Agenda Pública - analistas de la actualidad

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TRES PARADOJAS EN LA DEFENESTRACIÓN DE SÁNCHEZ
LA CAUTELA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
QUÉ (NO) PASA EN EL PSOE
DOS OPOSICIONES MUY DISTINTAS A LA GLOBALIZACIÓN
DESIGUAL
LAS VELEIDADES PELIGROSAS QUE ESCONDE EL
REFERÉNDUM HÚNGARO
UN ‘NO’ INESPERADO
NO, LA UE NO ES “EL SALVAJE OESTE”
Octubre 2016
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NUEVA POLÍTICA
Firmado por: Juan Rodriguez Teruel el Sábado 8 octubre 2016
TRES PARADOJAS EN LA
DEFENESTRACIÓN DE SÁNCHEZ
El “sábado rojo” que vivió el PSOE el pasado 1 de octubre no fue un episodio inédito en la historia de los partidos
políticos, ni siquiera del PSOE. En la vida de estas organizaciones suele ocurrir que, cuando la lucha por el poder
interno llega a un punto de división profunda irreversible y las fuerzas están muy igualadas, la disputa final sea
virulenta y sin cuartel. Solo quien está en disposición de utilizar todos los resortes al alcance acaba sobreviviendo.
Que Pedro Sánchez tuviera que dimitir nos indica la fragilidad con la que había llegado a esta cita frente la
determinación de sus oponentes. Las formas no fueron muy distintas a las de la caída de Santiago Carrillo o
Margaret Thatcher, por mencionar solo algunos referentes conocidos. La diferencia fueron La Sexta y Twitter.
Muchos analistas han señalado las dudas estratégicas sobre la jugada, puesto que el PSOE se encuentra hoy en una
posición peor que hace un mes para resolver sus dilemas. Si Sánchez tenía ante sí tres alternativas (abstenerse ante
Rajoy, apostar por unas terceras elecciones o intentar un improbable gobierno alternativo), hoy el partido solo
puede optar entre claudicar ante Rajoy (tras perder cualquier capacidad de negociación seria) o acudir a unas
elecciones que irremediablemente significarán su hundimiento electoral. Como lo segundo es peor que lo primero,
apenas existen dudas de lo que acabará votando el grupo parlamentario socialista (o una parte de él): ganar tiempo.
Las formas fueron como las de la caída de Carrillo o Thatcher, la diferencia estuvo en La Sexta y Twitter
La caída de Sánchez buscaba abortar el inminente acercamiento a Podemos y a los partidos nacionalistas en una
última tentativa para formar gobierno, y trataba de evitar que lo hiciera protegido por el apoyo de las bases. Sin
embargo, a medio plazo, la nueva dirección que surja en el próximo congreso no va a alterar sustancialmente estos
parámetros seguidos por Sánchez. Esta será la gran paradoja de su defenestración, que en realidad son tres.
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La primera paradoja, el PSOE seguirá virando a la izquierda. El declive electoral del PSOE está bien identificado. Ha
perdido electores en todas las direcciones, y muchos partidos se han beneficiado de ello. Pero su mayor caudal de
pérdidas se dirige a Podemos, en el que han acabado muchos exvotantes (uno de cada tres de los que apoyaron a
Iglesias), y, aún más preocupante para el PSOE, muchos potenciales votantes jóvenes que ya ni siquiera se plantearon
tomar la papeleta socialista.
Como sucede con otros partidos socialdemócratas europeos, la transformación social de largo alcance, el impacto
de la crisis en las clases medias y el coste de haber tomado duras medidas al inicio de esta son algunas de las
principales causas de la pérdida de músculo electoral. Se trata de votantes con estudios universitarios, en entornos
urbanos, más bien jóvenes y difícilmente persuasibles con la retórica tradicional de la izquierda estatista. Un perfil de
ciudadano que probablemente observó con mucha severidad la cadena de acontecimientos de la crisis interna del
PSOE. Parece difícil que se pueda recuperar a ese votante con el mismo discurso que muchos líderes autonómicos
utilizan todavía para mantener el apoyo de los votantes socialistas más fieles. No está claro que sea un apoyo
recuperable, pero una cierta podemización del discurso del PSOE parece ser ineluctable.
En las comunidades con partidos nacionalistas Podemos ya ha dado el sorpasso y relegado al PSOE
La segunda paradoja, el PSOE tendrá que seguir tratando de recueprar el norte. La caída del PSOE ha sido
particularmente intensa en aquellas comunidades donde compite con partidos regionalistas o nacionalistas. En
realidad, en todas ellas Podemos ya ha alcanzado el sorpasso y ha relegado al PSOE a la tercera o cuarta posición en
alguna de las elecciones realizadas en el pasado ciclo. Y en todas ellas la mayoría de exvotantes socialistas se ha ido
hacia formaciones políticas con un discurso más favorable a la autonomía, apoyando una descentralización mayor y
un reparto distinto de la financiación autonómica. De nuevo, Podemos ha resultado el principal beneficiado. Quizá
Cataluña sea el caso más ejemplar, pero no el único. Tradicionalmente, estas comunidades aportaban el mayor
número de diputados al grupo parlamentario socialista del Congreso. Sin embargo, desde diciembre de 2015 su peso
ha caído hasta quedar eclipsado por el de los diputados que provienen de las comunidades meridionales. ¿Se está
convirtiendo el PSOE en el partido del sur? Es sin duda un juicio impresionista. Pero cualquier atisbo de recuperación
socialista pasará por mejorar su posición en las autonomías del norte con identidad plurinacional.
