La derrota republicana en la Guerra Civil, los cuarenta años de franquismo y el pacto de silencio de la Transición dejaron en manos extranjeras el análisis historiográfico de los acontecimientos que llevaron al hundimiento de la República. Buena muestra de ello es este libro, en el que diez prestigiosos hispanistas ponen de manifiesto dos hechos fundamentales. El primero, que la Guerra Civil española tuvo su origen en una serie de enfrentamientos sociales; el segundo, que la lucha fratricida constituyó un episodio más de la guerra mundial que finalizó en 1945. Como consecuencia de todo ello, durante los tres años de contienda la República española sufrió un doble asedio: por un lado, las disensiones internas le impidieron llevar a cabo un esfuerzo bélico eficaz; por otro, las fuerzas del fascismo que colaboraron con los sublevados encontraron entre los Estados democráticos a unos cómplices que contribuyeron a alargar el conflicto que acababa de iniciarse y que pronto se extendería por todo el continente, y por el resto del mundo. AA. VV. La República asediada Hostilidad internacional y conflictos internos durante la Guerra Civil ePub r1.0 Titivillus 15.07.15 Título original: The Republic Besieged: Civil War in Spain, 1936-1939 AA. VV., 1996 Enrique Moradiellos Paul Preston Christian Leitz Denis Smyth R. A. Stradling Chris Ealham Helen Graham Michael Richards Gerald Howson Herbert Rutledge Southworth Traducción: Raúl Quintana Muñoz Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 A LA MEMORIA DE E. ALLISON PEERS INTRODUCCIÓN[1] PAUL PRESTON En 1996 se cumplió el sexagésimo aniversario del estallido de la Guerra Civil española. Es probable que se trate de la última conmemoración sustanciosa que ha podido contar con la participación de protagonistas supervivientes de la guerra, la mayoría de los cuales ya tiene más de ochenta años. La importancia de la Guerra Civil española no admite duda: fue «la última gran causa», y, a la vez, un momento definitorio en el camino hacia la Segunda Guerra Mundial. En España, Mussolini y Hitler se unieron en el Eje Roma-Berlín en cuanto se percataron de la cobardía de las potencias [2] democráticas . Sin embargo, las investigaciones de los estudiosos y las conmemoraciones no suelen casar felizmente. Es natural que la investigación no fructifique a tiempo para publicarse en el aniversario apropiado. La gran conmemoración de la Guerra Civil española en 1986 provocó mucha actividad editorial en Gran Bretaña, incluyendo la reedición de obras importantes de Raymond Carr y Hugh Thomas, una obra de síntesis, colecciones de material gráfico y memorias valiosas sobre las Brigadas Internacionales, pero poca cosa en cuanto a nuevas investigaciones[3]. La situación fue más marcada todavía en los Estados Unidos, donde el aniversario vio tan sólo la publicación de libros sobre la Brigada Abraham Lincoln[4]. Entonces se notaba que la tradicional preeminencia anglosajona en la historiografía de la Guerra Civil española se acercaba a su fin. En España, el aniversario tuvo menor repercusión de la que cabía esperar. Esto se debió principalmente al llamado «pacto del olvido». Como parte del deseo general de la gran mayoría del pueblo español de asegurar una transición pacífica a la democracia, se llegó a un acuerdo tácito colectivo para evitar un ajuste de cuentas tras la muerte de Franco. La determinación de evitar una repetición de la violencia de una guerra civil finalmente superó cualquier deseo de venganza. Esta determinación colectiva de contribuir por todos los medios posibles al restablecimiento de la democracia tenía sus valedores entre los historiadores. Como consecuencia se produjo una reticencia en las universidades a la hora de explicar la historia del período de la guerra y la posguerra y, en el campo investigador, una clara renuencia a publicar trabajos que de alguna manera pudieran contribuir a reabrir viejas heridas. Esto se reflejó en el rechazo del gobierno socialista a aprobar una conmemoración oficial del cincuenta aniversario de la Guerra Civil en 1986[5]. A pesar de su valor crucial en términos políticos y su importancia como medida de la gran madurez política del pueblo español, traumatizado tanto por la Guerra Civil como por la experiencia de la dictadura de Franco, el «pacto del olvido» iba a resultar un lema complicado para los historiadores[6]. De hecho, en Cataluña se habían seguido investigando los aspectos más desagradables de la Guerra Civil española, a pesar del «pacto»[7]. En otras regiones, la inestable tregua con el pasado se rompió en menos de cinco años, con la aparición de varias obras importantes sobre la represión en la zona nacional durante la guerra y la posguerra[8]. En los diez años transcurridos desde la última ola de interés no especializado en la Guerra Civil española, la investigación ha avanzado mucho en Gran Bretaña. Inevitablemente, las consideraciones logísticas implican que los investigadores extranjeros no hayan conseguido alcanzar el nivel de investigación local detallada que se está llevando a cabo en España, aunque los capítulos 6 y 8 de la presente obra demuestran que es posible. En consecuencia, gran parte de las investigaciones llevadas a cabo fuera de España se ha centrado en consideraciones sobre la política de ambas zonas y en las dimensiones internacionales de la guerra. El propósito de esta obra es ofrecer a un público más amplio los resultados de las investigaciones que una serie de académicos están realizando sobre varios aspectos de la Guerra Civil española. La investigación local en España y en otros lugares ha enriquecido nuestra perspectiva sobre la crisis de los años treinta y también ha subrayado uno de los dos factores fundamentales de la Guerra Civil española: en sus orígenes, consistió en una serie de enfrentamientos sociales españoles, y muchos de los problemas que surgieron en la zona republicana derivaron de una resolución incompleta de algunos de esos conflictos. Los investigadores españoles y extranjeros[9] han contribuido a confirmar la otra verdad fundamental sobre la guerra: durante la misma y tras ella, constituyó un episodio más en la gran Guerra Civil europea que acabó en 1945[10]. La derrota final de la República española se produjo después de un cerco constante de tres años durante los cuales se vio asediada desde fuera y desde dentro; desde fuera, por las fuerzas del fascismo internacional y sus cómplices inconscientes entre los Estados democráticos y, desde dentro, por las fuerzas de la extrema izquierda que antepusieron sus ambiciones revolucionarias al propósito de realizar un esfuerzo bélico centralizado. La sublevación tuvo lugar en la tarde del 17 de julio en el territorio español de Marruecos y en la propia Península en la mañana del 18 de julio. Los conspiradores estaban seguros de que todo se acabaría en unos cuantos días. Si sólo hubieran tenido que enfrentarse al gobierno republicano propiamente dicho, sus previsiones habrían resultado acertadas. De hecho, España quedó pronto dividida en las fronteras marcadas por la geografía electoral de febrero de 1936: el golpe tuvo éxito en las zonas católicas que habían votado a favor de la CEDA. Sin embargo, en los bastiones izquierdistas de la España industrial y de los grandes latifundios del sur, la sublevación fue derrotada por la acción espontánea de las organizaciones obreras. En cuestión de días, el país quedó dividido en dos zonas, aunque todo hacía presagiar que la República sería capaz de aplastar la sublevación. Mientras el poder en las calles estaba en manos de los obreros y de las organizaciones milicianas, seguía existiendo un gobierno republicano burgués que gozaba de legitimidad en la esfera internacional y que mantenía el control sobre las reservas de oro y moneda nacionales y la mayor parte del potencial industrial de España. Ninguno de los dos ejércitos era ejemplar. Las milicias obreras compensaban con su entusiasmo el poco entrenamiento militar que tenían, entusiasmo del que carecían los reclutas del ejército rebelde. Un ejemplo de esta situación lo encontramos en la armada, donde los marineros de izquierdas se habían amotinado contra los oficiales derechistas. Sin embargo, existen dos factores que pronto diferenciarían a ambos ejércitos de manera clara: el fiero ejército africano y la ayuda de las potencias fascistas. Al principio, el ejército colonial bajo el mando de Franco quedó bloqueado en Marruecos por la flota republicana. Sin embargo, mientras que el gobierno republicano de Madrid se encontró con la vacilación del gobierno hermano del Frente Popular en París y una abierta hostilidad por parte de Londres, Franco pronto fue capaz de persuadir a los representantes locales de la Alemania nazi y la Italia fascista de que era a él a quien había que apoyar. Como demuestra Enrique Moradiellos en el capítulo I, Franco consiguió a su vez persuadir a las autoridades británicas locales en el norte de África de que estaba luchando contra un enemigo «claramente comunista» y que deberían impedir la entrada de las fuerzas republicanas en los puertos de Tánger y Gibraltar. Lo que resultó más decisivo aún fue el éxito en su relación con italianos y alemanes. De nuevo, como queda demostrado en los capítulos 2 y 3, su «fe ciega» en su propio éxito y sus poderes de persuasión resultaron cruciales. Tanto las autoridades locales en Tánger como los representantes locales del partido nazi quedaron suficientemente convencidos por los argumentos de Franco como para presentar su caso ante Mussolini y Hitler respectivamente. Sus respectivos procesos de toma de decisiones estuvieron, por supuesto, condicionados por sus propios cálculos de las oportunidades que ofrecía la crisis española para alterar el equilibrio de poderes europeo en detrimento de Gran Bretaña y Francia. Sin embargo, resulta significativo que, en Londres, se conociera a los sublevados como «las fuerzas del general Franco» y, en Roma, como «i franchisti», dos meses antes incluso de que Franco fuera elegido comandante único de las fuerzas rebeldes. Como demuestra el doctor Moradiellos, la confiada profecía de miembros importantes de Whitehall según la cual Franco obtendría beneficios para España gracias a su amistad con Inglaterra no se cumplió[11]. A finales del mes de julio, comenzaron a llegar aviones de transporte Junker 52 y Savoia-Marchetti para permitir el traslado de la sanguinaria Legión Extranjera a la península. A esta decisiva ayuda inicial siguió un flujo regular de contribución en alta tecnología. Frente al moderno material que llegaba de Alemania e Italia, completado con técnicos especialistas, piezas de recambio y manuales de uso, la República, ignorada por las democracias, tuvo que enviar a sus inexpertos y demasiado intelectuales emisarios a negociar en el mercado internacional de armas y, por lo tanto, a tener que conformarse con material caro y anticuado procedente de traficantes de armas privados. Sin embargo, mientras que la desinteresada ayuda italiana acabaría por mermar seriamente el rendimiento militar del ejército italiano, los alemanes, como demuestra Christian Leitz en el capítulo 3, se aseguraron una devolución de su inversión en forma de materias primas estratégicas y de una creciente penetración en la industria minera española. Los diplomáticos europeos occidentales establecidos en Moscú habían informado a sus gobiernos de que la reacción inicial de la Unión Soviética había sido de profundo malestar por los acontecimientos que estaban teniendo lugar en España. Pero el Kremlin no quería que la sublevación, y la revolución que ésta provocó, minara sus planes de establecer una alianza con Francia. En cualquier caso, a mediados de agosto, como demuestra Denis Smyth en el capítulo 4, la jerarquía soviética estaba ya plenamente convencida de que, si la República española caía, estos planes correrían más peligro aún. Este hecho alteraría considerablemente el equilibrio de poderes europeo, dejando a Francia con tres Estados fascistas en sus fronteras. Finalmente se acabaron decidiendo a regañadientes por enviar ayuda a la República. Los tanques y aviones que llegaron en otoño conseguirían, junto con la llegada de las Brigadas Internacionales, salvar Madrid en noviembre de 1936. Desgraciadamente, también sirvieron para justificar la intervención de Hitler y Mussolini. La motivación de ambos dirigentes consistía principalmente en socavar la hegemonía anglofrancesa en las relaciones internacionales, aunque estaban seguros de obtener el beneplácito de Londres con la excusa de que estaban luchando contra el bolchevismo. Los diplomáticos alemanes e italianos describieron ante sus colegas británicos y franceses a los voluntarios que lucharon por salvar Madrid como agentes de Moscú enviados a España para establecer un bastión comunista en Europa occidental. De hecho, las razones que les movían no tenían nada que ver con ninguna trama de esta clase. En realidad, los brigadistas son una de las primeras fuerzas en enfrentarse militarmente a la amenaza fascista en Europa. Los refugiados italianos, alemanes y austríacos veían la Guerra Civil española como su primera oportunidad para defenderse del fascismo. Los voluntarios franceses (el contingente más numeroso), británicos y norteamericanos fueron a España inquietos por el hecho de que una derrota de la República podría suponer un estímulo para la extrema derecha, tanto en el ámbito internacional como en sus propios países de origen. En este sentido, sentían que estaban participando en un conflicto de carácter nacional e internacional librado en suelo español. Un ejemplo bastante claro de esto lo constituyen los irlandeses, quienes, como demuestra Robert Stradling en el capítulo 5, lucharon en ambos lados del conflicto, librando una batalla esencialmente irlandesa en suelo español. Los voluntarios prorepublicanos de toda Europa y las Américas fueron los primeros en acudir al campo de batalla de una guerra que no finalizaría hasta 1945. Estos «antifascistas prematuros» fueron injuriados a su vuelta a Gran Bretaña, tratados como «la escoria de la tierra» en campos de concentración franceses y considerados como peligrosos y antiamericanos en los Estados Unidos. A pesar de ello, los voluntarios supervivientes lucharon en la Segunda Guerra Mundial (después de todo, la guerra antifascista era su guerra). La República española no luchaba sólo contra Franco y sus ejércitos, sino también, y en mayor medida si cabe, contra el poder militar de Mussolini y Hitler. Asediada desde fuera, la República sufrió a su vez graves problemas internos desconocidos en la zona franquista, que estaba brutalmente militarizada. Al colapso del Estado burgués en los primeros días de la guerra siguió el rápido surgimiento de órganos revolucionarios de poder paralelo. Se produjo una masiva colectivización de la agricultura y la industria. Los grandes experimentos colectivistas del otoño de 1936, que tan emocionantes resultaban para participantes y observadores como George Orwell y Franz Borkenau, no contribuyeron a crear una maquinaria bélica. Esta tarea, como demuestra Helen Graham en el capítulo 7, estuvo en el centro de la guerra civil no declarada que se libró en el seno de la zona republicana hasta mediados de 1937. Algunos líderes socialistas, como Prieto y Juan Negrín, estaban convencidos de que conseguir un Estado convencional, con un control centralizado de la economía y de los instrumentos institucionales para la movilización masiva, resultaba esencial si se tenía que llevar a cabo un esfuerzo bélico eficaz. Realmente, para que la República pudiera luchar con serias posibilidades de éxito, hubiera tenido que contar con suministros constantes y fiables de armas. La versión oficial franquista sobre la ayuda internacional fue que la República recibió de la Unión Soviética y de Francia más aviones, artillería, tanques y equipamientos que los que los nacionales obtuvieron de sus aliados fascistas. Si se hace un repaso desde la propaganda de la década de los cuarenta hasta los más sutiles trabajos de los sesenta y setenta, la opinión que se difundió es que, sólo de la Unión Soviética, la República obtuvo cerca de 1100 aviones, 900 tanques, 300 carros blindados, 1500 piezas de artillería, 40 000 morteros y una enorme cantidad de armas ligeras y municiones. Se dijo también que aproximadamente otros 350 aviones habían llegado de Francia y de otros lugares. Y además se afirmó que el número de aviones recibidos por los nacionalistas, procedentes del poderoso Eje, fue considerablemente menor: unos 1250. Esta versión de los acontecimientos perseguía acentuar el heroísmo de los nacionales, que resultaron así vencedores contra una fuerza supuestamente superior. El historiador Gerald Howson muestra en el capítulo 9 que se había sobrevalorado el equipamiento militar de la República, tanto cuantitativa como cualitativamente: estaba obsoleto, a menudo incompleto o inservible para el combate. De los 250 aviones comprados a Francia, sólo 60 pueden considerarse máquinas militares modernas. Por su parte, la Unión Soviética suministró 623 aviones, 331 tanques, 60 carros de combate y una fracción del armamento que tradicionalmente se ha adjudicado a la República. Por otro lado, la mayor parte de este material estaba anticuado. Además, mediante una alteración del cambio entre el rublo y la peseta, los soviéticos cobraron un precio muy superior al que este armamento tenía en el mercado, estafando millones de dólares a la República Española. Si se observan los hechos, los nacionales disfrutaron de una total superioridad aérea. De este modo, Howson destruye dos mitos al mismo tiempo: el de la ayuda desinteresada de la Unión Soviética a la República y el de la victoria de los nacionales frente a una fuerza superior. En el capítulo 6, Chris Ealham explica por qué la teoría y la práctica tradicionales del anarquismo español resultaban perjudiciales para los objetivos de Negrín y sus consejeros soviéticos. El pensamiento antiestatalista del movimiento libertario, la Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Anarquista Ibérica y la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias les llevaron a plantear sus objetivos revolucionarios en oposición al Estado republicano. Este hecho resultó muy perjudicial para la coordinación económica centralizada del esfuerzo bélico y además condujo a una serie de crueles luchas intestinas dentro de la zona republicana. Las actividades de los «incontrolados», que cometían actos de violencia y pillaje en beneficio propio exclusivamente, minaron los esfuerzos de los sucesivos gobiernos republicanos por proyectar una imagen de normalidad burguesa. Además, esto permitió a la coalición de republicanos, socialistas moderados y comunistas justificar la represión de una revolución que a su parecer podía considerarse objetivamente beneficiosa para el fascismo. Como respuesta, en parte, al individualismo indisciplinado de los anarquistas, se intentó establecer un gobierno del Frente Popular que satisficiera las esperanzas de los arquitectos de la coalición electoral del Frente Popular de febrero de 1936 y que se instauró finalmente con el gobierno de Negrín a partir de mayo de 1937. A pesar de haber acabado con la revolución, incorporado las milicias obreras a las tropas regulares y desmantelado los colectivos, siguió sin conseguirse la victoria, no porque la política llevada a cabo fuera errónea, sino porque las potencias internacionales se aliaron contra la República. Abandonada por las potencias occidentales y atacada por Franco, Hitler y Mussolini, el único país que acudió en ayuda de la República española fue la Unión Soviética. Obviamente, Stalin no actuó movido por el idealismo ni los sentimientos. Amenazado por una Alemania expansionista, tenía la esperanza, como sus predecesores zaristas, de limitar la amenaza alemana buscando una alianza con Francia para cercarla. Temía que si Franco ganaba la guerra con ayuda de Hitler, Francia acabaría sucumbiendo. Por lo tanto decidió proporcionar la ayuda suficiente a la República para mantenerla con vida a la vez que se aseguraba de que la presión de los elementos revolucionarios de la izquierda no provocase que los dirigentes conservadores en Londres acabaran apoyando a las potencias del eje en una cruzada antibolchevique. Es lamentable que el espíritu revolucionario del pueblo español, el activo más importante de la República, tuviera que ser aplastado o que los honestos revolucionarios del POUM fueran vilipendiados como agentes nazis y eliminados brutalmente por los agentes del NKVD. Es sin duda cierto, como plantea Denis Smyth, que la pretensión de respetabilidad buscada por Stalin no consiguió en absoluto alterar el desprecio de Whitehall por la República española. Sin embargo, como demuestra Herbert Southworth en el capítulo 10, una de las consecuencias de la Guerra Fría fue la difusión de la idea de que la represión estalinista había sido la única responsable de la victoria de Fraileo. En la historiografía de la Guerra Civil española patrocinada por el Congreso por la Libertad de la Cultura, financiado por la CIA, una serie de episodios menores en las luchas intestinas dentro de la zona republicana nos lleva a menospreciar los aspectos principales de la guerra. El éxito de dicha historiografía ha minimizado el hecho de que fueron Hitler, Mussolini, Franco y Chamberlain, y no precisamente Stalin, los responsables de dicha victoria. Cuesta imaginar que la España revolucionaria hubiera podido llegar a vencer sin ayuda del armamento ruso. De hecho, sin las armas rusas y las Brigadas Internacionales, Madrid habría caído sin duda en noviembre de 1936 y Franco habría vencido antes de que los anarquistas y los trotskistas de Barcelona hubieran constituido un problema. Michael Richards examina las consecuencias de la victoria en el capítulo 8. Franco estaba empeñado en ganar la guerra lenta y concienzudamente. Su intención no era conseguir una victoria rápida y airosa, sino llevar a cabo una aniquilación completa de todos los aspectos relacionados con la República, como primer paso para conseguir la permanencia de su propio régimen. Si no aspiraba a un Reich de mil años de duración, desde luego sí dejó claro en sus discursos que pretendía erradicar el socialismo, el comunismo, el anarquismo, la democracia liberal y la masonería del suelo español por los siglos venideros. Consiguió cumplir parte de su proyecto gracias a una lenta guerra de desgaste en la que mató a miles de republicanos y aniquiló comunidades enteras. Las masacres premeditadas y sistemáticas como las de Badajoz, Málaga y Guernica tenían un objetivo inmediato dentro de la guerra, pero también un propósito a largo plazo, que era la desmoralización de la población republicana[12]. Para no andar con rodeos, Franco estaba empeñado en que todos los republicanos que no murieran en la guerra o se exiliaran quedasen tan traumatizados que les fuera imposible enfrentarse al régimen. Michael Richards explica lo que esto supuso realmente en términos de pérdida de ideales, esperanza, identidad, dignidad, bienestar material y seguridad personal. Richards plantea de qué modo, mediante el uso sistemático del terror, consiguieron crearse unas condiciones en las que la mera lucha por la supervivencia borrara cualquier conato de oposición política. El régimen de Franco sería la encarnación institucional de su victoria en la Guerra Civil española. Las grandes potencias permitirían su supervivencia igual que habían aprobado su instauración. PRIMERA PARTE HOSTILIDAD INTERNACIONAL CONTRA LA SEGUNDA REPÚBLICA 1 EL GENERAL APACIBLE. LA IMAGEN OFICIAL BRITÁNICA DE FRANCO DURANTE LA GUERRA CIVIL ENRIQUE MORADIELLOS En vísperas de la Guerra Civil española, aunque el general Francisco Franco Bahamonde había sido invitado oficial del gobierno conservador británico en enero de 1936 (como representante español en los funerales de Jorge V), la información sobre el futuro Caudillo de España era más bien escasa y sucinta en los medios gubernamentales del Reino Unido. Ciertamente, era mucho más escueta que la disponible sobre su famoso hermano aviador, Ramón Franco, y bastante más reducida que la existente sobre otras figuras militares de mayor protagonismo político reciente: los generales José Sanjurjo, Dámaso Berenguer y Manuel Goded, por ejemplo. Dicha información se ceñía a una nota biográfica dentro del rutinario informe anual sobre «personalidades destacadas» que la Embajada británica en Madrid tenía que redactar para conocimiento y uso del Foreign Office y su gobierno. No obstante, la nota redactada en enero de 1936 por el embajador, Sir Henry Chilton, recalcaba ya los méritos profesionales, el posibilismo político y el protagonismo antirrevolucionario que rodeaban la figura ascendente del joven general. Rezaba así: Franco, Francisco. General de División. Nacido en el Ferrol el 14 de diciembre de 1892. Oficial de infantería que sirvió con gran distinción en Marruecos, donde estuvo al mando de la Legión Extranjera desde 1923 a 1926. Tuvo un papel destacado en la ocupación del sector de Ajdir, gracias al cual fue ascendido a general de brigada. Al crearse la Academia General Militar de Zaragoza en 1928, el general Primo de Rivera le nombró su director. Cuando la misma fue clausurada por el primer gobierno republicano, el general Franco fue destinado a la XV Brigada de Infantería. En 1933 fue nombrado gobernador militar de las islas Baleares y en febrero de 1935 comandante en jefe de las fuerzas de Marruecos. Pero en mayo de 1935, siendo el señor GilRobles nuevo ministro de la Guerra, le nombró Jefe del Estado Mayor Central. Fue ascendido a su rango actual en marzo de 1934. Oficial valiente, táctico hábil y comandante popular, el general Franco es uno de los oficiales más sobresalientes del Ejército español y ostenta casi en exclusiva el mérito sin precedente entre los altos oficiales de ser ahora tan apreciado por los ministros republicanos como lo fue por los de la monarquía. Está considerado un «gran valor nacional». Actuó como asesor principal del ministro de la Guerra en muchos aspectos de la campaña militar de octubre de 1934 en Asturias. Pertenece a una familia de soldados distinguidos. Su hermano, Don Ramón, es el famoso aviador[1]. Durante el crítico semestre que medió entre la victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 y el comienzo de la insurrección militar de julio del mismo año, las noticias sobre Franco recibidas en Londres siguieron siendo parcas y escasas. Ello no deja de sorprender puesto que, habida cuenta de los notables intereses económicos y estratégicos británicos en el país, los analistas de la Embajada y el Departamento de Europa occidental del Foreign Office realizaron un seguimiento estrecho de la tensa evolución sociopolítica de la República española[2]. De hecho, durante ese tiempo fue cobrando forma en los medios oficiales británicos una interpretación precisa de la naturaleza de la crisis: España atravesaba una situación prerrevolucionaria análoga a la de Rusia antes de octubre de 1917, con un gabinete «Kerenski» republicano que se mostraba impotente y desbordado ante la movilización obrera y campesina que lo había encumbrado al poder. A comienzos de julio de 1936, dichos círculos oficiales descartaban casi por completo una solución constitucional de la crisis y esperaban una intervención del ejército para frenar el desorden, como en 1923, o una guerra civil con su secuela de repetición del proceso revolucionario ruso en la otra esquina de Europa. En ese contexto, el nombre de Franco apareció en los informes sobre rumores golpistas transmitidos por la Embajada durante la primavera de 1936, pero siempre de modo tentativo y por detrás de los nombres del exiliado Sanjurjo o del impulsivo Goded. Este último, en calidad de «Jefe del Ejército español», fue responsable de una gestión secreta a fines de mayo en Londres por la que se advertía a las autoridades británicas de la inminencia de un golpe militar «dirigido únicamente a restaurar el orden» y sin pretensiones fascistas ni relacionado, lo cual habría sido preocupante, con Italia[3]. Sin embargo, tras el inicio de la extensa sublevación militar del 18 de julio, la figura de Franco salió de su relativo anonimato a efectos de los dirigentes británicos y adquirió un súbito protagonismo político internacional. El embajador Chilton fue quien primero destacó su importancia sobre los demás generales el 19 de julio, al telegrafiar urgentemente al Foreign Office que «el señor Gil-Robles y el general Franco se habían pronunciado contra el gobierno». Simultáneamente, desde Tetuán (capital del protectorado español en Marruecos), los informes del cónsul británico reforzaban su papel calificándolo de «Jefe del Ejército de África», precisamente el cuerpo militar español de mayor experiencia en el combate y prestigio exterior[4]. De hecho, el fracaso, detención y posterior fusilamiento de Goded y Fanjul en Barcelona y Madrid, respectivamente, junto con la muerte accidental de Sanjurjo en Lisboa, proyectaron súbitamente a Franco al primer plano de la insurrección. Además, dichos reveses inesperados eliminaron competidores por el liderazgo supremo y convirtieron a las vitales tropas marroquíes en el factor decisivo para dirimir el equilibrio de fuerzas alcanzado entre militares insurrectos y milicias obreras progubernamentales en la Península. El propio Franco se ocupó de labrar su reconocimiento político al emprender con gran éxito amplias gestiones internacionales para recabar el imprescindible apoyo exterior a su causa. A la par que contactaba con Roma y Berlín para obtener aviones que transportasen sus tropas a Sevilla, el general se entrevistó repetidamente con el cónsul británico en Tetuán, Mr. Monck-Mason, para solicitar de Londres el cierre de los puertos de Gibraltar y Tánger a la flota de guerra republicana que bloqueaba el Estrecho. Desde su primera entrevista, el día 20 de julio, Franco mantuvo que luchaba contra un enemigo «declaradamente comunista» y por eso demandaba el concurso de Gran Bretaña para cortar todas las facilidades portuarias a la flota de bloqueo. Y el gabinete británico, tras recibir su demanda y otra antagónica de la República, decidió en su reunión ordinaria del 22 de julio aceptar de facto el requerimiento de Franco: Gibraltar y Tánger fueron neutralizados durante toda la guerra. No en vano, las autoridades británicas habían observado espantadas la presencia en Gibraltar de una flota «mandada y tripulada por comunistas» (según telegrama reservado remitido por el gobernador británico de la plaza). Aún más: habían llegado a la conclusión de que en España combatían «fuerzas militares» contra «un Soviet virtual» amparado por un gobierno republicano exánime y fantasmal; indigno, por consiguiente, de recibir cualquier apoyo directo o indirecto del Reino Unido y merecedor del embargo de armas que pronto permitiría implantar el Acuerdo de No Intervención suscrito por todos los gobiernos europeos[5]. En sus primeras entrevistas con el cónsul británico en Tetuán, Franco transmitió a Londres una imagen de líder prudente y sincero que aceptaba las dificultades y que se veía obligado a buscar aviones y ayuda en el exterior. El 29 de julio, tras el arribo de los primeros aparatos enviados secretamente por Hitler y Mussolini, un Franco «muy optimista» reconoció al cónsul que «ahora tenía más aviones que las fuerzas del gobierno» y los utilizaría para trasladar sus tropas a la Península e iniciar la marcha sobre Madrid, «sin ocultar el hecho de que la toma de Madrid llevaría algún tiempo». Y muestras de prudencia y franqueza como ésas habían permitido concluir: «no cabe duda de que el general Franco quiere a toda costa evitar cualquier acción que pueda entrañar complicaciones con Gran Bretaña»[6]. De este modo, en virtud de su indudable éxito al captar la ayuda ítalo-germana y sus consecuentes triunfos militares, a fines de julio de 1936 Franco se había alzado con la primacía política en el bando insurgente ante las cancillerías y los medios periodísticos europeos, superando con mucho al resto del generalato sublevado y a la anodina Junta de Defensa Nacional establecida oficialmente en Burgos por el general Mola. Prueba de ese fenómeno la ofrece el primer debate consagrado al conflicto español en la Cámara de los Comunes del Parlamento británico. El 31 de julio, el dirigente laborista Philip Noel-Baker sostuvo la vigencia del derecho de la República a comprar armas británicas para su propia defensa y repudió acremente el golpismo del «general Franco y sus colegas conspiradores». Incluso la aséptica redacción de las actas de las reuniones del gabinete británico refleja un cambio significativo: mientras que en la sesión del 27 de julio del comité de política exterior se halla la expresión «insurgentes españoles» para referirse a los insurrectos, cuando éste se vuelve a reunir el 25 de agosto, aparece y predomina la expresión «fuerzas del general Franco». Para entonces, la prensa derechista y católica británica, como la de casi todo el mundo, ya había encumbrado a Franco a la categoría de patriota y cruzado anticomunista. Así, el 20 de julio, el diario londinense The Morning Post informaba a sus lectores de que «el general Franco es el hombre fuerte del movimiento». Siete días más tarde, el también londinense The Daily Mail publicaría la primera entrevista concedida por Franco a un diario extranjero bajo el título «HABLA EL GENERAL FRANCO», presentándolo como «el comandante en jefe del Ejército antirojo sureño». El mensaje transmitido por el general no podía ser más preciso y directo: La victoria del presente gobierno [de Madrid] significaría la imposición del terror rojo. […] El comunismo triunfante representa la destrucción de la civilización occidental y de la religión. Nosotros apelamos a la simpatía de las grandes naciones para nuestra lucha contra el bolchevismo destructor[7]. Por lo que respecta a los medios oficiales conservadores británicos, el rápido encumbramiento político del general Franco como la personificación del bando insurgente español tuvo efectos muy positivos, si bien soterrados y nunca admitidos en público. No en vano, juzgando por los atributos conocidos de su nueva cabeza visible, ese hecho demostraba claramente a las autoridades británicas que se hallaban ante un movimiento militar contrarrevolucionario y nacionalista, sin peligrosas pretensiones fascistas de revisión del statu quo internacional, como sucedía en el caso de Italia y de Alemania. Por tanto, la insurrección era básicamente inocua para sus intereses estratégicos (la seguridad de Gibraltar como base naval) y económicos (la continuidad de las cuantiosas inversiones británicas y de la hegemonía sobre el comercio exterior español de empresas del Reino Unido). Franco no parecía un peligroso político doctrinario (como Adolf Hitler) ni un imprevisible demagogo fascista (como Benito Mussolini), sino un buen militar español, prudente, conservador y nacionalista, que sólo se había rebelado para combatir el caos y el espectro de la revolución social que ahora tomaba cuerpo en la retaguardia republicana. Además, como repetían insistentemente los viejos y fiables aliados portugueses del Reino Unido, Franco pretendía «el establecimiento de un régimen semejante al portugués más que un Estado fascista». Y en todo caso, Gran Bretaña contaba con dos recursos decisivos para cualquier contingencia futura: la indispensabilidad del mercado financiero y comercial británico para la economía española y la indiscutible superioridad militar de la Royal Navy en el Mediterráneo y el Atlántico. En esas circunstancias, la victoria franquista podría verse como «magnífica» puesto que, en palabras reveladoras de un funcionario del Foreign Office: «la alternativa a Franco es el comunismo atemperado por la anarquía»[8]. Esa argumentada confianza política en Franco y en la naturaleza de la insurrección que encabezaba permitió que los gobernantes británicos contemplaran la petición y recibo de ayuda ítalo-germana sin excesiva preocupación. Franco, además, se apresuró a telegrafiar el 8 de agosto una garantía formal de que tal ayuda no supondría compensaciones territoriales de ningún tipo para Roma o Berlín: Cursado por Lisboa. Desmiento categóricamente la fábula extendida en ese país sobre supuesta promesa de bases en Marruecos a cualquier potencia. Movimiento nacional español respetará los tratados en vigor con toda lealtad. General Franco[9]. El desmentido fue aceptado como válido y sincero, según revelan las reacciones anotadas en el seno del Foreign Office. Sir George Mounsey, subsecretario adjunto a cargo del Departamento de Europa occidental, escribió lacónicamente: «No es una característica española malbaratar su territorio». Mr. Shuckburgh, funcionario responsable de asuntos españoles en el Departamento, añadiría después: «probablemente podemos confiar en los sentimientos nacionalistas del general para prevenir algo de este tipo». De todos modos y para evitar peligrosos malentendidos, Anthony Eden, ministro del Foreign Office, solicitó y obtuvo la aprobación del gabinete para transmitir una advertencia, suaviter in modo, al imprevisible Mussolini sobre los límites tolerables para Gran Bretaña de su apoyo a Franco: el respeto a la integridad territorial de España y al statu quo en el Mediterráneo occidental[10]. La posterior evolución de la situación política en el campo insurgente acentuó la confianza oficial británica en las cualidades del general Franco. No en vano, habida cuenta de la fuerte expansión de la Falange (el hasta entonces minúsculo partido fascista español) al compás de la movilización social generada por la guerra, Londres percibió con gran alivio las demostraciones del férreo control militar impuesto por Franco sobre la heterogénea coalición antirrepublicana. El 25 de septiembre, Mr. Oswald Scott, primer secretario de la Embajada (instalada durante toda la guerra en Hendaya, cerca de la frontera hispanofrancesa), remitió al Foreign Office un denso informe que tendría gran influencia en la cristalización definitiva de esos juicios oficiales. A tenor del mismo, la cada vez más improbable victoria de la República significaría una incontenible balcanización y sovietización de España. Una nota adjunta del secretario comercial, Mr. Arthur Pack, añadía al respecto: «Ello sería el fin de nuestros intereses financieros en España y la ruina de nuestro comercio por muchos años». Por el contrario, según Mr. Scott, el previsible triunfo insurgente ofrecía la posibilidad de ensayar una atrayente estabilización del país sobre la base del liderazgo militar de Franco y el apoyo de masas del catolicismo social frente al extremismo falangista: El general Franco tiene una visión más amplia y proyecta probablemente una dictadura militar liberal, con la Iglesia católica restablecida pero al margen de la política, y con medidas de reforma social, industrial y agraria dirigidas a impedir la recurrencia de las condiciones que hicieron inevitable en el pasado el descontento de las clases obreras y campesinas. Si el señor GilRobles fuera capaz de restablecer el control de Acción Popular y la CEDA [Confederación Española de Derechas Autónomas], podría encontrarse cooperando con el general Franco. Pero su ausencia de España al principio de la rebelión ha destruido momentáneamente su prestigio y popularidad y abierto la vía a los elementos extremos de Falange Española. […] [la colaboración entre Franco y Gil-Robles] podría proporcionar una combinación con la suficiente disciplina, visión y competencia administrativa para construir un gobierno capaz de dar al país lo que ha buscado en vano durante años: un liderazgo firme, ideales progresivos, educación (no sólo clerical) y quizá incluso justicia. El ministro de Comercio añadía una nota complementaria al texto de Scott que refrendaba la esperanza británica de estrechar las relaciones con el futuro régimen español mediante el viejo y transitado recurso de la «diplomacia de la libra esterlina»: No creo que Alemania e Italia sean capaces de ejercer una influencia especial sobre la política comercial española. En tanto el Reino Unido siga siendo un gran mercado para la exportación española, tendremos medios apropiados para protegernos. El comercio depende normalmente del interés propio y la gratitud raramente desempeña un papel importante. Ambos informes fueron objeto de un atento examen por los altos funcionarios diplomáticos del Foreign Office y se remitieron a otros ministerios interesados (Guerra, Marina, Aire, Departamento de Comercio y Exportación y Economía y Hacienda) para su conocimiento e información. Además, sobre su base, el encargado de España en el Foreign Office elaboró una crucial minuta de orientación política que asumía la identificación generalizada de Franco como «el protagonista de una dictadura liberal» conveniente para los intereses del Reino Unido. Debido a su interés y sincera expresividad, dicha minuta merece reproducirse por extenso: Nuestras posibilidades de recuperar la influencia en España durante esta fase [posbélica] son considerables debido al hecho de que la revolución española, a diferencia de las revoluciones fascista y nazi, habrá sido ganada esencialmente por los militares, que tienden por tradición hacia el Reino Unido y Francia más que hacia Alemania e Italia. […] Por consiguiente, es un interés británico que surja una dictadura militar liberal más que una dictadura fascista: 1) para contrarrestar la influencia italiana y alemana; 2) para estabilizar la situación interna[11]. Estas directrices y la expectativa de que el conflicto acabaría pronto guiaron la conducta de los gobernantes británicos durante todo el primer semestre de la Guerra Civil española. Ambas configuraron el trasfondo implícito de la política oficial de No Intervención colectiva, cuyos propósitos reales eran menos imparciales de lo declarado en público: confinar la lucha en España y, a la par, refrenar el apoyo del aliado francés a la desahuciada República, evitar el alineamiento con la Unión Soviética en la cuestión española y eludir el enfrentamiento con Italia y Alemania por motivo de su asistencia a Franco. Sir Winston Churchill, entonces un mero pero influyente diputado conservador muy atento al peligro nazi para el imperio británico, había definido crudamente el sentido de esa política en una carta privada a Anthony Eden fechada el 7 de agosto: Este asunto español no deja de preocuparme. Considero sumamente importante hacer que Blum [jefe del gobierno frentepopulista francés] permanezca con nosotros estrictamente neutral, incluso si Alemania e Italia continúan ayudando a los rebeldes y Rusia envía dinero al gobierno. Si el gobierno francés toma partido contra los rebeldes, será un don del cielo para los alemanes y proalemanes[12]. Sin embargo, la imprevista resistencia republicana en Madrid a finales de 1936 (hecha posible gracias al nuevo apoyo militar soviético y al refuerzo de la llegada de las Brigadas Internacionales) destruyó la expectativa de una guerra breve al mismo tiempo que la intensificación militar y diplomática de la ayuda ítalo-germana arruinaba la precaria credibilidad de la No Intervención. En esas condiciones, la unanimidad de los gobernantes británicos sobre el carácter y acierto de su política en España comenzó a resquebrajarse perceptiblemente. La creciente colaboración ítalo-germana en el plano continental, junto con los claros síntomas de expansión del fascismo visibles en la zona franquista, hizo que Eden y sus colaboradores del Foreign Office consideraran necesaria una revaluación del peligro potencial para los intereses británicos y un reajuste de la política mantenida ante la Guerra Civil. El último día de diciembre de 1936, Sir Robert Vansittart, subsecretario permanente del Foreign Office, presentó a los ministros su denso informe secreto sobre La situación mundial y el rearme británico. A tenor del mismo, la amenaza principal para la seguridad del disperso y debilitado Imperio Británico radicaba en el revisionismo alemán y su intento de crear un frente con Italia (y Japón), nominalmente anticomunista, pero que podría volverse contra el Reino Unido. Frente a ello, la respuesta británica debía perseverar en su actual política de apaciguamiento, negociación y rearme limitado, explorando las posibilidades de separar Italia de Alemania y evitando la pesadilla de un conflicto agotador en tres frentes tan dispersos (Europa, el Mediterráneo y el Extremo Oriente). A este respecto, el informe llamaba la atención sobre los riesgos potenciales que podía originar la absoluta permisividad mostrada hasta entonces hacia las actividades nazifascistas en España: Los dos estados dictatoriales están creando un tercero; y, al reconocer el gobierno del general Franco antes de su triunfo [Alemania e Italia habían reconocido formalmente la administración franquista el 18 de noviembre], se están comprometiendo irrevocablemente a hacer triunfar su aventura, sin poner límites en los medios. Esto podría aproximar aún más a ambos dictadores, al menos temporalmente, si bien aquí ya hay signos de que Italia está inquieta por la perfección del esfuerzo alemán y podría querer desengancharse. Es cierto que el gobierno soviético, que parece carecer de sentido de Estado o incluso de oportunidad, es en gran medida responsable por haber hecho de España la arena y causa de la forma más sanguinaria de lucha ideológica que nosotros estamos intentando evitar. El hecho es que los nuevos compañeros totalitarios, que han venido manteniendo sus propios dominios en pie de guerra durante los últimos años, han aceptado la oportunidad con entusiasmo y con sus grandes cantidades de material bélico sobrante han convertido el canibalismo ideológico en algo más concretamente contrario a nuestros intereses. Es irónicamente cierto que, una vez precipitada la crisis española, la victoria de la derecha no sería mejor para nosotros que la victoria de la izquierda (una izquierda muy extremista), la cual extendería su contagio desintegrador y divisivo a Francia y de allí a nosotros mismos, y así alteraría la situación europea hasta dejar a Alemania con la hegemonía. De otro lado, si Franco vence, el nuevo peso combinado de los dos grandes autócratas [Hitler y Mussolini] (a menos que causas naturales y nuestra propia habilidad disminuyan su unión) será demasiado grande para él y le empujará más aun en su campo de lo que justifican sus inclinaciones pasadas e intereses actuales. Entonces nos enfrentaríamos con una combinación, al menos temporal, de dictadores: mayor, menor y mínimo[13]. Esas mismas inquietudes eran expresadas paralelamente por Anthony Eden ante sus colegas de gabinete como argumento para forzar una política de No Intervención más firme y así favorecer una mediación que evitase el surgimiento de un régimen español asociado estrechamente al nuevo Eje ítalo-germano. Sin embargo, tales temores no fueron compartidos por los demás ministros ni por los estrategas británicos. En palabras del influyente Sir Maurice Hankey, secretario del gabinete y del Comité de Defensa Imperial: Yo tengo una visión menos alarmada que él [se refiere a Vansittart] sobre las aventuras italianas y alemanas en España. El general Franco está todavía muy lejos de la victoria, incluso si toma Madrid; e, incluso si vence, fácilmente puede que se pelee con sus previos valedores internacionales. La gratitud no es un lazo fuerte en política[14]. Así pues, tras la conversión del conflicto en una guerra larga a fines de 1936, los gobernantes británicos optaron por mantener su política de No Intervención y su tácita aceptación de una ayuda ítalo-germana que, al fin y al cabo, servía para contrarrestar el nuevo apoyo soviético a la República. No en vano, parecía evidente que esa ayuda nazi-fascista en nada modificaba la naturaleza del bando insurgente. Sir George Mounsey anotaría al respecto: «Desde el principio, nos inclinamos a descartar la permanencia de cualquier influencia italiana o alemana en España. Franco ha tenido que apoyarse en esas potencias porque no recibía ayuda de ninguna otra procedencia». Y en cualquier caso, no podía permitirse que el marginal «asunto español» hipotecase la vital política de apaciguamiento europeo y la posibilidad de separar Italia de Alemania. Sobre todo porque en España seguirían disponibles los recursos de la «diplomacia de la libra esterlina» para el futuro. En marzo de 1937, Neville Chamberlain, entonces titular de Hacienda y dos meses después primer ministro, encabezó la oposición a la política de firmeza preconizada por Eden con este argumento clave y sustancial: Había que recordar que no estábamos tratando sólo con los insurgentes españoles sino también, tras de ellos, con los alemanes e italianos. El general Franco no obraba por cuenta propia. Sin duda esperaba triunfar, pero difícilmente sin la ayuda italiana y alemana. En consecuencia, era improbable que asumiera un compromiso inaceptable para alemanes e italianos a menos que fuéramos capaces de hacerle algo perjudicial a cambio. Los alemanes e italianos no se lo permitirían. Por tanto, insistir en la propuesta no sólo era inútil sino que llevaría a una situación muy grave en la relación con Alemania e Italia. Sin embargo, suponiendo que Franco hubiese ganado la guerra civil, la situación sería muy diferente porque entonces se encontraría buscando la ayuda de otros países además de la de Alemania e Italia. Ése sería el momento de ejercer fuerte presión sobre él. […] Ése sería el momento para actuar[15]. La decisión del gobierno británico de mantener inalterada su política de No Intervención absoluta e incondicional, tan ventajosa en la práctica para el bando insurgente español, fue paralela a la reafirmación de su oculta confianza política en el general Franco. Las victorias en el frente militar y las gestiones diplomáticas del propio interesado no fueron ajenas a esta reafirmación, ni siquiera socavada durante la breve crisis provocada por el bloqueo naval de Bilbao en abril de 1937. Tras la vital conquista de la ciudad y su intacta área industrial dos meses más tarde, Franco renovó sus garantías de respeto a los intereses del Reino Unido en España a través de su representante oficioso en Londres, el duque de Alba, y del gobierno portugués. Además, el general comunicó también su aceptación de la presencia británica en Gibraltar y «su deseo de que las naciones de la Península Ibérica actúen conjuntamente dentro de la órbita de la política exterior británica»[16]. Por otra parte, los recientes cambios en la estructura institucional del régimen, sobre todo la forzosa unificación política de todos los partidos derechistas en el mes de abril, parecían ratificar el predominio militar sobre los elementos extremos de la coalición nacionalista y la creciente autoridad incontestable de Franco en su seno. Ambos eran fenómenos tranquilizadores, a juicio de los medios oficiales británicos, que continuaron abrigando una imagen mítica de Franco como dictador militar «liberal», sensato y afable: el mejor antídoto contra el preocupante extremismo falangista y la mejor solución para la tragedia española en curso. El 13 de julio de 1937, una minuta del director del Departamento de Europa Occidental del Foreign Office, Mr. Walter Roberts, insistía en que el general Franco era «un hombre de ideas liberales rodeado de reaccionarios» y que su triunfo y consolidación como gobernante autoritario constituía un interés británico: Yo siempre he pensado que, en caso de una victoria nacionalista, el general Franco, si quisiera sobrevivir como líder político, tendría que mantener durante algún tiempo un régimen que no hiciera concesiones a sus anteriores enemigos, y que sólo después de que hubiera consolidado completamente su posición podría iniciar su programa liberal. Si estoy en lo cierto, probablemente favorecería la paz futura de España el que esta posición fuera aceptada por todos los gobiernos extranjeros, y en particular por el Gobierno de Su Majestad (Británica); y que resistiéramos el clamor en pro de la inmediata restauración de un régimen parlamentario, lo que llevaría inevitablemente al derribo del general Franco por sus partidarios extremistas y a otro período de guerra civil[17]. El razonamiento de Mr. Roberts fue ratificado con argumentos mucho más sólidos en un extenso informe del 21 de julio elaborado por Lord Cranborne, subsecretario parlamentario del Foreign Office. En el mismo, se rebatían los temores expuestos por algunos analistas oficiales, también compartidos por la oposición laborista y algunos diputados conservadores, sobre la seguridad de Gibraltar y la hegemonía naval británica en el Mediterráneo en caso de victoria franquista con ayuda ítalo-germana. Según Cranborne, tales inquietudes estaban mitigadas por la certeza en el poder de atracción de la libra esterlina y en el poder disuasorio de la Royal Navy: Creo que tendemos demasiado a suponer que el general Franco debe ser considerado un peligro inevitable para nosotros. Si por ahora es hostil, ello se debe en gran medida a la conjunción actual de circunstancias. […] Pero existen otras consideraciones más perdurables que deben inclinarle, a largo plazo, en favor de la amistad con Inglaterra. Ahí está el hecho de que nosotros no queremos nada de él; que no pretendemos aprovecharnos de su grave situación para arrancarle concesiones incómodas. Ahí está el hecho de que somos el país más rico de Europa y de que, además, en el pasado hemos desempeñado el papel principal en la financiación del desarrollo de España. Ahí está el hecho de que poseemos la mayor flota de guerra del mundo, bien dispuesta para bloquearle o, en su caso, para ayudarle a proteger sus costas. Finalmente, ahí está el hecho de nuestra antigua amistad con Portugal. Todas estas consideraciones tienen que estar constantemente en su mente. Sabemos que no aprecia a sus aliados italianos y que probablemente no está demasiado entusiasmado con Alemania. Una España en manos de Franco no significa necesariamente una desventaja para el Imperio Británico. Podría fácilmente representar un refuerzo. A nosotros nos compete dar el primer paso si queremos establecer de verdad las bases de una amistad futura[18]. En consonancia con esas ideas, la política británica durante la segunda mitad de 1937 fue francamente favorable al régimen franquista en varios órdenes bilaterales y diplomáticos. Ante todo, en noviembre de 1937, el gabinete británico decidió proceder al reconocimiento de facto del gobierno del general Franco y aprobó el intercambio, de agentes diplomáticos entre Londres y Burgos. El nuevo agente británico, Sir Robert Hodgson se entrevistó con el general por vez primera el 31 de enero de 1938. Sus impresiones revalidaron las ideas sobre Franco que abrigaban mayoritariamente en el Foreign Office: Tiene una personalidad muy atractiva. Es pequeño de estatura, probablemente no más de un metro sesenta y cinco; de complexión fuerte; y, según me informan, tiene 46 años. Su pelo, que era negro, se está volviendo de un gris metálico y forma bucles sobre sus sienes. Tiene una voz suave y habla de un modo apacible y rápido. Su encanto radica en sus ojos, que son de un castaño amarillento, inteligentes, vivaces y que tienen una marcada bondad expresiva. […] El general me dijo que, cuando empezó el «movimiento», estaba estudiando inglés. Sus lecciones fueron bruscamente interrumpidas. Luego expresó sus sentimientos de amistad hacia Inglaterra, mencionando la buena relación que había unido a ambos países en el pasado y haciendo breve referencia a la historia y la campaña del duque de Wellington. También habló de los lazos culturales que unían a tantos españoles con Inglaterra y de la favorable disposición del pueblo español hacia los asuntos ingleses. Ambos países tenían una tradición marinera y su posición en el mapa era un vínculo entre ellos. […] También me habló de las relaciones anglo-españolas de un modo que justifica la creencia de que el tono cordial empleado en la conversación era un exponente verdadero de sus propios [19] sentimientos . Tras la dimisión de Anthony Eden como secretario del Foreign Office en febrero de 1938 (en desacuerdo con la persistente tolerancia de la intervención italiana en la Guerra Civil), la política española del gabinete presidido por Neville Chamberlain acentuó sus inclinaciones profranquistas. No en vano, los dirigentes británicos no estaban dispuestos a obstaculizar con el asunto español la mejoría de las relaciones anglo-italianas y aceptaban la victoria de Franco como una contribución necesaria para ese fin. El secretario privado de Lord Halifax, nuevo titular del Foreign Office, anotó en su diario el 5 de junio: «En España, el gobierno está rezando por la victoria de Franco». Buena prueba de ello fue la intensa presión diplomática ejercida sobre el gobierno francés para que en junio de 1938 cerrase definitivamente la frontera hispano-francesa al tráfico encubierto de armas soviéticas y de contrabando para la República. El éxito de esa presión supuso la clausura de la última vía disponible para la importación sin trabas de armas y municiones con destino al exhausto ejército republicano (previamente el bloqueo naval franquista, con apoyo ítalo-germano, había cerrado la ruta naval por el Mediterráneo). En consecuencia, Franco expresó confidencialmente su gratitud a Chamberlain por esa y otras medidas con un mensaje personal transmitido por Lord Phillimore el 3 de julio: Su Excelencia quiere que salude en su nombre a Mr. Chamberlain, que le agradezca sinceramente la amistad que ha demostrado hacia España y que le recuerde que él con su política está defendiendo los mismos ideales y principios que nosotros y trabajando en interés de la paz mundial y de la civilización[20]. Las inquietudes británicas sobre el perfil de la política exterior franquista fueron eliminadas temporalmente durante la crisis de septiembre de 1938, que desembocaría en el Acuerdo de Múnich y en el reparto de Checoslovaquia. Por entonces, la única esperanza de salvación militar de la República española consistía en ligar su causa a la de las democracias occidentales si éstas optaban por enfrentarse al Eje ítalo-germano en defensa de Checoslovaquia. Para evitar esa contingencia, que hubiera podido arrebatarle un triunfo que ya estaba muy cercano, Franco decidió anticiparse y proclamar su neutralidad en caso de guerra europea, en un intento desesperado por aislar el conflicto español de la cuestión checa y el expansionismo nazi. No en vano, las autoridades nacionalistas habían concluido hacía tiempo que la alternativa de luchar al lado del Eje contra las democracias era suicida: Basta abrir un atlas para convencerse de ello. En una guerra contra el grupo franco-inglés puede decirse, sin exageración alguna, que estaríamos totalmente cercados de enemigos. Desde el primer momento los encontraríamos en todo el perímetro de nuestro territorio, en todas las costas y en todas las fronteras. Podríamos contenerlos en la de los Pirineos; pero me parece poco menos que imposible evitar a la vez la invasión por la frontera portuguesa. […] Alemania e Italia sólo podrían prestarnos auxilios insuficientes para la defensa de una España débil, y nada de lo que nos ofrecieran podría compensar el riesgo de luchar a su lado. […] Es necesario asegurar en lo posible nuestra neutralidad en ese período de nuestro rearme. […] Habría que hacerles ver [a Italia y Alemania] que su ayuda no podría librarnos de las acometidas de Inglaterra y Francia en una guerra de la que nuestro territorio comenzaría por ser el principal teatro, para terminar, muy probablemente, en base de ataque a nuestros aliados[21]. Sin embargo, la tranquilidad duró muy poco tiempo. No en vano, el posterior deterioro imparable de la situación europea y los síntomas inequívocos de crecimiento de la influencia fascista en el seno del régimen franquista reavivaron los temores latentes en algunos sectores del Foreign Office. En noviembre de 1938, varios informes remitidos desde España desmentían la imagen abrigada en círculos oficiales británicos sobre el Caudillo español. Algunos despachos comunicaban que Franco «está ahora bajo la influencia de los falangistas» y sobre todo de su cuñado y ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, «muy proalemán». El mariscal Sir Philip Chetwode, presidente de la Comisión Internacional para el Canje de Prisioneros, confesaba en carta privada a Lord Halifax que Franco, por lo que respecta a clemencia y humanidad, «es peor que los rojos». Y los informes de los agregados militares británicos en ambos bandos subrayaban la mediocridad de las dotes estratégicas de Franco y su discutible conducción de la guerra[22]. Pero, por aquellas fechas, la suerte de las armas estaba prácticamente echada sin remisión. El 27 de febrero de 1939, tras la victoriosa ofensiva nacionalista sobre Cataluña, el gobierno británico, de común acuerdo con el francés, reconocía oficialmente el gobierno de Franco como único gobierno legítimo de España. La completa victoria final nacionalista en marzo de 1939 permitió comprobar fehacientemente las limitaciones políticas de Franco junto con su disposición a continuar en su cargo sin dar paso a ninguna restauración monárquica. El nuevo embajador británico en España, Sir Maurice Peterson, que se entrevistó con Franco el 11 de abril, lo encontró «un hombre amistoso, sincero, aunque de mentalidad simple» y cuya única obsesión «genuina» era el comunismo. Según Peterson, Franco tenía la «obstinación y caballerosidad que la tradición española atribuye al gallego» y «sigue tocando el tambor anticomunista porque no sabe qué otra melodía tocar»[23]. Para entonces, los gobernantes británicos habían llegado a la conclusión de que «Franco va a ser un peso pesado durante mucho tiempo: un segundo Primo de Rivera» y «ello probablemente sea lo que más nos conviene». No en vano, los informes remitidos por sus representantes en España insistían en que Franco «disfruta» de su posición de autoridad, está encantado con los testimonios de adhesión que recibe y «está echando raíces en su puesto de Jefe del Estado», siendo «improbable que se retire en favor de nadie por mucho tiempo»[24]. Y ello podría ser una garantía de neutralidad española en caso de guerra con Alemania porque Franco, como el resto de los generales, «era plenamente consciente de los peligros que acecharían al Marruecos español, las Baleares, las Canarias, etc., si España provocaba la hostilidad de las democracias». Así se expresaba un informe secreto del servicio de información militar británico a finales de julio de 1939. En el mismo, se reiteraba la misma imagen favorable de Franco que había predominado en los medios oficiales británicos desde el principio de la Guerra Civil: El general Franco pertenece a un tipo español conocido: digno, austero, sencillo, católico devoto, una personalidad de clase media, no intelectual, suave y paciente. Un buen general reputado por su calma y prudencia, pero no por ser Napoleón o Federico el Grande. Todo en él es la antítesis del nazi o fascista mitinero y ardiente. Da la impresión de ser una persona apacible y humana, a quien la grandeza le ha llegado sin buscarla. Goza de la absoluta lealtad de los generales y, por tanto, del ejército; por el momento su posición como Jefe del Estado no tiene rival. […] Dejando a un lado el futuro distante y contemplando sólo nuestros intereses inmediatos con relación a la política exterior española, podría servir a los intereses británicos que el general Franco siguiera en el poder[25]. De hecho, el progresivo conocimiento de las amplias dificultades económicas y materiales que aquejaban a España como resultado de la devastación creada por casi tres años de guerra constituían para el gobierno británico el mayor motivo de confianza en la voluntad neutralista de Franco. Como señalaría Mr. Walter Roberts en un memorándum sobre el particular, esa dramática realidad de miseria material y agotamiento humano acabarían por imponerse sobre toda la retórica totalitaria e imperial desplegada por la España franquista: Aunque el gobierno español quisiera comprometerse en apoyo activo de Alemania en caso de guerra, es evidente que esa política sería imposible en términos políticos y prácticos. Provocaría amplias resistencias entre una población agotada por la guerra y faltarían los medios materiales para llevarla a cabo. Hay divisiones en el gobierno sobre política interior; no existen suficientes suministros de todo tipo, incluyendo los alimenticios; y el sistema de transportes ferroviario está en peligro de colapso total[26]. Para infortunio británico, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial iba a posibilitar el descubrimiento del otro rostro oculto del general apacible, a pesar de que el flamante Caudillo se apresuró a declarar la «estricta neutralidad» de España en el conflicto. A finales de septiembre de 1939, Franco recibió la visita del prestigioso diputado conservador Lord Lloyd y se mostró durante la conversación «bastante agradable». Pero su interlocutor también lo encontró «imbuido por completo de propaganda alemana, sin conocimiento real de lo que estaba sucediendo en el mundo», y convencido «de los cuentos alemanes sobre nuestras derrotas navales» y de que «los franceses abandonarían la lucha»[27]. Mientras tanto, dentro de España y con el consentimiento y aprobación del Caudillo, comenzaba a operar un extenso y encubierto sistema de apoyo oficial al esfuerzo de guerra de la Alemania nazi: la controlada prensa española (dependiente de Serrano Suñer) mostraba su preferencia por la victoria alemana sin reservas ni ambages; la policía y el ejército posibilitaban la actuación de espías nazis por todo el territorio nacional y permitían el paso de aviones de reconocimiento germanos por el espacio aéreo español; y los buques de guerra y submarinos alemanes recibían todo tipo de facilidades para el aprovisionamiento de combustible, agua y alimentos en varios puertos peninsulares e insulares de España[28]. El embajador Peterson resumió en un despacho del 9 de octubre de 1939 con las siguientes palabras el significado efectivo de todas esas medidas: «El tempo de la ofensiva alemana en España se ha acelerado»[29]. A la vista de esos informes y recordando sus previas advertencias, el 20 de octubre Sir Robert Vansittart se sintió obligado a dejar constancia de un juicio muy certero sobre los dañinos efectos de la política británica en la Guerra Civil española: Ésta siempre fue la consecuencia inevitable de una victoria de Franco; y ésta, a su vez, fue la consecuencia inevitable del cierre de la frontera francesa y de toda la farsa partidista de la No Intervención. Yo nunca entendí cómo podía esperarse que dicha política produjera un resultado distinto del que ahora contemplamos[30]. En definitiva, el supuesto general apacible comenzaba a mostrar su otra faceta de dictator minimus, molesto, irritante y expectante. Y en tal guisa, lo peor para los británicos estaba aún por llegar. 2 LA AVENTURA ESPAÑOLA DE MUSSOLINI: DEL RIESGO LIMITADO A LA GUERRA ABIERTA[1] PAUL PRESTON Los oficiales españoles que se rebelaron el 17-18 de julio de 1936 calcularon muy mal las dimensiones de la empresa que les esperaba. Habían previsto un clásico pronunciamiento y supusieron que, en cuestión de días, o en un par de semanas a lo sumo, controlarían el país entero. En general, no se esperaban que la resistencia obrera en la España peninsular pudiera ser tan grande. En concreto, no fueron capaces de prever la sublevación que puso la flota en manos del gobierno y que permitió el bloqueo en Marruecos de las tropas rebeldes más poderosas, el ejército profesional de África, encabezado por el general Franco. Por consiguiente, en los días inmediatamente posteriores al levantamiento, tanto Franco como el general Emilio Mola, comandante de los rebeldes militares en la España peninsular, enviaron sendas peticiones de ayuda a la Italia fascista y la Alemania nazi. Las primeras demandas formales por parte de ambos que llegaron a manos del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán fueron rechazadas de plano, y fue tan sólo cuando los emisarios de Franco, con conexiones en el partido nazi, se presentaron ante Hitler en la tarde del 25 de julio, cuando se tomó la decisión de ayudar a los españoles[2]. Otros emisarios llegaron a Roma el 21 de julio, pero de nuevo tuvieron que pasar otros cuatro días antes de que Mussolini considerase la posibilidad de colaborar y dos o incluso tres semanas hasta que decidió irrevocablemente conceder las peticiones de los españoles. A pesar de esta larga vacilación, el Duce tomó esta decisión sin conocimiento de la de Hitler, si bien al mismo tiempo o poco más tarde[3]. Las resoluciones iniciales de ambos dictadores fueron muy similares. Debían enviar aviones y otros materiales necesarios para ayudar al general Franco, con el objeto de transportar sus fuerzas del Marruecos español a la Península. Durante los meses y semanas siguientes, su adhesión a la causa de Franco aumentaría considerablemente. Sin embargo, Hitler se mantuvo relativamente cauteloso, enviando importantes remesas de materiales y la Legión Cóndor, puntera y tecnológicamente avanzada, aunque pequeña. En cambio, la injerencia de Mussolini aumentó hasta el punto de que se podía considerar a Italia en todos los sentidos, menos el nominal, en guerra con la República española. Por lo tanto, su contribución a la victoria de Franco puede considerarse decisiva. En dicho proceso, Mussolini se trasladó conscientemente hacia la órbita del Tercer Reich y permitió el despliegue de recursos económicos y humanos a una escala tal que llegó a reducir la efectividad militar italiana en la Segunda Guerra Mundial. Dada la considerable envergadura de la intrusión de Mussolini en España, luchando en una guerra extranjera, llama la atención la superficialidad con que ha sido tratada por los historiadores[4]. Quizás resulte comprensible que se haya analizado tan poco la contribución italiana a la victoria de Franco, ya que a los historiadores franquistas no les convenía buscar otra explicación para el éxito del Caudillo que no fuera la de su propio ingenio y que, desde 1945, los historiadores italianos no se han interesado por las escasas victorias militares de Mussolini. El cálculo exacto del coste económico y militar para Italia de la injerencia del Duce en España es un asunto espinoso que tan sólo recientemente ha comenzado a recibir el tratamiento merecido[5]. No obstante, sigue resultando curioso que, con la importante excepción del trabajo del historiador español Ismael Saz, dos cuestiones cruciales e interrelacionadas aún no hayan sido estudiadas[6]. La primera es cómo y por qué se tomó la decisión inicial favorable a la aceptación de las peticiones de los rebeldes españoles. La segunda concierne a las razones, incluidas las presiones españolas y alemanas, que llevaron a una escalada de la colaboración italiana. Las conjeturas de una gran parte de la historiografía existente apuntan a que el compromiso inicial italiano con España respondía, en parte, a informes según los cuales la República española estaba recibiendo aviación y municiones francesas y, en parte, era fruto del deber anticomunista de impedir que la Unión Soviética ganara una plaza en el Mediterráneo. Se acepta además que la decisión se aplazó tan sólo hasta la llegada del monárquico español Antonio Goicoechea, quien pudo confirmar la relación entre el levantamiento de 1936 y el acuerdo de 1934, por el cual Mussolini se comprometía a ayudar a la derecha española a derrocar la Segunda República. Éste es esencialmente el punto de vista generalizado, que podemos encontrar en los trabajos del historiador franquista oficial sobre la guerra[7] del principal biógrafo de Mussolini[8], del biógrafo del ministro de Asuntos Exteriores italiano, Galeazzo Ciano[9], del autor del estudio más exhaustivo sobre la intervención italiana en España[10], así como en una gran parte de la voluminosa bibliografía sobre la Guerra Civil española. El gran predicamento de esta versión debe mucho a la existencia de un conveniente y llamativo documento que contiene la fantasiosa explicación del propio Goicoechea de cómo persuadió a Ciano el 25 de julio de 1936 para que expidiese la ayuda italiana que había negociado anteriormente en marzo de 1934[11]. De hecho, Goicoechea tuvo muy poco que ver con la intervención del Duce en España. Además, la iniciativa no fue fruto de una precipitada determinación por enfrentarse a Francia y Rusia en el Mediterráneo. En realidad, se produjo más bien como la culminación de un complejo y no precisamente espontáneo proceso de decisión. En última instancia, el compromiso a largo plazo adquiriría el mismo carácter personal y caprichoso de otras tantas iniciativas de Mussolini, pero la decisión original estuvo influida por el examen de la información y por presiones de diversos orígenes. Los datos que hay que tener en cuenta incluyen las peticiones y demandas subsiguientes de varios emisarios españoles, los informes provenientes de representantes italianos en España y el Marruecos español sobre el posible resultado del conflicto, la información de las embajadas italianas en Londres, París y Moscú (pero no Berlín)[12], sobre la posible reacción frente al conflicto español de Gran Bretaña, Francia y Rusia y, en menor medida, el punto de vista de miembros importantes de la clase dirigente italiana, la jerarquía del partido fascista, la Iglesia y las Fuerzas Armadas. En los dos primeros días, llegó muy poca información a Roma sobre la situación en España. Junto a una gran parte del cuerpo diplomático, el embajador italiano Orazio Pedrazzi había decidido trasladarse a su residencia estival en el elegante centro de veraneo de San Sebastián. Debido a las noticias que anunciaban que la sublevación de Madrid había sido sofocada y que las mejores tropas rebeldes habían quedado aisladas en Marruecos, Pedrazzi se mostraba profundamente pesimista. Partió inmediatamente hacia un hotel en StJean-de-Luz, al otro lado de la frontera. Los primeros informes negativos que consiguió transmitir a Roma no animaron a Mussolini a que interviniese[13]. El predecesor de Pedrazzi, Raffaele Guariglia, también fue a St-Jean-de-Luz para llevarse a su prometida española de San Sebastián y tuvo una impresión tan negativa sobre la difícil tarea a la que se enfrentaban los rebeldes militares que envió a Roma un informe pesimista que incluía una histérica advertencia, en la que afirmaba que la República estaba recibiendo una ayuda masiva de Francia[14]. Luis Bolín, corresponsal en Inglaterra del periódico monárquico ABC, trasladó a Roma la primera petición de ayuda italiana para los militares rebeldes españoles. Bolín había fletado el De Havilland Dragón Rapide, con el que voló a Casablanca. Este avión transportaría posteriormente a Franco de las islas Canarias a Marruecos. Cuando el avión se detuvo en Casablanca en el viaje de regreso, Bolín se unió a Franco en la última etapa de su viaje a Tetuán, en el Marruecos español. Al llegar vieron claramente que el feroz ejército africano, con sus 47 000 hombres bien armados y entrenados, había quedado bloqueado en África por la flota española, ahora en manos de sus leales tripulaciones republicanas. Franco ordenó a Bolín que fuera inmediatamente a Roma a pedir ayuda. Le entregó una hoja con el críptico mensaje: «Autorizo a Don Luis Antonio Bolín que negocie urgentemente en Inglaterra, Alemania o Italia la compra de aviones y municiones para el ejército no marxista español». Cuando Bolín le preguntó qué clase de aviones y municiones necesitaba, Franco añadió una nota a pie de página garabateada a lápiz: «12 bombarderos, 3 cazas con bombas (y equipamiento para bombardear) de entre 50 y 100 kilos. Mil bombas de 50 kilos y 100 más de 500 kilos de peso». Bolín debía obtener una ratificación de dicha autorización del general Sanjurjo Sacanell, líder nominal de la sublevación militar, que a la sazón se encontraba en Lisboa. El 20 de julio, pertrechado con una nueva firma, Bolín viajó a bordo del Dragón Rapide de Lisboa a Biarritz, donde pasó la tarde en compañía del conde de los Andes (Francisco Moreno y Zulueta) y el marqués de Luca de Tena, propietario del ABC. Andes telefoneó al rey de España en el exilio, Alfonso XIII, que se encontraba de vacaciones en Checoslovaquia. Éste se comprometió a tratar de persuadir a las autoridades fascistas para que concediesen la ayuda militar necesaria. El Dragón Rapide condujo a Bolín a Marsella en la mañana del 21 de julio, desde donde continuó su viaje en vuelo comercial. Llegó esa misma tarde de bochorno a Roma, donde fue rechazado por un educado guardia a la entrada del Palazzo Venezia[15]. Esa misma tarde, Bolín recibió una llamada de Alfonso XIII anunciando que el caballerizo de la casa real, el marqués de Viana, partía hacia Roma con una carta de presentación. Al día siguiente, 22 de julio, acompañado de Viana y aviado con la carta del rey, Bolín consiguió una entrevista con el Ministro degli Affari Esteri, Galeazzo Ciano, que hablaba español[16]. Los españoles tuvieron la suerte de que Mussolini hubiera abandonado el puesto de Ministro degli Affari Esteri apenas seis semanas antes, el 9 de junio, y que hubiera nombrado a su yerno. El cese del subsecretario del Ministero degli Aiffari Esteri, el prudente antialemán (y por tanto) proaustríaco Fulvio Suvich, implicó un abandono de su papel como garante de la independencia austríaca y el estrechamiento de las relaciones con Hitler. Ciano, de treinta y cuatro años de edad, era algo casquivano (atractivo y ocurrente, pero más dado a los placeres sociales de la «notte romana» que a pasar largas horas estudiando documentos diplomáticos). Llegó a este puesto tras ser ministro de Prensa y Propaganda y de pasar un temporada en Etiopía como comandante de la Squadriglia La Disperata. Se cree que debía estos favores al hecho de ser hijo del influyente jerarca del Partido Fascista, el almirante Constanzo Ciano, pero sobre todo a su matrimonio en 1930 con Edda, la hija de Mussolini. Los hijos de Mussolini, Bruno y Vittorio, habían demostrado escaso talento político y el Duce no se fiaba de los miembros más inteligentes de la jerarquía fascista. Por lo tanto, su benevolencia hacia Ciano hacía quizás inevitable que su yerno pudiera albergar la esperanza de suceder al Duce algún día. Sin duda, la familiaridad con su suegro había intensificado su tendencia a la arrogancia y la toma de decisiones precipitada[17]. Ciano había contribuido a popularizar la idea de que la guerra de Abisinia había convertido de nuevo Italia en una gran potencia. Entre el cuerpo diplomático, su ascenso se vio como símbolo de un acercamiento del Palazzo Chigi hacia posiciones más claramente fascistas. Estaba convencido de que su misión consistía en dar un giro hacia el fascismo a la política exterior italiana. Estaba empeñado en evitar el error, aparentemente cometido por Dino Grandi, subsecretario entre mayo de 1925 y septiembre de 1929 y posteriormente ministro hasta 1932, de permitir que los tradicionales diplomáticos de carrera detuvieran el empuje fascista. Pero de hecho, si Grandi tuvo alguna vez un impulso fascista, éste había sido mermado más por la realidad de las relaciones entre las grandes potencias con las que tenía que negociar. A partir de entonces, a los embajadores y otros diplomáticos no se les permitiría hablar directamente con el Duce. El embajador británico, Sir Eric Drummond, comentó que «en el futuro, los jefes de las misiones diplomáticas tendrán que comunicarse con el señor Mussolini a través de un hombre joven e inexperto». A su vez, Drummond citó a un observador italiano que percibía a Ciano como «un nuevo filtro entre Mussolini y el mundo»[18]. Un año después de asumir su puesto, el conde podía vanagloriarse ante Rudolf Hess de que «en Italia, el ministerio de carácter más fascista es el ministerio de Asuntos Exteriores». En privado, se lamentaba del tiempo que le había costado «conquistar el Palazzo Chigi», diciendo que «sólo yo sé el trabajo que me cuesta hacer que estos cabrones sigan los pasos de la marcha fascista»[19]. Estaba exagerando en beneficio de Hess: los diplomáticos de carrera no habían conseguido poner límite alguno al Duce hasta 1936 y el ministerio en sí no se oponía completamente al expansionismo del Duce. Sin embargo, el acercamiento a las posiciones fascistas se llevaría a cabo gracias al Gabinetto, un gabinete de interior constituido por jóvenes fascistas de ideología afín y dirigido por un antiguo jefe de los servicios de propaganda, Ottavio De Peppo. El jefe de su secretaría personal («capo della segreteria particolare del ministro») y director adjunto de De Peppo, era un amigo íntimo, Filippo Anfuso. El primer embajador de Mussolini ante Franco, Roberto Cantalupo, describiría más tarde el Gabinetto, en tono amargo, como una «corte de jóvenes caballeros con demasiadas expectativas, enfermos de esnobismo, ambiciosos, cultos pero inexpertos». Los funcionarios experimentados eran desdeñados y humillados. Anteriormente, la osadía de Mussolini se había visto un tanto limitada por el peso diplomático del ministerio. A partir de entonces, la política internacional tendería a ser diseñada a su antojo y con el aliento del entusiasta Ciano[20]. En cualquier caso, la combinación del éxito en Abisinia y el resentimiento nacional contra las sanciones de la Liga de las Naciones indicaba que el Duce estaba en la cumbre de su popularidad, henchido de confianza en sí mismo y no muy dispuesto a escuchar críticas razonadas. Ciano y Mussolini, muy influidos el uno por el otro, llegaron a la conclusión de que la guerra entre el fascismo y las democracias sería inevitable. Ciano asumió su cargo en un momento en que el asunto primordial para Italia era el futuro de sus relaciones con Gran Bretaña[21]. El estallido de la Guerra Civil española seis semanas más tarde coincidió con los esfuerzos, por parte de las potencias occidentales, de acabar con el legado de rencor tipificado por las sanciones diplomáticas y restablecer unas relaciones normales con Roma. El 22 de julio, aparentemente indiferente al hecho de que pudiera ponerse en peligro esta resolución, Ciano reaccionó con entusiasmo ante sus visitantes españoles, declarando espontáneamente: «Debemos acabar con la amenaza comunista en el Mediterráneo» y añadiendo cautamente: «Comprenderán, naturalmente, que tengo que consultar con cierta persona antes de comprometerme. ¿Por qué no pasan a verme mañana?»[22]. Sin embargo, cuando el entusiasta Ciano departió con Mussolini, algo más cauto, el Duce ya había recibido y rechazado la petición de Franco. En cuanto se conocieron las primeras noticias del levantamiento, el ministro plenipotenciario italiano en Tánger, Pier Filippo De Rossi del Lion Nero, envió a su agregado militar, el comandante Giuseppe Luccardi, a Tetuán para informar sobre la situación. El 20 de julio en Tetuán, Franco departió dos veces con Luccardi y le reiteró la petición que ya había enviado con Bolín, preguntándole si el gobierno italiano estaría dispuesto a suministrar aviones de transporte. Pidió a su vez que se estableciera un enlace clandestino de radio con Luccardi[23]. El telegrama de Luccardi comunicando estas peticiones al Servicio de Espionaje Militar Italiano (SIM) llegó el 21 de julio. Dadas las posibles consecuencias de dicha petición, el director del SIM, el general Mario Roatta, le entregó una copia a Mussolini. Además discutió el telegrama con su asesor, el coronel Emilio Faldella, quien en 1972, con la ventaja de los años, diría que había afirmado proféticamente: «España es como unas arenas movedizas [“come una sabbia mobile”]. Metes la mano dentro y te desaparece el cuerpo entero. Si las cosas salen mal, nos echarán la culpa a nosotros; si salen bien, nos olvidarán. Pero tenemos que hacer algo sin llegar a comprometernos totalmente»[24]. Mientras tanto y en el mismo día, el 21 de julio, Franco volvió a ver a Luccardi en un estado de gran ansiedad y rebajó su solicitud, pidiendo ocho aviones de transporte que necesitaba desesperadamente para trasladar sus tropas a través del estrecho. Presentó su caso como un elaborado ruego dirigido a Mussolini, ofreciéndole halagos, un éxito asegurado, una futura fidelidad y todo a precio de ganga y declaró que su intención era crear un «gobierno republicano al estilo fascista adaptado al pueblo español». Daba a entender que él era el líder único de la rebelión militar, diciendo que tenía cuatro ejércitos bajo su mando en Andalucía, Burgos, Valladolid y Zaragoza. Declaraba que el enfrentamiento era ineludible si se quería evitar el establecimiento de un Estado soviético en España. Afirmaba que el éxito estaría asegurado si se concedía la petición de ocho aviones de transporte italianos. Finalmente, prometía que si Italia apoyaba su causa, «las relaciones futuras serían más que amistosas» (più che amichevoli)[25]. Esta petición abría la tentadora posibilidad de tener un Estado cliente al oeste de Italia, en la frontera sur de Francia. Sin embargo, la situación era demasiado confusa como para tentar al Duce a responder precipitadamente. Bajo las órdenes directas de Mussolini, Roatta dio instrucciones a Luccardi para que le transmitiera a Franco que no disponían de dichos aviones y rechazó la petición de establecer un contacto regular por radio, ante el peligro de ser descubierto y de que se consideraran sus actividades como una conspiración oficial italiana con Franco[26]. Por consiguiente, Luccardi le explicó a Franco que las dificultades en el transporte aéreo ocasionadas por la estación de las lluvias en Etiopía habían limitado seriamente la disponibilidad de aviones. Franco siguió insistiendo, afirmando que «un servicio tan importante, proporcionado secretamente por Italia, no se olvidaría». Luccardi informó a su vez de que Franco había descrito la negativa de Italia a enviar los aviones como un acto de «miopía política» y había dicho que la ayuda italiana «habría permitido que la influencia de Roma prevaleciera sobre la de Berlín en la futura política de España»[27]. La simpatía de De Rossi por Franco era evidente. Había ya excedido sus poderes como presidente del Comité de Control que administraba Tánger, para evitar que repostaran allí los barcos de guerra republicanos que estaban bloqueando a los rebeldes. El 23 de julio, defendía la propuesta de Franco ante el Ministero degli Affari Esteri[28]. El argumento según el cual Franco tenía la intención de establecer un Estado fascista en España y de combatir el bolchevismo en el Mediterráneo fue recibido con agrado por Ciano. Pero, según Ciano, cuando Mussolini vio el telegrama de De Rossi horas más tarde escribió «no» con un lápiz azul al pie del telegrama y, en otro, el Duce escribió «Atti» (abreviatura de «agli atti» = guardad o archivar)[29]. Este hecho indica que el Duce reaccionaba de manera bastante más sensata que su yerno. Su reserva derivaba del hecho de que estaban llegando informes según los cuales el primer ministro francés, Léon Blum, y su ministro de Aviación, Pierre Cot, habían decidido responder favorablemente a las peticiones de ayuda militar por parte del gobierno español. Si el Duce se comprometía a ayudar a Franco en este momento, se arriesgaba a enfrentarse con Francia. Aparte de las disparatadas denuncias de Guariglia sobre supuestos envíos de armas por parte de los franceses, el embajador italiano en París, Vittorio Cerruti, había informado el 22 de julio sobre el hecho de que el gobierno español había solicitado material militar a Francia y que el 23 de julio 20 000 bombas e 10 kilos habían sido llevadas a Marsella para su envío España, que veinticinco bombarderos Potez estaban a punto de salir hacia Madrid y que sus tripulaciones permanecerían en la capital para entrenar a los aviadores españoles[30]. Así, cuando los expectantes Bolín y Viana regresaron al ministerio el 23 de julio, fueron recibidos por un avergonzado Filippo Anfuso, quien les dijo que, lamentablemente, sus peticiones no habían podido ser atendidas[31]. Entonces insistieron en ver a Ciano de nuevo, lo que consiguieron dos días después. En ese momento, éste les reveló con bastante franqueza que el Duce y él mismo se sentían preocupados por las repercusiones internacionales que pudiera tener una intervención abierta de Italia en la Guerra Civil española. Bolín insistió en que Italia estaba ya de hecho involucrada en la batalla contra el comunismo. Lo que Ciano no les dijo era que se estaba ocupando, mediante su correspondencia con Tánger, de valuar la solvencia de la rebelión del general Franco, con la esperanza de eliminar el escepticismo inicial de Mussolini. El 24 de julio, la situación en Roma ya comenzaba a ponerse a favor de Franco, en parte gracias a que éste había conseguido atraer a Luccardi a su causa. Volvió a ver al agregado militar y le explicó varias historias espeluznantes sobre los asaltos de los «marxistas» en el sur de España, con acusaciones de que los franceses estaban enviando aviones a Barcelona. Luccardi se vio impelido a enviar un nuevo telegrama a Roma reiterando la solicitud hecha por «questa bella e generosa figura di soldato»[32]. Como inmediata respuesta al telegrama de Luccardi, Ciano (actuando aparentemente por iniciativa propia) envió tres telegramas sucesivos a De Rossi pidiéndole que evaluara las posibilidades reales de éxito para Franco, que obtuviera confirmación de que el aeródromo de Melilla se encontraba bajo su control y que le propusiera el establecimiento de un gobierno español en Marruecos como cobertura legal para una posible ayuda italiana[33]. Lo que más le interesaba a Roma en este momento eran las posibilidades de victoria de Franco. Mientras tanto, el 25 de julio Ciano recibió una nueva delegación española encabezada por Antonio Goicoechea, líder de Renovación Española, el partido monárquico. La versión de los acontecimientos según Goicoechea es la siguiente. Tres días antes, el general Mola había llamado a Goicoechea a su cuartel general en Burgos para discutir los métodos encaminados a asegurarse la ayuda internacional, pidiéndole a su vez que viajara a Roma[34]. Mola esperaba que Goicoechea sería bien recibido en Roma dado que ya había negociado un pacto con Mussolini en marzo de 1931. Viajó en coche hasta Biarritz y de allí en avión hasta Roma, acompañado por el intelectual monárquico Pedro Sainz Rodríguez y el carlista Luis María Zunzunegui. Llegaron a Roma en la tarde del 24 de julio, pero tuvieron que esperar hasta la mañana siguiente para ser recibidos por Ciano. En ese momento, Ciano le explicó a Goicoechea que Italia retrasaba el envío de ayuda sólo hasta que alguien llegara para confirmar la relación entre el levantamiento militar actual y los acuerdos a los que habían llegado en 1934. Una vez confirmado que Goicoechea era la autoridad apropiada, Ciano le dijo que los doce aviones que sólo esperaban su confirmación estarían pronto a disposición de Franco. Tan sólo faltaba aclarar la cuestión del pago. El precio ascendía a un millón de libras esterlinas y Goicoechea ratificó inmediatamente, con su propia firma, que Juan March, el millonario hombre de negocios, adelantaría los fondos necesarios[35]. La versión de Goicoechea ha tenido una extraordinaria influencia en la historiografía posterior. El biógrafo de Mussolini, Renzo De Felice, ha descrito su misión como «il passo decisivo». En este aspecto sigue a John F. Coverdale, historiador norteamericano sobre la intervención italiana, que se refiere a ésta como «la petición de ayuda que finalmente provocó la intervención española en la Guerra Civil»[36]. La visita no está registrada en los documentos que quedan de Ciano aunque, dado que los documentos del Ministero degli Affari Esteri no están completos, esto no quiere decir que no se hubiera producido. Tampoco hay prueba alguna de la visita de Bolín aunque, en este caso, una serie de datos parece corroborarla. De todos modos, incluso aceptando que Goicoechea visitara realmente a Ciano, su explicación sobre la misión está tan plagada de errores y contradicciones en los detalles que hace dudar seriamente sobre su veracidad. Goicoechea afirma que su misión tuvo que realizarse debido al fracaso de anteriores viajes a Roma del marqués de Luca de Tena y de Luis Bolín. Esto es absurdo desde cualquier punto de vista. Luca de Tena no viajó a Roma hasta el 5 de agosto[37]. La misión de Bolín no podía haber fracasado aún ya que el 22 de julio, cuando se supone que Mola informó a Goicoechea de dicho fracaso, estaba visitando por primera vez a Ciano. En cualquier caso, Mola no tenía modo alguno de conocer los progresos hechos por Bolín[38]. Goicoechea presenta su encuentro con Mola como si se hubiera producido à deux. Evita mencionar que en realidad tuvo lugar en una reunión convocada por Mola con una serie de monárquicos eminentes que habían conseguido llegar a Burgos. Entre los presentes en la reunión se encontraban José Ignacio Escobar, propietario del periódico monárquico ultraderechista La Época, así como Sainz Rodríguez y Zunzunegui. Según Sainz Rodríguez, Zunzunegui y él acompañaron a Goicoechea durante todo el viaje y no sólo desde Biarritz. Goicoechea no mencionó que a Escobar se le había encomendado una misión paralela a la suya en Berlín. Goicoechea declaraba haber volado desde Biarritz a Roma en el Dragón Rapide, que había transportado a Franco de las islas Canarias a Marruecos; pero Escobar, que describió con convincente detalle su breve estancia en Biarritz, afirmaba que habían continuado su viaje en un avión privado, propiedad de Juan March, hasta Marsella, donde tomaron un vuelo regular. Resulta aún más extraño que Goicoechea afirme haber negociado con Ciano sobre los aviones solicitados por Franco, ya que su misión consistía en conseguir diez millones de cartuchos de rifle para Mola (una modesta petición que ayudó a convencer a los italianos de que Mola era menos serio que Franco) [39]. Incluso siendo cierto que el pedido de aviones estuviera entre las obligaciones de Goicoechea, cuesta creer que Ciano, para quien «la bella figura» era tan importante y que obviamente estaba disfrutando su papel de abogado de los emisarios españoles, hubiera sido tan torpe como para mencionar el asunto del dinero. De hecho, Ciano no mencionó el asunto de los pagos hasta mucho más tarde[40]. El único intercambio de dinero efectuado en esta etapa inicial de la Guerra Civil española fue a cambio de tres hidroaviones Savoia-Marchetti S. 55X, comprados con dinero de Juan March para servir como bombarderos en las islas Baleares. El dinero destinado para dichos aviones fue atribuido por los monárquicos posteriormente a los doce aviones enviados desde Cerdeña, con el fin de magnificar su protagonismo a la hora de asegurar la crucial ayuda de Mussolini a Franco[41]. Goicoechea no fue el único monárquico que se arrogó la responsabilidad de la intervención italiana. Esto era un reflejo del hecho de que, siendo la Falange y el Ejército los elementos dominantes en la zona franquista, los monárquicos quisieron atribuirse un papel crucial en el éxito del Caudillo. El propietario del diario monárquico ABC, el marqués de Luca de Tena, explicó sus propias negociaciones con Ciano, aunque se equivocó al fechar esta crucial decisión en «los primeros días de agosto»[42]. Sainz Rodríguez, en sus memorias, olvidándose por completo de Goicoechea, se presenta como el responsable de persuadir a Ciano para intervenir en España. De hecho, su tarea había consistido en negociar la compra de los tres hidroaviones. A su vez alega que persuadió a Luca de Tena para que no visitara a Ciano bajo ningún [43] concepto . La imprecisión de las memorias de estos monárquicos sugiere que ninguno de ellos estuvo involucrado más que en unas intrascendentes conversaciones con Ciano, quien, una vez tomadas las decisiones, no tuvo inconveniente en darles la buena nueva, que cada uno de ellos atribuyó posteriormente a sus buenas dotes diplomáticas. Más importante en realidad era la relación local de Luccardi y De Rossi con Franco, especialmente porque aseguraba que Roma viera a Franco como el principal líder rebelde. En consecuencia, la ayuda se enviaría a él en lugar de a Mola. Huelga decir que las peticiones de los rebeldes españoles y las evaluaciones de Luccardi y De Rossi debían ser consideradas en el contexto general de la toma de decisiones. Una de las principales preocupaciones de Mussolini era la postura de Francia y la posibilidad de que se desarrollara una relación más estrecha entre los gobiernos del Frente Popular de París y de Madrid. Sin embargo, esto no implica que Mussolini interviniera en la Guerra Civil sólo por razones defensivas, porque temiera la intervención francesa y la considerase equivalente a la ayuda rusa[44]. A pesar del informe de Guariglia, Mussolini sabía que la decisión inicial de Francia de ayudar a la República española había sido abandonada debido a la enorme campaña de prensa orquestada por la derecha gracias a una filtración del comandante Antonio Barroso, agregado militar en la embajada de la República española en París. Paradójicamente, el cambio de actitud francés se debió también en parte a los rumores y las especulaciones de la prensa parisina sobre una posible intervención alemana e italiana[45]. Estos hechos fueron seguidos con interés en Roma gracias a los detallados informes de la embajada italiana, que recibía gran cantidad de información de los simpatizantes rebeldes en la embajada española. Cerruti informó el 22 y el 23 de julio sobre la solicitud de ayuda francesa por parte de la República española y también sobre la reacción francesa. Asimismo consiguió proporcionar una información detallada sobre los esfuerzos de los simpatizantes rebeldes dentro de la embajada española por sabotear las relaciones hispanofrancesas y sobre la adhesión a los rebeldes españoles en los círculos militares franceses. El 25 de julio, Cerruti informaba ya del éxito de la ofensiva de la prensa de derechas y de que la presión de Londres estaba paralizando al gabinete Blum, haciéndole dudar sobre la conveniencia de ayudar a España. Todos estos despachos fueron examinados y firmados por Mussolini. A pesar del exacerbado telegrama de Pedrazzi sobre la ayuda francesa a los «bolcheviques españoles», no cabe duda de que, ya el 25 de julio, el Duce y Ciano tenían la certeza de que los franceses habían decidido definitivamente no ayudar a la República Española[46]. La posible actitud de Gran Bretaña preocupaba a su vez a Mussolini. Por ello, le impresionaron mucho los tímidos gestos de hostilidad de los británicos hacia el Gobierno de Madrid, así como la posibilidad de que Londres hubiera presionado a Blum para que negase su ayuda a la República española. Mussolini estaba convencido de que una victoria de la República española abriría las puertas a la instauración del comunismo en España. La política italiana asumía explícitamente que los británicos no sólo se opondrían a que esto sucediese, sino que además compartirían el punto de vista italiano. El Duce sospechaba que acabaría teniendo que enfrentarse militarmente a Gran Bretaña, pero por el momento prefería aplazar esta posibilidad, buscando un acercamiento provisional. Dado que Gran Bretaña no podría mantener una guerra a tres frentes contra Alemania, Japón e Italia, Londres se inclinaba hacia un posible acuerdo con Mussolini. Pero, dada la enorme importancia del Mediterráneo para la defensa imperial, era poco lo que Gran Bretaña podía ofrecerle a Italia. En cualquier caso, algunos datos apuntaban hacia una mayor cordialidad, como el levantamiento, el 15 de julio, de las sanciones contra Italia iniciadas en noviembre de 1935, la retirada de las fuerzas navales adicionales destacadas en el Mediterráneo durante la crisis abisinia y la decisión del 27 de julio de abandonar las «garantías» de apoyo a Grecia, Yugoslavia y Turquía en el Mediterráneo oriental. Las bases del acuerdo eran lo suficientemente frágiles como para hacer entender a Roma que cualquier acción precipitada respecto a la Guerra Civil española podría haber agriado fácilmente las relaciones anglo- italianas[47]. Este hecho, junto al temor a un enfrentamiento abierto con los franceses, que, en su opinión, estaban a punto de ayudar a la República española, explica por qué Mussolini había rechazado las peticiones de los militares rebeldes españoles hasta el 25 de julio. Su preocupación debía ser contrastada con la interesante posibilidad de prevenir una alianza de los frentes populares español y francés en el Mediterráneo occidental. Es más, tenía buenas razones para suponer que a los rebeldes españoles no les faltaba el apoyo de la clase dirigente británica. De hecho, Sir Samuel Hoare, como ministro de Marina, y el almirante Sir A. Ernle Chatfield, primer lord de la marina y jefe del estado mayor de la misma, eran entusiastas defensores de la causa nacionalista[48]. Las informaciones que iban llegando a Roma mientras Mussolini y Ciano se planteaban acceder a los insistentes ruegos de Franco confirmaron sus sospechas de que su acción podría contar con la secreta aprobación de Gran Bretaña. El 27 de junio, Luccardi informó a Roma de que las autoridades navales británicas en Gibraltar habían invitado a Franco a que les enviara un general español para solicitar oficialmente que no se permitiera repostar en Gibraltar ni utilizar sus aguas territoriales a los navíos republicanos. En cambio, a un general republicano vestido de paisano («in borghese») que quería hablar con las autoridades británicas se le había denegado la entrada al Peñón[49]. El 28 de julio, el conde le aclaró a Edward Ingram, el encargado de negocios británico en Roma, que pensaba que el apoyo de los portugueses a los rebeldes militares españoles no sería posible sin el aliento británico[50]. Lo razonable de esta suposición se reveló cuando el propio Franco, en una entrevista al diario de Toulouse La Dépêche, declaró que «este asunto no es sólo nacional sino internacional. Sin duda, Gran Bretaña, Alemania e Italia deberían contemplar nuestros planes con [51] agrado» . Otro importante factor en la decisión de Mussolini de intervenir en España fue el papel potencial que desempeñaría la Unión Soviética. De acuerdo con sus declaraciones posteriores, Mussolini participó en la Guerra Civil porque quería luchar contra el comunismo[52]. El 25 de julio, Ciano recibió al embajador alemán en Roma, Ulrich von Hassell, al que declaró con vana fanfarronería lo siguiente: «compartimos con el gobierno del Reich la preocupación de ver a los soviéticos instalándose a las puertas del Mediterráneo». El 6 de agosto de 1936, Ciano mantuvo una conversación telefónica con von Hassell en la que declaraba falazmente que los soviéticos y los franceses «estaban apoyando sin reservas al gobierno español, que en realidad prácticamente no existía ya sino que estaba en manos de los comunistas»[53]. De hecho, Mussolini era plenamente consciente de que los franceses habían retirado su apoyo a la República y que la URSS estaba profundamente incómoda por la situación en España. Dado que, a pesar de su anticomunismo convencido, el Duce no podía plantearse un conflicto militar con la Unión Soviética, su decisión de intervenir en España estuvo influida por su conocimiento de que, en principio, el Kremlin no pensaba propiciar una victoria republicana. La URSS se demoró mucho en ayudar a la República española y, cuando lo hizo, no fue precisamente movida por el deseo de extender la revolución. Aunque las relaciones diplomáticas con España se habían establecido el 27-28 de julio de 1933, Moscú ni siquiera nombró un representante diplomático hasta el 29 de agosto de 1936, más de seis semanas después de la sublevación militar. En todo caso, la preocupación de Moscú se debía a que los alemanes y los italianos estaban utilizando la amenaza de una intervención soviética para justificar su propia injerencia en España. El 27 de julio, Mussolini recibió un informe detallado, enviado cuatro días antes por Vicenzo Berardis, encargado de negocios de la embajada italiana en Moscú, sobre la «gran incomodidad» del Kremlin respecto a la Guerra Civil española. Una victoria de los rebeldes minaría gravemente la colaboración franco-soviética, mientras que una victoria izquierdista a manos de «obreros armados» inspiraría una ola de anticomunismo internacional que contrarrestaría los esfuerzos por «normalizar» la diplomacia soviética en el contexto de la política de seguridad colectiva. Según Berardis, la intención soviética era mantener una postura de «prudente neutralidad». Un alto cargo soviético le había informado de que «en el Kremlin estaban terriblemente enojados y perplejos por el desarrollo de los acontecimientos en España, pero que bajo ninguna circunstancia se entrometería el gobierno soviético en los asuntos internos de la Península, donde no había nada que ganar y mucho que perder». La política soviética dictaba que se mantuviera la neutralidad respecto a España y que no se realizaran más que platónicas declaraciones de solidaridad con la República española[54]. Junto a los comentarios sobre la debilidad francesa, los informes sobre la vacilación soviética convencieron a Mussolini y a Ciano de que cualquier ayuda de Italia resultaría tanto más decisiva. Finalmente, Moscú acabó interviniendo, pero la decisión en este sentido vino mucho después del compromiso de Mussolini de responder a las primeras peticiones de ayuda por parte de Franco. Como explicamos anteriormente, Ciano había enviado tres telegramas a De Rossi requiriendo más información sobre las posibilidades de una victoria militar de Franco. De Rossi había enviado a Luccardi a entrevistarse con Franco el 25 de julio. El general sublevado le había dicho que cinco de las ocho regiones militares, y las islas Baleares, las islas Canarias y todo el Marruecos español estaban «en su poder» (in suo possesso). Sintiendo que por lo menos Ciano estaba cada vez más decidido a ayudarle, Franco había aumentado su petición a doce aviones de transporte, doce aviones de reconocimiento y diez cazas, así como buques de transporte, cañones antiaéreos y municiones. También aprovechó para insistir en que cuanto antes llegara la ayuda, tanto más segura sería su victoria[55]. En algún momento entre el 25 y el 26 de julio, Mussolini consideró la posibilidad de ayudar a Franco y ordenó a sus tres ministerios militares que preparasen posibles envíos con carácter eventual y que se trasladasen algunos aviones de sus escuadrones[56]. El 27 de julio, Ciano informó a De Rossi del agrupamiento de varios aviones en Cerdeña con capacidad de llegar a Melilla en cinco horas y de que un buque cargado de municiones y combustible para la aviación estaba preparándose para zarpar. Se refería al carguero Emilio Morandi, que de hecho fue estibado en secreto en La Spezia durante la noche del 27 al 28 de julio[57]. En el momento en que Ciano enviaba su telegrama a De Rossi, no se había tomado aún ninguna decisión irrevocable. Ciano le pidió a De Rossi que obtuviera un informe de Franco sobre la situación, «sin asumir obligaciones ni hacer ninguna promesa». De Rossi contestó en menos de una hora que Franco confiaba plenamente en su victoria aunque estaba impaciente por «reforzar sus tropas de ataque en territorio peninsular español». Apoyando la idea de que Franco era el único cabecilla de la rebelión, el propio De Rossi se refería al «movimiento de Franco»[58]. El 25 de julio Mussolini estaba ya prácticamente decidido a ayudar a Franco gracias a los telegramas de Luccardi y De Rossi, los informes sobre la inactividad francesa y los signos que demostraban la aquiescencia británica. Parece que no llegó a decidirse definitivamente a ayudar a Franco hasta que el 27 de julio recibió el informe de Berardis sobre la actitud del Kremlin ante la crisis española junto a otro importante telegrama. Ese día, el servicio de espionaje italiano, SIM, informó al Ministero degli Esteri de que Yvon Delbos había dado instrucciones a todas las misiones diplomáticas francesas sobre la política de no intervención adoptada por Francia y la prohibición de todos los envíos de materiales a España, tanto por parte del Estado como por parte de la industria privada[59]. Junto a la certeza de que ni los franceses ni los rusos tenían intención alguna de intervenir, la última respuesta de De Rossi fue suficiente para provocar que Mussolini entrase en acción. Dado su gran interés en avanzar hacia el océano para romper con la «servitù del Canale di Suez», el Duce pensaba ahora que Franco constituía una apuesta suficientemente segura como para justificar el riesgo. El premio era una España satélite y con ello un acceso al Atlántico[60]. Ciano recibió a Bolín y a Viana de nuevo y les dijo que «todo está arreglado. Mi cónsul en Tánger se ha reunido con el general Franco. Les estamos enviando bombarderos y cazas, y a su debido tiempo enviaremos más». El 28 de julio Ciano telegrafió a De Rossi para decirle que la aviación podría llegar a Melilla en unas seis horas a partir del momento en que recibieran instrucciones del general Franco para el aterrizaje[61]. De hecho, no fue hasta el martes 28 de julio cuando el teniente coronel Ruggero Bonomi, comandante de la Escuela de Navegación Aérea de Orbetello, fue convocado al Ministerio de Aviación, donde lo recibió el general Giuseppe Valle, jefe del estado mayor de la Regia Aeronáutica y subsecretario del Ministerio de Aviación. El general Valle le encargó dirigir un escuadrón de doce bombarderos desde Cerdeña a Marruecos. Poco después de llegar Bonomi con su personal al aeródromo de Elmas, cerca de Cagliari, en la mañana del 29 de julio, aterrizaron doce bombarderos Savoia-Marchetti S. 81 Pipistrello trasladados de las squadriglie 55,ª, 57.