GABRIEL ÁNGEL LA OPERACIÓN LIBERTAD Historias de la resistencia de las FARC en el Oriente de Cundinamarca Montañas del Oriente de Colombia 2007 Historias de la resistencia 2 Gabriel Ángel Este no es un libro que haya escrito yo, es una epopeya que escribieron con sus armas y sus vidas, unos revolucionarios colombianos que usaron mis manos para contar su verdad. G. A. 3 Historias de la resistencia 4 Gabriel Ángel Introducción Un hombre puede ser destruido, pero derrotado jamás. Ernest Hemingway Desde su puesto a la orilla del rastrojo, de pie tras el tronco de un árbol grande y coposo, el centinela observaba en silencio hacia el potrero que lo circundaba. Su cabeza giraba con lentitud de izquierda a derecha y luego regresaba con parsimonia, al tiempo que sus ojos escudriñaban el horizonte en busca de cualquier movimiento que pudiera señalar la presencia del enemigo. La noche llegaba a su fin y los rayos del sol comenzaban a iluminarlo todo. La claridad crecía a cada instante y ya era posible distinguir el verde intenso de los pastizales. A lo lejos, los ojos siempre atentos y nerviosos pudieron distinguir el nudo de rastrojo más cercano, ubicado a unos doscientos metros de distancia. Los pasos sigilosos del relevante se acercaron hasta detenerse a su lado y preguntarle por las novedades observadas. Hasta ahora no he visto nada, pero adentro se oye mucha bulla, hay un radio encendido que se escucha con claridad desde aquí y también he 5 Historias de la resistencia oído ruido de voces y risas. Deberían callarse, las cosas no están para confiarse de ese modo. El relevante asintió, ya Patricia, la comandante de la escuadra, les había ordenado apagar el radio y hacer silencio. Permaneció a su lado todavía unos segundos más y luego de dar un paso atrás se dirigió hacia el flanco que le correspondía cubrir a él. El operativo era muy grande. El Ejército estaba por todos lados. El Frente se había dislocado en escuadras para poder subsistir en el área. Faltaban apenas unos cuantos minutos para su relevo a las seis, cuando el centinela oyó el sonido de voces hacia el potrero. Pese a que se esforzó con agudeza por ubicar su procedencia, no pudo precisar el lugar exacto donde hablaban. Tampoco vio a nadie. Pero era enfrente de él, hacia el rastrojo que estaba más allá. No juntó sus palmas para llamar al relevante, juzgó que sería demasiado peligroso. Quienes fueran los que hablaban podían oírlo. Hasta ahora nadie sabía que estaban allí. Se habían detenido a pasar la noche en esa bola de rastrojo. A su alrededor había varias bolas iguales, pero todas como si fueran pequeñas islas dentro del inmenso potrero. De pronto llegó a su lado el relevante, ¡Los chulos! ¡Están registrando el área! La novedad no era del todo extraña. Llevaban meses con la contraguerrilla atrás. Evadiéndola, emboscándola por comandos de cuando en vez, 6 Gabriel Ángel perdiéndola por unos días. Pero siempre volvían a aparecer. En esta ocasión las circunstancias resultaban desafortunadas por completo. El monte tupido en que se encontraban no tendría más de cincuenta metros cuadrados de extensión. Todo lo demás era potrero. Si los hallaban, no tendrían dificultad para rodearlos. No tendrían escapatoria. Era la muerte segura. La mirada del centinela, así como la tonalidad inmediata que adquirió su piel, revelaron la explosión interior de miedo que sufrió con la noticia. El relevante también había llegado desencajado. Este último sin embargo, le advirtió con suave y nervioso acento, que estuviera pendiente. Si los soldados se acercan con intención de escarbar aquí, quémeles, no espere. Voy a ver qué dice Patricia. El centinela le informó que había escuchado voces enfrente. Sí, dijo el otro, no lo dude, son ellos. Ya vengo. El centinela sintió un malestar en el estómago, como si le nacieran de repente deseos de vomitar. Se percató de que sus piernas temblaban. Apretó los dientes, respiró hondo, Cálmese mijo. Cálmese. Luego se inclinó, desaseguró su fusil y se quedó agazapado al pie del tronco decidido a disparar al primer soldado que se le pusiera al frente. ¿Será que hay algún modo de salir de aquí? ¿Alguna posible retirada? 7 Historias de la resistencia El que regresó ahora a su lado no fue el relevante sino otro de sus compañeros, una muchacha de quince años que le sonrió como si no tuviera idea del grave riesgo en que se hallaban. Oiga, le manda decir Patricia que vaya un momento donde ella, en silencio, mejor dicho que vayamos todos. El centinela comprendió. Dadas las circunstancias, la comandante de la escuadra quería hablarles. Miró hacia delante, no vio nada. Asintió con la cabeza, Vamos. De la orilla del rastrojo hasta allá no habría sino unos treinta metros. Los recorrieron deprisa. Allí estaba Patricia, rodeada por el grupo, incluido el relevante. La expresión de su rostro era serena, segura, así como surgió su voz, sin vacilaciones y dispuesta al heroísmo. La cuestión es sencilla, camaradas. Estamos rodeados de tropa. No hay por donde escapar. Es el momento de demostrar lo que somos, lo que valemos. Recuerden al Camarada Manuel Marulanda, al Camarada Jorge, recuerden a su familia, recuerden a su pueblo. Si el enemigo nos descubre, vamos a combatir con él. De acuerdo a como se den las cosas, veremos si hay por donde replegarse. Al parecer están registrando todas estas matas de monte. Vamos a hacer un círculo bordeando esta mata. Todos con tiro en recámara y fusil desasegurado. El del M 79 dispuesto a usarlo con coraje. Aquí nadie va a rendirse, o nos salimos todos, o nos morimos todos. 8 Gabriel Ángel Voy a señalarle a cada uno su puesto, apunten bien. ¡Vivan las FARC! Los guerrilleros se miraron a la cara. ¡Cualquier día es bueno para morirse!, dijo uno. ¡Sí!, respondió otro, pero antes de mí se va a morir más de un soldado. Todos estuvieron de acuerdo. Cada uno tomó su equipo y fue tendiéndose en el sitio que le indicó su comandante. Con el arma lista. Patricia pensaba en lo que les había pasado a las tropas de Alfredo cuando entraron en el oriente de Cundinamarca. Toda una escuadra aniquilada. Y el enemigo no sólo los mató a todos, sino que les tomó completo su armamento. Sin que le hubieran hecho un solo disparo. Ella juró cuando lo supo que nunca pasaría por una vergüenza semejante. Y se lo decía con frecuencia a su gente, El día que nos toque, vamos a morirnos peleando. El Frente Manuela Beltrán había llegado como una Compañía Móvil. Todavía no era Frente. Cinco años antes, varios de sus integrantes estuvieron conociendo el área y trabajando de manera más o menos clandestina con la población. Para entonces la zona era buena. Sin Ejército ni paramilitares. Campesinos sanos, colaboradores bien dispuestos. Alfredo se confió en lo que le dijeron esos viejos conocedores. Ignoró que las cosas cambian con el tiempo y que el departamento no era el mismo de un lustro atrás. Para meterse al área escogida como 9 Historias de la resistencia su primer centro de operaciones, se pasó de primero, con quince unidades. Los guías le aseguraron que no había inconvenientes para hacer una parte del trecho en automóvil. Vestidos con uniformes camuflados, con el arrume de equipos apretujados y con sus fusiles en las manos, cometieron el inexcusable error de pasar a las 9 de la noche por el centro de la población principal. Se suponía que todos sus habitantes iban a estar durmiendo y nadie los vería. Pero el pueblo estaba iluminado y muchos transeúntes observaron el movimiento de los dos vehículos cuando cruzaron por la plaza principal del pueblo. Las camionetas fueron reconocidas. La información circuló enseguida. La guerrilla había llegado. Poseídos por la más absurda candidez, Alfredo y los suyos tomaron por una vía rural hasta llegar a su sitio de destino. Allá no había selva, sólo fincas, potreros, huertas, plataneras, pequeños cafetales. A la mañana siguiente, Alfredo partió con dos de los conocedores a hacer un reconocimiento del terreno. Preparado para una larga caminata. Dos o tres días talvez. En el cafetal, abajo de la colina en que se levantaba la casa del campesino donde se instalaron, quedaron doce guerrilleros con la orientación de permanecer escondidos. Los alimentos debían prepararlos allí mismo y usar la quebrada cercana para bañarse. Se les prohibió salir, incluso a la casa 10 Gabriel Ángel del campesino. Durante ese primer día no se presentó ninguna novedad. La desgracia fatal llegó en cambio con la plena claridad del segundo día, cuando los sorprendió una voz firme que retumbaba en derredor. Provenía de varios altavoces. ¡Guerrilleros, ríndanse, están rodeados! Después vinieron las identificaciones. Les habla el oficial tal, perteneciente al batallón de contraguerrilla número tal, de tal brigada. Y la advertencia de que no tenían escapatoria. Estaban en un hueco, un sitio bajo, rodeado por pequeñas elevaciones. Tengo varios morteros, media docena de lanzagranadas, tres ametralladoras y una rueda completa de fusiles apuntando hacia donde están. No tienen escapatoria alguna. Entréguense, les respetaremos la vida y les ayudaremos. Los guerrilleros se llenaron de espanto. Alfredo no estaba, él sí hubiera sabido qué responder, qué hacer. El mando se llenó de confusión. La decisión final fue que una muchacha saliera desarmada a precisar las condiciones de su rendición. Gritaron con todas sus fuerzas comunicando su intención. El del altavoz les indicó que podían proceder, sin trampas. La guerrillera, casi una niña, caminó del cafetal a la vivienda con las manos en alto. Después de un largo rato regresó. El campesino, su mujer y sus hijos estaban amarrados detrás de la casa. La cuestión era que le pasaran a 11 Historias de la resistencia ella las armas, ella se encargaría de hacer los viajes que fueran necesarios hasta entregárselas todas en la mano a la tropa. Tenían que confiar. No había alternativa. El procedimiento se efectuó tal y como lo habían indicado. Después les dieron la orden de salir de uno en uno con las manos sobre la nuca. La tropa verificó que no quedara ninguno de ellos en el cafetal. El oficial mandó reunir a los vencidos y les dirigió la palabra. Estaba envalentonado. Usó con ellos el peor de los vocabularios, insultándolos hasta la saciedad. Exaltó las virtudes del Ejército de Colombia, las enormes capacidades de su servicio de inteligencia. Les aseguró que los estaban esperando. Que ya sabían que venían y por eso los habían atrapado. Los llamó cobardes, les enrostró su falta de valor. Abofeteó al mando tras su negativa a suministrar información, Que nos hayamos rendido es una cosa, que nos convirtamos en delatores es otra muy distinta. No cuente con nosotros para eso. Lleno de furor, el oficial ordenó fusilarlos. Sin fórmula de juicio. La tropa los formó en una hilera y luego descargó varias ráfagas contra sus cuerpos. Ninguno sobrevivió. Alfredo se enteró del acontecimiento por las noticias, escuchando la radio en casa de un apoyo a muchos kilómetros de allí. Para cerciorarse, esperó los noticieros de la televisión. El reporte fue 12 Gabriel Ángel extenso. Fuertes combates entre el Ejército y una columna de las FARC que hacía presencia en el oriente de Cundinamarca, dejaban como saldo doce terroristas dados de baja y la totalidad de su armamento incautado. Con los ojos nublados por una cortina de lágrimas, Alfredo reconoció el armamento de sus subordinados y luego vio en la pantalla a un general dando declaraciones triunfalistas. Los errores se pagan caros en esta guerra, concluyó. La escuadra de Patricia se acomodó a la espera en el más absoluto de los silencios. El tema había sido tratado muchas veces en el Frente desde aquella vez. Ella no iba a morirse como la más cobarde, ni