La tercera paradoja, el próximo líder seguirá apelando a las bases. El detonante de la caída de Sánchez fue el anuncio
del calendario de primarias inminentes. En este aspecto, Sánchez realizó un movimiento Corbyn: tratar de reforzar
su autoridad ante las crecientes críticas internas apelando a las bases. Los críticos han evitado el primer intento, y han
alertado de la perversión a la que puede abocar la lógica plebiscitaria, sobre todo cuando esta se opone al interés
electoral del partido. Sin embargo, a pesar de las contradicciones y problemas presentes en los mecanismos de
democracia directa dentro de los partidos, que puede alimentar contradicciones entre la lógica de los militantes y la de
los votantes, el creciente papel de las bases en la legitimación interna no tiene marcha atrás. El próximo líder del
PSOE deberá pasar la prueba del voto directo. Por eso, la batalla al respecto no será tanto sobre la conveniencia o no
de este mecanismo, sino más bien sobre quién redactará las reglas bajo las que se celebren las próxima primarias.
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REFORMA CONSTITUCIONAL
Firmado por: Argelia Queralt el Sábado 8 octubre 2016
LA CAUTELA DEL TRIBUNAL
CONSTITUCIONAL
La reforma de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional en 2015 por la que se reforzaban las potestades del
Tribunal para asegurar la ejecución de sus decisiones provocó reacciones contrariadas entre algunos
constitucionalistas. Coincidían que las nuevas potestades, reconocidas en una ley aprobada en solitario por el grupo
parlamentario popular, eran una equivocación porque alteraban la naturaleza del Tribunal Constitucional, y, más
relevante en el actual contexto, evitaba que el Gobierno, de nuevo, abordara el conflicto con Catalunya a través de las
herramientas propias de la política, traspasando esta responsabilidad a los órganos jurisdiccionales.
Ayer el Tribunal Constitucional dictó un Auto en que se resolvía un incidente de ejecución de 2 decisiones
constitucionales relativas a la Resolució 1/XI del Parlament de Catalunya, “sobre el inicio del procés
”. Y en él, entre otros elementos que ahora se explicarán, el Alto Tribunal acepta, al menos en parte, su nuevo papel
de resolución de conflictos políticos iniciado por la reforma de su ley. Si bien reconoce que tiene pendiente resolver
sendos recursos de inconstitucionalidad presentados por los gobiernos vasco y catalán contra aquella reforma de
2015, afirma, sin solución de continuidad, que dicha pendencia no le impide entrar a valorar las medidas sugeridas
por el Abogado del Estado para poner freno al supuesto incumplimiento de la STC 259/2015 y el ATC 141/201 6
provocado la Resolución 263/XI del Parlament de Catalunya, “por la que se ratifican el Informe y las Conclusiones
de la Comisión de Estudio del Proceso Constituyente”. Vayamos por pasos.
En primer lugar, el TC ha podido dictar este último Auto porque en la sentencia 42/2014, cambiando una
jurisprudencia continuada, otorgó a la resoluciones parlamentarias valor jurídico. Esta naturaleza jurídica es la que
exige nuestro ordenamiento para que el TC pueda controlar la constitucionalidad de un acto. Y lo hizo para declarar
inconstitucional la Resolución 5/X del Parlament por la que se aprobaba la Declaración de soberanía y del derecho a
decidir del pueblo de Cataluña. Para llegar a esta conclusión el TC afirmó que las Resoluciones parlamentarias, hasta
la fecha siempre consideradas actos parlamentarios propios de la función de impulso político, podían ser sometidas a
su escrutinio de constitucionalidad. Pese a lo discutible de este planteamiento, lo cierto es que la sentencia está ahí y
que el ordenamiento jurídico obliga a que las sentencias del TC sean respetadas y cumplidas por todas las
instituciones públicas. Precisamente con esta finalidad, como se ha dicho más arriba, el Partido Popular aprobó la
reforma de la LOTC que ha dotado a la jurisdicción constitucional de nuevas facultades para asegurar la ejecución de
sus propias sentencias. Bien, quizá no tan nuevas porque, y retomo ahora el argumento inicial, el Tribunal empieza su
argumentación diciendo que puede resolver el incidente de ejecución porque su ley, ya antes de la reforma de 2015, le
otorgaba poderes suficientes para hacer cumplir sus sentencias. A saber: multas coercitivas, suspensión de
autoridades públicas y la deducción de testimonio de particulares al Ministerio Fiscal respecto de las
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responsabilidades penales. Eso sí, hasta la fecha no se había visto nunca compelido a utilizarlas.
