IT i W w M • PQ72 C77 1889 V . 17 T.2 1080046426 TOMO XVII. L A COLECCIÓN D E N O V E L A S COSTUMBRES MEXICANAS, ARTICULOS Y POESIAS fACUNDO ( J O S É T . DE C U E L L A R ) ilustrada con grabados y cromolitografías. TOMO XVII. islfe m Capilla Alfonsina Universitaria Biblioteca S A N T A N D E R . Imprenta y l i x o s e a ì ì a be L . B L A N C H A R D . 1892. Melquíades. 55144 3 6 2 2 0 N ú m . Cías. Núm. Autor N ú m . Adg._ Procedencia Precio Fecha Ivi I ^ f E í ^ SEGUNDA Clasificó W)JLQI®A EPOCA. «son (PERFILES DE HOY) ES PROPIEDAD DEL AUTOR. TOMO I I . SEGUNDA EDICIÓN. SANTANDER. IMPRKNTA Y LITOGRAFÍA DE L. BLANCHARD. 1892. ^ «sueisc* ¿ . m j m m m n n l i - vAil t-i. ^ ^ ^ • ^ ^ t f f ^ ^ í t t í t m t í í m t í 111111111111 CAPÍTULO I. LA PARTIDA. BIBLIOTECA FONDO BIBLIOTECA PUGUCA PEL ESTADO DE NUEVO LEON . fin, en la mañana del día aquel fijado por Cárlos para emprender la marcha, había á la puerta de la casa, ocupando la mayor parte de la acera, un tren compuesto de cinco carruajes de muelles y dos carros de. dos ruedas. En el patio habia cabalgaduras. hasta.,para diez jinetes, y en toda ía casa; remóyida de arriba abajo, se notaba grande animación y movimiento. ••. . : . . : • Chona estaba vestida con un elegante vestido de holanda plomo con adornos blancos, y tenía ya puesto un lindo sombrerito negro con velo de gasa. Esta señora acostumbraba hablar muy alto y poseía ese tono de suficiencia y de superioridad propios de una matrona respetada por sus riquezas. Salvador llevaba un flux gris, que le sentaba perfectamente. En la sala estaban ya la mayor parte de las personas convidadas; los criados iban y venían en un incesante trajin, conduciendo bultos y acomodándolos en los carros; cada una de las señoras tenía cien encargos que hacer á cada criado, y convidados y sirvientes se movían en todas direcciones para acomodar equipajes y cajas y bultos de todas dimensiones. Para la señora Doña Refugio, que así se llamaba la exhuberante señora, no había contrariedad posible, y generalmente, cuando esta señora hablaba, callaban los demás. —¿Quién falta? dijo muy recio una señora voluminosa que ocupaba el primer lugar en el salón. —El padre González; contestó un joven que parecía estar al tanto de lo que pasaba en todas partes. La señora que había hablado tan recio, era muy rica, causa que, bien mirada, tenía no poca parte en lo alto de su diapasón. Doña Refugio discurría mal, pero gritaba bien; y como tenía dinero, estaba en la sociedad segura de sí misma; y aunque solía hacer algunas barbaridades y sostener ciertos absurdos, los demás callaban y no la contradecían sin más que una razón: Doña Refugio «era así.» Otras de las personas que «son así» era el joven que le había contestado á doña Refugio. Este joven, se llamaba Castaños. Castaños no era ni rico ni joven, pero parecía las dos cosas. Castaños se vestía bien y conocía y trataba á toda la aristocracia de México; era inofensivo, servicial y frivolo; les decía hija á todas sus amigas. Castaños estaba en todas las fiestas, así en el Casino Español como en los títeres; y así comía en el Tívoli como en una fonda de la Alcaicería. Castaños iba al teatro siempre á palco, al paseo siempre en coche; comía en Iturbide, y sabía jugar al tresillo con los viejos, y á juegos de prendas con las muchachas. Era profundamente inteligente en crónica escandalosa, y era de los que mantienen una conversación no sólo de horas, sinó de varios días hablando de los asuntos de los demás; era el primero en llevar la noticia de un casamiento ó de un enfermo, de una quiebra ó de un pleito. Castaños siempre tenía noticias. Con Castaños hablaba complacido el banquero y honrado el pollo; todas las señoras lo trataban con confianza, todas le decían Castaños, ninguna señor Castaños. Castaños «era así.» En un círculo de tontos, Castaños se lucía, aunque era mas afecto á hablar con las señoras, con quienes siempre tenía algo pendiente. Hablaba de todo, tenía muy buena memoria, y se sabía reir con una ingenuidad envidiable. Castaños nunca estaba de mal humor. Si hablaba con niñas les contaba cuentos, y las niñas se morían por Castaños; si hablaba con señoras grandes, les daba las señas del padre, de la epístola y del evangelio en la función de iglesia de tal día; á cada una le llevaba noticia ó de su confesor, ó de algunos de sus mejores amigos; tomaba una parte activa en los negocios de los demás; y no se olvidaba de preguntar á uno, á quien no había visto en un año, cómo le fué la noche de San Agustín aquella en que bailaron en la casa de N. En una palabra, Castaños era lo que se llama un hombre sociable y comunicativo; era nimio y escrupuloso en el cumplimiento de las etiquetas sociales: nunca se quedaba sin dar los días, pésames ó felicitaciones; cargaba un calendario de santos en la bolsa. La concurrencia aquélla era hasta cierto punto disímbola, porque no todos se cono» cían mutuamente; pero Castaños los conocía á todos y todos conocían á Castaños. No había tenido nunca un disgusto, y estaba tan bien conservado, que disimulaba su edad perfectamente; bien es que en esta longevidad tenía no poca parte la agua eléctrica con que se teñía un par de patillas que tenia Castaños que le daban toda su acentuación. Era bajo de cuerpo, tenía las manos muy suaves, las uñas muy largas y la camisa muy limpia. A Castaños le habían encargado las señoras, una su cajita, la otra su bolsa de camino, aquélla su llave, y la otra un secreto; por lo que Castaños tenía que hacer con todas. —¿Quién ha de creer, decía una señora con aspecto de tía, quién ha de creer que voy tranquila porque va Castaños? — Y yo también, contestó en voz alta doña Refugio. —Mil gracias, Pachita; mil gracias, Cuca, dijo Castaños sin vacilar. —Efectivamente, volvió á decir doña Refugio, Castaños es un hombre útil; apuesto á que sabe tirar la pistola. —¡Vaya! contestó un señor, Castaños es de los que tiran mejor en México. —No, no tanto, dijo Castaños, procurando alargar con su modestia el capítulo de los elogios. —¡Cómo no! insistió su panejirista. Castaños parte balas en un cuchillo. —Pero rara vez. —No; de diez tiros, ocho. —¡Es posible! dijo doña Refugio. ¿Y cómo se hace eso? á mí me ha parecido eso siempre una exajeración. —Pues no hay nada mas cierto, dijo el señor; se pone un cuchillo de filo, y Castaños, á quince pasos, le dá en el filo, partiendo la bala en dos exactamente. —¡Eso es admirable! exclamó doña Refugio, hablando de manera que no se la perdía una sílaba á pesar del ruido que había en toda la casa; pues con un tirador de esta especie estamos suficientemente ga- rantizadas las señoras; porque en el caso, que no será remoto, de que nos salgan los ladrones no quedará uno parado ante Castaños. —¡Ab. que bueno! dijo una polla, que hasta entonces preocupada con el temor de los ladrones, se figuró verlos caer uno por uno como barajas, si Castaños les tiraba. Esto acabó de corroborar, entre la concurrencia, la idea de que Castaños era el hombre indispensable. Así era Castaños. En este momento se presentó el padre González. Todos los circunstantes hicieron un movimiento. El presbítero se dirigió en derechura á saludar á doña Refugio. —Creo, dijo ésta, que sólo á usted esperábamos. —Estoy muy mortificado, dijo el padre, pero los negocios de la Iglesia me han demorado; yo suplico á ustedes muy encarecidamente que me disimulen. Salvador hablaba en un grupo de jóvenes elegantes, entre los cuales Castaños tuvo no pocas veces que hacer rectificaciones, porque cualquiera que fuese el asunto que se versara en los grupos, era indispensable oír esta muletilla. —Que lo diga Castaños. —¿No es verdad, Castaños, que los abrigos de la Sorpresa son á treinta y cinco pesos? dijo una polla. —Exactamente, Carolina, contestó Castaños. Las muchachas Cevallos compraron dos a)*er; por señas que no queda más que uno, pero como es verde nadie lo quiere; á menos que venga alguna paya y cargue con él. —¿Pues qué no le gusta á usted el verde, Castaños? —Sólo cierto verde, y eso desde que le vi á usted su vestido. —¿Cuál? —El que está adornado con flecos. —¡Ah, sí! ¿Le gusta á usted? —En usted sí, porque es usted muy blanK t i m m fe lt, mmmm "mm% * wm n • erar* ca y algo rubia; pero no me dé usted prieta vestida de verde. —¡Ah qué horror! dijo Carolina. Efectivamente, las gentes de color oscuro están detestables con lo verde, gritó doña Refugio. —¿No les parece á ustedes que se va haciendo tarde? dijo de repente Castaños. —Que vaya Castaños á traer noticias, dijo uno. —Eso iba á proponer. Ya vuelvo. Y Castaños salió de la sala. —Todas las cosas de la capilla, dijo Chona al padre, están en el segundo carro, padre González; tenga usted la bondad de entenderse con Castaños para que se las entregue. —Está muy bien, señora. —Cuando ustedes gusten, dijo Castaños en la puerta de la sala. Todos se levantaron, y los caballeros, dando el brazo á las señoras, fueron saliendo del salón. En estos momentos creció la animación entre la servidumbre, y la colocación en los coches fué asunto que ofreció grandes dificultades. Algunos opinaron que las señoras deberían ir aparte en ciertos carruajes; otros que debían ir uno ó dos hombres en unión de las señoras por lo que pudiera ofrecerse; y finalmente se dispuso que doña Refugio ordenara la colocación de las personas en los carruajes; y la señora, con el aplomo y seguridad que la caracterizaba, dispuso las cosas de la manera que le pareció conveniente, dejando para sí, para Chona, Salvador y Carlos el coche mas cómodo. —Yo voy donde vaya Castaños, decía una señora, porque es muy divertido. —Ya se ve, le contestaba otra, junto á Castaños no puede haber tristeza. De todas las personas presentes había una que rebosaba mas satisfacción y contento: ésta era el lacayo; mientras que la mas atribulada de todas era el viejo Santos, quien parado en el quicio del zaguan contemplaba toda aquella animación con mirada sombría y concentrada. 2 —Quiera Dios, decía en su interior, que no sobrevenga una desgracia!.... yo tengo mis ideas. Al cabo de media hora todas las personas estuvieron colocadas en sus carruajes no sin que todo aquello hubiese ya llamado la atención de los transeúntes, al grado de formar grandes grupos frente á los coches. Por fin, partieron haciendo un gran ruido aquellos cinco carruajes, todos tirados por cuatro ó seis animales cada uno y con el respectivo acompañamiento de jinetes armados. Al desaparecer de la calle el último carro, todavía Santos estaba inmóvil en la puerta, acompañado por su entenada que seguía haciendo el duelo. Ambos fijaban la vista en una cosa negra que estaba tirada en medio de la calle. Era el gato negro muerto la víspera por el lacayo, quien habiendo recibido la propina ofrecida y no contento con haber presentado el gato bien muerto, lo había tirado en la calle de manera que todos los carruajes lo aplastaran á su paso. EL LACAYO Y EL GATO. swrastsM si estira u . ffeuoi&i ' ymmmi nmr Efectivamente, quedaba un resto informe del gato de Santos, que era como un borrón. —i Qué crueldad! murmuraba Santos, quiera Dios que no les vaya mal á los amos, porque esta acción, por más que se trate de un animal, es muy cruel. —Y lo que es peor, decía la entenada, esto no es tan sencillo como parece. —Ya se vá que no. —Lo digo porque según me lia dicho una señora, eso del gato negro es cierto: hay personas que creen que cuando se aparece un gato negro, le sucede á uno una desgracia. —Yo también lo he oído decir y lo que es ahora, según la señora Andrea, esa fué la causa del encarnizamiento contra el pobre animal. —Por eso digo que la cosa no es tan sencilla, pues según me han dicho, cuando se mata el gato, es cuando sucede la desgracia. —¿Eso dicen? —Sí, porque no es todo que se aparezca, sino que despues de aparecido se piense en la desgracia y se mande matar el gato por librarse de ella. —Y yo creo que debe ser así porque desde anoche estoy pensando que algo les v a á suceder á los amos en esta expedición. —Eso es seguro, ya sabe usted que Dios no se queda con nada; no de envaldehe derramado tantas lágrimas; pero estoy segura de que el picaro del lacayo es el primero que va á pagar. — E n fin, dijo Santos retirándose de la puerta, que se haga en todo la voluntad de Dios, aunque no por eso he de cejar de rogar á su Divina Magestad que libre á los amos de una desgracia. Y diciendo esto cerró el zaguán y se metió á su cuarto, en donde reinaba ya, como en toda la casa, el más pavoroso silencio. v^v y^v vyv v^y y^v y^v yyy ^ v vyv- y^v v^v v^v vj¿y Xft* W m m f m t m i m f m t m ^ é C A P Í T U L O II. LA PRIMERA J O R N A D A . AMINABAN los carruajes velozmente con el primer arranque de los vigorosos animales que los tiraban, y los viajeros veían sucederse unos á otros los mil rótulos de las calles del Coliseo, Vergara y San Andrés, con una rapidez extraordinaria. —¡Adiós, México! decía Castaños que era hombre á quien Dios no había llamado á los caminos, pues sólo en expediciones del género de aquella se le veía. El primer cuento que contó aplicándo- sino que despues de aparecido se piense en la desgracia y se mande matar el gato por librarse de ella. —Y yo creo que debe ser así porque desde anoche estoy pensando que algo les v a á suceder á los amos en esta expedición. —Eso es seguro, ya sabe usted que Dios no se queda con nada; no de envaldehe derramado tantas lágrimas; pero estoy segura de que el picaro del lacayo es el primero que va á pagar. — E n fin, dijo Santos retirándose de la puerta, que se haga en todo la voluntad de Dios, aunque no por eso he de cejar de rogar á su Divina Magestad que libre á los amos de una desgracia. Y diciendo esto cerró el zaguán y se metió á su cuarto, en donde reinaba ya, como en toda la casa, el más pavoroso silencio. v^v y^v vyv v^y y^v y^v yyy ^ v vyv- y^v v^v v^v vj¿y Xft* W m m f m t m i m f m t m ^ é C A P Í T U L O II. LA PRIMERA J O R N A D A . AMINABAN los carruajes velozmente con el primer arranque de los vigorosos animales que los tiraban, y los viajeros veían sucederse unos á otros los mil rótulos de las calles del Coliseo, Vergara y San Andrés, con una rapidez extraordinaria. —¡Adiós, México! decía Castaños que era hombre á quien Dios no había llamado á los caminos, pues sólo en expediciones del género de aquella se le veía. El primer cuento que contó aplicándo- selo á sí mismo, fué aquél bien sabido de un señor Ormaechea que al llegar á Cuautitlán exclamó: ¡qué grande es la República! Castaños conocía todos los alrededores de México, pero nunca había hecho un viaje de más de seis leguas. En el mismo predicamento se encontraban las señoras que iban en el coche con Castaños. La una era una señora tía, doncella de edad madura, rezadora y comodina, llena de amistades y circunstancias; la otra joven la Carolina, desgraciada en amores y pronta á casarse hasta con Castaños, cosa que (aunque Castaños no era enteramente despreciable) sólo á ella le había ocurrido. Cuando los coches entraron en la calzada rodando sobre tierra y el ruido fué menos molesto, se pudo entablar una conversación más reposada. —¿No ha notado usted, Luisita, dijo entonces Castaños á la tía, que Carlos está muy preocupado? —Ese es su carácter, yo creo que los hombres que han vivido como él en medio de los placeres y las comodidades en Europa, acaban por saciarse. —No obstante, yo lo encuentro más abstraído que de ordinario. —¿Lo dice usted por lo del gato negro? —Sí, entre otras cosas: ¿no le parece á usted muy raro que una persona tan ilustrada abrigue semejantes preocupaciones? —Qué quiere usted, hija, todos las tenemos; yo, por ejemplo, nunca me siento á una mesa en donde hay trece personas. —Pero eso es una preocupación extranjera y usted á lo que creo no ha vivido en Europa. —No, hija mía; pero la he adquirido, es la cosa más fácil hacerse uno partidario de esas extravagancias. —Sea de ello lo que fuere, el señor don Carlos está muy —¿Usted qué triste. dice, padre González? El padre González estaba á la derecha de Castaños. —Yo veo poco al señor don Carlos, dijo gravemente el padre, después de haberse tragado de golpe el resto de una oración de su Oficio divino. —Ya interrumpió usted al padre en sus oraciones, dijo Luisita á Castaños. —Usted me disimule, padre, fué una inadvertencia. Después de caminar más de tres horas sin ninguna interrupción, la comitiva paró en una hacienda donde debía tomarse el almuerzo. Bajaron las señoras de los coches y aquella respetable caravana fué recibida por el dueño de la finca, con las mayores muestras de atención. Estaba ya servido un suculento almuerzo y los viajeros no tuvieron tiempo sino de sentarse á la mesa. —¡Jesús qué polvo! decía una señora. —El velo de Chona parece aplomado. —Y las patillas de Castaños parecen nidos de golondrinas, dijo uno. —A almorzar, señores, á almorzar porque tenemos todavía algunas leguas por delante para llegar á la primer a jornada. Aquel almuerzo fué de lo más animado que puede darse. La señora doña Refugio hablaba de vez en cuando haciendo resonar su buena voz entre todas, las que juntas levantaban sólo un murmullo. Salvador había procurado no sentarse junto á Chona, pero sus miradas lo vendían, y Castaños, para quien no había secretos, pues su misión en el mundo era averiguar lo que hacen los demás, le dijo á su vecino, que era un joven filarmónico: —¿Ha notado usted? -¿Qué? —Lo que pasa con Salvador. —¡Vaya! —Observe usted con disimulo, que yo haré por mi parte otro tanto y en seguida nos comunicaremos nuestras respectivas noticias. —Así lo haré. También Luisita, que en su modo de vivir se parecía mucho á Castaños, había comunicado sus observaciones á su vecina y ya la curiosidad femenil estaba hincando el agudo diente en los asuntos de Salvador, que empezaba á ser una suculenta golosina para la crónica. A pesar de lo respetable que era la comitiva no dejó de tocarse en la mesa la consabida conversación acerca de los ladrones pasando de los cuentos á las suposiciones y de éstas á la indagación formal sobre el estado del camino. El dueño de la hacienda no vaciló en asegurar que todo estaba por allí seguro. Terminado el almuerzo la comitiva no tardó en estar de nuevo instalada en los coches, que partieron uno tras otro escoltados siempre por el numeroso acompañamiento de jinetes. Salvador, sentado frente á Chona, tenía ocasión pata llamar la atención de su amada cada vez que los accidentes del terreno ó las hermosas perspectivas del camino valieran la pena de que Chona interrumpiera la grave conversación que sostenía con doña Refugio, quien en su calidad de mujer de buena sociedad tenía siempre abundante materia para la conversación. Sólo Carlos permanecía callado sin promover por su parte la conversación, y sólo contestaba con laconismo, aunque con atención, á las repetidas preguntas de doña Refugio. Nada notable ocurrió durante la tarde, y á eso de las seis había logrado aquella caravana llegar al lugar en que se debía pasar la noche. La cena fué tan animada como el almuerzo; y hasta allí no había ocurrido el menor contratiempo. —El día ha sido feliz, dijo Castaños. —Completamente feliz, contestó doña Refugio; no ha habido una sola jaqueca, al menos que yo sepa. Después de la cena, y mientras se preparaban los respectivos departamentos para dormir, se introdujo cierto desorden en la reunión, pues algunas señoras quisieron disfrutar de la hermosura de la noche sentadas en las banquetas del patio de la casa; algunas pasaron desde luego á las habitaciones, y otras, en fin, se paseaban á lo largo de un corredor. Cerca de la puerta del patio de la casa, estaba doña Refugio hablando con dos señoras y dos caballeros, que de pié y frente á ellas, formaban un grupo. Mantenían una tranquila y agradable conversación, cuando notaron que en la puerta inmediata sonaban voces como de un altercado. —¿Han notado ustedes? dijo doña Refugio. —Sí, contestó uno de los caballeros, parece que riñen. —Serán los criados, dijo una de las señoras. Pero como las voces seguían, uno de los caballeros se adelantó hacia el zaguán para averiguar lo que pasaba. Las cuatro personas del grupo quedaron pendientes y esperando alguna noticia; pero como ésta tardaba y el murmullo de voces continuaba, se levantaron también de sus asientos y se acercaron al zaguán. —Es imposible, decía un hombre entreabriendo la puerta, esta noche hay huéspedes en la casa y no queda un solo rincón para nadie. Una voz plañidera y triste resonaba por la parte de afuera implorando un albergue. —Ya se ha dicho que no, dijo bruscamente el portero. —¿Quién es? preguntó con voz penetrante doña Refugio. —Es una mujer que quiere entrar, contestó el portero. —¿Y bien, dijo doña Refugio; ¿y por qué no se le permite? El portero no contestó. —¿Viene sola? —Sí, señorita, dijo el portero, dice que viene cansada y que tiene miedo de dormir fuera. —Abra usted, dijo doña Refugio. El portero dejó caer la cadena y la puerta se abrió lo suficiente para que pudiera penetrar una persona. —¡Mil gracias! dijo una voz, cuyo timbre hirió de una manera particular los oídos de las personas que allí estaban. —Esa voz, dijo muy bajo doña Refugio, no es la de una persona vulgar, y la manera de decir mil gracias revela que no es una mujer ordinaria. —Efectivamente, dijo una délas señoras, no sé por qué, pero esa voz me ha conmovido. —A mí también, dijo la otra. —Acérquese usted, buena mujer, dijo doña Refugio. Y avanzó hacia ella una especie de sombra, que cuando estuvo herida por la luz de la luna, que alumbraba todo el patio, le dió un nuevo realce y un nuevo interés. Era una mujer profundamente pálida, de frente despejada y blanca; sus ojos, de un brillo particular, estaban hundidos en sus órbitas y en las líneas de la boca de aquella mujer había esa contracción especial de las personas que han sufrido por largo tiempo. Fué tal la impresión que produjo aquella mujer en los circunstantes que guarda- ron silencio por largo tiempo; nadie se atrevía á dirigirle la palabra y sólo la contemplaban de hito en hito, forjando cada cual para sí las mas extrañas leyendas. Doña Refugio fué por fin quien rompió el silencio. —¿Tiene usted necesidad de algo, señora? preguntó doña Refugio á la desconocida, no atreviéndose á llamarle por segunda vez buena mujer. • —De todo, murmuró la mujer con acento de tristeza, todo me falta, excepto Dios. —Voy á mandar que le sirvan á usted. —No, señora; mil gracias; sólo quiero un rincón donde descansar, y mañana continuaré mi camino. —¿Va usted muy lejos? —A la hacienda grande. —Allá vamos todos y tal vez se proporcione que haga usted su viaje con mas comodidad. ¿Camina usted sola? —¡Sola!... soy sola en el mundo. —¡Pobre mujer! dijo una de las señoras muy quedo. 