ª y 58.ª de la Regia Aeronáutica. Los distintivos de la fuerza aérea italiana estaban recubiertos burdamente con pintura gris. A las siete de la tarde, el propio general Valle se personó en el aeródromo para dar instrucciones a las tripulaciones. Iba acompañado por Bolín y por un cónsul de la Milicia Fascista, Ettore Muti, fanático aventurero que había servido en el escuadrón de Ciano en Etiopía. Valle dio instrucciones a las tripulaciones para que se unieran a la Legión Extranjera española en cuanto llegasen a Marruecos, con el fin de cubrir sus operaciones. En la madrugada del 30 de julio, despegaron en dirección a Nador, en el Marruecos español[62]. Más tarde, les seguirían doce cazas Fiat C. R. 32[63]. En el lado español, el contacto decisivo no había sido Bolín, ni Viana ni Goicoechea, sino Franco, quien, al persuadir a Luccardi y a De Rossi de que estaba al mando del levantamiento y de que conseguiría la victoria, se aseguró el apoyo de Mussolini desde el principio. De igual importancia para el Duce eran los informes de sus diplomáticos. Una vez alcanzado este punto de no retorno, las reacciones de Londres contribuyeron a fortalecer la impresión de que los británicos no se movilizarían contra la ayuda italiana a Franco. Incluso cuando los primeros aviones italianos volaban camino de Marruecos, el encargado de negocios italiano en Londres, Leonardo Vitetti, seguía informando de la simpatía generalizada que despertaban los rebeldes españoles y el fascismo italiano entre importantes dirigentes del Partido Conservador. Vitetti extraía estas conclusiones de los diálogos mantenidos con varios parlamentarios conservadores, con el capitán David Margesson, el líder conservador del Parlamento, con miembros conservadores del Carlton Club y con representantes de la Rothemere Press. Los parlamentarios conservadores le comunicaron su convicción de que los acontecimientos que estaban teniendo lugar en España eran consecuencia directa de la «propaganda subversiva soviética» así como su impaciencia por ver aplastada la izquierda española. El derechista Leo Amery, que había sido ministro de Marina a principios de los años veinte, le había dicho que la guerra española planteaba «el problema de la defensa de Europa frente a la amenaza del bolchevismo». Ciano quedó muy satisfecho y le animó a que realizara nuevos contactos[64]. Vitetti informó de que el apoyo británico a las propuestas francesas de no intervención estaba basado enteramente en la creencia de que constituía una hábil estratagema para evitar la ayuda francesa a la República española[65]. Pocos meses después, Mussolini le diría a Goering en el Palazzo Venezia que «los conservadores británicos tienen un miedo terrible al bolchevismo y este miedo puede explotarse políticamente»[66]. A primeros de agosto, Vitetti informó de que Juan de la Cierva, el inventor español del autogiro, le había dicho que había comprado todos los aviones disponibles en el mercado libre británico y que estaba a punto de enviárselos a Mola. Le había explicado que «las autoridades británicas le habían dado todas las facilidades aunque sabían que los aviones estaban destinados a los rebeldes españoles»[67]. Así, Ciano y Mussolini se convencieron de que la ayuda italiana a los rebeldes españoles no se toparía con la oposición de Londres. Tenían razón. Cantalupo comentó más tarde la peculiar postura de Chamberlain: que quería parecer neutral, cuando en realidad obraba a favor de la victoria de Franco. Ciano informó a Cantalupo, en diciembre de 1936, de su convicción de que el Comité de No Intervención había sido inventado por los británicos para facilitar una reconciliación con Italia. En febrero de 1937, le confió a Cantalupo su certeza de que los británicos estaban encantados de que se derramase sangre italiana para mantener el comunismo alejado de España[68]. Un mes más tarde, Ciano le dijo a Drummond que estaba seguro de que Gran Bretaña no sentiría hostilidad alguna hacia Italia con motivo de la ayuda prestada a Franco[69]. La única preocupación importante de los británicos respecto a la intervención italiana en España era que Italia pudiera tener puestas las miras en las islas Baleares. Esta preocupación, anterior al estallido de la Guerra Civil española, provocó que los británicos exigieran insistentemente a Italia una confirmación de lo contrario[70]. Ni Mussolini ni Ciano sintieron su toma de decisiones coartada por la posible reacción de Gran Bretaña. La decisión italiana de intervenir en la Guerra Civil española se tomó en algún momento entre el 25 y el 27 de julio. Se decidió después de varias peticiones de ratificación y no de una minuciosa investigación sobre las posibilidades reales de victoria de Franco. La investigación llevada a cabo consistió principalmente en la transmisión (en lugar de la confirmación) por parte de Luccardi de (convincentes) aseveraciones por parte de Franco. Tras concluir que una pequeña cantidad de material italiano resultaría decisiva para la rebelión militar en España y que se vería recompensada con una enorme influencia en el Mediterráneo occidental, y una vez confirmado que esta decisión no provocaría una reacción peligrosa por parte de Londres, París o Moscú, Mussolini decidió ayudar a Franco. Llegado este punto, conviene mencionar que tanto el Duce como Ciano aceptaron las aseveraciones de Franco sobre el hecho de que una reducida (pero importante) cantidad de ayuda, o sea, los bombarderos SavoiaMarchetti y los cazas Fiat C. R. 32 enviados desde Cerdeña, inclinaría rápidamente la balanza en favor de los rebeldes[71]. El fuerte viento de proa redujo la velocidad de los Savoia-Marchetti S. 81. Sólo nueve de los doce iniciales consiguieron llegar. Faltos de combustible, uno se precipitó al mar, otro consiguió aterrizar y un tercero se estrelló en el territorio francés de Marruecos[72]. Las noticias de la dramática llegada de estos dos últimos fueron telegrafiadas a París, donde contribuyeron en gran medida a la decisión francesa de promover la no intervención. La iniciativa de llegar a un acuerdo partió de los franceses[73]. Pero no cabe duda de que a los británicos les entusiasmaba la idea. Justo antes de la reunión del consejo de ministros francés que tomó la decisión final en favor de la no intervención, el embajador británico en París, Sir George Clerk, presionó a Delbos para que no permitiese ningún envío de aviones a España[74]. La afirmación retrospectiva de Grandi diciendo que «l’adesione del governo italiano al patto di non intervento in Spagna fu da principio sincera» resulta más irrisoria aún que sus descaradas mentiras del [75] momento . Después de los accidentes sufridos por tres de los aviones originales, la versión oficial italiana de los hechos fue que se estaba llevando a cabo algún tipo de operación privada[76]. El 3 de agosto, el embajador francés en Roma, Charles de Pineton, conde de Chambrun, habló con Ciano. Le comunicó una instancia urgente de Blum pidiendo un acuerdo de no intervención sobre España y le mencionó a su vez la cuestión de los Savoia-Marchetti que se habían estrellado en el Marruecos francés. Ciano lo eludió diciendo que Mussolini no se encontraba en la capital. El Duce estaba en realidad en Riccione, desde donde le envió a Ciano notas para que respondiera a la propuesta de no intervención del embajador, diciendo que Italia estaba de acuerdo en principio pero pedía que se aclarase si el acuerdo debía ampliarse a las actividades de partidos políticos y ciudadanos privados, y qué mecanismos de control proponían[77]. Dos días más tarde, Ciano volvió a recibir a Chambrun. Mintiendo descaradamente, le dijo que se estaba llevando a cabo una investigación y que estaba en «condiciones de negar cualquier interferencia por parte del gobierno fascista, por pequeña que fuera». Dos días después, le dijo a Chambrun de nuevo que «aunque en ese momento se estaba llevando a cabo una investigación, podía afirmar que no se trataba de aviones al servicio de una unidad de la fuerza aérea italiana, sino de aparatos suministrados por una compañía privada a ciudadanos particulares españoles y que el gobierno no tenía en absoluto conocimiento de este asunto». Al día siguiente, el 6 de agosto, momento en el cual los directores de los servicios de espionaje militar italiano y alemán estaban ya coordinando sus esfuerzos de apoyar a Franco, Ciano le dijo a Chambrun que Italia aceptaba el principio de no intervención. Siguiendo el guión propuesto por Mussolini, expresó su preocupación, descaradamente hipócrita, de que las manifestaciones de solidaridad con la República española en el seno de las democracias, en forma de manifestaciones, campañas de prensa, colectas de dinero y reclutamiento de voluntarios, constituían una «flagrante y peligrosa forma de intervencionismo» y pidió más detalles sobre los métodos de control propuestos[78]. Al día siguiente recibió al encargado de negocios británico, Edward Ingram, y le transmitió la aceptación por parte de Italia del principio de no intervención, pasando después inocentemente a insistir en que las restricciones se ampliasen para incluir la propaganda y otras formas de apoyo a los beligerantes[79]. Ciano continuó además dando muestras de indignación ante Chambrun por los supuestos envíos de material francés a la República española, pidiendo a su vez que los aviadores italianos que se habían estrellado en territorio francés de África del norte fueran liberados sin previo juicio[80]. Ciano y Mussolini estaban convencidos de que Gran Bretaña seguía aprobando sus acciones. En Roma se notificó que cuando Mussolini informó al encargado de negocios británico, Edward Ingram, de que pensaba enviar aviones a Franco, éste le respondió que «el Foreign Office ha comprendido perfectamente el sentido de la iniciativa italiana»[81]. A mediados de agosto, Ciano seguía eludiendo cínicamente las peticiones británicas de un compromiso con la no intervención[82]. Su convicción de que ni Francia ni Rusia tenían visos de intervenir en España era más firme que nunca. Los subsiguientes despachos de Berardis desde Moscú ofrecían la imagen de un Kremlin cada vez más preocupado por los acontecimientos en España y muy aliviado por el aparente acuerdo internacional de no intervención. La ayuda soviética a España parecía no pasar de algunas colectas entre los trabajadores rusos y violentos ataques a Italia en la prensa[83]. A pesar de la vergüenza del aterrizaje fallido en territorio francés del norte de África, la osadía no había tenido ninguna repercusión negativa. No sólo se salieron con la suya, sino que consiguieron una rápida recompensa a su inversión, en forma de una intensificación de las relaciones con la Alemania nazi. La primera comunicación oficial de Alemania según la cual Hitler estaba dispuesto a ayudar a Franco tuvo lugar en una reunión celebrada en Bolzano el 4 de agosto entre los jefes de los servicios de espionaje alemán e italiano, el almirante Wilhelm Canaris y Roatta. Pero, dado que varias parejas de Junker Ju 52 alemanes habían despegado en dirección a Marruecos desde la península italiana y desde Cerdeña el 29 de julio, resulta inconcebible que el servicio de espionaje militar italiano ignorase que Hitler estaba ayudando a Franco. La reunión en Bolzano se celebró a petición de Canaris, quien evitó mencionar algunos hechos. Éste informó a Roatta de que el Gobierno alemán, a través del Ministerio de Aviación y sin informar al Ministerio de Asuntos Exteriores, había enviado cuatro aviones de transporte Junker así como un barco cargado de municiones. No mencionó que seis más volaban en dirección a Marruecos en ese mismo instante, ni que otros diez estaban siendo transportados por mar. Canaris pidió que Italia suministrara, a cuenta de los alemanes, combustible de aviación a los rebeldes españoles y que permitiera a su vez que los aviones alemanes enviados a España repostaran en Italia. Roatta y Canaris acordaron mantener un intercambio diario de telegramas para permitir una coordinación sobre la cuestión española avanzando así hacia una más amplia coordinación ítalogermana con respecto a España, tal y como quería Ciano[84]. El origen de la posterior escalada de la ayuda italiana puede hallarse en un desesperado telegrama de De Rossi a Ciano del 19 de agosto. Transmitiendo una petición de Franco, pidió que se asumieran riesgos en su favor. Subrayó los logros conseguidos por el general rebelde hasta el momento y destacó las ventajas del gobierno legal en términos de su «posición privilegiada en las leyes internacionales», sus recursos financieros y su control de los puertos mediterráneos. Según De Rossi, la situación era similar a la de un mes antes, sólo que a una escala mucho mayor: «El generoso apoyo recibido de Italia, desde el principio, le permitió a Franco dar un giro a su difícil situación y le proporcionó la libertad de movimientos necesaria para adueñarse del oeste de España y ocupar la Sierra de Guadarrama antes de llegar a la capital. Pero desde estas posiciones, por sólidas e importantes que fueran, le sería difícil avanzar para asegurarse, especialmente, el control de la capital a no ser que contase con nuevos recursos para contrarrestar las deficiencias en su armamento y equilibrar la ayuda enviada constantemente por las fuerzas de la subversión internacional, especialmente el Frente Popular francés…». Nos consta que Mussolini leyó dicho telegrama[85]. El conocimiento que tenía De Rossi de la situación de Franco se debía a que el general sublevado lo consideraba ahora claramente como un eficaz canal de comunicación con el Duce. Luccardi voló a Sevilla al día siguiente para despachar con Franco, quien hizo una astuta observación respecto al reciente intento de la República por recuperar Mallorca. Plenamente consciente del interés del Duce por las islas Baleares, Franco declaró que la presencia de numerosos ciudadanos franceses entre los invasores indicaba poco menos que la República había cedido las Baleares a Francia a cambio de su ayuda. Mussolini también leyó el telegrama de De Rossi explicando este dato. Luccardi trajo consigo la noticia de que Franco estaba a punto de proporcionarle una lista de todo el material que necesitaba «para poder concluir rápidamente su ofensiva contra los republicanos y asumir el control absoluto del gobierno español». Tras lamentar que los bombardeos diurnos republicanos impedían el avance de sus columnas, Franco incluía en su pedido, transmitido por Luccardi, torpederos (presumiblemente con el objeto de neutralizar el persistente bloqueo de Marruecos), un escuadrón de bombarderos ligeros, veinticuatro carros blindados, doscientas ametralladoras ligeras con un millón de cartuchos, veinte mil máscaras antigás y bombas de gas venenoso[86]. La petición prosperó en líneas generales. Pronto desembarcaría una fuerza italiana en Mallorca. Posteriormente, a medida que Franco seguía encontrando dificultades en su avance hacia Madrid, recurría a Italia por costumbre. Cuanto más decía Mussolini que «sí», tanto más le costaba decir que «no» ya que, aunque las democracias seguían haciendo la vista gorda, el mundo sabía que la causa de Franco era la misma que la del Duce. En el plazo de un mes, aproximadamente, se había trasladado de una manera imperceptible pero catastrófica desde su cauta decisión inicial en favor de una ayuda limitada hasta un nivel de compromiso absoluto, que en menos de cinco meses situaría a Italia prácticamente en guerra con la República española. En principio, la decisión inicial correspondió exclusivamente a Mussolini y Ciano. En la subsiguiente escalada de la colaboración italiana con los rebeldes españoles parece que se tuvo en consideración el punto de vista de importantes personalidades dentro de las clases dirigentes italianas, pero sólo cuando estaban en sintonía con la opinión del Duce. El fervor ideológico manifestado por Mussolini y Ciano encontró eco entre una mayoría de católicos que respaldaban el entusiasta apoyo del Vaticano a la intervención contra el ateísmo en España[87]. Además, iba en consonancia con los deseos de destacados miembros del Partido Fascista, como Achille Starace y Roberto Farinacci, quienes estaban impacientes por disputar su «Guerra Fascista» y desempeñar un papel en la creación del imperio fascista acorde con la intervención militar en Abisinia. En cualquier caso, la decisión definitiva correspondía únicamente al Duce, quien sin duda estaba influenciado por el entusiasmo de Ciano. Sin embargo, sus preferencias personales quedaban demostradas en su defensa de una «svolta totalitaria» (un giro totalitario) del régimen, mediante la cual pretendía acabar con el confort burgués de la vida cotidiana italiana y crear una cultura guerrera[88]. A diferencia del Vaticano y el Partido Fascista, las clases dirigentes militares, especialmente los mariscales Balbo y Badoglio, mantenían una postura más cauta. Consideraban que se debía evitar la intervención por el hecho de que las Fuerzas Armadas necesitaban tiempo y recursos para reorganizarse y recuperarse de los esfuerzos realizados en Abisinia. Balbo creía que el Duce estaba loco. A Cantalupo le preocupaban sus ojos vidriosos y su estado de abstracción («lo sguardo alquanto fisso, lento e vitreo, astratto dalle cose e dalle persone che gli erano davanti»). Ciano le dijo a Cantalupo: «ha conocido la gloria, nos mira desde la altura y le parecemos minúsculos. Vive en un mundo aparte. Quizás sea mejor así. Si le dejamos allí arriba en el Olimpo puede llegar a asumir grandes tareas. Por lo que a nosotros respecta, respetemos la concentración de su espíritu y pensemos en los asuntos de este mundo». De hecho, Ciano estaba aprovechando su posición para empujar a Mussolini hacia una mayor injerencia en España. No cabe duda de que el Duce estaba cada vez más aislado, en contacto con el mundo sólo a través del filtro de sus aduladores, irritable, sordo a cualquier clase de crítica, tendente a hablar en privado en un tono exagerado como si estuviera pronunciando un discurso ante un gran público (Cantalupo: «le sue parole scandite come se ci fosse stato un gran pubblico a raccoglierle»). A muchos destacados fascistas les preocupaba que, desde la guerra de Abisinia, Mussolini hubiera cambiado[89]. No debe sorprendernos por tanto que aceptara las peticiones de Franco, ligadas a la promesa de una futura subordinación. 3 LA INTERVENCIÓN DE LA ALEMANIA NAZI EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y LA FUNDACIÓN DE HISMA/ROWAK CHRISTIAN LEITZ El 21 de julio de 1936, Johannes E. F. Bernhardt, ciudadano alemán residente en Tetuán, capital del Marruecos español, ofreció su colaboración al general Francisco Franco, uno de los líderes de la rebelión del 17 de julio contra el Gobierno republicano español en Madrid[1]. Aunque la decisión de Bernhardt se podría considerar casi insolente teniendo en cuenta que era un don nadie, se convirtió en el paso inicial hacia la intervención de Alemania en la Guerra Civil española. Tetuán acabó transformándose en la plataforma de lanzamiento que lo convirtió en uno de los alemanes más influyentes en la España de Franco durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Como director de ventas había contribuido de manera significativa a la expansión de la empresa H. & O. Wilmer, Sucesores de H. Tönnies, que actuó como representante comercial en el Marruecos español para varias empresas alemanas. Aparte de la promoción y venta de varios productos alemanes como cables, congeladores, equipos de cocina y materiales eléctricos y ópticos, Bernhardt se involucró en la producción local de blancos de prácticas para la artillería española. Por lo tanto, tuvo varias oportunidades de familiarizarse con los oficiales del Ejército español. Curiosamente, entre ellos se encontraban varios oficiales que llegarían a desempeñar un papel importante en la insurrección contra el gobierno español y en la Guerra Civil posterior, especialmente el general Emilio Mola, el teniente coronel Juan Yagüe Blanco, el teniente coronel Juan Beigbeder y Atienza y el teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas[2]. Por lo tanto, es posible que la decisión de Bernhardt de aproximarse a Franco tuviera más que ver con sus contactos comerciales que con su posición en la pequeña organización del partido nazi en el Marruecos español[3]. De hecho, fue sólo después de ofrecer sus servicios a Franco cuando se puso en contacto con el líder nazi local, Adolf Langenheim. Para entonces, Franco ya había respondido positivamente a la oferta de Bernhardt[4]. A pesar de la posición superior de Langenheim (según el cónsul general británico en Tetuán era «prácticamente el cónsul alemán» en el Marruecos español), fue Bernhardt quien tomó la iniciativa[5]. Éste aprovechó los acontecimientos posteriores para emerger de entre la oscuridad de su trabajo en el Marruecos español, mientras que Langenheim dejó de tener importancia alguna a pesar de su presencia en uno de los momentos más decisivos en el desarrollo de las relaciones entre la Alemania nazi y (lo que llegaría a ser) la España de Franco[6]. Está claro que Franco y los otros insurgentes no esperaban que lo que debía ser un rápido pronunciamiento terminara convirtiéndose en una guerra en toda regla. Sin embargo, el claramente lento progreso de los rebeldes en la Península hacía más indispensable si cabe la disponibilidad de las tropas de Franco en el Marruecos español. Franco estaba a cargo de unos 5000 soldados de la Legión Extranjera española, 17 000 regulares moros y 17 000 reclutas españoles, sin duda las mejores tropas del ejército español de la época[7]. El plan inicial consistía en transportar estas tropas a través del estrecho de Gibraltar a bordo de buques de la marina española. Sin embargo, los rebeldes no habían previsto que la mayor parte de los marinos españoles se negaría a tomar sus propios barcos. Después de transportar tan sólo unos cuantos cientos de tropas marroquíes, la ruta naval fue bloqueada por buques leales a la República[8]. Además, el transporte aéreo se vio notoriamente restringido porque no había aviones aceptables a disposición de los insurgentes[9]. Fue en este momento crítico cuando Bernhardt se dirigió a Franco y el general reaccionó inmediatamente. Decidió que Bernhardt y Langenheim, como el más alto dignatario nazi en el Marruecos español, deberían entregar un mensaje a la jefatura nazi en Alemania. En su corta misiva al Führer alemán, Adolf Hitler, Franco pedía diez aviones de transporte, ametralladoras antiaéreas, cinco aviones caza y otros [10] materiales . A su vez se le envió un telegrama al general Erich Kühlental, agregado militar alemán en París. Este mensaje, en el que Franco pedía diez aviones «para el transporte de tropas»[11], le fue comunicado al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán el 23 de julio. El ministerio decidió inmediatamente no aceptar la petición y dejó claro que no tenía intención alguna de inmiscuir a Alemania en el enfrentamiento que estaba teniendo lugar en España[12]. El 25 de julio, Hans Heinrich Dieckhoff, director de la sección política del Ministerio de Asuntos Exteriores y futuro embajador en la España de Franco, explicó algunas de las razones de la respuesta negativa a Franco. Según su memorándum, escrito como reacción a la llegada de Bernhardt y Langenheim a Alemania, la colonia alemana en España, así como los comerciantes y los buques de guerra alemanes en aguas españolas, se verían amenazados si llegara a saberse que Alemania estaba suministrando armas a los rebeldes. Además, podrían surgir complicaciones internacionales si Alemania interfería en un país que mantenía buenas relaciones con Francia y Gran Bretaña[13]. Sin embargo, se estaba desarrollando ya una serie de acontecimientos que conduciría finalmente a la intervención de Alemania en la Guerra Civil. El 23 de julio, la delegación de Franco, compuesta por Bernhardt, Langenheim y un representante español, el capitán Francisco Arranz Monasterio, partió hacia Berlín, adonde llegaría el 25 de julio. Los dos enviados alemanes se reunieron inmediatamente con el dirigente de la Auslandsorganisation nazi (AO), Ernst Bohle, que reaccionó con gran interés a su mensaje. Bohle estaba muy interesado en mejorar la posición de la AO en los asuntos exteriores del Reich[14]. Si la petición de Franco se concediese gracias a la ayuda de la AO, dicha organización habría logrado un triunfo sobre su rival oficial, el Ministerio de Asuntos Exteriores. Después de todo, este último había rechazado claramente la idea de apoyar a los rebeldes. Sin embargo, Bohle llegó a la conclusión de que no podía tomar una decisión personal sobre un asunto tan crucial. Por lo tanto, solicitó una reunión con el brazo derecho del Führer, Rudolf Hess. Después de escuchar a Bernhardt y a Langenheim, Hess llegó también a la conclusión de que una decisión de tal calibre sólo podía ser tomada por el propio Führer. Consecuentemente, telefoneó a Hitler, quien se avino a recibir a ambos enviados en Bayreuth, donde asistía en ese momento al Festival Wagner. Según Bernhardt, en la tarde del 25 de julio, Hitler recibió a los dos enviados alemanes de Franco ante una sola persona más, el doctor Wolfgang Kraneck, director de la Sección Jurídica de la AO[15]. En cualquier caso, parece que Hitler ignoró completamente a este último. Tras escuchar a Bernhardt y hacerle varias preguntas, Hitler acabó decidiéndose a atender la petición de Franco. Evidentemente, la decisión definitiva ya estaba tomada cuando el Führer invitó a Hermann Goering, al general Werner von Blomberg, ministro de la Guerra, y al capitán Coupette, comandante de la Sección de Transportes Marítimos de la Alta Comandancia de la Marina (OKM), para que se unieran a él y a sus invitados[16]. Inicialmente, tanto Goering como von Blomberg se mostraron reacios a apoyar la propuesta de Franco[17]. Pero cuando Hitler se reafirmó en su decisión, ambos cambiaron consecuentemente de parecer. Bajo el nombre de guerra Unternehmen Feuerzauber (Operación Fuego Mágico), se puso en marcha inmediatamente la organización de una operación de apoyo. El almirante Lindau y el general Erhard Milch llegaron a Bayreuth en la mañana del 26 de julio. Al almirante se le concedió el mando de los preparativos para la operación de transporte. En el Ministerio del Aire del Reich (RLM), y por orden de Goering, Milch le encargó al general Helmuth Wilberg que organizara el Sonderstab W (Estado mayor Especial W), cuya función consistía en controlar la organización de toda la operación de suministros[18]. Acababa de comenzar la intervención alemana en España. Dos cuestiones han ocupado a los historiadores de la Guerra Civil española desde que Hitler aceptó intervenir en España. Por un lado, la posibilidad de que el régimen nazi tuviera conocimiento de los preparativos para la rebelión militar y, sobre todo, si desempeñó un papel activo en estos preparativos. Y por otro lado: ¿Qué motivo llevó a Hitler a decidirse en favor de la intervención? En su estudio pionero La Alemania nazi y el 18 de julio, Ángel Viñas ha demostrado claramente que la decisión de Hitler en Bayreuth se tomó rápida y espontáneamente y que los contactos entre los oficiales alemanes y los líderes de la futura rebelión fueron muy escasos en los años inmediatamente anteriores a 1936. Aunque Hitler admiraba el golpe de Primo de Rivera en 1923, no parecía tener ningún interés en España[19]. La conclusión de Viñas queda confirmada por la de Wolfgang Schieder, quien destaca la poca importancia que tuvo España en los planes a largo plazo de Hitler, hasta el momento del golpe militar[20]. Sin embargo, hasta ahora se ha intentado demostrar que algunos de los militares rebeldes no sólo mantuvieron contactos personales con oficiales alemanes antes del golpe, sino que el gobierno alemán era consciente de los planes de sublevación y que incluso estaba involucrado en los preparativos para la misma. Los historiadores marxistas, especialmente Marión Einhorn, están de acuerdo en que los diplomáticos alemanes y los líderes nazis habían trabajado en favor de dicha insurrección durante varios años y que la decisión de Hitler de intervenir no fue espontánea, sino planeada[21]. Otros historiadores han suscrito dicho punto de vista. Dante Puzzo insiste en que, durante su visita a Alemania a comienzos de 1936, el general José Sanjurjo, nombrado líder del golpe, consiguió la promesa de un apoyo alemán para la insurrección militar planeada contra la República española. Sin embargo, la teoría de Puzzo no se sostiene, especialmente porque insiste en que Sanjurjo se había asegurado el uso de la aviación alemana para el transporte de tropas de Marruecos a España en el caso de que la marina española permaneciera leal a la República[22]. De hecho, los futuros rebeldes confiaron en la disponibilidad de la marina española, lo cual hacía innecesario el uso de aviones alemanes. Las actividades de Johannes Bernhardt antes de la insurrección le parecen particularmente interesantes a Stanley Payne. A pesar de que Payne no defiende que los oficiales alemanes contribuyeran decisivamente en los preparativos para la rebelión, ha tratado de demostrar que Bernhardt estaba ya implicado en las actividades de los conspiradores antirrepublicanos antes del golpe. Payne mantiene que Bernhardt visitó Berlín en junio de 1936 «para convencer a los oficiales nazis de que Alemania debía apoyar la revuelta planeada»[23]. Sin embargo, a pesar de su extensa revisión de la vida y carrera de Bernhardt, ni Viñas ni Hans-Henning Abendroth han encontrado información alguna sobre dicha implicación. El autor de este ensayo tampoco ha podido encontrar ningún dato que corrobore la idea de Payne. Viñas no niega que los contactos entre particulares alemanes y futuros líderes, participantes o sencillamente simpatizantes de la insurrección, hubieran tenido lugar después del Machtergreifung de Hitler. El caso más intrigante es el de Josef Veltjens, un as de la aviación en la Primera Guerra Mundial y empleado de una compañía con intereses en la venta de armas desde finales de los años veinte[24]. A pesar de la falta de datos concluyentes, parece que Veltjens tuvo algún contacto con el círculo de conspiradores del general Mola sobre la venta de armas alemanas a los conspiradores. La principal prueba indicativa de dichos contactos radica en un documento del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, fechado el 6 de julio de 1936. Este revela que los fascistas españoles habían negociado con «Herr Feltjen» [¡sic!] sobre la exportación ilegal de armas fuera de Alemania. El ministerio, sin embargo, «no tenía el más mínimo interés en ello»[25]. Aunque Veltjens acabó involucrándose eventualmente en la intervención alemana en la Guerra Civil española[26], no tenemos datos que nos hagan pensar que la decisión de Hitler de apoyar a Franco estuviera relacionada con contactos anteriores entre alemanes, civiles u oficiales, y conspiradores españoles[27]. Hasta que no aparezcan dichas pruebas, debemos concluir que la involucración directa de Alemania en la sublevación española comenzó con la decisión de Hitler del 25 de julio de 1936. De hecho el único dato disponible sobre los contactos del gobierno alemán con personal militar español durante la primera mitad de 1936 desacredita en parte la teoría de que el régimen nazi apoyase la conspiración. A finales de abril de 1936, el gobierno alemán no tuvo empacho alguno en permitir que la A. G. de Friedrich Krupp firmase dos ventas de armamento con el Ministerio de la Guerra del gobierno del Frente Popular español[28]. Parece poco probable que dichos permisos pudieran haberse concedido en cuestión de días si el régimen nazi hubiera estado ya aliado con los conspiradores. En cuanto a la segunda cuestión, no cabe duda[29] de que el motivo principal de Hitler para aprobar la intervención alemana era ideológico. A partir de la información que había reunido, especialmente la de Bernhardt y Langenheim, Hitler llegó a la conclusión de que tenía que ayudar a los rebeldes a rescatar España del comunismo[30]. Explicando su decisión a un inicialmente reacio Joachim von Ribbentrop, Hitler subrayó que «Alemania no podía aceptar una España comunista bajo ningún concepto»[31]. Ernst von Weizsácker, del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, subrayó el factor anticomunista al llegar a la conclusión de que «un vecino rojo al lado de Francia constituiría, en términos de realpolitisch, un factor negativo para la política alemana»[32]. Visto desde el otro extremo, el régimen nazi probablemente llegó a la conclusión de que la eliminación del gobierno del Frente Popular en España podría acabar teniendo un efecto negativo en el recientemente elegido Frente Popular francés[33]. Es más, el argumento ideológico en favor de la intervención en España estaba íntimamente ligado a consideraciones estratégicas. La victoria del francófilo Frente Popular en España le proporcionaría una ventaja estratégica a Francia, teniendo en cuenta especialmente la utilidad de España como puente terrestre hacia las colonias y tropas francesas del norte de África. Podría incluso proporcionar a la Unión Soviética un aliado más para complementar el pacto franco-soviético. La victoria del pronunciamiento, en cambio, dejaría a la República francesa rodeada de Estados fascistas o semifascistas, potencialmente hostiles[34]. Por otra parte, Hitler parece que declaró en diciembre de 1936 que «España es una conveniente distracción que absorbe las energías de las otras grandes potencias, dejándole a Alemania las manos libres para explotar sus ambiciones en el este»[35]. Una combinación de razones principalmente ideológicas, pero también estratégicas, llevó pues a Hitler a iniciar la intervención alemana en favor de Franco. A pesar de la insistencia de algunos historiadores en el hecho de que las consideraciones económicas contribuyeron a la decisión inicial de Hitler[36], éstas tan sólo adquirieron importancia tras la reunión de Bayreuth. Se ha señalado que el primer paso organizativo de la intervención de Alemania fue la fundación del Sonderstab W, bajo el mando del general Wilberg. Por orden de Wilberg, se contrató a una compañía mercantil radicada en Hamburgo, Mathias Rohde & Jörgens Co., con el objeto de proporcionar barcos para el transporte clandestino de suministros a España. Mientras tanto, Bernhardt y los demás representantes llegaron a Tetuán el 28 de julio a bordo de un avión alemán pilotado por Alfred Henke[37]. Una vez retirados los distintivos de nacionalidad de su avión, Henke realizó el primer vuelo de transporte de tropas rebeldes hasta Sevilla, sobrevolando el Estrecho[38]. Como es lógico, una de las máximas preocupaciones de Berlín era el camuflaje de las operaciones alemanas de suministro y transporte. Como no bastaba con retirar los distintivos alemanes, se introdujo un sistema más organizado, que consistió en crear para la ocasión una empresa privada que, siendo oficialmente española, coordinaría todos los detalles operativos. Registrada en Tetuán, el 31 de julio de 1936, bajo el nombre de Carranza & Bernhardt, Transportes en General, con Fernando de Carranza y FernándezReguera, capitán de la marina retirado y amigo de Franco y Bernhardt como copropietarios, llegó a ser mejor conocida como HISMA, abreviatura de su nombre comercial, Hispano-Marroquí de Transportes, Sociedad Limitada[39]. La primera tarea asignada a HISMA consistía simplemente en actuar como «organización administrativa y oficina de pagos para la ayuda alemana concedida al movimiento nacionalista de España». En la práctica, esto se traducía en coordinar el transporte de las tropas de Franco y sus equipamientos hasta la Península, camuflar los transportes y gestionar la adquisición de material de guerra adicional de empresas privadas. Pero el papel de HISMA no quedó restringido a la administración de la pequeña cantidad inicial de ayuda alemana, ya que su tamaño e influencia iban a aumentar durante el transcurso del siguiente año. Como único director administrativo de HISMA con plena autoridad administrativa, Bernhardt se convirtió en el mayor beneficiario individual de su expansión[40]. La fundación de HISMA el 31 de julio coincidió con la zarpa del primer buque alemán, el Usaramo, con material destinado a Franco. Salió de Hamburgo con ochenta y cinco pasajeros[41] y setecientos setenta y tres artículos de carga[42]. Entre éstos había diez Junker52, seis Heinkel-51, ametralladoras antiaéreas, bombas, municiones y otros materiales para las tripulaciones de los aviones que debían transportar las tropas de Franco a través del Estrecho[43]. Al mismo tiempo, otro contingente de diez Junker-52 iba camino de la España nacionalista. Aterrizó en Tetuán a primeros de agosto, e inmediatamente comenzó el transporte de las tropas de Franco hacia Jerez de la Frontera y Sevilla[44]. En la segunda semana de octubre, los aviones alemanes habían transportado ya trece mil quinientos veintitrés soldados marroquíes y más de doscientas setenta toneladas de armas a través del Estrecho[45]. El impacto de este transporte aéreo, el mayor en la historia hasta ese momento, se vio incrementado por la ayuda italiana a Franco, que comenzó el 29 de julio al zarpar de Italia el primer buque de suministros[46]. Con la llegada de las tropas franquistas al suroeste de España en agosto, la situación militar de la República comenzó a deteriorarse gradualmente. La toma de Badajoz el 14 de agosto les proporcionó a los nacionalistas un acceso ilimitado a Portugal, que demostró ser un aliado extremadamente útil para los nacionalistas, a pesar de situarse al abrigo de una neutralidad formal. A principios de agosto de 1936, el hermano de Franco, Nicolás, se estableció como procurador oficial de Franco en Lisboa, bajo el nombre falso de Aurelio Fernández Aguilar[47]. Éste se convirtió en un intercesor fundamental ante Alemania, que comenzó a transportar material a la España nacionalista a través de Lisboa en agosto de 1936[48]. HISMA buscó activamente el contacto con el Gobierno de Salazar para organizar dichas operaciones. El 13 de agosto, el Kamerun zarpó de Hamburgo, seguido al día siguiente por el Wigbert. Ambos barcos acabarían desembarcando su cargamento —consistente en combustible de aviación, bombas, municiones y dos Junker-52— en Lisboa[49]. A pesar de la presión británica para que el gobierno portugués se mantuviera fuera del conflicto[50], Portugal siguió funcionando como conducto para los materiales destinados a los nacionalistas. Según el servicio de espionaje británico, las fuerzas nacionalistas recibieron unos 320 000 rifles y 555 000 revólveres a través de Portugal y procedentes de Alemania, entre enero de 1937 y agosto de 1938[51]. Así, parece claro que Franco continuó recibiendo suministros por parte de Alemania después del cargamento inicial y a pesar de que la esperada victoria nacionalista no se produjo tan rápido como cabía esperar. Hitler se había comprometido a continuar el suministro hasta completar el transporte aéreo. Sin embargo, el régimen nazi tenía que plantearse si quería prolongar su intervención una vez completado el transporte aéreo de tropas. Al final, la decisión fue favorable a Franco cuando, el 24 de agosto, Hitler llegó a la conclusión de que «debemos apoyar al general Franco con suministros y ayuda militar en la medida de lo posible. Pero, por el momento, los alemanes no debemos participar activamente en el enfrentamiento»[52]. Así pues, no se descartaba una futura implicación militar de las tropas alemanas. A primeros de agosto, Franco trasladó su cuartel general a Sevilla, donde se encontraba ya la mayor parte de las tropas marroquíes. Cuando, el 7 de agosto, HISMA estableció allí su segunda sucursal, se sentaron las bases de un modelo que se repetiría a lo largo de toda la Guerra Civil, que consistía en establecer sucursales de HISMA cerca de los respectivos cuarteles generales de Franco[53]. Una vez declarado Franco Jefe del Estado y Generalísimo por la Junta de Defensa Nacional el 29 de septiembre de 1936, la proximidad de HISMA al recientemente nombrado líder de las tropas y el territorio ocupado por los nacionales presagiaba unas relaciones más fructíferas. Sin duda, a Franco le convenía poder comunicar sus necesidades de suministros a la autoridad alemana relevante con la mayor rapidez posible. Otra serie de factores comenzó a influir cada vez más en la relación entre HISMA y Franco. Debido a que la necesidad de colaboración alemana por parte de los insurrectos se prolongaba mucho más de lo previsto, comenzó a prestársele atención al creciente endeudamiento de Franco y a los posibles beneficios económicos que podrían obtenerse. El 30 de julio, Goering, puesto por Hitler al mando de la operación española, se planteaba ya el pago de las remesas alemanas de material de guerra con mineral de hierro[54]. Resulta fácil comprender por qué Goering consideró dicha forma de pago. Mientras que la República confiaba en la reserva de oro del Banco de España para financiar la mayor parte de sus gastos bélicos, los nacionales debían buscar otros métodos para financiar sus suministros[55]. Como ha señalado Robert Whealey, los nacionalistas «tenían el apoyo de los millonarios», tales como Juan March Ordinas, y en general tuvieron mayores facilidades de crédito en los círculos financieros internacionales que el gobierno republicano[56]. Además de obligar a los particulares a que entregasen todas sus divisas y sus objetos de valor[57], ambas partes continuaron exportando todos los artículos comerciales de que disponían. En total, el 11 por 100 del presupuesto de los nacionalistas en la Guerra Civil consistía en divisas generadas por exportaciones, beneficios y dividendos de inversiones en el extranjero de partidarios nacionalistas ricos, metales preciosos requisados y ganancias repatriadas de españoles empleados en el extranjero[58]. De todos modos, esto sigue dejando una gran parte del presupuesto nacionalista sin justificar. A medida que avanzaba la guerra, Franco se vio forzado a pedir cantidades cada vez mayores de material bélico alemán e italiano, a crédito. En el caso de Alemania, las demandas de pago se materializaron en demandas de materias primas españolas, aunque también exigían frecuentemente el pago en divisas[59]. En vista de las responsabilidades de Goering dentro del gobierno alemán, no puede sorprendernos que fuera el primer dirigente nazi en interesarse por las materias primas españolas. Tres meses antes del estallido del conflicto, Hitler había ordenado a Goering que investigara todas las posibilidades de mejorar la cuestión de las materias primas y las divisas extranjeras[60]. Como España producía varias materias primas fundamentales, Goering llegó a la conclusión de que el pago en dichas materias podría beneficiar a la economía alemana. España producía una cantidad considerable de pirita, que constituye una importante fuente de azufre, así como hierro, cobre, plomo y zinc[61]. En 1935, la producción de pirita en España alcanzó los 2,5 millones de toneladas, aproximadamente un 20 por 100 de la producción mundial. Uno de los mayores bienes de España era la mina de mercurio de Almadén, que suministraba aproximadamente el 80 por 100 del mercurio mundial[62]. Además, España contribuía con un porcentaje importante a la producción europea de mineral de hierro. España resultaba atractiva no sólo por su producción de materias primas, sino también por sus enormes reservas de una gran variedad de ellas, muchas de las cuales apenas habían sido explotadas. En 1939, I. G. Farben informó sobre la importante producción de plomo y zinc de España así como sobre el potencial de expansión de la minería de estaño, volframio (tungsteno) [63], oro, bismuto, antimonio y azufre[64]. Como consecuencia del creciente interés por las materias primas españolas, Goering ordenó en seguida una ampliación de las funciones originales de HISMA. Los factores económicos tuvieron una gran influencia en la apertura de nuevas sucursales de HISMA. Un inmejorable ejemplo de esta táctica de crecimiento es el caso de Bilbao, centro de la región productora de mineral de hierro en España. Allí se estableció una nueva sucursal de HISMA en agosto de 1937, inmediatamente después de la conquista de esta ciudad vasca[65]. HISMA no sólo ampliaba continuamente su ámbito geográfico, sino que además aumentaba su influencia, estableciendo relaciones con individuos y organizaciones implicados en la intervención alemana en España. La red organizadora de la intervención alemana en España fue cobrando forma a lo largo de agosto de 1936. El 25 de aquel mes, von Blomberg ordenó el traslado inmediato a España del teniente coronel Walter Warlimont para actuar como representante de las fuerzas armadas alemanas en el cuartel general de Franco. Warlimont estaría al mando de las fuerzas alemanas en España y aconsejaría a Franco sobre futuros suministros de material de guerra alemán[66]. Su cargo en ese momento, como director del departamento de economía del Heeeswaffenamt, contribuyó probablemente a su nuevo nombramiento ya que una de las tareas mencionadas en las órdenes de von Blomberg hacía referencia a «la salvaguarda de los intereses alemanes en… el ámbito económico»[67]. Entrevistado por Viñas, casi tres décadas después de la Segunda Guerra Mundial, Warlimont reveló jue le habían dicho que la tarea económica mencionada incluía el pago de los suministros de material bélico alemán con suministros de materias primas españolas[68]. Tras su llegada a España el 5 de septiembre de 1936, Warlimont se percató rápidamente de que la creciente magnitud del aspecto económico de su misión exigía separarla de sus tareas políticas y militares. A estas alturas, el asunto del pago de los suministros alemanes se había convertido en la cuestión fundamental de la relación económica entre el territorio nacional y Alemania. Así, sólo dos semanas después de su llegada, Warlimont decidió trasladar todas las cuestiones económicas a HISMA[69]. Después de consultar al general Wilberg sobre esta cuestión, informó a Goering de sus conclusiones[70]. Esto condujo a la celebración a finales de mes de una reunión entre Goering, Warlimont, Bernhardt y el director del Wehrwirtschaftsstab, el general Georg Thomas. Además de sus anteriores exigencias, no especificadas, Goering dejó claro a primeros de septiembre que esperaba recibir una cierta cantidad de materias primas a cambio de los suministros de la Luftwaffe, valorados en 15 millones de marcos, recibidos por Franco antes de finales de agosto. En su pedido incluía: cobre, zinc, estaño, mineral de hierro y níquel, y especialmente cobre de cemento y pirita[71]. En la reunión, Goering decidió fortalecer la posición de HISMA frente a la Administración nacionalista, elevándola a la categoría de «representante de los intereses económicos de Alemania en la España nacionalista»[72]. Se determinó que HISMA continuaría haciendo las veces de oficina de pagos de las fuerzas alemanas en España, pero que por otro lado sería independiente del mando militar alemán allí[73]. La decisión de Goering reflejaba el nivel de control que ejercía sobre las operaciones intervencionistas alemanas en España[74]. Además, constituía una prueba del aumento de su autoridad sobre la política económica alemana. Cuando se celebró la reunión, Hitler ya había anunciado el «Nuevo Plan Cuatrienal» para la economía, cuyo control fue inmediatamente usurpado por Goering. A la hora de formalizarse el plan con un decreto organizativo y administrativo (el 18 de octubre), Goering ya había nombrado a varios Sonderbeauftragte para diversas secciones en los sectores de materias primas y divisas[75]. Las actividades económicas de HISMA en la España nacional se convirtieron en una faceta adicional del control de Goering sobre las estrategias económicas en Alemania. En el caso de HISMA, recibió ayuda de Hess, quien ordenó a miembros de la AO que contribuyeran a la expansión de la organización. Hess convenció a su vez a Goering para que nombrase Gauamtsleiter y director adjunto de la oficina de comercio exterior de la AO, a Eberhard von Jagwitz[76], como su representante autorizado para las cuestiones económicas relacionadas con España[77]. Así, Goering pudo contar con el personal (miembros de la AO), y la estructura organizativa necesaria (HISMA) para tramitar los asuntos económicos relativos a la España nacionalista. Es más, la llegada de von Jagwitz anunció la fundación de la Rohstoff-Waren-Kompensation Handelsgesellschaft AG (ROWAK), que se encargaría de la parte alemana de la relación económica. De nuevo, Goering demostró su influencia en las relaciones económicas de Alemania con la España nacionalista. De hecho, el 9 de octubre de 1936 la posición de control de Goering fue refrendada por el general Thomas en una reunión entre tres funcionarios del Ministerio de Hacienda del Reich (los subsecretarios Meyer y Nasse y el Dr. Viets), Friedrich Bethke, recién nombrado director administrativo de la ROWAK y Eberhard von Jagwitz. Thomas dejó claro que «la cuestión española ya no es competencia de la Wehrmacht, sino que debe ser asumida por el general Goering y su personal. A partir de ahora debe tratarse como un asunto económico del Reich sobre el cual sólo el general Goering tiene capacidad para decidir»[78]. En el contexto de la reunión, Thomas aludió al papel esencial de HISMA y ROWAK, fundadas por orden de Goering el 2 de octubre de 1936[79]. Con la ayuda de HISMA/ROWAK, el Estado nazi afianzó su control sobre las relaciones económicas con la España nacional. Al conceder ROWAK poder legal a HISMA el 29 de octubre de 1936, el gobierno alemán demostró que, aunque estaba registrada oficialmente como una empresa española, HISMA estaba enteramente al servicio del régimen nazi. Las explicaciones oficiales y semioficiales del momento proporcionan varias razones que explican por qué debió crearse una organización homologa a HISMA en Alemania. En primer lugar, en septiembre HISMA se estaba volviendo demasiado entusiasta en su intento de exportar materias primas españolas a Alemania. Aunque esto podría considerarse como un éxito de la organización, creó problemas en Alemania, ya que no se le encargó a nadie la distribución de dichas materias primas a empresas concretas[80]. En palabras de un miembro de la organización: «Mientras tanto, los barcos que HISMA había cargado con materias primas y enviado hacia Alemania habían llegado al país. Pero no existía ninguna organización responsable de la gestión, la utilización y la contabilidad relativas al comercio de materias primas»[81]. Además, la creación de una organización central, controlada por el Estado, podría ayudar al régimen nazi a obtener beneficios financieros de la importación de materias primas españolas, algo que sin duda era de su interés dado el creciente coste del apoyo a Franco. Se hizo necesaria una estructura económica claramente organizada y definida para asegurarse futuros beneficios económicos[82]. Los motivos políticos contribuyeron a su vez al nuevo acuerdo. Los intereses de las industrias privadas y los aspectos que entraban en conflicto con otros ministerios gubernamentales solían ser ignorados o incluso suprimidos, en favor del monopolio HISMA/ROWAK. Hasta el verano de 1937, perduró el conflicto entre Goering y las otras partes interesadas, que se saldó finalmente a favor de Goering por mediación de Hitler. La posición de HISMA/ROWAK permaneció intacta hasta el final de la Guerra Civil. Cuando en octubre de 1936 se fundó ROWAK, dos directores ejecutivos, Friedrich Bethke y Antón Wahle, estaban inscritos en el registro oficial[83]. En 1938, Bethke siguió a von Jagwitz al Departamento V del Ministerio de Economía del Reich (RWM) donde este último acababa de ser nombrado director ministerial especial para el comercio exterior[84]. Pero, como director administrativo de ROWAK, Bethke continuó supervisando la gestión diaria de ROWAK mientras que von Jagwitz siguió como director del comité consultivo de ROWAK[85]. De hecho, Bethke se convirtió en una de las personalidades más importantes de ROWAK —si no la más importante— y siguió siéndolo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En el otoño de 1936, Bethke y von Jagwitz estaban aún atareados en la creación de ROWAK. Justo después de su fundación, la nueva organización tuvo que enfrentarse con un creciente número de responsabilidades. Una de las primeras funciones de ROWAK fue la de suministrar bienes imprescindibles a la economía nacionalista, tales como el carbón. Dichas operaciones de suministro, junto a la organización y distribución de las materias primas españolas que comenzaban a llegar, llegaron a ser aspectos importantes en la amplia área de responsabilidades de ROWAK. Como la España nacional no había sido oficialmente reconocida por Alemania (en el momento de la fundación de ROWAK), resultaba imposible establecer un acuerdo regular de compensación o fijar un tipo de cambio oficial estable. Por lo tanto, ROWAK se fundó para gestionar la financiación del comercio con la España nacional y asumir la fluctuación del cambio y los riesgos crediticios sufridos por los productores alemanes de bienes exportados a España. En suma, para conseguir extraoficialmente lo que no se podría haber logrado oficialmente[86]. Goering encargó a HISMA/ROWAK organizar toda la relación comercial, incluida la organización de un sistema de compensación especial, entre Alemania y el territorio nacional. Esta gran tarea incluía la obtención de la mayor cantidad posible de materias primas españolas y, finalmente, a partir de la primavera de 1937, la compra de derechos de explotación minera en España. Con la ayuda de HISMA/ROWAK, el régimen nazi pretendía claramente explotar a fondo la dependencia de Franco de la ayuda militar y económica alemana. La fundación de ROWAK y las instrucciones de Goering sobre el papel de HISMA/ROWAK plantearon algunas preguntas importantes: ¿Cómo se incluiría ROWAK en la trama organizativa que ya se estaba encargando de la intervención en España? Es más, ¿en qué ámbito del Estado alemán se situaría dicha organización? Legalmente, ROWAK estaba subordinada a la Sección Especial Sur del Departamento de Exportación V del RWM[87]. Sin embargo, antes de la dimisión de Hjalmar Schacht como ministro de Economía en noviembre de 1937 y de que, por consiguiente, el ministerio quedara por completo en manos de los nazis, el RWM había ejercido tan sólo una influencia limitada en los asuntos de ROWAK. Inicialmente, los funcionarios de ROWAK supusieron — equívocamente—, que HISMA/ROWAK se ocuparía únicamente del comercio de materias primas y que el sistema HISMA/ROWAK constituiría tan sólo un arreglo temporal[88]. De hecho, el RWM tuvo que contentarse con ser una mera tapadera administrativa para las actividades de ROWAK. Bajo la poderosa protección de Goering, ROWAK tenía la facultad de actuar de forma independiente. Finalmente, el 9 de noviembre de 1936, el propio RWM consolidó la posición cuasimonopolística de ROWAK al publicar una orden administrativa que prohibía las ventas y compras privadas en cualquier parte de España por parte de cualquier otra organización[89]. Además, a finales de 1936, al parecer Goering determinó también que los ministerios de la Guerra y de Asuntos Exteriores, debían «evitar futuras injerencias en el proyecto español»[90]. Por otro lado, al Ministerio de Hacienda del Reich (RFM), se le ordenó que suministrara los fondos necesarios para la fundación de ROWAK mediante la concesión de un crédito puente inicial de 4 millones de marcos[91]. Inicialmente, por lo tanto, ROWAK se incluyó oficialmente en el RWM. Sin embargo, no fue hasta la dimisión de Schacht cuando Goering permitió al RWM asumir el control de ROWAK. De hecho, los dos confidentes principales de Goering en ROWAK, von Jagwitz y Bethke, fueron ascendidos dentro del RWM en 1938[92] para asegurar una continuidad en la gestión de ROWAK. En cualquier caso, la composición del comité consultivo de ROWAK en junio de 1940 demuestra que diversos ministerios y organizaciones seguían estando oficialmente involucrados con ROWAK. Aparte del RWM, el Ministerio de Hacienda del Reich, la AO, el Reichswerke de Hermann Goering y la Deutsche Revisions-und Treuhand-AG estaban todos representados en el comité[93]. De hecho, el papel fundamental de HISMA/ROWAK en la relación económica con la España de Franco, quedaba reflejado en la implicación de dichos ministerios y organizaciones. A finales de 1936, casi todas las exportaciones de Alemania a España y viceversa tenían que pasar a través del «sistema de HISMA/ROWAK». A los importadores españoles de bienes alemanes se les permitía negociar directamente entre ellos. Sin embargo, el cierre de cualquier trato comercial tenía que efectuarse a través de HISMA/ROWAK, que generalmente le cobraba una comisión al exportador alemán. Los tipos de comisión dependían de la clase de producto exportado y podían cambiar «dependiendo de la clase y la magnitud del pedido». En cuanto a las exportaciones españolas a Alemania, se permitía la importación de una cantidad de bienes más limitada. Si una empresa alemana quería importar algo desde España, tenía que dirigirse a ROWAK para asegurarse de que los bienes solicitados pudieran ser liquidados a través de la cuenta de HISMA/ROWAK. Entonces la organización supervisaría los tratos comerciales y cobraría de nuevo una comisión por los servicios. Así, los contactos comerciales entre empresas alemanas y españolas se incluían en una estricta red organizativa. En la cuestión de los envíos de material de guerra alemán a España, se aplicaba un sistema un tanto diferente. Los contactos entre el alto mando del ejército (OKW) y ROWAK se llevaban a cabo a través del Sonderstab W.[94] leí general Wilberg. Los pedidos de material de guerra de os nacionales se enviaban desde el Sonderstab W. —o si habían sido recibidos por HISMA, desde allí— a ROWAK. Generalmente ROWAK procedía de dos maneras diferentes. Podía pasar el pedido a la Asociación Exportadora de Material de Guerra (AGK), siendo esta última responsable de pasar el pedido a los fabricantes de armas correspondientes, o bien organizar los envíos desde los almacenes de la Wehrmacht a través del Sonderstab W.[95]. En cualquier transacción, HISMA/ROWAK debía recibir una importante compensación económica por su participación. Por lo tanto, no debe sorprendernos que la organización defendiera celosamente su posición cuasimonopolística. Cuasimonopolística porque HISMA/ROWAK permitía tan sólo una cantidad limitada de transacciones sin su participación directa; en algunos casos, por lo visto, a cambio de un generoso pago de comisiones. En un caso, Rheinmetall llegó a pagarle a HISMA una comisión leí 7,5 por 100 como recompensa por «mantenerse al margen de un trato comercial»[96]. Cuasimonopolística también por permitir a un empresario particular, Josef Veltjens, disfrutar de un pequeño porcentaje del comercio entre Alemania y la España nacional. Veltjens consiguió permiso para vender material de guerra directamente a los rebeldes, aunque sus actividades se mezclaron a menudo con las de HISMA/ROWAK. Aunque, a partir de febrero de 1937, sólo le estaría permitido oficialmente suministrar material de guerra que no fuera alemán, Veltjens siguió suministrando armas alemanas a la España nacional, principalmente rifles y municiones. Generalmente, obtenía estos suministros de armas de ROWAK, aunque tenía permiso para vendérselas a los nacionalistas al precio estipulado por él[97]. En cualquier caso, siguió siendo una pieza relativamente poco importante en el conjunto del mecanismo intervencionista. El 30 de septiembre de 1937 ya había comprado 7,72 millones de marcos de material de guerra de ROWAK, mientras que el gasto total de la intervención alemana ascendió a 246,92 millones de marcos, durante el período comprendido entre el 1 de agosto de 1936 y el 30 de septiembre de 1937. Aunque ROWAK no recibía comisión alguna en sus transacciones con Veltjens, la operación resultaba lucrativa de todos modos, ya que Veltjens tenía que pagar todos sus pedidos en divisas extranjeras[98]. Esto, añadido al hecho de que ROWAK empleaba regularmente la empresa de Veltjens para el transporte especializado de explosivos[99], podría explicar por qué las actividades de Veltjens fueron toleradas una vez comenzadas sus operaciones de suministro. Debido a su papel oficial como la única «cámara de compensación» en el comercio de bienes entre la Alemania nazi y la España nacional, HISMA/ROWAK retenía en última instancia el control sobre todas las transacciones, incluidas las llevadas a cabo por Veltjens[100]. Mientras HISMA/ROWAK consentía las actividades de Veltjens, la organización en sí se encontró con una gran oposición por parte de algunos miembros del gobierno alemán. Cuando, en noviembre de 1936, el Ministerio de Asuntos Exteriores aportó al primer representante oficial alemán ante el régimen de Franco, el general Wilhelm Faupel, la información necesaria sobre la relación económica entre los dos Estados, los funcionarios superiores del ministerio mostraron claramente su hostilidad al acuerdo existente y reiteraron su confianza en que tan sólo sería vigente durante un período de transición[101]. HISMA/ROWAK, sus partidarios en la AO y especialmente Goering, se percataron de la incomodidad que creaba a algunos funcionarios superiores del ministerio el papel influyente de la organización. Obviamente no estaban dispuestos a aceptar dicha oposición, por lo que acabaría produciéndose una controversia. En primer lugar y especialmente, respecto al futuro del acuerdo comercial hispano-alemán. El acuerdo había entrado en vigor el 9 de marzo de 1936 y caducaba el 31 de diciembre de aquel mismo año[102]. El problema surgió porque el acuerdo comercial se transfirió automáticamente a la relación económica con la España nacional una vez Alemania hubo reconocido al régimen de Franco como gobierno legítimo de España el 18 de noviembre[103]. Después del reconocimiento, pudo darse una serie de pasos oficiales hacia un nuevo acuerdo comercial por parte de ambos. A finales de 1936, dichas negociaciones supusieron una cierta amenaza a la posición de HISMA/ROWAK. Al menos, éste era un cambio esperado por los opositores a HISMA/ROWAK en Alemania y en la España nacional. Al principio, el problema quedó archivado por una temporada al prorrogarse la validez del acuerdo tres meses más, para dar a ambas partes la oportunidad de planear y luego iniciar las negociaciones[104]. Sin embargo, entre bastidores, la lucha continuaba. Un memorándum del Ministerio de Asuntos Exteriores redactado a principios de enero de 1937 señalaba que la postura aparentemente monopolística de HISMA/ROWAK debía ser drásticamente limitada y que se debían instaurar organismos normales para realizar las liquidaciones[105]. Este creciente conflicto de intereses en Alemania fue espoleado por la intención de la administración franquista de «cerrar un acuerdo intergubernamental de liquidación y de bienes que contribuyera a regularizar el comercio». Miembros influyentes del Gobierno, incluido Nicolás Franco, argumentaron que la situación financiera de los nacionales mejoraría si las materias primas españolas pudieran venderse a cambio de divisas y no para saldar las deudas con Alemania[106]. Después de todo, podrían saldarse las deudas al finalizar la guerra. El 20 de febrero de 1937, el general Francisco Gómez, conde de Jordana y Souza, reiteró ante la embajada alemana el deseo de su país de normalizar las relaciones comerciales con Alemania, por lo menos en cuanto a la forma de pago. El ministro de Asuntos Exteriores de Franco se quejó de las comisiones cobradas por las transacciones comerciales, así como del uso de «intermediarios», aunque no mencionó a HISMA/ROWAK por su nombre. A la vez, Jordana sugirió el establecimiento de un sistema comercial de transición, basado en una cuenta Aski en la cual los exportadores españoles pudieran ingresar las sumas recibidas por sus exportaciones y utilizar los mismos fondos para el pago de las importaciones[107]. El gobierno alemán reaccionó organizando una reunión ministerial para el 26 de febrero. Como parte de los preparativos para esta reunión, Félix Benzler, de la Sección Comercial del Ministerio de Asuntos Exteriores, elaboró un memorándum revelador. Como cabía esperar, el principal tema que había que discutir era un nuevo acuerdo de liquidación que pondría en peligro «la actual posición monopolística de HISMA/ROWAK». En aquel momento destacaba Benzler, HISMA/ROWAK contaba con el apoyo absoluto de Goering. De hecho, la organización recibió a su vez cierto respaldo del Ministerio de Asuntos Exteriores, con la reserva de que este apoyo durara tan sólo hasta el final del conflicto bélico en España. Schacht apoyaba sin reservas un nuevo acuerdo de liquidación y, por ende, estaba contra la organización. Según Benzler, éste recibía el apoyo de los Ministerios de Hacienda y de Alimentación del Reich, si bien este último pensaba adoptar la misma postura que el Ministerio de Asuntos Exteriores. Benzler concluyó que la reunión estaba claramente orientada a decidir sobre esta importante cuestión, así como a resolver algunas de las desavenencias mencionadas. Sin embargo, se coincidía en la necesidad de convencer a Franco para que accediera a un nuevo acuerdo comercial que concediese mejores condiciones comerciales a Alemania[108]. Este nuevo acuerdo comercial fortalecería supuestamente la posición de Alemania, ya que si Franco ganaba la guerra, los nazis no podrían contar ya con que Franco siguiera dependiendo de Alemania. Los intentos por parte de Italia y Gran Bretaña de cerrar acuerdos comerciales con la Administración de Franco a finales de 1936 contribuyeron a acrecentar dicho temor[109]. En esta reunión ministerial, Schacht acordó sorprendentemente no presionar en pos de un nuevo acuerdo de comercio y liquidación con la España franquista[110]. No existen pruebas definitivas sobre la decisión de Schacht. Tan sólo podemos suponer que, ante el apoyo creciente a la postura de Goering entre los demás ministros, Schacht accedió a ganar tiempo. Al final, el resultado de la reunión dejó a HISMA/ROWAK en una posición consolidada, si bien persistía el conflicto entre sus defensores y sus detractores. En una conversación con Karl Ritter en marzo de 1937, von Jagwitz atacó a Wilhelm Ullman, del Deutsche Uberseeische Bank (Banco Alemán Transatlántico). Aparentemente, Ullman se había dirigido al gobierno de Franco para expresar la necesidad de normalizar las relaciones comerciales con Alemania. Von Jagwitz estaba convencido de que había sido esta «iniciativa no autorizada» la que, en febrero, había motivado la petición de Jordana de cerrar un nuevo acuerdo de comercio y liquidación[111]. Aunque parece bastante poco probable que un empresario alemán particular pudiera influir en el gobierno de Franco en una cuestión de tal importancia, el episodio sirve para demostrar la desconfianza mutua entre los defensores y los detractores de HISMA/ROWAK. Es evidente que muchos empresarios alemanes estaban preocupados por la creciente intervención de nuevas organizaciones, tales como HISMA/ROWAK, y de determinados funcionarios nacionalsocialistas en la administración y la dirección del comercio alemán. El caso de las relaciones económicas de Alemania con la España de Franco demostró ser un buen ejemplo de este hecho. Las quejas contra estas organizaciones y acuerdos especiales[112] llevaron finalmente a Jagwitz a elaborar una larga defensa de HISMA/ROWAK en su memorándum Durchsetzung nationalsozialistischer Grundsätze in der Wirtschaft. Destacó que España ofrecía un excelente ejemplo de que era posible dirigir el comercio exterior de Alemania de acuerdo a principios nacionalsocialistas. La industria alemana se había hallado «indefensa» ante las anómalas circunstancias creadas por la Guerra Civil española. Como había fracasado claramente y como este fracaso había infligido un daño enorme a la economía alemana, había resultado absolutamente necesario crear una organización capaz de reaccionar de forma positiva ante nuevas circunstancias. Al mismo tiempo, esta nueva organización sería capaz de conseguir cantidades insospechadas de materias primas de España. Von Jagwitz declaró que la industria alemana había reaccionado de manera irresponsable a la situación, enviando representantes a la España nacionalista que debían competir por la compra de bienes españoles, así como por la venta de sus propios productos. No se había pensado en los problemas que esto pudiera ocasionar. El principal argumento de von Jagwitz contra esta actitud era que una competencia sin restricciones tan sólo contribuiría a elevar los precios de los productos españoles. Afortunadamente, sin embargo, HISMA/ROWAK consiguió prevalecer por encima del «egoísmo de la economía libre». Von Jagwitz llegó a la conclusión de que las empresas alemanas habían reconocido ya la necesidad de subordinarse al nuevo sistema comercial y subrayó su confianza en HISMA/ROWAK, mencionando el éxito económico y financiero de la organización[113]. El memorándum de von Jagwitz de agosto de 1937 se convirtió en una confirmación escrita del triunfo de su organización frente a sus detractores[114]. En mayo, Franco había abandonado ya su exigencia de un nuevo acuerdo de liquidación. Por lo tanto, aceptaba tácitamente el sistema HISMA/ROWAK ya existente. La presión alemana sobre Franco había surtido efecto[115]. Durante las negociaciones de Burgos en abril[116], la delegación alemana se manifestó en contra del establecimiento de relaciones comerciales directas entre empresas particulares. En efecto, se le advirtió a Franco que un rechazo del sistema de liquidación existente tendría consecuencias muy graves para la financiación del suministro de materiales de guerra alemanes a España[117]. La decisión del general Franco de abandonar su exigencia de un acuerdo de liquidación puede interpretarse como una reacción directa a dicha amenaza. Las discusiones sobre un nuevo acuerdo comercial concluyeron en julio, con la firma de varios protocolos importantes. En el primer protocolo, firmado el 12 de julio, ambas partes acordaron posponer un acuerdo económico global mientras prevalecieran las condiciones de guerra reinantes[118]. Mientras que el primer protocolo estaba dirigido hacia el futuro, el segundo, firmado tres días después, concernía a las cuestiones económicas del momento. Ambas partes prometían, caso de ser posible, suministrarse mutuamente materias primas, alimentos y productos manufacturados. El protocolo se mantuvo de forma muy general, sin entrar en acuerdos específicos respecto al comercio[119]. El último protocolo se centraba principalmente en la cuestión de la deuda. Se decidió posponer una decisión sobre el pago. El gobierno de Franco accedió a suministrar a Alemania materias primas como aval y como parte del pago de la deuda. Además, los españoles concedían a Alemania el derecho de invertir en intereses económicos en territorio nacional. De hecho, el régimen aceptaría el establecimiento de empresas españolas con especialistas y capital alemán para encontrar y explotar materias primas a condición de que estas empresas siguieran cumpliendo con la jurisdicción nacionalista. Además, Alemania prometía ayudar a la España franquista a reconstruir el país y estimular la producción española[120]. Los tres protocolos parecían subrayar la sólida postura del gobierno alemán. Económicamente, la España franquista parecía estar muy ligada a Alemania. Por ahora, Franco tendría que aceptar la expansión económica alemana en España. Por otro lado, varias secciones del protocolo se mantuvieron lo suficientemente vagas como para permitirle cierto margen a Franco. De entrada, la cuestión de la deuda debía solucionarse en negociaciones posteriores. En segundo lugar, el suministro de materias primas se dejaba al arbitrio de Franco, aunque éste sin duda siguió recibiendo presiones para que cumpliera con las exigencias alemanas. En tercer lugar, la intención alemana de construir un imperio minero debía cumplirse de acuerdo con las leyes nacionales. Como se demostró posteriormente, las leyes podían alterarse con el fin de limitar la expansión económica alemana. Finalmente, Franco podía esperar que una conclusión victoriosa de la Guerra Civil y, con ello, un final de la dependencia militar respecto a Alemania, le ayudaría a reducir la influencia alemana en España. Aunque se tratase sin duda de un asunto crucial, el conflicto creado por su mera existencia y su enorme influencia sobre la relación económica entre Alemania y la España franquista no fue el único asunto con el que tuvo que lidiar HISMA/ROWAK tras la fundación de ROWAK. Otros hechos políticos y militares influyeron en la organización. Uno de estos hechos fue la decisión tomada por Hitler a finales de 1936 de incrementar la presencia militar alemana en España, enviando una fuerza militar de considerable envergadura, la legión Cóndor. Hitler estaba profundamente decepcionado por el lento progreso de las tropas nacionales, sobre todo en su intento por conquistar Madrid. Sin embargo, al Führer le preocupaba más si cabe la estrategia militar de Franco, que consideraba equivocada[121]. Al final, Franco tuvo que aceptar el envío de la legión para poder seguir recibiendo ayuda alemana[122]. El primer contingente de tropas partió de Stettin el 7 de noviembre. El 18 de noviembre, 92 aviones y más de 3800 soldados, además de tanques, ametralladoras antiaéreas y material de señalización, habían sido ya [123] transportados a España . El general Hugo Sperrle fue nombrado primer comandante de la legión, mientras que Warlimont tuvo que volver a Alemania[124]. Las tropas alemanas destinadas ya en España se integraron en la Legión Cóndor. Aunque la Legión estaba dirigida por un comandante alemán, éste estaba subordinado al mando militar de Franco[125]. La Legión Cóndor no superó nunca la cifra de unos 5600 hombres durante su participación en la Guerra Civil[126]. Con respecto a la relación de HISMA con la Legión, hay que destacar el papel de Wilhelm Faupel. El día del reconocimiento oficial del Gobierno de Franco[127], Hitler nombró a Faupel encargado alemán de negocios en la España de Franco[128], a pesar de la insistencia del Ministerio de Asuntos Exteriores por enviar a uno de sus diplomáticos, Eberhard von Stohrer, a la España nacional. La AO había convencido a Hitler de que nombrase a Faupel y así el «embajador de la AO» Faupel partió de Alemania como primer representante oficial del país ante el gobierno de Franco[129]. Según Abendroth, la AO había llegado a considerar España como territorio propio. Después de todo, la intervención de los miembros de la AO Bernhardt y Langenheim había sido crucial para la decisión de Hitler de intervenir en España y Bernhardt se había convertido en un personaje importante en tanto que director de HISMA. Es más, muchos de los directivos y el personal de ROWAK eran miembros de la AO. Una vez establecido su importante papel en la relación económica entre ambos Estados, la AO se mostró muy interesada en ampliar su influencia hacia el aspecto diplomático. Aunque Faupel no era miembro de la AO, sus ideas y su experiencia en Latinoamérica fueron suficientes para convencer a la organización de su utilidad[130]. Faupel llegó a Salamanca el 28 de noviembre de 1936 para encargarse de la representación diplomática de Alemania en la España de Franco. El Ministerio de Asuntos Exteriores tuvo que contentarse con nombrar a dos de sus hombres, Schwendemann y Enge, asesores diplomáticos y económicos de Faupel. Warlimont asumió a su vez un importante papel asesor, volviendo a España como consejero militar de Faupel[131]. Es evidente que el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán tuvo un papel marginal en la intervención alemana en España. Claramente, el partido nazi y una de sus organizaciones, la AO, llevaban la voz cantante. Aunque los funcionarios de la embajada alemana en la España nacionalista participaban en la gestión diaria de la relación de Alemania con el gobierno nacionalista, las principales decisiones las tomaban generalmente los cargos de la NSDAP, especialmente Hermann Goering. Si bien Goering no había contribuido a la decisión inicial de intervenir en España —una decisión tomada obviamente por el propio Hitler—, consiguió granjearse un papel dominante desde ese momento. Esto resulta particularmente cierto en el aspecto económico de la intervención de Alemania y del desarrollo de una relación económica con la España nacionalista[132]. No hay pruebas de que Goering consultase a Hitler al otorgar a HISMA un papel fundamental en la relación económica entre el territorio nacional y Alemania, en otoño de 1936. Como parte de esta expansión, Goering decidió transferir a los miembros de la AO a HISMA, y poco después, a la ROWAK, que debía su existencia únicamente a la decisión de Goering. Después de las resoluciones iniciales, Goering siguió muy involucrado en el desarrollo futuro de HISMA/ROWAK. No sólo trasladó a la organización el control de toda la relación económica y del sistema de liquidación entre la Alemania nazi y la España nacionalista, sino que intervino a su vez contra el intento de injerencia de los oficiales alemanes opuestos al nuevo sistema. Aunque el RWM estaba nominalmente a cargo de HISMA/ROWAK, la autoridad residía en última instancia en Goering. En la crucial reunión ministerial de principios de 1937, Goering evitó que se produjese cualquier alteración en el sistema de HISMA/ROWAK por parte de sus detractores. La defensa del sistema por parte de Goering eludía incluso las exigencias de la España nacionalista en favor de una normalización de las relaciones comerciales. Se había convencido de la utilidad de HISMA/ROWAK para los intereses alemanes, pero también para sus propias ansias de poder. No hay pruebas de que Hitler recelara en ningún momento de las decisiones de Goering o de que interviniera activamente en favor de los opositores al sistema HISMA/ROWAK. Después de su decisión inicial de apoyar a Franco, Hitler tan sólo intervino en otras dos ocasiones en 1936, primero cuando decidió en agosto continuar y ampliar la intervención de Alemania y, más tarde, cuando ordenó la creación de la Legión Cóndor en octubre. A finales de 1936, sin embargo, y durante el resto de la Guerra Civil, Goering siguió firmemente a cargo de la intervención alemana en España, en el aspecto económico entre otros, a través de HISMA/ROWAK. De hecho, Goering llegó a confiar en que HISMÁ/ROWAK le permitiría obtener el máximo beneficio económico de la intervención alemana en España. Aunque su intento de someter económicamente España a la Alemania nazi fracasó, e HISMA se vio privada de su papel influyente a lo largo de 1939, ROWAK continuó desempeñando un papel fundamental en la relación económica entre la Alemania nazi y la España de Franco hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. 