A continuación, el Tribunal Constitucional argumenta abundantemente sus motivos para considerar que las
actuaciones parlamentarias señaladas por el Abogado del Estado y el Ministerio Fiscal suponen un incumpliemiento
de sus sentencias. Sin embargo, pese a lo prolijo de su argumentación y pese a las medidas de las que dice disponer
para garantizar su función, más allá de declarar la nulidad de la Resolución 263/XI, el Tribunal se limita a notificar el
auto a las autoridades catalanas parlamentarias y gubernamentales afectadas, advirtiendoles, eso sí, de que se
abstengan de ejecutar de cualquier forma la Resolución de marras o desoir de cualquier forma su Auto. Si no cumplen
esta advertencia, deberán atenerse a las posibles consecuencias jurídicas, también las penales. El TC, pues, no utiliza
ni la multa, ni la suspensión, de ejecución directa. Solo al final, se dirige al Ministerio Fiscal para que, si lo estima
oportuno, inicie el procedimiento penal que considere, que tendría consecuencias bastante dilatadas en el tiempo.
Así, el TC se mantiene cauto, haciendo protagonista, en su caso, a la Fiscalía, órgano dependiente jerárquicamente
del Gobierno del Estado. El Tribunal, al menos de momento, evita ser el responsable del (nuevo) último choque de
trenes entre la Generalitat y el Estado, dejando todavía abierta la resolución política del asunto.
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NUEVA POLÍTICA
Firmado por: Eduard Roig Molés el Jueves 6 octubre 2016
QUÉ (NO) PASA EN EL PSOE
Lo que ha sucedido (o está sucediendo) en el PSOE tiene explicaciones diversas. Sin duda, se trata de una cruda lucha
por el poder interno en el Partido, que pone de manifiesto los interesantes problemas de convivencia entre formas
“participativas” de democracia directa (primarias, consultas a la militancia…) y estructuras orgánicas representativas
de base territorial. Pero esta lucha podría expresar al menos tres distintos debates: uno ha sido reconocido; otro ha
estado implícito; y un tercero, lamentablemente, no está ni se le espera.
1. El debate al que asistimos de modo expreso es el de la posición del PSOE respecto de la investidura de Mariano
Rajoy como Presidente del Gobierno. La discusión entre el no (“No es no”) y la abstención (sea entusiasta,
vergonzante, técnica o responsable) ha monopolizado las últimas semanas de debate público en el PSOE, tras una
cuando menos curiosa ausencia tras los resultados inmediatos del 16-J. Diversos artículos, y especialmente uno de
José Borrell, nos han explicado con claridad cuáles eran los términos del debate en su momento (abstención a cambio
de negociación de políticas o abstención “responsable” desde la oposición rotunda) y cómo se han reducido ahora a la
mera abstención asumida en las condiciones que el PP tenga a bien proponer.
2. Pero los efectos, condiciones y alternativas de la abstención han estado lejos del debate político socialista antes de
la fase final de la crisis. Durante esas semanas la discusión se centró en otro aspecto, implícito ahora en el desenlace
final: ¿con quién puede entenderse el PSOE? O, más claramente, ¿qué actitud toma el PSOE con Podemos? Dejando
de lado la cuestión de que ésa es necesariamente una decisión compartida con aquél que reciba sus proposiciones, el
PSOE se ha escindido entre ensayar el acercamiento a Podemos y a (algunos) partidos independentistas catalanes en
búsqueda de una mayoría alternativa o alejarse de esas fuerzas en busca de un refuerzo de la estabilidad y la
centralidad, cuando no de la visceral reacción; y siempre de la mano del cálculo electoral de los efectos de tal
acercamiento y sus consecuencias sobre la unidad interna.
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El PSOE necesita obviamente aclarar su relación con posibles parejas de baile. Debe decidir si Podemos es el
enemigo a batir en la lucha por el voto de izquierdas o el compañero de viaje en la reformulación de esa misma
izquierda. Y si debe tratarse como una (lamentable) coyuntura que se diluirá o como una realidad estable que
condicionará la formación de mayorías en el futuro. Esta segunda concepción exige abrir la puerta a la colaboración,
en sí misma y como elemento clave para poder negociar con cierto margen con fuerzas como Ciudadanos o, incluso,
el PP. Debe también valorar si el independentismo (más o menos innegociable) es una lacra que distorsiona cualquier
diálogo político y, en consecuencia, lo impide; o si es una posición política que permite negociar otras cuestiones e
incluso proponer alternativas que retornen ciudadanos catalanes a la voluntad de ser españoles.
3. En nada, en cambio, se ha vinculado el debate vivido con aspectos de fondo como las políticas frente a la crisis, el
modelo fiscal, educativo o de políticas sociales o productivas ni sobre los derechos de los ciudadanos o el papel y los
límites (ya innegables) del Estado. Para qué hablar de propuestas orientadas a las instituciones europeas donde,
parecemos olvidarlo, España tiene voz y voto; y donde retos que superan la capacidad de acción del Estado pueden
abordarse. El silencio sepulcral sobre estas cuestiones (que bondadosamente se presumen ocultas tras el debate entre
abstención y gobierno alternativo) sólo se rompió con el interesante proceso de discusión con Ciudadanos, asumido
por los expertos del Partido más que por sus líderes políticos. Luego, la nada. El contraste con lo sucedido en el
laborismo británico o en las primarias demócratas en Estados Unidos es lacerante.