iba a permitir que su gente pereciera sin combatir hasta el último de los cartuchos. Ese había sido el compromiso que hicieron cuando estuvieron donde el zarco Aldinever, traicionar a la causa, jamás. Para no permitir que el temor hiciera nido en el ánimo de ninguno de sus combatientes, la muchacha comenzó a recorrer el círculo para hablar con cada uno de ellos. Y repitió la rueda varias veces durante las horas que el Ejército estuvo a su alrededor. Por alguna razón que no podían explicarse, la tropa no penetraba al rastrojo donde estaban ellos. A eso de las nueve de la mañana uno de los muchachos se irguió a la sombra de un grueso tronco. Estaba cansado de su posición y quería 13 Historias de la resistencia estirar las piernas. Casi se desmaya del susto cuando escuchó nítida la voz de alguien que lo llamaba y hacía señas desde el potrero. Lo vio. Era un soldado, de pie, a unos cuarenta metros de él. Para su fortuna, él portaba un fusil Galil 2.23, de los mismos que cargaba el Ejército. El hombre le preguntó si ya habían terminado de registrar esa mata. Por encima de la sorpresa, el muchacho reaccionó de inmediato en la forma más inteligente. Le gritó que sí, que no habían encontrado nada ahí. El soldado, quizás un cabo, le ordenó sin dudar que recogiera la gente y explorara entonces el rastrojo de la izquierda. El muchacho asintió y volvió su cuerpo hacia el monte, desapareciendo de la vista. Luego se tendió, con el arma apuntando hacia el potrero. El hombre dio varios pasos lentos en sentido contrario, y luego caminó más rápido, alejándose de allí. Todos los guerrilleros escucharon el diálogo con el corazón en ascuas. Pero no sucedió nada más. Pasado el mediodía, el silencio invadía hasta el último recoveco del lugar. A media tarde, Patricia ordenó reconocer los alrededores, primero desde la orilla del rastrojo, y luego saliendo al potrero cuando se constató que no había nadie cerca. Los guerrilleros hallaron el rastro de la tropa. Mucha gente. Tras merodear por toda el área, se habían concentrado en un solo sitio y emprendido una marcha hacia el sur. 14 Gabriel Ángel Patricia y su escuadra salieron a salvo de esa. Al final de la Operación Libertad, que el Ejército de Colombia emprendió contra las FARC en Cundinamarca, no todos estaban vivos. Unos porque perecieron en otras circunstancias en manos del enemigo, otros porque cayeron en su poder y uno que otro porque traicionó a sus compañeros de lucha. Esta es la historia de algunos de los sobrevivientes, escrita con fundamento en sus propias versiones. Se trata de los heroicos guerrilleros de los Frentes 53, 54, Vladimir Estiven y Manuela Beltrán que operaban en líneas generales en el oriente del departamento de Cundinamarca. Para ellos y todos sus compañeros caídos en combate, estas líneas representan el más sincero de los homenajes. 15 Historias de la resistencia 16 Gabriel Ángel Primera Parte Prolegómenos I. Una ubicación necesaria La ciudad de Villavicencio puede representar el vértice del ángulo obtuso que forman la vía que desciende de Bogotá a los llanos y la que parte de la capital del Meta hacia el Casanare bordeando la cordillera oriental. La crónica que nos ocupa se refiere a acontecimientos ocurridos al norte de este ángulo obtuso sin pasar al territorio del Casanare. Para una mejor ubicación del lector, son necesarias unas breves precisiones geográficas que espero no resulten pesadas. El río Guatiquía, que nace en el corazón mismo del Parque Nacional de Chingaza en Cundinamarca y desciende hacia el sur durante más de sesenta kilómetros, hasta llegar a Villavicencio, divide en dos mitades ese ángulo obtuso. En su margen derecha y pertenecientes al Meta, se levantan dos poblaciones, San Juanito y El Calvario. Hacia el 17 Historias de la resistencia occidente de dichas poblaciones, en Cundinamarca, se localizan entre otros los municipios de Quetame, Cáqueza, Fómeque, Ubaque y Choachí, que suelen agruparse bajo la denominación de región del páramo de Chingaza. En la margen izquierda del mismo río, buscando más bien hacia el nororiente, se encuentra la llamada región del Guavio, que comprende entre otros municipios a Gachalá, Ubalá, Gachetá, Gama y Junín. Al sur de Gachalá está ubicado el páramo del mismo nombre que empata con los llamados farallones de Medina. Los ríos Guacavía, Humea, Gasatabena, Gasamomo, Gasaguán, Gasanta, Gasanore, Gasaduje y Jagua, descienden del páramo de Gachalá hacia los llanos atravesando la región montañosa del norte de Medina. Por otra parte, municipios como Guayabetal, Villavicencio, Restrepo, Cumaral, Paratebueno y Medina, ubicados en las primeras estribaciones de la cordillera, son conocidos como del piedemonte llanero. De todos ellos, sólo Medina no se encuentra sobre las dos vías principales referidas al comienzo. Medina se une por el sur con la carretera que va de Villavicencio a Yopal, mediante una vía secundaria que desemboca unos kilómetros antes de Paratebueno. Del lado de arriba de las vías principales están tendidas las redes eléctricas del sistema de interconexión. 18 Gabriel Ángel El terreno de que nos ocupamos se caracteriza por el relieve empinado. En unos cuantos kilómetros se asciende del piedemonte a los páramos, cruzando por diversos pisos térmicos. En lo fundamental, los frentes de las FARC operaban en las partes altas y es hacia ellas que se extiende el cerco enemigo. Por consiguiente estaremos hablando de climas muy fríos, con inviernos que se extienden desde marzo a diciembre y veranos muy cortos. Las lluvias, la nubosidad permanente, la niebla serán constantes compañeras de los protagonistas. En los páramos suelen soplar vientos muy fuertes y helados, que rompen con facilidad las carpas impermeables de que están hechas las casas de los guerrilleros. Por eso éstas tienen que tener un diseño especial. La neblina lo moja todo. El suelo permanece húmedo, propicio para que tras el paso de unos cuantos se formen engorrosos barrizales en los que las botas se hunden hasta las rodillas. Pero peor que los páramos son los rucios, esas extrañas formas de vegetación que parecen selvas frustradas colmadas de rebeldía. El rucio es una especie de rastrojo en exceso enmarañado. Para avanzar por él hay que ir usando el machete. Sus árboles no son altos y está poblado de toda clase de bejucos espinosos, de mora de montaña. Su piso es un musgo que llaman capote y que llega a adquirir hasta un metro de grosor. A 19 Historias de la resistencia veces al pisarlo se hunde y atrapa a quien camina sobre él. También hay abundancia de quiche, una planta parecida a la de piña, que crece hasta la altura de las rodillas y en cuyas hojas se recoge el agua de las lluvias. Esa agua sirve para calmar la sed y preparar los alimentos. Los farallones de Medina son un páramo muy difícil. El terreno es accidentado en extremo, con verdaderos precipicios e inmensos peñascos que impiden el paso. A ellos se llega ascendiendo desde Medina por cualquiera de los numerosos ríos que bajan del páramo de Gachalá. Como para hacer más dura la experiencia, antes de alcanzarlos es necesario cruzar una inmensa franja de rucio que aparece a los dos días de estar marchando desde el piedemonte. Los Alpes son una inspección de Medina, un caserío del cual parte el camino por la vereda Los Medios hacia los farallones. 20 Gabriel Ángel II. Antecedentes generales Desde comienzos de los años 90, las FARC-EP comenzaron a convertirse en un nuevo poder en las regiones del Guavio y Chingaza en Cundinamarca. Los puestos de policía de Gachalá y El Calvario fueron tomados por la guerrilla. La presencia rebelde obligó a la evacuación del puesto de policía de San Juanito. La muy escasa por no decir nula presencia del Estado en las áreas de San Juanito y El Calvario, a donde no penetraba el Ejército en sus acciones de represión, fueron convirtiendo estas dos localidades en verdaderas zonas liberadas en las que varios Frentes afincaron su retaguardia. Aparte de su presencia política y militar, la huella de la insurgencia fue quedando marcada en obras de infraestructura. La construcción de la trocha entre El Calvario y San Juanito fue una de ellas, pero no la única. Fueron las FARC las que trazaron y construyeron el camino de mulas que va de San Juanito a Gachalá, y fue gracias a ellas que la Empresa de Acueducto de Bogotá se vio obligada a abrir la trocha que une a San Juanito con Fómeque por el páramo de Chingaza, así como la vía que une a El Calvario con Quetame, cruzando por un lado de la inspección de San Francisco. 21 Historias de la resistencia La gente más acomodada de San Juanito aceptó a regañadientes la presencia insurgente. Una buena parte de ella tenía vinculaciones de una u otra índole con el Ejército. Quienes de veras simpatizaron y colaboraron siempre con la guerrilla fueron los pobladores de menores recursos. En El Calvario en cambio, la simbiosis entre las FARC y la población fue casi general. Con el trabajo de muchos años, las FARC fueron ganando aceptación e influencia en las zonas rurales de casi todos los municipios que comprenden las regiones del Guavio y Chingaza. En el área rural de El Calvario siempre existió una dificultad. La base militar del Alto del Tigre. A una altura superior a los cuatro mil metros servía de protección a una central de comunicaciones que enlaza las fuerzas armadas de los llanos orientales con el resto del país. También hay allí repetidoras de Caracol, RCN y el antiguo INRAVISION. Con equipos de visión nocturna y a distancia, las tropas podían controlar los movimientos en casi toda el área de El Calvario. El aprovisionamiento aéreo, sus fortificaciones y armamento defensivo las hacían invulnerables a un asalto. Para noviembre del año 2001, en uno de esos movimientos amenazantes con los que el Estado colombiano pretendía presionar a las FARC en la mesa de diálogos que se desarrollaba en el Caguán, 22 Gabriel Ángel el Ejército inició un avance sorpresivo desde Fómeque, pasando por San Juanito y El Calvario, hasta salir a Restrepo y por ahí a Villavicencio. La operación no alcanzó a durar un mes y de ella no se desprendieron consecuencias importantes. Por el contrario, un año después, ya rotas desde febrero las conversaciones de paz, el Ejército comenzó su gigantesco despliegue de exterminio. Unos meses antes, un frente de las FARC había volado una válvula de bombeo de agua en el Embalse de Chuza, páramo de Chingaza. Con la acción, de mero sabotaje, se buscaba ejercer coacción sobre la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá a fin de moverla a pagar el impuesto de guerra decretado por la ley 002. La empresa, en coro con la Alcaldía Mayor de la capital, el gobierno nacional y la gran prensa reaccionaria, difundió la especie de que las FARC habían intentado volar la represa entera e inundar a Bogotá. La calumniosa afirmación hizo carrera. Para entonces las clases dominantes en Colombia habían finalizado la etapa de reingeniería y alistamiento de sus fuerzas militares iniciada en la Administración de Andrés Pastrana. Desde su punto de vista el proceso de paz con las FARC carecía de sentido. Ahora sí estaban en condiciones de aniquilar la organización rebelde que no había querido rendirse en la mesa de diálogos. La 23 Historias de la resistencia adulación y el manoseo practicados por el Establecimiento a fin de obtener la desmovilización y entrega de los alzados no había funcionado, pero a su juicio habían servido para ganar el tiempo suficiente. Los poderosos medios de comunicación colombianos fueron puestos al servicio de ese propósito. Los pasos avanzados por las FARC en el reconocimiento nacional e internacional, como organización político militar con sobradas razones para su existencia, en un país plagado de inequidad e injusticia y sometido por un régimen antidemocrático y violento, tenían que ser borrados de la memoria colectiva. La prensa audiovisual, hablada y escrita puso en ejecución una campaña de difamación general en la que la insurgencia fue rebajada a cruel organización terrorista. Al tiempo se impulsaba la creación de una conciencia colectiva mediática en aras de legitimar el proyecto de guerra. Se argumentó y apoyó de mil formas la instauración de un gobierno fuerte, implacable, de mano dura. Álvaro Uribe Vélez fue presentado y aupado como el hombre que salvaría el país, el Mesías que más de cuarenta millones de compatriotas esperaban con ansiedad. De conformidad con la cruzada general, la raíz de todos los males que agobiaban a Colombia se encontraba 24 Gabriel Ángel en el recién descubierto narcoterrorismo de las FARC. Acabar con él era la prioridad nacional. El remate de toda esa alharaca patriotera fue señalar hacia Cundinamarca. Allá se encontraba la más descarada avanzada de la subversión. La capital del país estaba sitiada. La recuperación de la tranquilidad nacional comenzaba por devolverles a los habitantes de Bogotá la seguridad. La ciudad reposaba a 2640 metros más cerca de las estrellas, pero para su infortunio, los alzados en armas hacían de las suyas en los páramos que la rodeaban. Enviar tropas hacia ellos y ponerles otras en las espaldas a fin de encerrarlos y aniquilarlos sería la estrategia escogida. 