe abrirse camino con
cuidado. Por otro lado, ni la opinión ni
siquiera el carácter imperfecto de uno u
otro testigo en sí pueden conseguir
refutar su testimonio. Además, tampoco
debemos excluir a aquellos que pueden
tender a colocarse en un lugar mejor de
lo que consideramos aceptable —hacer
eso
sería
virtualmente
como
descalificar a toda la raza humana—. El
criterio del señor Southworth, incluso
aunque no fuera tan claramente
partidista, le permitiría excluir a
cualquiera que le diera la gana, bajo el
pretexto de la insistencia en una
certidumbre inmaculada»[14].
¿Quién puede negar la afirmación de
Conquest de que «cuando se trata de
asuntos controvertidos, un verdadero
historiador debe abrirse camino con
cuidado»? Bolloten no supo cómo
«abrirse camino con cuidado». Ni
tampoco lo supo Robert Conquest,
quien, en su carta al TLS, ofreció esta
pésima valoración de las cualidades de
Bolloten como investigador:
El señor Bolloten, con sus pruebas y
comprobaciones varias, naturalmente,
sale más indemne aún y resulta difícil
que se sienta herido por fútiles
estratagemas como la nueva regla del
señor Southworth según la cual un
escritor debe citar todos los libros en
su bibliografía: un signo más de su
incapacidad para comprender para qué
sirve y de qué trata la historia.
Conquest sufre de la misma clase de
enfermedad que afligía a Bolloten, la
exageración verbal. Cuando Bolloten
aumentó su primer libro, The grand
camouflage, tras dieciséis años de
trabajo adicional, con unas cien páginas
más, describió este hecho como un «gran
añadido»[15]. Como podrá percibir el
lector
de
este
artículo,
las
investigaciones de Bolloten respecto a
la veracidad de los recuerdos y las
declaraciones políticas del Campesino
fueron prácticamente inexistentes. El
primer intento real que hizo para
verificar la fiabilidad del Campesino
fue una carta dirigida a Gorkin fechada
el 15 de agosto de 1984, que no llegó a
manos de Gorkin hasta el 17 de octubre.
Mientras tanto, Bolloten le había escrito
de nuevo, el 10 de octubre. En esa carta,
le pedía a Gorkin una respuesta a su
carta anterior, que en su opinión
«contenía varias preguntas importantes».
Incluía a su vez una copia de su carta
anterior, de la que supuestamente no se
quedó ninguna otra copia para él. Este
hecho aparece indicado en una nota
manuscrita escrita más tarde en la carta
del 10 de octubre. Resulta evidente, por
la respuesta de Gorkin a la carta de
Bolloten del 15 de agosto de 1984,
desgraciadamente extraviada en la
actualidad, que entre las preguntas
planteadas por Bolloten había una
referente al Campesino y Gorkin.
A pesar de las garantías ofrecidas a
los lectores del TLS de que había
examinado con la máxima atención las
circunstancias de la revisión y la
publicación del trabajo de González,
hoy en día parece claro que Bolloten no
se había preocupado en absoluto por
verificar los escritos firmados por El
Campesino. No existieron «pruebas y
comprobaciones varias» salvo en la
imaginación de Conquest. Aquí estamos
tratando tan sólo de un aspecto del
trabajo de Bolloten, pero que es
representativo de un fallo que aparece
continuamente en el mismo.
La carta de Gorkin del 18 de octubre
de 1984 le recordó a Bolloten que había
mentido descaradamente al escribir en
el TLS que había examinado con la
máxima atención las circunstancias de la
revisión y publicación de la obra de
González. En su primera carta al TLS,
Bolloten escribió:
En el prólogo a mi nuevo libro, declaro:
«Al preparar esta edición, me he dejado
guiar únicamente por la intención de
revelar la verdad. He intentado,
mediante una investigación diligente y
una
concienzuda
selección
de
materiales, mantener el grado de
objetividad más alto posible. He
presentado los hechos sin manipulación
ni omisión y estoy seguro de que el
lector imparcial sacará sus propias
conclusiones. Asimismo, tengo fe en
que se mantendrá la integridad del libro
y que el señor Southworth se verá
totalmente desacreditado»[16].
Esta afirmación defensiva se puede
leer como si Bolloten pensara que yo le
había acusado de mentir, como si
cualquier cuestionamiento de su trabajo
escrito, cualquier sugerencia de que se
pudiera haber equivocado constituyeran
un ataque frontal contra su integridad
moral. Muchos historiadores habrían
considerado
superflua
dicha
declaración. La misma preocupación
aparece en su correspondencia. «Mi
objetivo no ha sido otro que decir la
verdad y nada más que la verdad», le
escribió a Julián Gorkin el 17 de febrero
de 1977, al tiempo que le reiteraba que
«no existe persona más cualificada que
usted para juzgar el valor histórico de un
libro sobre la Guerra Civil». Unos ocho
años más tarde, el 21 de noviembre de
1985, le escribió a Gorkin lo siguiente:
«mi única intención durante tantos años
de trabajo ha sido alcanzar la verdad».
Esto lo escribió un año después de leer
la reveladora carta de Gorkin sobre la
responsabilidad del Campesino como
autor y la responsabilidad de Gorkin
como redactor de las memorias.
Antes he citado parte de la carta de
Bolloten al TLS (25 de agosto de 1978)
en la que afirma que ha presentado los
hechos sin manipulación ni omisión.
Esto no era cierto. Él era culpable de
complicidad en la manipulación de los
hechos presentada por Gorkin bajo el
disfraz del Campesino. Respecto a la
omisión, Bolloten tenía que saber que
Gorkin estaba a sueldo de una
organización dependiente de la CIA.
Omitió esta información de su texto,
negándose además a admitir que su
estudio estaba tiznado por esta relación.
Al final, acabó por abandonar la
búsqueda de la verdad.
Entre las numerosas contradicciones
que encontramos en la obra de Bolloten,
en muchas de sus páginas, están las
basadas en sus experiencias durante la
Guerra Civil como periodista en España
y en sus primeros meses o incluso años
de residencia en México. Como he
demostrado en un artículo sobre su libro
de 1991 (Journal of the Association for
Contemporary Iberian Studies, IV
[1991], n.º 2), a principios de 1940,
Bolloten estaba muy ocupado en escribir
una historia de la Guerra Civil española
ajustada al gusto de sus amigos, el
general Ignacio Hidalgo de Cisneros y
su mujer, Constancia de la Mora, ambos
miembros militantes del Partido
Comunista de España en el exilio
mexicano. Por lo que da la impresión de
que en esa época, Bolloten se
comportaba como un compañero de
viaje del Partido Comunista Español,
igual que, posteriormente, en su
correspondencia con anarcosindicalistas
españoles, tales como Federica
Montseny, daba la impresión de
simpatizar con su movimiento[17].
Más adelante, en 1940, ocurrió un
hecho, según algunos amigos de
Bolloten en quienes éste confiaba, que
cambió completamente su interpretación
de la Guerra Civil española. Este hecho
estaba de alguna manera relacionado
con el asesinato de Trotski. Según una
de las versiones, unos amigos
comunistas trataron de coaccionarlo
para que ayudase a escapar al homicida
Mercader —ofreciéndole, por ejemplo,
una vivienda segura—. Es posible que
Bolloten dejase algunos documentos
escritos al respecto pero, que yo sepa,
no se ha publicado nada sobre este
episodio.
En su introducción a la segunda
edición de The grand camouflage, el
conocido historiador H. R. TrevorRoper afirma que los largos años de
estudio de Bolloten le habían conducido
a una «reinterpretación» de su material.
Según
Trevor-Roper:
«Cuando
[Bolloten] safio de España estaba, dice,
profundamente influenciado por la
propaganda oficial, de la que sólo el
tiempo y una investigación diligente
podrían liberarle. Se tomó su tiempo y
realizó una exhaustiva investigación; y a
medida que estudiaba iba, como
cualquier buen historiador, […]
modificando gradualmente sus posturas
basadas
originalmente
en
un
compromiso personal»[18].
De hecho, un estudio detenido de su
vida y obra, con todas las pruebas
disponibles, revela que Bolloten pasó
de un compromiso personal a otro
compromiso personal. Su «investigación
diligente» estaba empañada por su
negligente aceptación de los poco
fiables manuscritos de Julián Gorkin.
Bolloten se mostró más claro
respecto a su pasado en su libro
póstumo que en sus anteriores escritos,
pero seguía sin querer reconocer
públicamente la importancia de la
amistad que le unía con el matrimonio
Hidalgo de Cisneros. Ofreció esta
información con cuentagotas, en notas a
lo largo de su libro. En un lugar
escribió: «Visité a Constancia de la
Mora y a su marido […] a principios de
1940» (pág. 892). En otra nota, decía
que se había entrevistado con ella en
Cuemavaca en marzo de 1940[19]. Jay
Allen, uno de los corresponsales más
importantes que cubrieron la Guerra
Civil española[20], que además era
negrinista, recibió una carta de
Constancia de la Mora, fechada el 14 de
enero de 1940, en la que le decía que
Bolloten y su mujer habían estado
hospedados en su casa durante los
últimos tres días y que éste les había
enseñado a ella y a su marido siete
capítulos de su libro. Describía el
manuscrito
como
«sencillamente
maravilloso» y afirmaba que «será, sin
duda, el estudio documental más
importante sobre la guerra»[21]. Es
evidente que los siete capítulos que
Bolloten les dejó leer a Hidalgo de
Cisneros y a su mujer no aparecieron
igual en la versión impresa, aunque en la
mente de Bolloten perdurasen restos de
ese primer manuscrito. Estos restos
aparecen claramente en The grand
camouflage, lo que me condujo a
escribir en EL mito de la cruzada de
Franco: «el libro de Bolloten es, en mi
opinión, el libro más abiertamente
prorepublicano que se haya publicado
en la España de Franco»[22].
Hay
algunos
otros
detalles
confesionales en el último libro de
Bolloten. En referencia a un incidente
que tuvo lugar el 18 de junio de 1937,
escribe: «Por entonces yo era el
corresponsal de United Press en
Valencia y simpatizaba con la línea del
Partido Comunista» (pág. 500). Y
añade: «No hacía mucho que yo era
simpatizante del partido y desde luego
no era miembro del mismo» (pág. 501).
Luego continúa su explicación del
siguiente modo:
Es cierto que, cuando comencé a
escribir por primera vez sobre la Guerra
Civil y la revolución de 1936 como
corresponsal británico para la United
Press, estaba muy influido por la
propaganda del Partido Comunista
durante la guerra y me costó muchos
años librarme del peso de las
deformaciones y mentiras que me
impedían pensar con claridad (pág.
297).
Desgraciadamente, al quitarse de
encima el peso de las deformaciones y
mentiras que estorbaban su pensamiento,
Bolloten adoptó las distorsiones y las
mentiras de Julián Gorkin, transmitidas a
través de la falsa personalidad del
Campesino.
Gorkin hizo gala de un considerable
ingenio en su explotación de las
posibilidades propagandísticas que
había descubierto en El Campesino, por
muy inculto que hiera éste. No sólo
publicó dos libros con su firma, sino que
además utilizó a fondo el órgano
anarcosindicalista parisino Solidaridad
Obrera. Otro descarado ejercicio de
revisionismo histórico fue el perpetrado
por Gorkin y El Campesino mediante
una carta enviada al líder socialista en
el exilio, Indalecio Prieto, el 10 de
octubre de 1950. Prieto había sido
ministro de Defensa durante la toma de
Teruel por los republicanos en
diciembre de 1937 y su posterior
pérdida a finales de febrero de 1938. En
1950, Prieto estaba viviendo en Francia,
cerca de la frontera vasca. Era la
personalidad más destacada entre los
exiliados españoles opuestos a Negrín.
En su carta, El Campesino le informaba
a Prieto de que él, el famoso líder
miliciano y uno de los protagonistas de
la toma de Teruel, había estado
involucrado a su vez en una trama
comunista para abandonar Teruel a
manos de las fuerzas de Franco a fin de
desacreditar al ministro Prieto. En su
carta, El Campesino se describía a sí
mismo como el cabeza de turco de un
plan fracasado.
El Campesino permaneció en Teruel
mientras las fuerzas de Franco rodeaban
la ciudad que habían perdido unas
semanas antes. Entonces, según el
Campesino, Juan Modesto y Enrique
Líster,
comandantes
milicianos
comunistas como él, contraatacaron para
salvarlos a él y a sus hombres:
A mí me utilizaron como cabeza de
turco para sacarle a usted del
ministerio, para lo cual tuve que realizar
esfuerzos heroicos en compañía de mis
compañeros de división. Cientos de
veces estuve a punto de perder la vida
—y todo esto para probar que las
divisiones comunistas eran las buenas y
el ministro el malo—. Todo este
tinglado se montó a costa de las vidas
de miles de españoles pobres, y todo
porque el ministro, el camarada Prieto,
no había querido dejarse manipular por
el GPU del Kremlin[23].
La trampa preparada por Gorkin (y
el Campesino) fue todo un éxito. Prieto,
que era periodista de profesión,
escribió, en un artículo publicado en El
Socialista (París, 2 de noviembre de
1950), que se había quedado muy
sorprendido por la caída de Teruel:
¿Cómo pudo haber ocurrido un hecho
tan inesperado? No podía encontrar
ninguna explicación. Varios oficiales de
respetable criterio aseguraban que los
comunistas, mis implacables enemigos,
habían concebido la caída de Teruel para
desacreditarme, para destruirme. Pero,
a pesar de todas las pruebas que
sustentaban dicha afirmación yo no me
lo creía, porque no podía creerlo.
¡Imposible! Ahora El Campesino parece
confirmarlo en su carta. […] Muchas
cosas que creía imposibles se han
hecho realidad[24].
La carta del Campesino a Prieto iba
acompañada de un ejemplar de La vie et
la mort en URSS, que se acababa de
publicar. La introducción de Gorkin a
este libro contenía un breve resumen de
la versión del Campesino sobre lo que
había ocurrido en Teruel (pág. 14).
Mucho después, Gorkin «reveló» que la
carta a Prieto había sido enviada «por
sugerencia mía»[25]. En su segundo libro,
Comunista en España y antistalinista
en la URSS (págs. 65-72) se incluye una
versión más completa de la explicación
del Campesino sobre lo acaecido en
Teruel bajo el título «Por qué perdimos
Teruel». Este artículo fue publicado
probablemente por vez primera en El
Socialista. Estaba fechado el 14 de
febrero de 1953. El artículo se volvió a
publicar en Entresijos de la guerra de
España[26], de Prieto, y mucho más tarde
en el segundo volumen de sus artículos
completos, Convulsiones de España[27].
En su segundo artículo sobre el
Campesino y la batalla de Teruel, Prieto
mostró una fe incuestionable en la
versión del Campesino sobre los
sucesos de Teruel al subtitularlo «Teruel
se perdió para que yo perdiera», y de
hecho una página entera de la colección
de ensayos de Prieto estaba llena de
pasajes de Comunista en España[28]. La
aceptación ciega por parte de Prieto de
las tesis de Gorkin-El Campesino sobre
la batalla de Teruel se encuentra en una
sección de Convulsiones de España, II,
titulada «Los rusos en España». En esta
sección hay tres artículos; el tercero es
«¿Por qué perdimos Teruel?».
Estos párrafos del libro de Prieto
llamaron la atención del coronel José
Manuel Martínez Bande, un historiador
oficial de la Guerra Civil, de ideología
franquista. Su extensa obra estaba
patrocinada por el Servicio Histórico
Militar. El décimo volumen de la serie
de Monografías de la guerra civil de
Martínez Bande está dedicado a la
batalla de Teruel[29]. En esa obra
reproduce el párrafo del Campesino
citado por Prieto, precedido por unas
pocas líneas que, si aceptamos la
puntuación utilizada en Entresijos y en
Convulsiones, II, debieron de ser
redactadas por Prieto. Dicen así:
Para conseguir propinarme el golpe de
gracia, tuvo lugar un conciliábulo rusoespañol. «Debemos explotar la caída de
Teruel», decretó Gueré [Gerö], uno de
los delegados del Kremlin, secundado
por Stepanov, que acababa de volver de
un viaje muy rápido a Moscú, de donde
había traído
instrucciones
muy
[30]
concretas .
Aunque este hecho no queda
claramente indicado por Prieto, la frase
de Gerö procede de Jesús Hernández[31].
El comentario de Gerö, que acabo
de citar, es aparentemente posterior a la
caída de Teruel y por lo tanto no se
adecúa a ninguna trama para abandonar
Teruel con el fin de desprestigiar a
Prieto. En cualquier caso, Martínez
Bande atribuyó la frase a Prieto y, con
estas pocas líneas, dio su aprobación a
la teoría de Gorkin-el Campesino sobre
la conspiración ruso-republicana para
echar a Prieto del Ministerio. Según
Martínez Bande: «la versión del
Campesino [sobre Teruel] está llena de
errores estúpidos, por no decir mentiras,
pero merece la pena leerla»[32]. Y
posteriormente aclara por extenso: «Es
probable que Valentín no fuera un
cobarde y menos aún un héroe. Sufrió
mucho en Teruel, pero su estado de
ánimo no era igual al de los coroneles
Barba y Rey d’Harcourt»[33]. «Ni
Modesto ni Líster podían hacerle
demasiados reproches, ya que ninguno
de los dos había cumplido las misiones
que les habían sido encomendadas»[34].
En este punto, quiero mencionar
brevemente lo que El Campesino,
Modesto
y
Líster
escribieron
posteriormente sobre las horas finales
de la batalla de Teruel. El Campesino
explica en Comunista en España que,
abandonado por Modesto y Líster, que
supuestamente debían acudir a salvarlo,
él y sus hombres lucharon durante cinco
horas en la noche del 21 de febrero para
escapar del cerco que los nacionales
estaban formando alrededor de Teruel.
Afirma lo siguiente: «Perdí varios miles
de hombres en la batalla, pero
conseguimos levantar el cerco y pude
salvar a unos 11 000 hombres»[35]. Tanto
Modesto como Líster contaron su propia
versión sobre los últimos días de la
batalla de Teruel después de que se
publicara la del Campesino-Gorkin.
Modesto acusa al Campesino de haber
«evacuado Teruel sin atender a órdenes
y sin que fuera necesario»[36]. Líster, con
mayor dureza, acusa a Valentín González
de haber huido de Teruel, dejando atrás
a cientos de sus hombres que cayeron en
manos del enemigo, y de haberse
alejado hasta una distancia de cincuenta
kilómetros detrás del frente. Líster
expresa su indignación ante el hecho de
que El Campesino no hubiera sido
castigado por su comportamiento y que
ni siquiera lo hubieran relevado de su
puesto de mando al frente de la
división[37].
Estas tres versiones de las horas
finales de la batalla de Teruel pueden
compararse con la versión de Martínez
Bande sobre este mismo suceso, basada
en comunicados y despachos captados
del ejército republicano. Martínez
Bande no acepta la versión del
Campesino sobre su escapada de Teruel.
Basando su texto en comunicados
oficiales republicanos entre el ministro
Prieto y el general Vicente Rojo, que
estaba a cargo de la retirada de Teruel,
muestra que tanto Prieto como Rojo
quedaron sorprendidos por los primeros
datos que salieron a la luz confirmando
que El Campesino había abandonado su
posición en Teruel el 21 de febrero.
Según Martínez Bande: «pero Prieto se
muestra escéptico y más aún cuando, el
22 de febrero, Rojo le habla de “las
cantidades ingentes de fugitivos en las
carreteras de Teruel, muchos de ellos
desprovistos de armamentos”. Muchos
son de la división del Campesino y casi
todos han abandonado las armas. […] El
23, el desorden continúa […] el 24,
Prieto vuelve a hablar con Rojo sobre
“el caso del Campesino”. El ministro
quería que El Campesino redactase un
informe sobre las razones de su
abandono de la ciudad así como sobre el
modo en que se llevó a cabo la
evacuación, “porque el caso no ha
quedado suficientemente aclarado” y
existen contradicciones entre la
afirmación de que la retirada se había
llevado a cabo de manera ordenada y la
realidad de unos fugitivos desarmados y
desmoralizados»[38]. Este material nos
obliga a dudar seriamente de las
revelaciones del Campesino en la
posguerra y de hasta qué punto fue
sincera la sorpresa de Prieto ante estas
revelaciones (véase la nota 25 y el texto
relacionado con la misma).
Martínez Bande, como oficial del
ejército, juzga al Campesino con dureza,
acusándole de haber abandonado a sus
tropas. Se hace esta pregunta:
«¿Quedaban efectivos en Teruel?
Independientemente de que se hubiera
evacuado la ciudad o no y del modo en
que se llevara a cabo dicha evacuación,
cabe hacerse otra pregunta: ¿Es cierto
que El Campesino dejó atrás a una parte
de sus hombres?»[39]. Posteriormente
cita varios despachos del ejército
nacional. Uno de ellos confirma que
unos 1200 hombres de la división del
Campesino, en la mañana del 22 de
febrero, habían tratado de abandonar
Teruel. Según esta fuente, muchos de
ellos fueron apresados. Martínez Bande
comenta: «así, por lo menos quedaron
atrás 1200 hombres tras la huida del
Campesino»[40]. Un despacho de otra
unidad informaba de que, al entrar en
Teruel esa mañana, habían hecho 400
prisioneros, algunos procedentes de la
división del Campesino. Además, otro
parte de los nacionales dice: «el
enemigo, dividido y destruido, se rindió
en grandes grupos, mientras que otros
lograron escapar por el cauce del río
durante la noche»[41].
Estos datos resultan a veces
contradictorios. Resumiendo, Martínez
Bande afirma: «Parece que al caer la
noche del 21 de febrero El Campesino
huye con una cantidad de hombres no
determinada y desde entonces perdemos
todo contacto con él; finalmente,
reaparece
muy
atrás
en
la
retaguardia»[42]. Por supuesto, la
condena de Martínez Bande tiene un
carácter parcialmente político[43].
En Testimonio de dos guerras[44]
escrito por Manuel Tagueña Lacorte y
publicado postumamente en México en
1973, encontramos una evaluación más
ponderada de la carrera del Campesino.
Tagueña provenía de una familia de
clase media y en 1933 ya era licenciado
en ciencias físicas y matemáticas. En
1932 se afilió al Movimiento de las
Juventudes Comunistas con su «mejor
amigo», Femando Claudín, y en la
primavera de 1936 se convirtió en
miembro del Partido Comunista de
España. Como había recibido un
entrenamiento militar básico, cuando
estalló la rebelión de Franco se alistó
inmediatamente
en
el
ejército
antifascista de la república. Terminó la
guerra como teniente coronel y, tras
varios meses de aventuras, acabó en
Moscú, donde pasó los años de la
Segunda Guerra Mundial como alumno
de la Academia Militar de Frunze y
finalmente se alistó al ejército soviético.
Tagueña no estuvo presente en la
batalla de Teruel y escribió tan sólo
unas líneas sobre los últimos días de
este suceso. «Algunos de los defensores
consiguieron escapar con El Campesino;
los demás perecieron o fueron
apresados»[45]. En cambio, no menciona
al Campesino en su detallada narración
sobre la batalla del Ebro y la defensa de
Cataluña, así como sobre la derrota final
y la retirada hacia Francia. Esta laguna
puede explicarse por una afirmación
posterior de su libro cuando dice que, al
ingresar en la Academia de Frunze en
Moscú en 1939, «no esperaba
encontrarme al Campesino, que había
sido relevado del mando desde la
batalla del Ebro; pero su prestigio le
favoreció, así como la insistencia de los
rusos»[46].
Tagueña da a su vez información
sobre la experiencia del Campesino en
la Academia Militar de Frunze, mucho
más creíble en lo concerniente a este
episodio que las páginas del propio
Campesino y Gorkin. Por ejemplo, a
final del verano de 1940, se hicieron
irnos exámenes. «Algunos de nuestros
compañeros recibieron notas muy bajas
y en el caso de tres personas los
resultados fueron prácticamente nulos.
Una de esas personas era el Campesino,
a quien tuve que apoyar porque no
estaba de acuerdo con la creciente
hostilidad hacia él por parte de los
compañeros. Es cierto que no tenía el
nivel suficiente para realizar estudios
superiores, pero no era el único, y
mientras siguiera siendo nuestro
compañero de estudios, pensaba yo que
debíamos tratarlo como tal. Dos de los
estudiantes tuvieron que abandonar la
academia, uno de ellos fue El
Campesino»[47].
Este autor vuelve a mencionar al
Campesino
al
referir
los
acontecimientos de 1943, cuando, tras la
batalla de Stalingrado, se efectuó una
serie de cambios en la organización de
los refugiados españoles y de algunos
elementos de la Academia de Frunze,
que habían sido trasladados a la
República Uzbeka en 1942, cuando
Moscú estaba amenazada por el avance
de los ejércitos nazis. En ese momento,
escribe Tagueña, «ciertos elementos
como El Campesino» fueron excluidos
del grupo. Tagueña amplía la
información del siguiente modo: «El
Campesino había sido enviado a
Kokand, donde parece que se convirtió
en un personaje importante en los bajos
fondos locales y en el mercado negro»,
pero inmediatamente añade: «también se
dice que cuando otros españoles acudían
a él, les ayudaba a resolver sus
problemas»[48].
Tagueña no hace referencia a los
escritos de Gorkin o del Campesino,
pero es bastante probable que los
hubiera leído ya que escribe: «con el
tiempo, El Campesino demostró que no
se había distinguido en la guerra sólo
por casualidad y que era capaz de
realizar hazañas que ninguno de sus
detractores se habría atrevido a
intentar»[49].
Esta actitud benevolente y casi
paternalista hacia El Campesino por
parte de Tagueña fue adoptada también,
aunque a menor escala, por otro oficial
comunista, Antonio Cordón. Cordón era
ingeniero industrial y cuando estalló la
Guerra Civil fue retirado del Cuerpo de
Ingenieros del
Ejército. Ingresó
inmediatamente en las filas republicanas
en el Ministerio de la Guerra y a la vez
en las del Partido Comunista. Negrín
tenía un alto concepto de él y lo
ascendió a general durante las últimas
semanas del conflicto. Aunque Cordón
no estuvo en el frente de Teruel durante
la batalla, su puesto (era director de
material en la Subsecretaría de Defensa)
le permitió estar bien informado de lo
que había pasado allí. Opinaba que el
comportamiento del Campesino era
despreciable
y
confirmó
que
«completamente desmoralizado, [el
Campesino] abandonó a sus hombres y
éstos, desprovistos de su comandante, se
retiraron desordenadamente en un
momento muy inoportuno»[50].
Cordón
analizó
con
cierto
detenimiento el caso de Valentín
González. Voy a citar algunas líneas: «el
prestigio del Campesino tiene su origen
en los primeros días de lucha, cuando la
guerra aún tema, en lo que respecta al
lado
republicano,
un
carácter
[51]
guerrillero» . Esto coincide con la
opinión de Tagueña. Cordón describió el
problema de Valentín González como un
«caso del falso prestigio de un individuo
creado principalmente por el reflejo del
auténtico prestigio y la valentía del
grupo comandado por él, y por tanto,
más aparente que real»[52]. Afirmaba
además que «el Campesino tenía una
gran habilidad para el autobombo, faceta
que
siguió
desarrollando.
La
exageración y el falsedad, que eran
aspectos congénitos de su persona, le
servían
para
ese
propósito.
Hipersensible a los halagos y
extremadamente vanidoso, se sentía “un
héroe del pueblo”»[53]. En otro
fragmento dice: «Es necesario también
reconocer que, al mantener el falso
prestigio de Valentín González, nosotros,
o sea, el Partido Comunista, tenemos
que asumir parte de la culpa. […] El
error consistió, creo, en ayudar mucho
más allá de lo razonable a un hombre tan
carente de la más mínima capacidad de
progreso en cualquier aspecto: moral,
intelectual, político o militar, como era
Valentín González»[54]. Cordón trató por
todos los medios de mostrarse ecuánime
con El Campesino, reconociendo que
estaba mejor preparado para la guerrilla
que para una guerra organizada. Explicó
una anécdota ilustrativa sobre Valentín
González que aclara en parte la
revelación de Gorkin sobre el
analfabetismo del Campesino. Poco
después de la caída de Teruel, Cordón
visitó el cuartel general de la división
del Campesino, el cual «se negó
insistentemente a indicarme la posición
de sus brigadas en el mapa». La razón:
«El Campesino no sabía leer un mapa».
Su jefe del estado mayor tuvo que
explicarle a Cordón lo que necesitaba
saber[55].
El 4 de abril de 1938, tras la caída
de Teruel, se le encomendó la defensa
de Lérida al Campesino. Cuando la
caída parecía inminente, Cordón fue a
visitar al Campesino, a quien habían
dado orden de no abandonar su puesto
de mando en el Segre sin autorización
previa. Cordón escribió: «Yo era
consciente del miedo que, desde Teruel,
se había apoderado de Valentín
González, por estar de espaldas al río
ante el ataque del enemigo». Entonces se
enteró de que El Campesino había
cruzado el río dos o tres días antes,
«desligado casi por completo de sus
fuerzas, igual que había hecho en
Teruel». Cordón acabó encontrándolo en
una granja aislada: «Estaba echado,
vestido, sobre una cama, quejándose de
unos terribles dolores, aunque no sabía
decir exactamente dónde le dolía. O sea,
haciéndose el enfermo de nuevo. Desde
luego, enfermo sí que estaba… enfermo
de un pánico incontrolable. Ordené que
lo metieran en una ambulancia y lo
trasladaran a Barcelona»[56]. Éste debía
de ser sin duda el incidente al que se
refería Tagueña cuando expresó su
sorpresa al ver al Campesino entre los
admitidos a la Academia de Frunze, y
también explica claramente qué quería
decir Tagueña cuando escribió que «El
Campesino […] había sido relevado de
su puesto de mando desde la batalla del
Ebro».
Castro Delgado, que era comisario
político durante la batalla de Teruel, no
menciona al Campesino por su nombre
en las trece páginas que dedica a la
batalla de Teruel en su libro de 1960,
Hombres made in Moscú, pero se
refiere a él en clave. Dice así: «El
heroísmo de las fuerzas republicanas,
especialmente las de la división 46, que
resistió en Teruel hasta que el cerco del
enemigo se completó, y que luego se vio
obligada a romper el cerco por mera
tenacidad […]»[57]. La división 46 era
la del Campesino. Esta frase se puede
interpretar como si Castro Delgado
hubiera leído Comunista en España.
Pero cincuenta páginas más adelante y
en una prosa no muy inteligible —
Tagueña y Cordón escriben mucho mejor
— hay una referencia directa al
Campesino «quien, desde que perdió
Lérida, decía que sufría de tuberculosis,
a pesar de su fantástico aspecto»[58].
Cuarenta páginas más adelante, describe
una noche durante la batalla por
Cataluña, cuando la mujer de Líster
acaba de preparar una cena: «El
Campesino comenzó a hablar de sus
tiempos como jefe del estado mayor de
Ed-el-Krim [sic] el viejo rebelde
causante del desastre de Annual. Era
todo mentira, pero estaba muy bien
contada. […] El Campesino era un
embustero increíble»[59].
Otro autor que habla sobre El
Campesino, Gorkin, Prieto y la batalla
de Teruel es Santiago Carrillo en sus
Memorias (1994). Carrillo define
Comunista en España como «un libro
firmado por Valentín González El
Campesino y redactado, como era bien
sabido entonces, por Gorkin —ya que El
Campesino apenas sabía leer y escribir
— […]». Añade que «todos aquellos
que conocían la evolución de la batalla
de Teruel saben que El Campesino
abandonó la ciudad antes que sus tropas
y que fue muy criticado por ello»[60].
Carrillo y Martínez Bande están de
acuerdo en una cosa. Cuando Carrillo
escribe: «Es difícil creer que Prieto
aceptase tan fácilmente esta estúpida
versión, ya que siguió las operaciones
de esos días muy de cerca, y teniendo en
cuenta además lo detallado de la versión
del Campesino»[61]. Existe a su vez un
amplio consenso entre los puntos de
vista que he citado en apoyar la condena
del comportamiento del Campesino en
Teruel. La explicación de Cordón sobre
lo que pasó en Teruel y en Lérida, así
como su análisis del comportamiento del
Campesino, resultan útiles para
comprender la carrera posterior de
Valentín González en la Unión Soviética
y en Europa occidental. No hay nada que
nos lleve a creer las historias tramadas
por Gorkin y El Campesino.
Pero el propio Gorkin fue el
promotor más entusiasta de la
reconstrucción de la batalla de Teruel
por parte del Campesino. Esto puede
quizás considerarse natural ya que,
como hemos visto, afirmaba haberla
escrito personalmente. «El Campesino
ha esclarecido la diabólica maniobra
soviética dirigida, en efecto, contra
Prieto», aseguraba Gorkin en su
opúsculo España, primer ensayo de
democracia popular, en referencia a la
batalla de Teruel, que describió también
como «la maniobra más desleal y
monstruosa»[62]. Este librito fue
publicado en Buenos Aires por la
Asociación Argentina por la Libertad de
la Cultura, un satélite del Congreso por
la Libertad de la Cultura.
Bolloten comentó la carta del
Campesino y la reacción de Prieto de
esta ambigua manera: «Aunque es
discutible que los comunistas llegasen al
extremo de ordenar la retirada de Teruel
para destruir a Prieto, no cabe duda de
que la pérdida de la ciudad fue el
comienzo del movimiento en contra
suya»[63]. Pero, aunque Bolloten no
estaba seguro de si debía aceptar como
una verdad irrefutable el testimonio del
Campesino sobre la batalla de Teruel,
no tenía dudas respecto de la existencia
de una conspiración comunista para
echar a Prieto del Ministerio de
Defensa. Pero ¿no es posible acaso que
este esfuerzo de Negrín por reemplazar
a Prieto como ministro de Defensa
hubiera estado motivado por un deseo
de ganar la guerra? Desgraciadamente,
la interpretación que hace Bolloten del
testimonio del Campesino sobre los
hechos de Teruel encaja muy bien con
una constante que recorre gran parte de
su libro: la idea de que la política del
gobierno de Negrín siempre estuvo
dirigida hacia la creación de un soviet
español, con el control del victorioso
ejército
republicano
en
manos
comunistas.
No cabe duda de que los comunistas
podrían haber llegado a controlar el país
si la República española hubiera
derrotado a Franco en 1938(?) o
1939(?). Si los ejércitos republicanos
hubieran vencido a Franco, ¿cuál habría
sido la situación en el resto de Europa?
Nadie, ni Bolloten ni yo, podrá saberlo
nunca. Sin duda, España se habría
encontrado en un estado de destrucción y
de choque similar al que experimentó el
país tras la victoria de Franco en 1939.
Después de su victoria, Franco fue
incapaz de hacer frente a las exigencias
de sus acreedores, salvo a través de
alguna pequeña colaboración. ¿En qué
estado se habrían encontrado la
Alemania nazi o la Unión Soviética?
Podemos estar seguros de una cosa: la
Unión Soviética habría tenido graves
problemas logísticos para enviar ayuda
a España. De hecho, siempre fue
reticente a involucrarse realmente sobre
el terreno, lejos de sus fronteras, y en
realidad su intervención en Afganistán,
por cerca que estuviera de sus fronteras,
fue un desastre. La historia ficción no es
más que conjeturas.
Sin embargo, Bolloten hipoteca una
gran parte de sus argumentos en su idea
de que, si la República española hubiera
vencido en su resistencia contra Franco
y la derecha española, España se habría
convertido de la noche a la mañana en
un satélite soviético. Este punto de vista
es insostenible no sólo porque está
desarrollado fuera de contexto[64], sino
porque el propio Bolloten demuestra en
su libro que Stalin no estaba interesado
en España como tal, sino en evitar un
ataque nazi contra la Unión Soviética.
Stalin pretendía persuadir a Gran
Bretaña y a Francia, que seguían siendo
sólidas potencias coloniales, para que
se sumaran a una coalición antinazi. Una
España comunista no era algo que
entrase dentro de sus planes. Incluso el
principal valedor de la obra de
Bolloten, Trevor-Roper, escribió que
«el mayor temor de Stalin provenía de
Alemania y la derrota del fascismo en
España era más importante para él que
la victoria del comunismo»[65].
Julio Aróstegui, de la Universidad
Complutense de Madrid, en el análisis
más ponderado que conozco sobre la
obra de Bolloten[66], subraya el hecho de
que Juan Negrín es el «gran villano de la
obra bollotiana»[67]. En el capítulo 55
de su libro, donde trata de diseccionar
la obra de Negrín, escribe:
Mi opinión sobre Negrín, basada en
testimonios
orales
y
escritos,
ponderada y digerida durante más de
cincuenta años, es que éste hizo más
que cualquier otro político, consciente
o inconscientemente, por extender y
consolidar la influencia del Partido
Comunista en los centros de poder
principales —el ejército y los servicios
de seguridad— durante los años finales
de la guerra[68].
En su tratamiento del análisis de
Bolloten sobre las relaciones de Negrín
con el PCE y la Unión Soviética,
Aróstegui indica que «Bolloten acaba
por reconocer, sin embargo, que el
objetivo primordial de la política de
Negrín era obtener armas de los
soviéticos»[69]. Más adelante observa lo
siguiente: «La verdad es que la idea de
Negrín como delegado de los
comunistas fue puesta en circulación por
Indalecio Prieto tras su salida del
Ministerio y la famosa polémica que
siguió a este hecho»[70]. (Como ya he
demostrado, al hablar del sitio de
Teruel, Prieto se dejaba seducir
fácilmente por cualquier prueba, incluso
la más cuestionable, como en el caso de
Gorkin, con tal de que procediera de los
enemigos de Negrín).
Aróstegui apunta que Bolloten
cuestiona «todas las opiniones de los
ensayistas que mantienen una postura
distinta a la suya en relación con Negrín
(Marichal, Viñas, Malefakis, [Herbert
L.] Matthews)»[71]. El historiador
español afirma entonces: «Pero la
cuestión más importante es que la
diatriba antinegrinista de Bolloten acaba
con un párrafo que es, en última
instancia, equivalente a una tesis que
deja prácticamente todos sus argumentos
vacíos de significado». El párrafo en
cuestión dice así: «A pesar de la
importancia de Negrín para el PCE y
Moscú durante la Guerra Civil y sus
buenas relaciones con el embajador
soviético, sería un error pensar que
durante el conflicto español éste
ofreciera sus servicios alegremente a
Moscú y que no hiciera nada por
mantener un mínimo grado de
independencia
política
para
sí
[72]
mismo» .
Propongo ahora estudiar las
reacciones de Bolloten a la carta de
Gorkin del 18 de octubre de 1984. No
me consta que en la correspondencia de
Bolloten en general o en su
correspondencia con Gorkin haya
muestras de irritación o siquiera de un
cierto malestar ante la situación en que
se encontraba entonces. Algunos
historiadores se habrían sentido
obligados a mostrar un cierto
arrepentimiento público por haber
tergiversado tan descaradamente el
testimonio
del
Campesino,
especialmente en su polémica conmigo
en el TLS de 1978. Durante los tres años
que pasaron entre el momento en que
recibió la carta de Gorkin y su muerte,
Bolloten no hizo nada por corregir la
información.