La victoria de los “críticos” y la consecuente Comisión gestora deben ahora decidir sobre los pasos a seguir. Gestora,
Comité federal y Grupo parlamentario tomarán las opciones que crean adecuadas (dentro de sus posibilidades) sobre
la investidura de Mariano Rajoy y valorarán una vez más sus efectos electorales e internos en el Partido. Y cuando
haya Gobierno, tras la abstención o las terceras elecciones, el PSOE abordará de nuevo la elección de nueva
dirección, que sin duda se planteará la política de oposición y las relaciones con el resto de partidos. Quienes nos
hemos sentido próximos al PSOE porque sus inquietudes y propuestas eran las que más se acercaban a nuestras
opciones políticas tememos que, de nuevo, lo que menos va a importar en ese proceso son los aspectos de fondo;
unos aspectos que, en cambio, quizás pudieran ilusionar a los ciudadanos y ofrecer asideros más seguros en futuras
decisiones de alianzas o investiduras.
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IMPACTO SOCIAL
BECARIOS DE "LA CAIXA"
Firmado por: Diego Sánchez-Ancochea el Miércoles 5 octubre 2016
DOS OPOSICIONES MUY DISTINTAS
A LA GLOBALIZACIÓN DESIGUAL
La aparición de Trump en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido, unido al crecimiento de los partidos de
extrema derecha en varios países europeos, han mostrado claramente el malestar existente con el proceso de
globalización. Un segmento cada vez mayor del electorado entiende que la apertura comercial, la libre movilidad de
capitales de un país a otro y el crecimiento de la migración no hacen sino perjudicarles cada vez más.
Algunas de sus críticas aparentemente coinciden con las elaboradas por distintos economistas progresistas
que han mostrado cómo las políticas de apertura, incluyendo los acuerdos de libre comercio, la protección de la
propiedad intelectual y la desregulación financiera, pueden contribuir a un aumento de la desigualdad. De esa manera,
parecería que nos encontramos ante una convergencia entre derecha e izquierda en oposición al pensamiento
dominante.
¿Tiene sentido este análisis ?¿Es útil hablar de “populismo” incluyendo tanto a grupos de izquierda y derecha en la
misma discusión? La respuesta a todas estas preguntas es claramente negativa. La oposición a la globalización desde
la derecha es ante todo nacionalista y anti-cosmopolita. Su objetivo es recuperar los valores tradicionales y establecer
barreras cada vez mayores frente a los otros: no en vano el 79% de los simpatizantes de Trump están a favor de la
construcción de un muro entre Estados Unidos y México y consideran que los migrantes son más peligrosos que el
sector financiero desregulado. En el Reino Unido, aquellos votantes que veían al multiculturalismo, al feminismo, al
medio ambientalismo y a la migración con malos ojos votaron en masa a favor de salirse de la Unión Europea en el
referéndum reciente.
El impulso natural de estos movimientos es claro: sospechar de aquel que es distinto, evitar el intercambio y tratar de
volver a un supuesto momento idílico anterior basado, sobre todo, en las comunidades locales y en la nación. Para
estos grupos y los votantes que les apoyan, el enemigo no es tanto el 1% más rico de la población (de hecho, suelen
hablar de élites mucho más amorfas) sino todo aquel que es ajeno a los supuestos valores autóctonos.
En contraste, el escepticismo progresista es muy distinto. Sin duda, comparte la crítica al libre comercio y a la
movilidad de capitales. Eso es así porque se considera que estos procesos, unidos a la creciente financiarización de la
economía, han contribuido, sobre todo, a debilitar a los sindicatos y generar un aumento exponencial de los
beneficios empresariales
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. Estos procesos, mucho más que la migración, son responsables de las dificultades del votante mediano para mejorar
de forma sostenida sus ingresos mensuales.
La crítica progresista del mercantilismo global es, paradójicamente, cosmopolita. Se apoya en el reconocimiento de
que el intercambio de la información es deseable y que viajar, compartir experiencias y vivir en otros países puede ser
positivo tanto para los que llegan como para los que reciben. Los críticos desde la izquierda no son partidarios de
muros ni barreras: el 91% de los votantes de Bernie Sanders, por ejemplo, estaban en contra del famoso muro con
México. Mientras tanto, en Europa, buena parte de la izquierda—desde la más moderada a la más crítica—coincide
en propugnar un enfoque aperturista de la política exterior, que promocione la cooperación y los flujos de ideas y
personas.
Esta combinación de escepticismo con la globalización mercantil y defensa de la interrelación entre países se
extiende a la visión sobre la Unión Europea de los grupos de izquierda. Por un lado, son entusiastas de de eliminar
barreras artificiales entre personas, facilitar la comprensión entre países que no siempre se han entendido y
promocionar ciertos valores de solidaridad. A la vez, ven con mucha más preocupación el proyecto económico de la
Unión Europea donde la ortodoxia macroeconómica y la liberalización mercantil pueden estar contribuyendo a la
desigualdad entre personas y regiones.
Resulta, por tanto, útil separar entre dos oposiciones distintas a la globalización desigual de los últimos años: una es
cerrada, nacionalista y, en muchos casos, xenófoba; la otra es anti-neoliberal pero, a la vez, abierta e incluso
cosmopolita. Entender esta distinción es importante tanto para los observadores políticos convencionales como para
la propia izquierda.