3 —¡Estoy dispuesta, dijo doña Refugio, a hacer por usted lo que pueda, si es que necesita usted de mis servicios. —¡Señora, doy á usted un millón de gracias! ¡es usted muy buena! exclamóla mujer con acento de profunda gratitud embargado por las lágrimas. Doña Refugio procuró atentamente que las personas que la acompañaban la dejasen sola con aquella mujer, quien por sus maneras y su modo de hablar, revelaba no ser una persona vulgar. —Deben ustedes comprender, decía doña Refugio bajando la voz contra su costumbre, que al encontrarse esta mujer delante de cinco personas desconocidas, debe tener embarazo en confesar sus desgracias, pues según lo que parece se trata aquí de una persona muy desgraciada. —!Y usted es tan buena, señora doña Refugio, que estamos seguras, dijo una de las señoras, que va usted á... —A hacer lo que pueda. —En todo caso, dijo uno de los caballeros, cuente usted con nosotros para todo lo que se ofrezca, y por ahora nos retiramos para que usted pueda hablar libremente con esa desgraciada. Doña Refugio se quedó sola con la desconocida. Las demás personas de la comitiva habían ido entrando poco á poco á sus respectivas habitaciones, de manera que doña Refugio y la desconocida pudieron platicar libremente. CAPITULO III. E N EL CUAL E L LECTOR V U E L V E Á ENCONTRAR Á UNA CONOCIDA SUYA. REDUCIDA por las circunstancias de mi familia á vivir por cierto tiempo en un pueblo corto, cuando apenas tenía yo diez y seis años, quiso mi mala suerte hacerme esposa de un hombre con quien jamás me ligaron los vínculos del cariño. —Mi inexperiencia, y no sé qué ofuscamiento fatal por parte de mis padres, decidieron este enlace de una manera violenta. —Cuando se tiene diez y seis años, señora, está uno muy lejos de imaginarse que haya en la vida otra cosa que delicias y comodidades, especialmente cuando ni un día solo se ha probado la amargura de un desengaño. —Yo me creí feliz, pero ¡ay! cuánto me engañaba; creí que mi marido iba á sustituir el cariño de mis padres y que podría yo amarlo sin echar de menos los mimos á que estaba acostumbrada. —Muy poco tiempo tardé en perder estas ilusiones y en ver que el matrimonio era para mí una carga insoportable; mi marido cambió desde los primeros días, y de atento y amable, se convirtió en déspota absoluto, en tirano, en verdugo. No abrigaba en su alma más pasión que la de los celos; y esta pasión, señora, cuando arraiga en un corazón como el de mi marido, es el infierno mismo. Hizo aquella mujer una pequeña pausa como para tomar aliento, y continuó: —Debo advertir á usted, señora, porque mi aspecto lo desmiente ya del todo, que yo era hermosísima. —No lo dudo, dijo doña Refugio, ni lo dudará quien estudie los rasgos de la fisonomía de usted. —Mi familia hubo de abandonar el lugar donde me casé y quedé sola; sola y á merced de aquel tigre que me había tocado por suerte. —Sufrí en silencio y lloré,«lloré sin cesar; mi marido se encelaba de su sombra, del viento, de la luz, de'todo, por que se había apoderado de él una monomanía feroz, sin más origen que mi funesta hermosura. —Así sufrí tres años. —Durante este tiempo, mis ojos se cansa" ron de llorar, yo no encontraba apoyo en nadie, á nadie veía y mi consuelo era orar; pedía consejo al párroco del lugar, pero siempre me prescribió la prudencia como único recurso. —Relatar á usted las horribles escenas que diariamente tenían lugar, y á las que daba origen esa infernal pasión, sería cansar la atención de usted, señora, abusar de la bondad con que me escucha. —La escucho á usted con interés indeci- BSBHSMMMtfinBHanñBaE^ ble y estoy dispuesta á cír á usted hasta el fin. —¡ Ay señora! la desgracia tiene un aspecto tan repugnante, que. los que son felices no pueden comprender á los que lloran. —Yo la comprendo á usted, dijo conmovida Doña Refugio, yo también he sufrido; continúe usted, se lo suplico. —Gracias, señora, mil gracias.... La desconocida se enjugó los ojos y continuó: —Un día, un día de tantos, lloraba yo sola contando con que mi marido no me vería; pero m e espiaba y mi llanto fué de pronto interrumpido por un golpe en la cabeza; me creí víctima de algún ataque cerebral; pero su voz, señora, su voz de tormenta resonó en mi estancia. —Te he estado observando, rugía, y te h e visto llorar; te he .prohibido que llores y lloras siempre por.... lloras porque amas á alguno, lloras porque eres ingrata, porque m e odias; pero me perteneces ¿lo entiendes? ¿y sabes lo que es pertenecerme? es ser mía, es no respirar sino por mí y no tener ni lágrimas, ni sonrisas sino por mí. —Pues por tí lloro, exclamé. •—¡Mientes! rugió mi marido, tú no lloras por mí, porque lo tienes todo; pero debes entender que te vigilo, que te espío, que observo lo que haces. —¡ Qué hombre! ¡ Dios mío! ¡ qué hombre! murmuró doña Refugio. —Aquel día acabó por golpearme, continuó la desconocida; vea usted mi frente. En efecto, en la frente de aquella mujer había una pequeña cicatriz. —Me estrelló un vaso en la cabeza ¡ay! me hubiera matado!... —Esto pasaba con frecuencia, llegando al grado de no poder dormir ni comer en varios días y sufriéndolo todo, sin la intervención de nadie, sin un amigo, sin un pariente, sin el amparo eclesiástico que imploré mil veces en vano, sin el amparo judicial, porque la justicia del pueblo estaba sometida á la voluntad de mi marido. —Sometida, callada y sufriendo siempre, "é&mm mM" no había pensado sin embargo en cambiar de género de vida, ni en libertarme de tan horrenda tiranía; pero una mañana, la recuerdo como si hubiese sido hoy, vi un hombre —Señora.... en los ojos de aquel hombre leí como un aviso sobrenatural; me pareció que había venido al mundo para redimirme, no sé qué de salvador vi en sus ojos; no sé qué de grande y de terrible en su aspecto, y lo vi —El leyó también en mis ojos tal vez algo como la plegaria de un náufrago. —No fui dueña de mí misma: le pertenecí. Yo nunca había luchado, no sabía luchar; nunca había amado, no sabía amar; y fanatizada por una creencia fatal, me creí salvada, me pareció que era yo feliz, me sentí fuerte, me sentí con valor amaba. El amor, señora, era para mí un mundo nuevo y en aquel hombre veía algo mas grande que el mundo; se hizo preciso huir.... él lo quería, él lo mandaba y él era mi rey Obedecí era preciso ocultar el fru- to de nuestro amor que le pertenecía; me dijo que nos iríamos y lo esperé lo espe- ré, señora, y lo he esperado diez años. —¿No ha vuelto? preguntó doña Refugio. —No, señora. - ¿ Y el —¿Mi hijo? mi hijo, dijo aquella mujer bajando mucho la voz; cometí un crimen. —¡Cómo! —Dejé que me lo arrebataran y no me volví loca; supe que me lo habían quitado y seguí viviendo; pregunté por él y no me respondieron. —¿Y su marido de usted? —Lo busqué para decírselo, para confesarle mi crimen y que me matara; pero el destino lo alejó de mi lado, y mis cómplices porque el crimen siempre tiene cómplices, pudieron ocultarlo todo, todo, señora, hasta mi hijo. —Me postró la fiebre puerperal, durante la cual murió la mujer que se llevó á mi hijo, la única que sabía donde estaba, y lo perdí. —¿Y su marido de usted? —Los celos lo hicieron borracho, y en medio de este horrible vicio, jugó y se arruinó, se enfermó y está idiota; vive en una casa de asilo. —¿Y su familia de usted? — H e sabido después que mi marido para explicar sus celos, me calumnió me calumnió, señora, antes de que hubiera yo sido criminal y logró que mi familia me abandonara; me lloró muerta no, muerta sería mejor; me lloró prostituida. ¿ Y no ha vuelto usted á saber inada de su hijo? —Sí, señora, he sabido de él, lo voy buscando y lo buscaré hasta el fin del mundo, hasta que se me acaben los piés y la tierra; ya aprendí á caminar y camino. Aquí pareció que la voz de la desconocida se embargaba y que le faltaban las fuerzas, porque dejó caer los brazos como desfallecida. Doña Refugio la obligó á pasar al come- dor que á la sazón estaba solo, pues ya todos los convidados se habían retirado á sus habitaciones. Pareció á doña Refugio conveniente dejar sola á la desconocida por unos momentos, los cuales aprovechó en reunirse con las personas con- quienes había interrumpido su conversación, con motivo de aquel incidente. Tanto las dos señoras como los dos caballeros, se habían quedado esperando con impaciencia que doña Refugio acabara su larga conferencia con aquella desconocida. —Yo creo que se trata de amores, decía uno de los caballeros. —En todo ha de sacar usted los amores, objetó una señora. —Es natural, yo en todo procedo de esa manera: «¿quién es ella?» —En fin, decía otra de las señoras, doña Refugio nos va á informar detalladamente de lo que pasa, pues al efecto ha querido quedarse sola con la desconocida, para ave- riguar hasta los mas insignificantes pormenores. —De todos modos es bueno que un incidente que toca en lo dramático, haya venido á turbar la monotonía del camino: por mi parte estoy interesadísimo en ese asunto, siquiera porque me dará materia para escribir un artículo de viaje, conteniendo un episodio novelesco. Aquellas cuatro personas no se ocuparon en todo el tiempo que duró la conferencia, sino en hacer conjeturas sobre el asunto, observando desde lejos los menores movimientos de la desconocida. Al fin, volvió doña Refugio. —Ya viene, dijo uno. —Ahora sí, todo lo vamos á saber. —¿Qué es ello? señora doña Refugio. —¿Es realmente una mujer... —Es una desgraciada ó una perdida? —Cuéntenos usted, señora. —Ahora es cuando entra la parte divertida. || Si será alguna petardista. —¡Señores! dijo gravemente doña Refugio bajando la voz, señal infalible en esta señora de que se trataba de asuntos graves: exijo de ustedes el respeto debido á la desgracia; esa señora está bajo mi protección y sus secretos no me pertenecen. Reinó el silencio en el grupo, en seguida doña Refugio saludó y regresó al comedor, en donde la esperaba la desconocida, la que como habrá comprendido el lector, no era otra que Salomé, la madre de Gabriel. Apenas se hubo retirado doña Refugio, una de las señoras exclamó: —Nos ha dejado con un palmo de narices! ¡vaya usted á ver! tomar tan á pechos la historia de una desconocida, y salimos ahora con que sus secretos no le pertenecen á doña Refugio. —¡Lástima de tiempo! dijo la más joven de las señoras; he aguantado mi sueño inútilmente.—En fin, dijo la otra, es necesario con- formarse, no sabemos qué será lo que pueda haber en esto. Yo creo que ha resultado... nada, nada, vale más esperar porque la curiosidad es una cosa que impacienta. Y aquellas cuatro personas se despidieron, proponiéndose cada una en su interior s á Ü S ü i ü i i ü i l ü ü ü ü m i i CAPÍTULO IV. averiguar aquel misterio. DE LO QUE LES ACONTECIÓ Á LOS VIAJEROS EN UNA MALA TARDE. feofA Refugio fué la primera que se levantó al día siguiente, y solicitó hablar con Carlos para arreglar la conducción de Salomé. Apenas estuvieron levantados los viajeros, comenzó á circular la anécdota de la noche anterior, comentándola cada uno á su manera. Castaños y Luisita, que movidos por los mismos instintos de curiosidad congeniaban en ese y en otros puntos, y que además formarse, no sabemos qué será lo que pueda haber en esto. Yo creo que ha resultado... nada, nada, vale más esperar porque la curiosidad es una cosa que impacienta. Y aquellas cuatro personas se despidieron, proponiéndose cada una en su interior s á Ü S ü i ü i i ü i l ü ü ü ü m i i CAPÍTULO IV. averiguar aquel misterio. DE LO QUE LES ACONTECIÓ Á LOS VIAJEROS EN UNA MALA TARDE. fe0ÑA Refugio fué la primera que se levantó al día siguiente, y solicitó hablar con Carlos para arreglar la conducción de Salomé. Apenas estuvieron levantados los viajeros, comenzó á circular la anécdota de la noche anterior, comentándola cada uno á su manera. Castaños y Luisita, que movidos por los mismos instintos de curiosidad congeniaban en ese y en otros puntos, y que además eran compañeros de viaje, fueron los que tomaron mas á pechos el asunto de la desconocida. . -Viso muy grave debe haber visto dona Refugio en todo esto, decía Castaños, para que se hayan tomado ciertas determinaciones. ¿Si iremos saliendo con que la desconocida misteriosa es pariente de doña Refugio? - Y a me lo había sospechado, dijo Luisita, porque de otro no se explica la reserva que desde cierto momento emplea doña Refugio en este asunto. ¿ Y dicen que esa mujer es bonita." m o d o H e oído decir que tiene un -porte distinguido á pesar de la traza con que camina. —¡Pobre mujer! , Debe ser su historia terrible: algo daría vo por conocerla. _ l L o cual no me parece difícil, supuesto que según todas las probabilidades, á partir de este momento ya la desconocida pertenece á la familia de doña Refugio. ^ - S i doña Refugio fuera joven, exclamo Castaños. —¿Qué? - L a enamoraba por averiguar lo de la •aparecida. —¿Y cómo se llama esa mujer? —Salomé. —Hasta el nombre es raro. - S o b r e que le digo á usted que aquí hay una grande historia. —¿Y adonde la han colocado? —En el último coche. —¿Sola? No; la han hecho acompañar por la criada de doña Refugio. —No ha sido mala la fortuna de la aparecida; por lo visto ya se acabaron sus ttabajos. —¡Quién sabe! La comitiva montaba á la sazón en los carruajes, y algunos momentos después se ponía en marcha. Ninguna circunstancia notable hubo en la mañana de ese día. De entre los ginetes había algunos mozos de confianza encargados de explorar el camino, tomando noticias w r 'wfe,»¡Bf aasiBfflf, t g j y r en algunos lugares y separándose del camino, principalmente en ciertos parages, para explorar las laderas, cuando éstas eran mon- —Esto es un preliminar que no me gusta. —¿Por qué? —Porque es señal de que alguna novedad ocurre. te ó arboledas. D o ñ a Refugio, que había notado ya el efecto que Salomé había causado entre os convidados, se puso de acuerdo con Carlos á fin de sustraerla lo más posible a las miradas indagadoras de los paseantes, de manera que á pesar de haber muchas personas i n t e r e s a d a s en averiguar lo que pasaba n 0 les fué dado ver á Salomé á la hora del almuerzo. Sentados todos á la mesa, aunque no con las comodidades del día anterior, sólo se esperaba á Carlos, cuya repentina desaparición empezaba á causar cierta inquietud. Al cabo de algunos momentos, que al hambre de los paseantes parecieron horas, un criado trajo la noticia de que Carlos vendría después á la mesa. . —iMalo! dijo Castaños á su inseparable La palabra novedad soltada imprudentemente por Castaños pasó de boca en boca, y produjo un murmullo de verdadera alarma. compañera Luisita. —Malo ¿por qué? —Dicen que hay novedad, decía uno. —¿Qué clase de novedad es esa de que todos hablan? preguntó otro. —¿Quién dice que hay novedad? —Yo, no. - N i yo. —Lo ha de haber dicho Castaños, dijo una señora, quien con esta frase promovió la hilaridad. —Todo lo ha de hacer Castaños, dijo éste. ¿Quién ha dicho que yo soy el autor de esa noticia? —Todos, gritó uno. —¡Es natural! Castaños es el hombre de las noticias. —Pues nada de eso, señores; pueden us- tedes tranquilizarse, porque yo no he hablado nada de novedades. —¡Hueco! le dijo Luisita';al oído á Castaños, queriendo darle á entender que había sido imprudente al soltar aquella palabra. Por poco pusilánimes que fueran los concurrentes, y por poco fundamento que tuvieran los rumores, bastó que circulara la idea de un peligro para que todos los ánimos se sobresaltasen, abultando cada uno según su fantasía la clase de peligre á que iban á exponerse. Carlos, entre tanto, hablaba á solas y con cierto misterio con uno délos exploradores. —Pues me dijeron, decía el explorador, que está el camino malo. —Bueno, contestaba Carlos, ya sabemos que á pesar de todas nuestras gestiones no se ha logrado que compongan el camino. —No, señor amo, quería yo decir... porque como va sabe su mercé que $no todos los días son iguales, y que los'compadres no tienen hora, porque tan pronto se aparecen por aquí como por allá... —¿Y ha habido quien los vea? —Dicen en el rancho que por allí pasaron esta mañana como unos seis. —¿Ladrones? —Pues eso no se sabe; pero 3^0 creeré que sí, pues cuándo no; dicen que iban bien montados, y que uno de ellos llevaba chaparreras tagarnas. —¿No los conocieron? —Pues á uno dicen que le nombran el Pájaro. —¿Pero no eran más que seis? —Eso es lo que dicen, que vieron seis, señor amo. —¿Y crees que salgan? —Pos, yo creeré que puede ser, porque si han ido á traer más gente; pues cuando no hacen la lucha, aunque no sea más que por saber como quedan. —Pues mira, haz que los muchachos alisten las armas. —Está bueño, señor amo; aunque se me figura que de caernos, será al pardear y en aquellos malos pasos que hay cerca de las lomas, como quien baja ya pa la hacienda. —¿En las barrancas? —Sí, señor como quien coje así para el potrero. —En todo caso, procura avisar con tiempo, coloca á los muchachos de modo que nos den tiempo de prepararnos. Carlos volvió á la mesa con visible mal humor, y todas las miradas se fijaron en él, en medio del sobresalto general. —¿Hay algo notable, señor don Carlos? dijo uno. —Xo, señores; sólo he mandado que se tomen algunas precauciones. —Hombre prevenido, nunca es abatido; dijo una señora grande. —Se va á lucir Castaños, dijo un joven picado por los elogios que le habían hecho a Castaños, con motivo de su destreza como tirador. —Bien es, agregó un diletante, que non es lo mesmo moriré, que parlare de la mor te. —Ya se vé, agregó otro pollo, que no es lo mismo la placa que el ladrón; porque un CASTAÑOS. huevo en una botella, es lo más sereno que se conoce en materia de punto en blanco; pero un bandidazo ¡caracoles! —¡Ay! qué miedo! exclamó una polla. —Yo me quiero volver, dijo otra. —Yo me muero! dijo una jovencita de grandes ojos y cabello corto y rizado. —No ha de haber nada, dijo con aplomo doña Refugio, haciendo resonar su buena voz en el comedor; los ladrones no se atreverán á atacar una caravana tan respetable como la nuestra. —¿Pero si son doscientos hombres? objetó uno. —Por estos lugares, dijo un señor que no había cesado de comer, no hay ipartidas tan gruesas. —Sobre todo, agregó el pollo, yendo Castaños con nosotros... —Señores, yo no soy valiente, dijo Castaños picándose; uno es que tire tal cual al blanco, y otro es que me crea con la serenidad suficiente en un lance; yo nunca he sido guerrillero ni mucho menos... —¡Adiós de Castaños! —¡Pero Castaños, hombre! —¿Qué es eso, Castaños? —Ese pollo, murmuró Castaños sentándose, me está cargando desde ayer. El pollo por su parte estaba diciendo á su adlátere: —Este Castaños es muy pretencioso, cree que solo él sabe tirar, y si nos pusiéramos ¡quién sabe! —¿ Vd. también tira, jovencito? le preguntó un -señor grave que estaba á su derecha. —Sí, señor, tiro; que para eso le ha costado á mi papá buenos pesos y á mí una zurra. —¿Cómo estuvo eso? le preguntó su compañero. —Nada, que gasté en el tiro de pistola el dinero de un cobro de mi papá, y me dió mi merecido; pero en cambio aprendí á tirar y saqué el Aguila, hice treinta y una. • —Aquí hay otro tirador, dijo uno. —¿Quién? — Santibañez. —¡Bravo! ya hay un competidor de Castaños. —Pues con dos Guillermo Teli no hay que tener miedo. Castaños murmuró: —¡Me alegro! Las bromas se sucedieron unas á otras mientras duró el almuerzo; pero en medio de la aparente alegría que reinaba, había quien sèriamente estuviera pensando en que había que esperar un peligro positivo. Al tomar de nuevo los carruajes, Carlos fué entonces, y no D. a Refugio, quien ordenó la colocación de los viajeros, haciendo que ocupasen las señoras el centro del convoy. Se aumentó el número de los ginetes con otros dos criados que se proporcionaron en aquel lugar, y después de haber destacado cuatro ginetes como descubierta, los coches emprendieron la marcha. A poco andar comenzó el terreno á ser mas accidentado y molesto, y la marcha de los carruajes se hacía á cada paso mas y mas lenta y difícil. — 62 — De repente se paró el primer coche y tras él todos los que seguían sucesivamente, trasmitiéndose la alarma de uno á otro. La mayor parte de los hombres saltaron de los carruajes, Castaños y Santibañez pistola en mano, y los demás buscando por todas partes con ávidas miradas á los ladrones. —¿Qué hay? —Ahí están. —¿Qué ocurre? —Los ladrones. —¡Fuego sobre ellos! —¿Cuántos son? —¡Jesús, María y José! Todas estas voces se mezclaron en confusa algarabía y la alarma tomó colosales proporciones entre todos los concurrentes. C A P I T U L O V. EL CHUBASCO. los coches debían desfilar por un [í estrecho sendero, en el que un mal paso había detenido el primer carruaje. La alarma se convirtió bien pronto en algazara cuando se hubo averiguado la causa de la detención; pero el mal era en realidad mayor de lo que parecía, pues se había inutilizado una rueda y aquel coche no podía seguir caminando. Reunidos los criados no tardaron en sa- — 62 — De repente se paró el primer coche y tras él todos los que seguían sucesivamente, trasmitiéndose la alarma de uno á otro. La mayor parte de los hombres saltaron de los carruajes, Castaños y Santibañez pistola en mano, y los demás buscando por todas partes con ávidas miradas á los ladrones. —¿Qué hay? —Ahí están. —¿Qué ocurre? —Los ladrones. —¡Fuego sobre ellos! —¿Cuántos son? —¡Jesús, María y José! Todas estas voces se mezclaron en confusa algarabía y la alarma tomó colosales proporciones entre todos los concurrentes. C A P I T U L O V. EL CHUBASCO. los coches debían desfilar por un [í estrecho sendero, en el que un mal paso había detenido el primer carruaje. La alarma se convirtió bien pronto en algazara cuando se hubo averiguado la causa de la detención; pero el mal era en realidad mayor de lo que parecía, pues se había inutilizado una rueda y aquel coche no podía seguir caminando. Reunidos los criados no tardaron en sa- - (i-i — car el coche del atolladero, pero hubo necesidad de abandonarlo. En seguida se hicieron desfilar los demás y salvar uno á uno aquel mal paso, teniendo para esto que apearse las señoras y que caminar á pié un gran trecho. Este incidente retardó la marcha por más de una hora, durante la cual, y disipada la primera impresión del peligro, hubo motivo para que toda aquella comitiva se entregara á la espansión de los comentarios. Ya los viajeros seguían tranquilamente la marcha, cuando un incidente de la misma especie volvió á interrumpirla. —Xo hay cuidado, gritó uno, es otro mal paso. —¡Pié á tierra! —¡Abajo! •—¡Otra vez! —¡Hoy no llegamos! Y la misma algarabía de la escena anterior se repitió, no obstante que aquello comenzaba á contrariar á los menos resignados. Carlos estaba visiblemente contrariado, y — 65 — en más de un grupo se suscitó la cuestión de acriminar al gobierno por el mal estado de los caminos. —¡Es imposible! ¡si esto no es país! Vea usted qué camino, y en pleno siglo XIX, decía uno. —¡Y en tiempo del vapor! —¡Esto no se vé en ninguna parte del mundo! —Nada, decía otro, mientras no haya caminos, no habrá paz, ni nada en México. Carlos y Salvador presenciaban, los primeros, el paso de los carruajes y dirigían las operaciones. —Lo que siento es, decía Carlos, que la tarde va á ser mala; el agua es segura y es preciso darnos prisa. —¿Lloverá? —Sin remedio, y á este paso nos van á sorprender el agua y la noche. --¡Vivo! ¡vivo! gritó Salvador á los criados. —¡La rueda delantera! —Ahora la otra. 5 Y lentamente, y sólo merced al número de hombres que ayudaban, podían salir los coches de cada uno de los atolladeros. —¡Vicente! gritó Carlos. Y uno de los cocheros se dirigió á Carlos. —¿Qué, no hay otro camino mejor que este? " J N O , señor, contestó el cochero, el otro está peor. —¿Crees que lloverá? —Yo creo que sí, señor amo. —¿Y no podremos llegar á tiempo? —Ahí está no más el agua, vea usted, señor. ; Efectivamente, hacia el Oriente el horizonte se ennegrecía por momentos á medida que el sol declinaba. A poco empezó á soplar un vientecito frío del N . E. que era el que iba á decidir la cuestión. Al sentir aquella ráfaga húmeda, Carlos comprendió toda la gravedad de la situación en que sin remedio iban á verse colocados. Carlos estaba pendiente, no sólo del paso de los carruajes, sinó que repetidas veces tendía sus miradas hacia el camino. —Me impacienta el retardo de los exploradores, dijo Carlos á Salvador. —¿Ya debían estar de vuelta? —Hace una hora, según las instrucciones que tienen. —¿ Realmente temes qüe á pesar de nuestro número seamos atacados? —Lo estoy temiendo, porque he sábido que no hace muchos días pasó por aquí una partida como de sesenta hombres. —Pues ya eso es gravé. . —Ya se vé que lo es, y luego, que corno vamos con señoras, esto va á entorpecer todas nuestras operaciones. Todavía se presentó un tercer mal paso en el camino, que volvió á detener la marcha de la comitiva, obligando de nuevo á los paseantes á apearse de los carruajes. No habían pasado los tres últimos coches cuando ya las nubes se habían amontonado sobre la cabeza de los viajeros. Informes pelotones avanzaban hacia el ^ ' - ' m m zenit dibujando con perfiles luminosos sus gigantescos contornes, mientras que en el horizonte se corría un velo ceniciento y uniforme que ocultaba los altos perfiles de las montañas. De repente se escuchó una detonación prolongada y lejana, pero bastante perceptible para que de la comitiva en masa se levantara un murmullo como el de un enjambre que se alborota. —¡El agua! gritaron por todas partes. —¡Viene el agua! —¡Al agua, patos! Otra descarga eléctrica hizo rimbombar sus ecos en las montañas; el sol se ocultó tras de negras nubes y la sombra empezó á invadir el espacio. Se sentía en los carruajes ese sofocante calor que precede á las borrascas. Aquella capa de aire caliente no tardaría en elevarse para ser súbitamente sustituida por una ráfaga tempestuosa. La electricidad estaba jugando sobre sus inmensas plataformas de nubes ó de capas <le aire enrarecidas; se sucedían en lo alto las corrientes y se desgajaban y se unían aquí y allá enormes masas parduzcas y pesadas que amenazaban desprenderse sobre la tierra. Comenzó á oírse un chasquido particular, parecido al que produce el maíz al pasar por un harnero inclinado de hoja de lata para depurarse del tamo. —Ya está lloviendo, dijeron algunos. Pero ni una gota caía y no obstante, aquel ruido se prolongaba y crecía. —¿Qué es eso? dijeron algunas señoras, ¡qué ruido tan extraño! —¡Dios mío! que está sucediendo? —«.Glorifica mi alma al Señor» murmuraban por todas partes. —¡Esto es horrible! —¿Qué rudío es ese? —¡Padre! gritó una señora, conjure usted por Dios esa nube, vea usted qué horrible! —¿Quién trae vela de Nuestro Amo? dijo una señora. -Yo. —Y yo. —¡Enciéndalas pronto! —Padre, rece usted por nosotros. —¡Jesús, que ruido! —Y lo más extraño es, que no cae una gota de agua. —Y parece que no está lloviendo todavía por ninguna parte. El padre González estaba entregado completamente á la oración, colocado dentro de un coche que tenía los vidrios levantados, y dos señoras lo acompañaban, vela en mano. El pánico se había apoderado de las señoras, y en estos momentos ninguno de los coches caminaba porque el primero había sufrido otra avería. Era aquél un paso del camino en el que para descender, ladeando una pendiente, había que caracolear entre una falda y un precipicio. Los hombres seguían caminando á pié con algunas de las señoras que tenían más temor de ocupar los coches. Castaños, Santibañez y otros dos, se ha- bían adherido á un grupo que rezaba, á la sazón que se unían con Salvador. —¿Qué es esto, qué está sucediendo, señor Don Salvador? preguntó Anita. —Es un fenómeno muy bonito. —¡Ay, qué horror! ¿conque á usted le divierte? •—Estoy encantado. —¡Jesús, María y José! usted no tiene remedio. —¿Y qué fenómeno es ese? preguntó Castaños abreviando su Magníficat. —Es el granizo que contienen esas nubes que están sobre nosotros. —¿Pero por qué suenan? —Porque los granizos impulsados por el viento, se chocan entre sí antes de caer. —¿Quiere decir que v a n á caer sobre nosotros? preguntó una señora. —A menos que una fuerte corriente de aire desvíe la nube prontamente. —O que la infinita misericordia de Dios la aleje, por un especial favor hacia nosotros. —También, contestó Salvador y se alejó. —¿Usted cree eso? dijo una señora á otra. —¡Qué voy á creer! figúrese usted si Dios en sus altos juicios.... Entonces fué á Castaños á quien le tocó hacer el papel de hombre instruido. —Pues créalo usted, dijo fingiendo aplomo y avergonzándose interiormente de haber tenido miedo; la electricidad es una cosa conocida: todo el mundo sabe lo que es la electricidad, y los que hemos estudiado física.... —Pues yo no he estudiado eso, y tengo mucho miedo. Una nueva detonación fué como el postrer aviso del chubasco, porque aquella nube parda que parecía besar ya la montaña, vomitó torrentes de granizo. Todos se refugiaron en los coches y cerraron los vidrios. El ruido era espantoso: verdaderas cataratas se desprendían de lo alto, formando una sucesión de blancas columnas que se estrellaban en las rocas. En pocos momentos el suelo estuvo blanco, y los granizos al azotar contra los cristales de los coches, parecían romperlos á cada momento, porque no era una corriente continuada, sino grandes descargas á cortos intervalos. El granizo fué haciéndose mas pequeño hasta convertirse en lluvia, á tiempo que algunos truenos rimbombaron prolongados y magestuosos por toda la bóveda, que á poco se entoldó completamente, haciendo mas densa la oscuridad. El aguacero se desencadenó resueltamente. Los ginetes que rodeaban los carruajes se habían dispersado, buscando algún abrigo; unos junto á los coches, y otros alejándose, buscando el tronco de un árbol ó un respaldo de rocas. El aguacero, con intervalos de más ó menos intensidad, duró cerca de cuarenta minutos. En el Poniente, las nubes se agruparon de manera que no dejaban penetrar un solo rayo del sol: el camino estaba inundado y se determinaban sucesivamente, después del chubasco, grandes caídas de agua, á medida que se deshacía el granizo en las alturas; no obstante, Carlos dió orden de seguir la marcha. Pero esta marcha iba á ser precisamente por el lugar mas accidentado del terreno, de manera que los coches fueron descendiendo lentamente al fondo de una parte baja de la barranca para salvar todavía, á favor de la escasa luz de la tarde, los malos pasos. La marcha se hacía cada vez mas difícil y peligrosa; el camino estaba intransitable para andarlo á pié. Caracoleando y salvando con frecuencia algunos atolladeros, la comitiva llegó á descender hasta el fondo de la barranca para emprender de nuevo la subida y ganar los llanos para rendir la jornada. Pero en el fondo de aquel bajío, la oscuridad se hacía mas densa y un nuevo aguacero vino á complicar la situación. Se oyó de repente el andar de dos caballos que bajaban precipitadamente de la pendiente opuesta. Carlos saltó del carruaje y fué al encuentro de los ginetes. Salvador lo siguió. Eran los dos mozos que habían ido de exploradores y que regresaban haciendo señas con el sombrero. 