4 «ESTAMOS CON VOSOTROS»: SOLIDARIDAD Y EGOÍSMO EN LA POLÍTICA SOVIÉTICA HACIA LA ESPAÑA REPUBLICANA, 19361939[1] DENIS SMYTH El 3 de agosto de 1936, una multitud de unas 150 000 personas abarrotaba la Plaza Roja de Moscú. Fue una obrera de la fábrica Aurora Roja, E. Bystrova, quien con mayor elocuencia expresó el motivo de la concentración: Nuestros corazones están con los que en este momento sacrifican sus vidas en las montañas y calles de España, defendiendo a libertad de su pueblo. Mandamos nuestro saludo de fraternal solidaridad, nuestro saludo proletario a los obreros y obreras le España, a las esposas y las madres españolas, a todo el puedo español. Y os decimos: recordad que no estáis solos, que estamos con vosotros[2]. Aunque el periodista del Pravda, Mijail Koltsov aseveraba que la manifestación de Moscú no había sido planeada previamente y que había sido organizada sobre la marcha, los observadores diplomáticos extranjeros estaban seguros de que reflejaba la postura oficial soviética del momento respecto a la reciente rebelión militar contra la República española[3]. En efecto, el embajador de la República española en la Unión Soviética, el doctor Marcelino Pascua, recordó a su gobierno en diversas ocasiones, durante su destino en Moscú a partir de octubre, que la «opinión pública» soviética estaba tan «absolutamente dirigida y controlada» que se podía confiar plenamente en ella como una fiel muestra de las inclinaciones e intenciones del régimen soviético[4]. Era además innegable la inspiración oficial soviética de esta primera expresión práctica de la supuesta solidaridad espontánea del proletariado ruso con la hostigada República Española. El Consejo Central de Sindicatos organizó colectas en todas las fábricas soviéticas para ayudar a los «combatientes españoles por la República». Se comunicó que la respuesta de los obreros soviéticos a esta llamada de apoyo a la democracia en España fue tan entusiasta que se aprobó de manera unánime una contribución «voluntaria» de un porcentaje idéntico de sus sueldos, 0,5 por 100 deducible en origen. El 6 de agosto, la recaudación ascendía ya a 12 145 000 rublos (500 000 libras esterlinas aproximadamente) y a 47 595 000 a finales de octubre[5]. Este recurso financiero se tradujo rápidamente en ayuda humanitaria para España. El 18 de septiembre, el primer buque soviético enviado a la España republicana, el Neva, zarpó con un cargamento de víveres. Le siguieron otros buques soviéticos en un esfuerzo por enviar ayuda en forma de alimentos a la populosa zona republicana que se extendía por el centro y este peninsulares y que se había visto privada de su región interior agraria al sur y norte del país por el rápido avance de los rebeldes sobre Madrid[6]. Sin embargo, la España republicana necesitaba algo más que medios para sobrevivir físicamente, puesto que el ejército de África liderado por Franco avanzaba ya hacia la capital en el otoño de 1936. Madrid era sin lugar a dudas, como dijo Auden, «el corazón», pero para mantenerlo vivo había que ejercitar los músculos de la guerra moderna[7]. De nuevo, la Unión Soviética se mostró dispuesta a proporcionar esta vital ayuda al esfuerzo bélico de la República española. Durante el otoño y el invierno de 1936-37, veintitrés buques mercantes soviéticos, cargados de material militar, armas y municiones zarparon de los puertos del Mar Negro en dirección a España, mientras otras remesas de municiones cruzaban la frontera pirenaica ilegalmente. Las tripulaciones de los aviones y tanques soviéticos ayudaron al nuevo ejército republicano a emplear el material con tanta destreza que se consiguió salvar Madrid, se obtuvo una victoria defensiva en el Jarama en el mes de febrero y se puso en fuga al Corpo Truppe Volontarie italiano en Guadalajara en marzo de 1937[8]. Es más, las Brigadas Internacionales reclutadas y entrenadas a instancias de Moscú por el Comintern y sus organizaciones «en el frente» demostraron ser un grupo más que aceptable de tropas de «choque» en las batallas que salvaron Madrid. Además, parecían ser la auténtica encarnación del empeño de «la madre patria de la clase obrera de todas las naciones» (como Stalin describió a la URSS en enero de 1934) por honrar su obligación de defender el Frente Popular español contra la reacción local y contra la intervención fascista extranjera[9]. En efecto, Yusif Stalin, el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, declaró que era precisamente esta conciencia de clase internacional la que había llevado a Rusia a apoyar a los acosados republicanos españoles. En un telegrama dirigido a José Díaz, secretario general del Partido Comunista de España (PCE), publicado en octubre de 1936, Stalin hizo la siguiente declaración: Los trabajadores de la Unión Soviética no hacen más que cumplir con su deber al prestar toda la ayuda que pueden a las masas revolucionarias de España. Son plenamente conscientes de que la liberación de España del yugo de los reaccionarios fascistas no es una preocupación exclusiva de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad progresista que mira hacia el futuro[10]. Casi cuarenta años después, la entonces presidenta del PCE, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, repetía la idea de Stalin de que había sido el internacionalismo desinteresado el que indujo a la URSS a intervenir en el conflicto español: «Declaraba desde el primer momento de la lucha que la causa de la República española era la de toda la humanidad progresista y [11] esperanzada» . Dejando de lado, por el momento, el análisis de la Pasionaria sobre los motivos subyacentes a la intervención soviética en España, hay que señalar que su memoria falla en cuanto a las fechas, ya que el mismo 29 de julio de 1936 habiéndose producido la revuelta militar contra la República en la noche del 17-18 de julio, ella misma había hecho un llamamiento a todos los países para que salvaran la democracia española, y hasta esta fecha, el Gobierno soviético no se había pronunciado claramente en favor de la España republicana, ni en palabras ni en actos[12]. De hecho, el mismo día de la petición urgente de ayuda por parte de la Pasionaria a la comunidad internacional, el embajador británico en Moscú, vizconde Chilston, informó que la prensa soviética, bajo control oficial, había demostrado un «gran» pero «no comprometido interés» en la Guerra Civil española, desde el comienzo de la misma. A su vez comentó el rechazo tajante de la prensa soviética a la acusación franquista de que un petrolero ruso había apoyado el ataque de una unidad de la flota republicana contra la costa marroquí, controlada por los rebeldes: El gobierno español nunca ha pedido ayuda a la Unión Soviética y estamos convencidos de que en su propio país encontrarán las fuerzas suficientes para liquidar este motín de generales fascistas que actúan bajo las órdenes de países extranjeros[13]. Es más, el encargado de negocios italiano en Moscú, Vicenzo Berardis, estaba convencido, ya desde el 23 de julio, del recelo soviético ante las inquietantes noticias provenientes de España: Un portavoz (de los líderes soviéticos) acaba de confirmar que en el Kremlin están perplejos y muy molestos por los acontecimientos en España y que bajo ninguna circunstancia el gobierno soviético se inmiscuiría en los asuntos internos de la península, donde tiene todo que perder y nada que ganar. También ha confirmado, con cinismo, que Moscú no pasaría de la publicación de un artículo o dos expresando una platónica solidaridad y evitando la adopción de cualquier postura [14] oficial . El mismo diplomático italiano informó a Roma el 6 de agosto que «el gobierno soviético se ha esforzado al máximo en comprometerse lo menos posible en la cuestión española»[15]. Pero los acontecimientos que habían de producir el cambio final de postura en la política soviética respecto a la Guerra Civil española también comenzaron el 29 de julio de 1936. Ese día, el primer avión de un contingente de veinte Junker 52 alemanes aterrizó en el Marruecos español y entró en acción de inmediato, transportando a las ropas de Franco sobre el estrecho de Gibraltar, que estaba dominado por la flota republicana española. El 30 de julio, tres de los doce bombarderos SavoiaMarchetti S.81 enviados por Mussolini para aumentar esta remesa aérea se estrellaron en ruta, dos de ellos en territorio francés de Marruecos[16]. Había surgido la noticia de la intervención fascista en el conflicto español, en favor de los rebeldes[17]. Según el despacho de Chilston dirigido al Foreign Office británico con fecha 10 de agosto de 1936 fue la «acumulación creciente de pruebas sobre el hecho de que los dos principales “Estados” fascistas estaban ayudando activamente a los insurrectos» lo que impelió al gobierno soviético a abandonar la postura «correcta y neutral» que había mantenido durante los primeros quince días de la Guerra Civil española[18]. La manifestación del 3 de agosto en Moscú, ya mencionada, y otras concentraciones similares celebradas por toda la Unión Soviética, así como la colecta de fondos para la España republicana, debían simbolizar el descontento del Estado comunista ante la evidencia de una intervención fascista extranjera en el conflicto español. Aun así, la respuesta soviética seguía siendo bastante cauta, ya que, aunque algunos miembros del Comintern defendían un apoyo soviético y comunista internacional a la España republicana, el agregado militar francés en Moscú, teniente coronel Simón, informó a París de la existencia de un «grupo moderado», al cual pertenecía Stalin, que quería evitar cualquier intervención en el conflicto español, «para no provocar una reacción de Alemania e Italia»[19]. En efecto, el gobierno soviético respondió rápidamente al proyecto anglofrancés de un acuerdo internacional de no intervención en España, afirmando su voluntad de adherirse al principio de no intervención en los asuntos internos de España[20]. El encargado de negocios italiano en la Unión Soviética, Berardis, tuvo la impresión de que «la iniciativa francesa de un acuerdo de no intervención en España ha sido recibida con gran alivio», ya que eximía a Moscú de tener que elegir entre abandonar a la izquierda española o contribuir a precipitar una guerra europea[21]. Al suscribir, el 23 de agosto de 1936, el acuerdo de no intervención en España, que prohibía el suministro de armas a las dos partes en conflicto, la Unión Soviética estaba apoyando un plan que le negaba al Frente Popular republicano su derecho, de acuerdo a las leyes internacionales y como gobierno legítimo del país, de adquirir del extranjero los medios necesarios para sofocar la rebelión interna contra el gobierno[22]. Es más, como declaró el encargado de negocios francés, Payart, en el Quai d’Orsay el 3 de septiembre de 1936, la adhesión soviética al pacto de no agresión suponía una victoria de «las ideas constructivas del señor Stalin en este momento». Aunque había provocado una violenta oposición en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética, finalmente prevaleció la línea de participación en el acuerdo de no intervención propugnada por Stalin. Inspirada por «los dos principios de solidaridad europea y la coexistencia pacífica entre los pueblos», esta «política positiva» de Stalin representaba un deliberado abandono por parte de «la madre patria de la clase obrera de todas las naciones» del deber de ayudar a su progenie proletaria en momentos de necesidad[23]. La Unión Soviética tampoco se adhirió a las potencias no intervencionistas para poder ayudar mejor a sus camaradas en España durante todo el tiempo que fuera posible, como hicieron la Italia fascista y la Alemania nazi. Algunos expertos militares soviéticos y quizás algunas pequeñas remesas de armas cortas soviéticas llegaron a la España republicana durante los días inmediatamente posteriores a la suscripción soviética del pacto de no intervención. Sin embargo, el primer envío a gran escala de suministros militares soviéticos no llegó a España hasta el 15 de octubre, día en que el Komsomol atracó en Cartagena[24]. Es más, esta ruptura del acuerdo no se produjo hasta que el Kremlin advirtió al comité de no intervención, con base en Londres, que «si las violaciones del acuerdo de no intervención no [son] frenadas inmediatamente, el gobierno soviético se considerará liberado de las obligaciones emanadas del acuerdo»[25]. Un editorial de Izvestiya del 26 de agosto de 1936 había explicado la participación soviética en el acuerdo de no intervención diciendo que esta línea «está sin duda dirigida al cese de esta ayuda [fascista] a los rebeldes, así como a garantizar la no participación de otros países en los asuntos españoles»[26]. Si se demostraba que el acuerdo de no intervención era efectivo, la Unión Soviética estaba aparentemente dispuesta a defenderlo. Si, por el contrario, el acuerdo no lograba separar a los franquistas de sus proveedores fascistas, entonces Moscú estudiaría otros modos y métodos para alcanzar sus objetivos políticos en España. El encargado de negocios italiano en Moscú definió este objetivo soviético en los siguientes términos el 13 de agosto de 1936: «los círculos dirigentes soviéticos han condicionado su actitud fundamentalmente a conseguir a paz, que es su principal meta»[27]. Desde el momento de su llegada a Moscú, el 7 de octubre de 1936, el representante de la República española, Pascua (a quien se le concedió un acceso privilegiado al Kremlin, vetado a todos os demás diplomáticos occidentales en este período), consiguió acumular pruebas directas suficientes para llegar a esta misma conclusión sobre el principal propósito le la política soviética. Pascua informó a su gobierno en enero de 1937 de que los líderes soviéticos se habían dado cuenta de que necesitaban «varios años de paz para que la URSS pudiera desarrollar sus ingentes planes domésticos [que eran] de suma importancia para la misma y para el mundo sociopolítico; así como para consolidar y perfeccionar su todavía inmaduro poder militar». Pascua sostenía que los comunistas soviéticos habían relegado el omento de las revoluciones marxistas en el extranjero a un papel secundario en su estrategia internacional: La actual política de la URSS está dominada por la idea de la construcción socialista de este país […] la construcción socialista de la URSS tiene absoluta prioridad sobre todo lo demás, no sólo como tarea presente, sino como una cuestión decisiva para el futuro del socialismo. Éste es […] el eje de la cuestión en lo concerniente a los soviéticos[28]. Pascua había percibido la naturaleza esencial de la política exterior estalinista: la construcción del «socialismo en un país», o sea la Unión Soviética, era considerada como un asunto de la máxima importancia, no sólo para los obreros rusos sino también para el proletariado del mundo entero. De este modo, se reconciliaba la preeminencia de la razón de Estado en la política exterior soviética con el internacionalismo revolucionario. Para completar la masiva transformación socioeconómica de la URSS a través de los planes quinquenales, los comunistas soviéticos necesitaban una vida internacional tranquila, quedar libres de la distracción exterior y de la interrupción extranjera. La paz y la seguridad eran sus principales objetivos internacionales. La protección de su gigantesco ejercicio de ingeniería socioeconómica era, según reconocía Pascua, el factor que condicionaba cualquier maniobra de política exterior emprendida por el gobierno soviético: «toda la actividad política está siendo subordinada a la tarea colosal y esencial de los líderes soviéticos»[29]. El gobierno soviético evaluaba el problema español de acuerdo con esta jerarquía de prioridades políticas. Pascua llegó incluso a la conclusión de que la misma guerra de España constituía tan sólo un asunto menor dentro de los cálculos internacionales de Moscú[30]. El único criterio de importancia estratégica aplicado con claridad por el Kremlin a mediados de los años treinta en los asuntos internacionales era el posible impacto de un conflicto extranjero contra la seguridad de una tierra donde se estuviera construyendo el socialismo. Berardis discernió a su vez este punto, y el 20 de agosto de 1938 visó a su ministro de Asuntos Exteriores, Galeazzo Ciano, de que la razón por la cual la URSS deseaba con tanta vehemencia llegar a un acuerdo de no intervención en España era su «temor a las complicaciones internacionales»[31]. Tal era la gran perspectiva estratégica desde la que se formulaba la política soviética respecto a la Guerra Civil española. El embajador soviético en Londres, Ivan Maisky, trató de dejar claro este punto ante el secretario del Foreign Office británico, Anthony Edén, el 3 de noviembre de 1936. En una conversación con Edén, Maisky le ofreció lo que él mismo denominó como una «exposición de los motivos, que habían movido al gobierno soviético en el conflicto español»: Él [Maisky] afirmaba enfáticamente que la simpatía declarada del gobierno soviético hacia el español no se debía a su intención de establecer un régimen comunista en este país. Yo [Eden] resalté que el embajador no tenía por qué sorprenderse si otra gente tenía opiniones diferentes sobre el objetivo declarado de los creadores del comunismo de hacer universal su método de gobierno. El embajador contestó que sin duda era éste su objetivo último, pero que quedaba muy lejos —nadie pensaba en Rusia que fuera a cumplirse, digamos, en el transcurso de nuestra vida— y que la intención del gobierno soviético de ayudar al gobierno español era mucho más inmediata que eso… el gobierno soviético estaba convencido de que si el general Franco llegaba a ganar, el empuje que esto supondría para Alemania e Italia sería suficiente para acercar la fecha de una nueva agresión activa —esta vez quizás en Europa Central u Oriental. Ésta era una situación que Rusia quería evitar a toda costa y era la razón principal por la que deseaban que el gobierno español ganase esta contienda civil[32]. El experto en asuntos soviéticos del Foreign Office, Laurence Collier, aceptó «la explicación de Maisky sobre las motivaciones de su gobierno» como «acertada en general»[33]. La política española de Stalin se integraba en la estrategia internacional soviética en su conjunto. Fue el alcance estratégico general de la intervención fascista en España lo que provocó la preocupación soviética por dicho país y su consiguiente intervención[34]. El Kremlin llevaba bastante tiempo alarmado por la aparentemente endémica hostilidad de la Alemania nazi hacia el Estado soviético y, como le había comunicado Maisky a Edén, Moscú quería frustrar cualquier éxito de Hitler en España que pudiera animarle a aventurarse hacia el este. La Unión Soviética ya se había movilizado alterando su propio curso ideológico y diplomático durante 1934-35 para contrarrestar la amenaza potencial a su seguridad que suponía el bloque de Estados reaccionarios formado por Alemania, Italia y Japón. Abandonando el sectarismo político y el aislacionismo revolucionario, Stalin había buscado aliados antifascistas entre los partidos y Estados democráticos burgueses[35]. El resultado principal del esfuerzo por crear un frente popular a nivel internacional fue el Tratado Francosoviético de Ayuda Mutua del 2 de mayo de 1935, mediante el cual ambas potencias prometían efectuar una consulta conjunta «inmediata» en caso de que cualquiera de las dos resultase «amenazada o bajo peligro de una agresión» y también prometieron prestarse ayuda y colaboración «mutuas» en caso de «una agresión no provocada por parte de un Estado europeo» contra cualquiera de los dos países[36]. Aunque la resistencia por parte de la derecha francesa a que su país se vinculara con la Rusia comunista retrasó la ratificación parlamentaria del acuerdo hasta marzo de 1936, a confirmación del mismo fue seguida poco después por la victoria electoral de la coalición del Frente Popular francés, bajo la dirección de Léon Blum. Esta feliz coincidencia parece que volvió a despertar el interés soviético en celebrar una convención militar con Francia que desarrollase su asociación diplomática hasta el punto de conseguir una alianza militar de hecho. Los líderes soviéticos defendieron este proyecto con especial ahínco desde principios del verano de 1936 hasta la primavera de 1937, el mismo período en el cual tuvieron también que definir sus líneas fundamentales en política exterior con respecto a la Guerra Civil española. La esperanza de que Francia pudiera convertirse en socio militar de Rusia era la principal influencia positiva (y, por supuesto, estaba claramente conectada con la principal preocupación de la política soviética en ese momento, la inquietud respecto a la Alemania de Hitler) que afectó a la actitud de Moscú frente a la Guerra Civil española, durante los meses cruciales de finales de 1936 y principios de 1937. Las esperanzas de una alianza del Kremlin con Francia no se frustraron definitivamente hasta la elaboración soviética de una línea política estable respecto a España, debido a la oposición en el seno del gobierno francés y del estado mayor del Ejército[37]. Fue por tanto la preocupación soviética por proteger la posición estratégica de su potencial aliado, Francia, la que produjo los cambios en la política rusa hacia España en las vitales fases iniciales de la guerra civil en este país. Así, según los datos aportados por los informadores a la Prefectura de Policía de París, el 25 de julio de 1936, el gobierno soviético había advertido a sus representantes que se abstuvieran de cualquier muestra de solidaridad con la España republicana que pudiera colocar a Francia en una situación incómoda ante Inglaterra, poniendo así en peligro los planes de Stalin de formar un bloque antinazi[38]. Del mismo modo, el vizconde Chilston se dio cuenta de que era precisamente esta preocupación la que había inducido a Moscú a abandonar su actitud inicialmente distante hacia el conflicto español. El 10 de agosto de 1936, el embajador británico comunicó a su gobierno la refutación de Karl Radek, publicada en Izvestiya el 4 de agosto, de la acusación nazi de que Moscú se había implicado en la guerra de España: Cuanto más gritan los fascistas alemanes sobre la intervención bolchevique o francesa en España, tanto más obvio parece que se están preparando para una acción seria, no sólo contra España, sino también contra Francia. Chilston hizo resaltar la importancia de esta última afirmación con el siguiente comentario: Esta última frase revela claramente el fondo del problema del gobierno soviético. Lenin profetizó hace tiempo que España sería la primera en seguir los pasos de Rusia, pero España y la revolución mundial pueden esperar; mientras tanto, cualquier amenaza contra Francia supone, un peligro para la Unión Soviética[39]. Los soviéticos no tardaron en percatarse de que el conflicto español podría suponer un grave peligro para Francia. El 14 de agosto de 1936 el diario Pravda publicó un editorial de esta guisa: Es absolutamente esencial someter a una seria consideración las posibles consecuencias de los acontecimientos en España para el futuro, la independencia y la seguridad de Francia[40]. Un régimen fascista en España, en alianza con Hitler o Mussolini, o con ambos, podría suponer una amenaza militar a lo largo de la anteriormente segura frontera pirenaica e incluso podría llegar a interrumpir las vías de comunicación metropolitanas con el norte de África francés, adonde se habían destinado numerosos efectivos militares en tiempos de paz en Europa. Como se ha mencionado anteriormente, el gobierno soviético firmó en efecto el acuerdo internacional de no intervención en España a finales de agosto de 1936, a pesar de la alarma creciente respecto a las posibles repercusiones de una victoria fascista allí. Sin embargo, como declaró el comisario popular para Asuntos Exteriores, Maxim Litvinov, ante la Liga de las Naciones el 8 de septiembre de 1936, «el gobierno soviético se ha sumado a la declaración de no intervención en los asuntos españoles sólo porque una potencia amiga [es decir Francia] temía el estallido de un conflicto internacional de no acordarse ésta»[41]. Reconociendo que el gobierno del Frente Popular de Blum estaba demasiado dividido en la cuestión de la ayuda a la República Española como para tomar medidas prácticas con el fin de salvaguardar los intereses estratégicos franceses en España, los soviéticos se manifestaron a favor del acuerdo de no intervención con la esperanza de que el plan surtiera el efecto deseado de contener el conflicto, acabando con la ayuda fascista extranjera a Franco. No obstante, cuando la continua ayuda ítalogermana llevó a los insurrectos españoles al borde de la victoria a finales de septiembre y principios de octubre de 1936, el gobierno soviético se decidió a intervenir para salvar a la España republicana al darse cuenta de que el gobierno francés estaba demasiado paralizado por las disensiones internas respecto a España como para adoptar alguna resolución en favor de su propia protección[42]. Stalin dejó claro que su determinación de defender a Francia era el único motivo tras su intervención en España, cuando discutió el asunto con Pascua a principios de 1937: España, según ellos [los líderes soviéticos] no es apta para el comunismo, no está preparada para adoptarlo y menos [aún] para que le sea impuesto, y tanto si lo adopta como si se le impone no podría durar, rodeada como está de regímenes burgueses hostiles. Al oponerse al triunfo de Italia y Alemania, tratan de prevenir cualquier debilitamiento del poder francés y de su situación militar[43]. Es más, el factor decisivo que impelió a la URSS a involucrarse en el conflicto español fue la conciencia de que no sólo se defendería a Francia, el eje del embrionario sistema defensivo soviético, sino que se ampliaría un sistema de defensa colectivo que abarcaría otras potencias democráticas, especialmente Gran Bretaña. La defensa de la España republicana contra la agresión fascista podría constituir una base sólida para la cooperación entre la Unión Soviética y las democracias occidentales, una asociación eficaz que podría transformarse en una alianza militar en toda regla con Gran Bretaña y Francia, haciendo así realidad los planes generales del Kremlin para la protección de la Rusia comunista ante la Alemania nazi. Sin duda era éste el deseo expresado por el embajador soviético en Alemania, Yakob Z. Suritz, en una carta enviada a Moscú el 12 de octubre de 1936: «Es posible que nuestra decisiva declaración sobre la cuestión española tenga una influencia positiva y conduzca a la consolidación de los elementos opuestos al fascismo»[44]. El papel de los consejeros soviéticos y los comunistas españoles a la hora de restringir, invertir e incluso reprimir el proceso revolucionario dentro de la zona republicana de España parece poder explicarse, en parte al menos, por la determinación de Stalin de que el régimen español presentase una imagen moderada, burguesa y democrática ante los políticos capitalistas de Gran Bretaña y Francia, en caso de que se decidieran a organizar una operación de rescate conjunta anglofranco-soviética en su defensa. Stalin aconsejó al respecto al jefe de gobierno socialista de la España republicana, Francisco Largo Caballero, en una carta fechada el 21 de diciembre de 1936: La pequeña y media burguesía urbana debe ser atraída hacia el lado del gobierno. […] Los líderes del Partido Republicano no deben ser repudiados; al contrario, deben ser ganados, atraídos hacia la causa del gobierno, persuadidos de que se pongan a trabajar para el gobierno… Esto es crucial si queremos evitar que los enemigos de España la presenten como una república comunista, y evitar así una intervención abierta en su contra, que es el mayor peligro al que se enfrenta la España republicana[45]. Por otro lado, una República española radical asustaría a los conservadores en Gran Bretaña y Francia, cuya cooperación buscaban los soviéticos para una acción conjunta ante la Guerra Civil, con el propósito inmediato de salvar a la España republicana, pero con otra intención más importante, que era la de obtener la participación anglo-francesa en un bloque antinazi que garantizase la seguridad estratégica de la URSS. En efecto, el nuevo embajador francés en Moscú, Robert Coulondre, advirtió explícitamente a los funcionarios soviéticos, Litvinov incluido, en varias ocasiones entre finales de noviembre y principios de diciembre de 1936, que el triunfo de los anarquistas y los comunistas en España tendría efectos adversos en las relaciones francosoviéticas[46]. De hecho algunos republicanos españoles perspicaces observaron una clara desgana por parte soviética en lo tocante a contribuir a su causa en una escala mayor que la que los franceses y los ingleses pudieran tolerar o incluso apoyar. Así, el presidente de la República española, Manuel Azaña, aseguraba en agosto de 1937 que la Unión Soviética evitaría cualquier acción de apoyo a la España republicana que pudiera dañar las relaciones de Moscú con Gran Bretaña o que comprometiera su búsqueda de «amistades occidentales»[47]. De nuevo, Pascua informó a su gobierno en enero de 1937 de que el apoyo soviético a la causa republicana española «estaba condicionado a una actitud más clara y efectiva por parte de Francia, subordinada sin duda a la solidaridad inglesa»[48]. En consecuencia, los soviéticos lideraron una contrarrevolución socioeconómica dentro de la España republicana con el fin de proyectar una imagen creíble frente a París y Londres de la República española como una democracia burguesa moderada. En este proceso se desmantelaron las colectividades agrarias, se devolvieron las industrias colectivizadas a la empresa privada, se destruyó (con un celo ideológico abiertamente sectario) el Partido Obrero de Unificación Marxista, de talante «trotskista», y se incorporaron la milicia socialista y la anarcosindicalista a una nueva formación regular, el Ejército Popular de la República[49]. El resultado inevitable de este ejercicio de represión fue la destrucción del ánimo popular en las masas de la España republicana, cuya fuerza dirigida hacia la acción directa y espontánea había salvado a la República en los primeros días del pronunciamiento militar contra la misma, entre el 18 y el 20 de julio de 1936. La energía del pueblo debía ser controlada y el proceso revolucionario canalizado si se quería ganar la Guerra Civil. Pero la brutal represión comunista de la revolución socialista y anarcosindicalista de izquierdas privó quizás a la República española de una parte de su fuerza de base interna. Tan sólo la ayuda extranjera, la esquiva intervención de Gran Bretaña y Francia, hubiera podido salvar a la desmoralizada y dividida República. Pero la estrategia comunista soviética no consiguió alcanzar este objetivo: la indiferencia británica y la indecisión francesa condenaron a la España republicana. De todos modos, Moscú siguió ejerciendo una influencia moderadora sobre los acontecimientos políticos y sociales ocurridos en la zona republicana a lo largo de la Guerra Civil española, con la esperanza de que algún día se produjera una asociación estratégica con las democracias occidentales. Este cortejo a las potencias capitalistas en el ruedo ibérico se mantuvo vigente a pesar de su nula efectividad y de la condena que sufrieron a causa de ello los comunistas españoles por parte de los demás grupos izquierdistas. En realidad, las voces discrepantes se alzaron incluso desde el seno del Partido Comunista Español a medida que la suerte de la guerra se decantaba contra la República, con el avance de la ofensiva aragonesa lanzada por las fuerzas franquistas el 9 de marzo de 1938, con cantidades ingentes de material bélico y aviación alemana e italiana. Al retirarse los republicanos españoles ante esta ofensiva, los redactores del órgano del Partido Comunista, Mundo Obrero, establecidos en Madrid y por ello un tanto alejados del control directo por parte de la dirección del partido, situada en Barcelona, manifestaron una clara oposición a la postura oficial del partido respecto a la Guerra Civil. La edición de Mundo Obrero del 23 de marzo de 1938 contenía un artículo en el que se rechazaba la idea de que el destino de la España republicana dependiera de constreñir su revolución sociopolítica para asegurar que la lucha se limitara a una defensa de la democracia burguesa y la independencia nacional, objetivos encaminados a agradar a los demócratas extranjeros. Este artículo rechazaba el argumento de que «la única solución para nuestra guerra es que España no sea ni fascista ni comunista, porque esto es lo que Francia quiere», y afirmaba a su vez que la Guerra Civil la ganaría únicamente el pueblo español «a pesar de la oposición del capitalismo»[50]. La dirección del partido comunista se movilizó inmediatamente para imponer de nuevo la conformidad con la política del Kremlin respecto al conflicto español y el 30 de marzo se publicó una carta dirigida a los redactores de Mundo Obrero, firmada por José Díaz. La carta confirmaba la línea oficial del partido: Afirmáis que «el pueblo español vencerá a pesar de la oposición del capitalismo» […] pero, políticamente, esto no corresponde ni a la situación ni a la política de nuestro partido y de la internacional comunista. En mi informe al pleno de noviembre de nuestro comité central, afirmamos que: Hay un terreno en el cual todos los Estados democráticos pueden unirse y actuar conjuntamente. Es el terreno de la defensa de su propia supervivencia frente al agresor común: el fascismo; es el terreno de la defensa contra la guerra que nos amenaza a todos. Cuando aquí hablamos de «todos los Estados democráticos», no estábamos pensando sólo en la Unión Soviética, donde existe la democracia socialista, sino también en Francia, Inglaterra, Checoslovaquia, en los Estados Unidos, etc., que son países democráticos pero capitalistas. Queremos que estos países nos ayuden; creemos que al ayudarnos defienden también sus propios intereses; pretendemos hacerles entender este hecho y por ello les pedimos ayuda[51]. Como apunta Fernando Claudín, la reveladora referencia de Díaz a la guerra «que nos amenaza a todos», indica que la aprensión de Rusia ante un posible ataque fascista a la URSS, y no la guerra en curso contra la democracia española, era el principal argumento tras esta reafirmación de la línea comunista oficial, y sin duda, de la propia política soviética[52]. Cuando al secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores francés, Alexis Léger, le comunicaron en octubre de 1936 la decisión soviética de involucrarse en la Guerra Civil española, el diplomático francés se quedó «un tanto desconcertado por el repentino cambio en la política rusa». Pensando que «Stalin no tenía ideales», que era un «realista y un oportunista», Léger no podía más que especular sobre las razones de este repentino cambio de rumbo en la política soviética hacia España. Pensaba que «los idealistas en Rusia, los seguidores de Lenin y Trotski y los defensores de la guerra mundial y la revolución» habían conseguido convencer al reacio Stalin[53]. El homólogo de Léger en el Foreign Office británico, Sir Robert Vansittart, se mostró igualmente perplejo por este giro en la política soviética, como demuestra su comentario al recibir noticia del mismo: Es un acontecimiento bastante sorprendente considerando que el crecimiento del peligro alemán en Europa había provocado que, desde 1933 hasta este verano, Rusia hubiera estado tratando de granjearse en lo posible la amistad de las democracias occidentales y de frenar en parte sus doctrinas revolucionarias[54]. Sin embargo, y tal como venimos explicando, la intervención de Stalin en la Guerra Civil española no se debió a un resurgir del internacionalismo revolucionario en la política exterior soviética. Al contrario, la injerencia soviética en el conflicto civil español tenía como objeto consolidar y quizás incluso completar con una alianza militar, el acercamiento de Moscú a las potencias occidentales frente a la común amenaza del nazismo. El doctor Juan Negrín López, jefe de gobierno de la España republicana en los últimos años de la Guerra Civil, comprendió bien la lógica de la política soviética hacia su país, como demuestra su declaración ante el consejo de relaciones exteriores de los Estados Unidos, en mayo de 1939: Moscú trató de hacer por Francia e Inglaterra lo que estos países debían haber hecho por sí mismos. La promesa de ayuda soviética a la República española tenía como objeto conseguir en última instancia que París y Londres se percataran de los riesgos que correrían en el caso de producirse una victoria ítalo-germana en España y que se aliaran con la URSS para apoyarnos. Múnich, con su innecesario rendimiento ante los totalitarios, aplastó probablemente esta esperanza hasta eliminarla. Moscú solo no podría habernos salvado […] Francia e Inglaterra nunca actuaron al dictado de sus propios intereses imperiales[55]. De hecho, Litvinov le había rogado a Coulondre a finales de noviembre de 1936 una vuelta al (estereo) tipo anglofrancés: Lo que necesitamos en Francia, en el interés de unas buenas relaciones francosoviéticas, son buenos patriotas. […] Del mismo modo, lo que necesitamos en Inglaterra son imperialistas, buenos imperialistas británicos […][56]. El fracaso de la política exterior de Stalin en España parece, por lo tanto, haberse originado en la «corrección objetiva» de su valoración de los asuntos internacionales que se barajaban en este país. Si calculamos atentamente la importancia de la base común española sobre la cual las democracias burguesas podrían haber cooperado con la Unión Soviética contra la amenaza del fascismo, veremos que Stalin subestimo los factores subjetivos que impedían dicha colaboración. Paradójicamente, en lugar de convertirse el suelo español en lugar de encuentro de una alianza antinazi entre el este y el oeste, los estadistas anglofranceses consideraron la injerencia soviética en España como objeto de recelo en lugar de confirmación. Así, el secretario británico del Foreign Office, Anthony Edén, admitió ante Negrín en septiembre de 1937 que su primer ministro, Neville Chamberlain, temía que «el comunismo echara sus zarpas sobre Europa occidental» gracias a la Guerra Civil española[57]. Por otro lado, el ministro de Asuntos Exteriores francés, Yvon Delbos, llegó a sospechar, a finales de 1936, que los soviéticos podrían estar tratando de usar el conflicto español como un medio de forzar a Francia a entrar en conflicto directo con Alemania[58]. El anticomunismo instintivo de los estadistas británicos y la doctrinaria antipatía de muchos políticos franceses hacia cualquier conexión soviética frustraron la intención de Stalin de formar una alianza de potencias antifascistas. Ello debió de resultar paradójico a un político comunista como Stalin, que estaba dispuesto a subordinar los imperativos ideológicos a las exigencias de la Realpolitik, o al menos a hacerlos compatibles con ésta. 5 CAMPO DE BATALLA DE LAS REPUTACIONES: IRLANDA Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA R. A. STRADLING I. REPRESENTACIÓN En una reciente película situada en la guerra española, el joven de Liverpool Dave Carr —paradigma de héroe de clase obrera que encarna el cumplimiento de los deseos de tantos escritores de izquierdas— llega al frente de Aragón con una partida de nuevos reclutas del POUM. Mientras avanzan colina arriba hacia sus trincheras, interrumpen a una pareja que aprovecha el momentáneo cese de la guerra para hacer el amor bajo un árbol. Resulta que la parte masculina de esta asociación es el comandante del pelotón al que pertenece Dave, Pat Coogan, exmiembro del IRA, enemigo acérrimo del fascismo y el imperialismo británico y tan temerario en las pasiones del amor como en las provocadas por el compromiso político y el ardor de la batalla. Pocas semanas más tarde, muere en un curioso incidente plagado de ironías. Durante un ataque a un pueblo en manos del enemigo, cae bajo las balas, no de un soldado enemigo, sino del párroco, que está disparando a traición desde la torre de la iglesia. Coogan es enterrado en suelo español bajo la bandera tricolor irlandesa, mientras sus camaradas entonan «La Internacional» y su chica pronuncia un discurso similar a los de la Pasionaria[1]. Coogan, con su cabello y su pañuelo rojos, es un estereotipo, una imagen que encarna elementos generalmente atribuidos a los irlandeses. Es un rebelde libertario, violento y tierno al mismo tiempo, ejemplo de coraje y fuerza, un soldado y un mártir por la causa. Éstas son, para muchos, las esencias de lo irlandés. Cada una por separado constituye una razón apremiante por la que los irlandeses fueron a España y juntas parecen ofrecer una expresión indiscutible de la fe de una República lograda con esfuerzo en el triunfo final de una querida hermana contra las fuerzas de la opresión. Pero entonar esta letanía ad infinitum homenajeando su significado en himnos y arias tales como la conocida balada de Christy Moore «Vive el Quinte Brigada» [sic] —en la que los nombres de los héroes muertos son entonados solemnemente— forma parte de una conmiseración convencional que elude la contradictoria realidad de la respuesta irlandesa ante la Guerra Civil española. Como revela la propia película Tierra y libertad, la cuestión histórica es ya suficientemente tortuosa incluso sin el peculiar giro de la dimensión irlandesa. Por ejemplo, si el cura «fascista» no hubiera matado a Coogan, nuestro héroe podría haber acabado —como miembro del «objetivamente fascista» POUM— eliminado por sus camaradas estalinistas[2]. Y lo que resulta aún más chocante para la sensibilidad liberal es que muchos de los irlandeses que fueron a España en 1936 no estaban alistados en las filas de la república, sino en la de sus enemigos, los nacionales. II. LA REPUTACIÓN «¡No pasarán! ¡La lucha continúa!». La misma frase pronunciada por la chica de Coogan sobre su tumba aragonesa es repetida ritualmente por la apesadumbrada nieta de Carr en el cementerio de Liverpool, sesenta años más tarde. La Guerra Civil española ha llegado a simbolizar los modernos ideales de progreso y a representar el capítulo más significativo de la larga marcha del socialista universal. Para una minoría —especialmente para los veteranos de izquierdas supervivientes — constituye aún un espacio vivo y (lo que es más) vital de la lucha. Esto se debe a que la libertad y el progreso han estado siempre y en todo lugar amenazados y a que los recursos para defenderlos en el aquí y el ahora pueden obtenerse de esta singular experiencia española. Por estas razones también, el pasado es una cuestión de reputación; la reputación procede del compromiso y el compromiso del sacrificio. Así, aquellos que han luchado en una guerra, o han perdido amigos, maridos, hijos, tíos o amantes, no se conformarán con menos que una justificación absoluta. No es simplemente el celo por la valía personal. La reserva de la memoria del honor, el sentido del valor ilustre, es colectivo, abstracto y metafísico. No se ve afectado por los sórdidos compromisos y las divisiones sangrientas del período en sí; ni por la naturaleza variable de la memoria histórica de este episodio que hemos dado en denominar «la Guerra Civil española»; ni por alteraciones efímeras en la moda intelectual. Quizás se parezca más a la doctrina católica de la ilimitada fuente de virtud proporcionada por Cristo, sus santos y sus mártires, que a la noción marxista del valor material excedente. A fin de cuentas —como en cualquier complejo mítico— se trata del poder y las relaciones de poder. Proporciona una fuente de valor para los que se entregan a la defensa de la libertad en el presente y el futuro. Las trincheras a lo largo del Jarama deben ser defendidas y abastecidas: un día, la colina 481, que se alza sobre Gandesa, en el frente del Ebro, será por fin conquistada. La comunidad de verdaderos progresistas, sin embargo, debe ser definida con claridad. No todos pueden pertenecer a ella: los siniestros herederos del fascismo internacional especialmente, maestros siempre del disfraz, no deberían nunca acercarse al santuario. En efecto, por definición, estos herejes no pueden sentir un auténtico deseo de salvación, sino que sólo pueden tener la misión de robar, profanar, menoscabar o trastornar el Arca de la Alianza. Paradójicamente, aunque su valor sea infinito para sus miembros, la reputación no puede compartirse con otros. Cualquier otra persona u organismo que ose detentar una herencia benéfica derivada de la Guerra Civil española resta puntos del legado de reputación. Esta vigilancia ha mostrado un rostro especialmente amargo en Irlanda, donde los que se alzaron en armas contra la causa del Frente Popular se arrogan dicho mérito. En este caso, las sanciones antes mencionadas se ven especialmente reforzadas por las de un nacionalismo populista radicado en una mitología de la autopercepción. El concepto mismo del «fascista irlandés» parece un oxímoron perverso, una contradicción cultural en los términos. En todos los sentidos de la expresión, el fascismo no tiene lugar en la historia irlandesa. Sugerir lo contrario supone manchar la reputación de la propia República Irlandesa, considerada como un Estado moderno, democrático y progresista. En la Irlanda moderna, la experiencia del fascismo autóctono ha levantado tanta inquietud que no se ha alentado el estudio histórico del mismo. Cuando se recuerda la unidad de voluntarios que fue a España con el general Eoin O’Duffy, se reacciona con un silencio avergonzado o se bromea despectivamente sobre ello como si se tratara de una anécdota sin importancia. En cambio, cuando se menciona al contingente contrario, no se bromea ni hay asomo de vergüenza. Los hombres de la llamada «Columna de Connolly» se consideran poco menos que guardianes de la civilización. El monumento a los voluntarios fallecidos, situado junto a Liberty Hall, la sede de los sindicatos en la capital de Irlanda, «fue descubierto por el señor alcalde como parte del programa de Dublín, capital europea de la cultura». En cambio, no existe ningún monumento en Irlanda para los hombres que lucharon y murieron por unos ideales muy diferentes: en general, para preservar el derecho de libertad de creencia y culto religioso; en particular, para defender la fe católica y la vida de los hombres y mujeres que profesaban en las órdenes sagradas. Estos principios no son menos civilizados que los defendidos por sus oponentes y su disposición a sufrir y morir por ellos no es menos digna de reconocimiento. Llegado el momento, el sacrificio exigido a los internacionales irlandeses fue considerablemente mayor que el que se impuso a la mayor parte de los miembros de la brigada O’Duffy. Como dijo el poeta, «un sacrificio demasiado largo puede transformar el corazón en piedra»[3]. Así, no resulta fácil para los supervivientes reconocer cualidades positivas en hombres de su propia nación que fueron miembros de un ejército responsable de la muerte de sus camaradas y que (es más) derrotó completamente la causa republicana. El presente ensayo es obra de alguien que admira a los voluntarios de ambos bandos y que lamenta que el proceso de revisión será inevitablemente considerado por una de las partes como un intento de reducir su legado de reputación. III. POLÍTICA Como demuestra el éxito de la película de Loach/Allen dentro y fuera de España, el objeto de la misma sigue despertando un considerable interés popular. En un nivel contextual básico, el destino de la España de los años treinta se percibe como parte de la historia de otras varias docenas de países de Europa y del mundo[4]. En la mayor parte de los casos, es imposible afirmar que dichas naciones —tanto sus gobiernos como su población— estuvieran de un lado u otro de la contienda. Sabemos, sin embargo, que un gran número de ciudadanos de estos países fueron a España voluntariamente a luchar por la República; y que en los años siguientes la comunidad de historiadores y otros intelectuales de las naciones involucradas aplaudió este acto y deploró la patética neutralidad de sus gobiernos. Pero el caso irlandés es radicalmente distinto; infringe la norma, subvirtiendo muchos de los supuestos que rodean la mitología y la historiografía de la guerra de España — de las cuales Tierra y libertad no es más que un vehículo especialmente influyente y actual. El gobierno del Estado Libre (Saorstát) se mantuvo neutral, pero la mayor parte de la población apoyaba al bando nacional, en no pocos casos de manera abierta y activa. Mientras que en Gran Bretaña se presionó principalmente a los gobiernos de Baldwin y Chamberlain para que apoyaran materialmente al gobierno de iure de la República, en el Saorstát se apremió más aún a Eamon de Valera y los miembros del gabinete para que reconocieran el régimen de Franco. De hecho, la mayoría de los partidarios del gobierno Fianna Fáil de De Valera —el sector más humilde del electorado— le reprochaba su política de no intervención[5]. La devoción por el catolicismo, tanto profesado como practicado, era una característica palpable en la sociedad irlandesa de esa década. Esta devoción cruzaba claramente las barreras económicas e intelectuales, lo cual estaba en franca discordancia con la situación en el resto de Europa, incluida, en gran medida, la propia España. Incluso en el ámbito británico se ha demostrado recientemente que el catolicismo era un factor que dificultaba seriamente los intentos de la clase obrera por mostrar un frente unificado respecto a la guerra de España[6]. En el caso del Saorstát, no basta con decir que se le podría dar la vuelta a la oración anterior. Incluso las políticas del movimiento sindical irlandés y del partido laborista estaban dominadas por sentimientos claramente antirrepublicanos. Aunque sería una exageración afirmar que el factor de clase no era fundamental en la política irlandesa, la simbiosis del catolicismo con la causa de la independencia nacional —un proceso gradual y a menudo doloroso— era a mediados de los años treinta un fenómeno ya asimilado culturalmente. La clase social, o al menos la orientación educativa que la acompañaba, podría haber predispuesto a los individuos a aceptar o rechazar las manifestaciones del clero en asuntos políticos. Pero los datos sobre la opinión pública irlandesa sugieren que en 1936 tan sólo una minoría de la clase obrera urbana y de la intelectualidad de clase media de ambos sexos se mostraba indiferente —y menos aún, hostil— a la causa de la Iglesia Católica en España[7]. Con esto no quiero insinuar que la política y la sociedad irlandesa estuvieran libres de profundas divisiones. De entrada, lo que anteriormente denominamos, de manera un tanto artificial, la «causa de la independencia nacional» no significaba lo mismo en absoluto para todos los ciudadanos del Estado Libre. Como en otros países, los que exigían que el gobierno de Dublín se comprometiera con la no intervención y apoyara la «legítima» República Española formaban parte de la amplia ala izquierda de la política. La diferencia consistía en que los elementos más radicales de este sector no eran los socialistas, sino grupos nacionalistas radicales del IRA —elementos irreconciliables que permanecieron aislados por la formación del nuevo partido Fianna Fáil de De Valera, así como por la adopción de la vía constitucional en 1927—. Estos hombres veían la independencia nacional como un hecho humillantemente incompleto sin la integración de los seis condados del norte y, por lo tanto, consideraban que la guerra contra Gran Bretaña seguía en pie. Habían seguido a De Valera a la oposición y la guerra civil en 1922-23, negándose a aceptar el tratado que sancionaba la división de la isla de Irlanda, negociado por sus compañeros del Sinn Féin con Lloyd George[8]. Por su parte, estos últimos formaron un grupo partidario del tratado, que gozaba de una holgada mayoría en el Dáil. Tras su victoria en la guerra civil, se convirtieron en el partido gobernante de la nueva nación. La guerra en sí, aunque duró menos de un año, fue despiadada y sangrienta y envenenó la política irlandesa hasta el punto de que incluso hoy en día sigue levantando ampollas[9]. Como consecuencia de la guerra, el IRA pasó a la clandestinidad, mientras que los que habían apoyado la «rebelión» vieron obstaculizadas sus posibilidades de encontrar empleo en el sector público. El partido victorioso (Cumann na nGhaedheal) gobernó Irlanda, bajo la dirección de W. T. Cosgrave, hasta las confusas elecciones generales de 1932. Desalojados finalmente del gobierno por Fianna Fáil al año siguiente, se dividieron en facciones que se recriminaban mutuamente. En 1936, sin embargo, ya se habían reagrupado en el nuevo partido Fine Gael y consiguieron crear una oposición parlamentaria eficaz. Su apoyo en favor de Franco y los nacionalistas españoles y las inconsistentes posturas de sus antiguos enemigos parecían anunciar una vuelta a las hostilidades intestinas de 1922. Así, después de 1933, la herida en el costado de Irlanda se volvió a abrir y sangró más profusamente que en ningún momento desde el final de las hostilidades diez años antes. Legalizado por De Valera tras su apretada victoria en los comicios de 1932, el IRA comenzó una campaña de incesante intimidación física de los opositores. En la confusión producida por la repentina pérdida del poder y el espacio al que estaban acostumbrados, los que habían sido partidarios de Cosgrave quedaron convencidos de que el IRA estaba siendo utilizado por sus oponentes para expulsarlos de la vida pública. Aunque veían a De Valera como un potencial dictador, en realidad se había enquistado el enfrentamiento entre Fianna Fáil y el IRA[10]. En 1933 se produjo un auge paramilitar. De Valera fundó la Fuerza de Reserva del Ejército (FCA), que era en efecto una sección uniformada de su partido, pero cuya intención era evitar que los jóvenes parados se alistaran en el IRA. Por otro lado, despidió al comisario de Policía, general Eoin O’Duffy, fundador de la policía nacional desarmada (la Garda Siochána) y procedió a nombrar a nuevos directivos y miembros de su grupo, más adeptos a las necesidades del gobierno. En unas pocas semanas, O’Duffy había aceptado el liderazgo de la Asociación de Camaradas del Ejército, un cuerpo de antiguos miembros del ejército (o sea, veteranos de 1922-23 favorables al tratado). En unos pocos meses, O’Duffy, junto a un puñado de colaboradores, lo había transformado en un cuerpo semiuniformado que se pavoneaba en bulliciosos mítines y que no se amedrentaba ante la posibilidad de una confrontación violenta con el IRA. Los Camisas Azules —como se autodenominaron posteriormente— formaban una organización protofascista que llegó a alcanzar una militancia de unos cuarenta mil miembros y adoptó un programa derivado de las enseñanzas católicas (o «democratacristianas») y los ideales económicos del fascismo italiano (o «corporativistas»). A diferencia de sus adversarios, nunca se declararon abiertamente contrarios a la constitución. La mayor parte de los Camisas Azules con un cierto criterio no tenía reparos a la hora de reconocer su intención de cambiar la naturaleza de la democracia en Irlanda, pero pocos hubieran aceptado la apelación de «fascistas» excepto quizás ocasionalmente en el calor de un encendido debate, al verse forzados a reconocer al fascismo como la forma más extrema y, por lo tanto, efectiva de resistencia frente al comunismo ateo[11]. Tan sólo unos pocos hubieran apoyado que O’Duffy se convirtiera en un dictador y muy pocos de sus rivales querían un papel similar para Eamon de Valera. Sin embargo, durante más de dos años 1933-35), la democracia en Irlanda se vio seriamente amenazada. Con los enfrentamientos armados que se producían en las calles de Dublín y Cork y con la especie le enfrentamiento de guerrillas que tenía lugar en el campo, el gobierno parecía atrapado en un fuego crúzalo entre la alianza radical de izquierdas-IRA y los Camisas Azules. Aún no se había conseguido restaurar un cierto orden —debido principalmente a las divisiones entre los dirigentes de grupos rivales— cuando estalló la Guerra Civil española en el verano de 1936. La declaración de la Segunda República española en 1931 había sido recibida con agrado por la mayor parte de las corrientes de opinión irlandesas. El sentimiento general de solidaridad con una gran parte de las aspiraciones demócratas y reformistas de España restó fuerza a la reacción irlandesa ante los indicios de anticlericalismo visceral desatado por la llegada de la República. Sin embargo, a medida que se hacía cada vez más evidente la firme intención de la República Española de enfrentarse a la Iglesia y destruir su poder, y especialmente cuando esta política se convirtió (desde el punto de vista de los católicos) en una verdadera persecución, la opinión de los irlandeses comenzó a cambiar. Antes del verano de 1936, sin embargo, la alarma era relativa; en efecto, la represión del Tercer Reich contra sus ciudadanos católicos conseguía una mayor atención y condena por parte de la prensa. La sublevación militar de julio de 1936 y la revolución social que precipitó en varias regiones de España transformaron esta situación de un día al otro. Inmediatamente, comenzaron a aparecer en los periódicos historias sobre las atrocidades cometidas contra los católicos, especialmente contra el clero. Los meses de verano estuvieron marcados por una saturación informativa, impulsada por el suministro aparentemente inagotable de noticias sensacionalistas sobre asesinatos de clérigos. Esto levantó a su vez un coro de indignación, expresado en la prensa y en los púlpitos, así como en todo tipo de reuniones públicas, desde los bares a los consejos municipales[12]. La masacre de clérigos en la España leal a la República es un episodio que ya no suscita controversia. Aunque los datos exactos no se conocerán nunca, parece seguro que entre siete y diez mil clérigos, entre ellos cientos de monjas y más de doce obispos, murieron de forma violenta en 1936[13]. Muchas de las noticias sobre las atrocidades, divulgadas por los medios de comunicación de la época, estaban plagadas de exageraciones. La representación errónea de los hechos estaba tan políticamente motivada y era tan sistemática como las propias atrocidades. Su función era provocar el temor y el odio universal contra la revolución socialista. En la prensa y los noticiarios cinematográficos los grupos de terroristas eran siempre denominados «rojos». En ningún sitio logró mejor su objetivo esta campaña que en el Estado Libre de Irlanda. Parecían justificadas las reiteradas advertencias por parte de las jerarquías respecto a que los agentes de la revolución bolchevique se estaban infiltrando en la propia Irlanda. Este proceso se representaba en los mismos términos que el propio Stalin trataba de evitar con tanto afán, o sea, como parte de una conspiración mundial dirigida desde Moscú. En Irlanda —a pesar de las caritativas críticas de los católicos — la simpatía hacia los latifundistas españoles y otros plutócratas cuya propiedad estaba siendo expropiada a la fuerza por el pueblo era muy limitada. Pero cuando se llegó a las matanzas de curas y monjas, la destrucción gratuita de iglesias y la profanación simbólica de objetos de culto habitual, la gente se mostró indignada. Una ola de fervor anticomunista barrió Irlanda, especialmente en los pueblos y aldeas de las zonas rurales, que entonces albergaban a dos tercios de la población total del país[14]. Pero esta mayoría tenía muy pocos conocimientos sobre España. Para conseguir una identificación plena del pueblo con un sector ultrajado de la sociedad española y predisponerlo contra otro sector, compuesto teóricamente de bandidos criminales controlados por los agentes de un poder y una ideología extranjeros, hacía falta un catalizador. IV. LA HISTORIA Con este propósito, se decidió revisar pertinazmente el pasado de Irlanda. Por lo que respecta a la educación nacional —principalmente en manos de los clérigos católicos— la historia había sido ya mitificada profundamente, dotada de un carácter poderosamente romántico y rodeada de un aura particularmente seductora. En los periódicos procatólicos, desde el Cork Examiner, de tirada nacional, hasta ediciones locales como el Tuam Herald, aparecieron artículos celebrando las gloriosas cruzadas de la historia de España, su profunda tradición religiosa y artística, las visiones de sus santos y el sufrimiento de sus mártires. Dado que la nación estaba experimentando uno de sus habituales resurgimientos del culto mariano, se decidió abundar en la tradicional devoción del pueblo español por la santa Virgen[15]. Se podría sospechar, incluso, que el mismo medio artístico que en 1995 contribuyó a provocar una ola de simpatía póstuma hacia la revolución española estuvo involucrado en la campaña de 1936 para ahogar dicha revolución fuera como fuese. Dos de los largometrajes proyectados en cines de pequeñas ciudades en septiembre de 1936 fueron [16] The Crusades y Castles in Spain . Mientras tanto, el 10 de agosto, el general O’Duffy hizo un llamamiento en The Independent pidiendo voluntarios con el objeto de formar una brigada irlandesa para luchar en España, «al lado de las fuerzas cristianas»[17]. En las siguientes semanas, se recordó a los lectores que España siempre había estado del lado de Irlanda durante los siglos de opresión del protestantismo inglés. En el «día del desagravio por España» en la catedral de St. Mel, en Longford, el obispo MacNamee terminó su sermón con una peroración que —a pesar del anticlímax final— más bien parecía una llamada a las armas. España ha tenido siempre una relación muy estrecha con nuestra Irlanda. Nos apoyó contra la persecución religiosa en la época de Isabel. Ofreció un hogar a nuestros príncipes exiliados. Instruyó a nuestro capitán católico más importante, el héroe de Benburb [Owen Roe O’Neill]. Roguemos entonces por España[18]. Los supervivientes de la Armada Invencible (se afirmaba con dudosa veracidad) habían sido recibidos y protegidos por los católicos gaélicos. Lo que más a menudo se invocaba eran los nombres de los líderes de la diáspora que siguió a la derrota de la rebelión apoyada por España contra Isabel I: los O’Donnell Abu, los O’Neill y los O’Sullivan Mór. W. B. Yeats había utilizado esta tradición de los earls y el importante legado nacional de los caballeros exiliados (los llamados «Wild Geese» [Ocas Salvajes]) en algunas marchas militares escritas para los Camisas Azules en 1934. Si perdemos, toda la historia se convertirá en basura, Todo ese gran pasado en una curiosidad para idiotas. Aquellos que vengan después se burlarán de O’Donnell, Se burlarán de la memoria de los dos O’Neill[19]. Siguiendo su ejemplo, O’Duffy citaba a estos héroes épicos al explicar la deuda de Irlanda con el patrocinio religioso y militar de España, que fue uno de los aspectos que le inspiraron a llevar a cabo su cruzada. Según la explicación de O’Duffy, el general Mola se había referido en privado a esta tradicional conexión entre las dos naciones, durante sus negociaciones en Valladolid[20]. De hecho, algunos de los grandes de España descendientes de los antiguos caudillos irlandeses (los Chieftains) se interesaron en particular por la Brigada Irlandesa durante su estancia en la Península. No parece demasiado probable que esta explotación del sentimiento históricoromántico constituyera un acicate tan fuerte para los reclutas como la motivación religiosa en sí —pero ambos elementos se combinaban perfectamente a ojos de muchos jóvenes idealistas católicos, y sobre todo para los futuros oficiales que se habían perdido las gloriosas aventuras de 1916-21. A primeros de noviembre de 1936, los estudiantes de la Sociedad Histórica del Trinity College debatieron los aspectos relacionados con la guerra española: el marqués MacSwiney de Mashanaglass, que presidía la reunión, intervino en clara defensa de la postura de O’Duffy: La gente podría preguntarse qué hacían los irlandeses metiéndose en los asuntos de otra gente. Pero él [el marqués] señaló que el rey Felipe V concedió a los católicos irlandeses […] todos los derechos y privilegios de los súbditos españoles. No tema conocimiento de que las Cortes hubieran aprobado ninguna medida revocando este privilegio[21]. Este parlamento, claramente ultra vires por más que procediera de la misma presidencia, fue suficiente para persuadir a la audiencia, protestante en su práctica totalidad, para que apoyara la causa rebelde con más de dos tercios de los votos. Pero el lado republicano también estaba impaciente por reclamar la aprobación de la historia. En este bando, sin embargo, el sentimiento se centraba más en el pasado reciente y en una inspiración algo más laica: Wolfe Tone y la tradición jacobina, O’Donovan Rossa y los primeros Fenians, «relacionados con Marx y Engels a través de la Organización Internacional del Trabajo»[22]. Tanto el congreso del IRA como el Partido Comunista Irlandés, que colaboraron en organizar la contribución de Irlanda a las Brigadas Internacionales, consideraban la persona de James Connolly, el mártir socialista de la sublevación de la Semana Santa de 1916, como el catalizador de sus esfuerzos. El nombre de Connolly se utilizó más tarde para bautizar un batallón que en principio sería exclusivamente irlandés. El motivo (el principal quizás) que precipitó la intervención de la izquierda era el siguiente: la necesidad de contrarrestar la iniciativa de O’Duffy y salvar el honor de Irlanda, que aquél amenazaba con mancillar[23]. Es más, algunos veteranos irlandeses de las Brigadas Internacionales acabarían insistiendo en que eran ellos y no sus rivales los que merecían el reconocimiento de ser los «Wild Geese» modernos[24]. V. LA EXPERIENCIA Durante el período de veintidós meses comprendido entre septiembre de 1936 y julio de 1938, casi un millar de irlandeses fueron a luchar a España[25]. Ésta era tan sólo la muestra externa del malestar interno de Irlanda. Los irlandeses en general estaban mucho más involucrados emocional y políticamente en la guerra española de lo que se cree y en mayor medida que los ciudadanos de otros países (con la posible excepción de los portugueses). A primera vista, el número total de voluntarios puede parecer poco importante. En realidad, incluso en términos estrictamente estadísticos, es bastante considerable si lo comparamos con las cifras de otros países (por ejemplo, y teniendo en cuenta los datos de población relativos, resalta ante el total inferior a dos mil de todo el resto de las islas Británicas). Ningún otro país (parece) contribuyó con un número relativo tan elevado de voluntarios reales en ninguno de los dos bandos[26]. Menos de tres semanas después del llamamiento público de O’Duffy, el Cork Examiner anunció que habían respondido más de cinco mil hombres. Aunque esta cifra no está corroborada por otras fuentes, dadas las cifras de voluntarios alistados en los Camisas Azules y las organizaciones que los sucedieron, resulta ocioso cuestionar su exactitud[27]. Irlanda estaba siendo movilizada para una cruzada anticomunista centrada en la crisis española. Junto a la iniciativa de O’Duffy existió otra lanzada por un hombre de negocios y miembro del Dáil (cámara baja del Parlamento de la República de Irlanda), el dublinés Patrick Belton, fundador de una organización de ámbito nacional llamada Frente Cristiano Irlandés (la respuesta irlandesa al Frente Popular). Belton insistió en que la ayuda a los nacionales no debía ser de carácter militar, con lo que pudo obtener el apoyo oficial de la jerarquía católica, que le había sido denegado a O’Duffy. Belton y su Frente gozaron de una racha de popularidad casi fanática y organizaron los llamados «mítines monstruo» en Dublín y otras ciudades[28]. Los últimos meses de 1936 se caracterizaron por estas celebraciones. Miles de personas marchaban bajo las insignias de la Legión de María o de la Unión de Madres Católicas y se reunían en espacios abiertos para lanzar discursos aderezados con advertencias sobre una conspiración comunista y una defensa de la resistencia católica en España. Se anunció que se llevarían a cabo colectas a la salida de las iglesias para ofrecer ayuda médica y civil a la «España católica». La primera de éstas, celebrada a favor de la jerarquía en octubre, recaudó 43 000 libras; más tarde, el Frente celebró otra que consiguió recaudar 32 000 libras[29]. Estas donaciones fueron muy cuantiosas, teniendo en cuenta que se recaudaron en una comunidad pobre, indigente en muchos casos. Mientras tanto, los sermones dominicales pronunciados por todo el país contenían referencias laudatorias al general Franco. Con poca oposición, y en muchos casos de manera unánime, docenas de pequeños concejos municipales aprobaron resoluciones, basadas en un modelo aprobado en Clonmel, pidiendo el reconocimiento oficial del «gobierno de Burgos». Los comités de los sindicatos y otras asociaciones públicas aprobaron mociones similares. Belton y otros líderes de la oposición aprovecharon la presión de este apoyo generalizado para atacar al gobierno. Al principio, se intentó persuadir al gobierno de De Valera para que no se sumara a los acuerdos de no intervención. Más tarde, cuando se cayó en la cuenta de que esta política no iba en la práctica en detrimento de los nacionales, se planteó un objetivo menos modesto: el reconocimiento formal del régimen de Franco[30]. En noviembre de 1936, uno de los periódicos principales de la zona nacional proclamó su esperanza de que se produjeran dos acontecimientos inminentes: la toma de Madrid por el Caudillo y el reconocimiento oficial de su gobierno por parte del Estado Libre Irlandés. En realidad, Franco tuvo que esperar hasta el final de la guerra para lograr ambos objetivos[31]. De Valera se mantuvo firme en medio de la tormenta con un considerable sentido del oportunismo a la hora de dividir o confundir a sus rivales. El Taoiseach (primer ministro de la República de Irlanda) era un católico devoto. Su postura se vio potencialmente mermada por no haber reparado nunca completamente sus diferencias con la Iglesia provocadas por su anterior desafío (considerado ahora como una desventaja para el Fianna Fáil). Pensó que resultaría más prudente permitir que su periódico, el Irish Press, demostrara su simpatía procatólica —aunque no profranquista — hacia España. Quizás su postura contraria a la ola populista clerical provenía más de una contumacia natural que de su condición de hombre de Estado visionario. En cualquier caso, sobrellevó la crisis con un estilo imponente que más tarde le haría famoso. El gobierno no sólo sobrevivió a mociones de censura y al amargo enfrentamiento de 1937 —cuando, tras uno de los debates más virulentos de su historia, el Dáil aprobó una medida de no intervención que ilegalizaba el envío de refuerzos a O’Duffy en España— sino que además, después de estos hechos, De Valera ganó unas elecciones generales ese mismo año y un referéndum para aprobar su nueva constitución antibritánica[32]. A estas alturas, el momento álgido de la obsesión nacional ya había pasado. En España, los ataques a los curas y a las iglesias habían cesado casi por completo; los sacerdotes supervivientes estaban bajo custodia o escondidos y las iglesias menos dañadas habían sido tapiadas. El Irish Independent y la prensa católica dominical insistían constantemente en las viejas historias de mártires, pero aunque sacaban el máximo provecho de las nuevas no consiguieron que sus lectores recuperaran el nivel de indignación de 1936[33]. Además, fueron incapaces de poner a la gran mayoría de su clientela «natural» en contra del Fianna Fáil. Llegado este punto, debemos mencionar una importante distinción sociológica entre los dos grupos que se trasladaron a España para luchar en bandos contrarios. La gran mayoría de los irlandeses que fueron a engrosar las filas republicanas provenía de las barriadas obreras de las ciudades (Dublín, Derry, Belfast, Cork). Por el contrario, los miembros de la Brigada Católica procedían de manera igualmente abrumadora de pequeñas ciudades y comunidades agrícolas rurales. Después de muchas dificultades con la organización local y el transporte de los voluntarios —que O’Duffy superó con determinación y destreza—, la Brigada Católica llegó a España en los últimos días de 1936. Esta brigada goza del privilegio de ser la única fuerza organizada constituida íntegramente por voluntarios que se sumó al bando de Franco[34]. Sería una exageración afirmar que sus miembros constituían una muestra representativa de la opinión pública irlandesa. De todos modos, incluía un número considerable de voluntarios que habían luchado con el IRA en alguna o en todas las campañas de 1917-23. Otros reclutas habían participado activamente en las filas sindicales y había un puñado simbólico de protestantes. Para éstos, la necesidad de unificar la causa cristiana, unida al horror por las matanzas de clérigos, fue superior a las consideraciones ideológicas e incluso dejaba de lado los fuertes y contradictorios sentimientos derivados de la experiencia política previa. Igualmente destacable es el hecho de que muchos de los radicales políticos que siguieron a Frank Ryan a las Brigadas Internacionales eran también —como su propio líder— católicos practicantes. Para ellos, la necesidad de conseguir una unidad de la clase obrera implicada en una lucha a vida o muerte contra el fascismo tenía más peso que las convicciones religiosas personales. Sin embargo, junto al grupo mayoritario de incondicionales del IRA entre los brigadistas internacionales irlandeses, había más de una docena de miembros del Partido Comunista. En las cuestiones del fascismo y el imperialismo no había una división considerable entre estos hombres. Existen semejanzas entre las experiencias de los irlandeses de ambas facciones en España, pero también hay diferencias considerables. Unos ochenta miembros del total de doscientos voluntarios del grupo de Ryan llegaron al cuartel general de las Brigadas Internacionales en Albacete, poco después de Navidad, aproximadamente al mismo tiempo que sus oponentes llegaban a la base de Cáceres. Un puñado de irlandeses servía ya entonces en unidades de las milicias republicanas. Otros, más de cien en total, llegarían en pequeños grupos, mediante el «ferrocarril subterráneo» regular, organizado por los comunistas, en diversas etapas hasta final del verano de 1938. Pronto se dieron algunos casos de graves fricciones entre miembros irlandeses e ingleses de la XV Brigada, especialmente con los oficiales ingleses, tal vez debido a su acento de clase media y su comportamiento de militares regulares. Una confusa serie de equivocaciones y malentendidos provocó una crisis al cabo de un mes de su llegada. En circunstancias violentas y amargas, el contingente irlandés se dividió y dispersó en su mayor parte para acabar en el recién llegado batallón norteamericano. En cuanto llegaron, comenzó la ofensiva de los nacionales en el Jarama. Durante las caóticas y críticas tres semanas siguientes, doce irlandeses perdieron la vida junto a un número similar de camaradas americanos y británicos. Parece que unos cuarenta supervivientes se reintegraron gradualmente en el batallón británico (el 16, más tarde el 57), en el que los voluntarios llegados posteriormente debían a su vez integrarse. Sin embargo, la animosidad mutua continuó, ya que las diferencias no radicaban sólo en los rencores patrióticos sino también en los problemas religiosos que dividían a los irlandeses. Como hemos visto, muchos de los brigadistas irlandeses —incluido el propio Frank Ryan— eran católicos inveterados. Algunos no recibían con agrado las consabidas lecciones de ideología impartidas en las trincheras y estaban molestos por el hecho de no poder practicar su religión, ni siquiera cuando estaban de permiso en la retaguardia[35]. Los que se incorporaron a las fuerzas republicanas participaron en más batallas —a menudo en circunstancias deplorables— y sufrieron mayores privaciones que sus compatriotas. Esto se debió en parte al hecho paradójico de que la cifra total de voluntarios extranjeros que se unieron al bando del gobierno fue suficiente para permitir que las Brigadas Internacionales en su conjunto operasen como una entidad autónoma[36]. Durante sus veintidós meses de existencia, llegaron en algún momento a alcanzar aproximadamente la envergadura de un regimiento (británico) —es decir, entre quince y veinte mil hombres—, aunque en la última época fue ingresando un número creciente de españoles en sus filas. Esta fuerza estaba constituida por «brigadas mixtas», cada una con su mando y sus secciones de transporte, comunicaciones, artillería y medicina. Así, las Brigadas Internacionales estaban preparadas para luchar en combates importantes y de hecho tuvieron un papel muy destacado en casi todas las grandes batallas de la guerra (Jarama, Brunete, Teruel, Ebro). Varios irlandeses murieron o fueron heridos luchando valientemente en todos estos frentes así como en otros combates menos conocidos. La enorme importancia militar de las brigadas para la República está demostrada por el hecho de que el batallón británico (el 16 y más tarde el 57) de la XV Brigada tan sólo se ausentó del frente por un período de dos semanas en total a lo largo de su permanencia en España. No debería extrañarnos, por lo tanto, que la cifra total de bajas rondara el 40 por 100 con un 25 por 100 de muertos. En el bando nacional, en cambio, los aproximadamente setecientos irlandeses alistados no eran suficientes como para desempeñar un papel autónomo, ni siquiera para utilizarlos eficazmente. No había otras unidades de voluntarios similares a las cuales se pudieran incorporar: los alemanes tenían unidades especializadas de artillería y aviación, mientras que los italianos funcionaban prácticamente de manera independiente. Es más, la legión extranjera de elite (el Tercio) a la que estaban alistados ni siquiera operaba como una fuerza integral, sino que formaba banderas distribuidas entre diversos grupos del ejército que entraban en combate cuando era necesario. La XV Bandera (irlandesa) del tercio era por lo tanto un batallón de infantería aislado y débil que dependía de unidades externas españolas para todos los servicios de apoyo. En pleno avance de los irlandeses hacia el frente del valle del Jarama, al sur de Madrid, a mediados de febrero de 1937, Franco decidió detener su ofensiva. En cierto sentido, los irlandeses tuvieron suerte, ya que se salvaron de engrosar el elevado número de bajas producidas durante la batalla. Sin embargo, durante la segunda semana de esta ofensiva, los combatientes luchaban con tanta avidez que frieron confundidos por su propio bando con una partida de brigadistas internacionales infiltrada. En el enfrentamiento murieron cuatro de ellos, aunque provocaron varias bajas al «enemigo»[37]. En otro sentido y sin saberlo, acababan de sufrir la baja más importante: su reputación. A partir de entonces, los irlandeses quedaron aislados en un «sector tranquilo de un frente tranquilo», y sólo volvieron a tener otra pequeña oportunidad para granjearse la gloria. La coordinación entre los oficiales de campo irlandeses y los españoles era bastante pobre, mientras que entre O’Duffy y su superior inmediato en Toledo era prácticamente inexistente. Cuando por fin ordenaron entrar en combate a la bandera irlandesa, fue como parte de un ataque diseñado para confundir al enemigo y cuyo fin era propiciar el avance italiano sobre Guadalajara, situada a bastante distancia, en dirección nordeste. No se esperaba siquiera que la operación fuera un «éxito» en el sentido estricto —el de ganar un objetivo físico determinado—, que era lo que sus participantes suponían[38]. Incluso el propio O’Duffy, aunque quizás no por su culpa, parecía desconocer el contexto estratégico o el propósito de la acción, en la que murieron cuatro de sus hombres y varios más fueron heridos. Enfrentado al posible amotinamiento de sus oficiales, se negó a obedecer la orden de repetir el ataque al día siguiente[39]. Poco después, la bandera fue trasladada a otra sección del frente de Madrid. O’Duffy siempre había insistido en que sus hombres no lucharían en el norte contra el católico País Vasco; aunque era precisamente en esa zona en la que tenía puestas sus miras el ejército nacional. Como entre los internacionales, entre las filas de O’Duffy se abrieron fisuras bajo la presión. En marzo se originaron varios problemas, tras el ataque antes descrito. Los oficiales sospechaban que se trataba de una maniobra mal dirigida que los había conducido a una trampa mortal, sin una razón estratégica aparente. En el lado español no hubo ningún intento claro de explicar la cuestión. En cualquier caso, el rígido protocolo del Tercio («los novios de la muerte» como rezaba su lema) rechazaba cualquier cosa que no fuera la obediencia ciega. Durante el período de inactividad que siguió a este incidente, O’Duffy perdió la lealtad de algunos de sus oficiales. La excesiva afición a la bebida del general no contribuyó a mejorar la comunicación, ni tampoco sus prolongadas ausencias del frente, que generalmente pasaba con unos pocos colaboradores privilegiados en un hotel de lujo en Salamanca, capital militar de los nacionales[40]. Naturalnente, esta actitud fue filtrándose entre la tropa y acabó afectando a la disciplina. Sin embargo, el ejemplo de O’Duffy no cundió, por lo que se produjeron muy pocas deserciones. De hecho, a lo largo del período de servicio le los irlandeses siguieron llegando reclutas, a pesar del riguroso cumplimiento del acuerdo de no intervención aceptado por Dublín[41]. En cualquier caso, la moral y el espeto se fueron erosionando lentamente. La mayor parte de los soldados seguía admirando a O’Duffy, pero sin un ejercicio directo de responsabilidad su autoridad quedó gravemente minada. A finales de marzo de 1937, el coronel en jefe del Tercio, Juan Yagüe, hizo una visita sorpresa al frente como resultado de una serie de informes críticos por parre de los oficiales de enlace españoles, mientras O’Duffy estaba de viaje por Sevilla. A estas alturas, Franco comenzaba a preocuparse por el coste económico de la XV Bandera, que estaba recibiendo poca o ninguna contribución material de sus fuentes irlandesas. Como O’Duffy se resistía a las insistentes presiones para integrar a sus hombres plenamente al ejército nacional —con el objeto de incluirlos en una unidad operativa viable bajo mando español—, a mediados de abril, el Generalísimo decidió que la disolución era la única opción que le quedaba. Pocas semanas después, la bandera fue disuelta. Durante las semanas que se tardó en organizar la repatriación, sus integrantes cayeron en disensiones internas, exacerbados por el aburrimiento, los rumores y la desilusión. A veces, el comportamiento de una minoría irresponsable debió de poner a prueba la paciencia de sus anfitriones en Cáceres[42]. Las Brigadas Internacionales lucharon durante dieciocho meses más, después de que sus despreciados compatriotas «fascistas» hubieran abandonado el campo de batalla. Hasta el mes de octubre de 1938, no fueron disueltas y repatriadas como resultado del acuerdo al que llegaron las potencias antiintervencionistas. Docenas de sus compatriotas, convertidos en prisioneros de guerra, sufrieron graves penurias, apresados en condiciones horribles en un monasterio medieval a las afueras de Burgos, transformado toscamente en prisión. La mayoría fueron liberados tras la victoria de Franco en abril de 1939. VI. LA MEMORIA Cuando la Brigada Irlandesa volvió a casa (en junio de 1937) fue honrada con una recepción oficial en el ayuntamiento de Dublín y fue bienvenida en la mayor parte de los pueblos y ciudades de origen de los voluntarios. Para entonces, sin embargo, éstos estaban irreconciliablemente divididos en facciones y muchos no tuvieron reparo en airear sus diferencias y sus quejas por el trato recibido en España[43]. La opinión pública irlandesa se percató de que las gloriosas narraciones sobre las proezas de la Brigada que habían ido apareciendo en la prensa (especialmente en el Independent) estaban un tanto alejadas de la realidad. El propio O’Duffy quedó sumido en una enfermedad terminal y en la oscuridad política, aunque siempre acudió en ayuda de sus hombres cuando alguno pasaba una mala racha. Varios oficiales intentaron formar una asociación de veteranos que pudiera dedicarse a reparar las relaciones entre ellos y evitar mayores daños, pero no tuvieron éxito[44]. Durante los años más difíciles de la Guerra Fría, los veteranos de la Brigada recibieron un cierto reconocimiento como vanguardia en la lucha contra la amenaza comunista que en esos momentos —como habían predicho los curas en los años treinta— había extendido la tiranía atea y la persecución a muchos pequeños países católicos. A finales de los años cuarenta, el partido que apoyaba la mayoría de los veteranos —el Fine Gael — entró en el gobierno por primera vez. Pero cualquier esperanza albergada por éstos de ver justificada su actuación quedó anulada por el creciente descontento sobre el legado de los Camisas Azules. Este aspecto se sumó a la renovada desvalorización de la actuación militar de la Brigada. El sarcástico comentario de Brendan Behan, quien afirmaba que eran el único ejército que jamás había vuelto de una guerra con más soldados de los que salieron llegó a oídos de todos los ciudadanos de la República[45]. Con el paso de los años, incluso aquellos que alguna vez habían rezado por la victoria de Franco menospreciaban su contribución. De hecho, la Iglesia Católica de Irlanda, a la cual O’Duffy siempre sirvió fielmente, jamás les agradeció este sacrificio a él o a sus hombres, como cabría esperar. Aunque Irlanda siguió siendo un país profundamente católico, la ética política general había cambiado. En los años sesenta, con la moda izquierdista, los veteranos no se atrevían a recordar su campaña en público, mientras que sus hijos y nietos se avergonzaban de tener cualquier relación con la misma. A partir de 1939, por lo menos, la mayor parte guardó silencio y murió sin llegar a hablar jamás de esta experiencia ni dejar la menor constancia de la misma. Muchos se alistaron en el ejército británico a partir de 1940; algunos sentían —una vez más— que era éste su deber, otros fueron sencillamente soldados, soldados hasta el final; y sin duda alguno que otro se alistó con los británicos aunque sólo fuera por desafiar a De Valera, que de nuevo había optado por la neutralidad. Cualesquiera que fueran sus razones, el hecho es que algunos «fascistas irlandeses» murieron luchando en la Gran Guerra contra el fascismo. Los brigadistas internacionales irlandeses que sobrevivieron no recibieron ningún homenaje público a su vuelta. Al contrario, algunos veteranos afirman que el hecho de haber luchado con los «rojos» los inhabilitó, en muchos casos, para conseguir empleo. Muchos permanecieron al margen del mercado laboral durante años, por la perniciosa influencia de parte del clero[46]. Pero al final fueron recompensados por su lucha y su sacrificio, por su derrota y posterior persecución. «Sois historia; sois leyenda» fueron las proféticas palabras pronunciadas por la Pasionaria (Dolores Ibárruri) en el desfile de las Brigadas Internacionales en Barcelona en octubre de 1938. Sin duda estos guerreros entraron a formar parte de la historia y la leyenda. Muchos de los supervivientes se unieron a la asociación de las Brigadas Internacionales, establecida antes del final de la guerra, dentro de la cual la pequeña y manejable rama irlandesa era sostenida por una organización internacional. En los años sesenta ya habían adquirido la categoría de unos visionarios que percibieron los peligros del nazismo y el fascismo mucho antes que sus líderes políticos y que estaban dispuestos a sacrificar sus vidas para advertir al mundo. En noviembre de 1995, el congreso de la España democrática votó la concesión de la nacionalidad española honorífica a los veteranos supervivientes de las Brigadas Internacionales[47]. Estos canosos republicanos a ultranza pueden ahora convertirse —si lo desean— en súbditos de Su Majestad el rey Juan Carlos I. Es un curioso final. SEGUNDA PARTE LA FORJA DEL ESFUERZO BÉLICO 6 «DE LA CIMA AL ABISMO»: LAS CONTRADICCIONES ENTRE EL INDIVIDUALISMO Y EL COLECTIVISMO EN EL ANARQUISMO ESPAÑOL[1] CHRIS EALHAM INTRODUCCIÓN Resulta verdaderamente paradójico que el fallido golpe de Estado militar de 1936 que precipitó la Guerra Civil española estimulase precisamente lo que quería evitar: una profunda revolución social de gran alcance[2]. Los subsiguientes experimentos económicos de colectivización y las milicias de obreros armados marcaron los «años heroicos» del movimiento libertario ibérico: la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL) y la organización sindical Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Pero la gloria pronto dio paso a la ignominia, ya que las realidades hermanas de la revolución y la Guerra Civil dejaron al descubierto una serie de flaquezas políticas y teóricas en el medio libertario. Según Jaume Balius, quien se destacó como uno de los más acérrimos críticos anarquistas de la jerarquía de la CNT-FAI-FIJL en los años treinta, «la CNT estaba huérfana de teoría revolucionaria. No teníamos un programa correcto. No sabíamos adonde íbamos»[3]. En este capítulo se situará el fracaso de la revolución española de 1936-1937 y el declive de la hegemonía anarquista en relación con el desarrollo contradictorio de los conceptos teóricos de la CNT-FAI-FIJL en las décadas anteriores a la Guerra Civil[4]. Se prestará especial atención a las estrategias revolucionarias individualistas y colectivistas en Barcelona, la capital de facto del anarquismo ibérico y centro de la revolución española de 1936-37, ya que esto nos permitirá apreciar cómo las perspectivas enfrentadas sobre las responsabilidades del militante anarquista provocaron problemas de control interno y disciplina en el seno del movimiento anarquista durante la Guerra Civil[5]. Fueron precisamente estos problemas los que facilitaron los intentos de los enemigos de la CNT-FAI-FIJL en el bando republicano de cargar sobre los libertarios el estigma y el oprobio acumulado en torno a los llamados «incontrolados», quienes, sin ser el producto exclusivo de ninguna organización o movimiento en concreto, llegaron a ser identificados, exclusiva e inmerecidamente, con la «familia anarquista». LA GÉNESIS DEL INDIVIDUALISMO ANARQUISTA La raíz filosófica del anarquismo está compuesta por un profundo individualismo, una aceptación incondicional de la libertad del individuo para actuar según su propia voluntad o consciencia. Fue este mismo principio el que determinó el modus operandi del grupo de afinidad, la unidad básica de la práctica anarquista, que concedía una autonomía total a cada uno de los miembros, incluso si entraban en discrepancia con otros anarquistas u otros miembros de su grupo. Hacia finales del siglo XIX, Ricardo Mella, Anselmo Lorenzo y Federico Urales, los decanos del movimiento anarquista español moderno, propalaron su doctrina del espíritu individual en conflicto permanente con la autoridad, el capitalismo y el Estado[6]. Aunque estos tempranos pioneros anarquistas consiguieron difundir su mensaje y establecer un movimiento y una cultura que pudieran sobrevivir al Estado o por lo menos sobrevivir a su represión, la teoría libertaria local seguía siendo bastante débil. Como respuesta a este hecho, los libertarios españoles tomaron prestadas ideas de otras tendencias intelectuales europeas más extendidas, entre ellas las anarquistas y las provenientes de la clase media radical. La ecléctica asimilación por parte de los ideólogos anarquistas españoles de teorías no proletarias es consecuente con los orígenes filosóficos del anarquismo y con el liberalismo radical burgués de los siglos XVIII y XIX, así como con la evolución subsiguiente, que fue indefinida y desigual. Estos ideólogos burgueses radicales ejercieron una influencia duradera en el desarrollo del pensamiento del anarquismo español y acrecentaron las tendencias individualistas existentes en el movimiento libertario. Un ejemplo de escritor no anarquista importado a la Península Ibérica por los libertarios es el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, quien a partir de la década de 1890 gozó de una gran popularidad en círculos anarquistas, y cuyas obras más destacadas se representaban con regularidad ante públicos obreros de toda España. Los temas de la resistencia individual contra la falsedad y la opresión y la búsqueda de la verdad y la justicia, inherentes a obras como Un enemigo del pueblo, Peer Gynt o Casa de muñecas, e asumieron como una confirmación de los elementos clave del mensaje anarquista, hasta el punto de que, el primero de mayo de 1925, el dramaturgo escandinavo fue celebrado por La Revista Blanca como «el primer revolucionario»[7]. Otro importante pensador que realzó las tendencias individualistas de la intelectualidad anarquista de fin de siglo fue el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, cuyas ideas llegaron por vez primera al público lector español a través de las páginas de La Revista Blanca en 1898, cuando sus principales obras no habían sido traducidas aún al castellano. Mientras la estética individualista de la obra de Nietzsche lo hacía atractivo para los intelectuales en general, fue su rechazo militante de la naturaleza exclusiva de la sociedad capitalista, junto a su defensa de una violenta ruptura con la rigidez de la ética burguesa y su llamamiento apasionado en favor de la renovación de la moral, lo que le granjeó el seguimiento de los círculos anarquistas. Su mensaje individualista era apoyado incluso por libertarios capitales como Mella y Urales, mientras que la encarnación nietzscheana de Zaratustra, la solitaria figura preparada para enfrentarse a la intolerancia y la indiferencia de la sociedad burguesa, supuso un modelo muy atractivo para los «tigres solitarios» y los terroristas partidarios de la «propaganda por el hecho», los vengadores de los crímenes de la sociedad burguesa[8]. Fue, sin embargo, otro filósofo alemán, Max Stirner, quien simbolizó el apogeo del individualismo dentro de la filosofía anarquista[9]. La obra de Stirner entró en España a principios del presente siglo a través de las páginas de La Revista Blanca y en 1902 se publicó El único y su propiedad, la primera traducción española de Der Einzige und sein Eigenthum, la obra magna de Stirner. El individualismo de Stirner abrió el camino para Nietzsche, hecho que explica la facilidad con que los intelectuales de clase media cercanos al movimiento anarquista, tales como el poeta catalán Jaume Brossa y el novelista vasco Pío Baroja, asimilaron algunos aspectos de la filosofía ultraindividualista de Stirner[10]. Mientras que Nietzsche elogiaba al Übermensch (superhombre) como un ejemplo perfecto de la existencia humana, Stirner defendía al Einzige (único), el ego individual. Del mismo modo, Stirner compartía el desprecio de Nietzsche por la masa de la humanidad, a la que representaba como un bloque pasito y anónimo de mediocres incapaces de romper con las invenciones sociales burguesas. Como respuesta, ambos defendían la rebelión (individual) contra la sociedad pie, en su opinión, impedía el desarrollo integral del deseo individual. Este modo de rebelión chocaba con las doctrinas colectivistas de la solidaridad, que ponían énfasis en la importancia de la opresión de clase y la explotación capitalista. A diferencia de los otros postulantes del individualismo citados, Stirner se halla dentro de la tradición anarquista, especialmente entre aquellas corrientes del movimiento que siempre habían glorificado la figura del ladrón, una tendencia que puede remitirse a Mijail Bakunin, uno de los padres del anarquismo europeo, quien veía al «fuera de la ley» como el elemento revolucionario primordial, «el único y genuino revolucionario —un revolucionario sin frases bonitas, sin retórica aprendida, irreconciliable, infalible e indómito, un revolucionario popular y social, apolítico e independiente de cualquier estado»[11] —. Stirner creía en la virtud del mal y alababa el crimen de igual modo que un poeta romántico hubiera podido elogiar la belleza de la naturaleza. Esta postura partía de la suposición idealista de que la ley y el Estado 10 poseían más poder punitivo que el que le otorgaba la conciencia de los sumisos. En los términos de Stirner, por lo tanto, la ilegalidad se convertía en un viaje liberador de realización personal que presagiaba el colapso de la autoridad y el poder. Aunque creía en la destrucción del orden existente, Stirner consideraba que era la voluntad individual (criminal), en lugar del proletariado, la que cavaría la tumba del Estado. Por consiguiente, Stirner rechazaba toda forma de moral colectiva, tanto religiosa como revolucionaria, por constituir una prisión debilitadora para la mente y el espíritu individuales. Así, en estos términos, se podía acusar al marxismo de ser un renacimiento secular de la filosofía antiindividualista del cristianismo, sustituyendo empero a «Dios» con nuevos objetos de culto como el «proletariado». No debe sorprendernos, por lo tanto, que Stirner adaptase la famosa sentencia de Nietzsche a la afirmación de que «el pueblo ha muerto» y que creyera en una lucha pseudodarwiniana por la supervivencia, en la que los mendigos estaban destinados a morir de hambre, mientras que los dotados de un espíritu de resistencia y un sólido ego adquirirían cualquier cosa que necesitaran o deseasen, invocando su sagrado derecho a la violencia. El único valor defendido por Stirner era el afán epicúreo de buscar la satisfacción de los sentidos, con independencia de las consecuencias sociales o humanas, lo que conducía a un desprecio acérrimo por las masas y la solidaridad. Por lo tanto está justificada la definición del estirnerismo de José Álvarez Junco como «individualismo antisocial»[12]. De hecho, las únicas unidades colectivas que Stirner consideraba legítimas eran los «sindicatos de egoístas», pequeños grupos de individualistas e «ilegalistas conscientes» surgidos de entre los «desposeídos», una mezcolanza de pobres, villanos, criminales e intelectuales desclasados que él consideraba los agentes del cambio. Por toda Europa, el mensaje de Stirner alimentó los sentimientos anarquistas existentes[13]. Como observó un estudioso italiano del movimiento anarquista, «el individualismo yacía en el inconsciente ideológico de muchos anarquistas y la “revelación” de Stirner simó para fomentarlo»[14]. Esta postura está confirmada por Rafael Núñez Florencio, quien observó que la filosofía de Stirner «se había originado en el propio seno del anarquismo»[15]. Sería erróneo, sin embargo, exagerar la influencia directa de Stirner en los ideólogos del movimiento anarquista español, y parece que el interés de pensadores anarquistas tales como Urales y Mella por el egoísta alemán duró muy poco, a pesar de que el individualismo radical siguió constituyendo un elemento importante en su filosofía[16]. Fue principalmente en el terreno práctico —y es que el anarquismo español era esencialmente una doctrina de la acción—, donde de manera más clara se manifestó la influencia del individualismo de Stirner. Por ejemplo, existen semejanzas evidentes entre el individualismo del «sindicato de egoístas» de Stirner y el grupo de afinidad, la unidad fundamental de la práctica anarquista en España: ambos se caracterizaban por la absoluta independencia de cada uno de sus miembros. Es más, aunque siempre fueron una minoría dentro del variado medio anarquista, el acendrado individualismo de los discípulos de Stirner les ayudó a forjar poderosas leyendas y a ejercer una influencia desproporcionada en el desarrollo de la práctica libertaria en España. Una de estas leyendas fue Achille Vittorio Pini, un anarquista individualista milanés. Pini defendía el robo a los burgueses o lo que él denominaba «apropiación individual», basándose en que la riqueza capitalista y la propiedad privada les había sido usurpada a los pobres en primera instancia. Exiliado en París durante muchos años por culpa de sus actos de «reapropiación», Pini practicó a su vez esta original mezcla de protesta política y actividad ilegal en Barcelona a principios de la década de 1890, donde él y sus camaradas publicaron un periódico, El Porvenir Anarquista, en italiano, francés y español[17]. Aunque la presencia de Pini en la ciudad no ha sido ampliamente documentada por ahora, su «gesto individual» adquirió una dimensión mítica entre muchos grumos de afinidad locales[18]. La estancia de Pini en Barcelona coincidió con la ruptura de las estructuras tradicionales de control social en la ciudad que siguieron al desarrollo urbano, la expansión económica y la inmigración masiva alentadas por la Exposición Internacional de Barcelona en 1888. La inestable combinación de una ciudad portuaria con un acensado ambiente bohemio, una economía de salarios bajos y una clase obrera de reciente origen campesino y poco cualificada en general transformaron a Barcelona en lo que Luis Goytisolo describió como un «cóctel de violencia, mezcla de Chicago explosiva y Nápoles camorrista»[19]. Esta idea ha sido confirmada por una historiadora le la cultura, quien reconoció que Barcelona «atraía a la más extremada retórica individualista de la destrucción»[20]. Dicho contexto material aseguró que las nociones ilegalistas inherentes a la filosofía de Stirner fueran muchas veces adoptadas espontáneamente por los sectores más pobres de la clase obrera barcelonesa, que practicaban el crimen y el robo para sobrevivir, especialmente en tiempos de paro generalizado. Como las relaciones sociales se centraban en lo que un habitante de uno de los barrios proletarios más deprimidos describió como «la contínua lluita per la vida», se desarrolló una cultura de la criminalidad individual entre ciertos sectores obreros de la capital catalana que legitimaba el amplio espectro de actividades ilegales propugnado por Stirner[21]. EL FÁRRAGO ANARCOSINDICALISTA El impacto del ultraindividualismo de Stirner en el movimiento libertario europeo quedó matizado por la aparición del anarcosindicalismo a principios de siglo, proceso que culminó con la creación de la CNT en 1910. El anarcosindicalismo supuso la fusión del anarquismo con el sindicalismo colectivo, una combinación que, en palabras del anarcosindicalista francés Pierre Monatte, «devolvía al anarquismo la conciencia de sus orígenes obreros»[22]. En términos tácticos, el anarcosindicalismo representó un intento de escapar del gueto al que había sido arrastrado el movimiento libertario por los partidarios individualistas de la «propaganda por el hecho» y reflejaba el deseo de supeditar la voluntad del individuo a los objetivos genéricos de la colectividad. La Carte d’Amiens, el clásico manifiesto de los principios anarcosindicalistas, era un reconocimiento tácito del fracaso de la creencia anarquista en el individualismo y la espontaneidad. En cambio, los anarcosindicalistas insistían en la necesidad de establecer un órgano directivo central (sindicato) que organizase la clase obrera y canalizara sus energías colectivas antes de la expropiación de la burguesía mediante una huelga general revolucionaria[23]. El individualismo agresivo y egoísta celebrado en la filosofía de Stirner no cuadraba con las promesas de solidaridad postuladas por el anarcosindicalismo de la CNT, y las filas crecientes de los cenetistas superaron pronto en número a los grupos aislados de anarquistas individualistas. Pero la tendencia de los historiadores a centrarse globalmente en los sindicatos de la CNT en detrimento de los grupos de afinidad, de carácter exclusivamente libertario, sugiere que se debió de producir alguna clase de ruptura en el modus operandi del anarquismo español y que las prácticas sociales se modificaron o «modernizaron» a medida que la violencia individual o la protagonizada por pequeños grupos era reemplazada por la actividad sindical colectiva[24]. De hecho, los anarquistas tradicionales no renunciaron completamente a su ideología para volverse sindicalistas revolucionarios, como demuestra el hecho de que en los años anteriores a la Guerra Civil se dieron numerosos ejemplos de hostilidad anarquista hacia el anarcosindicalismo. Por ejemplo, muchos anarquistas comprometidos, entre ellos Urales, se opusieron a la fundación de la CNT, que miraban con desconfianza como el germen de una burocracia que apagaría el instinto revolucionario espontáneo de las masas[25]. En una ocasión, el inexorable individualismo antisindicalista de Urales obligó a un grupo de obreros a echarlo literalmente de un centro social sindical, ignominia a la que se sumó una orden que prohibía la entrada en los edificios de la CNT al sabio anarquista[26]. Aunque desde principios de este siglo los anarcosindicalistas eran más numerosos que los anarquistas, su supremacía no se extendió hacia el campo ideológico, debido principalmente a que los defensores del sindicalismo industrial se centraron en establecer una cultura de la acción sindical, en lugar de formular un proyecto ideológico coherente para la transformación social. Este defecto doctrinal permitió que el menguante número de libertarios tradicionales influyera en la Confederación, provocando con ello una considerable confusión teórica a medida que la mezcla de colectivismo e individualismo inherente al anarquismo se traducía en el anarcosindicalismo español y en una confusión ideológica en el seno de la CNT. El elitista individualismo radical de los anarquistas se manifestaba a su vez en el comportamiento de muchos líderes cenetistas, tales como Salvador Seguí, el Noi del Sucre, el más popular de todos los organizadores de la CNT anteriores a la Guerra Civil, cuyos numerosos y violentos conflictos tácticos con los libertarios han llevado a los historiadores a considerarlo como el paradigma de la virtud anarcosindicalista[27]. Dicho aspecto enmascara los orígenes ideológicos de Seguí, que estaban más determinados por Nietzsche que por la Carte d’Amiens. De joven fue un miembro destacado de Els Fills de Puta, una banda de orientación nietzscheana que recorría los bares más duros del centro de Barcelona en busca de emociones y de camorra. Aunque posteriormente Seguí adoptó unas posturas sindicalistas bastante ortodoxas, según Pere Foix, uno de sus más cercanos allegados, siempre mantuvo el «esperit salvatge» de su juventud, acompañado de ciertas inclinaciones bohemio-individualistas que se expresaban tanto en su indumentaria como en su ética personal[28]. Si el individualismo perduraba en el corazón de la CNT, entre los grupos anarquistas de su periferia llegó verdaderamente a estallar. En el momento cumbre del desarrollo del anarcosindicalismo en la primera década del siglo XX, los descendientes estirneristas de Pini publicaron El Productor Literario, un periódico barcelonés en el que se decía a los lectores que «¡Robar y matar para vivir es hermoso, grande como la misma vida! Robar… Matar…»[29]. La tendencia individualista ilegalista recibió un nuevo impulso durante la Primera Guerra Mundial, cuando la relativa libertad de la España neutral y la reputación revolucionaria de Barcelona atrajo a exiliados anarquistas, prófugos y seres marginales de toda Europa hacia la capital catalana[30]. Entre los emigrantes anarquistas que llegaron a Barcelona se encontraba el individualista ruso Víctor Serge, que acababa de cumplir una sentencia por su pertenencia a la Banda de Bonnot, el famoso grupo francés de ladrones de bancos, y que se había asociado con Costa Iscar, un anarcoindividualista catalán y carterista confeso. Años más tarde, después de cruzar el Rubicón que separaba el individualismo estirnerista del bolchevismo, Serge evocó el ambiente libertario de la Barcelona de la guerra en su novela semiautobiográfica Le Naissance de Notre Pouvoir, en la que describía el «veneno egoanarquista» encarnado en el personaje Lejeune; en un modo típicamente estirnerista, Lejeune declaraba su rechazo hacia aquellos que predicaban la revolución en aras de la humanidad, prefiriendo en cambio «saquear los bancos. Mi revolución será rápida. Yo no creo en la suya. Monarquías, repúblicas, sindicatos — me importan un bledo»[31]. Después de la Primera Guerra Mundial, la suerte de los ilegalistas estirneristas volvió a mejorar. Esto se debió a un aumento general del prestigio de los grupos de afinidad anarquistas a partir de 1919, cuando la principal asociación patronal optó por una estrategia agresiva de «reventar sindicatos» que puso en un atolladero la estrategia sindical de la CNT catalana[32]. Los anarquistas interpretaron la restricción de las libertades civiles y las movilizaciones colectivas como una justificación de su estrategia de violencia en pequeños grupos, por lo que comenzaron a descollar los grupos de afinidad, que demostraban que el individualismo seguía constituyendo un elemento clave en la cultura de praxis de la CNT. El más activo de los grupos de afinidad en este período fue el de «los Solidarios», que incluía a Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Juan García Oliver, conocidos como «los tres mosqueteros del anarquismo español», los cuales, a pesar de su antiintelectualismo general, estaban familiarizados con las filosofías de Nietzsche y Stirner. Donde mejor reflejado aparecía este hecho era en el modus operandi de los grupistas, los cuales surgían periódicamente de las sombras de la clandestinidad para expropiar bancos en nombre de la «causa», «vengándose» y «eliminando» a los «enemigos del proletariado», lo cual suponía una enorme audacia y autonomía individual[33]. El nuevo prestigio del que gozaban los grupos de afinidad y su convicción de que eran los intérpretes del alma de la CNT estimularon la lucha por el control de los sindicatos, a medida que anarquistas y anarcosindicalistas luchaban unos con otros para imponer sus tácticas particulares en la Confederación. La CNT se convirtió de manera creciente en una organización en lucha consigo misma y se malgastaron muchas energías en lo que generalmente no eran más que fútiles debates internos sobre estrategias que no servían en absoluto para resolver la confusión histórica sobre los méritos relativos del individualismo y el colectivismo y la dicotomía entre legalidad e ilegalidad. En consecuencia, cuando el general Primo de Rivera hizo su pronunciamiento en septiembre de 1923 y se proclamó dictador, la CNT no estuvo en condiciones de responder. Aunque se censuró la prensa sindical, para mantener la apariencia de afabilidad liberal de Primo de Rivera se le permitió a la CNT conservar una limitada existencia legal. Pero dicha tolerancia a la CNT terminó repentinamente a partir de mayo de 1924, cuando un anónimo grupo de afinidad anarquista asesinó al verdugo oficial de Barcelona, con lo que proporcionó a las autoridades un pretexto para forzar a los sindicatos revolucionarios a pasar a la clandestinidad, donde permanecieron hasta 1930. Este singular episodio puso de manifiesto las contradicciones entre los métodos individualistas de los grupos de afinidad anarquistas generalmente incontrolables y las necesidades colectivas y organizativas del movimiento libertario que se demostrarían durante la Guerra Civil. Un anarcosindicalista conjeturó proféticamente que este asesinato era obra de «fanáticos incontrolados»[34]. EL RESURGIMIENTO DEL INDIVIDUALISMO EN LOS AÑOS VEINTE Aunque la dictadura inmovilizó en gran medida el cuerpo del movimiento libertario, su cerebro siguió funcionando. Durante los años veinte, el censor permitió que se publicase La Revista Blanca, que proporcionaba a los teóricos anarquistas la oportunidad de reflexionar sobre las luchas del período precedente. Durante estos años, Urales redactó una serie de artículos con los títulos «El ideal individual y el colectivo» y «El individualismo y la solidaridad humana» en un intento por sintetizar las experiencias de los treinta años precedentes y calibrar su repercusión en las relaciones entre sindicalismo, individualismo y colectivismo. Algunos de los pensadores que habían determinado la tendencia individualista del anarquismo ibérico, especialmente Nietzsche, bastante desacreditado ahora en los círculos libertarios tras el auge del fascismo italiano y el surgimiento de la versión nacionalista de Mussolini a partir del mito del Übemiensch, fueron rechazados