Al aceptar la doble respuesta al malestar actual, los observadores convencionales (el mainstream en términos
anglosajones) podrán especular de forma más informada sobre escenarios políticos futuros y diseñar políticas más
efectivas y populares. Mientras tanto los críticos de izquierdas deberían ser conscientes de que el ambiente actual es
más complicado que el de hace unos años ya que se enfrentan a dos corrientes distintas: por un lado, aquella
promulgada por parte de la élite económica que continúa defendiendo la profundización de la expansión mercantil
global; por otro lado, otra promulgada por la derecha nacionalista que se apoya en el miedo como respuesta a los
problemas actuales. Para tener éxito, la oposición progresista a la globalización deberá elaborar un discurso crítico
con la excesiva liberalización comercial y financiera pero, a la vez, entusiasta con la mayor interacción entre
individuos y colectivos a nivel global que se ha dado en las últimas décadas.
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PROYECTO EUROPEO
Firmado por: Gemma Pinyol el Miércoles 5 octubre 2016
LAS VELEIDADES PELIGROSAS QUE
ESCONDE EL REFERÉNDUM
HÚNGARO
El pasado 2 de octubre se celebró en Hungría el denominado “referéndum de las cuotas” con la siguiente pregunta
“¿Quieres que la Unión Europea pueda aplicar el reasentamiento obligatorio de los ciudadanos no húngaros en
Hungría, incluso sin la aprobación de la Asamblea Nacional?”.
Antes de hablar de este referéndum, tres datos y un apunte sobre ciudadanía y extranjería en Hungría:
Con datos del censo de 2011, en Hungría, un país que ronda los 9.800.000 habitantes, hay 644.524 ciudadanos/as
que forman parte de alguna minoría nacional, lo que supone el 6,56% de la población total del país. Entre estas
minorías, la comunidad roma (315.583 personas) y la alemana (185.696), seguidas por las comunidades húngaras de
origen croata, rumano y eslovaco entre otros, todas ellas con cifras mucho más reducidas que en ningún caso
superan las 40.000 personas por colectivo.
Según datos de Eurostat, en Hungría la población extranjera la conforman 475.500 personas, lo que supone el 4,8%
del total de la población del país. De esta población extranjera, un 3,1% (unas 309.000 personas) han nacido en otro
país comunitario, y un 1,7% (en torno a 165.900 personas) en un país no-UE.
En 2014, Hungría recibió 41.215 solicitudes de asilo en primera instancia, que se incrementaron a 174.435 en 2015.
Hungría se convierte así en el segundo país después de Alemania en recibir el mayor número de solicitudes (13,9%
en Hungría y 35,2% en Alemania), principalmente procedentes de Siria, Afganistán y Kosovo. El porcentaje de
rechazo de estas solicitudes en Hungría es superior al 90%.
En Hungría, la preferencia por los húngaros étnicos (magyar), ciudadanos del Estado húngaro o no, se encuentra en
muchas de las leyes nacionales, desde la ley de naturalización hasta la regulación de visados, permisos de residencia
o empleo entre otras. El proceso de incorporación de Hungría a la Unión Europea supuso la necesidad de articular
cambios en buena parte de su legislación, especialmente aquella vinculada a la nacionalidad (extendiendo la
preferencia a los ciudadanos UE), aunque en general en su redactado se ha evitado el uso de las expresiones como
ciudadanía europea o ciudadanos comunitarios. Todo este marco legislativo, suele justificarse con la larga y
compleja historia húngara, y a la necesidad de garantizar la identidad étnica húngara, amenazada por los distintos
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procesos históricos del país.
Recapitulando, en Hungría residen hoy poco más de un millón de personas (entorno al 11% de la población), la
mayoría de las cuales son nacionales húngaros o de otro país UE, que comparten no ser magyares como el 89% de la
población. Y desde la llegada al gobierno de Orbán, esto los convierte en un problema. Con un discurso público
permisivo con las expresiones de odio -cuando no incitador de las mismas- no debería sorprendernos,
lamentablemente, que en la Hungría de hoy, las expresiones del presidente Orbán sobre la amenaza que los migrantes
suponen para la identidad europea no suenen tan extrañas a sus conciudadanos como a (la mayoría) de sus socios
europeos. Se ha ido creando un estado de opinión que no deja de sorprender, especialmente por el contraste entre las
cifras y las percepciones. Y por la intensidad de estas últimas.
Fuente: Pew Research Center
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Fuente: The Economist
Además, en los últimos años, Orbán se ha ido consolidando como una voz estridente entre los socios europeos,
enfatizando una visión iliberal de la democracia que no sólo pone en riesgo derechos y libertades individuales, sino
que se basa en una idea de la ‘comunidad’ restringida a unos pocos, que no tiene por qué tolerar incidencias externas.
A lo anterior se suma ahora, inevitablemente, un discurso despreciativo contra la burocracia de Bruselas y, por
extensión, la Unión Europea. Mientras las minorías y la población extranjera rompen la imagen (re) creada de
comunidad de Orbán -hay pocos países en Europa que tengan una historia étnicamente tan diversa como los
herederos del Imperio austro-húngaro-, la Unión Europea se ve como una imposición malintencionada a la soberanía
nacional. La construcción de este doble discurso xenófobo y euroescéptico ha permitido a la Hungría de Orbán –junto
con sus socios del Grupo de Visegrado– convertirse en una de las voces más críticas ante cualquier intento de la
Comisión Europea de responder de manera conjunta a la cuestión de los refugiados.