25 Historias de la resistencia III. Preludios de la operación Es en noviembre de 2002 cuando el Ejército comienza a posesionarse de las regiones de El Guavio, Chingaza y piedemonte llanero. Uno a uno, los municipios son ocupados por la tropa. Parece que contaran con todo el tiempo del mundo. Su primera medida consiste en establecer retenes en todas las salidas a las zonas rurales. En ellos comienza a ejercer un control sobre la población que entra y sale de los cascos urbanos. Elabora censos de acuerdo con la procedencia de cada quien. Impone la obligación de presentar allí cualquier producto que se vaya a vender en el pueblo. A la entrada de las poblaciones es impuesta una extraña censura. Cualquier producto, mercancía o artículo que pretenda ser introducido, debe tener una destinación específica, para qué almacén, para cuál uso, para cuál familia. Si la explicación no resulta satisfactoria, se impide su paso. Se anota en una lista a quien parece sospechoso. Los vehículos que no sean propiedad de algún habitante reconocido no pueden ingresar a los poblados, tampoco las personas que no sean residentes. Si cuentan con suerte se les permite devolverse. Si no, son encarceladas. 26 Gabriel Ángel Remesas que no sean destinadas a un granero del poblado no pueden pasar, se decomisan. El paso de economías se restringe al máximo. De los pueblos hacia las zonas rurales el control es todavía más exigente. Los campesinos deben justificar libra por libra cada artículo que llevan para sus fincas. Queda registrado para cuánto tiempo y cuántas personas son las remesas. Aparece una lista de bienes prohibidos, botas de caucho, baterías doble A, sudaderas, cigarrillos. Ningún comerciante podrá entrar al pueblo más de cinco pares de botas. Si alguien se enferma en cualquier vereda, debe salir al hospital para ser tratado. El ingreso de medicinas es vetado de manera absoluta. Claro, el Ejército también tiene mandos corruptos que cobran dos millones por tonelada que dejan pasar. Ordenan levantar los retenes durante una hora en la noche. En el piedemonte, el control militar es suave. Delante de ellos, cordillera arriba, han permitido la instalación de los paramilitares del Bloque Centauros. Son ellos quienes asumen la inspección a la población. Las desapariciones y asesinatos se vuelven cuestión de rutina. Quienes más sufren con la represión son desde luego los campesinos, la población civil. Pero al fin y al cabo de eso se trata. De hacerles la vida imposible, para que se vayan o colaboren con la tropa. Las denuncias serán ignoradas. Además ya se ha creado 27 Historias de la resistencia un ambiente nacional favorable al rechazo de cualquier reclamo. Aquellos que levanten la voz contra las medidas serán considerados como apoyos de los terroristas. Lo dice el Presidente de la República. Eso, en Colombia, genera un miedo que paraliza. El bloqueo económico se agrava cada día más. Las FARC desde luego no se quedan quietas. Los primeros hostigamientos se producen en San Juanito y El Calvario. Desde el otro lado del río Guatiquía se lanzan contra las tropas bombas tipo balas de oxígeno. Y se disparan ráfagas de ametralladora. Algunos comandos de arrojados combatientes cruzan un par de veces el río y los tirotean también de cerca. En la primera semana de presencia militar el Ejército sufre 35 bajas entre muertos y heridos, una cifra considerable. La tropa profesional comienza a practicar breves incursiones a las veredas más próximas. En una de ellas, a la inspección de Monfort en El Calvario, logra coronar su primer golpe. Una escuadra del Frente Vladimir Estiven es asaltada y en el hecho perecen dos guerrilleros. Hay algo anormal en los hechos. Su mando, Argelio, del Estado Mayor del Frente, no aparece. En los días siguientes se reporta por el celular, se dice herido, quiere que Antonio, del Estado Mayor del 53, vaya en su búsqueda. 28 Gabriel Ángel De uno en uno se presentan al 53 los ocho sobrevivientes que quedaron disgregados tras el asalto. La evidencia es suficiente, Argelio está con el enemigo. Por difícil que parezca creerlo, todo indica que era un infiltrado. La aparición de los disgregados impide que Antonio y otros mandos también citados caigan en la emboscada preparada por Argelio. Éste decide entonces entregar al enemigo una ametralladora rusa, varios fusiles, municiones y explosivos cuyo escondite conocía. Por ser miembro de la Dirección estaba al tanto de muchas cosas. Después es visto de uniforme y armado con la contraguerrilla por El Calvario y Santa Rita. Es el primer fracaso y la primera amargura. Nada irrita y duele tanto como descubrir la traición en las propias filas. Pero casi enseguida viene una gran compensación. Dijimos que Restrepo es uno de los municipios del piedemonte. La presencia paramilitar allí era pública y autorizada. De otra forma resultaría inexplicable. Los taxis de la localidad están al servicio de ellos. Los vehículos de color amarillo también cubren el servicio intermunicipal. La Policía Nacional siempre toleró la presencia paramilitar en los municipios llaneros. Los integrantes de esas bandas llegaban y salían en taxis de la estación de policía de Restrepo. Pues bien, se 29 Historias de la resistencia planeó caer ahí de manera sorpresiva. Y a eso fue enviado Julio 53 con un comando mixto de ese Frente y del Vladimir Estiven. Los guerrilleros se las arreglaron para conseguir un taxi y preparados para el ataque se acercaron hasta la entrada al puesto. Ningún policía malició nada. Seis de ellos murieron en el asalto. Pese a la presencia del Ejército, los muchachos lograron salir indemnes. 30 Gabriel Ángel IV. Crece el fragor Excepción hecha de los hostigamientos a la tropa, la guerrilla procuró continuar su vida del mismo modo que antes. Al fin y al cabo el Ejército permanecía en los cascos urbanos y hasta ahora sólo parecía interesado en el bloqueo económico y las dificultades impuestas a los campesinos. Pasadas las primeras semanas su presencia se tornó rutinaria, y si bien ella no podía ser menospreciada, lo cierto es que las urgencias financieras, logísticas, organizativas, educativas y de todo orden no dejaban de reclamar atención y había que dedicarles el tiempo necesario. En esa idea fueron programadas las asambleas generales anuales en todos los frentes del oriente de Cundinamarca y Aldinever, responsable directo de ellos ante el Estado Mayor del Bloque, se vio obligado a planificar su asistencia a cada una de ellas. Para febrero de 2003, cumplidos sus compromisos, estuvo de regreso al Frente 53 que se hallaba concentrado en el área rural de Medina. De acuerdo con los planes trazados, sus compañeros de dirección tenían lista la información acerca de la presencia paramilitar en el piedemonte. 31 Historias de la resistencia El llamado Bloque Centauros que comandaba el narcotraficante Miguel Arroyave, desempeñaba en ese momento su papel de avanzada a la operación del Ejército. De igual modo procedía en la región del alto Ariari, en el Meta, de donde salían denuncias espantosas sobre su accionar, sin hallar algún eco en las instancias estatales. Aquí habían sentado sus reales en la Escuela de la vereda La Serranía de Medina. Desde allí salían a robar ganado, incendiar viviendas y a asesinar y desplazar civiles de las veredas vecinas. Se sentían seguros, el Ejército cuidaba su retaguardia. De acuerdo con la información recopilada, el siguiente paso de los paramilitares era pasar la inspección de Los Alpes y caer a la vereda Los Medios. En su progresivo ascenso hacia la cordillera, los hombres de Arroyave se iban alejando de la tropa. La inteligencia para el asalto en La Serranía estaba completa. Se dispuso pasar a la acción. Sin embargo, la noche en que los guerrilleros se aproximaron a la escuela de La Serranía, se encontraron con la novedad de que sus enemigos se habían movido de allí. No había alternativa, tenían que ubicarlos y entrar en combate con ellos. El combate abierto se inicia a las doce horas del día siguiente. Los paramilitares eran doscientos cincuenta, acostumbrados a amedrentar y reducir población civil inerme. La embestida guerrillera les 32 Gabriel Ángel produce graves inconvenientes. Por eso se ven forzados a solicitar ayuda y en su apoyo llega otro grupo del mismo tamaño al mando de un tal Cubano. Los choques se prolongan durante tres días seguidos. Al tercero, la guerrilla logra asaltar un grupo de 150 en el filo de El Vainillo. Pese a su número y armamento, los paramilitares resultan incapaces de resistir un ataque organizado. Al emprender la retirada de la zona, los hombres de Arroyave apilan arrumes de cadáveres en las carrocerías de varias camionetas Toyota. La gente del caserío de Los Alpes asegura haberles escuchado a ellos mismos que el total de sus bajas ascendió a 60. Las unidades guerrilleras logran hacerse a cuatro fusiles AK en el campo de combate. Los muchachos salieron bien librados. No tuvieron ningún muerto y la única pérdida lamentable consistió en el destrozo de un codo a uno de ellos, por obra de un disparo de fusil. Los paramilitares se replegaron atrás, cerca del Ejército. Satisfechos con el resultado, los guerrilleros del 53 Frente se movilizan al área de Gachalá. En el campamento que organizan una hora abajo del páramo, realizan su asamblea general. El herido en el combate de El Vainillo es sometido con éxito a una cirugía. El Estado Mayor del Frente se reúne y elabora un plan de actividades. Se prevén dificultades y por eso se piensa a largo plazo. Hay 33 Historias de la resistencia que seguir combatiendo. De allí sale Heliodoro con la tarea de realizar una inteligencia al Ejército que llega a la represa de Chuza. Carrillo y Diego también reciben misiones. En los días que se siguen ocurren dos sorpresivas novedades. Carrillo pierde dos de sus hombres cuando regresa del Páramo de Guasca. El bloqueo económico impedía que la guerrilla se aprovisionara con la misma facilidad de antes, así que cuando se conseguía una economía se cuidaba que fuera bastante. Eso implicaba que había que ir por ella para trasladarla en los equipos, al menos hasta el sitio donde se pensaba asegurar. Es lo que en la guerrilla se conoce como remolque de economía. Carrillo salió a remolcar con su escuadra completa. Todo parecía ir bien. De regreso caen en una emboscada del Ejército. Mueren los dos de la vanguardia, Alex y Julián 53. La tropa se infiltraba en forma clandestina a las veredas con el fin de coger desprevenida la guerrilla. En el propio campamento de la asamblea ocurrió algo semejante, pese a que Aldinever y los suyos supieron de antemano que el Ejército de las bases de Gachalá y Chingaza se disponía a efectuar un reconocimiento por la parte alta. La seguridad fue reforzada con una avanzada de quince hombres al mando de Samuel y Alfonso. Las descubiertas y exploraciones se intensificaron. 