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 ^ CAPÍTULO VI. EN EL CUAL SE V E R Á BAJO OUÉ AUSPICIOS VUELVEN Á ENCONTRARSE GÓMEZ Y SALOMÉ. _ PARECIERON detrás de los ex- ploradores como seis hombres á caballo. Carlos y Salvador regresaron para dar la voz de alarma. Bajaron los hombres de los coches, y desde aquel momento empezó á reinar la mayor confusión y desorden; todos gritaban y ninguno podía entenderse. Carlos, Salvador, otras dos personas y dos de los criados se posesionaron de un punto avanzado sobre unas rocas. Los coches ocupaban una larga linea que podía ser atacada por varias partes con ventaja. Otro pelotón como de cinco hombres apareció por el lado opuesto. Carlos y Salvador hicieron fuego los primeros con sus rifles, y el grupo de seis hombres contestó los tiros avanzando: por el extremo opuesto se oyeron también tiros, siendo entonces los ladrones quienes descargaron sus armas contra los últimos carruajes. Era el terreno un callejón sin salida, y los viajeros estaban atacados por los dos extremos del convoy. Á los fuegos de Salvador y Carlos hubieron de replegarse los seis bandidos que los atacaban, moviéndose sin cesar y haciendo fuego. —¡Castaños! ¿Dónde está Castaños? gritaban unos. —¿Dónde están los que tiran bien? —¡Á ellos! Cuatro de los criados, de los mas intrépidos, aparecieron sobre la eminencia, en faz de atacar á los seis ladrones. Carlos y Salvador tuvieron que suspender sus fuegos. —Cuida el otro extremo y haz que se defiendan, dijo Carlos á Salvador; yo avanzo para sostener aquel ataque. Salvador obedeció poniéndose en seguida á la cabeza de los que defendían la retaguardia. Habíase empeñado una encarnizada lucha entre los cuatro criados y los seis bandidos que atacaron primero, mientras que los cinco, á quienes atacaba Salvador con los que le ayudaban, se replegaban incesantemente. Castaños, aunque había disparado algunos tiros al aire y sin acercarse demasiado al peligro, se encargó empeñosamente, según él decía, de poner á las señoras en puerto de salvamento, haciéndolas descender hasta — 80 — el arroyo para resguardarlas de las balas que silbaban sobre sus cabezas. A pesar de todos los esfuerzos de Castaños, no pudo lograr que todas las señoras estuvieran juntas. E n el grupo mayor no estaban ni doña Refugio ni Luisita, á quienes no pudo encontrar Castaños. La noche se presentó negra y pavorosa, y á los dos extremos del convoy se veían claramente los fogonazos de las armas de fuego de una y otra parte; y cada detonación repercutía sus ecos en aquellas desiertas y áridas barrancas, de manera que el fuego parecía mas nutrido de lo que era en realidad. Los criados de Salvador habían cobrado ánimo y azuzaban á sus enemigos gritándoles improperios, que eran contestados por parte de los bandidos con espantosas maldiciones que hacían estremecer á las señoras, quienes en esos momentos formaban un grupo compacto al rededor del padre González. Los fuegos se fueron apagando poco á poco y sólo resonaba uno que otro tiro contestado siempre. Llegó á reinar una oscuridad tan profunda, que asaltantes y asaltados no podían distinguirse sinó cuando disparaban sus armas. El ataque se hizo de repente mas vigoroso por la vanguardia, y allí acudieron los más de los criados y de los viajeros útiles para defenderse. Mientras que se concentraba toda la atención en aquel ataque, una escena singular pasaba en el extremo opuesto. Doña Refugio y Luisita habían sido sorprendidas en su escondite por dos hombres de á pié que las amagaban con puñales, obligándolas á callar y á entregarles las alhajas y el dinero. Castaños, que había ido en busca de doña Refugio, y que había ya descargado su pistola, llegaba á tiempo de este asalto parcial, pero no habiendo sido sentido se ocultó en unas malezas á algunos pasos de la escena, sobrecogido de pavor. Un tercer bandido amenazaba á otra de las señoras, á quien no podía distinguir Castaños á causa de la profunda oscuridad del lugar. Los gritos de las señoras se confundían con los de los criados, y todos se perdían en el incesante rumor que producían algunas cascadas que se precipitaban por varios puntos al fondo de la barranca. Pero á pesar de estos rumores, Castaños pudo hacerse cargo de la situación, oyendo estas palabras: —¡Mátame, infame! soy yo. —¿Tú, Salomé, tú? Ven, vámonos. —¿Por qué no me heriste antes de hablarme? —Cállate, y no digas mi nombre. Vámonos. Esta palabra la pronunció Gómez tan alto, que sus compañeros la tomaron por la señal del peligro, y , abandonando á sus víctimas, se perdieron entre las sombras. Castaños, que había tenido tiempo de poner tres cartuchos metálicos en su pisto- . la, preparó, apuntó á Gómez y dejó ir el tiro. Gómez dió un grito, que fué seguido de otro de Salomé. A la sazón se acercaban á aquel lugar dos de los criados con Salvador, y Castaños, saliendo de su escondite, gritó: —Sr. D. Salvador, por ahí, ¡A ellos! están á pié, y acabo de herir á uno: no deben .estar lejos. Los criados metieron sus caballos entre las malezas, pero éstas eran tan espesas que no pudieron avanzar, y se contentaron con hacer fuego en la dirección que les había . indicado Castaños. El ataque de la vanguardia había cesado completamente. Carlos había avanzado, con su grupo á caballo, por la parte mas alta del terreno, y todavía hizo disparar algunos tiros en la dirección que habían tomado los asaltantes. En seguida envió un criado con orden de que sólo las señoras montaran en los carruajes, y que los hombres caminaran á pié y á los lados del cpnvoy. El cielo empezaba á despejarse y aparecían algunas estrellas: el azul del cielo era claro en cada jirón de nubes que se rasgaba, porq^ü la luna ya estaba bañando con su luz todo el espacio. Habían resultado algunas señoras accidentadas, entre ellas Carolina, que padecía ataques de nervios. Doña Refugio y Luisita estaban altamente preocupadas con motivo de la escena que habían presenciado entre Salomé y Gómez. Se acercó Castaños al coche que estas ocupaban, y parándose en el estribo, preguntó: —¿Dónde está la mujer? —¿Quién? —La protegida de usted, señora; ya habrá usted comprendido que nos hemos echado una víbora al seno. —¿Usted sabe? —Sí, señora; yo fui quien disparé sobre el bandido. Yo decía bien: esta mujer es espía de los ladrones. . —¿Y la traemos con nosotros? dijo Luisita. —Yo ya avisé á Carlos para que la custodien. —¿Y qué se ha hecho? —Dijo que si nos volvían á asaltar, mandaba fusilar á la mujer. —¡Es posible! ¡qué atrocidad! —Y en llegando va á dar á poder de la justicia. —Eso sí me parece mas justo, dijo Luisita. • —Hemos sido las únicas robadas, dijo doña Refugio. —¿Siempre perdieron ustedes algo? —Los relojes. —Yo les di mi bolsillo, agregó doña Refugio. —¡Cuánto lo siento! exclamó Castaños. —De santos nos damos, porque peor hubiera sido otra desgracia. La escena del bandido y Salomé circulaba ya entre todas las señoras, porque Castaños más que de cuidar el camino, se en- —¿La hacienda grande? tretenía en llevar la noticia de coche en coche para dar pié á la conversación y á los comentarios. —¡Bien decíamos! exclamaban las señoras, si esa mujer no podía ser nada bueno; hay que desconfiar ya hasta de los limosneros. —¿Y qué le harán? —Lavan á entregar esta noche á la justicia. —Harán muy bien. —Ya se vé que sí. Ya el convoy había logrado trasponer la altura, y descendía por mejor terreno, y alumbrado por la luna, á la llanura. A poco andar, Carlos se unió con los demás y preguntó si alguien faltaba. Tardaron algún tiempo en reunirse todos, y por fortuna no había que lamentar ninguna desgracia, excepto el robo de doña Refugio y Luisita. Había que atravesar un llano, á cuyo extremo brillaban algunas luces. —Allí está la hacienda, dijeron algunos. —No, contestó Salvador, la otra; allí nos quedamos esta noche. —Ya no hay peligro, dijeron algunos, y el terreno es magnífico. —Sobre todo, dijo Carlos, no tardarán en venir á encontrarnos. —Aquí estaban los de la hacienda, dijo un criado. —¿Y qué se hicieron? —Pos echaron mucha bala á los mañosos, y si no ha sido por ellos, se nos meten, dijo otro de los criados. —¿Tú los viste? le preguntó Salvador. —Sí, señor amo, sí; por eso no entraron; eran como veinte, pero los de la hacienda los cortaron. —Pues ahora sí vamos seguros. —¡Pues vaya, amo, cómo no! si chinampearon. Con esta seguridad, todos montaron en los carruajes. —Bien lo necesitábamos, exclamó uno que venía cojeando; me he sumido en el lodo hasta las rodillas. —Y yo estoy empapado. —Y yo arañado de la cara. —Pero no nos robaron. —Nos libró Castaños, dijo el pollo que no desperdiciaba ocasión para provocarlo. —¿Cuántos mató Castaños? preguntó ingénuamente la polla que tenía más fé en este tirador. Una risa general acogió esta pregunta. La animación reinó entre los pasajeros al verse completamente libres de todo peligro, y poco tiempo tardaron en llegar á la hacienda, adonde los esperaban muy diversas y no menos notables impresiones. •K¡y -¿¡y •<¥»• Vjy •'V* *** ^ ^ CAPÍTULO VIL EL RECIBIMIENTO. , aproximarse la comitiva como á unos doscientos pasos de la finca, rompieron el aire los ecos de una música de viento, que si bien hubiera podido tener más armonía, no por eso era menos estrepitosa, especialmente por lo tocante al que golpeaba la tambora, pues su entusiasmo excedía con mucho á todos los fortísimos de la pauta; de manera que el buey que estacó su piel en " aras de Eu- que venía cojeando; me he sumido en el lodo hasta las rodillas. —Y yo estoy empapado. —Y yo arañado de la cara. —Pero no nos robaron. —Nos libró Castaños, dijo el pollo que no desperdiciaba ocasión para provocarlo. —¿Cuántos mató Castaños? preguntó ingénuamente la polla que tenía más fé en este tirador. Una risa general acogió esta pregunta. La animación reinó entre los pasajeros al verse completamente libres de todo peligro, y poco tiempo tardaron en llegar á la hacienda, adonde los esperaban muy diversas y no menos notables impresiones. •K¡y -¿¡y •<¥»• Vjy •'V* *** ^ ^ CAPÍTULO VIL EL RECIBIMIENTO. , aproximarse la comitiva como á unos doscientos pasos de la finca, rompieron el aire los ecos de una música de viento, que si bien hubiera podido tener más armonía, no por eso era menos estrepitosa, especialmente por lo tocante al que golpeaba la tambora, pues su entusiasmo excedía con mucho á todos los fortísimos de la pauta; de manera que el buey que estacó su piel en " aras de Eu- más pompa y aparato de lo que podían esperarse á aquellas horas y después de los chubascos y de todos los contratiempos del camino. Desde el lance de la barranca, Salomé había sido colocada en uno de los carros de equipajes y custodiada constantemente por dos de los criados, quienes al llegar no le permitieron apearse, sinó que inmóviles esperaron las órdenes de Carlos con respecto á la presa. terpe no recibió jamás golpes postumos menos merecidos. Frente á la casa de la hacienda había haces de leña ardiendo, que despedían una luz intensa así como un humo insoportable. Había como hasta quinientas personas frente á la casa, de entre las cuales se elevaban cohetes en todas direcciones poblando el aire de chispas y atronándolo con sus inofensivas detonaciones. Eran aquellas gentes, casi en su totalidad, peones de las haciendas inmediatas y vecinos de todos los contornos, que, sabedores del magnífico recibimiento que se preparaba allí al dueño de la hacienda grande, habían acudido con sus golosinas y sus comestibles, improvisando una especie de feria. Un acontecimiento de esta especie entre la gente del campo atrae, hasta de muchas leguas en contorno, á los habitantes, deseosos de interrumpir la monotonía de su vida con cualquier pretexto. El dueño de aquella hacienda se llamaba D. Homobono Pérez, cuyo aspecto respiraba bonhomía, salud y jovialidad. Sería un hombre como de sesenta años que conservaba aún la rubicundez de sus mejillas y de su grueso cuello, todos sus dientes y el mejor humor del mundo. —¡Mi señor don Carlitos, amigo y señor mío! pase su mercé á lo regado. —¡Señor don Homobono! —Señoritas, ¿cómo va de susto? Los coches surcaron en aquel maremagnum, y los viajeros fueron recibidos con gunas. —Muertas d e miedo, contestaron al- flB 9• ' I —Pero no hay cuidado; á tiempo mandé á los muchachos y aún no han vuelto; pero estoy seguro de que pillarán á algunos. Todos fueron saludando á don Homobonoque tuvo para cada uno un cumplimiento ó una palabra de franqueza y jovialidad. —Pues si á ustedes les parece, dijo don Homobono, que hablaba tan alto como doña Refugio; si á ustedes les parece, pasaremos á la sala para que descansen un poco, enseguida les haré conocer mi programa. —¡A ver el programa! dijeron varios. —No, en la sala; vamos á la sala. Efectivamente, los huéspedes tomaron posesión de una sala como de catorce varas amueblada con canapés con fundas de indiana, algunas rinconeras, nichos antiguos y varias pinturas de santos, alternando con una media docena de litografías iluminadas representando la vida de Atala y de René; otras dos litografías en que se veía á Robinsón; un retrato de Iturbide y una Virgen de Guadalupe. La sala estaba enladrillada y sólo á los piés de las sillas y de los canapés había largas tiras de alfombra con labor de arco-iris. Tan luego como se hubieron sentado los concurrentes, don Homobono tomó la palabra. —Conque.... señores, he aquí mi programa. Tan luego como hayan ustedes descansado, pasaremos al comedor á tomar alguna cosa. —Aprobado, dijo Castaños, porque el susto nos ha preparado el estómago. —Continúo, dijo don Homobono. —¡Silencio! gritó Santibañez, el señor don Homobono va á decir la segunda parte del programa. —Después de cenar, dijo don Homobono, pasaremos al circo. —¿Al circo? dijo Carlos. —Sí, señor; pasaba por aquí una compañía á la que di alojamiento anoche á condición de organizar una función, que tengo el gusto de dedicar á ustedes. —¡Bravo! buenísimo! dijeron casi todos los concurrentes. — Puesto que está aprobado el programa, pasemos al comedor. Todos se levantaron para conducir á las señoras, pero Carlos se acercó á don Homobono. —Perdone usted, amigo mío; pero tenemos que cumplir antes con un deber. —Estoy para que usted me mande, señor don Carlitos. —¿Cuál es la autoridad más inmediata? —La autoridad.... vea usted, señor don Carlitos, en estos momentos están aquí el alcalde, el juez de San Sebastián, el presidente del ayuntamiento y algunas otras autoridades, así del distrito como de algunos partidos; de manera que en materia de autoridades estamos bien. —Pues es el caso, que traemos una presa. -¡Oiga! —Sí; en mi concepto, y en el de las demás personas que nos acompañan, la mujer que traemos es una espía de los ladrones, ó por lo menos está en connivencia con ellos. —¿Cómo es eso, señor don Carlitos? —A la hora del asalto ha hablado con uno de ellos. —Pues eso es muy bueno, señor don Carlitos; ¿y en dónde está esa mujer? —En el segundo de los carros de equipaje, custodiada por dos muchachos. —Bien, muy bien hecho, pues ya tenemos la pista; sería bueno hacerla bajar y que la conduzcan aquí; tengo en la casa una pieza que le servirá de cárcel provisionalmente, mientras mandamos llamar á la autoridad competente. Carlos llamó á uno de sus criados y le dió orden de conducir á Salomé al patio de la hacienda y encerrarla en el cuarto que debía servirle de prisión. Esta orden, aun cuando fué dada con cierta reserva, circuló como una noticia alarmante entre la gente que estaba formando el tianguis en la plaza, al frente de la casa de la hacienda, y toda la peonada y multitud de curiosos afluyeron de todas partes á rodear el carro donde, según todos uzmmm m m r .— «y mm&mm* decían, venía una ladrona cogida en el asalto de la barranca. Cesto trabajo á los mozos que custodiaban á Salomé, atravesar la compacta multitud que murmuraba: —¡La ladrona, la ladrona! ¡)^a van á encerrar á la ladrona! —Era la espía. —Dicen que por ella robaron á los amos. Salomé fué conducida á su calabozo, siendo el objeto de las miradas y de las burlas de la plebe, y fué tal su angustia al considerarse complicada .en aquel feo asunto, que en vano pretendió la desgraciada levantar la voz para defenderse. Salomé no podía hablar, la vergüenza y la pesadumbre la agobiaban de tal modo, que fué preciso ayudarla á andar, porque sin cesar desfallecía sintiendo que la abandonaban sus fuerzas. Cuando Salomé se vio sola, se entregó de lleno á su dolor. A pesar de haber llorado tanto en su vida, hacía mucho tiempo que su amargura no era tan desgarradora. Entretanto los convidados gozaban alegremente de la cena, cuyos honores hacía don Homobono admirablemente. El menú de aquella cena de hacienda era el siguiente: «Cabritos asados. Pollos fritos en manteca. Ensaladas. Arroz á la valenciana. Mole de cecina. Salsas picantes de chile verde y de chile colorado, etc, etc.» Hasta seis peones de los más limpios, iban y venían en incesante movimiento, ministrando tortillas calientes á los convidados, circunstancia que es de rigor en comidas de esa especie. Todos aquellos manjares debían regarlos los convidados, con algunas botellas de vino Burdeos y algunos licores extranjeros, y sobre todo, té y café, bebidas en cuya confección la gente de aquella cocina no estaba muy diestra. Castaños objetó que el mole de cecina no 7 debía tomarse con cubierto, sino haciendo por medio de cucuruchos de tortilla, una exacta imitación de las cucharas de Moctezuma. No faltaron pollos y pollas que, á pesar de ser mexicanos, hicieran exajerados aspavientos, al tratarse de comer chile picante, debido á que las costumbres francesas habían logrado poner ya á aquellos mexicanos inconocibles. Don Homobono, en su calidad de anfitrión, hizo los honores de la mesa con franca urbanidad. Ya en uno de los corrales de la casa la compañía de cirqueros había improvisado un circo, y multitud de gente estaba colocada en los andamios que servían de asientos. Aquellos maromeros eran precisamente los compadres que se robaron á Gabriel: las partes secundarias habían sido sustituidas con otros individuos, pero el payaso y el director eran los mismos. También existía la niña compañera de Gabriel, y de quien el director y el payaso habían logrado hacer ya una notabilidad ecuestre. El payaso se llamaba Melquíades Ramos; desde muy niño fué afecto á hacer suertes, y su primer oficio fué el de rebocero; pero próximo á contraer nupcias con una joven empuntadora, recibió Melquíades las mas estupendas é inmotivadas calabazas, de cuyas resultas enfermó, y en su convalecencia mitigaba sus pesares con la música; comenzó recitando versos que aprendía de memoria, y después componía canciones y las cantaba. Una de sus canciones favoritas, tenía por letra la siguiente cuarteta: Ya va saliendo la luna Y un lucero la acompaña; ¡Qué triste se pone un hombre Cuando una mujer lo engaña! El espíritu de Melquíades encontraba cierto consuelo triste en cantar versos que encerraban un fondo de amargura y desencanto. Poco á poco su carácter se inclinó al sarcasmo, y en medio de sus espansiones y de su alegría se podía notar siempre en Melquíades algo profundamente amargo. Melquíades, como poeta, tenía esa sal ática peculiar de los mexicanos: su metro favorito era la sextilla, siendo de notar que en todas ellas había entre los primeros versos y los últimos cierta incoherencia inimitable que encerraba toda la gracia, y en lo general toda la intención malévola del poeta. Esta clase de versos es característica de la plebe de México, y por cierto que entre ellos hay pensamientos de notable mérito y de una malicia de lo mas picaresco que se conoce. Pasaron las señoras y los caballeros al corral, en donde sobre una azotea baja se les había improvisado un palco. Alumbraban el circo algunos hachones, que consistían en una media esfera formada de aros de fierro sobre un pié derecho, conteniendo un haz de astillas de ocote. La música saludó á los recién llegados, y empezó la. función con una arenga del payaso. —Echo de menos aquí á doña Refugio, dijo Castaños en voz bastante perceptible. —Hay más, dijo Anita, han desaparecido el señor don Carlos y D. Homobono Pérez. —¿Si estarán ocupándose del negocio de la ladrona? —Probablemente. —¡Pobre mujer! exclamó una señora. —¡Pobres de nosotros! dijo un pollo, porque bien pudo habernos tocado una bala de esos bandidos. —Ya se vé, continuó Castaños, como que á mí me pasaron cerca: "las oí silbar como pajaritos. —¡Ay, qué horror! Aquellas señoras tenían razón: efectivamente doña Refugio se estaba ocupando de la ladrona, según la llamaban todos. Cuando se levantaron de la mesa los convidados, doña Refugio recibió un recado de parte de Salomé. Doña Refugio no podía comunicarse con la presa sino con la intervención de don H o mobono, quien para servir eficazmente á Carlos había convocado ya al juez y á algunas de las autoridades que allí se encontraban; de manera que todos reunidos en el cuarto de despacho de don Homobono mandaron comparecer allí á la presa. CAPÍTULO VIII. EL PROCESO. ALOMÉ había caído en la atonía del dolor; sus pasos eran inseguros y vacilantes, y había necesidad de ayudarla á andar. Al fin se presentó en la puerta, custodiada por dos celadores que habían relevado ' ya á los criados de Carlos. Estaban sentados alrededor de una mesa cubierta con carpeta de bayeta verde, hasta cuatro leguleyos. —Escriba usted, dijo uno, dándole la pluma á su vecino. la presa sino con la intervención de don H o mobono, quien para servir eficazmente á Carlos había convocado ya al juez y á algunas de las autoridades que allí se encontraban; de manera que todos reunidos en el cuarto de despacho de don Homobono mandaron comparecer allí á la presa. CAPÍTULO VIII. EL PROCESO. ALOMÉ había caído en la atonía del dolor; sus pasos eran inseguros y vacilantes, y había necesidad de ayudarla á andar. Al fin se presentó en la puerta, custodiada por dos celadores que habían relevado ' ya á los criados de Carlos. Estaban sentados alrededor de una mesa cubierta con carpeta de bayeta verde, hasta cuatro leguleyos. —Escriba usted, dijo uno, dándole la pluma á su vecino. —No, amigo mío; está en muy buenas manos. —Pues ustedes, dijo entonces el de la pluma, ofreciéndola á los demás. —No, señor; usted es mas práctico, y á usted le toca como el mas antiguo. —¡Adiós de antiguo! —Cabal, dijo otro; D. Néstor vivía en el pueblo cuando yo me casé. —¡Ah qué usted! Y luego dirigiéndose á Salomé le dijo: —Pues entre, señora. Salomé avanzó difícilmente dos pasos. —Diga sus generales. Salomé permaneció callada. —Que diga V. su nombre, dijo una de las autoridades, traduciendo lo de las generales. Salomé no podía hablar. —¿Cómo se llama usted, señora? dijo don Néstor. Salomé pronunció su nombre con voz débil; D. Néstor escribió: «En la hacienda de... etc. A los veinte días... etc.» —Aquí los señores dicen que usté conoce á los ladrones que asaltaron los coches; diga si es cierto. Salomé no contestó. Don Néstor, á pesar de esto, seguía escribiendo, y murmuraba: «dijo llamarse como queda dicho; casada, de veintiocho años... etc.,» y agregó en voz alta: diga si es cierto, como lo es, que estaba en connivencia con los ladrones, siendo espía expensada por ellos para darles noticias de las circunstancias de los pasajeros. Don Néstor escribía velozmente y sin cesar. —Habla usted, señor, se atrevió á decirle uno. —Hay muchos testigos del hecho, dijo otra de las autoridades. —Y todos los testigos son personas de entera fé, agregó otro. —Si la reo no responde se verá precisada la autoridad á aplicarle el tormento, exclamó don Néstor, tomando una actitud severa. —!Eso es! ¡el tormento! dijo otra autoridad lamiéndose los labios. —Pido la palabra, agregó uno que no había hablado. —Tiene la palabra mi yerno, dijo don Néstor. —Aquí no h a y ' yernos, objetó el que aprobaba el tormento.., en lo oficial... pues diga usted, entonces... —Es que mi yerno estudió en Querétaro, y sabe leyes y otras muchas cosas. —¡Adiós! si el señor no es letrado. —Pero ejerce. —Estábamos hablando del tormento. —Sobre eso rolaba la discusión, dijo el que había estudiado. —Habla el señor, dijo don Néstor señalando á su yerno. El yerno tomó la palabra. —Eso del tormento, dijo, me parece que es anticonstitucional. —Lo que el señor quiere decir, agregó una de las autoridades, es que el tormento está prohibido por la constitución, en uno de sus artículos. —¿Qué artículo? —No lo sé, pero es fácil averiguarlo. —El señor don Homobono nos hará el favor de prestarnos un ejemplar de la constitución. —¿De 57? preguntó don Homobono. —La misma que viste y calze, dijo gravemente don Néstor y luego agregó.