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En este contexto se celebra el referéndum del pasado 2 de octubre, centrado en debatir si Hungría debe cumplir con
su palabra de acoger 1.294 personas refugiadas provenientes de Grecia e Italia (el primer compromiso de reubicación
adquirido en setiembre de 2015). Y lo hace con una pregunta abierta, confusa y con consecuencias jurídicas poco
claras (no sólo ahora que no se ha ganado: tampoco queda claro que hubiera pasado en caso contrario), que enfatiza la
imposición europea sobre la soberanía del parlamento húngaro y en una campaña donde ha primado el discurso del
miedo que vincula la acogida de estas poco más de mil personas con una cuestión de seguridad nacional.
Pero la pregunta del referéndum esconde una mentira, una excusa y un peligro. Una mentira porque en el marco
europeo, las competencias en materia de inmigración y asilo son nacionales. El Tratado obliga a proteger a los
refugiados y a una acción solidaria cuando los números lo requieren, pero el cómo esta acción debe llevarse a cabo
está en manos de los Estados que, a pesar de los acuerdos alcanzados en los Consejos Europeos, los estados tienen
margen para modificar sus posturas. De hecho, Hungría ya lo hizo cuando en septiembre del año pasado se negó a
participar en la ampliación de las cuotas de reubicación para personas refugiadas. ¿El resultado? Hungría quedó fuera
de los países que, como Italia y Grecia, deberían recibir ayuda para reubicar a las personas refugiadas. Pero según el
gobierno de Orbán, la Unión Europea (sic) sigue imponiendo en Hungría una política migratoria común (que por
cierto, simplemente no existe). ¿Por qué, entonces, hacer votar una postura que puede defenderse en un Consejo
Europeo?
En segundo lugar, una excusa porque la pregunta no se centra en la cuestión sensible y real que debe afrontar el
gobierno húngaro: la gestión de la acogida de las personas refugiadas. Nadie puede discutir el volumen de personas
que llegaron a las fronteras húngaras antes de qué se cerrara la denominada ruta de los Balcanes. Pero el gobierno de
Orbán, en lugar de plantear la cuestión en términos de fronteras exteriores y solicitar ayuda y apoyo de sus socios
europeos, buscó malgestionar estas entradas para crear una situación de caos e inseguridad. Nadie olvida las
imágenes de personas que buscaban refugio siendo perseguidas por la policía, atrapadas entre perímetros enrejados
que se instalaban rápidamente, pero en los que no se habilitaban ni se daban servicios o condiciones mínimas de
acogida. Las pésimas condiciones de acogida de las personas refugiadas; la falta de orden en la atención primera -que
ha permitido imágenes de policías controlando un desorden ‘organizado’- y un laberinto burocrático que dificulta la
obtención del asilo o cualquier tipo de protección humanitaria en Hungría, son ejemplos claros de cómo no hacer
nada puede generar problemas mayores. Amnistía Internacional ya advirtió en su momento que los líderes europeos
debían organizarse, no ‘orbánizarse’, haciendo referencia a la mala gestión del primer ministro húngaro. De este
modo, ha sido mucho más fácil centrar la atención en las cuestiones de seguridad, centrándose en la militarización de
las fronteras húngaras y la construcción de un discurso de odio y de criminalización de las personas refugiadas,
especialmente las de religión musulmana.
Y finalmente, en tercer lugar, un peligro, porque el referéndum organizado por el gobierno de Orbán quiere
rentabilizar esta ‘construcción’ de los refugiados y la Unión Europea como problema. El referéndum no busca dar
respuestas reales sino caldear y mantener un cierto nivel de tensión en la opinión pública, para que ésta continúe en la
demonización de los refugiados, los migrantes y la Unión Europea, todo en un mismo paquete. Y abre la puerta a una
vulneración clara del derecho de asilo, pilar fundamental del derecho internacional público. Lo triste es que a pesar de
haber ‘perdido’ (el resultado no puede vinculante al no haberse alcanzado el 50% requerido de participación), está
aún por ver si este resultado debilitará los posicionamientos de Orbán o le permitirán continuar su particular cruzada
en el interior del país y hacia la Unión Europea, cuyas reglas pretende primero ignorar y después modificar
sustancialmente, esgrimiendo para ello un supuesto sentimiento popular de alienación al proyecto.