La reacción de Bolloten frente al
propio Gorkin, tras la carta de este
último el 18 de octubre de 1984, es
difícil de comprender. Bolloten podría
haberse sentido contrariado por Gorkin
por haberle engañado éste con respecto
a la obra del Campesino. Por lo menos,
podría haberse mostrado distante y frío
con él. Muy al contrario, en su siguiente
carta (11 de diciembre de 1984),
Bolloten le pide perdón por no haber
podido contestar antes a su «muy
amable» carta y le agradece «mucho»
los «términos tan favorables en que
habla de mi libro», que eran además
«tanto más favorables cuanto que esas
palabras vienen de alguien por quien
siento gran respeto y admiración».
En el siguiente párrafo, Bolloten
prosigue de este modo, refiriéndose
directamente al contenido de la carta
que acababa de recibir:
Y ahora quiero expresarle mi más
sincero
agradecimiento
por
su
respuesta a las diferentes preguntas que
le he formulado. No sólo ha confirmado
algunas cuestiones que necesitaba
ratificar, sino que me ha aclarado varios
aspectos importantes
enriquecer mi libro.
que
van
a
En esta carta no hay ninguna prueba
de que Bolloten se sintiera en modo
alguno preocupado por las revelaciones
de Gorkin respecto al Campesino, y así
acaba diciendo: «su amigo le saluda
muy afectuosamente». Es cierto que
Gorkin había mencionado su delicado
estado de salud, pero la respuesta de
Bolloten indica una extraña indiferencia
hacia las consecuencias de la confesión
de Gorkin respecto al testimonio
probado de uno de los testigos más
importantes de Bolloten.
La actitud mostrada por Bolloten
unas cuantas semanas después de recibir
la carta de Gorkin siguió manteniéndose
un año después, como demuestra esta
carta del 21 de noviembre de 1985:
[…] Estoy en deuda con usted por todo
lo que he aprendido de sus espléndidos
libros y por sus esclarecedoras cartas
recibidas durante varios años. Estoy
orgulloso de poder contar con su
amistad, así como con su inestimable
ayuda, y quiero que lo sepa, por si acaso
le satisface el haberme ayudado a
escribir la verdad sobre unos hechos tan
tergiversados por historiadores y
políticos.
Esta
cita
demuestra
la
incomprensible
incoherencia
que
caracteriza el pensamiento de Bolloten.
¿Cómo es posible que un hombre
razonable
(Bolloten)
tuviera
la
desfachatez de hablar de la verdad a la
misma persona (Gorkin) que le había
estado
proporcionando
intencionadamente información que
ambos, gracias a la carta en que Gorkin
se confesaba, sabían que era falsa en
todos los sentidos?
No se puede argüir que las cuatro
citas atribuidas, sin explicación ni
rectificación alguna, al Campesino en el
libro de Bolloten de 1991 sean tan sólo
el resultado de una redacción hecha
antes de que Bolloten hubiera recibido y
comprendido la crucial carta de Gorkin
en 1984, ni tampoco que Bolloten no
hubiera tenido el tiempo ni la fuerza
suficientes para incluir esta inquietante
información en su trabajo en curso, antes
de su muerte en 1987. La prueba de que
Bolloten siguió citando los escritos del
Campesino hasta enero de 1986 —más
de un año después de la carta de Gorkin
— la encontramos en otra nota de su
libro de 1991:
El intento más reciente de restituir a
Negrín tuvo lugar con ocasión de un
coloquio celebrado en las islas Canarias
en honor de este primer ministro, al que
asistieron Tuñón de Lara, Juan Marichal,
José Prats y Juan Rodríguez Doreste
(estos
dos
últimos,
antiguos
colaboradores de Negrín) y en el cual el
famoso historiador Javier Tusell se vio
superado por la cantidad de apologistas
de
Negrín.
Según
Tusell,
el
conferenciante más tendencioso no fue
Tuñón de Lara, sino Juan Marichal
(carta dirigida a mí). Fue debido a este
constante esfuerzo por renovar la figura
de
Negrín,
cuyos
principales
apologistas evitan deliberadamente
mencionar cualquier testimonio que
entre en conflicto con su invariable
postura, por lo que me decidí a leer una
ponencia en Madrid en la 16.ª
Conferencia Anual de la Sociedad para
Estudios Históricos Españoles y
Portugueses sobre el Extraño caso del
doctor Juan Negrín. La ponencia se
publicó en Historia 16 en enero de
1986 con ochenta y nueve referencias
bibliográficas[73].
Una de estas ochenta y nueve
referencias, la n.º 52, reza así: «Valentín
González (El Campesino) Comunista en
España y antistalinista en la URSS
(México D. E: Editorial Guarania,
1952), pág. 72». El texto relacionado
con la nota es el siguiente:
En vista de las pruebas de hostilidad
[hacia el Partido Comunista, que existía
entre
ciertos
socialistas
y
anarcosindicalistas], no es en absoluto
esencial recurrir al testimonio de
eminentes
excomunistas.
Pero
ignorarlo completamente sería como
ceder ante aquellos que excluirían de la
historiografía de la Guerra Civil todos
los libros que no se adaptan a la línea
del partido. Por lo tanto, voy a citar a
Valentín González […] quien escribió lo
siguiente:
«El odio de las masas a los comunistas
alcanzó tal nivel que, durante una
reunión del Politburó, uno de los
líderes tuvo que declarar: ¡No podemos
echamos atrás! Debemos seguir
adelante y mantenemos en el poder a
toda costa. De otro modo, nos cazarán
por la calle como a animales»[74].
También podemos encontrar esta
última cita en el libro de Bolloten de
1991 (pág. 633) indicando la misma
fuente, pág. 72 de Comunista en España
y
antistalinista
en
la
URSS.
Anteriormente había sido reproducida
parcialmente en el capítulo con que
Bolloten contribuyó al libro The
Republic and the Civil War in Spain
(1971) editado por Raymond Carr. El
párrafo anterior también aparece citado
en el libro de Bolloten (pág. 632). Lo
importante es que la información de
Historia 16 se publicó en enero de
1986, en vida de Bolloten y que está
recogida en su libro. Bolloten, a pesar
de sacar pecho constantemente con su
devoción por la verdad, incorporó en su
conferencia ante la SSPHS, así como en
el texto que apareció en Historia 16 en
1986, un testimonio del Campesino que
ya desde 1984 sabía que provenía del
departamento
personal
de
falsificaciones de Julián Gorkin.
He mencionado anteriormente el
opúsculo
publicado
y
escrito
parcialmente por Gorkin para el
Congreso por la Libertad de la Cultura,
titulado España, primer ensayo de
democracia popular, publicado en
Buenos Aires en 1961. Este opúsculo
contenía no sólo el artículo de Gorkin
con el mismo título, sino también treinta
páginas del libro de Jesús Hernández Yo
fui un ministro de Stalin, cuyo
manuscrito,
como
he
indicado
anteriormente, fue corregido de acuerdo
a las instrucciones de Gorkin con el
objetivo de exagerar la importancia del
asesinato de Andreu Nin, convirtiéndolo
en el incidente más decisivo de la
Guerra Civil española. No debe
sorprendemos que estas páginas de la
obra de Hernández otorguen una
importancia exagerada al POUM y al
papel político de Julián Gorkin.
El título de este libro se convirtió,
con la ayuda de Bolloten, en un eslogan
político frecuentemente repetido y de
dudosa veracidad, mediante el cual se
atacaba a la República española,
comparándola con los Estados del este
de Europa a finales de los años
cuarenta.
Cualquier
intento
de
comparación de la posición, real o
potencial, del poder y la influencia
soviéticos en España en 1938-1939 con
los de los ejércitos soviéticos en el
frente oriental en 1944-1945 —que en
ese momento era probablemente la
fuerza armada más fuerte del mundo—
es absurdo.
La labor propagandística de Gorkin
en Suramérica (en defensa de
Washington y de la doctrina Monroe)
resultó también bastante útil para ciertos
elementos
norteamericanos.
Por
ejemplo, fue reproducida en un libro de
ensayos de 1963, The strategy of
deception: A study of worldwide
Communist tactics, editado por Jeane J.
Kirkpatrick, que posteriormente fue
embajadora del presidente Reagan en
las Naciones Unidas[75]. Bolloten
repetía como un loro el eslogan
inventado por Gorkin. Invitado, a finales
de abril de 1978, por una de las
estrellas de la televisión francesa, Jean-
Marie Cavada, a participar en un
programa llamado «Grand Témoin», su
principal contribución al programa fue
la siguiente: «La República española
durante la Guerra Civil fue el primer
experimento de una democracia
popular»[76]. Bolloten también apoyó el
argumento de Gorldn en las versiones de
su libro de 1979 y 1991, en las que
citaba al poumista con estas palabras:
Se ha dicho muchas veces que la Guerra
Civil española fue un ensayo general
para la Segunda Guerra Mundial; lo que
no se dice es que también fue la primera
zona de pruebas para la democracia
popular, fórmula que nos hemos visto
obligados a presenciar en una docena de
países durante la etapa de la posguerra.
Los hombres y los métodos utilizados
para convertir estos países en satélites
del Kremlin se probaron en España. Por
esta razón, entre otras muchas, la
experiencia española tuvo y sigue
teniendo un significado histórico y
universal[77].
La tesis de Gorkin no es válida
porque los supuestos de historia ficción
que utiliza son contradictorios y están
fuera de contexto. Bolloten, en sus
escritos tras la derrota del fascismo,
reconstruye el conflicto español como si
pudiera haber acabado con la presencia
de un ejército soviético triunfante y
amenazador en la vertiente española de
los Pirineos. No consigo imaginarme
una situación en la que una República
española victoriosa pudiera haber
constituido una amenaza para las
democracias capitalistas. Pero no
pretendo parecer un experto en historia
ficción, una pseudociencia de la que el
libro de Bolloten, en sus tres ediciones,
depende para su progreso y desenlace.
Creo que la Guerra Civil española tuvo
una importancia histórica y universal
porque fue el primer enfrentamiento
armado contra el fascismo en suelo
europeo. Al recalcar el siniestro
concepto de la «democracia popular»,
Bolloten olvida que las fuerzas de las
Naciones Unidas aceptaron el sacrificio
de veinticinco millones de ciudadanos
soviéticos como parte de la lucha
antifascista (pero, para Bolloten el
enemigo del pueblo español no era
Franco sino los antifascistas)[78].
La conversión de Bolloten desde el
antifascismo (antifranquismo) a un
anticomunismo
militante
(profranquismo) se produjo según el
modelo clásico, pero su caso fue
especial. A lo largo de su vida nunca
quiso admitir que se había vuelto un
partidario de la causa de Franco. Al
limitar sus escritos a un discurso hostil
sobre las acciones del bando
republicano en la Guerra Civil, se
olvidó de mencionar lo que estaba
pasando en el bando fascista. Esta
postura de no discutir las atrocidades
cometidas por el bando de Franco le
permitió a Bolloten elevar el asesinato
de Andreu Nin, un consejero poumista
de la Generalitat, al grado de mayor
crimen político de la Guerra Civil. En
realidad, el asesinato de Nin, a pesar de
ser una atrocidad, tuvo una importancia
relativa si lo ponemos en el contexto de
la Guerra Civil y de la matanza
generalizada de diputados y funcionarios
del Frente Popular llevada a cabo por
los ejércitos de Franco. El hecho de que
Bolloten hiciera hincapié en el asesinato
de Nin y que no quisiera discutir las
torturas y los estragos provocados en el
pueblo español por los partidarios de
Franco subraya la influencia de Gorkin
en la obra de Bolloten.
La obra póstuma de Bolloten revela
lo extremamente reaccionario que se
había vuelto durante sus años en
California. No sé de ningún otro
historiador norteamericano que haya
escrito sobre Eleanor Roosevelt con
tanto odio mezquino y acrimonia. En una
nota menciona una carta fechada el 14
de julio de 1939 que su amiga
Constancia de la Mora había dirigido a
la señora Roosevelt para agradecerle
que la hubiera recibido en compañía de
Juan Negrín en la Casa Blanca, unos
días antes. Constancia de la Mora había
utilizado la carta para llamar la atención
de Eleanor Roosevelt sobre la grave
situación de
los
escritores
e
intelectuales exiliados en México y
Suramérica y subrayaba el hecho de que
su prestigio cultural podría utilizarse en
Latinoamérica en la lucha contra el
fascismo. Bolloten, que había sido él
mismo un exiliado en México y un
antifascista provisional, pensó años más
tarde que estos hechos relacionados con
la señora Roosevelt resultaban muy
sospechosos Escribió lo siguiente: «En
vista de la afiliación comunista de
Constancia de la Mora y de su entrega a
la causa […] el fragmento citado
adquiere un enorme significado». A
continuación describe la visita que él y
su mujer le habían hecho al matrimonio
Hidalgo de Cisneros en Cuernavaca, a
principios de 1940, y revela este
curioso detalle: «[…] Puedo demostrar
que ella [C. de la Mora] seguía
manteniendo
correspondencia
con
Eleanor Roosevelt, ya que me pidió que
le enviara una carta»[79]. Podría haber
llamado
a
J.
Edgar
Hoover
directamente, ya que el jefe del FBI
sentía el mismo desprecio por la esposa
del presidente de los Estados Unidos
que Bolloten adoptaría posteriormente.
Esto ocurrió, por supuesto, años después
de que Bolloten consiguiera un visado
de inmigrante para los Estados Unidos
en un momento en que era muy difícil,
por no decir imposible, que un
extranjero con su reputación consiguiera
siquiera un permiso de visita de un
día[80].
Yo publiqué una crítica bastante
larga del primer libro de Bolloten en
1963 en El mito de la cruzada de
Franco[81]. Entonces fui menos duro con
Bolloten de lo que sería más tarde, ya
que estaba influido por mi recuerdo de
una conversación de varios años antes
con Constancia de la Mora en la que le
había alabado exageradamente. «¿No
podríamos acaso suponer», escribí,
«que Bolloten llevó a cabo sus
investigaciones antes de 1952 y que las
conclusiones del libro fueron redactadas
por otro Bolloten, nueve años mayor, un
Bolloten que quizás, entretanto, había
cambiado sus conviiones?»[82]. TrevorRoper consideró dicha explicación
«simple, ingenua incluso»[83], pero la
continua evolución de Bolloten, como
demuestran sus revisiones y añadidos,
tiende a confirmar mi hipótesis.
Bolloten ignoró durante muchos años
lo que yo había escrito sobre él en
español en 1963, pero cuando me
enfrenté a él en inglés en las páginas del
TLS en 1978, sin duda consideró que no
podía ignorar tamaño ultraje y se juró
que conseguiría desacreditarme. Pero
los métodos de venganza de Bolloten no
funcionaron. Le encargó a un joven
amigo,
George
Esenwein,
que
investigase mi pasado. Descubrió que yo
había trabajado durante el último año de
la Guerra Civil española como
«importante propagandista» para el
gobierno de la República española. Yo
había mencionado este hecho en mi
breve biografía que incluían Who is
Who in Frunce y Who is who in the
World. Había explicado en detalle mi
tarea eni938yi939 para el gobierno
republicano español en la traducción
española de Le mythe de la croisade de
Franco (1963) publicada en Barcelona
en 1986[84]. Este libro está incluido en
la bibliografía del libro de Bolloten de
1991. No se puede argüir en absoluto
que yo estuviera escondiendo mi
profundo compromiso con la causa de la
República española. A diferencia de
Julián Gorkin, quien escribió que se
había negado a estrechar la mano de
Juan Negrín[85], yo estaba muy orgulloso
de haberlo hecho. Estaba y sigo estando
orgulloso de haber luchado, con la
ayuda de mis modestos conocimientos,
por defender la imagen de la República
española, durante la Guerra Civil y
después de la misma.
Sin duda los lectores del libro de
Bolloten se hubieran interesado más por
el pasado de Bolloten, que él trataba de
esconder, que por el mío (que se puede
consultar en cualquier buena biblioteca
universitaria). He tratado de sacar a la
luz algunos aspectos del pasado de
Bolloten, ya que sirven para explicar las
contradicciones y las incoherencias de
sus sucesivas obras. Lo que es
inadmisible es el intento de Bolloten de
crucificarme por el hecho de defender
las mismas convicciones políticas que él
mantuvo durante la Guerra Civil y hasta
aproximadamente un año después de la
misma. Parece como si todo lo que ha
publicado desde que cambió su opinión
sobre la Guerra Civil no hubiera sido
más que una búsqueda desesperada de
una absolución, un perdón general por
sus pecados de juventud.
Los comentarios de Bolloten sobre
mi persona ocupan hasta 107 líneas en
tres notas: en las págs. 789-790, me
dedica diez líneas; en las págs. 881-882,
49 líneas y en las págs. 916-917, me
dedica 47 líneas. A mí no me ofenden
las palabras que Bolloten me dedica,
tanto como a él parecen haberle
ofendido las mías; desgraciadamente, en
lo que representa un caso curioso de
mala edición, tratándose de una editorial
universitaria, más de la mitad de las 107
líneas dedicadas a mi persona están
repetidas. La siguiente cita puede
encontrarse, repetida palabra por
palabra, tres veces a lo largo del libro:
«“A fin de comprender el firme e
incondicional apoyo de Southworth a
Negrín”, escribe George Esenwein,
“debemos tener en cuenta que éste
realizó
una
importante
tarea
propagandística del gobierno de Negrín.
Entre febrero de 1938 y febrero de
1939, dirigió en Nueva York el boletín
The
News
of
Spain
(véase
Contemporary Authors, vols. 85-88,
pág. 557), que, si no estaba financiado
por u oficialmente asociado con el
gobierno republicano español, constituía
sin duda un difusor de su política”»[86].
Sin duda Bolloten se entregó en
cuerpo y alma —si no en inteligencia—
a esta acusación hacia mi persona, sin
necesidad siquiera de comentar mis tres
libros sobre la Guerra Civil española y
limitándose tan sólo a una parte de lo
que yo había escrito sobre él en el TLS.
Reaccionaba con ira ante cualquier
discrepancia con sus declaraciones, por
polémicas que fueran. Bolloten tenía su
propia lista de éxitos, como podemos
ver en esta carta dirigida a Gorkin del
13 de octubre de 1982: «Si hombres
como Juan Marichal (gran admirador de
Negrín), Viñas (gran admirador de Juan
Marichal), Southworth y Georges Soria
monopolizan la verdad histórica como
están tratando de hacer, con cierto éxito
además, debemos pensar que no hay
esperanza para la libertad». El 27 de
enero de 1986 le escribió de nuevo a
Gorkin: «Es necesario contrarrestar en
lo posible la enorme influencia de Juan
Marichal, Ángel Viñas, Tuñón de Lara,
Southworth, [Pierre] Vilar y tantos otros
que están tratando de restituir la figura
de Negrín».
A fin de evaluar la intención
expresada por Bolloten de escribir la
verdad, es fundamental que seamos
capaces de calcular la credibilidad de
Julián Gorkin, el hombre que, directa o
indirectamente, proporcionó una gran
parte de los elementos clave en todos
sus argumentos. Este hecho resulta
particularmente relevante a la vista de la
indignación demostrada por Bolloten
ante la sugerencia de que las fuentes en
las que había basado su trabajo pudieran
haber sido financiadas en último
extremo por la CIA. Gorkin parece
haber sido la persona que mayor
influencia ejerció en el pensamiento y
los escritos de Burnett Bolloten, con la
posible excepción de Ronald Hilton y
unas pocas personas allegadas a él, en
California. El español llamado Julián
García Gómez, más conocido por su
nom de plume Julián Gorkin, siendo
dicho nombre, según sus biógrafos, un
homenaje (?) al escritor ruso Maxim
Gorki, nació en el seno de una familia
pobre en la provincia de Valencia, en el
año 1901, y se convirtió en uno de los
miembros fundadores del Partido
Comunista de España. Según uno de sus
biógrafos, salió del país para expresar
su oposición a la guerra colonial en el
Rif. Militó en la Tercera Internacional
hasta 1929, momento en que rompió con
Moscú. Tras da caída de Primo de
Rivera, regresó a España y en 1935 se
afilió al Partido Obrero de Unificación
Marxista, del que llegó a ser secretario
general. Durante la Guerra Civil
participó activamente en los disturbios
de mayo de 1937 en Barcelona. Fue
arrestado, como casi todos los líderes
del POUM, y condenado a prisión, de
donde consiguió escapar pocos días
antes de la caída de Barcelona en
1939[87].
Gorkin compartió una experiencia
decisiva con dos norteamericanos,
Bertram D. Wolfe y Jay Lovestone: los
tres habían participado activamente en
los primeros años del movimiento
comunista y los tres habían abandonado
el movimiento. (Ya he mencionado
anteriormente a Wolfe en relación con
Castro Delgado y las actividades
anticomunistas encubiertas en la
Alemania de la posguerra). Durante la
Guerra Civil española, Wolfe era un
escritor residente en Nueva York y
Lovestone era un miembro importante de
la Federación Americana del Trabajo
(American Federation of Labor, AFL).
Existen razones para creer que Wolfe y
Lovestone eran militantes poumistas en
el momento en que éstos fueron
arrestados y encarcelados en 1937.
David Wingeate Pike, que ha escrito
mucho sobre la Guerra Civil y que
conoció a Gorkin en París durante los
últimos años de su vida, escribió que
éste «admitió abiertamente que unos
amigos suyos de la AFL-CIO le
consiguieron un billete para Nueva York
[desde Francia] en 1939, antes de que se
trasladara a México»[88]. El 11 de
agosto de 1940, Gorkin le escribió a
Wolfe desde Ciudad de México diciendo
que se había puesto en contacto con Jay
respecto a sus actividades en México.
Gorkin, como Bolloten, pasó los años de
la Segunda Guerra Mundial en México;
no se vieron allí, y, por lo que he leído y
descubierto, nunca llegaron a hacerlo.
La Hoover Institution posee una carta en
la que Gorkin, que estaba en Ciudad de
México, le escribe formalmente a M.
Burnett Bolloten, el 12 de junio de 1946,
autorizando a éste, cuya dirección no se
especifica, para citar sin restricción
alguna el libro de Gorkin Caníbales
políticos (Hitler y Stalin en España)[89].
Dicha autorización fue concedida a
petición del poumista Jordi Arquer.
Que yo sepa, ni Gorkin ni Bolloten
—este último era ciudadano británico y
ambos eran considerados antifascistas—
participaron en la lucha contra el
fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
Al acabar ésta, Gorkin trató de pasar
por Nueva York, camino de París. A
pesar de su amistad con algunos líderes
obreros norteamericanos muy bien
situados, se le denegó repetidas veces el
visado de tránsito por los Estados
Unidos,
probablemente
por
su
reconocida condición de revolucionario,
y de hecho no consiguió un pasaje en
barco a Francia hasta 1948. Mientras
tanto, había conseguido la nacionalidad
mexicana. La decisión de convertirse en
ciudadano mexicano podría estar
motivada por haberse dado cuenta de
que la administración norteamericana
había adoptado una postura claramente
hostil hacia los españoles «que habían
participado activamente en defensa de la
República»,
como
debieron
de
informarle el 10 de marzo de 1948 en el
Consulado General de los Estados
Unidos en Ciudad de México. Por
supuesto, es discutible si Gorkin o sus
amigos habían defendido o socavado la
República. En una carta dirigida al
cónsul general de los Estados Unidos,
después de su visita esa misma mañana,
se describió a sí mismo como un
«socialista democrático y libertario».
Ésta no era precisamente la fórmula
mágica para abrirse las puertas de los
Estados Unidos.
Gorkin se encontraba en Tampico,
esperando un Barco Liberador con
bandera francesa en ruta hacia París, el
3 de abril de 1948. En una carta
redactada ese día, escribió que su libro
sobre Trotsky estaba siendo traducido al
francés y que iba a ser publicado en la
zona no soviética de Alemania. No
especificaba quién sería el editor, pero,
como en el caso del libro de Castro
Delgado al que he hecho referencia, este
trabajo lo estaban llevando a cabo sin
duda agentes de la AFL o de la CIA.
Gorkin ya estaba entonces involucrado
en la guerra propagandística de sus
amigos norteamericanos. El 14 de abril,
se encontraba en el puerto de Galveston,
Texas, pero no se le permitió pisar suelo
norteamericano. Finalmente llegó a la
capital de Francia. Le escribió a Wolfe
el 2 de junio que llevaba veinte días en
esta ciudad. Podemos suponer que, a su
llegada a París, en mayo de 1948,
Gorkin
se
puso
en
contacto
inmediatamente con representantes de la
AFL, de la CIA, o de ambas, o bien con
alguien que representase a ambas
organizaciones a la vez. Dicho contacto
bien pudiera haber sido Lovestone, o
más probablemente Irving Brown, que
aparentemente era el hombre de la AFL
sobre el terreno en esos tiempos.
Lo que no está claro es cuál era
exactamente la situación en París en ese
momento. La CIA actuaba en Europa
desde enero de 1946. Radio Free
Europe comenzó a emitir desde
Alemania Occidental en 1950, mientras
que Radio Liberty comenzó a emitir un
año más tarde[90]. Ambas estaban
financiadas por la CIA[91]. La primera
manifestación pública del Congreso por
la Libertad de la Cultura tuvo lugar en
Berlín en junio de 1950. La CIA había
fundado el Congreso de manera secreta
en Berlín, según afirma Peter Coleman,
parlamentario y abogado australiano que
escribió la historia oficial del Congreso
por la Libertad de la Cultura[92].
En cualquier caso, podemos suponer
que los amigos norteamericanos de
Gorkin, que financiaron su manipulación
del Campesino, aunque perteneciesen a
la AFL estaban pagados por la CIA.
John Ranelagh, en su estudio sobre la
CIA, cita a Tom Braden, que había
establecido
la
División
de
Organizaciones Internacionales de la
CIA, con estas palabras: «Allen
[Dulles] le estaba dando dinero a
Lovestone mucho antes de que yo
ingresara en la agencia y creo que no
hacía más que repetir algo que ya se
había hecho antes. […] Siempre he
creído que la financiación secreta de la
AFL y la CIO por parte de la CIA
precedió a la agencia». Esto es un tanto
complejo, pero sin duda indica que la
CIA ya estaba financiando las
actividades encubiertas de la AFL en
Francia cuando Gorkin llegó allí en
1948 y comenzó a colaborar con El
Campesino un año después, en 1949.
Aunque el contacto de Gorkin en la AFL
era Irving Brown, es igual que hubiera
sido éste o Lovestone. Braden declaró
que «había un tipo llamado Mike Ross
que se encargaba de la CIO y Jay
Lovestone, que se encargaba de la AFL.
Irving Brown iba por ahí organizando
las cosas y Jay Lovestone enviaba el
dinero»[93].
Gorkin, según su propia confesión,
estuvo financiado por sus amigos
norteamericanos desde 1948-49 hasta
probablemente 1953, cuando fue
nombrado oficialmente secretario para
Latinoamérica del Congreso por la
Libertad de la Cultura. Este título no
tenía nada que ver con España, que
siempre estuvo fuera del alcance de
Gorkin y del Congreso. Dado que los
pagadores norteamericanos estaban
apoyando un régimen de tipo fascista en
Madrid, Gorkin y sus colegas no
siempre se sintieron cómodos a la hora
de promocionar la democracia en
Latinoamérica, donde las relaciones
entre España y los Estados Unidos
interesaban mucho. Coleman nunca
menciona
este
hecho
en
sus
explicaciones sobre las dificultades del
Congreso en Latinoamérica.
Oficialmente, Gorkin se encargaba
de los asuntos latinoamericanos en el
Congreso y era director de los
Cuadernos del Congreso por la
Libertad de la Cultura, revista que
comenzó a publicarse en 1953 y cuyo
último número apareció en 1963. De
manera encubierta, Gorkin se encargaba,
quizás por propia iniciativa, de atacar la
gestión de la República española
durante la Guerra Civil y especialmente
a los comunistas españoles que
resultaron ser los que con más celo
habían luchado contra el bando fascista.
El ejemplo más claro de esta actuación
es su manipulación del Campesino. Su
defensa de Castro Delgado y de Jesús
Hernández se hallaba en la misma línea.
Las actividades latinoamericanas del
Congreso y de Julián Gorkin no han sido
estudiadas por los historiadores de la
CIA. Las publicaciones inglesa, alemana
y francesa del CCF, especialmente la
revista inglesa Encounter, eran por
razones obvias más conocidas y gozaban
de un público más amplio. El único
libro que puede realmente considerarse
como una historia del congreso es The
Liberal conspiracy (1989), escrito por
Peter
Coleman.
Coleman
había
trabajado muy de cerca con el Congreso
y tenía acceso a sus archivos en manos
de la Universidad de Chicago, pero no
recibió ayuda de la CIA[94]. Desde su
punto de vista, la principal labor de
Gorkin consistió en presentar a los
lectores
latinoamericanos
una
interpretación favorable de la política
norteamericana.
Consideraba
que
Gorkin se había encontrado con el
problema de «reducir […] la gran
desconfianza» existente hacia los
Cuadernos en Suramérica, «una
desconfianza inevitable en un continente
con
un
creciente
y
visceral
antiamericanismo, especialmente entre
los intelectuales marxistas»[95].
En su libro, Coleman no le prestó
demasiada atención a Gorkin, lo cual
probablemente refleja la actitud de los
directores del Congreso. Da la
impresión de que Gorkin estuviera atado
a una larga correa en manos de las
personas a cargo del Congreso, entre los
cuales se encontraba Irving Kristol,
cofundador de Encounter. Coleman citó
de
la
revista
neoconservadora
Commentary,
«una
afirmación
extraordinariamente polémica de Kristol
respecto al macartismo, en la que
culpaba del auge del senador McCarthy
a los compañeros de viaje liberales
norteamericanos», así como de aplaudir
«la masacre de la izquierda no
comunista por la GPU durante la Guerra
Civil española»[96]. Gorkin no habría
podido explicar con mayor claridad su
propia posición en la Guerra Civil
española. Tampoco Bolloten.
A pesar de que Gorkin estaba más
que satisfecho por el resultado de sus
responsabilidades editoriales en el
Congreso, e incluso orgulloso de su
trabajo, su opinión no siempre era
compartida por sus colegas. En 1952,
enviaron a Gorkin de gira por
Latinoamérica, una de las muchas que
iba a disfrutar durante sus años en el
Congreso; esta vez para organizar una
serie de sedes nacionales y regionales.
Viajó
acompañado
por
El
Campesino[97]. Gorkin no manifestó
tanto entusiasmo cuando volvió a visitar
Latinoamérica en 1954. Su misión de
crear una actitud positiva entre la
opinión pública hacia los Estados
Unidos se había visto seriamente dañada
por lo que Coleman describió como «el
derrocamiento del régimen de Arbenz en
Guatemala con apoyo norteamericano,
en junio de 1954, y la consiguiente
explosión de pasiones antiyanquis». En
su informe a la central parisina del
Congreso, Gorkin afirmó: «Quedé
sorprendido por la casi unánime y
violenta reacción de los elementos
liberales […] a favor de Arbenz […]
cualquiera que ondee la bandera
antiimperialista puede asegurarse un
gran apoyo»[98].
El 30 de enero de 1978, Santiago
Carrillo, secretario general del Partido
Comunista Español, declaró al diario El
País que Gorkin estaba involucrado en
numerosos asuntos en los cuales la CIA
había participado a su vez[99]. Algunos
meses más tarde, Gorkin publicó, con
cierta extensión y en el mismo
periódico, un desmentido incondicional
de lo que consideraba una «afirmación
difamatoria». «Sencillamente me habría
encogido de hombros», continuaba
Gorkin, «si se tratase sólo de mi
persona; pero siento dentro de mí,
apoyándome,
el
recuerdo
de
organizaciones prestigiosas —españolas
e internacionales—, de numerosas
personalidades
intelectuales
que
pusieron su confianza en mí y es obvio
que no puedo permitirme este gesto de
desprecio».
A partir de ahí seguía hablando de
Abd-el-Krim, el asesinato de Trotski,
Wenceslao Carrillo y Palmiro Togliatti,
hasta que, después de muchos párrafos,
comenzaba a aproximarse a la realidad:
«Permítanme ahora que desbarate el
cuento de hadas de Santiago Carrillo
sobre “mis asuntos con la CIA”». En
este punto comenzaba a divagar como
antes, sobre la reunión del Congreso en
Berlín en 1954, sobre Cuadernos, la
conferencia de Munich en junio de 1962
y Salvador de Madariaga. Por fin
conseguía volver al asunto en cuestión
del siguiente modo: «¿Quién financió el
Congreso? ¿Sus actividades? ¿Sus
publicaciones? Esto no es un secreto
para
nadie:
al
principio,
las
organizaciones
sindicales
norteamericanas; posteriormente la
Fundación
Ford,
la
Fundación
Rockefeller, la Fundación Fairfield, el
Comité Suizo de Zurich, el Deutscher
Künstlerbund de Berlín».
En el curso de este vacuo y
desatinado discurso, no se olvidaba de
recordamos que él, Julián Gorkin era
«un revolucionario profesional, como lo
concibió Lenin», y en cierto punto
llegaba a admitir que uno de los
funcionarios del Congreso, en efecto,
había pertenecido a la CIA, y que este
hecho
había
sido
aireado
«principalmente
en
círculos
comunistas». El final del artículo era
políticamente correcto y… lacrimoso:
Hay una cosa que me inquieta a la vez
que me llena de orgullo: la última carta
escrita por el gran liberal español
universal, don Salvador de Madariaga,
afectuosa como eran todas sus cartas,
iba dirigida a mí. Juntos recorrimos los
caminos de este mundo; juntos
defendimos, desde los años cincuenta
en adelante, el federalismo europeo y la
libertad para los pueblos de nuestra
España. Que esta carta —y muchas otras
del hombre más ilustre de nuestro
tiempo— me sirva como escudo contra
esta terrible calumnia[100].
Carrillo tenía razón y Gorkin debía
de estar totalmente alejado de la
realidad si pensaba que podía negar un
hecho tan bien documentado en
periódicos y libros, Gorkin tenía razón
al decir que el Congreso por la Libertad
de la Cultura estaba financiado por
sindicatos norteamericanos y por varias
fundaciones de América y Europa
Occidental. Lo que se olvidó de añadir,
aunque debía de saberlo mucho mejor
que la mayoría, era que estas
instituciones
habían
recibido
anteriormente de la CIA la mayor parte
del dinero que generosa y públicamente
donaban al Congreso. Este dato de la
vida americana fue ampliamente
difundido en los Estados Unidos y Gran
Bretaña, así como en Francia y
Alemania, entre 1964 y 1966, y parece
increíble que El País publicase esta
«Tribuna Libre» sin ningún comentario.
Lo que sorprende menos es que Gorkin
tratase de esconderlo.
Algunos meses más tarde, Gorkin
escribió a Bolloten incluyendo una
copia del artículo de El País, «el
principal periódico en España hoy en
día, el más independiente, el más leído».
Le
explicaba
lo
siguiente:
«Comprenderá usted que tras 62 años de
lucha, de los cuales he pasado 52 en el
exilio, en tres etapas de mi vida, no
podía admitir estas acusaciones o
calumnias por parte de este cínico
individuo». Cuesta creer que Bolloten
no estuviera al tanto de la financiación
del Congreso por parte de la CIA, así
como del consiguiente escándalo en los
últimos años de la década de los
sesenta, ni que tampoco lo estuvieran los
redactores de El País. Pero cuando
Bolloten recibió una copia de la
«Tribuna Libre» que le envió Gorkin, le
contestó (5 de agosto de 1980)
agradeciéndole encarecidamente su
«magnífica respuesta a la difamatoria
afirmación del gran calumniador
Santiago Carrillo, que comenzó su
aprendizaje hace medio siglo en la
escuela estalinista y que no ha cambiado
desde entonces»[101].
De todos los intelectuales y
«revolucionarios profesionales» que
trabajaron para el Congreso, Gorkin fue
el único, que yo sepa, que negó las
irrefutables pruebas de esta incómoda y
escandalosa situación. El Congreso por
la Libertad de la Cultura había estado
realmente alimentado económicamente
por la Agencia Central de Inteligencia
(CIA). Cuando este hecho se convirtió
en algo perfectamente sabido, el
Congreso de desintegró y con él la base
propagandística de Gorkin.
Hay más datos sobre la ira
demostrada por Gorkin ante el artículo
de Carrillo en el libro de David
Wingeate Pike, In the Service of Stalin:
«él [Gorkin] estaba furioso con Carrillo
por su insinuación de que estaba
apoyado económicamente por los
servicios de espionaje de los Estados
Unidos»[102]. En el libro de Coleman
queda muy claro que Gorkin sabía quién
le estaba pagando y qué debía hacer. El
propio Gorkin estaba tan avergonzado
de su relación con la CIA que decidió
negarlo públicamente. Bolloten quitó
hierro a la labor de Gorkin después de
la Guerra Civil, describiéndola tan sólo
en relación con el pasado; como
«miembro del comité ejecutivo del
POUM» y «opositor izquierdista de la
política soviética en España». No
mencionó los Cuadernos entre las
publicaciones que había consultado de
una larga lista de más de trescientos
títulos que ocupaba seis páginas
impresas; en ningún lugar mencionaba el
Congreso o la conexión de Gorkin con la
CIA. Lo que tenía más valor para la
CIA, mucho más que los inofensivos
Cuadernos, era el incesante esfuerzo de
Bolloten por revisar la historiografía de
la Guerra Civil española. Desde esta
perspectiva, el libro de Bolloten, en sus
tres variantes, fue la obra maestra de la
labor encubierta de Gorlrin para la CIA.
¿Qué actividades censurables estaba
realizando Gorkin en París? Estaba
falsificando elementos de la historia de
la Guerra Civil española. No había
ninguna razón justificable para que el
gobierno de los Estados Unidos, incluso
en las gélidas condiciones de la Guerra
Fría, financiase una concepción
poumista del conflicto español. Durante
la
Guerra
Civil,
el
gobierno
norteamericano ya había traicionado sus
principios
democráticos
y
posteriormente, como si hubiera entrado
en una caída libre, tras la Segunda
Guerra Mundial y a pesar de los signos
de hostilidad manifestados por el
presidente Truman hacia el régimen de
Franco en la Conferencia de Potsdam en
1945, adaptó su política hacia España a
las exigencias de la Guerra Fría, sin
tener en cuenta los derechos de los
españoles.
No deberíamos olvidar que Gorkin
no era el «delegado español» del
Congreso. España estaba fuera del
alcance de Gorkin, si no de la CIA.