públicamente por Urales, quien además hizo una crítica de la filosofía de Stirner, que descartaba como «individualismo sin deberes morales o sociales»[35]. Pero en lugar de presentar una nueva síntesis teórica y una explicación clara de las responsabilidades individuales del anarquista dentro de la colectividad, Urales repitió los errores del pasado y, a pesar de todo su desprecio por la «vía errónea» de Nietzsche, continuó transmitiendo la estética individualista radical al movimiento anarquista. Del mismo modo, aunque Stirner parecía estar pasado de moda entre los teóricos libertarios, el profeta alemán del egoísmo siguió encontrando eco en el rechazo de la «solidaridad universal» manifestado por Urales. Además, Urales seguía haciendo hincapié en la importancia de los gestos inspirados por «la riqueza ideal del individualismo», de la cual «el anarquismo no puede separarse». Clara celebración de la autonomía absoluta que frustraba cualquier esfuerzo por distanciarse de la filosofía de Stirner[36]. Este mismo individualismo radical definió el pensamiento de la hija de Urales, Federica Montseny, una de las más importantes propagandistas anarquistas de la etapa anterior a la Guerra Civil y, posteriormente, una figura destacada de la CNT-FAI, quien estaba de acuerdo con su padre en que la acción individual era la forma de lucha más eficaz, «la fuente de vida y de progreso humano»[37]. Este individualismo encontró un eco más amplio a través de La Novela Ideal, una colección de más de 500 novelas proletarias publicadas entre 1925 y el final de la Guerra Civil que alcanzó un éxito sorprendente, ya que se vendieron entre diez y cincuenta mil ejemplares de cada número[38]. Como género que veneraba la fuerza de la resistencia individual y el valor personal contra los poderes despóticos del Estado, el Capital y la Iglesia, los clásicos temas de La Novela Ideal reflejaban el mismo anhelo por la liberación humana que impregnaba las primeras piezas teatrales de Ibsen; los temas estirneristas aparecían también frecuentemente reflejados, como podemos ver en Fuera de la ley de Mauro Bajatierra y en Jonas el errante de Elías García, que establecían un culto a la violencia y postulaban que la revolución era la manifestación suprema del individualismo[39]. La confusa relación entre el individualismo y el colectivismo se materializó en 1927 con el nacimiento de la FAI. Aunque en realidad no era más que una recreación de a clásica sociedad secreta anarquista de Bakunin originada en el siglo XIX, la FAI no hizo ningún esfuerzo por desarrollar la doctrina anarquista, ni siquiera por sintetizar las contradicciones ideológicas del pasado. En realidad, su misión consistía en salvaguardar la pureza anarquista en la CNT, para lo cual atrajo a los previamente dispersos grumos de afinidad y se convirtió en el lugar de reunión de los libertarios descontentos con la disolución del mensaje marquista desde el desarrollo del anarcosindicalismo durante los 25 años anteriores[40]. Aunque los sentimientos individualistas y antiorganizativos de Ascaso, Durruti y García Oliver supusieron que su grupo de afinidad Los Solidarios, rebautizado como Nosotros en 1931, no se incorporase a la FAI hasta 1934, fueron ellos los que proporcionaron el modelo operativo para el faísmo; no sólo se esmeraba que los faístas emularan el espíritu de sacrificio personal y abnegación que rebosaban «los tres mosqueteas», sino que el considerable poder carismático que ostentaban estas leyendas vivas libertarias, junto a la ausencia de cualquier procedimiento interno coherente dentro de la propia FAI, les permitiera constituir, en palabras de un joven faísta, una «superFAI», una «FAI dentro de la FAI», el liderazgo de facto de la organización[41]. La radicalización del individualismo extremo en el seno del movimiento libertario español puede apreciarse con mayor claridad si nos acercamos a las figuras de Ascaso, Durruti y García Oliver. Aunque los componentes de este triunvirato eran cenetistas, su participación en las luchas sindicales colectivas tuvo siempre un carácter secundario frente a su militancia en el grupo de afinidad. Así, en lugar de permanecer en España para organizar la CNT de manera clandestina durante la dictadura de Primo de Rivera, «los tres mosqueteros», junto a muchos otros grupistas, optaron por el exilio: Durruti y Ascaso barrieron Suramérica y Cuba, expropiando bancos y asesinando empleados a su paso, antes de reunirse con el grueso de los exiliados españoles en París, donde Durruti cayó bajo la influencia de Sébastian Faure, gurú del anarquismo individualista e incansable propagandista de las virtudes del crimen[42]. Por lo que respecta al resto de los libertarios españoles expatriados, la experiencia del exilio parisino sin duda contribuyó a exacerbar sus tendencias bohemias, especialmente en la sociedad de cafés anarquistas del Montmartre de los años veinte, donde la leyenda del criminal individualista Bonnot seguía muy viva y donde el credo estirnerista de la «reapropiación individual» atraía sin duda a estos emigrantes apremiados por la pobreza. Estos hechos quedaron reflejados en las páginas de Acción, una publicación esporádica editada por libertarios españoles exiliados que atestiguaba la influenza de ideólogos franceses anticolectivistas como Faure y jue apoyaba los métodos de lucha individualista[43]. Las nuevas libertades políticas que siguieron al colapso de la dictadura en 1930 y al nacimiento de la Segunda República en 1931 permitieron la legalización de la CNT y el regreso de los grupistas del exilio. Lenta pero inexorablemente, la FAI fue mejorando su posición en el seno de la CNT, adquiriendo el control de los sindicatos catalanes más importantes ya a finales de 1931 y estableciéndose como una fuerza hegemónica dentro del Comité Nacional de la CNT en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil[44]. Aunque las complejas causas del auge de la FAI escapan a las consideraciones de este estudio, no debemos obviar hasta qué punto la influencia de los faístas devolvió su prestigio al tradicional grupo de afinidad, así como a las tácticas de la acción individual y la autonomía de los pequeños grupos. Aunque la insinuación de que el faísmo evitó las movilizaciones colectivas podría considerarse una caricatura —una improbable realidad, dada la necesidad que tenía la FAI de mantener su credibilidad entre la gran mayoría de cenetistas, que, en general, estaban preocupados por las tradicionales demandas sindicales—, los faístas fueron los artífices de la intensa manifestación del individualismo, tanto en el seno del movimiento libertario como en la CNT[45]. El principal foro para el individualismo extremado durante los años treinta fue Iniciales, una revista semanal dirigida a los «verdaderos individualistas, nudistas y vegetarianos», de orientación descaradamente estirnerista y que aplaudía al filósofo alemán por ser el «asesino de mentiras»[46]. Basándose en la tradición de Bonnot, Iniciales presentaba una amplia justificación de la ilegalidad, defendiendo la violencia y el robo por parte de «la raza de los pobres» en su «lucha por la vida». Para Iniciales, esta rebelión de los «revolucionarios auténticos» debía llevarse a cabo de un modo claramente individualista y todas las organizaciones, incluidos los sindicatos de la CNT y los organismos exclusivamente anarquistas como la FAI, fueron denunciadas como unidades «dominadoras y reglamentadas» que convertían a los individuos en «máquinas de cotizar», anulando sus energías transformadoras[47]. Por mucho que la aversión doctrinaria radical de los individualistas hacia la organización colectiva les impidiese expresarse directamente a través de la CNT o de la FAI, una multitud de vínculos históricos, políticos y personales ligaron a los estirneristas con los anarquistas que constituyeron la directiva de la CNT-FAI a principios de los años treinta[48]. Por ejemplo, Antonio García Birlán, Dionisios, un destacado individualista de este período, estaba asociado al clan de Urales. Mientras tanto, muchos camaradas de Ascaso, Durruti y García Oliver defendían la causa individualista-legalista en los años treinta, entre ellos Adolfo Ballano, un colaborador habitual de Iniciales que había formado parte de Los Solidarios[49]. Estas conexiones aseguraron que, aunque los devotos de Stirner representaran una minoría dentro del movimiento libertario en los años treinta, en torno a los doscientos o trescientos activistas, siguieran estando en posición de presentar sus puntos de vista sobre la ilegalidad y la expropiación en la amplia comunidad de faístas y, en menor medida, en las filas de los cenetistas. De este modo, la repercusión de las ideas ilegalistasindividualistas dentro de la CNT-FAI era desproporcionada, teniendo en cuenta el reducido número de stirneristas. Esto ayuda a explicar por qué algunas publicaciones libertarias importantes como Tiara y Libertad, el semanario de la FAI, aceptaban con entusiasmo la concepción individualista de la ilegalidad y consideraban el robo como un acto subversivo de rebelión, llegando incluso a presentar el crimen como un arma de la lucha de clases[50]. Del mismo modo, en cuanto el control editorial del diario de la CNT, Solidaridad Obrera, pasó a la FAI, el periódico fue adoptando progresivamente una línea semiestirnerista, aceptando a los «delincuentes» como «nuestros hermanos» y justificando el «querer» individual, los «hechos violentos de una naturaleza individual» y una amplia gama de actividades ilegales, entre ellas la falsificación de dinero[51]. La experiencia de los años treinta también demostró que los métodos individualistas antisindicalistas adoptados por la FAI (y por la FIJL desde su creación en 1932) fueron a menudo la antecámara de un individualismo de resultados que tenía muchas semejanzas con la filosofía del crimen y la ilegalidad propugnada por Stirner y que está representada por numerosos ejemplos de anarquistas que salieron de los grupos de afinidad con posturas individualistas extremas. Estos mismos casos indican a su vez que la correlación entre la ilegalidad armada y la actividad revolucionaria no siempre fue tan clara como algunos anarquistas han sugerido, cuestión que fue subrayada por la trayectoria de los defensores de la criminalidad cuyas acciones resultaron o bien embarazosas para el movimiento libertario o bien incompatibles con sus objetivos socioeconómicos a largo plazo. Un buen ejemplo de esto es Josep Gardenyes, individualista convencido y veterano de los grupos de afinidad posteriores a la Primera Guerra Mundial, que en varios sentidos tipificó la experiencia de los anarquistas de su generación. Sin duda figuraba en la lista negra de muchos empresarios, por lo que sufrió muchas penurias y pasó gran parte de los años veinte en la cárcel en España o bien en el exilio en Argentina, Franca e Italia. Según uno de sus coetáneos anarquistas, «en cierta manera resume la bohemia extremada que rondaba una parte de nuestro movimiento». Se puede considerar que, desde 1931, Gardenyes era ya un destacado faísta, ya que hablaba frecuentemente en mítines en Barcelona junto a Durruti, Ascaso y García Oliver y participaba en las actividades de la Agrupación Cultural Faros, uno de los principales grupos educativos anarquistas en la capital catalana. Sin embargo, la relación de Gardenyes con el movimiento anarquista sufrió a su vez un cambio brusco tras responder aquél a uno de sus períodos de paro con el clásico estilo estirnerista. En un caso que mostró las contradicciones entre las corrientes individualistas y colectivistas en el seno del movimiento libertario, Gardenyes fue expulsado de la Agrupación Cultural Faros porque sus acciones resultaban perjudiciales para los intereses generales de la asociación. En opinión de un anarcosindicalista que había sido amigo suyo, «lo que le faltaba a Gardenyes era la vocación del trabajo continuado […] [y] durante la República degeneró». Fue acusado de robarle a un ciclista la pequeña suma de 25 pesetas y pasó los años previos a la Guerra Civil en la cárcel, aunque, como veremos, permaneció en la órbita de la CNTFAI[52]. A pesar de que los ilegalistas estirneristas nunca eran cenetistas ni faístas, eran sin embargo un sector identificable de la «familia libertaria» y, como tal, sus actividades comenzaron a provocar una creciente inquietud entre los líderes de la CNT-FAI-FIJL a medida que avanzaba la década. Esta inquietud se incrementó después de una serie de robos de gran envergadura en los que algunos trabajadores fueron asesinados por individualistas. Uno de los casos más reveladores y que atrajo un considerable interés público ocurrió en agosto de 1933, cuando un camarero y miembro de la central sindical socialista murió a manos de un «Sindicato de Egoístas» en el curso de un robo frustrado en un café del centro de Barcelona. Como ejemplo de las extrañas alianzas forjadas por los estirneristas, la policía reveló posteriormente que entre los miembros de la banda en cuestión se encontraban un impresor anarquista empleado por el Comité Regional Catalán de la CNT en la imprenta de Solidaridad Obrera y, lo que resulta más llamativo, un aventurero burgués de origen inglés[53]. El carácter estéril y arbitrario de la violencia individualista se vio acentuado en diciembre de 1934, cuando Vicente Aranda Sánchez, anarquista de veinte años relacionado con los círculos individualistas barceloneses, fue acusado ante un tribunal militar del asesinato de un joven empleado durante un robo fracasado y posteriormente ejecutado. Mientras que la Federación Local de Grupos Anarquistas de Barcelona lloró un nuevo mártir, el padre del empleado, que también era anarquista, lloró la muerte de su hijo[54]. La creciente concienciación de que la violencia individualista podría poner en un aprieto al movimiento libertario y de algún modo corromper a sus militantes provocó un debate en la CNT-FAI-FIJL sobre la cuestión de la disciplina interna y la necesidad de subordinar la conducta de los activistas individuales a las exigencias de la organización. Algunas secciones de la CNT-FAI-FIJL temían especialmente que la obsesión por la rebelión espontánea provocara que algunos anarquistas se aficionasen a la violencia arbitraria así como a realizar actos vacíos de cualquier contenido revolucionario constructivo. Estos temores se mezclaron con la preocupación por el hecho de que la expansión, relativamente descontrolada, del movimiento libertario entre 1931 y 1934 hubiera permitido que algunos «elementos indeseables» y agentes provocadores ingresaran en la FAI. Otros libertarios temían que la criminalidad estirnerista atrajera a la CNT-FAI-FIJL reincidentes que pretendieran utilizar la ideología anarquista como tapadera para justificar sus violaciones de la ley[55]. Dentro de la jerarquía de la CNT-FAI-FIJL surgió el consenso de que los defensores de la «expropiación individual» eran incompatibles con la lucha por la transformación revolucionaria colectiva. Consecuentemente, Marianet, que previamente había consentido las tácticas ilegalistas-individualistas, condenó ahora el «descrédito» que los estirneristas traían a la CNT-FAI, aprovechando el «abismo» que separaba el objetivo anarquista del «bienestar general» y la «expropiación colectiva» de «la expropiación individual, porque ésta no es sino cambiar la riqueza de manos, pero siempre para lucro personal de una minoría». Igualmente, Germinal Esgleas, que antes había estado muy cerca de algunos estirneristas, publicó un largo artículo sobre la moral anarquista en el que conrarrestaba las posturas de los individualistas radicales del siguiente modo: No son los anarquistas, repetimos, individuos interesados de toda clase de delitos […] [y estos] actos que se presentan como fruto de la propaganda y de la prédica anarquista, nada tiene que ver la anarquía con ellos. En el verano de 1935, la corriente se volvió en contra de los individualistas al aprobarse una resolución sobre «el sarampión del atraco» durante un pleno clandestino de la federación Local de Grupos Anarquistas de Barcelona, en un intento por controlar la conducta de los militantes anarquistas, prohibiendo la criminalidad individualista[56]. GUERRA CIVIL, REVOLUCIÓN V LOS «INCONTROLADOS» Los acontecimientos que siguieron al estallido de la Guerra Civil disiparon cualquier ilusión en el seno de la directiva de la CNT-FAI-FIJL de que los asuntos referentes a las tácticas internas pudieran solucionarse con unas mínimas garantías de éxito. Cuando el viejo Estado cayó bajo el impacto del golpe militar de julio, los sindicatos llenaron el vacío de poder en gran parte de la zona republicana. El poder residía en las calles de la España republicana, lo que significaba que en Cataluña la CNT-FAI-FIJL era hegemónica. Los militantes anarquistas creyeron que su odisea había terminado y que su revolución acababa de comenzar, una transformación social que, de acuerdo con la doctrina antiestatalista libertaria, no requería una nueva autoridad estatal. Consecuentemente, en las calles de Barcelona, el viejo cuerpo de policía fue sustituido por las patrullas de control revolucionarias, un organismo de setecientos miembros reclutados entre miembros avezados de las fuerzas antifranquistas y que se hallaba bajo la hegemonía de la CNT-FAI-FIJL, que aportó prácticamente la mitad de sus miembros[57]. Sin embargo, las limitaciones de la revolución de 1936 quedaron pronto al descubierto, especialmente en lo referente a la ausencia de una fuerza revolucionaria genuina y al fracaso de dar una expresión política duradera al nuevo equilibrio social de fuerzas[58]. Así, aunque las fábricas y los campos de la España republicana fueron transformados por experimentos económicos socializadores y colectivizadores, la ausencia de nuevas instituciones juridicopolíticas hizo que la revolución permaneciera incompleta, desestructurada y sin orden. En el plano político, la falta de coordinación entre las diversas fuerzas revolucionarías permitió que se produjera una serie de dañinos conflictos organizativos en el bando republicano. En el aspecto económico, esta misma falta de dirección condujo a una situación que los comunistas antiestalinistas del Partido Obrero de Unificación Marxista POUM) describieron como «capitalismo sindical», situación que se convirtió en el talón de Aquiles de la recolución[59]. El caso en el que más claramente se percibió este aspecto fue el de los «incontrolados». Desde el comienzo de la Guerra Civil se oyeron quejas en muchas áreas de la zona republicana sobre el hecho de que elementos «incontrolables», aparentemente fuera del control de cualquier organización política o sindical, se estaban aprovechando del derrumbamiento de la autoridad para provocar una aleada de muertes y robos en su propio beneficio. Es esta búsqueda del beneficio individual, unida a la motivación estirnerista, la que distingue las actividades de los «incontrolados» del clásico terrorismo revolucionario dirigido contra quienes se identifican con el antiguo régimen y que prevalece en los grandes trastornos revolucionarios. Aunque sería injusto atribuir todas las actividades llevadas a cabo por los «incontrolados» a los anarquistas, hay datos que demuestran que hubo una coincidencia significativa entre ambos, especialmente en Cataluña, donde algunos «incontrolados» operaban desde las patrullas de control, que utilizaban como tapadera para perpetrar asesinatos y robos. Los anarquistas también condenaron los actos de pillaje y los robos cometidos por «incontrolados», «indeseables» y «delincuentes habituales» en las milicias y en el frente de batalla[60]. Como cabía esperar, los problemas de responsabilidad individual y control interno llegaron a dominar las posturas de la directiva de la CNT-FAI-FIJL, que trató de marginar a los estirneristás y los individualistas radicales[61]. El principal rechazo contra los individualistas apareció en forma de una serie de artículos de prensa escritos por Joan Peiró, destacado anarcosindicalista y miembro a su vez de un grupo de afinidad afiliado a la FAI, en los que identificaba frecuentemente a los «incontrolados» con los individualistas, que describía como «els pitjors enemics del poble i de la revolució». En lo que podría considerarse un tratado anarquista en toda regla sobre la «dignidad revolucionaria», Peiró los increpaba leí siguiente modo: el materialisme d’individualitats molt més amorals que els burguesos i capitalistes. […] Les revolucions les fa el poble per al poble, no per al gaudi de determinats individus. […] Els atracadors i els lladres mai no han honorat cap revolució. Per contra, han estat sempre la deshonra de totes les revolucions. […] Si les revolucions consistissin en robar i matar gent, els lladres i el assassins per ofici i per instint serien els més grans [62] revolucionaris . En términos prácticos, los líderes anarquistas trataron de reducir las actividades de los «incontrolados»; el 24 de julio, sólo una semana después del inicio de la Guerra Civil, Solidaridad Obrera advertía sobre los robos y otros «desmanes criminales», declarando que «la acción terrorista conduce al fracaso de la organización obrera que la practica». La CNT también apelaba a la «honradez revolucionaria» e imploraba a sus militantes que no sucumbieran ante los deseos egoístas individuales «en perjuicio de los intereses de la clase obrera». Como seguían las actividades de los «incontrolados», esa misma semana la CNT-FAI-FIJL consideró necesario establecer «un amplio servicio de patrullas volantes» para defender el «orden ciudadano» y reprimir a los que pretendían «manchar el triunfo con pillajes y expoliaciones», pero acabaron descubriendo que algunos miembros de estas patrullas recién constituidas eran también capaces de llevar a cabo estos mismos actos de «pillaje» que precisamente debían erradicar. Finalmente, sabiendo que la «irresponsabilidad monstruosa» de «grupos de inconscientes, fuera del control de nuestro movimiento» podría minar la credibilidad de la revolución y «redundar en desprestigio de nuestra Organización», el 30 de julio, un manifiesto advertía que «PROCEDEREMOS A FUSILAR A TODO INDIVIDUO que se compruebe que ha realizado actos contra el derecho de gentes» y «actos en contraposición con el espíritu anarquista y con la justicia del pueblo»[63]. Pero como no había un único «espíritu anarquista» dentro de este movimiento heterogéneo, convulso y calidoscópico, el comportamiento y las ideas indefendibles y ofensivas para los anarcosindicalistas eran para los estirneristas sus principios más fundamentales. Es más, la tradicional receptividad que se mostraba hacia los reincidentes dentro de una sección de la «familia anarquista», unida a la fe inquebrantable en la acción individual característica de una gran parte del movimiento libertario, demostraba que no existía una solución fácil para los problemas provocados por las actividades de los «incontrolados». Cada vez más, la escisión en el seno de la CNT-FAI-FIJL entre los defensores de la lucha colectiva y los del ultraindividualismo parecía estar a punto de provocar un enfrentamiento violento, poniendo así en peligro tanto la revolución como la lucha contra Franco. En más de una ocasión, los «incontrolados» reaccionaron a las denuncias dirigidas contra ellos con amenazas de «eliminar» al «traidor» Peiró. Consciente de la necesidad de actuar con decisión, la jerarquía de la CNT-FAI-FIJL se movilizó contra los que consideraba «partidarios de la destrucción»: entre 1936 y 1937 fueron eliminados varios estirneristas, anarquistas individualistas y veteranos de los grupos de afinidad libertarios que habían estado implicados en robos, asesinatos o extorsiones. Entre estos se encontraba un grupo de «incontrolados» dirigido por Gardenyes, el militante cuyo ultraindividualismo chocaba a veces con los principios de algunos sectores del movimiento libertario pero que había salido de la cárcel el 19 de julio de 1936 y demostró gran coraje en la lucha contra los rebeldes militares en las calles de Barcelona[64]. El hecho de que muchos de los «incontrolados», como el propio Gardenyes, hubieran surgido de la CNT-FAI-FIJL beneficiaba a los grupos de la zona republicana que eran hostiles a la revolución y que insistían en la necesidad de reducir el poder de los anarquistas. LA SOMBRA CONTRARREVOLUCIÓN DE LA Como los anarquistas, el POUM opinaba que los «incontrolados» y los «que actúan autónomamente en su propio lucro e interés» eran «los enemigos de la revolución», por su «aventurismo» y sus «acciones de bandolerismo que van en contra del crédito del orden revolucionario». Sin embargo, y de acuerdo con sus principios revolucionarios comunistas, el POUM situaba a los «incontrolados» en el contexto del fracaso de los libertarios antiestatalistas al ser incapaces de establecer un orden revolucionario sobre las cenizas del viejo Estado. El POUM advertía a su vez de que la existencia de los «incontrolados» proporcionaba a los enemigos de la revolución, tanto en la zona republicana como en la franquista, una plataforma para erosionar la transformación social iniciada en julio de 1936: «La palabra incontrolado se ha puesto políticamente en uso para denominar a los revolucionarios que resueltamente defienden sus ideas, aunque vayan contra corriente»[65]. Sin embargo, el cri de coeur del POUM fue ignorado. Comparado con la CNT-FAI-FIJL, el POUM era una fuerza minoritaria en el campo revolucionario y su proyecto de un Estado revolucionario capaz de dirigir la tarea constructiva de la transformación social estaba condenado al anonimato. En cambio, el creciente clamor para «disciplinar» a los «incontrolados» fue explotado a fondo por los republicanos de clase media y por los comunistas oficiales del Partido Comunista de España (PCE) y del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que pretendían constreñir las transformaciones revolucionarias efectuadas desde julio de 1936 y reforzar el viejo Estado republicano. Con este fin en mente, las «actividades irresponsables» de los «incontrolados» fueron aprovechadas por los enemigos de la revolución en la zona republicana para erosionar el enorme prestigio del proyecto revolucionario entre amplios sectores del bando republicano, restaurar las antiguas fuentes de autoridad y limitar el poder de las patrullas de control y las milicias obreras. Este aspecto se reflejó claramente en la propaganda elaborada por los republicanos y los comunistas oficiales, basada en la caricatura de los «incontrolados» como criptofascistas «provocadores pagados por el fascismo ítalo-germano», «los instrumentos conscientes del fascismo» empeñados en destruir la «unidad antifascista» interclasista y la alianza que existía entre la España republicana y la Rusia soviética en la guerra contra Franco. Por lo tanto, quienes se negasen a aceptar la peculiar percepción de la estrategia que había que seguir en la Guerra Civil, defendida por el bloque comunistarepublicano, se consideraba que estaban «tácitamente ayudando al enemigo», o incluso que eran «enemigos del pueblo» y «canallas» que debían ser «eliminados» para así garantizar la victoria contra el general Franco. De manera creciente, el concepto de «incontrolado» comenzó a considerarse consustancial con la visión estereotipada de «anarcodesviacionistas de la pequeña burguesía» o «demoledores de inspiración trotsquista-fascista»[66]. La ofensiva propagandista oficial de los comunistas contra la revolución se enmarcó en la necesidad de meter en cintura a los «incontrolados». Paradójicamente, por lo tanto, la lucha contra los «incontrolados» sirvió como justificación para las provocaciones dirigidas desde el PCE y el PSUC contra sus rivales revolucionarios e izquierdistas, especialmente los comunistas antiestalinistas del POUM. El grado en que esta identificación entre revolucionarios e «incontrolados» era políticamente conveniente lo demuestra la cantidad de asesinatos perpetrados por «incontrolados» en las zonas del centro del país, bajo control republicano, donde la revolución estaba menos desarrollada y donde tanto los anarquistas como el POUM eran considerados como minorías dentro del Frente Popular[67]. Debemos tener en cuenta además que, si bien la violencia pseudorrevolucionaria de los «incontrolados» contribuyó en gran medida al distanciamiento de la clase media republicana, ésta era tan sólo una de las fuentes de división y discordia en el campo antifranquista que frecuentemente se vio eclipsada por las provocaciones organizadas del PCE y del PSUC contra la CNT-FAI-FIJL y el POUM, campaña que culminó en la llamada «guerra civil dentro de la guerra civil» en mayo de 1937, al romperse la unidad antifranquista del bando republicano para limitar el poder de la fuerzas revolucionarias[68]. CONCLUSIÓN En conclusión, el período de la revolución y la Guerra Civil dejó al descubierto numerosas contradicciones teóricas en el seno del movimiento anarquista, especialmente su incapacidad para desarrollar una estrategia adecuada de cambio revolucionario y su incongruente concepción de las responsabilidades individuales y colectivas de sus militantes dentro del proceso de transformación social. Estas contradicciones habían sido ignoradas generalmente por los teóricos libertarios en los treinta años precedentes, período en el cual la CNT llegó a estar dominada por lo que Helmut Rüdiger describió como una cultura «de lucha destructiva, de pura crítica y protesta», una imperiosa inquietud por la praxis que condujo a una cierta despreocupación por la teoría[69]. Las nuevas condiciones de guerra civil y revolución recalcaron la quiebra conceptual e ideológica del movimiento anarquista y provocaron que se plantease toda una serie de cuestiones que habían sido ignoradas hasta el momento. Pero para entonces ya era demasiado tarde y la aparición de los «incontrolados» en el panorama social simbolizó una de las muchas limitaciones del movimiento libertario español como una fuerza revolucionaria constructiva. Si el caos de la Guerra Civil permitió que salieran a relucir los «incontrolados», sus orígenes están inextricablemente ligados al desarrollo del movimiento libertario ibérico y a las tensiones no resueltas entre el individualismo filosófico del anarquismo y el colectivismo práctico del anarcosindicalismo, por un lado, y a las dicotomías de la ilegalidad y la legalidad por otro. La enorme confianza depositada por los libertarios en la vitalidad, la pasión y la iniciativa de sus militantes permitió al movimiento anarquista soportar la adversidad y la represión de los años veinte; pero en otras ocasiones, se inclinó hacia un extremado hedonismo o epicureísmo que engendró una cultura de la indisciplina y que pudo ir acompañada de un comportamiento egoísta por parte de los militantes que no concordaba con los propósitos fundamentales del movimiento. Posteriormente, este mismo énfasis en la voluntad individual proporcionó una tapadera adecuada para los «incontrolados» y los que exageraban el poder transformador del ilegalismo. En cierto sentido, como precursores de un nuevo orden socio-jurídico-económico, todos los revolucionarios se sitúan ipso facto al margen de las leyes de la sociedad burguesa. Sin embargo, algunos anarquistas tomaron este hecho como prueba de que todos los que estaban fuera de la ley eran revolucionarios o, por lo menos, rebeldes en potencia. Éste era principalmente el caso de los seguidores de las ideas ilegalistas individualistas de Stirner. Como todas las corrientes anarquistas nacen de una concepción individualista, la ética estirnerista se adaptó fácilmente a las concepciones clásicas del movimiento libertario ibérico. Este hecho fue admitido por Ángel Pestaña, quien se percató de que la creencia libertaria en que la emancipación humana universal surgiría del sacrificio del vengador solitario permitió al estirnerismo beber de las viejas tradiciones anarquistas del «mito del terror individual»[70]. A pesar de la esencia individualista de todo anarquismo, la experiencia de los años treinta demuestra que el individualismo no es siempre de naturaleza anarquista. De hecho, en cierto momento, el individualismo se volvió inconsistente —anatema en la variante estirnerista— con el objetivo igualitario anarquista. En la Guerra Civil, esta herencia individualista tuvo un papel importante en la caída de la CNT-FAI-FIJL, o en lo que un militante describió como el descenso «de la cima al abismo»[71]. 7 LA MOVILIZACIÓN CON VISTAS A LA GUERRA TOTAL: LA EXPERIENCIA REPUBLICANA HELEN GRAHAM El 17 de julio de 1936, la amplia mayoría del Ejército español radicado en el Protectorado de Marruecos, apoyado por las elites agrarias e industriales y por algunos segmentos sociales populares del país, se alzó en armas contra el régimen democrático de la Segunda República, de carácter reformista en el plano social y pluralista en el ámbito cultural. Al día siguiente, la rebelión militar se extendió por el territorio peninsular e insular de España bajo la forma de alzamientos de las guarniciones provinciales. La extensa insurrección, cuyo propósito era restaurar el status quo político y socioeconómico previo a 1931 y favorable a la oligarquía agraria e industrial, fracasó en su pretensión de tomar el poder simultáneamente en la totalidad del territorio nacional. Sin embargo, los militares insurrectos sí que tuvieron éxito al romper la frágil alianza antioligárquica entre sectores obreros y las clases medias que había apoyado el proyecto reformista republicano y que había cristalizado en el Frente Popular triunfante en las elecciones de febrero de 1936[1]. Ese mismo éxito desencadenó en la zona donde fracasó la insurrección una crisis de las instituciones estatales de proporciones inusitadas. Al destruir la estructura y cadena de mando del Ejército y de la policía, la sublevación militar privó al gobierno republicano de las fuerzas coactivas necesarias para ejercer un control centralizado de las medidas de resistencia. Sin esas fuerzas de seguridad unificadas e íntegras (que seguían siendo en la década de los treinta las instituciones definitorias del Estado centralista español), la autoridad del gobierno republicano se desplomó. Durante algún tiempo, incluso Madrid, la capital de la nación, fue otra «isla» más en el conflicto español. Mientras, allí donde pudieron, los partidos y sindicatos de la izquierda declararon la huelga general como primera respuesta a su movilización contra la insurrección militar. También promovieron la entrega de armas a los trabajadores para hacer frente a las guarniciones sublevadas. Las tropas de choque en este frente de defensa contra la insurrección forjado en «los días de julio» de 1936 estaban formadas en esencia por el proletariado rural y urbano de España, que se agrupaba básicamente en dos grandes sindicatos: la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la socialista Unión General de Trabajadores (UGT) (si bien en el área industrial de Barcelona también tenía cierta influencia el Partido Obrero de Unificación Marxista —POUM—, un grupo comunista radical y antiestalinista). El protagonismo de los proletarios en esa resistencia se debía en gran medida a su firme conciencia de que ellos serían los más perjudicados por el triunfo de la rebelión militar. Esa conciencia se había agudizado como resultado de la sucesión de derrotas sufridas por la clase obrera europea durante las décadas previas (Italia en 1922, Alemania en 1933, Austria en 1934) y por la represión militar que siguió a la insurrección de los mineros asturianos en octubre de 1934[2]. El predominio de la clase obrera en la zona republicana era también el resultado del eclipse político experimentado por el republicanismo. Desde el comienzo de la rebelión militar, los insurrectos habían logrado el apoyo y simpatía de algunos sectores sociales que tradicionalmente habían apoyado a los republicanos: pequeños propietarios y arrendatarios campesinos, comerciantes, pequeños empresarios, etc. Para evitar la división en las filas republicanas y también para eludir la necesidad de armar al proletariado (algo que consideraban execrable), os dirigentes políticos republicanos habían tratado de alanzar en los primeros momentos (18 y 19 de julio) un compromiso con los líderes militares sublevados. Aunque éstos no estaban dispuestos a negociar nada, la mera tentativa de la élite política republicana hizo que perdiera su credibilidad ante los ojos del proletariado que estaba haciendo frente a la rebelión. Las fracturas dentro de la coalición popular antioligárquica que la rebelión militar puso al descubierto derivaban en su origen del peculiar desarrollo histórico desigual experimentado por la España contemporánea. La industrialización, la urbanización y los consecuentes procesos de movilización política de masas habían provocado tanto agudas diferencias regionales como bloques de clases sociales muy fragmentados internamente. Durante la década de los años treinta, esas circunstancias habían generado agudas tensiones interregionales y conflictos en cada región entre diferentes y aun opuestos modos de vida: urbana y rural, religiosa y secular, partícipe de los novedosos movimientos sociales (como el sindical) y sostenedora de la rígida jerarquía social tradicional, etc. En un plano político más inmediato, la fragmentación de la coalición antioligárquica debe retrotraerse al bienio de 1931-1933, cuando el gobierno formado por los republicanos de izquierda y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fracasó en su tentativa de movilizar una base social interclasista en apoyo a un programa viable de modernización social y reforma económica. Esa tentativa resultó frustrada por el dañino proceso de polarización política experimentado en España entre 1933 y 1936, durante el cual las fuerzas conservadoras agrupadas por la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) movilizaron una base popular contra las reformas democráticas bajo la bandera de «la defensa de la fe católica». Tal fenómeno habría podido evitarse (o al menos moderarse) si la izquierda republicana hubiera desplegado estrategias más integradoras y elaboradas para hacer frente al desafío de la movilización política de masas[3]. En un país como España, en el que existían coetáneamente tantos y tan diferentes sectores socioeconómicos y culturales, el único medio de abordar con éxito la reforma modernizadora y frenar el asalto oligárquico consistía en cimentar un amplio apoyo social atendiendo a demandas populares «contradictorias»: las de las clases medias-bajas urbanas y rurales (tenderos, granjeros, pequeños empresarios, grupos profesionales), a la par que las de los obreros industriales (cualificados y sin cualificación) y las de los campesinos jornaleros. Pero sería sólo durante la Guerra Civil cuando surgiría un partido político, el emergente Partido Comunista de España (PCE), con capacidad para ejecutar tal estrategia con vistas a reconstruir la coalición frentepopulista antioligárquica[4]. En las semanas posteriores a la rebelión, la resistencia ofrecida por el proletariado adoptó varias formas: asedios a guarniciones sublevadas, combates callejeros, constitución de milicias populares (dado que el golpe militar había desarticulado al Ejército regular y erosionado la confianza obrera en la clase de los oficiales), y creación de múltiples comités populares en pueblos, barrios y centros de trabajo para atender las urgentes medidas de defensa y para asegurar el mantenimiento de los suministros esenciales y los transportes básicos en medio del caos originado por el golpe. La clave inmediata de la supervivencia de la República radicaba en Barcelona y en Madrid. En la primera ciudad, la sublevación había fracasado muy pronto ante la movilización obrera (básicamente vertebrada por la CNT), apoyada por los elementos leales de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto. Mientras Lluís Companys, presidente autonómico catalán, trataba de evitar la entrega de armas a los obreros en la tarde del 18 de julio, la CNT consiguió asaltar varios arsenales o entrar en ellos gracias a la complicidad de algunos oficiales simpatizantes, como sucedió en otras partes. Provistos de esas armas, los obreros cenetistas hicieron frente a las dispersas columnas rebeldes y frieron aplastándolas hasta consolidar su poder en el centro urbano. En la tarde del 19 de julio sólo dos núcleos resistían su avance: el cuartel de San Andrés en las afueras de la ciudad y el cuartel de las Atarazanas en el puerto. Ambos serían tomados al asalto por las milicias cenetistas y las fuerzas de la Guardia Civil y de Asalto, sofocando así por completo el golpe militar en la ciudad más cosmopolita y radical de España. En Madrid, los obreros también tomaron al asalto el cuartel de la Montaña donde se habían refugiado los rebeldes, aunque el coste humano fue muy alto para ambos bandos. Una vez asegurada la capital para la República, las fuerzas milicianas madrileñas se dirigieron a la sierra de Guadarrama para frenar el avance de las columnas militares rebeldes que se dirigían a la ciudad desde el norte. La acción de las milicias fue decisiva para hacer fracasar la sublevación en la mayoría de las grandes ciudades españolas y sus comarcas circundantes. No obstante, hubo suficientes casos de derrota de movimientos obreros urbanos en esos días de julio como para afirmar que las milicias por sí solas eran suficientes para salvar a la República frente a las guarniciones insurrectas. Madrid y Barcelona fueron casos específicos por la mera escala de sus organizaciones proletarias e incluso en estas ciudades la fuerza de las milicias fue acrecentada por el apoyo de oficiales militares leales a la República y por los efectivos de la Guardia Civil y de Asalto. Pero hubo ciudades con un gran movimiento obrero y fuerte tradición de izquierdas en las que los rebeldes fueron capaces de asegurar su control en los días cruciales de julio. Los casos más notables fueron Sevilla, la ciudad más revolucionaria del sur[5], la capital aragonesa, Zaragoza[6], y Oviedo, en la proletaria Asturias[7]. La rebelión militar, por el contrario, obtuvo sus más rápidos y fáciles triunfos en los dos primeros días (18 y 19 de julio) en la España rural y conservadora del área norteña central, donde recogió un significativo apoyo de elementos civiles que se extendió hasta sectores populares. De este modo, exceptuando la zona industrial vizcaína y Bilbao (que se decantó por la República), los sublevados tomaron el control de las fortalezas carlistas de Álava y Navarra, así como de toda Castilla la Vieja (con todos sus centros urbanos: Valladolid, Salamanca, etc.) y de la provincia de Cáceres en Extremadura. El 22 de julio, Galicia y el área noroccidental peninsular se incorporarían al territorio dominado por los rebeldes a pesar de la desesperada resistencia ofrecida por las masas urbanas de izquierda en los puertos de Vigo y La Coruña. En esta fase inicial del conflicto civil, las zonas rebeldes correspondían en gran medida a aquellas que habían votado por candidatos conservadores en las últimas elecciones generales. Sin embargo, el hecho era que a finales de julio de 1936 los militares sublevados sólo habían logrado implantar su dominio en una tercera parte del territorio nacional español. En las dos terceras partes restantes donde la rebelión militar había fracasado, la autoridad y el poder habían quedado fragmentados. En sentido estricto, no podemos hablar de un único esfuerzo de guerra «republicano». El golpe había desarticulado las instituciones estatales y, durante cierto tiempo, no existió una estructura política superior que planificara un esfuerzo de guerra unificado y coordinado. Además, las fuerzas proletarias que resistían a los militares rebeldes concebían su cometido en términos sobre todo locales: formación de cooperativas agrarias y comerciales, comités de alimentación, abastecimiento, etc., destinados a cambiar la unidad de experiencias vitales (la villa o el barrio). La conciencia popular que nutría la «defensa de emergencia», tanto en las ciudades como en los campos, estaba muy lejos de lo que podríamos llamar «conciencia de guerra» (en el sentido de una conciencia de la necesidad de una intensa y prolongada movilización social y económica total y coordinada). A tono con esa situación, también estaba ausente de la zona republicana la idea de una necesaria organización estatal centralizada. De hecho, existía una activa hostilidad entre las clases obreras españolas hacia esa noción. Para los trabajadores industriales, al igual que para los pobres urbanos y los jornaleros campesinos, la imagen de cualquier forma de poder centralizado todavía se percibía bajo el prisma del viejo orden oligárquico que les había reprimido y explotado. El Estado, en la conciencia popular, aún estaba asociado básicamente a la imposición fiscal indirecta y al servicio militar, así como a la persecución policial (particularmente contra los sindicalistas). La policía, y especialmente la Guardia Civil, era vista como la vanguardia armada que mantenía un poder oligárquico, tanto por su protección del ominoso sistema de propiedad agraria latifundista (en el centro y sur) como por su sostenimiento en las calles y comisarías de las ciudades de una brutal disciplina laboral implantada por los patronos en las fábricas y talleres. Este último era el caso particular de Barcelona y su cinturón industrial, donde se había concentrado un gran segmento de obreros sin cualificación y temporeros, además de amplios sectores de pobres urbanos. Como ha demostrado la investigación más reciente[8], la experiencia de esos sectores obreros no cualificados y depauperados durante la Segunda República no había mejorado demasiado su visión del Estado. Irónicamente (en vista del objetivo republicano de mayor integración e igualdad social), durante el período 1931-1936 diversas leyes aprobadas (Ley de Defensa de la República de 1931, Ley de Orden Público de 1933) fueron utilizadas contra esos mismos sectores sociales que ya estaban sufriendo agudamente las consecuencias de la depresión económica. Esa legislación también fue empleada reiteradamente contra el movimiento obrero no reformista y en particular contra la CNT, el sindicato con el que más se identificaban los grupos obreros más marginados y empobrecidos. No en vano, la CNT estimulaba estrategias de acción directa como, por ejemplo, la huelga industrial espontánea, la huelga de rentas, la ocupación de viviendas, las campañas contra la especulación por parte de tenderos, las ayudas a detenidos y obras de solidaridad, todo lo cual atendía directamente a las necesidades de los pobres y de los marginados[9]. Dados esos antecedentes, no resulta sorprendente que, después de la sublevación del 18 de julio de 1936, sectores significativos de la clase obrera urbana y rural, constituidos como «el pueblo en armas» gracias a las milicias, concibieran la resistencia a los militares insurrectos y a sus partidarios civiles con marcado carácter antiestatalista y procurando sobre todo evitar el retorno del viejo orden represivo. Para esos sectores, el colapso del Ejército, la policía y el gobierno central era un fenómeno positivo que habría de reforzarse con la eliminación de otros pilares del antiguo orden, ya fueran materiales (destrucción de registros de la propiedad) o humanos (la violencia reactiva que llevó al asesinato de sacerdotes, guardias civiles, policías, tenderos asociados a prácticas especulativas o adulteración de alimentos, etc.). Fueron esos sectores proletarios los que respondieron con mayor entusiasmo a los llamamientos de las corrientes más radicales dentro de la CNT (vertebradas por a Federación Anarquista Ibérica: FAI) para constituir formas locales de organización socioeconómica colectivistas y anticapitalistas. En gran medida, esto sucedió en d ámbito urbano de Barcelona (cooperativas y colectividades multivariadas en la industria y los servicios) y en Aragón y zonas del sur (colectividades agrarias) [10]. El consecuente proceso revolucionario fue totalmente descentralizado por voluntad activa de los involucrados en él. Además, fue inevitablemente un proceso que respondía en su desarrollo a su propia y específica dinámica interna. Ni en Barcelona ni en Aragón hubo ninguna preocupación directa o inmediata sobre la posible discordancia de dicho proceso con relación a las necesidades de la defensa de la República. Tanto Aragón como Barcelona estaban entonces muy lejos del frente de batalla. Sería la súbita y masiva escalada de las hostilidades en el «sur profundo» lo que haría necesario el retorno del Estado central. Habida cuenta del bloqueo del Estrecho implantado por la flota naval republicana (cuya marinería había sofocado la rebelión de los oficiales), el general Franco, al mando de las tropas sublevadas en Marruecos, había logrado el apoyo de Hitler y de Mussolini para transportar por vía aérea el experimentado ejército de África a la Península. Esta intervención extranjera permitió que los insurgentes transformaran un golpe parcialmente fracasado en una verdadera guerra[11]. A finales de julio de 1936, en el plazo de diez días, el puente aéreo había trasladado a unos diez mil soldados hasta Sevilla. El 6 de agosto también cruzaría el Estrecho un transporte naval de tropas con cobertura aérea italiana. La flota leal al gobierno poco pudo hacer para frenar esta operación (que causó gran desmoralización en las filas republicanas) porque sus buques no pudieron utilizar las facilidades portuarias de Gibraltar debido a la hostilidad de las autoridades británicas[12]. La flota republicana tampoco pudo hacer uso del puerto de Tánger (a pesar de su condición de puerto libre) y tuvo que sufrir la intimidante presencia de los buques alemanes que patrullaban la costa marroquí. El gobierno alemán también envió al área varios cazas Heinkel, junto con sus pilotos y mecánicos de la Luftwaffe. Por tanto, a la semana de haber solicitado ayuda, los insurgentes estaban recibiendo suministros regulares de armamento y munición procedentes de la Italia fascista y la Alemania nazi. Entre finales de julio y octubre de 1936, un total de 868 vuelos había trasladado a la península casi 14 000 hombres, con artillería y 500 toneladas de equipo bélico. La República estaba enfrentando por entonces mucho más que una serie de guarniciones sublevadas, mal coordinadas y sólo parcialmente triunfantes. Con el apoyo de las potencias fascistas, los militares insurrectos estaban ahora declarando la guerra total a la República y se preparaban para luchar con toda la fuerza que la superior potencia armamentística y el progreso tecnológico ítalo-germano iban a proporcionarles. Sería el flanco sureño rural el que iba a recibir el primer impacto de la escalada bélica. Una vez transportado el ejército de África a la Península, las milicias obreras no tuvieron medios para resistir a fuerzas muy superiores en capacidad armamentística y experiencia bélica. Las tropas dirigidas por los oficiales africanistas emprendieron desde la ciudad de Sevilla una campaña de represión masiva en la provincia. El precedente de estos hechos se había dado en Asturias en octubre de 1934, cuando, por iniciativa de Franco, las fuerzas marroquíes habían aplastado la rebelión de las cuencas mineras. La reforma agraria republicana fue brutalmente anulada y la tierra devuelta a los propietarios latifundistas, que frecuentemente cabalgaban al lado de las tropas rebeldes para recuperar sus tierras manu militari[13]. Los jornaleros agrícolas que resistieron fueron asesinados allí donde eran capturados, escuchando el chiste de que al fin habían logrado su reforma agraria (bajo la forma de un trozo de tierra para su enterramiento). En los pueblos del sur conquistados por los rebeldes hubo episodios de brutalidad sistemática, tortura, afeitado y violación de mujeres[14], y asesinatos masivos después de la ocupación[15]. El resentimiento de una elite terrateniente de mentalidad feudalizante provocó que la represión fuera particularmente intensa y aguda en pueblos donde la tradición radical y colectivista había sido mayor (aquellos en los que había habido ocupaciones de tierra en la primavera y verano de 1936, o en los que había tenido eco la huelga campesina de junio de 1934 o la huelga general de octubre de dicho año)[16]. Al final de la guerra, cuando la represión fue institucionalizada formalmente mediante juicios sumarísimos, los trabajadores rurales del sur sufrirían procesos masivos y serían ejecutados por el crimen de rebelión militar (sin que aparentemente hubiera ninguna ironía en la acusación). La mentalidad colonial que animó la campaña del sur está claramente demostrada por la carta del 11 de agosto remitida por Franco al general Mola, comandante rebelde de las fuerzas norteñas. Después de subrayar que la conquista de Madrid seguía siendo la prioridad militar, Franco subrayaba la necesidad de aniquilar toda resistencia en las «zonas ocupadas», especialmente en Andalucía[17]. La marcha de los rebeldes a través del sur se encaminó resueltamente hacia su objetivo básico: la capital de España. Creían que Madrid era el núcleo vertebrador de la resistencia republicana y que su conquista significaría la victoria en la guerra. El 14 de agosto, las tropas insurrectas ocuparon Badajoz, al lado de la frontera portuguesa. Después de penetrar por sus murallas, perpetraron una represión salvaje en la que perecieron unos 2000 defensores republicanos. Al principio, la matanza fue caótica e indiscriminada, al igual que el saqueo a manos de los legionarios y los regulares indígenas. Posteriormente, la represión fue más sistemática. Los prisioneros fueron agrupados en la plaza de toros y ametrallados en grupos. La sangre corría a raudales según los testigos entrevistados por el periodista norteamericano Jay Allen, cuyo famoso reportaje al respecto situó a la guerra española en las primeras páginas de la prensa europea y americana[18]. La matanza en Badajoz continuaría en las semanas posteriores. El propio comandante de las fuerzas rebeldes, el coronel Juan Yagüe, confirmaría las versiones sobre la represión de los testigos consultados por Allen. A preguntas de otro periodista norteamericano, John T. Whitaker (que le acompañaría durante casi toda la marcha hacia Madrid), Yagüe respondió: «Claro que los fusilamos. ¿Qué esperaba? ¿Suponía que iba a llevar cuatro mil rojos conmigo mientras mi columna avanzaba contrarreloj? ¿Suponía que iba a dejarlos sueltos a mi espalda y dejar que volvieran a edificar una Badajoz roja?»[19]. Los cuerpos fueron expuestos varios días en las calles para aterrorizar a la población y luego fueron incinerados en el cementerio sin ninguna ceremonia. La marcha de los insurgentes prosiguió porque no había nada que los obreros de las ciudades y, menos aún, los jornaleros atomizados del campo pudieran hacer para defender la reforma agraria republicana o las nuevas colectividades agrarias. Eran literalmente incapaces de frenar el avance de tropas africanistas bien pertrechadas y protegidas por los bombardeos de la cobertura aérea ítalogermana. Mientras los rebeldes gozaban de una absoluta supremacía aérea, la mayor debilidad militar de la República se cifraba en las milicias. Sin entrenamiento en los más elementales movimientos tácticos sobre el terreno, sin siquiera experiencia en el cuidado y recarga de sus armas, las milicias luchaban desesperadamente en tanto que gozaban de protección de edificios o árboles. Pero no había tantas ocasiones para esa resistencia prolongada y cuando se producían se basaban en obstáculos naturales o ventajas del terreno urbano. En campo abierto, las milicias eran constantemente flanqueadas y forzadas a retirarse. Además, a medida que las noticias sobre masacres rebeldes aumentaban, incluso los rumores de un posible cerco eran suficientes para provocar la huida de los milicianos y el abandono de sus armas. Un vasto contingente de refugiados se desplazaba hacia el norte huyendo del avance de las tropas rebeldes. En las duras condiciones del árido valle del Tajo cercano a Talavera, la vulnerabilidad de las milicias implicaba que la retirada era la única opción válida para los comandantes republicanos enviados desde Madrid para tratar de coordinar la resistencia. Aunque los milicianos parecían creer todavía en el valor bélico de su propio coraje, el gobierno no podía arriesgarse a perder sus efectivos en un enfrentamiento general. Talavera cayó el 3 de septiembre de 1936. En un mes escaso, los rebeldes habían avanzado casi 500 kilómetros. Y la última ciudad importante entre ellos y Madrid había sido capturada. Las derrotas milicianas y la consiguiente represión continuaron durante septiembre de modo terrible y aparentemente inevitable. En cada ocasión de ruptura de la resistencia miliciana, el cruento precio implícito tenía un impacto cada vez más devastador sobre la moral republicana. Sin embargo, en Madrid, los dirigentes políticos de la República (tanto socialistas como comunistas y en menor medida republicanos) estaban aprendiendo una dura y crucial lección, pagada en sangre por millares de hombres y mujeres de las milicias que habían luchado y caído en el sur: los rebeldes estaban librando una guerra que no podría ganarse a menos que la República se preparara para enfrentarse a ellos en el campo de batalla. Y esto significaba, más pronto o más tarde, hacer frente a la potencia material y tecnológica del Eje ítalo-germano que apoyaba a los rebeldes, incluyendo el complejo industrial bélico más avanzado de la época (el del Estado nazi que se preparaba para la guerra futura) [20]. El 19 de julio, poco después del inicio de la rebelión militar, el nuevo gobierno republicano presidido por José Giral había tratado de lograr la ayuda material de las democracias occidentales para aplastarla. Pero tropezó con la renuencia de Francia (después de una inicial disposición favorable) y la hostilidad de Gran Bretaña. A juicio de los círculos oficiales británicos, la República española, a diferencia de los militares sublevados, estaba incapacitada para garantizar el orden y la propiedad en el país (incluyendo las significativas inversiones británicas). Esos mismos círculos desestimaban el hecho de que hubiera sido la rebelión militar la que había provocado la violencia popular y el desorden percibido con tanta repulsión. Una vez que los líderes británicos decidieron mantenerse a distancia, Francia, con sus fronteras vulnerables y su temor a quedar aislada de Gran Bretaña, se retractó de su promesa de enviar armas a la República. En esas condiciones, durante los meses críticos de agosto y septiembre, el gobierno republicano sólo pudo buscar suministros bélicos al azar y a través de redes contrabandistas (un proceso tan sumamente caro como ineficaz)[21]. Además, la imposición en agosto del Acuerdo de No Intervención (patrocinado por británicos y franceses, aceptado por todos los gobiernos europeos y, en la práctica, muy favorable a los rebeldes), aumentó el grave aislamiento diplomático de la República. Por entonces, no había posibilidad de recibir ayuda directa de la Unión Soviética dado que sus gobernantes, temerosos de su vulnerabilidad militar, querían evitar el potencial desestabilizador del conflicto español y no deseaban involucrarse en el mismo[22]. Mientras tanto, la guerra estaba acercándose a Madrid por el sur. Se ponía de manifiesto en la corriente de refugiados que huían del avance de las columnas rebeldes. Al norte, en la sierra de Guadarrama, se hallaban las tropas del general Mola. El 23 de agosto fue bombardeado el aeródromo de Getafe y dos días después el de Cuatro Vientos, ambos en el perímetro exterior de la ciudad. Los días 27 y 28 la población madrileña sufrió el primero de una serie de bombardeos aéreos enemigos (el primer bombardeo aéreo contra civiles registrado hasta entonces). De modo gradual, a medida que los dirigentes socialistas y comunistas en Madrid organizaban la movilización civil defensiva, la guerra como realidad empezaba a penetrar en la conciencia popular. Se trataba ahora de una realidad tangible a través de la experiencia propia y de los rumores sobre derrotas incontables transmitidos por los refugiados. El 21 de septiembre, las tropas de Yagüe tomaron Santa Olalla y llevaron a cabo una ejecución pública de 600 milicianos en la calle principal de la villa: «fueron sacados de los camiones y agrupados. Tenían el aspecto de tropas exhaustas, cansadas y abatidas, sin capacidad para resistir por más tiempo el efecto de las bombas alemanas»[23]. Entre los dirigentes de la República en Madrid aumentó la convicción de que era preciso reaccionar: había que organizar el «apocalipsis». Las derrotas en el sur y los bombardeos aéreos recordaban constantemente la necesidad de una preparación militar y de una movilización popular. En ambos aspectos, el PCE se mostraría especialmente activo y eficaz. A finales de octubre de 1936, los insurgentes habían llegado a las afueras de Madrid, un poco más tarde de lo previsto debido a la orden de Franco de desviarse hacia Toledo para levantar el asedio del Alcázar (y así reforzar su propia posición política). Ese retraso proporcionó a los republicanos un tiempo crucial para organizar la defensa de la capital. Esas medidas y la simultánea llegada de ayuda militar desde la URSS (enviada finalmente por temor a que el inminente colapso republicano liberara la potencia agresiva alemana contra las vulnerables fronteras soviéticas) salvaron a la República de una derrota militar segura. No menos importantes que los suministros bélicos fueron los asesores militares enviados por la Unión Soviética. Los republicanos necesitaban urgentemente la experiencia de estrategas profesionales con capacidad para librar una guerra moderna. La defensa de Madrid implicó intensas y duras batallas con bajas enormes, especialmente entre las Brigadas Internacionales que actuaron entonces como tropas de choque republicanas (la batalla del Jarama de febrero de 1937, para mantener abierta la carretera a Valencia, significaría casi el aniquilamiento del batallón británico y pérdidas enormes entre los brigadistas norteamericanos). El precio fue muy alto, pero también la recompensa: Madrid constituyó una derrota para los insurgentes. Al tiempo que sus tropas se atrincheraban para asediar la capital, el conflicto se convirtió en una larga guerra de desgaste y agotamiento. A pesar del estímulo psicológico que supuso la presencia de las Brigadas Internacionales, el hecho era que la República estaba gravemente aislada por el bloqueo económico impuesto por la diplomacia de No Intervención practicada por las potencias capitalistas occidentales. Además, la vital ayuda soviética sólo bastaba para sostener a duras penas la resistencia de la República. En esas circunstancias, aislada y haciendo frente al asalto de un esfuerzo de guerra total y moderno (gracias al apoyo de las potencias fascistas a los insurrectos), la República no tuvo otra alternativa que reconstruir un aparato de Estado central para maximizar la movilización y coordinación de sus recursos interiores. Sólo de ese modo podría soportar una guerra larga de desgaste contra las fuerzas rebeldes nacionalistas. En ese sentido, el desafío de la República era la movilización de toda su economía y sociedad para una guerra total que no tenía precedente en la experiencia histórica española. Señalando este hecho, no estamos negando que el Estado republicano en proceso de reconstrucción no fuera burgués por naturaleza y, como tal, hostil a las formas de organización socioeconómica colectivistas surgidas en el mes de julio. Pero, en contraste con lo que sugiere el conocido debate sobre «la revolución o la guerra»[24], sí afirmamos que el resultado del mismo difícilmente ofrecía alguna duda, habida cuenta de la debilidad intrínseca del proyecto colectivista[25]. El equilibrio de fuerzas sociales dentro de la zona republicana apuntaba hacia la reconstrucción de un Estado liberalcapitalista (o burgués) mucho más que hacia la forja de un orden radical anticapitalista (o proletario). Porque España en 1936 no era una repetición de Rusia en 1917. En España, el factor decisivo era el desarrollo desigual, mucho más que el subdesarrollo. Sin duda alguna, el país albergaba unas variadas clases medias que tenían que ser asumidas políticamente por la República en guerra para reconstruir de nuevo la coalición antioligárquica. Tal reconstrucción era vital, además, porque la rebelión militar había privado a la República del apoyo del grueso de sus más radicales y numerosos núcleos obreros: el proletariado jornalero de los campos latifundistas del sur que habían caído en la guerra «colonial» librada por el ejército de África. Los grupos revolucionarios no tenían una clara mayoría dentro de la zona republicana. Al margen del País Vasco republicano (con sus tradiciones socialmente conservadoras), tanto en el área levantina como en Cataluña, además de movimientos sindicales potentes existían amplias clases medias de propietarios y arrendatarios campesinos que no comulgaban con las políticas radicales económicas y sociales implantadas por el proletariado a finales de julio. Si la República se enajenaba políticamente a esos grupos de las clases medias, no tendría ninguna esperanza de movilizarlos en beneficio de su esfuerzo de guerra. Y esto era inconcebible precisamente por el agudo aislamiento internacional que sufría. La posibilidad de que surgiera un orden estatal revolucionario y anticapitalista como resultado del período de emergencia experimentado por la República también estaba muy debilitada por la fragmentación orgánica y geográfica de la izquierda española. No existía ningún grupo capaz de canalizar el radicalismo social y los experimentos colectivistas de finales de julio de 1936 en una estructura política alternativa que abarcase todo el territorio de la República. Ciertamente, la CNT no tenía programa para ello ni (lo que es más importante) disponía de una estructura orgánica centralizada que pudiera haber elaborado y puesto en ejecución tal programa[26]. El POUM sí tenía proyectos políticos más complejos pero, al margen de sus divisiones internas, era una fuerza demasiado pequeña y limitada geográficamente como para tener el papel de los bolcheviques rusos en la revolución española[27]. De hecho, es muy difícil imaginarse una situación en la que hubiera triunfado una revolución radical anticapitalista en la España republicana sin el apoyo directo de la Unión Soviética. Especialmente si tenemos en cuenta que la capacidad de intervención directa de las potencias capitalistas occidentales contra la República en 1936 era mucho mayor que la que habían tenido para actuar en Rusia contra el nuevo orden bolchevique después de la Primera Guerra Mundial. Precisamente el recuerdo de aquella amenaza había influido desde el inicio en Stalin y había alentado la cautela de la política soviética hacia la España republicana, con el apoyo a la reconstrucción de una alianza de Frente Popular en la misma y a sus esfuerzos durante 1937 por «domesticar» a la izquierda y consolidar un Estado liberal. Para los republicanos, el éxito logrado en la defensa le Madrid a finales de 1936 significó, tanto en el plano real como en el simbólico, el comienzo de un proceso de reconstrucción política y de movilización nacional. Dicho proceso dual exigía como imperativos una autoridad central políticomilitar y un aparato militar y estatal unificado. Bajo esa perspectiva y con ese mandato, el 4 de septiembre de 1936 el veterano dirigente ugetista Francisco Largo Caballero había formado un heterogéneo y precario gobierno de coalición entre las fuerzas de centro y las le izquierda (socialistas, comunistas, republicanos y, un mes más tarde, cenetistas). El propio gabinete y su presidente son sintomáticos de su inmediata función: crear la impresión de unidad política y liderazgo radical para apaciguar los sentimientos revolucionarios de los defensores proletarios de la República[28]. Sólo así podría intentarse la legitimación del concepto de gobierno, que había sufrido un gran deterioro por la iniciativa republicana de negociar con los rebeldes a principios de la crisis. Sin embargo, la presencia de diversos representantes políticos en las carteras ministeriales no implicaba coherencia o unidad política y esa grave falta neutralizaría en gran medida el objetivo primordial del gabinete de Largo Caballero: llevar a cabo la movilización de masas requerida. El reto que enfrentó el dirigente de la izquierda socialista fue básicamente el mismo que afrontaron los gabinetes republicanosocialistas de 1931-1933, pero de modo más agudo. De hecho, el estallido de la guerra aceleró el proceso de movilización política de masas que había agravado las tensiones en el quinquenio republicano y convirtió dicha movilización en un requisito indispensable para la supervivencia de la República. Pero si el eclipse del republicanismo de izquierda tras el golpe militar tenía su origen en su fracaso previo para elaborar estrategias adecuadas de movilización de masas, una vez iniciada la guerra larga sería el dividido movimiento socialista (PSOE y UGT) el que se revelara mal equipado para encuadrar a los previamente desorganizados. En su origen, la crisis orgánica e ideológica del socialismo español en la guerra, como en el período anterior (1934-1936), derivaba del temor a que su coherencia e identidad (percibida en términos esencialistas) pudieran ser amenazadas por el flujo potencial de nuevos militantes con bajos niveles de educación general y política. Pablo Iglesias, el fundador del movimiento socialista, había dejado en el PSOE y la UGT un duradero legado de prevención contra la «contaminación» política y organizativa que pudiera limitar su eficacia como instrumentos del cambio social y político. En los tiempos de Iglesias, la amenaza se cifraba en los republicanos e intelectuales de clases medias, pero en los años treinta estaba personificada por las masas situadas en el umbral de la movilización política. La cortedad de miras de reacción de la veterana dirección socialista ante el desafío del 18 de julio (apurar los filtros de entrada en la organización «hasta que hubiera terminado la guerra») es sorprendente porque demostraba que no había comprendido que la movilización de toda la población republicana para la guerra total era un requisito esencial para la victoria. La clave del ascenso político del PCE durante el conflicto reside en ese fracaso del movimiento socialista español para elaborar un discurso y unos medios de movilización de masas que sirvieran de soporte (al menos durante la guerra) a los intereses «contradictorios» de los diversos grupos sociales antioligárquicos que apoyaban a la República. Sin la llegada de la vital ayuda soviética en el otoño de 1936, la República no habría sobrevivido en el plano militar. Pero el subsecuente protagonismo del PCE no puede reducirse a mero producto de los dividendos aportados por tal ayuda. Porque el apoyo soviético no hubiera podido mantener a flote la República sin el coetáneo y masivo proceso interior para articular un esfuerzo bélico en toda la zona republicana. Y en ese proceso, el papel estructural del PCE sería fundamental para lograr la «movilización y supervivencia» de la República. En el plano militar, era el PCE el grupo político que tenía una visión más realista de los requisitos orgánicos e infraestructurales exigidos por una guerra moderna. Aquí radicaba la importancia de una iniciativa comunista al respecto: la constitución del Quinto Regimiento, que iba a servir como modelo y unidad de entrenamiento del nuevo Ejército Republicano en construcción[29]. La superioridad de la perspectiva del PCE en este plano se debía a dos razones. En primer lugar, a los asesores militares enviados por la Comintern (dirigidos, antes de la llegada de los especialistas soviéticos, por Carlos Contreras, pseudónimo del líder comunista italiano Vittorio Vidali). En segundo lugar, a la creciente colaboración entre el PCE y los sectores militares profesionales que servían a la República, que se identificaban con (y a su vez reforzaban) los valores de jerarquía, disciplina y orden propios del discurso político del PCE[30]. En el plano de la movilización política en retaguardia, no sólo tuvo lugar un crecimiento espectacular de la militancia del PCE durante la guerra[31]. Además, mediante organizaciones genéricas del Frente Popular, la Juventud Socialista Unificada (JSU) y los sindicatos, el PCE tuvo un papel crucial en la incorporación a la política estatal de sectores sociales previamente desorganizados, como fue el caso de segmentos de las clases obreras y medias y de la juventud. En enero de 1937, la Juventud Socialista Unificada (bajo el control del PCE) tenía a unos 250 000 de sus afiliados en unidades militares (el 70 por 100 de su militancia total)[32]. A la vista de la amenaza física de un bando nacionalista apoyado por el Eje, la disciplina política y eficacia orgánica del PCE tenían un atractivo interclasista evidente. Los sectores de las clases medias rurales y urbanas en la zona republicana (como hemos visto, unos grupos muy significativos), se vieron especialmente seducidos por el discurso moderado y republicano del PCE. Su llamamiento a reconstruir el poder del Estado ofrecía una defensa de la propiedad y de sus valores que hacía frente a las corrientes de radicalismo social y económico desatadas por el colapso del Estado a finales de julio de 1936. Por ello, los comunistas fueron capaces de organizar a esos sectores de clases medias en sindicatos campesinos, comerciales y profesionales (los dos últimos integrados frecuentemente en la UGT) y en una variedad de organizaciones frentepopulistas de apoyo y cooperación social que actuaban en la retaguardia republicana. Entre estas últimas, cabe destacar la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), buen ejemplo de la movilización de mujeres de clases medias (tanto que fue motejada por algunos socialistas y otros grupos de izquierda como «Mujeres Antes Fascistas»). A la par que llevaba a cabo esa tarea, el PCE continuaba preservando sus bases proletarias, a las que ofrecía la promesa de una reforma económica y social como fruto de la victoria (aun cuando esas reformas se presentaban en un lenguaje ambiguo). Por sostener simultáneamente este doble discurso político obrerista o liberal burgués, el PCE fue acusado de ser o bien incoherente o, más a menudo, conscientemente engañoso y oportunista (siendo la faceta «consciente» radical o moderada dependiendo de los críticos). De hecho, más que ser un exponente de la confusión o la duplicidad, la política del PCE estaba respondiendo estratégicamente a las consecuencias estructurales del desarrollo desigual. Las conflictivas aspiraciones e intereses de los muy fragmentados sectores sociales originados por ese proceso dilatado no eran susceptibles de un fácil acomodo y resolución dentro del período bélico. Lo que entonces se necesitaba, para hacer posible la virtualidad del Estado republicano, era una fuerza política que pudiera articular y armonizar a los diferentes y contradictorios grupos sociales, sosteniendo su movilización simultánea como mínimo mientras durara la guerra. Además, precisamente el centralismo democrático del PCE permitió soportar esas contradicciones estructurales que habían provocado antes el eclipse republicano y la división socialista. El PCE no sólo clamaba por una amplia alianza interclasista (como el grupo parlamentario del PSOE), sino que siendo tácticamente populista se embarcó en la consecución de esa alianza y actuó como el instrumento de cambio que el PSOE no llegó a ser por su «puritanismo» organizativo[33]. En ese sentido, el PCE heredó del PSOE (que irónicamente se consideraba el «partido heredero») la todavía inacabada tarea ideológica del republicanismo histórico: movilizar al «pueblo». Al acometer esa labor, el PCE sobrepasó a los republicanos y a los socialistas y se transformó en la práctica en el partido republicano más eficaz de cuantos había habido en España. Agrupando a sectores de clases medias urbanas y rurales junto con su propia base proletaria, los comunistas estaban tratando de reconstruir la alianza antioligárquica e interclasista que había sido rota por la rebelión militar. Del mismo modo, a través de los recursos humanos puestos a disposición del gobierno republicano[34] para la reconstrucción del Estado y el esfuerzo bélico, el PCE se comprometió con la tarea igualmente esencial de legitimar el proyecto político del republicanismo. En la esfera política, el PCE saltó al primer plano como fuerza decisiva de la movilización de masas de retaguardia en la Junta de Defensa de Madrid[35]. Este organismo, encargado de la administración de la capital y de organizar los suministros y la defensa después del traslado del gobierno a Valencia (6 de noviembre de 1936), se mantendría en vigor hasta abril de 1937, cuando fue reemplazado por un ayuntamiento regular de acuerdo con la política general del gobierno. Pese a las acusaciones de Largo Caballero de que tenía pretensiones de autonomía, el hecho es que la Junta madrileña supuso una fase intermedia crucial en el proceso de reconstrucción del Estado republicano (fase que luego sería «exportada» a otras zonas del territorio leal durante 1937). Si bien Madrid sabía a fines de 1936 que estaba produciéndose una guerra en gran escala, fuera de esa área las cosas no eran tan evidentes. La experiencia de la defensa de emergencia (combates callejeros y asaltos a cuarteles rebeldes) no había originado la necesidad de crear una máquina de guerra y, mucho menos, había demostrado que esto implicaba la reconstrucción de un poder político centralizado para organizar la movilización total. El gobierno que habría de afrontar esa situación en el seno de la República se formaría el 17 de mayo de 1937, después de graves pérdidas territoriales (notablemente Málaga el 8 de febrero), agudas tensiones entre el centro y la periferia acrecentadas por la guerra en el frente norte y una honda crisis política y de orden público en Barcelona (los «sucesos» del 3 al 7 de mayo). Todos esos reveses habían cristalizado en una alianza de socialistas parlamentarios, comunistas y republicanos contra la continuidad de Largo Caballero al frente de la presidencia del consejo y de la cartera ministerial de Guerra. El nuevo gobierno de Frente Popular era más reducido (9 ministros frente a los 18 anteriores) y más coherente en el plano político: un gabinete de centroizquierda con tres ministros socialistas, dos comunistas, dos republicanos, un nacionalista vasco y otro catalán. Su presidente era el parlamentario socialista Juan Negrín, que había servido en el gobierno precedente como ministro de Hacienda y que simbolizaba la intención de reforzar el poder central del Estado. Desde los primeros días de Negrín en Hacienda (septiembre de 1936), su objetivo primario había sido concentrar la autoridad política estatal y el poder económico. Así había quedado de manifiesto con su vigilancia de las tareas financieras del ministerio, su decisión a fines de octubre de movilizar las reservas de oro nacionales (garantía de la capacidad de resistencia bélica) [36], y su reforma del cuerpo de Carabineros (policía de aduanas) para recuperar con ellos el control de todas las fronteras (y las divisas) que habían quedado en manos de comités (básicamente de la CNT)[37]. Como jefe de gobierno, Negrín perseveró en esa misma línea: aceleró el proceso de expansión del control estatal sobre las industrias socializadas y centralizó la adquisición de armamento en Hacienda, cartera que siguió ostentando. Puesto que su objetivo era consolidar el esfuerzo de guerra dentro de un orden económico liberal capitalista ortodoxo, Negrín pudo contar con el pleno apoyo de todos sus colegas de gabinete, incluyendo a los nacionalistas vascos y catalanes. Ese proceso de consolidación estatal política y económica había sido el motivo de la represión de mayo de 1937 en Barcelona, cuando la policía había combatido durante varios días contra fuerzas proletarias anarcosindicalistas y federalistas. La raíz de este conflicto era mucho más honda que la rivalidad organizativa y de poder entre la CNT y el PSUC (el Partido Socialista Unificado de Cataluña: la sección regional del PCE) o entre el PSUC y el POUM[38]. Su causa última radicaba en el intenso y residual antiestaltismo del sector proletario más poderoso y concentrado de España. Su «guerra» estaba conformada por la experiencia de escasez material, inflación de precios ordinarios y tareas de policía en retaguardia, todo lo cual se parecía mucho a una continuación de su duradera guerra social contra la influencia opresiva del Estado[39]. Para Negrín, llegado al poder después de la crisis barcelonesa, la imposición de la autoridad del Estado era una prioridad absoluta. En el plano interno, porque Barcelona era un centro clave de la producción industrial necesaria para el acosado esfuerzo de guerra. En el plano internacional, porque los sucesos le mayo, al plantear dudas sobre la capacidad de la República para «mantener el orden» (es decir: proteger la propiedad y el capital), dañaban las relaciones con Francia y Gran Bretaña, cuyo apoyo Negrín buscaba activamente (al menos para levantar el embargo de armas vidente). A pesar del gran consenso existente dentro del gabinete formado en mayo de 1937, Negrín tropezaría con grandes dificultades en su pretensión de centralizar el control del reconstruido Estado republicano democrático. Una cosa era que el gobierno republicano librara una batalla de desgaste contra los sectores proletarios urbanos de Barcelona, contra el recalcitrante separatismo de las milicias del POUM en el frente aragonés y contra el Consejo de Aragón dominado por la CNT cuya existencia protegían las milicias poumistas. Pero a misma burguesía nacionalista vasca y catalana que aplaudía esas medidas no veía ninguna razón por la cual debieran extenderse a sus propias prerrogativas. La difícil relación histórica entre un Estado centralista (dominado por los valores anacrónicos de una elite castellana de soldados y terratenientes) y la burguesía industrial y comercial de la periferia, lejos de simplificarse por causa de la guerra fue acentuándose durante la misma. La moralmente devastadora disputa jurídica entre el gobierno republicano y las autoridades autónomas vascas (antes del colapso del frente vasco a mediados de 1937) y, sobre todo, el permanente conflicto entre el gobierno y la Generalitat catalana harían imposible el control por Negrín de los centros industriales más necesarios para un esfuerzo de guerra integral (más perentorio aún por el creciente impacto del embargo de armas debido a la No Intervención). Negrín y sus ministros socialistas, comunistas y republicanos sabían que, de los tres frentes de resistencia de la República (el militar, el interior y el diplomático), el más decisivo era el diplomático internacional. La ayuda soviética había evitado la derrota en Madrid en noviembre de 1937, pero desde mayo del mismo año era evidente que las desventajas materiales y logísticas que afrontaba el ejército republicano, provocadas en gran medida por la No Intervención, hacían imposible una victoria militar sobre el enemigo franquista. Por tanto, la condición sine qua non para una victoria republicana era un cambio de posición de las democracias occidentales y en particular de Gran Bretaña. Ante todo, mediante un levantamiento del embargo de armas, pero Negrín también confiaba en que fuera posible un giro de mayor alcance en favor de la causa republicana. Cuando la política francobritánica de apaciguamiento hubiera fracasado (y Negrín estaba convencido de que así sucedería)[40] la República se aseguraría una victoria política más valiosa que cualquier triunfo militar que los nacionalistas pudieran lograr en el campo de batalla. En el entreacto, mientras la diplomacia republicana el propio jefe de gobierno[41] libraban una batalla política y de propaganda en los foros internacionales, la tarea crucial de la República era concentrar todas sus fuerzas en el sostenimiento de sus capacidades de defensa a largo plazo. Negrín, cuyas responsabilidades ministeriales incluían las carteras de Hacienda y Defensa (durante el último año de guerra), procuró sostener el esfuerzo de resistencia militar (que incluyó algunas operaciones ofensivas) y fortificar la moral civil en la retaguardia mientras llegaba el momento del cambio en el panorama europeo. El mayor desafío de la política interna de Negrín entre mayo de 1937 y marzo de 1939 radicaría en la movilización de los diversos sectores sociales como pilares del Estado y combatientes bélicos. Al mismo tiempo, habría le proyectar una visión del orden republicano que demostrara que no todos los Estados eran igualmente dañinos o exclusivistas: que el «viejo orden» que los rebeldes trataban de restaurar era muy diferente del «nuevo» orden republicano surgido tras el 18 de julio de 1936. A fin de establecer esta ruptura con el pasado que fuera satisfactoria por igual para las clases medias y las obreras, era indispensable que el Estado defendiera la propiedad privada y al mismo tiempo pusiera en marcha una política de protección social largamente obligada y ahora más necesaria a fin de atender la movilización para la guerra total. Las reformas sociales serían, en un contexto bélico, la firma estatal del compromiso o «contrato social» con quienes estaban luchando y muriendo por la República. A través de este proceso de intercambio recíproco sería posible reconstruir la muy necesaria nación republicana. En ese proyecto, el papel del PCE era central. Alentada por las necesidades bélicas, la movilización social en gran escala dentro de la retaguardia republicana a través de organismos del Frente Popular estaba poniendo en marcha una nueva política de masas. En último término, este proceso significaba la transición desde el viejo sistema político de clientelas basado en el patronazgo (típico de las sociedades agrarias mediterráneas), hasta un moderno sistema político de movimientos de masas basados en categorías ocupacionales y generacionales. En teoría y en la realidad, la política había dejado de ser un dominio reservado a la elite. Y una razón importante por la que el PSOE se vio sobrepasado por el PCE radicaba en su falta de adaptación orgánica, ideológica y cultural a las nuevas condiciones imperantes[42]. Más que interpretar la presencia del PCE en las JSU o en la UGT como «prueba» de una conspiración sectaria o una conquista ideológica, habría que entenderla como parte de un proceso de cambio más amplio mediante el cual la provisión social (a través de asociaciones de mujeres, de jóvenes, hospitales públicos, guarderías, cantinas, etc.) comenzaba a ser el ámbito de acción necesario y propio de los partidos políticos y las organizaciones nacionales. El énfasis del PCE en la organización era también vital. Todos los aparentemente redundantes comités, consejos, asambleas y conferencias eran, de hecho, indispensables para sostener la movilización popular y la moral: el mayor recurso con que contaba la República. Su mantenimiento exigía esfuerzos constantes e infatigables. De ahí el uso por el PCE de la repetición y el ritual, técnicas que sólo cosecharon una crítica condescendiente por parte de los socialistas. Pese a ello, con el paso del tiempo, el constante despliegue organizativo se hizo incluso más decisivo para sostener la República, a medida que su estructura material y fortaleza moral iban siendo erosionadas durante la crítica segunda mitad de 1938 (como resultado acumulativo del bloqueo naval, los bombardeos aéreos, las pérdidas agrarias, la escasez alimenticia y de alojamientos, la inflación galopante y el creciente mercado negro). Al final, la República simplemente no pudo hacer honor a su compromiso en el «contrato social» diseñado. La reconstrucción de las estructuras estatales centrales y la movilización nacional le permitieron librar una guerra larga en condiciones extremamente desfavorables. El PCE, a través de las organizaciones de masas del Frente Popular, fue clave en la reconstrucción de la coalición antioligárquica destrozada por la rebelión de julio de 1936. Pero ni siquiera este esfuerzo para contener la abrumadora desproporción de fuerzas frente al enemigo podía evitar la derrota militar indefinidamente. Cuando llegó la derrota, en marzo de 1939, no fue la consecuencia del fracaso por no «hacer la revolución» ni tampoco el resultado primordial de las divisiones internas republicanas. Fue sobre todo el efecto de la pérdida por parte de la República de su larga lucha (desde 1937 hasta 1939) contra un embargo de armas paralizante. Dicho embargo no sólo evitó que el Ejército republicano pudiera operar en igualdad de condiciones militares frente al enemigo, sino que también socavó gravemente las tentativas del gobierno republicano para mantener íntegro el tejido moral y material de la retaguardia, lo que era básico para su guerra de resistencia (la única guerra que la República podía librar dados sus limitados recursos). A la postre, la República se hundió porque la escasez terrible provocó el colapso material y psicológico de su retaguardia. La política que dio origen a tal situación no fue obra de Stalin, pese a que la ayuda soviética fuera interesada, insuficiente y agravara los antagonismos políticos en las filas republicanas. La política que fue destruyendo lentamente a la República fue la practicada, de modo implícito o explícito, por las potencias democráticas occidentales que sostuvieron infatigablemente la No Intervención. 