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Añadido a este peligro está la pasividad de los socios europeos, de la propia Comisión Europea y, seguramente, de
buena parte de la ciudadanía europea que nos escandalizamos ante estos discursos, pero no somos capaces de
canalizar una respuesta distinta. En 2012, la por entonces Comisión Barroso inició un procedimiento contra Hungría
por no adecuar correctamente distintas disposiciones legales relativas al sistema bancario y judicial del país. Que
después de lo que hemos vivido estos últimos meses nadie haya levantado la mano para sacar ni siquiera una tarjeta
amarilla a Orbán, no deja de ser preocupante. Impide tomar las medidas mínimas en relación con el refugio y dar
respuesta a las situaciones extremas en las que se encuentran muchas personas. Y debilita, aún más, el proyecto
europeo que se basa, y sólo hay que releerse la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, (incorporada
a los Tratados) en “los valores de dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a
los derechos humanos”, y que añade que “las sociedades de los Estados miembros se caracterizan por el pluralismo,
la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la no discriminación”. Si no somos capaces de hacer cumplir las reglas del
juego en todos los ámbitos, los tramposos pueden llegar a poner en riesgo toda la partida.
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AGENDA GLOBAL
Firmado por: Rafael Grasa el Lunes 3 octubre 2016
UN ‘NO’ INESPERADO
Lo inesperado ha sucedido. Los políticos, la comunidad internacional, las FARC, la sociedad civil, las empresas
encuestadoras, incluso buena parte de los que defendían el no, se han encontrado con la sorpresa: en el plebiscito que
ponía fin a la guerra y permitía abrir el camino de la construcción de la paz en Colombia ha ganado el no. Y no valen
paños calientes: aunque la diferencia sea solo de 60.000 votos, la victoria y la derrota han sido claras. Tanto por el
alto número de votos anulados (170.000), como por el hecho de que el sí debía ganar de forma clara y contundente,
dado el apoyo de todos los partidos políticos, menos el Centro Democrático del expresidente Uribe, y de la
maquinaria gubernamental. Intentaremos analizar lo que ha sucedido, por qué, y qué panorama se abre ahora, con
un país que está todavía más polarizado y dividido que en las elecciones presidenciales del 2014.
Dos Colombias
La votación refleja dos Colombias: el país que ha votado, 13 millones de personas (37% del censo), demediado y
polarizado; el gran país silente, el 63% que se ha abstenido. Comparada con otras elecciones (descuento referendos
que no tuvieron validez por no llegar al umbral mínimo de participación entonces del 25%), es la abstención más alta
desde hace 22 años. Habida cuenta de que en las dos vueltas de las presidenciales del 2014 fue del 60% Y 52% es
muy alta, pero no atípica: la abstención estructural es un rasgo endémico del sistema colombiano. Además, ha sido
selectiva, lo que exige afinar el análisis: hay tasas de abstención entre el 73% y el 80% en territorios en los que ha
ganado el sí (Vichada, Amazonas, Magdalena, Atlántico, Bolivar, Vaupés, La Guajira). En suma, el rasgo recurrente
es que la mayor parte del país ha seguido sin acudir a las urnas, esta vez por una combinación de costumbre
habitual y de falta de movilización y/o de incentivos para la ocasión concreta. No se ha percibido la oportunidad
histórica que la consulta suponía, y ello tiene que ver con la forma tradicional de manejar la participación de las élites
políticas y los aparatos de partido. Quedará para otro momento analizar los defectos y errores de campaña,
importantes, así como algunos hechos que han podido incidir en pro del no: meteduras de pata gubernamentales;
decisiones tomadas en momento inoportuno, como la inhabilitación judicial con años de retraso al procurador
Ordóñez); declaraciones y entrevistas arrogantes de las FARC.
Motivos para la esperanza
Hay, empero, dos noticias positivas. Primero, que en las poblaciones y comunidades más castigadas por la violencia
de todos los actores armados, el sí se ha impuesto con claridad. Una vez más, como ha pasado en todos los países que
transitan de la violencia a la paz, lo mejor viene de las víctimas y de su capacidad enorme de reconciliación.
Hay motivos para la esperanza
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. La segunda, que, mal que pese y pese al resultado inesperado, la democracia participativa, presente por primera vez
en Colombia a partir de la Constitución de 1991, ha funcionado bien: los electores se han pronunciado, han sido
determinantes y soberanos, aunque no guste el resultado. Y eso siempre es bueno: las consultas directas quizás las
cargue el diablo, pero sin ellas la democracia es imperfecta y a veces solo infierno permanente.
Dos caminos a explorar
Y ¿ahora qué? Lo cierto es que reina el desconcierto. No había plan B y habrá que inventarlo. Ayer hubo dos
noticias positivas al comentar los resultados. Tanto el presidente Santos como las FARC reaccionaron diciendo que
no se volvía a la guerra: el presidente mantiene el alto el fuego como comandante en jefe y las FARC mantienen su
compromiso de luchar solo con palabras. Adicionalmente, en su alocución asumiendo el no y su gestión, el
expresidente Uribe, aunque pidió a las FARC que se concentren igualmente en los 31 puntos previstos en el Acuerdo,
se mostró partidario del diálogo, de un pacto nacional y de hacer concesiones a las FARC. Ha logrado lo que quería,
participar en la solución del problema. De momento, el presidente Santos ha llamado a consultas a los partidos y se
creará un Diálogo Nacional. Jurídicamente hay dos caminos a explorar, no incompatibles:renegociar –quizá a través
de la Mesa de Diálogo con el ELN que debía anunciarse en breve– y convocar una Asamblea Constituyente. Todo
está abierto, pero las reacciones, menos polarizadas de momento que la campaña, dejan resquicios de esperanza si se
supera la inacción y se evitan acciones unilaterales. Ver el abismo suele generar esfuerzos innovadores para evitar
precipitarse en él.