Gorkin no era el hombre ideal para la
propaganda de los Estados Unidos en
Latinoamérica; pero probablemente era
imposible encontrar un latinoamericano
auténtico que se hubiera arriesgado a
promocionar la propaganda yanqui al
sur del Río Grande. El nombramiento de
Gorkin se produjo sin duda por tratarse
del hombre apropiado en el momento
apropiado. Su currículum vitae era
extremadamente anticomunista y él tenía
una cierta experiencia periodística.
Sobre todo, mantenía buenas relaciones
con Jay Lovestone e Irving Brown, de la
AFL, así como con representantes de la
CIO. Había estado negociando con
dichas personas, incluso antes de salir
de México en 1948. Su descubrimiento
del Campesino en Teherán y su
inteligente
explotación
de
las
posibilidades que esto planteaba lo
convirtieron en el hispanohablante
adecuado en ese momento para la AFL,
la CIO y la CIA.
¿No fue acaso debido al heroísmo y
la nobleza que, asociados en la opinión
pública mundial con la resistencia
republicana al fascismo, se convirtieron
en uno de los únicos activos
intelectuales y morales que le quedaban
a la izquierda europea después de la
declaración de la Guerra Fría, por lo
que el CFF, inspirado por la CIA, le
permitió
a
su
«delegado
latinoamericano» que centrara sus
esfuerzos, no en los apremiantes
problemas de Centro y Suramérica, sino
en la Guerra Civil española, para
dedicar su tiempo a vilipendiar uno de
los capítulos más importantes de la
humanidad en su batalla contra el
fascismo?
Pero, como demuestra Coleman, que
estaba trabajando en los archivos del
Congreso, las actitudes de éste estaban
generalmente cerca de las posiciones
antisoviéticas de Gorkin y del POUM.
Esto les permitía mostrar un semblante
izquierdista y justificar frases como la
siguiente: «la misión del Congreso por
la Libertad de la Cultura… era
obviamente antifascista así como
anticomunista». Y «muchos de sus
seguidores habían sido refugiados de la
Alemania de Hitler […] de la Italia de
Mussolini […] o de la España de
Franco (Julián Gorkin, Salvador de
Madariaga). A lo largo de su existencia,
el congreso luchó contra los dictadores
de la derecha como Francisco Franco o
Antonio Salazar»[103]. Coleman escribió
a su vez sobre «la traición del Frente
Popular en España»[104], en referencia a
la traición de los comunistas españoles
y de la Unión Soviética, no a la traición
de Franco, Mussolini y Hitler.
Los razonamientos de Gorkin eran
similares. Le había enviado a Bolloten
un ejemplar de su libro Les
communistes contre la révolution
espagnole, un simple refrito de sus
anteriores libros, y Bolloten le contestó
el 8 de octubre de 1978 que le estaba
costando bastante encontrar un editor
para publicarlo en los Estados Unidos.
En respuesta, Gorkin filosofaba (16 de
octubre) del siguiente modo: «¿Podría
ser que la terrible experiencia del
asesinato a sangre fría del martirizado
pueblo español ya no interese a nadie?».
Por el contexto de la carta, parece
evidente que el martirio lo cometieron
los republicanos españoles y no Franco
y sus aliados.
No es mi intención discutir la guerra
de propaganda entre la Unión Soviética
y los Estados Unidos durante la Guerra
Fría. Mi interés concreto se centra en la
labor emprendida por Gorkin para
deformar y mistificar la historiografía de
la Guerra Civil española mientras la
CIA le pagaba a través de los circuitos
del Congreso por la Libertad de la
Cultura. Gorkin no era un espía de capa
y espada y no conocemos todos los
detalles de cómo su colaboración con El
Campesino y su atiento a los escritos de
Castro Delgado y de Jesús Hernández
encajaban en el programa del Congreso.
Una posible clarificación consistiría en
que, ya que la CIA y su filial, el
Congreso, ejercieron juntos una gran
influencia mundial en las causas de la
derecha, éste atrajera hacia sí a todas
aquellas personas interesadas en
desprestigiar a los republicanos
españoles. Entre los principales
candidatos para esta clase de trabajo se
encontraban Julián Gorkin y Burnett
Bolloten.
En el movimiento de la résistance
española (la lucha contra Franco y los
mercenarios de Marruecos, la Legión
Condor de los nazis alemanes y la
infantería y la aviación italianas) hubo
hombres y mujeres tan dignos de nuestra
admiración y respeto como cualquiera
de los pertenecientes a los otros
movimientos de la résistance en Europa,
y su causa, la resistencia contra el
fascismo, el nazismo y el falangismo, fue
tan noble y heroica como cualquier otra
causa antifascista. Por supuesto,
Bolloten defiende que la lucha de los
republicanos españoles, controlada a
veces por los comunistas, no es en
realidad respetable. Este principio
descalifica la mayor parte de los
movimientos antifascistas europeos.
El 8 de mayo de 1945 terminó la
Segunda Guerra Mundial, en su fase
europea. Se produjo una explosión de
alegría en toda la parte de Europa que
había sido ocupada por los ejércitos
fascistas, por los nacionalsocialistas
alemanes, por los fascistas italianos y
otros engendros menores como los
eslovacos del padre Tiso, y los croatas
de Ante Pavelic, los rexistas belgas de
Léon Degrelle y los Franceses de la
LVF, etc. Estaban contentos en todas
partes menos en el país europeo que es
España, donde Franco el Conquistador
detentaba el poder tras una sanguinaria
guerra de más de treinta y tres meses de
duración. Paradójicamente, fue en
España donde la resistencia a gran
escala contra el fascismo se produjo por
primera vez.
De todos los europeos que se
opusieron al fascismo, nadie, y estoy
sopesando mis palabras, luchó tan
valientemente contra todo pronóstico y
durante tanto tiempo como los
republicanos españoles. Sus vecinos, o
bien estuvieron abiertamente contra
ellos o neutralmente en su contra. El
único país europeo que ayudó a la
República española fue la Unión
Soviética (ayuda que fue interpretada
por otros como una razón para no ayudar
a la república). Francia trató de ayudar.
El único otro país que intentó ayudar fue
México, aunque no tenía mucho que
ofrecer. El país que más podría haber
ayudado a la República española era el
mío, los Estados Unidos de América.
Franklin D. Roosevelt, el mejor
presidente norteamericano de este siglo,
cedió ante las presiones de la Iglesia
Católica (por razones electorales
internas, imaginarias más que reales) y
permitió que el fascismo consiguiera su
victoria más larga e importante.
Cuando terminó la Guerra Civil, la
opinión pública norteamericana estaba
mayoritariamente a favor de la
República española. Esta postura
comenzó a flaquear tras el final de la
Segunda Guerra Mundial, cuando la
Guerra Fría engrendró una atmósfera
irrespirable en los Estados Unidos (y en
otros lugares). La Agencia Central de
Inteligencia,
fundada
en
1946,
protagonizó un giro definitivo hacia la
derecha, que se reflejó en todos los
aspectos de la vida americana. El FBI
consideraba que la simple afinidad con
la República española era razón
suficiente para abrirle una ficha a
cualquiera. La modificación en la actitud
norteamericana hacia la historiografía
de la Guerra Civil española puede
encontrarse en un medio tan popular y de
tan vasto alcance como es el cine.
Un amplio sector de la opinión
norteamericana —y posteriormente
internacional— se sintió influido por la
casi subliminal aparición de un dato
biográfico referente al protagonista
masculino en varias películas. Los
cinéfilos recordarán que, durante la
Segunda Guerra Mundial, y durante toda
una serie de años después, los
protagonistas masculinos de las
películas con un fondo histórico
contemporáneo solían estar agraciados
por
un
pasado
romántico
de
colaboración
con
las
fuerzas
republicanas en la Guerra Civil
española.
Humphrey
Bogart
en
Casablanca representaba a un hombre
que había luchado con los republicanos
en la Guerra Civil española.
Posteriormente, se le dotó del mismo
pasado en Cayo Largo y en otras
películas. Uno de los papeles más
aplaudidos de Gary Cooper fue el de
Robert Jordán en Por quién doblan las
campanas. En la película de 1946 La
dama de Shanghai, protagonizada por
Orson Welles y Rita Hayworth, hay una
escena en la que el rico amigo de
Hayworth declara que había formado
parte de un comité pro Franco durante la
Guerra Civil. Welles (un aventurero
llamado O’Hara) le contesta diciendo
que durante la Guerra Civil había
matado a un hombre en Murcia por ser
un espía de Franco. El malo estaba a
favor de Franco y el bueno a favor de
los republicanos. Dicha tendencia
prorepublicana no duró demasiado. En
1950, el senador Joseph McCarthy
comenzó su campaña contra los
subversivos en el gobierno. La HUAC
(Comité de Actividades Antiamericanas
del Congreso) comenzó a realizar una
labor en paralelo y así comenzó la caza
de «rojos». En Hollywood, el guionista
de Casablanca fue incluido en la lista
negra y Orson Welles tuvo que realizar
gran parte de su trabajo fuera de
Hollywood. Directores conocidos como
Joseph Losey y Jules Dassin tuvieron
que buscar trabajo en Europa. La
situación en el mundo del cine no era
más que un reflejo de la vida americana.
El libro de Bolloten, en sus tres
versiones, representa un ataque a gran
escala contra todos los movimientos de
la resistencia en Europa. La historia de
la Guerra Civil española, si la
consideramos en el contexto de los
anales del siglo, se transforma en la
historia de la primera gran agresión
armada de un poder fascista contra un
gobierno democráticamente elegido, la
crónica de la primera acción defensiva
contra la plaga fascista. Bolloten trata
de desvirtuar esta idea haciendo
hincapié en el crecimiento y la
influencia de los comunistas durante la
contienda. Este argumento, si lo
aplicamos a toda la Europa ocupada,
constituye una denegación de cualquier
justificación para una guerra a escala
mundial contra los poderes fascistas. La
victoria contra el nazismo y el fascismo
no se habría conseguido jamás sin la
ayuda de los comunistas en toda Europa.
Fue una victoria de las fuerzas opuestas
al fascismo en Alemania, Italia y en
otras
partes
de
Europa.
(Desgraciadamente,
España
quedó
excluida). Résistance quería decir la
resistencia
al
fascismo.
Los
movimientos de resistencia en Europa,
tras la caída de Francia, movimientos
contra los ocupadores nazis, siguieron
indefectiblemente el patrón español. La
Guerra Civil española fue una guerra
contra el fascismo y no puede separarse
de otras luchas antifascistas que la
siguieron.
Cuando se dice que la Guerra Civil
española fue la primera batalla de la
Segunda Guerra Mundial, ¿qué hilo
conductor une a las dos? La lucha
antifascista. Esta cuestión puede
ilustrarse con la historia de un amigo
mío, el coronel Henri Rol-Tanguy, un
comunista francés que destacó primero
en las Brigadas Internacionales y
posteriormente en los combates de la
resistencia para la liberación de París.
Ha recibido dos de las más altas
condecoraciones que Francia concede a
sus héroes. Para Rol-Tanguy, la
resistencia en España y la resistencia en
Francia fueron el mismo combate. Otro
ejemplo es la historia del profesor
Bemard Knox, que ahora es un conocido
especialista en lenguas clásicas en los
Estados Unidos. Knox luchó con los
franceses
en
las
Brigadas
Internacionales en la Guerra Civil
española y posteriormente con los
partisanos en Italia, en la Segunda
Guerra Mundial. La Guerra Civil
española fue el primer enfrentamiento en
la epopeya antifascista. El esfuerzo
derrochado por Bolloten para negar este
hecho fundamental de la historia del
siglo XX resta cualquier sentido
permanente a sus libros.
Notas
[1]
Quisiera agradecer a la Fundación
Cañada Blanch su generoso apoyo a este
libro, así como la investigación
individual
de
los
diversos
colaboradores. <<
[2]
Véase Paul Preston, The Spanish
Civil War 1936-1939 (Londres:
Weidenfeld & Nicolson, 1986), págs.
1-7. <<
[3]
Entre los libros publicados en 1986
podemos mencionar: Images of the
Spanish Civil War, con una introducción
de Raymond Carr (Londres: George
Alien & Unwin); No Pasarán:
Photographs and posters of the Spanish
Civil War, ed. Francés Morris (Bristol:
Arnolfini); Cockburn
in
Spain:
Despatches from the Spanish Civil War,
editado por James Pettifer (Londres:
Lawrence & Wishart); Voices from the
Spanish
Civil
War:
Personal
recollections of scottish volunteers in
Republican Spain 1936-39, ed. Ian
MacDougall
(Edimburgo:
Polygon
Press); Walter Gregory, The shallow
grave: A memoir of the Spanish Civil
War (Londres: Víctor Gollancz) e
International
Brigade
memorial
archive: Catalogue 1986 (Londres:
Marx Memorial Library). Se reeditaron
las siguientes obras: Raymond Carr, The
Spanish Civil War (Londres: Weidenfeld
& Nicolson, publicado por vez primera
en 1977) y Hugh Thomas, The Spanish
Civil War (Londres: Hamish Hamiltón,
publicado por vez primera en 1961). La
obra de síntesis fue mi libro sobre la
guerra (véase nota 2). <<
[4]
Véase Cari Geiser, Prisoners of the
Good Fight: The Spanish Civil War
1936-1939 (Westport, Connecticut:
Lawrence Hill & Co.) y Marión
Merriman y Warren Lerude, American
Commander in Spain: Robert Hale
Merriman and the Abraham Lincoln
Brigade (Reno: Univ. of Nevada Press).
<<
[5]
La tendencia hacia una concepción de
la historia de la Guerra Civil «exenta de
valores» fue explicada por Juan Luis
Cebrián, «Para una nueva cultura
política», su introducción a la colección
de artículos publicada, don motivo del
cincuenta aniversario de la Guerra
Civil, por el periódico del cual él era
director entonces, La guerra de España
1936-1939 (Madrid: El País, 1986). La
imposibilidad de olvidar el pasado se
demuestra tanto en el volumen con
ocasión del cincuenta aniversario
titulado Historia 16, La guerra civil,
ed. Julio Aróstegui et al., 24 vols.
(Madrid: Información y Revistas,
1986-88) como en las actas de un
importante congreso celebrado en
Salamanca en septiembre de 1986 (Julio
Aróstegui, Historia y memoria de la
guerra civil, 3 vols., Valladolid: Junta
de Castilla y León, 1988). <<
[6]
Véase, por ejemplo, Francisco
Moreno Gómez, La guerra civil en
Córdoba
(1936-1939)
(Madrid:
Editorial Alpuerto, 1985). <<
[7]
Véase Joan Villarroya i Font, Els
bombardeigs de Barcelona durant la
guara civil (1936-1939) (Barcelona:
Abadia de Montserrat, 1981); Hilari
Raguer, Divendres de Passió: Vida i
mort de Manuel Carrasco i Formiguera
(Barcelona: Abadia de Montserrat,
1984); Josep M. Solé i Sabaté, La
repressió franquista a Catalunya,
1938-1953 (Barcelona: Edicions 62,
1985); Josep Massot i Muntaner, Vida i
miracles del «Conde Rossi»: Mallorca,
agost-desembre 1936, Málaga, generfebrer 1937 (Barcelona: Abadia de
Montserrat, 1988) y Georges Bernanos i
la guerra civil (Barcelona: Abadia de
Montserrat, 1989); Josep M. Solé i
Sabaté y Joan Villarroya i Font, La
repressió a la reraguarda de Catalunya
(1936-1939), 2 vols. (Barcelona:
Abadia de Montserrat, 1989-90). <<
[8]
Julián Casanova, Ángela Cenarro,
Julita Cifuentes, María Pilar Maluenda y
María Pilar Salomón, El pasado oculto:
Fascismo y violencia en Aragón
(1936-1939) (Madrid: Siglo XXI,
1992); María Cristina Rivera Noval, La
ruptura de la paz civil: Represión en la
Rioja (1936-1939) (Logroño: Instituto
de Estudios Riojanos, 1992); Julio
Cifuentes Chueca y Pilar Maluenda
Pons, El asalto a la República: Los
orígenes del franquismo en Zaragoza
(1936-1939) (Zaragoza: Institución
Fernando el Católico, 1995); Vicent
Gabarda, Els afusellaments al País
Valencià
(Valencia:
(1938-1936)
Edicions Alfons el Magnànim, 1993);
Francisco Cobo Romero, La guerra
civil y la represión franquista en la
provincia de Jaén 1936-1930 (Jaén:
Diputación
Provincial,
1993);
Encarnación
Barranquero
Texeira,
Málaga entre la guerra y la posguerra:
El franquismo (Málaga: Editorial
Arguval, 1994); Matilde Eiroa San
Francisco, Viva Franco: Hambre,
racionamiento, falangismo. Málaga
1939-1942 (Málaga: Artes Gráficas
Aprisa, 1995). <<
[9]
El pionero en este aspecto fue Ángel
Viñas; véase su obra La Alemania nazi y
el 18 de julio (Madrid: Alianza
Editorial, 1974) y El oro de Moscú:
Alfa y omega de un mito franquista
(Barcelona: Grijalbo, 1979). Más
recientemente
algunos
trabajos
importantes se deben a Ismael Saz
Campos, Mussolini contra la II
República: Hostilidad, conspiraciones,
intervención (1931-1936) (Valencia:
Edicions Alfons el Magnànim, 1986);
Enrique
Moradiellos,
Neutralidad
benévola: El gobierno británico y la
insurrección militar española de 1936
(Oviedo: Pentalfa, 1990); y Juan Avilés
Parré, Pasión y farsa: Franceses y
británicos ante la guerra civil española
(Madrid: Eudema, 1994). <<
[10]
Paul Preston, «The Great Civil War:
European Politics, 1914-1945», en The
Oxford Histoiy of contemporary
Europe, ed. Tim Blanning (Oxford:
Oxford U. P., 1995), págs. 148-181. <<
[11]
Sobre la afinidad de Franco hacia
las potencias del eje después de la
Guerra Civil, véase Denis Smyth,
Diplomacy and Strategy of Survival:
British Policy and Franco’s Spain,
1940-41 (Cambridge: Cambridge U. P.,
1986), pássim y Paul Preston, Franco.
Caudillo de España (Barcelona:
Grijalbo-Mondadori, 1994), págs.
404-663. <<
[12]
Véase Paul Preston, La política de
la venganza: El fascismo y el
militarismo en la España del siglo XX
(Barcelona: Ediciones Península, 1997).
Págs. 57-81. <<
[1]
Records of Leading Personalitics in
Spnin, 7 de enero de 1936. Archivo del
Foreign
Office
(Foreign
Office
Records), serie 425 (Confidential
Prints), legajo 413, documento W245.
En adelante se citará abreviadamente:
FO 425/413 W245. Excepto que se
mencione otra cosa, todos los archivos
británicos citados se hallan en el Public
Record Office (Kew, Surrey). Para una
completa y detallada biografía de
Franco véase Paul Preston, Franco.
Caudillo de España (Barcelona:
Grijalbo, 1994). <<
[2]
Un análisis detallado del asunto en
Enrique
Moradiellos,
Neutralidad
benévola: El gobierno británico y la
insurrección militar española de 1936
(Oviedo: Pentalfa, 1990), cap. 3. Cfr.
Douglas Little, Malevolent Neutrality:
The United States, Great Britain and
the Origins of the Spanish Civil War
(Ithaca: Cornell University Press, 1985).
<<
[3]
Minuta de Mr. Shuckburgh, 30 de
mayo de 1936. Archivo del FO, serie
371 (General Correspondence), legajo
20 522, documento W4919. En adelante:
FO 371/20 522 W4919. En un despacho
de Chilton al Foreign Office el 22 abril,
el embajador mencionaba el rumor de
que tras un golpe militar, «o bien el
general Franco o el general Goded»
sería «el dictador». FO 371/20 521
W3720. <<
[4]
Despacho de Mr. Monck-Mason
(cónsul en Tetuán) y telegrama de
Chilton (desde San Sebastián), 18 y 19
de julio de 1936. FO 371/1052 3
W6702 y W6626. <<
[5]
Despacho de Mr. Monck-Mason, 21
de julio de 1936. Telegrama del
gobernador de Gibraltar, 22 de julio de
1936. Telegrama del secretario de
Embajada, 21 de julio de 1936. FO
371/20 523 W6758, W6747 y W6575.
Acta de la reunión del gabinete
británico, 22 de julio de 1936. Archivo
del Gabinete (Cabinet Office Records),
serie 23 (Cabinet Minutes and
Conclusions), legajo 85. En adelante:
CAB 32/85. Cfr. E. Moradiellos, op.
cit., págs. 147 y ss. Sobre el conjunto de
la política británica durante la guerra,
véanse Juan Avilés, Pasión y farsa.
Franceses y británicos ante la guerra
civil española (Madrid: Eudema, 1994),
Jill Edwards, The British Government
and the Spanish Civil War (Londres,
Macmillan,
1979);
y
Enrique
Moradiellos, La perfidia de Albión. El
gobierno británico y la guerra civil
española (Madrid: Siglo XXI, 1996).
<<
[6]
Despachos de Mr. Monck-Mason, 24
y 30 de julio de 1936. FO 371/20 524 y
20 525, W6989 y W7492. <<
[7]
Parliamentary Debates. House of
Commons, 31 de julio de 1936, columna
1891. Actas del comité de política
exterior (limitado a los ministros más
importantes y encargado de evaluar la
estrategia diplomática del país).
Archivo del Gabinete, serie 27
(Committee on Foreign Policy), legajo
622. En adelante: CAB 27/622. Sobre el
impacto de la guerra en la opinión
pública británica, véase el estudio
clásico de Kenneth W. Watkins, Britain
Divided. The Effects of the Spanisb
Civil War on British Political Opinión
(Londres: Thomas Nelson, 1963); y el
más reciente de Tom Buchanan, Britain
and the Spanisb Civil War (Cambridge:
Cambridge University Press, 1997). <<
[8]
Minuta de Gladwyn Jebb, funcionario
de la sección de relaciones económicas
europeas, 25 de noviembre de 1936. FO
371/20 570 W15915. El adjetivo previo
pertenece a una carta privada (1 de
agosto de 1936) de David Margesson,
jefe
del
grupo
parlamentario
conservador, a su amigo Neville
Chamberlain, entonces ministro de
Hacienda y primer ministro in pectore.
Recogida en J. Edwards, op. cit., pág.
99. La garantía portuguesa se recoge en
un despacho del encargado de negocios
británico en Lisboa, 16 de agosto de
1936. FO 371/20 531 W8783. <<
[9]
Telegrama y minutas, 11 de agosto de
1936. FO 371/20 528 W8158. <<
[10]
Telegrama y minutas, 13 y 21 de
agosto de 1936. FO 371/20 532 W8997.
Actas del gabinete, 2 de septiembre de
1936. CAB 23/85. <<
[11]
Minuta de Mr. Montagu-Pollock
sobre los informes de Scott y Pack
citados, 9 de octubre de 1936. FO
371/20 540 W12454. Mr. Pack reiteró
sus tesis en un extenso informe (30 de
octubre de 1936) donde señalaba:
«cuando la guerra haya terminado,
España tendrá unas necesidades de
importación muy superiores a sus
requerimientos normales. Al mismo
tiempo, la guerra habrá dislocado
seriamente el comercio exportador del
país. El electo será una fuerte tendencia
a una balanza comercial desfavorable.
El país carecerá de divisas y tendrá una
grave necesidad de grandes créditos
exteriores, pese a que las garantías que
España pueda ofrecer para ellos
dependerán en gran medida de lo que
pase con sus reservas de oro. En
cualquier caso, el país obvio donde
conseguir tales créditos será Gran
Bretaña. La conclusión es que, en el
futuro, estaremos en una posición fuerte
para negociar cualquier acuerdo
comercial con el nuevo gobierno
español, incluso aunque podamos
haberle ofendido durante la guerra». FO
371/20 519 W14919. <<
[12]
Carta procedente del archivo
particular de Sir Winston Churchill,
custodiado en el Churchill College
(Cambridge),
Churchill
Archives
Centre, Chartwell Trust, serie 2
(Correspondencia política), legajo 257.
CHAR 2/257. <<
[13]
Reproducido en Documents on
Britisb Foreign Policy, 1918-1945,
Serie 2, vol. XVII, Londres, H. M. S. O.,
1979, apéndice II, págs. 779-780. <<
[14]
«Some Remarles on Sir Robert
Vansittart’s Memorandum», enero de
1937. Archivo del Gabinete, serie 63
(Hankey Papers), legajo 5. CAB 63/51.
Sobre las tentativas de Eden para
modificar la política hacia España del
gabinete véanse las actas de la reunión
del Comité de Política Exterior del 8 de
enero de 1937. CAB 27/628. <<
[15]
Actas del gabinete, 3 de marzo de
1937. CAB 23/87. La cita previa es de
una minuta de Mounsey escrita el 3 de
abril de 1937. FO 371/21 288 W6244.
<<
[16]
Minuta de Lord Cranborne, 28 de
junio de 1936. Archivo del Foreign
Office, serie 800 (Private Collections),
legajo 296 (Cranborne Papers).
Fo 800/296. Despacho de Eden para el
embajador en Lisboa, 28 de junio de
1936. Fo 425/414. <<
[17]
Minuta, 13 de julio de 1937. FO
371/21 295 W12237. <<
[18]
FO 371/21 298 W14857. <<
[19]
Despacho de Hodgson, 1 de febrero
de 1938. FO 425/415. Hodgson, un
diplomático retirado que había pasado
gran parte de su vida en Rusia y era
profundamente anticomunista, redactaría
unas memorias de su gestión que
denotaban su simpatía por el bando
franquista: véase Spain Resurgent
(Londres: Hutchinson, 1953). <<
[20]
Mensaje del General Franco, 3 de
julio de 1938. FO 800/323 («Halifax
Papers»). La cita previa en The
Diplomatic Diaries of Oliver Harvey,
1957-1940 (Londres: Collins, 1970),
pág. 148. Lord Phillimore era el
presidente de The Friends of National
Spain, activo grupo de presión
favorable a los nacionalistas que se
había constituido en Londres en junio de
1937. Cff. E. Moradiellos, La perfidia
de Albión, pág. 191. <<
[21]
Memorándum del conde de
Torrellano, «Consideraciones sobre la
futura política internacional de España»,
20 de mayo de 1938. Archivo del
Ministerio de Asuntos Exteriores, serie
«Archivo Renovado», legajo 834,
expediente 31. AMAE R834/31. <<
[22]
Despacho del embajador británico
en París, 9 de noviembre de 1938. FO
371/22 631 W14907. Carta privada de
Chetwode a Halifax, 14 de noviembre
de 1938. FO 800/323. Informes de los
comandantes Mahony (destinado en
Burgos) y Richards (destinado en
Barcelona), 7 de noviembre y 9 de
octubre de 1938. FO 425/415. <<
[23]
Despachos de Peterson, 12 de abril y
9 de junio de 1939. FO 425/416 y FO
371/24 130 W9645. <<
[24]
Despacho y telegrama de Peterson, 3
de mayo y 13 de julio de 1939. FO
371/24 129 y 24 131, W7368 y
W10625. <<
[25]
Informe del comandante Mahony, 26
de julio de 1939. FO 371/24 131
W11396. <<
[26]
Memorándum fechado el 19 de mayo
de 1939. FO 371/24 159 W8087. <<
[27]
Minuta, 1 de noviembre de 1939. FO
371/23 170 C17246. Entre otros cargos
de importancia, Lord Lloyd había sido
director del Lloyd’s Bank, alto
comisario en Egipto y presidente del
British Council. En el gabinete de
Churchill de 1940 sería secretario de
Estado para las Colonias. <<
[28]
Minuta sobre la prensa española y la
neutralidad, 11 de septiembre de 1939.
Note from the Naval Staff, Admiralty, 3
de octubre de 1939. Note from the
Admiralty, 13 de noviembre de 1939.
FO 371/23 170 y 23 171 C13 685,
C17 705 y C18477. Cfr. Charles B.
Burdick, «Moro: The Resupply of
Germán
Submarines
in
Spain,
1939-1942», Central European History,
vol. 3, n.º 3, 1970, págs. 256-284. Una
visión panorámica y actualizada de la
política española durante la Guerra
Mundial en Javier Tusell, Franco,
España y la Segunda Guerra Mundial.
Entre el Eje y la neutralidad (Madrid:
Temas de Hoy, 1995). <<
[29]
Despacho de Peterson, 9 de octubre
de 1939. FO 371/23 168 C16669. <<
[30]
FO 371/23 168 C16669. <<
[1]
Este trabajo ha contado con la
inestimable colaboración, en forma de
consejo y materiales, de Lucio Ceva,
MacGregor Knox, Ismael Saz y Brian R.
Sullivan. <<
[2]
Ángel Viñas, La Alemania nazi y el
18 de julio (Madrid: Alianza, 1977, 2.ª
ed.), págs. 308-352; Paul Preston,
Franco: A Biography (Londres: Harper
Collins, 1993), págs. 154-160. <<
[3]
No está fundamentada la afirmación
de Denis Mack Smyth, Mussolini’s
Román Empire (Londres: Longman,
1976), pág. 99, según la cual Mussolini
tomó su decisión «tan sólo cuando se
enteró de que los alemanes se habían
comprometido a colaborar». <<
[4]
Maxwell H. H. Macartney y Paul
Cremona, Italy’s foreign and colonial
policy 1914-1937 (Londres: Oxford
U. P., 1938) y C. J. Lowe y F. Marzari,
Italian foreign policy 1870-1940
(Londres: Routledge & Kegan Paul,
1975), mencionan tan sólo cuatro veces
de pasada la Guerra Civil española. R.
J. B. Bosworth, Italy and the Wider
World 1860-1960 (Londres: Routledge,
1996), contiene dos referencias. <<
[5]
Generale Mario Montanari, «
L’impegno italiano nella guerra di
Spagna», en Memorie Storiche Militari
1980 (Roma: Ufficio Storico dello Stato
Maggiore dell’Esercito, 1981), págs.
121-152; Lucio Ceva, «Influence de la
guerre d’Espagne sur l’armement et les
conceptions d’emploi de l’aviation de
I’ltalie Fasciste», en Fondation pour les
Études
de
Défense
Nationale,
Adaptation de l’arme aérienne aux
conflits contemporains et processus
d’indépendance des arméess de l’Air
des origines à la fin de la Seconde
Guerre mondiale (París: Service
Historique de l’Armée de l’Air, 1985),
págs. 191-199; Lucio Ceva, «
L’evoluzione dei materiali bellici in
Italia», en L’italia e la política di
potenza in Europa (1938-1940), ed.
Ennio di Nolfo, Romain H. Rainero y
Brunello Vigezzi (Milán: Marzorati
Editore, 1981), especialmente págs.
359-380; Lucio Ceva, «L’ultima vittoria
del fascismo, Spagna 1938-1939»,
Italia Conternporanea, (septiembre,
1994), n.º 196, págs. 519-535; Lucio
Ceva, «Conseguenze politico-militari
italo-fascista
nella
dell’intervento
guerra civile spagnola», en La guerra
civile spagnola tra política e
letteratura, eds. G. S. Sacerdotti, A.
Colombo y A. Pasinato (Florencia:
Shakespeare & Co., 1995), págs.
215-229; Angelo Emiliani, «Costi e
conseguenze dell’intervento italiano
nella guerra di Spagna» (trabajo
inédito); Brian R. Sullivan, «Fascist
Italy’s Military Involvement in the
Spanish Civil War», The Journal of
Military History, LIX (octubre, 1995),
n.º 4, págs. 697-727. <<
[6]
Las deudas del autor con el ejemplar
estudio de Ismael Saz Campos,
Mussolini contra la II República:
Hostilidad,
conspiraciones,
intervención (1931-1936) (Valencia:
Edicions Alfons el Magnànim, 1986) se
demostrarán en las siguientes notas. <<
[7]
Joaquín Arrarás, Historia de la
Cruzada española, 8 vols., 36 tomos
(Madrid:
Ediciones
Españolas,
1939-43), III, pág. 126. <<
[8]
Renzo De Felice, Mussolini il duce:
Lo stato totalitario, 1936-1940 (Turín:
Einaudi, 1981), pág. 365. <<
[9]
Giordano Bruno Guerri, Galeazzo
Ciano: Una vita 1903-1944 (Milán:
Bompiani, 1979), págs. 227-229. <<
[10]
John F. Coverdale, Italian
intervention in the Spanisb Civil War
(Princeton NJ: Princeton U. P., 1975),
págs. 72-74. <<
[11]
La versión de Goicoechea aparece
en José Gutierrez Ravé, Antonio
Goicoechea (Madrid: Celebridades,
1965), págs. 34-36. <<
[12]
Las conversaciones ítalo-germanas
mantenidas en Roma y Berlín sobre la
Guerra Civil española durante las dos
primeras semanas del conflicto tratan de
aspectos generales sobre la evacuación
de ciudadanos de los respectivos países
y sobre los peligros de la injerencia
francesa y rusa. Hasta el 4 de agosto no
hubo ningún intercambio de información
sobre la intervención. <<
[13]
Pedrazzi a MAE, 18 de julio de
1936, Archivio Storico del Ministero
degli Affari Esteri (ASMAE), Politica,
Spagna, cartapacio II, telegrama 173; 20
de julio de 1936, ASMAE, Spagna
Fondo di Guerra (SFG), c.I; José Ignacio
Escobar, Así empezó (Madrid: G. del
Toro, 1974), págs. 65-66; Coverdale,
Italian intervention, págs. 68-69. <<
[14]
Raffaele Guariglia, Ricordi
1922-1946
(Nápoles:
Edizioni
Scientifiche Italiane, 1949), pág. 325. Su
primera mujer había muerto. <<
[15]
15 Daily Express, 26 de junio de
1938; Luis Bolín, Spain: The Vital Years
(Filadelfia: J. B. Lippincott, 1967),
págs. 52-54, 159-167; Antonio González
Betes, Franco y el Dragón Rapide
(Madrid: Ediciones Rialp, 1987), págs.
186-189. <<
[16]
Alfonso XIII a Mussolini, 20 de julio
de 1936, I Documenti Diplomatici
Italiani, 8.ª serie, vol. IV (Roma: Istituto
Poligrafico e Zecca dello Stato, 1993),
págs. 648-649; Bolín, Spain, págs.
167-168; Saz, Mussolini contra la II
República, pág. 243. <<
[17]
Yvon de Begnac, Palazzo Venezia:
Storia di un regime (Roma: Editrice La
Rocca, 1950), págs. 571-584; Guerri,
Ciano, págs. 159-185; Mario Donosti,
Mussolini e l’Europa: La política
estera fascista (Roma: Edizioni
Leonardo, 1945), págs. 43-44; Giorgio
Pini y Duilio Susmel, Mussolini:
L’uomo e l’opera, 4 vols. (Florencia: La
Fenice, 1953-55), III, pág. 357. Para
conocer un incidente que muestra la
depravación sexual de Ciano, véase
José Antonio Girón de Velasco, Si la
memoria no me falla (Barcelona:
Editorial Planeta, 1994), pág. 46. <<
[18]
Drummond a Eden, 12 de junio de
1936, R3491/241/22, en British
Documents on Foreign Affairs, Parte II,
Serie E, vol. 12 (Washington: University
Publications of America, 1992), págs.
60-62. Sobre Grandi, véase Félix
Gilbert, «Ciano and his Ambassadors»,
en The Diplomats 1919-1939, ed.
Gordon A. Craigy Félix Gilbert
(Princeton: Princeton U. P., 1953), pág.
513; MacGregor Knox, «I testi
“aggiustati” dei discorsi segreti di
Grandi» y Paolo Nello, «A proposito
dei discorsi segreti di Dino Grandi»,
Passato e Presente: Rivista di Storia
Contemporanea, (1987), n.º 13; Paolo
Nello, Un fedele disubbidiente: Dino
Grandi da Palazzo Chigj al 25 Luglio
(Bolonia: Il Mulino, 1993). <<
[19]
[Galeazo Ciano], diario del 27 de
octubre y el 20 de noviembre de 1937 (
Ciano’s Diary 1937-1938 [Londres:
Methuen, 1952], págs. 25-35). <<
[20]
«Una corte di giovanottini di troppe
speranze, malati di snobismo e
ambiziosi, molto colti ma inesperti»
(Roberto Cantalupo, Fu la Spagna.
Ambasciata presso Flanco. FebbraioAprile 1937 [Milán: Mondadori, 1948],
págs. 50-52, 67-68)); De Felice,
Mussolini il duce: Lo stato totalitario,
pág. 340; Gilbert, «Ciano and his
ambassadors», págs. 517-518. <<
[21]
Gilbert,
«Ciano
and
Ambassadors», págs. 524-526. <<
his
[22]
Bolín, Spain, pág. 168. <<
[23]
Luccardi al Ministero della Guerra,
20 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs.
640-641. <<
[24]
De Felice, Mussolini il duce: Lo
stato totalitario, págs. 364-365. <<
[25]
Luccardi al Ministero della Guerra,
21 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág.
652. <<
[26]
Roatta a Luccardi, 21 de julio de
1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 651; Alberto
Rovighi y Filippo Stefani, La
partecipazione italiana alla guerra
civile Spagnola, 2 vols., cada uno
dividido en dos partes: Testi y Allegati
(Roma: Ufficio Storico dello Stato
Maggiore dell’Esercito, 1992-93), I,
Testo, págs. 76-77. <<
[27]
Luccardi al Ministero della Guerra,
22 y 23 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV,
págs. 659-660, 663. <<
[28]
De Rossi a Ciano, 23 de julio de
1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 664-665. <<
[29]
Ciano le explicó a Cantalupo el
episodio de las anotaciones de
Mussolini en los telegramas, poco antes
de que este último partiera hacia España
como
embajador
ante
Franco
(Cantalupo, Fu la Spagna, Pág. 63). <<
[30]
Cerruti a Ciano, 22 de julio,
ASMAE, Spagna Fondo di Guerra
(SFG), c. 12, tel. 7131; 23 de julio de
1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 669-670. <<
[31]
Bolín, Spain, págs. 168-169; Saz,
Mussolini, págs. 180-182. <<
[32]
Luccardi al Ministero della Guerra,
Ciano a De Rossi, 24 de julio de 1936,
DDI, 8.ª, IV, págs. 686-687. <<
[33]
Ciano a De Rossi, 24 de julio de
1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 687. <<
[34]
Gutiérrez
Ravé,
Antonio
Goicoechea, págs. 34-36. Véase
también Arrarás, Cruzada, III, pág. 126.
<<
[35]
La versión de Goicoechea aparece
en la obra de Gutiérrez Ravé, Antonio
Goicoechea,
págs.
34-36.