8 GUERRA CIVIL, VIOLENCIA Y LA CONSTRUCCIÓN DEL FRANQUISMO[1] MICHAEL RICHARDS … para una elite social, las características de los grupos subordinados siempre muestran algo bárbaro y patológico. ANTONIO GRAMSCI[2] I. INTRODUCCIÓN: PERSPECTIVAS PROBLEMAS Y La represión franquista durante la Guerra Civil española (1936-1939) y la posguerra fue mucho mayor de lo que los estrategas militares podrían «justificar» en tanto que necesaria para la victoria. El uso del terror y la violencia en lo que fue, principalmente, una guerra de clases derivó de una política de purga de la sociedad. La reconciliación fue explícita e invariablemente rechazada como una opción viable. La integración social durante el franquismo tuvo un carácter estrictamente limitado. De acuerdo con la ideología de la Iglesia Católica, que apoyó la «cruzada» de Franco, resultaba «imposible negociar con el mal». Las palabras «perdón» y «amnistía» debían borrarse de la lengua española[3]. La represión de cuño ideológico, manifestada de varias formas, se sumó a una rápida recuperación del poder por parte de las elites tradicionales de la sociedad. El desarrollo futuro de España se asentó sobre esta base. Durante el conflicto y en la primera década de la posguerra, la ideología, la industrialización y la violencia interactuaron en un contexto de absoluta dominación social y política, a la vez que se establecieron los parámetros dentro de los cuales pudiera tener lugar un cambio social. Los problemas de la cuantificación y la interpretación de la represión franquista giran en torno a tres cuestiones básicas: la primera es el asunto de la localización y utilización de las fuentes. Tras la victoria de Franco en 1939, España fue gobernada durante casi cuarenta años por un régimen dictatorial con autoridad absoluta para determinar y controlar tanto la formación de la memoria colectiva como la representación de la propia historia, con mucha mayor eficacia que en la Alemania o la Italia de la posguerra. En efecto, en tiempos de Franco, la poca historia que se pudo publicar sobre los años treinta la escribieron policías, militares, funcionarios del Estado y curas[4]. Su descripción de la Guerra Civil como una cruzada religiosa evitaba cualquier necesidad de hablar de la naturaleza de clase de este conflicto. Es más, el acceso rígidamente restringido a los archivos, hasta hace muy poco, ha favorecido especialmente a los historiadores cuya metodología elude toda explicación. La obsesión con la acumulación de «datos reales» ha conducido a una ausencia casi absoluta de contexto en estudios de este tipo. Este acercamiento «neopositivista» generalmente no ha producido más que propaganda a favor del Estado franquista[5]. La cuestión de la función social del régimen y de su violencia no ha sido planteada en estos trabajos. En segundo lugar, la magnitud de la brutalidad, la manera en que fue dirigida desde arriba y el discurso ideológico que la arropó sugieren la necesidad de establecer algún tipo de marco explicativo basado en un análisis de las raíces sociales e ideológicas de la represión. ¿Resulta convincente o suficiente tratar de explicar la intensidad de la violencia de acuerdo a un supuesto colapso de la autoridad estatal, o a la «brutalidad de la guerra»; o quizás sería más útil fijarse en las influencias ideológicas predominantes[6]? ¿Qué importancia, por ejemplo, tuvo la concepción de la Guerra Civil como cruzada religiosa para «reconquistar» España en el uso de la violencia? Parece bastante evidente, por ejemplo, que los que llevaron a cabo las matanzas lo hicieron con la bendición de la Iglesia Católica[7]. Por otra parte, ¿cuál era el significado de nociones como la de «purificación» y cómo se relacionaba esta idea con el extenso vocabulario patológico que acompañó a las purgas? Éstas son cuestiones que debemos preguntarnos en un análisis de la violencia en los años treinta y cuarenta. La tercera cuestión que dificulta el estudio de la violencia, el terror y la represión durante la Guerra Civil y los años cuarenta es la interiorización o evasión del pasado, tanto colectiva como individualmente. Como han señalado los expertos en historia oral, la memoria del dolor o de la vergüenza no es fácil de recuperar, explicar o interpretar[8]. La Guerra Civil española y sus devastadoras consecuencias provocaron un abrumador sentimiento de pérdida, a muchos niveles y de muchas maneras. No se trataba sólo del hecho de perder la guerra, de la derrota militar en sí, sino también de la pérdida de los ideales y de las perspectivas de futuro. El régimen, mediante sus instituciones totalitarias, trató de imponer una visión alternativa, aunque los efectos de esta clase de adoctrinamiento institucional eran imposibles de predecir o controlar[9]. La clase obrera estaba tan considerablemente amedrentada que resultaba imposible movilizarla en torno a algún ideario, fuera el que fuera. En última instancia, el franquismo privó a la gente hasta del futuro y la esperanza y millones de españoles se vieron desposeídos del sentido de la identidad y de la dignidad. Pero esta pérdida tuvo también un carácter personal. Fue la pérdida de miembros de la familia, no sólo para los que apoyaban a la República, sino también para los que se encontraban en el otro lado, bien por convicción o bien por accidente geográfico. La memoria, para un gran número de personas, implicaba un encuentro con una realidad que preferían olvidar. Las terribles condiciones bajo las cuales se vieron forzadas a vivir las clases bajas hicieron que existiera una obsesión necesaria por la mera supervivencia en el período inmediatamente posterior a la guerra. La victoria de Franco fue aumentada en la degradación cotidiana de los vencidos. Fue principalmente esta retirada obligatoria hacia el espacio doméstico privado en aras de la supervivencia lo que prácticamente imposibilitó cualquier clase de resistencia[10]. El exagerado intervencionismo del Estado en las relaciones económicas, que era una característica intrínseca de la autarquía (autosuficiencia económica), facilitó una violencia económica ideológicamente determinada. En efecto, debemos tomar en consideración la función social represora de la autarquía a la hora de determinar el alcance de las pretensiones totalitarias (o, ¿fascismo?) en el franquismo[11]. Además, un efecto de esta retirada fue la supresión de la conciencia. El ambiente de escasez provocado políticamente pudo más que la solidaridad popular colectiva. La angustia de la situación embotó los sentidos. Los recuerdos personales de esta experiencia, que para millones de personas fue una pesadilla, están condicionados en gran medida por el estado casi onírico en el que mucha gente entró inconscientemente para poder superarla. Manuel Vázquez Montalbán, al escribir sobre la Barcelona de los años cuarenta, evoca este sentimiento de evasión: «La ciudad sobrevivía y pretendía no oír los tiros del pelotón de fusilamiento, no percatarse de las colas a la puerta de la Prisión Modelo ni de la destrucción sistemática de su [12] identidad» . La relación que se ha sugerido entre el dolor, el miedo y la evasión se ve reforzada por los testimonios personales. Una mujer de Sevilla, por ejemplo, recuerda los días que siguieron a la ocupación del barrio obrero donde vivía, en el verano de 1936: «Pasamos cinco días sin salir de casa para nada. […] Había fusilamientos en el paredón, justo delante de donde vivíamos. Pero yo no los vi. Algunos se despertaban por la mañana para ver a quién habían matado. Los dejaban allí dos o tres horas para que la gente los pudiera ver. […] Los camiones cargados de gente en dirección al cementerio también bajaban por mi calle. […] Pero tampoco queríamos verlos. Cuando sonaban los disparos por la noche nos tapábamos los oídos»[13]. Se ha recuperado muy poco de esta memoria reprimida, escondida o distorsionada en la nueva España democrática. La transición a mediados de los años setenta desde una brutal dictadura a una democracia constitucional liberal se apoyó en el acuerdo tácito de que, a cambio de entregar el poder, la clase política franquista sería compensada con un ejercicio obligatorio de amnesia colectiva[14]. Así pues, deben superarse varios problemas, tanto en términos metodológicos como interpretativos, a la hora de analizar la represión franquista durante y después de la Guerra Civil. La escasez de fuentes, tanto por la destrucción de material como por el rígido control del acceso a los archivos, ha sido y sigue suponiendo un enorme obstáculo para la investigación[15]. Esta situación ha permitido la perpetuación de un sesgo claramente político en muchos escritos sobre la guerra y la dictadura. La postura neopositivista a la hora de escribir sobre la represión ha supuesto que las cuestiones de la motivación y los orígenes de la violencia hayan sido ignoradas en general. Esta serie de problemas y obstáculos para escribir sobre la brutalidad de la Guerra Civil presenta complicaciones para conseguir una comprensión de talante más histórico sobre la naturaleza del franquismo. II. POSITIVISMO Y PROPAGANDA El debate sobre la represión ha estado dominado principalmente por historiadores que han intentado limitarlo a la cuantificación abstracta del terror. Esto ha producido una crítica que, según una voz discrepante, consiste en una serie de «macabros ejercicios de contabilidad»[16]. Algunos de estos intentos «científicos» por «cuantificar» la represión en realidad no han servido más que para perpetuar la propaganda del régimen que trató de crear una imagen determinada de la Guerra Civil[17]. En esta clase de trabajos, el terror siempre se plantea aislado de cualquier contexto social. Dichos estudios, limitados a lo que se ha descrito como «cuantificación precisa», eluden deliberadamente plantear las características específicas de la represión en cada zona. No se distingue entre el terror y la violencia en la zona republicana y la purga sistemática llevada a cabo en la sociedad nacionalista. Entrar en esa discusión implicaría enfrentarse a varias cuestiones complicadas sobre el papel de la ideología, las motivaciones sociales y políticas, las estructuras de poder, los procesos de toma de decisiones, y, sin duda, sobre la propia naturaleza de la Guerra Civil. Los historiadores simpatizantes de Franco se han resistido a emprender esta tarea[18]. Antes de abundar en estas diferencias, merece la pena hacer una serie de observaciones previas sobre el problema potencial en la utilización de los términos. En concreto, no es conveniente utilizar las palabras «violencia», «terror» y «represión» de manera indistinta. Obviamente, el enfrentamiento militar incluía el uso de la violencia física. Esta clase de violencia redundaba principalmente en favor de objetivos militares y fue practicada por ambas partes[19]. Por otro lado, durante el propio desarrollo de la guerra, ambas partes utilizaron también la violencia con objetivos más claramente políticos y sociales, aunque a veces éstos no estaban muy bien definidos (purgas antimarxistas y actos simbólicos de anticlericalismo, por ejemplo). A veces resulta difícil distinguir de la violencia estrictamente bélica este uso de lo que denomino terror político. Sin embargo, no cabe duda de que este terror fue aplicado, especialmente por parte de las fuerzas nacionales, durante la propia Guerra Civil. En otras palabras, no podemos establecer sencillamente que toda la violencia ejercida durante el período de la Guerra Civil, definido estrictamente como el comprendido entre el 17 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, fuera tan sólo «violencia bélica» y que sólo la posterior fuera de orden político. Finalmente, he utilizado aquí el término «represión» para referirme a la brutalidad aplicada bajo las órdenes explícitas de una autoridad estatal claramente definida, o de instituciones principales de la misma, tales como el ejército nacionalista. Se trató de una represión dirigida desde el Estado con la intención de llevar a cabo un proyecto político reaccionario, «justificado» por un código de valores e ideas claramente articulado; por una ideología. El gobierno republicano nunca ordenó el uso de la brutalidad en este sentido y su ética pública era de hecho contraria al uso del terror político[20]. El terror republicano se desató a menudo en forma de arrebatos espontáneos, en gran medida como resultado de los años de frustraciones creadas por una forma de vida angustiosa impuesta por la estructura social y política de España y como respuesta al intento violento por parte de los generales rebeldes de destruir una República que ofrecía medidas para remediar este malestar social[21]. En cambio, la violencia en la zona nacionalista y, consecuentemente, en la España de Franco se llevó a cabo bajo las órdenes de las más altas autoridades y de acuerdo a un plan preconcebido para purgar la sociedad[22]. Esta diferencia contextual podría considerarse un punto de partida esencial para elaborar una historia de la violencia en España durante la guerra y la posguerra. La resistencia frente a la tendencia a aislar la represión en un vacío interpretativo ha supuesto una reconstrucción de las actitudes ante la violencia de los líderes políticos y militares en ambos bandos de la Guerra Civil, así como de los métodos con que se aplicaron las brutalidades[23]. En esencia, esto indica una necesidad de situar la represión en el marco de un análisis de la particular coyuntura social y política de España en los años treinta y cuarenta. El terror y la violencia política franquistas tuvieron una función similar a la violencia en la Alemania nazi y la Italia fascista. Facilitaron tanto la desarticulación política de la estructura del enemigo como la paralización de los reflejos políticos y su base social dentro de la clase obrera. En otras palabras, desorientaron la estrategia republicana y erradicaron gran parte de su apoyo social. Así, la represión nunca fue «inevitable» como muchos afirman. Tan sólo fue considerada como «necesaria» por los ideólogos y los rebeldes militares nacionalistas por las posibilidades sociales y políticas que parecía abrir. En cambio, el terror en la zona republicana nunca fue «productivo»[24], ya que fue mucho más espontáneo y menos selectivo y por lo tanto no pudo cumplir ninguna función social específica. De hecho nunca contribuyó efectivamente a la consecución de ninguno de los objetivos del asediado gobierno republicano. Aunque sin duda se dieron varios episodios violentos «irracionales», la represión nacionalista (y, posteriormente, franquista) fue fundamentalmente una actividad política. El terror estaba programado y pensado y era deliberado[25]. Por el contrario, la violencia en la zona republicana nunca fue planeada como un arma política[26]. La considerable y lamentable violencia desatada contra curas y miembros de las órdenes religiosas, en particular, fue perpetrada a menudo por grupos marginales e individuos ajenos al código legal y moral de los líderes políticos republicanos[27]. La naturaleza opuesta de la autoridad en las dos zonas en el momento más álgido del terror político debe ser, por tanto, una consideración fundamental en cualquier marco teórico. El proceso de toma de decisiones en la España nacionalista se llevó a cabo como en un Estado coherente en proceso de formación[28]. Por el contrario, la República constituía un poder desorganizado en un proceso de virtual desintegración. En la zona nacional la ley marcial fue declarada inmediatamente, en julio de 1936[29]. El poder absoluto pasó a manos del Ejército, lo que garantizaba un sistema riguroso de autoridad basado en el honor, el orden y la disciplina. El Ejército estaba bastante acostumbrado a asumir este papel en momentos de crisis social y política. En la España republicana, por el contrario, la ley marcial no se declaró hasta enero de 1939, pocos meses antes de la victoria de Franco. Prácticamente desde el principio del conflicto, el sistema nacionalista de autoridad fue más seguro, sólido y estable que el del propio gobierno[30]. Como ha apuntado Pierre Vilar, en la España nacionalista «al contrario de lo que pasaba en el campo republicano, las formas democráticas no existían —la prensa plural, los partidos, las crisis ministeriales abiertas […] no había discusiones abiertas sobre métodos y fines—. La violencia del odio de clase, cuando se ejerce desde arriba, es mucho más coherente y duradera que en sentido inverso»[31]. LA CUANTIFICACIÓN Las críticas al método «científico» en cuanto a esta cuestión no están pensadas para debilitar la necesidad del rigor intelectual. Muy al contrario. En primer lugar, es necesario tener una idea de la magnitud del exterminio a la hora de juzgar la naturaleza de una sociedad dividida, en plena guerra. Pero también es importante tener en cuenta las enormes limitaciones de las fuentes de que disponemos. Algunos de los autores que han insistido en la necesidad de hacer un recuento «científico» de las víctimas de la represión franquista parecen sufrir de lo que Arthur Koestler denominó la «neurosis de la objetividad»[32]. El método científico no debería reducirse únicamente a la utilización de las técnicas cuantitativas. El material que podemos encontrar en los archivos que están abiertos al público en España ha sido, en la mayor parte de los casos, sistemáticamente revisado por las autoridades leales al Estado dictatorial. Una enorme cantidad de archivos ha sido destruida intencionadamente[33]. Algunos estudios han utilizado cifras demográficas globales como base para calcular el número total de bajas ocasionadas por la Guerra Civil y la posguerra. Pero esta tendencia tiene un valor estricto relativo ya que las estadísticas sobre las que están basados dichos cálculos son bastante poco fiables[34]. Utilizando únicamente estos archivos, sólo puede reconstruirse una versión parcial y saneada de la realidad. Si aislamos tan sólo los «datos conocidos» conseguiremos una imagen muy distorsionada de la represión: una imagen construida en parte por el propio régimen de Franco. La relación entre la crisis social en España y el desarrollo de la ideología derechista, antes del conflicto, debe tenerse en cuenta a la hora de explicar tanto la magnitud de la violencia como sus orígenes y objetivos. Los testimonios disponibles sugieren que la brutalidad adquirió una dimensión mucho mayor de la cuantificable de manera precisa y que estuvo relacionada con la crisis generalizada del primer tercio del siglo en España. No parecen exorbitados los cálculos de algunos historiadores críticos que indican que unos doscientos mil hombres y mujeres pudieron haber muerto en la represión nacionalista[35]. La forma más clara de represión era el exterminio físico[36]. Éste no cesó con la declaración por parte de Franco del final de la Guerra Civil propiamente dicha, en abril de 1939. Durante los cinco o seis años siguientes, sobre todo, se produjeron miles de ejecuciones en España, aunque el régimen siguió matando a sus enemigos hasta el final de la dictadura en los años setenta. Como sabemos a ciencia cierta que muchas ejecuciones ratificadas oficialmente tuvieron lugar fuera del marco legal dictatorial, durante la guerra y en los años cuarenta, y que en muchos casos no quedó constancia de las mismas, nunca sabremos exactamente cuántos murieron[37]. La cifra más baja que se ha dado en los últimos años es la aportada por el exvoluntario de la milicia nacionalista (requeté) y general franquista Ramón Salas Larrazábal[38]. Salas calcula que en la zona nacional durante la guerra (entre julio de 1936 y el 1 de abril de 1939) hubo 57 662 ejecuciones[39]. Cree que posteriormente se produjeron 23 000 «ejecuciones legales» durante el período de 1939 a 1961, en todo el país[40]. Algunos historiadores, que dudaban de los datos aportados por observadores de la posguerra, han concedido un cierto crédito a estas cifras[41]. Claro que de acuerdo a cualquier cálculo la magnitud de la represión sigue siendo enorme. De esto no cabe la menor duda. No debemos perder de vista este hecho en la discusión sobre el cómputo «exacto». Como ha señalado un historiador, incluso teniendo en cuenta el cálculo de Salas, los datos indicarían que una media de diez personas habrían sido fusiladas cada día a lo largo del período de siete años que va de 1939 a 1945[42]. Las ejecuciones se realizaban de un modo específicamente diseñado para no dejar rastro[43]. Dentro de la burocracia del «Nuevo Estado», la lealtad a los líderes y a su ideología contaba mucho más que la eficacia en cuanto al cumplimiento de formas y procedimientos legales. En un gran número de casos, en los registros civiles sólo se apuntó la causa puramente clínica del fallecimiento[44]. Las ambigüedades que acompañan a los cálculos son múltiples. ¿Cuántos hombres y mujeres fueron fusilados tras «juicios» sumarísimos por su afiliación política y luego registrados como «muertos en acción»? Aunque algunos de estos estudios han proporcionado a menudo información sobre la muerte de algunas víctimas específicas de la represión — un recuerdo formal que les había sido previamente denegado—, el modo en que se desarrolló la represión hace imposible que se alcance algo parecido a una cuantificación precisa. A menudo, los familiares de las víctimas estaban demasiado aterrorizados para identificar los cuerpos de sus seres queridos por miedo a ser arrestados también como culpables[45]. Incluso la expresión pública de luto por los ejecutados en los primeros años de la posguerra suponía arriesgarse a ser castigado de algún modo[46]. En estos casos, las muertes no solían registrarse. En el ambiente de terror creado por el Estado, se cometieron numerosas atrocidades que nunca se registraron y que ahora resulta imposible probar o calcular. De todos modos, existe una cantidad considerable de información de testigos presenciales que indica que los cálculos iniciales podrían no estar lejos de la realidad. Salas utiliza los archivos provinciales de los registros civiles para calcular el número de muertes en cada zona. Pero los cómputos contemporáneos iban mucho más allá del extraordinario nivel de represión indicado en estos cálculos. Un exiliado español, por ejemplo, escribió al Foreign Office británico declarando, entre otras cosas, que en 1941 se estaban fusilando a cuarenta o cincuenta personas cada día en Madrid, sólo en ese año. El informante declara lo siguiente: Dicen que sólo en Asturias han fusilado a 60 000 personas. Según la prensa franquista, en Gijón y Oviedo se produjeron entre 60 y 70 ejecuciones cada día, durante cuatro meses[47]. En una fábrica de Gijón, mataron a 12 de cada 15 obreros. En Huelva ha habido 15 000 ejecuciones, en el Ferrol, entre 9000 y 10 000; en Santander 6500. En Navalvillas de Pela, Badajoz, 1700 de los 6000 habitantes fueron ejecutados, incluidas varias mujeres. Como resultado de la Guerra Civil y de la represión posterior, en Tortosa sólo quedan 9000 habitantes de los 45 000 originales. En Larrióaga, Bilbao, de 1200 prisioneros, 600 fueron ejecutados. En las islas Canarias han sido fusilados más de 1000 miembros del Partido Comunista. Entre el 11 de octubre y el 31 de diciembre de 1939, 417 hombres de 6 aldeas fueron enterrados en el cementerio de Ciriego, Santander. En Laguna de Teza, un pueblo de esta misma provincia, 150 de los 400 habitantes han sido fusilados. En enero de 1940, 12 condenados en Celanova, Orense, fueron forzados a transportar sus propios féretros al lugar de la ejecución. […] Los días preferidos para estos asesinatos en masa son las celebraciones políticas, como el aniversario de la muerte de Primo de Rivera o Calvo Sotelo, el primero de mayo, etc. Mientras los restos mortales de Primo de Rivera eran trasladados con gran pompa y ceremonia al Escorial, 2000 hombres fueron fusilados sólo en la ciudad de Madrid […][48]. Aunque sin duda es importante evaluar de forma crítica la importancia de los datos que parezcan exagerados, la alternativa de ignorarlos simplemente y basarse tan sólo en los archivos que han perdurado es claramente insuficiente. El período intermedio de casi cuarenta años de censura dictatorial, así como el contexto del desencadenamiento de la represión propiamente dicha y el modo en que se llevaron a cabo las ejecuciones, deben tenerse en cuenta en cualquier evaluación que hagamos. Podemos pensar que son tan sólo testimonios personales pero en muchos casos es prácticamente lo único que nos queda. III. LA REPRESIÓN CONTEXTUALIZADA La actitud de los líderes políticos nacionalistas respecto a la violencia fue muy diferente de la de los republicanos. No hay ninguna reacción comparable entre los líderes insurrectos a la crisis moral sufrida por el presidente de la República, Manuel Azaña, al enterarse de las ejecuciones llevadas a cabo por partidarios del gobierno tras la rebelión militar en Madrid[49]. Por parte de los líderes nacionalistas nunca hubo protestas, tan sólo incitación a la violencia. Desde las etapas iniciales de planeamiento de la sublevación contra el gobierno democrático, se declaró la intención de llevar a cabo una campaña de exterminio. Este proceso de «purificación» se consideró necesario para purgar España de «cuerpos enfermos» y «organismos malsanos» y recibió la bendición de la Iglesia Católica[50]. El vocabulario patológico de la purificación siguió conformando la noción de la reconstrucción en la posguerra. La violencia extrema se veía como una herramienta para conseguir la «mejora» social. Lo mejor del llamado «hitlerismo» era su «tarea de limpieza moral y política»[51]. Se expresaba una ferviente admiración por la Alemania nazi, porque allí la «seguridad personal» estaba «completamente defendida», «el orden gobierna la vida pública» y la «propiedad está garantizada». La supresión de los partidos políticos, los encarcelamientos y las medidas antisemitas eran consecuencia lógica de la necesidad de «renovar el Estado». Más de un destacado intelectual de la derecha española consideraba que Dachau era «una institución realmente educativa» donde los prisioneros vivían en una especie de «pueblo higienizado»[52]. El objetivo prioritario no era simplemente derrotar al enemigo, sino exterminarlo. La represión nacionalista estaba considerada como una profilaxis social y política a escala nacional. La guerra civil había sido una operación para «erradicar quirúrgicamente» la «putrefacción» de la sociedad[53]. La prensa alemana nazi comprendía y admiraba los objetivos de la represión española, que, en cierto sentido, era considerada como un ejemplo que seguir: «Los generales no buscaban garantizar su victoria principalmente en sus éxitos militares, sino en una limpieza sistemática y profunda del territorio interior»[54]. «Afortunadamente, la vieja actitud sentimental de los nacionalistas se ha disipado y todo soldado comprende que un fin horrible es preferible a horrores sin fin […]»[55]. «Los partidos marxistas están siendo destruidos y eliminados hasta la última célula de un modo mucho más drástico que aquí en Alemania. Cada casa, cada piso, cada oficina permanece bajo una constante observación y supervisión. […] Es más, cada uno de sus ciudadanos es arrastrado hacia el torbellino del entusiasmo político, debe participar en celebraciones triunfales y manifestaciones multitudinarias. El principio del nacionalismo moderno, “todo oponente será destruido”, se cumple a rajatabla. […] Igual que aquí en Alemania»[56]. Franco presumía en noviembre de 1938 de que el gobierno nacionalista había elaborado una lista con más de dos millones de nombres de aquellos a quienes consideraba enemigos, «[…] con las pruebas de sus crímenes y los nombres de los testigos»[57]. La intención era «limpiar el terreno para construir nuestra estructura»[58]. Éstos debían ser los cimientos sobre los que fundar el «Estado moderno» en España. Incluso antes del golpe militar de 1936, los conspiradores ya habían dejado clara su confianza en la necesidad de ejercer una violencia ejemplar contra la clase obrera, sus organizaciones y los líderes de los grupos republicanos en general. Emilio Mola, el general al mando de la conspiración militar, insistía en que: «Es necesario propagar una atmósfera de terror. […] Cualquiera que defienda abiertamente el Frente Popular debe ser fusilado»[59]. Las ejecuciones en masa se convirtieron en un componente básico de la teoría y práctica de la operación emprendida por los rebeldes. El coronel Juan Yagüe, uno de los principales oficiales de Franco, cercano ideológicamente a la Falange y responsable de la masacre de unos dos mil izquierdistas que fueron apresados en una redada, conducidos a la plaza de toros de Badajoz y fusilados[60], expresaba de este modo las prioridades e intenciones de la represión durante la Guerra Civil: «[…] el hecho de que la conquista de España por el Ejército avance a un paso tan lento tiene esta ventaja: nos da tiempo para purgar el país concienzudamente de todos los elementos rojos»[61]. Esta clase de «limpieza» (este término se utilizó también en los años treinta y cuarenta para referirse a la «pureza de sangre») estaba relacionada con un deseo de «regenerar» España[62]. Una gran parte de la generación de españoles que dirigió la lucha ideológica en los años treinta y cuarenta había pasado sus años de formación, tras la pérdida de las últimas colonias españolas en 1898, en el ambiente del regeneracionismo, que veía España como un organismo en decadencia. El pensamiento regeneracionista, tal y como se desarrolló en las décadas de finales del siglo XIX y principios del XX, giraba en torno a cuatro factores principales: a) La creencia de que existía una peculiar esencia española que podía ser definida y perpetuada; b) el estudio de las ciencias naturales, especialmente la biología darwinista, consideradas determinantes para la suerte futura de las naciones; c) la desilusión con la política constitucionalista; y d) la derrota militar española en 1898. Franco tenía seis años en 1898. La interacción de estos elementos produjo una síntesis que exigía una inversión del proceso de decadencia, combinando las tradiciones castellanas con la modernidad de la ciencia y un gobierno autoritario. Se creía que una nación constituida por «organismos débiles» estaba condenada a desaparecer más tarde o más temprano. Haría falta un «cirujano de hierro» para imponer el autoritarismo necesario para extirpar el tejido enfermo de la sociedad. No es de extrañar, por lo tanto, que algunos escritores hayan pensado que el regeneracionismo fue el «prefascismo» español[63]. En los años treinta, los generales insurrectos consideraban a la clase obrera como una entidad infrahumana[64], factor que había contribuido a esta decadencia. El pueblo español, según Mola, se consideraba a sí mismo débil y por lo tanto había «degenerado». Esta situación requería la recuperación de algo que se consideraba un «derecho natural», o sea la «ley de la fuerza», que había sido socavada por el parlamentarismo decadente[65]. El concepto de la política había sido sustituido por los de «exterminio y expulsión»[66]. Consecuentemente, la labor de «purificación» continuó de forma sistemática después del cese formal de la guerra, el 1.º de abril de 1939. La España franquista se caracterizaría, sobre todo, por la negativa a considerar cualquier clase de reconciliación. La sociedad se dividiría entre «España» y «anti-España»[67]. Éste es el fundamento de la represión masiva de la posguerra. Esta crueldad estaba dirigida mayoritariamente contra las capas bajas de la sociedad[68]. A fin de conseguir que «España funcione», los insurgentes y sus partidarios se propusieron utilizar la violencia para establecer y salvaguardar lo que ellos consideraban el orden social estable. Por consiguiente, el gobierno nacionalista de Burgos ilegalizó inmediatamente, en septiembre de 1936, todas aquellas organizaciones que habían participado en el gobierno del Frente Popular legalmente constituido, o que se habían opuesto al insurgente Movimiento Nacional. Así, desde el primer momento, se trastrocó el concepto de legalidad[69]. El Estado diseñó una serie de leyes para dar una pátina de legalidad a una represión que condenaba a la clase obrera por el principio de culpabilidad debido a su asociación con los partidos políticos y los sindicatos de la República. La idea de que se aplicaría la justicia a los «sin sangre en las manos» no tenía sentido en una situación en la que la violencia se utilizaba para confirmar la derrota de un orden político y una clase social. Los propósitos de la represión fueron resumidos sucintamente por el propio Franco: tan sólo aquellos «[…] capaces de amar a la madre patria, de trabajar y esforzarse por ella, de añadir su grano de arena al esfuerzo común» serían admitidos. A los otros no se les debía permitir entrar en la «circulación social […] los elementos malvados, pervertidos, política y moralmente envenenados […] aquéllos sin redención posible dentro del orden humano […]». Esa gente sólo podría conseguir la salvación gracias al trabajo[70]. La clase obrera debía ser «disciplinada» en este proceso nacional de «expiación del pecado». Según Franco, «[…] el sufrimiento de una nación en un momento determinado de la historia no es ningún capricho; es un castigo espiritual, el castigo que Dios impone sobre una vida distorsionada, sobre una historia impura»[71]. El proletariado español, en particular, decía, estaba «enfermo», contaminado por el «bolchevismo». El primer ministro del Interior de Franco, Ramón Serrano Suñer, responsable de construir las instituciones oficiales del Estado franquista, expresó su opinión a un periodista alemán sobre la situación en Barcelona, tras su caída en enero de 1939: «La ciudad está completamente bolchevizada. La descomposición es absoluta. […] En Barcelona los rojos han ahogado el espíritu español. La gente […] está moral y políticamente enferma. Trataremos a Barcelona con el cuidado con que se atiende a un inválido»[72]. La «reconquista» del sur de España se vio como una oportunidad para ajustar definitivamente las cuentas entre los latifundistas y sus representantes por un lado y la población desposeída, por otro[73]. En Sevilla, los voluntarios civiles, muchos de ellos asociados con la poderosa oligarquía latifundista de la región, cooperaron con los militares locales y la organización falangista para restablecer el poder local mediante una brutal represión de la población obrera[74]. Los oficiales recibieron órdenes categóricas para que, tras la ocupación de cada población, obtuvieran información de curas y «otras personas de fiar» sobre el comportamiento de la comunidad[75]. En Sevilla hubo dos fases de terror y represión[76]. Primero, el período comprendido entre julio de 1936 y enero o febrero de 1937, que se caracterizó por una ola de ejecuciones entre la clase obrera. En esta fase se produjo la «desaparición» de cientos (quizás miles) de hombres y mujeres. Los fusilamientos en masa en calles y cementerios sin ningún proceso burocrático formal fueron característicos de esta fase[77]. Tan sólo una parte de estas muertes se inscribió en el registro civil. Ésta no fue una violencia «necesaria» en absoluto desde el punto de vista militar. Tampoco fue indiscriminada. Estuvo organizada hasta el punto de que tanto las milicias políticas (los falangistas principalmente) como el Ejército utilizaron listas confeccionadas por personas influyentes de la zona; especialmente los latifundistas y sus representantes. La segunda fase comenzó en febrero de 1937. Desde este momento, la represión se llevaría a cabo en parte bajo una apariencia de «legalidad». Ésta fue la fase de los consejos de guerra. En estos casos se requería documentación, al menos formalmente, aunque en la mayor parte de los casos las «pruebas» no se estudiaban, ya que los juicios estaban decididos de antemano[78]. Aunque a partir de este período los archivos del registro civil comienzan a reflejar los hechos de una manera algo más fiel, nos consta que se siguió matando a hombres y mujeres sin que constasen sus muertes, ya que las cifras aproximadas de lo que se conoce como fosa común del cementerio de San Fernando son mucho más elevadas que las del registro civil[79]. La «pacificación» inicial de Sevilla y su entorno duró una semana. Según el secretario personal del director de la sublevación, el general Mola, la represión fue tan absoluta en algunas aldeas que casi la totalidad de la población productiva fue aniquilada[80]. El oficial encargado de la represión en el territorio ocupado del sur fue el sanguinario general Gonzalo Queipo de Llano, tristemente famoso por sus amenazadoras y enajenadas emisiones radiofónicas desde Sevilla en pleno estado de embriaguez. El 19 de agosto de 1936, Queipo manifestó su determinación de cumplir hasta sus últimas consecuencias el objetivo fundamental de los insurgentes: «El 80 por 100 de las familias de Andalucía están ya de luto. Pero no vacilaremos, tampoco, en adoptar medidas más rigurosas si hace falta para asegurarnos la victoria final. Seguiremos hasta el final y continuaremos nuestra buena labor hasta que no quede ni un solo marxista en España»[81]. Esta declaración contestaba a la pregunta formulada por Francisco González Ruiz, el exgobernador civil republicano de Murcia, quien se encontraba en territorio rebelde al principio de la Guerra Civil, profundamente desilusionado por lo que estaba presenciando: «¿Por qué siguen fusilando después de doce, catorce meses de guerra, y en Sevilla, donde son dueños de la situación desde el primer momento?»[82]. Queipo comenzó ordenando ejecuciones en masa en is calles de los barrios obreros de la ciudad, y no en las risiones o los cementerios. Los cadáveres permanecían arias horas donde habían caído a modo de ejemplo para la población en general. Mientras se mantuvo la huelga general declarada por los trabajadores en defensa de su dudad, las calles estuvieron permanentemente llenas de cadáveres que debían ser apilados contra los muros de las casas para dejar pasar los camiones del Ejército. La declaración inicial del estado de guerra por parte de los nacionales el 18 de julio, cuya prioridad era la imposición le la pena de muerte para los huelguistas, fue reiterada mediante nuevos decretos en días posteriores. Al movilizar a los obreros de las fábricas y el ferrocarril, se exigía una «obediencia ciega» y la «pena capital» se cernía sobre los que no cooperaban[83]. La resistencia en unas condiciones tan violentas era extremamente difícil. Sin embargo, los obreros de otras partes de España trataron de organizarse para hacer frente a esta brutalidad[84]. Aunque un reciente estudio «científico» ha estimado una cifra cercana a las dos mil cuatrocientas ejecuciones en Sevilla durante la Guerra Civil, los cálculos realizados in situ en esa época sugieren que la magnitud de la tragedia fue al menos tres o cuatro veces mayor[85]. José María Varela Rendueles, el gobernador civil republicano de Sevilla en 1936, afirmaba que bastaba encontrar a alguien con un carnet del sindicato socialista, UGT, para matarlo en el acto. Según Rendueles, entre julio de 1936 y febrero de 1937 más de seis mil personas fueron fusiladas en la ciudad de Sevilla sin haber pasado por ningún tribunal[86]. Las autoridades de Sevilla concibieron la táctica de organizar escuadrones motorizados o «Brigadas de Depuración», de cien hombres cada uno, para caer sobre pueblos «dudosos» con el fin de «limpiar» la población exterminando, a todos los elementos sospechosos con sus denominadas «ejecuciones de salvación nacional»[87]. A pesar de los posteriores intentos propagandísticos por describir a las tropas voluntarias que ayudaron a cometer los más bárbaros actos de exterminio como grupos compuestos por elementos de todas las clases sociales, en la actualidad parece claro que estos escuadrones estaban constituidos por grandes de España, nobles, latifundistas y sus hijos[88]. Un caso típico es el del hijo del administrador de las tierras del marqués de Jaén, quien tras la sublevación militar se hizo falangista, fue asignado a un pelotón de fusilamiento y fue responsable de la muerte de cientos de personas[89]. La represión no cesó tras la primera oleada. Tres años después, en el verano de 1939, el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini, informó que en Sevilla seguían produciéndose ocho ejecuciones diarias. Ciano destacaba que esta represión se producía a pesar de que la ciudad nunca había estado «en poder de los rojos»[90]. Los observadores extranjeros, por conservadores que fueran y a pesar de su apoyo a la «cruzada» de Franco, informaban generalmente sobre la tortura y la muerte en las abarrotadas prisiones sevillanas. Cada día sacaban a docenas de hombres de la cárcel para su ejecución. Un observador menciona una fosa común de catorce kilómetros de largo en las afueras de la ciudad[91]. De igual manera, la represión en gran parte del resto de la España latifundista estuvo motivada por un deseo de castigar al proletariado rural por haberse atrevido a cuestionar el statu quo social[92]. En la provincia de Córdoba, por ejemplo, era bien sabido que, cuando se conducía a los campesinos pistola en mano a la fosa común para ejecutarlos, los señoritos les decían que iban a darles una lección especial de «reforma agraria»[93]. Los propios terratenientes proporcionaban listas negras de los «provocadores», cuya muerte exigían. Los trabajadores que habían estado involucrados en las medidas de colectivización de la tierra eran señalados especialmente para que recibieran las medidas más duras y se les torturaba para obtener información[94]. En Granada, gran parte de la brutal represión la llevaron a cabo falangistas y antiguos miembros de la CEDA, el partido católico de los años treinta liderado por José María Gil-Robles. Aunque, según los archivos de Granada, se produjeron 2314 asesinatos, los testimonios de los habitantes locales sugieren que una cifra cercana a los 8000 sería más acertada[95]. Sin duda, en esta provincia se produjeron algunos de los hechos más sangrientos de la guerra y la posguerra. Durante varios meses se ignoraron todas las formalidades. La imperiosa necesidad de imponer un castigo, que emanaba de las más altas autoridades del flamante «Nuevo Estado», posibilitó una minuciosa purga de la sociedad. La represión fue de hecho «controlada», ya que estuvo dirigida desde las elites políticas y sociales más influyentes de la zona hacia las capas más bajas de la sociedad[96]. La represión clasista no se produjo sólo en el «atrasado» sur de España[97]. En San Sebastián, por ejemplo, una de las ciudades más «europeas» y «modernas» del país, los empresarios vascos y catalanes que habían huido de la zona republicana se unieron a grupos semiorganizados de poderosos y contribuyeron a desarrollar modalidades de apoyo financiero a la campaña bélica de los nacionales[98]. La presencia relativamente escasa de la Falange en el País Vasco no significa que no se produjera una brutal represión en San Sebastián. Casi un millar de ejecuciones tuvo lugar en los primeros tres meses de ocupación por parte de los nacionales en el otoño de 1936. A principios del año 1945, se habían producido más de 4500 muertes «ilegales en su mayoría» de partidarios de la República[99]. En Vigo, el dirigente principal de la Falange era un próspero industrial. Le sucedió en el cargo el hijo de un destacado patrono industrial. De hecho, todos los líderes falangistas pertenecían a las clases «adineradas». Allí se llevó a cabo una represión mecánica bajo su supervisión y a manos de dóciles y disciplinados subordinados[100]. La situación era similar en otras provincias, aunque donde la represión sistemática se manifestó con mayor crudeza fue en Barcelona y Valencia. Esto se debió en gran medida a que estas dos grandes ciudades fueron el destino en que republicanos de todas clases — desde líderes políticos a obreros— se congregaron huyendo del avance de las fuerzas franquistas apoyadas por el Eje. En Valencia, al caer la ciudad, se obligó a la población a denunciar a todos aquellos que habían apoyado a la República. Los denunciados fueron hacinados en las prisiones hasta colmar su capacidad. La prisión principal de Valencia, la Cárcel Modelo, con ochocientas celdas, albergaba a ocho mil prisioneros en junio de 1939. En la provincia en su conjunto, había tantos prisioneros que varias plazas de toros, monasterios y conventos fueron convertidos en cárceles. En el mes de abril de 1939, se anunciaron oficialmente doscientas sentencias de muerte y otras doscientas setenta para la primera quincena de mayo. En general se cree que el número real de ejecuciones en la ciudad superó con mucho estas cifras[101]. Las pruebas testimoniales, sobre las que se basa el cálculo de la magnitud de la represión, indican que la capital de España sufrió también una considerable ola represiva. El embajador británico informó al Foreign Office a mediados de junio que, si bien había unos treinta mil presos tan sólo en la capital esperando sentencia, la cifra de los que el régimen denominaba «asesinos políticos y pistoleros», juzgados en consejo de guerra y ejecutados, ascendía a unos quince mil. Considerando otras declaraciones posteriores, incluso las del propio régimen, éste parece un cálculo bajo. El periodista inglés A. V. Philips, que pasó cuatro meses en las prisiones de Madrid en los años cuarenta, manifestó que en la capital se pronunciaban miles de sentencias de muerte al mes. Calculó que, durante los primeros once meses desde el final de la guerra, se ejecutó a cerca de cien mil personas. Ciano, durante su visita a España, testificó que durante el verano de 1939 se producían entre doscientas y doscientas cincuenta ejecuciones cada día[102]. En una sola de las veinte o más cárceles de la capital repletas de prisioneros políticos, se conserva una lista con quinientas víctimas de ejecuciones en el período de 1941 a 1944. Esta fuente escrita, relativamente inusual, da una idea aproximada del nivel que alcanzó la atrocidad en Madrid[103]. Por otro lado, muchos presos no tuvieron juicio alguno. La determinación del Caudillo de conseguir una victoria total queda demostrada por su negativa a aceptar una paz negociada y establecer una zona neutra en el nordeste de España a la vez que los refugiados abandonaban Barcelona, en dirección a la frontera francesa, en enero de 1939[104]. Según el ministro del Interior de Franco, Ramón Serrano Suñer, el nacionalismo catalán era «una enfermedad». El «secesionisino» había «vivido como un parásito» de lo que él consideraba un ostentoso y falso patriotismo local. El virus «secesionista» tenía que ser tratado: «Hoy tenemos a Cataluña en la punta de nuestras bayonetas. El dominio material será rápido. Estoy seguro de que la incorporación moral de Cataluña a España será tan rápida como su incorporación militar […]»[105]. La Falange catalana «en el exilio» comenzó los preparativos para una purga de la región después de la guerra[106] y en 1938 presumía de haber elaborado un archivo de treinta mil nombres de «elementos rojos»[107]. La toma oficial de la ciudad a finales de enero de 1939 estuvo encabezada por las tropas navarras del general Solchaga según el agregado militar británico en Burgos, ciudad en el que estaba situado el cuartel general de Franco, «[…] los navarros marchan los primeros, no porque hayan luchado mejor, sino porque odian mejor. Especialmente cuando el objeto de odio es Cataluña o un catalán»[108]. La prioridad de las fuerzas de ocupación era «disciplinar» a la población. Los primeros meses de ocupación militar servirían para impartir lo que el propio régimen denominaba «la justicia de Franco». A los pocos días de a caída de Barcelona, las nuevas autoridades declararon que cuarenta mil republicanos que «tienen sangre en las manos» no habían logrado escapar de la ciudad ante la llegada del «Ejército liberador». El cónsul británico no dudaba de que serían incapaces de escapar a la «pena capital». Las ejecuciones en masa sin oportunidad previa le defenderse en un juicio continuaron hasta 1943, cuando la cantidad de «enemigos» liquidados de este modo comenzó a declinar[109]. Las redadas de «enemigos políticos» comenzaron inmediatamente. Según el vicecónsul norteamericano, parece que la nueva administración celebró cientos de juicios y en unos pocos meses se llevaron a cabo miles de ejecuciones. Hasta 1942 fue habitual oír a los pelotones de fusilamiento en la ciudad[110]. Según un representante de una organización de exiliados catalanes que escribió un testimonio en septiembre de 1939, las ejecuciones de demócratas y republicanos se producían al ritmo de unas treinta diarias[111]. El conde Ciano, después de visitar España durante el verano de 1939 y de reunirse con Franco y Serrano Suñer, informó que se producían alrededor de ciento cincuenta ejecuciones diarias en la ciudad[112]. El corresponsal del Times de Londres, Lawrence Fernsworth, informó al Comité Parlamentario Británico para España que en el mes de junio de 1939, en un período de tan sólo cuatro meses y medio, alrededor de dos mil quinientas personas habían sido ejecutadas en Barcelona. El comité se mostró muy preocupado por las informaciones de que bandas armadas de falangistas estaban llevando a cabo «represalias» al margen de las autoridades policiales y militares[113]. El cónsul general británico en Barcelona confirmó que se estaban llevando a cabo ejecuciones por toda la provincia de las cuales no existía información oficial alguna[114]. Los objetivos sociales del régimen quedaron claramente expuestos en los pormenores de las primeras declaraciones de las autoridades militares en la ciudad. Las disposiciones de la orden militar que estableció el régimen especial de ocupación para Barcelona tenían como prioridad una vuelta a la situación previa a 1931 con respecto a la propiedad privada. Todas las medidas legislativas del Estado republicano en la ciudad fueron anuladas. Una de las principales preocupaciones tras la sublevación militar de julio de 1936 fue la imposición de una estructura laboral corporativista en la «Nueva España». La misma que los empresarios y los líderes políticos de la derecha habían venido exigiendo a lo largo de toda la década de 1930[115]. En septiembre, todas las organizaciones que habían apoyado al gobierno del Frente Popular fueron expresamente ilegalizadas y en su lugar se establecieron las primeras estructuras sindicales estatales[116]. En abril de 1937 se crearon las nuevas Centrales Nacionales Sindicalistas estatales, que integraron a obreros y empleados en una estructural sindical vertical (CNS)[117]. En el funcionamiento de estos sindicatos no había atisbo de democracia ya que estaban absolutamente controlados por empresarios y falangistas. Esta estructura, al eliminar cualquier oportunidad para la articulación del disenso de los trabajadores, proporcionaba el marco esencial para asegurar que el peso de la crisis económica cayera completamente sobre las espaldas de los obreros. La estructura de la intervención estatal en el proceso laboral se completó con la declaración de un Fuero del Trabajo, en marzo de 1938, que estaba basado en la Carta del Lavoro italiana. Este fuero anunció la ilegalización formal de la huelga. El «misticismo» nacionalista representado por la autarquía permitió al régimen manifestar que, en aras de la consecución de esta patriótica cruzada económica, todas las amenazas a la actividad productiva eran actos de traición. Por consiguiente, en tanto que traidores, los huelguistas debían ser ejecutados. La noción unificadora de la Patria era el eje central en torno al cual giraba la ideología franquista[118]. La autosuficiencia económica nacional contribuyó a este modo de determinar qué aspectos debían perdurar y cuáles debían extinguirse. Así, la autarquía fue, desde el primer momento, vital para cimentar la autoridad del «Nuevo Estado». La reglamentación del trabajo mediante el corporativismo, legislado por el fuero y la estrategia autárquica de comercio e industrialización eran dos caras de la misma moneda autoritaria[119]. A las familias de los «culpables», los ejecutados o encarcelados por crímenes políticos, también se las hizo sufrir. En Sevilla, las familias de los prisioneros tenían a soldados nacionalistas alojados en sus casas[120]. Bajo las condiciones de la ignominiosa ley de responsabilidades políticas, proclamada en enero de 1939, las posesiones de los «acusados» quedaron confiscadas. Esto dio carta blanca a los falangistas para entrar en casa de los familiares y llevarse lo que les viniera en gana. A menudo, una mujer privada del cabeza de familia podía perder su único medio de subsistencia de este modo. Por ejemplo, una máquina de coser, utilizada para trabajar desde casa para una empresa textil, podía ser confiscada con el objeto de «redimir» los «crímenes de la familia». Éste fue un elemento de violencia económica que se infligió a los vencidos cotidianamente durante los años cuarenta. Las mujeres eran consideradas culpables de no haber mantenido una vigilancia moral sobre sus compañeros. De hecho, ser la esposa de un «marxista» era razón suficiente para ser ejecutada[121]. Las autoridades del Estado sometieron a las familias a una constante vigilancia para asegurarse de que no se creara una «campaña contra el Estado»[122] y se indignaban cuando las familias de los republicanos daban muestras de seguridad. En los primeros años de la posguerra española, los falangistas vigilaron de cerca las muestras de optimismo por parte de la clase obrera debidas a la esperanza en que las potencias del Eje resultasen derrotadas. Este optimismo, según ellos, se manifestaba a menudo «de forma insolente» y ejemplo de ello era que cuando las «familias van a llevarles cosas a sus familiares detenidos en las prisiones estatales, lo hacen de manera ostentosa en lugar de esconder su condición de familiares de [123] prisioneros» . Los «vencidos» estaban estigmatizados y se suponía que debían sufrir. A menudo, la represión contra las familias era mucho más directa. En las zonas donde actuaba el movimiento de guerrilla enfrentado al régimen, el Estado aprovechaba para hacer sufrir a la población en general. Se utilizaba la táctica de matar de hambre a los «rojos», a base de someter a pueblos enteros a la ley marcial y el toque de queda[124]. Cualquier ayuda a los maquis era castigada con la muerte[125]. Las mujeres fueron a menudo objeto de esta represión contra las familias, ya que la extremada misoginia de la ideología del régimen se mezclaba con la brutalidad clasista. En la posguerra española, era frecuente detener a las mujeres que iban por la calle después de las once de la noche, raparles la cabeza al cero y obligarlas a ingerir aceite de ricino o incluso gasolina como castigo por infringir el código moral o político del Estado[126]. El desarrollo de la contienda mundial tuvo grandes repercusiones en el interior del país. En cierto sentido, 1943, año en que la guerra comenzó a volverse en contra del Eje, supuso un cambio relativo. El posterior derrocamiento de Mussolini en Italia conmocionó al régimen de Franco[127]. Sin embargo, por lo que respecta a la represión, los cambios fueron muy lentos. De hecho, la caída de la dictadura italiana provocó un recrudecimiento de la acción represora por parte del régimen de Franco. Inmediatamente, se produjo una ola de detenciones de potenciales grupos de oposición[128]. Los falangistas incrementaron sus actividades y aumentaron las ejecuciones políticas, con el objeto de aterrorizar a los elementos «rojos» de la población[129]. Se organizaron reuniones entre los jefes de cada sector, subsector y calle[130]. Los puntos estratégicos tradicionales de la ciudad de Barcelona se pusieron bajo la vigilancia de los guardias falangistas. El jefe provincial pronunció un discurso para elevar la moral del partido en la ciudad y reunió a una congregación de seis mil militantes[131]. Se intentó fortalecer la importancia de los símbolos del partido y de la «victoria». En Málaga, el secretario local del partido ordenó que los militantes vistieran la camisa azul de la Falange cada día[132]. En Sevilla se distribuyeron armas adicionales entre los falangistas, a quienes se garantizó la ayuda de los oficiales falangistas del ejército en el caso de que se intensificaran las tensiones con los monárquicos locales[133]. Al finalizar la Guerra Mundial en mayo de 1945 con la derrota de las potencias del Eje, se rearmó a la Falange. Las noticias sensacionalistas sobre la ejecución de Mussolini y el modo en que la gente había ultrajado su cadáver exacerbaron los temores entre los militantes del partido[134]. De nuevo, las zonas con una mayor tradición de militancia obrera sufrieron la peor represión. En Asturias se repartieron pistolas entre los militantes falangistas al reavivarse la caza de hombres y mujeres que permanecían ocultos. A menudo se dejaba sin hogar a sus familiares, al quemar las casas de los fugitivos. A los aldeanos que se negaban a colaborar en la búsqueda con la Guardia Civil y el Partido, se les quitaban el ganado, su único medio de subsistencia[135]. La represión ya se había incrementado antes del final de la Guerra Mundial. Se creía prácticamente inevitable que el régimen considerase un cierto grado de liberalización tras la derrota del nazismo y el fascismo. El gobierno creía que el «aspecto externo» del movimiento debería reformarse, dejando intacta «la esencia fundamental del falangismo»[136]. Por lo tanto, las autoridades franquistas estaban decididas a continuar la purga antes de que se impusieran dichas formalidades[137]. Durante los primeros meses de 1945, las ejecuciones siguieron a un ritmo considerable. El 17 de enero tuvieron lugar por lo menos veintitrés ejecuciones en Madrid. Una fuente fiable de la policía aseguró que entre el 13 y el 19 de enero se produjeron cuarenta y dos ejecuciones, y varias más en el mes de febrero[138]. CONCLUSIONES En los últimos diez años han empezado a aparecer estudios sobre la represión en la Guerra Civil española. Está comenzando a aprovecharse la oportunidad que supone la relativa apertura de los archivos a partir de la transición hacia la democracia. Sin embargo, muchos de los trabajos realizados no han pasado de un recuento parcial de diversos episodios violentos. En general no se han tratado de explicar los orígenes de esta violencia o de aclarar su importancia para la naturaleza del régimen que se estaba estableciendo, ni de definir su papel en términos de desarrollo social[139]. En relación con estas cuestiones hemos planteado los problemas esbozados al principio de este artículo. Se ha señalado aquí que ambos bandos durante la Guerra Civil española, y los franquistas al finalizar la misma, cometieron actos violentos que no pueden explicarse en términos de estricta estrategia militar o como producto del «fragor de la batalla». Esta violencia estuvo motivada por objetivos políticos y sociales. En la zona republicana, tanto individuos como grupos, hicieron uso de la violencia política contra quienes consideraban enemigos de la República y la revolución. Este terror formaba parte de su respuesta a la sublevación de los militares. Surgía de la agitación revolucionaria provocada por la rebelión contra el gobierno electo[140]. Al principio de la guerra, esta violencia fue en general de carácter incontrolado. Las autoridades centrales del Estado republicano fueron interviniendo gradualmente como una fuerza moderadora en el contexto de las disputas por el poder dentro de la España republicana. A pesar de su imprevisibilidad, las principales figuras del gobierno consideraron la «justicia popular» como una concesión a la clase obrera, aunque generalmente trataron de impedirse los excesos. Cuanto más organizada estuvo la «justicia popular», tanto menos brutal fue. La represión política republicana organizada, como tal, con la intervención del poder estatal, se limitó a la eliminación de la amenaza izquierdista en Barcelona durante los once primeros meses de la guerra. Sólo en este caso existió un objetivo político claramente definido, que se alcanzó con un plan elaborado ad hoc por las autoridades políticas del Estado. En cambio, la violencia perpetrada por los nacionalistas (posteriormente franquistas) contra los grupos sociales que apoyaban al gobierno legal se llevó a cabo principalmente de acuerdo a una serie de criterios políticos o ideológicos y estuvo respaldada y alentada por las autoridades del naciente Estado franquista. La noción de «purificación» fue revestida de una multiplicidad de significados. Éstos se unificaron bajo el concepto del catolicismo del Estado (unido al nacionalismo) con el objeto de invertir el proceso de «degeneración» nacional. Este brutal planteamiento de ingeniería social se tiñó de un vago tecnicismo que provocó una patología del desarrollo dentro del franquismo en la búsqueda de la represión brutal y la industrialización a cualquier precio. Como hemos visto, las principales figuras de las elites financieras locales desempeñaron un papel significativo en las purgas. Confeccionaron las listas negras utilizadas por el ejército y los grupos paramilitares en sus redadas de «rojos»; formaron parte de las comisiones locales para decidir sobre las «responsabilidades» que cabía atribuir por los «crímenes marxistas» y contribuyeron a repartir condenas e incluso decidían quién tenía derecho a comer y quién debía pasar hambre, de acuerdo a criterios políticos. Finalmente, muchos de ellos se incorporaron personalmente a la Falange y participaron en las actividades de las milicias[141]. Se practicó el terror contra grupos sociales específicos, ideológicamente definidos. El objetivo consistía en sistematizar e institucionalizar la represión y dirigirla, principalmente, contra la clase obrera y sus organizaciones políticas. Se declaró ilegales a los sindicatos libres. La huelga se convirtió en un acto de traición, por lo que los huelguistas corrían el riesgo de ser fusilados[142]. Éste era el castigo institucionalizado reservado a quienes se atrevían a cuestionar el statu quo económico y político. La represión política sistematizada y mecánica contribuyó de manera decisiva a asegurar el poder al «Nuevo Estado» franquista[143]. A la hora de analizar la violencia y el terror practicados durante la Guerra Civil y la posguerra, no basta en absoluto considerar todos los actos de brutalidad por parte de los dos bandos como parte de una inevitable espiral de barbarie. El potencial esclarecedor de esta clase de «análisis» es extremamente débil. Por varios motivos, la violencia en la zona republicana y el terror practicado por los nacionales constituyen fenómenos muy diferentes. La dirección política del bando republicano estuvo siempre guiada por el ideal de una lucha en favor de una reconciliación social y política. En cambio, la violencia desmesurada constituyó una parte integrante del plan nacionalista para purgar a España del amenazador «otro» integrado por la clase obrera y sus líderes políticos. Esta purga se realizó de acuerdo con los objetivos sociales de los grupos que apoyaron a los conspiradores militares. La pereza intelectual, que a menudo produce el manido comentario de que la violencia extrema es «inevitable» en una guerra, no puede servir más que para ocultar lo que en realidad fue una represión programada con unos objetivos sociales y políticos muy concretos. 9 LOS ARMAMENTOS: ASUNTOS OCULTOS A TRATAR GERALD HOWSON Cuando terminó la Guerra Civil española, los republicanos atribuyeron su derrota a la falta de armamento. Gran Bretaña y otras potencias, se decía, habían manipulado la política internacional de no intervención, de manera tal que se había retrasado, y en lo posible impedido, el abastecimiento de armas a la República mientras que se enviaban a Franco las armas suficientes para permitirle ganar la guerra. En efecto, los dictadores fascistas habían enviado a España una cantidad tan enorme de efectivos militares que se podía considerar su intervención poco menos que como una invasión extranjera. Esta explicación de por qué la guerra terminó tan trágicamente para los republicanos fue generalmente aceptada, no sólo por la izquierda política de todo el mundo, sino también por muchos otros, y fue asumida en privado incluso por algunos miembros del propio gobierno de Franco. Sin embargo, y según la postura oficial del gobierno de Franco, esto no era más que una mentira de los rojos, ya que cualquier veterano de guerra sabía no sólo que los rojos habían obtenido de la URSS y, a través de elementos criminales en el mercado internacional armamentístico de muchos otros países, más aviones, tanques, fusiles, municiones y material de los que los nacionales habían obtenido de Alemania e Italia, sino que habían sido los nacionalistas quienes, desde el primer día, habían tenido que luchar contra la superioridad del enemigo en efectivos humanos y materiales. Según el autor de un artículo publicado en el diario oficial Ejército en junio de 1941: «los nacionales tenían que resolver el difícil problema de armar y dotar de los medios de combate necesarios al Ejército Nacional, que, como es bien sabido, inició su heroica gesta casi sin material de guerra, tropezando además con la enorme dificultad que suponía el encontrarse en poder de la anti-España marxista todo el ahorro español»[1]. En la misma revista, dos años antes, el coronel Alfonso Barra, fundador y primer jefe del Servicio de Recuperación de Material de Guerra, había elaborado una lista de los principales materiales capturados por los nacionales durante la guerra: Cañones… Proyectiles de artillería… (sin contar los destruidos) Fusiles… Ametralladoras… Cartuchos de fusil… Bombas de mano… (sin contar las destruidos, que suman unos diez millones) Morteros… Explosivos (en kg.)… 1877 3 683 086 576 301 25 306 1 136 260 000 2 475 883 6990 3 516 208 Las armas y municiones eran de muy diversos tipos y procedencias: «60 tipos diferentes de cañones, 49 de fusiles de repetición y 41 de armas automáticas»[2]. Estos datos volvieron a aparecer en La Enciclopedia Universal Ilustrada en 1944 con adiciones y con la observación de que, si se añadía el material que los rojos ya poseían el 18 de julio de 1936 y el material recuperado tras su rendición el 31 de marzo de 1939, entonces el total mencionado, por lo menos, se duplicaba[3]. Respecto a la guerra en el aire, La revista de Aeronáutica (que también era una publicación oficial) declaraba en agosto de 1941 que durante la Guerra Civil los rojos habían tenido a su disposición 2462 aviones, de los cuales 265 obraban en su poder el 21 de julio de 1936, 1947 habían sido importados y 250 construidos en España. Según la Enciclopedia, 1300 de estos habían sido destruidos[4]. Algunas de estas cifras reaparecieron quince años más tarde en Alas rojas sobre España, de Miguel Sanchís, quien las dividía sin embargo en cantidades, tipos y países de origen. De los 1947 aviones importados, 1409 venían de la URSS, 260 de Francia, 72 de Holanda y así sucesivamente, mientras que la cantidad de aviones de fabricación española se elevaba a 260 y la de aviones «rojos» destruidos a 1544[5], de los cuales 210, decía, habían logrado escapar a Francia, y dividía también estos aviones en clases. Posteriormente, en 1958, el coronel José Gomá afirmaba que, mientras que los nacionales habían recibido tan sólo 1079 aviones del exterior, los rojos habían obtenido 1627. Según mis datos, ésta es la primera vez que se menciona una cifra relativa, o de hecho cualquier cifra, sobre el material de guerra de los nacionales en una publicación española desde el final de la Guerra Civil[6]. Durante los años sesenta, momento en el que España comenzaba a emerger del ostracismo internacional para convertirse en un aliado estratégicamente importante para occidente en la Guerra Fría, comenzaron a publicarse fuera de España las primeras obras de síntesis sobre la Guerra Civil, y autores como Hugh Thomas, Broué y Témime, Gabriel Jackson y otros causaron una enorme preocupación en el gobierno español. En 1965, don Manuel Fraga Iribarne, el ministro español de Información y Turismo, fundó dentro de su ministerio la Sección de Estudios sobre la Guerra de España, bajo la dirección de Ricardo de la Cierva, con el ánimo de rebatir las afirmaciones de los historiadores extranjeros considerados hostiles o insuficientemente favorables a la causa de los nacionales. A lo largo de los quince años siguientes, se publicó una serie de libros y artículos en los que los autores reemplazaban la descarada propaganda que había caracterizado la mayor parte de escritos sobre la Guerra Civil española publicados anteriormente en España con una objetividad y erudición que, según afirmaba el propio de la Cierva en el prólogo a una de sus obras incorporadas a la serie[7], serían necesarias si se pretendía que los historiadores extranjeros tomasen en serio estos trabajos. De los numerosos autores cuyos libros y artículos han tratado por encima o en detalle la cuestión de las fuerzas relativas de ambos bandos y del efecto que éstas hubieran podido tener en el resultado de la guerra, sin duda los más importantes han sido los hermanos Ramón y Jesús Salas Larrazábal, ambos oficiales de aviación ascendidos al rango de generales y cuyo hermano mayor, el teniente general Ángel Salas Larrazábal, fue uno de los más distinguidos aviadores nacionales de la Guerra Civil. De entre sus obras, las más relevantes para nuestro tema son las cinco citadas abajo[8]. La Historia del Ejército Popular de la República, una ingente obra compuesta por cuatro gruesos volúmenes, da la impresión de haber contado con una amplísima documentación. Sin embargo, el mensaje subliminal de todas ellas es el mismo, y de hecho podríamos parafrasearlo, sin temor a equivocarnos, de la siguiente manera: «La investigación detallada, llevada a cabo de acuerdo con el nuevo espíritu de la erudición objetiva, justamente defendida por don Ricardo de la Cierva, ha servido para probar, de una vez por todas, que lo que habíamos afirmado anteriormente contra la incansable oposición de la izquierda, es radicalmente cierto; o sea, que a los republicanos nunca les faltó aviación ni armamento, sino que, muy al contrario, consiguieron importar más material durante la guerra que los nacionales». Tan sólo de la URSS recibieron 1000 aviones, 900 tanques, 300 carros blindados, 1500 piezas de artillería, 40 000 morteros, 15 000 ametralladoras, 40 000 rifles de repetición, 500 000 rifles, 1 250 000 000 cartuchos y 5 000 000 de obuses[9]. Respecto al material importado de otros países, los autores no estaban tan seguros, ya que el aura de clandestinidad que había rodeado esta operación aún no se había disipado. Sin embargo pensaban que tuvieron entre 324 y 364 aviones militares o convertibles a uso militar, 143 de los cuales habían provenido de Francia. En los años ochenta, Ramón Salas determinó que los rusos habrían enviado 1111 aviones y que se habían recibido 364 procedentes de otros países. El resultado de todo esto era demostrar que, mientras que los nacionales habían recibido 1253 aviones (1249 de Alemania e Italia y 4 de «otros países», esto es de Gran Bretaña), los republicanos habían recibido por lo menos 1475[10]. Aunque algunos autores criticaron algún que otro detalle, nadie consiguió rebatir con éxito estas cifras en su conjunto. Andrés García Lacalle, que había sido comandante de la Escuadra de Caza republicana, escribió en sus memorias y en una carta a Hugh Thomas que, según sus datos, los soviéticos tan sólo habían enviado 500 aviones (314 cazas y 186 bombarderos) a España. A éstos se les podían añadir 30 aviones militares franceses (18 cazas y 12 bombarderos), aunque, como fueron enviados sin armas y sin los medios para instalarlas, su participación en la guerra fue muy breve, prácticamente nula. Por otra parte, habrían entrado en España otros 24 o quizás 30 Grumman, procedentes de Canadá, con lo que el número total de aviones militares importados por los republicanos se elevaría a 550 o 560[11]. Sin embargo, todo esto entraba en clara contradicción con lo que los historiadores franquistas habían creído hasta ese momento y, como Lacalle vivía en ese momento exiliado en México y no podía proporcionar documentación para apoyar sus cifras, no resultó muy difícil rechazarlas de plano. En 1974, los rusos rompieron por fin su silencio con la publicación de dos listas de cifras sobre el alcance de la ayuda enviada a la República española. Una de ellas apareció en una historia de la Segunda Guerra Mundial publicada por el Instituto de Historia Militar de la URSS[12] y la otra en un libro propagandístico titulado Solidaridad internacional con la República española, publicado por la Academia de las Ciencias de la URSS. Estos documentos, al confirmar o rebatir las cifras publicadas hasta el momento y resolver por tanto la controversia que se había mantenido desde el final de la propia Guerra Civil española, deberían haber suscitado un enorme interés. Desgraciadamente, aunque las cifras de ambas listas eran inferiores a cualquier dato publicado hasta entonces en occidente, aparte de la lista de Lacalle, había claras diferencias entre ellas en todos los detalles, excepto con respecto al número de rifles (unos 500 000). Por ejemplo, una de las listas mencionaba 806 aviones, 362 tanques y 1555 cañones, y la otra, 648 aviones, 347 tanques y 1186 cañones. Había discrepancias similares en muchas otras cifras. Al no haber especificaciones sobre los diversos artículos, indicaciones de fuentes o explicaciones de ninguna clase, no había manera de saber cuál de ellas se acercaba más a la realidad (si es que alguna de las dos lo hacía), por lo que, de nuevo, les resultó fácil a los historiadores franquistas rechazar ambas como inadmisibles. Durante los años setenta y ochenta, y especialmente entre los años 1986-1989 , que marcaron el cincuenta aniversario de la Guerra Civil española, el número de escritos sobre la guerra se multiplicó considerablemente, hasta el punto de que pareció inconcebible que se pudiera encontrar alguna información nueva sobre la misma y que la única tarea que les quedaba a los historiadores era aportar algún detalle menor aquí y allá. La realidad es que ningún historiador había tratado aún de dar una respuesta clara a la pregunta más importante de todas —¿por qué perdieron los republicanos?—, ya que nadie había rebatido aún abiertamente las cifras propugnadas por los hermanos Salas, que eran el único corpus coherente de datos disponible. No sé por qué nadie lo había intentado hasta el momento, pero el hecho es que fue así, por lo que dichos datos se perpetuaban, por falta de otros más correctos, no sólo en las historias de la Guerra Civil española y otras similares, sino también en obras generales de consulta, igual que los datos que aparecen en obras de referencia anteriores, especialmente en las referentes a la aviación, habían sido transcritos de las cifras de Miguel Sanchís y sus coetáneos[13]. Por ejemplo, en la edición revisada de The Spanish Civil War de Hugh Thomas, publicada en 1977, éste transcribe las cifras de la ayuda soviética directamente de la obra de Ramón Salas La historia del Ejército Popular, vol. 4, págs. 3418-3422, que de hecho son las mismas que aparecen en el artículo escrito por Jesús Salas para La Revista de Aeronáutica en junio de 1972. Thomas se refiere a Lacalle y a los testimonios orales de otros dos comandantes de la fuerza aérea republicana, pero sin embargo concluye que «acepta las cifras de Salas sobre la base de su propia documentación»[14]. Desde entonces, y mientras Thomas se concentraba en investigar otras cuestiones, su libro se ha vuelto a imprimir varias veces y sin corregir, hasta 1996, edición en que encontramos exactamente las mismas cifras. El efecto conseguido ha sido el de convencer incluso a los más afines a la República de que las cifras manejadas por los nacionales son, con bastante probabilidad, correctas. En 1975, John F. Coverdale, el meticuloso historiador de la intervención italiana en España, escribió lo siguiente: «Generalmente se acepta que la ayuda italiana y alemana a los nacionales fue mucho mayor que la recibida por la República. La ausencia de datos fiables sobre los suministros que llegaron a manos de la República y la envergadura de las Brigadas Internacionales impiden que podamos discutir esta cuestión con propiedad. Los poco: datos que he conseguido reunir, y que he presentado en los capítulos precedentes, parecen indicar que, si bien es cierto que los nacionales recibieron más ayuda, la diferencia no fue tan grande como afirmaban los propagandistas ni como han creído muchos historiadores»[15]. Justo veinte años después, George Esenwein, un historiador que había sido compañero de Burnett Bolloten durante varios años, expresaba la misma opinión y citaba este mismo párrafo de Coverdale para corroborarla[16]. Si se me permite incluir mi experiencia personal aquí, debo decir que, en 1990, ninguno de los historiadores que conozco o cuyos libros he leído aceptaba ya la vieja versión de la izquierda para explicar la derrota republicana. Los colegas españoles con los que me reuní en Madrid, mientras estuve allí investigando en 1991 y 1992, me aseguraban que, aunque no tenían ninguna simpatía por lo que conocían del régimen de Franco (ya que eran demasiado jóvenes para conocerlo a fondo) y aunque el instinto les decía que el sentido de la legalidad y la justicia estuvo siempre del lado de la República española, el argumento de que la política de no intervención había privado a los republicanos de las armas necesarias no dejaba de ser un mito sentimental. «Tenían armas suficientes, pero estaban tan divididos políticamente y, por ello, tan desorganizados que nunca aprendieron a utilizarlas correctamente». Incluso un historiador marxista como el profesor Eric Hobsbawm, cuyo apoyo moral a los republicanos, en ese momento y desde entonces, nunca se ha visto ensombrecido por la duda, concedió recientemente que «la República española, a pesar de nuestro apoyo y la ayuda (insuficiente) que recibió, luchó a contrapelo desde el principio. Retrospectivamente, parece claro que esto se debió a sus propias flaquezas»[17]. Finalmente, en octubre de 1995, tuve ocasión de entrevistar a Sam Cummings, el famoso traficante de armas, en su almacén «fortaleza» en Manchester, porque estaba seguro de que en los años cincuenta debió de conocer al menos a uno de los traficantes que habían estado vendiendo armas a ambos bandos durante la Guerra Civil española; accedió a verme para tratar el asunto. Se comportó de manera perfectamente cortés y cordial durante nuestra conversación hasta que le dije que no pensaba que los republicanos hubieran sido capaces de obtener tanto armamento como se cree que obtuvieron. Entonces cambió inmediatamente de tono y contestó enojado: «¡Me gustaría saber de dónde saca esa información! ¡Tenían de sobra! ¡De sobra! Lo sé porque en 1951 le compré al gobierno español todo el suministro de armas ligeras que había sobrado de la guerra: ¡un millón de rifles, cincuenta mil ametralladoras, veinte mil pistolas, tres mil millones de cartuchos!». Me prometió que la próxima vez que viajara a la sede de Interarms —un puerto rodeado de oficinas, almacenes y fábricas en Alexandria, Virginia—, pediría que buscasen las facturas y me envíaran copias. Pero nunca lo hizo, probablemente porque se dio cuenta de que al menos la mitad del material no había pertenecido al ejército republicano sino al nacional, y que las facturas me habrían permitido distinguir los armamentos de uno y otro bando. Sea como sea, los datos mencionados demuestran que los historiadores franquistas, entre los cuales Ramón y Jesús Salas fueron tan sólo los más constantes y tenaces, consiguieron un éxito propagandístico considerable durante los años siguientes a la fundación de la Sección de Estudios sobre la Guerra de España en 1965. Su técnica consistió en parte en ofrecer tal cantidad de cifras y en mencionar una y otra vez tantas y tan diversas fuentes que al principio se conseguía confundir y más tarde aburrir al lector. Debido al tedio, éste perdía interés y dejaba el campo libre a los propagandistas. Esta táctica facilitó que se pudiera seguir «asediando a la República» durante sesenta años tras el fin de la guerra propiamente dicha. Mientras tanto, las consecuencias políticas superaron las preocupaciones de aquellos cientos de miles de españoles que querían salvar su historia de la censura, que durante tanto tiempo la había mantenido enterrada. Durante la década de los setenta, por ejemplo, algunos historiadores y políticos británicos trataron de librar al partido conservador de la vergüenza de los años treinta rehabilitando a Baldwin, Edén, Chamberlain, Halifax, Hoare, Hankey y todos los demás «culpables de la política de pacificación» como tozudos practicantes de la realpolitik, que habían conseguido obtener más tiempo (mientras sacrificaban España, Austria y Checoslovaquia) para que su país pudiera rearmarse para el enfrentamiento con Alemania en septiembre de 1939. El caso de España resultaba especialmente relevante en este razonamiento. Ya que, de ser cierto que los republicanos habían conseguido obtener tantas armas como los nacionales, según proclamaban los historiadores españoles que tenían acceso a los archivos, eso implicaría que la teoría de la no intervención nunca llegó a funcionar y que por ello no se les podía achacar a los «culpables de Munich» la derrota republicana. Todo lo cual probaba nuevamente que, incluso en los oscuros años treinta, los conservadores se comportaron como lo que siempre han sido y siguen siendo: «El partido a quien corresponde por naturaleza gobernar Gran Bretaña». De este modo, una de las grandes tragedias líricas de nuestro tiempo se rebajaba al nivel de la política de partidos. En otro libro he presentado suficientes datos documentados de los archivos de Europa occidental y del este, de Rusia y las Américas, para demostrar que las cifras sobre las que se ha basado este argumento son incorrectas. Sin embargo, y dado que en el libro explico este asunto detalladamente, voy a limitarme a resumir aquí los datos esenciales, presentándolos, ya que ésta es la mejor manera, por países. FRANCIA A lo largo de toda la guerra, los partidarios del bando nacional en todo el mundo lanzaron una escandalosa campaña de denuncia contra la supuesta cantidad enorme de ayuda militar que Francia estaba enviando a la República española, siendo los líderes de dicha campaña diputados parlamentarios y periódicos de extrema derecha de la propia Francia. Durante los años cincuenta, se reciclaron los datos de dicha campaña para proporcionar a autores españoles como Miguel Sanchís las cifras que posteriormente manejó en sus escritos. Desde 1970 en adelante, los hermanos Salas y otros publicaron datos aproximados sobre la cantidad de material de guerra francés enviado a los republicanos con anterioridad al inicio de la colaboración rusa a finales de octubre de 1936: 80 aviones militares, de los que 50 habrían sido enviados entre el 31 de julio y el 31 de agosto, 20 en septiembre y 10 en octubre[18]. No se ofrecen datos exactos sobre la cantidad de armamento aunque se supone que una remesa solicitada el 21 de julio fue entregada a tiempo y que un cargamento de varios cañones Oerlikon de 20 mm salió del puerto de Marsella en agosto. La realidad fue muy diferente. El primer pedido de «armas y aviones» corrió a cargo de José Giral, el jefe de gobierno español, quien envió un telegrama a Léon Blum, su homólogo francés, durante la noche del 19 al 20 de julio de 1936. La decisión de Blum favorable al envío de ayuda a la República fue rechazada en una reunión del consejo de ministros del 25 de julio y el ministro de Asuntos Exteriores francés emitió un comunicado afirmando que no se había recibido petición alguna y que, si se hubiera producido, habría sido rechazada. Sin embargo, la industria privada estaría autorizada a vender aviones desarmados a ciudadanos particulares españoles residentes en Francia[19]. Cuando el 31 de julio se supo que Mussolini estaba suministrando bombarderos a los nacionales, el gobierno francés propuso un acuerdo internacional de no intervención que incluiría todas las potencias internacionales para impedir el suministro de material de guerra a cualquiera de los dos bandos. Mientras tanto, Blum autorizó a Pierre Cot, el ministro de Aviación francés, que reuniera todos los aviones militares disponibles, por contratos cancelados y otras causas, para su envío a la República española. Los aviones eran 14 cazas Dewoitine D. 372 construidos para el gobierno de Lituania, que había cancelado el contrato en junio de 1936[20], y seis bombarderos pesados Potez 540, construidos para las fuerzas aéreas francesas. Aparentemente, se vendieron todos, por mediación de una agencia comercial, al periodista español Corpus Barga. El dinero para pagarlos se obtuvo de la reserva española de oro, que había sido enviada por avión a París y vendida al Banque de France. Su valor equivalente en francos franceses fue depositado entonces en un banco comercial y se abrieron cuentas a nombre del embajador español y otros particulares, incluido el propio Barga. Cuando, entre el 4 y el 7 de agosto, comenzaron a llegar aviones a Toulouse en escala hacia Barcelona, el embajador británico advirtió al ministro de Asuntos Exteriores francés del daño que este envío podría producir en las relaciones anglofrancesas. Consiguientemente, se convocó un nuevo consejo de ministros en el que se decidió aprobar la entrada en vigor de la no intervención a partir del 8 de agosto, de manera unilateral y sin esperar a que las demás potencias se adhirieran al pacto. Trece Dewoitine (ya que uno se había estrellado en Francia, aunque posteriormente fue reparado y entregado en noviembre) y 6 Potez volaron a Barcelona entre el 7 y el 9 de agosto de 1936[21]. Fueron entregados desprovistos de armamento, como explicaré a continuación. La remesa de fusiles y municiones, entre los cuales se encontraban 8 cañones de campaña, que había sido encargada el 21 de julio, se cargó en el buque Artxuri Mendi en Burdeos durante la primera semana de agosto, pero, tras la decisión del 8 de agosto, se descargaron las armas de nuevo y el buque zarpó con un cargamento convencional el 15 de agosto[22]. El 26 de agosto, otros dos bombarderos desarmados, un Potez 544 y un Bloch MB 210, volaron a Barcelona camuflados como aviones de transporte pertenecientes a Air France. Posteriormente, entre el 5 y el 7 de septiembre, se enviaron 5 cazas Loire 46, igualmente desprovistos de armamento. Hasta el 19-20 de octubre no llegó ningún otro material francés a España. Seis semanas más tarde, aterrizaron 7 Potez 542[23] y dos Dewoitine D. 371 en Barcelona. Sin duda los Dewoitine, y casi con seguridad los Potez, estaban igualmente desarmados. «Desarmados» no quería decir, como pensaban los españoles, que los aviones llegaran con las armas desmontadas y guardadas en el fuselaje, o que las armas fueran enviadas por separado por carretera o por tren, sino que los cazas venían desprovistos de ametralladoras, soportes para las mismas, cajas y tolvas de municiones, mecanismos de tiro y mecanismos de sincronización (para permitir que las ametralladoras montadas sobre el fuselaje pudieran disparar entre las hélices en movimiento) y de visores de artillería, y que los bombarderos venían a su vez sin soportes para bombas, miras y armas defensivas[24]. No se envió ninguno de estos materiales esenciales y todas las peticiones del gobierno español exigiendo su entrega fueron rechazadas. Como resultado, los materiales tuvieron que improvisarse con lo que hubiera más a mano, en las caóticas condiciones que entonces prevalecían en los aeródromos madrileños. Hasta el 31 de agosto no pudieron entrar en acción los primeros dos Dewoitine, pertrechados con dos viejas ametralladoras Vicker inadecuadas para su colocación sobre las alas del Dewoitine. Asimismo, cabe mencionar que los españoles tuvieron que pagar por cada Dewoitine un precio que era un 26,6 por 100 superior al que los lituanos habrían pagado y por los bombarderos Potez un 73 por 100 más de lo que las fuerzas aéreas francesas habrían pagado por un avión completo[25]. Mientras se mantuvo en el poder (hasta el 22 de junio de 1937 y entre el 13 de marzo y el 10 de abril de 1938) Blum trató, como declaró posteriormente, de llevar a cabo una política de «no intervención relajada», mediante la cual se permitiría que algunos materiales bélicos entraran en España, con la condición de que estuvieran convenientemente camuflados y que no hubiera interferencias por parte de las autoridades. Sin embargo, del material de guerra que entró en España tan sólo una pequeña parte procedía de Francia[26], y el tránsito a través de Francia del material comprado en otros países fue en general intermitente y poco abundante (excepto durante las doce semanas que van del 17 de marzo al 13 de junio de 1938, cuando Blum abrió la frontera y Daladier, quien le sucedió como primer ministro, la mantuvo abierta hasta que los británicos le forzaron a cerrarla)[27]. Hasta la conquista de la provincia de Santander por los nacionales en agosto de 1937, los buques que portaban material de Polonia y los Estados bálticos navegaban directamente hasta los puertos republicanos de la zona vascoasturiana o trataban de evitar el bloqueo nacional del estrecho de Gibraltar, para atracar en Cartagena o Alicante. Tan sólo he conseguido recabar datos sobre dos pequeños envíos de armas a Francia (Burdeos) en 1937, el Al Racou el 8 de agosto y el Ploubazlanec el 25 de septiembre[28]. En el Mediterráneo, seis o siete buques griegos transportaron municiones de la Poudrérie et Cartouchérie Hellenique en el Píreo, Atenas[29], pero cuando, en agosto de 1937, los submarinos italianos comenzaron a atacar a todos los buques mercantes sospechosos de transportar material de guerra, independientemente de su nacionalidad[30], los griegos desviaron sus viajes hacia Marsella. A finales de diciembre de 1937, se reanudaron los viajes desde la URSS, interrumpidos el 10 de agosto, y continuaron hasta el 11 de agosto de 1938. En total se realizaron doce viajes de Murmansk a Burdeos, todos ellos con buques de la France Navigation, una compañía fundada por el Partido Comunista francés para transportar material hacia la España republicana[31]. Además, el Ibai (ex-Cabo Quilates), con un cargamento para México, arribó a El Havre el 13 de enero (véase abajo), y dos buques españoles atracaron en Marsella en febrero, portando entre ambos tan sólo 8 cañones de campaña (75 mm), cuatro cañones antitanque, municiones y unas cuantas [32] ametralladoras, rifles y pistolas . Es probable que todo el material que llegó a Burdeos, Marsella y El Havre a partir del 7 de agosto permaneciera en Francia hasta la apertura de la frontera el 17 de marzo de 1938. De nuevo, se exageró la cantidad de material que cruzó la frontera desde ese momento hasta el 13 de junio, no sólo por parte de los nacionales y los servicios de propaganda de la Alemania nazi y la Italia fascista, sino también por parte de los partidarios de la República. El 9 de mayo, Daladier, que entonces era primer ministro, le dijo a William Bullitt, el embajador norteamericano, que había abierto la frontera para permitir que 300 aviones rusos, que habían llegado a Francia, pudieran entrar en España. Posteriormente, Pierre Flandin, un ministro del gobierno de Daladier, se pavoneó de que 25 000 toneladas de material de guerra, soviético en su mayor parte, habían entrado en España tan sólo entre abril y mayo. En realidad, el peso del material entregado en abril y mayo era de unas 9000 toneladas. Tres buques procedentes de Rusia atracaron en Burdeos después del cierre de la frontera, el último de los cuales lo hizo el 11 de agosto. El material que transportaban, 90 cazas Mosca I-16, fue trasladado por carretera a España. Incluso si incluimos estos aviones, con todas sus municiones, materiales, aceite y gasolina incluidos, el peso total del material que cruzó la frontera durante el período entero del 17 de marzo al 11 de agosto seguía sin ser superior a las 19 000 toneladas, de las cuales 13 000 venían de la Unión Soviética[33]. Doy estos detalles como ejemplo de la clase de dificultades con que se enfrentan los historiadores de la Guerra Civil española. Similares exageraciones han confundido a varias generaciones de investigadores con respecto a la aviación. Por ejemplo, el historiador Paul Johnson escribe en su best-seller Modern times que «los franceses suministraron unos 300 aviones»[34]. La realidad es que los republicanos compraron entre 222 y 270 aviones en Francia, siendo la cifra inferior la única confirmada. Del total, unos 60 eran aviones militares obsoletos, fabricados entre 1922 y 1923, inútiles para el combate aéreo, y el resto (entre 120 y 180) eran aviones de instrucción, aviones civiles de pasajeros o aviones deportivos civiles sin utilidad militar en absoluto[35]. De los 60 aviones militares modernos, los entregados en 1936 (con la posible excepción de los siete Potez 542 del 19-21 de octubre) llegaron desarmados, sin medios para instalar las armas y sin piezas de recambio, pilotos entrenados ni artilleros. Durante el período del 8 de agosto al 30 de septiembre de 1936, durante el cual los republicanos consiguieron 26 aviones entregados de este modo, los nacionales recibieron de Alemania e Italia 141 aviones militares, completados con sus armas, municiones, recambios, tripulaciones entrenadas y una estructura de mando. De éstos, unos 120 estuvieron listos para cubrir al Ejército de Franco durante la marcha sobre Madrid[36]. Este hecho, en lugar de la supuesta «mala calidad» de los aviones franceses (que en cierto sentido eran superiores a sus equivalentes alemanes e italianos), explica por qué la fuerza aérea republicana activa en la zona central había sido destruida casi por completo cuando los rusos entraron en escena a finales de octubre. París fue el centro desde el que los republicanos trataron de organizar sus operaciones clandestinas para conseguir armas, desafiando los embargos de no intervención. En un gobierno con tan alta proporción de académicos, intelectuales, periodistas y sindicalistas no se podía esperar que hubiera muchas personas con experiencia en el comercio de armas. De hecho no había ni una, por lo que los primeros esfuerzos fueron incoherentes y poco profesionales. Los tres profesores de derecho —Fernando de los Ríos, Pablo de Azcárate y Luis Jiménez de Asúa— que, al comienzo de la guerra, estaban en París y eran responsables de la obtención de armas, nunca habían llevado a cabo siquiera una transacción comercial ordinaria y no sabían nada de armamentos, por no hablar de aviones. Se creó de manera espontánea una «comisión de compras» informal bajo la dirección del doctor Alejandro Otero, diputado socialista por Granada y famoso ginecólogo, mientras que a finales de septiembre de 1936 se estableció formalmente la Comisión de Compras, bajo la dirección de Luis Araquistáin, el nuevo embajador, con sede en el número 55 de la avenida de George V. Dicha comisión, a pesar de ser demasiado numerosa, al estar compuesta por delegados de todos los grupos políticos y movimientos de la República para asegurar un juego limpio, tuvo un éxito relativo. Sin embargo, el 19 de diciembre, Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire, a quien Largo Caballero había encargado la compra de armas el día 11 de noviembre, cerró la Comisión y al cabo de un tiempo la reemplazó en febrero por la Oficina Técnica, constituida principalmente por oficiales militares. Esta comisión permaneció en activo hasta el final de la guerra. No conocemos las razones de Prieto para haber emprendido esta acción. Según un testigo, la decisión le fue impuesta por los soviéticos y por el Partido Comunista francés, pero a mí no me parece muy probable. Quizás quisiera librarse de los civiles y acabar con esta práctica, mediante la cual los delegados se arrogaban «comisiones» superiores en ocasiones a un 10 por 100 del valor total de los bienes adquiridos, perniciosa costumbre que producía recelos, desconfianzas mutuas, ineficacia y una corrupción ilimitada a expensas del Estado. Mientras tanto, el destino de los archivos de Comisiones y Compras de París sigue siendo un misterio. Según una versión, todos los documentos fueron encontrados por los nacionales en 1940 y llevados a España, donde muchos fueron quemados y el resto parece haber desaparecido. Según otra, fueron trasladados a Moscú, donde aún permanecen[37]. GRAN BRETAÑA Si bien el gobierno británico no inició la política de no intervención, fue el promotor tácito de la misma durante la guerra y se negó rotundamente a levantar el embargo incluso cuando, en el verano de 1938, varios miembros del gobierno comenzaron a pensar que la victoria o, por lo menos, la supervivencia de la República servirían mejor a los intereses británicos que una victoria de Franco, aliado de Hitler y Mussolini. Así, muchos republicanos, junto con sus partidarios, identificaron a los británicos como los «verdaderos villanos» que habían planeado cuidadosamente la derrota republicana mientras pretendían mantener la paz. La principal razón por la cual el gobierno británico apoyó la no intervención al principio parece que fue un rechazo instintivo hacia la República española y el Frente Popular particularmente, debido al miedo a la izquierda y al movimiento laborista en Gran Bretaña, y no las razones estratégicas de Estado (Gibraltar, Extremo Oriente, la necesidad de rearmarse contra Alemania, etc.) defendidas en años posteriores por hombres de Estado conservadores y dignatarios retirados del Foreign Office. El movimiento sindical, que en principio aceptó la política de no intervención basándose en la promesa de Anthony Edén, el secretario del Foreign Office, de que ésta se impondría con equidad, cambió de parecer posteriormente y comenzó a pedir «armas para España», pero no realizó un esfuerzo suficiente para organizar envíos clandestinos de armas a los republicanos[38]. De hecho, las pocas personas que lo hicieron fueron comerciantes privados tales como el quinto marqués de Bristol, cuyas simpatías políticas recaían abiertamente del lado de los nacionalistas y quien, por si fuera poco, fracasó en su empeño. Varios particulares y empresas vendieron a los republicanos 108 aviones durante la guerra, de los cuales tan sólo 55 llegaron a España, así como 12 al general nacional Mola en 1936, de los cuales dos se estrellaron en Francia[39]. Es difícil saber si estas armas procedentes de Gran Bretaña llegaron o no a manos de los nacionales, aunque la documentación de los nacionales demuestra que se produjeron envíos de material naval, incluidas piezas para la construcción de minas marítimas y torretas para artillería, cuyo uso habría estado sin duda prohibido a los republicanos[40]. Existe a su vez un informe de uno de los oficiales británicos que servían en los equipos de observación de la no intervención, a quien el gobernador militar de Elvas, en el lado portugués de la frontera en Badajoz, dijo que si hubiera llegado allí unos cuantos días antes habría podido ver entrando en la España nacional un tren cargado de remolcadores de cañones y camiones fabricados por una empresa británica y enviados desde Inglaterra[41]. ¿Acaso habían sido aprobados por el gobierno estos envíos? POLONIA Es de sobra conocido el hecho de que la dictadura militar polaca —liderada por el coronel Josef Beck— apoyó a los nacionales y les vendió varios cazas obsoletos en los primeros meses de la guerra. Por otra parte, varios autores han hecho referencias específicas a los pequeños envíos ocasionales de armas polacas a los republicanos y los han justificado diciendo que «los coroneles polacos necesitaban dinero». En realidad el gobierno «Sanacja» («de renovación moral») de Polonia, como éste se autodefinía, se convirtió en el segundo proveedor de armas a los republicanos, después de la Unión Soviética[42]. Sin embargo, esto no es decir mucho, puesto que la mayor parte del material no era en realidad más que chatarra vendida a precios exorbitantes: reservas de armas y municiones rechazadas o retiradas del servicio como peligrosas por haber estado almacenadas demasiado tiempo o por deficiencias en el diseño o la fabricación; cañones de campaña y obuses antiguos y gastados de 1905 sin equipo para transporte ni miras y con apenas munición para una semana, vendidos al precio de los cañones modernos nuevos de fábrica y producidos en 1936, más un 25 por 100 extra; tanques Renault anticuados rechazados por el ejército polaco por ser inútiles para el combate y trampas mortales para sus tripulaciones. Según los dos oficiales polacos de alto rango involucrados en el asunto, el SEPEWE, la agencia gubernamental encargada de dichas ventas, ganó gracias al «comercio con España» 40 millones de dólares, de los cuales las ventas a los nacionales representaban solamente un 3 por 100. Las razones por las que se vendieron estos materiales a los enemigos en lugar de a los amigos fueron puramente económicas: necesitaban dinero para financiar el rearme polaco. Los «blancos» españoles carecían de fondos, pero estaban siendo apoyados por sus aliados políticos; los «rojos» contaban con abundantes recursos, pero tenían dificultades para obtener armas y por lo tanto se les podría obligar a pagar altos precios en efectivo. ¡No había lugar a dudas! Como los riesgos políticos eran considerables, Beck estaba constantemente preocupado por que este comercio sin escrúpulos — de cuyas ganancias, se decía, el presidente Moscicki y él mismo estaban obteniendo «pingües beneficios»— no acabara descubriéndose y por lo tanto insistió en que el negocio no se pactara nunca directamente con los españoles, sino siempre a través de una cadena de intermediarios. Se podría suponer, por lo tanto, que cuando Blum ofreció un préstamo de dos mil millones de francos (95 millones de dólares) a los polacos en septiembre de 1936, precisamente para ayudarles a financiar el coste de su rearme, el gobierno habría cancelado definitivamente el «comercio con España» con una enorme sensación de alivio; pero no fue así[43]. Según explicó uno de sus agentes, «a base de vender basura a los españoles a precios exorbitantes, fuimos capaces de restablecer la solvencia del banco polaco»[44]. CHECOSLOVAQUIA No cabía duda de que sin la ayuda de la venta de armas la economía de Checoslovaquia, que era en aquel momento el mayor exportador de armas del mundo, se vendría abajo en un mes. Por ende, los republicanos no tuvieron dificultad alguna para comprar armas allí. El problema fue cómo lograr sacarlas del país sin comprometer al presidente Benes y a su gobierno, que se había sumado al acuerdo de no intervención, al igual que los británicos y los franceses, por no mencionar Alemania e Italia. Los informes de Luis Jiménez de Asúa, el ministro republicano en Praga, en los que revela sus esfuerzos por resolver este problema constituyen uno de los capítulos más oscuros de la historia de la no intervención[45]. Benes, a pesar de que confesaba su simpatía personal hacia los republicanos, insistió en que cualquier acuerdo para exportar material de guerra a la España republicana tendría que ser aprobado legalmente. Como esto era imposible, los generales del ejército de cuya aprobación dependía la exportación de armas pudieron exigir sobornos, disfrazados como «comisiones», a cambio de asegurar que todo el papeleo tuviera una apariencia correcta y legal. Lo que pasó en la práctica fue que estos generales, especialmente los que formaban parte del Comité para la Defensa Nacional, encontraron un pretexto tras otro para no firmar los permisos necesarios, con el fin de seguir recibiendo sobornos, encubiertos oficialmente como «honorarios». En diciembre de 1936, Asúa apuntaba que desde el 15 de octubre se habían gastado hasta 77 500 libras (387 500 dólares) tan sólo en sobornos y que en enero de 1937 hubo que pagar un millón de francos (47 millones de dólares) al secretario del Comité de Defensa con el fin de que redactara un informe favorable sobre una transacción filtrada a los agentes del bando nacional en Praga y de éstos a los periódicos franquistas. Pero esta medida no sirvió de nada, ya que el último intento de exportar esta remesa de armas a través de Bolivia, a un coste añadido de 134 680 libras (673 400 dólares) pagadas en concepto de sobornos al ministro boliviano de agricultura y a sus colaboradores, cayó en saco roto cuando otro ministro boliviano en visita a Europa, probablemente celoso de su compañero de gabinete, comunicó los detalles de la operación a un miembro del gobierno checoslovaco, con lo cual el asunto adquirió los tintes de un escándalo. Lo más chocante fue el comportamiento de los rusos. En octubre de 1936, trataron de embaucar a Asúa con halagos y promesas sobre la ayuda que pensaban conceder al valeroso pueblo español en su lucha por la libertad. Pero Asúa, que había recibido ofertas sustanciosas de armamentos y aviones, manifestó que la mejor ayuda que podría ofrecer la Unión Soviética sería actuar abiertamente como compradora de este material y enviarlo a España a través de Rusia, y así ninguna de las partes se encontraría en inferioridad de condiciones. Los rusos, por alguna razón inexplicable, se negaron rotundamente, causando así todas las crisis y traumas posteriores. Sin embargo, tras el colapso del asunto boliviano en septiembre de 1937, cambiaron infundadamente de parecer y actuaron abiertamente como compradores, enviando la remesa de armas, consistente en 50 000 rifles, 2000 ametralladoras y 70 millones de cartuchos, a Francia, y de allí a la frontera catalana, entre abril y mayo de 1938. Debemos apuntar, sin embargo, que cuando los soviéticos publicaron sus cifras sobre el material enviado a España, cuarenta años más tarde, estas armas y municiones se incluyeron en los totales como material soviético y no checoslovaco, dando así la impresión de que habían enviado más material del que realmente exportaron[46]. En su último informe, Asúa afirma que ésta fue la única remesa de armas que pudo conseguir para la República durante su permanencia en Praga[47]. ESTADOS UNIDOS Y MÉXICO La guerra de España le creó al presidente Roosevelt el dilema de cómo apaciguar a los votantes que apoyaban a los republicanos españoles sin ganarse la antipatía de aquéllos, católicos en su mayoría, que apoyaban a los nacionales. Su solución consistió en establecer un «embargo moral» mediante el cual los comerciantes y fabricantes se abstendrían voluntariamente de abastecer material bélico a las dos partes en conflicto. Durante unos seis meses, los periódicos y congresistas se dedicaron a alabar la autodisciplina de que hacían gala tanto los comerciantes como los fabricantes, cumpliendo los términos del «embargo moral». En realidad, Félix Gordón Ordás, el embajador republicano en México, había recibido varias ofertas de enormes cantidades de armas, municiones, aviones y material de todo tipo por parte de representantes y fabricantes tanto de los Estados Unidos como de Canadá. Sin embargo todo quedó en agua de borrajas por culpa de las tácticas de ciertos bancos, especialmente el Midland de Londres y el Chase de París y Washington, para obstruir las transferencias de divisas de un país a otro. Cuando los fondos llegaron finalmente, era ya demasiado tarde puesto que un tal Robert Cuse, que había estado comerciando con los soviéticos desde los años veinte, se puso a exportar abiertamente aviación (civil) y aeromotores directamente a la España republicana. El resultado fue que el Congreso convirtió el «embargo moral» en real. A pesar de ello, Gordón consiguió enviar cierto material a España. Veintiocho aviones civiles de diversos tipos lograron pasar ilegalmente a México, de los cuales consiguió enviar 9 a España, así como una remesa de armas procedente de Bolivia, a bordo del Ibai, que atracó en El Havre en enero de 1938. La mayor parte de este material bélico entró en España entre marzo y abril. De otros 40 aviones civiles comprados en los Estados Unidos, once llegaron a España, pero de éstos tan sólo seis Vultee se pudieron transformar para uso militar. Las compras más útiles efectuadas en América fueron una serie de talleres móviles de Ford, que permitieron a los escuadrones aéreos republicanos, muy inferiores en número a los nacionales, mantenerse en activo hasta la caída de Cataluña en febrero de 1939[48]. Otra compra valiosa, cuya negociación, como la de los talleres móviles, corrió a cargo del teniente coronel Francisco León Trejo, fue la de 24 aeromotores F-54 Wright Cyclone que permitieron que un escuadrón de cazas Mosca I-16 se enfrentara a los Messerschmitt Bf 109 en igualdad de condiciones a una altitud de hasta 8000 metros, acabando así con el «azote Messerschmitt» que se había perpetuado durante gran parte del año 1937[49]. El episodio más extraordinario ocurrido en relación con América, sin embargo, fue una compleja trama, que se extendió desde los Estados Unidos a Francia y finalmente a Turquía, para construir cincuenta biplanos Grumman respondiendo a un pedido falso que parecía provenir del gobierno turco. Las piezas para los aparatos fueron construidas por numerosas empresas en los Estados Unidos y luego enviadas para ser ensambladas a una fábrica en Fort William, en Canadá. Treinta y cuatro de los Grumman llegaron a Francia antes de que se descubriera la falsificación y el resto de los aviones fue incautado en Montreal. El cerebro del plan fue un tal doctor Leo Katz, aunque una importante parte del mismo la llevó a cabo el capitán Agustín Sanz Sainz, un oficial de las fuerzas aéreas que había huido de España en 1934, después de negarse a obedecer las órdenes del general Franco de bombardear los pueblos mineros durante la rebelión en Asturias. La financiación corrió a cargo del doctor Alejandro Otero, que visitó Nueva York en 1936 y creó la Hanover Sales Corporation, bajo la dirección de Miles Sherover. A partir de entonces, Hanover Sales se convirtió en la agencia principal para el envío de suministros a la España republicana, aunque, aparte de 42 bombarderos ligeros Bellanca, ninguno de los cuales llegó a Europa, todas las compras efectuadas fueron de materiales de carácter civil. En cualquier caso, es interesante apuntar que, mientras que los republicanos tan sólo pudieron comprarle 3000 camiones a la General Motors, los nacionales compraron 12 000[50], y que, mientras que a los republicanos se les prohibió comprar aceite y petróleo en los Estados Unidos, los nacionales obtuvieron sus reservas de crudo de Texaco, Standard Oil y otras empresas norteamericanas a lo largo de toda la guerra. En cualquier caso, si los capítulos concernientes a Checoslovaquia son los más oscuros de esta historia, los concernientes a los Estados Unidos son los más extraños, los más fascinantes, de hecho. LA UNIÓN SOVIÉTICA Los testimonios de los testigos presenciales, así como las fotos de Robert Capa, atestiguan el tremendo estímulo que la súbita e impresionante aparición de la aviación de guerra rusa sobre el cielo de Madrid supuso para los madrileños, y cómo este hecho resultó decisivo para salvar la capital de España de su captura por parte de los nacionales en noviembre de 1936. En efecto, la Unión Soviética fue la única potencia que ayudó realmente a la República, pero el verdadero alcance y consecuencias políticas de dicha ayuda han sido objeto de controversia — realmente agria a menudo— desde entonces. Ya he mencionado las discrepancias entre los diversos cálculos aproximativos (generalmente presentados como «datos exactos») que han sido publicados durante la última mitad de siglo. Es cierto que algunos de los historiadores neofranquistas han tenido que reconocer, de mala gana, que las cifras anteriores pueden haberse exagerado un tanto y que quizás los soviéticos no enviaran tanto material como se había dicho, quizás incluso menos que Alemania e Italia juntas, pero la tenacidad de su acción de retaguardia queda demostrada en un artículo de José Luis Iniesta Pérez, publicado por Ejército en noviembre de 1992. En enero de ese año, Ejército había publicado un artículo del historiador militar ruso, el teniente coronel Yuri Ribalkin en el que afirmaba que los soviéticos habían enviado, entre otros materiales, 1186 piezas de artillería[51]. El señor Iniesta Pérez, en una muy detallada respuesta, completada con fotografías, afirmaba que esta cifra quedaba demasiado corta y que la cifra real era de 1968 (o sea 91 cañones más incluso que la cifra adelantada por el coronel Alfonso Barra en junio de 1940). Admitía que algunas —unas pocas— de estas piezas de artillería pudieran provenir de otros países que no fueran Rusia, pero terminaba diciendo que el artículo de Ribalkin era «en fin, un estudio confuso y no demasiado coincidente. Pero ¡qué no daríamos por conocer algunas de las relaciones y documentos a los que se refiere Ribalkin […] aunque fuera en cirílico!». Pues bien, ahora sí los conocemos, y el caso es que contienen algunas sorpresas interesantes. Por ejemplo, los historiadores de la Guerra Civil están de acuerdo en que desde el 15 de octubre hasta el final de 1936 se produjeron entre 23 y 25 transportes de armas de Rusia a España en buques soviéticos, y 10 por parte de buques de otras nacionalidades. La lista de viajes de la Operación X, nombre en clave de la operación de suministro para la España republicana, muestra de hecho sólo ocho viajes por parte de buques soviéticos (más uno portador de la gasolina y dos portadores de personal), cinco por parte de buques españoles y dos por parte de buques extranjeros en 1936[52], y afirma que estos ocho fueron los únicos viajes con transporte de armas efectuados por buques soviéticos durante toda la guerra. Las listas muestran a su vez cifras relativas al material que son inferiores a cualquier lista publicada, incluso en Rusia: Aviones más 4 aviones de instrucción UTI Tanques Carros blindados Artillería cañones de campaña obuses lanzaminas[53] cañones antiaéreos cañones antitanque y 623 331 60 300 (-30) 191 (-8) 4 64 de apoyo a la infantería, 37 mm y 45 mm lanzagranadas Armas pequeñas ametralladoras rifles 427 240 o 340 15 008 (-2430) 379 645 (-85 000) Las cifras entre paréntesis se refieren a armas no suministradas por los arsenales soviéticos sino adquiridas en Europa por parte de agentes soviéticos y enviadas desde puertos europeos. En una carta dirigida a Stalin, el mariscal Voroshilov, encargado general de la Operación X, dice que las incluyó porque «habían sido pagadas con nuestro dinero»[54]. Quería decir que la suma de dinero le había sido entregada al agente en la moneda extranjera apropiada y que dicha suma se deduciría del valor de la reserva de oro española que acababa de llegar a Moscú. Los números solos, sin embargo, pueden conducir a error. La lista no muestra 1968 ni 1555, y ni siquiera 1186 piezas de artillería, sino 988, eso si incluimos 497 pequeños cañones antitanque, 4 lanzaminas anticuados y 64 cañones antiaéreos (que, a diferencia de los famosos cañones alemanes de 88 mm también utilizados en España, no podían ser utilizados como artillería de campaña). De los 493 cañones de campaña y obuses, todos medianos o ligeros, 38 frieron adquiridos en Polonia y Lituania, lo que reduce el número de cañones suministrados por la Unión Soviética a 455; pero todos eran viejos y 80 de ellos eran cañones antiguos franceses y japoneses de las décadas de 1870 y 1880[55]. En cuanto a los rifles, los resúmenes soviéticos de las cantidades enviadas en 1936 citan «unos 60 000». El recuento del número de rifles que aparece en las listas de viajes nos muestra un total de 58 825. Sin embargo, y ya que 10 000 de estos rifles fueron adquiridos a la SEPEWE en Polonia, que a su vez los había adquirido en Checoslovaquia en agosto de 1936, la cifra real de rifles enviados desde la Unión Soviética en 1936 asciende tan sólo a 48 825. Además, estos rifles provenían a su vez de diversos países y eran de diez tipos y seis calibres diferentes, y casi 26 000 de ellos eran antiguas piezas de museo que databan de 1870 y 1880, con apenas munición para tres días[56]. Hasta enero de 1937 no llegó ningún rifle soviético a España y hasta el 10 de agosto del mismo año no llegó ningún rifle moderno de fabricación soviética, y ninguno de los excelentes cañones antitanque de 45 mm hasta finales de abril de 1937. De hecho, las únicas armas modernas rusas que llegaron a España en 1936, aparte de aviones y tanques, fueron 150 ametralladoras ligeras Degtyarev, y eso en un momento en el que salvar Madrid era de vital importancia y, de ser posible, se debía repeler a las fuerzas nacionales que amenazaban con cortar las vías de comunicación entre la capital y Cataluña y Levante. Todo lo dicho pudo deberse en parte a la incompetencia y confusión características de los ejércitos en general, a las prisas resultantes de la tardanza en la decisión de Stalin de intervenir seriamente en España y, sobre todo, a la grave carencia de buques, ya que la flota mercante soviética era ínfima y estaba dividida entre el Ártico, el Báltico, el Mar Negro, el Pacífico y los mares interiores y grandes ríos de la Unión Soviética. Lo que ya resulta menos explicable es el hecho de que los soviéticos se aprovecharan de la guerra de España para librarse, al igual que los polacos, de todo el material viejo y gastado que tenían en sus arsenales. Y más sorprendente aún es el método empleado por los rusos a la hora de calcular el coste económico que dicho suministro supondría para los españoles. Hasta hace poco, los datos disponibles indicaban que los rusos se habían comportado correctamente con la reserva de oro española y que habían cobrado precios justos por la ayuda que enviaban, aunque se comportaran con una patente falta de generosidad con respecto al coste del entrenamiento de los pilotos españoles y de otros especialistas en la URSS, así como con el del envío de personal ruso a España, por lo que cobraron hasta el más mínimo detalle y hasta el último cópec. Los documentos revelan, sin embargo, que a fuerza de alterar subrepticiamente el tipo de cambio de rublo a dólar por cada uno de los artículos que enviaban, desde un bombardero hasta rodamientos y bujías, los soviéticos le estafaron a la República española millones de dólares (probablemente hasta 51 millones de dólares, tan sólo en ventas de armas) con el objeto de obtener el oro a un precio inferior al que habría tenido si hubieran mantenido el tipo de cambio oficial a lo largo de todo el proceso[57]. Lo explique uno como lo explique, ésta es sin duda la revelación fundamental de los documentos de los Archivos Militares Rusos, cuyas enormes implicaciones políticas los lectores pueden considerar por sí mismos. A estas alturas parece evidente que el argumento según el cual la no intervención tuvo poca o ninguna repercusión en el resultado de la guerra es injustificable. Al contrario, su efecto en las filas republicanas fue devastador, materialmente porque tuvo como resultado que consiguieran tan sólo una pequeña fracción de lo que necesitaban para una guerra defensiva, por no hablar de la ofensiva, y moralmente porque puso a los republicanos desde el principio en la posición de derrotados potenciales. En una situación tal, se trata siempre de culpar a otros, lo cual también ocurrió en España ya que las acusaciones mutuas de incompetencia, corrupción y traición, incluso de alta traición, agravaron las divisiones existentes en el seno de la República. Fuera de España, todos los gobiernos, con excepción del mexicano, que estuvieron involucrados de un modo u otro en la Guerra Civil española se comportaron de un modo vergonzoso, lo cual explica en parte por qué los historiadores han encontrado siempre tantas dificultades para desempolvar los hechos y de los hechos deducir la verdad. 