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PROYECTO EUROPEO
Firmado por: Cristina Ares Castro-Conde el Lunes 3 octubre 2016
NO, LA UE NO ES “EL SALVAJE
OESTE”
Juncker lo tiene claro. En su discurso del estado de la Unión de 2016 nos ha recordado que la UE es una economía
social de mercado, no “el Salvaje Oeste”, y que está para preservar el modo de vida europeo. En esta comunidad hay
valores, ha subrayado también. La solidaridad –incluso ha contado las veces que aparece esta palabra en los Tratados:
16- “es el elemento aglutinante que mantiene unida nuestra Unión”. Así es. Pero también que en la ´urbanización
Europa´ los dueños de las fincas están dejando poco margen al presidente, quien este año ante la Asamblea no ha
podido más que comprometer un aumento de la vigencia y la capacidad financiera de su Plan de Inversiones (de
315.000 millones a 500.000 hasta 2020) y la creación de un “Cuerpo Europeo de Solidaridad” para facilitar el
voluntariado transnacional de los jóvenes.
Dos días más tarde, se han reunido en Bratislava los Jefes de Estado y de Gobierno, quienes nos han confirmado, por
su parte, que la baja británica preocupa más bien poco, e indicado que agendemos la celebración del 60 aniversario de
la UE en Roma el marzo próximo. Será en primavera, o al final del verano, tras los comicios en Alemania y Francia,
cuando empiecen a hablar del futuro de Europa. Mientras tanto, en la comunidad se ocuparán de controlar mejor las
fronteras exteriores y de temas de seguridad.
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Finalmente, hemos observado los quebraderos de cabeza de los vecinos que han decidido marcharse, pero preferirían
no tener que oír que no podrán seguir haciendo uso de las instalaciones comunes, perderán sus derechos, y aun así
están obligados a cursar la solicitud de baja conforme a las normas de la comunidad que por ahora continúan
primando también en su finca. Lo acaba de recordar su Cámara de Lores: no se puede salir de la Unión si no es
invocando el art. 50 TUE, de conformidad con la Constitución del país, y este precepto pone en marcha un contador
de dos años que deja al Reino Unido en una pésima posición negociadora. Para los Lores “sería constitucionalmente
inapropiado que el Ejecutivo actuase en base a un referendo consultivo, particularmente uno con consecuencias tan
significativas a largo plazo, sin la aprobación explícita del Parlamento”. De hecho, consideran imprescindible el
consentimiento de las dos Cámaras para invocar el art. 50 TUE, su participación en el proceso de negociación que a
continuación se abriría, y la aprobación parlamentaria de los términos finales del acuerdo de salida (si lo hubiese en el
plazo de dos años). Recordemos que el Reino Unido no tiene Constitución escrita. Su máxima expresión formalizada
son los Parliamentary Acts, acuerdos del Parlamento adoptados por mayoría y dotados de forma consuetudinaria de
un rango normativo superior. La salida de la UE para los ciudadanos británicos significaría la pérdida de los derechos
recogidos en la European Communities Act de 1972 y la European Parliamentary Elections Act de 2002.
En resumen, se inicia el curso político en Bruselas y los ciudadanos también debemos hacer balance del estado de la
Unión. Los del fondo de la urbanización, quienes pagaban cuota pero nunca tuvieron claro si su casa quedaba dentro
o fuera, quieren desvincularse, aunque se resisten a admitir que dejarán de acceder a las piscinas. Las reformas
necesarias en los espacios comunes se retrasan a después de las elecciones de primavera y verano en las fincas
francesa y germana, con disgusto de algunos, por ejemplo, en villa Italia. El presidente de la comunidad cada vez se
parece más a un abuelo Cebolleta y menos al guardián de los intereses comunes de la propiedad en la que tantos otros
desearían vivir. La salida del Reino Unido será un proceso largo e incierto, con grandes consecuencias para toda una
generación de británicos, y en nuestras manos está evitar que no sea el principio de algo más grave.
Juncker ha confesado en el Parlamento Europeo que tiene la impresión de que muchos parecen haber olvidado qué
significa ser europeo. No le falta razón, pero esa reflexión es propia de un café entre usted y yo, no del Presidente de
la Comisión Europea ante su Asamblea en ausencia de asunción de responsabilidad alguna y una batería de medidas
acorde a la entidad del problema. Los británicos son como son, pero el día 23 de junio sencillamente han reaccionado
como demócratas a la falta de control sobre el proceso político provocada por el desplazamiento de su izquierda hacia
posiciones económicas más liberales y el abandono de los valores tradicionales por parte de su derecha de toda la
vida. La realidad es que, debido al comportamiento de los partidos mainstream en los Estados, las particularidades de
la toma de decisiones a nivel europeo (supermayorías en el Consejo de la UE y el Parlamento Europeo) y el sesgo
ideológico de algunas políticas macroeconómicas de la Unión, en general los ciudadanos europeos con preferencias
distintas a las social-liberales han estado sub-representados. En septiembre de 2016, corregir esta situación debería
ser la gran prioridad en la agenda de la UE, a escala supranacional y de forma explícita.
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