34 Gabriel Ángel Lo que ignoraban los guerrilleros era que Yina, una desertora del frente Vladimir Estiven, venía guiando la tropa hasta el campamento. El Ejército, en su avance, chocó con la avanzada. Ocurrió en medio de la niebla más espesa. Fredy, el guerrillero que está de guardia en ese momento, se percata de la presencia del soldado cuando lo tiene a un metro de él, pero su enemigo es más rápido y lo mata en el acto. De inmediato se forma la balacera. El Ejército lleva la peor parte porque va subiendo mientras la guerrilla espera posicionada en el filo. El fiero enfrentamiento deja 5 soldados muertos y 4 más heridos. Uno de estos últimos es la guía, la desertora Yina. La tropa retrocede hasta una posición más favorable y permanece allí dos días. Después regresa de nuevo a sus bases. El lugar del combate fue bautizado por los guerrilleros como el filo de Fredy. La neblina se presta para todo. En una ocasión, muchos años atrás, en el páramo, hubo una crisis de cigarrillos. Quien tenía una cajetilla fumaba a escondidas para no agotar su reserva. Los demás vivían a la caza del olor a humo, para compartir el cigarrillo de quien fumaba. Un atardecer, tras una marcha extenuante, la guerrilla escogió un sitio para pasar la noche. Mientras arreglaban los tendidos para dormir, un guerrillero percibe el olor a humo de cigarrillo y sale 35 Historias de la resistencia a rastrear su procedencia. Se aleja unos cuantos metros de su grupo. Entonces ve entre la niebla a uno que fuma. Se le arrima con cautela y ya encima de él lo insta a ser solidario. Cuando el otro se voltea a pasarle el cigarrillo y se miran los dos al rostro, descubren alarmados que son enemigos. Era un soldado. El Ejército también estaba acampado allí. El susto y la pelea fueron memorables. Pero volvamos al tema. Para esos días se produce el regreso de Heliodoro. Sus noticias son interesantes. La inteligencia a la base de Chuza está completa. Las cosas se prestan para dar un golpe de mano y salir bien librados. La Dirección dedica varias reuniones a elaborar el plan. Con siete combatientes basta. Sebastián es escogido para comandarlos. La fecha escogida es para fines de marzo. Pero los combates con el Ejército obligan a aplazarla por quince días. Por fin, el 7 de abril, se corona con éxito. Mueren 11 militares y son recuperados 4 fusiles con toda su dotación. Los planes siguen adelante. Heliodoro sale para el área de Medina a coordinar con Sánchez, el comandante del Frente Vladimir Estiven, lo relacionado con la inteligencia a un grupo paramilitar que merodea por Guarajay y La Esmeralda. El trabajo se cumple. La base paramilitar es ubicada con precisión y se consigue la información necesaria para asaltarla. Cuando 36 Gabriel Ángel Heliodoro regresa, se dispone la concentración de los combatientes que han de participar en el asalto. Hay del 53, 54, Manuela Beltrán y Vladimir Estiven. Suman más de doscientos. Se escoge la fecha, 20 de junio. Se prepara lo necesario. Sin embargo, faltando menos de una semana para la acción es tomada la decisión de cancelarla. Algo grave ha ocurrido. El 14 de junio el Ejército aparece de sorpresa en la inspección de Los Alpes al tiempo que avanza en un largo cordón por el piedemonte. Son miles de soldados que extienden un cerco a todo lo largo de las líneas eléctricas desde Villavicencio a Medina. Unos suben por el cañón del río Guatiquía a toparse con los que vienen de Gachalá. Otros vienen también de Gachalá, por encima, buscando los farallones de Medina. Una invasión masiva. Tras ocho meses de bloqueo económico y hostilidades permanentes a la población civil, el Estado lanza por fin su violenta ofensiva. Es el descomunal operativo, con toda su crudeza y horror, que atrapa la guerrilla en una especie de sándwich. Bajo la dirección de Aldinever, las FARC emprenden la resistencia. En un comienzo había buena provisión, por lo que se tenía planeado, pero termina por agotarse. La tropa copa todos los caños, todas las trochas, todos los campamentos 37 Historias de la resistencia guerrilleros en el páramo y el rucio, castiga con crueldad el apoyo de la población a los alzados. La guerrilla combate. Primero con toda su fuerza disponible, después por comandos. A veces se reagrupa, después vuelve a dispersarse. Aplica la movilidad total. De pronto se desaparece por completo, se esconde. De repente reaparece y golpea. Se diluye para rebuscar comida, se concentra para combatir. Pasa hambre, sufre, tiene muertos, heridos, prisioneros, desertores. Da muestras de una grandeza humana incomparable, conoce también de bajezas y traiciones. Pero logra sobrevivir. Pese a semejante envión no logran aniquilarla. El Ejército persiste durante cinco meses en su recorrido por toda el área, escarbando metro a metro el terreno. Hasta que no aguanta más. No logra entender cómo pueden los guerrilleros soportar la arremetida, cuando sus propias tropas están agotadas. Entonces opta por abandonar aquel infierno de rucios y páramos e instalarse de nuevo en los pueblos y caseríos. Desde allí, endurece al máximo el bloqueo económico, ofrece recompensas, paga delaciones, se embosca en potreros y huertas, incursiona por sorpresa a la menor información, patrulla de manera inesperada. 38 Gabriel Ángel La tropa decide aplicar además una vieja teoría. Sin agua, no hay pez que pueda sobrevivir. El agua del guerrillero son las masas, la población que lo apoya. Para acabar la guerrilla hay que neutralizar la ayuda de la gente de la región. Se sobrevienen las capturas masivas, los asesinatos y desapariciones, los desplazamientos forzados. Familias enteras con ancianos, mujeres y niños buscan la protección de las FARC para sus vidas. Con el tiempo hay que arreglar el modo de despacharlos a otras regiones. Los guerrilleros no pueden seguir cargando bebes en sus equipos. Regiones enteras son despobladas. Pero aun así los guerrilleros vuelven a brotar por algún lugar y golpean al Ejército. Su número se reduce, están famélicos, vestidos de cualquier modo, pero no dan su brazo a torcer. La orden del Bloque es oportuna. Salir de la zona. Del modo que sea. Si es del caso poniéndose de civil y enterrando las armas. La lucha por lograrlo dura más de un año. Los retenes de la tropa aguzan la vigilancia. Los cercos se estrechan. La inteligencia militar mueve sus sabuesos por todas partes. Se producen capturas, hay traiciones. Más capturas, más muertos. El Zarco Aldinever comunica su decisión a sus subordinados. La Dirección trabajará por sacarlos a todos de la zona. Él mismo será el último en salir. Las crónicas que se vienen a continuación son 39 Historias de la resistencia retazos de esa epopeya. Las muchachas y muchachos que quisieron narrar algún trozo de su experiencia hacen parte de las filas de las FARC. Combatieron en Cundinamarca hasta el último momento. Y ahora combaten con mayor madurez en otras regiones. No se asustan con facilidad ante la presencia enemiga, ni ante sus aviones, helicópteros, metrallas y bombas. Saben que van a volver, que será tan solo una cuestión de tiempo, mientras se crean las condiciones para ello. En algún momento, ante los primeros resultados de la Operación Libertad, el gobierno nacional cantó victoria. En un tipo de guerra irregular, como la que hacemos las FARC, apegarse de por sí a un terreno no tiene la importancia que tendría en otro tipo de confrontación. La resistencia forjó un conjunto de mandos y combatientes invencibles que hoy refuerzan la lucha contra el Plan Patriota, esa otra gran frustración de la oligarquía colombiana. Y de la resistencia contra esta operación que se ha extendido al conjunto del territorio nacional, el pueblo colombiano producirá los guerreros invencibles que alcanzarán el triunfo final. Basta con mirar a los ojos a Mónica, Yira, Carrillo, Elisa, Gerson, Brayan, Alejandra, Diego, Herrera, Sandino, Samuel, Heliodoro, Isabel, Sirley o cualquier otro de las muchachas y muchachos que volvieron con 40 Gabriel Ángel Aldinever de los páramos, para saber que un nuevo tipo de ser humano, noble, comprometido, abnegado, valiente, modesto, firme, está labrando con sus manos seguras el futuro de Colombia. 41 Historias de la resistencia 42 Gabriel Ángel Segunda Parte La forja de los guerreros I. El golpe de mano en Chuza La base del Ejército en el Terraplén no era permanente. De vez en cuando se venía desde el batallón una patrulla de doscientos hombres y se instalaba en el filo hasta por veinte días. El terreno era propicio para que se distribuyeran por grupos formando un semicírculo. Al frente del semicírculo, a unos trescientos metros, a un lado de la tosca carretera, solían ubicar una avanzada de doce hombres. Desde un principio, la idea fue golpear esa guardia adelantada. La región en su conjunto se denomina Parque Natural de Chingaza, pero el área del Terraplén pertenece al páramo de Chuza. La laguna le queda del lado de arriba, y el pueblecito de Chuzcales le queda abajo, en un clima más agradable. Aparte de la carretera, hay caminos que parten hacia distintos filos en los que habitan campesinos, colonos pobres que hallaron en semejantes alturas un rincón en el 43 Historias de la resistencia mundo en el cual sobrevivir. Para la capital del país la zona es estratégica, de ella depende en gran parte el suministro de agua potable y energía eléctrica. La inteligencia la dirigió Heliodoro, pero fue realizada por Redondo, Julián Shaolín y Turco. Cuando la Dirección la evaluó, la consideró perfecta, precisa hasta en el mínimo detalle. Sobre esa base elaboró el plan. Un día antes de la partida a la acción, se recibió una noticia desagradable. La patrulla del Ejército había sido reforzada con otro grupo de doscientos hombres. Eso equivalía a que el batallón estaba allí completo. Podía ser coincidencia, pero también obedecer a alguna alarma. Fue necesario verificar a última hora en cuánto incidía en el plan la llegada del refuerzo. La discusión fue intensa. La avanzada no había sido reforzada, el grueso de la nueva tropa también se distribuyó por grupos a una buena distancia de ella. La cuestión era ahora o nunca. La decisión fue seguir adelante. Redondo, Julián y Turco no iban a recibir de buen grado que los dejaran por fuera. Su sacrificio para infiltrarse hasta la misma base merecía que los tuvieran en cuenta. Por eso fueron incluidos en el grupo de asalto. A ellos fueron sumados Dimer, Brayan y Alirio. Como mando se designó a Sebastián. 33 unidades más servirían como aseguramientos. 