10 «EL GRAN CAMUFLAJE»: JULIÁN GORKIN, BURNETT BOLLOTEN Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA HERBERT RUTLEDGE SOUTHWORTH Hay libros cuyo texto y notas deberían leerse y analizarse como la letra pequeña de una póliza de seguros. Los tres volúmenes que integran la obra de Burnett Bolloten, The grand camouflage: The Communist conspiracy in the Spanish Civil War (1961); The Spanish revolution: The Left and the struggle during the Civil War (1979) y The Spanish Civil War: Revolution and Counter-Revolution (1991), junto a sus diversas ediciones y traducciones, un artículo o dos, algunas cartas a los editores y las cartas personales de y para Bolloten, todo puede resultar de interés para el crítico. Para este estudio, he reunido el material esencial disponible hoy en día[1]. Que yo sepa, ninguno de los críticos de la obra póstuma de Bolloten[2], incluido yo mismo, ha comentado hasta ahora la letra pequeña de la misma. El lector atento debería concentrarse sobre todo en la nota número 48 de la página 810 que reza así: Los comunistas y sus partidarios afirman que los artículos y libros del Campesino fueron escritos en realidad por Julián Gorkin, uno de los líderes durante la Guerra Civil del antiestalinista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Esto es cierto. El Campesino fue en todos los sentidos un inculto, incapaz de dar expresión literaria a sus pensamientos y experiencias. […] Véase su libro La vie et la mort en URSS, 1939-1949, escrito por Gorkin y basado en el testimonio oral del Campesino tras su huida de Rusia (véase la carta que Gorkin me envió el 18 de octubre de 1984, Hoover Institution). Es importante destacar que durante la Guerra Civil fue legendaria la brutalidad del Campesino a la hora de poner en práctica las directrices comunistas […] [3]. En la nota 21 de la página 884, se vuelve a hacer mención de la anterior en los siguientes términos: «Véase el capítulo 17, donde se explica que los artículos y libros del Campesino fueron escritos en realidad por Julián Gorkin». Las dos notas aparecen referidas al artículo del Campesino en Solidaridad Obrera (París), 11 de marzo de 1951. Sin embargo, la nota 48 de la página 810 es la que contiene la información más fundamental y clara. Es a esta nota a la que me referiré a lo largo de este artículo. La nota no está precedida ni seguida de una explicación o ampliación inmediata. Por lo tanto, intentaré interpretarla para el lector mediante una exposición de sus antecedentes y consecuencias. Sus antecedentes pueden encontrarse en mía polémica que mantuve con Bolloten en el Times Literary Suplement en 1978. En esa ocasión reseñaba la edición francesa (1977) de la segunda versión de su libro[4]. En esta reseña, escribí en el TLS el 9 de junio de 1978: No podemos disociar el libro de Bolloten de la Guerra Fría, debido especialmente a sus fuentes. La mayoría de éstas son confesiones de exmiembros del Partido Comunista de España o tránsfugas rusos. Resultaría de interés historiográfico determinar algún día cuáles de estos libros estuvieron realmente inspirados por los fondos secretos de ciertas agencias norteamericanas. Esta afirmación hirió el orgullo de Bolloten, que replicó con indignación (el 25 de agosto): El señor Southworth afirma que el libro «no puede disociarse de la Guerra Fría» e insinúa que fue «inspirado por los fondos secretos de ciertas agencias norteamericanas», aludiendo naturalmente a la CIA. […] Debo preguntarle al señor Southworth qué fuentes inspiraron dicha insinuación. Yo, por mi parte, le contesté lo siguiente el 13 de octubre: Entre las fuentes utilizadas por Bolloten que considero sospechosas están las «confesiones» de varios comunistas españoles publicadas durante la Guerra Fría, especialmente las conectadas con los órganos propagandísticos de las asociaciones por la «libertad de la cultura». Desconfío especialmente del libro atribuido a Valentín González (El Campesino) publicado originalmente en francés en 1950 bajo el título La vie et la mort en URSS (1939-1949). Este libro fue transcrito por Julián Gorkin, cuyas conexiones con los grupos de la Libertad de la Cultura son incuestionables; contiene una introducción de Gorkin y fue traducido, se supone, de la lengua del Campesino, o sea, el español. Más tarde Gorkin lo tradujo del francés al español. Pero entonces, ¿en qué lengua escribió o dictó su libro el Campesino? Es más, en las ediciones inglesa y alemana de este libro, la introducción firmada originalmente por Gorkin forma parte del texto supuestamente escrito por El Campesino. Esta manipulación del texto de un libro debería haber causado precaución en Bolloten, pero en cambio se dedica a citarlo con frecuencia. De nuevo, esta vez en el TLS del 17 de noviembre, Bolloten defendió su uso de las citas del Campesino: Finalmente, debería quizás responder a las objeciones expuestas por Southworth a mi utilización de pruebas provenientes de varios excomunistas españoles. Éste se ensaña especialmente con Valentín González (El Campesino), antiguo líder militar comunista. Naturalmente, examiné las circunstancias de la revisión y publicación de la obra de González con el mayor esmero. Por lo tanto, he llegado a la conclusión de que las objeciones de Southworth no pasan de ser un intento de confundir al lector profano con detalles editoriales irrelevantes para la autenticidad del material. The Times y el TLS entraron entonces en un período de huelgas que duró varias semanas por lo que mi polémica con Bolloten en esta revista no prosiguió. He ofrecido al lector varios antecedentes que servirán, espero, para clarificar la nota 48 de la página 810 del libro de Bolloten de 1991; nota que está basada a su vez en la carta escrita por Julián Gorkin, fechada el 18 de octubre de 1984. Pero esto no es toda la verdad. Otras partes de la carta, que Bolloten no citó, resultan también esenciales para comprender la nota a pie de página. Paso ahora a reproducir los extractos pertinentes de la carta de Gorkin que Bolloten omitió. «Te voy a decir la verdad», así comienza la sección de la carta de Gorkin, fechada el 18 de octubre de 1984, que trata de su relación con El Campesino. Continúa así: En abril de 1949, al enterarme de que El Campesino se había escapado de la Unión Soviética y había llegado a Teherán, obtuve dos fotografías suyas de un ministro socialista francés amigo mío. Lo reconocí y, gracias a la ayuda económica de algunos amigos norteamericanos, conseguí que lo llevaran a un lugar cerca de Frankfurt. Pasamos un mes juntos. Tomé notas de su odisea en la URSS y transcribí su historia en La vida y la muerte en la URSS, que, gracias a la agencia Opera Mundi, obtuvo un éxito internacional. Fuimos entonces a Alemania [ríe] y en Berlín grabamos diez programas de radio para emitirlos a Alemania del Este y además conseguimos pasar una pila de textos de estos programas en papel biblia. Viajamos [El Campesino y Gorkin] a través de varias ciudades e incluso fuimos recibidos en el Bundestag. Yo era un gran amigo de Willy Brandt[5], quien, entre otros, nos ayudó muchísimo. […] Viajamos por Italia de la misma manera y finalmente, invitados por la Confederación Cubana del Trabajo y por el presidente Carlos Prío Socarrás, visitamos toda Cuba. Combinando mi conocimiento de la realidad soviética y el testimonio del Campesino, cada día escribía un artículo para el diario Prensa Libre. Todos los días, el equipo que nos acompañaba por el país en dos automóviles le recordaba al Campesino: «Valentín, léete tu artículo del día por si alguien te pregunta sobre él». Esta última frase revela la actitud injuriosa de Gorkin hacia su protegido, quizás su víctima. Gorkin ya había escrito un relato sobre sus relaciones con El Campesino en la introducción a un libro titulado Comunista en España y antistalinista en la URSS, publicado en la ciudad de México en 1952 y en España en 1979. En cada edición, se nombraba al Campesino como autor y a Gorkin como transcriptor. La edición de 1979 contenía además un breve prólogo de Gorkin, fechado en 1978. En este prólogo, Gorkin revelaba que Comunista en España estaba basado en los artículos publicados por vez primera en el diario habanero Prensa Libre durante la campaña de propaganda del Campesino y Gorkin en la isla. Estaban firmadas por El Campesino pero habían sido escritas por Gorkin. El prólogo de 1979, firmado por Gorkin, termina con esta frase tan sarcástica: «Es obvio que estas revelaciones son responsabilidad única del Campesino y yo, por mi parte, asumo toda la responsabilidad de su transcripción»[6]. Aparte de la cuestión de la autoría, la diferencia más significativa entre lo que Gorkin había escrito en 1952 y 1978-79 y lo que escribió posteriormente en 1984 reside en el hecho de que en su carta a Bolloten Gorkin reconoce que el viaje del Campesino, de Teherán a Europa Occidental, fue posible gracias a la financiación de fuentes provenientes de los Estados Unidos, muy al contrario de lo que había afirmado en 1952 y en 1978-79. En 1952, Gorkin había escrito que, al oír que El Campesino estaba en Teherán: Abandoné mi trabajo literario y mis tareas políticas a favor de Europa. Puse al servicio del Campesino no sólo mi pluma sino todos los recursos que estas tareas me habían proporcionado. De igual manera, puse en juego todas mis influencias para sacarlo de Teherán, donde podría verse expuesto a ciertos peligros, y traerlo discretamente a Europa Occidental. […] Siete u ocho veces insistió la radio de Moscú en que él debía su salvación a los norteamericanos […] que lo habían convertido en un bien remunerado agente de Washington. ¡Siempre la misma historia! Mientras tanto, vivíamos modestamente en las afueras de París… trabajábamos juntos, sobre la base de su historia y de su amplia documentación, en el libro La vida y la muerte en la URSS, publicado hoy en más de sesenta periódicos en todo el mundo y reeditado continuamente en varios países[7]. Resulta difícil comprender cómo un hombre en peligro de muerte, escapando a pie, e incapaz de leer o escribir, pudiera haber conseguido cargarse de tanta «documentación valiosa». Gorkin siempre era el primero en darse palmaditas en la espalda. Escribió que «la valiente fuga del Campesino y sus sensacionales revelaciones han encontrado una respuesta universal», y continuaba: «desde este punto de vista, mi satisfacción es inmensa, sobre todo porque este resultado se ha conseguido con la unión de las fuerzas de ambos sin ayuda alguna»[8]. Proseguía en el mismo tono fanfarrón: «No sólo me gasté, para el viaje de Teherán a Europa Occidental y para su sustento, todo mi dinero, sino que además contraje deudas por valor de trescientos cincuenta mil francos». Los gastos ocasionados por las actividades de Gorkin en Alemania con El Campesino corrían según él a cuenta de «nuestro editor, dos importantes compañías de radiodifusión en Berlín así como organizaciones sindicales y grupos antiestalinistas»[9]. En resumen, Gorkin negó, en 1952 y de nuevo en 1979, pública y repetidamente que se hubieran invertido fondos norteamericanos de ninguna clase en la fuga del Campesino de Teherán a Europa Occidental, ni en su campaña de propaganda durante los años siguientes. Gorkin insistió en que había financiado todo esto con sus propios ahorros. En 1984, treinta y dos años después, escribió confidencialmente todo lo contrario. Parece razonable imaginar que cuando Bolloten leyó la carta de Gorkin informándole de que él, su buen amigo, no siempre le había dicho toda la verdad sobre su relación con el Campesino, aquél pudiera haberse preguntado sobre otros libros escritos por excomunistas que se habían aprovechado de la amistad de Gorkin, por ejemplo Jesús Hernández (miembro de la ejecutiva del PCE y ministro en el gobierno de Largo Caballero durante la Guerra Civil) y Enrique Castro Delgado (primer comandante del Quinto Regimiento comunista). Bolloten ya había citado ambas fuentes en las dos versiones de su propio libro y continuaría citándolas en la nueva edición que estaba preparando entonces. Gorkin también se había jactado de su labor en la preparación de los libros de Hernández y Castro Delgado. Según Gorkin, tras su vuelta de uno de sus frecuentes viajes a México —o sea, después de comenzar su trabajo para el Congreso, que entrañaba numerosas visitas a Latinoamérica—, José Bullejos, secretario general del Partido Comunista de España desde 1925 hasta su expulsión en 1932, le informó de que Jesús Hernández quería hablar con él. Los grupos españoles en París sabían de sobras que Gorkin estaba dispuesto a colaborar en la publicación de libros anticomunistas. Gorkin, según él mismo, le respondió a Bullejos lo siguiente: «No puedo estrechar la mano de Jesús Hernández hasta que no haya denunciado en un libro los crímenes estalinistas en España y, más específicamente, los detalles sobre el encarcelamiento y asesinato de Andreu Nin». Gorkin le había indicado efectivamente a Hernández las condiciones bajo las cuales podría publicarse este libro. «Seis meses más tarde», continuaba Gorkin, «tras mi vuelta a París, recibí el texto del libro de Hernández, Yo fui un ministro de Stalin». Hernández había seguido las instrucciones dadas por Gorkin, quien apuntó lo siguiente: «Yo intervine en la traducción francesa del libro y en su publicación bajo el título La grande trahison. Las revelaciones contenidas en el libro y especialmente las que tenían que ver con la tortura y el asesinato de Andreu Nin, así como con el establecimiento del Procès de Moscou dans l’Espagne en guerre causaron gran sensación»[10]. Otro excomunista español, Enrique Castro Delgado, que se había distinguido política y militarmente durante la Guerra Civil, también colaboró con Gorkin. Después de la guerra, Castro Delgado se había refugiado en la Unión Soviética, que abandonó posteriormente, al igual que Hernández. Castro llegó a México tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Entre los amigos de Gorkin y otros compañeros ideólogos se encontraba el escritor Bertram D. Wolfe, que residía entonces en Nueva York. El 23 de marzo de 1948, cuando Gorkin se preparaba para salir de México camino de París, escribió a Wolfe diciéndole que en un mes aproximadamente le enviaría «un sensacional manuscrito […] firmado por Enrique Castro, un exdirigente del Partido Comunista Español, que ha estado viviendo durante siete años en Rusia, de donde ha logrado escapar milagrosamente. […] Le he pedido al autor que le envíe un ejemplar en cuanto el libro esté acabado. A mí me enviará otro ejemplar a París». Entonces añadía esta interesante frase: «Están traduciendo mi libro[11] y el de Castro al alemán para distribuirlo por las zonas no soviéticas de Alemania». Claramente, los amigos norteamericanos de Gorkin ya estaban dando a la obra de Castro Delgado el mismo tratamiento que recibirían las obras del Campesino tras la llegada de Gorkin a Europa, un año más tarde. Mi admonición a Bolloten en 1978 para que extremara la prudencia a la hora de citar los trabajos del Campesino no obtuvo respuesta. No sólo repitió en 1991 las cuatro citas del Campesino que había utilizado en la edición previa, sino que incluso añadió cuatro citas nuevas de Comunista en España y antistalinista en la URSS, el libro firmado por El Campesino que Bolloten prefería citar entonces, ya que sus contenidos concernían frecuentemente a las nuevas secciones del libro de 1991. De las cuatro nuevas referencias a la producción literaria del Campesino que encontramos en el libro de Bolloten de 1991, dos merecen un estudio detenido: en una de ellas, Bolloten da detalles sobre su metodología a la hora de manejar las obras con confesiones de excomunistas españoles y disidentes soviéticos; en la otra, revela cómo Gorkin utilizó al Campesino para engañar a Indalecio Prieto. Bolloten recurría al Campesino como si se tratara de una autoridad sobre la supuesta baja moral de los republicanos en abril de 1938, cuando Negrín formó su segundo gobierno; la cita del Campesino iba precedida de la reanudación por parte de Bolloten de nuestra controversia en el TLS en 1978. Bolloten comenzaba insistiendo en que el testimonio del Campesino y de otros excomunistas no era esencial para probar su tesis, y continuaba de la siguiente manera: Pero ignorar su testimonio completamente sería equivalente a ceder ante aquellos que excluirían de la historiografía de la Guerra Civil todos los libros que no se ajustasen a la línea del partido. Uno de esos libros es Comunista en España y antistalinista en la URSS de Valentín González (el Campesino), el conocido comandante de la milicia comunista que se escapó de la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. A pesar de sus numerosas inexactitudes y distorsiones, como las de otros muchos libros sobre la Guerra Civil, contiene sin embargo material de indudable valor histórico que conviene tener en cuenta[12]. Después de leer estas palabras, en las que Bolloten reconocía que el libro del Campesino contenía numerosas inexactitudes y distorsiones, y después de estudiar el pasaje de mi carta en el TLS del 13 de octubre de 1978 que ya he citado, en el que enumeraba varias razones para desconfiar de los escritos atribuidos al Campesino, el lector podría preguntarse por qué Bolloten en su nuevo libro, años más tarde, defendía con tanto ahínco al Campesino como la máxima autoridad para sus razonamientos. Probablemente, la explicación radica en que la carta de Gorkin dejó a Bolloten en un estado de confusión y que en los tres años de vida que le quedaban no disipó sus dudas. Mediante su propio comportamiento vacilante, dejó a sus lectores tan desconcertados respecto a la verdadera naturaleza de la colaboración de Gorkin y el Campesino como él mismo debía de estarlo. Llegado este punto, el lector podría pensar que el 14 de octubre de 1984 Bolloten ya había incorporado las referencias adicionales al Campesino en su nuevo texto y que no había tenido tiempo de eliminarlas antes de su muerte. Un poco más adelante demostraré la fragilidad de dicha versión. Seguidamente, Bolloten, por única vez en su obra póstuma, hace una referencia extensa a nuestra polémica de 1978 en el TLS. No cita sus cartas al TLS ni las mías; no cita mi reseña del libro, pero sí cita la carta que Robert Conquest escribió para refutar mi reseña del libro de Bolloten, estudio que Conquest define como una «obra profunda y completa sobre la Guerra Civil Española»[13]. Bolloten escribió: […] en respuesta a Southworth, Robert Conquest, el famoso sovietólogo, afirmó: «El señor Southworth es muy quisquilloso en cuanto a los datos. Cualquier escrito de excomunistas, o de cualquier persona conectada con organizaciones occidentales y de la que se sospeche que está relacionada con la Guerra Fría, debe ser descartado. Me refiero a la Guerra Fría como la manifestación de opiniones o la divulgación de hechos inaceptables para el gobierno soviético. Cualquiera que haya estado en contacto con una visión más general de ese período sabe que algunos materiales de los desertores son falsos. […] cuando se trata de asuntos controvertidos, un verdadero historiador debe abrirse camino con cuidado. Por otro lado, ni la opinión ni siquiera el carácter imperfecto de uno u otro testigo en sí pueden conseguir refutar su testimonio. Además, tampoco debemos excluir a aquellos que pueden tender a colocarse en un lugar mejor de lo que consideramos aceptable —hacer eso sería virtualmente como descalificar a toda la raza humana—. El criterio del señor Southworth, incluso aunque no fuera tan claramente partidista, le permitiría excluir a cualquiera que le diera la gana, bajo el pretexto de la insistencia en una certidumbre inmaculada»[14]. ¿Quién puede negar la afirmación de Conquest de que «cuando se trata de asuntos controvertidos, un verdadero historiador debe abrirse camino con cuidado»? Bolloten no supo cómo «abrirse camino con cuidado». Ni tampoco lo supo Robert Conquest, quien, en su carta al TLS, ofreció esta pésima valoración de las cualidades de Bolloten como investigador: El señor Bolloten, con sus pruebas y comprobaciones varias, naturalmente, sale más indemne aún y resulta difícil que se sienta herido por fútiles estratagemas como la nueva regla del señor Southworth según la cual un escritor debe citar todos los libros en su bibliografía: un signo más de su incapacidad para comprender para qué sirve y de qué trata la historia. Conquest sufre de la misma clase de enfermedad que afligía a Bolloten, la exageración verbal. Cuando Bolloten aumentó su primer libro, The grand camouflage, tras dieciséis años de trabajo adicional, con unas cien páginas más, describió este hecho como un «gran añadido»[15]. Como podrá percibir el lector de este artículo, las investigaciones de Bolloten respecto a la veracidad de los recuerdos y las declaraciones políticas del Campesino fueron prácticamente inexistentes. El primer intento real que hizo para verificar la fiabilidad del Campesino fue una carta dirigida a Gorkin fechada el 15 de agosto de 1984, que no llegó a manos de Gorkin hasta el 17 de octubre. Mientras tanto, Bolloten le había escrito de nuevo, el 10 de octubre. En esa carta, le pedía a Gorkin una respuesta a su carta anterior, que en su opinión «contenía varias preguntas importantes». Incluía a su vez una copia de su carta anterior, de la que supuestamente no se quedó ninguna otra copia para él. Este hecho aparece indicado en una nota manuscrita escrita más tarde en la carta del 10 de octubre. Resulta evidente, por la respuesta de Gorkin a la carta de Bolloten del 15 de agosto de 1984, desgraciadamente extraviada en la actualidad, que entre las preguntas planteadas por Bolloten había una referente al Campesino y Gorkin. A pesar de las garantías ofrecidas a los lectores del TLS de que había examinado con la máxima atención las circunstancias de la revisión y la publicación del trabajo de González, hoy en día parece claro que Bolloten no se había preocupado en absoluto por verificar los escritos firmados por El Campesino. No existieron «pruebas y comprobaciones varias» salvo en la imaginación de Conquest. Aquí estamos tratando tan sólo de un aspecto del trabajo de Bolloten, pero que es representativo de un fallo que aparece continuamente en el mismo. La carta de Gorkin del 18 de octubre de 1984 le recordó a Bolloten que había mentido descaradamente al escribir en el TLS que había examinado con la máxima atención las circunstancias de la revisión y publicación de la obra de González. En su primera carta al TLS, Bolloten escribió: En el prólogo a mi nuevo libro, declaro: «Al preparar esta edición, me he dejado guiar únicamente por la intención de revelar la verdad. He intentado, mediante una investigación diligente y una concienzuda selección de materiales, mantener el grado de objetividad más alto posible. He presentado los hechos sin manipulación ni omisión y estoy seguro de que el lector imparcial sacará sus propias conclusiones. Asimismo, tengo fe en que se mantendrá la integridad del libro y que el señor Southworth se verá totalmente desacreditado»[16]. Esta afirmación defensiva se puede leer como si Bolloten pensara que yo le había acusado de mentir, como si cualquier cuestionamiento de su trabajo escrito, cualquier sugerencia de que se pudiera haber equivocado constituyeran un ataque frontal contra su integridad moral. Muchos historiadores habrían considerado superflua dicha declaración. La misma preocupación aparece en su correspondencia. «Mi objetivo no ha sido otro que decir la verdad y nada más que la verdad», le escribió a Julián Gorkin el 17 de febrero de 1977, al tiempo que le reiteraba que «no existe persona más cualificada que usted para juzgar el valor histórico de un libro sobre la Guerra Civil». Unos ocho años más tarde, el 21 de noviembre de 1985, le escribió a Gorkin lo siguiente: «mi única intención durante tantos años de trabajo ha sido alcanzar la verdad». Esto lo escribió un año después de leer la reveladora carta de Gorkin sobre la responsabilidad del Campesino como autor y la responsabilidad de Gorkin como redactor de las memorias. Antes he citado parte de la carta de Bolloten al TLS (25 de agosto de 1978) en la que afirma que ha presentado los hechos sin manipulación ni omisión. Esto no era cierto. Él era culpable de complicidad en la manipulación de los hechos presentada por Gorkin bajo el disfraz del Campesino. Respecto a la omisión, Bolloten tenía que saber que Gorkin estaba a sueldo de una organización dependiente de la CIA. Omitió esta información de su texto, negándose además a admitir que su estudio estaba tiznado por esta relación. Al final, acabó por abandonar la búsqueda de la verdad. Entre las numerosas contradicciones que encontramos en la obra de Bolloten, en muchas de sus páginas, están las basadas en sus experiencias durante la Guerra Civil como periodista en España y en sus primeros meses o incluso años de residencia en México. Como he demostrado en un artículo sobre su libro de 1991 (Journal of the Association for Contemporary Iberian Studies, IV [1991], n.º 2), a principios de 1940, Bolloten estaba muy ocupado en escribir una historia de la Guerra Civil española ajustada al gusto de sus amigos, el general Ignacio Hidalgo de Cisneros y su mujer, Constancia de la Mora, ambos miembros militantes del Partido Comunista de España en el exilio mexicano. Por lo que da la impresión de que en esa época, Bolloten se comportaba como un compañero de viaje del Partido Comunista Español, igual que, posteriormente, en su correspondencia con anarcosindicalistas españoles, tales como Federica Montseny, daba la impresión de simpatizar con su movimiento[17]. Más adelante, en 1940, ocurrió un hecho, según algunos amigos de Bolloten en quienes éste confiaba, que cambió completamente su interpretación de la Guerra Civil española. Este hecho estaba de alguna manera relacionado con el asesinato de Trotski. Según una de las versiones, unos amigos comunistas trataron de coaccionarlo para que ayudase a escapar al homicida Mercader —ofreciéndole, por ejemplo, una vivienda segura—. Es posible que Bolloten dejase algunos documentos escritos al respecto pero, que yo sepa, no se ha publicado nada sobre este episodio. En su introducción a la segunda edición de The grand camouflage, el conocido historiador H. R. TrevorRoper afirma que los largos años de estudio de Bolloten le habían conducido a una «reinterpretación» de su material. Según Trevor-Roper: «Cuando [Bolloten] safio de España estaba, dice, profundamente influenciado por la propaganda oficial, de la que sólo el tiempo y una investigación diligente podrían liberarle. Se tomó su tiempo y realizó una exhaustiva investigación; y a medida que estudiaba iba, como cualquier buen historiador, […] modificando gradualmente sus posturas basadas originalmente en un compromiso personal»[18]. De hecho, un estudio detenido de su vida y obra, con todas las pruebas disponibles, revela que Bolloten pasó de un compromiso personal a otro compromiso personal. Su «investigación diligente» estaba empañada por su negligente aceptación de los poco fiables manuscritos de Julián Gorkin. Bolloten se mostró más claro respecto a su pasado en su libro póstumo que en sus anteriores escritos, pero seguía sin querer reconocer públicamente la importancia de la amistad que le unía con el matrimonio Hidalgo de Cisneros. Ofreció esta información con cuentagotas, en notas a lo largo de su libro. En un lugar escribió: «Visité a Constancia de la Mora y a su marido […] a principios de 1940» (pág. 892). En otra nota, decía que se había entrevistado con ella en Cuemavaca en marzo de 1940[19]. Jay Allen, uno de los corresponsales más importantes que cubrieron la Guerra Civil española[20], que además era negrinista, recibió una carta de Constancia de la Mora, fechada el 14 de enero de 1940, en la que le decía que Bolloten y su mujer habían estado hospedados en su casa durante los últimos tres días y que éste les había enseñado a ella y a su marido siete capítulos de su libro. Describía el manuscrito como «sencillamente maravilloso» y afirmaba que «será, sin duda, el estudio documental más importante sobre la guerra»[21]. Es evidente que los siete capítulos que Bolloten les dejó leer a Hidalgo de Cisneros y a su mujer no aparecieron igual en la versión impresa, aunque en la mente de Bolloten perdurasen restos de ese primer manuscrito. Estos restos aparecen claramente en The grand camouflage, lo que me condujo a escribir en EL mito de la cruzada de Franco: «el libro de Bolloten es, en mi opinión, el libro más abiertamente prorepublicano que se haya publicado en la España de Franco»[22]. Hay algunos otros detalles confesionales en el último libro de Bolloten. En referencia a un incidente que tuvo lugar el 18 de junio de 1937, escribe: «Por entonces yo era el corresponsal de United Press en Valencia y simpatizaba con la línea del Partido Comunista» (pág. 500). Y añade: «No hacía mucho que yo era simpatizante del partido y desde luego no era miembro del mismo» (pág. 501). Luego continúa su explicación del siguiente modo: Es cierto que, cuando comencé a escribir por primera vez sobre la Guerra Civil y la revolución de 1936 como corresponsal británico para la United Press, estaba muy influido por la propaganda del Partido Comunista durante la guerra y me costó muchos años librarme del peso de las deformaciones y mentiras que me impedían pensar con claridad (pág. 297). Desgraciadamente, al quitarse de encima el peso de las deformaciones y mentiras que estorbaban su pensamiento, Bolloten adoptó las distorsiones y las mentiras de Julián Gorkin, transmitidas a través de la falsa personalidad del Campesino. Gorkin hizo gala de un considerable ingenio en su explotación de las posibilidades propagandísticas que había descubierto en El Campesino, por muy inculto que hiera éste. No sólo publicó dos libros con su firma, sino que además utilizó a fondo el órgano anarcosindicalista parisino Solidaridad Obrera. Otro descarado ejercicio de revisionismo histórico fue el perpetrado por Gorkin y El Campesino mediante una carta enviada al líder socialista en el exilio, Indalecio Prieto, el 10 de octubre de 1950. Prieto había sido ministro de Defensa durante la toma de Teruel por los republicanos en diciembre de 1937 y su posterior pérdida a finales de febrero de 1938. En 1950, Prieto estaba viviendo en Francia, cerca de la frontera vasca. Era la personalidad más destacada entre los exiliados españoles opuestos a Negrín. En su carta, El Campesino le informaba a Prieto de que él, el famoso líder miliciano y uno de los protagonistas de la toma de Teruel, había estado involucrado a su vez en una trama comunista para abandonar Teruel a manos de las fuerzas de Franco a fin de desacreditar al ministro Prieto. En su carta, El Campesino se describía a sí mismo como el cabeza de turco de un plan fracasado. El Campesino permaneció en Teruel mientras las fuerzas de Franco rodeaban la ciudad que habían perdido unas semanas antes. Entonces, según el Campesino, Juan Modesto y Enrique Líster, comandantes milicianos comunistas como él, contraatacaron para salvarlos a él y a sus hombres: A mí me utilizaron como cabeza de turco para sacarle a usted del ministerio, para lo cual tuve que realizar esfuerzos heroicos en compañía de mis compañeros de división. Cientos de veces estuve a punto de perder la vida —y todo esto para probar que las divisiones comunistas eran las buenas y el ministro el malo—. Todo este tinglado se montó a costa de las vidas de miles de españoles pobres, y todo porque el ministro, el camarada Prieto, no había querido dejarse manipular por el GPU del Kremlin[23]. La trampa preparada por Gorkin (y el Campesino) fue todo un éxito. Prieto, que era periodista de profesión, escribió, en un artículo publicado en El Socialista (París, 2 de noviembre de 1950), que se había quedado muy sorprendido por la caída de Teruel: ¿Cómo pudo haber ocurrido un hecho tan inesperado? No podía encontrar ninguna explicación. Varios oficiales de respetable criterio aseguraban que los comunistas, mis implacables enemigos, habían concebido la caída de Teruel para desacreditarme, para destruirme. Pero, a pesar de todas las pruebas que sustentaban dicha afirmación yo no me lo creía, porque no podía creerlo. ¡Imposible! Ahora El Campesino parece confirmarlo en su carta. […] Muchas cosas que creía imposibles se han hecho realidad[24]. La carta del Campesino a Prieto iba acompañada de un ejemplar de La vie et la mort en URSS, que se acababa de publicar. La introducción de Gorkin a este libro contenía un breve resumen de la versión del Campesino sobre lo que había ocurrido en Teruel (pág. 14). Mucho después, Gorkin «reveló» que la carta a Prieto había sido enviada «por sugerencia mía»[25]. En su segundo libro, Comunista en España y antistalinista en la URSS (págs. 65-72) se incluye una versión más completa de la explicación del Campesino sobre lo acaecido en Teruel bajo el título «Por qué perdimos Teruel». Este artículo fue publicado probablemente por vez primera en El Socialista. Estaba fechado el 14 de febrero de 1953. El artículo se volvió a publicar en Entresijos de la guerra de España[26], de Prieto, y mucho más tarde en el segundo volumen de sus artículos completos, Convulsiones de España[27]. En su segundo artículo sobre el Campesino y la batalla de Teruel, Prieto mostró una fe incuestionable en la versión del Campesino sobre los sucesos de Teruel al subtitularlo «Teruel se perdió para que yo perdiera», y de hecho una página entera de la colección de ensayos de Prieto estaba llena de pasajes de Comunista en España[28]. La aceptación ciega por parte de Prieto de las tesis de Gorkin-El Campesino sobre la batalla de Teruel se encuentra en una sección de Convulsiones de España, II, titulada «Los rusos en España». En esta sección hay tres artículos; el tercero es «¿Por qué perdimos Teruel?». Estos párrafos del libro de Prieto llamaron la atención del coronel José Manuel Martínez Bande, un historiador oficial de la Guerra Civil, de ideología franquista. Su extensa obra estaba patrocinada por el Servicio Histórico Militar. El décimo volumen de la serie de Monografías de la guerra civil de Martínez Bande está dedicado a la batalla de Teruel[29]. En esa obra reproduce el párrafo del Campesino citado por Prieto, precedido por unas pocas líneas que, si aceptamos la puntuación utilizada en Entresijos y en Convulsiones, II, debieron de ser redactadas por Prieto. Dicen así: Para conseguir propinarme el golpe de gracia, tuvo lugar un conciliábulo rusoespañol. «Debemos explotar la caída de Teruel», decretó Gueré [Gerö], uno de los delegados del Kremlin, secundado por Stepanov, que acababa de volver de un viaje muy rápido a Moscú, de donde había traído instrucciones muy [30] concretas . Aunque este hecho no queda claramente indicado por Prieto, la frase de Gerö procede de Jesús Hernández[31]. El comentario de Gerö, que acabo de citar, es aparentemente posterior a la caída de Teruel y por lo tanto no se adecúa a ninguna trama para abandonar Teruel con el fin de desprestigiar a Prieto. En cualquier caso, Martínez Bande atribuyó la frase a Prieto y, con estas pocas líneas, dio su aprobación a la teoría de Gorkin-el Campesino sobre la conspiración ruso-republicana para echar a Prieto del Ministerio. Según Martínez Bande: «la versión del Campesino [sobre Teruel] está llena de errores estúpidos, por no decir mentiras, pero merece la pena leerla»[32]. Y posteriormente aclara por extenso: «Es probable que Valentín no fuera un cobarde y menos aún un héroe. Sufrió mucho en Teruel, pero su estado de ánimo no era igual al de los coroneles Barba y Rey d’Harcourt»[33]. «Ni Modesto ni Líster podían hacerle demasiados reproches, ya que ninguno de los dos había cumplido las misiones que les habían sido encomendadas»[34]. En este punto, quiero mencionar brevemente lo que El Campesino, Modesto y Líster escribieron posteriormente sobre las horas finales de la batalla de Teruel. El Campesino explica en Comunista en España que, abandonado por Modesto y Líster, que supuestamente debían acudir a salvarlo, él y sus hombres lucharon durante cinco horas en la noche del 21 de febrero para escapar del cerco que los nacionales estaban formando alrededor de Teruel. Afirma lo siguiente: «Perdí varios miles de hombres en la batalla, pero conseguimos levantar el cerco y pude salvar a unos 11 000 hombres»[35]. Tanto Modesto como Líster contaron su propia versión sobre los últimos días de la batalla de Teruel después de que se publicara la del Campesino-Gorkin. Modesto acusa al Campesino de haber «evacuado Teruel sin atender a órdenes y sin que fuera necesario»[36]. Líster, con mayor dureza, acusa a Valentín González de haber huido de Teruel, dejando atrás a cientos de sus hombres que cayeron en manos del enemigo, y de haberse alejado hasta una distancia de cincuenta kilómetros detrás del frente. Líster expresa su indignación ante el hecho de que El Campesino no hubiera sido castigado por su comportamiento y que ni siquiera lo hubieran relevado de su puesto de mando al frente de la división[37]. Estas tres versiones de las horas finales de la batalla de Teruel pueden compararse con la versión de Martínez Bande sobre este mismo suceso, basada en comunicados y despachos captados del ejército republicano. Martínez Bande no acepta la versión del Campesino sobre su escapada de Teruel. Basando su texto en comunicados oficiales republicanos entre el ministro Prieto y el general Vicente Rojo, que estaba a cargo de la retirada de Teruel, muestra que tanto Prieto como Rojo quedaron sorprendidos por los primeros datos que salieron a la luz confirmando que El Campesino había abandonado su posición en Teruel el 21 de febrero. Según Martínez Bande: «pero Prieto se muestra escéptico y más aún cuando, el 22 de febrero, Rojo le habla de “las cantidades ingentes de fugitivos en las carreteras de Teruel, muchos de ellos desprovistos de armamentos”. Muchos son de la división del Campesino y casi todos han abandonado las armas. […] El 23, el desorden continúa […] el 24, Prieto vuelve a hablar con Rojo sobre “el caso del Campesino”. El ministro quería que El Campesino redactase un informe sobre las razones de su abandono de la ciudad así como sobre el modo en que se llevó a cabo la evacuación, “porque el caso no ha quedado suficientemente aclarado” y existen contradicciones entre la afirmación de que la retirada se había llevado a cabo de manera ordenada y la realidad de unos fugitivos desarmados y desmoralizados»[38]. Este material nos obliga a dudar seriamente de las revelaciones del Campesino en la posguerra y de hasta qué punto fue sincera la sorpresa de Prieto ante estas revelaciones (véase la nota 25 y el texto relacionado con la misma). Martínez Bande, como oficial del ejército, juzga al Campesino con dureza, acusándole de haber abandonado a sus tropas. Se hace esta pregunta: «¿Quedaban efectivos en Teruel? Independientemente de que se hubiera evacuado la ciudad o no y del modo en que se llevara a cabo dicha evacuación, cabe hacerse otra pregunta: ¿Es cierto que El Campesino dejó atrás a una parte de sus hombres?»[39]. Posteriormente cita varios despachos del ejército nacional. Uno de ellos confirma que unos 1200 hombres de la división del Campesino, en la mañana del 22 de febrero, habían tratado de abandonar Teruel. Según esta fuente, muchos de ellos fueron apresados. Martínez Bande comenta: «así, por lo menos quedaron atrás 1200 hombres tras la huida del Campesino»[40]. Un despacho de otra unidad informaba de que, al entrar en Teruel esa mañana, habían hecho 400 prisioneros, algunos procedentes de la división del Campesino. Además, otro parte de los nacionales dice: «el enemigo, dividido y destruido, se rindió en grandes grupos, mientras que otros lograron escapar por el cauce del río durante la noche»[41]. Estos datos resultan a veces contradictorios. Resumiendo, Martínez Bande afirma: «Parece que al caer la noche del 21 de febrero El Campesino huye con una cantidad de hombres no determinada y desde entonces perdemos todo contacto con él; finalmente, reaparece muy atrás en la retaguardia»[42]. Por supuesto, la condena de Martínez Bande tiene un carácter parcialmente político[43]. En Testimonio de dos guerras[44] escrito por Manuel Tagueña Lacorte y publicado postumamente en México en 1973, encontramos una evaluación más ponderada de la carrera del Campesino. Tagueña provenía de una familia de clase media y en 1933 ya era licenciado en ciencias físicas y matemáticas. En 1932 se afilió al Movimiento de las Juventudes Comunistas con su «mejor amigo», Femando Claudín, y en la primavera de 1936 se convirtió en miembro del Partido Comunista de España. Como había recibido un entrenamiento militar básico, cuando estalló la rebelión de Franco se alistó inmediatamente en el ejército antifascista de la república. Terminó la guerra como teniente coronel y, tras varios meses de aventuras, acabó en Moscú, donde pasó los años de la Segunda Guerra Mundial como alumno de la Academia Militar de Frunze y finalmente se alistó al ejército soviético. Tagueña no estuvo presente en la batalla de Teruel y escribió tan sólo unas líneas sobre los últimos días de este suceso. «Algunos de los defensores consiguieron escapar con El Campesino; los demás perecieron o fueron apresados»[45]. En cambio, no menciona al Campesino en su detallada narración sobre la batalla del Ebro y la defensa de Cataluña, así como sobre la derrota final y la retirada hacia Francia. Esta laguna puede explicarse por una afirmación posterior de su libro cuando dice que, al ingresar en la Academia de Frunze en Moscú en 1939, «no esperaba encontrarme al Campesino, que había sido relevado del mando desde la batalla del Ebro; pero su prestigio le favoreció, así como la insistencia de los rusos»[46]. Tagueña da a su vez información sobre la experiencia del Campesino en la Academia Militar de Frunze, mucho más creíble en lo concerniente a este episodio que las páginas del propio Campesino y Gorkin. Por ejemplo, a final del verano de 1940, se hicieron irnos exámenes. «Algunos de nuestros compañeros recibieron notas muy bajas y en el caso de tres personas los resultados fueron prácticamente nulos. Una de esas personas era el Campesino, a quien tuve que apoyar porque no estaba de acuerdo con la creciente hostilidad hacia él por parte de los compañeros. Es cierto que no tenía el nivel suficiente para realizar estudios superiores, pero no era el único, y mientras siguiera siendo nuestro compañero de estudios, pensaba yo que debíamos tratarlo como tal. Dos de los estudiantes tuvieron que abandonar la academia, uno de ellos fue El Campesino»[47]. Este autor vuelve a mencionar al Campesino al referir los acontecimientos de 1943, cuando, tras la batalla de Stalingrado, se efectuó una serie de cambios en la organización de los refugiados españoles y de algunos elementos de la Academia de Frunze, que habían sido trasladados a la República Uzbeka en 1942, cuando Moscú estaba amenazada por el avance de los ejércitos nazis. En ese momento, escribe Tagueña, «ciertos elementos como El Campesino» fueron excluidos del grupo. Tagueña amplía la información del siguiente modo: «El Campesino había sido enviado a Kokand, donde parece que se convirtió en un personaje importante en los bajos fondos locales y en el mercado negro», pero inmediatamente añade: «también se dice que cuando otros españoles acudían a él, les ayudaba a resolver sus problemas»[48]. Tagueña no hace referencia a los escritos de Gorkin o del Campesino, pero es bastante probable que los hubiera leído ya que escribe: «con el tiempo, El Campesino demostró que no se había distinguido en la guerra sólo por casualidad y que era capaz de realizar hazañas que ninguno de sus detractores se habría atrevido a intentar»[49]. Esta actitud benevolente y casi paternalista hacia El Campesino por parte de Tagueña fue adoptada también, aunque a menor escala, por otro oficial comunista, Antonio Cordón. Cordón era ingeniero industrial y cuando estalló la Guerra Civil fue retirado del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Ingresó inmediatamente en las filas republicanas en el Ministerio de la Guerra y a la vez en las del Partido Comunista. Negrín tenía un alto concepto de él y lo ascendió a general durante las últimas semanas del conflicto. Aunque Cordón no estuvo en el frente de Teruel durante la batalla, su puesto (era director de material en la Subsecretaría de Defensa) le permitió estar bien informado de lo que había pasado allí. Opinaba que el comportamiento del Campesino era despreciable y confirmó que «completamente desmoralizado, [el Campesino] abandonó a sus hombres y éstos, desprovistos de su comandante, se retiraron desordenadamente en un momento muy inoportuno»[50]. Cordón analizó con cierto detenimiento el caso de Valentín González. Voy a citar algunas líneas: «el prestigio del Campesino tiene su origen en los primeros días de lucha, cuando la guerra aún tema, en lo que respecta al lado republicano, un carácter [51] guerrillero» . Esto coincide con la opinión de Tagueña. Cordón describió el problema de Valentín González como un «caso del falso prestigio de un individuo creado principalmente por el reflejo del auténtico prestigio y la valentía del grupo comandado por él, y por tanto, más aparente que real»[52]. Afirmaba además que «el Campesino tenía una gran habilidad para el autobombo, faceta que siguió desarrollando. La exageración y el falsedad, que eran aspectos congénitos de su persona, le servían para ese propósito. Hipersensible a los halagos y extremadamente vanidoso, se sentía “un héroe del pueblo”»[53]. En otro fragmento dice: «Es necesario también reconocer que, al mantener el falso prestigio de Valentín González, nosotros, o sea, el Partido Comunista, tenemos que asumir parte de la culpa. […] El error consistió, creo, en ayudar mucho más allá de lo razonable a un hombre tan carente de la más mínima capacidad de progreso en cualquier aspecto: moral, intelectual, político o militar, como era Valentín González»[54]. Cordón trató por todos los medios de mostrarse ecuánime con El Campesino, reconociendo que estaba mejor preparado para la guerrilla que para una guerra organizada. Explicó una anécdota ilustrativa sobre Valentín González que aclara en parte la revelación de Gorkin sobre el analfabetismo del Campesino. Poco después de la caída de Teruel, Cordón visitó el cuartel general de la división del Campesino, el cual «se negó insistentemente a indicarme la posición de sus brigadas en el mapa». La razón: «El Campesino no sabía leer un mapa». Su jefe del estado mayor tuvo que explicarle a Cordón lo que necesitaba saber[55]. El 4 de abril de 1938, tras la caída de Teruel, se le encomendó la defensa de Lérida al Campesino. Cuando la caída parecía inminente, Cordón fue a visitar al Campesino, a quien habían dado orden de no abandonar su puesto de mando en el Segre sin autorización previa. Cordón escribió: «Yo era consciente del miedo que, desde Teruel, se había apoderado de Valentín González, por estar de espaldas al río ante el ataque del enemigo». Entonces se enteró de que El Campesino había cruzado el río dos o tres días antes, «desligado casi por completo de sus fuerzas, igual que había hecho en Teruel». Cordón acabó encontrándolo en una granja aislada: «Estaba echado, vestido, sobre una cama, quejándose de unos terribles dolores, aunque no sabía decir exactamente dónde le dolía. O sea, haciéndose el enfermo de nuevo. Desde luego, enfermo sí que estaba… enfermo de un pánico incontrolable. Ordené que lo metieran en una ambulancia y lo trasladaran a Barcelona»[56]. Éste debía de ser sin duda el incidente al que se refería Tagueña cuando expresó su sorpresa al ver al Campesino entre los admitidos a la Academia de Frunze, y también explica claramente qué quería decir Tagueña cuando escribió que «El Campesino […] había sido relevado de su puesto de mando desde la batalla del Ebro». Castro Delgado, que era comisario político durante la batalla de Teruel, no menciona al Campesino por su nombre en las trece páginas que dedica a la batalla de Teruel en su libro de 1960, Hombres made in Moscú, pero se refiere a él en clave. Dice así: «El heroísmo de las fuerzas republicanas, especialmente las de la división 46, que resistió en Teruel hasta que el cerco del enemigo se completó, y que luego se vio obligada a romper el cerco por mera tenacidad […]»[57]. La división 46 era la del Campesino. Esta frase se puede interpretar como si Castro Delgado hubiera leído Comunista en España. Pero cincuenta páginas más adelante y en una prosa no muy inteligible — Tagueña y Cordón escriben mucho mejor — hay una referencia directa al Campesino «quien, desde que perdió Lérida, decía que sufría de tuberculosis, a pesar de su fantástico aspecto»[58]. Cuarenta páginas más adelante, describe una noche durante la batalla por Cataluña, cuando la mujer de Líster acaba de preparar una cena: «El Campesino comenzó a hablar de sus tiempos como jefe del estado mayor de Ed-el-Krim [sic] el viejo rebelde causante del desastre de Annual. Era todo mentira, pero estaba muy bien contada. […] El Campesino era un embustero increíble»[59]. Otro autor que habla sobre El Campesino, Gorkin, Prieto y la batalla de Teruel es Santiago Carrillo en sus Memorias (1994). Carrillo define Comunista en España como «un libro firmado por Valentín González El Campesino y redactado, como era bien sabido entonces, por Gorkin —ya que El Campesino apenas sabía leer y escribir — […]». Añade que «todos aquellos que conocían la evolución de la batalla de Teruel saben que El Campesino abandonó la ciudad antes que sus tropas y que fue muy criticado por ello»[60]. Carrillo y Martínez Bande están de acuerdo en una cosa. Cuando Carrillo escribe: «Es difícil creer que Prieto aceptase tan fácilmente esta estúpida versión, ya que siguió las operaciones de esos días muy de cerca, y teniendo en cuenta además lo detallado de la versión del Campesino»[61]. Existe a su vez un amplio consenso entre los puntos de vista que he citado en apoyar la condena del comportamiento del Campesino en Teruel. La explicación de Cordón sobre lo que pasó en Teruel y en Lérida, así como su análisis del comportamiento del Campesino, resultan útiles para comprender la carrera posterior de Valentín González en la Unión Soviética y en Europa occidental. No hay nada que nos lleve a creer las historias tramadas por Gorkin y El Campesino. Pero el propio Gorkin fue el promotor más entusiasta de la reconstrucción de la batalla de Teruel por parte del Campesino. Esto puede quizás considerarse natural ya que, como hemos visto, afirmaba haberla escrito personalmente. «El Campesino ha esclarecido la diabólica maniobra soviética dirigida, en efecto, contra Prieto», aseguraba Gorkin en su opúsculo España, primer ensayo de democracia popular, en referencia a la batalla de Teruel, que describió también como «la maniobra más desleal y monstruosa»[62]. Este librito fue publicado en Buenos Aires por la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura, un satélite del Congreso por la Libertad de la Cultura. Bolloten comentó la carta del Campesino y la reacción de Prieto de esta ambigua manera: «Aunque es discutible que los comunistas llegasen al extremo de ordenar la retirada de Teruel para destruir a Prieto, no cabe duda de que la pérdida de la ciudad fue el comienzo del movimiento en contra suya»[63]. Pero, aunque Bolloten no estaba seguro de si debía aceptar como una verdad irrefutable el testimonio del Campesino sobre la batalla de Teruel, no tenía dudas respecto de la existencia de una conspiración comunista para echar a Prieto del Ministerio de Defensa. Pero ¿no es posible acaso que este esfuerzo de Negrín por reemplazar a Prieto como ministro de Defensa hubiera estado motivado por un deseo de ganar la guerra? Desgraciadamente, la interpretación que hace Bolloten del testimonio del Campesino sobre los hechos de Teruel encaja muy bien con una constante que recorre gran parte de su libro: la idea de que la política del gobierno de Negrín siempre estuvo dirigida hacia la creación de un soviet español, con el control del victorioso ejército republicano en manos comunistas. No cabe duda de que los comunistas podrían haber llegado a controlar el país si la República española hubiera derrotado a Franco en 1938(?) o 1939(?). Si los ejércitos republicanos hubieran vencido a Franco, ¿cuál habría sido la situación en el resto de Europa? Nadie, ni Bolloten ni yo, podrá saberlo nunca. Sin duda, España se habría encontrado en un estado de destrucción y de choque similar al que experimentó el país tras la victoria de Franco en 1939. Después de su victoria, Franco fue incapaz de hacer frente a las exigencias de sus acreedores, salvo a través de alguna pequeña colaboración. ¿En qué estado se habrían encontrado la Alemania nazi o la Unión Soviética? Podemos estar seguros de una cosa: la Unión Soviética habría tenido graves problemas logísticos para enviar ayuda a España. De hecho, siempre fue reticente a involucrarse realmente sobre el terreno, lejos de sus fronteras, y en realidad su intervención en Afganistán, por cerca que estuviera de sus fronteras, fue un desastre. La historia ficción no es más que conjeturas. Sin embargo, Bolloten hipoteca una gran parte de sus argumentos en su idea de que, si la República española hubiera vencido en su resistencia contra Franco y la derecha española, España se habría convertido de la noche a la mañana en un satélite soviético. Este punto de vista es insostenible no sólo porque está desarrollado fuera de contexto[64], sino porque el propio Bolloten demuestra en su libro que Stalin no estaba interesado en España como tal, sino en evitar un ataque nazi contra la Unión Soviética. Stalin pretendía persuadir a Gran Bretaña y a Francia, que seguían siendo sólidas potencias coloniales, para que se sumaran a una coalición antinazi. Una España comunista no era algo que entrase dentro de sus planes. Incluso el principal valedor de la obra de Bolloten, Trevor-Roper, escribió que «el mayor temor de Stalin provenía de Alemania y la derrota del fascismo en España era más importante para él que la victoria del comunismo»[65]. Julio Aróstegui, de la Universidad Complutense de Madrid, en el análisis más ponderado que conozco sobre la obra de Bolloten[66], subraya el hecho de que Juan Negrín es el «gran villano de la obra bollotiana»[67]. En el capítulo 55 de su libro, donde trata de diseccionar la obra de Negrín, escribe: Mi opinión sobre Negrín, basada en testimonios orales y escritos, ponderada y digerida durante más de cincuenta años, es que éste hizo más que cualquier otro político, consciente o inconscientemente, por extender y consolidar la influencia del Partido Comunista en los centros de poder principales —el ejército y los servicios de seguridad— durante los años finales de la guerra[68]. En su tratamiento del análisis de Bolloten sobre las relaciones de Negrín con el PCE y la Unión Soviética, Aróstegui indica que «Bolloten acaba por reconocer, sin embargo, que el objetivo primordial de la política de Negrín era obtener armas de los soviéticos»[69]. Más adelante observa lo siguiente: «La verdad es que la idea de Negrín como delegado de los comunistas fue puesta en circulación por Indalecio Prieto tras su salida del Ministerio y la famosa polémica que siguió a este hecho»[70]. (Como ya he demostrado, al hablar del sitio de Teruel, Prieto se dejaba seducir fácilmente por cualquier prueba, incluso la más cuestionable, como en el caso de Gorkin, con tal de que procediera de los enemigos de Negrín). Aróstegui apunta que Bolloten cuestiona «todas las opiniones de los ensayistas que mantienen una postura distinta a la suya en relación con Negrín (Marichal, Viñas, Malefakis, [Herbert L.] Matthews)»[71]. El historiador español afirma entonces: «Pero la cuestión más importante es que la diatriba antinegrinista de Bolloten acaba con un párrafo que es, en última instancia, equivalente a una tesis que deja prácticamente todos sus argumentos vacíos de significado». El párrafo en cuestión dice así: «A pesar de la importancia de Negrín para el PCE y Moscú durante la Guerra Civil y sus buenas relaciones con el embajador soviético, sería un error pensar que durante el conflicto español éste ofreciera sus servicios alegremente a Moscú y que no hiciera nada por mantener un mínimo grado de independencia política para sí [72] mismo» . Propongo ahora estudiar las reacciones de Bolloten a la carta de Gorkin del 18 de octubre de 1984. No me consta que en la correspondencia de Bolloten en general o en su correspondencia con Gorkin haya muestras de irritación o siquiera de un cierto malestar ante la situación en que se encontraba entonces. Algunos historiadores se habrían sentido obligados a mostrar un cierto arrepentimiento público por haber tergiversado tan descaradamente el testimonio del Campesino, especialmente en su polémica conmigo en el TLS de 1978. Durante los tres años que pasaron entre el momento en que recibió la carta de Gorkin y su muerte, Bolloten no hizo nada por corregir la información. La reacción de Bolloten frente al propio Gorkin, tras la carta de este último el 18 de octubre de 1984, es difícil de comprender. Bolloten podría haberse sentido contrariado por Gorkin por haberle engañado éste con respecto a la obra del Campesino. Por lo menos, podría haberse mostrado distante y frío con él. Muy al contrario, en su siguiente carta (11 de diciembre de 1984), Bolloten le pide perdón por no haber podido contestar antes a su «muy amable» carta y le agradece «mucho» los «términos tan favorables en que habla de mi libro», que eran además «tanto más favorables cuanto que esas palabras vienen de alguien por quien siento gran respeto y admiración». En el siguiente párrafo, Bolloten prosigue de este modo, refiriéndose directamente al contenido de la carta que acababa de recibir: Y ahora quiero expresarle mi más sincero agradecimiento por su respuesta a las diferentes preguntas que le he formulado. No sólo ha confirmado algunas cuestiones que necesitaba ratificar, sino que me ha aclarado varios aspectos importantes enriquecer mi libro. que van a En esta carta no hay ninguna prueba de que Bolloten se sintiera en modo alguno preocupado por las revelaciones de Gorkin respecto al Campesino, y así acaba diciendo: «su amigo le saluda muy afectuosamente». Es cierto que Gorkin había mencionado su delicado estado de salud, pero la respuesta de Bolloten indica una extraña indiferencia hacia las consecuencias de la confesión de Gorkin respecto al testimonio probado de uno de los testigos más importantes de Bolloten. La actitud mostrada por Bolloten unas cuantas semanas después de recibir la carta de Gorkin siguió manteniéndose un año después, como demuestra esta carta del 21 de noviembre de 1985: […] Estoy en deuda con usted por todo lo que he aprendido de sus espléndidos libros y por sus esclarecedoras cartas recibidas durante varios años. Estoy orgulloso de poder contar con su amistad, así como con su inestimable ayuda, y quiero que lo sepa, por si acaso le satisface el haberme ayudado a escribir la verdad sobre unos hechos tan tergiversados por historiadores y políticos. Esta cita demuestra la incomprensible incoherencia que caracteriza el pensamiento de Bolloten. ¿Cómo es posible que un hombre razonable (Bolloten) tuviera la desfachatez de hablar de la verdad a la misma persona (Gorkin) que le había estado proporcionando intencionadamente información que ambos, gracias a la carta en que Gorkin se confesaba, sabían que era falsa en todos los sentidos? No se puede argüir que las cuatro citas atribuidas, sin explicación ni rectificación alguna, al Campesino en el libro de Bolloten de 1991 sean tan sólo el resultado de una redacción hecha antes de que Bolloten hubiera recibido y comprendido la crucial carta de Gorkin en 1984, ni tampoco que Bolloten no hubiera tenido el tiempo ni la fuerza suficientes para incluir esta inquietante información en su trabajo en curso, antes de su muerte en 1987. La prueba de que Bolloten siguió citando los escritos del Campesino hasta enero de 1986 —más de un año después de la carta de Gorkin — la encontramos en otra nota de su libro de 1991: El intento más reciente de restituir a Negrín tuvo lugar con ocasión de un coloquio celebrado en las islas Canarias en honor de este primer ministro, al que asistieron Tuñón de Lara, Juan Marichal, José Prats y Juan Rodríguez Doreste (estos dos últimos, antiguos colaboradores de Negrín) y en el cual el famoso historiador Javier Tusell se vio superado por la cantidad de apologistas de Negrín. Según Tusell, el conferenciante más tendencioso no fue Tuñón de Lara, sino Juan Marichal (carta dirigida a mí). Fue debido a este constante esfuerzo por renovar la figura de Negrín, cuyos principales apologistas evitan deliberadamente mencionar cualquier testimonio que entre en conflicto con su invariable postura, por lo que me decidí a leer una ponencia en Madrid en la 16.ª Conferencia Anual de la Sociedad para Estudios Históricos Españoles y Portugueses sobre el Extraño caso del doctor Juan Negrín. La ponencia se publicó en Historia 16 en enero de 1986 con ochenta y nueve referencias bibliográficas[73]. Una de estas ochenta y nueve referencias, la n.º 52, reza así: «Valentín González (El Campesino) Comunista en España y antistalinista en la URSS (México D. E: Editorial Guarania, 1952), pág. 72». El texto relacionado con la nota es el siguiente: En vista de las pruebas de hostilidad [hacia el Partido Comunista, que existía entre ciertos socialistas y anarcosindicalistas], no es en absoluto esencial recurrir al testimonio de eminentes excomunistas. Pero ignorarlo completamente sería como ceder ante aquellos que excluirían de la historiografía de la Guerra Civil todos los libros que no se adaptan a la línea del partido. Por lo tanto, voy a citar a Valentín González […] quien escribió lo siguiente: «El odio de las masas a los comunistas alcanzó tal nivel que, durante una reunión del Politburó, uno de los líderes tuvo que declarar: ¡No podemos echamos atrás! Debemos seguir adelante y mantenemos en el poder a toda costa. De otro modo, nos cazarán por la calle como a animales»[74]. También podemos encontrar esta última cita en el libro de Bolloten de 1991 (pág. 633) indicando la misma fuente, pág. 72 de Comunista en España y antistalinista en la URSS. Anteriormente había sido reproducida parcialmente en el capítulo con que Bolloten contribuyó al libro The Republic and the Civil War in Spain (1971) editado por Raymond Carr. El párrafo anterior también aparece citado en el libro de Bolloten (pág. 632). Lo importante es que la información de Historia 16 se publicó en enero de 1986, en vida de Bolloten y que está recogida en su libro. Bolloten, a pesar de sacar pecho constantemente con su devoción por la verdad, incorporó en su conferencia ante la SSPHS, así como en el texto que apareció en Historia 16 en 1986, un testimonio del Campesino que ya desde 1984 sabía que provenía del departamento personal de falsificaciones de Julián Gorkin. He mencionado anteriormente el opúsculo publicado y escrito parcialmente por Gorkin para el Congreso por la Libertad de la Cultura, titulado España, primer ensayo de democracia popular, publicado en Buenos Aires en 1961. Este opúsculo contenía no sólo el artículo de Gorkin con el mismo título, sino también treinta páginas del libro de Jesús Hernández Yo fui un ministro de Stalin, cuyo manuscrito, como he indicado anteriormente, fue corregido de acuerdo a las instrucciones de Gorkin con el objetivo de exagerar la importancia del asesinato de Andreu Nin, convirtiéndolo en el incidente más decisivo de la Guerra Civil española. No debe sorprendemos que estas páginas de la obra de Hernández otorguen una importancia exagerada al POUM y al papel político de Julián Gorkin. El título de este libro se convirtió, con la ayuda de Bolloten, en un eslogan político frecuentemente repetido y de dudosa veracidad, mediante el cual se atacaba a la República española, comparándola con los Estados del este de Europa a finales de los años cuarenta. Cualquier intento de comparación de la posición, real o potencial, del poder y la influencia soviéticos en España en 1938-1939 con los de los ejércitos soviéticos en el frente oriental en 1944-1945 —que en ese momento era probablemente la fuerza armada más fuerte del mundo— es absurdo. La labor propagandística de Gorkin en Suramérica (en defensa de Washington y de la doctrina Monroe) resultó también bastante útil para ciertos elementos norteamericanos. Por ejemplo, fue reproducida en un libro de ensayos de 1963, The strategy of deception: A study of worldwide Communist tactics, editado por Jeane J. Kirkpatrick, que posteriormente fue embajadora del presidente Reagan en las Naciones Unidas[75]. Bolloten repetía como un loro el eslogan inventado por Gorkin. Invitado, a finales de abril de 1978, por una de las estrellas de la televisión francesa, Jean- Marie Cavada, a participar en un programa llamado «Grand Témoin», su principal contribución al programa fue la siguiente: «La República española durante la Guerra Civil fue el primer experimento de una democracia popular»[76]. Bolloten también apoyó el argumento de Gorldn en las versiones de su libro de 1979 y 1991, en las que citaba al poumista con estas palabras: Se ha dicho muchas veces que la Guerra Civil española fue un ensayo general para la Segunda Guerra Mundial; lo que no se dice es que también fue la primera zona de pruebas para la democracia popular, fórmula que nos hemos visto obligados a presenciar en una docena de países durante la etapa de la posguerra. Los hombres y los métodos utilizados para convertir estos países en satélites del Kremlin se probaron en España. Por esta razón, entre otras muchas, la experiencia española tuvo y sigue teniendo un significado histórico y universal[77]. La tesis de Gorkin no es válida porque los supuestos de historia ficción que utiliza son contradictorios y están fuera de contexto. Bolloten, en sus escritos tras la derrota del fascismo, reconstruye el conflicto español como si pudiera haber acabado con la presencia de un ejército soviético triunfante y amenazador en la vertiente española de los Pirineos. No consigo imaginarme una situación en la que una República española victoriosa pudiera haber constituido una amenaza para las democracias capitalistas. Pero no pretendo parecer un experto en historia ficción, una pseudociencia de la que el libro de Bolloten, en sus tres ediciones, depende para su progreso y desenlace. Creo que la Guerra Civil española tuvo una importancia histórica y universal porque fue el primer enfrentamiento armado contra el fascismo en suelo europeo. Al recalcar el siniestro concepto de la «democracia popular», Bolloten olvida que las fuerzas de las Naciones Unidas aceptaron el sacrificio de veinticinco millones de ciudadanos soviéticos como parte de la lucha antifascista (pero, para Bolloten el enemigo del pueblo español no era Franco sino los antifascistas)[78]. La conversión de Bolloten desde el antifascismo (antifranquismo) a un anticomunismo militante (profranquismo) se produjo según el modelo clásico, pero su caso fue especial. A lo largo de su vida nunca quiso admitir que se había vuelto un partidario de la causa de Franco. Al limitar sus escritos a un discurso hostil sobre las acciones del bando republicano en la Guerra Civil, se olvidó de mencionar lo que estaba pasando en el bando fascista. Esta postura de no discutir las atrocidades cometidas por el bando de Franco le permitió a Bolloten elevar el asesinato de Andreu Nin, un consejero poumista de la Generalitat, al grado de mayor crimen político de la Guerra Civil. En realidad, el asesinato de Nin, a pesar de ser una atrocidad, tuvo una importancia relativa si lo ponemos en el contexto de la Guerra Civil y de la matanza generalizada de diputados y funcionarios del Frente Popular llevada a cabo por los ejércitos de Franco. El hecho de que Bolloten hiciera hincapié en el asesinato de Nin y que no quisiera discutir las torturas y los estragos provocados en el pueblo español por los partidarios de Franco subraya la influencia de Gorkin en la obra de Bolloten. La obra póstuma de Bolloten revela lo extremamente reaccionario que se había vuelto durante sus años en California. No sé de ningún otro historiador norteamericano que haya escrito sobre Eleanor Roosevelt con tanto odio mezquino y acrimonia. En una nota menciona una carta fechada el 14 de julio de 1939 que su amiga Constancia de la Mora había dirigido a la señora Roosevelt para agradecerle que la hubiera recibido en compañía de Juan Negrín en la Casa Blanca, unos días antes. Constancia de la Mora había utilizado la carta para llamar la atención de Eleanor Roosevelt sobre la grave situación de los escritores e intelectuales exiliados en México y Suramérica y subrayaba el hecho de que su prestigio cultural podría utilizarse en Latinoamérica en la lucha contra el fascismo. Bolloten, que había sido él mismo un exiliado en México y un antifascista provisional, pensó años más tarde que estos hechos relacionados con la señora Roosevelt resultaban muy sospechosos Escribió lo siguiente: «En vista de la afiliación comunista de Constancia de la Mora y de su entrega a la causa […] el fragmento citado adquiere un enorme significado». A continuación describe la visita que él y su mujer le habían hecho al matrimonio Hidalgo de Cisneros en Cuernavaca, a principios de 1940, y revela este curioso detalle: «[…] Puedo demostrar que ella [C. de la Mora] seguía manteniendo correspondencia con Eleanor Roosevelt, ya que me pidió que le enviara una carta»[79]. Podría haber llamado a J. Edgar Hoover directamente, ya que el jefe del FBI sentía el mismo desprecio por la esposa del presidente de los Estados Unidos que Bolloten adoptaría posteriormente. Esto ocurrió, por supuesto, años después de que Bolloten consiguiera un visado de inmigrante para los Estados Unidos en un momento en que era muy difícil, por no decir imposible, que un extranjero con su reputación consiguiera siquiera un permiso de visita de un día[80]. Yo publiqué una crítica bastante larga del primer libro de Bolloten en 1963 en El mito de la cruzada de Franco[81]. Entonces fui menos duro con Bolloten de lo que sería más tarde, ya que estaba influido por mi recuerdo de una conversación de varios años antes con Constancia de la Mora en la que le había alabado exageradamente. «¿No podríamos acaso suponer», escribí, «que Bolloten llevó a cabo sus investigaciones antes de 1952 y que las conclusiones del libro fueron redactadas por otro Bolloten, nueve años mayor, un Bolloten que quizás, entretanto, había cambiado sus conviiones?»[82]. TrevorRoper consideró dicha explicación «simple, ingenua incluso»[83], pero la continua evolución de Bolloten, como demuestran sus revisiones y añadidos, tiende a confirmar mi hipótesis. Bolloten ignoró durante muchos años lo que yo había escrito sobre él en español en 1963, pero cuando me enfrenté a él en inglés en las páginas del TLS en 1978, sin duda consideró que no podía ignorar tamaño ultraje y se juró que conseguiría desacreditarme. Pero los métodos de venganza de Bolloten no funcionaron. Le encargó a un joven amigo, George Esenwein, que investigase mi pasado. Descubrió que yo había trabajado durante el último año de la Guerra Civil española como «importante propagandista» para el gobierno de la República española. Yo había mencionado este hecho en mi breve biografía que incluían Who is Who in Frunce y Who is who in the World. Había explicado en detalle mi tarea eni938yi939 para el gobierno republicano español en la traducción española de Le mythe de la croisade de Franco (1963) publicada en Barcelona en 1986[84]. Este libro está incluido en la bibliografía del libro de Bolloten de 1991. No se puede argüir en absoluto que yo estuviera escondiendo mi profundo compromiso con la causa de la República española. A diferencia de Julián Gorkin, quien escribió que se había negado a estrechar la mano de Juan Negrín[85], yo estaba muy orgulloso de haberlo hecho. Estaba y sigo estando orgulloso de haber luchado, con la ayuda de mis modestos conocimientos, por defender la imagen de la República española, durante la Guerra Civil y después de la misma. Sin duda los lectores del libro de Bolloten se hubieran interesado más por el pasado de Bolloten, que él trataba de esconder, que por el mío (que se puede consultar en cualquier buena biblioteca universitaria). He tratado de sacar a la luz algunos aspectos del pasado de Bolloten, ya que sirven para explicar las contradicciones y las incoherencias de sus sucesivas obras. Lo que es inadmisible es el intento de Bolloten de crucificarme por el hecho de defender las mismas convicciones políticas que él mantuvo durante la Guerra Civil y hasta aproximadamente un año después de la misma. Parece como si todo lo que ha publicado desde que cambió su opinión sobre la Guerra Civil no hubiera sido más que una búsqueda desesperada de una absolución, un perdón general por sus pecados de juventud. Los comentarios de Bolloten sobre mi persona ocupan hasta 107 líneas en tres notas: en las págs. 789-790, me dedica diez líneas; en las págs. 881-882, 49 líneas y en las págs. 916-917, me dedica 47 líneas. A mí no me ofenden las palabras que Bolloten me dedica, tanto como a él parecen haberle ofendido las mías; desgraciadamente, en lo que representa un caso curioso de mala edición, tratándose de una editorial universitaria, más de la mitad de las 107 líneas dedicadas a mi persona están repetidas. La siguiente cita puede encontrarse, repetida palabra por palabra, tres veces a lo largo del libro: «“A fin de comprender el firme e incondicional apoyo de Southworth a Negrín”, escribe George Esenwein, “debemos tener en cuenta que éste realizó una importante tarea propagandística del gobierno de Negrín. Entre febrero de 1938 y febrero de 1939, dirigió en Nueva York el boletín The News of Spain (véase Contemporary Authors, vols. 85-88, pág. 557), que, si no estaba financiado por u oficialmente asociado con el gobierno republicano español, constituía sin duda un difusor de su política”»[86]. Sin duda Bolloten se entregó en cuerpo y alma —si no en inteligencia— a esta acusación hacia mi persona, sin necesidad siquiera de comentar mis tres libros sobre la Guerra Civil española y limitándose tan sólo a una parte de lo que yo había escrito sobre él en el TLS. Reaccionaba con ira ante cualquier discrepancia con sus declaraciones, por polémicas que fueran. Bolloten tenía su propia lista de éxitos, como podemos ver en esta carta dirigida a Gorkin del 13 de octubre de 1982: «Si hombres como Juan Marichal (gran admirador de Negrín), Viñas (gran admirador de Juan Marichal), Southworth y Georges Soria monopolizan la verdad histórica como están tratando de hacer, con cierto éxito además, debemos pensar que no hay esperanza para la libertad». El 27 de enero de 1986 le escribió de nuevo a Gorkin: «Es necesario contrarrestar en lo posible la enorme influencia de Juan Marichal, Ángel Viñas, Tuñón de Lara, Southworth, [Pierre] Vilar y tantos otros que están tratando de restituir la figura de Negrín». A fin de evaluar la intención expresada por Bolloten de escribir la verdad, es fundamental que seamos capaces de calcular la credibilidad de Julián Gorkin, el hombre que, directa o indirectamente, proporcionó una gran parte de los elementos clave en todos sus argumentos. Este hecho resulta particularmente relevante a la vista de la indignación demostrada por Bolloten ante la sugerencia de que las fuentes en las que había basado su trabajo pudieran haber sido financiadas en último extremo por la CIA. Gorkin parece haber sido la persona que mayor influencia ejerció en el pensamiento y los escritos de Burnett Bolloten, con la posible excepción de Ronald Hilton y unas pocas personas allegadas a él, en California. El español llamado Julián García Gómez, más conocido por su nom de plume Julián Gorkin, siendo dicho nombre, según sus biógrafos, un homenaje (?) al escritor ruso Maxim Gorki, nació en el seno de una familia pobre en la provincia de Valencia, en el año 1901, y se convirtió en uno de los miembros fundadores del Partido Comunista de España. Según uno de sus biógrafos, salió del país para expresar su oposición a la guerra colonial en el Rif. Militó en la Tercera Internacional hasta 1929, momento en que rompió con Moscú. Tras da caída de Primo de Rivera, regresó a España y en 1935 se afilió al Partido Obrero de Unificación Marxista, del que llegó a ser secretario general. Durante la Guerra Civil participó activamente en los disturbios de mayo de 1937 en Barcelona. Fue arrestado, como casi todos los líderes del POUM, y condenado a prisión, de donde consiguió escapar pocos días antes de la caída de Barcelona en 1939[87]. Gorkin compartió una experiencia decisiva con dos norteamericanos, Bertram D. Wolfe y Jay Lovestone: los tres habían participado activamente en los primeros años del movimiento comunista y los tres habían abandonado el movimiento. (Ya he mencionado anteriormente a Wolfe en relación con Castro Delgado y las actividades anticomunistas encubiertas en la Alemania de la posguerra). Durante la Guerra Civil española, Wolfe era un escritor residente en Nueva York y Lovestone era un miembro importante de la Federación Americana del Trabajo (American Federation of Labor, AFL). Existen razones para creer que Wolfe y Lovestone eran militantes poumistas en el momento en que éstos fueron arrestados y encarcelados en 1937. David Wingeate Pike, que ha escrito mucho sobre la Guerra Civil y que conoció a Gorkin en París durante los últimos años de su vida, escribió que éste «admitió abiertamente que unos amigos suyos de la AFL-CIO le consiguieron un billete para Nueva York [desde Francia] en 1939, antes de que se trasladara a México»[88]. El 11 de agosto de 1940, Gorkin le escribió a Wolfe desde Ciudad de México diciendo que se había puesto en contacto con Jay respecto a sus actividades en México. Gorkin, como Bolloten, pasó los años de la Segunda Guerra Mundial en México; no se vieron allí, y, por lo que he leído y descubierto, nunca llegaron a hacerlo. La Hoover Institution posee una carta en la que Gorkin, que estaba en Ciudad de México, le escribe formalmente a M. Burnett Bolloten, el 12 de junio de 1946, autorizando a éste, cuya dirección no se especifica, para citar sin restricción alguna el libro de Gorkin Caníbales políticos (Hitler y Stalin en España)[89]. Dicha autorización fue concedida a petición del poumista Jordi Arquer. Que yo sepa, ni Gorkin ni Bolloten —este último era ciudadano británico y ambos eran considerados antifascistas— participaron en la lucha contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Al acabar ésta, Gorkin trató de pasar por Nueva York, camino de París. A pesar de su amistad con algunos líderes obreros norteamericanos muy bien situados, se le denegó repetidas veces el visado de tránsito por los Estados Unidos, probablemente por su reconocida condición de revolucionario, y de hecho no consiguió un pasaje en barco a Francia hasta 1948. Mientras tanto, había conseguido la nacionalidad mexicana. La decisión de convertirse en ciudadano mexicano podría estar motivada por haberse dado cuenta de que la administración norteamericana había adoptado una postura claramente hostil hacia los españoles «que habían participado activamente en defensa de la República», como debieron de informarle el 10 de marzo de 1948 en el Consulado General de los Estados Unidos en Ciudad de México. Por supuesto, es discutible si Gorkin o sus amigos habían defendido o socavado la República. En una carta dirigida al cónsul general de los Estados Unidos, después de su visita esa misma mañana, se describió a sí mismo como un «socialista democrático y libertario». Ésta no era precisamente la fórmula mágica para abrirse las puertas de los Estados Unidos. Gorkin se encontraba en Tampico, esperando un Barco Liberador con bandera francesa en ruta hacia París, el 3 de abril de 1948. En una carta redactada ese día, escribió que su libro sobre Trotsky estaba siendo traducido al francés y que iba a ser publicado en la zona no soviética de Alemania. No especificaba quién sería el editor, pero, como en el caso del libro de Castro Delgado al que he hecho referencia, este trabajo lo estaban llevando a cabo sin duda agentes de la AFL o de la CIA. Gorkin ya estaba entonces involucrado en la guerra propagandística de sus amigos norteamericanos. El 14 de abril, se encontraba en el puerto de Galveston, Texas, pero no se le permitió pisar suelo norteamericano. Finalmente llegó a la capital de Francia. Le escribió a Wolfe el 2 de junio que llevaba veinte días en esta ciudad. Podemos suponer que, a su llegada a París, en mayo de 1948, Gorkin se puso en contacto inmediatamente con representantes de la AFL, de la CIA, o de ambas, o bien con alguien que representase a ambas organizaciones a la vez. Dicho contacto bien pudiera haber sido Lovestone, o más probablemente Irving Brown, que aparentemente era el hombre de la AFL sobre el terreno en esos tiempos. Lo que no está claro es cuál era exactamente la situación en París en ese momento. La CIA actuaba en Europa desde enero de 1946. Radio Free Europe comenzó a emitir desde Alemania Occidental en 1950, mientras que Radio Liberty comenzó a emitir un año más tarde[90]. Ambas estaban financiadas por la CIA[91]. La primera manifestación pública del Congreso por la Libertad de la Cultura tuvo lugar en Berlín en junio de 1950. La CIA había fundado el Congreso de manera secreta en Berlín, según afirma Peter Coleman, parlamentario y abogado australiano que escribió la historia oficial del Congreso por la Libertad de la Cultura[92]. En cualquier caso, podemos suponer que los amigos norteamericanos de Gorkin, que financiaron su manipulación del Campesino, aunque perteneciesen a la AFL estaban pagados por la CIA. John Ranelagh, en su estudio sobre la CIA, cita a Tom Braden, que había establecido la División de Organizaciones Internacionales de la CIA, con estas palabras: «Allen [Dulles] le estaba dando dinero a Lovestone mucho antes de que yo ingresara en la agencia y creo que no hacía más que repetir algo que ya se había hecho antes. […] Siempre he creído que la financiación secreta de la AFL y la CIO por parte de la CIA precedió a la agencia». Esto es un tanto complejo, pero sin duda indica que la CIA ya estaba financiando las actividades encubiertas de la AFL en Francia cuando Gorkin llegó allí en 1948 y comenzó a colaborar con El Campesino un año después, en 1949. Aunque el contacto de Gorkin en la AFL era Irving Brown, es igual que hubiera sido éste o Lovestone. Braden declaró que «había un tipo llamado Mike Ross que se encargaba de la CIO y Jay Lovestone, que se encargaba de la AFL. Irving Brown iba por ahí organizando las cosas y Jay Lovestone enviaba el dinero»[93]. Gorkin, según su propia confesión, estuvo financiado por sus amigos norteamericanos desde 1948-49 hasta probablemente 1953, cuando fue nombrado oficialmente secretario para Latinoamérica del Congreso por la Libertad de la Cultura. Este título no tenía nada que ver con España, que siempre estuvo fuera del alcance de Gorkin y del Congreso. Dado que los pagadores norteamericanos estaban apoyando un régimen de tipo fascista en Madrid, Gorkin y sus colegas no siempre se sintieron cómodos a la hora de promocionar la democracia en Latinoamérica, donde las relaciones entre España y los Estados Unidos interesaban mucho. Coleman nunca menciona este hecho en sus explicaciones sobre las dificultades del Congreso en Latinoamérica. Oficialmente, Gorkin se encargaba de los asuntos latinoamericanos en el Congreso y era director de los Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, revista que comenzó a publicarse en 1953 y cuyo último número apareció en 1963. De manera encubierta, Gorkin se encargaba, quizás por propia iniciativa, de atacar la gestión de la República española durante la Guerra Civil y especialmente a los comunistas españoles que resultaron ser los que con más celo habían luchado contra el bando fascista. El ejemplo más claro de esta actuación es su manipulación del Campesino. Su defensa de Castro Delgado y de Jesús Hernández se hallaba en la misma línea. Las actividades latinoamericanas del Congreso y de Julián Gorkin no han sido estudiadas por los historiadores de la CIA. Las publicaciones inglesa, alemana y francesa del CCF, especialmente la revista inglesa Encounter, eran por razones obvias más conocidas y gozaban de un público más amplio. El único libro que puede realmente considerarse como una historia del congreso es The Liberal conspiracy (1989), escrito por Peter Coleman. Coleman había trabajado muy de cerca con el Congreso y tenía acceso a sus archivos en manos de la Universidad de Chicago, pero no recibió ayuda de la CIA[94]. Desde su punto de vista, la principal labor de Gorkin consistió en presentar a los lectores latinoamericanos una interpretación favorable de la política norteamericana. Consideraba que Gorkin se había encontrado con el problema de «reducir […] la gran desconfianza» existente hacia los Cuadernos en Suramérica, «una desconfianza inevitable en un continente con un creciente y visceral antiamericanismo, especialmente entre los intelectuales marxistas»[95]. En su libro, Coleman no le prestó demasiada atención a Gorkin, lo cual probablemente refleja la actitud de los directores del Congreso. Da la impresión de que Gorkin estuviera atado a una larga correa en manos de las personas a cargo del Congreso, entre los cuales se encontraba Irving Kristol, cofundador de Encounter. Coleman citó de la revista neoconservadora Commentary, «una afirmación extraordinariamente polémica de Kristol respecto al macartismo, en la que culpaba del auge del senador McCarthy a los compañeros de viaje liberales norteamericanos», así como de aplaudir «la masacre de la izquierda no comunista por la GPU durante la Guerra Civil española»[96]. Gorkin no habría podido explicar con mayor claridad su propia posición en la Guerra Civil española. Tampoco Bolloten. A pesar de que Gorkin estaba más que satisfecho por el resultado de sus responsabilidades editoriales en el Congreso, e incluso orgulloso de su trabajo, su opinión no siempre era compartida por sus colegas. En 1952, enviaron a Gorkin de gira por Latinoamérica, una de las muchas que iba a disfrutar durante sus años en el Congreso; esta vez para organizar una serie de sedes nacionales y regionales. Viajó acompañado por El Campesino[97]. Gorkin no manifestó tanto entusiasmo cuando volvió a visitar Latinoamérica en 1954. Su misión de crear una actitud positiva entre la opinión pública hacia los Estados Unidos se había visto seriamente dañada por lo que Coleman describió como «el derrocamiento del régimen de Arbenz en Guatemala con apoyo norteamericano, en junio de 1954, y la consiguiente explosión de pasiones antiyanquis». En su informe a la central parisina del Congreso, Gorkin afirmó: «Quedé sorprendido por la casi unánime y violenta reacción de los elementos liberales […] a favor de Arbenz […] cualquiera que ondee la bandera antiimperialista puede asegurarse un gran apoyo»[98]. El 30 de enero de 1978, Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista Español, declaró al diario El País que Gorkin estaba involucrado en numerosos asuntos en los cuales la CIA había participado a su vez[99]. Algunos meses más tarde, Gorkin publicó, con cierta extensión y en el mismo periódico, un desmentido incondicional de lo que consideraba una «afirmación difamatoria». «Sencillamente me habría encogido de hombros», continuaba Gorkin, «si se tratase sólo de mi persona; pero siento dentro de mí, apoyándome, el recuerdo de organizaciones prestigiosas —españolas e internacionales—, de numerosas personalidades intelectuales que pusieron su confianza en mí y es obvio que no puedo permitirme este gesto de desprecio». A partir de ahí seguía hablando de Abd-el-Krim, el asesinato de Trotski, Wenceslao Carrillo y Palmiro Togliatti, hasta que, después de muchos párrafos, comenzaba a aproximarse a la realidad: «Permítanme ahora que desbarate el cuento de hadas de Santiago Carrillo sobre “mis asuntos con la CIA”». En este punto comenzaba a divagar como antes, sobre la reunión del Congreso en Berlín en 1954, sobre Cuadernos, la conferencia de Munich en junio de 1962 y Salvador de Madariaga. Por fin conseguía volver al asunto en cuestión del siguiente modo: «¿Quién financió el Congreso? ¿Sus actividades? ¿Sus publicaciones? Esto no es un secreto para nadie: al principio, las organizaciones sindicales norteamericanas; posteriormente la Fundación Ford, la Fundación Rockefeller, la Fundación Fairfield, el Comité Suizo de Zurich, el Deutscher Künstlerbund de Berlín». En el curso de este vacuo y desatinado discurso, no se olvidaba de recordamos que él, Julián Gorkin era «un revolucionario profesional, como lo concibió Lenin», y en cierto punto llegaba a admitir que uno de los funcionarios del Congreso, en efecto, había pertenecido a la CIA, y que este hecho había sido aireado «principalmente en círculos comunistas». El final del artículo era políticamente correcto y… lacrimoso: Hay una cosa que me inquieta a la vez que me llena de orgullo: la última carta escrita por el gran liberal español universal, don Salvador de Madariaga, afectuosa como eran todas sus cartas, iba dirigida a mí. Juntos recorrimos los caminos de este mundo; juntos defendimos, desde los años cincuenta en adelante, el federalismo europeo y la libertad para los pueblos de nuestra España. Que esta carta —y muchas otras del hombre más ilustre de nuestro tiempo— me sirva como escudo contra esta terrible calumnia[100]. Carrillo tenía razón y Gorkin debía de estar totalmente alejado de la realidad si pensaba que podía negar un hecho tan bien documentado en periódicos y libros, Gorkin tenía razón al decir que el Congreso por la Libertad de la Cultura estaba financiado por sindicatos norteamericanos y por varias fundaciones de América y Europa Occidental. Lo que se olvidó de añadir, aunque debía de saberlo mucho mejor que la mayoría, era que estas instituciones habían recibido anteriormente de la CIA la mayor parte del dinero que generosa y públicamente donaban al Congreso. Este dato de la vida americana fue ampliamente difundido en los Estados Unidos y Gran Bretaña, así como en Francia y Alemania, entre 1964 y 1966, y parece increíble que El País publicase esta «Tribuna Libre» sin ningún comentario. Lo que sorprende menos es que Gorkin tratase de esconderlo. Algunos meses más tarde, Gorkin escribió a Bolloten incluyendo una copia del artículo de El País, «el principal periódico en España hoy en día, el más independiente, el más leído». Le explicaba lo siguiente: «Comprenderá usted que tras 62 años de lucha, de los cuales he pasado 52 en el exilio, en tres etapas de mi vida, no podía admitir estas acusaciones o calumnias por parte de este cínico individuo». Cuesta creer que Bolloten no estuviera al tanto de la financiación del Congreso por parte de la CIA, así como del consiguiente escándalo en los últimos años de la década de los sesenta, ni que tampoco lo estuvieran los redactores de El País. Pero cuando Bolloten recibió una copia de la «Tribuna Libre» que le envió Gorkin, le contestó (5 de agosto de 1980) agradeciéndole encarecidamente su «magnífica respuesta a la difamatoria afirmación del gran calumniador Santiago Carrillo, que comenzó su aprendizaje hace medio siglo en la escuela estalinista y que no ha cambiado desde entonces»[101]. De todos los intelectuales y «revolucionarios profesionales» que trabajaron para el Congreso, Gorkin fue el único, que yo sepa, que negó las irrefutables pruebas de esta incómoda y escandalosa situación. El Congreso por la Libertad de la Cultura había estado realmente alimentado económicamente por la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Cuando este hecho se