Que
Goicoechea fuera el autor del
documento ha sido cuestionado por
Ángel Viñas, La Alemania nazi y el 18
de julio, págs. 308-310. Sin embargo,
cuando fue entrevistado por el autor en
Madrid en marzo de 1970, Gutiérrez
Ravé insistió en que Goicoechea lo
había escrito. Para más datos sobre el
pacto de 1934, véase How Mussolini
provoked the Spanish Civil War:
Documentary
evidence
(Londres:
United Editorial, 1938), pássim. <<
[36]
De Felice, Mussolini, pág. 365;
Coverdale, Italian Intervention, págs.
72-74. Coverdale acepta completamente
el documento de Goicoechea. Para una
crítica de ambos, Ismael Saz, «La
historiografía italiana y la guerra civil
española», en Historia y memoria de la
guara civil, ed. Julio Aróstegui, 3 vols.
(Valladolid: Junta de Castilla y León,
1988), I, págs. 85-106. La idea de que
los españoles pagaron por los aviones
persiste en Rovighi y Stefani, La
partecipazione italiana, I, Testo, pág.
77; Ferdinando Pedriali, Guerra di
Spagna e Aviazione Italiana (Roma:
Ufficio
Storico
dell’Aeronautica
Militare Italiana, 1992), pág. 33 y José
Luis de Mesa, El Regreso de las
legiones (la ayuda militar italiana y la
España Nacional 1936-1939) (Granada:
García Hispan Editor, 1994), pág. 16.
<<
[37]
Juan Ignacio Luca de Tena, Mis
amigos muertos (Barcelona: Editorial
Planeta, 1971), págs. 25-27; Saz,
Mussolini
contra
la
segunda
República, pág. 188, n.º 121. <<
[38]
En las exiguas comunicaciones entre
Franco y Mola no se menciona en
absoluto a Bolín, véase José Manuel
Martínez Bande, «Del alzamiento a la
guerra civil, verano de 1936:
correspondencia
Franco/Mola»,
Historia y Vida (1975), n.º 93. <<
[39]
Escobar, Así empezó, págs. 55-69;
Pedro Sainz Rodríguez, Testimonio y
recuerdos (Barcelona: Editorial Planeta,
1978), pág. 233. <<
[40]
Colloquio Ciano-Canaris, 28 de
agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 896.
Véase también Ramón Serrano Suñer,
Entre Hendaya y Gibraltar (Madrid:
Ediciones Españolas, 1947), págs.
46-47. <<
[41]
Saz, Mussolini contra la II
República, págs. 189-190; Gerald
Howson, Aircraft of the Spanisb Civil
War 1936-1939 (Londres: Putnam,
1990), págs. 267-268; Ramón Garriga,
Juan March y su tiempo (Barcelona:
Editorial Planeta, 1976), pág. 380. <<
[42]
Juan Ignacio Luca de Tena, Mis
amigos muertos, págs. 25-27. <<
[43]
Sainz Rodríguez, Testimonio v
recuerdos, págs. 233-237. <<
[44]
Emilio Faldella, Venti mesi di
guerra in Spagna (Florencia: Le
Monnier, 1939), pág. 67; Jesús Salas
Larrazábal, Intervención extranjera en
la guerra de España (Madrid: Editora
Nacional, 1974), pág. 31; Coverdale,
Italian intervention, págs. 75-76; Mesa,
El regreso, pág. 16. En este sentido,
resulta reveladora la historia semioficial
de la Italia fascista escrita por el general
Biondi Morra. Mientras mantiene la
ficción de la neutralidad italiana,
presenta a Francia y Rusia virtualmente
como beligerantes a favor de Franco.
Consecuentemente, los italianos, y no su
Gobierno,
fueron
a
luchar
voluntariamente.
Véase
Francesco
Belforte (seudónimo del general
Francesco Biondi Morra), La guerra
civile in Spagna, 4 vols. (Milán: ISPI,
1938-39), II, págs. 46-66, 179-185.
Afirma a su vez que «la ayuda francesa
no era más que otra manifestación de la
intevención rusa» (pág. 57). <<
[45]
David Wingeate Pike, Les français
et la guerre d’Espagne 1936-1949
(París: Presses Universitaires de
France, 1975), págs. 79-93; Clerk al
F. O., 24 de julio, 1936, FO371/20 523,
W6881/62/41, 25 de julio, 1936,
FO371/20 524, W6960/62/41. <<
[46]
Cerruti a Ciano, 22 de julio, 1936,
Pedrazzi a Ciano, 26 de julio, DDI, 8.ª,
IV, págs. 656-657; Saz, Mussolini, págs.
198-201 y 210. <<
[47]
Dino Grandi, Il mio paese: Ricordi
autobiografíci (Bolonia: Il Mulino,
1985), págs. 415-416. <<
[48]
Ismael Saz, «El fracaso del éxito:
Italia en la guerra de España», en
Espacio, Tiempo y Forma: Revista de
la Facultad de Geografía e Historia de
la Universidad Nacional de Educación
a Distancia, Serie V, Historia
Contemporánea, tomo V (Madrid:
UNED, 1992), págs. 105-111; Jill
Edwards, The British Government and
the Spanish Civil War, 1936-1939
(Londres: Macmillan, 1979), págs.
16-20, 101-105. <<
[49]
Luccardi al Ministero della Guerra,
27 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs.
706-707. <<
[50]
Ingram a Eden, 28 de julio de 1936,
Documents on British Foreign Affairs
1919-1939, Segunda Serie, vol. XVII,
págs. 31-32. <<
[51]
Publicada el 30 de julio pero
realizada el 28 de julio (Pike, Les
français, pág. 92). <<
[52]
Le dijo a su esposa que «el
bolchevismo en España significa
bolchevismo en Francia, que implica
tener el bolchevismo al lado y la
amenaza de que Europa se haga
bolchevique» (Raquele Mussolini, My
Life witb Mussolini [Londres: Robert
Hale, 1959], pág. 91). Véase también
Belforte, La guerra civile, II, págs.
303-307. <<
[53]
Colloquio di Ciano con Von Hassell,
25 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs.
696-697; Hassell a Wilhelmstrasse, 6 de
agosto de 1936, Documents on Germán
Foreign Policy, Serie D, vol. III
(Londres: H. M. S. O., 1951), págs.
30-31. <<
[54]
Berardis a Ciano, 23 de julio de
1936, ASMAE, Spagna Fondo di Guerra
(SFG), c. 12, tel. 2295/906, reimpreso
DDI, 8.ª, IV, págs. 675-677; Saz,
Mussolini, págs. 206-207. <<
[55]
De Rossi a Ciano, 25, DDI, 8.ª, IV,
págs. 690-691. <<
[56]
<<
Pedriali, Guara di Spagna, pág. 33.
[57]
Ferdinando Bargoni, L’impegno
navale italiano durante la guerra civile
spagnola (1936-1939) (Roma: Ufficio
Storico della Marina Militare-USM,
1992), pág. 67. <<
[58]
Ciano a De Rossi, De Rossi a Ciano,
27 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág.
705-706. <<
[59]
Servizio Informazioni Militare al
Ministero degli Esteri, 27 de julio de
1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 707. <<
[60]
MacGregor Knox, «Il fascismo e la
politica estera italiana», en La politica
estera italiana (1860-1985), eds.
Richard J. B. Bosworth y Sergio
Romano (Bolonia: Il Mulino, 1991),
pág. 326. <<
[61]
Bolín, Spain, págs. 169-171; Ciano a
De Rossi, 28 de julio de 1936, DDI, 8.ª,
IV, pág. 710; Saz, Mussolini, págs.
181-191; Roberto Cantalupo, Fu la
Spagna, pág. 63. <<
[62]
Valle voló con ellos durante la
primera parte del viaje, según afirman
Rovighi y Stefani, La partecipazione
italiana, I, Testo, pág. 78. Sin embargo,
ni el historiador oficial de las Fuerzas
Aéreas italianas ni Bolín en sus
memorias mencionan este particular.
Véase Pedriali, Guerra di Spagna e
Aviazione Italiana, págs. 34-35; Bolín,
Spain, págs. 170-171; Howson, Aircraft
of the Spanish Civil War, págs. 273-275
. <<
[63]
Pedriali, Guerra di Spagna, págs.
34-35; Rovighi y Stefani, La
partecipazione italiana, I, Testo, pág.
78; Bolín, Spain, págs. 170-171;
Howson, Aicraft of the Spanish Civil
War, págs. 273-275. <<
[64]
Vitetti a Ciano, 29 de julio, 3 de
agosto, Ciano a Vitetti, 30 de julio de
1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 711-713,
719-720, 736-737; Saz, Mussolini,
págs. 204-205. <<
[65]
Vitetti a Ciano, 3 de agosto de 1936,
DDI, 8.ª, IV, pág. 739. <<
[66]
El 23 de enero de 1937, Galeazzo
Ciano, L’Europa verso la catastrofe
(Milán: Mondadori, 1948), pág. 136. <<
[67]
Vitetti a Ciano, 6 de agosto de 1936,
DDI, 8.ª, IV, págs. 773-774. <<
[68]
Cantalupo, Fu la Spagfta, págs. 61,
63, 75. <<
[69]
Drummond a Eden, 31 de marzo de
1937, R2340/1/22, BDFA, Serie F, vol.
13, pág. 21. <<
[70]
Shuckburgh a Vansittart, 30 de mayo,
FO371/20 522, W4919/ 62/41; Vitetti a
Ciano, 8, 9 de agosto, DDI, 8.ª, IV, págs.
775, 783; Ingram a Eden, 13 de agosto y
minuta de Shuckburgh, 21 de agosto de
1936, FO371/20 532, W8997/62/41.
Véase también Coverdale, Italian
intervention, págs. 147-148; Saz,
Mussolini, págs. 210-211. <<
[71]
De Felice, Mussolini, pág. 367. Sin
embargo, esto no es lo mismo que
aceptar la afirmación de De Grandi,
quien opinaba que era una cuestión de
«aiuti modesti e con una testimonianza
di simpatia appena apprezzabile»
(Grandi, Il mio paese, pág. 418). <<
[72]
De Rossi a Ciano, 31 de julio de
1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 728-729;
Pedriali, Guerra di Spagna, págs. 35-36
. <<
[73]
Cambon a Eden, 2 de agosto, Eden a
Cambon, 3 de agosto de 1936,
FO371/20 526, W7504/62/41. <<
[74]
Clerk al F. O., 7, 8 de agosto de
1936, FO371/20 528, W7964/62/41;
W7981/Ó2/41; Thomas a Cadogan, 11
de agosto de 1936, FO371/20 531,
W8676/62/41. <<
[75]
Grandi, Il mio paese, pág. 418;
conversación entre Eden y Grandi, 25 de
noviembre de 1936, FO371/20 550,
W16 668/62/41. <<
[76]
Ingram al F. O., 1 de agosto de 1936,
FO371/20 526, W7525/62/41. <<
[77]
Colloquio di Ciano con Chambrun, 3
de agosto, Mussolini a Ciano, 5 de
agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs.,
738-739, 749-750. <<
[78]
Colloquio di Ciano con Chambrun, 5
de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág.
750; Ciano, L’Europa, págs. 51-52.
Ingram al F. O., 4 al 6 de agosto de
1936, FO371/20 526, W7698/62/41 y
FO371/20 527, W7921/62/41. <<
[79]
Colloquio di Ciano con Ingram, 6 de
agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs.
757-758. <<
[80]
Colloquio Ciano/Chambrun, DDI,
8.ª, IV, pág. 785. <<
[81]
Niño D’Aroma, Vent’anni insieme:
Vittorio
Emanuele
e
Mussolini
(Bolonia: Editoriale Capelli, 1957),
pág. 242. <<
[82]
Ingram a Eden, 18 de agosto de
1936, FO371/20 572, W9621/9549/41.
<<
[83]
Berardis a Ciano, 6 de agosto de
1936, DD7, 8.ª, IV, págs. 758-762. <<
[84]
SIM a MAE, 5 de agosto, DDI, 8.ª,
IV, págs. 751-752. Howson, Aircraft of
the Spanish Civil War, pág. 207. El 8 de
agosto, Luccardi pudo informar a Roma
de que diez Junker habían llegado por
aire y que el buque anunciado con el
otro material había llegado a Cádiz
(Luccardi al Ministero della Guerra, 9
de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág.
780). <<
[85]
De Rossi a Ciano, 19 de agosto de
1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 823-824. <<
[86]
De Rossi a Ciano, 20, 22 de agosto,
Luccardi al Ministero della Guerra, 21
de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs.
827, 829, 852-853, 861. <<
[87]
Aldo Albónico, «Acenti critici di
parte fascista e cattolica alla
“Cruzada”» en Italia y la guerra civil
española (Madrid: Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1986), págs.
1-9. Giordano Bruno Guerri, Fascisti:
Gli italiani di Mussolini; il regime
degli italiani (Milán: Mondadori,
1995), pág. 216. <<
[88]
De Felice, Mussolini, págs. 375-381
; Saz, «El fracaso del éxito», pág. 114.
<<
[89]
Cantalupo, Fu la Spagna, págs. 50,
55-56; Mack Smith, Mussolin’s Roman
Empire, pág. 99; Claudio G. Segré, Italo
Balbo: A Fascist life (Berkeley/Los
Ángeles: Univ. of California, 1987),
págs. 342-343; De Felice, Mussolini il
duce: Lo stato totalitario, págs.
254-284. <<
[1]
Archivo Federal Alemán Koblenz
(BA) R121/842, informe sin fecha ni
firma Entwicklung von Juli 1936 bis
Dezember 1937; A. Viñas, La Alemania
nazi y el 18 de julio, antecedentes de la
intervención alemana en la guerra civil
española (Madrid: Alianza, 1974 [1.ª
ed.]; 1976 [2.ª ed.]), pág. 279. <<
[2]
Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.),
págs. 292 y siguientes. <<
[3]
Sobre el papel de Bernhardt en el
grupo nazi local, véase ibid., págs. 281,
283, 290 y siguientes, y BA R7/738,
memorándum sin firmar Entstehung,
Entwicklung und gegenwärtiger Stand
des
ROWAK/SOFINDUS-Konzens
15/3/1940; véase también H. H.
Abendroth,
Mittelsmann
zwischen
Franco und Hitler: Johannes Bernhardt
erinnert 1936 (Marktheidenfeld: W.
Schleunung, 1978), pág. 10. <<
[4]
BA R121/842, informe sin fecha ni
firma Entwicklung. <<
[5]
Public Record Office de Londres
(PRO) FO371/20 525/7487, Carta, E.
Gye a FO, 31/7/1936. <<
[6]
Véase abajo. <<
[7]
M. de Madariaga, «The intervention
of Moroccan Troops in the Spanish Civil
War», European History Quarterly,
XXII (1992), pág. 77. <<
[8]
M. Tuñón de Lara et al., La guerra
civil española 50 años después
(Madrid: Labor, 1985), pág. 202. El 21
de julio había ya dos cruceros, dos
destructores, tres cañoneros y siete
submarinos bloqueando la costa del
Marruecos español (H. Thomas, The
Spanish Civil War [Londres: Penguin,
1988], pág. 231; S. Payne, Politics and
the military in modern Spain [Stanford:
Stanford U. P., 1967], pág. 353). <<
[9]
Las cifras oscilan entre 40 y 100
aviones. Véase J. Coverdale, Italian
Intervention in the Spanish Civil War
(Princeton: Princeton U. P., 1975), pág.
68; Tuñón de Lara, op. cit., pág. 205, J.
Salas
Larrazábal,
Intervención
extranjera en la guerra de España
(Madrid: Editora Nacional, 1974), pág.
63. <<
[10]
Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.),
pág. 339. <<
[11]
Akten zur deutschen Auwärtigen
Politik (ADAP), D, III, doc. 2, 5,
Telegrama, Wegener (Tánger) al
Ministerio de Asuntos Exteriores
alemán, 22/7/1936. <<
[12]
Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.),
pág. 323. <<
[13]
ADAP, D, III, doc. 10, 11 y
siguientes, Memorándum de Dieckhoff,
25/7/1936; Viñas, La Alemania nazi (2.ª
ed.), pág. 333. <<
[14]
Sobre Bohle, véase D. M. McKale,
The Swastika outside Germany (Kent,
Ohio: Kent State Univ., 1977), pássim.
<<
[15]
<<
Sobre Kraneck véase ibid pág. 51.
[16]
Abendroth,
«Die
deutsche
Intervention im spanischen Bürgerkrieg.
Ein
Diskussionsbeitrag»,
en
Vierteljabreshefte für Zeitgeschichte, I
(1982), pág. 120. <<
[17]
Viñas, «El tercer Reich y el estallido
de la guerra civil», en Historia 16, VIII
(sin fecha), pág. 52; Abendroth, «Die
deutsche Intervention», págs. 121 y 126;
R. Proctor, Hitler’s Luftwaffe in the
Spanish
Civil
War
(Westport:
Greenwood Press, 1983), pág. 18. <<
[18]
Viñas, «El Tercer Reich», pág. 54.
Para una descripción detallada de los
acontecimientos que tuvieron lugar en
Alemania justo después de la reunión en
Bayreuth, véase el epílogo a Viñas, La
Alemania nazi (2.ª ed.). <<
[19]
Viñas, La Alemania nazi, pássim. <<
[20]
W.
Schieder,
Spaniscber
Bürgerkrieg
und
Vierjahresplan
(Darmstadt:
Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, 1978), pág. 330. <<
[21]
Véase
M.
Einhorn,
Die
ökonomischen
Hintergründe
der
faschistiscben deutschen Intervention
in Spanien, 1936-1959 (Berlín:
Akademie-Verlag, 1962), págs. 87 y 89.
<<
[22]
D. Puzzo, Spain and the Great
Powers
1936-1941
(Nueva
York/Londres: Columbia U. P., 1962),
pág. 47. <<
[23]
Payne, Politics and the Military,
pág. 355 y siguiente (basado en C. Foltz
Jr., The Masquerade in Spain [Boston:
Houghton Mifflin Co., 1948], pág. 46 y
siguientes). <<
[24]
Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.),
pág. 139 y siguientes. <<
[25]
Documents on German Foreign
Policy (DGFP), D, III, I, von Bülow a
Voelckers, 6 de julio de 1936. Para más
información sobre la carrera de Veltjen
previa a la Guerra Civil, véase Viñas,
La Alemania nazi (2.ª ed.), págs. 138 y
siguientes y 274 y siguientes; R.
Whealey, Hitler and Spain: The Nazi
role in the Spanisb Civil War
(Lexington: Univ. Press of Kentucky,
1989), pág. 81; H. H. Abendroth, Hitler
in der spanischen Arena: Die deutschspanischen
Beziehungen
im
Spannungsfeld
der
europaischen
Interessmpolitik vom Ausbruch des
Bürgerkrieges bis zum Ausbruch des
Weltkrieges 1936-1939 (Paderborn:
Schöningh, 1973), págs. 19 y siguientes.
<<
[26]
Véase abajo. <<
[27]
Véase también W. L. Bernecker,
«Alemania y la guerra civil española»,
en España y Alemania en la edad
contemporánea, ed. W. L. Bernecker
(Francfort am Main: Vervuert, 1992),
págs. 138 y siguientes. <<
[28]
Museo Imperial de Guerra, Archivos
Krupp (IWM Krupp), documento 15a,
AGK a Krupp, 24/4/1936; Krupp a
AGK, 28/4/1936; von Bülow a Krupp,
30/4/1936. <<
[29]
Véase la declaración del propio
Bernhardt a Abendroth, en Abendroth,
Mittelsmann, págs. 32 y siguientes, y
«Deutschlands Rolle», pág. 481; Viñas,
La Alemania nazi (1.ª ed.), págs. 233 y
siguientes. <<
[30]
Abendroth, Mittekmann, pág. 32;
Viñas, La Alemania nazi (1.ª ed.), pág.
62; G. Stone, «The European great
powers and the Spanish Civil War,
1936-1939», en Paths to war: New
Essays on the origins of the Second
World War, eds. E. Robertson y R.
Boyce
(Londres/Basingstoke:
Macmillan, 1989), págs. 200 y
siguientes; A. Adamthwaite, The making
of the Second World War (Londres:
Alien & Unwin, 1979), pág. 55. Para
una discusión detallada sobre el
«motivo
anticomunista»,
véase
Bernecker, «Alemania y la guerra civil
española», en España y Alemania, ed.
W. L. Bernecker, págs. 139-146. <<
[31]
Hitler a Ribbentrop, 26/7/1936, en J.
von Ribentropp, Zwischen London und
Moskau: Erinnerungen und letzte
Aufzeichnimgen (Leoniam-Starnberger
See: Druffel Verlag, 1953), pág. 88. <<
[32]
L. Hill, Die Weizsäcker-Papiere,
1933-1950 (Francfort/Main: Propyläen,
1974), pág. 104. <<
[33]
Whealey, «Foreign intervention in
the Spanish Civil War», en The Republic
and the Civil War in Spain, ed. R. Carr
(Londres/Basingstoke:
Macmillan,
1971), pág. 215. <<
[34]
Inmediatamente después del
estallido de la Guerra Civil, el
Gobierno francés comenzó ya a
preocuparse
por
las
posibles
repercusiones negativas para Francia, en
el caso de que los rebeldes triunfaran en
España (Abendroth, «Deutschland,
Frankreich
un
der
Spanische
Bürgerkrieg
1936-1939»,
en
Deutschland
and
Frankreich
1936-1939, ed. K. Hildebrand y K. F.
Werner [Munich: Artemis Verlag, 1981],
págs. 453 y siguientes). <<
[35]
Whealey, «Foreign intervention»,
pág. 219. <<
[36]
Véase, por ejemplo, G. T. Harper,
German economic policy in Spain
during the Spanish Civil War,
1936-1939 (La Haya/París: Mouton,
1967), págs. 16 y siguientes; Puzzo,
Spain and the great powers, págs., 43 y
siguientes; G. Weinberg, The foreign
policy of Hitler’s Germany I (Chicago:
Univ. of Chicago Press, 1970), pág. 289;
H. Dahms, La guerra española de 1936
(Madrid: Rialp, 1966), pág. 169. <<
[37]
Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.),
págs. 385 y 392; Whealey, Hitler and
Spain, pág. 7. <<
[38]
Abendroth, Hitler in der spanischen
Arena, pág. 41. <<
[39]
BAR7/738, memorándum no firmado
Entstebung, 15/3/1940; BA R121/842,
informe sin firma ni fecha, Entwicklung;
Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), págs.
385 y siguientes. El nombre HISMA
puede deberse a una sugerencia de
Franco (véase Abendroth, Mittelsmann,
pág. 41). <<
[40]
BA R7/738, memorándum no
firmado, Entstebung, 15/3/1940; BA
R121/842, informe sin firma ni fecha
Entwicklung. <<
[41]
Abendroth, Hitler in der spanischen
Arena, pág. 41; Whealey, Hitler and
Spain, pág. 74. <<
[42]
Archivo Federal de Friburgo
(BA/MA) RM20/1222, primer artículo
en la lista Sonderdampfer nach Spanien
bis einschliesslich 5-1-1937. <<
[43]
BA/MA RL2 IV/1 D1, Informe sobre
Unternehmen Feuerzauber, por el general
Schweickhard,
8/3/1940;
BA/MA
RM20/1222; Viñas, La Alemania nazi
(2.ª ed.), pág. 392. <<
[44]
BA R121/842, informe sin firma ni
fecha Entwicklung. <<
[45]
Whealey, «Foreign intervention»,
pág. 217. <<
[46]
Para conocer los eventos en torno a
la intervención de Italia en la Guerra
Civil española, véase el artículo de Paul
Preston en este libro, así como
Coverdale, Italian intervention, pássim.
<<
[47]
ADAP, D, III, doc. 26, 24, carta, Du
Moulin al Ministerio de Asuntos
Exteriores alemán, 3/8/1936. <<
[48]
En abril de 1938, Nicolás Franco fue
nombrado
oficialmente
embajador
español en Lisboa (G. Stone, The oldest
ally: Britain and the Portuguese
connection, 1936-1941 [Woodbridge:
Boydell & Brewer, 1994], pág, 14). <<
[49]
ADAP, D, III, doc. 52, 47, Carta, Du
Moulin al Ministerio de Asuntos
Exteriores alemán, 22/8/1936; BA/MA
RM20/1222,
Sonderdampfer
nacb
Spanien bis einschliesslicb 5-1-1937;
Viñas, Guerra, dinero, dictadura:
Ayuda fascista y autarquía en la
España de Franco (Barcelona: Editorial
Crítica, 1984), pág. 56 y siguientes. <<
[50]
ADAP, D, III, doc. 77, 67; véase
también Stone, The Oldest Ally, pág. 10.
<<
[51]
Stone, The oldest ally, pág. 10. <<
[52]
Abendroth, Hitler in der spanischen
Arena, pág. 53. <<
[53]
BA R121/842, informe sin firma ni
fecha Entwicklung. <<
[54]
Viñas, La Alemania nazi (1.ª ed.),
pág. 434; Abendroth, «Deutschlands
rolle», pág. 481. <<
[55]
Para la financiación de la Guerra
Civil, véase Viñas, Guerra, dinero,
dictadura: Política comercial exterior
de España I; «Gold, the Soviet Union
and the Spanish Civil War», European
Studies Review, IX (1979), págs.
105-128, y «The Financing of the
Spanish Civil War», en Revolution and
War in Spain 1931-1939, ed. Paul
Presión (Londres: Methuen, 1984).
Véase también Whealey, Hitler and
Spain, y «How Franco financed his warReconsidered», en M. Blinkhorn, Spain
in conflict 1931-1939 (Londres: Sage,
1986). <<
[56]
Véase Viñas, Política comercial
exterior, pág. 289 para explicaciones
detalladas de los préstamos individuales
concedidos a Franco durante la Guerra
Civil. <<
[57]
Viñas, «The financing of the Spanish
Civil War», pág. 279; Viñas, «Gold»,
pág. 120. El valor de las joyas y
monedas
requisadas
por
los
nacionalistas, más las donaciones de
acciones y bonos, ascendía a 410
millones de pesetas (Whealey, «How
Franco financed his war-Reconsidered»,
pág. 257, n.º 3). <<
[58]
Whealey, «How Franco financed his
war-Reconsidered», pág. 244; J.
Edwards, The British Government and
the
Spanish
Civil
War
(Londres/Basingstoke:
Macmillan,
1979), pág. 68. <<
[59]
Véase por ejemplo, Archivo
Histórico Nacional, Madrid (AHN)
PG/DGA192, Carta, HISMA a N.
Franco, 23/4/1937. <<
[60]
G. Thomas, Geschichte der
deutscben
Wehr
und
Rüsttungswirtschaft (Boppard: Harald
Boldt Verlag, 1966), págs. 111 y
siguientes. <<
[61]
C. Harvey, «Politics and pyrites
during the Spanish Civil War»,
Economic History Review, XXXI
(1992), pág. 92. <<
[62]
Edwards, The British Government,
págs. 82, 92, 97. <<
[63]
Sobre el volframio, véase C. Leitz,
«Nazi Germany’s struggle for Spanish
wolfram during the Second World War»,
European History Quarterly, XXV
(1995), n.º 1, págs. 73-94. <<
[64]
NA II, T83, Reg. 229, Car. 894,
informe de I. G. Farben, Spaniens
Wirtschaftskräfte, fin de 1939. <<
[65]
BA R121/842, informe sin firma ni
fecha Entwicklung. <<
[66]
Viñas, Guerra, dinero, dictadura,
pág. 59 (basado en un documento inédito
de W. Warlimont, Die deutscbe
Beteiligung am spanischen Bürgerkrieg
und einige spätere Folgerungen). <<
[67]
Abendroth, Hitler in der spanischen
Arena, pág. 124 (basado en un
documento de la marina, PG 33 308 en
BA/MA). <<
[68]
Viñas, Guerra, dinero, dictadura,
pág. 59. <<
[69]
Abendroth, Hitler in der spanischen
Arena, pág. 124. <<
[70]
BA/MA RL2 IV/1 D1, Informe sobre
Unternehmen Feuerzauber, por el general
Schweickhard, 8/3/1940. <<
[71]
BA/MA RL2 IV/1 D1, Informe sobre
Unternehmen Feuerzauber, por el general
Schweickhard, 8/3/1940. <<
[72]
BA R121/005 300, Informe breve sin
fecha sobre la estructura organizativa de
HISMA/ROWAK; Abendroth, Hitler in
der spanischen Arena, pág. 124. <<
[73]
A comienzos de septiembre, HISMA
había asumido a su vez la financiación
del servicio de noticias alemán en el
territorio nacional (BA R121/842,
informe sin firma ni fecha Entwicklung).
<<
[74]
Véase Schieder,
Bürgerkrieg, pág. 336. <<
Spanischer
[75]
A. Kube, Pour le Merité und
Hakenkreuz: Hermann Göring im
Dritten Reich (Múnich: Oldenbourg,
1987), pág. 157 y siguientes. El cargo de
Goering, Plenipotenciario para el Plan
Cuatrienal, acabó consolidándose entre
finales de 1936 y principios de 1937. <<
[76]
McKale, Swastika, pág. 51. Von
Jagwitz dirigió la Oficina de Comercio
Exterior junto a Alfred Hess, hermano
de Rudolf Hess. <<
[77]
BA R7/738, memorándum sin firma
Entstehung, 15/3/1940; ADAP, D, III,
doc. 99, 94, Nota de Karl Ritter (AA),
15/10/1936; BA/Pots 25.01/7082, Copia
del memorándum sobre una reunión en
España, 20/11/1936; FCO AA3176,
682 859 y siguiente, Memorándum sobre
el nombramiento de von Jagwitz,
15/10/1936. <<
[78]
BA/MA RW 19/991, Memorándum
de Thomas, 9/10/1936. <<
[79]
Véase BA/MA RL2 IV/1 D1, la
principal explicación militar de la
intervención de Alemania; BA R121/842
y BAR7/738, la explicación de la propia
HISMA/ROWAK sobre la historia de su
existencia hasta 1940. <<
[80]
BA R121/842, Informe sin firma ni
fecha Entwicklung; ibid., Poder del
abogado, 29/10/1936. <<
[81]
BA R7/738, Memorándum sin firma
Entstebung, 15/3/1940. <<
[82]
BA/MARL2 IV/1 D1, Informe sobre
Unternehmen Feuerzauber, por el
general Schweickhard, 8/3/1940. <<
[83]
ROWAK entró en el registro berlinés
de empresas el 14 de octubre, tras su
acuerdo de asociación del día 10 (BA
R121/837, Actas en el registro del
juzgado del condado de Berlín,
14/10/1936). <<
[84]
<<
Whealey, Hitler and Spain, pág. 80.
[85]
BA R2/22, Memorándum de Berger
(RFM), 8/10/1938; BA R2/23, Carta,
von Jagwitz al Dr. Müller (RFM),
22/12/1938; BA R2/27, auditoría de
ROWAK por Deutsche Revisions und
Treuhand AG, 31/12/1937; BA R7/738,
Memorándum sin firma Entstehung,
15/3/1940; BA R121/819, doc. sobre la
sexta reunión del comité consultivo de
ROWAK, octubre de 1940 (?); BA
R121/832, reunión del comité consultivo
de ROWAK, 4/11/1943. <<
[86]
BA R121/12 37, declaración de
Bethke a los aliados, 18/8/1945. <<
[87]
<<
Whealey, Hitler and Spain, pág. 78.
[88]
ADAP, D, III, doc. 101, págs. 96 y
siguientes, Memorándum de Sabath,
16/10/1936. <<
[89]
<<
Whealey, Hitler and Spain, pág. 79.
[90]
Ibid, pág. 77. <<
[91]
BA R121/1237, Memorándum de
Bethke, 8/2/1937. <<
[92]
Véase arriba. <<
[93]
BA R121/819, Docs. sobre la 6.ª
reunión del consejo consultivo de
ROWAK, oct. 1940 (?). <<
[94]
BA R121/1237, Informe sin firma
(probablemente de von Jagwitz),
26/11/1936. <<
[95]
BA/MA RM20/1483, OKM Allg.
«Otto»
4/10/1937-21/8/1939;
BA
R121/860, Carta, Bethke a Bernhardt,
23/7/1937. <<
[96]
IWM Krupp, Archivo 15a,
Memorándum de Vaillant Krupp),
19/11/1937. <<
[97]
BA R121/1237, Tres cartas,
ROWAK a Veltjens, 28/4 y 31/5/1937,
10/3/1939; BA R2/19, Carta, ROWAK a
Sonderstab W, 22/4/1937, factura n.º
16, 22/3/1937; BA R2/20, Sonderstab
W, Facturas n.º 1 y 2, 9/8 y 24/8/1937.
Augusto Miranda, uno de los
compradores de armas para Franco en
Londres, informó a Canaris de que le
había comprado armas varias veces al
«muy conocido comerciante de armas
alemán Veltgens» [sic] (ADAP, D, III,
doc. 213, 198, Memorándum de von
Dörnberg, 26/1/1937). <<
[98]
BA R2/20, Informe Aufwendungen
für Spanien, por Sonderstab W,
6/10/1937; BA R2/27, Informe del
Deutsche Revisions und Treuhand AG
sobre una auditoría provisional de
ROWAK, mayo a septiembre de 1937.
<<
[99]
BA R2/27, Demandas de pago de
Veltjens por envíos efectuados por
ROWAK, 25/11/1937; BA R121/1237,
varias facturas de flete emitidas por
Veltjens, 1937; AHN PG/DGA1/925,
Factura, HISMA a la Dirección General
de Adquisiciones 9/10/1937; AHN
PG/DGA2/1001,
Factura,
Hansegesellschaft
Aschpurvis
&
Veltjens a ROWAK, 3/12/ 1937; véase
también Whealey, Hitler and Spain, pág.
82. <<
[100]
IWM Krupp, Archivo 15a, Informe
sobre una reunión entre directivos de la
Carlos Hinderer & Cía y Krupp,
15/10/1937. <<
[101]
ADAP, D, III, doc. 132, 123,
Memorándum de Sabath, 27/11/1936. <<
[102]
ADAP, D, III, doc. 163, 153.
Telegrama, Karl Ritter (AA) a Faupel,
Salamanca, 23/12/1936. <<
[103]
ADAP, D, III, doc. 123, 113 y
siguientes, Telegrama, Hans Dieckhoff a
todas las misiones diplomáticas
alemanas, 17/11/1936. <<
[104]
ADAP, D, III, doc. 180, 170,
Telegrama,
Embajada
Alemana,
Salamanca, al Ministerio de Asuntos
Exteriores alemán, 1/1/1937. <<
[105]
FCO AA3176/D682 900 y
siguiente, Memorándum sin fecha ni
firma, probablemente redactado en
enero de 1937. <<
[106]
Abendroth, Hitler in
spaniscben Arena, pág. 126. <<
der
[107]
MAE R1040/14, Carta, Comisión
de Hacienda al Ministerio de Asuntos
Exteriores nacional, 19/2/1937, y
declaración verbal, Jordana a la
Embajada alemana, 20/2/1937; Viñas, et
al., Política comercial exterior en
España, 1931-1975 (Madrid: Banco
Exterior de España, 1979), pág. 166. <<
[108]
ADAP, D, III, doc. 223, 207 y
siguientes, Memorándum de Felix
Benzler (AA), 23/2/1937. <<
[109]
Franco firmó un acuerdo con Italia
el 28 de noviembre de 1936, parte del
cual trataba cuestiones económicas
generales.
Ambos
Estados
se
concedieron mutuamente el trato de
nación preferente. El Gobierno alemán
temía que esto hiciera depender a
Franco de Italia, con lo que se
debilitaría la posición de Alemania
(ADAP, D, III, doc. 142, 132, Telegrama,
von Neurath a la Embajada alemana en
Roma, 5/12/1936). <<
[110]
ADAP, D, III, doc. 231, 214,
Memorándum de Karl Ritter, 17/3/1937;
FCO
AA
2946H/D576095-100,
Memorándum
de
von
Jagwitz,
1/12/1937. <<
[111]
ADAP, D, III, doc. 231, 213 y
siguiente, Memorándum de Ritter sobre
una conversación con von Jagwitz,
17/3/1937. <<
[112]
Véase especialmente BA R7/3411,
Memorándum del Dr. Max Ilgner,
6/4/1937. <<
[113]
Véase FCO/AA 3176/D682984-87,
Informe de ROWAK sobre sus primeros
6 meses y medio, 4/5/1937 sobre el
rendimiento
económico
de
HISMA/ROWAK. <<
[114]
BA R121/860, Memorándum
Durchsetzung nationalsozialistischer
Grundsätze in der Wirtschaft, por von
Jagwitz,
26/8/1937;
FCO
AA2946H/D576095-100, Memorándum
de von Jagwitz, 13/12/1937. Véase
también Abendroth, Hitler in der
spanischen Arena, pág. 129. <<
[115]
ADAP, D, III, doc. 263, 248 y
siguiente,
Telegrama,
Faupel
al
Ministerio de Asuntos Exteriores
alemán, 21/5/1937. <<
[116]
Abendroth, Hitler in
spanischen Arena, pág. 130. <<
der
[117]
ADAP, D, III, doc. 256, 244 y
siguiente, Telegrama, Ritter a la
Embajada alemana en Salamanca,
13/5/1937. <<
[118]
ADAP, D, III, doc. 392, 347 y
siguiente, Protocolo firmado por Faupel,
Wucher, Jordana y Bau, 12/7/1937. <<
[119]
ADAP, D, III, doc. 394, 350 y
siguiente, Protocolo, 15/7/1937 <<
[120]
ADAP, D, III, doc. 397, 354 y
siguiente, Protocolo, 16/7/1937. <<
[121]
ADAP, D, III, doc. 113, 106 y
siguientes, Orden del ministro alemán de
la Guerra, 30/10/1936. <<
[122]
<<
Whealey, Hitler and Spain, pág. 49.
[123]
Whealey, Hitler and Spain, pág. 50;
Whealey, «Foreign intervention», pág.
218. <<
[124]
Abendroth, Hitler in
spanischen Arena, pág. 63. <<
der
[125]
ADAP, D, III, doc. 113, 106 y
siguiente, Orden del ministro alemán de
la Guerra, 30/10/1936. <<
[126]
Whealey, Hitler and Spain, págs.
101 y siguientes. <<
[127]
Hitler y Mussolini reconocieron
oficialmente el Gobierno de Franco el
18 de noviembre de 1936 a pesar de que
Franco no había tomado aún Madrid,
condición
inicial
para
dicho
reconocimiento (ADAP, D, III, 99 y
siguiente, Nota de los editores referida a
las páginas 87-99 de la documentación
de Ciano L’Europa verso la catastrofe.
Véase también ADAP, D, III, docs. 109
y 110, 103 y siguiente; ADAP, D, III,
doc. 122, 113, Telegrama de von
Neurath a la Embajada alemana en
Portugal, 17/11/1936). <<
[128]
ADAP, D, III, doc. 125, 117,
Memorándum
de
von
Neurath,
18/11/1936. <<
[129]
Faupel llegó como encargado de
negocios alemán. Accedió al cargo de
embajador el 11 de febrero de 1937,
ADAP, D, III, 206, n.º 2. <<
[130]
Para más información sobre Faupel,
véase Abendroth, Hitler in der
spanischen Arena, pág. 104. <<
[131]
<<
Proctor, Hitler’s Luftwaffe, pág. 72.