44 Gabriel Ángel De acuerdo con el plan, el asalto debía producirse a las doce en punto de la noche. Los cuarenta muchachos partieron del campamento al atardecer. En el filo de La Babosa, localizado enfrente y un poco arriba de Chuzcales, fueron ubicados los primeros aseguramientos, encargados de cubrir el camino del páramo de Chuza. En la loma de las Cruces tomó puesto otro grupo de seguridad. Mucho más adelante, en el camino que conduce al Terraplén, en un sitio llamado Antenas, se instaló el grupo que tenía bajo su responsabilidad cubrir la retirada. De allí en adelante la tarea correspondía al grupo de los siete. La oscuridad se acentuaba con cada minuto a medida que avanzaban por el camino en aproximación a la base. Cada uno de ellos portaba un fusil AK 47 con cuatro proveedores de treinta tiros. Estos últimos estaban atados por parejas invertidas, a fin de cambiarlos más deprisa en el momento que fuera necesario. También llevaban 28 granadas de mano M 26, distribuidas de a siete entre cuatro de ellos. Después de una hora, abandonaron el camino y continuaron su acercamiento a campo traviesa. No podían encender ninguna luz para alumbrar sus pasos. La vegetación se componía en lo fundamental de chuzque y piñuela, especies de matorrales 45 Historias de la resistencia espinosos y cortantes, con los que chocaban a cada momento lastimándose los brazos y piernas. A medida que se colaban entre ellos, sus ropas se rasgaban y su piel se resentía en forma dolorosa. No cabía alternativa, el secreto de su llegada tenía prioridad absoluta. Tampoco podían quejarse. Hora y media más allá se hallaron en el propio páramo. Allí la vegetación dejó de ser tan espesa, pero ahora se veían obligados a marchar tendidos, so riesgo de ser detectados. El chuzque despellejaba sus abdómenes. Eran las ocho y treinta de la noche cuando estuvieron a doscientos metros de la avanzada. Estaban rodeados de tinieblas, pero relámpagos cada vez más frecuentes que anunciaban pronta lluvia, les permitían observar a alguna distancia. Con cien metros más, estarían en la carretera. El aguacero se les vino encima de repente, saturado de gruesas y frías gotas que golpeaban sin piedad alguna sus cuerpos. Así, envueltos en una capa de barro, una hora más tarde se hallaron a contados metros de la vía. La lluvia fue cesando su furia hasta quedar convertida en una fastidiosa llovizna. El frío comenzó entonces a atormentarlos con su lento abrazo. No llevaban mucho tiempo en ese lugar cuando escucharon acercarse una bulla de voces y pasos. Con sus respiraciones contenidas y sus armas listas 46 Gabriel Ángel a hacer fuego, acostados de barriga sobre el suelo enfangado, escucharon despedirse a un grupo de hombres. Métanse bien al sleeping y duerman felices, dijo con claridad uno de ellos. El grupo se fue alejando hacia dentro entre bromas y risas. A las diez y media de la noche, a punto de entumecerse, los muchachos tomaron la decisión de actuar. Faltaba aún hora y media, pero resultaba imposible soportar más el castigo del páramo en esas condiciones. Por eso cruzaron, todavía de rastras, el tramo que los separaba de la carretera. En un segundo estuvieron de pie, recostados al barranco. Arriba de ellos, un par de metros adentro, se encontraba su objetivo. Julián Shaolín oyó con claridad un ruido encima de él. Casi percibió el calor del cuerpo del centinela que se arrimó al borde del barranco. Sólo pensó en apretarse con mayor fuerza a la pared. Casi enseguida sintió el chorro de orín que el hombre lanzaba al vacío y que en un comienzo pasó sobre él. Al parecer era una orinada contenida por largo tiempo, porque a él le pareció eterna. Cuando mermó su fuerza, el chorro cayó por unos momentos sobre su cabeza. Ni siquiera se movió. El orín, al deslizarse por su rostro, le transmitió una chocante sensación de calidez. Después el hombre se alejó con pesados pasos hacia la rancha. 47 Historias de la resistencia Un minuto más tarde, los muchachos estaban a un lado de las carpas donde dormían los soldados. Todo estaba dispuesto del mismo modo como lo habían observado en sus exploraciones. En la parte más alta, dos carpas. Unos metros más allá, en una pequeña hondonada, las otras dos. La rancha, una burda instalación usada para preparar alimentos, estaba separada de estas últimas por una corta distancia. Pudieron constatar que el centinela seguía usándola como techo en busca de un poco de abrigo. El propósito fundamental era no dejar sobrevivientes, y de ser posible, recuperar algunas armas. Las carpas no pegaban exactamente al piso, sino que llegaban hasta unos cuarenta centímetros de él. La idea que llevaban, era la de bregar a sacar las armas de los soldados que dormían en las dos primeras carpas, antes de prenderlas a fuego de fusil. Desde allí mismo, lanzarían una buena tanda de granadas de mano hacia las dos carpas de más abajo antes de rociarlas a plomo. Todo estaba dado y sólo faltaba proceder. Varios de ellos se agacharon y se colaron bajo la primera carpa. Con indudable nerviosismo, comenzaron a tantear con las manos en busca de las armas. No se veía casi nada. Cualquier forma humana reconocible por el tacto, obligaba de inmediato a separar los dedos de ella, como si se tratara de brasas. Cuando lograron palpar chalecos y 48 Gabriel Ángel fusiles, procedieron a moverlos con sigilo en procura de evitar el ruido del choque de unos con otros. No se podía obrar rápido. Escuchaban con claridad las respiraciones de los soldados que dormían. De pronto, uno de ellos se removió en el lecho y los muchachos oyeron su voz que preguntaba lo que tanto temían, ¿quién está ahí? ¿Qué sucede? La impresión los paralizó por un instante. Convencido de que algo anormal sucedía, el soldado se sentó y comenzó a desprenderse del sleeping. Tenía al alcance de la mano las pecheras, así que las tomó en las manos y se movió con intención de ponerse de pie. Con ágil movimiento, los muchachos salieron de nuevo al aire libre. Se está levantando uno, dijo Julián al oído de Sebastián. ¿Qué hacemos?, preguntó Brayan con un susurro. La respuesta del mando fue inmediata, Los de las granadas, ¡desasegúrenlas y láncenlas a las carpas de abajo! Cuenten hasta cuatro e inicien fuego. Nosotros dispararemos a las dos de aquí. El soldado despierto no alcanzó a salir de debajo de la carpa. Primero sonaron las ráfagas de los fusiles. Casi enseguida se oyeron las detonaciones de las granadas. El centinela, acomodado bajo el plástico de la rancha, vio de pronto levantarse en el sector de las carpas de la avanzada, a escasos metros de él, una andanada de plomo que le recordó el 49 Historias de la resistencia sorprendente espectáculo de los fuegos artificiales en una noche de año nuevo. Incapaz de comprender qué sucedía, desaseguró su arma e hizo dos tiros, separados por un pequeño intervalo de tiempo, hacia el área de donde creyó procedían los disparos contra las carpas. Luego vaciló. Redondo, que accionaba su fusil contra una de las carpas de la parte superior, sintió que un fuerte impacto casi se lo arrebata de las manos. El arma le dejó de funcionar. Al intentar extraer el tiro que creyó dañado en la recámara, descubrió que el bloque estaba deformado por completo y comprendió que había sido alcanzado por uno de los disparos que había hecho el centinela. Hasta ahora ninguno se había ocupado de él. Todo ocurrió muy rápido. Le oyó preguntar con fuerza qué pasaba ahí. Entonces le gritó con voz irritada, ¿Cómo se le ocurre dispararnos, es que nos va a matar? ¿Usted quién es? El centinela, con un dejo de alivio, contestó, Soy yo, el guardia, Palacios. Los muchachos acabaron de sorprenderse cuando Redondo caminó hacia allá y le gritó, ¡Eche para acá, Palacios! ¡Venga! Víctima del engaño, el centinela se aproximó hasta llegar al lado de Redondo. ¿Qué pasa?, indagó confiado entre las tinieblas. Redondo le apuntó con el calibre de su inutilizada arma al pecho. ¡Suelte el fusil! ¡Y las pecheras! ¡Rápido o se muere! El soldado obedeció aterrado. En ese momento se inició el 50 Gabriel Ángel fuego contra el lugar, desde el área donde se hallaba ubicado el grueso de la tropa. Centenares de fusiles comenzaron a tronar a un tiempo contra ellos. La distancia favorecía a los muchachos, los proyectiles pasaban a una altura mayor que sus cabezas. Redondo se hizo al fusil y a las pecheras del centinela. Entonces le gritó, ¡tiene 5 segundos para perderse de aquí, corra! El hombre no esperó a que le repitieran la orden. La tropa avanzaba hacia ellos y los proyectiles comenzaron a pasar más cerca. Sebastián ordenó que buscaran bajo las carpas. Los muchachos trajeron tres fusiles más con sus pecheras. Redondo pidió que lo dejaran bajar hasta las carpas de más allá, a donde habían lanzado las granadas antes de disparar. ¡Estoy seguro de que allá tienen la ametralladora! ¡Déjeme ir y la traigo! Sebastián calculó el tiempo. El plan decía que el golpe debía ser ejecutado en cinco segundos. Ya llevaban mucho más que eso. Hasta ahora todo había salido bien. Por eso le dijo que no. Más bien ordenó hacer una última descarga de tiros y lanzar las otras granadas de mano. Luego ordenó retirarse. Redondo obedeció enfurruñado. Cuando saltaron a la carretera buscaron el camino. La veloz retirada no podía hacerse a campo traviesa como la llegada. A sus espaldas sonaba fuego intercalado, como si la tropa no entendiera todavía 51 Historias de la resistencia qué era lo que sucedía ni cómo obrar en el instante. Ninguno los siguió. Unos minutos antes de la medianoche decidieron comunicar por el celular la buena nueva al comando. La satisfacción fue grande. A las cinco de la mañana estaban en el filo de La Babosa. A los cuatro fusiles y pecheras sumaron dieciséis proveedores y un mismo número de granadas de mano, seis granadas para mortero, tres equipos y mil quinientos proyectiles. Al día siguiente, en el Comando, se enteraron de la intercepción de una llamada telefónica. En ella, un suboficial compungido contaba a su mujer que la noche anterior habían sido víctima de un asalto, él estaba bien, pero toda su escuadra había sido aniquilada. Lejos de allí, al recordar los hechos, Brayan afirma que no fue difícil, al tiempo que lamenta la decisión de Sebastián de no autorizar la búsqueda de la metra. Está convencido que Redondo se la hubiera traído, Era uno de los hombres más valientes que conocí, es una pena que no haya salido con vida de Cundinamarca. Turco y Julián Shaolín también morirían después, en otros hechos. Alirio, en cambio, optó por la deserción, terminó siendo un cobarde. Los demás continúan en la lucha. 