—Se suspenden los procedimientos mientras el señor don Homobono nos proporciona un ejemplar de la constitución. Y al decir esto don Néstor, ofreció cigarros á los circunstantes y luego dijo en voz alta: —Puede retirarse la reo al fondo de la sala, mientras fumamos un cigarro. Los dos celadores que custodiaban á Salomé, armados con dos grandes fusiles, estaban descansando sobre las armas y tenían puesto su gran sombrero de palma en señal de que estaban de servicio. A la voz de mando de don Néstor, los dos celadores terciaron las armas al lado izquierdo, dando una fuerte palmada en el fusil con la mano derecha, según se le exije al recluta en la formación, adelantaron el talón del pié derecho, y, girando, dieron media vuelta á la izquierda, dejando ver sus bayonetas que tenían pendientes del ceñidor. Salomé antes de seguir el movimiento de sus guardianes, dirijió una mirada tan suplicante á deña Refugio, que esta señora no pudo menos de exclamar dirigiéndose á las autoridades: —Voy á hablar con la presa entre tanto, si ustedes me lo permiten. Las autoridades se vieron unas á otras. —Señora, dijo D. Néstor, la reo está incomunicada y con centinela de vista, según está usted viendo. . —Ya usted vé, señorita, agregó otro, que estos asuntos son muy delicados. —Y luego, dijo el yerno de D. Néstor, que como usted todavía no da su declaración en forma.... —Pero sea cual fuere el crimen de que se trata, á todo reo se le permite tener un defensor. —En hora buena, contestó D. Néstor, pero no una defensora. —Además, agregó el yerno de D. Néstor,, se necesita que el defensor sea letrado. —¡Cabal! Doña Refugio comprendió que su situación se hacía embarazosa y que Salomé corría el peligro de ser víctima de una alcaldada de aquellas autoridades; y como por otra parte, doña Refugio había hablado con Salomé lo suficiente para conocer que se trataba solamente de una mujer desgraciada, y no de una criminal despreciable, se decidió á protejerla á toda costa. * 1 > iiiiéit*****' 4********4**' CAPÍTULO IX. DE CÓMO LA JUSTICIA P R E F I R I Ó LA MAROMA Á LOS PROCEDIMIENTOS. PARECIÓ por fin D . H o m o b o n o , trayendo el ejemplar de la constitución. Doña Refugio se aprovechó de los momentos en que aquellos hombres consideraban en suspenso su investidura judicial, y habló de esta manera: —Señor D. Homobono. Veo con sentimiento que los procedimientos judiciales van tomando en este asunto un carácter que bien podría ser inconveniente: para mí está fuera de toda duda que es una barbaridad y un crimen la aplicación del tormento, y que tal proceder está expresamente prohibido, no sólo por las leyes del país, sinó por la civilización y por la humanidad. á la acusada, hable usted, defiéndase y no vacile usted en decir la verdad; pruebe usted su inocencia y no tenga usted embarazo en revelar los antecedentes de su vida, de la que conozco ya una parte; justifiqúese usted, Salomé, no tenga usted temor, .porque ahora le repito á usted lo que le he dicho: estoy dispuesta á proteger á usted, á ayudarla, á defenderla, porque su situación es para mí muy interesante. —La persona á quien ustedes consideran ya como reo, complicado en el delito de robo con asalto, tengo para mí que no es más que una mujer desgraciada, que se encuentra en una situación horrible, sin tener de su parte nadie que la defienda ni abogue por ella, y en tal caso, si entre ustedes no hay uno solo á quien le interese la desgracia, si todos son indiferentes á los padecimientos de una mujer desvalida, yo, á nombre de la justicia, la defiendo y la amparo, porque tengo la convicción de su inocencia; tengo, más que ninguna de las personas que nos han acompañado, motivos para poder juzgar á esta señora y para asegurar, que no ha tenido ni tiene parte alguna en el asalto que hemos sufrido. Reinó por un momento profundo silencia en la sala, y por fin D. Néstor exclamó: —Todo esto es ilegal; yo no tomaré parte en un asunto en que se empieza por destruir la rutina de los procedimientos, y sobre todo, cuando una persona tan respetable como la señora que está presente, ofrece proteger á la reo; probablemente toda nuestra energía como autoridades que somoe, va á estrellarse contra ciertas influencias; y á este negocio se le echará tierra, con menoscabo de nuestra justificación y de nuestro deber. —¡Salomé! dijo en seguida dirigiéndose —Nada de ilegal tiene, a mi modo de 8 m r ¡ümsm.mm ver, dijo doña Refugio, que se le permita á la acusada defenderse; hable usted, Salomé, se lo suplico. Salomé hizo un esfuerzo y dijo: —No sé cuál es el crimen de que se m e acusa; yo no conozco á los ladrones. —Entonces, preguntó don Néstor, ¿por qué uno de los bandidos ha dicho: «ven, vámonos?» —Lo ignoro. — H a dicho más, agregó el yerno de don Néstor, ha dicho el bandido: «No digas mi nombre.» —Lo cual prueba, interrumpió don Néstor, que entre la acusada y el bandido existen'relaciones, cuando menos de parentesco, ú otras. —¿ Qué contesta usted? preguntó el yerno. —Dio-a si es cierto, como lo es, que ha hablado5 con uno de los foragidos que atacaron esta tarde á la familia y amigos del señor don Carlos, dueño de la hacienda grande. —No es cierto, contestó Salomé. —Quien todo lo niega, dijo don Néstor, todo lo confiesa; y tomó la pluma para asentar probablemente la confesión de la acusada. —Voy á persuadirla de que debe confesar la verdad, dijo doña Refugio. ¿Se me permite que la convenza de su error? Tal vez después de hablar conmigo á solas, logrará la justicia lo que pretende averiguar. —Si es para esclarecer el hecho, se le permite á usted, señora. —¡Mil gracias! dijo doña Refugio, y se dirigió á Salomé, que permanecía al extremo de la sala. —¿Por qué se niega usted á decir la verdad, dijo á Salomé, cuando por desgracia ha habido testigos de esa escena? yo misma lo he oído. —¡Señora! dijo Salomé muy quedo, ¿usted también pretende que sobre ser desgraciada, sea yo infame? —¿Por qué? —¿Recuerda usted mi historia? —Sí. - B u s c o á mi hijo y á mi amante. —¿Y bien? —Si el que me habló fuera mi amante, •deberé denunciarlo aun cuando sea el autor de mis desgracias? ¡Ah! señora, yo no puedo delatar al hombre á quien mas amo en el mundo; estoy dispuesta á arrostrarlo todo, hasta la muerte, pero nunca me vengaré cometiendo una villanía. —¿Pues qué, él es....? , . - S í , señora; figúrese usted cuál tabra sido mi aflicción al volver á encontrar a ese después de algunos años de llorar su ausencia, teniendo que arrojar un grito de terror en lugar de entregarme a la alegría de mi dicha! ¿Él robando, señora? ¿el ladrón? ¡Ah, no! estoy segura que me seguía, y que tal vez el robo no era otra cosa que un pretexto para acercarse á mí. h o m b r e Pues confiese usted eso? diga al menos que, conociendo á quien le habló, está usted segura de que aquello no era más que un robo simulado; pero que en todo caso no se trata más que de un asunto de amores. —No espere usted, señora, que de mis labios salga jamás este nombre, y si lo que me pasa es una expiación de mis faltas, estoy pronta á sufrir resignada hasta morir. La secreta conferencia se prolongó más de lo que podía esperarse, al grado que las autoridades comenzaron á estar impacientes y á tener más deseos de divertirse en la maroma, que de ejercer su elevado magisterio aquella noche. Doña Refugio, por su parte, hizo cuanto le fué posible para obligar á Salomé á decir la verdad; pero todo fué inútil, y don Homobono fué quien puso término á aquella situación, persuadiendo á los jueces de que por lo pronto era mas conveniente concurrir á la función de circo, que entretenerse en cosas de justicia. En tal virtud se procedió á poner á la acusada en sitio seguro, sin omitir el consabido centinela. Doña Refugio aún permaneció al lado de Salomé por todo el tiempo necesario para proporcionarle alimento y algunas comodi- dades, que cooperaron á hacerle mas llevadera su situación. D. Homobono con todos los curiales, se presentó en el corral del espectáculo, en donde Castaños, Anita y los demás convidados habían disfrutado de las delicias que les proporcionara Melquíades con sus canciones y sus pantomimas. Acababa de pasar el ejercicio de la percha egipcia, y el payaso amenizaba el in" termedio con una de sus canciones favoritas. Para comenzar echó una mirada á la concurrencia, y se fijó en una pareja en la que creyó sorprender señales inequívocas de que hablaban de amores. Ella era la joven galopina de la casa de Carlos, y el galán era nada menos que Angulo, el famoso varillero que conocen nuestros lectores. Debían tratar, en efecto, asuntos de la mayor importancia, pues ni las barbaridades acabadas de ejecutar en la percha egipcia, ni la canción del payaso habían logrado llamar su atención; era, tal vez, la única pareja que, entre toda la concurrencia, se manifestaba indiferente á la diversión. Tenemos razones para creer que, en efecto Angulo y la galopina tenían entre manos asuntos de no escasa importancia, pues en aquellos amores, asaz inocentes por parte de la galopina, tocaba Angulo, á la sombra de la ingenuidad deisu amada, no pocas cuestiones de trascendencia y criminalidad. La galopina estaba, á la sazón, relatando á Angulo las peripecias del asalto, y Angulo, por su parte, aglomeraba datos á los que de antemano había recogido entre todas aquellas gentes, que tenían á Angulo como el comerciante mas inofensivo y como el mozo mas puro de costumbres. La mirada del payaso dirijida á la pareja, había sido acompañada de esa mímica grotesca con que estos entes originales saben acentuar el sarcasmo y el epigrama, hasta ponerlos al alcance de los mas rudos espectadores. Melquíades estaba frente á frente de la galopina, y no contento con señalarla con el dedo y con llamar la atención de la concurrencia hacia aquella escena, hizo comprender por medio de sus señas, que iba á dedicarles el intermedio; de manera que cuando empezó su canción, los espectadores sabían todos á quien iban dirigidas las pullas. Una seña de Melquíades bastó para que la música supiera también cual era la canción elegida por el payaso. Este comenzó cantando el siguiente estribillo: «Qui-qui-ri-qui-ri-qui Canta el gallito, Que yo te quiero querer A tí solito.» Este estribillo repetido dos veces, fué acompañado por la música, y en seguida colocándose Melquíades en el centro del circo, prorumpió en un tono declamatorio imposible de describir: «Va una moza á la maroma Con su enagua de castor, Pensando.... que no hay quien coma Si no hace antes el amor. En esto viene un señor De sombrero galoneado Que se coloca á su lado Para relatarle historias. Y ella está tan en sus glorias Que ni me pone cuidado. Qui-qui-ri-qui-ri-qui Canta el gallito, Que yo te quiero querer A tí solito.» Este estribillo lo cantaba el payaso dando vueltas en el circo con un paso de baile; accionando, lanzando miradas furtivas á la pareja amorosa y fingiendo que una risa maliciosa, que no podía contener, le impedía cantar. Cada una de estas demostraciones, era acompañada por la risa de los espectadores. Cesó la música y Melquíades declamó su segunda décima: «Es el lance divertido Pues se dicen cosas buenas, Que hay muertos que no hacen ruido Y son mayores sus penas. Porque las dulces cadenas Con que nos une el amor, Son de tal modo, señor, Que nos ponen como en misa, Mientras se muere de risa Este payaso hablador. Qui-qui-ri-qui-ri-qui Canta el gallito, Que yo te quiero querer Á tí solito.» La segunda salva de risas, hizo por fin levantar la cabeza á Angulo, y calcúlese cuál sería su sorpresa al enterarse de que casi sin excepción todas las miradas de la concurrencia estaban fijas en él. La galopina también recorrió con una mirada la concurrencia, y no se podía explicar la causa de aquella atención y de aquella hilaridad. Pero Melquíades que, como sabía ser cáustico, sabía también la manera de ser clemente, se dirigió al director para decirle: —Señor Martínez, ya cuanto há que no hacemos nada y esto no es justo. Hágame usted favor de disponer otros pasos diferenciando de los anteriores, ¿ó me va usted, á salir con que está cansado? La respuesta del director fué tronar el látigo amenazando al payaso, procedimiento que es en lo general la chanza mas usual en el circo. —¡No me pegue usted, señor Martínez, ni se sulfure por tan poca cosa, siquiera por respeto á la respetable concurrencia! Aunque Chona y Salvador estaban lejos de creer que el payaso se atreviera á dirigirles una pulla, se abstuvieron desde la escena que acababa de pasar, de continuar sus interesantes diálogos. Instintivamente y como si se hubieran puesto de acuerdo, guardaron silencio. Lola, Castaños y Anita, no abandonaban su tarea de observarlo todo, y á pesar de las gracias del payaso, seguían comunicándose sus observaciones con respecto a la ausencia de doña Refugio. —Yo apuesto, decía Anita, que en estos -momentos está con su protegida. —Ella dijo, observó Castaños, que se retiraba indispuesta. —Debe estarlo, porque la tal limosnera parece un pájaro de cuenta, á juzgar por la confianza con que la tratan los bandidos. —¿Y será capaz todavía de abogar por ella? —Ese es el fuerte de doña Refugio; tiene unos protegidos, que más le valiera pensar en redimir cautivos como los antiguos frailes mercenarios, que echarse esas víboras en el seno. —Hasta D. Homobono me parece preocupado; lo veo menos expansivo que al principio. —Ya lo creo, después de dos horas de debates, es natural que esté fastidiado. Las criadas de la casa de Carlos, se ocupaban entretanto en dirijir bromitas á la galopina, cuyos amores desde aquel momento empezaron á ser motivo de rencillas y celos por parte de aquéllas que, conside- rándose superiores á la galopina, no habían sido preferidas por Angulo, quien, según opinión de la cocinera, no tenía más defecto que la manera de colocarse el pelo sobre la frente. ^ ^ ^ ^ I W I é é é é é é mmsmm C A P Í T U L O X . DE CÓMO DOÑA REFUGIO P R E F E R Í A EL CALABOZO Á LA MAROMA. ONDREMOS lo q u e al tanto al lector en aquellos m o m e n t o s taba pasando entre Salomé y de es- doña Refugio. Cuando y al lado Salomé de so vió libre d e sus d o ñ a Refugio, habló jueces de esta manera: —Señora, donado, en la Providencia n o el h e c h o de tener m e á ha usted abaná m i lado, y de ser objeto solicitud q u e ted... rae ¡Ah! usted porque tal vez que h e h e recogido reproches y y u n a llena de ternura hacia us- todo años, desde que censuras, ftií c o m p r e n d o servicios, t o d o y o que y o que que que son para sus ber, y m á s con un que consolar — ¡ E s que siendo usted, terese por h e para m í m u y nos m a y o r placer buena, de lo van á señora, n o que separar, habrá y siento y n o al in- el s o p o r señora, en e m p e ñ o D e s e o por de en lo m i s m o amparar cumplirle que m e de nuevo rredor in- suadirme m i á usted y palabra. cuente usted que de sabían que por m o - acento servir de si volviera que hice que consolarme gozosa mujeres á mi de- inteligencia, creer aquello estar ¡ah! aquellas vergüenza c o m o de Querían y su pudo lo primero hacerme que el hijo. miradas pero n o ni primer contestó; circularon muerto. debía y por mi m e y desgracias. fiebre al m u n d o , pretendieron se oír el entrañas aquella algunas había á mis á fué preguntar y propuesto tengo —Salí fiebre; amarguras, iba mis de la ni el único mis que hijo de n o quién á ese que mí. á luz ni en — X a d i e señora! di m o m e n t o padece. u n a idea pensar — M e al q u e usted usted h a y que hijo. maternal del los en m a - mi alegría de- sobre todo y o gozo con socorrer á desgraciados; n o tiene que cumplir tener noticias de la terrible n o c h e compensación hago pendien- este hijo desgraciado, vi ahogarse m i m e n t o sacrificios. — N o quedó usted? á d e m n i z a d o r d e sus m í llegado m o m e n t o , us- valen he — E n n o desengaños lo que su historia que recuerda —Sí, señora;debo decir á usted de qué nera vivo que de te. ¿ L o y o las acciones de todo lo caro pero culpable m á s m á s la parte comprender, el m u n d o , penas, y o sé valorizar ted, y o y h a sufrido; tantos de celo lo p u e d e nunca llorado a b a n d o n a d a de n o de un era m i hijo y per- providencial por n o y su eran una m a d r e sabe una caricia de muerte; madres cambiar su hijo! 9 — M a s tarde supe que la única persona podía to y d a r m e y a n o una m e noticia cierta había quedó — P e r o una noche supe fano que había que hijo, y (algunos años en tenía la e d a d oí, m u e r t a un poder de de que del niño le dió el sér, e n ñora, d o n d e había un debía tener que conocí á un á m i á la y que había nación largas había fué pre- siento que mi existencia, h a fué entonces para m í el m a s á mi y o de los cuando sobre una t u m b a cierta, es otros ojos, al través á mi hijo, p o r q u e mis en mis lágimas que en tengo de él! ¡Ah! estoy q u e lo conocería, lo adivino, m u c h a s veces lo h e lo lá- hijo sé creo en visto de caen veo que ellas á m i se- se- c ó m o sueños.... dormida es c o m o lo h e visto!.... Reinó peligros que se sueñan, por un ideas durante nos sorprenden á todas señora, es el m a s se ecos de la t a m b o r a un penoso percibían á lo silen- del circo y lejos algunas de música. hoD o ñ a dudando, el cual se notas de la que m o m e n t o un los ras; llorar sonrisa, visto! desga- consuelo triste; pero llorar desgracias que desolación n o tormentos. cio, adivinan, mis conocía, lo c o n o z c o veo de primera hijos tomis encar- y lo hubiera d e ser, porque.... y o n o . — L l o r a r ni su veo era la lo tenemos dolor y n a d a m á s durmiendo rrador n o nuestros mis m a n o s ¡es lo único pero señora, en grimas; gura y las m a d r e s v e m o s todas pasajeras una vez las distancias, y se- dichas recoger siquiera P e r o con sér desconocido mis podido ¡ay! mezcladas amarguras; sobre de ese de que amante. de su alegrías que cementerio acariciado hijo vivía, y la c e r t i d u m b r e hijo era una copa que depositaba mis ñora, allí, — D e s d e aquel m o m e n t o c o r r o b o r é el sentimiento mi aquel y se decía conocido en huér- maestro cementerio efectivamente, y o un das lágrimas; después) niño emoción, niño había sido abandonado, el p a d r e m u e r - esperanza. desaparecido estaba herrador: ninguna - — M i que Refugio estaba profundamente con- punmovida. zante de los dolores. tirria . mmsnm':. rnmm.m?. Salomé, arrojando un suspiro, exclamó: d e confianza, logré d e — ¡ Q u é terrible, es la expiación de la los c o m p a d r e s señora! Si lo pudieran c o m - t o d a s las infieles, se dejarían m a t a r enteró observado prender antes que — ¡ E s ser Refugio, n o delito, pune. m a s culpables! cierto! dijo cuan porque.... nunca, ¡ H a y algo m a s terrible miento! que ¿ N o —Sí, es señora; a m a r g o que todo caro el d o ñ a paga ese nunca se queda im- cruel que castigo.... se el el lo que n e y a — C o n remordi- aquella el h o m b r e m a s pudiera cierto fin, usted noticias ciertas m e de h a su dicho que tie- y la hé h a y a y señora. Había en el pueblo dos hacerse no- de que habían logrado estar dotados de un espíritu adoptar lo m e que dijo soy m u y pero cayó en qué al extraordinario; pero n o todo m e con de algunos años cuando enterarme de esta ¡y el herrador, de usted; vaya entonces de circunstancia; y Gertrudis, criada mi es los m u - aquel niño m e cayó, si á creer su mercé que la recogí, y con m u c h o por- llegó de un á al- pesar gusto la en la santa Gabriel, mi parroquia, santo y le p u s e por arcángel. llegué vaRefugio. liéndome en fué — ¿ Y á el pasó de n o m b r e sinó después m e niño. hablar a m a n t e quiere gracia; ¿pasará bauticé investigación m i quien p u e s resistí el e n o j o d e m i p o b r e m u j e r ! de tables por que era tercado tuvimos por la criatura; pero á compadres había perdonado!).... herrador procuré aquí señora, que n o que.... hijo. que e n c e l a r s e ? . . . p u e s sí, s e ñ o r a , y m á s —Sí, uno entrevista: chachos, m e en de nocturnas, el m a e s t r o estos datos herrador, es citas había tenido la dicha de verdugo, inventar. — P e r o que — Y o , remordimiento con curiosos. sin dificultad mis (¡Dios aseguró verdad? el día h a b í a visto á la m u j e r q u e m e a r r e b a t ó á hijo.... impensadamente sabemos un m u — M e jer culpable, hablar así se llama? interrumpió d o ñ a — P a r a m í — ¿ P o r se l l a m a qué? —Porque.... su padre hijo que íbamos berto, y hasta encontrar cerme que n o á en sé nunca le esto, qué hace el q u e ese se n o m b r e : que y que desde en- hijo so- le llamo y lo m i m é las compañías de se á los niños para acróbatas en el maromeros la usted, dijo d o ñ a h o m b r e , la m a r c h a una — E n t o n c e s , la vida de s u m a su Salomé, m e todas las pe- pueblo hijo adoptivo, todas m e dijo, por todo lo que el niño mi hijo á m i último, que algunos era el e n c a n t o cuando de aquella aquel h o m b r e m o m e n t o en que pobre llegó en perdió á lloró! E r a m i su familia; y relato al Gabriel.... cuánto se lo agradezco, señora! h o m b r e de la c o m p a ñ í a mis buscando aquel hijo ya, m e dijo, un que — ¿ P e r o hacía, y á Gabriel de funciones pesquisas se diri- compañía, es caminar de en h o m b r e las pueblo que fué, sin d u d a compañías se llame alguna, de Mel- el q u e se m e robó relató minuciosamente vine de á seguir el d e r r o t e r o d e la quíades, ripecias d e é Refugio. continuó nimiedad robar- oficio; fechas, desaparición que había estado dando acróbatas á contó con el que pueblo. gieron en — A q u e l alma. suelen enseñarles y h o y mi vida, señora, —Siga toda m i continuó Salomé, recordando que coincidía con y a así. y hijo, p o r q u e con tarde supe, averiguar Alberto; Alberto, y que era m i inquiriendo suplicó á cuenta — M a s ha- razones á m i le y o Al- al m e y o hice probar las primeras gotitas de leche, lo cuidé al creído pues las secreto, diez años he llamara llamo que n o m b r a r a señora, preguntara cada vez c o m o le amante, que su hijo las, p r o n u n c i o encargó misterio, m i respeté sumisa tonces, m e tener, tal encargo tenía para y o usted Alberto. ¡ahí b u e n haga —Sí, de ha tenido datos para señora; había de estado en espectación usted posteriormente asegurarlo? supe la desaparición que la hijo. que m i un hijo, año la después compañía el p u e b l o p r e s e n t a b a pública un niño y una á niña acróbatas, á siete y que el n i ñ o p o d í a tener de seis señora, á estas horas debía y o ha- años. — H o y , ber hablado pañía que varios y a nació mi el payaso estado hijo; y en quién busco. tenga d o ñ a Refugio, blaré con ted y o — ¡ M i l tutelar! m a s usted visto se llama Mel- pueblo sabe si e s t e h a r é sus y m i ya desesperada no p u e d e tai vez una esté prisión; estremecer, todas leen en primer m i frente un delito... que buscando destinada justicia creo letrero ser á tiemblo m e las que revela ¡Y estar presa, señora, m i cuan- lo y o ¡Ay! de la m e sospe- ese h o m b r e sido fian y y — E n t o n c e s y lo sea llego á pensar sé q u é L a de de él per- de respeto. t e m e usted decir encargó á su us- tal vez el d e s p e c h o haya podido criminal, m e cuan- tiemblo basta vacilar en y doña llamar la ante siquien o m - delatora. se retiraba en sustraerse n o su ó inclinar- mis labios no salga ese la m a r o m a , los curiosos, y una mata; y convertiría conveniente de que m e que vida concurrencia m e n t o s y ó que que m e qué causa esta idea, señora, y bre de duda n o ra, para h o m b r e dijera? d o lo á llevar una responden q u é él m i s m o es u n a otra es un m a y o r d o m o y ¿por por que n o — E s a lo juro, ha suposición hace gentes señora; hacienda ted ángel amo!... conjeturas, á oír ideas. sonas de necesario, mi quien de será posible que honrado, us- podré seguir en — N o , m u y si f u e r e el q u e sea á vuelto ladrón? nombre, cuanto años he de terribles ha- a n t e los jueces; la p a l a b r a y será diez un m a r — ¿ P e r o veces; situación n o chas y interrumpió gracias, señora! es usted ¡Ay! payaso de del h o m b r e pierdo en d o n d e hablar. hijo, p o r q u e morir he cuidado, que y o le h a r é horrible; á m i usted sabrá el com- incomunicada. ese hombre, busca porque esta Calcule usted cuál aflicción al v e r m e — N o de pero ninguno ha sea el q u e y o m i con está aquí trabajando; y a ni después voz payasos, quíades, d o estos m o - Refugio cre- á las m i r a d a s atención de de sus compañeros abundante vez paseo, pasto para convencidos preferido á la cómplice y D e m e n t e p o de de de se sin ser Salomé cho, y de que, en los tendrían habladurías, d o ñ a m a r o m a , Salomé, entrar sus que espía m a n e r a quienes Refugio el h a b l a r u n a había con u n a ladrones. despidiéndose d o ñ a cariñosa- Refugio tuvo su habitación y de tiemC A P Í T U L O recoger- X I . notada. se quedó entregada sola del sentada todo á sus en su CAE EN PODER DE LA JUSTICIA le- UN P Á J A R O DE CUENTA. amargas reflexiones. la m a ñ a n a siguiente, fué el p r i m e r o de las habitaciones, p a r a respirar el au- oír el c a n t o ordeña, n o era ni aún con de las m e r c e d h e m o s dicho había golondrinas y limpia, que á ya, en la ese n o salió el indisputable pues descuidara circunstancias porque ños; las camisa h o m b r e en Castaños de ra matutina, teniendo que reunión ver la Castaños su m a s tocador difíciles; refinamiento, pasaba placer día por personas según Castaque lo compañeros abundante vez paseo, pasto para convencidos preferido á la cómplice y D e m e n t e p o de de de se sin ser Salomé cho, y de que, en los tendrían habladurías, d o ñ a m a r o m a , Salomé, entrar sus que espía m a n e r a quienes Refugio el h a b l a r u n a había con u n a ladrones. despidiéndose d o ñ a cariñosa- Refugio tuvo su habitación y de tiemC A P Í T U L O recoger- X I . notada. se quedó entregada sola del sentada todo á sus en su CAE EN PODER DE LA JUSTICIA le- UN P Á J A R O DE CUENTA. amargas reflexiones. la m a ñ a n a siguiente, fué el p r i m e r o de las habitaciones, p a r a respirar el au- oír el c a n t o ordeña, n o era ni aún con de las m e r c e d h e m o s dicho había golondrinas y limpia, que á ya, en la ese n o salió el indisputable pues descuidara circunstancias porque ños; las camisa h o m b r e en Castaños de ra matutina, teniendo que reunión ver la Castaños su m a s tocador difíciles; refinamiento, pasaba placer día por personas según Castaque lo habían conocido absolutamente con catorce sente.