[132]
Véase C. Leitz, «Hermann Göring
and
Nazi
Germany’s
economic
exploitation of Nationalist Spain,
1936-1939», German History, XIV
(1996), n.º 1. <<
[1]
Este ensayo es una versión revisada y
ampliada de un trabajo sido en la Irish
Conference of Historians celebrada en
Maynooth enre el 16 y el 19 de junio de
1983 (Historical Studies XV [Belfast:
Appletree Press, 1985], págs. 223-237).
<<
[2]
Mijail Koltsov, Diario de la guerra
española (Madrid: Akal, 1978), págs.
7-8; Internacional Editorial Board,
International solidarity with tbe
Spanish Republic (Moscú: Progress
Publishers, 1975), pág. 300. <<
[3]
Koltsov, Diario 7; Documents on
British foreign policy, 1919-1979, ed.
W. N. Medlicott y Douglas, Serie 2 (en
adelante citado como DBFP), XVII,
Western pact negotiations: Outbreak of
the Spanish Civil War June 23, 1936January 2, 1937 (Londres: HMSO,
1979), pág. 83. <<
[4]
Ángel Viñas, El oro de Moscú: Alfa y
omega de un mito franquista
(Barcelona: Grijalbo, 1979), pág. 320.
<<
[5]
DBFP,
XVII,
págs.
83-84;
International solidarity, págs. 301-302;
Koltsov, Diario, pág. 8. <<
[6]
<<
International solidarity, pág. 302.
[7]
W. H. Auden, «Spain», en The
Penguin Book of Spanish Civil War
verse, ed. Valentine Cunningham
(Harmondsworth: Penguin, 1980), pág.
99. <<
[8]
<<
International solidarity, pág. 315.
[9]
Fernando Claudín, The communist
movement:
From Comintern
to
Cominform. (Harmondsworth: Pengnin,
1975), págs. 176-177. <<
[10]
Ivan Maisky, Spanish Notebooks
(Londres: Hutchinson, 1966), pág. 48;
International solidarity, págs. 303-304.
<<
[11]
International solidarity, pág. 7. <<
[12]
Istoriya Vtoroi Mirovoi Voiny,
1939-1945, (Moscú: Voenizdat, 974), II,
pág. 52. Paolo Spriano también afirma
erróneamente que «la Unión Soviética
decidió pasar a la acción desde el
comienzo [de la Güera Civil española],
en julio-agosto de 1936». Véase su obra,
Stalin and the European communists
(Londres: Verso, 1985), pág. 23. <<
[13]
DBFP, 2s, XVII, pág. 36. <<
[14]
Ministero degli Affari Esteri, I
documenti diplomatici italiani (Roma:
Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato,
1993) (a partir de ahora citado como
DDI), 8.ª serie, IV, pág. 676. <<
[15]
Ibid., pág. 761. <<
[16]
John F. Coverdale, Italian
intervention in the Spanish Civil War
Princeton N. J.: Princeton U. P., 1975),
págs. 3-4, 85-86. <<
[17]
<<
Ibid., pág. 4; DBFP, XVII, pág. 44.
[18]
DBFP, XVII, pág. 83. <<
[19]
Ministère des Affaires Étrangéres,
Documents diplomatiques Français
1932-1939, 2,ª serie (citado a partir de
ahora como DDF), vol. III, 19 Juillet-19
Novembre 1936 (París: Imprimerie
Nationale, 1966), pág. 208. <<
[20]
Ibid., pág. 338. <<
[21]
DDI, 8.ª, IV, pág. 761. <<
[22]
DDF, III, págs. 271-272. <<
[23]
Ibid., pág. 338. <<
[24]
Viñas, El oro de Moscú, pág. 152;
ídem, «Gold, the Soviet Union and the
Spanish Civil War», European Studies
Review, IX (1979), págs. 110-111. <<
[25]
DBFP, XVII, págs. 367-369. <<
[26]
Citado por David T. Cattell, Soviet
diplomacy and the Spanish Civil War
(Berkeley/Los Angeles: Univ. of
California Press, 1957), pág. 19. <<
[27]
DDI, 8.ª, IV, pág. 800. <<
[28]
Viñas, El oro de Moscú, págs. 320 y
323. <<
[29]
Ibid pág. 321. <<
[30]
Manuel Azaña, Obras completas, 4
vols. (México D. F.: Oasis, 1966-68),
IV, Memorias políticas y de guerra,
pág. 734. <<
[31]
DDI, 8.ª, IV, pág. 849. <<
[32]
DBFP, XVII, págs. 495-496. <<
[33]
Ibid., pág. 496. <<
[34]
Véase, p. ej., Ministerio de Asuntos
Exteriores
Soviético,
Dokumenty
vneshnei politiki SSSR (en adelante
citado como DVP. SSSR), XIX (Moscú:
Izdatelstvo Politicheskoi, 1974), pág.
475. <<
[35]
Isaac Deutscher, Stalin: A politcal
biograpby (Harmondsworth: Pelican,
[ed. revisada], 1966), págs. 407-412;
Claudín, Communist movement, págs.
174-179; E. H. Carr, The twilight of
Commintern, 1930-1933 (Londres:
Macmillan, 1982), págs. 116-155,
403-427. <<
[36]
J. A. S. Grenville, The major
intenational treaties, 1914-1973: A
history and guide with texts, (Londres:
Methuen, 1974), págs. 152-153. <<
[37]
John E. Dreifort, «The French
Popular Front and the Franco-Soviet
pact, 1936-37: A dilemma in foreign
policy», Journal of Contemporary
History, XI (1976), págs. 217-236;
Robert J. Young, In command of
France: French foreign policy and
military
planning,
1933-1940
(Cambridge, Mass.: Harvard U. P.,
1978),
págs.
145-150;
Anthony
Adamthwaite, France and the coming of
the Second World War (Londres: Cass,
T977), págs. 47-50.
Stalin estudió también la posibilidad de
una aproximación a la Alemania nazi
desde finales de 1936 hasta principios
de 1937. Sin embargo, a Hitler le
impresionaron más los denodados
esfuerzos de los soviéticos por crear una
asociación estratégica con Gran Bretaña
y Francia que la predisposición que
declaraba Moscú a reparar las barreras
ruso-alemanas (Jonathan Haslam, The
Soviet Union and the struggle for
collective
security
in
Europe
1933-1939 [Nueva York: St Martins
Press, 1984], págs. 127-128; véase
también Jiri Hochman, The Soviet Union
and the failure of collective security,
1934-1938 [Ithaca/Londres: Cornell
U. P., 1984], págs. 111-115). <<
[38]
Carlos Serrano, L’enjeu espagnol:
PCF et guerre d’Espagre (París:
Messidor-Éditions Sociales, 1987), pág.
51. <<
[39]
DBFP, XVII, págs. 84-85. <<
[40]
Citado por Cattell, Soviet
diplomacy, pág. 6. La postura del
partido comunista soviético sobre la
amenaza estratégica a la que se
enfrentaría Francia en el caso de una
victoria insurgente en España era
repetida fielmente por los comunistas
franceses (véase, por ejemplo, Pierre
Broué, Staline et la révolution [París:
Fayard, 1993], págs. 74-75). <<
[41]
<<
Cattell, Soviet diplomacy, pág. 39.
[42]
DBFP, XVII, págs. 475-476. <<
[43]
Azaña, Obras completas, IV, pág.
618. <<
[44]
DVP. SSSR, XIX, pág. 475. <<
[45]
Citado por Claudín, Communist
movement, pág. 707. <<
[46]
DDF, IV, 20 Novembre 1936-19
Février 1937 (París: Imprimerie
Nationale, 1967), pág. 248. <<
[47]
Azaña, Obras completas, IV, pág.
734. <<
[48]
<<
Viñas, El oro de Moscú, pág. 322.
[49]
Para una versión radical de este
punto de vista, véase Burnett Bolloten,
The Spanish Civil War: Revolution and
counterrevolution
(Nueva
York/Londres: Harvester Press, 1979),
págs. 249-531. Una versión más
ponderada de este asunto puede
encontrarse en el capítulo de Helen
Graham en este libro, «La movilización
con vistas a la guerra total: la
experiencia republicana». <<
[50]
José Díaz, Tres años de lucha
(París: Ediciones Ebro, 1970), pág. 557;
Claudín, Communist movement, págs.
234-235. <<
[51]
Díaz, Tres años, pág. 559. <<
[52]
Claudín, Communist movement, pág.
714, n.º 60. <<
[53]
DBFP, XVII, págs. 475-476. El
embajador Alemán en Moscú, von
Schulenburg, también atribuyó la
decisión soviética de involucrarse en la
Guerra Civil española a la creciente
influencia de fuerzas surgidas de «la
orientación
fundamentalmente
revolucionaria de la Unión Soviética»
(U. S., British, French Board of Editors,
Documents on German foreign policy,
1918-1945, Serie D [1937-1945], III,
Germany and the Spanish Civil War
[Londres: HMSO, 1951], pág. 108). <<
[54]
DBFP, XVII, pág. 476. <<
[55]
Citado por Julio Álvarez del Vayo,
Freedom’s battle (Londres: Heinemann,
1940), págs. 76-77. <<
[56]
DDF, IV, pág. 82. <<
[57]
Azaña, Obras completas, IV, pág.
805. <<
[58]
John E. Dreifort, Yvon Delbos at the
Quai
d’Orsay
(Lawrence,
Manhattan/Wichita, Kansas: Kansas
U. P., 1973), pág. 117. <<
[1]
La película Tierra y Libertad,
dirigida por Ken Loach, se filmó en
versión inglesa y española y se estrenó
en Madrid en abril de 1995. Allí, como
en otros sitios, llenó merecidamente
varias salas de cine durante gran parte
del verano. <<
[2]
El propósito fundamental de Tierra y
Libertad es mostrar en la pantalla, con
los embellecimientos necesarios para
comunicarse con un público moderno, el
mensaje político patentado por George
Orwell en su Homenaje a Cataluña. No
hay más de tres errores gramaticales en
el título de la balada de Christy Moore,
pero indican que el español no era su
fuerte. <<
[3]
De «Easter, 1916» de W. B. Yeats. <<
[4]
Entre los estudios recientes sobre las
dimensiones internacionales de la
guerra, se encuentran la obra de M.
Alpert, A new international history of
the Spanish Civil War (Londres:
Macmillan, 1994) y la de J. Avilés
Farré, Pasión y farsa: Franceses y
británicos ante la Guerra Civil
Española (Madrid: Eudema, 1994). <<
[5]
Para conocer el contexto de la
historia irlandesa de este período, véase
J. A. Murphy, Ireland in the Twentieth
Century (Dublín: Gill & Macmillan,
1975) una introducción breve y útil; y
una obra más completa de D. Keogh,
Twentieth Century Ireland: Nation and
State (Dublín: Gill & Macmillan, 1995).
<<
[6]
Véase las secciones relevantes en T.
Buchanan,
The
British
Labour
Movement and the Spanish Civil War
(Cambridge: Cambridge U. P., 1992),
especialmente el capítulo 5. <<
[7]
Para las obras existentes sobre el
amplio espectro de asuntos tratados en
este ensayo que incluyan un tratamiento
válido del contexto local irlandés, véase
D. Keogh, Ireland and Europe, 1929-48
(Dublín: Gill & MacMillan, 1988),
especialmente págs. 65-97, y J. Bowyer
Bell, «Ireland and the Spanish Civil War
1936 to 1939», en Strong words brave
deeds: The poetry, life and times of
Thomas O’Brien in the Spanish Civil
War, ed. H. Gustav Klaus (Dublín:
O’Brien Press, 1994), págs. 24-26.
(Esta última obra es una versión algo
actualizada de la publicada en 1969). <<
[8]
Véase J. Bowyer Bell, The secret
army: A history of the IRA, 1916-1970
(Londres: Anthony Blond, 1970). <<
[9]
El estudio más detallado hasta la
fecha sigue siendo el de C. Younger,
Ireland’s Civil War (Londres: Collins,
1968 [edición de bolsillo, 1970]). <<
[10]
Bowyer Bell, Secret army, págs.
99-127. <<
[11]
Para una explicación equilibrada y
completa, véase M. Manning, The
Blueshirts (Dublín: Gill & MacMillan,
1970). Véase también, no obstante, el
reciente trabajo de M. Cronin, «The
Socioeconomic background of the
Blueshirt Movement in Ireland, 1932-5»,
Irish
Historical
Studies,
XIV
(noviembre, 1994); y «The Blueshirt
Movement: Ireland’s fascists?», Journal
of Contemporary History, (abril, 1995),
págs. 311-332. La duda sobre si los
Camisas Azules eran «fascistas» o no
nunca será resuelta, ya que a los hechos
históricos se han añadido innumerables
capas de insultos, acusaciones y
exculpaciones.
Uso
el
término
«protofascista» porque a) en el contexto
de los años treinta, un grupo que
desfilaba uniformado, saludaba con el
brazo en alto, adoptaba la violencia
como táctica política y enunciaba una
política interna influenciada por el
partido de Mussolini no se puede
considerar que no sea fascista, pero b)
estoy convencido de que la mayoría de
sus adeptos creía que estaban
defendiendo
la
democracia,
no
minándola, y que pocos de sus miembros
se definían personalmente como
fascistas. <<
[12]
Bowyer Bell, «lreland and the
Spanish Civil War», págs. 242-245;
Keogh, lreland and Europe, págs. 66 y
siguientes. <<
[13]
Para una valoración general y
mesurada de la furia anticlerical, véase
J. M. Sánchez, The Spanish Civil War as
a religious tragedy (Notre Dame,
Indiana: Indiana U. P., 1987). En el caso
de Cataluña, podemos encontrar
testimonios de primera mano en La
persecució religiosa de 1936 a
Catalunya: Testimoniatges, ed. J.
Massot i
Montaner
(Barcelona:
Publicacions de l’Abadia de Montserrat,
1987); la monografía básica es la de
J. M. Solé y J. Villaroya i Font, La
repressió a la reraguarda de Catalunya
(1936-39),
2
vols.
(Barcelona:
Publicacions de l’Abadia de Montserrat,
1989-90). El principal estudio sobre el
conjunto de España, cuyas estadísticas
han sido muy cuestionadas, es el de A.
Montero Moreno, Historia de la
persecución religiosa en España,
1936-1939 (Madrid: Biblioteca de
Autores Cristianos, 1961). <<
[14]
Esta conclusión procede de fuentes
secundarias ya citadas, así como de la
prensa del Saorstát de 1936-37. Los
rasgos que hemos apuntado eran la
especialidad del Irish Independent, el
diario más popular, a pesar de su
oposición al Fianna Fáil. La edición del
18 de agosto de 1936 contenía un largo
artículo sobre la caza de clérigos en
Barcelona y en otro lugar se afirmaba
que: 1) los «rojos» españoles se
entrenaban en Moscú; 2) que las «checas
constituidas de acuerdo al modelo de la
Unión Soviética están masacrando a los
ciudadanos»; 3) que las iglesias estaban
siendo transformadas en «oficinas»
rojas con nombres como «Lenin» o
«Dimitroff»; 4) que se recibían armas de
Rusia y que acababan de llegar a Cádiz
dieciocho instructores militares; (y lo
que es más sorprendente); 5) que la
radio soviética emitía en español
consejos sobre cómo llevar a cabo la
revolución. No se mencionaban para
nada las violaciones de la propiedad
privada, aunque el dueño del periódico
era un banquero dublinés. <<
[15]
Véase p. ej. «Old Toledo» y «The
Irish in Spain […] Soldiers and
statesmen in Spanish service», Cork
Examiner (suplemento del fin de
semana), 1 y 22 de agosto de 1936;
«Ireland and Spain Old Memories»,
Tuam Herald, 19 de septiembre de
1936. <<
[16]
Este último se proyectó después del
primero en el Malí Cinema, Tuan, en la
tercera semana de septiembre (Tuam
Herald, 13 de septiembre de 1936). <<
[17]
Irish Independent, 10 de agosto de
1936. <<
[18]
The Universe, 18 de septiembre de
1936. <<
[19]
De la primera de las «Three
marching songs» de W. B. Yeats. Véase
F. Cullingford, Yeats, Ireland and
Fascism. (Londres: Macmillan, 1981)
para conocer el contexto de esta
proclamación. <<
[20]
E. O’Duffy, Crusade in Spain
(Dublín: Brown & Nolan, 1938), págs.
16, 24. <<
[21]
Irish Press, 12 de noviembre de
1936. <<
[22]
M. O’Riordan, Connolly Column
(Dublín: Free Press, 1979), págs. 53-54.
En noviembre de 1938, la duquesa de
Tetuán —una descendiente de O’Donnell
que protegió a O’Dufiy— visitó al
enemigo acérrimo de este último, Frank
Ryan, en el campo de prisioneros de
guerra de Burgos. Su intercesión ante
Franco tal vez contribuyó a salvar la
vida de Ryan. Esta acción respondía a
un favor que un O’Donnell irlandés
había hecho a un O’Donnell español en
los primeros días de la revolución
(ibid., pág. 121). <<
[23]
Ryan reiteró frecuentemente este
aspecto en su correspondencia y en otros
escritos; véase también «Irish volunteers
in Spain» de «C. Q.» en la revista de las
Brigadas Internacionales Volunteer for
Liberty, 11 de noviembre de 1937. <<
[24]
Por ejemplo Paddy O’Daire, uno de
los líderes más admirables del Batallón
Británico, en un documental para la RTE
titulado Even the olives are bleeding,
producido por Cathal O’Shannon en
1975; según su compadre, J. Monks,
O’Daire solía defender este aspecto
mientras estaban en las trincheras (With
the Reds in Andalucia [Londres: edición
del autor, 1985], pág. 11). <<
[25]
No parece que hayan sobrevivido
listas completas de voluntarios de
ninguna de las dos partes. Las listas de
M.
O’Riordan
de
voluntarios
progubernamentales (Connolly Column,
págs. 164-167) son deficientes en todos
los sentidos. Por mencionar tan sólo el
aspecto cuantitativo, cabe destacar que
los materiales de los archivos españoles
indican un total más cercano a los 200
que a la cifra de 146 defendida por
O’Riordan. Las cálculos sobre el
contigente de la brigada irlandesa varían
entre 600 y más de 900; cfr. H. Thomas,
The
Spanish
Civil
War
(Harmondsworth: Penguin, [3.ª ed.]
1975), págs. 979-980, con V. Ennis,
«Some
“Catholic
Moors”»,
mecanoscrito inédito, Irish Military
Archives, Dublín. (Quiero agradecer al
encargado del archivo, el comandante P.
Young, que me proporcionara una
fotocopia de este último y me diera
permiso para citarlo). Se sabe que el
general O’Duffy conservaba siempre
unos meticulosos informes en su casa de
Blackrock, pero se perdieron o
destruyeron después de su muerte.
Incluían los documentos de su Partido
Nacional, que organizó el reclutamiento
de la Brigada. Las cifras reunidas por el
autor del presente estudio completan un
total de no más de 700 miembros. <<
[26]
En este punto deberíamos hacer
varias advertencias. R. Rosenstone se
refiere a la existencia de una fuerza
voluntaria francesa (Compagnie Jean
d’Arc), con 500 voluntarios, que luchó
en el Jarama (Histórical Dictionary of
the Spanish Civil War, 1936-39, ed. J.
Cortada [Westport, Conn./Londres:
Greenwood Press, 1982], pág. 476). No
he encontrado ninguna otra referencia a
esta unidad, que no parece tener relación
alguna con los camelots du roi,
individuos que se alistaron con los
requetés (véase Thomas, The Spanish
Civil War, págs. 768, 980). Las unidades
alemanas e italianas partidarias de
Franco eran, obviamente, fuerzas
armadas regulares proporcionadas por
los gobiernos implicados. Pero el
nombre italiano («Corpo Truppe
Volontarie»)
—tan
frecuentemente
denostado— no estaba enteramente
infundado y la división alemana incluía
a varios miembros que no estaban
específicamente obligados a servir en
España, tanto militares profesionales
como reclutas. <<
[27]
El propio O’Duffy defendía la
reducida cifra de «más de dos mil» en
una entrevista concedida unos días antes
(Cork Examiner, 24 y 27 de agosto de
1936). La cifra final resultó ser —como
él mismo afirmó posteriormente—
superior a 6000 (Crusade in Spain,
págs. 13-14). <<
[28]
Bowyer Bell, «Ireland and the
Spanish Civil War», págs. 250-251. <<
[29]
O’Riordan, Connolly Column, pág.
31. La primera colecta se realizó el día
de Cristo Rey, una fiesta muy
significativa para los requetés carlistas,
a cuyos batallones de voluntarios se
creía entonces que se incorporaría la
Brigada Irlandesa (O’Duffy, Crusade in
Spain, págs. 13, 180-181, y J. del
Burgo, Conspiración y Guerra Civil
[Madrid: Alfaguara, 1970], págs.
249-250). <<
[30]
Keogh, Ireland and Europe, págs. 67
y siguientes, proporciona más detalles
narrativos sobre estos acontecimientos.
<<
[31]
El Adelanto de Salamanca, 28 de
noviembre de 1936. El asunto hipotético
de si este primer acontecimiento debiera
preceder al último o no fue sin duda
mencionado por el ministro de Asuntos
Exteriores, Sean MacEntee en el consejo
de ministros, véase su memorándum del
11 de noviembre de 1936, Irish National
Archives (Dublín), Department of
Foreign Affairs, archivo 277/87. El
gobierno
republicano
ya
había
rechazado anteriormente la oferta de De
Valera para mediar entre él y los
rebeldes (Ministerio de Asuntos
Exteriores a la embajada de Dublín, 23
de agosto de 1936, Archivo del
Ministerio de Asuntos Exteriores
[Madrid] [Sección del] Archivo de
Barcelona, Legajo R415 f. 44). <<
[32]
Keogh, Ireland and Europe, págs.
83-85. En lo que parece ser un borrador
sin fechar de su discurso en el Dáil del
18 de febrero, MacEntee comenzaba con
estas palabras: «Independientemente del
lado del conflicto hacia el que recaigan
las simpatías personales de cada uno, no
puede haber ninguna duda sobre a quién
apoya la vasta mayoría de la gente de
este país…». En las correcciones a
lápiz, el «ninguna» aplicado a «duda» es
reemplazado por «muchas» y «vasta» se
suprime (Irish National Archives,
Foreign Affairs, 227/87). <<
[33]
Durante todo el tiempo que la
Brigada Irlandesa permaneció en
España, el Irish Independent contribuyó
a justificar el apoyo constante a la
misma, defendiendo el concepto de la
justa indignación; véanse p. ej., las
ediciones del 1, 5 y 12 de marzo de
1937. <<
[34]
Hay una explicación resumida del
reclutamiento de la Brigada Irlandesa y
su traslado a España en mi estudio «
Franco’s Irish Volunteers», History
Today, (marzo de 1995), págs. 40-47.
Para más información sobre las
experiencias militares y de otro tipo,
narradas
a
continuación,
véase
O’Riordan y O’Duffy (op. cit.). En
cualquier caso, lo tendencioso de estas
versiones
desaconseja
basarse
excesivamente en ellas. Por ello, he
utilizado información procedente de
diversos bandos y testigos, pero las
referencias detalladas están restringidas
a material nuevo o controvertido. El
aparato crítico completo y las listas de
fuentes aparecerán en el libro que estoy
redactando sobre este episodio. <<
[35]
Para conocer la política religiosa
seguida en la zona republicana, véase F.
Díaz Plaja, La vida cotidiana en la
España de la guerra civil (Madrid:
Edaf, 1995), págs. 143-161. Sobre la
actitud de Ryan, véase S. Cronin, Frank
Ryan: The search for the Republic
(Dublín: Repsol, 1980), especialmente
págs. 79-81. A partir de agosto de 1937
se empezó a permitir la asistencia a la
iglesia en Madrid y, en noviembre,
parece que Ryan asistió a una misa en la
capital (ibid., págs. 121-122). Otro
internacional, Jim Haughey, era un
hombre, según otro camarada, «de
ingenua fe católica» y había preguntado
si «antes de la ofensiva del Ebro, los
brigadistas internacionales podríamos
confesarnos con un cura en el frente» (E.
Downing, citado por Manus O’Riordan
en una carta dirigida a C. Geiser, 7 de
abril de 1993, Marx Memorial Library
[Londres],
International
Brigade
Association Archive, Caja D-3, archivo
G/1). <<
[36]
No existe una historia general lo
suficientemente satisfactoria sobre las
Brigadas
Internacionales.
La
descripción mejor y la más objetiva
(más o menos) es la de A. Castells, Las
Brigadas Internacionales de la guerra
civil española (Barcelona: Ariel, 1974),
que contiene muchas y grandes lagunas.
Para el batallón británico, véase W.
Alexander, Volunteers for liberty: Spain
1936-39 (Londres: Lawrence & Wishart,
[2.ª ed.] 1986), que es la explicación
oficial del Partido Comunista de la
Independent Broadcasting Authority
(IBA), pero que resulta bastante útil
hecha esta salvedad. <<
[37]
Un oficial irlandés calculó
posteriormente que «más de cuarenta»
de sus atacantes —una unidad de las
islas
Canarias—
murieron
(S.
O’Cuinneagáin, The War in Spain
[Enniscorthy: edición del autor, sin
fecha, pero 1976], pág. 3). O’Duffy
afirmaba que sus oponentes «dejaron a
más de la mitad de sus hombres muertos
en el campo». La culpa de esta
calamidad fue de los españoles, como
dictaminó el tribunal militar (O’Duffy,
Crusade in Spain, págs. 138-140).
Aunque se dice que los informes del
tribunal se conservan aún, no se
pudieron encontrar en una esmerada
búsqueda in situ de archivos de Justicia
y de otras subsecciones de la Sección
del Cuartel General del Generalísimo de
los archivos militares de Ávila. Para
una descripción general del Jarama, la
única batalla en la que ambos grupos de
combatientes estuvieron involucrados,
véase Thomas, The Spanish Civil War,
págs. 588-595. Para más detalles sobre
el aspecto militar, véase R. Colodny,
The Battle for Madrid (Nueva York:
Paine-Whitman, 1958), J. M. Martínez
Bande, La lucha en torno a Madrid
(Madrid: Editorial San Martín, 1968) y
S. Montero Barrado, Paisajes de la
guerra: Nueve itinerarios por los
frentes de Madrid (Madrid: Comunidad
de Madrid, 1987). <<
[38]
Para conocer las intenciones ocultas
de las decisiones militares tomadas
durante la batalla de Guadalajara, véase
P. Preston, Franco (Londres: HarperCollins, 1993), págs. 229-233. Los
nacionales realizaron ataques a lo largo
de todo el frente del Jarama entre el 12 y
el 15 de marzo de 1937. Los partes del
ejército republicano sobre estas
operaciones celebran la utilización con
éxito de la artillería, que (tal como
corroboran otras versiones) convirtió el
avance de los irlandeses hacia los altos
de Titulcia en un acto claramente suicida
(Partes de la guerra: Tomo II, Ejército
de la República, ed. J. M. Gárate
Córdoba [Madrid: Editorial San Martín,
1978], pág. 241). <<
[39]
Cf. O’Duffy, Crusade in Spain,
págs. 161-163, con O’Cuinneagáin, The
war in Spain, págs. 20-21. <<
[40]
Pronto llegaron a Dublín informes
sobré el hecho de que O’Duffy pasaba
poco tiempo con sus hombres (J. P.
Walshe a J. Kerney [enviado irlandés a
España], 6 de marzo de 1937, Irish
National Archives, Foreign Affairs,
Libro «B»). El principal testigo de las
juergas de Salamanca fue el director del
Irish College en la ciudad, el padre
Alexander McCabe, cuyos recuerdos
son a veces más cínicos que
simplemente escépticos (véase D.
Keogh, «An Eyewitness to History: Fr.
Alexander McCabe and the Spanish
Civil War, 1936-1939», Breifne:
Journal of Breifne Historical Society,
VIII [1995], n.º 30, págs. 445-488). Sus
observaciones están corroboradas en P.
Kemp, Mine were of trouble (Londres:
Cassell, 1957), págs. 87-88, y F.
McCullagh, In Franco’s Spain (Londres:
Burns & Oates, 1937), págs. 150-151,
245, 263-264. <<
[41]
O’Duffy, Crusade in Spain, pág.
169, confirmado en una nota de Yagüe a
Franco, 3 de abril de 1937, Archivo
General Militar (Ávila) Cuartel General
del Generalísimo, Organización, legajo
156. <<
[42]
Esta explicación de la disolución de
la Bandera Irlandesa está basada en una
serie de documentos citados en O’Duffy,
op. cit. Véase especialmente el informe
de Yagüe a Franco (24 de marzo); la
defensa de la bandera realizada por
O’Duffy ante Franco (9 de abril); y la
decisión final del general (emitida el 13
de abril). El periodista irlandés
McCullagh, que estuvo destinado en
Salamanca durante gran parte de este
período, afirmaba que la brigada les
había costado a los nacionales la
enorme suma de 170 000 libras
(McCullagh, In Franco’s Spain, pág.
306). La cifra parece exagerada; sin
embargo, también Burgos alegaba que
existieron
serias
complicaciones
financieras (véase también Keogh, «An
Eye Witness», págs. 485-488). <<
[43]
O’Riordan, Connolly Column, pág.
101. En cambio, la narración de O’Duffy
en ningún momento delata que el más
mínimo desacuerdo enturbiase las
magníficas relaciones entre él y
cualquier otro miembro del bando
nacional, fuera español o irlandés. <<
[44]
Antes de que la Brigada abandonase
Cáceres se formó una asociación y se
eligió a «un representante del consejo de
cada uno de los 32 condados» (O’Duffy,
Crusade in Spain, págs. 240-241). Los
capitanes O’Cuinneagáin y Quinn
trataron de animar otros intentos
posteriores de mantener los lazos,
«organizándose bajo serias dificultades
en cuanto a la distancia y la falta de
información de los supervivientes»
(circular [1947] enviada al veterano Leo
McCloskey, archivo privado). <<
[45]
Este comentario de Behan apareció
en sus Confessions of an Irisb rebel
(Londres: Hutchinson, 1965), pág. 133.
<<
[46]
Véase, p. ej., Manus O’Riordan,
Portrait of an Irish anti-Fascist: Frank
Edwards, 1907-1983. An appreciation
(Dublín: edición del autor, 1984), Marx
Memorial Library, International Brigade
Archive, Caja A-12, Ed/1. <<
[47]
G. Jackson, «Un acto de
reconocimiento histórico», El País, 7 de
diciembre de 1995. <<
[1]
Quisiera expresar mi agradecimiento
a la Dirección General de relaciones
Culturales y Científicas, cuya generosa
ayuda financiera me permitió llevar a
cabo parte de la investigación en la que
está basado este capítulo. <<
[2]
La bibliografía sobre la revolución es
vastísima. Entre los estudios más
destacables se encuentran los de José
Peirats, La CNT en la revolución
española (Madrid: Ruedo Ibérico,
1978), 3 vols.; Walter Bernecker,
Colectividades y revolución social: El
anarquismo en la guerra civil
española,
1936-1939
(Barcelona:
Crítica, 1982); Albert Pérez Baró,
Trenta mesos de col-lectivisme en
Catalunya (Esplugues de Llobregat:
Ariel, 1974); Gastón Leval, Espagne
Libertaire (1936-1939) (París: Editions
du Cercle, 1971); Burnett Bolloten, The
Spanish Civil War: Revolution and
counterrevolution (Chapel Hill, North
Carolina: University of North Carolina
Press, 1991); Frank Mintz, La
autogestión
en
la
España
revolucionaria (Madrid: La Piqueta,
1974). <<
[3]
Los Amigos de Durruti, Hacia la
nueva revolución (Barcelona: 1937),
pág. 15. El mejor estudio sobre la
evolución política de Balius es el de
Agustín Guillamón, «Los Amigos de
Durruti, 1937-1939», Balance, n.º 3,
1995. <<
[4]
No quiero negar con esto la
importancia de otros factores que
contribuyeron al declive del movimiento
anarquista, como el adverso contexto
internacional y la sagacidad política de
sus enemigos, que están bien
documentados en otras obras. <<
[5]
Según un reciente estudio, «En el
anarquismo
español
la
ética
individualista y la ética colectivista han
ido de la mano, no siempre en perfecta
armonía, pero siempre en rechazo de la
burocratización del movimiento…»:
Floreal Castillo, «Ética de la rebelión y
la ética de la revuelta. Stirnerianos
versus kropotkianos en el anarquismo
latinoamericano
(Primera
aproximación)», Orío, n.º 99, febrero de
1997. <<
[6]
Véase José Álvarez Junco, La
ideología política del anarquismo
español,
1868-1910
(Madrid,
Siglo XXI, 1991); Anselmo Lorenzo, El
proletariado militante (Barcelona, s. l.,
1901 y 1923), 2 vols. <<
[7]
La Revista Blanca, 15 de noviembre
de 1898, 1 de mayo de 1925, 1 y 15 de
abril, 1 y 15 de mayo, 1 de junio de
1928, 22 de febrero de 1935. <<
[8]
La Revista Blanca, 1 de junio de
1900, 15 de noviembre de 1901; Paul
Ilie, «Nietzsche in Spain, 1890-1910»,
Publications of the Modern Language
Association, vol. LXXIX, 1964, págs.
80-96; Gonzalo Sobejano, Nietzsche en
España (Madrid: Gredos, 1967),
pássim; Álvarez Junco, La ideología
política, págs. 139-169; Rafael Núñez
Florencio, El terrorismo anarquista,
1888-1909 (Barcelona: Siglo XXI,
1983), pássim. <<
[9]
Max Stirner, Der Einzige und sein
Eigenthum (Berlín, Schuster und
Loeffler, 1898). Para las críticas a la
filosofía de Stirner, véanse John P.
Clark, Max Stimer’s Egoism (Londres,
Freedom, 1976) y Enrico Ferri,
L’antigiuridismo di Max Stirner
(Milán: A. Guiffré Editore, 1992). <<
[10]
ERA 80, Els anarquistes educadors
del poble: «La Revista Blanca»
(1898-1905) (Barcelona: Curial, 1977);
E.
Armand,
El
anarquismo
individualista: Lo que es, lo que puede
y vale (Barcelona: Germinal, 1916) y
Reflexiones
de
un
anarquista
individualista: Realismo e idealismo
mezclados
(París:
Librería
Internacional, sin fecha). <<
[11]
Citado por Eric Hobsbawm, Bandits
(Harmondsworth: Pelican, 1985), pág.
110. <<
[12]
Álvarez Junco,
política, pág. 146. <<
La
ideología
[13]
Véase Ettore Zoccoli, L’anarchia.
Gli agitatori. Le idee. I fatti (Turín:
Bocca, 1907); Giacomo Mesnil, Stirner,
Nietzsche e l’anarchisnio (Jesi: Il
Pensiero, 1909); Richard Parry, The
Bonnot Gang: The story of the French
Illegalists (Londres: Rebel Press,
1987); E. Armand, L’anarchisme comme
vie
et
activité
individuelle
(Romainville: s. l., 1911); Richard, D.
Sonn, Anarchism and cultural politics
in fin de siècle France (Lincoln:
University of Nebraska), 1989, pág. 27.
<<
[14]
Pier Carlo Masini, Storia degli
anarchici italiani nell’epoca degli
attentati, (Milán: Rizzoli, 1981), pág.
195. <<
[15]
Núñez Florencio, El terrorismo
anarquista, pág. 108. <<
[16]
Álvarez Junco,
política, pág. 147. <<
La
ideología
[17]
Pier Cario Masini, Storia degli
anarchici italiani: Da Bakunin a
Malatesta (1862-1892) (Milán: Rizzoli,
1972), pág. 234. Curiosamente, en su
por lo demás excelente estudio del
anarquismo en Barcelona durante las
décadas de 1880 y 1890, Núñez
Florencio no se refiere en absoluto a la
presencia de Pini en la ciudad. <<
[18]
Álvarez Junco,
política, pág. 494. <<
La
ideología
[19]
Luis Goytisolo, Antagonía, vol. I
(Barcelona: Plaza y Janés, 993), pág.
240. <<
[20]
Patricia Leighten, Re-ordering the
Universe: Picasso and Anarchism,
1897-1914
(Princeton:
Princeton
University Press, 1989), pág. 15. <<
[21]
Baltasar Porcel, La revuelta
permanente (Barcelona, Planeta: 1978),
pág. 103; Emili Salut, Víveres de
revolucionaris: Apunts historics del
Districte Cinquè (Barcelona: 1938),
págs. 9-11, 52-57, 114, 123-124,
147-148. <<
[22]
Masini, Storia degli anarchici
italiani nell’epoca degli attentati, págs.
204-205; Monatte citado en James Joll,
The Anarchists (Londres: Methuen),
1979, pág. 187. Como sus predecesores
anarquistas, los anarcosindicalistas
ibéricos eran teóricamente débiles y,
hasta que aparecieron ideólogos como
Joan Peiró en los años veinte, el nuevo
credo dependía en gran medida de
maestros como Fernand Pelloutier,
Georges Sorel y Pierre Besnard. <<
[23]
Xavier Paniagua, La sociedad
libertaria:
Agrarismo
e
industrialización en el anarquismo
español,
1930-1939
(Barcelona:
Crítica, 1982), págs. 115-264; Antonio
Elorza, La utopía anarquista bajo la
segunda república española (Madrid,
Ayuso, 1973), págs. 387-408. A pesar de
las diferencias evidentes entre el
anarquismo y el anarcosindicalismo,
algunos historiadores siguen utilizando
los términos indistintamente como si
quisieran decir lo mismo. Un ejemplo de
esto es el estudio de Antonio Fontecha
Pedraza,
«Anarcosindicalismo
y
violencia: la “gimnasia revolucionaria”
para
el
pueblo»,
Historia
Contemporánea, n.º 11, 1994, págs.
153-179. <<
[24]
Para un ejemplo de esta tendencia,
véase Murray Bookchin, The Spanisb
Anarchists:
The
heroic
years,
1868-1936 (Nueva York: Free Life,
1977). <<
[25]
Paniagua, La sociedad libertaria,
págs. 83-91, 104-110; Isaac Puente, El
comunismo
libertario:
Sus
posibilidades de realización en España
(Valencia, s. l., s. a.); Federico Urales,
Los municipios libres: Ante las puertas
de la anarquía (Barcelona: La Revista
Blanca, 1933). <<
[26]
Juan García Oliver, El eco de los
pasos (Barcelona: Ruedo Ibérico,
1978), págs. 215-216; Teresa Abelló y
Enric Olivé, «El conflicto entre la CNT
y la familia Urales en 1928. La lucha
por el mantenimiento el anarquismo
puro», Estudios de Historia Social, n.º
32-33, 1985, págs. 317-332. <<
[27]
Manuel Cruells, Salvador Seguí, el
Noi del Sucre (Esplugues de Llobregat:
Ariel, 1974), págs. 55-59; Eulàlia Vega i
Massana, «Salvador Seguí, el Noi del
Sucre»,
en
Alejandro
Sánchez,
Barcelona 1888-1929: Modernidad,
ambición y conflictos de una ciudad
soñada (Madrid: Alianza, 1994), págs.