convirtió en algo perfectamente sabido, el Congreso de desintegró y con él la base propagandística de Gorkin. Hay más datos sobre la ira demostrada por Gorkin ante el artículo de Carrillo en el libro de David Wingeate Pike, In the Service of Stalin: «él [Gorkin] estaba furioso con Carrillo por su insinuación de que estaba apoyado económicamente por los servicios de espionaje de los Estados Unidos»[102]. En el libro de Coleman queda muy claro que Gorkin sabía quién le estaba pagando y qué debía hacer. El propio Gorkin estaba tan avergonzado de su relación con la CIA que decidió negarlo públicamente. Bolloten quitó hierro a la labor de Gorkin después de la Guerra Civil, describiéndola tan sólo en relación con el pasado; como «miembro del comité ejecutivo del POUM» y «opositor izquierdista de la política soviética en España». No mencionó los Cuadernos entre las publicaciones que había consultado de una larga lista de más de trescientos títulos que ocupaba seis páginas impresas; en ningún lugar mencionaba el Congreso o la conexión de Gorkin con la CIA. Lo que tenía más valor para la CIA, mucho más que los inofensivos Cuadernos, era el incesante esfuerzo de Bolloten por revisar la historiografía de la Guerra Civil española. Desde esta perspectiva, el libro de Bolloten, en sus tres variantes, fue la obra maestra de la labor encubierta de Gorlrin para la CIA. ¿Qué actividades censurables estaba realizando Gorkin en París? Estaba falsificando elementos de la historia de la Guerra Civil española. No había ninguna razón justificable para que el gobierno de los Estados Unidos, incluso en las gélidas condiciones de la Guerra Fría, financiase una concepción poumista del conflicto español. Durante la Guerra Civil, el gobierno norteamericano ya había traicionado sus principios democráticos y posteriormente, como si hubiera entrado en una caída libre, tras la Segunda Guerra Mundial y a pesar de los signos de hostilidad manifestados por el presidente Truman hacia el régimen de Franco en la Conferencia de Potsdam en 1945, adaptó su política hacia España a las exigencias de la Guerra Fría, sin tener en cuenta los derechos de los españoles. No deberíamos olvidar que Gorkin no era el «delegado español» del Congreso. España estaba fuera del alcance de Gorkin, si no de la CIA. Gorkin no era el hombre ideal para la propaganda de los Estados Unidos en Latinoamérica; pero probablemente era imposible encontrar un latinoamericano auténtico que se hubiera arriesgado a promocionar la propaganda yanqui al sur del Río Grande. El nombramiento de Gorkin se produjo sin duda por tratarse del hombre apropiado en el momento apropiado. Su currículum vitae era extremadamente anticomunista y él tenía una cierta experiencia periodística. Sobre todo, mantenía buenas relaciones con Jay Lovestone e Irving Brown, de la AFL, así como con representantes de la CIO. Había estado negociando con dichas personas, incluso antes de salir de México en 1948. Su descubrimiento del Campesino en Teherán y su inteligente explotación de las posibilidades que esto planteaba lo convirtieron en el hispanohablante adecuado en ese momento para la AFL, la CIO y la CIA. ¿No fue acaso debido al heroísmo y la nobleza que, asociados en la opinión pública mundial con la resistencia republicana al fascismo, se convirtieron en uno de los únicos activos intelectuales y morales que le quedaban a la izquierda europea después de la declaración de la Guerra Fría, por lo que el CFF, inspirado por la CIA, le permitió a su «delegado latinoamericano» que centrara sus esfuerzos, no en los apremiantes problemas de Centro y Suramérica, sino en la Guerra Civil española, para dedicar su tiempo a vilipendiar uno de los capítulos más importantes de la humanidad en su batalla contra el fascismo? Pero, como demuestra Coleman, que estaba trabajando en los archivos del Congreso, las actitudes de éste estaban generalmente cerca de las posiciones antisoviéticas de Gorkin y del POUM. Esto les permitía mostrar un semblante izquierdista y justificar frases como la siguiente: «la misión del Congreso por la Libertad de la Cultura… era obviamente antifascista así como anticomunista». Y «muchos de sus seguidores habían sido refugiados de la Alemania de Hitler […] de la Italia de Mussolini […] o de la España de Franco (Julián Gorkin, Salvador de Madariaga). A lo largo de su existencia, el congreso luchó contra los dictadores de la derecha como Francisco Franco o Antonio Salazar»[103]. Coleman escribió a su vez sobre «la traición del Frente Popular en España»[104], en referencia a la traición de los comunistas españoles y de la Unión Soviética, no a la traición de Franco, Mussolini y Hitler. Los razonamientos de Gorkin eran similares. Le había enviado a Bolloten un ejemplar de su libro Les communistes contre la révolution espagnole, un simple refrito de sus anteriores libros, y Bolloten le contestó el 8 de octubre de 1978 que le estaba costando bastante encontrar un editor para publicarlo en los Estados Unidos. En respuesta, Gorkin filosofaba (16 de octubre) del siguiente modo: «¿Podría ser que la terrible experiencia del asesinato a sangre fría del martirizado pueblo español ya no interese a nadie?». Por el contexto de la carta, parece evidente que el martirio lo cometieron los republicanos españoles y no Franco y sus aliados. No es mi intención discutir la guerra de propaganda entre la Unión Soviética y los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Mi interés concreto se centra en la labor emprendida por Gorkin para deformar y mistificar la historiografía de la Guerra Civil española mientras la CIA le pagaba a través de los circuitos del Congreso por la Libertad de la Cultura. Gorkin no era un espía de capa y espada y no conocemos todos los detalles de cómo su colaboración con El Campesino y su atiento a los escritos de Castro Delgado y de Jesús Hernández encajaban en el programa del Congreso. Una posible clarificación consistiría en que, ya que la CIA y su filial, el Congreso, ejercieron juntos una gran influencia mundial en las causas de la derecha, éste atrajera hacia sí a todas aquellas personas interesadas en desprestigiar a los republicanos españoles. Entre los principales candidatos para esta clase de trabajo se encontraban Julián Gorkin y Burnett Bolloten. En el movimiento de la résistance española (la lucha contra Franco y los mercenarios de Marruecos, la Legión Condor de los nazis alemanes y la infantería y la aviación italianas) hubo hombres y mujeres tan dignos de nuestra admiración y respeto como cualquiera de los pertenecientes a los otros movimientos de la résistance en Europa, y su causa, la resistencia contra el fascismo, el nazismo y el falangismo, fue tan noble y heroica como cualquier otra causa antifascista. Por supuesto, Bolloten defiende que la lucha de los republicanos españoles, controlada a veces por los comunistas, no es en realidad respetable. Este principio descalifica la mayor parte de los movimientos antifascistas europeos. El 8 de mayo de 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial, en su fase europea. Se produjo una explosión de alegría en toda la parte de Europa que había sido ocupada por los ejércitos fascistas, por los nacionalsocialistas alemanes, por los fascistas italianos y otros engendros menores como los eslovacos del padre Tiso, y los croatas de Ante Pavelic, los rexistas belgas de Léon Degrelle y los Franceses de la LVF, etc. Estaban contentos en todas partes menos en el país europeo que es España, donde Franco el Conquistador detentaba el poder tras una sanguinaria guerra de más de treinta y tres meses de duración. Paradójicamente, fue en España donde la resistencia a gran escala contra el fascismo se produjo por primera vez. De todos los europeos que se opusieron al fascismo, nadie, y estoy sopesando mis palabras, luchó tan valientemente contra todo pronóstico y durante tanto tiempo como los republicanos españoles. Sus vecinos, o bien estuvieron abiertamente contra ellos o neutralmente en su contra. El único país europeo que ayudó a la República española fue la Unión Soviética (ayuda que fue interpretada por otros como una razón para no ayudar a la república). Francia trató de ayudar. El único otro país que intentó ayudar fue México, aunque no tenía mucho que ofrecer. El país que más podría haber ayudado a la República española era el mío, los Estados Unidos de América. Franklin D. Roosevelt, el mejor presidente norteamericano de este siglo, cedió ante las presiones de la Iglesia Católica (por razones electorales internas, imaginarias más que reales) y permitió que el fascismo consiguiera su victoria más larga e importante. Cuando terminó la Guerra Civil, la opinión pública norteamericana estaba mayoritariamente a favor de la República española. Esta postura comenzó a flaquear tras el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Guerra Fría engrendró una atmósfera irrespirable en los Estados Unidos (y en otros lugares). La Agencia Central de Inteligencia, fundada en 1946, protagonizó un giro definitivo hacia la derecha, que se reflejó en todos los aspectos de la vida americana. El FBI consideraba que la simple afinidad con la República española era razón suficiente para abrirle una ficha a cualquiera. La modificación en la actitud norteamericana hacia la historiografía de la Guerra Civil española puede encontrarse en un medio tan popular y de tan vasto alcance como es el cine. Un amplio sector de la opinión norteamericana —y posteriormente internacional— se sintió influido por la casi subliminal aparición de un dato biográfico referente al protagonista masculino en varias películas. Los cinéfilos recordarán que, durante la Segunda Guerra Mundial, y durante toda una serie de años después, los protagonistas masculinos de las películas con un fondo histórico contemporáneo solían estar agraciados por un pasado romántico de colaboración con las fuerzas republicanas en la Guerra Civil española. Humphrey Bogart en Casablanca representaba a un hombre que había luchado con los republicanos en la Guerra Civil española. Posteriormente, se le dotó del mismo pasado en Cayo Largo y en otras películas. Uno de los papeles más aplaudidos de Gary Cooper fue el de Robert Jordán en Por quién doblan las campanas. En la película de 1946 La dama de Shanghai, protagonizada por Orson Welles y Rita Hayworth, hay una escena en la que el rico amigo de Hayworth declara que había formado parte de un comité pro Franco durante la Guerra Civil. Welles (un aventurero llamado O’Hara) le contesta diciendo que durante la Guerra Civil había matado a un hombre en Murcia por ser un espía de Franco. El malo estaba a favor de Franco y el bueno a favor de los republicanos. Dicha tendencia prorepublicana no duró demasiado. En 1950, el senador Joseph McCarthy comenzó su campaña contra los subversivos en el gobierno. La HUAC (Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso) comenzó a realizar una labor en paralelo y así comenzó la caza de «rojos». En Hollywood, el guionista de Casablanca fue incluido en la lista negra y Orson Welles tuvo que realizar gran parte de su trabajo fuera de Hollywood. Directores conocidos como Joseph Losey y Jules Dassin tuvieron que buscar trabajo en Europa. La situación en el mundo del cine no era más que un reflejo de la vida americana. El libro de Bolloten, en sus tres versiones, representa un ataque a gran escala contra todos los movimientos de la resistencia en Europa. La historia de la Guerra Civil española, si la consideramos en el contexto de los anales del siglo, se transforma en la historia de la primera gran agresión armada de un poder fascista contra un gobierno democráticamente elegido, la crónica de la primera acción defensiva contra la plaga fascista. Bolloten trata de desvirtuar esta idea haciendo hincapié en el crecimiento y la influencia de los comunistas durante la contienda. Este argumento, si lo aplicamos a toda la Europa ocupada, constituye una denegación de cualquier justificación para una guerra a escala mundial contra los poderes fascistas. La victoria contra el nazismo y el fascismo no se habría conseguido jamás sin la ayuda de los comunistas en toda Europa. Fue una victoria de las fuerzas opuestas al fascismo en Alemania, Italia y en otras partes de Europa. (Desgraciadamente, España quedó excluida). Résistance quería decir la resistencia al fascismo. Los movimientos de resistencia en Europa, tras la caída de Francia, movimientos contra los ocupadores nazis, siguieron indefectiblemente el patrón español. La Guerra Civil española fue una guerra contra el fascismo y no puede separarse de otras luchas antifascistas que la siguieron. Cuando se dice que la Guerra Civil española fue la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué hilo conductor une a las dos? La lucha antifascista. Esta cuestión puede ilustrarse con la historia de un amigo mío, el coronel Henri Rol-Tanguy, un comunista francés que destacó primero en las Brigadas Internacionales y posteriormente en los combates de la resistencia para la liberación de París. Ha recibido dos de las más altas condecoraciones que Francia concede a sus héroes. Para Rol-Tanguy, la resistencia en España y la resistencia en Francia fueron el mismo combate. Otro ejemplo es la historia del profesor Bemard Knox, que ahora es un conocido especialista en lenguas clásicas en los Estados Unidos. Knox luchó con los franceses en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española y posteriormente con los partisanos en Italia, en la Segunda Guerra Mundial. La Guerra Civil española fue el primer enfrentamiento en la epopeya antifascista. El esfuerzo derrochado por Bolloten para negar este hecho fundamental de la historia del siglo XX resta cualquier sentido permanente a sus libros. Notas [1] Quisiera agradecer a la Fundación Cañada Blanch su generoso apoyo a este libro, así como la investigación individual de los diversos colaboradores. << [2] Véase Paul Preston, The Spanish Civil War 1936-1939 (Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1986), págs. 1-7. << [3] Entre los libros publicados en 1986 podemos mencionar: Images of the Spanish Civil War, con una introducción de Raymond Carr (Londres: George Alien & Unwin); No Pasarán: Photographs and posters of the Spanish Civil War, ed. Francés Morris (Bristol: Arnolfini); Cockburn in Spain: Despatches from the Spanish Civil War, editado por James Pettifer (Londres: Lawrence & Wishart); Voices from the Spanish Civil War: Personal recollections of scottish volunteers in Republican Spain 1936-39, ed. Ian MacDougall (Edimburgo: Polygon Press); Walter Gregory, The shallow grave: A memoir of the Spanish Civil War (Londres: Víctor Gollancz) e International Brigade memorial archive: Catalogue 1986 (Londres: Marx Memorial Library). Se reeditaron las siguientes obras: Raymond Carr, The Spanish Civil War (Londres: Weidenfeld & Nicolson, publicado por vez primera en 1977) y Hugh Thomas, The Spanish Civil War (Londres: Hamish Hamiltón, publicado por vez primera en 1961). La obra de síntesis fue mi libro sobre la guerra (véase nota 2). << [4] Véase Cari Geiser, Prisoners of the Good Fight: The Spanish Civil War 1936-1939 (Westport, Connecticut: Lawrence Hill & Co.) y Marión Merriman y Warren Lerude, American Commander in Spain: Robert Hale Merriman and the Abraham Lincoln Brigade (Reno: Univ. of Nevada Press). << [5] La tendencia hacia una concepción de la historia de la Guerra Civil «exenta de valores» fue explicada por Juan Luis Cebrián, «Para una nueva cultura política», su introducción a la colección de artículos publicada, don motivo del cincuenta aniversario de la Guerra Civil, por el periódico del cual él era director entonces, La guerra de España 1936-1939 (Madrid: El País, 1986). La imposibilidad de olvidar el pasado se demuestra tanto en el volumen con ocasión del cincuenta aniversario titulado Historia 16, La guerra civil, ed. Julio Aróstegui et al., 24 vols. (Madrid: Información y Revistas, 1986-88) como en las actas de un importante congreso celebrado en Salamanca en septiembre de 1986 (Julio Aróstegui, Historia y memoria de la guerra civil, 3 vols., Valladolid: Junta de Castilla y León, 1988). << [6] Véase, por ejemplo, Francisco Moreno Gómez, La guerra civil en Córdoba (1936-1939) (Madrid: Editorial Alpuerto, 1985). << [7] Véase Joan Villarroya i Font, Els bombardeigs de Barcelona durant la guara civil (1936-1939) (Barcelona: Abadia de Montserrat, 1981); Hilari Raguer, Divendres de Passió: Vida i mort de Manuel Carrasco i Formiguera (Barcelona: Abadia de Montserrat, 1984); Josep M. Solé i Sabaté, La repressió franquista a Catalunya, 1938-1953 (Barcelona: Edicions 62, 1985); Josep Massot i Muntaner, Vida i miracles del «Conde Rossi»: Mallorca, agost-desembre 1936, Málaga, generfebrer 1937 (Barcelona: Abadia de Montserrat, 1988) y Georges Bernanos i la guerra civil (Barcelona: Abadia de Montserrat, 1989); Josep M. Solé i Sabaté y Joan Villarroya i Font, La repressió a la reraguarda de Catalunya (1936-1939), 2 vols. (Barcelona: Abadia de Montserrat, 1989-90). << [8] Julián Casanova, Ángela Cenarro, Julita Cifuentes, María Pilar Maluenda y María Pilar Salomón, El pasado oculto: Fascismo y violencia en Aragón (1936-1939) (Madrid: Siglo XXI, 1992); María Cristina Rivera Noval, La ruptura de la paz civil: Represión en la Rioja (1936-1939) (Logroño: Instituto de Estudios Riojanos, 1992); Julio Cifuentes Chueca y Pilar Maluenda Pons, El asalto a la República: Los orígenes del franquismo en Zaragoza (1936-1939) (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1995); Vicent Gabarda, Els afusellaments al País Valencià (Valencia: (1938-1936) Edicions Alfons el Magnànim, 1993); Francisco Cobo Romero, La guerra civil y la represión franquista en la provincia de Jaén 1936-1930 (Jaén: Diputación Provincial, 1993); Encarnación Barranquero Texeira, Málaga entre la guerra y la posguerra: El franquismo (Málaga: Editorial Arguval, 1994); Matilde Eiroa San Francisco, Viva Franco: Hambre, racionamiento, falangismo. Málaga 1939-1942 (Málaga: Artes Gráficas Aprisa, 1995). << [9] El pionero en este aspecto fue Ángel Viñas; véase su obra La Alemania nazi y el 18 de julio (Madrid: Alianza Editorial, 1974) y El oro de Moscú: Alfa y omega de un mito franquista (Barcelona: Grijalbo, 1979). Más recientemente algunos trabajos importantes se deben a Ismael Saz Campos, Mussolini contra la II República: Hostilidad, conspiraciones, intervención (1931-1936) (Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1986); Enrique Moradiellos, Neutralidad benévola: El gobierno británico y la insurrección militar española de 1936 (Oviedo: Pentalfa, 1990); y Juan Avilés Parré, Pasión y farsa: Franceses y británicos ante la guerra civil española (Madrid: Eudema, 1994). << [10] Paul Preston, «The Great Civil War: European Politics, 1914-1945», en The Oxford Histoiy of contemporary Europe, ed. Tim Blanning (Oxford: Oxford U. P., 1995), págs. 148-181. << [11] Sobre la afinidad de Franco hacia las potencias del eje después de la Guerra Civil, véase Denis Smyth, Diplomacy and Strategy of Survival: British Policy and Franco’s Spain, 1940-41 (Cambridge: Cambridge U. P., 1986), pássim y Paul Preston, Franco. Caudillo de España (Barcelona: Grijalbo-Mondadori, 1994), págs. 404-663. << [12] Véase Paul Preston, La política de la venganza: El fascismo y el militarismo en la España del siglo XX (Barcelona: Ediciones Península, 1997). Págs. 57-81. << [1] Records of Leading Personalitics in Spnin, 7 de enero de 1936. Archivo del Foreign Office (Foreign Office Records), serie 425 (Confidential Prints), legajo 413, documento W245. En adelante se citará abreviadamente: FO 425/413 W245. Excepto que se mencione otra cosa, todos los archivos británicos citados se hallan en el Public Record Office (Kew, Surrey). Para una completa y detallada biografía de Franco véase Paul Preston, Franco. Caudillo de España (Barcelona: Grijalbo, 1994). << [2] Un análisis detallado del asunto en Enrique Moradiellos, Neutralidad benévola: El gobierno británico y la insurrección militar española de 1936 (Oviedo: Pentalfa, 1990), cap. 3. Cfr. Douglas Little, Malevolent Neutrality: The United States, Great Britain and the Origins of the Spanish Civil War (Ithaca: Cornell University Press, 1985). << [3] Minuta de Mr. Shuckburgh, 30 de mayo de 1936. Archivo del FO, serie 371 (General Correspondence), legajo 20 522, documento W4919. En adelante: FO 371/20 522 W4919. En un despacho de Chilton al Foreign Office el 22 abril, el embajador mencionaba el rumor de que tras un golpe militar, «o bien el general Franco o el general Goded» sería «el dictador». FO 371/20 521 W3720. << [4] Despacho de Mr. Monck-Mason (cónsul en Tetuán) y telegrama de Chilton (desde San Sebastián), 18 y 19 de julio de 1936. FO 371/1052 3 W6702 y W6626. << [5] Despacho de Mr. Monck-Mason, 21 de julio de 1936. Telegrama del gobernador de Gibraltar, 22 de julio de 1936. Telegrama del secretario de Embajada, 21 de julio de 1936. FO 371/20 523 W6758, W6747 y W6575. Acta de la reunión del gabinete británico, 22 de julio de 1936. Archivo del Gabinete (Cabinet Office Records), serie 23 (Cabinet Minutes and Conclusions), legajo 85. En adelante: CAB 32/85. Cfr. E. Moradiellos, op. cit., págs. 147 y ss. Sobre el conjunto de la política británica durante la guerra, véanse Juan Avilés, Pasión y farsa. Franceses y británicos ante la guerra civil española (Madrid: Eudema, 1994), Jill Edwards, The British Government and the Spanish Civil War (Londres, Macmillan, 1979); y Enrique Moradiellos, La perfidia de Albión. El gobierno británico y la guerra civil española (Madrid: Siglo XXI, 1996). << [6] Despachos de Mr. Monck-Mason, 24 y 30 de julio de 1936. FO 371/20 524 y 20 525, W6989 y W7492. << [7] Parliamentary Debates. House of Commons, 31 de julio de 1936, columna 1891. Actas del comité de política exterior (limitado a los ministros más importantes y encargado de evaluar la estrategia diplomática del país). Archivo del Gabinete, serie 27 (Committee on Foreign Policy), legajo 622. En adelante: CAB 27/622. Sobre el impacto de la guerra en la opinión pública británica, véase el estudio clásico de Kenneth W. Watkins, Britain Divided. The Effects of the Spanisb Civil War on British Political Opinión (Londres: Thomas Nelson, 1963); y el más reciente de Tom Buchanan, Britain and the Spanisb Civil War (Cambridge: Cambridge University Press, 1997). << [8] Minuta de Gladwyn Jebb, funcionario de la sección de relaciones económicas europeas, 25 de noviembre de 1936. FO 371/20 570 W15915. El adjetivo previo pertenece a una carta privada (1 de agosto de 1936) de David Margesson, jefe del grupo parlamentario conservador, a su amigo Neville Chamberlain, entonces ministro de Hacienda y primer ministro in pectore. Recogida en J. Edwards, op. cit., pág. 99. La garantía portuguesa se recoge en un despacho del encargado de negocios británico en Lisboa, 16 de agosto de 1936. FO 371/20 531 W8783. << [9] Telegrama y minutas, 11 de agosto de 1936. FO 371/20 528 W8158. << [10] Telegrama y minutas, 13 y 21 de agosto de 1936. FO 371/20 532 W8997. Actas del gabinete, 2 de septiembre de 1936. CAB 23/85. << [11] Minuta de Mr. Montagu-Pollock sobre los informes de Scott y Pack citados, 9 de octubre de 1936. FO 371/20 540 W12454. Mr. Pack reiteró sus tesis en un extenso informe (30 de octubre de 1936) donde señalaba: «cuando la guerra haya terminado, España tendrá unas necesidades de importación muy superiores a sus requerimientos normales. Al mismo tiempo, la guerra habrá dislocado seriamente el comercio exportador del país. El electo será una fuerte tendencia a una balanza comercial desfavorable. El país carecerá de divisas y tendrá una grave necesidad de grandes créditos exteriores, pese a que las garantías que España pueda ofrecer para ellos dependerán en gran medida de lo que pase con sus reservas de oro. En cualquier caso, el país obvio donde conseguir tales créditos será Gran Bretaña. La conclusión es que, en el futuro, estaremos en una posición fuerte para negociar cualquier acuerdo comercial con el nuevo gobierno español, incluso aunque podamos haberle ofendido durante la guerra». FO 371/20 519 W14919. << [12] Carta procedente del archivo particular de Sir Winston Churchill, custodiado en el Churchill College (Cambridge), Churchill Archives Centre, Chartwell Trust, serie 2 (Correspondencia política), legajo 257. CHAR 2/257. << [13] Reproducido en Documents on Britisb Foreign Policy, 1918-1945, Serie 2, vol. XVII, Londres, H. M. S. O., 1979, apéndice II, págs. 779-780. << [14] «Some Remarles on Sir Robert Vansittart’s Memorandum», enero de 1937. Archivo del Gabinete, serie 63 (Hankey Papers), legajo 5. CAB 63/51. Sobre las tentativas de Eden para modificar la política hacia España del gabinete véanse las actas de la reunión del Comité de Política Exterior del 8 de enero de 1937. CAB 27/628. << [15] Actas del gabinete, 3 de marzo de 1937. CAB 23/87. La cita previa es de una minuta de Mounsey escrita el 3 de abril de 1937. FO 371/21 288 W6244. << [16] Minuta de Lord Cranborne, 28 de junio de 1936. Archivo del Foreign Office, serie 800 (Private Collections), legajo 296 (Cranborne Papers). Fo 800/296. Despacho de Eden para el embajador en Lisboa, 28 de junio de 1936. Fo 425/414. << [17] Minuta, 13 de julio de 1937. FO 371/21 295 W12237. << [18] FO 371/21 298 W14857. << [19] Despacho de Hodgson, 1 de febrero de 1938. FO 425/415. Hodgson, un diplomático retirado que había pasado gran parte de su vida en Rusia y era profundamente anticomunista, redactaría unas memorias de su gestión que denotaban su simpatía por el bando franquista: véase Spain Resurgent (Londres: Hutchinson, 1953). << [20] Mensaje del General Franco, 3 de julio de 1938. FO 800/323 («Halifax Papers»). La cita previa en The Diplomatic Diaries of Oliver Harvey, 1957-1940 (Londres: Collins, 1970), pág. 148. Lord Phillimore era el presidente de The Friends of National Spain, activo grupo de presión favorable a los nacionalistas que se había constituido en Londres en junio de 1937. Cff. E. Moradiellos, La perfidia de Albión, pág. 191. << [21] Memorándum del conde de Torrellano, «Consideraciones sobre la futura política internacional de España», 20 de mayo de 1938. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, serie «Archivo Renovado», legajo 834, expediente 31. AMAE R834/31. << [22] Despacho del embajador británico en París, 9 de noviembre de 1938. FO 371/22 631 W14907. Carta privada de Chetwode a Halifax, 14 de noviembre de 1938. FO 800/323. Informes de los comandantes Mahony (destinado en Burgos) y Richards (destinado en Barcelona), 7 de noviembre y 9 de octubre de 1938. FO 425/415. << [23] Despachos de Peterson, 12 de abril y 9 de junio de 1939. FO 425/416 y FO 371/24 130 W9645. << [24] Despacho y telegrama de Peterson, 3 de mayo y 13 de julio de 1939. FO 371/24 129 y 24 131, W7368 y W10625. << [25] Informe del comandante Mahony, 26 de julio de 1939. FO 371/24 131 W11396. << [26] Memorándum fechado el 19 de mayo de 1939. FO 371/24 159 W8087. << [27] Minuta, 1 de noviembre de 1939. FO 371/23 170 C17246. Entre otros cargos de importancia, Lord Lloyd había sido director del Lloyd’s Bank, alto comisario en Egipto y presidente del British Council. En el gabinete de Churchill de 1940 sería secretario de Estado para las Colonias. << [28] Minuta sobre la prensa española y la neutralidad, 11 de septiembre de 1939. Note from the Naval Staff, Admiralty, 3 de octubre de 1939. Note from the Admiralty, 13 de noviembre de 1939. FO 371/23 170 y 23 171 C13 685, C17 705 y C18477. Cfr. Charles B. Burdick, «Moro: The Resupply of Germán Submarines in Spain, 1939-1942», Central European History, vol. 3, n.º 3, 1970, págs. 256-284. Una visión panorámica y actualizada de la política española durante la Guerra Mundial en Javier Tusell, Franco, España y la Segunda Guerra Mundial. Entre el Eje y la neutralidad (Madrid: Temas de Hoy, 1995). << [29] Despacho de Peterson, 9 de octubre de 1939. FO 371/23 168 C16669. << [30] FO 371/23 168 C16669. << [1] Este trabajo ha contado con la inestimable colaboración, en forma de consejo y materiales, de Lucio Ceva, MacGregor Knox, Ismael Saz y Brian R. Sullivan. << [2] Ángel Viñas, La Alemania nazi y el 18 de julio (Madrid: Alianza, 1977, 2.ª ed.), págs. 308-352; Paul Preston, Franco: A Biography (Londres: Harper Collins, 1993), págs. 154-160. << [3] No está fundamentada la afirmación de Denis Mack Smyth, Mussolini’s Román Empire (Londres: Longman, 1976), pág. 99, según la cual Mussolini tomó su decisión «tan sólo cuando se enteró de que los alemanes se habían comprometido a colaborar». << [4] Maxwell H. H. Macartney y Paul Cremona, Italy’s foreign and colonial policy 1914-1937 (Londres: Oxford U. P., 1938) y C. J. Lowe y F. Marzari, Italian foreign policy 1870-1940 (Londres: Routledge & Kegan Paul, 1975), mencionan tan sólo cuatro veces de pasada la Guerra Civil española. R. J. B. Bosworth, Italy and the Wider World 1860-1960 (Londres: Routledge, 1996), contiene dos referencias. << [5] Generale Mario Montanari, « L’impegno italiano nella guerra di Spagna», en Memorie Storiche Militari 1980 (Roma: Ufficio Storico dello Stato Maggiore dell’Esercito, 1981), págs. 121-152; Lucio Ceva, «Influence de la guerre d’Espagne sur l’armement et les conceptions d’emploi de l’aviation de I’ltalie Fasciste», en Fondation pour les Études de Défense Nationale, Adaptation de l’arme aérienne aux conflits contemporains et processus d’indépendance des arméess de l’Air des origines à la fin de la Seconde Guerre mondiale (París: Service Historique de l’Armée de l’Air, 1985), págs. 191-199; Lucio Ceva, « L’evoluzione dei materiali bellici in Italia», en L’italia e la política di potenza in Europa (1938-1940), ed. Ennio di Nolfo, Romain H. Rainero y Brunello Vigezzi (Milán: Marzorati Editore, 1981), especialmente págs. 359-380; Lucio Ceva, «L’ultima vittoria del fascismo, Spagna 1938-1939», Italia Conternporanea, (septiembre, 1994), n.º 196, págs. 519-535; Lucio Ceva, «Conseguenze politico-militari italo-fascista nella dell’intervento guerra civile spagnola», en La guerra civile spagnola tra política e letteratura, eds. G. S. Sacerdotti, A. Colombo y A. Pasinato (Florencia: Shakespeare & Co., 1995), págs. 215-229; Angelo Emiliani, «Costi e conseguenze dell’intervento italiano nella guerra di Spagna» (trabajo inédito); Brian R. Sullivan, «Fascist Italy’s Military Involvement in the Spanish Civil War», The Journal of Military History, LIX (octubre, 1995), n.º 4, págs. 697-727. << [6] Las deudas del autor con el ejemplar estudio de Ismael Saz Campos, Mussolini contra la II República: Hostilidad, conspiraciones, intervención (1931-1936) (Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1986) se demostrarán en las siguientes notas. << [7] Joaquín Arrarás, Historia de la Cruzada española, 8 vols., 36 tomos (Madrid: Ediciones Españolas, 1939-43), III, pág. 126. << [8] Renzo De Felice, Mussolini il duce: Lo stato totalitario, 1936-1940 (Turín: Einaudi, 1981), pág. 365. << [9] Giordano Bruno Guerri, Galeazzo Ciano: Una vita 1903-1944 (Milán: Bompiani, 1979), págs. 227-229. << [10] John F. Coverdale, Italian intervention in the Spanisb Civil War (Princeton NJ: Princeton U. P., 1975), págs. 72-74. << [11] La versión de Goicoechea aparece en José Gutierrez Ravé, Antonio Goicoechea (Madrid: Celebridades, 1965), págs. 34-36. << [12] Las conversaciones ítalo-germanas mantenidas en Roma y Berlín sobre la Guerra Civil española durante las dos primeras semanas del conflicto tratan de aspectos generales sobre la evacuación de ciudadanos de los respectivos países y sobre los peligros de la injerencia francesa y rusa. Hasta el 4 de agosto no hubo ningún intercambio de información sobre la intervención. << [13] Pedrazzi a MAE, 18 de julio de 1936, Archivio Storico del Ministero degli Affari Esteri (ASMAE), Politica, Spagna, cartapacio II, telegrama 173; 20 de julio de 1936, ASMAE, Spagna Fondo di Guerra (SFG), c.I; José Ignacio Escobar, Así empezó (Madrid: G. del Toro, 1974), págs. 65-66; Coverdale, Italian intervention, págs. 68-69. << [14] Raffaele Guariglia, Ricordi 1922-1946 (Nápoles: Edizioni Scientifiche Italiane, 1949), pág. 325. Su primera mujer había muerto. << [15] 15 Daily Express, 26 de junio de 1938; Luis Bolín, Spain: The Vital Years (Filadelfia: J. B. Lippincott, 1967), págs. 52-54, 159-167; Antonio González Betes, Franco y el Dragón Rapide (Madrid: Ediciones Rialp, 1987), págs. 186-189. << [16] Alfonso XIII a Mussolini, 20 de julio de 1936, I Documenti Diplomatici Italiani, 8.ª serie, vol. IV (Roma: Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato, 1993), págs. 648-649; Bolín, Spain, págs. 167-168; Saz, Mussolini contra la II República, pág. 243. << [17] Yvon de Begnac, Palazzo Venezia: Storia di un regime (Roma: Editrice La Rocca, 1950), págs. 571-584; Guerri, Ciano, págs. 159-185; Mario Donosti, Mussolini e l’Europa: La política estera fascista (Roma: Edizioni Leonardo, 1945), págs. 43-44; Giorgio Pini y Duilio Susmel, Mussolini: L’uomo e l’opera, 4 vols. (Florencia: La Fenice, 1953-55), III, pág. 357. Para conocer un incidente que muestra la depravación sexual de Ciano, véase José Antonio Girón de Velasco, Si la memoria no me falla (Barcelona: Editorial Planeta, 1994), pág. 46. << [18] Drummond a Eden, 12 de junio de 1936, R3491/241/22, en British Documents on Foreign Affairs, Parte II, Serie E, vol. 12 (Washington: University Publications of America, 1992), págs. 60-62. Sobre Grandi, véase Félix Gilbert, «Ciano and his Ambassadors», en The Diplomats 1919-1939, ed. Gordon A. Craigy Félix Gilbert (Princeton: Princeton U. P., 1953), pág. 513; MacGregor Knox, «I testi “aggiustati” dei discorsi segreti di Grandi» y Paolo Nello, «A proposito dei discorsi segreti di Dino Grandi», Passato e Presente: Rivista di Storia Contemporanea, (1987), n.º 13; Paolo Nello, Un fedele disubbidiente: Dino Grandi da Palazzo Chigj al 25 Luglio (Bolonia: Il Mulino, 1993). << [19] [Galeazo Ciano], diario del 27 de octubre y el 20 de noviembre de 1937 ( Ciano’s Diary 1937-1938 [Londres: Methuen, 1952], págs. 25-35). << [20] «Una corte di giovanottini di troppe speranze, malati di snobismo e ambiziosi, molto colti ma inesperti» (Roberto Cantalupo, Fu la Spagna. Ambasciata presso Flanco. FebbraioAprile 1937 [Milán: Mondadori, 1948], págs. 50-52, 67-68)); De Felice, Mussolini il duce: Lo stato totalitario, pág. 340; Gilbert, «Ciano and his ambassadors», págs. 517-518. << [21] Gilbert, «Ciano and Ambassadors», págs. 524-526. << his [22] Bolín, Spain, pág. 168. << [23] Luccardi al Ministero della Guerra, 20 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 640-641. << [24] De Felice, Mussolini il duce: Lo stato totalitario, págs. 364-365. << [25] Luccardi al Ministero della Guerra, 21 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 652. << [26] Roatta a Luccardi, 21 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 651; Alberto Rovighi y Filippo Stefani, La partecipazione italiana alla guerra civile Spagnola, 2 vols., cada uno dividido en dos partes: Testi y Allegati (Roma: Ufficio Storico dello Stato Maggiore dell’Esercito, 1992-93), I, Testo, págs. 76-77. << [27] Luccardi al Ministero della Guerra, 22 y 23 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 659-660, 663. << [28] De Rossi a Ciano, 23 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 664-665. << [29] Ciano le explicó a Cantalupo el episodio de las anotaciones de Mussolini en los telegramas, poco antes de que este último partiera hacia España como embajador ante Franco (Cantalupo, Fu la Spagna, Pág. 63). << [30] Cerruti a Ciano, 22 de julio, ASMAE, Spagna Fondo di Guerra (SFG), c. 12, tel. 7131; 23 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 669-670. << [31] Bolín, Spain, págs. 168-169; Saz, Mussolini, págs. 180-182. << [32] Luccardi al Ministero della Guerra, Ciano a De Rossi, 24 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 686-687. << [33] Ciano a De Rossi, 24 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 687. << [34] Gutiérrez Ravé, Antonio Goicoechea, págs. 34-36. Véase también Arrarás, Cruzada, III, pág. 126. << [35] La versión de Goicoechea aparece en la obra de Gutiérrez Ravé, Antonio Goicoechea, págs. 34-36. Que Goicoechea fuera el autor del documento ha sido cuestionado por Ángel Viñas, La Alemania nazi y el 18 de julio, págs. 308-310. Sin embargo, cuando fue entrevistado por el autor en Madrid en marzo de 1970, Gutiérrez Ravé insistió en que Goicoechea lo había escrito. Para más datos sobre el pacto de 1934, véase How Mussolini provoked the Spanish Civil War: Documentary evidence (Londres: United Editorial, 1938), pássim. << [36] De Felice, Mussolini, pág. 365; Coverdale, Italian Intervention, págs. 72-74. Coverdale acepta completamente el documento de Goicoechea. Para una crítica de ambos, Ismael Saz, «La historiografía italiana y la guerra civil española», en Historia y memoria de la guara civil, ed. Julio Aróstegui, 3 vols. (Valladolid: Junta de Castilla y León, 1988), I, págs. 85-106. La idea de que los españoles pagaron por los aviones persiste en Rovighi y Stefani, La partecipazione italiana, I, Testo, pág. 77; Ferdinando Pedriali, Guerra di Spagna e Aviazione Italiana (Roma: Ufficio Storico dell’Aeronautica Militare Italiana, 1992), pág. 33 y José Luis de Mesa, El Regreso de las legiones (la ayuda militar italiana y la España Nacional 1936-1939) (Granada: García Hispan Editor, 1994), pág. 16. << [37] Juan Ignacio Luca de Tena, Mis amigos muertos (Barcelona: Editorial Planeta, 1971), págs. 25-27; Saz, Mussolini contra la segunda República, pág. 188, n.º 121. << [38] En las exiguas comunicaciones entre Franco y Mola no se menciona en absoluto a Bolín, véase José Manuel Martínez Bande, «Del alzamiento a la guerra civil, verano de 1936: correspondencia Franco/Mola», Historia y Vida (1975), n.º 93. << [39] Escobar, Así empezó, págs. 55-69; Pedro Sainz Rodríguez, Testimonio y recuerdos (Barcelona: Editorial Planeta, 1978), pág. 233. << [40] Colloquio Ciano-Canaris, 28 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 896. Véase también Ramón Serrano Suñer, Entre Hendaya y Gibraltar (Madrid: Ediciones Españolas, 1947), págs. 46-47. << [41] Saz, Mussolini contra la II República, págs. 189-190; Gerald Howson, Aircraft of the Spanisb Civil War 1936-1939 (Londres: Putnam, 1990), págs. 267-268; Ramón Garriga, Juan March y su tiempo (Barcelona: Editorial Planeta, 1976), pág. 380. << [42] Juan Ignacio Luca de Tena, Mis amigos muertos, págs. 25-27. << [43] Sainz Rodríguez, Testimonio v recuerdos, págs. 233-237. << [44] Emilio Faldella, Venti mesi di guerra in Spagna (Florencia: Le Monnier, 1939), pág. 67; Jesús Salas Larrazábal, Intervención extranjera en la guerra de España (Madrid: Editora Nacional, 1974), pág. 31; Coverdale, Italian intervention, págs. 75-76; Mesa, El regreso, pág. 16. En este sentido, resulta reveladora la historia semioficial de la Italia fascista escrita por el general Biondi Morra. Mientras mantiene la ficción de la neutralidad italiana, presenta a Francia y Rusia virtualmente como beligerantes a favor de Franco. Consecuentemente, los italianos, y no su Gobierno, fueron a luchar voluntariamente. Véase Francesco Belforte (seudónimo del general Francesco Biondi Morra), La guerra civile in Spagna, 4 vols. (Milán: ISPI, 1938-39), II, págs. 46-66, 179-185. Afirma a su vez que «la ayuda francesa no era más que otra manifestación de la intevención rusa» (pág. 57). << [45] David Wingeate Pike, Les français et la guerre d’Espagne 1936-1949 (París: Presses Universitaires de France, 1975), págs. 79-93; Clerk al F. O., 24 de julio, 1936, FO371/20 523, W6881/62/41, 25 de julio, 1936, FO371/20 524, W6960/62/41. << [46] Cerruti a Ciano, 22 de julio, 1936, Pedrazzi a Ciano, 26 de julio, DDI, 8.ª, IV, págs. 656-657; Saz, Mussolini, págs. 198-201 y 210. << [47] Dino Grandi, Il mio paese: Ricordi autobiografíci (Bolonia: Il Mulino, 1985), págs. 415-416. << [48] Ismael Saz, «El fracaso del éxito: Italia en la guerra de España», en Espacio, Tiempo y Forma: Revista de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Serie V, Historia Contemporánea, tomo V (Madrid: UNED, 1992), págs. 105-111; Jill Edwards, The British Government and the Spanish Civil War, 1936-1939 (Londres: Macmillan, 1979), págs. 16-20, 101-105. << [49] Luccardi al Ministero della Guerra, 27 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 706-707. << [50] Ingram a Eden, 28 de julio de 1936, Documents on British Foreign Affairs 1919-1939, Segunda Serie, vol. XVII, págs. 31-32. << [51] Publicada el 30 de julio pero realizada el 28 de julio (Pike, Les français, pág. 92). << [52] Le dijo a su esposa que «el bolchevismo en España significa bolchevismo en Francia, que implica tener el bolchevismo al lado y la amenaza de que Europa se haga bolchevique» (Raquele Mussolini, My Life witb Mussolini [Londres: Robert Hale, 1959], pág. 91). Véase también Belforte, La guerra civile, II, págs. 303-307. << [53] Colloquio di Ciano con Von Hassell, 25 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 696-697; Hassell a Wilhelmstrasse, 6 de agosto de 1936, Documents on Germán Foreign Policy, Serie D, vol. III (Londres: H. M. S. O., 1951), págs. 30-31. << [54] Berardis a Ciano, 23 de julio de 1936, ASMAE, Spagna Fondo di Guerra (SFG), c. 12, tel. 2295/906, reimpreso DDI, 8.ª, IV, págs. 675-677; Saz, Mussolini, págs. 206-207. << [55] De Rossi a Ciano, 25, DDI, 8.ª, IV, págs. 690-691. << [56] << Pedriali, Guara di Spagna, pág. 33. [57] Ferdinando Bargoni, L’impegno navale italiano durante la guerra civile spagnola (1936-1939) (Roma: Ufficio Storico della Marina Militare-USM, 1992), pág. 67. << [58] Ciano a De Rossi, De Rossi a Ciano, 27 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 705-706. << [59] Servizio Informazioni Militare al Ministero degli Esteri, 27 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 707. << [60] MacGregor Knox, «Il fascismo e la politica estera italiana», en La politica estera italiana (1860-1985), eds. Richard J. B. Bosworth y Sergio Romano (Bolonia: Il Mulino, 1991), pág. 326. << [61] Bolín, Spain, págs. 169-171; Ciano a De Rossi, 28 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 710; Saz, Mussolini, págs. 181-191; Roberto Cantalupo, Fu la Spagna, pág. 63. << [62] Valle voló con ellos durante la primera parte del viaje, según afirman Rovighi y Stefani, La partecipazione italiana, I, Testo, pág. 78. Sin embargo, ni el historiador oficial de las Fuerzas Aéreas italianas ni Bolín en sus memorias mencionan este particular. Véase Pedriali, Guerra di Spagna e Aviazione Italiana, págs. 34-35; Bolín, Spain, págs. 170-171; Howson, Aircraft of the Spanish Civil War, págs. 273-275 . << [63] Pedriali, Guerra di Spagna, págs. 34-35; Rovighi y Stefani, La partecipazione italiana, I, Testo, pág. 78; Bolín, Spain, págs. 170-171; Howson, Aicraft of the Spanish Civil War, págs. 273-275. << [64] Vitetti a Ciano, 29 de julio, 3 de agosto, Ciano a Vitetti, 30 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 711-713, 719-720, 736-737; Saz, Mussolini, págs. 204-205. << [65] Vitetti a Ciano, 3 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 739. << [66] El 23 de enero de 1937, Galeazzo Ciano, L’Europa verso la catastrofe (Milán: Mondadori, 1948), pág. 136. << [67] Vitetti a Ciano, 6 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 773-774. << [68] Cantalupo, Fu la Spagfta, págs. 61, 63, 75. << [69] Drummond a Eden, 31 de marzo de 1937, R2340/1/22, BDFA, Serie F, vol. 13, pág. 21. << [70] Shuckburgh a Vansittart, 30 de mayo, FO371/20 522, W4919/ 62/41; Vitetti a Ciano, 8, 9 de agosto, DDI, 8.ª, IV, págs. 775, 783; Ingram a Eden, 13 de agosto y minuta de Shuckburgh, 21 de agosto de 1936, FO371/20 532, W8997/62/41. Véase también Coverdale, Italian intervention, págs. 147-148; Saz, Mussolini, págs. 210-211. << [71] De Felice, Mussolini, pág. 367. Sin embargo, esto no es lo mismo que aceptar la afirmación de De Grandi, quien opinaba que era una cuestión de «aiuti modesti e con una testimonianza di simpatia appena apprezzabile» (Grandi, Il mio paese, pág. 418). << [72] De Rossi a Ciano, 31 de julio de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 728-729; Pedriali, Guerra di Spagna, págs. 35-36 . << [73] Cambon a Eden, 2 de agosto, Eden a Cambon, 3 de agosto de 1936, FO371/20 526, W7504/62/41. << [74] Clerk al F. O., 7, 8 de agosto de 1936, FO371/20 528, W7964/62/41; W7981/Ó2/41; Thomas a Cadogan, 11 de agosto de 1936, FO371/20 531, W8676/62/41. << [75] Grandi, Il mio paese, pág. 418; conversación entre Eden y Grandi, 25 de noviembre de 1936, FO371/20 550, W16 668/62/41. << [76] Ingram al F. O., 1 de agosto de 1936, FO371/20 526, W7525/62/41. << [77] Colloquio di Ciano con Chambrun, 3 de agosto, Mussolini a Ciano, 5 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs., 738-739, 749-750. << [78] Colloquio di Ciano con Chambrun, 5 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 750; Ciano, L’Europa, págs. 51-52. Ingram al F. O., 4 al 6 de agosto de 1936, FO371/20 526, W7698/62/41 y FO371/20 527, W7921/62/41. << [79] Colloquio di Ciano con Ingram, 6 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 757-758. << [80] Colloquio Ciano/Chambrun, DDI, 8.ª, IV, pág. 785. << [81] Niño D’Aroma, Vent’anni insieme: Vittorio Emanuele e Mussolini (Bolonia: Editoriale Capelli, 1957), pág. 242. << [82] Ingram a Eden, 18 de agosto de 1936, FO371/20 572, W9621/9549/41. << [83] Berardis a Ciano, 6 de agosto de 1936, DD7, 8.ª, IV, págs. 758-762. << [84] SIM a MAE, 5 de agosto, DDI, 8.ª, IV, págs. 751-752. Howson, Aircraft of the Spanish Civil War, pág. 207. El 8 de agosto, Luccardi pudo informar a Roma de que diez Junker habían llegado por aire y que el buque anunciado con el otro material había llegado a Cádiz (Luccardi al Ministero della Guerra, 9 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, pág. 780). << [85] De Rossi a Ciano, 19 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 823-824. << [86] De Rossi a Ciano, 20, 22 de agosto, Luccardi al Ministero della Guerra, 21 de agosto de 1936, DDI, 8.ª, IV, págs. 827, 829, 852-853, 861. << [87] Aldo Albónico, «Acenti critici di parte fascista e cattolica alla “Cruzada”» en Italia y la guerra civil española (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1986), págs. 1-9. Giordano Bruno Guerri, Fascisti: Gli italiani di Mussolini; il regime degli italiani (Milán: Mondadori, 1995), pág. 216. << [88] De Felice, Mussolini, págs. 375-381 ; Saz, «El fracaso del éxito», pág. 114. << [89] Cantalupo, Fu la Spagna, págs. 50, 55-56; Mack Smith, Mussolin’s Roman Empire, pág. 99; Claudio G. Segré, Italo Balbo: A Fascist life (Berkeley/Los Ángeles: Univ. of California, 1987), págs. 342-343; De Felice, Mussolini il duce: Lo stato totalitario, págs. 254-284. << [1] Archivo Federal Alemán Koblenz (BA) R121/842, informe sin fecha ni firma Entwicklung von Juli 1936 bis Dezember 1937; A. Viñas, La Alemania nazi y el 18 de julio, antecedentes de la intervención alemana en la guerra civil española (Madrid: Alianza, 1974 [1.ª ed.]; 1976 [2.ª ed.]), pág. 279. << [2] Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), págs. 292 y siguientes. << [3] Sobre el papel de Bernhardt en el grupo nazi local, véase ibid., págs. 281, 283, 290 y siguientes, y BA R7/738, memorándum sin firmar Entstehung, Entwicklung und gegenwärtiger Stand des ROWAK/SOFINDUS-Konzens 15/3/1940; véase también H. H. Abendroth, Mittelsmann zwischen Franco und Hitler: Johannes Bernhardt erinnert 1936 (Marktheidenfeld: W. Schleunung, 1978), pág. 10. << [4] BA R121/842, informe sin fecha ni firma Entwicklung. << [5] Public Record Office de Londres (PRO) FO371/20 525/7487, Carta, E. Gye a FO, 31/7/1936. << [6] Véase abajo. << [7] M. de Madariaga, «The intervention of Moroccan Troops in the Spanish Civil War», European History Quarterly, XXII (1992), pág. 77. << [8] M. Tuñón de Lara et al., La guerra civil española 50 años después (Madrid: Labor, 1985), pág. 202. El 21 de julio había ya dos cruceros, dos destructores, tres cañoneros y siete submarinos bloqueando la costa del Marruecos español (H. Thomas, The Spanish Civil War [Londres: Penguin, 1988], pág. 231; S. Payne, Politics and the military in modern Spain [Stanford: Stanford U. P., 1967], pág. 353). << [9] Las cifras oscilan entre 40 y 100 aviones. Véase J. Coverdale, Italian Intervention in the Spanish Civil War (Princeton: Princeton U. P., 1975), pág. 68; Tuñón de Lara, op. cit., pág. 205, J. Salas Larrazábal, Intervención extranjera en la guerra de España (Madrid: Editora Nacional, 1974), pág. 63. << [10] Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), pág. 339. << [11] Akten zur deutschen Auwärtigen Politik (ADAP), D, III, doc. 2, 5, Telegrama, Wegener (Tánger) al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, 22/7/1936. << [12] Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), pág. 323. << [13] ADAP, D, III, doc. 10, 11 y siguientes, Memorándum de Dieckhoff, 25/7/1936; Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), pág. 333. << [14] Sobre Bohle, véase D. M. McKale, The Swastika outside Germany (Kent, Ohio: Kent State Univ., 1977), pássim. << [15] << Sobre Kraneck véase ibid pág. 51. [16] Abendroth, «Die deutsche Intervention im spanischen Bürgerkrieg. Ein Diskussionsbeitrag», en Vierteljabreshefte für Zeitgeschichte, I (1982), pág. 120. << [17] Viñas, «El tercer Reich y el estallido de la guerra civil», en Historia 16, VIII (sin fecha), pág. 52; Abendroth, «Die deutsche Intervention», págs. 121 y 126; R. Proctor, Hitler’s Luftwaffe in the Spanish Civil War (Westport: Greenwood Press, 1983), pág. 18. << [18] Viñas, «El Tercer Reich», pág. 54. Para una descripción detallada de los acontecimientos que tuvieron lugar en Alemania justo después de la reunión en Bayreuth, véase el epílogo a Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.). << [19] Viñas, La Alemania nazi, pássim. << [20] W. Schieder, Spaniscber Bürgerkrieg und Vierjahresplan (Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1978), pág. 330. << [21] Véase M. Einhorn, Die ökonomischen Hintergründe der faschistiscben deutschen Intervention in Spanien, 1936-1959 (Berlín: Akademie-Verlag, 1962), págs. 87 y 89. << [22] D. Puzzo, Spain and the Great Powers 1936-1941 (Nueva York/Londres: Columbia U. P., 1962), pág. 47. << [23] Payne, Politics and the Military, pág. 355 y siguiente (basado en C. Foltz Jr., The Masquerade in Spain [Boston: Houghton Mifflin Co., 1948], pág. 46 y siguientes). << [24] Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), pág. 139 y siguientes. << [25] Documents on German Foreign Policy (DGFP), D, III, I, von Bülow a Voelckers, 6 de julio de 1936. Para más información sobre la carrera de Veltjen previa a la Guerra Civil, véase Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), págs. 138 y siguientes y 274 y siguientes; R. Whealey, Hitler and Spain: The Nazi role in the Spanisb Civil War (Lexington: Univ. Press of Kentucky, 1989), pág. 81; H. H. Abendroth, Hitler in der spanischen Arena: Die deutschspanischen Beziehungen im Spannungsfeld der europaischen Interessmpolitik vom Ausbruch des Bürgerkrieges bis zum Ausbruch des Weltkrieges 1936-1939 (Paderborn: Schöningh, 1973), págs. 19 y siguientes. << [26] Véase abajo. << [27] Véase también W. L. Bernecker, «Alemania y la guerra civil española», en España y Alemania en la edad contemporánea, ed. W. L. Bernecker (Francfort am Main: Vervuert, 1992), págs. 138 y siguientes. << [28] Museo Imperial de Guerra, Archivos Krupp (IWM Krupp), documento 15a, AGK a Krupp, 24/4/1936; Krupp a AGK, 28/4/1936; von Bülow a Krupp, 30/4/1936. << [29] Véase la declaración del propio Bernhardt a Abendroth, en Abendroth, Mittelsmann, págs. 32 y siguientes, y «Deutschlands Rolle», pág. 481; Viñas, La Alemania nazi (1.ª ed.), págs. 233 y siguientes. << [30] Abendroth, Mittekmann, pág. 32; Viñas, La Alemania nazi (1.ª ed.), pág. 62; G. Stone, «The European great powers and the Spanish Civil War, 1936-1939», en Paths to war: New Essays on the origins of the Second World War, eds. E. Robertson y R. Boyce (Londres/Basingstoke: Macmillan, 1989), págs. 200 y siguientes; A. Adamthwaite, The making of the Second World War (Londres: Alien & Unwin, 1979), pág. 55. Para una discusión detallada sobre el «motivo anticomunista», véase Bernecker, «Alemania y la guerra civil española», en España y Alemania, ed. W. L. Bernecker, págs. 139-146. << [31] Hitler a Ribbentrop, 26/7/1936, en J. von Ribentropp, Zwischen London und Moskau: Erinnerungen und letzte Aufzeichnimgen (Leoniam-Starnberger See: Druffel Verlag, 1953), pág. 88. << [32] L. Hill, Die Weizsäcker-Papiere, 1933-1950 (Francfort/Main: Propyläen, 1974), pág. 104. << [33] Whealey, «Foreign intervention in the Spanish Civil War», en The Republic and the Civil War in Spain, ed. R. Carr (Londres/Basingstoke: Macmillan, 1971), pág. 215. << [34] Inmediatamente después del estallido de la Guerra Civil, el Gobierno francés comenzó ya a preocuparse por las posibles repercusiones negativas para Francia, en el caso de que los rebeldes triunfaran en España (Abendroth, «Deutschland, Frankreich un der Spanische Bürgerkrieg 1936-1939», en Deutschland and Frankreich 1936-1939, ed. K. Hildebrand y K. F. Werner [Munich: Artemis Verlag, 1981], págs. 453 y siguientes). << [35] Whealey, «Foreign intervention», pág. 219. << [36] Véase, por ejemplo, G. T. Harper, German economic policy in Spain during the Spanish Civil War, 1936-1939 (La Haya/París: Mouton, 1967), págs. 16 y siguientes; Puzzo, Spain and the great powers, págs., 43 y siguientes; G. Weinberg, The foreign policy of Hitler’s Germany I (Chicago: Univ. of Chicago Press, 1970), pág. 289; H. Dahms, La guerra española de 1936 (Madrid: Rialp, 1966), pág. 169. << [37] Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), págs. 385 y 392; Whealey, Hitler and Spain, pág. 7. << [38] Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 41. << [39] BAR7/738, memorándum no firmado Entstebung, 15/3/1940; BA R121/842, informe sin firma ni fecha, Entwicklung; Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), págs. 385 y siguientes. El nombre HISMA puede deberse a una sugerencia de Franco (véase Abendroth, Mittelsmann, pág. 41). << [40] BA R7/738, memorándum no firmado, Entstebung, 15/3/1940; BA R121/842, informe sin firma ni fecha Entwicklung. << [41] Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 41; Whealey, Hitler and Spain, pág. 74. << [42] Archivo Federal de Friburgo (BA/MA) RM20/1222, primer artículo en la lista Sonderdampfer nach Spanien bis einschliesslich 5-1-1937. << [43] BA/MA RL2 IV/1 D1, Informe sobre Unternehmen Feuerzauber, por el general Schweickhard, 8/3/1940; BA/MA RM20/1222; Viñas, La Alemania nazi (2.ª ed.), pág. 392. << [44] BA R121/842, informe sin firma ni fecha Entwicklung. << [45] Whealey, «Foreign intervention», pág. 217. << [46] Para conocer los eventos en torno a la intervención de Italia en la Guerra Civil española, véase el artículo de Paul Preston en este libro, así como Coverdale, Italian intervention, pássim. << [47] ADAP, D, III, doc. 26, 24, carta, Du Moulin al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, 3/8/1936. << [48] En abril de 1938, Nicolás Franco fue nombrado oficialmente embajador español en Lisboa (G. Stone, The oldest ally: Britain and the Portuguese connection, 1936-1941 [Woodbridge: Boydell & Brewer, 1994], pág, 14). << [49] ADAP, D, III, doc. 52, 47, Carta, Du Moulin al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, 22/8/1936; BA/MA RM20/1222, Sonderdampfer nacb Spanien bis einschliesslicb 5-1-1937; Viñas, Guerra, dinero, dictadura: Ayuda fascista y autarquía en la España de Franco (Barcelona: Editorial Crítica, 1984), pág. 56 y siguientes. << [50] ADAP, D, III, doc. 77, 67; véase también Stone, The Oldest Ally, pág. 10. << [51] Stone, The oldest ally, pág. 10. << [52] Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 53. << [53] BA R121/842, informe sin firma ni fecha Entwicklung. << [54] Viñas, La Alemania nazi (1.ª ed.), pág. 434; Abendroth, «Deutschlands rolle», pág. 481. << [55] Para la financiación de la Guerra Civil, véase Viñas, Guerra, dinero, dictadura: Política comercial exterior de España I; «Gold, the Soviet Union and the Spanish Civil War», European Studies Review, IX (1979), págs. 105-128, y «The Financing of the Spanish Civil War», en Revolution and War in Spain 1931-1939, ed. Paul Presión (Londres: Methuen, 1984). Véase también Whealey, Hitler and Spain, y «How Franco financed his warReconsidered», en M. Blinkhorn, Spain in conflict 1931-1939 (Londres: Sage, 1986). << [56] Véase Viñas, Política comercial exterior, pág. 289 para explicaciones detalladas de los préstamos individuales concedidos a Franco durante la Guerra Civil. << [57] Viñas, «The financing of the Spanish Civil War», pág. 279; Viñas, «Gold», pág. 120. El valor de las joyas y monedas requisadas por los nacionalistas, más las donaciones de acciones y bonos, ascendía a 410 millones de pesetas (Whealey, «How Franco financed his war-Reconsidered», pág. 257, n.º 3). << [58] Whealey, «How Franco financed his war-Reconsidered», pág. 244; J. Edwards, The British Government and the Spanish Civil War (Londres/Basingstoke: Macmillan, 1979), pág. 68. << [59] Véase por ejemplo, Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN) PG/DGA192, Carta, HISMA a N. Franco, 23/4/1937. << [60] G. Thomas, Geschichte der deutscben Wehr und Rüsttungswirtschaft (Boppard: Harald Boldt Verlag, 1966), págs. 111 y siguientes. << [61] C. Harvey, «Politics and pyrites during the Spanish Civil War», Economic History Review, XXXI (1992), pág. 92. << [62] Edwards, The British Government, págs. 82, 92, 97. << [63] Sobre el volframio, véase C. Leitz, «Nazi Germany’s struggle for Spanish wolfram during the Second World War», European History Quarterly, XXV (1995), n.º 1, págs. 73-94. << [64] NA II, T83, Reg. 229, Car. 894, informe de I. G. Farben, Spaniens Wirtschaftskräfte, fin de 1939. << [65] BA R121/842, informe sin firma ni fecha Entwicklung. << [66] Viñas, Guerra, dinero, dictadura, pág. 59 (basado en un documento inédito de W. Warlimont, Die deutscbe Beteiligung am spanischen Bürgerkrieg und einige spätere Folgerungen). << [67] Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 124 (basado en un documento de la marina, PG 33 308 en BA/MA). << [68] Viñas, Guerra, dinero, dictadura, pág. 59. << [69] Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 124. << [70] BA/MA RL2 IV/1 D1, Informe sobre Unternehmen Feuerzauber, por el general Schweickhard, 8/3/1940. << [71] BA/MA RL2 IV/1 D1, Informe sobre Unternehmen Feuerzauber, por el general Schweickhard, 8/3/1940. << [72] BA R121/005 300, Informe breve sin fecha sobre la estructura organizativa de HISMA/ROWAK; Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 124. << [73] A comienzos de septiembre, HISMA había asumido a su vez la financiación del servicio de noticias alemán en el territorio nacional (BA R121/842, informe sin firma ni fecha Entwicklung). << [74] Véase Schieder, Bürgerkrieg, pág. 336. << Spanischer [75] A. Kube, Pour le Merité und Hakenkreuz: Hermann Göring im Dritten Reich (Múnich: Oldenbourg, 1987), pág. 157 y siguientes. El cargo de Goering, Plenipotenciario para el Plan Cuatrienal, acabó consolidándose entre finales de 1936 y principios de 1937. << [76] McKale, Swastika, pág. 51. Von Jagwitz dirigió la Oficina de Comercio Exterior junto a Alfred Hess, hermano de Rudolf Hess. << [77] BA R7/738, memorándum sin firma Entstehung, 15/3/1940; ADAP, D, III, doc. 99, 94, Nota de Karl Ritter (AA), 15/10/1936; BA/Pots 25.01/7082, Copia del memorándum sobre una reunión en España, 20/11/1936; FCO AA3176, 682 859 y siguiente, Memorándum sobre el nombramiento de von Jagwitz, 15/10/1936. << [78] BA/MA RW 19/991, Memorándum de Thomas, 9/10/1936. << [79] Véase BA/MA RL2 IV/1 D1, la principal explicación militar de la intervención de Alemania; BA R121/842 y BAR7/738, la explicación de la propia HISMA/ROWAK sobre la historia de su existencia hasta 1940. << [80] BA R121/842, Informe sin firma ni fecha Entwicklung; ibid., Poder del abogado, 29/10/1936. << [81] BA R7/738, Memorándum sin firma Entstebung, 15/3/1940. << [82] BA/MARL2 IV/1 D1, Informe sobre Unternehmen Feuerzauber, por el general Schweickhard, 8/3/1940. << [83] ROWAK entró en el registro berlinés de empresas el 14 de octubre, tras su acuerdo de asociación del día 10 (BA R121/837, Actas en el registro del juzgado del condado de Berlín, 14/10/1936). << [84] << Whealey, Hitler and Spain, pág. 80. [85] BA R2/22, Memorándum de Berger (RFM), 8/10/1938; BA R2/23, Carta, von Jagwitz al Dr. Müller (RFM), 22/12/1938; BA R2/27, auditoría de ROWAK por Deutsche Revisions und Treuhand AG, 31/12/1937; BA R7/738, Memorándum sin firma Entstehung, 15/3/1940; BA R121/819, doc. sobre la sexta reunión del comité consultivo de ROWAK, octubre de 1940 (?); BA R121/832, reunión del comité consultivo de ROWAK, 4/11/1943. << [86] BA R121/12 37, declaración de Bethke a los aliados, 18/8/1945. << [87] << Whealey, Hitler and Spain, pág. 78. [88] ADAP, D, III, doc. 101, págs. 96 y siguientes, Memorándum de Sabath, 16/10/1936. << [89] << Whealey, Hitler and Spain, pág. 79. [90] Ibid, pág. 77. << [91] BA R121/1237, Memorándum de Bethke, 8/2/1937. << [92] Véase arriba. << [93] BA R121/819, Docs. sobre la 6.ª reunión del consejo consultivo de ROWAK, oct. 1940 (?). << [94] BA R121/1237, Informe sin firma (probablemente de von Jagwitz), 26/11/1936. << [95] BA/MA RM20/1483, OKM Allg. «Otto» 4/10/1937-21/8/1939; BA R121/860, Carta, Bethke a Bernhardt, 23/7/1937. << [96] IWM Krupp, Archivo 15a, Memorándum de Vaillant Krupp), 19/11/1937. << [97] BA R121/1237, Tres cartas, ROWAK a Veltjens, 28/4 y 31/5/1937, 10/3/1939; BA R2/19, Carta, ROWAK a Sonderstab W, 22/4/1937, factura n.º 16, 22/3/1937; BA R2/20, Sonderstab W, Facturas n.º 1 y 2, 9/8 y 24/8/1937. Augusto Miranda, uno de los compradores de armas para Franco en Londres, informó a Canaris de que le había comprado armas varias veces al «muy conocido comerciante de armas alemán Veltgens» [sic] (ADAP, D, III, doc. 213, 198, Memorándum de von Dörnberg, 26/1/1937). << [98] BA R2/20, Informe Aufwendungen für Spanien, por Sonderstab W, 6/10/1937; BA R2/27, Informe del Deutsche Revisions und Treuhand AG sobre una auditoría provisional de ROWAK, mayo a septiembre de 1937. << [99] BA R2/27, Demandas de pago de Veltjens por envíos efectuados por ROWAK, 25/11/1937; BA R121/1237, varias facturas de flete emitidas por Veltjens, 1937; AHN PG/DGA1/925, Factura, HISMA a la Dirección General de Adquisiciones 9/10/1937; AHN PG/DGA2/1001, Factura, Hansegesellschaft Aschpurvis & Veltjens a ROWAK, 3/12/ 1937; véase también Whealey, Hitler and Spain, pág. 82. << [100] IWM Krupp, Archivo 15a, Informe sobre una reunión entre directivos de la Carlos Hinderer & Cía y Krupp, 15/10/1937. << [101] ADAP, D, III, doc. 132, 123, Memorándum de Sabath, 27/11/1936. << [102] ADAP, D, III, doc. 163, 153. Telegrama, Karl Ritter (AA) a Faupel, Salamanca, 23/12/1936. << [103] ADAP, D, III, doc. 123, 113 y siguientes, Telegrama, Hans Dieckhoff a todas las misiones diplomáticas alemanas, 17/11/1936. << [104] ADAP, D, III, doc. 180, 170, Telegrama, Embajada Alemana, Salamanca, al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, 1/1/1937. << [105] FCO AA3176/D682 900 y siguiente, Memorándum sin fecha ni firma, probablemente redactado en enero de 1937. << [106] Abendroth, Hitler in spaniscben Arena, pág. 126. << der [107] MAE R1040/14, Carta, Comisión de Hacienda al Ministerio de Asuntos Exteriores nacional, 19/2/1937, y declaración verbal, Jordana a la Embajada alemana, 20/2/1937; Viñas, et al., Política comercial exterior en España, 1931-1975 (Madrid: Banco Exterior de España, 1979), pág. 166. << [108] ADAP, D, III, doc. 223, 207 y siguientes, Memorándum de Felix Benzler (AA), 23/2/1937. << [109] Franco firmó un acuerdo con Italia el 28 de noviembre de 1936, parte del cual trataba cuestiones económicas generales. Ambos Estados se concedieron mutuamente el trato de nación preferente. El Gobierno alemán temía que esto hiciera depender a Franco de Italia, con lo que se debilitaría la posición de Alemania (ADAP, D, III, doc. 142, 132, Telegrama, von Neurath a la Embajada alemana en Roma, 5/12/1936). << [110] ADAP, D, III, doc. 231, 214, Memorándum de Karl Ritter, 17/3/1937; FCO AA 2946H/D576095-100, Memorándum de von Jagwitz, 1/12/1937. << [111] ADAP, D, III, doc. 231, 213 y siguiente, Memorándum de Ritter sobre una conversación con von Jagwitz, 17/3/1937. << [112] Véase especialmente BA R7/3411, Memorándum del Dr. Max Ilgner, 6/4/1937. << [113] Véase FCO/AA 3176/D682984-87, Informe de ROWAK sobre sus primeros 6 meses y medio, 4/5/1937 sobre el rendimiento económico de HISMA/ROWAK. << [114] BA R121/860, Memorándum Durchsetzung nationalsozialistischer Grundsätze in der Wirtschaft, por von Jagwitz, 26/8/1937; FCO AA2946H/D576095-100, Memorándum de von Jagwitz, 13/12/1937. Véase también Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 129. << [115] ADAP, D, III, doc. 263, 248 y siguiente, Telegrama, Faupel al Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, 21/5/1937. << [116] Abendroth, Hitler in spanischen Arena, pág. 130. << der [117] ADAP, D, III, doc. 256, 244 y siguiente, Telegrama, Ritter a la Embajada alemana en Salamanca, 13/5/1937. << [118] ADAP, D, III, doc. 392, 347 y siguiente, Protocolo firmado por Faupel, Wucher, Jordana y Bau, 12/7/1937. << [119] ADAP, D, III, doc. 394, 350 y siguiente, Protocolo, 15/7/1937 << [120] ADAP, D, III, doc. 397, 354 y siguiente, Protocolo, 16/7/1937. << [121] ADAP, D, III, doc. 113, 106 y siguientes, Orden del ministro alemán de la Guerra, 30/10/1936. << [122] << Whealey, Hitler and Spain, pág. 49. [123] Whealey, Hitler and Spain, pág. 50; Whealey, «Foreign intervention», pág. 218. << [124] Abendroth, Hitler in spanischen Arena, pág. 63. << der [125] ADAP, D, III, doc. 113, 106 y siguiente, Orden del ministro alemán de la Guerra, 30/10/1936. << [126] Whealey, Hitler and Spain, págs. 101 y siguientes. << [127] Hitler y Mussolini reconocieron oficialmente el Gobierno de Franco el 18 de noviembre de 1936 a pesar de que Franco no había tomado aún Madrid, condición inicial para dicho reconocimiento (ADAP, D, III, 99 y siguiente, Nota de los editores referida a las páginas 87-99 de la documentación de Ciano L’Europa verso la catastrofe. Véase también ADAP, D, III, docs. 109 y 110, 103 y siguiente; ADAP, D, III, doc. 122, 113, Telegrama de von Neurath a la Embajada alemana en Portugal, 17/11/1936). << [128] ADAP, D, III, doc. 125, 117, Memorándum de von Neurath, 18/11/1936. << [129] Faupel llegó como encargado de negocios alemán. Accedió al cargo de embajador el 11 de febrero de 1937, ADAP, D, III, 206, n.º 2. << [130] Para más información sobre Faupel, véase Abendroth, Hitler in der spanischen Arena, pág. 104. << [131] << Proctor, Hitler’s Luftwaffe, pág. 72. [132] Véase C. Leitz, «Hermann Göring and Nazi Germany’s economic exploitation of Nationalist Spain, 1936-1939», German History, XIV (1996), n.º 1. << [1] Este ensayo es una versión revisada y ampliada de un trabajo sido en la Irish Conference of Historians celebrada en Maynooth enre el 16 y el 19 de junio de 1983 (Historical Studies XV [Belfast: Appletree Press, 1985], págs. 223-237). << [2] Mijail Koltsov, Diario de la guerra española (Madrid: Akal, 1978), págs. 7-8; Internacional Editorial Board, International solidarity with tbe Spanish Republic (Moscú: Progress Publishers, 1975), pág. 300. << [3] Koltsov, Diario 7; Documents on British foreign policy, 1919-1979, ed. W. N. Medlicott y Douglas, Serie 2 (en adelante citado como DBFP), XVII, Western pact negotiations: Outbreak of the Spanish Civil War June 23, 1936January 2, 1937 (Londres: HMSO, 1979), pág. 83. << [4] Ángel Viñas, El oro de Moscú: Alfa y omega de un mito franquista (Barcelona: Grijalbo, 1979), pág. 320. << [5] DBFP, XVII, págs. 83-84; International solidarity, págs. 301-302; Koltsov, Diario, pág. 8. << [6] << International solidarity, pág. 302. [7] W. H. Auden, «Spain», en The Penguin Book of Spanish Civil War verse, ed. Valentine Cunningham (Harmondsworth: Penguin, 1980), pág. 99. << [8] << International solidarity, pág. 315. [9] Fernando Claudín, The communist movement: From Comintern to Cominform. (Harmondsworth: Pengnin, 1975), págs. 176-177. << [10] Ivan Maisky, Spanish Notebooks (Londres: Hutchinson, 1966), pág. 48; International solidarity, págs. 303-304. << [11] International solidarity, pág. 7. << [12] Istoriya Vtoroi Mirovoi Voiny, 1939-1945, (Moscú: Voenizdat, 974), II, pág. 52. Paolo Spriano también afirma erróneamente que «la Unión Soviética decidió pasar a la acción desde el comienzo [de la Güera Civil española], en julio-agosto de 1936». Véase su obra, Stalin and the European communists (Londres: Verso, 1985), pág. 23. << [13] DBFP, 2s, XVII, pág. 36. << [14] Ministero degli Affari Esteri, I documenti diplomatici italiani (Roma: Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato, 1993) (a partir de ahora citado como DDI), 8.ª serie, IV, pág. 676. << [15] Ibid., pág. 761. << [16] John F. Coverdale, Italian intervention in the Spanish Civil War Princeton N. J.: Princeton U. P., 1975), págs. 3-4, 85-86. << [17] << Ibid., pág. 4; DBFP, XVII, pág. 44. [18] DBFP, XVII, pág. 83. << [19] Ministère des Affaires Étrangéres, Documents diplomatiques Français 1932-1939, 2,ª serie (citado a partir de ahora como DDF), vol. III, 19 Juillet-19 Novembre 1936 (París: Imprimerie Nationale, 1966), pág. 208. << [20] Ibid., pág. 338. << [21] DDI, 8.ª, IV, pág. 761. << [22] DDF, III, págs. 271-272. << [23] Ibid., pág. 338. << [24] Viñas, El oro de Moscú, pág. 152; ídem, «Gold, the Soviet Union and the Spanish Civil War», European Studies Review, IX (1979), págs. 110-111. << [25] DBFP, XVII, págs. 367-369. << [26] Citado por David T. Cattell, Soviet diplomacy and the Spanish Civil War (Berkeley/Los Angeles: Univ. of California Press, 1957), pág. 19. << [27] DDI, 8.ª, IV, pág. 800. << [28] Viñas, El oro de Moscú, págs. 320 y 323. << [29] Ibid pág. 321. << [30] Manuel Azaña, Obras completas, 4 vols. (México D. F.: Oasis, 1966-68), IV, Memorias políticas y de guerra, pág. 734. << [31] DDI, 8.ª, IV, pág. 849. << [32] DBFP, XVII, págs. 495-496. << [33] Ibid., pág. 496. << [34] Véase, p. ej., Ministerio de Asuntos Exteriores Soviético, Dokumenty vneshnei politiki SSSR (en adelante citado como DVP. SSSR), XIX (Moscú: Izdatelstvo Politicheskoi, 1974), pág. 475. << [35] Isaac Deutscher, Stalin: A politcal biograpby (Harmondsworth: Pelican, [ed. revisada], 1966), págs. 407-412; Claudín, Communist movement, págs. 174-179; E. H. Carr, The twilight of Commintern, 1930-1933 (Londres: Macmillan, 1982), págs. 116-155, 403-427. << [36] J. A. S. Grenville, The major intenational treaties, 1914-1973: A history and guide with texts, (Londres: Methuen, 1974), págs. 152-153. << [37] John E. Dreifort, «The French Popular Front and the Franco-Soviet pact, 1936-37: A dilemma in foreign policy», Journal of Contemporary History, XI (1976), págs. 217-236; Robert J. Young, In command of France: French foreign policy and military planning, 1933-1940 (Cambridge, Mass.: Harvard U. P., 1978), págs. 145-150; Anthony Adamthwaite, France and the coming of the Second World War (Londres: Cass, T977), págs. 47-50. Stalin estudió también la posibilidad de una aproximación a la Alemania nazi desde finales de 1936 hasta principios de 1937. Sin embargo, a Hitler le impresionaron más los denodados esfuerzos de los soviéticos por crear una asociación estratégica con Gran Bretaña y Francia que la predisposición que declaraba Moscú a reparar las barreras ruso-alemanas (Jonathan Haslam, The Soviet Union and the struggle for collective security in Europe 1933-1939 [Nueva York: St Martins Press, 1984], págs. 127-128; véase también Jiri Hochman, The Soviet Union and the failure of collective security, 1934-1938 [Ithaca/Londres: Cornell U. P., 1984], págs. 111-115). << [38] Carlos Serrano, L’enjeu espagnol: PCF et guerre d’Espagre (París: Messidor-Éditions Sociales, 1987), pág. 51. << [39] DBFP, XVII, págs. 84-85. << [40] Citado por Cattell, Soviet diplomacy, pág. 6. La postura del partido comunista soviético sobre la amenaza estratégica a la que se enfrentaría Francia en el caso de una victoria insurgente en España era repetida fielmente por los comunistas franceses (véase, por ejemplo, Pierre Broué, Staline et la révolution [París: Fayard, 1993], págs. 74-75). << [41] << Cattell, Soviet diplomacy, pág. 39. [42] DBFP, XVII, págs. 475-476. << [43] Azaña, Obras completas, IV, pág. 618. << [44] DVP. SSSR, XIX, pág. 475. << [45] Citado por Claudín, Communist movement, pág. 707. << [46] DDF, IV, 20 Novembre 1936-19 Février 1937 (París: Imprimerie Nationale, 1967), pág. 248. << [47] Azaña, Obras completas, IV, pág. 734. << [48] << Viñas, El oro de Moscú, pág. 322. [49] Para una versión radical de este punto de vista, véase Burnett Bolloten, The Spanish Civil War: Revolution and counterrevolution (Nueva York/Londres: Harvester Press, 1979), págs. 249-531. Una versión más ponderada de este asunto puede encontrarse en el capítulo de Helen Graham en este libro, «La movilización con vistas a la guerra total: la experiencia republicana». << [50] José Díaz, Tres años de lucha (París: Ediciones Ebro, 1970), pág. 557; Claudín, Communist movement, págs. 234-235. << [51] Díaz, Tres años, pág. 559. << [52] Claudín, Communist movement, pág. 714, n.º 60. << [53] DBFP, XVII, págs. 475-476. El embajador Alemán en Moscú, von Schulenburg, también atribuyó la decisión soviética de involucrarse en la Guerra Civil española a la creciente influencia de fuerzas surgidas de «la orientación fundamentalmente revolucionaria de la Unión Soviética» (U. S., British, French Board of Editors, Documents on German foreign policy, 1918-1945, Serie D [1937-1945], III, Germany and the Spanish Civil War [Londres: HMSO, 1951], pág. 108). << [54] DBFP, XVII, pág. 476. << [55] Citado por Julio Álvarez del Vayo, Freedom’s battle (Londres: Heinemann, 1940), págs. 76-77. << [56] DDF, IV, pág. 82. << [57] Azaña, Obras completas, IV, pág. 805. << [58] John E. Dreifort, Yvon Delbos at the Quai d’Orsay (Lawrence, Manhattan/Wichita, Kansas: Kansas U. P., 1973), pág. 117. << [1] La película Tierra y Libertad, dirigida por Ken Loach, se filmó en versión inglesa y española y se estrenó en Madrid en abril de 1995. Allí, como en otros sitios, llenó merecidamente varias salas de cine durante gran parte del verano. << [2] El propósito fundamental de Tierra y Libertad es mostrar en la pantalla, con los embellecimientos necesarios para comunicarse con un público moderno, el mensaje político patentado por George Orwell en su Homenaje a Cataluña. No hay más de tres errores gramaticales en el título de la balada de Christy Moore, pero indican que el español no era su fuerte. << [3] De «Easter, 1916» de W. B. Yeats. << [4] Entre los estudios recientes sobre las dimensiones internacionales de la guerra, se encuentran la obra de M. Alpert, A new international history of the Spanish Civil War (Londres: Macmillan, 1994) y la de J. Avilés Farré, Pasión y farsa: Franceses y británicos ante la Guerra Civil Española (Madrid: Eudema, 1994). << [5] Para conocer el contexto de la historia irlandesa de este período, véase J. A. Murphy, Ireland in the Twentieth Century (Dublín: Gill & Macmillan, 1975) una introducción breve y útil; y una obra más completa de D. Keogh, Twentieth Century Ireland: Nation and State (Dublín: Gill & Macmillan, 1995). << [6] Véase las secciones relevantes en T. Buchanan, The British Labour Movement and the Spanish Civil War (Cambridge: Cambridge U. P., 1992), especialmente el capítulo 5. << [7] Para las obras existentes sobre el amplio espectro de asuntos tratados en este ensayo que incluyan un tratamiento válido del contexto local irlandés, véase D. Keogh, Ireland and Europe, 1929-48 (Dublín: Gill & MacMillan, 1988), especialmente págs. 65-97, y J. Bowyer Bell, «Ireland and the Spanish Civil War 1936 to 1939», en Strong words brave deeds: The poetry, life and times of Thomas O’Brien in the Spanish Civil War, ed. H. Gustav Klaus (Dublín: O’Brien Press, 1994), págs. 24-26. (Esta última obra es una versión algo actualizada de la publicada en 1969). << [8] Véase J. Bowyer Bell, The secret army: A history of the IRA, 1916-1970 (Londres: Anthony Blond, 1970). << [9] El estudio más detallado hasta la fecha sigue siendo el de C. Younger, Ireland’s Civil War (Londres: Collins, 1968 [edición de bolsillo, 1970]). << [10] Bowyer Bell, Secret army, págs. 99-127. << [11] Para una explicación equilibrada y completa, véase M. Manning, The Blueshirts (Dublín: Gill & MacMillan, 1970). Véase también, no obstante, el reciente trabajo de M. Cronin, «The Socioeconomic background of the Blueshirt Movement in Ireland, 1932-5», Irish Historical Studies, XIV (noviembre, 1994); y «The Blueshirt Movement: Ireland’s fascists?», Journal of Contemporary History, (abril, 1995), págs. 311-332. La duda sobre si los Camisas Azules eran «fascistas» o no nunca será resuelta, ya que a los hechos históricos se han añadido innumerables capas de insultos, acusaciones y exculpaciones. Uso el término «protofascista» porque a) en el contexto de los años treinta, un grupo que desfilaba uniformado, saludaba con el brazo en alto, adoptaba la violencia como táctica política y enunciaba una política interna influenciada por el partido de Mussolini no se puede considerar que no sea fascista, pero b) estoy convencido de que la mayoría de sus adeptos creía que estaban defendiendo la democracia, no minándola, y que pocos de sus miembros se definían personalmente como fascistas. << [12] Bowyer Bell, «lreland and the Spanish Civil War», págs. 242-245; Keogh, lreland and Europe, págs. 66 y siguientes. << [13] Para una valoración general y mesurada de la furia anticlerical, véase J. M. Sánchez, The Spanish Civil War as a religious tragedy (Notre Dame, Indiana: Indiana U. P., 1987). En el caso de Cataluña, podemos encontrar testimonios de primera mano en La persecució religiosa de 1936 a Catalunya: Testimoniatges, ed. J. Massot i Montaner (Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1987); la monografía básica es la de J. M. Solé y J. Villaroya i Font, La repressió a la reraguarda de Catalunya (1936-39), 2 vols. (Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1989-90). El principal estudio sobre el conjunto de España, cuyas estadísticas han sido muy cuestionadas, es el de A. Montero Moreno, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939 (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1961). << [14] Esta conclusión procede de fuentes secundarias ya citadas, así como de la prensa del Saorstát de 1936-37. Los rasgos que hemos apuntado eran la especialidad del Irish Independent, el diario más popular, a pesar de su oposición al Fianna Fáil. La edición del 18 de agosto de 1936 contenía un largo artículo sobre la caza de clérigos en Barcelona y en otro lugar se afirmaba que: 1) los «rojos» españoles se entrenaban en Moscú; 2) que las «checas constituidas de acuerdo al modelo de la Unión Soviética están masacrando a los ciudadanos»; 3) que las iglesias estaban siendo transformadas en «oficinas» rojas con nombres como «Lenin» o «Dimitroff»; 4) que se recibían armas de Rusia y que acababan de llegar a Cádiz dieciocho instructores militares; (y lo que es más sorprendente); 5) que la radio soviética emitía en español consejos sobre cómo llevar a cabo la revolución. No se mencionaban para nada las violaciones de la propiedad privada, aunque el dueño del periódico era un banquero dublinés. << [15] Véase p. ej. «Old Toledo» y «The Irish in Spain […] Soldiers and statesmen in Spanish service», Cork Examiner (suplemento del fin de semana), 1 y 22 de agosto de 1936; «Ireland and Spain Old Memories», Tuam Herald, 19 de septiembre de 1936. << [16] Este último se proyectó después del primero en el Malí Cinema, Tuan, en la tercera semana de septiembre (Tuam Herald, 13 de septiembre de 1936). << [17] Irish Independent, 10 de agosto de 1936. << [18] The Universe, 18 de septiembre de 1936. << [19] De la primera de las «Three marching songs» de W. B. Yeats. Véase F. Cullingford, Yeats, Ireland and Fascism. (Londres: Macmillan, 1981) para conocer el contexto de esta proclamación. << [20] E. O’Duffy, Crusade in Spain (Dublín: Brown & Nolan, 1938), págs. 16, 24. << [21] Irish Press, 12 de noviembre de 1936. << [22] M. O’Riordan, Connolly Column (Dublín: Free Press, 1979), págs. 53-54. En noviembre de 1938, la duquesa de Tetuán —una descendiente de O’Donnell que protegió a O’Dufiy— visitó al enemigo acérrimo de este último, Frank Ryan, en el campo de prisioneros de guerra de Burgos. Su intercesión ante Franco tal vez contribuyó a salvar la vida de Ryan. Esta acción respondía a un favor que un O’Donnell irlandés había hecho a un O’Donnell español en los primeros días de la revolución (ibid., pág. 121). << [23] Ryan reiteró frecuentemente este aspecto en su correspondencia y en otros escritos; véase también «Irish volunteers in Spain» de «C. Q.» en la revista de las Brigadas Internacionales Volunteer for Liberty, 11 de noviembre de 1937. << [24] Por ejemplo Paddy O’Daire, uno de los líderes más admirables del Batallón Británico, en un documental para la RTE titulado Even the olives are bleeding, producido por Cathal O’Shannon en 1975; según su compadre, J. Monks, O’Daire solía defender este aspecto mientras estaban en las trincheras (With the Reds in Andalucia [Londres: edición del autor, 1985], pág. 11). << [25] No parece que hayan sobrevivido listas completas de voluntarios de ninguna de las dos partes. Las listas de M. O’Riordan de voluntarios progubernamentales (Connolly Column, págs. 164-167) son deficientes en todos los sentidos. Por mencionar tan sólo el aspecto cuantitativo, cabe destacar que los materiales de los archivos españoles indican un total más cercano a los 200 que a la cifra de 146 defendida por O’Riordan. Las cálculos sobre el contigente de la brigada irlandesa varían entre 600 y más de 900; cfr. H. Thomas, The Spanish Civil War (Harmondsworth: Penguin, [3.ª ed.] 1975), págs. 979-980, con V. Ennis, «Some “Catholic Moors”», mecanoscrito inédito, Irish Military Archives, Dublín. (Quiero agradecer al encargado del archivo, el comandante P. Young, que me proporcionara una fotocopia de este último y me diera permiso para citarlo). Se sabe que el general O’Duffy conservaba siempre unos meticulosos informes en su casa de Blackrock, pero se perdieron o destruyeron después de su muerte. Incluían los documentos de su Partido Nacional, que organizó el reclutamiento de la Brigada. Las cifras reunidas por el autor del presente estudio completan un total de no más de 700 miembros. << [26] En este punto deberíamos hacer varias advertencias. R. Rosenstone se refiere a la existencia de una fuerza voluntaria francesa (Compagnie Jean d’Arc), con 500 voluntarios, que luchó en el Jarama (Histórical Dictionary of the Spanish Civil War, 1936-39, ed. J. Cortada [Westport, Conn./Londres: Greenwood Press, 1982], pág. 476). No he encontrado ninguna otra referencia a esta unidad, que no parece tener relación alguna con los camelots du roi, individuos que se alistaron con los requetés (véase Thomas, The Spanish Civil War, págs. 768, 980). Las unidades alemanas e italianas partidarias de Franco eran, obviamente, fuerzas armadas regulares proporcionadas por los gobiernos implicados. Pero el nombre italiano («Corpo Truppe Volontarie») —tan frecuentemente denostado— no estaba enteramente infundado y la división alemana incluía a varios miembros que no estaban específicamente obligados a servir en España, tanto militares profesionales como reclutas. << [27] El propio O’Duffy defendía la reducida cifra de «más de dos mil» en una entrevista concedida unos días antes (Cork Examiner, 24 y 27 de agosto de 1936). La cifra final resultó ser —como él mismo afirmó posteriormente— superior a 6000 (Crusade in Spain, págs. 13-14). << [28] Bowyer Bell, «Ireland and the Spanish Civil War», págs. 250-251. << [29] O’Riordan, Connolly Column, pág. 31. La primera colecta se realizó el día de Cristo Rey, una fiesta muy significativa para los requetés carlistas, a cuyos batallones de voluntarios se creía entonces que se incorporaría la Brigada Irlandesa (O’Duffy, Crusade in Spain, págs. 13, 180-181, y J. del Burgo, Conspiración y Guerra Civil [Madrid: Alfaguara, 1970], págs. 249-250). << [30] Keogh, Ireland and Europe, págs. 67 y siguientes, proporciona más detalles narrativos sobre estos acontecimientos. << [31] El Adelanto de Salamanca, 28 de noviembre de 1936. El asunto hipotético de si este primer acontecimiento debiera preceder al último o no fue sin duda mencionado por el ministro de Asuntos Exteriores, Sean MacEntee en el consejo de ministros, véase su memorándum del 11 de noviembre de 1936, Irish National Archives (Dublín), Department of Foreign Affairs, archivo 277/87. El gobierno republicano ya había rechazado anteriormente la oferta de De Valera para mediar entre él y los rebeldes (Ministerio de Asuntos Exteriores a la embajada de Dublín, 23 de agosto de 1936, Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores [Madrid] [Sección del] Archivo de Barcelona, Legajo R415 f. 44). << [32] Keogh, Ireland and Europe, págs. 83-85. En lo que parece ser un borrador sin fechar de su discurso en el Dáil del 18 de febrero, MacEntee comenzaba con estas palabras: «Independientemente del lado del conflicto hacia el que recaigan las simpatías personales de cada uno, no puede haber ninguna duda sobre a quién apoya la vasta mayoría de la gente de este país…». En las correcciones a lápiz, el «ninguna» aplicado a «duda» es reemplazado por «muchas» y «vasta» se suprime (Irish National Archives, Foreign Affairs, 227/87). << [33] Durante todo el tiempo que la Brigada Irlandesa permaneció en España, el Irish Independent contribuyó a justificar el apoyo constante a la misma, defendiendo el concepto de la justa indignación; véanse p. ej., las ediciones del 1, 5 y 12 de marzo de 1937. << [34] Hay una explicación resumida del reclutamiento de la Brigada Irlandesa y su traslado a España en mi estudio « Franco’s Irish Volunteers», History Today, (marzo de 1995), págs. 40-47. Para más información sobre las experiencias militares y de otro tipo, narradas a continuación, véase O’Riordan y O’Duffy (op. cit.). En cualquier caso, lo tendencioso de estas versiones desaconseja basarse excesivamente en ellas. Por ello, he utilizado información procedente de diversos bandos y testigos, pero las referencias detalladas están restringidas a material nuevo o controvertido. El aparato crítico completo y las listas de fuentes aparecerán en el libro que estoy redactando sobre este episodio. << [35] Para conocer la política religiosa seguida en la zona republicana, véase F. Díaz Plaja, La vida cotidiana en la España de la guerra civil (Madrid: Edaf, 1995), págs. 143-161. Sobre la actitud de Ryan, véase S. Cronin, Frank Ryan: The search for the Republic (Dublín: Repsol, 1980), especialmente págs. 79-81. A partir de agosto de 1937 se empezó a permitir la asistencia a la iglesia en Madrid y, en noviembre, parece que Ryan asistió a una misa en la capital (ibid., págs. 121-122). Otro internacional, Jim Haughey, era un hombre, según otro camarada, «de ingenua fe católica» y había preguntado si «antes de la ofensiva del Ebro, los brigadistas internacionales podríamos confesarnos con un cura en el frente» (E. Downing, citado por Manus O’Riordan en una carta dirigida a C. Geiser, 7 de abril de 1993, Marx Memorial Library [Londres], International Brigade Association Archive, Caja D-3, archivo G/1). << [36] No existe una historia general lo suficientemente satisfactoria sobre las Brigadas Internacionales. La descripción mejor y la más objetiva (más o menos) es la de A. Castells, Las Brigadas Internacionales de la guerra civil española (Barcelona: Ariel, 1974), que contiene muchas y grandes lagunas. Para el batallón británico, véase W. Alexander, Volunteers for liberty: Spain 1936-39 (Londres: Lawrence & Wishart, [2.ª ed.] 1986), que es la explicación oficial del Partido Comunista de la Independent Broadcasting Authority (IBA), pero que resulta bastante útil hecha esta salvedad. << [37] Un oficial irlandés calculó posteriormente que «más de cuarenta» de sus atacantes —una unidad de las islas Canarias— murieron (S. O’Cuinneagáin, The War in Spain [Enniscorthy: edición del autor, sin fecha, pero 1976], pág. 3). O’Duffy afirmaba que sus oponentes «dejaron a más de la mitad de sus hombres muertos en el campo». La culpa de esta calamidad fue de los españoles, como dictaminó el tribunal militar (O’Duffy, Crusade in Spain, págs. 138-140). Aunque se dice que los informes del tribunal se conservan aún, no se pudieron encontrar en una esmerada búsqueda in situ de archivos de Justicia y de otras subsecciones de la Sección del Cuartel General del Generalísimo de los archivos militares de Ávila. Para una descripción general del Jarama, la única batalla en la que ambos grupos de combatientes estuvieron involucrados, véase Thomas, The Spanish Civil War, págs. 588-595. Para más detalles sobre el aspecto militar, véase R. Colodny, The Battle for Madrid (Nueva York: Paine-Whitman, 1958), J. M. Martínez Bande, La lucha en torno a Madrid (Madrid: Editorial San Martín, 1968) y S. Montero Barrado, Paisajes de la guerra: Nueve itinerarios por los frentes de Madrid (Madrid: Comunidad de Madrid, 1987). << [38] Para conocer las intenciones ocultas de las decisiones militares tomadas durante la batalla de Guadalajara, véase P. Preston, Franco (Londres: HarperCollins, 1993), págs. 229-233. Los nacionales realizaron ataques a lo largo de todo el frente del Jarama entre el 12 y el 15 de marzo de 1937. Los partes del ejército republicano sobre estas operaciones celebran la utilización con éxito de la artillería, que (tal como corroboran otras versiones) convirtió el avance de los irlandeses hacia los altos de Titulcia en un acto claramente suicida (Partes de la guerra: Tomo II, Ejército de la República, ed. J. M. Gárate Córdoba [Madrid: Editorial San Martín, 1978], pág. 241). << [39] Cf. O’Duffy, Crusade in Spain, págs. 161-163, con O’Cuinneagáin, The war in Spain, págs. 20-21. << [40] Pronto llegaron a Dublín informes sobré el hecho de que O’Duffy pasaba poco tiempo con sus hombres (J. P. Walshe a J. Kerney [enviado irlandés a España], 6 de marzo de 1937, Irish National Archives, Foreign Affairs, Libro «B»). El principal testigo de las juergas de Salamanca fue el director del Irish College en la ciudad, el padre Alexander McCabe, cuyos recuerdos son a veces más cínicos que simplemente escépticos (véase D. Keogh, «An Eyewitness to History: Fr. Alexander McCabe and the Spanish Civil War, 1936-1939», Breifne: Journal of Breifne Historical Society, VIII [1995], n.º 30, págs. 445-488). Sus observaciones están corroboradas en P. Kemp, Mine were of trouble (Londres: Cassell, 1957), págs. 87-88, y F. McCullagh, In Franco’s Spain (Londres: Burns & Oates, 1937), págs. 150-151, 245, 263-264. << [41] O’Duffy, Crusade in Spain, pág. 169, confirmado en una nota de Yagüe a Franco, 3 de abril de 1937, Archivo General Militar (Ávila) Cuartel General del Generalísimo, Organización, legajo 156. << [42] Esta explicación de la disolución de la Bandera Irlandesa está basada en una serie de documentos citados en O’Duffy, op. cit. Véase especialmente el informe de Yagüe a Franco (24 de marzo); la defensa de la bandera realizada por O’Duffy ante Franco (9 de abril); y la decisión final del general (emitida el 13 de abril). El periodista irlandés McCullagh, que estuvo destinado en Salamanca durante gran parte de este período, afirmaba que la brigada les había costado a los nacionales la enorme suma de 170 000 libras (McCullagh, In Franco’s Spain, pág. 306). La cifra parece exagerada; sin embargo, también Burgos alegaba que existieron serias complicaciones financieras (véase también Keogh, «An Eye Witness», págs. 485-488). << [43] O’Riordan, Connolly Column, pág. 101. En cambio, la narración de O’Duffy en ningún momento delata que el más mínimo desacuerdo enturbiase las magníficas relaciones entre él y cualquier otro miembro del bando nacional, fuera español o irlandés. << [44] Antes de que la Brigada abandonase Cáceres se formó una asociación y se eligió a «un representante del consejo de cada uno de los 32 condados» (O’Duffy, Crusade in Spain, págs. 240-241). Los capitanes O’Cuinneagáin y Quinn trataron de animar otros intentos posteriores de mantener los lazos, «organizándose bajo serias dificultades en cuanto a la distancia y la falta de información de los supervivientes» (circular [1947] enviada al veterano Leo McCloskey, archivo privado). << [45] Este comentario de Behan apareció en sus Confessions of an Irisb rebel (Londres: Hutchinson, 1965), pág. 133. << [46] Véase, p. ej., Manus O’Riordan, Portrait of an Irish anti-Fascist: Frank Edwards, 1907-1983. An appreciation (Dublín: edición del autor, 1984), Marx Memorial Library, International Brigade Archive, Caja A-12, Ed/1. << [47] G. Jackson, «Un acto de reconocimiento histórico», El País, 7 de diciembre de 1995. << [1] Quisiera expresar mi agradecimiento a la Dirección General de relaciones Culturales y Científicas, cuya generosa ayuda financiera me permitió llevar a cabo parte de la investigación en la que está basado este capítulo. << [2] La bibliografía sobre la revolución es vastísima. Entre los estudios más destacables se encuentran los de José Peirats, La CNT en la revolución española (Madrid: Ruedo Ibérico, 1978), 3 vols.; Walter Bernecker, Colectividades y revolución social: El anarquismo en la guerra civil española, 1936-1939 (Barcelona: Crítica, 1982); Albert Pérez Baró, Trenta mesos de col-lectivisme en Catalunya (Esplugues de Llobregat: Ariel, 1974); Gastón Leval, Espagne Libertaire (1936-1939) (París: Editions du Cercle, 1971); Burnett Bolloten, The Spanish Civil War: Revolution and counterrevolution (Chapel Hill, North Carolina: University of North Carolina Press, 1991); Frank Mintz, La autogestión en la España revolucionaria (Madrid: La Piqueta, 1974). << [3] Los Amigos de Durruti, Hacia la nueva revolución (Barcelona: 1937), pág. 15. El mejor estudio sobre la evolución política de Balius es el de Agustín Guillamón, «Los Amigos de Durruti, 1937-1939», Balance, n.º 3, 1995. << [4] No quiero negar con esto la importancia de otros factores que contribuyeron al declive del movimiento anarquista, como el adverso contexto internacional y la sagacidad política de sus enemigos, que están bien documentados en otras obras. << [5] Según un reciente estudio, «En el anarquismo español la ética individualista y la ética colectivista han ido de la mano, no siempre en perfecta armonía, pero siempre en rechazo de la burocratización del movimiento…»: Floreal Castillo, «Ética de la rebelión y la ética de la revuelta. Stirnerianos versus kropotkianos en el anarquismo latinoamericano (Primera aproximación)», Orío, n.º 99, febrero de 1997. << [6] Véase José Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español, 1868-1910 (Madrid, Siglo XXI, 1991); Anselmo Lorenzo, El proletariado militante (Barcelona, s. l., 1901 y 1923), 2 vols. << [7] La Revista Blanca, 15 de noviembre de 1898, 1 de mayo de 1925, 1 y 15 de abril, 1 y 15 de mayo, 1 de junio de 1928, 22 de febrero de 1935. << [8] La Revista Blanca, 1 de junio de 1900, 15 de noviembre de 1901; Paul Ilie, «Nietzsche in Spain, 1890-1910», Publications of the Modern Language Association, vol. LXXIX, 1964, págs. 80-96; Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España (Madrid: Gredos, 1967), pássim; Álvarez Junco, La ideología política, págs. 139-169; Rafael Núñez Florencio, El terrorismo anarquista, 1888-1909 (Barcelona: Siglo XXI, 1983), pássim. << [9] Max Stirner, Der Einzige und sein Eigenthum (Berlín, Schuster und Loeffler, 1898). Para las críticas a la filosofía de Stirner, véanse John P. Clark, Max Stimer’s Egoism (Londres, Freedom, 1976) y Enrico Ferri, L’antigiuridismo di Max Stirner (Milán: A. Guiffré Editore, 1992). << [10] ERA 80, Els anarquistes educadors del poble: «La Revista Blanca» (1898-1905) (Barcelona: Curial, 1977); E. Armand, El anarquismo individualista: Lo que es, lo que puede y vale (Barcelona: Germinal, 1916) y Reflexiones de un anarquista individualista: Realismo e idealismo mezclados (París: Librería Internacional, sin fecha). << [11] Citado por Eric Hobsbawm, Bandits (Harmondsworth: Pelican, 1985), pág. 110. << [12] Álvarez Junco, política, pág. 146. << La ideología [13] Véase Ettore Zoccoli, L’anarchia. Gli agitatori. Le idee. I fatti (Turín: Bocca, 1907); Giacomo Mesnil, Stirner, Nietzsche e l’anarchisnio (Jesi: Il Pensiero, 1909); Richard Parry, The Bonnot Gang: The story of the French Illegalists (Londres: Rebel Press, 1987); E. Armand, L’anarchisme comme vie et activité individuelle (Romainville: s. l., 1911); Richard, D. Sonn, Anarchism and cultural politics in fin de siècle France (Lincoln: University of Nebraska), 1989, pág. 27. << [14] Pier Carlo Masini, Storia degli anarchici italiani nell’epoca degli attentati, (Milán: Rizzoli, 1981), pág. 195. << [15] Núñez Florencio, El terrorismo anarquista, pág. 108. << [16] Álvarez Junco, política, pág. 147. << La ideología [17] Pier Cario Masini, Storia degli anarchici italiani: Da Bakunin a Malatesta (1862-1892) (Milán: Rizzoli, 1972), pág. 234. Curiosamente, en su por lo demás excelente estudio del anarquismo en Barcelona durante las décadas de 1880 y 1890, Núñez Florencio no se refiere en absoluto a la presencia de Pini en la ciudad. << [18] Álvarez Junco, política, pág. 494. << La ideología [19] Luis Goytisolo, Antagonía, vol. I (Barcelona: Plaza y Janés, 993), pág. 240. << [20] Patricia Leighten, Re-ordering the Universe: Picasso and Anarchism, 1897-1914 (Princeton: Princeton University Press, 1989), pág. 15. << [21] Baltasar Porcel, La revuelta permanente (Barcelona, Planeta: 1978), pág. 103; Emili Salut, Víveres de revolucionaris: Apunts historics del Districte Cinquè (Barcelona: 1938), págs. 9-11, 52-57, 114, 123-124, 147-148. << [22] Masini, Storia degli anarchici italiani nell’epoca degli attentati, págs. 204-205; Monatte citado en James Joll, The Anarchists (Londres: Methuen), 1979, pág. 187. Como sus predecesores anarquistas, los anarcosindicalistas ibéricos eran teóricamente débiles y, hasta que aparecieron ideólogos como Joan Peiró en los años veinte, el nuevo credo dependía en gran medida de maestros como Fernand Pelloutier, Georges Sorel y Pierre Besnard. << [23] Xavier Paniagua, La sociedad libertaria: Agrarismo e industrialización en el anarquismo español, 1930-1939 (Barcelona: Crítica, 1982), págs. 115-264; Antonio Elorza, La utopía anarquista bajo la segunda república española (Madrid, Ayuso, 1973), págs. 387-408. A pesar de las diferencias evidentes entre el anarquismo y el anarcosindicalismo, algunos historiadores siguen utilizando los términos indistintamente como si quisieran decir lo mismo. Un ejemplo de esto es el estudio de Antonio Fontecha Pedraza, «Anarcosindicalismo y violencia: la “gimnasia revolucionaria” para el pueblo», Historia Contemporánea, n.º 11, 1994, págs. 153-179. << [24] Para un ejemplo de esta tendencia, véase Murray Bookchin, The Spanisb Anarchists: The heroic years, 1868-1936 (Nueva York: Free Life, 1977). << [25] Paniagua, La sociedad libertaria, págs. 83-91, 104-110; Isaac Puente, El comunismo libertario: Sus posibilidades de realización en España (Valencia, s. l., s. a.); Federico Urales, Los municipios libres: Ante las puertas de la anarquía (Barcelona: La Revista Blanca, 1933). << [26] Juan García Oliver, El eco de los pasos (Barcelona: Ruedo Ibérico, 1978), págs. 215-216; Teresa Abelló y Enric Olivé, «El conflicto entre la CNT y la familia Urales en 1928. La lucha por el mantenimiento el anarquismo puro», Estudios de Historia Social, n.