—Castaños L a ñana u n tuvo ordeña de y objeto en qué que golondrinas; con un Castaños. D e j a n d o pendiente al t a n t o entre d o ñ a otro quien en encontraba fijarse, ver, vio á y esa m a - que vacas d o ñ a que de Refugio al pronto curiosidad, pon- d e lo q u e dicho que el p a y a s o ; q u e aquellos m o m e n t o s n o tenía era la decía á doña Refugio, m e tiene usted un negocio h a n conmigo. — E l e c t i v a m e n t e . — P u e s — E n de estoy primer decirme para que lugar, si e s c i e r t o usted ¿ m e m e m a n d e . hace usted que —Sí, señorita; Melquíades lo h a zado en sido desde el p u e b l o usted que un dijo Refugio y usted pero en su c o m o obsequio la v e r d a d con en usted ejercicio, tiene podría caso de la autori- continuó:—Su- y o en lo q u e v o y que tendría cierta luego que m e se llama es que nací, y de m i de creo acep- tarlo. lo señorita; que guste. — S e trata paradero de estuvo usted parte; á usted p u e d e simplemente un años y niño, en y que n o que usted de en todo quiera revelación que de caso le parará m a n d a r averiguar hará la c o m p a ñ í a c o m o que debo pueda usted estoy de consolar u n a m a d r e seis advertir cual- hacerme — ¿ U n a —Sí, ese niño tiene madre. — N o s o t r o s un bauti- q u e afligida. usted nía padre el forma en perjuicio favor n o m b r e á dijera á preguntarle, amabilidad lo hacer sobre el particular, p u e s n o se trata m á s Melquíades? y suficiente, doña necesario; pasaba palabra. —Señorita, — E s dad —Sí, su al lector, Refugio y pre- pongo personaje conoció d r e m o s menos, así». Castaños algo m á s hablando n o «era curiosidad siempre años igual á c o m o estaba á la m a d r e ? tuvimos ni m a d r e ; q u e sitamos. — ¿ C ó m o se llamaba? niño, pero n o es c o m o los te- nece- —Gabriel. — P u e s — E l fin el mismo. m i s m o ñorita, y al Y a y o usted lie d e que... a u n q u e decir, m i á comunicarle que?... es cierto compadre Gabriel, pero y el de usted, que y yo, irse si f u e r a m i sobre hijo, y nada; pero chacho fué; y nos pensado, señorita, iba vino adiós se aprendiz! saliendo el c h i c o ¡qué agilidad y qué cosa ya lo presentábamos en fin, que — P e r o ner noticias — N o , m o s mejor. ¿usted ese señorita; vuelto porque de h a y viveza de n o h a Y lo desde entonces cosas que — ¿ Q u é — V e a quierda. y — L a n u n c a — ¿Con — ¡ A g u a r d e ! usted, — E l era te- es más, n o á pensar en olvidarlas es heeso, lo lo que está corredor de la iz- u n habla ahora? personaje que y a no sé quien conozco. es. — ¿ Q u i é n ? primera; á hacia el quién — C o n vuelto pre- Refugio? m e - público. le misma. el día en decirme? que vea usted usted — ¿ D o ñ a q u e criatura! que pasa? m u - de para impresiones. usted hija, el vea Anita, pasando. payaso. — ¡ O t r a te pego! exclamó tándose las narices, para ra estrepitosa una ¿con que sus á Anita. ni niño? y había llamado tiene — N a d a , con contento ¡Vaya! se le castigó ni se le hizo así c o m o quiero tenía padre estaba bien... guntó por- tuvimos él quiso n o — ¿ Q u é se- p o r q u e respeto, que nosotros, Martínez m u c h a c h o lo quería c o m o vea verdad; fué porque se le t r a t a b a m u y y o la señorita nosotros diciéndonos madre, Pues decir es u n a Castaños ted que ese cierta, hija d e lo ha carcajada; es el p a y a s o ? —Ciertísima, Castaños mi sí; y o apre- q u e su risa n o ¡el ¿pero fue- payaso! está us- usted no vida? n o sé c ó m o conocido! —¡Bravo, bravísimo! Sabe usted, hija — N o ; mía, que je m u y esta d o ñ a Refugio un persona- interesante? — ¡ C o n t r a e —¡Si será unas d o ñ a al amistades! Refugio pueblo; se palabra — ¡ P u e s é n o propuesto no en c o m o masa y lo prohacen por h a echado — A mala aseguro el p a y a s o , — N i y o á usted n o que sé á cual e n t r e la ladro- ir. luego — Y o que creo que por visto eso lo trabajar. protege; si l o h u b i e r a v i s t o a n o c h e , e s s e g u r o ese personaje n o sería h o y de su — P o r lo m e n o s á m í m e porque devoción. fastidió m a sobera- ras, q u e es de amistades en fin, que con Refugio tiene unas temerse que vaya los carreteros y pueda darse. con tragadehaciendo lo peor, todo y a verá á la esto usted c o m o presa. presenció d o ñ a Re- h a n dicho que hasta t o m ó debates. posible; y a la público y d o ñ a conoce dar su usted, opinión Refugio. anécdota no tardó en circular e n de secreto entre todas su parte, tuvo corrillos á quienes ocasión de entregar Castaños llamada á decía, y la alguno doña ser la h e r o í n a de for- conversasegún había Refugio de la y aquella especie, costear la diversión, pasto for- señoras, solaz de los paseantes; p o r q u e el m i s m o para las nueva y un diligencias. hablar en d e estaba crónica en el doble descanso y viaje. Se había d o ñ a m e los en ción namente. — P e r o si n ó , anoche se sale d e misa marse ni lo ha que Castaños, por tampoco. — ¿ S i q u e r r á h a c e r feliz t a m b i é n al p a y a s o ? — Y que h a y nada m u y por Esta — L e que m í — E s que tarea! n a y misterio, y le h a c e n parte en escrito, encima creo fugio las primeras individualmente. se y o — D i c e n demócrata! h a pero nuestros gobiernos, sinó de gran n o — D e c i d i d a m e n t e teger es dispuesto doble pienso á dar los animales, y n o e m p r e n - d e r la m a r c h a p a r a llegar á la h a c i e n d a de sinó despues del medio día. 10 gran- E r a tal sas que la afluencia de circulaban comitiva, que favorable interpretación, trataba de su Redobló fundo Garlos á de darles creyendo la Ción c o n Salvador.... ciso que esto tenga des- que se Se dirigía y a 'cuando de C h o n a pesar y del de m o m e n t o pro- dije á Salvador, por sí, t e n d r á n de marido por decía — D e Carlos origen el m i s e r a b l e que estoy ¡Salvador! ¡Salvador pa- haciendo!.... que en • París proclamábamos en presencia de m á s de noche, reíamos de que la felicidad es u n a qui- m e r a y el m a t r i m o n i o u n a p r e o c u p a c i ó n ; y peor á es que y o Salvador creer m i Q u é mis reglas, sido su así, v o y adelante, y o filosofía, en nada, ferente. iba al grado m u c h o m e y o que haga maestro!.... de lo serle ahora su víctima Esto no comuniqué induje á todo n o indi- practicando por p u e d e definitivamente á tener lo una haber seguir aclara- Carlitos preguntó es pre- don Salvador H o m o b o n o . amigo! ¡qué le Carlos. muchachos. comprendo. señor! pues ayer á los fueron todo esto; hermosura, mis — ¡ V a y a , y a una traicionarme! ¡El! en busca de aparecer don qué? cortaron pero se ve, en París n o s señor — X o esos cuchicheos, á diablos! término. usted! — ¿ D e m o m e n - ¡Qué un Carlos acertó — ¡ M i á sospechas. —¡Si todos pel e m p e z ó su vigilancia, y Carlos corroboraba, para misterio- persona. disimulo to, sus noticias entre las personas —Sí, es — ¿ D e ¿ N o que le dije siguiendo? n o volvieron; cogieron los de — ¡ P u e s — ¿ Y los m u c h a c h o s mañosos. cierto. — P u e s y los anduvieron toda la dos. anoche? no! dónde — Y a vienen; — ¿ Y llegarán están? novias m a n d a r o n avisar. aquí á tiempo para que los veamos? — N o , señor, han la hacienda h a n grande, tanteado que n o de haber porque nos cortado los para muchachos encontrarían aquí. — T i e n e usted razón, señor D. H o m o b o niño c o m o n o ; ellos n o pueden saber que h e m o s q u e rido la h o r a de la pudiera m a n e r a q u e e n l l e g a n d o á la les v e r e m o s las caras. Entretanto en lo sé. C o m o el continuar las primeras y y a todo eso en tendremos todos, señor D. la causa, q u e Carlitos, que vió, y o usted, n o estu- señora, pregunte si h a b í a a n o c h e u n usted n i ñ o e n el circo. adelan- le va ¡si f u e r a m i h i j o , si d e s p u é s d e tan- aseguro to tiempo á usted, usted hay- — ¡ A h ! tado ninguno diligencias á acerca de la espía había circo. — P r e g u n t e lugar de años, n o hacienv e da diez ser?.... marcha. — N o — D e de dife- á tuviera, al fin, el gusto de verlo, estar olvidaría todos mis padecimientos!... pero ya buena. usted lo ve, señora, D o ñ a d e la Refugio logró ver á Salomé — ¿ Q u é noticias m e — ¿ Y es — E l mismo. - ¿ Y dijo? — D i j o dá usted, señora? que tuvo á vuelto á — E s o Gabriel en su compa- ¿qué escapó sucedió? cometí, n o h a probado d o usted y n o lo han había ianoche h a en de ser el circo cierto. algún consuelo; se recogen ¡qué segura de m á s que dichosa que hijos, habrá tenido usted el con jamás midiendo el teni- gusto de recibien- sus gracias desarrollo los vestiditos de y y sus guar- placer el q u e y a n o le vino. ¡ A h ! ¡qué hermoso ver contemplando á paso que usted, e s t a d e s a z ó n , p o r q u e si h a sus caricias, facultades, por- dolores es verlos, de amarlos, de verlos crecer d a n d o es cierto, n o decretado se c o m e t e u n a falta c o m o la siguiendo paso ver. qué, n o d e llorar s i e m p r e sin todos los días. ¡ A h ! d o qué, señora? el niño se les n o h e señora!-Estoy pero.... — Q u e que y o h o m b r e . Melquíades? — ¿ P e r o ¿Y pesar q u e cuando H e hablado largamente con ese ñía; á incomunicación. creo que está h a de crecer á los niños ser todo es lo eso, m i s m o porque que ver abrirse las flores! ¡Y privar á u n a ¿ N o es verdad, m a d r e de señora?. ese consuelo, cerle s o ñ a r e n e s a d i c h a sin alcanzarla es el m a s D o ñ a cruel de los con enternecimiento, yar la frente m o s atención, hasta que entre las jamás, y o amargas á Sa- 3' d e s p u é s acabó por y —Sí; con con apo- sólo h e c h o mal en hablar á usted n u e v o t o m e en mis desgracias, que m e así que cubiertos es preciso usar en la so- p u e d o creer m e lo q u e usted señora! r para m í parte n o encontrar quiero de depositar estas tristes secretos en virtudes el s e n o que supiera á y c o m o los ojos de cierto; usted que n o poseo, atribuyendo n o quiero el interés que que usted inspira á u n rasgo desinteresado de c o m p r e n d e r á b u e n de corazón, u n a persona m a s confim e dencias, esos negros nada sentía siga usted deseos h a y engalanarme quien, con no; m e intereso por usted, porque los en mi vida hay, por desgracia, algunos de contacto con los pesares pun- lloran. tos — T i e n e usted razón, S a l o m é , dijo al un rato lágrimas; d o ñ a es u n consuelo quien comunicar parte debo porque Refugio uno ser leal: sea y o b i é n . . . . sí, n o sus la dulce tener pesares, y c o m p r e n d o buena, debo enjugándose m u y sinó ocultárselo por á usted. usted, posible? las —Sí, á m i t a m so- .también culpable, usted, p o r q u e á de cabo — ¿ E s t que mis dolores están bondad;, pero es tan n o desgracia. señora? esta careta — P u e s de de la horas derramar n o que y c o m o esas lágrimas. señora, y t e m o haber abusado de su con devorado ciedad. dice, — H e he de la desolación — ¡ A p e n a s abundantes y o también he llorado también — ¿ U s t e d , o y e n d o m a n o s hermanas; usted, tormentos! Refugio había estado lomé, primero ha- — ¡ A h , y es tanto he sido culpable, y c o m o desgraciada. señora! usted tal vez se m a s sorprendente confesión, cuanto que estaba calumnia, para m í esa cierta de que n o había y o en el m u n d o quien sintiera lo que qué creía usted — P o r q u e sé, porque m a d r e s capaces de m e n t e , al hijo d e sér indefenso falta q u e n o — ¡ A y ! funda pués una de y he falta, a m o r sido de cometer á de n o ser m a d r e ; esas á mi des- antes u n a impresión la necesidad y de tan de hablar, por y que feliz e n m á s el gran q u e la c o m o c o m o m i fruto dede culpable. hecho en m i profunda, que h e ánimo sentido dar libre curso á m i s d e lo q u e t a n t o ideas tiempo por lo afrontaré tortura necesita ble cuadro simular, y m u d a tener y vamente, nuestra, lenta de per- sólo arros- el que hoy, en ha hecho una trae las tornaré pondré la humillación á m i para que he de este de consigo la en la la di- alma, U s t e d amortiguaque, naturaleza m a s que terri- sabido en m i deseo que perdido conducta. comprender falta corazón usted el m a s rebosando m í lo m o m e n t o en creí- hijo, valor que he desde al- valgo y con de los dolores ha despertado m e la Refugio. perenne, un obligan á cambiar do y doña dando h e visto representado m e agregaban que continuar c o m p l e t a m e n t e merezco fin, lado, á tormentos se recogeré á m i se mujer de usted h a apreciarme á esta mis de la indignación de los q u e h a n consi- tormento fondo h o y en adelante, prorrumpió, subsa- el r e m o r d i m i e n t o situación Salomé, pro- — Y o también he callado m u c h o s años, pero la de para dar tan desgraciado — D e el e n la que, á la sollozos íntimos d e traré con d o en larga pausa gravísimas sabido disimular cuando solación y u n he de otra m a y o r sociales he hacer mi papel m u n d o , y o una con gunos oculto reserva. u n a plejidad al de responsable. Refugio sido capaz h a y haciendo la víctima doña pues que espontánea- tiene m á s que una negra H u b o visto sus entrañas, obligada por mil deraciones corazón, he é inocente, amargura, y o eso? abandonar, exclamó madres, narla, y permanecido m a s siento! — ¿ P o r h a efectide la dolorosa y expiaciones. —Señora.... m u r m u r ó Salomé estrechan- do entre doña suyas que de las m a n o s ele he porque bajado n o — N o m e n o s en virtudes contraído ingenuidad usted, faltas las usted á con que mujer es para m í un título sobre todo de cariño; el mis m e á la doble el m o m e n t o y la revela si porque rarse con y o que y ésta se h a c e m e n o s en que, pobres des- — ¡ A h ! — E s seguro. usted m u y al d e v o l v e r l e bras que usted varias á c o m o de la paria mise- entre mis siento las quien un indemnizada de mis por primera vez es capaz de placer inmenso con- comprenal contar- amarguras. posible, señora? —Sí, somos amigas y lo s e r e m o s nos uniremos usted á amiga. siempre. nuestros hijos y se- felices. — E s —Sí, y compa- de usted.... ¿sabe usted dónde está? —Sí. buena. señora? puede puertas triste la guarda, dígame — E l — ¿ Y o ni carece — ¿ S e ñ o r a ? remos eso las porque á siento — ¿ E s m e n o s y y o m e le á usted lo triste, es por á u n a padecimientos — Y pero n o hacerla, que usted gentes. víncu- cierto, de que contestó una mujer desgraciada c o m o d e r m e ; desgra- mérito tocando vive fío mis p e n a s la á la de confianza yo, un usted, señora, la posición ni la obligaba heredadas del placer, nos va á unir un íntimo confesión de c o m o estimación porque unirnos, mérito ojos; usted desgraciada de mía, ria, rebajar pobre cruel desde apre- de sinó usted de u n a querido ésta, d e lo q u e m e sus secretos, correspondiendo cia h a dijo contacto. pretenda ha m i s m a m o m e n t o , en la estimación son y a que nos ponen — L a Salomé, tiene desde este aprecia usted ciaba; que una Refugio. — S é m e las usted veces m e estas pala- h a dirigido, se las digo sintiéndolas brotar d e m i corazón. se con usted feliz; ¿ y v á u s t e d á unir- él? —Sí, y parte m u y m u y en esta resolución usted tiene una directa. tífrtípsas. •" - _ ^mmma IHÍT '-'•'••í ESgfga^ — ¿ Y o , por — P o r q u e m i h a corazón fuerza d e m e h a ñaba sabido u n disimulo en y de gracia q u e — V a m i nos vida, h a usted de á despertar que m e ¡Si s u p i e r a que en amortiguado falsedades; una verdad desconocer. episodios usted sentimiento revelado amiga puerta qué? e m p e - usted se ligan á la los des- unido! contármelos ¿no es verdad, m í a ? —Sí, ¿usted — E s la sanción — B i e n , lo pues quiere? de nuestra aún amistad. temiendo cansarla le hablaré. — V e a usted, el centinela se h a dormido y — E f e c t i v a m e n t e , para pió dormir d o ñ a de la orilla d e pirando poder en n o nos platicar, ese arriate, e n y a estar esto la atmósfera de d o n d e H a b í a debe desvelado profundamente, Refugio, y el placer do, tan interrum- proporciona sentándonos vez de seguir este cuarto se p u e d e efecto á corta á res- inmun- vivir. distancia de la calabozo, cuyo pié circundaba C o n á usted del nuevas al s u m a dando á la curiosos. h e r m o s o u n a banda precaución amigas patio, un para vez veladas circular. salieron del calabozo y sentarse fresno, se las dirigieron e n el arriate, de la dos vista quede los C A P Í T U L O ri X I I . EN EL QUE CONTINÚA EL ASUNTO INICIADO EN EL CAPÍTULO ANTERIOR. O Ñ A R e f u g i o c o m e n z ó la de su vida de —Vivía i de m i familia, tas atenciones y o m i m a d a y esta manera. tranquila y narración en el rodeada de comodidades seno cuan- pueden ima- ocho años n o había ginarse. — A ¡ * ili y o la e d a d aprendido hombres, tivo de diez y m á s que el orgullo pues del carácter de mi á despreciar ha sido el familia. á los distin- — R i c a , h e r m o s a y considerada, m e que era p a r a que m í desprecié sentaron, y cuantos casi idea fácil el c a s a r m e prodigué desprecios, jerada tan que pareció bien, partidos se m e todo sin m á s tenía y o el hielo d e razón que de mi la premis exa- amigos, podía u n nuevo desdenes d o mérito. m e y o hizo género iban á — L l e g u é nuestras ninguno que n o para d e relaciones, los m i llegué no jóvenes hubiese vencer turo; á los veinte años, y hecho que á adquirir fama de cer saboreaba de decidirme que que un esto el día en c a n s a d a m e n t e entre p r e m a - un ¿y pla- incesantemente que quisiera por al matrimonio, podía elegir todos los q u e m e fin despre- tarde; en de estos contrajo por matrimonio desgraciado; en el q u e es m e señal despecho, actualmente otros se alejaron corridos y se propusieron tratarme con mi que rayaba en queños casamiento de uno fin mis la- tendría una pero y a era y o por parte de insistencia en pero en pago de que tuve ¡ay! emprendí equivocado una que simpatizaban en sus vez, las mujeres con mi y la propia e m p e c é los m í o s el necesidad entonces preten- al recurrir á bien cuando se hace una palabra, queta; de tuve recursos, emplear tan conocer esos sabemos necesario; de ser lucha co- moral posición á recoger pe- fué desdenes comprendí que había camino. los quien m e burlara, p a g á n d o m e mis cirdesprecios con indiferencia y con extravagancia. burlas — E l al en fijarme, esperaba de aislamiento pasados cunspección que m i que aislada. decidí á siones y.... lo diré H u b o m á s y á vivir vano terrible, p o r q u e — A l g u n o que por alejar d e aquellos hombres, que m á s m e alguna que tendían. u n d e lo hizo entrar de ideas. P e n s a b a á todos mis amigos, Entonces vez ensayo esquiva encontraba m e círculo tal rodeaban aversión á un enlace en segura m e al m e n o s lo creerá u s t e d ? extraño e n el faltaba impresión acabar que resignarme de m á s esperar, lo cual de mis mejores Mis que m e hirieron amigas se profundamente. casaban y los h o m b r e s 11 huían de joven en mí. A de todos quien mí: y o mis no lo aún una hacerle en ver se en m i para situación á más, un cierta que m e único hacia ron tenía de mí, y fueron y á cometer fu- obligada u n cóm- d o ñ a á la presa y c o m o h a y se c o m p r e n d e , para que la trámites de dijo qu .en á — Q u é rable, y por otra parte, grave de esas faltas es — ¡ A d e n t r o la presa! se el cree es que de lo m a s repente Aquellas d o s m u j e r e s se estremecieron biándose de que y a á día lugar de guar- siguiente su destino, siguiera sus su se única había cruel; amiga, de interesado la por tiempo. y larga m ú t u a s se separaron fué la despedida á quienes habían de iden- en al promesas seguir y cam- juramentos, fin. estos m o m e n t o s el r u m o r las despedidas, los agradecimientos y los cargos; y esa alegre una de viajeros nube algarabía que de en- produce que e m p r e n d e n la úl- de seado disponían al comenzada dos mujeres cabeza. viajeros se temores desaparecido. estilo. tima jornada, llenos Los al causa m u c h o Acrecía el centinela. piés á sus hubiera tificado delitos del m i s m o género, pero inexo- escándalo. gritó demás acomoempeza- coopere especie. quiere usted, la sociedad Anita mandarla despedirse aquellas esa venían y Salomé, e s p o n t á n e a m e n t e á que se cometan faltas de y L l e g ó p a r a S a l o m é el m o m e n t o m a s iba Tiernísima : los bajo segura custodia ella en — A p e n a s á Refugio única persona plices. iban Castaños á comunicar que dar delito, el cual t u v e p o r desgracia m u c h o s los criados bultos, y D o n H o m o b o n o Pérez se encargó d e baile, persona de marcha, dando le gran cruelmente difícil m a s el acordara contraje unas relaciones nestas: fui b u r l a d a era el voluntad había n o c h e había quien joven, b u e n a quería; pero necesitaba y o un amigos, encontraba aversión; que la s a z ó n la arribo. de ilusiones p o r el de- á Salomé, oía que liabía desde el r u m o r sante en el f o n d o d e alegre ruido á su calabozo, aquella triste de los convidados, el contrastando a m e n a z a b a á la con presa la ince- caballos desolación que iba á quedar á m e r c e d de las consabidas autoridades, tidarias A del poco rruajes, patio algunos d e la hacienda dinario m a s aspecto, y u n já t o m a r volvió á reinar el viajero, u n su el or- silencio á la salida cuyas devorar un á las hule Angulo hubiera comiti- estaban leguas con la acos- facilidad espaldas iba m a s podido y varilla, destino, cubierta simple según todos de lo al g r a d o Tenía razón camino, la giéndose de por cor- al lugar d e tiempo Angulo q u e los de estar pues después su que temeroso de media hora á lo lejos algunos una camino loma, que los criados llos hacia el p u n t o netes, y luego la este y y de gine- c o m o llevaban mentos, por d o n d e diri- los de los via- por caba- venían los produjo todos con gi- desde parar los impaciencia ginetes. observaba sólo que sus Carlos m a n d ó esperáron el regreso arrancaron m o v i m i e n t o alarma. coches, y el lugar sabía la carruaje. falda de al inmediata dar sin d u d a llegar es jeros. los datos pedestre, y de aparecieron tes por ivendedor el golpe p r e p a r a d o el P á j a r o iba á que entre que veredas, casi al m i s m o Angulo preocupado estarlo u n había recogido, G ó m e z su que las iban á caballo ó en amarillo. d e baratijas, porque, q u e piernas de la camello: este viajero era Angulo, cargaba c o n á conocía tar leguas D o s precedido t u m b r a d a s de volvió ca- después, consecuencias