108-112. <<
[28]
Pere Foix, Apòstols i mercaders:
Seixanta anys de lluita social a
Catalunya (Barcelona: Terra Nova,
1976), pág. 55; Porcel, La revuelta
permanente, págs. 54, 106-107; Salut,
Vivers de revolucionaris, págs. 147-148
. <<
[29]
El Productor Literario, 24 de
febrero de 1906, citado en Núñez
Florencio, El terrorissmo anarquista,
pág. 219. <<
[30]
Francesc Madrid, Sangre en
Atarazanas (Barcelona: Antoni López,
1926). <<
[31]
Porcel, La revuelta permanente,
págs. 122-126; Víctor Serge, Birth of
our power (Londres: Writers and
Readers, 1977), págs. 29-35. «Legalista
consciente» a su manera y expropiador
par excellence, Jules Bonnot fue el más
famoso de los estirneristas franceses y
el fundador de los llamados «bandidos
del motor», a quienes se les atribuye la
autoría del primer robo en el que se
utilizó un automóvil para la huida. <<
[32]
Albert Pérez Baró, Els «feliços»
anys vint: Memòries d’un militant
obrer, 1918-1926 (Palma de Mallorca:
Edicions Molí, 1974), pág. 87; LéonIgnacio, Los años del pistolerismo
(Barcelona: Plaza & Janes, 1978);
Soledad Bengoechea, El locaut de
Barcelona (1919-1920) (Barcelona:
Curial, 1998), págs. 163-175. <<
[33]
Ricardo Sanz, El sindicalismo y la
política: Los «solidarios» y «nosotros»
(Toulouse, Imprimerie Dulaurier, 1966),
págs. 51-77, 95-118; Abel Paz, Durruti,
el proletariado en armas (Barcelona:
Bruguera, 1978), págs. 27-53. El hijo de
un destacado anarcosindicalista español
describió a «los Solidarios» como
«dispuestos a todos los sacrificios,
tienen fe inquebrantable en el
comunismo libertario, no aceptan ningún
compromiso […] se entusiasman
leyendo La conquista de Pan de
Kropotkin, admiran la vida apasionada
de Bakunin (cuyo pensamiento conocen
mal), comentan a Nietzsche y,
curiosamente,
al
pesimista
Schopenhauer»: César M. Lorenzo, Los
anarquistas españoles y el poder
(París: Ruedo Ibérico, 1972), pág: 39.
Mientras tanto, la propia postura
individualista de Durruti ha sido
resumida recientemente del siguiente
modo: «Durruti es un hombre común: si
se tratara de la Razón como cuerpo
superior y transcendente de enunciados,
más que una actitud enfrentada, lo que
quizás encontráramos en él sería una
indiferencia semejante a la que ya
observara Max Stirner: “¡De verdades
por encima de mí, de verdades a las que
yo debiera doblegarme, no entiendo!”»,
en Antonio Morales Toro, «Durruti y el
hilo del lenguaje», en Antonio Morales
Toro y Javier Ortega Pérez (eds.), El
lenguaje de los hechos: Ocho ensayos
en tomo a Buenaventura Durruti
(Madrid, Los libros de la Catarata,
1996), pág. 138. <<
[34]
Como el verdugo muerto acababa de
ser nombrado y de hecho no había
ejecutado a ningún anarquista, muchos
miembros de la CNT se negaron a
considerar este asesinato como el
clásico ajusticiamiento anarquista y
prefirieron interpretarlo como una
provocación deliberada por parte de las
autoridades o de agents provocateurs:
Adolfo Bueso, Recuerdos de un
cenetista (Esplugues de Llobregat:
Ariel, 1976), vol. I, págs. 202-203;
Ángel María de Lera, Ángel Pestaña:
Retrato de un anarquista (Barcelona:
Argos, 1978), pág. 216. <<
[35]
La Revista Blanca, 15 de marzo, 1,
15 de abril, 1 de junio de 1925, 15 de
septiembre de 1926, 1 de enero de 1927,
1 de septiembre de 1930. <<
[36]
La Revista Blanca, 1 de febrero, 15
de marzo, 1 de abril de 1925. Este
extremo ha sido confirmado en una
importante revisión de la filosofía de
Urales en la que se apunta que «al
concebir Urales una libertad que no cesa
jamás (ni aun al empezar la ajena) y un
individuo al cual la sociedad no puede
aportar nada, se acerca peligrosamente a
la teoría de Max Stirner, quien llevará el
individualismo hasta sus últimas
consecuencias…» (Jorge Rodríguez
Burrel, «Federico Urales: Filosofía
individualista,
anarquismo
antiasociativo», en «Federico Urales:
Una cultura de la acracia», Anthropos,
n.º 78, 1987, pág. 49). <<
[37]
La Revista Blanca, 1 de julio de
1923, 15 de diciembre de 1927, 15 de
julio de 1929. <<
[38]
Gonzalo Santonja, La novela
revolucionaria de quiosco, 1905-1959
(Madrid: La productora de ediciones,
1993), págs. 69-81; Marisa Siguán
Boehmer, Literatura popular libertaria,
(Barcelona: Península, 1981). <<
[39]
Mauro Bajatierra, Fuera de la ley,
La Novela Ideal, n.º 153 (Barcelona: La
Revista Blanca, 1929); Elías García,
Jonás el errante, La dovela Ideal, n.º
206 (Barcelona: La Revista Blanca, sin
fecha). <<
[40]
La principal fuente de información
sobre la FAI es un trabajo muy poco
crítico de Juan Gómez Casas, Historia
de la FAI (Bilbao: ZYX, 1977). Para un
estudio crítico de la FAI en su baluarte
barcelonés,
véase
mi
trabajo
«Anarchism and illegality in Barcelona,
1930-1937», Contemporary European
History, vol. 4, n.º 2, 1995, págs.
133-151. <<
[41]
Fidel Miró, Cataluña, los
trabajadores y el problema de las
nacionalidades (México: Editores
Mexicanos Unidos, 1967), págs. 49, 66.
<<
[42]
Paz, Durruti, págs. 61-133; Rai
Ferrer, Durruti, 1896-1936 (Barcelona,
Planeta: 1985), págs. 59-60; Salvador
Cánovas Cervantes, Durruti y Ascaso:
La CNT y la revolución de julio
(historia de la revolución española)
(Toulouse, CNT, 1945), págs. 10-12. <<
[43]
Véase, p. ej., Acción, agosto de
1925. <<
[44]
A principios de 1932, los faístas ya
habían ocupado una serie de posiciones
clave dentro de la CNT: Gregorio Jover,
Ricardo Sanz y Juan jarcia Oliver
estaban en el Comité Nacional;
Francisco Ascaso, José Canela, Patricio
Navarro y Ramón Porquet estaban en el
Comité Regional Catalán, mientras que
Segundo Martínez era secretario de la
Federación Local de Barcelona. Eulalia
Vega i Massana estudia este proceso en
El Tentisme a Catalunya: Divergències
ideològiques en la CNT(1930-1933)
(Barcelona: 1980) y «La Confederació
Nacional del Treball i els Sindicats
d’Oposició a Catalunya i el País
Valencià (1930-1936)», tesis doctoral
inédita (Universidad de Barcelona,
1986). Véase asimismo mi tesis
doctoral, también inédita, «Policing the
recession: Law and order in Republican
Barcelona,
(Londres:
1930-1936»
University of London, 1995). <<
[45]
Ealham, «Policing the Recession»,
capítulos 5-7. <<
[46]
Para las defensas de Stirner véase
Iniciales, agosto de 1929, enero-junio,
diciembre de 1935-febrero de 1936. <<
[47]
Iniciales, agosto de 1929, diciembre
de 1930, agosto, diciembre de 1931,
mayo de 1932, enero, abril, noviembre
de 1934, enero-mayo, septiembre de
1935. <<
[48]
A pesar de sus sentimientos
antiorganizativos,
los
estirneristas
participaron
activamente
en
organizaciones excursionistas como Sol
y Vida: Abel Paz, Chumberas y
alacranes (1921-1936) (Barcelona:
Medusa, 1994), pág. 202. <<
[49]
Ealham, «Policing the Recession»,
capítulo 6. <<
[50]
García Oliver, El eco de los pasos,
pág. 188; Tierra y Libertad, 26 de abril,
8 de mayo de 1931, 9 de junio, 11 de
agosto, 20 y 27 de octubre de 1933; FAI,
8 de enero de 1935. <<
[51]
Solidaridad Obrera, 22 de marzo,
20 de abril, 23 de junio, 10, 26 de
agosto, 16, 23 de septiembre, 13 de
octubre, 9 y 23 de noviembre, 7 de
diciembre de 1932, 1 y 12 de enero, 11
de febrero, 8, 14, 18, 25 de marzo, 4,
15-16, 18 de abril, 23 de junio, 29 de
julio, 14 de octubre de 1933; 15, 24, 26
de abril de 1934; 14, 20 de febrero, 1 de
marzo, 15 de septiembre de 1935; El
luchador, 7 de julio de 1933. A pesar de
que resulta difícil calibrar el impacto de
este mensaje en las bases de la CNT,
conviene recordar que la afiliación de
este sindicato osciló entre los 500 000 y
los 1 200 000 miembros en los cinco
años anteriores a la Guerra Civil. <<
[52]
García Oliver, El eco de los pasos,
págs. 115-116; Paz, Dumiti, pág. 67;
León-Ignacio,
Los
años
del
pistolerismo, págs. 242, 314; Tierra y
Libertad, 4 de julio, 19 de septiembre
de 1931; La Batalla, 7 de julio de 1932;
Porcel, La revuelta permanente, págs.
126-129. En los valores de los años
treinta,
25
pesetas
equivalían
aproximadamente a tres jornales de un
obrero de la construcción no
cualificado. <<
[53]
León-Ignacio, Los años del
pistolerismo, pág. 314, La Vanguardia,
13, 17-18 de agosto de 1933; Las
Noticias, 2 de julio de 1936; Paz,
Durruti, pág. 67; La Vanguardia, 30 de
junio de 1934. <<
[54]
Chris Ealham, «Crime and
punishment in 1930S Barcelona»,
History Today, vol. 43, octubre de 1993,
págs. 31-37; La Vanguardia, Las
Noticias, La Veu de Catalunya, 18-22
de diciembre de 1934; Joan Manent i
Pesas, Records d’un sindicalista
llibertari català, 1916-1943 (París:
Edicions catalanes de París, 1976),
págs. 178-189. <<
[55]
Gutiérrez Molina, La Idea
revolucionaria:
El
anarquismo
organizado en Andalucía y Cádiz
durante los años treinta (Madrid:
Madre Tierra, 1993), págs. 65-77; Pérez
Baró, Els «feliços» anys vint, pág. 87.
<<
[56]
Solidaridad Obrera, 18 de agosto de
1933, 26 de abril, 14 de julio de 1934;
La Revista Blanca, 4 de enero, 10 de
mayo de 1935; Paz, Durruti, págs.
311-314. <<
[57]
Josep María Huertas Clavería,
Obrers a Catalunya: Manual d’historia
del moviment obrer (1840-1975)
(Barcelona: L’Avenç, 1994), pág. 288.
<<
[58]
En una crítica de la CNT que tenía
mucho en común con las posiciones de
Balius, Helmut Rüdiger, el representante
de la AIT en España, observó lo
siguiente: «No se sabía qué camino
había que tomar. Faltaba una teoría.
Habíamos perdido muchos años en la
nebulosa de las abstracciones […] [en
la CNT-FAI-FIJL] no se disponía ni de
las ideas, los métodos, los principios ni
de los órganos capaces de dar vida a un
nuevo orden público que superase las
viejas formas. Había empezado una
lucha antifascista que necesitaba una
nueva organización del pueblo capaz de
perseguir y ganar la lucha». (Helmut
Rüdiger, Ensayo crítico sobre la
revolución española [Buenos Aires:
Imán, 1940], págs. 11, 30). <<
[59]
La Batalla, 6 de diciembre de 1936;
9, 28 de enero, 17, 27 de febrero, 18 de
marzo de 1937. Con su habitual humor
cruel y sarcástico, Trotski comparó el
anarquismo con un paraguas lleno de
agujeros, ya que en principio parece
útil, pero cuando uno dice utilizarlo, no
sirve para nada: Trotski decía que
mientras que el primero no servía para
transformar la sociedad, el segundo no
servía para parar la lluvia. Para las
opiniones de Trotski sobre España,
véase su Escritos sobre España París:
Ruedo Ibérico, 1971). <<
[60]
Joan Llarch, La muerte de Durruti
(Barcelona: Plaza & Janes, 1985), págs.
97-98, 102. Abel Paz, Crónica de la
Columna de Ferro (Barcelona: Hacer,
1984), pássim; Josep María Solé i
Sabaté y Joan Villarroya i Font, La
repressió a la reraguarda de
Catalunya,
1936-1939,
vol.
I
(Barcelona: Publicacions de l’Abadia
de Montserrat, 1989), págs. 59-81;
Diari de Barcelona, 1, 25 y 27 de
agosto de 1936; Treball, 1-2 de agosto
de 1936; La Rambla, 25 de agosto de
1936; La Humanitat, 26 de agosto de
1936. <<
[61]
En un libro publicado en 1938, un
anarcosindicalista barcelonés denunció
a «uns quants individus que en
desenganyar-se deis ideals anarquistes,
volien superar-se fent ostentado d’una
completa amoralitat com a norma de
vida»: Salut, Vivers de revolucionarit,
págs. 81-82. El escaso interés generado
por la reimpresión en 1937 de El único
y su propiedad puede servir como
medida del aislamiento de los
estirneristas durante los años de la
Guerra Civil: sólo se vendieron 200
ejemplares de los 2000 impresos.
Inquietudes. Suplemento de «Tierra y
Libertad», México, mayo de 1945. <<
[62]
Joan Peiró, Perill a la reraguarda
(Mataró: Edicions Llibertat, 1936),
págs. XVII, 41, 127-133. <<
[63]
Solidaridad Obrera, 24 y 30 de julio
de 1936; Peirats, La CNT, vol. I, pág.
173. <<
[64]
Benjamín Martin, The agony of
modernization:
Labor
and
industrialization in Spain (Ithaca: ILR
Press, 1990), pág. 385; Peiró, Perill,
pág. 20; La Batalla, 31 de julio de
1936; Solidaridad Obrera, 9, 24 y 30 de
julio de 1936; Juan García Oliver, El
eco de los pasos, págs. 229-231; Llarch,
La muerte de Durruti, pág. 24; Porcel,
La revuelta permanente, págs. 129-130.
Gardenyes y sus camaradas, a quienes la
FAI encontró robando joyas de un piso,
fueron descritos por Peiró como «de
historial y martirio revolucionario, pero
que fueron incapaces de superar un
momento de confusión y de debilidad»:
La CNT, vol. I, pág. 175. <<
[65]
La Batalla, 31 de diciembre de 1930
y 13de marzo de 1937. <<
[66]
Manuel Valldeperes, Els perills de
la reraguarda (Barcelona: Forja, 1937),
págs. 7-10, 23, 25-26, 28; Treball, 30 de
septiembre y 20 de noviembre de 1936;
La Humanitat, 2 de octubre y 28 de
noviembre de 1936; Mundo Obrero, 14
de diciembre de 1936. <<
[67]
Esta postura es apoyada por Martin,
quien concluye que «los anarquistas y
los cenetistas han recibido una culpa
desproporcionada por el “terror rojo”»:
The agony of modernization, pág. 384.
<<
[68]
La Humanitat, 31 de julio de 1936;
Diari de Barcelona, 1 de agosto de
1936; Treball, 15 de agosto y 20 de
octubre de 1936; Manuel Cruells, La
societat catalana durant la guerra
civil: Crónica d’um periodista polític
(Barcelona: Edhasa, 1978), págs. 73-84;
Fundación Andreu Nin, Los sucesos de
mayo de 1937: Una revolución en la
República (Barcelona: Libros Pandora,
1988), pássim; Manuel Cruells, Els Fets
de Maig: Barcelona 1937 (Barcelona:
Editorial Joventut, 1970), págs. 19-125.
<<
[69]
Helmut
Rüdiger,
El
anarcosindicalismo en la Revolución
Española (Barcelona: Comité Nacional
de la CNT, 1938), pág. 6. <<
[70]
Ángel Pestaña, Lo que aprendí en la
vida (Bilbao: ZYX, 1973), vol. 2, págs.
63-64. <<
[71]
Ramón Liarte, El camino de la
libertad (Barcelona: Ediciones Picazo,
1983), pág. 239. <<
[1]
S. Juliá, Los orígenes del Frente
Popular en España (1934-1936)
(Madrid: Siglo XXI, 1979). <<
[2]
A. Shubert, Hacia la revolución:
Orígenes sociales del movimiento
obrero
en
Asturias,
1860-1934
(Barcelona: Crítica, 1984). G. Ojeda et
al, Octubre 1934: Cincuenta años para
la reflexión (Madrid: Siglo XXI, 1985).
Probablemente, la petición de amnistía
para los encarcelados con motivo de la
insurrección de octubre fue el factor más
importante en la movilización obrera
durante la campaña electoral de febrero
de 1936. <<
[3]
H. Graham, «Community, State and
nation in Republican Spain, 1931-1938
», en A. Smith y C. Mar-Molinero,
Nationalism and national identity in
tbe Iberian Península (Oxford: Berg,
1996). S. Julia, «La experiencia del
poder: La izquierda republicana,
1931-1933», en El republicanismo en
España, 1830-1939, ed. N. Townson
(Madrid: Alianza, 1994, págs. 165-192).
<<
[4]
H. Graham, «War, modernity and
reform: The premiership of Juan Negrín,
1937-1939», en The Republic besieged:
Civil War in Spain, 1936-1939, ed. P.
Preston y A. L. MacKenzie (Edimburgo:
Edinburgh University Press, 1996). <<
[5]
J. M. Macarro Vera, La utopía
revolucionaria: Sevilla en la Segunda
República (Sevilla: Caja de Ahorros de
Sevilla, 1985). <<
[6]
J. Casanova, Anarquismo y
revolución en la sociedad rural
aragonesa,
1936-1938
(Madrid:
Siglo XXI, 1985). <<
[7]
Todos esos casos fueron difíciles
victorias estratégicas logradas por
comandantes
militares
rebeldes
mediante trampas y trucos para engañar
a los obreros republicanos. <<
[8]
C. Ealham, «Policing the Recession:
Unemployment, social protest and lawand-order in Barcelona», 1930-1936,
tesis doctoral inédita, Universidad de
Londres, 1996. Véanse también sus
artículos: «Crime and punishment in
1930S Barcelona», History Today,
octubre de 1993; y «Anarchism and
illegality in Barcelona, 1931-1937»,
Contemporary European histojy, vol. 4,
n.º 2, 1995. <<
[9]
<<
C. Ealham, Policing the Recession.
[10]
La
bibliografía
sobre
colectivizaciones es enorme. Una
síntesis actualizada sobre el debate
historiográfico
en
J.
Casanova,
«Anarchism, revolution and civil war in
Spain: the challenge of social history»,
International Review of Social History,
vol. 37, 1992, págs. 198-404.
Testimonios orales en R. Fraser,
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros:
Historia oral de la guerra civil
(Barcelona: Crítica, 1979), 2 vols.
véanse además: W. L. Bernecker,
Colectividades y revolución social: El
anarquismo en la guerra civil española
(Barcelona: Crítica, 1982); J. Casanova,
Anarquismo y revolución en la sociedad
rural aragonesa, y como editor, El
sueño igualitario: Campesinado y
colectivizaciones
en
la
Espala
republicana (Zaragoza, 1989); L.
Garrido
González,
Colectividades
agrarias
en
Andalucía:
Jaén
(1931-1939) (Madrid: Siglo XXI,
1979); I. Bosch Sánchez, Ugetistas y
libertarios: Guerra civil y revolución
en el país valenciano (Valencia:
Institució Alfons el Magnànim, 1983).
<<
[11]
Sobre el proceso de intervención
véase P. Preston, «La aventura española
de Mussolini: Del riesgo limitado a la
guerra abierta», artículo incluido en este
volumen. Las obras clásicas son A.
Viñas, La Alemania nazi y el 18 de julio
(Madrid: Alianza, 1977); J. E.
Coverdale, La intervención fascista en
la guerra civil (Madrid: Alianza, 1979).
Cfr. P. Preston, Franco: Caudillo de
España (Barcelona, Grijalbo, 1994). <<
[12]
P. Preston, «La aventura española de
Mussolini», y E. Moradiellos, «El
general apacible. La imagen oficial
británica del general Franco durante la
Guerra Civil», ambos incluidos en este
volumen (pp.
41-69
y 21-39
respectivamente). <<
[13]
A. Bahamonde y Sánchez de Castro,
Un año con Queipo: Memorias de un
nacionalista (Barcelona: Ediciones
españolas, s. a. [1938]), págs. 23-27 y
88-136; J. de Ramón-Laca, Bajo la
férula de Queipo: Cómo fue gobernada
Andalucía (Sevilla: Diario Fe, 1939),
págs. 18-20, 151 y siguientes; I. Gibson,
Queipo de Llano: Sevilla, verano de
1936 (Barcelona: Grijalbo, 1986), págs.
80-92; N. Salas, Sevilla fue la clave:
República, alzamiento, guerra civil
(Sevilla: Castillejo, 1929, vol. I), págs.
281-363, vol 2, págs. 409-491; R.
Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a
otros; Anónimo, «El comienzo: La
“liberación” de Lora del Río (1936)»,
Cuadernos de Ruedo Ibérico, n.º 46-48,
julio-diciembre de 1975; L. Collins y D.
Lapierre, Or I’ll dress you in mourning
(Londres: Weidenfeld & Nicolson,
1968), págs. 88-99. <<
[14]
Hay muchas fuentes al respecto.
Entre ellas, M. Koltsov, Diario de la
guerra de España (Madrid: Akal,
1978), págs. 96-97; y J. Whitaker,
«Prelude to World War: A witness from
Spain», Foreign Affairs, vol. 21, n.º I,
octubre de 1942, págs. 105-106. <<
[15]
Sobre el sentido de la violencia en
la España rebelde, véase H. Graham,
«War, modernity and reform». <<
[16]
F. Moreno Gómez, La guerra civil
en Córdoba (Madrid: Alpuerto, 1985).
También su artículo, «La represión en la
España campesina», en España durante
la Segunda Guerra Mundial, ed. J. L.
García Delgado y M. Tuñón de Lara
(Madrid, Siglo XXI, 1989, pág. 191).
<<
[17]
P. Preston, Franco, pág. 209. <<
[18]
«Tras la primera noche, la sangre
parece que llegó a alcanzar un palmo de
altura en las veredas. No lo dudo. 1800
personas, hombres y mujeres, fueron
llevadas allí en unas doce horas. Hay
más sangre de lo que puede imaginarse
en 1800 cuerpos». J. Allen, The
Chicago Tribune, 30 de agosto de 1936.
<<
[19]
M. Neves, La matanza de Badajoz
(Badajoz, 1986), págs. 13, 43-45 y
50-51; J. Allen, «Blood flows in
Badajoz», en From Spanish trenches:
Recent letters from Spain, ed. M. Acier
(Londres: Modern Age Books, 1937),
págs. 3-8; J. Whitaker, «Prelude to
World War», págs. 104-106; J. J.
Calleja, Yagüe: Un corazón al rojo
(Barcelona, 1963), págs. 99-109. <<
[20]
Contrariamente a la percepción
abrigada en la República, fue la Italia
fascista más que la Alemania nazi la que
proporcionó mayor cantidad de ayuda a
los insurgentes. Cfr. P. Preston, «La
aventura española de Mussolini». <<
[21]
Cfr. H. Graham, «War, modernity and
reform». <<
[22]
P. Preston, ibid. <<
[23]
Palabras de J. Whitaker, «Prelude to
World War», págs. 105-106. <<
[24]
Una exposición clásica en V.
Richards, Lessons of the Spanish
Revolution,
1936-1949
(Londres:
Freedom Press, 1953). Hay otras tres
versiones revisadas (1969, 1972 y
1983). <<
[25]
Una exposición más amplia del
asunto en H. Graham, «Spain 1936.
Resistance and revolution: the flaws in
the front», en Community, authority and
resistance to Fascism in Europe, ed. T.
Kirk y T. McElligott (Cambridge:
Cambridge University Press, 1996). <<
[26]
H. Graham, ibid. <<
[27]
M. Low y J. Brea, Red Spanish
notebook (Londres: Secker y Warburg,
1937) (reeditado en San Francisco: City
Lights Books, 1979, págs. 114-115, 131
y 161); A. Durgan, «Trotsky, the POUM
and the Spanish Revolution», Journal of
Trotskyist Studies (University of
Glasgow), vol. 2, 1994, págs. 43-74; E.
Ucelay da Cal, «Socialistas y
comunistas en Cataluña durante la guerra
civil: Un ensayo de interpretación», en
Fundación Pablo Iglesias, Socialismo y
guerra civil: Anales de historia, vol. 2,
1987, págs. 295-324. <<
[28]
Los socialistas moderados y los
republicanos aceptaron el nombramiento
de Largo Caballero como jefe de
gobierno
porque
su
tendencia
revolucionaria era muy dudosa (en
realidad, era un líder sindical
bienintencionado y reformista cuya
retórica revolucionaria sustituía una
política radical que pudiera poner en
peligro a la UGT). Cfr. H. Graham,
Socialism and War: The Spanish
Socialist Party in power and crisis,
1936-1939 (Cambridge: Cambridge
University Press, 1991); y «The eclipse
of the socialist left, 1934-1937», en
Elites and power in Twentieth-Century
Spain: Essays in honour of Sir
Raymond Carr, ed. F. Lannon y P.
Preston (Oxford, Clarendon Press,
1990). <<
[29]
M. Alpert, El ejército republicano
en la guerra civil (Madrid: Siglo XXI,
1989). Véanse las memorias de J.
Modesto, Soy del Quinto Regimiento
(Barcelona: Laia, 1978); E. Líster,
Nuestra guerra (París: Librairie du
Globe, 1966), y Memorias de un
luchador, vol I, Los primeros combates
(Madrid: Toro, 1977). V. Vidali, El
Quinto Regimiento (México: Grijalbo,
1975). <<
[30]
A. Cordón, Trayectoria (París:
Librairie du Globe, 1971). J. Martín
Blázquez, I helped to build an army
(Londres: Secker and Warburg, 1939).
<<
[31]
En marzo de 1937, durante la sesión
plenaria del comité central del PCE, la
militancia fue estimada en 249 140
afiliados, de los cuales más de la mitad
(131 600) estaba en el frente. A fines de
junio, el PCE declaraba tener 301 000
afiliados (excluyendo los partidos
comunistas vasco y catalán, con 22 000
y 60 000 militantes). La afiliación
procedía en gran medida de personas
que no habían militado previamente en
ninguna organización y, en particular, de
la juventud que servía en el ejército. La
afiliación en Madrid (capital y
provincia) durante la guerra confirma
esta imagen hasta mayo de 1938.
Archivo
del
PCE
(Madrid),
microfilm XVII (214), págs. 108-113. <<
[32]
Para las implicaciones «modernas»
(sociales
y
culturales)
de
la
movilización juvenil véase H. Graham,
«Community, State and nation in
Republican Spain». <<
[33]
Cfr. H. Graham, «War, modernity and
reform: The premiership of Juan
Negrín». <<
[34]
La comunicación entre Negrín y el
PCE se efectuaba por tres medios: en las
deliberaciones del consejo de ministros
(con los ministros comunistas), a través
del comité nacional del Frente Popular,
y mediante los comités de enlace entre
el PCE y el PSOE que existían desde
enero de 1937 en el plano local,
provincial y nacional para facilitar la
administración del Estado y la
movilización de los recursos de guerra.
<<
[35]
J. Aróstegui y J. A. Martínez, La
Junta de Defensa de Madrid (Madrid:
Comunidad de Madrid, 1984). <<
[36]
A. Viñas, El oro de Moscú: Alfa y
omega de un mito franquista
(Barcelona: Grijalbo, 1979). <<
[37]
Por ejemplo, el enfrentamiento entre
Negrín y el CLUEA (consorcio sindical
para la exportación de frutas del
Levante). A. Bosch, Ugetistas y
libertarios, págs. 117-123 y 336-340.
<<
[38]
Cfr. E. Ucelay da Cal, «Socialistas y
comunistas en Cataluña durante la guerra
civil». <<
[39]
C. Ealham, Policing the Recession.
El análisis de Ealham también ilumina la
naturaleza del conflicto «Estado contra
CNT» en mayo de 1937. Como la
dirección nacional de la CNT había
asumido la estrategia del Frente Popular
(pese a su temporal abandono del
gobierno de resultas de la crisis de
mayo), la batalla real librada por el
Estado republicano en aquella coyuntura
perseguía la quiebra del poder
movilizador de los cuadros intermedios
de la CNT (los activistas sinocales que
se oponían a la posición «estatista» de
sus dirigentes y que todavía gozaban de
medios potenciales para movilizar
sectores populares contra la política
gubernativa, poniendo en peligro la
producción industrial de guerra en
Barcelona). Sobre esa potencialidad
véase M. Low y J. Breá, Red Spanish
notebook, págs. 221-222. <<
[40]
La perspectiva europea de Negrín
estaba influida por los desechos
remitidos por el jurista Luis Jiménez de
Asúa, embajador republicano en Praga
(hasta septiembre de 1938) y
vicepresidente del PSOE (hasta agosto
de 1938). Se custodian en el Archivo
del Ministerio de Asuntos Exteriores
(Madrid), Archivo de Barcelona,
Apartado I, archivo de la SIDE (Sección
de Información Diplomática Especial),
cajas 58-69. <<
[41]
Negrín tuvo un protagonismo
especialmente brillante en la asamblea
de la Sociedad de Naciones de
septiembre de 1937. J. Marichal,
«Ciencia y gobierno: La significación
histórica de Juan Negrín 1892-1956)»,
en Estudios sobre la II República
española, ed. M. Ramírez Madrid:
Tecnos, 1975), págs. 197-198. <<
[42]
La obligada excepción es la
Juventud Socialista Unificada. Pero su
lealtad política y orgánica estaba mucho
más inclinada hacia el PCE que hacia el
PSOE. <<
[1]
La investigación en la que se basa
este trabajo ha sido posible en parte
gracias a la ayuda económica de la
British Academy y de la Fundación
Cañada Blanch, a las que estoy muy
agradecido. <<
[2]
Il Risorgimento (Turín: Einaudi,
1950), pág. 200. <<
[3]
ABC, 1 de noviembre de 1936. <<
[4]
Paul Preston, «War of words: The
Spanish Civil War and the historians»,
en Revolution and war in Spain,
1931-1939, ed. Paul Preston (Londres:
Methuen, 1984), pág. 2. <<
[5]
Alberto Reig Tapia, Ideología e
historia: Sobre la represión franquista
y la guerra civil (Madrid: Ediciones
Akal, 1984). La obra de Reig Tapia ha
constituido
la
principal
crítica
sistemática a la metodología y los
prejuicios políticos que observamos
detrás de muchas explicaciones
«científicas» de la represión en España
y este trabajo le debe mucho a su obra.
Véase también Reig Tapia, Violencia y
terror: Estudios sobre la guerra civil
española (Madrid: Ediciones Akal,
1990). <<
[6]
Parte de la «misión» del partido
fascista español, la Falange, fue lograr
una revalorización de la violencia. Los
fundadores del fascismo español se
encontraban entre los primeros en exigir
una respuesta violenta a la proclamación
de la Segunda República española en
1931. Véase por ejemplo Ramiro
Ledesma Ramos, Discurso a las
juventudes de España (Madrid:
Ediciones Fe, 1954). La guerra se
consideraba un «elemento de progreso»
y la violencia, creativa y purificadora.
<<
[7]
Antonio Bahamonde y Sánchez de
Castro, Un año con Queipa: Memorias
de un nacionalista
(Barcelona:
Ediciones Españolas, 1938), pág. 71. <<
[8]
Véase, p. ej., Our common history
ed. Paul Thompson (Londres: Pluto
Press, 1982), pág. 16. <<
[9]
Para algunas mujeres, especialmente,
las organizaciones franquistas ofrecían
ciertas
oportunidades
para
las
relaciones sociales fuera del ámbito de
la iglesia y del hogar. Véase, por
ejemplo, M. T. Gallego Méndez, Mujer,
Falange y franquismo (Madrid: Taurus,
1983). Para la juventud española bajo
Franco, véase J. Saíz Marín, El Frente
de Juventudes: Política de juventud en
la España de la posguerra (1937-1960)
(Madrid: Siglo XXI, 1988); G. Germani,
«La socialización política de la juventud
en los regímenes fascistas: Italia y
España», en Revista Latinoamericana
de Sociología, V (nov. 1969), págs.
542-558. Los efectos de una educación
rígidamente impuesta basada en el
nacionalismo y el catolicismo son quizás
más evidentes (Gregorio Cámara,
Nacional-catolicismo y escuela: La
socialización política del franquismo
[1936-1931] [Jaén: Hesperia, 1984]).
<<
[10]
Es en parte esta reclusión forzada la
que explica la importancia de las
mujeres
en
las
esporádicas
manifestaciones de resistencia que se
produjeron en los años cuarenta. <<
[11]
Véase Michael Richards, «Autarky
and the Franco dictatorship in Spain,
1936-1945», tesis doctoral (Univ. de
Londres, 1995). En este trabajo utilizo
el término «totalitario» para referirme a
la voluntad de «control total» dentro de
la sociedad por parte del régimen, y no
para recuperar el concepto del
«totalitarismo» acuñado en la Guerra
Fría, que no distinguía fundamentalmente
entre el comunismo y el fascismo de
Estado. <<
[12]
Manuel Vázquez
Barcelonas (Barcelona:
1987), pág. 168. <<
Montalbán,
Empúries,
[13]
Citado en A. Braojos Garrido, L.
Álvarez Rey, F. Espinosa Maestre,
Sevilla ’36: Sublevación fascista y
represión (Sevilla: Muñoz Moya y
Montraveta Editores, 1990), págs.
218-219. <<
[14]
Véase el artículo de Antonio Elorza,
El País (4 de enero de 1990). <<
[15]
Irónicamente, quizás la relativa
apertura de los archivos oficiales desde
la transición haya llevado a muchos
historiadores a adoptar una postura
empírica exenta de valoración crítica,
publicando una considerable cantidad de
material que consiste o está basado en
copias de aquellos documentos que han
sobrevivido a las actividades de los
censores franquistas. Si bien estos
trabajos
han
revelado
mucha
información de gran interés, en muchos
casos se detecta una ausencia absoluta
de análisis. Véanse los comentarios
críticos de Paul Preston, «Venganza y
reconciliación: La guerra civil española
y la memoria histórica», en Paul
Preston, La política de la venganza
(Barcelona: Península, 1997), págs.
85-86. <<
[16]
Manuel Tuñón de Lara, prólogo a
Reig Tapia, Ideología e historia,
op. cit., pág. 10. Véase también
Violencia y política en España, ed.
Julio Aróstegui, Ayer 13 (1994), pág.
15. <<
[17]
Sobre la propaganda sistematizada
del régimen y la reescritura franquista
de la historia, véase Herbert
Southworth, El mito de la cruzada de
Franco (París: Ruedo Ibérico, 1963);
Guemica! Guemica!: A study of
journalism, diplomacy, propaganda and
history (Berkeley: Univ. of California
Press, 1977); Paul Preston, «War of
Words: The Spanish Civil War and the
historians» en Revolution and war in
Spain, op. cit., y «Venganza y
reconciliación: La guerra civil española
y la memoria histórica», en La política
de la venganza, op. cit. <<
[18]
Véase especialmente Ramón Salas
Larrazábal, Pérdidas de la guerra
(Barcelona: Editorial Planeta, 1977);
Ricardo de la Cierva, La historia se
confiesa (Barcelona: Editorial Planeta,
1976); Historia ilustrada de la guerra
civil española, 2 vols. (Barcelona:
Ediciones Danae, 1990), especialmente
el volumen 2, págs. 215-216; Francisco
Franco: Un siglo de España, 2 vols.
(Madrid: Editorial Nacional, 1973), II,
pág. 172. <<
[19]
La distinción entre «violencia
militar» y «violencia política» tampoco
está exenta de problemas, especialmente
en relación con las guerras civiles. Es
difícil insertar esta distinción en un
modelo heurístico de violencia, cuya
elaboración escapa a las intenciones de
este trabajo. Para una discusión sobre
los
problemas
y
posibles
interpretaciones,
véase
Aróstegui,
Violencia, op. cit. <<
[20]
Esta represión nacionalista coincidió
en parte obviamente con lo que he
descrito como «terror político» en la
zona nacional, pero si bien seguía
guiándose
por
los
«símbolos
ideológicos» construidos por la España
nacional
—la
«cruzada»,
la
«revitalización del espíritu» etc.—
constituyó de hecho un sistema de
represión más claramente organizado.
Estas distinciones se aclararán en el
curso del presente artículo. <<
[21]
No se trata de negar que existieron
grupos específicamente señalados que
fueron
víctimas
del
terror
revolucionario durante los primeros
meses en la zona republicana (Francisco
Cobo Romero, «La justicia republicana
en la provincia de Jaén durante la guerra
civil: La actuación de los Tribunales
especiales populares [1936-1939]», en
Justicia en guerra [Madrid: Ministerio
de Cultura, 1990], págs. 127-138). Sin
embargo, esta clase de violencia
«popular», no dirigida por el Estado y
llevada a cabo por obreros, fue de una
naturaleza muy diferente a la violencia
de los falangistas de clase media o
empresarios, cuyas matanzas recibieron
la bendición de la Iglesia (Reig,
Violencia, págs. 16-17). En la
retaguardia republicana se estaba
desarrollando una embrionaria y
desigual revolución social que un
historiador ha preferido denominar
como un «estado de subversión
generalizada» (Glicerio Sánchez Recio,
«justicia ordinaria y justicia popular
durante la guerra civil», en Justicia en
guerra, págs. 87-108, citado por Joan
Sagúes San José, «La justicia i la
repressió en els estudis sobre la guerra
civil espanyola i la postguerra», en
Violencia política i ruptura social a
Espanya, 1936-1945 [Lleida: Edicions
de la Universitat de Lleida, 1994], pág.