52 Gabriel Ángel II. La bienvenida a la tropa en Los Medios Los ojos de Sandino se desviaron por un instante del camino para mirar la hora en su reloj de pulso. Las ocho y veinte, repitió para sí. Echado boca abajo en el piso, inhaló con fuerza en procura de aliviar la tensión que lo mortificaba. La tarde anterior también había estado aguaitando, y aunque esa mañana se trataba de esperar a la misma tropa, la situación, de alguna manera, era mucho más complicada. Ayer todo se desarrollaba de conformidad con el plan. El propio Zarco había inspeccionado el terreno y señalado a cada uno el sitio donde debía ubicarse. Y él había cumplido con su parte, aunque el enemigo no se hubiera presentado. Pero hoy se había dejado dominar por la arriesgada idea que se le metió en la cabeza tras unos minutos de estar ocupando su puesto en la emboscada. Se había mudado de lugar. Sin autorización. Incluso sin la aceptación de Enrique, su compañero en la misión. Cuando se le acercó a comentarle que en su parecer las cosas daban para apoderarse del fusil del soldado que pensaban matar, para lo cual apenas necesitaban moverse de los sitios asignados y variar 53 Historias de la resistencia un tanto la maniobra ordenada, se encontró con una mirada que primero expresó incredulidad y después escepticismo. En lugar de responderle cualquier cosa, Enrique volvió el rostro en forma significativa hacia otro lado y adoptó un silencio del que fue imposible sacarlo. De nuevo en su puesto, acosado además por cierto sentimiento de culpa, Sandino vaciló durante unos minutos. Si Enrique no se arrimaba a unos cuantos centímetros del camino, como pensaba hacerlo él, y permanecía a una docena de metros del mismo, estaba claro que no lo iba a poder cubrir. La gruesa vegetación de la montaña ni siquiera permitiría que se percatara de lo que estaba sucediendo. Era consciente de que cualquier error en sus cálculos iba a pagarlo sin duda con la vida. Sin embargo, una inusitada confianza en sí mismo le indicaba que las cosas iban a salirle bien. La espera, creciente en su angustia a medida que trascurría el tiempo, agudizaba la contradicción en su interior, hasta producirle un ligero temblor en las manos que amenazaba con extenderse a todo su cuerpo. Exhaló el aire con lentitud, seguro de dominar sus nervios, y volvió a fijar su vista en el camino. Dos segundos después, sus ojos vieron aparecer al primero de los soldados, quien tras tomar la curva, se vino de frente a unos veinte metros de él. Era la 54 Gabriel Ángel parte más encajonada del recorrido, con barrancos que podían tener dos metros de altitud a ambos lados. El hombre avanzaba con el fusil en posición de guardia. Sandino se pegó todavía más al piso y agachó por completo su cabeza. Escuchó con claridad los pasos que se acercaban y en su mente se fue dibujando la distancia que cubrían. Sintió cuando cruzaron debajo de él. Entonces irguió un poco su cuerpo y pudo ver la espalda del soldado a un metro de distancia. Con un suave movimiento de las manos le apuntó con el calibre. Antes de apretar el gatillo de su arma, distinguió la bulla de los pasos de otro soldado que salía tras la curva del camino. No miró hacia él, sabía que al hacerlo iba a perder su blanco. Dos días antes había tenido lugar la batalla de Los Medios, en la que el Ejército logró conquistar el campamento de La Copa. Una pelea para recordar. La brigada móvil número 2 avanzó desde el corregimiento de Los Alpes, de Medina, hacia la zona montañosa. En condiciones normales, ese recorrido tomaba un par de horas a pie. Pero esta vez, la tropa tuvo que vérselas con los comandos guerrilleros enviados a recibirla. Estos, unas veces juntos y otras por separado, se trenzaron a tiros sucesivamente con ella, ocasionándole numerosas bajas. 55 Historias de la resistencia La resistencia dispuesta por la dirección de la columna al mando de Aldinever, se llevó a cabo de manera tan organizada y precisa, que los comandantes del Ejército se vieron obligados a solicitar el apoyo de la aviación para desalojar de sus posiciones a la guerrilla. Se requirieron siete horas de bombas y ametrallamientos lanzados desde los aviones cazabombarderos y helicópteros artillados, para que las tropas de tierra pudieran acceder al campamento. De la guerrilla apenas hallaron el rastro. No había cadáveres, ni heridos urgidos de atención, ni siquiera pedazos de gasa o algodones ensangrentados. Mucho menos las decenas de hombres y mujeres que imaginaban con las manos arriba en señal de rendición. No faltó quien alegara con soberbia, que víctimas de las violentas explosiones, los cuerpos de los subversivos habían sido desintegrados por completo. De seguro que fue la vanidad inspirada por la pírrica victoria, la que hizo surgir en los mandos de la brigada la idea de acamparse en ese sitio. Para su fortuna, los guerrilleros no habían dejado minados instalados. Pese a ello, unos cientos de metros más arriba, los jefes rebeldes, con las debidas seguridades, balanceaban esa misma noche las distintas opciones para hacer frente en adelante a la embestida enemiga. Su estado de ánimo no podía 56 Gabriel Ángel ser mejor. Sabían que para llegar hasta ahí, el Ejército había puesto varios muertos y heridos. Estaban claros de que la evacuación de un campamento no tiene mayor significado en una guerra de guerrillas móviles. Ninguna dificultad había para construir otro si hiciera falta. Incluso, tiempo después, era posible regresar al mismo. Hasta ahora ninguno de sus hombres había sufrido un rasguño en la piel. Y el territorio para combatir era extenso. Si las condiciones lo imponían, podían tomar el camino a Casa Azul y desde allí, por trocha guerrillera, ascender hasta el mismo páramo. Sabían cómo moverse en él y llegado el caso, cruzarlo todo y caer del otro lado, vía El Tendido, hasta Santa Rita, en jurisdicción de Gachalá. Contaban con la montaña espesa, el rucio, el páramo y hasta el piedemonte mismo para operar. Podrían comenzar por tender una emboscada a la tropa. Era seguro que al día siguiente iría tras ellos. La escogencia del sitio no dio lugar a mayores discusiones. Se trataba de uno de los tantos pasos obligados en los que el abrupto relieve no dejaba alternativa distinta que tomar el camino en fila india. El plan elaborado fue sencillo. Dos fusileros separados entre sí por varios metros, se apostarían entre la montaña a unos cuantos pasos del camino. 57 Historias de la resistencia En cuanto el hombre de la punta estuviera a tiro seguro, harían fuego contra él. Sin más espera, se retirarían por entre la espesura. Otros tres guerrilleros los estarían esperando doscientos metros arriba. En cuanto los vieran llegar, accionarían las minas ubicadas en el barranco, en el punto exacto donde terminaba la curva que precedía la recta encajonada. Era de esperarse que la explosión sorprendiera a varios soldados atrincherados allí tras los primeros tiros. La prolongada permanencia de la tropa en el antiguo campamento guerrillero, permitió contar con el tiempo suficiente para prepararlo todo sin interrupciones. Lo único que no figuraba en los planes era la repentina decisión de Sandino. El eco del disparo se expandió por entre las paredes de la montaña hasta bien lejos. En una fracción de segundo, Sandino vio colarse el tiro en la espalda de su enemigo y luego lo vio irse de bruces, como pateado por una mula, hasta caer como un saco un par de metros adelante. Sin dar ninguna tregua, volvió con seguridad su arma en dirección al soldado que recién apareció tras la curva y apretó de nuevo el gatillo. El soldado, y otro que lo seguía de cerca, retrocedieron en forma apresurada en busca de amparo. Sandino apretó su dedo índice por varias veces sobre el gatillo, hasta cuando el cuarto de los 58 Gabriel Ángel proyectiles se negó a salir. Lleno de alarma, comprendió que su Galil se había trabado en el peor momento. Volvió a mirar de nuevo hacia donde terminaba la curva y al ver que ningún hombre se asomaba, se arrojó con agilidad al camino. En un instante, volvió cara arriba el cuerpo del soldado muerto y se apoderó de su fusil. Acosado por la prisa, se terció el suyo a la espalda. Como hombre de punta, el soldado no llevaba nada más puesto encima. Ni pecheras, ni camisa, ni siquiera una gorra. Sólo el pantalón de campaña, un liviano buzo verde de mangas cortas y el fusil sin el seguro puesto. Sandino no vio ninguna otra cosa que valiera la pena llevar. En el buzo, a un lado del feo orificio de salida abierto por el proyectil, alcanzó a leer: Batallón de contraguerrilla número 22 Primera línea. Tal y como lo temía, no hubo ni un disparo en su apoyo por parte de Enrique. Desde donde él se hallaba, apenas podría avistar un pequeño trozo del camino. El espesor de los troncos de la selva virgen le impedía apreciar algo más. Pero eso lo pensó Sandino después de brincar de nuevo al monte, mientras se alejaba con firmes zancadas del peligro. Entonces también reparó en el cerrado concierto de las armas y en las explosiones de apoyo con que la tropa reaccionaba, más por reflejo que por tener algún blanco a su alcance. Sintió la certeza de salir bien librado. 59 Historias de la resistencia Una vez consideró que se había alejado lo suficiente, se detuvo por un momento en procura de orientarse. La dirección que eligió, lo condujo unos metros más allá, a una maraña de bejucos que le cerró el paso. Para evadir el obstáculo, ensayó un rodeo que se le dificultó varias veces. Cuando por fin se libró de él, se descubrió perdido. No estaba claro del sentido en que debía avanzar para llegar hasta sus compañeros. Desde su posición inicial en la emboscada, había practicado sin problemas el breve recorrido por entre la manigua. Ahora las cosas habían variado un poco con el cambio de puesto. En medio del fuego se colaban los gritos y las voces de la tropa. Enrique, por su parte, no tuvo inconvenientes para retirarse. Lo hizo algo indeciso, algunos segundos después que la contraguerrilla iniciara su escandalosa balacera. Creía que Sandino iba a tomar hacia él, pero al paso de los segundos concluyó que no llegaría. Por lo que fuera. Había violado el plan. Sumido en el desconcierto, trató de explicárselo a sus compañeros que esperaban expectantes, quienes al verlo llegar solitario dieron rienda suelta a la preocupación. Uno de ellos propuso accionar de una vez el minado, ese había sido el plan. Enrique les suplicó que esperaran unos momentos. El tiempo se extendía de manera sorprendente, cada segundo parecía una 60 Gabriel Ángel eternidad. Las ametralladoras M 60 de la tropa rugían con la impaciencia desesperante de varias motosierras. Ya se enzarzaban de nuevo en la discusión de si reventaban el minado, cuando la bulla de pasos cercanos entre la maleza les indicó que alguien se acercaba. Era Sandino, sudoroso, sucio, acezante. La alegría de los demás al verlo sano y salvo, se reprodujo varias veces cuando les mostró el fusil recuperado al soldado. Un segundo después retumbó la aterradora explosión que estremeció con furor los cimientos mismos de la cordillera. Tras ella sobrevino una lluvia de tierra y el más impresionante de los silencios. Campesinos de la región afirmarían en los días siguientes, haber visto sacar a Los Alpes cinco cadáveres de soldados y un alto número de hombres malheridos. La lucha apenas comenzaba. A mediados de junio de 2003 la guerrilla todavía ignoraba que desde Gachalá también avanzaba la tropa cerrando la ruta de su repliegue. La Operación Libertad mostraba sus sanguinarios colmillos en el oriente de Cundinamarca. La inesperada bienvenida daría origen a la más angustiosa obsesión de las brigadas contraguerrilla, la muerte de Aldinever, El Zarco, ese imperturbable comandante de las FARC contra quien al final les fallarían todas sus jugadas. 