ciencia del caminante completo. H a b í a v a desfilar los m o m e n t o s y amigos. preocupado, rato, empezaron á y trastornos Angulo par- tormento. sérios sus prisión, d e las herraduras d e los el patio, q u e vuelto también él lo en esos hacía desde d o n d e atravesaba la para m o loma cortar camino. Se percibían á lo lejos c o m o seis bultos, que poco tiempo después resultaron ser seis ginetes. do Los ellos y dos los lugar en exploradores ocho que — S o n dijo reunidos juntaron se se había parado los m u c h a c h o s uno se de los dirigieron la de don criados, con que al — ¡ Q u é dijo tumbres del perciben sexto apenas Tardaron ginetes, y y un de Carlos, e n la refriega d e atrapar la á que caían á los lados llegar uno n o c h e se de aquellos ellos hacia anterior de los e r a el jefe que habían compadres, por lo faz d e sombrero de escolta los de vista de cuales seguridad, los cinco tra- u n de aquel correas fleco abun- h o m b r e recamado aún lo se podía notar, que á los lados de piedras .ginete n o ballo, sinó e n á haber dura, ni de si oro bien se la copa y era rayos plata, y examinaba' brillaban algunas preciosas. venía uno de estado sobre n o hubiera bala que y a en su p r o p i o los de la escolta, su arrogante habido le hubiera piés para alcanzado capues cabalgaseguirlo, en su ca- rrera. El ginete, por sentir bajo sus á la c o m o n o venado, rico, p u e s brillaba á los bien estaba. c o c h e s los seis g i n e t e s , en que el de piel de del sol p o r El en poco rato se pusieron venían ginetes cos- trajo la noticia d e u n o que p r o b a b l e m e n t e plantado las al chaparreras y exactamente. notablemente aquí. tiempo adelantándose estaba hasta esos desde algún exclamó refiriéndose relata las cejas, observara que á nada. otro, calado hasta le traen vista tienen éstos! éste, se emboza- los ojos, cerradas con profusión de pequeñas distingo criado, dá las s e ñ a s A que que hasta Traía unas b u e n a y a logrado dejaba ginete, H o m o b o n o , y o n o su centro un zarape saltilleño c o n el s o m b r e r o dante: Castaños; — Y en en un comitiva. mañoso. d o n d e y e n d o zón de u n perimentar su caballo pizcle los de lo tanto, piernas la estaba de hacienda, nerviosos campaña. dado, enclenque en vez al armade ex- movimientos de — 168 L o s soldados criados atrás y dejar grandes rebosar aquellos ginetes señoras m e n z a r o n esa ostentación •que c o m o para cabezas •caballos puelas, lear y hear y tascar alarde, había tenido í o d a y y a que y que los con finjían despiertos de las caraco- rayar, del n o con corcoboca. la acti- preso, que t o m a r aquella necesaria es- para la rien- escena juzgar, las todos los de aquel que de 1 portezuelas, señoras y se logrado los caminos; se sin producir y en señoras, sentían exclamaron fin, cierto todos rancheritos que para la guillo- peniten- y en par- legal. la primera por el y im- preso quién, el m o m e n t o ver de causaba fiera escándalo hombre!» llegase calor cerca á tantas de aquel emociones viajeros. D u r a n t e del preso pasada que rendir la jornada entre los con antiguo conmiseración «¡pobre deseaba personaje, ladrón, proclamán- por tidarias acérrimas del asesinato Algunas al las á aquella quién, optaba señoras del régimen presión, el entusiasmaba aquellos atrapar la horca; abolicionista, n o solo quién opinaba por la tina; quién por algunas ver trataba quién el valor d e ciaría, por asomaban para carruajes asunto, habían dose del asunto, figuras. las de las en grandes espumosa resignada significación con constituye hacían y su cabalgadura, daba á la co- de cuadro, todas figurándose á por coches, caballos, contrastaba el d e s d é n al n o t a r hincándoles arrancar el freno y ley de los excitándolos, tranquila de raza, sus mexicano; t o d a la dispararse, E s t e tud ya los sus ginete expan- ostentación caballitos, tal cual tenían de en la traían observados en de destreza del aquellos ágiles, eran venían á moverse la coquetería da hacia haciendo que que aspecto echado su hazaña: e n las m a n o s , en un Por semblantes de c o m o algunos H o m o b o n o ellas a n t e el preso d e s a r m a d o , las y don sombreros, en sus satisfacción armas de eran t o d o s ellos se h a b í a n sus siva de — 169 — r de la escolta de la hacienda Pérez, — todo el camino, fué el p a s t o los carruajes, y el espectáculo d e la c o n v e r s a c i ó n la cuestión de la en pena de muerte Por fin, estuvo á discusión. se avistó la hacienda, situada tajosamente terreno largamente sobre las ondulaciones accidentado, por donde crecían recía respaldo de m o n t a ñ a s azul oscuro, posesión m i s m o resguardaba de los vientos fondo azul de caba, c o m o u n a garza la hacienda, ción dirigida por N . de y pacolor pintoresca E. Sobre montaña, blanca, elegante u n arboledas: aquella del la de serpeaban arroyuelos y que un espesas ven- se la de construc- el hábil ingeniero El padre González sus miradas y la n u e v a se desprendían Y a trada C h o n a se a s o m a b a n capilla, á los fin, finca, y Pendían de de los trecho sus el y á servía un de trecho, los d u e ñ o s de E m p e z a r o n á y las T o d a la en de los su arcos, festones, guirnaldas partes la cal- de en- de cortinas c o n pañuelos venían uno á de gala y colores de de la con con su u n cohetes direcciones se que con- ofrecía alborozada, sus ranchede banderas de que de la los India, sobrecamas tamaños. los cinco ginetes al p r e s o h a b í a n y, haciendo la ostentando de todos matices y Entretanto, los de profusión y mascadas iglesia, ecos viajeros flotaban, de com- encuentro todas peonada chillonas, ros vestidos todas los aspecto risueño con m a s a al en hacienda. aire sus músicas vistosos u n a percibirse el el hacienda con la en calzada, avanzaba la atención en la detonaciones que poblaban diaban de que nues- tule, zempatzochitl a se distinguía de gente música arcos de amarillos torre viajeros. en con gran- caracterizan aspecto risueño término pacta que pueblo: los cam- administrador, convidados de salpicados cuyo de la calzada, esos vegetales fiestas daban por próxima de árboles, algunos dependientes al e n c u e n t r o cuya con amos. estaba la comitiva que, ornada la de los sonorosiecos de saludando á flecos centró á la p o r t e z u e l a del c a r r u a j e p a r a d e v o r a r zada des tras Santiago M é n d e z . panas, de los árboles desta- capilla m o d e r n a el otro y ' que custo- esquivado la calzada rodeo, se dirigían á la ha- ifcijj&íyia. EQsism.amst c i e n d a carga á deshacerse embarazosa y preso, por p r e o c u p a d o cabalgadura, c a b e z a m o parte, para animal el seguía las caminaba caída, c o m o de aquella anchas fiesta. sin t o m a r que si t a m b i é n p o c o su pronto entregarse á sus los regocijos d e la E l y para cabizbajo riendas también de su con la de recua, ó caballo fuese carga lisonjera la de aquella especie d e vestida de coC A P Í T U L O X I I I . fiera plata. EN EL QUE SE CONOCE LA UTILIDAD DE UN CERTIFICADO PEDIDO Á TIEMPO. NDESCRIBIBLE paseantes, tos de accidente, MlMfc con que sorpresa casa que y de de de en alegría á del loa gricada aprecio recibidos. de la hacienda, reedificada, tenía u n vez prorrumpían á cada manifestación que eran L a fué el regocijo recientemente aspecto de magnificencia, con sus mil comodidades que alegría á la convidaba á habitar en ella. c i e n d a carga á deshacerse embarazosa y preso, por p r e o c u p a d o cabalgadura, c a b e z a m o parte, para animal el seguía las caminaba caída, c o m o de aquella anchas fiesta. sin t o m a r que si t a m b i é n p o c o su pronto entregarse á sus los regocijos d e la E l y para cabizbajo riendas también de su con la de recua, ó caballo fuese carga lisonjera la de aquella especie d e vestida de coC A P Í T U L O X I I I . fiera plata. EN EL QUE SE CONOCE LA UTILIDAD DE UN CERTIFICADO PEDIDO Á TIEMPO. NDESCRIBIBLE paseantes, tos de accidente, MlMfc con que sorpresa casa que y de de de en alegría á del loa gricada aprecio recibidos. de la hacienda, reedificada, tenía u n vez prorrumpían á cada manifestación que eran L a fué el regocijo recientemente aspecto de magnificencia, con sus mil comodidades que alegría á la convidaba á habitar en ella. Grandes rredores; en patios cercados espaciosas las cuales otra puerta, forma se n o t a b a cuya de una frontispicio en las a r m a s de guando con veneración su rey y alguna y entre en otras un esculpidas pero menoscabadas de atesti- formas poseedores había nobleza de los m a n e r a que aún conservar aquellos de Chona, brasero, en á m a n o del otra construcción. arquitecto u n a sala decorada no, aunque la casa de con los muebles México actuales; por pero ser e n sido trocar al estilo por m o d e r - desechados de m e n o s algunas y de gusto piezas aún los sillones de caoba asientos de baqueta, las m a - pantallas formadas con trozos de espejo, las m e s a s de bálsamo patas de ondas, con dos de león y todavía m a d e r a en sus tallada de H a b í a por también con primitivos estilo acertada de algunas puntería hacienda, que sus primeras T o d o los los niño m a t a d o de con fué objeto p a r a las visitas, venado solaces poco dueños, á grande de de estudio y quienes por objetos raros de curiosi- y Anita, que c o m o sabemos red de nuestra sociedad de u n a ignorancia quirir cierto aire de par- en que Castaños parte la á su en años. todas cual comentaba curiosos, representaban la su venado que cada m u y de t r o m p e - vacaciones hacía m u c h o s tes encontraban y del al coloca- marcos astas antiguos había y churrigueresco. trahillas, sinó ostentosos pintados el t i e m p o q u e r e c o r d a b a n las cacerías, n o dad goteras algunos grandes cuadros óleo, ennegrecidos de placer otra porción de recuerdos, que n o había dado con y lavaderos forma de y de había p o y o s revestidos estilo monástico, b a ñ o Había ciza con la por la antigüedad ascendientes azulejos, cocina con la permanecían tas ni querido vestigios, que patentizaban los la señor. Carlos que que dos ángeles sin m a n o s , d e los a n t i g u o s co- antiguas ostentaba estuvieron E s p a ñ a sus alta concha, d o n d e p i e d r a sin narices y amplios todavía parte gran par habitaciones fijarse manera. eran n e t a m e n t e que, cogida por supina, h a sabido suficiencia, y esa la ad- cierto a p l o m o dose te para la m a s sobre e n todo censura lo necia crítica; y ponién- q u e la rodea, se perenne de cuanto convier- se le p o n e de una ignorancia vez también lunares E s t o s entes son refractarios á todas de lo maravilloso y de lo n u n c a se conmueven, y son fríos m á s que m i e n d o siempre por t e m p e r a m e n t o : una las m a n o s , estaba de lo que sinó después personas no es barbaridad, risible, de haber que y pillado les m e r e c e n n o su P a r a co y Anita Castaños sublime países que y maravillas, y para fé Europa, que n o de Méxi- en cuyos había progreso Castaños unas tragaderas, que m á s tenía daban por aérea, y las aspiraciones d e «era se apoderaron acabado de del piano, afinar. exclamó con énfasis: desafinados están los tiples! Anita. Esto delante de grandes orejas, lo estaba co- todas las enjuto de diciendo la carnes y que tenía en la m a n o del á piano y adelantarse objeto de — H a quien de la llave d e las se había á los viajeros, con afinar el quedado clavijas el filarmónicos, usted cuando Aniceto exclusivo perfectamente, acabó de de ejecutar culo de Castaños aquella mujer llena selos una Ortega. ciencia. bárbaro! dijo Castaños al p a ñ o así.» era su eco, y á piano. Anita. A n i t a u n obligado ñ o r Villalvazo, le dijo al afinador u n o — ¡ Q u é Castaños la- — E s t á el p i a n o i n s o p o r t a b l e , r e p i t i ó pieza de hipótesis y hubieron á así.» cuyo sa olvidada la navegación apenas se elogian opinión era malo todo lo creía de b u e n a los eran crédito. «eran t o d o lo d e de se señor Castaños y todo aquello te— ¡ Q u é ríen que casa. filarmónicos, Castaños elogiar su por que cálculo á granvado de; de los sillones creyeron de la porque así.» las Los impresiones «era Se rieron los dos azulejos, y delante. incorregible, Anita era el orá- de suficiencia y — ¿ L o oyó usted? 1-2 á —Sí. — ¿ Q u i é n — ¡ Y así se llaman filarmónicos estos sido tole- traer hombres! — E n —Pos E u r o p a rable, hubieran n o hubiera esto llevado al afinador ante los giendo dinero! exclamó que la risa n o T o d o lo cual n o sinó que Anita y Pasadas la dejaba ni tenía y del otra Castaños las p r i m e r a s cibimiento p o n e r — ¿ A q u í , e x a m e n en m o v i m i e n t o y al patio de la traían p r e s o al L a m a y o r lieron ron d o d e la casa, v i n o de haber de los concurrentes sa- de niñas á esconderse c o m o si h u b i e r a n un y ciendo que entraque para ver de aquella cerca pusilánimes tigre, escena anunciacono- cambiar en disgusto la alegría de sus convidados, m ó á uno de los d e la escolta y le al dijo: lla- y está, pero amo, que H o m o b o n o , el nos m a n - grande. reo vendrá consig- autoridad. eso, señor su merced — S e r á de qué? d o n amo, nosotros n o sabe- dirá. bueno, agregó el administrador, que se lleven á este h o m b r e ante la auto- ridad. —Pos jo el la m a n o c o m o ginete sus mercedes que dispongan, sostenía su sombrero derecha, á corta distancia dicon de lá cabeza. corrie- Carlos, podría m o s á aque- ginetes algunas la aparición re- para á alguna — E n del ladrón. parte nado así.» observación á hacienda, los á los corredores, bandido; «eran orden señor que á la hacienda — B i e n explicación ustedes traerlo. el a m o dó decir hablar. impresiones llas gentes, la circunstancia d o Anitafin- á nosotros dijimos, —Pos de dado preso? aquí debíamos tribunales. —¡Lástima ha aquí al Entretanto el reo había e s c u d r i ñ a d o r a al y fijado una administrador y á luego b a j á n d o s e v i o l e n t a m e n t e el del jorongo q u e le cubría t o d a del caballo y, casi d e u n la escolta, estuvo frente á salto, mirada Carlos, e m b o z o la cara, y Carlos. salt^ apesar de su Este salto espectadores él una dos acabó de tímidos, desmoralizar que creyeron agresión, y hasta Castaños á los ver en el bandido m e n t o s frente á ta y seguida se Carlos, unos fijándole descubrió cortos m o - aún vis- la quitándose El co á al a m o to- m a n o de ido acercando po- aceptó curiosos se habían la poco. — ¿ P e r o usted, Gómez?.... el administrador, cierto! e x c l a m ó el — Q u é administrador. d o —Sí, que respeta administrador Los su sombrero. —¡Será usted y G ó m e z . Permaneció rico de davía. retrocedió pasos. en amigo señor; es cierto, soy yo: dijo quiere usted le p u e d e dijo de nuevo usted.... suceder señor, á t o d o el una m u n - desgracia. Y o ve- el nía caminando solo, acordándome del amo, bandido. c o m o y — ¡ J o s é María G ó m e z ! exclamó de se decía por el administrador. — E l G ó m e z mismo, crédito G ó m e z y podía éste á sus labios u n a á lo que estaba la m a n o vacilaba en dijo n o c o m o n o y c o m o qué? — ¿ Y aceptarla. estos el que usted tomarla con confianza, administrador; soy José María á ve- y o de lo salud. dijo nada sabrá por á Carlos. con G ó m e z el la m e ¿y por justicia. a h í — m e oiga, amigo, alto; teme, tierra.—Adiós q u é ? — J a l e tiempo saludar marcaron debe, á les d i j e . — Y a dije- le dije al de sela escolta, y ñor tanto v o y señores, nada pié ron, y jalé.—Pero — P u e d e hace pues la escolta, m e p a r é — E c h é administrador c o m o interrumpió — E n t o n c e s señalando pudiendo y los veo, dije, — E n t o n c e s el viendo. al que los patrones, y á ver c ó m o están de son- tranquilidad. repitió Carlos, tendía usted; interpretarse de u n a perfecta — ¿ G ó m e z ? dar servir dejando vagar en risa, q u e b i e n signo que para quiera nuenían los amos, v o donde Gómez, usted por qué m e lleva? y el señor m e dijo que anoche, y que el hendieran á todos; p o r q u e juez habían m a n d a b a robado que — P u e s e n el y eso dije: pues vaya, al la hacienda grande, pos nos ver pos las q u é les armas, he m e d e dijo hacer, h a y entre quién ustedes, h a y a con perdón de usted, m e dijeron c o m o dije, u n a cuanto á testigos, dijo el metiendo luego los caballos y las a r m a s de fin el m e conoce fecho de m i persona; y cuando h e m o s pues n o m e y sueltan; los h a y a , p e r o c o m o el s e ñ o r v e n í a llegando mejor d e ir q u e á la h a c i e n d a g r a n d e ¡vaya! m i qué? le á casa perplejo. — ¿ A dónde aprehendieron — P u e s bajando la — ¿ I b a solo? — P o s solo y — ¿ Q u i e r e consta que la que atacaron la — N a d a , iba y al señor? escolta. tener El loma. q u e persona anoche que y o mirada sinó que acompafija c o m o c o m o no-lo á el su señor conocen conozco al tono que en señor, por dijo el e m p e z a b a á el carácter de reconvención. ginete la escolta de se encogió de hombros. mercedes equivocación, á q u e los pues administrador alma. decir G ó m e z una - señor; no.... — S u s su preguntó palabra interlocutor. — E s estaba Carlos al d e la aquí. Carlos preguntó por satis- d ó n d e allá es c o m o pos es- m e r c e d vamos, está dije,/os en su ponién- e n la cara, dije, p u e s a m o le diré á loma... — ¿ Y al no á ñ a n d o que de la y la bola y Carlos, m a l a estaban d o m e insistió otro.— les que yo, la verdad, averiguarán presenciado.... colta, p o s la v e r d a d r a z ó n — y lo juzgado. — E n Adiós, que iremos n o j u n t o s — A creo fin — ¿ P e r o v o y pa y o apre- ustedes traen, coches? n o les es de los Carlos y fin, h e m o s de si, y por al m i fin á pesar ir á v e r al el a d m i n i s t r a d o r consultándose — E n dirán n o la juez. se vieron Carlos parte de c o m o dijo: p u e d o creer q u e G ó m e z , viene y por y a en el t i e m p o que hace aquí, h a y a cambiado de usted ve, administrador, continuó ya usted que conducta, dirigiéndose ve que al G ó m e z sido sentido por nosotros, porque nos su n o ha consta honradez. — ¡ A h ! trador, dudaba á eso, dijo el al p r o n t o d e adminis-. que fuera el m i s m o . del a m o dijo G ó m e z , que m e manifestarle sus que traigo la la e c h é e n la bolsa, siempre m e carpara acuerdo de favores. que A n t e d u d a s de Carlos q u e ocultaba aquella en el Carlos y el una vocación las administrador. les acabó n a y estrepitosa han á las Gómez, con consta por la que carcajada la a m b i g ü e d a d y a de en quien de ha Castaños aquella que se esce- trató siquiera simplemente víctima de u n a de vacilara acerca de que aquel señor G ó m e z había sido equivocación. sucedió, preguntaban por todas es ladrón, partes. — N a d a , — P o r h a sido un chasco. qué? si e s — ¿ Q u i é n es Gómez. G ó m e z ? — E s e señor. — ¿ E l ladrón? —Cállese usted, hombre, si n o es una persona honrada que h a estado al duda pleada en la hacienda y lo c o n o c e u n a señor, que equi- que es D . —C¿a Er lso s .p o s i b l e ? —Sí, persona cuya señor. haberla probado en u n chasco! honradez — Á n o s de personas toda cometido aprehendiendo María finca, desde el m o m e n t o — ¡ V a y a José propia e m - dijo: —Señores, parece fuera de muchachos car- desaparecieron se dirigió e n t o n c e s y p e q u e ñ a sombrero. prueba, le r o d e a b a n estos U n a — P u e s G ó m e z sacó su carta de tera esta m a y o r d o m o . — ¿ Q u é — C a b a l m e n t e , ta sido reírse, n o h u b o en cuanto y o siones en mil oca- la verdad, pesado. el señor — ¿ C o n que — G ó m e z , — ¿ Y a es el sabe — ¿ Q u é , — N o , — ¡ A h ! sorpresa, tendió sus brazos es Carlos se había ladrón? hablar G ó m e z . ¿pues sabe usted que es un gre- gorito? b a n por con otra multitud todas de partes, los G ó m e z y se de voces, entre las circularisas y pasa? — ¿ Q u é h a y ? — E s separado de G ó m e z , para convidados. — ¿ Q u é le preguntaban algunos. es? José María Gómez, u n h o m b r e m u y la honrado sorpresa sus — ¿C»O r-J u i é n Estas y á abrazaron. usted? n o es G ó m e z ? m i s m o . que h a sido m a y o r d o m o d e la ha- G ó m e z al- convidados. cienda. — P u e d e n retirarse, dijo al fin Carlos á la Entretanto habían rodeado á escolta. gunos El ró á que había entregar á sido G ó m e z volvió su pistola, el su reata y interpelado, de su caballo; m á s espuelas y amigos, Dios su permiso, patrón, dy'9 dirigiéndose á para Y que Carlos; m a n o calzoneras, entregó dianes una s u m a de pague un y y con paréntesis, m e d i o s vino. al p r i m e r o de le espada. doce repuesto de de sus sus guar- los sirvientes que nocido, y los convidados persarse, dirigiéndose — S e ñ o r d o n comenzaron recoá dis- á sus respectivas ha- Carlos, m a n d o un tono grave y ¿Está usted seguro efectivamente José que —Sí, señor pesos. sobre que n o su pendiente que que tobajo. ese h o m b r e d e la de y el es mis- casa? contestó seguro h e m o s mejor Castaños María Gómez, Castaños, enteramente dijo hablando m u y de fué dependiente estoy primera lo habían bitaciones. m o á la h o n d a bolsa d e c o m o El administrador otro ahí están esos se los t o m e n metiendo su se lo en apresu- allá s u c u a r t a otro sus — V a y a , se de su Carlos, y honradez; vuelto á tener otro de- Gómez. ISUOTSCA p f i S ^ ^ i "IMMlKró' — E s ser el que yo, que pudiera no mismo. — S o b r e p o r decía m í y que t r a e la m i s m a le di c u a n d o carta firmada se separó de mi extraño, tos muchachos dido padecer — N a d a — E s esa una m a s que insistió Castaños, q u e lo atraparon, que es- hayan equivocación tan po- punible. nuestra ellos c o n o c e n m á s que nosotros usted, Castaños, el traje, el que trae Gómez, y el ser aquel — P u e s está á ese le acabo seguro de qYie de los criados d e don esto H o m o b o n o , pasaba señor d o n lo crea que estos muchachos bien con en tenían circunstancia señor h a n Carlos. vez, mismos esta muchachos de que es lo ino- cente. —Precisamente eso m e conozco bien últimamente á h a y a dado veremos. fin, todo caso usted con será conveniente que ese se criado, pueda por u n a efecto, y simple gusto, señor Carlos fundo para P o c o aun y tal vez ha- de sus deducir cuando la precaución, n o verdad. le daré sea á sinó usted Castaños. enseguida que le había para hablar en y o e m p e ñ o q u e disculpa el error: tal los cuenta. m o m e n - otra aprehendido á sabiendas María equi- es Castaños, nosotros: que decir, José son — E n e n quedar de usted, sólo que aseveraciones tos en oír don descono- suficientes p a r a explicarse la además, con b u e n ble vocación; que habla posible? — E n motivos de el tal es un ladrón — ¿ E s en malearse.... en cido criado —Sí. G ó m e z ; caballo parte. usted — N o — V e a m a s dos? —Sí, gente. está qué? — ¿ V é Gómez, fácil. acaso la equivocación — ¿ P o r otros — Y o que bien de que casa. á creer, m a n d ó indicado con á poco él á fué llamar al Castaños, y se criado retiró solas. d e s p e j á n d o s e el patio y — 191 — — 190 — y a sólo cuando quedaban se p u d o lejos de un un en notar grupo él algunos que Gómez, de peones, m u y hablaba con m o mancuernas, llona el varillero, y la voz, y finas, á G ó m e z G ó m e z , Cerillos par de disimulando, objetos que que — Y a saben lo del hacienda y h a y sé lo q u e le digo ruido la reconocer las m u c h a c h o del señorita. algo, se c a j ó n de exhorto. y el varillero, y decirle hacia la vidriera del ace- cada inclinaba chácharas. en la [Navajas de otra afeitar patroncito.] — ¿ Y saben d ó n d e está? preguntó — [ N o , patrón;] usted y el son patrón. — j A d i o s ! ¿Y Gómez. U n a s tijeras [pero Pájaro...] c ó m o lo saben? m u y — E s o patrón, saben finas, nos cuestan si p o r y Celso...] y eso n o por que E s lo d o n d e había nada. menos, sáquese.] m o n e d a s al se guardaba .algunos con de ahí. dió algunas se dirigió co- Son ganamos vine;] [yo sé lo que le digo; G ó m e z fingiendo á [Pues amo. veras? — E s p é r e m e por los cogieron de [ ¿ P u e s no? objeto: de fingía le m o s t r a b a que tenía algún del ligas p a r a chi- bajando [Plumas relojes.] [ Y o pronto.] silencio, u n siempre veinte reales; cuatro hojas, señor corta- voz luego agregaba enseñando ro, llaves p a r a lápices, decía en A q u í lo entregan, patrón. sáquese lo menos, — ¿ O u é par de plumas, tijeras m u y q u e — E s varillero. — U n vez criados, n o paso firme desaparecido hacia varillero, objetos, el Carlos. lugar jSmSBaSBSS^S.****. t t t t t t t t l I t T I t l l T T T I I I I I T T T l T I T T I I l ! C A P Í T U L O X I V . DE LO QUE LES HABÍA SUCEDIDO Á GABRIEL Y Á D. SANTIAGO. OR c o m p r o m e t i d a q u e sea la ción de nos v e m o s cerca de N o que de difícil y p u d o luz á esta conducir D. situavarios historia, al lector Santiago, á dejado hace tiempo en quie- situación angustiosa. c a l c u l a r el p o b r e que transcurriría la encuentran los personajes d e Gabriel y m e n o s p o que se precisados nes h e m o s n o en desde el niño el tiem- m o m e n t o d e la a u r o r a hirió sus pupilas través de sus párpados en al cerrados. 