9). <<
[22]
Esta importante distinción entre la
violencia fría, metódica y organizada de
la zona nacional y la incontrolada
«justicia popular» de la España
republicana es destacada por escritores
que pasaron temporadas en ambas zonas
durante la Guerra Civil. Véase, por
ejemplo, Antonio Bahamonde, Un año
con Queipo: Memorias de un
nacionalista, op. cit. Bahamonde, un
católico devoto, fue el delegado de
propaganda del general Queipo de
Llano. Había estado en la milicia de la
Falange y desarrolló labores de
vigilancia en prisiones y cementerios,
pero hizo todo lo posible para escapar
tras el horror que presenció allí. Véase
también Lo que han hecho en Galicia:
Episodios del terror blanco en las
provincias gallegas contados por
quienes lo han vivido (París: Editorial
España, 1938), págs. 31-32. <<
[23]
Véase Ian Gibson, Granada en 1936
y el asesinato de Federico García
Lorca (Barcelona: Editorial Crítica,
1979); Manuel Tuñón de Lara, La
España del siglo XX, 1914-1939 (París:
Librería Española, 1973), págs.
450-455; Francisco Moreno Gómez, La
guerra civil en Córdoba (1936-1939)
(Madrid: Editorial Alpuerto, 1985);
Josep Maria Solé i Sabaté, La repressió
franquista a Catalunya (Barcelona:
Edicions 62, 1985). <<
[24]
Tuñón de Lara, prólogo, Ideología,
9. Por el contrario, se puede considerar
que el «impacto social» de la brutalidad
nacional/franquista en este período tuvo
un «valor» duradero en términos de
control social que subsistió hasta los
años cincuenta y sesenta. <<
[25]
Fierre Vilar, Spain: A brief history
(Oxford: Pergamon, 1977 [2.ª ed.]), pág.
113. <<
[26]
La violencia política se usó en la
España republicana como parte de la
reconstrucción de la autoridad burguesa
por parte del Estado después de mayo
del 37. Pero, obviamente, esta violencia
estuvo dirigida contra los anarquistas y
los partidarios de los partidos marxistas
disidentes, no contra los franquistas. <<
[27]
Con esto no quiero insinuar que la
violencia republicana no merezca
también un análisis. Pero en gran
medida, nuestra percepción del terror en
la
zona
republicana
ha
sido
distorsionada por la propaganda
franquista. Sería muy útil un estudio que
situara también esta violencia en el
contexto de las condiciones de vida, la
participación política y las ideas
populares culturales y políticas. <<
[28]
Ramón Serrano Suñer, Entre
Hendaya
y
Gibraltar
(Madrid:
Ediciones y Publicaciones Españolas,
1963 [6.ª ed.]), especialmente págs.
33-70; Stanley Payne, Franco’s Spain
(Londres: Routledge & Kegan Paul,
1968), pág. 23. <<
[29]
En Sevilla se declaró el estado de
guerra mediante el artículo 1 de un
decreto del 18 de julio de 1936. Las
prioridades resultaban bastante claras;
el artículo 2 decretaba que todos los
huelguistas serían fusilados (Julio de
Ramón-Laca, Bajo la férula de Queipo:
cómo fue gobernada Andalucía
[Sevilla: Imprenta Comercial, 1939],
pág. 16). <<
[30]
Véase Gerald Brenan en el
Manckester Guardian, 31 de agosto de
1936: «Aquellos que destacan las
atrocidades […] del gobierno suelen
olvidar las provocaciones y las
circunstancias. Cuando los soldados y la
policía se han tenido que marchar al
frente porque otros soldados y otros
policías se han rebelado, ¿quién queda
para mantener el orden entre la
población enfurecida?». Tras la rebelión
militar, se produjo un colapso del poder
burgués republicano que permaneció en
manos de la gente de la calle
prácticamente hasta mayo de 1937. <<
[31]
Pierre Broué, Ronald Fraser y Pierre
Vilar, Metodología histórica de la
guerra y la revolución española
(Barcelona: Editorial Fontamara, 1980),
pág. 90. <<
[32]
Koestler, Spanish testament, pág.
84. En otras palabras, el concepto de
«objetividad» se usa como modo de
«justificar» la incapacidad para
contemplar la posibilidad de que la
realidad fuera algo más rica que lo
estrictamente verificable rebuscando
entre los archivos y contando nombres
en las listas. <<
[33]
Véase, por ejemplo, Josep M. Solé i
Sabaté, La repressió franquista a
Catalunya, 1938-1953, págs. 16-17;
Joan María Thomàs, «Memoria que
quema», en El País, 1 de noviembre de
1992. <<
[34]
Ramón Tamames, La república,
págs. 348-353. Este hecho ha sido
incluso reconocido oficialmente (Reig
Tapia, Ideología, pág. 72). En un intento
por obtener una mayor cantidad de
raciones en la dura posguerra, las
administraciones
locales
solían
aumentar descaradamente las cifras de
población regional. Véase también Jesús
Villar
Salinas,
Repercusiones
demográficas de la última guerra civil
española (Madrid: Sobrinos de la
sucesora de M. Minuesa de los Ríos,
1942), págs. 110-112. <<
[35]
Charles
Foltz,
periodista
norteamericano, adelantó en los años
cuarenta una cifra mencionada por un
cargo anónimo del Ministerio de Justicia
español. Según esta fuente, entre el 1 de
abril de 1939 y el 30 de junio de 1944
se llevaron a cabo exactamente 192 684
ejecuciones.
Véase
Foltz,
The
masquerade in Spain (Boston: Houghton
Mifflin, 1948), pág. 97. Foltz apunta
además que el Ministerio de Justicia no
tenía relación alguna con el cómputo de
las ejecuciones de prisioneros llevadas
a cabo por la Falange, el Ministerio del
Interior o el Ejército. Véase también
Bowker a Edén, 12 de diciembre de
1944, Public Record Office (PRO)
FO371/49 575/Z89/41. Uno de los
primeros biógrafos partidarios de
Franco, Brian Crozier, al mencionar la
cifra citada por Foltz, recibió del
Ministerio de Información español la
aclaración de que el número de
ejecuciones no superó las 40 000,
postura que ha sido defendida por
algunos historiadores desde entonces.
Gabriel Jackson calculó que entre
150 000 y 200 000 personas murieron en
represalias o ejecuciones formales en la
zona nacional entre 1936 y 1944 (véase
su obra La república española y la
guerra civil 1931-1939 [Barcelona,
Editorial Crítica, 1976], pág. 14).
Ramón Tamames, empleando un punto
de vista razonable y crítico hacia las
estadísticas demográficas oficiales,
estima que tan sólo en el período
1939-1945 hubo 105 000 ejecuciones
(La República: La era de Franco
[Madrid: Alianza Editorial, 1973], pág.
323). <<
[36]
La represión política no abarca sólo
el exterminio, la violencia física y la
privación de libertad. Incluye también la
coacción en el trabajo, la privación
material, y en la dinámica cultural y el
sexo. Estas formas de represión no eran
mutuamente excluyentes. Todas estaban
basadas en una concepción totalitaria
del poder que otorgaba valor y utilidad
a la violencia y al control ideológico
impuesto contra y sobre unos enemigos
definidos según una concepción
particular de qué (y quién) constituía «la
nación». <<
[37]
Gabriel Jackson, The Spanish
Republic and the Civil War, 1931-1939
(Princeton: Princeton U. P., 1965), pág.
526; véase también la edición española,
pág. 13; Tamames, La República, págs.
348-356. <<
[38]
Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas
de la guerra. Véase el comentario
crítico en Paul Preston, La política de la
venganza, pág. 89, n.º 13. La intención
general de Salas queda aclarada por el
título y el espíritu de publicaciones
como Los datos exactos de la guerra
civil (Madrid: Ediciones Rioduero,
1980). <<
[39]
Pérdidas, pág. 372. <<
[40]
Ibid., págs. 428-429. <<
[41]
Véase, por ejemplo, la versión del
prestigioso hispanista americano Stanley
Payne en su importante e influyente obra
The Franco Regime, 1936-1975
(Madison: Univ. of Wisconsin, 1987),
pág. 635. Véase también Ricardo de la
Cierva, La historia se confiesa
(Barcelona: Editorial Planeta, 1976), en
la que el autor sugiere que una cifra en
torno a los 20 000 sería más exacta. Éste
aprovecha la oportunidad a su vez para
reprochar a otros historiadores su
«notoria irresponsabilidad» al dar cifras
hasta diez veces superiores. De la
Cierva fue funcionario del Ministerio de
Información del régimen en los años
sesenta, donde fue director del llamado
Centro de Estudios de la Guerra Civil
(véase Paul Presión, «War of Words:
The Spanish Civil War and the
historians», págs. 3-5). <<
[42]
Véase Juan Pablo Fusi, Franco:
Autoritarismo y poder personal
(Madrid: Ediciones El País, 1985), pág.
79. <<
[43]
Tamames, La República, pág. 349.
Reig Tapia cita el ejemplo ilustrativo
del gobernador civil republicano de
Valladolid, quien fue arrestado, juzgado
ante un tribunal nacionalista en 1936 y
ejecutado. Los hechos fueron anunciados
y publicados en los periódicos, pero su
muerte no fue anotada en el registro
civil. Parece razonable suponer que
miles de ejecuciones de individuos
menos importantes también tuvieron
lugar y que tampoco fueron registradas
(Ideología, pág. 102). En Galicia se dio
orden de no expedir certificados de
defunción, ni siquiera a aquellas
familias lo suficientemente valientes
como para identificar los cuerpos de los
ejecutados (véase Lo que han hecho,
pág. 46). Las muertes de la Guerra Civil
han tenido que ser registradas por las
familias, incluso en los últimos diez
años. En los distritos mineros de
Asturias, por ejemplo, más del 50 por
100 de las víctimas fueron anotadas en
los registros civiles después de 1975.
Ramón García Piñeiro, Los mineros
asturianos bajo el
franquismo
(1937-1962) (Madrid: Fundación I.º de
mayo, 1990), pág. 175. <<
[44]
Según el registro de Granada, por
ejemplo, Federico García Lorca, «[…]
murió en el mes de agosto de 1936 como
consecuencia de heridas provocadas por
un acto de guerra» (Ian Gibson,
Granada en 1936, págs. 192-193). Lluís
Companys, presidente de la Generalitat
durante la Guerra Civil, fue detenido en
Bélgica por los nazis, entregado a las
autoridades franquistas y ejecutado
sumariamente en Barcelona en 1940. El
certificado
de
defunción
dice
simplemente que murió en el Castillo de
Montjuíc de una «hemorragia interna
traumática». Éste es un ejemplo del
doble lenguaje utilizado para oscurecer
la realidad (véase Vázquez Montalbán,
Barcelonas, pág. 169). <<
[45]
Thomas, The Spanish Civil War,
pág. 261. <<
[46]
Véase García Piñeiro, Los mineros,
pág. 175. <<
[47]
Asturias era una región minera de
gran tradición militante que a menudo
había acaudillado las protestas obreras,
especialmente en octubre de 1934, antes
de la guerra, cuando una insurrección
política encabezada por los obreros fue
aplastada por el general Franco y sus
tropas. <<
[48]
PRO/FO371/26 890/C3986/3/41, 15
de abril de 1941. Este informador era el
exembajador de la República en Gran
Bretaña durante la Guerra Civil, el
liberal moderado Pablo de Azcárate. <<
[49]
Los líderes republicanos trataron
repetidas veces de poner fin al terror.
Josep María Solé i Sabaté y Joan
Villarroya, en La repressió a la
reraguarda de Catalunya (1936-1939)
(Barcelona: Publicacions de l’Abadia
de Montserrat, 1989), demuestran que no
toda la violencia ilegal fue llevada a
cabo por los llamados «incontrolats», y
que los líderes políticos de los grupos
revolucionarios también tienen una parte
de responsabilidad. No obstante,
también muestran cómo las autoridades
republicanas, en general, investigaron
los «excesos» y trataron de establecer
una serie de estructuras que evitaran
dicha violencia. Varios de los discursos
de Azaña, por ejemplo, trataron sobre la
violencia. Por ejemplo, el que pronunció
en la Universidad de Valencia el 18 de
julio de 1937, especialmente los
párrafos sobre «La reconstrucción
moral» y sobre la condena de lo que éste
consideraba
como
la
política
nacionalista
de
exterminio,
«Reprobación de la política de
exterminio»; además del discurso
pronunciado en el ayuntamiento de
Madrid el 13 de noviembre de 1937,
«Monstruosidad de la guerra civil»; y en
Barcelona el 18 de julio de 1938, «Paz,
piedad y perdón». Otros líderes
republicanos como Indalecio Prieto,
Juan Negrín y el anarquista Joan Peiró
hicieron constantes esfuerzos por limitar
la violencia revolucionaria en la zona
republicana. <<
[50]
El liberalismo, semillero del
comunismo, se consideraba como una
infección o un virus. Véase, por
ejemplo, Eloy Montero, Los Estados
modernos y la nueva España (Vitoria:
Montepío Diocesano, 1939); Ernesto
Giménez Caballero, Genio de España
(Madrid: Ediciones Jerarquía, 1932,
1938, 1939); Ramiro de Maeztu,
Defensa de la Hispanidad (Madrid:
Renovación Española, 1934); Joaquín
de Azpiazu, El Estado católico
(Madrid: Ediciones Rayfe, 1939);
Marqués de Elisenda, El sentido
fascista del Movimiento Nacional
(Santancer: Aldus, 1939). La idea de la
percepción de la guerra como una
campaña contra la enfermedad psíquica
que se encontraba en la raíz del
extremismo político era fortalecida por
algunos de los proyectos científicos del
Estado. Entre los muchos documentos
del Estado destruidos o desaparecidos
en el curso del largo período de la
dictadura
de
Franco
(¿y
posteriormente?) había un informe
(todavía incluido en el archivo del
Servicio Histórico Militar) redactado en
1938 y centrado en la creación de una
oficina
o
laboratorio
de
«investigaciones
psicológicas»,
encargado de analizar «las raíces
biopsíquicas del marxismo» (Reig,
Ideología, pág. 28). Véase también
«Psiquismo del fanatismo marxista:
Investigaciones
psicológicas
en
marxistas femeninas delincuentes», en
Revista Española de Medicina y
Cirugía, II (mayo de 1939), n.º 9. <<
[51]
Véase, por ejemplo, Montero, Los
Estados modernos, pág. 24. <<
[52]
Vicente Gay y Forner, La revolución
nacional-socialista: Ambiente, leyes,
ideología (Barcelona: Bosch, 1934).
Gay era catedrático de economía y había
sido subsecretario de Economía,
director general de Industria y Tarifas y
secretario de la Asamblea Nacional
durante la dictadura de Primo de Rivera
en los años veinte. Después de la
sublevación de julio de 1936, fue
inmediatamente
nombrado
primer
delegado de Prensa y Propaganda. Los
campos de concentración constituyeron
una característica importante de la
sociedad franquista a medida que el
territorio iba cayendo en manos de los
nacionales durante la Guerra Civil, así
como en los años cuarenta. <<
[53]
Véanse los comentarios de
Wenceslao González Oliveros, primer
gobernador
civil
franquista
de
Barcelona en 1939 (Catalunya sota el
règim franquista [París: Edicions
Catalanes de París, 1973], pág. 292). <<
[54]
Kurt Kranzlein en el Angriff, 10 de
noviembre de 1936 (véase Arthur
Koestler, Spanish testament [Londres:
Gollanez, 1937], pág. 83). <<
[55]
El Angriff, 17 de septiembre de
1936, op. cit. <<
[56]
Essener National-Zeitung, 13 de
octubre de 1936, op. cit. <<
[57]
Palabras del Caudillo (Barcelona:
Ediciones Fe, 1939), págs. 284-285;
PRO/FO371/24 126/W1215/8/41, enero
de 1939. El Foreign Office británico
recibió un informe en el que se advertía
que «sólo una paz que se consiga sin una
rendición incondicional o una lucha
hasta el final puede evitar este desastre
en España. Pero esto no se conseguirá a
menos que se obligue a Italia a retirar
sus aviones y sus tropas». De acuerdo
con la política de pacificación respecto
a España, el Foreign Office decidió
enviar una advertencia a Franco, pero
que la cuestión de Italia «fuera
ignorada». <<
[58]
Discurso, 24 de enero de 1942. <<
[59]
Ésta fue la llamada «Instrucción
número 1», firmada por Mola el 25 de
mayo de 1936 y llevada en persona por
oficiales rebeldes al frente. Véase el
informe El Colegio de abogados de
Madrid (Madrid, octubre de 1936);
Franco’s rule: Back to the Middle Ages
(Londres: United Editorial, sin fecha,
¿1938?), pág. 154. <<
[60]
Véase Paul Preston, The Spanish
Civil War (Londres: Weidenfeld &
Nicolson, 1986), pág. 61. <<
[61]
Franco’s rule, pág. 154. <<
[62]
Thomas, The Spanisb Civil War,
pág. 279. Sobre Franco y el
regeneracionismo
véase
Manuel
Vázquez Montalbán, Los demonios
familiares de Franco (Barcelona:
Dopesa, 1978), págs. 10-11, 47-51;
«Franco i el regeneracionisme de
dretes», en L’Aveng (diciembre de
1992), n.º 165, págs. 8-15. <<
[63]
Por ejemplo, Enrique Tierno Galván,
«Costa y el regeneracionismo», en
Escritos, 1950-1960 (Madrid: Tecnos,
1971). <<
[64]
Franco había descrito la Guerra
Civil esencialmente como una «guerra
fronteriza». Consecuentemente, él y sus
generales aplicaron una estrategia
basada en una percepción semejante del
enemigo similar a la aplicada en las
campañas coloniales de Marruecos. Los
africanistas españoles se jactaban de
utilizar una violencia brutal contra los
aldeanos deshumanizados, ejemplo de la
cual es la decapitación de los
prisioneros y la exposición de las
cabezas cortadas (véase Preston,
Franco, págs. 29-30). Esta clase de
dominio brutal, en el sentido social,
político y económico, fue aplicado como
una forma de colonización interna en
España después de la Guerra Civil. <<
[65]
Emilio Mola, Obras completas
(Valladolid: Librería Santarén, 1940),
págs. 945-946, citadas por Reig Tapia,
Ideología, pág. 147. Cuando, en un
esfuerzo por evitar un mayor
derramamiento de sangre, Indalecio
Prieto le sugirió a Mola a finales de
julio de 1936 que las dos partes
deberían tratar de negociar, el general
respondió que «esta guerra debe
terminar con el exterminio de los
enemigos de España». Este extremismo
puede interpretarse como síntoma del
proceso de corrupción del pensamiento
regeneracionista. <<
[66]
Azaña, «Reprobación», discurso
citado; José María Pemán, Arengas y
crónicas de guerra (Cádiz: Ediciones
Cerón, 1937), pág. 13; Reig, Ideología,
pág. 153. <<
[67]
Por lo tanto, se le negó la identidad
colectiva a media España. <<
[68]
Josep Fontana, «Reflexiones sobre
la naturaleza y las consecuencias del
franquismo», pág. 24; Solé i Sabaté, La
repressió franquista a Catalunya,
especialmente, págs. 51-62; Manuel
Tuñón de Lara, La España del siglo XX,
págs. 450-455; Francisco Moreno
Gómez, La Guerra Civil en Córdoba,
1936-1939; Stanley Payne, The Spanish
Revolution (Londres: Weidenfeld &
Nicolson, 1970), pág. 231. <<
[69]
Ramón Serrano Suñer, Entre el
silencio y la propaganda (Madrid:
Editorial Planeta, 1977), págs. 244-245.
<<
[70]
La Vanguardia Española, 4 de abril
de 1939. Franco ya le había manifestado
en 1937 al embajador italiano en la
España nacionalista que para él la
victoria implicaba la aniquilación de un
elevado número de republicanos y la
total humillación y atemorización de la
población
superviviente
(Preston,
Franco, pág. 276). Evidentemente, el
Caudillo veía las batallas más
sangrientas de la Guerra Civil como
parte de una necesaria «operación de
limpieza», pág. 283. Sobre la
importancia del «trabajo» relacionado
con la «redención», véase El Patronato
Central de Redención de Penas por el
Trabajo, La obra de la redención de
penas: La doctrina, la práctica, la
legislación (Madrid: El Patronato
Central, 1941). <<
[71]
Discurso, Jaén, 18 de marzo de
1940. <<
[72]
Catalunya sota el règim franquista,
pág. 229. <<
[73]
Antonio-Miguel
Bernal,
«Resignación de los campesinos
andaluces: La resistencia pasiva durante
el franquismo», en el volumen colectivo
Causa general y actitudes sociales ante
la dictadura (Univ. de Castilla-la
Mancha, 1993), pág. 148. <<
[74]
Sobre la participación falangista en
las purgas véase, entre la creciente
bibliografía sobre el tema, Moreno
Gómez, La guerra civil, Juan de
Iturralde, El catolicismo y la cruzada
de Franco, 2 vols. (Bayona: EgiIndarra, 1955), II, págs. 107-120;
Gibson, Granada en 1936, Braojos
Garrido et al., Sevilla ’36; Herbert
Southworth,
Antifalange:
Estudio
crítico de Falange en la guerra de
España (París: Ruedo Ibérico, 1967);
Julián Casanova, Ángela Cenarro, Julita
Cifuentes, María del Pilar Maluenda y
María del Pilar Salomón, El pasado
oculto: Fascismo y violencia en
Aragón, 1936-1939 (Madrid: Siglo
XXI, 1992); Bahamonde, Un año con
Queipo, págs. 100-101, 113-120. <<
[75]
75. Franco’s rule, pág. 155. <<
[76]
Braojos Garrido, Sevilla ’36, pág.
238. <<
[77]
Según el testimonio del oficial
falangista Antonio Bahamonde, entre
otros (véase Un año con Queipo, pág.
92). La palabra clave era «abreviar
trámites». Véase también The Times, 9
de diciembre de 1930. <<
[78]
Bahamonde (Un año con Queipo,
págs. 92, 108), describe la «parodia» de
los consejos de guerra. Declara que en
Sevilla, el delegado de orden público,
el capitán Manuel Díaz Criado, firmaba
unas sesenta condenas a muerte al día,
sin estudiar para nada los informes. En
su opinión su tarea consistía en «limpiar
a fondo España de marxistas». <<
[79]
Estas fosas comunes se iban
convirtiendo en un elemento más del
paisaje, a medida que avanzaba la
campaña de los nacionales. La creencia
general, incluso entre los funcionarios
que administran los registros civiles, es
que hubo aproximadamente tres veces
más fusilamientos de los registrados
(Ideología, pág. 111). <<
[80]
José María Iribarren, Con el general
Mola (Zaragoza: Editorial Heraldo de
Aragón, 1937), pág. 187; Franco’s rule,
pág. 187. <<
[81]
Tuñón de Lara, La España del
siglo XX, pág. 450. <<
[82]
Francisco González Ruiz, Yo he
creído en Franco: Proceso de una gran
desilusión: Dos meses en la cárcel de
Sevilla
(París:
Ediciones
Imprimerie/Coopérative Etoile, 1938),
pág. 128. Se podría plantear la misma
pregunta en relación con Granada,
Córdoba o Zaragoza: véase Gibson (The
death of Lorca, pág. 68), Moreno
Gómez (Córdoba), Bahamonde (págs.
123-124), Casanova (El pasado oculto),
por ejemplo. Queipo decía que ciudades
como Mérida desaparecerían; que no
dejaría a nadie con vida. En Sevilla, el
número de ejecuciones disminuyó
simplemente porque iban quedando
menos obreros para fusilar (Bahamonde,
págs. 90-93). <<
[83]
Ramón-Laca, Bajo la férula, págs.
20-27. <<
[84]
En los mayores centros urbanos de
Galicia, por ejemplo, el principal medio
de resistencia consistía en negarse a
trabajar. El primer obrero fusilado fue
un tranviario en huelga. A partir de ese
momento, se sucedió una serie de
ejecuciones a medida que se producía
una purga sistemática de cada sector de
la economía. Los obreros de la
metalurgia siguieron a los tranviarios.
Posteriormente los fusiles se dirigieron
contra los ferroviarios. En La Coruña
los trabajadores organizaron colectas
para los huelguistas. Las donaciones se
declararon ilegales, pero continuaron a
la par que la huelga hasta que las
autoridades tomaron a cinco obreros
como rehenes. A pesar de las
ejecuciones, la resistencia pasiva de los
obreros continuó, complicando así el
retorno a la normalidad (véase Lo que
han hecho, págs. 30, 45-46, 181-182,
199-200). <<
[85]
Salas Larrazábal apunta la cifra más
baja (Pérdidas), pero, véase también
Franco’s rule, págs. 148, 151. Estos
cálculos varían entre víctimas para
agosto de 1936 a 15 000 para noviembre
y 30 000 en 1937. Véase también
Nicolás Salas, Sevilla fue la clave, 2
vols. (Sevilla: Editorial Castillejo,
1992), II, págs. 644-655, que da una
cifra de muertos entre julio de 1936 y
diciembre de 1941. <<
[86]
Reig Tapia, «La represión franquista
y la guerra civil: Consideraciones
metodológicas,
instrumentalización
política y justificación ideológica», tesis
doctoral (Univ. Complutense de Madrid,
inédita, 1983), pág. 710. El falangista
Antonio Bahamonde sugirió, a partir de
conversaciones con las autoridades
implicadas en la represión, que en 1938
fueron asesinadas 150 000 personas en
Andalucía. Sólo en la ciudad de Sevilla
calculaba que la represión había
causado 20 000 víctimas (Un año, pág.
94). <<
[87]
The Times, 12 de agosto de 1936;
Franco’s rule, págs. 145-146. <<
[88]
La tarea propagandística estuvo
dirigida por Luis Bolín, amigo personal
de Franco y de Queipo, que fue
nombrado para la Dirección General
Nacional de Turismo en 1938 y
permaneció en el puesto durante quince
años. Véase su libro Spain: The vital
years (Londres: Cassell, 1967), un
intento descarado de falsificar la
historia de la República y la Guerra
Civil.
Sobre
Sevilla,
véanse
especialmente las págs. 183-184. <<
[89]
Véase Francisco González Ruiz, Yo
he creído en Franco, Franco’s rule,
pág. 177. Véase también Antonio Ruiz
Vilaplana, Doy fe… un año de
actuación en la España nacionalista
(París:
Ediciones
Imprimerie/Coopérative Etoile, 1983),
págs. 124-134; Julio de Ramón-Laca,
Bajo la férula de Queipo. En Cádiz, el
alcalde nombrado por los nacionales era
el principal cacique de la provincia.
Éste asumió un papel muy importante en
la represión (Bahamonde, págs.
124-125). En la provincia de
Pontevedra, en Galicia, las ejecuciones
fueron organizadas por un diputado
parlamentario
monárquico
que
acompañaba
a
los
escuadrones
falangistas a los pueblos y las aldeas en
busca de campesinos izquierdistas.
Después de la ejecución, solían quemar
sus casas (Lo que han hecho, págs.
51-52). La exterminación fue un aspecto
de la política de Queipo, pero también
fue el responsable de elaborar la
legislación sobre la producción y
comercialización de trigo en Andalucía.
Su Ley de Ordenación Triguera de
agosto de 1937 puso en marcha una
rígida estructura que vinculaba el
naciente Estado franquista con los
intereses de los grandes productores
(Higinio París Eguilaz, El desarrollo
económico
español,
1906-1964
[Madrid: edición del autor, 1965], págs.
163-165). En cierto sentido, esta ley
anunció la resolución del conflicto
fundamental de la sociedad española de
la época, en favor de la elite
terrateniente. El resultado fue de
enormes
beneficios,
represión
económica y hambre durante los años
cuarenta (véase, por ejemplo, la
introducción de Carlos Barciela a la
parte 2, vol. III de la Historia agraria
de
la
España
contemporánea
[Barcelona: Editorial Crítica, 1986],
págs. 383-413). <<
[90]
Ciano’s diplomatic papers, cd.
Malcolm
Muggeridge
(Londres:
Odhams, 1948), pág. 294. Véase
también «Matanzas franquistas en
Sevilla», en Interviú (5-11 de enero de
1978), n.º 86. <<
[91]
Franco’s rule, pág. 147. <<
[92]
Para la represión en Jaén, por
ejemplo, véase Francisco Cobo Romero,
La guerra civil y la represión
franquista en la provincia de Jaén
(Jaén: Diputación Provincial de Jaén,
1992).
Sobre
Málaga,
véase
Encarnación
Barranquero
Texeira,
Málaga entre la guerra y la posguerra
(Málaga: Editorial Arguval, 1994),
págs. 199-228. <<
[93]
Francisco Moreno Gómez, «La
represión en la España campesina», en
El primer franquismo: España durante
la segunda guara mundial, ed. J. L.
García Delgado (Madrid: Siglo XXI,
1989), pág. 192. <<
[94]
Moreno Gómez, «La represión»,
págs. 190-199. Véanse también sus
magistrales relatos de la represión
provincial, La guerra civil en Córdoba
y Córdoba en la posguerra (Madrid:
Francisco Baena Editor, 1990). Véase
también Bernal, «Resignación», págs.
149-151. <<
[95]
La primera cifra fue la calculada por
Ramón Salas Larrazábal en Pérdidas de
la guerra, pág. 208. Ian Gibson se
inclina por una cifra entre los 5000 y los
6000 (Granada en 1936, pág. 126). En
julio de 1936, había 16 000 afiliados al
sindicato anarquista CNT en la ciudad
de Granada, así como otros 12 000 al
sindicato socialista UGT. Al principio,
el gobierno republicano se negó a
entregar armas a los obreros mientras se
producía el golpe militar. Véase también
«Granada: las matanzas no se olvidan»,
en Interviú, (diciembre de 1977), n.º 81.
La gente del lugar se empeñaba en
demostrar al autor de este último
artículo que en Granada no sólo mataron
a García Lorca, sino a miles de personas
más. Sus recuerdos de los hechos de
1936 seguían muy vivos aún y querían
saber por qué no se hablaba de aquellas
ejecuciones. <<
[96]
Ian Gibson, The assassination of
Federico García Lorca (Londres: W. H.
Allen, 1979), págs. 61-111; Reig Tapia,
La represión, págs. 727-730; Ángel
Gollonet Megías y José Morales López,
Rojo y azul en Granada (Granada:
Ediciones Imperio, 1937). <<
[97]
Véase también, por ejemplo,
Casanova et al., El pasado oculto:
Fascismo y violencia en Aragón,
pássim;
Carlos
Fernández,
El
alzamiento de 1936 en Galicia: Datos
para una historia de la guerra civil (A
Coruña: Ediciós do Castro, 1982). <<
[98]
Véase, por ejemplo, D. Pastor Petit,
Los dossieres secretos de la guerra
civil (Barcelona: Argos, 1978); Joan M.
Thomàs, Falange, guerra civil,
franquisme: FET y de las JONS de
Barcelona en els primers anys de règim
franquista (Barcelona: Publicacions de
l’Abadía de Montserrat, 1992); J. M.
Fontana Tarrats, Los catalanes en la
guara de España (Madrid: Samarán,
1952). <<
[99]
Cónsul británico en Bilbao a Edén,
11
de
enero
de
1945,
FO371/49 575/89/41. En la ciudad de
Bilbao, el centro industrial del País
Vasco, se produjo también una represión
considerable. En el transcurso de un mes
desde la caída de la ciudad en junio de
1937, se ejecutaron unos mil
izquierdistas y nacionalistas vascos y
otros 16 000 fueron detenidos. Seis
meses después, seguían produciéndose
ejecuciones masivas (Juan de Iturralde,
La guerra de Franco: Los vascos y la
Iglesia, 2 vols. [San Sebastián: s. l.,
1978], II, págs. 285-299; Guillermo
Cabanellas, La guerra de los mil días, 2
vols. [Buenos Aires: Editorial Heliasta,
1973], II, pág. 861, citado por Preston,
Franco, pág. 280; Tuñón de Lara, La
España del siglo XX, pág. 453). <<
[100]
<<
Lo que han hecho, págs. 137-140.
[101]
PRO, ibid. Para más información
sobre la represión franquista en
Valencia, véase Vicent Gabarda
Ceballán, «La continuación de la Guerra
Civil: la represión franquista», en
Estudis d’historia contemporania del
País Valencià, VII (1986), págs.
229-245; y Els afusellaments al País
Valencia
(1938-1956)
(Valencia:
Edicions Alfons el Magnànim, 1993).
Por otro lado, el cónsul británico en
Tenerife informó que se habían
producido «varios cientos de asesinatos
con la presunta connivencia de las
autoridades militares» de la región
(PRO/W9548/3921/41, 19 de junio de
1939; 39 742/C16 811). <<
[102]
El informador en contacto con el
Foreign Office británico a principios de
1941 escribió: «Para los habitantes de
la plaza de Manuel Becerra en Madrid,
los seis camiones que transportan
hombres y mujeres cada día en dirección
al cementerio del este son un panorama
familiar. El 18 de julio pasado (el cuarto
aniversario de la sublevación militar
contra la República) necesitaron más de
cuarenta camiones para esta espantosa
tarea…».
(PRO/FO371/
26 890/C3986/3/41, marzo de 1941). <<
[103]
Sueiro y Díaz Nosty, Historia del
franquismo, pág. 130. <<
[104]
Josep Pernau, Diario de la caída de
Cataluña (Barcelona: Ediciones B,
1989), págs. 219-220. El objetivo de
Franco seguía siendo la aniquilación
total de la República y sus partidarios
(Servicio Histórico Militar, La ofensiva
sobre Valencia [Madrid: Servicio
Histórico Militar, 1977I, págs. 16-18,
citado en Preston, Franco, pág. 304). <<
[105]
Declaraciones de Serrano Suñer, a
principios de enero de 1939, citadas por
Rafael Abella, Finales de enero de
1939: Barcelona cambia de piel
(Barcelona: Editorial Planeta, 1991),
págs. 59-60. <<
[106]
FET y de las JONS, Barcelona,
Informe (17 de septiembre de 1940),
Secretaría General del Movimiento,
Archivo General de Administración
(AGA), Presidencia, caja 30. <<
[107]
«Informe acerca de FET de las
JONS en Cataluña» (junio de 1937) e
«Informe de FET-JONS sobre las
delegaciones provinciales de Barcelona,
Tarragona, Lérida y Gerona» (sin fecha,
pero 1938), AGA, Presidencia, caja 31.
<<
[108]
FO371/W1610/8/41, 24 de enero
de 1939. <<
[109]
Solé i Sabaté, La repressió, pássim;
Preston, Franco, pág. 319. <<
[110]
James W. Cortada, A city in war:
American vieiws on Barcelona and tbe
Spanish
Civil
War,
1936-39
(Wilmington: Scholarly Resources,
1985), pág. 179. <<
[111]
Cortada, City in war, pág. 205. <<
[112]
«Les archives secrètes du Comte
Ciano, 1936-1942» (París: Plon, 1948),
citado en L’Avenç (enero de 1979), pág.
47. <<
[113]
PRO/24 160/W9646/3921/41, 16
de junio de 1939; W9033/ 3921/41, 6 de
junio de 1939. <<
[114]
PRO/FO371/24 160/W9033/3921/41, 6
de junio de 1939. También se
produjeron fusilamientos en las sedes
falangistas. Por ejemplo en la calle de
Ballester de Barcelona (Víctor Alba,
Sleepless Spain [Londres: Cobbett
Press, 1948], pág. 109). <<
[115]
Por ejemplo, véase Eduardo Aunós
Pérez, Calvo Sotelo y la política de su
tiempo (Madrid: Ediciones Españolas,
1941); José María Gil-Robles, No fue
posible la paz (Barcelona: Ariel, 1968),
págs. 150-151; Francesc Cambó, En
torno al fascismo italiano (Barcelona:
s. l., 1925), págs. 42-46, 183-185; el
prólogo de Gil-Robles a la obra del
fascista
Ramón
Ruiz
Alonso,
Corporativismo (Salamanca: Ed. Luis
Alonso, 1937). <<
[116]
Boletín del Estado, 16 y 28 de
septiembre de 1936. Esto no era más
que una formalización de lo que desde el
principio fue una represión de hecho de
los sindicalistas. <<
[117]
A los empresarios se les permitió
mantener un cierto nivel organizativo a
través
de
las
«agremiaciones
profesionales» aunque en realidad éstas
acabaron basándose fundamentalmente
en mecanismos más informales de poder
económico. <<
[118]
La unidad representada por las
tradiciones de la Patria —catolicismo,
hispanidad y una armonía social mítica
— se convirtieron en el punto de
referencia ideológico para justificar la
represión. Según el propio Franco, «las
libertades opuestas a la Patria no podían
existir» (véase Caries Viver Pi-Sunyer,
«Aproximació a la ideologia del
franquisme en l’etapa fundacional del
règim», en Papers: Revista de
Sociología, XIV [1980], pág. 20). <<
[119]
Véase Richards, Autarky. El
corresponsal en Roma del principal
diario de Barcelona, La Vanguardia
Española, planteó la posible función
económica e ideológica o política de la
autarquía, viendo la sociedad italiana
bajo Mussolini: «[…] ese vago
concepto de la autarquía se tradujo en
una imagen gráfica que se fijó en los
sentidos de la gente […] sublimándola e
incluso convirtiéndola en un catecismo
verdadero, una guía verdadera hacia la
perfección sociopolítica; en una
palabra: en un misticismo […]» (17 de
septiembre de 1939). <<
[120]
Franco’s rule, pág. 147. <<
[121]
González Ruiz, Yo he creído, pág.
124. <<
[122]
«Informe de la Delegación General
de Seguridad», 29 de abril de 1942,
Toledo, en Fundación Nacional de
Francisco Franco, Documentos inéditos
(1994), III, pág. 425. <<
[123]
Boletín n.º 491, DNII, 28 de febrero
de 1942, AGA, Presidencia, caja 16.
Las mujeres también se resistían de
otras maneras. A muchas madres y
esposas que hacían cola en el exterior
de las prisiones se les informaba de que
a sus seres queridos se les había «dado
la libertad» (forma eufemística de
referirse a los ejecutados) la noche
anterior. En La Coruña, las mujeres
protestaban permaneciendo día y noche
a las puertas de la prisión, para evitar
las expediciones asesinas falangistas a
los cementerios (véase Lo que han
hecho, págs. 195-196). <<
[124]
Véase Heine, «Tipología
características», pág. 316. <<
y
[125]
PRO/FO371/73 356/Z659/596/41,
15 de enero de 1948. Véase también
Moreno Gómez, op. cit. En Málaga y
Granada, los campesinos arrendatarios
atrapados en medio de este conflicto de
clase entre jornaleros rebeldes y el
Estado a menudo abandonaban sus
propiedades como resultado de este
enfrentamiento. <<
[126]
PRO/FO371/26 890/C3986/3/41,
marzo de 1941. La generalización de la
prostitución en la época de la posguerra
fue una muestra más de la violencia
económica de la autarquía; una muestra
de la imposición del poder y la
desarticulación de la resistencia
mediante la marginación económica. <<
[127]
Preston, La política de la
venganza, págs. 107-118; Javier Tusell
y Genoveva García Queipo de Llano,
Franco y Mussolini: La política
española durante la segunda guerra
mundial (Barcelona: Editorial Planeta,
1985), págs. 208-209. <<
[128]
Samuel Hoare, Ambassador on
special mission (Londres: Collins,
1946), pág. 211. <<
[129]
Yencken a Edén, 4 de octubre de
1943,
PRO/FO371/
34 789/C11 465/63/41. En Madrid, las
puertas de algunos pisos y casas fueron
marcadas con una cruz o con la sigla
R. I. P. para facilitar una rápida
exterminación de los ocupantes antes de
que pudieran causar cualquier problema.