61 Historias de la resistencia III. Cuerpo, sangre y corazón de mujer Aún con cierto dejo de picardía infantil, el bello rostro de Isabel da fiel testimonio de sus diecinueve años. Su armónica compostura, envuelta en una suave piel trigueña, aúna la recia fortaleza física con el visible atractivo de sus formas juveniles. Es sin duda una guerrillera hermosa. Tenía cinco años en filas cuando conversamos sobre su experiencia. Para entonces ya había estado luchando en tres frentes de las FARC, primero en el 27, en el Meta, y luego en el 53 y el Manuela Beltrán al oriente de Cundinamarca. Es el mes de agosto de 2003. La Operación Libertad se ha expandido con su hálito de muerte y terror. Campesinos de distintas veredas de Cumaral, Medina, Gachalá, Machetá y Junín son víctimas de la persecución general. Detenciones masivas, desplazamientos forzados, homicidios. La columna al mando de Aldinever se ha visto obligada a diluirse. Sánchez, con las unidades del Frente Vladimir Estiven, se ha trasladado al área tradicional de sus operaciones, al territorio que mejor conoce. Las provisiones escasean. El cerco es grande y la guerrilla se mueve de una parte a otra. 62 Gabriel Ángel Aldinever se encuentra en la zona rural de Ubalá. Aparte de las unidades del 53 que le acompañan, también están con él pequeñas unidades de distintos frentes. Entre todos hacen un buen número, difícil para alimentar en las condiciones de presión en que se hallan. El campamento está en el rucio. Es frío y húmedo. El hambre acosa más en esos ambientes. Las papeletas de caldos y sopas son la última reserva que se va agotando. Es forzoso salir en busca de comida. En esos casos la esperanza está en la población civil. Allí hay animales, reses, marranos, chivos, gallinas, bastimentos, posibilidad de acceso a algún mercado o al menos a un suministro de la economía familiar. El Ejército lo sabe. Por eso espanta sin vacilar a quienes cree brindan un apoyo de cualquier naturaleza, y vigila con excesivo celo a los demás. Infiltra agentes de civil, ofrece dinero, amenaza, patrulla el piedemonte, se embosca en los potreros, en las huertas, en los alrededores de las viviendas. La guerrilla también lo sabe. Como el riesgo es inevitable, la orientación es el máximo de disciplina. Y mucha firmeza. El primer día del mes salieron Armando, César y Yeison con el plan de conseguir economía para una compañía. Los dos primeros pertenecían al Frente Vladimir Estiven. El más nuevo era Yeison, que tenía unos tres años en filas y rondaba los veinte años de 63 Historias de la resistencia edad. A las trece horas se comunicaron por radio al campamento. Aún no habían conseguido nada. Dos horas más tarde volvieron a reportarse con la buena nueva. Tenían una remesa, tan grande que se requerían unos quince guerrilleros para remolcarla. Informaron también el sitio exacto en donde esperarían con ella. La falta de malicia en la guerra tiene sus costos. En dos horas resultaba imposible conseguir media tonelada de provisiones, pero ninguno de los mandos sospechó nada. Carrillo fue escogido para encabezar el grupo de remolque. Isabel hizo parte de este. Antes de salir, Carrillo le planteó a Aldinever la posibilidad de dejar la ametralladora M 60 que portaba. Con ella le sería mucho más dispendioso el tránsito pesado por la trocha entre el rucio. El Zarco estuvo de acuerdo. Calcularon que si marchaban al trote, en hora y media estarían en el lugar de la cita. El musgo en el rucio se crece por sobre los palos caídos. Uno puede hundirse de repente hasta la cintura pues no acierta a adivinar que el suelo está por debajo del piso aparente. Pero a la voz de economía se dejan las dificultades atrás sin reparar mucho en ellas. El grupo salió de la montaña al descubierto unos minutos antes de las dieciocho horas. Al frente estaba situada una ligera elevación cubierta por la vegetación. De por medio una 64 Gabriel Ángel pequeña mata de monte. Carrillo ordena rodear el potrero, avanzando hasta la mata por la orilla de la montaña. Algunos no obedecen su orientación y pasan de largo. Son Mayerli, Herrera y Camilo. Ellos son los primeros en descubrir huellas de pisadas recientes en la mata de monte. De la economía no hay rastros, tampoco de los abastecedores. Cuando llegan los otros y reciben esas noticias, comienza a sentirse el malestar. Es muy extraño. Carrillo se percata de que a excepción de José y Uber, los demás no portan los fusiles. Al indagar el por qué, le responden que de manera espontánea los dejaron en la orilla del cañito que había antes de asomar al descubierto. Ese mismo día, a las seis de la mañana, por la misma ruta, había salido del campamento un comando al mando de Fredy Padilla. El recurso más fácil para explicar el rastro de pisadas fue adjudicárselo a ese comando. Carrillo, que había sido víctima de una emboscada en Guasca, cuando con una escuadra regresaba de remolcar, siente un cosquilleo por la piel. A la orilla de la mata, indica a los demás que no ingresen en ella. Puede haber Ejército emboscado, les dice. En ese momento suena el pitido de un reloj de pulso indicando que son las seis de la tarde. Varios guerrilleros le advierten a Carrillo que es la hora de la comunicación y éste enciende enseguida 65 Historias de la resistencia su radio de dos metros. Se apresta a informar a Aldinever lo que sucede. Sin embargo, antes de hacerlo, escucha una voz ahogada que le dice ¡Ojo! ¡Ojo! Reconoce el acento de Fredy Padilla. Después se aclararía el asunto. Fredy estaba cerca de allí y casi fue sorprendido por el Ejército que subía. Apenas tuvo tiempo de esconderse entre la maleza, mientras la tropa pasaba a su lado por el camino. Cuando encendió el radio, escuchó a Carrillo llamar por el indicativo a Aldinever. Lo escuchó muy cerca, por eso le advirtió así. No podía ser más explícito, a unos metros de él transitaban los soldados. Lo que ni siquiera alcanzó a imaginar, era que Carrillo se hallaba en el potrero de arriba. Éste último no tuvo tiempo para alarmarse con el aviso. No transcurrieron más de tres segundos entre la extraña advertencia y los primeros disparos. En un instante, los guerrilleros que lo rodeaban se hallaban tendidos en el suelo y con sus cuerpos rodando hacia la montaña. Él mismo se encontró avanzando a rastras en el mismo sentido. La confusión fue extrema. Isabel estaba sentada sobre su equipo vacío y jugaba con Yira a arrojarse palitos una a la otra. Acababan de venir de orinar en la orilla de la mata. Al oír fuego de fusiles, quedó paralizada por la sorpresa. Enseguida, intentó levantarse un poco, para extraer su equipo de debajo y correr. Fue cuando sintió una 66 Gabriel Ángel especie de fuetazo en la pierna derecha y cayó de bruces sobre un pequeño montículo. Su rostro estaba salpicado por su propia sangre, que brotó con el proyectil que le atravesó el muslo. La vista de su pierna la horrorizó, un trozo enorme de ella colgaba ensangrentado hacia afuera. El Ejército se hallaba tendido en formación de línea sobre la elevación y empleaba a fondo sus armas contra la mata de monte. Algunos de entre los soldados descubrieron los movimientos de Isabel cuando luchaba por ponerse de pie y correr. Entonces sobrevino la gritería, ¡No la dejen ir! ¡Es una mujer y está herida! ¡Carne fresca, muchachos, cójanla! Ninguno de los guerrilleros respondía al fuego, así que varios hombres se arrojaron en su dirección con intención de atraparla. Isabel logró ponerse de pie y correr a medias. A la orilla del monte encontró el apoyo de Yira y Edilberto. Desde allí, al volver la vista atrás, divisó varios soldados de pie en el lugar donde ella había sido herida. Edilberto se quedó cubriéndolas, mientras ella y Yira se metieron a la montaña y tomaron sus armas. Tras ella fueron llegando el resto de guerrilleros. Sólo hizo falta Mauricio, el más joven, un muchacho de quince años. Después lo supieron. El Ejército trató de capturarlo herido. Mauricio llevaba consigo un revólver. El mando de la tropa avanzó confiado hacia él pensando que era apenas 67 Historias de la resistencia un niño. Mauricio lo mató. Los soldados lo remataron de inmediato. Carrillo ata dos ponchos, a manera de venda, en la pierna herida de Isabel. Luego deja a José y otros asegurando la retaguardia y ordena la retirada hacia el campamento. Él mismo se adelanta a llevar la información a Aldinever. Ha perdido el radio en la confusión originada por los tiros y no hay otra forma de avisar. Cuando llega a una hora del campamento, se encuentra con Alfonso, Sirley Estiven y Sandino emboscados. El Zarco los había enviado como avanzada en cuanto escuchó la balacera en esa dirección. Por el radio de ellos comunicó la novedad. A medida que Isabel avanza por el rucio, el dolor comienza a impedirle doblar la pierna. Más adelante tampoco puede estirarla y caminar se le va convirtiendo en un martirio. De pronto empieza a experimentar un frío extremo, ya no puede andar. Varios de sus compañeros se quitan la camisa para abrigarla. Y con otras cuatro camisas improvisan una camilla para cargarla. Antes de llegar al campamento, traen de allá una hamaca a la que la trasladan. Sólo a la una de la mañana están allá. La enfermera, Gisella, la examina y diagnostica que por fortuna la herida no es grave. 68 Gabriel Ángel La bala de fusil no le rompió hueso alguno ni comprometió sus tendones. Pero al salir, destrozó gran parte de la masa muscular. El orificio es grande y horrible. La mala nueva es que no hay medicinas para aplicarle, ni el más ligero analgésico, ni siquiera un elemental antibiótico. También carecen de vendas. Lo único que pueden hacer es colocarle unas toallas higiénicas sobre la herida y asegurárselas con una tira de tela. Y dejarla dormir mientras los demás preparan la marcha. A las cinco, sin nada de economía, abandonaron el lugar con Isabel cargada en una hamaca. A tres horas de marcha las unidades se abren. Gerson, al mando de una guerrilla, sale en busca de comida. Aldinever y el resto marchan hasta las quince horas. Van exhaustos y hambrientos. Mientras reposan de la larga y pesada caminata escuchan los ecos de un recio combate. Se trata de la comisión de Gerson, que chocó de frente, en una maicera, con la tropa. Sólo puede deseárseles la mejor de las suertes. El área en la que se encuentra la guerrilla, es un rucio inmenso rodeado por varias trochas para el tráfico de rústicos vehículos que transportan campesinos o sus cargas. Apenas el Ejército se enteró de la presencia de Aldinever, extiende un gran cerco con el fin de aniquilarlo. La información la obtuvo de los tres abastecedores capturados. La guerrilla se enteraría 69 Historias de la resistencia después que al primero que atraparon fue a Yeison y que él entregó a los otros dos. Otra vez el gran problema con combatientes del Frente Vladimir Estiven que comandaba Sánchez. Su debilidad ideológica era asombrosa. De la traición y la delación pasaban a la abierta colaboración con el enemigo. Algo muy delicado ocurría en esa unidad y el momento era pésimo para venir a descubrirlo. Al día siguiente logran cruzar la trocha que estaban abriendo hacia un pueblecito, Palomo. En forma clandestina, varios guerrilleros penetran a una finca y consiguen sacar una vaca. El animal es sacrificado con el mayor de los sigilos. No queda más remedio que hacerlo de ese modo. Se trata de la vida o la muerte. Después, cuando haya posibilidad, le enviarán el dinero a su propietario. Por ahora no pueden arriesgarse a ser vistos por nadie. Es una paradoja, la guerrilla cuenta con dinero. Ese no es el problema. Pero no puede emplearlo por razones de seguridad. La carne del animal es sancochada en agua con sal. Mientras consigan yuca o plátano o arracachas, será su única comida. El resto de la carne es salada y secada al humo. Cortada en trozos, será empacada en bolsas plásticas en los equipos de los guerrilleros. Es necesario buscar de nuevo la protección del monte, del implacable rucio. Así lo hacen. El agua allá es muy escasa, hay que tomarla de los pequeños 70 Gabriel Ángel depósitos individuales que recogen las matas de quiche. Con paciencia, se logra recoger la suficiente para preparar un caldo para todos, no se puede desperdiciar. Por ejemplo, no se puede asear la pierna de Isabel. Con el paso de los días, su herida va tomando un mal aspecto. Despide mal olor y la rondan las moscas que hay que espantar todo el tiempo. A su alrededor la piel va adquiriendo un fuerte color morado, casi negro. Supura materia. La muchacha siente que la pierna se le va poniendo dura. Tiene miedo. La primera curación se la hicieron a los 6 días. Fue un baño con agua hervida, y la enfermera le fue arrancando con una navaja la carne negra. Su único tratamiento en los días siguientes fue de baños con agua sal y rellenos con panela. Las más duras de las situaciones pueden soportarse y superarse siempre que se posea una elevada moral revolucionaria. El espíritu de sacrificio es una cualidad imprescindible en la formación de los combatientes. En las FARC ninguno gana salario o algo que se le parezca, son inexistentes los estímulos económicos. Se permanece en la lucha porque se tiene la convicción en su justicia. Algunos, los más débiles, son vencidos por la adversidad y renuncian. Convertidos en desechos humanos, en busca de la gracia de los poderosos, se envilecen infamando a sus antiguos camaradas. 