13 ^jaWfes&vi: u. wy--<* SSÁK. W¿5 wmm. Después de aquel bra rojiza, q u e m o m e n t o , creía tener ojos, fué obscureciéndose m o si u n círculo d e la delante poco p l o m o p e n u m - á de poco, hubiera ido sanchándose hacia la circunferencia, y chándose hacia el c e n t r o , u n q u e se extinguió p o r punto U n rumor parecido hasta al d e fué creciendo por instantes, se al b r a m i d o del torrente: del m u n d o tuviera m u n d o s intermedios hasta co- u n a locomotora; estreen m a r hasta el lejana, semejar- ruido, debía seguir El dolor, en sucedido el tanto, el niño indefenso: y y siendo en c o m o un pasar por en iba los las tinieblas: clavaba y su de por por extremidades; yunques al sus la y aguijón en vaga su la de punzada estrangulac o m o oídos si los t o m a r a n dimensiones colosales, g o l p e a b a n con produciendo una sucesión de estrépitos furor, ina- hubiera de u n a el supo Gabriel do, c o m o en graiba de un un silbo; insecto; el del qué tiempo se que volvió que vida, abriéndose blas y la asomaba queños nada de insectos tierra en que nuevo, de á volvían había u n o m u n - sepulcro entre que triunfan q u e les c a y ó L a reminiscencia, mental se descri; este sale del paso c o m o perdió transcurrió que acabamos cadáver des- luego, silencio.... c u y a eternidad perdió la idea del L a atmós- chirrido, que soplo imperceptible, que aquél en de m i s m o c o m o el v u e l o bir, h a s t a en de haciéndo- disminuyendo intensidad la región pavorosa N o el el pito fué á la p r e s i ó n gradualmente atrave- perderse la c o n c i e n c i a sus sienes, de sus mazos vedad en colosal plomo. despren- silencio. situación se hacía sensible ción fera de un produce si e l r u i d o d e s d e el m o m e n t o la luz, h a b í a n aguda de se agudo, c o m o al q u e en este gemido estado sometido c o m o infinito. A parecido pués, niño que terminaron Sucesivamente s a b a l a r e g i ó n d e l r u i d o , c o m o si al derse gemido fin. la que sus en- terminar guantables, tiempo. las tinie- sumerjido, de de un esos pe- m o n t ó n encima. la vida, á alentar el p r i m e r dentro de albor aquel cráneo, cuyas puestas á ser destruidas Parecía alma,» visceras q n e volvía habían para ese huésped á su hogar estado nes siempre. q u e se llama después del «el cata-, E r a c o m o templar el colono las ruinas de que vuelve su casa, á con- después del u n a alma arrepentida Gabriel y que iba á de emigrar emprender y tan seguida sintió, to de tódo su de una cuerpo largo gases, tuvo savia con la conciencia del ejecutaban sus Vivían b a n vivía. sus Resultaba padres. Vivía la justicia d e Dios. este despertar, la materia estaba chita, c o m o la planta savia interior, organizar al trando sentía aún: sin saber — ¡ A g u a ! que es las células la para re- iba e n - c o m o cierta de había d a d aquel regreso: en colono de allí. su tallo Gabriel u n esta sola mismo. físico, y los consor- engendra- de qué aquel des- voluptuosi- la vida volvía hacién- placer. era u n a m á q u i n a después que comenzaba de subsanado dislocamiento. Todavía pudiera resu- movimiento. sabemos sentir c o m o u n Gabriel sí m u n d o beatitud pertar; dose no la maravillosos el su segunda prueba, el si p o d r í a v i v i r arrancada exclamaría palabra: mar- individuo. Si la p l a n t a hablar, cuya vida, lucha en Gabriel n o la sensibilidad y por vivificadora. el placer d e generadores si resecos difundía cios, sus sabias c o m b i n a c i o n e s Gabriel c o m o complemen- t a z a fría, se una Gabriel bebió pulmo- al tocar sus labios la vida, q u e vol- se en los gases del a g u a viniera el ' Los viaje. E n de salió casi sin aire d e los e n rrección y huracán. vía voz los bordes clismo. E r a Esta ex- Gabriel n o que se necesita, para ser el t e s t i m o n i o L a vida de das, gozando. participaba que el dolor irrefragable d e la Gabriel e m p e z a b a Hubiera deseado del vigor entrara á vida. c o m o padecer. to- Estaba redes de circunvalado un recinto era precisamente en lo por las pa- — ¿ Y oxígeno n o sirve para abundara: en la Gabriel d o n d e que el m á s lugar de este soplo de Dios, habia sulfídrico carbónico, implacables El pecho fatiga de Gabriel de la ondulaba con vida. cierta tendido, pero sinó una especie de dicho un al l a d o vieja m e d i o de h o m b r e Gabriel n o estaba m o m i a dormitando: idiota, incapaz de en- era algo? Gabriel n o quieres ¿no ves la que se fijó la vista e n Pero Gabriel acaso h a el a z u l — V o y á avisar parece que has que de te abierto del cielo resucitado; esta n o y m o te levantas; dado el caso por- te vas, y eso Cuidado co- es p o r q u e tienes el c u e r o duro. que pudieras hacerlo. ocuparse L a vieja salió d e a q u e l en cuestiones de luz, contestó. que m e hubiera qué ventana? y tormentosa. —¡Aire! una enemigos para tabuco, y cerran- atmósfera. tenía un ángel, do la puerta tras d e sí, s e l a o y ó tiempo c o n la llave por algún supuesto que una m a n o desconocida le había hacer ruido en la ce- salvado. rradura. El ángel abrió un postigo, y por allí enGabriel n o t r ó c o n la luz e n un torrente de volver Gabriel aspiró el aire; y se dibujó sus había movido, porque al en sí, n o se había acordado de su u n a cuerpo. sonrisa de placer en se vida. Reconoció con la mirada aquella labios. habitación. Abrió los ojos. Y a estaba allí la luz; la Contempló luz era un pedazo de cielo sobre su cabeza vigas ennegrecidas; — ¡ M á s luz! m u r m u r ó se incorporó c o m o m o v i d a en resorte, y el niño, fijando dijo: una su serie derecha de u n a mirada de alta; á sus piés la puerta por por un hacia Gabriel. p e q u e ñ a ventana L a m o m i a u n a azul. donde había salido la vieja; á su dere- reptil cha se levantaba u n a pared de comida y adobes car- ensalitrada. fiílfRSICSS í¿- i : ... lí.i'f Wtr/f i> M VTcstS »4U0VK& ...•• finámmk íimm - 1 £ ! 5 "«w ta»' t" M2S BMfBttn — ¿ E n y a n o mío! d ó n d e estoy estoy Siento estoy? a t a d o pensó Gabriel. ¡Ah! blo m e al t r o n c o ! ¡Gracias, Dios he en u n a aún cama. el lazo mis huesos.... sigo hecho uno que está atado. quebrantando ¡Ay! si decían la otras resucita-muertos, curaciones, que estar cuidando — ¿ P e r o con qué — A d i ó s ¿pues es de y si porque otras n o tiene cosas. recordó? pudiera qué crees que n o estaba m o v e r m e . m á s Y probó á m o v e r un brazo; y que María, tó una violenta nocer que impresión podía hacer de uso alegría de al sus había salido Gabriel aparecieron la vieja y El niño nes de reconoció su verdugo mecimiento José á aún volvió su de María bien y su la per- puerta — B u e n o pronto las experimentó se puso á — Y a lo estás á m u c h a c h o dijo la un estre- contemplar vieja — A d i ó s ¿pues qué . — ¿ Q u é le h e hecho? m u e r t o que lugar lo j a l a m o s los huesos, te lo digo, cina y o que uso y el c u e r p o c o n u n que para hasta compo- le dimos costal y estaba con recio en lo arropamos y a puede meditodo has- con hablar? que m e dijo que luz. — ¿ Y — Y o , — ¿ Y desco- una sudó. — ¡ V a y a ! pue- todito luego lo rociamos m á s e n el hizo? yuntado; — ¿ Y hecho? ¡vaya! en primer este p u e s a c a s o será el pri- resucito qué le tronaran diri- muerto. le has le ¿pero — C o m o faccio- G ó m e z , si n o h a s i d o p o r m í , se hubiera José muerto. nérselos. ta viendo, muerto, digo, estaba — ¡ A d i ó s ! terror. G ó m e z que personaje. víctima. giéndose m e r de á abrirse otro estaba sé lo q u e — P u e s plejidad, c u a n d o y y o co- movi- mientos. N o dormido? experimen- por eso abriste la nó: el p u e d e aire. andar? ventana? quería —¡Adiós! cuatro pues t ú si q u e días no p o d r á L o m e n o s en Esto lo oyó apenas Gabriel, y n o quiso menearse. moverse. — ¡ A ver, amigo! dijo José haga por María G ó m e z , G ó m e z ción Gabriel hacer no un levantó esfuerzo un poco para la cabeza, iba incorporarse, á Y ayudaremos, t o m ó al gándolo á niño por los hombros, obli- su dolor dijo la vieja, atole, dentro de agudo aquella y en segui- para que n o puede, cobre y o le fuerzas, y para que te lo entregue. para entonces — Y o creeré podrá de unos tragos de m e r a ministró rante todo un horrible quedar al habitacuidado enfermo t o m ó atole, alimento que la enfer- á Cuando el Gabriel varias á veces du- día. regenerador dió al alimento, y su á rato, aquel sueño y tranquilo suce- el e n f e r m o c o m e n z ó á re- poco. Gabriel pudo hablar, preguntó á enfermera. — ¿ E n dónde — E n m i — ¿ Y m i estoy? casa, pues d ó n d e has de estar! padre? andar? — Q u e que volvió enfermera. hacerse poco cuatro días, vienes — ¿ Y su Gabriel U n desvanecimiento. —Míralo, daré G ó m e z . y Después sentarse. Gabriel sintió u n da un dijo de pero pudo. — L o salió d e levantarse. sé y o de tu padre, ni sé si lo sí. tienes. — P e r o que cuidado! estaba dijo desmayado, G ó m e z á cuidado Gabriel c o m o — E l señor — N o haces el m a ñ o s o tienes m á s por n o caminar; lo lo todo es taimado, pero Santiago. conozco. que — V e n í a m o s que don te juntos. te —Oiga.... entonces compondrás conmigo. — ¿ E n d ó n d e cree usted que pueda estar? — ¿ C o n que venían juntos' que disparé m i pistola, pero m e alegro de — S í . n o — ¿ Y haberlo herido. luego? —Sí, — N o s — Y a asaltaron. sé, q u e alégrate; porque te hubiera -¿Sí? ibas á matar al señor. — ¡ V a y a ! — ¿ Q u é — A l señor? que — P u e s estuvo si t i e n e m u y cuando quiso mal genio. levantarme para aquí. que m e — ¿ A l matado. sentara, se lo agradecí m u c h o . ladrón? —¡Oiga! — ¿ L a d r ó n ? t o ! ¡es cho qué ladrón grosero, — S í ; ¿ q u é le sabes? ¿Pues no q u e es una pero él fué - ¡ M i e n t e s ! ¡Habrase lo ves, vis- mucha- la y — ¿ Y vieja, desde ese m o m e n t o y a n o lo aborrezco. persona?... quien... gritó —Sí; incomodán- por qué lo habías de aborrecer antes? dose. Gabriel - N o briel; á — ¡ N i se enoje pesar de usted, todo, no tienes por señora, dijo le g u a r d o Ga- rencor. ¿pero m e cuanto á lo creerá simpatiza; — ¿ E l eso, p u e d e usted, ser que señora, ¡ya se ve, es el primer, — P o r - P u e s . . . . el asi... e n fin con- nada. ese tenga; h o m b r e primer!.... al c a b o d e —¿Si u n usted m e rato, dijera dijo: en dónde está m i padre?... - ¿ Q u é ? — Q u e repetir veo al qué? Gabriel iba á es silencio, p e r o qué! Y - E n guardó testó: la palabra primer h o m b r e el c a m i n o , y si bien ladrón; que es y o porque á usted m e t a m b i é n la querría haría un favor m u y — P u e s lo siento, porque — P e r o p u e d e y o grande. n o cierto - ¿ Y o ? usted m u c h o , preguntar. sé nada. — ¿ A d o n d e ? — T ú n o — ¿ P o r . ~ ~ P o r m e n o s mal — P u e s n o — ¿ P u e s y o al eso, n a d a tiene m u y — A conoces señor; mataría. m á s ? lo hace; te he dicho q u e genio. á él. gía, y le h a quienes quiero saber lo q u e usted ha cree quiera; sucedido pero con m i que se lo v o y d ó n d e — ¡ O t r a ! — E s usted quién? todos; á — ¿ Y — ¿ E n y a se lo p r e g u n t e á m e está m i ¿Y q u é le á decir? padre? importa? m i padre, contestó Gabriel con pregunto por sucedido — ¿ Y qué lo p u e d e él. Y o quiero ener- saber si algo. con q u e le suceda, pues acaso remediar? padre. — ¿ T i e n e — C r e o h e visto m u c h o que no; dinero al tu menos, padre? y o n o se lo — Q u i é n sabe. — ¡ A d i ó s del — ¿ D í g a m e — P u e s bien le p o d í a d a r algo al q u e le dijera d o n d e estás tú. - Y a si t u v i e r a se vé que quiere m u c h o dinero, sí le daría, p o r q u e m i pa- está padre? G ó m e z se quedó pesar, algo y o si n o creo que eso será sirve el dinero lo q u e para estos haga, en d ó n d e lo verá, n o veré? que y sintió á su dijo: se apure tanto. ¿es cierto que lo veré? Pues caaunque iré p o c o G ó - —Sí; n o pueda y o á poco; pero andar de prisa, iré. pero eso, d e p e n d e de él. tabuco. — ¿ P o r - ¡ Q u é siquiera entonces? Al día siguiente, se presentó otra vez e n el pensando á favor del niño, y ya — ¿ L o vamos, vamos. favor, usted m u c h o . sos, ¿para c u á n d o , m e z por ¿dígame bueno? — P u e s — P u e s porque usted, nunca. está m i dre m e m u c h a c h o ! hay, amigo! dijo al entrar, y a qué? nos — P u e s n o quiere darnos unos medios necesitamos. que — M i padre ustedes paz de todo todo — E s o q u e bueno, tenga; y o por tal de n o prestarnos es m u y lo es les dará es porque n o quiere medios. y — N o , n o m u c h o ; todavía le lo tendrá. le ruego, les hará á si y o ustedes el favor q u e le p i d e n ; p u e s a u n q u e se sin n a d a , trabajaré para mantenerlo; y o e s o e s n e c e s a r i o ir á Gabriel que estaba le servía de silla, y — V a y a , dijo le traeré su nos v a m o s señor; Gabriel en tendió t o m a r para m e h e de pe- hua- ensayado nada. L a punto barbero. no! que, prevenido, viaje que por quien sentirse se capaz proyectaba; debía cada estar vez m i saliendo de esperanza reanimó de t a m p o c o enojar... medio — C o n hacer á amigóte, Gabriel hasta m a ñ a n a y en emprender é ingenuamente un á noche m u c h a s gracias! excla- simpatía viva. papá. las manos de. pre- G ó m e z acariciarla. G ó m e z m a n o s de se extremeció Gabriel al y retiró contacto las de el Gómez, podrá la el de agradecido sentía dijo la habitación. habitación. y a el c o l m o d e la ternura, y una pues va á se e n o j e c o n él p o r podido creía q u e sobre un había caballito á ver á su —¡Gracias, m ó la G ó m e z , quede México. sentado á dar algunos pasos por andar, no de m u c h a c h o ! por último G ó m e z — P u e s cal uno — ¡ P u e s queda bastante. Y a que — E s m u c h o es n o —¡Diablo — ¡ V a y a ! dijo la vieja,con q u e y o — S e r á ro para á ca- verme. cierto, esos y sé q u e las suyas. 14 m a s C A P Í T U L O X V . CONTINÚA EL RELATO DE LO QUE HABÍAN HECHO GÓMEZ Y EL P Á J A R O , ANTES DEL ASALTO Á LA FAMILIA. ON Santiago objeto por pasado ya por de parte las había sido á la brutales del m a s sazón tratamientos Pájaro, y había crueles angustias y zozobras. Ignoraba Gabriel, y absolutamente negras cavilaciones y El la suerte se e n t r e g a b a sin cesar, á Pájaro, en su las de m a s conjeturas. calidad de guardián de don Santiago, había puesto posibles para ción. Al bres solían sustituirlo cuadrilla, é m u c h o incomunicativos m a s medios su situah o m - c o m o enca- m u c h a s el m i s m o Pájaro. tiago de veces estuvo e x p o n e r c o n t e m p l a n d o el á u n a la m a n e r a ó resolverse, ninguna oportunidad Sus guardianes y varias ñas u n a vano le el todo; d e iniciar celada; porque n o obedecer su L o s en el L a tardó u n a pues la á pasársela grieta d e las pe- seducir á sus carceleros, al a b s o l u t o dueño de sus á de d o n el lector G ó m e z Santiago, habían y alarma al día en de casos extremos, los y d o n Santiago llegar al p u e b l o á los vecinos y emprendieron la autorialguna persecución en segui- de malhechores. que preveían este resultado, habían t o m a d o una Pero G ó m e z dirección al y lugar el Pájaro, del asalto, trasponiendo m o n t a ñ a s y abriéndose paso por lugares acciones c o m o n o pusie- á las ron, lo que m á s importaba era ganar Pájaro le contornos inaccesibles, el u n a guarida. p o r t o d o s los al de siguiente, parecían que corrido sólo después dades, quienes, desde luego, armaron El asalto recordará los criados aca- perseguidos del Pájaro, que era que en propalarse ron en vida. compañeros y noticia del plagio de opuesta cueva. la guarida cuevas, habían sus pesquisas lograron, gente movimiento, éste, tanto á servía de refugio y y pero á sus c o m p a ñ e r o s ; las sus encontró aquellos h o m b r e s eran inflexibles y y San- medía obligaron procuró don favorable. p e q u e ñ a que f o r m a b a n E n una n o le perdían noches sentado en por carcelero, sorpresa nunca p u d o punto todo su fuerzas, estudiando lucha, á perder, de por encontrar de Algunas de los criados dos mal que miento b a d o hacerle insoportable Pájaro, de la rados todos los pues según Pájaro, terminó conociendo ocultar por un sus plagiados, con D . Gabriel Santiago y ellos la mismos de dije- m o n t e . situación, tiempo objeto casi de- indefinido que estaban á mientras custodiados í8J?t(£Sí0ft3 El ESiVw mmm * m m w mmmm m ® ewh.i*£5 ¡jasan3?«*? r ' 1 y en lugar seguro, los autores m e n se que presentaran eran bastante la coartada, E n en que Preparaba los, lo dirigía, crien preparar decía. robo, tendía lo m a n d a b a todos ejecutar, — ¿ Q u é estos una en que debía riña en pudiera D e los y — A á robo que que el día, y en tal cárcel El por alguna á la h o r a y á Pájaro, había prestar en de una aunque tratándose siempre entera m í estaba detenido de tal autori- riña. en todas de se vé, pero Gómez, deraba m a s de un sale rifarme donde uno pronto andarse luego, = ¡ Y el m a l d i t o que por poco — B u e n o ; qué m a - con y todo se presos.... sí q u é presos: el viejo chocho! — E n h a se m u c h a c h o tan delicado, muere! pues lo que y o le digo es q u e hacemos. el p u e b l o y a saben que el viejo se perdido. — ¡ V a y a ! con que salieron los vecinos. — P o r m i s m o , vida de usté, ¿pues qué, n o se lo n o Celso? en — P e r o tratándose usté —¡Adiós! estas robos comunes, seguro d e m e — ¡ Y dijo se encontraba m u y vale? m a n o . — Y a u n a se simple de Pájaro el que aquel r o b o diestro gustan autoridad de disposición vale? la fé, el P á j a r o ahora, es yo... á m í n o m e e m p r e n d í a ser acusado pudiera motivo peripecias al cometido, había cometido, dad que qué, chete en hi- atraparlo. autoridad que lugar en manera p o r el verificarse, lo q u e negocios. acaba; hora h a c e m o s — P u e s — ¿ P o r coartada e r a u n p r o c e d i Pájaro e r a d i e s t r o . el un aquel lugares para Pájaro el de algunos conocidos según efecto, la miento en y a se cansarían. plagio. por su parte, expedito que t a m p o c o su se consi- compañero. — ¡ P u e s c u á n d o —Saldrían en no! piscles. — ¡ V a y a ! si dice Celso que los vió, que venían ballo sardinas en era r a n c h o ; el el del g a c h u p í n — ¡ A d i ó s ! - P u e s — ¿ Y de ¿ Y ca- tienda estaba —Siquiera — E s o Perfecto? ese n o los d e la mejor - E s en el es, u n a talega para cada Celso uno. dice que quiere pueblo la tercera Sedillos? parte. le pediremos tres talegas. tampoco. — Y — ¿ Y duplique. poco, porque — P u e s — P u e s que ésos nos iban á si n o l a s d á , l o — ¿ V a m o s — P u e s ahorcamos. coger? á verlo? ésos. — V a m o s . — ¡ P u e s h o r a sí n o s cogieron! El Pájaro y G ó m e z sacó un cigarro grueso de G ó m e z cia la población zón le d e s h i z o u n a cabeza, mordió la los colmillos, cara para papel 7 p u r o escupir con q u e alargo le la que había m a n o estaba - P u e s - D i c e izquierda fumando el que dará mil de mil que n o en fuerza el arrancado para un lado pedazo al m a s inmediata y pararon al de recibir de las primeras casas de uno de los suburbios. H a b í a el una una mujer parada puerta Pájaro » el dintel Cerca con q u e alK se lo que indicaba al en desvencijada. puerta había u n a mesita una daba de de esta servilleta, de c o m e r hambriento. Al pararse los dos ginetes frente aquella pesos. mujer n o medió se vieron con ningún saludo; solamente pesos! tiene dinero en pesos; que interlocutores esa mirada se v e n con que revela que los frecuencia. casas. — ¿ S e — P e r o ha- la cigarro ° dice — ¡ A d i ó s hacia hadich ei c^rie lo tiene volvió encaminaron otra frente con se M o n - tiene — ¡ C u á n d o apean? preguntó la mujer, sin cam- amigos. no! biar de postura. L o s ginetes en vez de contestar, se din- gieron hacia una tizo, q u e especie abrió otra puerta dose lo de estaba á pocos m á s frente que portal ó pasos á de ellos, y, pudieron, coberallí, se agachán- pasaron, ade- lante. muchacho, c o m o de ocho años, á recibir á los recién llegados, q u e se traban rrado á la s a z ó n e n por todas T a m p o c o á aquel riendas de caballos, y pasear patio ó encon- corral ce- m u c h a c h o y hablaron; entregaron caballos. les t o c ó el sintiéndolo á aquellos le le encuentro caliente, animales al se á los puso rededor á del patio. y nuestro pueblo; v e c e s le h a c e entenderse mantienen dos que dialogan viendo al m u c h a c h o , p o r agasajo le tiró con la cuarta; la recogió e n seguida y el bido hablar; pero aquella taba la y si bien de palabras, esa especie de reserva n o y se veía, m u j e r de que laconismo, ca- los obstante, halos admirable- pedido —¿Chile? — ¿ Q u é , el donde es- recibido, la almuerzo, ni recien llegados lo terminantemente. preguntó no? á había q u e si l o s ni m e n o s hubieran el contestó Pájaro. la mujer sin vol- cara. — ¡ V a y a ! fresco? que n o m á s — ¿ H a y era otra cosa y preparando continuó aquella interviene para cual estaba y a de prohi- que monosílabos, el Pájaro llegaron Al cabo casa estaba interlocutores mente. Se refería al Parecía que en que c o m p r e n d e n chico paseo. sobriedad se laconismo á uno dudar u n largo diálogo de cerlos m a s expresivos, ver la Pájaro se quedó la esquivó, el p u e d a n G ó m e z apearon sus El m u c h a c h o u n salió partes. p e r o al verlo, se El en que m u c h a s en los que ni la mímica U n las racterístico — D e hora, — ¿ Q u é , — P u e s algunos pulque. contestó la sabías? no. — ¿ C ó m o ? m o m e n t o s , mujer. agregó: — Y o — ¿ dije. p e r — P u e s —Pos o p o r c o m o los qué? habían andaban buscando. nían — ¿ Q u i é n ? — D . — ¿ Q u é dice? la que puso - ¡ O y e ! terlocutor, cir: si e s t e para ver á «oye» su quisiera lo ría decir: «de jer movió la c a b e z a que lo del plagio,» p o r q u e e n señal qué —Pos -¿Sí? —Pos dice? señor agregó chismosos que el son dicen que grande usté y sabe y con qué su — ¿ Y tú qué los a n d a n dijiste? huevos; sido de loza después fina p o m a d a , en y un lleno de cuchara de cobre amarillo, y, envueltas en u n lienzo m u - y que taciturno, agregó treinta una de tortillas. había permanecido callado se e c h ó hacia atrás su gran som- brero. Pájaro. y m u j e r colocó sobre la p e q u e ñ a q u e casi se l l e n a b a montoneros un D . Gómez, h a n hecho hijo. desde con buscando. ya con gran jarro con pulque y de forma Mientras los dos huevos, h u m e a b a n aquellos m e s a objetos, dos vasos de ñados t o m a b a n los en la hornilla varios bandidos tro- la m u j e r de un do chiles con en la m e s a molcajete sal y vi- cónica. zos de tasajo, que, u n a vez tostados, puestos por dice que cuatro servi- afirmativa. - ¿ O i g a ? — Y que había drio delgado el otro día, quién un reposaban la hirviendo, de- L a — ¿ Y ve- pulverizada; que- la la m u j e r sobre cazuela con m a n t e c a G ó m e z , gesto, n o n o sal n o de....? un c o m o cuándo almorzar. manta, hasta Pájaro debió p o n e r que pos in- «Mírame.» — D e El c o m o la cara á anoche, dos platos soperos de bote, mujer volvió le dije á Celso, la sazón, puso lleta una —Pos.... L a ahora Á Celso. y o pasado y d o n d e había agua, á cuyo fueron acompatritura- manimien- to n o m b r e de chile cierto silencio soporoso e n aquel daba aquella mujer el bruto. comedor: n o parecía sonajes de tivos aquella para sino que escena, callar, que los tres G ó m e z tenían para m á s había fijaba, demacrada y ligas de vez en de sucia, conque conocía m á s y era que cierta labios los cuando, en debían estaba la m a n e r a por existir y sus servía. veinte años, tratada especie el E n Tenía parti- entre ellos asuntos n o m u y efecto, según diez ella mujer decía, Pájaro. á familia; Pájaro, y a hora obligado fué cuando el la la seis a ñ o s estaba en el por conoció tierra y y aquella primero era su á mezclarse en el la ilusión esclava; la sus malos de aquellas pensamiento salían de vez largas pausas E n aquella camino, conciencias cocinera, y las carcelera El había asuntos de en la Pájaro y de las y hacia el otra la vieja, que en interiores, era la Gabriel. G ó m e z acabaron de la mesa, les esperaba el q u s de salieron les había almor- precipitación, al muchacho, la casa sin h a b e r v u e l t o ra á la m u j e r miserable era del ronzal los caballos, m o n t a r o n de las después cuales zar con cierta intranquilidad y se levantaron y exterior habitaciones de y uno silencio. triste el cada cuando dos mujeres: u n a u n a de en de de soporoso casa aquella d o n d e este h o m b r o , y pocos días después perdió del intranquilidad palabras Pájaro, limpios. mundo, derechos. apariencia, vivían de la m u j e r q u e Esta tendría cular los mujer d e los actores de aquella escena, en la que comunicarse desplegado aquella m o - comer. Pájaro en L a sobre concentraba de n o que p a r a miradas se la justicia tenía per- abiertamente. El y a fatales Reinaba m á s y corral teniendo y á dirigir servido. salieron lapala- C A P Í T U L O X V I . CONTINUACIÓN DEL ANTERIOR. LÓMEZ y el " rección m b a andado ellos u n l o m a r o n cuando ginete á paso vieron —¡Adiós! ser el ¿Pues esta- habían venir hacia al Pájaro. Chato. de qué color es el ballo? — E s Y el alazán viene di- apresurado. Don.... dijo G ó m e z de la de la cueva en d o n d e oculto D. Santiago, y n o m u c h o , — M i r e — H a Pájaro cuatralvo. recio. i» ca- —Es que nos ha devisado. Acortaron los alejarse del c o n el E n ginetes p u n t o en el que — ¿ Q u é paso para debían — Q u e reunirse Chato. efecto, á — ¿ Q u é — Q u e poco h a y ? rato esta tarde — ¿ V i e n e n pasa el juntos. por las — Y a estuvo sólo ha el — L o son arboledita; m u c h a c h o s pero que n o h a y que ra- que en peña. galopina: dice pero el que d o n d e que si s e catrín — ¡ Eso nosotros, pre- podíamos