º 32-33, 1985, págs. 317-332. << [27] Manuel Cruells, Salvador Seguí, el Noi del Sucre (Esplugues de Llobregat: Ariel, 1974), págs. 55-59; Eulàlia Vega i Massana, «Salvador Seguí, el Noi del Sucre», en Alejandro Sánchez, Barcelona 1888-1929: Modernidad, ambición y conflictos de una ciudad soñada (Madrid: Alianza, 1994), págs. 108-112. << [28] Pere Foix, Apòstols i mercaders: Seixanta anys de lluita social a Catalunya (Barcelona: Terra Nova, 1976), pág. 55; Porcel, La revuelta permanente, págs. 54, 106-107; Salut, Vivers de revolucionaris, págs. 147-148 . << [29] El Productor Literario, 24 de febrero de 1906, citado en Núñez Florencio, El terrorissmo anarquista, pág. 219. << [30] Francesc Madrid, Sangre en Atarazanas (Barcelona: Antoni López, 1926). << [31] Porcel, La revuelta permanente, págs. 122-126; Víctor Serge, Birth of our power (Londres: Writers and Readers, 1977), págs. 29-35. «Legalista consciente» a su manera y expropiador par excellence, Jules Bonnot fue el más famoso de los estirneristas franceses y el fundador de los llamados «bandidos del motor», a quienes se les atribuye la autoría del primer robo en el que se utilizó un automóvil para la huida. << [32] Albert Pérez Baró, Els «feliços» anys vint: Memòries d’un militant obrer, 1918-1926 (Palma de Mallorca: Edicions Molí, 1974), pág. 87; LéonIgnacio, Los años del pistolerismo (Barcelona: Plaza & Janes, 1978); Soledad Bengoechea, El locaut de Barcelona (1919-1920) (Barcelona: Curial, 1998), págs. 163-175. << [33] Ricardo Sanz, El sindicalismo y la política: Los «solidarios» y «nosotros» (Toulouse, Imprimerie Dulaurier, 1966), págs. 51-77, 95-118; Abel Paz, Durruti, el proletariado en armas (Barcelona: Bruguera, 1978), págs. 27-53. El hijo de un destacado anarcosindicalista español describió a «los Solidarios» como «dispuestos a todos los sacrificios, tienen fe inquebrantable en el comunismo libertario, no aceptan ningún compromiso […] se entusiasman leyendo La conquista de Pan de Kropotkin, admiran la vida apasionada de Bakunin (cuyo pensamiento conocen mal), comentan a Nietzsche y, curiosamente, al pesimista Schopenhauer»: César M. Lorenzo, Los anarquistas españoles y el poder (París: Ruedo Ibérico, 1972), pág: 39. Mientras tanto, la propia postura individualista de Durruti ha sido resumida recientemente del siguiente modo: «Durruti es un hombre común: si se tratara de la Razón como cuerpo superior y transcendente de enunciados, más que una actitud enfrentada, lo que quizás encontráramos en él sería una indiferencia semejante a la que ya observara Max Stirner: “¡De verdades por encima de mí, de verdades a las que yo debiera doblegarme, no entiendo!”», en Antonio Morales Toro, «Durruti y el hilo del lenguaje», en Antonio Morales Toro y Javier Ortega Pérez (eds.), El lenguaje de los hechos: Ocho ensayos en tomo a Buenaventura Durruti (Madrid, Los libros de la Catarata, 1996), pág. 138. << [34] Como el verdugo muerto acababa de ser nombrado y de hecho no había ejecutado a ningún anarquista, muchos miembros de la CNT se negaron a considerar este asesinato como el clásico ajusticiamiento anarquista y prefirieron interpretarlo como una provocación deliberada por parte de las autoridades o de agents provocateurs: Adolfo Bueso, Recuerdos de un cenetista (Esplugues de Llobregat: Ariel, 1976), vol. I, págs. 202-203; Ángel María de Lera, Ángel Pestaña: Retrato de un anarquista (Barcelona: Argos, 1978), pág. 216. << [35] La Revista Blanca, 15 de marzo, 1, 15 de abril, 1 de junio de 1925, 15 de septiembre de 1926, 1 de enero de 1927, 1 de septiembre de 1930. << [36] La Revista Blanca, 1 de febrero, 15 de marzo, 1 de abril de 1925. Este extremo ha sido confirmado en una importante revisión de la filosofía de Urales en la que se apunta que «al concebir Urales una libertad que no cesa jamás (ni aun al empezar la ajena) y un individuo al cual la sociedad no puede aportar nada, se acerca peligrosamente a la teoría de Max Stirner, quien llevará el individualismo hasta sus últimas consecuencias…» (Jorge Rodríguez Burrel, «Federico Urales: Filosofía individualista, anarquismo antiasociativo», en «Federico Urales: Una cultura de la acracia», Anthropos, n.º 78, 1987, pág. 49). << [37] La Revista Blanca, 1 de julio de 1923, 15 de diciembre de 1927, 15 de julio de 1929. << [38] Gonzalo Santonja, La novela revolucionaria de quiosco, 1905-1959 (Madrid: La productora de ediciones, 1993), págs. 69-81; Marisa Siguán Boehmer, Literatura popular libertaria, (Barcelona: Península, 1981). << [39] Mauro Bajatierra, Fuera de la ley, La Novela Ideal, n.º 153 (Barcelona: La Revista Blanca, 1929); Elías García, Jonás el errante, La dovela Ideal, n.º 206 (Barcelona: La Revista Blanca, sin fecha). << [40] La principal fuente de información sobre la FAI es un trabajo muy poco crítico de Juan Gómez Casas, Historia de la FAI (Bilbao: ZYX, 1977). Para un estudio crítico de la FAI en su baluarte barcelonés, véase mi trabajo «Anarchism and illegality in Barcelona, 1930-1937», Contemporary European History, vol. 4, n.º 2, 1995, págs. 133-151. << [41] Fidel Miró, Cataluña, los trabajadores y el problema de las nacionalidades (México: Editores Mexicanos Unidos, 1967), págs. 49, 66. << [42] Paz, Durruti, págs. 61-133; Rai Ferrer, Durruti, 1896-1936 (Barcelona, Planeta: 1985), págs. 59-60; Salvador Cánovas Cervantes, Durruti y Ascaso: La CNT y la revolución de julio (historia de la revolución española) (Toulouse, CNT, 1945), págs. 10-12. << [43] Véase, p. ej., Acción, agosto de 1925. << [44] A principios de 1932, los faístas ya habían ocupado una serie de posiciones clave dentro de la CNT: Gregorio Jover, Ricardo Sanz y Juan jarcia Oliver estaban en el Comité Nacional; Francisco Ascaso, José Canela, Patricio Navarro y Ramón Porquet estaban en el Comité Regional Catalán, mientras que Segundo Martínez era secretario de la Federación Local de Barcelona. Eulalia Vega i Massana estudia este proceso en El Tentisme a Catalunya: Divergències ideològiques en la CNT(1930-1933) (Barcelona: 1980) y «La Confederació Nacional del Treball i els Sindicats d’Oposició a Catalunya i el País Valencià (1930-1936)», tesis doctoral inédita (Universidad de Barcelona, 1986). Véase asimismo mi tesis doctoral, también inédita, «Policing the recession: Law and order in Republican Barcelona, (Londres: 1930-1936» University of London, 1995). << [45] Ealham, «Policing the Recession», capítulos 5-7. << [46] Para las defensas de Stirner véase Iniciales, agosto de 1929, enero-junio, diciembre de 1935-febrero de 1936. << [47] Iniciales, agosto de 1929, diciembre de 1930, agosto, diciembre de 1931, mayo de 1932, enero, abril, noviembre de 1934, enero-mayo, septiembre de 1935. << [48] A pesar de sus sentimientos antiorganizativos, los estirneristas participaron activamente en organizaciones excursionistas como Sol y Vida: Abel Paz, Chumberas y alacranes (1921-1936) (Barcelona: Medusa, 1994), pág. 202. << [49] Ealham, «Policing the Recession», capítulo 6. << [50] García Oliver, El eco de los pasos, pág. 188; Tierra y Libertad, 26 de abril, 8 de mayo de 1931, 9 de junio, 11 de agosto, 20 y 27 de octubre de 1933; FAI, 8 de enero de 1935. << [51] Solidaridad Obrera, 22 de marzo, 20 de abril, 23 de junio, 10, 26 de agosto, 16, 23 de septiembre, 13 de octubre, 9 y 23 de noviembre, 7 de diciembre de 1932, 1 y 12 de enero, 11 de febrero, 8, 14, 18, 25 de marzo, 4, 15-16, 18 de abril, 23 de junio, 29 de julio, 14 de octubre de 1933; 15, 24, 26 de abril de 1934; 14, 20 de febrero, 1 de marzo, 15 de septiembre de 1935; El luchador, 7 de julio de 1933. A pesar de que resulta difícil calibrar el impacto de este mensaje en las bases de la CNT, conviene recordar que la afiliación de este sindicato osciló entre los 500 000 y los 1 200 000 miembros en los cinco años anteriores a la Guerra Civil. << [52] García Oliver, El eco de los pasos, págs. 115-116; Paz, Dumiti, pág. 67; León-Ignacio, Los años del pistolerismo, págs. 242, 314; Tierra y Libertad, 4 de julio, 19 de septiembre de 1931; La Batalla, 7 de julio de 1932; Porcel, La revuelta permanente, págs. 126-129. En los valores de los años treinta, 25 pesetas equivalían aproximadamente a tres jornales de un obrero de la construcción no cualificado. << [53] León-Ignacio, Los años del pistolerismo, pág. 314, La Vanguardia, 13, 17-18 de agosto de 1933; Las Noticias, 2 de julio de 1936; Paz, Durruti, pág. 67; La Vanguardia, 30 de junio de 1934. << [54] Chris Ealham, «Crime and punishment in 1930S Barcelona», History Today, vol. 43, octubre de 1993, págs. 31-37; La Vanguardia, Las Noticias, La Veu de Catalunya, 18-22 de diciembre de 1934; Joan Manent i Pesas, Records d’un sindicalista llibertari català, 1916-1943 (París: Edicions catalanes de París, 1976), págs. 178-189. << [55] Gutiérrez Molina, La Idea revolucionaria: El anarquismo organizado en Andalucía y Cádiz durante los años treinta (Madrid: Madre Tierra, 1993), págs. 65-77; Pérez Baró, Els «feliços» anys vint, pág. 87. << [56] Solidaridad Obrera, 18 de agosto de 1933, 26 de abril, 14 de julio de 1934; La Revista Blanca, 4 de enero, 10 de mayo de 1935; Paz, Durruti, págs. 311-314. << [57] Josep María Huertas Clavería, Obrers a Catalunya: Manual d’historia del moviment obrer (1840-1975) (Barcelona: L’Avenç, 1994), pág. 288. << [58] En una crítica de la CNT que tenía mucho en común con las posiciones de Balius, Helmut Rüdiger, el representante de la AIT en España, observó lo siguiente: «No se sabía qué camino había que tomar. Faltaba una teoría. Habíamos perdido muchos años en la nebulosa de las abstracciones […] [en la CNT-FAI-FIJL] no se disponía ni de las ideas, los métodos, los principios ni de los órganos capaces de dar vida a un nuevo orden público que superase las viejas formas. Había empezado una lucha antifascista que necesitaba una nueva organización del pueblo capaz de perseguir y ganar la lucha». (Helmut Rüdiger, Ensayo crítico sobre la revolución española [Buenos Aires: Imán, 1940], págs. 11, 30). << [59] La Batalla, 6 de diciembre de 1936; 9, 28 de enero, 17, 27 de febrero, 18 de marzo de 1937. Con su habitual humor cruel y sarcástico, Trotski comparó el anarquismo con un paraguas lleno de agujeros, ya que en principio parece útil, pero cuando uno dice utilizarlo, no sirve para nada: Trotski decía que mientras que el primero no servía para transformar la sociedad, el segundo no servía para parar la lluvia. Para las opiniones de Trotski sobre España, véase su Escritos sobre España París: Ruedo Ibérico, 1971). << [60] Joan Llarch, La muerte de Durruti (Barcelona: Plaza & Janes, 1985), págs. 97-98, 102. Abel Paz, Crónica de la Columna de Ferro (Barcelona: Hacer, 1984), pássim; Josep María Solé i Sabaté y Joan Villarroya i Font, La repressió a la reraguarda de Catalunya, 1936-1939, vol. I (Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1989), págs. 59-81; Diari de Barcelona, 1, 25 y 27 de agosto de 1936; Treball, 1-2 de agosto de 1936; La Rambla, 25 de agosto de 1936; La Humanitat, 26 de agosto de 1936. << [61] En un libro publicado en 1938, un anarcosindicalista barcelonés denunció a «uns quants individus que en desenganyar-se deis ideals anarquistes, volien superar-se fent ostentado d’una completa amoralitat com a norma de vida»: Salut, Vivers de revolucionarit, págs. 81-82. El escaso interés generado por la reimpresión en 1937 de El único y su propiedad puede servir como medida del aislamiento de los estirneristas durante los años de la Guerra Civil: sólo se vendieron 200 ejemplares de los 2000 impresos. Inquietudes. Suplemento de «Tierra y Libertad», México, mayo de 1945. << [62] Joan Peiró, Perill a la reraguarda (Mataró: Edicions Llibertat, 1936), págs. XVII, 41, 127-133. << [63] Solidaridad Obrera, 24 y 30 de julio de 1936; Peirats, La CNT, vol. I, pág. 173. << [64] Benjamín Martin, The agony of modernization: Labor and industrialization in Spain (Ithaca: ILR Press, 1990), pág. 385; Peiró, Perill, pág. 20; La Batalla, 31 de julio de 1936; Solidaridad Obrera, 9, 24 y 30 de julio de 1936; Juan García Oliver, El eco de los pasos, págs. 229-231; Llarch, La muerte de Durruti, pág. 24; Porcel, La revuelta permanente, págs. 129-130. Gardenyes y sus camaradas, a quienes la FAI encontró robando joyas de un piso, fueron descritos por Peiró como «de historial y martirio revolucionario, pero que fueron incapaces de superar un momento de confusión y de debilidad»: La CNT, vol. I, pág. 175. << [65] La Batalla, 31 de diciembre de 1930 y 13de marzo de 1937. << [66] Manuel Valldeperes, Els perills de la reraguarda (Barcelona: Forja, 1937), págs. 7-10, 23, 25-26, 28; Treball, 30 de septiembre y 20 de noviembre de 1936; La Humanitat, 2 de octubre y 28 de noviembre de 1936; Mundo Obrero, 14 de diciembre de 1936. << [67] Esta postura es apoyada por Martin, quien concluye que «los anarquistas y los cenetistas han recibido una culpa desproporcionada por el “terror rojo”»: The agony of modernization, pág. 384. << [68] La Humanitat, 31 de julio de 1936; Diari de Barcelona, 1 de agosto de 1936; Treball, 15 de agosto y 20 de octubre de 1936; Manuel Cruells, La societat catalana durant la guerra civil: Crónica d’um periodista polític (Barcelona: Edhasa, 1978), págs. 73-84; Fundación Andreu Nin, Los sucesos de mayo de 1937: Una revolución en la República (Barcelona: Libros Pandora, 1988), pássim; Manuel Cruells, Els Fets de Maig: Barcelona 1937 (Barcelona: Editorial Joventut, 1970), págs. 19-125. << [69] Helmut Rüdiger, El anarcosindicalismo en la Revolución Española (Barcelona: Comité Nacional de la CNT, 1938), pág. 6. << [70] Ángel Pestaña, Lo que aprendí en la vida (Bilbao: ZYX, 1973), vol. 2, págs. 63-64. << [71] Ramón Liarte, El camino de la libertad (Barcelona: Ediciones Picazo, 1983), pág. 239. << [1] S. Juliá, Los orígenes del Frente Popular en España (1934-1936) (Madrid: Siglo XXI, 1979). << [2] A. Shubert, Hacia la revolución: Orígenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860-1934 (Barcelona: Crítica, 1984). G. Ojeda et al, Octubre 1934: Cincuenta años para la reflexión (Madrid: Siglo XXI, 1985). Probablemente, la petición de amnistía para los encarcelados con motivo de la insurrección de octubre fue el factor más importante en la movilización obrera durante la campaña electoral de febrero de 1936. << [3] H. Graham, «Community, State and nation in Republican Spain, 1931-1938 », en A. Smith y C. Mar-Molinero, Nationalism and national identity in tbe Iberian Península (Oxford: Berg, 1996). S. Julia, «La experiencia del poder: La izquierda republicana, 1931-1933», en El republicanismo en España, 1830-1939, ed. N. Townson (Madrid: Alianza, 1994, págs. 165-192). << [4] H. Graham, «War, modernity and reform: The premiership of Juan Negrín, 1937-1939», en The Republic besieged: Civil War in Spain, 1936-1939, ed. P. Preston y A. L. MacKenzie (Edimburgo: Edinburgh University Press, 1996). << [5] J. M. Macarro Vera, La utopía revolucionaria: Sevilla en la Segunda República (Sevilla: Caja de Ahorros de Sevilla, 1985). << [6] J. Casanova, Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938 (Madrid: Siglo XXI, 1985). << [7] Todos esos casos fueron difíciles victorias estratégicas logradas por comandantes militares rebeldes mediante trampas y trucos para engañar a los obreros republicanos. << [8] C. Ealham, «Policing the Recession: Unemployment, social protest and lawand-order in Barcelona», 1930-1936, tesis doctoral inédita, Universidad de Londres, 1996. Véanse también sus artículos: «Crime and punishment in 1930S Barcelona», History Today, octubre de 1993; y «Anarchism and illegality in Barcelona, 1931-1937», Contemporary European histojy, vol. 4, n.º 2, 1995. << [9] << C. Ealham, Policing the Recession. [10] La bibliografía sobre colectivizaciones es enorme. Una síntesis actualizada sobre el debate historiográfico en J. Casanova, «Anarchism, revolution and civil war in Spain: the challenge of social history», International Review of Social History, vol. 37, 1992, págs. 198-404. Testimonios orales en R. Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros: Historia oral de la guerra civil (Barcelona: Crítica, 1979), 2 vols. véanse además: W. L. Bernecker, Colectividades y revolución social: El anarquismo en la guerra civil española (Barcelona: Crítica, 1982); J. Casanova, Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, y como editor, El sueño igualitario: Campesinado y colectivizaciones en la Espala republicana (Zaragoza, 1989); L. Garrido González, Colectividades agrarias en Andalucía: Jaén (1931-1939) (Madrid: Siglo XXI, 1979); I. Bosch Sánchez, Ugetistas y libertarios: Guerra civil y revolución en el país valenciano (Valencia: Institució Alfons el Magnànim, 1983). << [11] Sobre el proceso de intervención véase P. Preston, «La aventura española de Mussolini: Del riesgo limitado a la guerra abierta», artículo incluido en este volumen. Las obras clásicas son A. Viñas, La Alemania nazi y el 18 de julio (Madrid: Alianza, 1977); J. E. Coverdale, La intervención fascista en la guerra civil (Madrid: Alianza, 1979). Cfr. P. Preston, Franco: Caudillo de España (Barcelona, Grijalbo, 1994). << [12] P. Preston, «La aventura española de Mussolini», y E. Moradiellos, «El general apacible. La imagen oficial británica del general Franco durante la Guerra Civil», ambos incluidos en este volumen (pp. 41-69 y 21-39 respectivamente). << [13] A. Bahamonde y Sánchez de Castro, Un año con Queipo: Memorias de un nacionalista (Barcelona: Ediciones españolas, s. a. [1938]), págs. 23-27 y 88-136; J. de Ramón-Laca, Bajo la férula de Queipo: Cómo fue gobernada Andalucía (Sevilla: Diario Fe, 1939), págs. 18-20, 151 y siguientes; I. Gibson, Queipo de Llano: Sevilla, verano de 1936 (Barcelona: Grijalbo, 1986), págs. 80-92; N. Salas, Sevilla fue la clave: República, alzamiento, guerra civil (Sevilla: Castillejo, 1929, vol. I), págs. 281-363, vol 2, págs. 409-491; R. Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros; Anónimo, «El comienzo: La “liberación” de Lora del Río (1936)», Cuadernos de Ruedo Ibérico, n.º 46-48, julio-diciembre de 1975; L. Collins y D. Lapierre, Or I’ll dress you in mourning (Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1968), págs. 88-99. << [14] Hay muchas fuentes al respecto. Entre ellas, M. Koltsov, Diario de la guerra de España (Madrid: Akal, 1978), págs. 96-97; y J. Whitaker, «Prelude to World War: A witness from Spain», Foreign Affairs, vol. 21, n.º I, octubre de 1942, págs. 105-106. << [15] Sobre el sentido de la violencia en la España rebelde, véase H. Graham, «War, modernity and reform». << [16] F. Moreno Gómez, La guerra civil en Córdoba (Madrid: Alpuerto, 1985). También su artículo, «La represión en la España campesina», en España durante la Segunda Guerra Mundial, ed. J. L. García Delgado y M. Tuñón de Lara (Madrid, Siglo XXI, 1989, pág. 191). << [17] P. Preston, Franco, pág. 209. << [18] «Tras la primera noche, la sangre parece que llegó a alcanzar un palmo de altura en las veredas. No lo dudo. 1800 personas, hombres y mujeres, fueron llevadas allí en unas doce horas. Hay más sangre de lo que puede imaginarse en 1800 cuerpos». J. Allen, The Chicago Tribune, 30 de agosto de 1936. << [19] M. Neves, La matanza de Badajoz (Badajoz, 1986), págs. 13, 43-45 y 50-51; J. Allen, «Blood flows in Badajoz», en From Spanish trenches: Recent letters from Spain, ed. M. Acier (Londres: Modern Age Books, 1937), págs. 3-8; J. Whitaker, «Prelude to World War», págs. 104-106; J. J. Calleja, Yagüe: Un corazón al rojo (Barcelona, 1963), págs. 99-109. << [20] Contrariamente a la percepción abrigada en la República, fue la Italia fascista más que la Alemania nazi la que proporcionó mayor cantidad de ayuda a los insurgentes. Cfr. P. Preston, «La aventura española de Mussolini». << [21] Cfr. H. Graham, «War, modernity and reform». << [22] P. Preston, ibid. << [23] Palabras de J. Whitaker, «Prelude to World War», págs. 105-106. << [24] Una exposición clásica en V. Richards, Lessons of the Spanish Revolution, 1936-1949 (Londres: Freedom Press, 1953). Hay otras tres versiones revisadas (1969, 1972 y 1983). << [25] Una exposición más amplia del asunto en H. Graham, «Spain 1936. Resistance and revolution: the flaws in the front», en Community, authority and resistance to Fascism in Europe, ed. T. Kirk y T. McElligott (Cambridge: Cambridge University Press, 1996). << [26] H. Graham, ibid. << [27] M. Low y J. Brea, Red Spanish notebook (Londres: Secker y Warburg, 1937) (reeditado en San Francisco: City Lights Books, 1979, págs. 114-115, 131 y 161); A. Durgan, «Trotsky, the POUM and the Spanish Revolution», Journal of Trotskyist Studies (University of Glasgow), vol. 2, 1994, págs. 43-74; E. Ucelay da Cal, «Socialistas y comunistas en Cataluña durante la guerra civil: Un ensayo de interpretación», en Fundación Pablo Iglesias, Socialismo y guerra civil: Anales de historia, vol. 2, 1987, págs. 295-324. << [28] Los socialistas moderados y los republicanos aceptaron el nombramiento de Largo Caballero como jefe de gobierno porque su tendencia revolucionaria era muy dudosa (en realidad, era un líder sindical bienintencionado y reformista cuya retórica revolucionaria sustituía una política radical que pudiera poner en peligro a la UGT). Cfr. H. Graham, Socialism and War: The Spanish Socialist Party in power and crisis, 1936-1939 (Cambridge: Cambridge University Press, 1991); y «The eclipse of the socialist left, 1934-1937», en Elites and power in Twentieth-Century Spain: Essays in honour of Sir Raymond Carr, ed. F. Lannon y P. Preston (Oxford, Clarendon Press, 1990). << [29] M. Alpert, El ejército republicano en la guerra civil (Madrid: Siglo XXI, 1989). Véanse las memorias de J. Modesto, Soy del Quinto Regimiento (Barcelona: Laia, 1978); E. Líster, Nuestra guerra (París: Librairie du Globe, 1966), y Memorias de un luchador, vol I, Los primeros combates (Madrid: Toro, 1977). V. Vidali, El Quinto Regimiento (México: Grijalbo, 1975). << [30] A. Cordón, Trayectoria (París: Librairie du Globe, 1971). J. Martín Blázquez, I helped to build an army (Londres: Secker and Warburg, 1939). << [31] En marzo de 1937, durante la sesión plenaria del comité central del PCE, la militancia fue estimada en 249 140 afiliados, de los cuales más de la mitad (131 600) estaba en el frente. A fines de junio, el PCE declaraba tener 301 000 afiliados (excluyendo los partidos comunistas vasco y catalán, con 22 000 y 60 000 militantes). La afiliación procedía en gran medida de personas que no habían militado previamente en ninguna organización y, en particular, de la juventud que servía en el ejército. La afiliación en Madrid (capital y provincia) durante la guerra confirma esta imagen hasta mayo de 1938. Archivo del PCE (Madrid), microfilm XVII (214), págs. 108-113. << [32] Para las implicaciones «modernas» (sociales y culturales) de la movilización juvenil véase H. Graham, «Community, State and nation in Republican Spain». << [33] Cfr. H. Graham, «War, modernity and reform: The premiership of Juan Negrín». << [34] La comunicación entre Negrín y el PCE se efectuaba por tres medios: en las deliberaciones del consejo de ministros (con los ministros comunistas), a través del comité nacional del Frente Popular, y mediante los comités de enlace entre el PCE y el PSOE que existían desde enero de 1937 en el plano local, provincial y nacional para facilitar la administración del Estado y la movilización de los recursos de guerra. << [35] J. Aróstegui y J. A. Martínez, La Junta de Defensa de Madrid (Madrid: Comunidad de Madrid, 1984). << [36] A. Viñas, El oro de Moscú: Alfa y omega de un mito franquista (Barcelona: Grijalbo, 1979). << [37] Por ejemplo, el enfrentamiento entre Negrín y el CLUEA (consorcio sindical para la exportación de frutas del Levante). A. Bosch, Ugetistas y libertarios, págs. 117-123 y 336-340. << [38] Cfr. E. Ucelay da Cal, «Socialistas y comunistas en Cataluña durante la guerra civil». << [39] C. Ealham, Policing the Recession. El análisis de Ealham también ilumina la naturaleza del conflicto «Estado contra CNT» en mayo de 1937. Como la dirección nacional de la CNT había asumido la estrategia del Frente Popular (pese a su temporal abandono del gobierno de resultas de la crisis de mayo), la batalla real librada por el Estado republicano en aquella coyuntura perseguía la quiebra del poder movilizador de los cuadros intermedios de la CNT (los activistas sinocales que se oponían a la posición «estatista» de sus dirigentes y que todavía gozaban de medios potenciales para movilizar sectores populares contra la política gubernativa, poniendo en peligro la producción industrial de guerra en Barcelona). Sobre esa potencialidad véase M. Low y J. Breá, Red Spanish notebook, págs. 221-222. << [40] La perspectiva europea de Negrín estaba influida por los desechos remitidos por el jurista Luis Jiménez de Asúa, embajador republicano en Praga (hasta septiembre de 1938) y vicepresidente del PSOE (hasta agosto de 1938). Se custodian en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (Madrid), Archivo de Barcelona, Apartado I, archivo de la SIDE (Sección de Información Diplomática Especial), cajas 58-69. << [41] Negrín tuvo un protagonismo especialmente brillante en la asamblea de la Sociedad de Naciones de septiembre de 1937. J. Marichal, «Ciencia y gobierno: La significación histórica de Juan Negrín 1892-1956)», en Estudios sobre la II República española, ed. M. Ramírez Madrid: Tecnos, 1975), págs. 197-198. << [42] La obligada excepción es la Juventud Socialista Unificada. Pero su lealtad política y orgánica estaba mucho más inclinada hacia el PCE que hacia el PSOE. << [1] La investigación en la que se basa este trabajo ha sido posible en parte gracias a la ayuda económica de la British Academy y de la Fundación Cañada Blanch, a las que estoy muy agradecido. << [2] Il Risorgimento (Turín: Einaudi, 1950), pág. 200. << [3] ABC, 1 de noviembre de 1936. << [4] Paul Preston, «War of words: The Spanish Civil War and the historians», en Revolution and war in Spain, 1931-1939, ed. Paul Preston (Londres: Methuen, 1984), pág. 2. << [5] Alberto Reig Tapia, Ideología e historia: Sobre la represión franquista y la guerra civil (Madrid: Ediciones Akal, 1984). La obra de Reig Tapia ha constituido la principal crítica sistemática a la metodología y los prejuicios políticos que observamos detrás de muchas explicaciones «científicas» de la represión en España y este trabajo le debe mucho a su obra. Véase también Reig Tapia, Violencia y terror: Estudios sobre la guerra civil española (Madrid: Ediciones Akal, 1990). << [6] Parte de la «misión» del partido fascista español, la Falange, fue lograr una revalorización de la violencia. Los fundadores del fascismo español se encontraban entre los primeros en exigir una respuesta violenta a la proclamación de la Segunda República española en 1931. Véase por ejemplo Ramiro Ledesma Ramos, Discurso a las juventudes de España (Madrid: Ediciones Fe, 1954). La guerra se consideraba un «elemento de progreso» y la violencia, creativa y purificadora. << [7] Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, Un año con Queipa: Memorias de un nacionalista (Barcelona: Ediciones Españolas, 1938), pág. 71. << [8] Véase, p. ej., Our common history ed. Paul Thompson (Londres: Pluto Press, 1982), pág. 16. << [9] Para algunas mujeres, especialmente, las organizaciones franquistas ofrecían ciertas oportunidades para las relaciones sociales fuera del ámbito de la iglesia y del hogar. Véase, por ejemplo, M. T. Gallego Méndez, Mujer, Falange y franquismo (Madrid: Taurus, 1983). Para la juventud española bajo Franco, véase J. Saíz Marín, El Frente de Juventudes: Política de juventud en la España de la posguerra (1937-1960) (Madrid: Siglo XXI, 1988); G. Germani, «La socialización política de la juventud en los regímenes fascistas: Italia y España», en Revista Latinoamericana de Sociología, V (nov. 1969), págs. 542-558. Los efectos de una educación rígidamente impuesta basada en el nacionalismo y el catolicismo son quizás más evidentes (Gregorio Cámara, Nacional-catolicismo y escuela: La socialización política del franquismo [1936-1931] [Jaén: Hesperia, 1984]). << [10] Es en parte esta reclusión forzada la que explica la importancia de las mujeres en las esporádicas manifestaciones de resistencia que se produjeron en los años cuarenta. << [11] Véase Michael Richards, «Autarky and the Franco dictatorship in Spain, 1936-1945», tesis doctoral (Univ. de Londres, 1995). En este trabajo utilizo el término «totalitario» para referirme a la voluntad de «control total» dentro de la sociedad por parte del régimen, y no para recuperar el concepto del «totalitarismo» acuñado en la Guerra Fría, que no distinguía fundamentalmente entre el comunismo y el fascismo de Estado. << [12] Manuel Vázquez Barcelonas (Barcelona: 1987), pág. 168. << Montalbán, Empúries, [13] Citado en A. Braojos Garrido, L. Álvarez Rey, F. Espinosa Maestre, Sevilla ’36: Sublevación fascista y represión (Sevilla: Muñoz Moya y Montraveta Editores, 1990), págs. 218-219. << [14] Véase el artículo de Antonio Elorza, El País (4 de enero de 1990). << [15] Irónicamente, quizás la relativa apertura de los archivos oficiales desde la transición haya llevado a muchos historiadores a adoptar una postura empírica exenta de valoración crítica, publicando una considerable cantidad de material que consiste o está basado en copias de aquellos documentos que han sobrevivido a las actividades de los censores franquistas. Si bien estos trabajos han revelado mucha información de gran interés, en muchos casos se detecta una ausencia absoluta de análisis. Véanse los comentarios críticos de Paul Preston, «Venganza y reconciliación: La guerra civil española y la memoria histórica», en Paul Preston, La política de la venganza (Barcelona: Península, 1997), págs. 85-86. << [16] Manuel Tuñón de Lara, prólogo a Reig Tapia, Ideología e historia, op. cit., pág. 10. Véase también Violencia y política en España, ed. Julio Aróstegui, Ayer 13 (1994), pág. 15. << [17] Sobre la propaganda sistematizada del régimen y la reescritura franquista de la historia, véase Herbert Southworth, El mito de la cruzada de Franco (París: Ruedo Ibérico, 1963); Guemica! Guemica!: A study of journalism, diplomacy, propaganda and history (Berkeley: Univ. of California Press, 1977); Paul Preston, «War of Words: The Spanish Civil War and the historians» en Revolution and war in Spain, op. cit., y «Venganza y reconciliación: La guerra civil española y la memoria histórica», en La política de la venganza, op. cit. << [18] Véase especialmente Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra (Barcelona: Editorial Planeta, 1977); Ricardo de la Cierva, La historia se confiesa (Barcelona: Editorial Planeta, 1976); Historia ilustrada de la guerra civil española, 2 vols. (Barcelona: Ediciones Danae, 1990), especialmente el volumen 2, págs. 215-216; Francisco Franco: Un siglo de España, 2 vols. (Madrid: Editorial Nacional, 1973), II, pág. 172. << [19] La distinción entre «violencia militar» y «violencia política» tampoco está exenta de problemas, especialmente en relación con las guerras civiles. Es difícil insertar esta distinción en un modelo heurístico de violencia, cuya elaboración escapa a las intenciones de este trabajo. Para una discusión sobre los problemas y posibles interpretaciones, véase Aróstegui, Violencia, op. cit. << [20] Esta represión nacionalista coincidió en parte obviamente con lo que he descrito como «terror político» en la zona nacional, pero si bien seguía guiándose por los «símbolos ideológicos» construidos por la España nacional —la «cruzada», la «revitalización del espíritu» etc.— constituyó de hecho un sistema de represión más claramente organizado. Estas distinciones se aclararán en el curso del presente artículo. << [21] No se trata de negar que existieron grupos específicamente señalados que fueron víctimas del terror revolucionario durante los primeros meses en la zona republicana (Francisco Cobo Romero, «La justicia republicana en la provincia de Jaén durante la guerra civil: La actuación de los Tribunales especiales populares [1936-1939]», en Justicia en guerra [Madrid: Ministerio de Cultura, 1990], págs. 127-138). Sin embargo, esta clase de violencia «popular», no dirigida por el Estado y llevada a cabo por obreros, fue de una naturaleza muy diferente a la violencia de los falangistas de clase media o empresarios, cuyas matanzas recibieron la bendición de la Iglesia (Reig, Violencia, págs. 16-17). En la retaguardia republicana se estaba desarrollando una embrionaria y desigual revolución social que un historiador ha preferido denominar como un «estado de subversión generalizada» (Glicerio Sánchez Recio, «justicia ordinaria y justicia popular durante la guerra civil», en Justicia en guerra, págs. 87-108, citado por Joan Sagúes San José, «La justicia i la repressió en els estudis sobre la guerra civil espanyola i la postguerra», en Violencia política i ruptura social a Espanya, 1936-1945 [Lleida: Edicions de la Universitat de Lleida, 1994], pág. 9). << [22] Esta importante distinción entre la violencia fría, metódica y organizada de la zona nacional y la incontrolada «justicia popular» de la España republicana es destacada por escritores que pasaron temporadas en ambas zonas durante la Guerra Civil. Véase, por ejemplo, Antonio Bahamonde, Un año con Queipo: Memorias de un nacionalista, op. cit. Bahamonde, un católico devoto, fue el delegado de propaganda del general Queipo de Llano. Había estado en la milicia de la Falange y desarrolló labores de vigilancia en prisiones y cementerios, pero hizo todo lo posible para escapar tras el horror que presenció allí. Véase también Lo que han hecho en Galicia: Episodios del terror blanco en las provincias gallegas contados por quienes lo han vivido (París: Editorial España, 1938), págs. 31-32. << [23] Véase Ian Gibson, Granada en 1936 y el asesinato de Federico García Lorca (Barcelona: Editorial Crítica, 1979); Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XX, 1914-1939 (París: Librería Española, 1973), págs. 450-455; Francisco Moreno Gómez, La guerra civil en Córdoba (1936-1939) (Madrid: Editorial Alpuerto, 1985); Josep Maria Solé i Sabaté, La repressió franquista a Catalunya (Barcelona: Edicions 62, 1985). << [24] Tuñón de Lara, prólogo, Ideología, 9. Por el contrario, se puede considerar que el «impacto social» de la brutalidad nacional/franquista en este período tuvo un «valor» duradero en términos de control social que subsistió hasta los años cincuenta y sesenta. << [25] Fierre Vilar, Spain: A brief history (Oxford: Pergamon, 1977 [2.ª ed.]), pág. 113. << [26] La violencia política se usó en la España republicana como parte de la reconstrucción de la autoridad burguesa por parte del Estado después de mayo del 37. Pero, obviamente, esta violencia estuvo dirigida contra los anarquistas y los partidarios de los partidos marxistas disidentes, no contra los franquistas. << [27] Con esto no quiero insinuar que la violencia republicana no merezca también un análisis. Pero en gran medida, nuestra percepción del terror en la zona republicana ha sido distorsionada por la propaganda franquista. Sería muy útil un estudio que situara también esta violencia en el contexto de las condiciones de vida, la participación política y las ideas populares culturales y políticas. << [28] Ramón Serrano Suñer, Entre Hendaya y Gibraltar (Madrid: Ediciones y Publicaciones Españolas, 1963 [6.ª ed.]), especialmente págs. 33-70; Stanley Payne, Franco’s Spain (Londres: Routledge & Kegan Paul, 1968), pág. 23. << [29] En Sevilla se declaró el estado de guerra mediante el artículo 1 de un decreto del 18 de julio de 1936. Las prioridades resultaban bastante claras; el artículo 2 decretaba que todos los huelguistas serían fusilados (Julio de Ramón-Laca, Bajo la férula de Queipo: cómo fue gobernada Andalucía [Sevilla: Imprenta Comercial, 1939], pág. 16). << [30] Véase Gerald Brenan en el Manckester Guardian, 31 de agosto de 1936: «Aquellos que destacan las atrocidades […] del gobierno suelen olvidar las provocaciones y las circunstancias. Cuando los soldados y la policía se han tenido que marchar al frente porque otros soldados y otros policías se han rebelado, ¿quién queda para mantener el orden entre la población enfurecida?». Tras la rebelión militar, se produjo un colapso del poder burgués republicano que permaneció en manos de la gente de la calle prácticamente hasta mayo de 1937. << [31] Pierre Broué, Ronald Fraser y Pierre Vilar, Metodología histórica de la guerra y la revolución española (Barcelona: Editorial Fontamara, 1980), pág. 90. << [32] Koestler, Spanish testament, pág. 84. En otras palabras, el concepto de «objetividad» se usa como modo de «justificar» la incapacidad para contemplar la posibilidad de que la realidad fuera algo más rica que lo estrictamente verificable rebuscando entre los archivos y contando nombres en las listas. << [33] Véase, por ejemplo, Josep M. Solé i Sabaté, La repressió franquista a Catalunya, 1938-1953, págs. 16-17; Joan María Thomàs, «Memoria que quema», en El País, 1 de noviembre de 1992. << [34] Ramón Tamames, La república, págs. 348-353. Este hecho ha sido incluso reconocido oficialmente (Reig Tapia, Ideología, pág. 72). En un intento por obtener una mayor cantidad de raciones en la dura posguerra, las administraciones locales solían aumentar descaradamente las cifras de población regional. Véase también Jesús Villar Salinas, Repercusiones demográficas de la última guerra civil española (Madrid: Sobrinos de la sucesora de M. Minuesa de los Ríos, 1942), págs. 110-112. << [35] Charles Foltz, periodista norteamericano, adelantó en los años cuarenta una cifra mencionada por un cargo anónimo del Ministerio de Justicia español. Según esta fuente, entre el 1 de abril de 1939 y el 30 de junio de 1944 se llevaron a cabo exactamente 192 684 ejecuciones. Véase Foltz, The masquerade in Spain (Boston: Houghton Mifflin, 1948), pág. 97. Foltz apunta además que el Ministerio de Justicia no tenía relación alguna con el cómputo de las ejecuciones de prisioneros llevadas a cabo por la Falange, el Ministerio del Interior o el Ejército. Véase también Bowker a Edén, 12 de diciembre de 1944, Public Record Office (PRO) FO371/49 575/Z89/41. Uno de los primeros biógrafos partidarios de Franco, Brian Crozier, al mencionar la cifra citada por Foltz, recibió del Ministerio de Información español la aclaración de que el número de ejecuciones no superó las 40 000, postura que ha sido defendida por algunos historiadores desde entonces. Gabriel Jackson calculó que entre 150 000 y 200 000 personas murieron en represalias o ejecuciones formales en la zona nacional entre 1936 y 1944 (véase su obra La república española y la guerra civil 1931-1939 [Barcelona, Editorial Crítica, 1976], pág. 14). Ramón Tamames, empleando un punto de vista razonable y crítico hacia las estadísticas demográficas oficiales, estima que tan sólo en el período 1939-1945 hubo 105 000 ejecuciones (La República: La era de Franco [Madrid: Alianza Editorial, 1973], pág. 323). << [36] La represión política no abarca sólo el exterminio, la violencia física y la privación de libertad. Incluye también la coacción en el trabajo, la privación material, y en la dinámica cultural y el sexo. Estas formas de represión no eran mutuamente excluyentes. Todas estaban basadas en una concepción totalitaria del poder que otorgaba valor y utilidad a la violencia y al control ideológico impuesto contra y sobre unos enemigos definidos según una concepción particular de qué (y quién) constituía «la nación». << [37] Gabriel Jackson, The Spanish Republic and the Civil War, 1931-1939 (Princeton: Princeton U. P., 1965), pág. 526; véase también la edición española, pág. 13; Tamames, La República, págs. 348-356. << [38] Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra. Véase el comentario crítico en Paul Preston, La política de la venganza, pág. 89, n.º 13. La intención general de Salas queda aclarada por el título y el espíritu de publicaciones como Los datos exactos de la guerra civil (Madrid: Ediciones Rioduero, 1980). << [39] Pérdidas, pág. 372. << [40] Ibid., págs. 428-429. << [41] Véase, por ejemplo, la versión del prestigioso hispanista americano Stanley Payne en su importante e influyente obra The Franco Regime, 1936-1975 (Madison: Univ. of Wisconsin, 1987), pág. 635. Véase también Ricardo de la Cierva, La historia se confiesa (Barcelona: Editorial Planeta, 1976), en la que el autor sugiere que una cifra en torno a los 20 000 sería más exacta. Éste aprovecha la oportunidad a su vez para reprochar a otros historiadores su «notoria irresponsabilidad» al dar cifras hasta diez veces superiores. De la Cierva fue funcionario del Ministerio de Información del régimen en los años sesenta, donde fue director del llamado Centro de Estudios de la Guerra Civil (véase Paul Presión, «War of Words: The Spanish Civil War and the historians», págs. 3-5). << [42] Véase Juan Pablo Fusi, Franco: Autoritarismo y poder personal (Madrid: Ediciones El País, 1985), pág. 79. << [43] Tamames, La República, pág. 349. Reig Tapia cita el ejemplo ilustrativo del gobernador civil republicano de Valladolid, quien fue arrestado, juzgado ante un tribunal nacionalista en 1936 y ejecutado. Los hechos fueron anunciados y publicados en los periódicos, pero su muerte no fue anotada en el registro civil. Parece razonable suponer que miles de ejecuciones de individuos menos importantes también tuvieron lugar y que tampoco fueron registradas (Ideología, pág. 102). En Galicia se dio orden de no expedir certificados de defunción, ni siquiera a aquellas familias lo suficientemente valientes como para identificar los cuerpos de los ejecutados (véase Lo que han hecho, pág. 46). Las muertes de la Guerra Civil han tenido que ser registradas por las familias, incluso en los últimos diez años. En los distritos mineros de Asturias, por ejemplo, más del 50 por 100 de las víctimas fueron anotadas en los registros civiles después de 1975. Ramón García Piñeiro, Los mineros asturianos bajo el franquismo (1937-1962) (Madrid: Fundación I.º de mayo, 1990), pág. 175. << [44] Según el registro de Granada, por ejemplo, Federico García Lorca, «[…] murió en el mes de agosto de 1936 como consecuencia de heridas provocadas por un acto de guerra» (Ian Gibson, Granada en 1936, págs. 192-193). Lluís Companys, presidente de la Generalitat durante la Guerra Civil, fue detenido en Bélgica por los nazis, entregado a las autoridades franquistas y ejecutado sumariamente en Barcelona en 1940. El certificado de defunción dice simplemente que murió en el Castillo de Montjuíc de una «hemorragia interna traumática». Éste es un ejemplo del doble lenguaje utilizado para oscurecer la realidad (véase Vázquez Montalbán, Barcelonas, pág. 169). << [45] Thomas, The Spanish Civil War, pág. 261. << [46] Véase García Piñeiro, Los mineros, pág. 175. << [47] Asturias era una región minera de gran tradición militante que a menudo había acaudillado las protestas obreras, especialmente en octubre de 1934, antes de la guerra, cuando una insurrección política encabezada por los obreros fue aplastada por el general Franco y sus tropas. << [48] PRO/FO371/26 890/C3986/3/41, 15 de abril de 1941. Este informador era el exembajador de la República en Gran Bretaña durante la Guerra Civil, el liberal moderado Pablo de Azcárate. << [49] Los líderes republicanos trataron repetidas veces de poner fin al terror. Josep María Solé i Sabaté y Joan Villarroya, en La repressió a la reraguarda de Catalunya (1936-1939) (Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1989), demuestran que no toda la violencia ilegal fue llevada a cabo por los llamados «incontrolats», y que los líderes políticos de los grupos revolucionarios también tienen una parte de responsabilidad. No obstante, también muestran cómo las autoridades republicanas, en general, investigaron los «excesos» y trataron de establecer una serie de estructuras que evitaran dicha violencia. Varios de los discursos de Azaña, por ejemplo, trataron sobre la violencia. Por ejemplo, el que pronunció en la Universidad de Valencia el 18 de julio de 1937, especialmente los párrafos sobre «La reconstrucción moral» y sobre la condena de lo que éste consideraba como la política nacionalista de exterminio, «Reprobación de la política de exterminio»; además del discurso pronunciado en el ayuntamiento de Madrid el 13 de noviembre de 1937, «Monstruosidad de la guerra civil»; y en Barcelona el 18 de julio de 1938, «Paz, piedad y perdón». Otros líderes republicanos como Indalecio Prieto, Juan Negrín y el anarquista Joan Peiró hicieron constantes esfuerzos por limitar la violencia revolucionaria en la zona republicana. << [50] El liberalismo, semillero del comunismo, se consideraba como una infección o un virus. Véase, por ejemplo, Eloy Montero, Los Estados modernos y la nueva España (Vitoria: Montepío Diocesano, 1939); Ernesto Giménez Caballero, Genio de España (Madrid: Ediciones Jerarquía, 1932, 1938, 1939); Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad (Madrid: Renovación Española, 1934); Joaquín de Azpiazu, El Estado católico (Madrid: Ediciones Rayfe, 1939); Marqués de Elisenda, El sentido fascista del Movimiento Nacional (Santancer: Aldus, 1939). La idea de la percepción de la guerra como una campaña contra la enfermedad psíquica que se encontraba en la raíz del extremismo político era fortalecida por algunos de los proyectos científicos del Estado. Entre los muchos documentos del Estado destruidos o desaparecidos en el curso del largo período de la dictadura de Franco (¿y posteriormente?) había un informe (todavía incluido en el archivo del Servicio Histórico Militar) redactado en 1938 y centrado en la creación de una oficina o laboratorio de «investigaciones psicológicas», encargado de analizar «las raíces biopsíquicas del marxismo» (Reig, Ideología, pág. 28). Véase también «Psiquismo del fanatismo marxista: Investigaciones psicológicas en marxistas femeninas delincuentes», en Revista Española de Medicina y Cirugía, II (mayo de 1939), n.º 9. << [51] Véase, por ejemplo, Montero, Los Estados modernos, pág. 24. << [52] Vicente Gay y Forner, La revolución nacional-socialista: Ambiente, leyes, ideología (Barcelona: Bosch, 1934). Gay era catedrático de economía y había sido subsecretario de Economía, director general de Industria y Tarifas y secretario de la Asamblea Nacional durante la dictadura de Primo de Rivera en los años veinte. Después de la sublevación de julio de 1936, fue inmediatamente nombrado primer delegado de Prensa y Propaganda. Los campos de concentración constituyeron una característica importante de la sociedad franquista a medida que el territorio iba cayendo en manos de los nacionales durante la Guerra Civil, así como en los años cuarenta. << [53] Véanse los comentarios de Wenceslao González Oliveros, primer gobernador civil franquista de Barcelona en 1939 (Catalunya sota el règim franquista [París: Edicions Catalanes de París, 1973], pág. 292). << [54] Kurt Kranzlein en el Angriff, 10 de noviembre de 1936 (véase Arthur Koestler, Spanish testament [Londres: Gollanez, 1937], pág. 83). << [55] El Angriff, 17 de septiembre de 1936, op. cit. << [56] Essener National-Zeitung, 13 de octubre de 1936, op. cit. << [57] Palabras del Caudillo (Barcelona: Ediciones Fe, 1939), págs. 284-285; PRO/FO371/24 126/W1215/8/41, enero de 1939. El Foreign Office británico recibió un informe en el que se advertía que «sólo una paz que se consiga sin una rendición incondicional o una lucha hasta el final puede evitar este desastre en España. Pero esto no se conseguirá a menos que se obligue a Italia a retirar sus aviones y sus tropas». De acuerdo con la política de pacificación respecto a España, el Foreign Office decidió enviar una advertencia a Franco, pero que la cuestión de Italia «fuera ignorada». << [58] Discurso, 24 de enero de 1942. << [59] Ésta fue la llamada «Instrucción número 1», firmada por Mola el 25 de mayo de 1936 y llevada en persona por oficiales rebeldes al frente. Véase el informe El Colegio de abogados de Madrid (Madrid, octubre de 1936); Franco’s rule: Back to the Middle Ages (Londres: United Editorial, sin fecha, ¿1938?), pág. 154. << [60] Véase Paul Preston, The Spanish Civil War (Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1986), pág. 61. << [61] Franco’s rule, pág. 154. << [62] Thomas, The Spanisb Civil War, pág. 279. Sobre Franco y el regeneracionismo véase Manuel Vázquez Montalbán, Los demonios familiares de Franco (Barcelona: Dopesa, 1978), págs. 10-11, 47-51; «Franco i el regeneracionisme de dretes», en L’Aveng (diciembre de 1992), n.º 165, págs. 8-15. << [63] Por ejemplo, Enrique Tierno Galván, «Costa y el regeneracionismo», en Escritos, 1950-1960 (Madrid: Tecnos, 1971). << [64] Franco había descrito la Guerra Civil esencialmente como una «guerra fronteriza». Consecuentemente, él y sus generales aplicaron una estrategia basada en una percepción semejante del enemigo similar a la aplicada en las campañas coloniales de Marruecos. Los africanistas españoles se jactaban de utilizar una violencia brutal contra los aldeanos deshumanizados, ejemplo de la cual es la decapitación de los prisioneros y la exposición de las cabezas cortadas (véase Preston, Franco, págs. 29-30). Esta clase de dominio brutal, en el sentido social, político y económico, fue aplicado como una forma de colonización interna en España después de la Guerra Civil. << [65] Emilio Mola, Obras completas (Valladolid: Librería Santarén, 1940), págs. 945-946, citadas por Reig Tapia, Ideología, pág. 147. Cuando, en un esfuerzo por evitar un mayor derramamiento de sangre, Indalecio Prieto le sugirió a Mola a finales de julio de 1936 que las dos partes deberían tratar de negociar, el general respondió que «esta guerra debe terminar con el exterminio de los enemigos de España». Este extremismo puede interpretarse como síntoma del proceso de corrupción del pensamiento regeneracionista. << [66] Azaña, «Reprobación», discurso citado; José María Pemán, Arengas y crónicas de guerra (Cádiz: Ediciones Cerón, 1937), pág. 13; Reig, Ideología, pág. 153. << [67] Por lo tanto, se le negó la identidad colectiva a media España. << [68] Josep Fontana, «Reflexiones sobre la naturaleza y las consecuencias del franquismo», pág. 24; Solé i Sabaté, La repressió franquista a Catalunya, especialmente, págs. 51-62; Manuel Tuñón de Lara, La España del siglo XX, págs. 450-455; Francisco Moreno Gómez, La Guerra Civil en Córdoba, 1936-1939; Stanley Payne, The Spanish Revolution (Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1970), pág. 231. << [69] Ramón Serrano Suñer, Entre el silencio y la propaganda (Madrid: Editorial Planeta, 1977), págs. 244-245. << [70] La Vanguardia Española, 4 de abril de 1939. Franco ya le había manifestado en 1937 al embajador italiano en la España nacionalista que para él la victoria implicaba la aniquilación de un elevado número de republicanos y la total humillación y atemorización de la población superviviente (Preston, Franco, pág. 276). Evidentemente, el Caudillo veía las batallas más sangrientas de la Guerra Civil como parte de una necesaria «operación de limpieza», pág. 283. Sobre la importancia del «trabajo» relacionado con la «redención», véase El Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo, La obra de la redención de penas: La doctrina, la práctica, la legislación (Madrid: El Patronato Central, 1941). << [71] Discurso, Jaén, 18 de marzo de 1940. << [72] Catalunya sota el règim franquista, pág. 229. << [73] Antonio-Miguel Bernal, «Resignación de los campesinos andaluces: La resistencia pasiva durante el franquismo», en el volumen colectivo Causa general y actitudes sociales ante la dictadura (Univ. de Castilla-la Mancha, 1993), pág. 148. << [74] Sobre la participación falangista en las purgas véase, entre la creciente bibliografía sobre el tema, Moreno Gómez, La guerra civil, Juan de Iturralde, El catolicismo y la cruzada de Franco, 2 vols. (Bayona: EgiIndarra, 1955), II, págs. 107-120; Gibson, Granada en 1936, Braojos Garrido et al., Sevilla ’36; Herbert Southworth, Antifalange: Estudio crítico de Falange en la guerra de España (París: Ruedo Ibérico, 1967); Julián Casanova, Ángela Cenarro, Julita Cifuentes, María del Pilar Maluenda y María del Pilar Salomón, El pasado oculto: Fascismo y violencia en Aragón, 1936-1939 (Madrid: Siglo XXI, 1992); Bahamonde, Un año con Queipo, págs. 100-101, 113-120. << [75] 75. Franco’s rule, pág. 155. << [76] Braojos Garrido, Sevilla ’36, pág. 238. << [77] Según el testimonio del oficial falangista Antonio Bahamonde, entre otros (véase Un año con Queipo, pág. 92). La palabra clave era «abreviar trámites». Véase también The Times, 9 de diciembre de 1930. << [78] Bahamonde (Un año con Queipo, págs. 92, 108), describe la «parodia» de los consejos de guerra. Declara que en Sevilla, el delegado de orden público, el capitán Manuel Díaz Criado, firmaba unas sesenta condenas a muerte al día, sin estudiar para nada los informes. En su opinión su tarea consistía en «limpiar a fondo España de marxistas». << [79] Estas fosas comunes se iban convirtiendo en un elemento más del paisaje, a medida que avanzaba la campaña de los nacionales. La creencia general, incluso entre los funcionarios que administran los registros civiles, es que hubo aproximadamente tres veces más fusilamientos de los registrados (Ideología, pág. 111). << [80] José María Iribarren, Con el general Mola (Zaragoza: Editorial Heraldo de Aragón, 1937), pág. 187; Franco’s rule, pág. 187. << [81] Tuñón de Lara, La España del siglo XX, pág. 450. << [82] Francisco González Ruiz, Yo he creído en Franco: Proceso de una gran desilusión: Dos meses en la cárcel de Sevilla (París: Ediciones Imprimerie/Coopérative Etoile, 1938), pág. 128. Se podría plantear la misma pregunta en relación con Granada, Córdoba o Zaragoza: véase Gibson (The death of Lorca, pág. 68), Moreno Gómez (Córdoba), Bahamonde (págs. 123-124), Casanova (El pasado oculto), por ejemplo. Queipo decía que ciudades como Mérida desaparecerían; que no dejaría a nadie con vida. En Sevilla, el número de ejecuciones disminuyó simplemente porque iban quedando menos obreros para fusilar (Bahamonde, págs. 90-93). << [83] Ramón-Laca, Bajo la férula, págs. 20-27. << [84] En los mayores centros urbanos de Galicia, por ejemplo, el principal medio de resistencia consistía en negarse a trabajar. El primer obrero fusilado fue un tranviario en huelga. A partir de ese momento, se sucedió una serie de ejecuciones a medida que se producía una purga sistemática de cada sector de la economía. Los obreros de la metalurgia siguieron a los tranviarios. Posteriormente los fusiles se dirigieron contra los ferroviarios. En La Coruña los trabajadores organizaron colectas para los huelguistas. Las donaciones se declararon ilegales, pero continuaron a la par que la huelga hasta que las autoridades tomaron a cinco obreros como rehenes. A pesar de las ejecuciones, la resistencia pasiva de los obreros continuó, complicando así el retorno a la normalidad (véase Lo que han hecho, págs. 30, 45-46, 181-182, 199-200). << [85] Salas Larrazábal apunta la cifra más baja (Pérdidas), pero, véase también Franco’s rule, págs. 148, 151. Estos cálculos varían entre víctimas para agosto de 1936 a 15 000 para noviembre y 30 000 en 1937. Véase también Nicolás Salas, Sevilla fue la clave, 2 vols. (Sevilla: Editorial Castillejo, 1992), II, págs. 644-655, que da una cifra de muertos entre julio de 1936 y diciembre de 1941. << [86] Reig Tapia, «La represión franquista y la guerra civil: Consideraciones metodológicas, instrumentalización política y justificación ideológica», tesis doctoral (Univ. Complutense de Madrid, inédita, 1983), pág. 710. El falangista Antonio Bahamonde sugirió, a partir de conversaciones con las autoridades implicadas en la represión, que en 1938 fueron asesinadas 150 000 personas en Andalucía. Sólo en la ciudad de Sevilla calculaba que la represión había causado 20 000 víctimas (Un año, pág. 94). << [87] The Times, 12 de agosto de 1936; Franco’s rule, págs. 145-146. << [88] La tarea propagandística estuvo dirigida por Luis Bolín, amigo personal de Franco y de Queipo, que fue nombrado para la Dirección General Nacional de Turismo en 1938 y permaneció en el puesto durante quince años. Véase su libro Spain: The vital years (Londres: Cassell, 1967), un intento descarado de falsificar la historia de la República y la Guerra Civil. Sobre Sevilla, véanse especialmente las págs. 183-184. << [89] Véase Francisco González Ruiz, Yo he creído en Franco, Franco’s rule, pág. 177. Véase también Antonio Ruiz Vilaplana, Doy fe… un año de actuación en la España nacionalista (París: Ediciones Imprimerie/Coopérative Etoile, 1983), págs. 124-134; Julio de Ramón-Laca, Bajo la férula de Queipo. En Cádiz, el alcalde nombrado por los nacionales era el principal cacique de la provincia. Éste asumió un papel muy importante en la represión (Bahamonde, págs. 124-125). En la provincia de Pontevedra, en Galicia, las ejecuciones fueron organizadas por un diputado parlamentario monárquico que acompañaba a los escuadrones falangistas a los pueblos y las aldeas en busca de campesinos izquierdistas. Después de la ejecución, solían quemar sus casas (Lo que han hecho, págs. 51-52). La exterminación fue un aspecto de la política de Queipo, pero también fue el responsable de elaborar la legislación sobre la producción y comercialización de trigo en Andalucía. Su Ley de Ordenación Triguera de agosto de 1937 puso en marcha una rígida estructura que vinculaba el naciente Estado franquista con los intereses de los grandes productores (Higinio París Eguilaz, El desarrollo económico español, 1906-1964 [Madrid: edición del autor, 1965], págs. 163-165). En cierto sentido, esta ley anunció la resolución del conflicto fundamental de la sociedad española de la época, en favor de la elite terrateniente. El resultado fue de enormes beneficios, represión económica y hambre durante los años cuarenta (véase, por ejemplo, la introducción de Carlos Barciela a la parte 2, vol. III de la Historia agraria de la España contemporánea [Barcelona: Editorial Crítica, 1986], págs. 383-413). << [90] Ciano’s diplomatic papers, cd. Malcolm Muggeridge (Londres: Odhams, 1948), pág. 294. Véase también «Matanzas franquistas en Sevilla», en Interviú (5-11 de enero de 1978), n.º 86. << [91] Franco’s rule, pág. 147. << [92] Para la represión en Jaén, por ejemplo, véase Francisco Cobo Romero, La guerra civil y la represión franquista en la provincia de Jaén (Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 1992). Sobre Málaga, véase Encarnación Barranquero Texeira, Málaga entre la guerra y la posguerra (Málaga: Editorial Arguval, 1994), págs. 199-228. << [93] Francisco Moreno Gómez, «La represión en la España campesina», en El primer franquismo: España durante la segunda guara mundial, ed. J. L. García Delgado (Madrid: Siglo XXI, 1989), pág. 192. << [94] Moreno Gómez, «La represión», págs. 190-199. Véanse también sus magistrales relatos de la represión provincial, La guerra civil en Córdoba y Córdoba en la posguerra (Madrid: Francisco Baena Editor, 1990). Véase también Bernal, «Resignación», págs. 149-151. << [95] La primera cifra fue la calculada por Ramón Salas Larrazábal en Pérdidas de la guerra, pág. 208. Ian Gibson se inclina por una cifra entre los 5000 y los 6000 (Granada en 1936, pág. 126). En julio de 1936, había 16 000 afiliados al sindicato anarquista CNT en la ciudad de Granada, así como otros 12 000 al sindicato socialista UGT. Al principio, el gobierno republicano se negó a entregar armas a los obreros mientras se producía el golpe militar. Véase también «Granada: las matanzas no se olvidan», en Interviú, (diciembre de 1977), n.º 81. La gente del lugar se empeñaba en demostrar al autor de este último artículo que en Granada no sólo mataron a García Lorca, sino a miles de personas más. Sus recuerdos de los hechos de 1936 seguían muy vivos aún y querían saber por qué no se hablaba de aquellas ejecuciones. << [96] Ian Gibson, The assassination of Federico García Lorca (Londres: W. H. Allen, 1979), págs. 61-111; Reig Tapia, La represión, págs. 727-730; Ángel Gollonet Megías y José Morales López, Rojo y azul en Granada (Granada: Ediciones Imperio, 1937). << [97] Véase también, por ejemplo, Casanova et al., El pasado oculto: Fascismo y violencia en Aragón, pássim; Carlos Fernández, El alzamiento de 1936 en Galicia: Datos para una historia de la guerra civil (A Coruña: Ediciós do Castro, 1982). << [98] Véase, por ejemplo, D. Pastor Petit, Los dossieres secretos de la guerra civil (Barcelona: Argos, 1978); Joan M. Thomàs, Falange, guerra civil, franquisme: FET y de las JONS de Barcelona en els primers anys de règim franquista (Barcelona: Publicacions de l’Abadía de Montserrat, 1992); J. M. Fontana Tarrats, Los catalanes en la guara de España (Madrid: Samarán, 1952). << [99] Cónsul británico en Bilbao a Edén, 11 de enero de 1945, FO371/49 575/89/41. En la ciudad de Bilbao, el centro industrial del País Vasco, se produjo también una represión considerable. En el transcurso de un mes desde la caída de la ciudad en junio de 1937, se ejecutaron unos mil izquierdistas y nacionalistas vascos y otros 16 000 fueron detenidos. Seis meses después, seguían produciéndose ejecuciones masivas (Juan de Iturralde, La guerra de Franco: Los vascos y la Iglesia, 2 vols. [San Sebastián: s. l., 1978], II, págs. 285-299; Guillermo Cabanellas, La guerra de los mil días, 2 vols. [Buenos Aires: Editorial Heliasta, 1973], II, pág. 861, citado por Preston, Franco, pág. 280; Tuñón de Lara, La España del siglo XX, pág. 453). << [100] << Lo que han hecho, págs. 137-140. [101] PRO, ibid. Para más información sobre la represión franquista en Valencia, véase Vicent Gabarda Ceballán, «La continuación de la Guerra Civil: la represión franquista», en Estudis d’historia contemporania del País Valencià, VII (1986), págs. 229-245; y Els afusellaments al País Valencia (1938-1956) (Valencia: Edicions Alfons el Magnànim, 1993). Por otro lado, el cónsul británico en Tenerife informó que se habían producido «varios cientos de asesinatos con la presunta connivencia de las autoridades militares» de la región (PRO/W9548/3921/41, 19 de junio de 1939; 39 742/C16 811). << [102] El informador en contacto con el Foreign Office británico a principios de 1941 escribió: «Para los habitantes de la plaza de Manuel Becerra en Madrid, los seis camiones que transportan hombres y mujeres cada día en dirección al cementerio del este son un panorama familiar. El 18 de julio pasado (el cuarto aniversario de la sublevación militar contra la República) necesitaron más de cuarenta camiones para esta espantosa tarea…». (PRO/FO371/ 26 890/C3986/3/41, marzo de 1941). << [103] Sueiro y Díaz Nosty, Historia del franquismo, pág. 130. << [104] Josep Pernau, Diario de la caída de Cataluña (Barcelona: Ediciones B, 1989), págs. 219-220. El objetivo de Franco seguía siendo la aniquilación total de la República y sus partidarios (Servicio Histórico Militar, La ofensiva sobre Valencia [Madrid: Servicio Histórico Militar, 1977I, págs. 16-18, citado en Preston, Franco, pág. 304). << [105] Declaraciones de Serrano Suñer, a principios de enero de 1939, citadas por Rafael Abella, Finales de enero de 1939: Barcelona cambia de piel (Barcelona: Editorial Planeta, 1991), págs. 59-60. << [106] FET y de las JONS, Barcelona, Informe (17 de septiembre de 1940), Secretaría General del Movimiento, Archivo General de Administración (AGA), Presidencia, caja 30. << [107] «Informe acerca de FET de las JONS en Cataluña» (junio de 1937) e «Informe de FET-JONS sobre las delegaciones provinciales de Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona» (sin fecha, pero 1938), AGA, Presidencia, caja 31. << [108] FO371/W1610/8/41, 24 de enero de 1939. << [109] Solé i Sabaté, La repressió, pássim; Preston, Franco, pág. 319. << [110] James W. Cortada, A city in war: American vieiws on Barcelona and tbe Spanish Civil War, 1936-39 (Wilmington: Scholarly Resources, 1985), pág. 179. << [111] Cortada, City in war, pág. 205. << [112] «Les archives secrètes du Comte Ciano, 1936-1942» (París: Plon, 1948), citado en L’Avenç (enero de 1979), pág. 47. << [113] PRO/24 160/W9646/3921/41, 16 de junio de 1939; W9033/ 3921/41, 6 de junio de 1939. << [114] PRO/FO371/24 160/W9033/3921/41, 6 de junio de 1939. También se produjeron fusilamientos en las sedes falangistas. Por ejemplo en la calle de Ballester de Barcelona (Víctor Alba, Sleepless Spain [Londres: Cobbett Press, 1948], pág. 109). << [115] Por ejemplo, véase Eduardo Aunós Pérez, Calvo Sotelo y la política de su tiempo (Madrid: Ediciones Españolas, 1941); José María Gil-Robles, No fue posible la paz (Barcelona: Ariel, 1968), págs. 150-151; Francesc Cambó, En torno al fascismo italiano (Barcelona: s. l., 1925), págs. 42-46, 183-185; el prólogo de Gil-Robles a la obra del fascista Ramón Ruiz Alonso, Corporativismo (Salamanca: Ed. Luis Alonso, 1937). << [116] Boletín del Estado, 16 y 28 de septiembre de 1936. Esto no era más que una formalización de lo que desde el principio fue una represión de hecho de los sindicalistas. << [117] A los empresarios se les permitió mantener un cierto nivel organizativo a través de las «agremiaciones profesionales» aunque en realidad éstas acabaron basándose fundamentalmente en mecanismos más informales de poder económico. << [118] La unidad representada por las tradiciones de la Patria —catolicismo, hispanidad y una armonía social mítica — se convirtieron en el punto de referencia ideológico para justificar la represión. Según el propio Franco, «las libertades opuestas a la Patria no podían existir» (véase Caries Viver Pi-Sunyer, «Aproximació a la ideologia del franquisme en l’etapa fundacional del règim», en Papers: Revista de Sociología, XIV [1980], pág. 20). << [119] Véase Richards, Autarky. El corresponsal en Roma del principal diario de Barcelona, La Vanguardia Española, planteó la posible función económica e ideológica o política de la autarquía, viendo la sociedad italiana bajo Mussolini: «[…] ese vago concepto de la autarquía se tradujo en una imagen gráfica que se fijó en los sentidos de la gente […] sublimándola e incluso convirtiéndola en un catecismo verdadero, una guía verdadera hacia la perfección sociopolítica; en una palabra: en un misticismo […]» (17 de septiembre de 1939). << [120] Franco’s rule, pág. 147. << [121] González Ruiz, Yo he creído, pág. 124. << [122] «Informe de la Delegación General de Seguridad», 29 de abril de 1942, Toledo, en Fundación Nacional de Francisco Franco, Documentos inéditos (1994), III, pág. 425. << [123] Boletín n.º 491, DNII, 28 de febrero de 1942, AGA, Presidencia, caja 16. Las mujeres también se resistían de otras maneras. A muchas madres y esposas que hacían cola en el exterior de las prisiones se les informaba de que a sus seres queridos se les había «dado la libertad» (forma eufemística de referirse a los ejecutados) la noche anterior. En La Coruña, las mujeres protestaban permaneciendo día y noche a las puertas de la prisión, para evitar las expediciones asesinas falangistas a los cementerios (véase Lo que han hecho, págs. 195-196). << [124] Véase Heine, «Tipología características», pág. 316. << y [125] PRO/FO371/73 356/Z659/596/41, 15 de enero de 1948. Véase también Moreno Gómez, op. cit. En Málaga y Granada, los campesinos arrendatarios atrapados en medio de este conflicto de clase entre jornaleros rebeldes y el Estado a menudo abandonaban sus propiedades como resultado de este enfrentamiento. << [126] PRO/FO371/26 890/C3986/3/41, marzo de 1941. La generalización de la prostitución en la época de la posguerra fue una muestra más de la violencia económica de la autarquía; una muestra de la imposición del poder y la desarticulación de la resistencia mediante la marginación económica. << [127] Preston, La política de la venganza, págs. 107-118; Javier Tusell y Genoveva García Queipo de Llano, Franco y Mussolini: La política española durante la segunda guerra mundial (Barcelona: Editorial Planeta, 1985), págs. 208-209. << [128] Samuel Hoare, Ambassador on special mission (Londres: Collins, 1946), pág. 211. << [129] Yencken a Edén, 4 de octubre de 1943, PRO/FO371/ 34 789/C11 465/63/41. En Madrid, las puertas de algunos pisos y casas fueron marcadas con una cruz o con la sigla R. I. P. para facilitar una rápida exterminación de los ocupantes antes de que pudieran causar cualquier problema. << [130] Bajo Franco y en colaboración con la policía, todos los pueblos tenían un representante que cumplía la función de jefe del partido. En las zonas urbanas, cada manzana tenía un representante del partido encargado de informar al controlador de área o al oficial de distrito (José María Molina, El movimiento clandestino en España, 1939-1949 [México: Editores Mexicanos Reunidos, 1976], pág. 34). << [131] Parte, FET-JONS Barcelona (noviembre de 1943). AGA, Pres., caja 376. << [132] PRO/FO371/34 789/C9796/63/41, despacho del cónsul general británico en Sevilla, 14 de agosto de 1943. << [133] PRO/FO371/34 789/C9796/63/41, despacho del cónsul general británico en Sevilla, 14 de agosto de 1943. << [134] De todos modos, visto el trato que había recibido Mussolini, se confiaba en que Franco no perdería su control sobre la sociedad (Parte, Barcelona [mayo de 1945], AGA, Pres., caja 165). << [135] En la zona de Cabrales fueron detenidos todos los habitantes de un pueblo después de que una de estas expediciones para disciplinar a la población acabara en un tiroteo generalizado (PRO/FO371/-49 575/Z7624/89/41, 28 de mayo de 1945). No cabe duda de que las autoridades tomaron rehenes para provocar que los fugitivos se entregasen (PRO/FO371/49 575/Z7167/89/41, Bowker a Edén, 16 de junio de 1945). Tras la muerte de dos falangistas en mayo, en Madrid, se efectuaron 350 detenciones en Gijón como represalia. << [136] Parte, FET-JONS Barcelona, mayo de 1943, AGA, Pres., caja 376; Parte, FET-JONS Barcelona (mayo de 1945), Pres., caja 165. << [137] El 21 de marzo de 1945, dos personas fueron ejecutadas en Zaragoza tan sólo porque se pensaba que el día 30 se declararía una amnistía debido a presiones de los obispos españoles. Según el informador del Foreign Office británico, «[…] se dio orden de ejecutar a la mayor cantidad posible de prisioneros, especialmente personas cultas […]» (PRO/FO371/49 575/Z5339/89/41, 19 de abril de 1945). De hecho, Franco rechazó la carta de los obispos. << [138] Se registraron dos ejecuciones en Barcelona, el 20 de enero; una en Valladolid el día de Año Nuevo; dos en Granada el 21 de diciembre y diez el 26 y 27 de enero. El 17 de febrero mataron a diecisiete personas más en un cementerio de Sevilla. Hay constancia de que setenta y tres prisioneros políticos fueron transportados de la Dirección General de Seguridad al cementerio de Carabanchel el 27 de abril para ser ejecutados (PRO/FO371/49 575/Z7167/89/41, 3 de marzo de 1945). Aunque el director de prisiones no podía confirmar estas cifras, tampoco negaba su veracidad (PRO/FO371/Z2952/89/41, 3 de marzo de 1945). Según el director de prisiones, a principios de 1945 se examinaban unas 350 sentencias de muerte en cada reunión del Consejo de Ministros, presidida por Franco en persona. Estas reuniones se celebraban aproximadamente cada seis semanas. Se confirmaron unas cuarenta sentencias para ser ejecutadas inmediatamente. Según este cargo, Franco era el principal valedor dentro del pequeño grupo de ministros que insistía en la continuación de la despiadada purga que estas ejecuciones representaban. << [139] Julio Aróstegui (Violencia y política, pág. 13) sugiere que esta clase de preguntas debe hacerse en relación con un estudio histórico de la violencia política. << [140] La sublevación militar fue la causa principal del desbaratamiento de las instituciones del Estado republicano, incluidas las jurídicas (véase Sánchez Recio, «Justicia ordinaria», op. cit.). Al principio, a la clase obrera se le negaron armas para responder a la sublevación, por lo que en muchos lugares quedó indefensa. Debemos tener en cuenta estos dos factores a la hora de considerar la naturaleza incontrolada de la violencia republicana en los primeros meses de la Guerra Civil. << [141] Véase por ejemplo Amando de Miguel, Sociología del franquismo (Barcelona: Editorial Euros, 1975); Carles Viver Pi-Sunyer, El personal político de Franco (1936-1945): Contribución empírica a una teoría del régimen franquista (Barcelona: VicensVives, 1978); Joan Thomàs, Falange, guerra civil, franquisme; Barranquero Texeira, Málaga. << [142] Ya hemos dado ejemplos de Galicia y Sevilla. Lo mismo ocurrió en otras partes de España. Los principales organizadores de la primera huelga celebrada en Barcelona bajo el franquismo, por ejemplo, en la gran planta industrial de La Maquinista en marzo de 1941, fueron fusilados sin previo juicio (Borja de Riquer, «Dossier: El franquisme i la burgesia catalana, [1939-1951]», en L’Avenç, [enero de 1979]). << [143] En general, el aspecto de la represión no ha tenido una gran preponderancia en los intentos de teorizar sobre el franquismo desde una perspectiva histórica. Véase, por ejemplo, Javier Tusell, La dictadura de Franco (Madrid: Alianza Editorial, 1988). << [1] Coronel de artillería Francisco Álvarez de Toledo y Silva, «Servicio de recuperación de material de guerra», Ejército, núm. 29, junio de 1942, pág. 43. << [2] Coronel de artillería Alfonso Barra, «Información y recuperación de material de guerra», Ejército, junio de 1940. << [3] Enciclopedia Universal Ilustrada. Suplemento 1936-1939 (Madrid, 1944), pág. 1454. << [4] Ibid., pág. 1537. << [5] Miguel Sanchís, Alas rojas sobre España (Madrid, 1956), págs. 35-40. << [6] Coronel José Gomá Orduña, Guerra en el aire (Barcelona, 1958), pág. 64. << [7] Ricardo de la Cierva y de Hoces, Historia ilustrada de la Guerra Civil española (Madrid, 1971), vol. I. << [8] Jesús Salas Larrazábal, (I) La guerra de España desde el aire (1970. 2.ª ed., 1972); (II) «Intervención soviética en la guerra de liberación». La revista de Aeronáutica y Astronáutica, n.º 379, junio de 1972; (III) La intervención extranjera en la guerra de España (1974). Ramón Salas Larrazábal, (I) La historia del Ejército Popular de la República (4 vols., 1973) (II) Los datos exactos de la guerra civil (1980). << [9] Jesús Salas, «Intervención soviética…», págs. 432 y 438. << [10] Jesús Salas, La intervención extranjera…, págs. 429, 435, 439, 444, 446, 447 y 449; Ramón Salas, La Historia…, vol. 4, págs. 3418-3422, y Los datos exactos…, págs. 294-299. Véase también Ramón Salas, en Edward Malefakis, La guerra de España (1936-1939) (Taurus, ed. El País, 1986 y 2.ª ed. 1996). << [11] Andrés García Lacalle, Mitos y verdades: La aviación de caza en la guerra española (México, 1973), págs. 323-330, 562-566; carta a Hugh Thomas, junio de 1964, págs. 28, 33, 34. Agradezco a Hugh Thomas que me haya permitido copiar esta carta. << [12] Istoriia vtorvi mirovoi voiny, 1939-1945 (Instituto de Historia Militar de la URSS, 1974), vol. 2, pág. 54; International solidarity with the Spanisb Republic (Academia de Ciencias de la URSS, 1974), pág. 329. << [13] Por ejemplo, William Green y John Fricker, Air forces of the world (1958), pág. 249, donde se dan las siguientes cifras respecto a la aviación soviética: 550 Chato I-15, 475 Mosca I-16, 210 Katiuska SB, 130 Rasante R-5, 40 Natacha RZ; John W. R. Taylor, en Combat aircraft of the world (1969, o sea, once años más tarde), afirma, respecto a la aviación de procedencia francesa que en 1937 se enviaron 20 cazas Loire 46 por tren camuflados como maquinaria agrícola, y que el número de bombarderos Potez 54 fue de 49 y el de cazas Bleriôt SPAD 510 fue de 27. En otros anuarios populares como el Guinness book of aviation facts and figures se pueden encontrar cifras similares, así como en revistas del tipo de Avión (España), diciembre de 1961, Air classics (EE. UU.), noviembre de 1967, Airpictorial (RU), abril de 1971 (en un artículo firmado con las iniciales S. J. que corresponden a Stewart James, el especialista en asuntos españoles para Air Britain), Flight plan (EE. UU.) vol. 2, núm. 3 (1972) y núm. 6 (1973). En un número especial de la revista francesa Aviation Magazine de l’Espace , edición internacional, n.º 320 (1961) que está centrado en un relato sobre Henri Potez y sus aviones, y que fue escrito por los historiadores de la compañía, se afirma en la página 97 que el número de Potez 54 suministrado a los republicanos fue de 49, enviados directamente a España y 10 más enviados a través de Rumanía. Era lógico que estos datos, viniendo de esta fuente, se tomasen en serio. << [14] Hugh Thomas, The Spanish Civil War (tercera edición, Penguin, 1977), págs. 980-981. Las reimpresiones se publican según el nivel de demanda de los libreros y no se puede siempre culpar al autor de que aparezca en ellas información atrasada, a no ser que éste se hay negado expresamente a llevar a cabo una revisión. << [15] John F. Coverdale, Italian intervention in the Spanish Civil War (ws). Pág. 398. << [16] George Esenwein y Adrián Schubert, Spain at war (1995), pág. 205. Afirma que «[…] es imposible hacer un cálculo preciso de las cantidades relativas de ayuda» y continúa con la cita de Coverdale. << [17] Eric Hobsbawm, The age of extremes (1994), pág. 160. << [18] Jesús Salas Larrazábal, La guerra de España desde el aire (1969 y 1972), págs. 84-85, 120 n. I; La intervención extranjera en la guerra de España (1974), págs. 441-446; Hugh Thomas, La guerra civil española (Urbión, 1977), vol. 6, pág. 211. << [19] Pierre Renouvin, «La politique extérieure du premier ministre Léon Blum», en Edouard Bonnefous, Histoire politique de la Troisième République, vol. 6, pág. 396; también en Jean Lacouture, Léon Blum, pág. 315. << [20] Según datos anteriores, se persuadió a los lituanos para que permitieran que los Dewoitine fueran enviados a España a cambio de una serie de D. 510 más modernos. Sin embargo, el contrato había sido cancelado antes del estallido de la guerra de España, como prueban los informes de L’intmnsigeant, 6 de enero de 1935 y 17 de junio de 1936. Véase a su vez Raymond Danel y Jean Cuny, Les avions Deivoitine (1982), págs. 142-143. << [21] Gerald Howson, Arms for Spain (1998), capítulo 8 y apéndice I. << [22] Ibid., pág. 56; Archivo Histórico Nacional, Archivo de Araquistáin, 30/026. << [23] Los Potez 540, 542 y 544 eran prácticamente idénticos a excepción de sus motores. << [24] Howson, op. cit., capítulo 8; Andrés García Lacalle, Mitos y verdades, págs. 145-151, 546-551; Víctor Veniel, « L’aviation française et la guerre d’Espagne» en Icare, n.º 118, O 132; Vincent Piatti, testimonio personal al autor; Gerald Howson, Aircraft of the Spanisb Civil War (1990), véanse los artículos «Dewoitine D. 371/372», «Loire 46», «Potez 54», «Bloch MB 210». << [25] << Howson, Amis for Spain, pág. 48. [26] Archive du Service Historique de l’Armée de Terre, Vincennes, caja 6 N342, doc. 6129.C, «Rapport particulier sur les armes d’origine française retrouvées dans l’armament des milices espagnoles passés en France en Février 1939». Este documento demuestra que de las 1464 ametralladoras pesadas tan sólo 27 (CSRG M15, o sea, Chauchats) eran de origen francés. De hecho, estos Chauchats podrían haberse encontrado entre los 400 enviados por la URSS en 1936. << [27] Howson, Arms for Spain, capítulos 30 y 31… << [28] Howson, págs. 109, 234, 238, 240, 273-276. << [29] lbid., págs. 197-199 y notas. << [30] Michael Alpert, A new international history of the Spanish Civil War, págs. 143-145. << [31] La historia de France Navigation se puede encontrar en Dominique Grisoni y Gilíes Hertzog, Les brigades de la Mer (París, 1979). << [32] Howson, pág. 297. La lista soviética menciona 8 cañones Maxim, 20 rifles y 20 pistolas, lo cual bien puede ser un error. << [33] Howson, págs. 239-240. << [34] Paul Johnson, Modern times (título anterior, A history of the modern world), (edición de 1996), pág. 324. << [35] Howson, Aircraft. Of the Spanish Civil War, pág. 302 y los artículos mencionados. << [36] Ibid., págs. 13 y 26. << [37] Para el asunto de las comisiones de compra de armas de París, véase Howson, Arms for Spain, capítulos 11, 14 y 27, pássim. << [38] La bibliografía existente sobre la política británica es demasiado extensa para ser citada aquí. Las principales obras son las siguientes: Tom Buchanan, Britain and the Spanish Civil War; Jill Edwards, The British Government and tbe Spanish Civil War y Enrique Moradiellos, Neutralidad benévola y La perfidia de Albión. << [39] Howson, Arms for Spain, págs. 66, 94; así como Aircraft of the Spanish Civil War, págs. 302-304 y los artículos sobre los aviones. << [40] Archivo Histórico Nacional, Madrid, «Presidencia del Gobierno, Dirección General de Adquisiciones», Legajos 43 y 167. << [41] Public Record Office, Londres, FO 371/21 330 W 6720. << [42] Las principales fuentes para Polonia han sido el archivo del SEPEWE (B. I. 113/D-1 a D-23) en el archivo del Polish Institute, Kensington, Londres, así como un artículo de la profesora Marian Zgorniak, «Wojna Domowa w Hiszpanii…» en Studia Histoiyczne, vol. XXV, 1983, 3 (102), pág. 441-450, con la lista de los envíos por mar del SEPEWE en las págs. 451-458. Véase Howson, capítulo 15 y notas, así como el apéndice II y el apéndice IV C. << [43] Howson, pág. 108; William Shirer, The collapse of the Third Republic pág. 313. << [44] Howson, pág. 113. << [45] Howson, capítulo 23 y notas, págs. 324-326. La principal fuente de información son los informes de Luis Jiménez de Asúa desde Praga, de los cuales se conserva una copia en la Fundación Pabló Iglesias de Madrid, ALJA 442-2 a 445-7. Hay otra copia en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, Archivo de Barcelona, RE 59-62. Ninguna de las copias está completo, pero, afortunadamente, ambas se complementan y juntas recogen toda la información. La distinción técnica entre «ministro», que es lo que Asúa era en Praga, y «embajador», que es lo que habría sido en París o Londres, fue abolida al término de la Segunda Guerra Mundial. << [46] << Howson, págs. 142-145, 302-303. [47] Ibid, pág. 160. << [48] Andrés García Lacalle, Mitos y verdades, págs. 321-323. << [49] Ibid., págs. 369-371. << [50] Richard P. Traína, American diplomacy and the Spanish Civil War (1969), pág. 166. << [51] Las cifras que maneja Ribalkin son las mismas que se publicaron en Istoria vtoroi mirowi voiny 1939-1945 Historia de la Segunda Guerra Mundial 1939-1945), vol. 2, «Nakanune voiny» (La víspera de la guerra), pág. 54 (Instituto de la Historia Militar de la URSS), 1974. << [52] << Howson, págs. 130-131, 278-284. [53] «Lanzaminas» (Minenwefer) eran morteros de gran tamaño, generalmente montados sobre ruedas. «Lanzagranadas» (Granatenwerfer) eran unos pequeños aparatos para lanzar granadas de mano a distancias cortas. Fueron reemplazados por morteros de trinchera desde 1915. << [54] Howson, pág. 144. << [55] Howson, págs. 140-145. << [56] De los rifles, por ejemplo, 13 357 eran Vetterli 11 mm de un solo tiro fabricados en 1871 en Brescia, Italia, para el ejército turco y capturados por los rusos durante la guerra ruso-turca de 1877. Los rifles solían venderse con 1000 cartuchos cada uno, mientras que estos rifles se vendían con tan sólo 185 cartuchos cada uno. Otros 11 821 de los rifles eran Gras y Gras Kropotchek, también de 11 mm, fabricados en la década de 1880, e iban acompañados de tan sólo 395 cartuchos cada uno. Hacía más de cuarenta años que el calibre de 11 mm era completamente obsoleto, por lo que una vez gastada la munición en unos dos o tres días durante la batalla de Madrid, tuvieron que tirarse los 25 178 rifles. Los rusos habían cobrado 12,50 dólares por cada uno de ellos. << [57] Howson, capítulo 20, pássim. << [1] Estoy profundamente agradecido a Linda Wheeler, bibliotecaria, y a Ronald M. Bulatoff, archivero de la Hoover Institution on War, Revolution and Peace, que me han facilitado copias de la correspondencia del señor Bolloten, así como de la del señor Julián Gorkin y otros. Estoy también en deuda con la señora Susan Mason, que ha invertido muchas horas en reunir este material para mí. << [2] Existen dos ediciones de este texto. La primera, en español (Madrid: Alianza Editorial, 1989), contiene la única traducción española existente del prólogo escrito por H. R. Trevor-Roper a la segunda edición de The grand camouflage (1967). La segunda edición es la que publicó en Chapel Hill la University of North Carolina Press en 1991. A lo largo de este ensayo, me referiré a esta última. El mejor estudio sucinto en inglés es el de Adrián Shubert, de la Universidad de York, en American Historical Review (abril de 1992). << [3] En su obra de 1979, en la que Bolloten cita al Campesino como testigo, se refiere a él como un «conocido comunista y una figura bastante carismática durante la guerra» (pág. 174). Más tarde, evidentemente no dispuesto a expresar su justificada irritación contra Gorkin, se dedicó a atacar al Campesino y la política soviética. << [4] Burnett Bolloten, La révolution espagnole et la lutte pour le pouvoir (París: Ruedo Ibérico, 1977). Esta edición contiene material que no se encuentra en The grand camouflage, pero tiene menos material nuevo que la edición norteamericana de 1979. << [5] Brandt era uno de los «hombres de la izquierda anticomunista» apoyados económicamente por la CIA (Kai Bird, The chairman [Nueva York: Simón & Schuster, 1992], pág. 358). << [6] Valentín González, «El Campesino», en Comunista en España y antistalinista en la URSS (Gijón: Ediciones Júcar, 1981), pág. 11. << [7] Valentín González, «El Campesino», en Comunista en España y antistalinista en la URSS (México, D. F.: Editorial Guarania, 1952), pág. 13. << [8] Ibid., pág. 14. Gorkin le escribió lo siguiente a Bertram D. Wolfe, el 24 de mayo de 1952: «Opera Mundi me dice que “The Voice of America” está pensando en producir una versión dramática de La vida y la muerte en la URSS, del Campesino, que, como usted sabe tuvo un gran éxito en la prensa de los Estados Unidos (y en Latinoamérica, donde la edición española impresa en Buenos Aires vendió más de 50 000 ejemplares». Y añadía: «Creo que Opera Mundi está negociando a través de los servicios de la embajada». Parece que, según la manera de hablar de Gorkin, estas últimas palabras designan a la CIA. Veintiséis años más tarde, Gorkin escribió, en su nuevo prólogo al segundo libro del Campesino, que La vida y la muerte en la URSS había sido publicado y reeditado en catorce países diferentes y que, mediante una gran agencia de noticias, amplios extractos del libro habían sido reproducidos por más de setenta periódicos de todo el mundo. Las cifras de Gorkin sobre la distribución de su propaganda no deben confundirse con las cifras de ventas de un editor que depende del mercado. << [9] Ibid., pág. 26. << [10] Julián Gorkin, El proceso de Moscú en Barcelona (Barcelona: Ayma, 1973), pág. 14; Les communistes contre la révolution espagnole (París: Belfond, 1978), pág. 17. << [11] Éste debe de ser el libro de Gorkin sobre el asesinato de Trotsky. << [12] Burnett Bolloten, The Spanish Civil War: Revolution and CounterRevolution (Chapel Hill: Univ. of North Carolina Press, 1991), pág. 632. << [13] TLS, 17 de noviembre de 1978, pág. 1340 << [14] Ibid. << [15] << TLS, 25 de agosto de 1978, pág. 953. [16] << TLS, 25 de agosto de 1978, pág 953. [17] Espoir, Toulouse, 7 de septiembre de 1961; H. R. Southworth, El mito de la cruzada de Franco (París: Ruedo Ibérico, 1963), págs. 276-277. << [18] H. R. Trevor-Roper, «Introduction», Burnett Bolloten, The grand camouflage (Londres: Pall Mall Press, 1968), pág. 4. << [19] Bolloten (1991), pág. 896, n.º 18. << [20] Jay Allen es el autor de la primera entrevista con Franco tras su llegada a Marruecos procedente de Canarias, la frecuentemente reproducida narración de la matanza de Badajoz y la última entrevista con José Antonio Primo de Rivera antes de su ejecución. << [21] Véase mi artículo en ACIS Journal, IV (otoño de 1991), n.º 2, pág. 59. << [22] Southworth, El mito de la cruzada de Franco, pág. 151. << [23] Indalecio Prieto, Convulsiones de España, 3 vols. (México, D. F.: Ediciones Oasis, 1968), II, pág. 111. «La pérdida de Teruel» (págs. 107-113) es una copia del artículo de Prieto que apareció en El Socialista el 2 de noviembre de 1950. La prensa del PSOE en el exilio, como la de los anarcosindicalistas, estaba al servicio de Gorkin. Prieto había apadrinado la entrada de Gorkin en México en 1940 y posteriormente, en Francia, Gorkin se afilió junto a la mayoría de los poumistas al PSOE en el exilio. << [24] Bolloten (1991), pág. 573. Bolloten no cita esta frase, a la que aludo más adelante. Reza así: «una noche, sin la menor advertencia, recibí la noticia de que Teruel había pasado a manos del enemigo» (Convulsiones de España, II, pág. 111). << [25] Julián Gorkin, «La verdad de España y las mentiras del Kremlin», España Libre (Nueva York) (julio-agosto de 1972). << [26] Indalecio Prieto, Entresijos de la guerra de España (México, D. F.: 1953), págs. 63-70. << [27] Convulsiones de España, II, págs. 101-106. << [28] Ibid., II, págs. 103-104, citando Comunista en España, págs. 68-71. << [29] Juan Manuel Martínez Bande, La batalla de Teruel (nueva edición, Madrid: Editorial San Martín, 1990). Una primera edición de esta monografía se publicó en 1974. << [30] Convulsiones de España, II, pág. 103. << [31] La grande trahison (París: Fasquelle, 1953), pág. 136; Jesús Hernández, Yo fui un ministro de Stalin (Madrid: G. del Toro, 1974), pág. 232. << [32] Martínez Bande, La batalla de Teruel, pág. 205, n.º 264. << [33] Barba y Rey d’Harcout estaban al mando de la guarnición franquista en Teruel. << [34] Martínez Bande, La batalla de Teruel, pág. 205, n.º 6-1. << [35] Comunista en España, pág. 70. << [36] Juan Modesto, Soy del Quinto Regimiento (París: Editions du Globe, 1969), págs. 149-151. << [37] Enrique Líster, Nuestra guerra (París: Editions du Globe, 1966), pág. 182. << [38] Martínez Bande, La batalla de Teruel, pág. 203. << [39] Ibid., pág. 204. << [40] Martínez Bande, La batalla de Teruel, pág. 204. [41] Ibid. << [42] Ibid. << [43] Véase Alberto Reig Tapia, Ideología e historia (Madrid: Akal, 1984), págs. 69-74, para una opinión más informada sobre el Servicio Histórico Militar. << [44] (México, D. F.: Ediciones Oasis, 1974). << [45] Ibid., pág. 167 << [46] Tagueña Lacorte, Testimonio de dos guerras, pág. 385. << [47] Ibid., pág. 398. << [48] Ibid., pág. 453. << [49] Tagueña Lacorte, Testimonio de dos guerras, pág. 399 << [50] Antonio Cordón, Trayectoria (recuerdos de un artillero), Prólogo de Santiago Carrillo (París: Librairie du Globe, 1971), pág. 382. << [51] Ibid., pág. 385. << [52] Ibid., pág. 384. << [53] Antonio Cordón, Trayectoria (recuerdos de un artillero), pág. 384. << [54] Ibid. << [55] Ibid., págs. 382. << [56] Ibid., págs. 384-85. << [57] Enrique Castro Delgado, Hombres made in Moscú (México D. F: Publicaciones Mañana, 1960), pág. 609. << [58] Ibid., pág. 660. << [59] Ibid., pág. 701. << [60] Santiago Carrillo, Memorias (Barcelona: Planeta, 1994), pág. 271. << [61] Ibid. << [62] Julián Gorkin, España, primer ensayo de democracia popular (Buenos Aires: Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura, 1961), pág. 73. << [63] Bolloten (1991), pág. 573. << [64] Resulta inaceptable comparar la posición de Stalin respecto a España en 1938-39 con su posición respecto al frente oriental en 1945. Además, los libros de Bolloten están todos escritos fuera de contexto, ya que ignora el 99 por 100 de lo que estaba ocurriendo en el bando de Franco. << [65] Trevor-Roper, en Bolloten, The grand camouflage, (1968), pág. 7 << [66] Julio Aróstegui, «Burnett Bolloten y la Guerra Civil Española: La persistencia del gran engaño», Historia Contemporánea, Bilbao, 1990), n.º 3. << [67] Aróstegui, op. cit., pág. 155. << [68] Bolloten (1991), pág. 587. << [69] Aróstegui, op. cit., pág. 175. << [70] Ibid. << [71] Aróstegui, op. cit., pág. 176. Después de citar a Juan Marichal y a Ángel Viñas elogiando a Negrín, Bolloten escribió en tono sarcástico: «Estos elogios fueron superados posteriormente por el historiador norteamericano Edward Malefakis, quien afirmaba que Negrín “no tiene paragón en España desde Olivares en el siglo XVII” y que su calibre político fue similar al de otros mandatarios en tiempo de guerra, como Winston Churchill» (Bolloten [1991], pág. 905, n.º 17). << [72] 72. Bolloten (1991), pág. 591. << [73] Bolloten (1991), pág. 882, n.º 13. << [74] Historia 16 (Madrid, enero de 1988), pág. 18. << [75] Jeane J. Kirkpatrick, The strategy of deception: A study of worldwide Communist tactics (Nueva York: Farrar Strauss, 1963). Gorkin es descrito por la editora como un «representante de una generación de líderes obreros y democráticos españoles que no han olvidado ni perdonado la traición sufrida por la República española a manos de su supuesto aliado». La señora Kirkpatrick no menciona para nada la afiliación de Gorkin al Congreso por la Libertad de la Cultura (CIA). << [76] Cito de memoria, ya que no he podido obtener del señor Cavada las palabras exactas. << [77] Bolloten, (1979), pág. 295; (1991), pág. 214. La visión reduccionista de la Guerra Civil española que tenía Bolloten le impidió escribir que Hitler también utilizó contra los ejércitos soviéticos tácticas y hombres que habían servido a la causa fascista en España. La División Azul, compuesta por falangistas españoles, también utilizó su experiencia en la guerra española al llegar al frente oriental. << [78] Trevor-Roper escribió: «Al final de la guerra, el general Franco no luchaba ya realmente contra el Frente Popular, sino contra una dictadura comunista» (Bolloten [1968], pág. 7). El prólogo de Trevor-Roper a los argumentos de Bolloten apareció por primera vez en la segunda edición del primer libro de Bolloten, bajo el sello de una editorial londinense relativamente desconocida, Pall Mall Press. Los derechos sobre los comentarios de Trevor-Roper fueron adquiridos por Frederick A. Praeger, quien, ya en 1961, había publicado el primer libro de Bolloten en los Estados Unidos e iba camino de publicar ese libro en una nueva edición en Nueva York en 1968, añadiendo la nueva contribución de Trevor-Roper. Bolloten y sus amigos han escrito sobre sus diversos editores (por ejemplo, la firma católica Hollis and Carter, su primer editor en Inglaterra, así como su editor falangista Luis de Caralt). Sin embargo, nadie, ni siquiera el propio Bolloten, ha comentado nada de Praeger, que es quizás el editor más interesante de todos. Bolloten, en sus cartas al TLS, se mostraba reacio a cualquier mención sobre la CIA. Peter Coleman, autor de la historia oficial del CCF, The Liberal conspiracy, en una lista de catorce libros publicados en los Estados Unidos «por el Congreso por la Libertad de la Cultura o sus grupos afiliados», incluía siete libros publicados por Frederick A. Praeger (págs. 272-273). Según William Blum, en The CIA: A forgotten history (Londres/Nueva Jersey: Zed Books, 1991), pág. 351, n.º 13, Frederick A Praeger Inc., «como se descubrió posteriormente, publicó una serie de libros en los años sesenta bajo el patrocinio de la CIA». A pesar de los sorprendidos desmentidos de Bolloten y Conquest en el TLS en 1978, la pista que une a Bolloten con la CIA, Praeger y con el Congreso por la Libertad de la Cultura es cada vez más clara. << [79] Bolloten (1991), pág. 852, n.º 18. << [80] Sin duda el FBI tuvo que abrir una ficha de Bolloten desde el momento en que entró como refugiado en México, con datos sobre su interés en la Guerra Civil española, su entrada en los Estados Unidos y la adquisición de la ciudadanía. El FBI se niega a admitir siquiera haber oído hablar de él, por no hablar de la ficha. Por otro lado, durante el último año el FBI ha desclasificado información sobre Gorkin que anteriormente estaba clasificada como reservada. Ahora sabemos que, finalmente, se le permitió visitar los Estados Unidos mientras trabajaba para el CCF. Llegó a Nueva York procedente de la Habana. (Ficha del FBI 64-2971723, 10 de octubre de 1956). << [81] Southworth, El mito de la cruzada de Franco (1963), págs. 148-156. << [82] Southworth, pág. 277. << [83] Trevor-Roper, en «Introducción» a Bolloten (1968), pág. 10. << [84] H. R. Southworth, El mito de la cruzada de Franco (Barcelona: Plaza y Janés, 1986). << [85] Julián Gorkin, El proceso de Moscú en Barcelona (Barcelona: Ayma, 1973), pág. 12. << [86] Yo no fui el director de News of Spain. Durante gran parte de la vida de este semanario, su director fue William P. Mangold, un hombre que había estado ligado a New Republic antes de la Guerra Civil y que posteriormente trabajó para The New Yorker. Yo era su ayudante y redacté los dos o tres últimos números. Que yo sepa, esta publicación estaba financiada por la embajada de la República española. Yo era consciente de estar trabajando para la República española. En la nota 13 de la página 881, Bolloten habla de «limpiar» a Negrín de cualquier «estigma de procomunismo». Yo pensaba entonces y sigo pensando ahora que los comunistas tenían intención de ganar la Guerra Civil, lo mismo que Negrín. ¿En qué consiste este «estigma»? ¿Se puede estigmatizar a Roosevelt o a Churchill por haber animado a un Stalin que sabían fuertemente armado? Respecto a la tendencia demostrada por Bolloten a acusar a varias personas, sin ninguna razón aparente, de ser miembros del Partido Comunista, Aróstegui escribió lo siguiente: «Además, el texto de Bolloten, texto historiográfico se supone, no suele presentar las pertenencias como realidades simples sino como delitos» (pág. 174). << [87] Gorkin ha escrito abundantemente sobre sí mismo en sus libros y existen muchos resúmenes de su vida breves pero elogiosos, escritos por sus admiradores. No he leído hasta ahora ninguna referencia (favorable o contraria) respecto a su conexión con la CIA. En la nota necrológica de Gorkin aparecida en Le Monde (París, 28 de agosto de 1987), hay una referencia al CCF, descrito como un «movimiento anticomunista creado por iniciativa de varias personalidades norteamericanas de ideología conservadora». En la tesis doctoral de Geneviéve Dreyfus-Armand, «L’Émigration politique espagnole en France au travers de sa presse, 1939-1975», Gorkin es identificado incorrectamente, en los años 1953-1966, como «secrétaire espagnol du Congrés pour la liberté de la culture». No hay ni una palabra sobre la CIA, lo que llama la atención en un estudio de la vida y obra de Gorkin. << [88] David W. Pike, In the Service of Stalin (Oxford: Clarendon Press, 1993), pág. 305. Gorkin admitió demasiadas cosas con demasiada rapidez. CIO son las siglas del Congreso de Organizaciones Industriales (Congress of Industrial Organizations). No se unificó con la AFL hasta 1955. Pero Gorkin mantenía buenas relaciones con ambos grupos. << [89] J. Gorkin, Caníbales políticos (Hitler y Stalin en España) (Ciudad de México: Quetzal, 1941). << [90] John Ranelagh, The Agency: The rise and decline of the CIA (Nueva York; Simón & Schuster, 1987), pág. 216. << [91] 91. Ibid. << [92] Coleman, pág. 46. << [93] Ranelagh, pág. 248. << [94] «Pero cuando me puse en contacto con la CIA, amparado en la Freedom of Information Act para pedirles los archivos de los años 1950 a 1969, lo único que recibí fue un recorte del New York Times publicado tras la disolución del Congreso y la siguiente afirmación: “No se han encontrado más informes relativos a su petición”. Teniendo en cuenta esta falta de cooperación, no he podido contar con demasiada información, por parte de fuentes oficiales, sobre el grado de involucración de la CIA» (Coleman, XII). Esto parece indicar, aparentemente, que el material de la CIA relacionado con el Congreso es «oficial» y que los archivos del Congreso en poder de la Universidad de Chicago son completamente independientes. << [95] Op. cit., pág. 85. << [96] Ibid., págs. 62-63. << [97] El Campesino no acompañó a Gorkin en el viaje de este último a México, debido a los sentimientos prorepublicanos en dicho país. Gorkin escribió: «Los estalinistas, representados principalmente por los pintores Álvaro Siqueiros y Diego Rivera, se han prestado al más rastrero de los sobornos» (ibid., pág. 153). << [98] Coleman, pág. 154. << [99] El País, Madrid, 30 de enero de 1978, pág. 11. << [100] El País, 17 de junio de 1979, pág. 15. << [101] Cuesta creer que Bolloten no estuviera al corriente del escándalo del Congreso, que se había estado gestando en la prensa norteamericana desde 1964, cuando el congresista Wright Patinan comenzó a examinar las fundaciones privadas norteamericanas que recibían fondos de la CIA. En 1966, The New York Times comenzó una serie de artículos sobre la CIA y el Congreso. En marzo de 1967, la publicación de la costa oeste Ramparts comenzó una campaña contra la CIA y la «libertad de la cultura». El 20 de mayo de 1967, en el popular semanario The Saturday Evening Post, el exfuncionario de la CIA Thomas Braden escribió un artículo titulado «I’m glad the CIA is immoral». << [102] Pike, pág. 305. << [103] Coleman, págs. 10-11. << [104] Ibid., pág. 3. <<