<<
[130]
Bajo Franco y en colaboración con
la policía, todos los pueblos tenían un
representante que cumplía la función de
jefe del partido. En las zonas urbanas,
cada manzana tenía un representante del
partido encargado de informar al
controlador de área o al oficial de
distrito (José María Molina, El
movimiento clandestino en España,
1939-1949
[México:
Editores
Mexicanos Reunidos, 1976], pág. 34).
<<
[131]
Parte, FET-JONS Barcelona
(noviembre de 1943). AGA, Pres., caja
376. <<
[132]
PRO/FO371/34 789/C9796/63/41,
despacho del cónsul general británico en
Sevilla, 14 de agosto de 1943. <<
[133]
PRO/FO371/34 789/C9796/63/41,
despacho del cónsul general británico en
Sevilla, 14 de agosto de 1943. <<
[134]
De todos modos, visto el trato que
había recibido Mussolini, se confiaba en
que Franco no perdería su control sobre
la sociedad (Parte, Barcelona [mayo de
1945], AGA, Pres., caja 165). <<
[135]
En la zona de Cabrales fueron
detenidos todos los habitantes de un
pueblo después de que una de estas
expediciones para disciplinar a la
población acabara en un tiroteo
generalizado
(PRO/FO371/-49 575/Z7624/89/41, 28
de mayo de 1945). No cabe duda de que
las autoridades tomaron rehenes para
provocar que los fugitivos se entregasen
(PRO/FO371/49
575/Z7167/89/41,
Bowker a Edén, 16 de junio de 1945).
Tras la muerte de dos falangistas en
mayo, en Madrid, se efectuaron 350
detenciones en Gijón como represalia.
<<
[136]
Parte, FET-JONS Barcelona, mayo
de 1943, AGA, Pres., caja 376; Parte,
FET-JONS Barcelona (mayo de 1945),
Pres., caja 165. <<
[137]
El 21 de marzo de 1945, dos
personas fueron ejecutadas en Zaragoza
tan sólo porque se pensaba que el día 30
se declararía una amnistía debido a
presiones de los obispos españoles.
Según el informador del Foreign Office
británico, «[…] se dio orden de ejecutar
a la mayor cantidad posible de
prisioneros, especialmente personas
cultas
[…]»
(PRO/FO371/49 575/Z5339/89/41, 19
de abril de 1945). De hecho, Franco
rechazó la carta de los obispos. <<
[138]
Se registraron dos ejecuciones en
Barcelona, el 20 de enero; una en
Valladolid el día de Año Nuevo; dos en
Granada el 21 de diciembre y diez el 26
y 27 de enero. El 17 de febrero mataron
a diecisiete personas más en un
cementerio de Sevilla. Hay constancia
de que setenta y tres prisioneros
políticos fueron transportados de la
Dirección General de Seguridad al
cementerio de Carabanchel el 27 de
abril
para
ser
ejecutados
(PRO/FO371/49 575/Z7167/89/41, 3 de
marzo de 1945). Aunque el director de
prisiones no podía confirmar estas
cifras, tampoco negaba su veracidad
(PRO/FO371/Z2952/89/41, 3 de marzo
de 1945). Según el director de
prisiones, a principios de 1945 se
examinaban unas 350 sentencias de
muerte en cada reunión del Consejo de
Ministros, presidida por Franco en
persona. Estas reuniones se celebraban
aproximadamente cada seis semanas. Se
confirmaron unas cuarenta sentencias
para ser ejecutadas inmediatamente.
Según este cargo, Franco era el
principal valedor dentro del pequeño
grupo de ministros que insistía en la
continuación de la despiadada purga que
estas ejecuciones representaban. <<
[139]
Julio Aróstegui (Violencia y
política, pág. 13) sugiere que esta clase
de preguntas debe hacerse en relación
con un estudio histórico de la violencia
política. <<
[140]
La sublevación militar fue la causa
principal del desbaratamiento de las
instituciones del Estado republicano,
incluidas las jurídicas (véase Sánchez
Recio, «Justicia ordinaria», op. cit.). Al
principio, a la clase obrera se le
negaron armas para responder a la
sublevación, por lo que en muchos
lugares quedó indefensa. Debemos tener
en cuenta estos dos factores a la hora de
considerar la naturaleza incontrolada de
la violencia republicana en los primeros
meses de la Guerra Civil. <<
[141]
Véase por ejemplo Amando de
Miguel, Sociología del franquismo
(Barcelona: Editorial Euros, 1975);
Carles Viver Pi-Sunyer, El personal
político de Franco (1936-1945):
Contribución empírica a una teoría del
régimen franquista (Barcelona: VicensVives, 1978); Joan Thomàs, Falange,
guerra civil, franquisme; Barranquero
Texeira, Málaga. <<
[142]
Ya hemos dado ejemplos de Galicia
y Sevilla. Lo mismo ocurrió en otras
partes de España. Los principales
organizadores de la primera huelga
celebrada en Barcelona bajo el
franquismo, por ejemplo, en la gran
planta industrial de La Maquinista en
marzo de 1941, fueron fusilados sin
previo juicio (Borja de Riquer,
«Dossier: El franquisme i la burgesia
catalana, [1939-1951]», en L’Avenç,
[enero de 1979]). <<
[143]
En general, el aspecto de la
represión no ha tenido una gran
preponderancia en los intentos de
teorizar sobre el franquismo desde una
perspectiva histórica. Véase, por
ejemplo, Javier Tusell, La dictadura de
Franco (Madrid: Alianza Editorial,
1988). <<
[1]
Coronel de artillería Francisco
Álvarez de Toledo y Silva, «Servicio de
recuperación de material de guerra»,
Ejército, núm. 29, junio de 1942, pág.
43. <<
[2]
Coronel de artillería Alfonso Barra,
«Información y recuperación de material
de guerra», Ejército, junio de 1940. <<
[3]
Enciclopedia Universal Ilustrada.
Suplemento 1936-1939 (Madrid, 1944),
pág. 1454. <<
[4]
Ibid., pág. 1537. <<
[5]
Miguel Sanchís, Alas rojas sobre
España (Madrid, 1956), págs. 35-40. <<
[6]
Coronel José Gomá Orduña, Guerra
en el aire (Barcelona, 1958), pág. 64.
<<
[7]
Ricardo de la Cierva y de Hoces,
Historia ilustrada de la Guerra Civil
española (Madrid, 1971), vol. I. <<
[8]
Jesús Salas Larrazábal, (I) La guerra
de España desde el aire (1970. 2.ª ed.,
1972); (II) «Intervención soviética en la
guerra de liberación». La revista de
Aeronáutica y Astronáutica, n.º 379,
junio de 1972; (III) La intervención
extranjera en la guerra de España
(1974).
Ramón Salas Larrazábal, (I) La historia
del Ejército Popular de la República (4
vols., 1973) (II) Los datos exactos de la
guerra civil (1980). <<
[9]
Jesús
Salas,
«Intervención
soviética…», págs. 432 y 438. <<
[10]
Jesús Salas, La intervención
extranjera…, págs. 429, 435, 439, 444,
446, 447 y 449; Ramón Salas, La
Historia…, vol. 4, págs. 3418-3422, y
Los datos exactos…, págs. 294-299.
Véase también Ramón Salas, en Edward
Malefakis, La guerra de España
(1936-1939) (Taurus, ed. El País, 1986
y 2.ª ed. 1996). <<
[11]
Andrés García Lacalle, Mitos y
verdades: La aviación de caza en la
guerra española (México, 1973), págs.
323-330, 562-566; carta a Hugh
Thomas, junio de 1964, págs. 28, 33, 34.
Agradezco a Hugh Thomas que me haya
permitido copiar esta carta. <<
[12]
Istoriia vtorvi mirovoi voiny,
1939-1945 (Instituto de Historia Militar
de la URSS, 1974), vol. 2, pág. 54;
International solidarity with the
Spanisb Republic (Academia de
Ciencias de la URSS, 1974), pág. 329.
<<
[13]
Por ejemplo, William Green y John
Fricker, Air forces of the world (1958),
pág. 249, donde se dan las siguientes
cifras respecto a la aviación soviética:
550 Chato I-15, 475 Mosca I-16, 210
Katiuska SB, 130 Rasante R-5, 40
Natacha RZ; John W. R. Taylor, en
Combat aircraft of the world (1969, o
sea, once años más tarde), afirma,
respecto a la aviación de procedencia
francesa que en 1937 se enviaron 20
cazas Loire 46 por tren camuflados
como maquinaria agrícola, y que el
número de bombarderos Potez 54 fue de
49 y el de cazas Bleriôt SPAD 510 fue
de 27. En otros anuarios populares como
el Guinness book of aviation facts and
figures se pueden encontrar cifras
similares, así como en revistas del tipo
de Avión (España), diciembre de 1961,
Air classics (EE. UU.), noviembre de
1967, Airpictorial (RU), abril de 1971
(en un artículo firmado con las iniciales
S. J. que corresponden a Stewart James,
el especialista en asuntos españoles
para Air Britain), Flight plan (EE. UU.)
vol. 2, núm. 3 (1972) y núm. 6 (1973).
En un número especial de la revista
francesa Aviation Magazine de l’Espace
, edición internacional, n.º 320 (1961)
que está centrado en un relato sobre
Henri Potez y sus aviones, y que fue
escrito por los historiadores de la
compañía, se afirma en la página 97 que
el número de Potez 54 suministrado a
los republicanos fue de 49, enviados
directamente a España y 10 más
enviados a través de Rumanía. Era
lógico que estos datos, viniendo de esta
fuente, se tomasen en serio. <<
[14]
Hugh Thomas, The Spanish Civil
War (tercera edición, Penguin, 1977),
págs. 980-981. Las reimpresiones se
publican según el nivel de demanda de
los libreros y no se puede siempre
culpar al autor de que aparezca en ellas
información atrasada, a no ser que éste
se hay negado expresamente a llevar a
cabo una revisión. <<
[15]
John F. Coverdale, Italian
intervention in the Spanish Civil War
(ws). Pág. 398. <<
[16]
George Esenwein y Adrián Schubert,
Spain at war (1995), pág. 205. Afirma
que «[…] es imposible hacer un cálculo
preciso de las cantidades relativas de
ayuda» y continúa con la cita de
Coverdale. <<
[17]
Eric Hobsbawm, The age of
extremes (1994), pág. 160. <<
[18]
Jesús Salas Larrazábal, La guerra
de España desde el aire (1969 y 1972),
págs. 84-85, 120 n. I; La intervención
extranjera en la guerra de España
(1974), págs. 441-446; Hugh Thomas,
La guerra civil española (Urbión,
1977), vol. 6, pág. 211. <<
[19]
Pierre Renouvin, «La politique
extérieure du premier ministre Léon
Blum», en Edouard Bonnefous, Histoire
politique de la Troisième République,
vol. 6, pág. 396; también en Jean
Lacouture, Léon Blum, pág. 315. <<
[20]
Según datos anteriores, se persuadió
a los lituanos para que permitieran que
los Dewoitine fueran enviados a España
a cambio de una serie de D. 510 más
modernos. Sin embargo, el contrato
había sido cancelado antes del estallido
de la guerra de España, como prueban
los informes de L’intmnsigeant, 6 de
enero de 1935 y 17 de junio de 1936.
Véase a su vez Raymond Danel y Jean
Cuny, Les avions Deivoitine (1982),
págs. 142-143. <<
[21]
Gerald Howson, Arms for Spain
(1998), capítulo 8 y apéndice I. <<
[22]
Ibid., pág. 56; Archivo Histórico
Nacional, Archivo de Araquistáin,
30/026. <<
[23]
Los Potez 540, 542 y 544 eran
prácticamente idénticos a excepción de
sus motores. <<
[24]
Howson, op. cit., capítulo 8; Andrés
García Lacalle, Mitos y verdades, págs.
145-151, 546-551; Víctor Veniel, «
L’aviation française et la guerre
d’Espagne» en Icare, n.º 118, O 132;
Vincent Piatti, testimonio personal al
autor; Gerald Howson, Aircraft of the
Spanisb Civil War (1990), véanse los
artículos «Dewoitine D. 371/372»,
«Loire 46», «Potez 54», «Bloch MB
210». <<
[25]
<<
Howson, Amis for Spain, pág. 48.
[26]
Archive du Service Historique de
l’Armée de Terre, Vincennes, caja 6
N342, doc. 6129.C, «Rapport particulier
sur les armes d’origine française
retrouvées dans l’armament des milices
espagnoles passés en France en Février
1939». Este documento demuestra que
de las 1464 ametralladoras pesadas tan
sólo 27 (CSRG M15, o sea, Chauchats)
eran de origen francés. De hecho, estos
Chauchats podrían haberse encontrado
entre los 400 enviados por la URSS en
1936. <<
[27]
Howson, Arms for Spain, capítulos
30 y 31… <<
[28]
Howson, págs. 109, 234, 238, 240,
273-276. <<
[29]
lbid., págs. 197-199 y notas. <<
[30]
Michael Alpert, A new international
history of the Spanish Civil War, págs.
143-145. <<
[31]
La historia de France Navigation se
puede encontrar en Dominique Grisoni y
Gilíes Hertzog, Les brigades de la Mer
(París, 1979). <<
[32]
Howson, pág. 297. La lista soviética
menciona 8 cañones Maxim, 20 rifles y
20 pistolas, lo cual bien puede ser un
error. <<
[33]
Howson, págs. 239-240. <<
[34]
Paul Johnson, Modern times (título
anterior, A history of the modern
world), (edición de 1996), pág. 324. <<
[35]
Howson, Aircraft. Of the Spanish
Civil War, pág. 302 y los artículos
mencionados. <<
[36]
Ibid., págs. 13 y 26. <<
[37]
Para el asunto de las comisiones de
compra de armas de París, véase
Howson, Arms for Spain, capítulos 11,
14 y 27, pássim. <<
[38]
La bibliografía existente sobre la
política británica es demasiado extensa
para ser citada aquí. Las principales
obras son las siguientes: Tom Buchanan,
Britain and the Spanish Civil War; Jill
Edwards, The British Government and
tbe Spanish Civil War y Enrique
Moradiellos, Neutralidad benévola y
La perfidia de Albión. <<
[39]
Howson, Arms for Spain, págs. 66,
94; así como Aircraft of the Spanish
Civil War, págs. 302-304 y los artículos
sobre los aviones. <<
[40]
Archivo Histórico Nacional,
Madrid, «Presidencia del Gobierno,
Dirección General de Adquisiciones»,
Legajos 43 y 167. <<
[41]
Public Record Office, Londres, FO
371/21 330 W 6720. <<
[42]
Las principales fuentes para Polonia
han sido el archivo del SEPEWE (B. I.
113/D-1 a D-23) en el archivo del
Polish Institute, Kensington, Londres, así
como un artículo de la profesora Marian
Zgorniak,
«Wojna
Domowa
w
Hiszpanii…» en Studia Histoiyczne,
vol. XXV, 1983, 3 (102), pág. 441-450,
con la lista de los envíos por mar del
SEPEWE en las págs. 451-458. Véase
Howson, capítulo 15 y notas, así como
el apéndice II y el apéndice IV C. <<
[43]
Howson, pág. 108; William Shirer,
The collapse of the Third Republic pág.
313. <<
[44]
Howson, pág. 113. <<
[45]
Howson, capítulo 23 y notas, págs.
324-326. La principal fuente de
información son los informes de Luis
Jiménez de Asúa desde Praga, de los
cuales se conserva una copia en la
Fundación Pabló Iglesias de Madrid,
ALJA 442-2 a 445-7. Hay otra copia en
el Archivo del Ministerio de Asuntos
Exteriores, Madrid, Archivo de
Barcelona, RE 59-62. Ninguna de las
copias
está
completo,
pero,
afortunadamente,
ambas
se
complementan y juntas recogen toda la
información. La distinción técnica entre
«ministro», que es lo que Asúa era en
Praga, y «embajador», que es lo que
habría sido en París o Londres, fue
abolida al término de la Segunda Guerra
Mundial. <<
[46]
<<
Howson, págs. 142-145, 302-303.
[47]
Ibid, pág. 160. <<
[48]
Andrés García Lacalle, Mitos y
verdades, págs. 321-323. <<
[49]
Ibid., págs. 369-371. <<
[50]
Richard P. Traína, American
diplomacy and the Spanish Civil War
(1969), pág. 166. <<
[51]
Las cifras que maneja Ribalkin son
las mismas que se publicaron en Istoria
vtoroi mirowi voiny 1939-1945 Historia
de la Segunda Guerra Mundial
1939-1945), vol. 2, «Nakanune voiny»
(La víspera de la guerra), pág. 54
(Instituto de la Historia Militar de la
URSS), 1974. <<
[52]
<<
Howson, págs. 130-131, 278-284.
[53]
«Lanzaminas» (Minenwefer) eran
morteros de gran tamaño, generalmente
montados
sobre
ruedas.
«Lanzagranadas»
(Granatenwerfer)
eran unos pequeños aparatos para lanzar
granadas de mano a distancias cortas.
Fueron reemplazados por morteros de
trinchera desde 1915. <<
[54]
Howson, pág. 144. <<
[55]
Howson, págs. 140-145. <<
[56]
De los rifles, por ejemplo, 13 357
eran Vetterli 11 mm de un solo tiro
fabricados en 1871 en Brescia, Italia,
para el ejército turco y capturados por
los rusos durante la guerra ruso-turca de
1877. Los rifles solían venderse con
1000 cartuchos cada uno, mientras que
estos rifles se vendían con tan sólo 185
cartuchos cada uno. Otros 11 821 de los
rifles eran Gras y Gras Kropotchek,
también de 11 mm, fabricados en la
década de 1880, e iban acompañados de
tan sólo 395 cartuchos cada uno. Hacía
más de cuarenta años que el calibre de
11 mm era completamente obsoleto, por
lo que una vez gastada la munición en
unos dos o tres días durante la batalla de
Madrid, tuvieron que tirarse los 25 178
rifles. Los rusos habían cobrado 12,50
dólares por cada uno de ellos. <<
[57]
Howson, capítulo 20, pássim. <<
[1]
Estoy profundamente agradecido a
Linda Wheeler, bibliotecaria, y a Ronald
M. Bulatoff, archivero de la Hoover
Institution on War, Revolution and
Peace, que me han facilitado copias de
la correspondencia del señor Bolloten,
así como de la del señor Julián Gorkin y
otros. Estoy también en deuda con la
señora Susan Mason, que ha invertido
muchas horas en reunir este material
para mí. <<
[2]
Existen dos ediciones de este texto.
La primera, en español (Madrid:
Alianza Editorial, 1989), contiene la
única traducción española existente del
prólogo escrito por H. R. Trevor-Roper
a la segunda edición de The grand
camouflage (1967). La segunda edición
es la que publicó en Chapel Hill la
University of North Carolina Press en
1991. A lo largo de este ensayo, me
referiré a esta última. El mejor estudio
sucinto en inglés es el de Adrián
Shubert, de la Universidad de York, en
American Historical Review (abril de
1992). <<
[3]
En su obra de 1979, en la que
Bolloten cita al Campesino como
testigo, se refiere a él como un
«conocido comunista y una figura
bastante carismática durante la guerra»
(pág. 174). Más tarde, evidentemente no
dispuesto a expresar su justificada
irritación contra Gorkin, se dedicó a
atacar al Campesino y la política
soviética. <<
[4]
Burnett Bolloten, La révolution
espagnole et la lutte pour le pouvoir
(París: Ruedo Ibérico, 1977). Esta
edición contiene material que no se
encuentra en The grand camouflage,
pero tiene menos material nuevo que la
edición norteamericana de 1979. <<
[5]
Brandt era uno de los «hombres de la
izquierda anticomunista» apoyados
económicamente por la CIA (Kai Bird,
The chairman [Nueva York: Simón &
Schuster, 1992], pág. 358). <<
[6]
Valentín González, «El Campesino»,
en
Comunista
en
España
y
antistalinista en la URSS (Gijón:
Ediciones Júcar, 1981), pág. 11. <<
[7]
Valentín González, «El Campesino»,
en
Comunista
en
España
y
antistalinista en la URSS (México,
D. F.: Editorial Guarania, 1952), pág.
13. <<
[8]
Ibid., pág. 14. Gorkin le escribió lo
siguiente a Bertram D. Wolfe, el 24 de
mayo de 1952: «Opera Mundi me dice
que “The Voice of America” está
pensando en producir una versión
dramática de La vida y la muerte en la
URSS, del Campesino, que, como usted
sabe tuvo un gran éxito en la prensa de
los Estados Unidos (y en Latinoamérica,
donde la edición española impresa en
Buenos Aires vendió más de 50 000
ejemplares». Y añadía: «Creo que
Opera Mundi está negociando a través
de los servicios de la embajada».
Parece que, según la manera de hablar
de Gorkin, estas últimas palabras
designan a la CIA. Veintiséis años más
tarde, Gorkin escribió, en su nuevo
prólogo al segundo libro del Campesino,
que La vida y la muerte en la URSS
había sido publicado y reeditado en
catorce países diferentes y que,
mediante una gran agencia de noticias,
amplios extractos del libro habían sido
reproducidos por más de setenta
periódicos de todo el mundo. Las cifras
de Gorkin sobre la distribución de su
propaganda no deben confundirse con
las cifras de ventas de un editor que
depende del mercado. <<
[9]
Ibid., pág. 26. <<
[10]
Julián Gorkin, El proceso de Moscú
en Barcelona (Barcelona: Ayma, 1973),
pág. 14; Les communistes contre la
révolution espagnole (París: Belfond,
1978), pág. 17. <<
[11]
Éste debe de ser el libro de Gorkin
sobre el asesinato de Trotsky. <<
[12]
Burnett Bolloten, The Spanish Civil
War:
Revolution
and
CounterRevolution (Chapel Hill: Univ. of North
Carolina Press, 1991), pág. 632. <<
[13]
TLS, 17 de noviembre de 1978, pág.
1340 <<
[14]
Ibid. <<
[15]
<<
TLS, 25 de agosto de 1978, pág. 953.
[16]
<<
TLS, 25 de agosto de 1978, pág 953.
[17]
Espoir, Toulouse, 7 de septiembre
de 1961; H. R. Southworth, El mito de
la cruzada de Franco (París: Ruedo
Ibérico, 1963), págs. 276-277. <<
[18]
H. R. Trevor-Roper, «Introduction»,
Burnett Bolloten, The grand camouflage
(Londres: Pall Mall Press, 1968), pág.
4. <<
[19]
Bolloten (1991), pág. 896, n.º 18. <<
[20]
Jay Allen es el autor de la primera
entrevista con Franco tras su llegada a
Marruecos procedente de Canarias, la
frecuentemente reproducida narración de
la matanza de Badajoz y la última
entrevista con José Antonio Primo de
Rivera antes de su ejecución. <<
[21]
Véase mi artículo en ACIS Journal,
IV (otoño de 1991), n.º 2, pág. 59. <<
[22]
Southworth, El mito de la cruzada
de Franco, pág. 151. <<
[23]
Indalecio Prieto, Convulsiones de
España, 3 vols. (México, D. F.:
Ediciones Oasis, 1968), II, pág. 111. «La
pérdida de Teruel» (págs. 107-113) es
una copia del artículo de Prieto que
apareció en El Socialista el 2 de
noviembre de 1950. La prensa del PSOE
en el exilio, como la de los
anarcosindicalistas, estaba al servicio
de Gorkin. Prieto había apadrinado la
entrada de Gorkin en México en 1940 y
posteriormente, en Francia, Gorkin se
afilió junto a la mayoría de los
poumistas al PSOE en el exilio. <<
[24]
Bolloten (1991), pág. 573. Bolloten
no cita esta frase, a la que aludo más
adelante. Reza así: «una noche, sin la
menor advertencia, recibí la noticia de
que Teruel había pasado a manos del
enemigo» (Convulsiones de España, II,
pág. 111). <<
[25]
Julián Gorkin, «La verdad de España
y las mentiras del Kremlin», España
Libre (Nueva York) (julio-agosto de
1972). <<
[26]
Indalecio Prieto, Entresijos de la
guerra de España (México, D. F.:
1953), págs. 63-70. <<
[27]
Convulsiones de España, II, págs.
101-106. <<
[28]
Ibid., II, págs. 103-104, citando
Comunista en España, págs. 68-71. <<
[29]
Juan Manuel Martínez Bande, La
batalla de Teruel (nueva edición,
Madrid: Editorial San Martín, 1990).
Una primera edición de esta monografía
se publicó en 1974. <<
[30]
Convulsiones de España, II, pág.
103. <<
[31]
La grande trahison (París:
Fasquelle, 1953), pág. 136; Jesús
Hernández, Yo fui un ministro de Stalin
(Madrid: G. del Toro, 1974), pág. 232.
<<
[32]
Martínez Bande, La batalla de
Teruel, pág. 205, n.º 264. <<
[33]
Barba y Rey d’Harcout estaban al
mando de la guarnición franquista en
Teruel. <<
[34]
Martínez Bande, La batalla de
Teruel, pág. 205, n.º 6-1. <<
[35]
Comunista en España, pág. 70. <<
[36]
Juan Modesto, Soy del Quinto
Regimiento (París: Editions du Globe,
1969), págs. 149-151. <<
[37]
Enrique Líster, Nuestra guerra
(París: Editions du Globe, 1966), pág.
182. <<
[38]
Martínez Bande, La batalla de
Teruel, pág. 203. <<
[39]
Ibid., pág. 204. <<
[40]
Martínez Bande, La batalla de
Teruel, pág. 204.
[41]
Ibid. <<
[42]
Ibid. <<
[43]
Véase Alberto Reig Tapia, Ideología
e historia (Madrid: Akal, 1984), págs.
69-74, para una opinión más informada
sobre el Servicio Histórico Militar. <<
[44]
(México, D. F.: Ediciones Oasis,
1974). <<
[45]
Ibid., pág. 167 <<
[46]
Tagueña Lacorte, Testimonio de dos
guerras, pág. 385. <<
[47]
Ibid., pág. 398. <<
[48]
Ibid., pág. 453. <<
[49]
Tagueña Lacorte, Testimonio de dos
guerras, pág. 399 <<
[50]
Antonio Cordón, Trayectoria
(recuerdos de un artillero), Prólogo de
Santiago Carrillo (París: Librairie du
Globe, 1971), pág. 382. <<
[51]
Ibid., pág. 385. <<
[52]
Ibid., pág. 384. <<
[53]
Antonio Cordón, Trayectoria
(recuerdos de un artillero), pág. 384.
<<
[54]
Ibid. <<
[55]
Ibid., págs. 382. <<
[56]
Ibid., págs. 384-85. <<
[57]
Enrique Castro Delgado, Hombres
made in Moscú (México D. F:
Publicaciones Mañana, 1960), pág. 609.
<<
[58]
Ibid., pág. 660. <<
[59]
Ibid., pág. 701. <<
[60]
Santiago Carrillo, Memorias
(Barcelona: Planeta, 1994), pág. 271.
<<
[61]
Ibid. <<
[62]
Julián Gorkin, España, primer
ensayo de democracia popular (Buenos
Aires: Asociación Argentina por la
Libertad de la Cultura, 1961), pág. 73.
<<
[63]
Bolloten (1991), pág. 573. <<
[64]
Resulta inaceptable comparar la
posición de Stalin respecto a España en
1938-39 con su posición respecto al
frente oriental en 1945. Además, los
libros de Bolloten están todos escritos
fuera de contexto, ya que ignora el 99
por 100 de lo que estaba ocurriendo en
el bando de Franco. <<
[65]
Trevor-Roper, en Bolloten, The
grand camouflage, (1968), pág. 7 <<
[66]
Julio Aróstegui, «Burnett Bolloten y
la Guerra Civil Española: La
persistencia del gran engaño», Historia
Contemporánea, Bilbao, 1990), n.º 3.
<<
[67]
Aróstegui, op. cit., pág. 155. <<
[68]
Bolloten (1991), pág. 587. <<
[69]
Aróstegui, op. cit., pág. 175. <<
[70]
Ibid. <<
[71]
Aróstegui, op. cit., pág. 176.
Después de citar a Juan Marichal y a
Ángel Viñas elogiando a Negrín,
Bolloten escribió en tono sarcástico:
«Estos elogios fueron superados
posteriormente por el historiador
norteamericano Edward Malefakis,
quien afirmaba que Negrín “no tiene
paragón en España desde Olivares en el
siglo XVII” y que su calibre político fue
similar al de otros mandatarios en
tiempo de guerra, como Winston
Churchill» (Bolloten [1991], pág. 905,
n.º 17). <<
[72]
72. Bolloten (1991), pág. 591. <<
[73]
Bolloten (1991), pág. 882, n.º 13. <<
[74]
Historia 16 (Madrid, enero de
1988), pág. 18. <<
[75]
Jeane J. Kirkpatrick, The strategy of
deception: A study of worldwide
Communist tactics (Nueva York: Farrar
Strauss, 1963). Gorkin es descrito por la
editora como un «representante de una
generación de líderes obreros y
democráticos españoles que no han
olvidado ni perdonado la traición
sufrida por la República española a
manos de su supuesto aliado». La señora
Kirkpatrick no menciona para nada la
afiliación de Gorkin al Congreso por la
Libertad de la Cultura (CIA). <<
[76]
Cito de memoria, ya que no he
podido obtener del señor Cavada las
palabras exactas. <<
[77]
Bolloten, (1979), pág. 295; (1991),
pág. 214. La visión reduccionista de la
Guerra Civil española que tenía
Bolloten le impidió escribir que Hitler
también utilizó contra los ejércitos
soviéticos tácticas y hombres que habían
servido a la causa fascista en España.
La División Azul, compuesta por
falangistas españoles, también utilizó su
experiencia en la guerra española al
llegar al frente oriental. <<
[78]
Trevor-Roper escribió: «Al final de
la guerra, el general Franco no luchaba
ya realmente contra el Frente Popular,
sino contra una dictadura comunista»
(Bolloten [1968], pág. 7). El prólogo de
Trevor-Roper a los argumentos de
Bolloten apareció por primera vez en la
segunda edición del primer libro de
Bolloten, bajo el sello de una editorial
londinense relativamente desconocida,
Pall Mall Press. Los derechos sobre los
comentarios de Trevor-Roper fueron
adquiridos por Frederick A. Praeger,
quien, ya en 1961, había publicado el
primer libro de Bolloten en los Estados
Unidos e iba camino de publicar ese
libro en una nueva edición en Nueva
York en 1968, añadiendo la nueva
contribución de Trevor-Roper. Bolloten
y sus amigos han escrito sobre sus
diversos editores (por ejemplo, la firma
católica Hollis and Carter, su primer
editor en Inglaterra, así como su editor
falangista Luis de Caralt). Sin embargo,
nadie, ni siquiera el propio Bolloten, ha
comentado nada de Praeger, que es
quizás el editor más interesante de
todos. Bolloten, en sus cartas al TLS, se
mostraba reacio a cualquier mención
sobre la CIA. Peter Coleman, autor de la
historia oficial del CCF, The Liberal
conspiracy, en una lista de catorce
libros publicados en los Estados Unidos
«por el Congreso por la Libertad de la
Cultura o sus grupos afiliados», incluía
siete libros publicados por Frederick A.
Praeger (págs. 272-273). Según William
Blum, en The CIA: A forgotten history
(Londres/Nueva Jersey: Zed Books,
1991), pág. 351, n.º 13, Frederick A
Praeger Inc., «como se descubrió
posteriormente, publicó una serie de
libros en los años sesenta bajo el
patrocinio de la CIA». A pesar de los
sorprendidos desmentidos de Bolloten y
Conquest en el TLS en 1978, la pista que
une a Bolloten con la CIA, Praeger y con
el Congreso por la Libertad de la
Cultura es cada vez más clara. <<
[79]
Bolloten (1991), pág. 852, n.º 18. <<
[80]
Sin duda el FBI tuvo que abrir una
ficha de Bolloten desde el momento en
que entró como refugiado en México,
con datos sobre su interés en la Guerra
Civil española, su entrada en los
Estados Unidos y la adquisición de la
ciudadanía. El FBI se niega a admitir
siquiera haber oído hablar de él, por no
hablar de la ficha. Por otro lado, durante
el último año el FBI ha desclasificado
información
sobre
Gorkin
que
anteriormente estaba clasificada como
reservada.
Ahora
sabemos
que,
finalmente, se le permitió visitar los
Estados Unidos mientras trabajaba para
el CCF. Llegó a Nueva York procedente
de la Habana. (Ficha del FBI 64-2971723, 10 de octubre de 1956). <<
[81]
Southworth, El mito de la cruzada
de Franco (1963), págs. 148-156. <<
[82]
Southworth, pág. 277. <<
[83]
Trevor-Roper, en «Introducción» a
Bolloten (1968), pág. 10. <<
[84]
H. R. Southworth, El mito de la
cruzada de Franco (Barcelona: Plaza y
Janés, 1986). <<
[85]
Julián Gorkin, El proceso de Moscú
en Barcelona (Barcelona: Ayma, 1973),
pág. 12. <<
[86]
Yo no fui el director de News of
Spain. Durante gran parte de la vida de
este semanario, su director fue William
P. Mangold, un hombre que había estado
ligado a New Republic antes de la
Guerra Civil y que posteriormente
trabajó para The New Yorker. Yo era su
ayudante y redacté los dos o tres últimos
números. Que yo sepa, esta publicación
estaba financiada por la embajada de la
República española. Yo era consciente
de estar trabajando para la República
española. En la nota 13 de la página
881, Bolloten habla de «limpiar» a
Negrín de cualquier «estigma de
procomunismo». Yo pensaba entonces y
sigo pensando ahora que los comunistas
tenían intención de ganar la Guerra
Civil, lo mismo que Negrín. ¿En qué
consiste este «estigma»? ¿Se puede
estigmatizar a Roosevelt o a Churchill
por haber animado a un Stalin que
sabían fuertemente armado? Respecto a
la tendencia demostrada por Bolloten a
acusar a varias personas, sin ninguna
razón aparente, de ser miembros del
Partido Comunista, Aróstegui escribió
lo siguiente: «Además, el texto de
Bolloten, texto historiográfico se
supone, no suele presentar las
pertenencias como realidades simples
sino como delitos» (pág. 174). <<
[87]
Gorkin ha escrito abundantemente
sobre sí mismo en sus libros y existen
muchos resúmenes de su vida breves
pero elogiosos, escritos por sus
admiradores. No he leído hasta ahora
ninguna
referencia
(favorable
o
contraria) respecto a su conexión con la
CIA. En la nota necrológica de Gorkin
aparecida en Le Monde (París, 28 de
agosto de 1987), hay una referencia al
CCF, descrito como un «movimiento
anticomunista creado por iniciativa de
varias personalidades norteamericanas
de ideología conservadora». En la tesis
doctoral de Geneviéve Dreyfus-Armand,
«L’Émigration politique espagnole en
France au travers de sa presse,
1939-1975», Gorkin es identificado
incorrectamente, en los años 1953-1966,
como «secrétaire espagnol du Congrés
pour la liberté de la culture». No hay ni
una palabra sobre la CIA, lo que llama
la atención en un estudio de la vida y
obra de Gorkin. <<
[88]
David W. Pike, In the Service of
Stalin (Oxford: Clarendon Press, 1993),
pág. 305. Gorkin admitió demasiadas
cosas con demasiada rapidez. CIO son
las
siglas
del
Congreso
de
Organizaciones Industriales (Congress
of Industrial Organizations). No se
unificó con la AFL hasta 1955. Pero
Gorkin mantenía buenas relaciones con
ambos grupos. <<
[89]
J. Gorkin, Caníbales políticos
(Hitler y Stalin en España) (Ciudad de
México: Quetzal, 1941). <<
[90]
John Ranelagh, The Agency: The
rise and decline of the CIA (Nueva
York; Simón & Schuster, 1987), pág.
216. <<
[91]
91. Ibid. <<
[92]
Coleman, pág. 46. <<
[93]
Ranelagh, pág. 248. <<
[94]
«Pero cuando me puse en contacto
con la CIA, amparado en la Freedom of
Information Act para pedirles los
archivos de los años 1950 a 1969, lo
único que recibí fue un recorte del New
York Times publicado tras la disolución
del Congreso y la siguiente afirmación:
“No se han encontrado más informes
relativos a su petición”. Teniendo en
cuenta esta falta de cooperación, no he
podido
contar
con
demasiada
información, por parte de fuentes
oficiales,
sobre
el
grado
de
involucración de la CIA» (Coleman,
XII). Esto parece indicar, aparentemente,
que el material de la CIA relacionado
con el Congreso es «oficial» y que los
archivos del Congreso en poder de la
Universidad
de
Chicago
son
completamente independientes. <<
[95]
Op. cit., pág. 85. <<
[96]
Ibid., págs. 62-63. <<
[97]
El Campesino no acompañó a
Gorkin en el viaje de este último a
México, debido a los sentimientos
prorepublicanos en dicho país. Gorkin
escribió:
«Los
estalinistas,
representados principalmente por los
pintores Álvaro Siqueiros y Diego
Rivera, se han prestado al más rastrero
de los sobornos» (ibid., pág. 153). <<
[98]
Coleman, pág. 154. <<
[99]
El País, Madrid, 30 de enero de
1978, pág. 11. <<
[100]
El País, 17 de junio de 1979, pág.
15. <<
[101]
Cuesta creer que Bolloten no
estuviera al corriente del escándalo del
Congreso, que se había estado gestando
en la prensa norteamericana desde 1964,
cuando el congresista Wright Patinan
comenzó a examinar las fundaciones
privadas norteamericanas que recibían
fondos de la CIA. En 1966, The New
York Times comenzó una serie de
artículos sobre la CIA y el Congreso. En
marzo de 1967, la publicación de la
costa oeste Ramparts comenzó una
campaña contra la CIA y la «libertad de
la cultura». El 20 de mayo de 1967, en
el popular semanario The Saturday
Evening Post, el exfuncionario de la
CIA Thomas Braden escribió un artículo
titulado «I’m glad the CIA is immoral».
<<
[102]
Pike, pág. 305. <<
[103]
Coleman, págs. 10-11. <<
[104]
Ibid., pág. 3. <<
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