dejar á don va? se h a que con u n o pelones. están? la de es por que lo es, dijo G ó m e z , esta noche, lo dejamos el venga cuide. para para ir! que que seamos pensando otro siquiera en los con trece! rifles d e los pasajeros. es los á míos, los que vayan — ¿ C u á n t o s son por ser ahí otros, avisarles para — P o d r e m o s — ¿ Y — L o la Pájaro. que tem- vamos! amigóte, decía — ¡ Q u é visto dos rifles; los rifles. u s t é sí q u e a n d a t e m p l a n d o no: — Y o con pocos! sabe, Santiago C a s t a ñ o s y el catrín S a n t i b a ñ e z s o n — ¿ Y que traen ve jarse. m a m á ! Angulo? de — N o — Y a — T r a e n sus pistolitas; p e r o casi t o d o s — ¿ Y —¡Adiós — ¡ Y o , grande. m u c h o s ? ¡ay G ó m e z ? pocos. prano! barrancas armados? catrines de dice, D . s o m o s — ¡ P u e s Pájaro. hartitos. — S o n — ¿ Y estaban preguntó la familia d e la h a c i e n d a guntó n o es doce. en la necesario l l e g a n d o á la todos? c o m o nomás hora. —Oiga, si viera don Gómez, que don dijo el tercer Angulo m e ginete, contó u n a cosa. — ¿ Q u é le contó, — P u e s dice, q u e amigo? anoche llegó u n a seño- — ¿ C ó m o ? ra á la h a c i e n d a ; pues... u n a nía c a m i n a n d o que — ¿ Y qué G ó m e z con — Y o c o m o partes, m e que — ¿ Y en u n a eso? dijo quién anda señora, que ver, rasca por y dile que le hasta dijo: dile m e ha á ni hará Gómez, m u y sabe — ¿ P e r o n o quiera. usté la — Y o no, y a que una y si l a v i e r a había de dar, c o m o es, pero que creo que lue- don Gó- de una terrible atrás se- todo señora imprecación, gran sombrero Pájaro para decirle. pero buenos, sea con y cinco les c a e m o s esta mire qué valiente se ha puesto repente. vale, y — ¿ N o , — N a d a , y su aunque —¡Adiós! verla la d e la agua Angu- tarde. d e lo que se llama pobre es amiga amigo; muchachos, bebo es don rica. lanzó para —Oiga, señora, usté. c ó m o Angulo. que n o lo q u e esa señora que Refugio, la —Sí, le dijo dijo d o n sabe usté p o r la hacienda; d e de m e vió? se dirigió hacia el ñora? —Salomé.i digo lo que — ¿ Y echándose estado. vida llama? Salomé. hombre... — G ó m e z compadecido le se d o ñ a — Y o d o ñ a ésa? dijo: Ay, muina y a —¡Adiós! — P o r dice que — P u e s que... lo q u e parándose todas importa. que G ó m e z sinó contado. dijo A n g u l o la vió, ese m e es m e estaba ¿ c ó m o lo, h a s t a s a b e usté — P u e s m e z tenga el ratón, contado, — P u e s que entrar. — ¡ P e r o dijo: pues la q u e — Q u é go dejaban que ver con que A n g u l o eso es de que la exclamó ve- m í ? — P u e s que y o digo aquí está - ¿ A y t e n g o no que enfado. n o d o n y pobre ellos. lo que es yo, n o cojo nada llevan. pues m á s qué? u n a mujer que viene con —¡Adiós! ¿ y jer, p u e s n o — N o q u é t i e n e tantas? le h a c e , que m e va hacer vale; con otra m u - m e la llevo dijo — N o , vale; Pájaro, el vará, pero v a m o s sin seguir á ver á v a y a usté don usted caminando. se la á dejarlo á traerse al o t r o m u c h a c h o ; y o de obedeciendo — ¿ P e r o , seguro aquí á dicho? G ó m e z á u n a mientras llega es esa m u j e r n o la hora, se m e p o r q u e mire que a m i g o ; y o m e quedo y aquí n o s decir que aquí nos j u n t a m o s á — A q u í lo espero, — P u e s hasta de vale. años m e con á todo, esa mujer. y se quedó G ó m e z pensativo. periodo María G ó m e z arrendó su llevado vecina, la así el b a n d i d o noticia de lo siguió á Caminaron y por corta la de agolpaban y que tan h o n d a huella en y volvía á de otro fuera cla- todas las habían lo- deslumbrante amores el corazón sentir las m i s m a s tiempo, c o m o estinguiéndose en una á la si in- aquel viva luz aparición u n a sus en aquel m o m e n t o ha- recuerdos. q u e Se echaba ber distancia. espacio se caballo " de h a c i a la m o n t a ñ a recuerdos se reproducían con aquellos hacer Gómez, quietudes luego. de inusitada escenas de grado de Salomé lo q u e decidido juntarme contestó, su imaginación: ridad tarde. le había todo v a m o s . — Q u i e r e José c o m o costumbre. vale, estoy allí lo vemos. la u n a escapa. Diez — N o , u n a de m e profundamente — A n d e , espeso de al pié se paró antigua es cierto, E l vale- n o que lo m a s levantaba á jugar la piel por quedo se seguía. se El caballo h a y que los labios ni m o n t a ñ a . lle- Santiago. lo llegado arboleda E s t o lo decía G ó m e z desplegara que H a b í a n por pertenece. — B u e n o : G ó m e z cuidara del u s t é si q u e y o sin q u e hora en cara sido omiso para buscar cía q u e el h a b e r l a á Salomé; abandonado había conosido una acción infame, pero los mil contratiempos, bía sufrido y las y amargura profunda y q u e le recuerdos la idea hacía e r a la d e otro que figurarse otros y Largo á á la estas á lo de Salomé tendría to, salió sus en la contem- que la estuvo no le de perde el f u e g o impotencia que entre noticias éstos hubo m a s acerca de que, y á los viajeros montar en mujer á quien que la reunirse que los Este asalcon G ó m e z había coches d o ñ a visto había Refugio llegar G ó m e z con y a el objeto resultado de la m a y o r á en m o m e n t o de repetidas, q u e se trataba si b i e n p o r u n a para en par- toda la s u m a afrontar por que, las otra que parte perdiendo el caso de ba- sus acciones, creyó deber salvo antes de requiriera. da- importancia. G ó m e z que necesitaba á un se había de libaciones procedimiento, conciencia nerse los retaguardia. saben frecuentes, cuanto asunto valor pormenorizadas dicho m a s lo cono- del quien diera á persona un por la que su costumbre, valor por medio tanto de según t e le p r o p o r c i o n ó entregado la h o r a para fidedignas Salomé; m a n e r a valedores lectores de compañeros. D e de de expedición. Gómez, d o uno sus atacar el c o n v o y Nuestros en las d e los pasajeros, le hizo G ó m e z arboleda de y tarde, caminaba carruajes; de esta arrancarla devorar amparado, eligió dos de entre una poder que y a se a p r o x i m a b a de vida desesperación. tiempo que últimos ha- atormentaba sus tristes pensamientos, hasta ciendo que probar venida lo hacía la había desgarradora. sus celos, reducido á u n a entregaba también de su le hacían considerar que brazos, todas m á s desear h o m b r e : tenecía peripecias y placiones Pero las prisiones mil fatigosa é inquieta, recordaba así la polo C A P Í T U L O X V I I . L A NATURALEZA AMANTE. JG—tS^'SVí) < ^ y ¡NA ráfaga de 1 n a acababa la brisa d e la de .¿J líos algunas algunas'estrellas dían en agitar flores que m u g i d o de la prolongado hacienda, anidan en los techos m a r o n la cabeza su lecho M a s ta- dormían; se hun- espacio. Varios pajarillos despertaron tablo m a ñ a sus imperceptibles el azul del de un en y estrépito q u e salió los de los sobre al del es- gorriones que corredores aso- las gramas secas de caliente. listas las golondrinas se habían pa- rado y a e n las blancas molduras del nario, m i r a n d o h a c i a el O r i e n t e : el lo en ñas tanto en dibujaba el perfil d e campaLas crepúscu- las el f o n d o del primer l a m p o monta- luminoso. madres porque es de despiertan el p r i m e r amor: aliento á p o c o fué levantándose un q u e insensiblemente crecía: la p a z silencio de la noche empezaban á por esa serie de ruidos n o tienen p o d e r de para nuestros m o v e r que el h o r m i g a h a n sirvieron de enviado de u n arrima puerta que al rueda insecto las flores sol n o h a todavía las azucenas atravesando su pacios la oración de la madre. los es- precioso las naturaleza se rejuvenece cada día en piedrecitas hormiguero; el desprendido al que adivina el día; primera, porque que se desprende al en por las ella que flores, recoge los siente brotar porque el el primer el acento de el estrellas, y a v a a m o r junto con e m p u j e todavía al espacio acentos m a s puros, broche cielo oídos. que p e q u e ñ o terrón todos al efluvio, y la h o r a q u e de casi L a L a preces; y apagar las últimas primer aparato y levantan ser n o turbados se y podido el naturaleza r u m o r las primeras sordo temprano, la de todos los nidos los lechos maternales P o c o m a s de del m u n d o es de a m o r y de espe- imranza. pulso d e de seres la savia; el despertar q u e están tes; las caricias d e q u e vuelven m i s m o y á tiempo, mil p e q u e ñ o s muchos sentir millones miles de día n o que y el en el saluda á que rumor Dios par- madres a m o r conjunto ruidos, para preceda días. el forman un microscópico universal de escondidos en todas de el al mil m u n d o del todos himlos ¡ H o r a sublime de misterios y que registra en velados todavía por el c r e s p ó n fruiciones deliciosas y aves que en m e d i o se besan, de la contemplar u n de caricias sus goces inefables, y pupilas que penumbra, objeto el sueño; m a n o s cuyo de la secretos es la caricia, labios c u y o se primer dilatan volver que primer noche, exquisitos: para a m a d o medio les á veló movimiento roce es un seco del pertar es de D e a m o r ! das y todos esos misterios se levanta la dadera oración primera de las criaturas, y sonrisa de la naturaleza por es ver- eso la las lanzas gaduras que doce de estos primeros síntomas d e distintos bles comenzaron todas el creccendo Y a son su aquel apartarse que, ricas d e sangre coro las v a c a s d e la obligadas á en de y d e vida al h o m b r e ; y lejos comienzan prolongado, hijos á la van ven hora á dar contravención, un m u g i d o acaso n o se es otra sordo cosa y que es el rechinar les y las puertas d e corra- trojes q u e se m e z c l a al m ú l t i p l e balido las ovejitas, q u e para n o tropel Y a tadas de se anuncian con ser a b a n d o n a d a s p o r la m a d r e del rebaño que es el cacarear en la de los los hacienda, difícil las altas estacas ó sale d e las al las gallinas ramas á la desfilar las carre- tarde trayendo el de de sembrados. costados en de t o d a s las chozas se tillas de los las negras paredes resinoso y y de particular par- porque y a las h u m o tor- azul casitas, y l a m e olor se difunde p o r las ran- que comienza á arder la leña ó la buñiga. L o s perros se asperezan d e n en coro los de las de manos, la un en la casa d e la árbol un las cantan saltar las preparan peones; d i e n d o al b a s u r e r o u n el d e la casa d e comienza á oírse cierto ruido en alboro- un dos gritos campo. m a n i o b r a de en ticular de las p a l m a s cherías, por lamento. Y a de que volverán H a c i a que ellos, tal tal sacrificio, les a r r a n c a u n sus li- formar universal. para las durante percepti- partes á ordeña resistir los bueyes la grano por al coyun- horas. tas que vida real, los s o n i d o s de arado, soportarán las inefable. M a s Después corral: y a es el crujir d e mitiéndose algarabía un olfatean, desayuno; los hacienda, y y de las golondrinas se y pi- gallos respon- cercanías, c o m o «alerta»; los canarios d e la casa, y mezclan trasá al gbrgear ese ruido la de inconfun- dible q u e su h a c e n los guajolotes en e n de taban fin, cien en radiante, y aparecido; rico de alegría el sol, prece- y mil girones de colores, el espacio diáfano, c o m o que flo- sobre L a naturaleza con sus mil raudales da, invitaba al h o m b r e meditación, al éxtasis d e sencia del t u m b r e s tes lechos galana y universo; de los placeres la criatura pero las la ciudad retenían á los viajeros, rica en roncaban a ú n El jardín á y armonías, á la carros. cuello y rayos mientras alegres bandadas de en sol q u e azules, t r e p a n d o se en pequeños la tierra las semillas del ovario d u r a n t e la noche, descuidados en su primer para ó salida. campo, allí las E n rendijas de boscaje flores que rojas y las los cubría cuadrado. observación entre los elevaban aquel detenida, espeso follaje balaustrada. efecto, hubiera podido corroborar idea, notar de u n a bajaban s o b r e las r e t a m a s u n a que encontrarían del jardín se ángulo del distinguir algo c o m o placer, elevaba por formando un un de busca palomas espesas enredaderas cubiertas de casi t o d o tornasol, posadas que extremo Se necesitaba los p r i m e r o s pajarillos, buscaban del sabiendo un sauces, y algu- esas pequeñas escapados Hacia las cornisas delicias. cerca de las casas d e camino, hora las p u n t a s d e los árboles, recibían c o n losjnsectos viven convidados aquella los coquitos, Los las gorriones al jardín e n y sus cuotidianas granos cos- los se lanzaban de vi- calien- y la hacienda pre- muelles en los la casa e s t a b a solitario: nas tórtolas de desprendidas de en olivos, y profundamente. de q u e de los sobre las v e n t a n a s al m o n t e s . de gorjeaban abandonaban variadas banderolas, iba á aparecer magestuoso los zenzontlis altas ramas d e vida, había dido Algunos de bienestar. E l día, y el a u g e que al t r a v é s enredaderas de los descendía esta intersticios una figura blanca. E r a Chona, quien, según recordarán tros lectores, tenía m á s motivo que nuesotras gentes para estimar delicias del cubiertas de en agua que samente en la que valen con por las arena, salvando techo de llegó á u n a había se d e s p e ñ a b a sobrepuestas u n gruta corriente de de cuidado- confundirse un uso de p e q u e ñ o arroyo. E r a que un u n había g a n a d o en hermosura; y era que á hora aquella y a paseaba en que, quien lejos de estaban m u y aquel h o m b r e cazador; y rodeo lejos por de m a s ser bien después de primorosamente ataviada, y ciertas callecitas, buscar sobre la arena al encontrarlas se n o en de una m a n e r a mezcla y en todo á que la aquella en y de deseo, acusaba gruta c o m e n z ó flores, su á que semblante flores eran las huellas de unos haber sido n i ñ o : el c a z a d o r de C h o n a esa sobresalto desde luego intenciones n o de del el las imprimiera, y u n a de na, n o movimiento contemplaba c o m o queriendo aquellas marcas sabemos podría traducir un de la leer pintadas cuántos las en cada la are- que sólo en signos h o m b r e que enamorado. candorosas. H a c i a el e x t r e m o que dado irreprochable. fisonomía de inquietud de arrojo llevar la poeta peiadivinando H a b í a hostiles. u n sé qué retrató que alegría. los de u n nada h o m b r o haber piés de mujer, que bien podrían el jardín, cauhacer cinta de seda, y las intenciones •Aquellas de notar efectivamente s u a r m a l a l l e v a b a c o l g a d a al abrigaba la C h o n a cazador con u n a arti- surtidor venía á y callecitas sobre rocas y u n a verdura, caprichosas cuyo fondo tranquila E r a u n las saba su sobresalto; sólo C h o n a al jardín, escalera caracoleando ficial, lo campo. Descendió pequeña en acababan del jardín, los pajarillos de bajar de distintas direcciones pasos del cazador. sus nidos p o r q u e volaban sentían los Traía el c a z a d o r u n altas botas plegadas, y ro'de traje color de un finísimo paja; terciada traía la calzados los guantes de bolsa ante, y plomo, sombre- de caza, sobre el u m r n m ftn» h o m b r o dos izquierdo u n a escopeta belga d e cañones. C h o n a — E s sintió los pasos, á taron los latidos de vador a c e r c a r s e á la U n m o m e n t o su corazón, y luego se rústica á orillas del y contes- vió á Sal- gruta. después m a n o s los que la — N o ; ra ¿por qué se estrecharon sentaron en una las del de y empiezo te pesar de un pequeño es m i en vez de heliotropos. acuerdas del caso tu espiritismo? pesar, el plazo se prolonga acortarse. á vacilar tu fé? fé no, m i resistencia. Salvador. — E s o es para que te acuerdes aspiro tú sabes — P o r q u e — ¿ P o r las qué — P o m a d a ; decir en su — ¿ P o r aroma. cosas tan bonitas; siento, contestó Salvador cariño. estuviste triste ayer? contestó Salvador, m a n e r a — ¿ E s o de n o m e satisface tu res- qué? — T e m o que por la p r i m e r a v e z m e estés engañando. con profundo tono algo tuyo Chona. una que puesta. —Solo dijo vieras siempre mí. —Sí; de m u c h o heliotropo, — S i de dímelo. r a m o — M i dijo hacer m u n d o . — ¿ E m p i e z a — S i e m p r e á menti- arroyo. Salvador pensamientos existe la banca — É s e dió á n o has estado triste? — P o r q u e — ¿ Á C h o n a verdad. entre nosotros que se m e cariñosa lo conoció dice á mí? dijo reconvención. mintiendo Chona. C h o n a Salvador en contestar. — N o , dijo, n o te engaño. C h o n a corroboró su idea y se puso pen- sativa. — T ú en se tardó eres — E n estoy m í triste. —¡Injusta! ahora n o la que te p o n e s debes estrañarlo; triste. siempre h e — N o : sensible. ¿ P o d e m o s acaso ser visto cosa m a s ella lices c o m o lo son otros qué tiene su m o d o el e s t a d o mos, que te estoy es tu no tener de riña con es cierto, fuerza fé en acojo h o y para nos esas en encontra- cabeza ni razón. cosas porque luchar el p o r v e n i r ; c o m o á la negar á única con y desde el la tabla triste, que tormentos cambiarla dor de de m e salva- has ¿qué po- tienes? b e m o s de el contrario: — L a humanidad, seres capaces de t o m a r ni pueden la vista ¿qué decir en que derretran- h a y parte en somos ese universo viviente; nosotros otros nuestras ante todo alegre, p o r q u e es perior al dolor; orgulloso, á sí por que se su- basta m i s m o ? - ¿ N i e g a s , Salvador tre la criatura y co; hablas m o v i d o cuya mío, la relación la naturaleza? por causa m e Chona; u n es te en- desconoz- sentimiento de desconocida. hablo con el corazón. eso. esto es de lo que veces, continuó C h o n a con tono dem a s cariñoso m e has h e c h o de será las mejor flores, naturaleza que de se la hablemos... y persuasivo, otras veces la relación tú mis- teriosa y providencial sotros y la naturaleza. que existe entre no- naturaleza? entristece cuando Salvador, y o Escúchame, y veras ¿Te acuer- te das naturaleza... repitió comprender del sufrir. — L a la podría c ó m o veo tan hablar. — ¿ N o campo, leyes nosotros: todo sonríe, toda esta — O t r a s — P o r sus ni las lágrimas Vuelve ¿Ouién rencor Salvador? hablemos de jamás. quilo. — N o , — N o ser y que q u e cual m e n o s destino, filosofía á ver, tú n o que? estás q u é sufres, lo es esa al p r i n c i p i o ción. Pero, v a m o s ¿por que felicidad tristezas? espantaba dido en la amo. dado m e encontrar excepcional — E s o , h a para se necesita n o — Y o de severas, no? los — P o r q u e naturaleza: amantes? inmutables y — ¿ P o r egoísta q u e la fe- n o h e aprendido tus lecciones. c u á n t o has-deseado verme en el campo? — 248 — ¿Ya olvidaste nuestros — 249 — sueños y nuestros oído proyectos? A p e n a s se h a n realizado te m e nifiestas ingrato con lo que tanto sus trinos m a s melodiosos; h a parecido c o m p r e n d e r hasta esos deseado. Y o n o he cambiado, Salvador, ñar; este sitio, agua, esta nos, las esta s o m b r a flores que m e hiciste gruta, ese q u e los se m e c e n á nuestros que trinan, todo, todo esto lado, tiene para tú, con m í h e un encanto creído tan todo, estabas en desde m i de todos mis ciega, h e corrido tras en mujer alguna en desdeñar; y entonces, el llenando, espacio; y lo a m a b a todo, cuanto m e rodeaba eras tí hasta en el tú, porhabía irresisde aire que respiraba; mil Salvador, a m é la naturaleza, c o m o amiga de m i amor, m e identifiqué con felicidad,' se c o m o m e h e contigo, identificado y atrevería a m é á partes, hasta Palpitante, una el m u n d o todas imaginación compensación, todo ella, que mi tú á u n a loca y á llenabas piés, á indemnizada tormentos. lo de entonces, veces ha hablado tu a m o r fres- algo m e todo porque q u e tible, q u e entonces alma, yo, las aves árboles, so- chorro que nos prestan los yo, del viento; la felicidad mur- habías mullos apacibles de la fuente, de sí h e t o c a d o entonces ma- Salvador, c o m o ninguna mujer C h o n a hablaba, ha a m a d o en el cuando mundo... m e he a m o r ro á considerado de la naturaleza, mi m e con entre mis manos, el he tesoro que entonaba felicidad; entonces he podido en el azul del de e s c u c h a d o el cielo; entonces, en el a m o r ; q u e es capaz el a l m a éxtasis entonces de la han Mientras estado recibiendo extasiar- amor, centupli- después con fin, todos y tenido para habían del ron mi con con Del arrobada contemplación las aves • hossanas cada mi sensibilidad,he podido saborear los deleites de tu co- u n los recogimiento arrobamiento u n a ternura fondo del esprimido ardientes en í casi aquel místico; delicioso, de y Salvador, dos lágrimas, sus había de por profunda. corazón esos prismas radiosos i- Salvador efluvios ojos; y q u e las que al se asoma- través lágrimas de for- m a n en Chona, la Chona dor, visión, c o m o y torrente dos almas, — T i e n e s cabo razón, — ¿ N o jando contempló a m o r solas en Chona, de en Salva- corrió el un es egoísta? Salvador así c o m o gozamos, es al ella que inexorable gozar con la arro- cambia nos hace con cuan- nosotros — ¿ C u á n d o — C u a n d o qué? interrumpió somos culpables. —¿Culpables? — ¡ Q u é horrible tiene doloroso que por desgracia H a y tan un es esa todo lo pueda sentirse. es cierto. Dios tan inexorable, la ilusión al cielo que palabra. ¿no hace probar m e n t o terriblemente ¡Ay! justo, h a y Salvador, u n a si c i e n v e c e s m e de al nuestro abismo ley eleva a m o r , d o n d e debían continuó premia y efímeras só- devoro la v e r d a d , aque- la castiga; delicias todo á d o n d e que nos y el formidable voz de vanta c o m o un ble; entonces entonces que cam- de de rodea para nuestra entonces con m u r m u - furioso, y el preña entonces cielo de que la noche, amenazan, y inarticulado y se nubla y se todo lo que nos rodea gi- nubes nuestra conciencia se a m a g o todo en nos sueños nos nos m o - perdidos entonces silencio si un el m a r Salvador, diáfano, se espantosas; y en desencadena amenaza; natu- y de antes nos regaló contemplamos negras lo se ven los extraviados llos apacibles, se y Chona, bien pronto á d o n d e es amargo, y m e Salvador, conducir á los q u e n o las m e r e c e m o s , bio, n o s s u m e r g e soledad finjido otras tantas desciendo es sólo piedad, exclamó Salvador; el v i e n t o palabra! m a s por a d o n d e loca fantasía. Entonces, Salvador. n o pronuncies esa d o n d e reflexiones. —Sí, siempre cuando verdad? — ¡ C h o n a ! adivinando raleza también ¡Ay! agregó á remordimiento. llas silencio. profundo suspiro, nosotros; y entre m u n d o . dijo lo palpo la v e r d a d y el es verdad, insistió Chona, n o á celestial. 'mirada de de u n largo rato naturaleza do creación fijó á s u v e z s u un aquellas Salvador u n a la la le- terri- entristece, es a m e n a - m o zante, porque es la intuición la q u e nos m a r c a malos pasos. de el h a s t a a q u í la justicia de que soy nuestros Al ¡Chona, por Dios! m e estás cerrojo. sabido elevarme hasta asiento, m a t a n d o . -el c i e l o , para hasta abismo. el — E s e n o has h a c e r m e abismo se parece — E s descender después es la verdad á la m u e r t e : y es la la verdad de a m a r m e , pero y nuestra en dicho, creerme hasta y a apelo á el p e s o das, c o m o m e la ignorante, hago, m i d o malas debe según consistir las consecuencias resistir conciencia: valor, y o n o de nuestra abnegación, has arrostrar con a m o r el de ves, y o mezquina son mis y sé levantar la frente acciones, el acababa de C h o n a se movidos las m a n o s chirrido de levantaron por con u n de su se precipitación tiempo pronunciaron esta se escurrió á lo largo de u n a C h o n a volvió á callecitas del jardín, y de subiendo el b o s q u e antes había salido recorrer las la de verdura, radiante de que tom í amor; deber, co- ta- curvas escalera, de don- alegría. de y y palabra. en lo un resorte; tengo reprobadas por ante aves, disculpa no, y o sé todo de tú las nuestro torcedor •misma, las ofrezco en aras de nuestro y o y se perdió e n m e de desagradable c o m o Salvador pia, y te has arrepentido de- — M a ñ a n a . luz. Chona? — N o ; el estrecharon casi á u n cierto. — ¿ A c a s o m i s m o canto Salvador t a m b i é n social digna. dulce mezclarse — ¡ C h o n a ! — T ú sé bajarla ante la reprobación FIN DE LA SEGUNDA P A R T E . ÍNDICE. Páginas Capítulo I . — L a partida 7 I I . — L a primera jornada. . . . C a p í t u l o I I I . — E n el cual el lector vuelve á encontrar á una conocida suya. . . . C a p í t u l o I V . — D e lo que les aconteció á los Capítulo viajeros en una mala tarde '23 37 49 Y.—El chubasco C a p í t u l o V I . — E n el cual se verá bajo qué auspicios vuelven á encontrarse Gómez Capítulo y Salomé 63 77 Capítulo V I I . — E l recibimiento Capítulo V I I I . — E l proceso IX.—De cómo la justicia prefirió la 103 maroma á los procedimientos. . . . X.—De cómo doña Refugio prefería 111 el calabozo á la maroma 127 XI.—Cae en poder de la justicia u n pájaro de cuenta 139 Capítulo 89 Capítulo Capítulo 19» Capítulo X I I . — E n el que continúa el asunto iniciado en el capítulo anterior. . . X I I I . — E n el que se conoce la utilidad de un certificado pedid» á tiempo. C a p í t u l o XIV.—De lo que les había sucedido á Gabriel y á don Santiago. . . . 159 Capítulo 173 193 ^«BS* ^•»BSíí; Capítulo XV.—Continúa el relato de lo que h a b í a n hecho Gómez y el Pájaro, antes del asalto á la familia 211 Capítulo XVI.—Continuación del anterior . Capítulo XVII.—La I N D I C E D E naturaleza a m a n t e . L A S . 225 235 L Á M I N A S . Páginas. Melquíades e l payaso, E l lacayo y el gato Castaños. al cromo, (portada)