71 Historias de la resistencia Es un asunto de ellos, por el que tienen que responder ante el colectivo llegado el momento. Lo cierto es que la inmensa mayoría persevera por encima de las arremetidas y los sufrimientos que deba padecer. El guerrillero sabe, por experiencia, que todo momento malo tiene que pasar y que también habrá luego inmensas satisfacciones. Si no fuera de ese modo, su movimiento habría sido aniquilado en el pasado. Por eso, en medio de tan negativas circunstancias, hay lugar para conmemorar un aniversario más de la muerte del Camarada Jacobo Arenas. Allí, en medio del rucio y el invierno, con el frío calando los huesos y el hambre penetrando hasta la angustia, tomando las debidas seguridades en previsión de la aparición del enemigo, los guerrilleros preparan y rinden un sencillo pero sentido homenaje a uno de los más grandes artífices de la revolución colombiana. El acto, en el que participa muy maltrecha Isabel, resultaría incomprensible para cualquiera de los detractores de nuestra organización. Pero es agosto, es Jacobo, es la fe en la victoria. Esa es la fuerza que hace invencibles a las FARC. Unos días más tarde, acampados en un lugar que denominaron El chivo, por un animal de esa especie que comieron, el comando asigna a Alfonso, la misión de salir a buscar un médico y unas medicinas 72 Gabriel Ángel para la atención de Isabel. Juzgaron que la vereda Sinaí, de Gachalá, sería el sitio más adecuado para el contacto. Se equivocaron. Alfonso y dos de sus acompañantes morirían en una emboscada. Luego pensaron en sacar a Isabel a uno de los poblados vecinos y lo prepararon todo. El día de la partida, el Ejército amaneció ocupando toda el área. Fue imposible. Cargar a alguien en una hamaca por entre la montaña es una dura tarea. Por entre el rucio resulta peor. Isabel recibía en cada marcha muchos golpes. La oscilación pendular de la hamaca cargada en movimiento, produce un choque constante con los troncos de un lado y otro de la ruta. Caminar despacio agota muy rápido a quienes llevan la carga sobre sus hombros. Una mañana, ante una empinada y rocosa cuesta que sus compañeros contemplaban preguntándose cómo harían para subir, Isabel se puso de pie. No quería que los otros sufrieran más por culpa de ella. Desde entonces caminó durante las marchas. Lo hacía de manera lenta y torpe, siempre cojeando, pero luchando obstinada por no ser un obstáculo más. Sus limitaciones precipitaron otra determinación. Resultaba más práctico separarla del grupo grande y dejarla con un grupo pequeño que creara las condiciones para sacarla a recuperación en algún poblado. Alfredo fue encargado de ello. A la 73 Historias de la resistencia vez debía actuar como mando, jefe de finanzas y enfermero. Eran siete en total. Aldinever les entregó cuarenta millones de pesos para cumplir la tarea. Una tarde, a eso de las dieciocho horas, Isabel estaba sentada sobre un tronco, observando con curiosidad los saltos y el canto de una pava de monte entre las ramas de un árbol. De repente el ave chilló y alzó el vuelo asustada. Casi enseguida sonaron los disparos de fusil. Se trataba de un asalto del Ejército. Emprendió la retirada como pudo. Avanzaba con el cuerpo inclinado cuando un impacto le dio fuerte en la espalda y la tumbó. La esquirla de una granada se le había clavado en el omoplato. Pese a ello logró escabullirse hasta el lugar de encuentro que tenían acordado. Camilo, uno de sus compañeros, también resultó herido. Sin embargo todo el grupo volvió a reunirse. La mayor dificultad estaba en que habían perdido sus equipos. Esa noche durmieron cobijados con hojas, en la absoluta intemperie. Al día siguiente llegaron a un campamento abandonado por el Ejército. Hallaron unas papas crudas, cunchos de aceite, tarros de lata vacíos. Arreglaron unas vajillas y cocinaron las papas para comer. También encontraron muchos sacos de lona. Cada uno tomó tres. Uno para usarlo como equipo, otro para tender en el suelo y un último como cobija. 74 Gabriel Ángel El tormento de Isabel no fue ya su pierna, todavía lastimada, sino su hombro. Con frecuencia sufría de fiebres y escalofrío, aparte del dolor intenso. Su brazo terminó por completo inmovilizado. La demora fue lograr contactar sus apoyos en la población campesina del área. Enseguida las cosas se compusieron. Poco a poco les fueron llegando los elementos más necesarios. La pierna mejoró y fue posible la entrada de medicinas para la herida en la espalda. Dos meses después estaba curada del todo. No fue necesario que la sacaran a ninguna parte. Tal vez hubiera sido peor. La miro al rostro y ella sonríe. Baja los ojos al piso. Quiere saber qué voy a hacer con todo lo que me cuentan los muchachos. Aún no lo sé. Habrá que esperar cuando haya condiciones para trabajar textos. Le indago si después no volvió a ocurrirle algo especial. Me dice que de regreso para su Frente, el Manuela Beltrán, el enemigo mató tres guerrilleros y capturó a su novio vivo. Percibo que no desea hablar de eso. Con cautela le lanzo la pregunta si su novio está preso. Con un doloroso aire de vergüenza, me confiesa en voz baja que no. Ahora trabaja con el Ejército, es un miserable traidor. 75 Historias de la resistencia IV. Tropas de Alfonso: no pisen caminos ni trillos... Aldinever no oculta el dolor que le produce recordar la muerte de Alfonso. No sólo era miembro del Estado Mayor del Frente 53, sino que era uno de sus más destacados mandos y un excelente combatiente y compañero. Fue él quien salió al frente del grupo de seis guerrilleros con la misión de conseguir médico y medicinas para Isabel. Pensaron que sería más fácil hacerlo por El Sinaí, en la región del Guavio. El hambre termina siendo soportable. En cambio, desalienta el alma presenciar el sufrimiento de un compañero herido al que no hay cómo prestarle atención. Los muchachos partieron sin desayuno, no había qué preparar. Casi todos habían estado trabajando en esa zona y tenían idea del terreno. Cruzaron la montaña a campo traviesa hasta salir a un trillo viejo que había dejado la tropa. Tomaron por él hasta llegar a una vivienda vacía en una vereda llamada Marquetalia. Allí prepararon un café y unas arepas que comieron antes de irse a dormir entre el rastrojo. Al despuntar el día continuaron caño abajo. Las horas avanzaron tercas sin dar oportunidad de comida alguna. Vinieron a acampar en el filo del 76 Gabriel Ángel Sinaí. A la mañana siguiente Alfonso envió a Gustavo, Sirley y Piña en busca de alimentos. Volvieron con unas panelas, queso y doce mazorcas que les obsequió un campesino simpatizante. Todo un banquete. Con otro campesino consiguieron un chivo. Lo que les dio trabajo fue poder encerrar el rebaño. Además compraron arroz. Por la noche volvieron a comer y se sintieron como reyes. Arroz y carne frita en abundancia. En la madrugada del 30 de agosto tomaron quebrada arriba hasta subir al filo por donde cruzaba el camino real. Desde ahí se podían ver las veredas Murca, Palomas, Frijolito, Andes y Florida, todas pertenecientes a Gachalá. Al salir al camino hallaron los rastros del Ejército, trillo de campamentos abandonados. El propio Alfonso, en compañía de Yira y Piña, se encargó de explorar un largo trecho sin encontrar presencia enemiga. Así las cosas, decidieron traer los equipos hasta más cerca y esconderlos entre el rastrojo, a la orilla del camino. Luego tomaron camino abajo. Al salir a un potrero, juzgaron que las condiciones eran propicias para preparar alimentos en una vivienda. Yira y Sirley se encargaron de eso. Eran casi las quince. El sector podía ser considerado central, lo cruzaban varias carreteras y en todas las viviendas contaban con energía eléctrica. Yira puso a cargar el celular mientras preparaban una gallina 77 Historias de la resistencia que compraron. Después llamó a Fredy, un miliciano del Frente que trabajaba en Bogotá. Éste aseguró tener el médico preciso y disponible, y se comprometió a acompañarlo al día siguiente. Él conoce el lugar. Cuando la comida está lista, dos niños campesinos la llevan en una olla hasta el filo donde esperan los otros. Después de dejar todo en orden, las dos muchachas los siguen. Son algo más de las dieciocho horas pero aún hay buena claridad. Al llegar se enteran de que Alfonso y Gustavo salieron a conversar con el campesino que les regaló el chivo el día anterior. A su regreso, se presentan con una gallina entera cocinada. Y traen queso, panela y miel. Las noticias del médico para Isabel y la abundancia de comida les producen enorme alegría a todos. Yira aparta dos panelas con la intención de conservarlas. Se las había prometido a Isabel y se anima aún más pensando en la satisfacción que le va a producir. Después de comer, se reparten en las manos las bolsas con las panelas, el queso, la miel y los restos de las gallinas. Habían acordado con los campesinos dejar las ollas a un lado del camino. Alfonso y Piña toman la delantera camino arriba, seguidos por Yira y Sirley. Gustavo y Yair van de últimos. Son las dieciocho y media horas. La oscuridad avanza sigilosa con cada minuto. Diez metros antes de llegar al lugar donde escondieron los equipos, Alfonso pregunta en voz alta por la 78 Gabriel Ángel entrada, está confundido. De inmediato, recibe como respuesta varias ráfagas de fusil y las explosiones simultáneas de muchas granadas. Se desploma sin vida al suelo. Piña es arrojado hacia atrás por la fuerza de la explosión de una granada y cae a los pies de Yira, herido por varias esquirlas. El grupo se desparpaja al instante. Yira corre hacia atrás llevando consigo a Piña y unos metros abajo encuentra a Sirley que la está llamando por su nombre. Le explica el estado de Piña y se hacen cargo de su fusil. Se mueven deprisa hasta el borde de un potrero. Oyen las voces airadas de soldados que gritan a otros que se suban rápido. De Gustavo y Yair no vuelven a saber nada. Luego se enterarían de que también perdieron la vida a manos de la tropa. La ruana con la que Yira ocultaba su fusil había sido atravesada por varios proyectiles. Los mismos rompieron también la bolsa con los quesos y panelas que llevaba en la mano. En el repliegue, los tres sobrevivientes se encuentran con un caño de paredes lisas, que como sucede en los sueños, no les resulta posible cruzar. Arriba continúan sonando el fuego y las explosiones. En la oscuridad de las diecinueve horas, sin saber cómo, se hallan al otro lado del caño y en un pequeño sembrado de maíz. Después de descender un buen trecho logran ascender unos trescientos metros entre las tinieblas. Ante la imposibilidad de seguir avanzando con el herido, deciden detenerse allí a esperar la mañana 79 Historias de la resistencia siguiente sentados sobre una roca. Piña se duerme con la cabeza recostada sobre las piernas de Yira. Tenía una herida en la pantorrilla, otra en el muslo y una más en la espalda. El frío lo atormenta. Yira se quita la ruana y lo arropa con ella. Salvo lo que llevaban puesto encima, no contaban con ninguna otra cosa para favorecerse. Con las primeras luces del día deciden romper rastrojo y monte para no pisar caminos ni rastros. Desde la altura de un filo observan el camino real y ven la tropa que desciende por él, con ruta hacia Palomas, transportando atados a mulas los cadáveres de sus compañeros. Sienten dolor, rabia, impotencia. No queda otro recurso que regresar en busca de los suyos, haciendo una ruta distinta, a campo traviesa. Las dos muchachas se reparten, para llevarlos, el fusil y las fornituras de Piña. Le limpian la sangre con un buzo. Las heridas le duelen, la piel está bastante inflamada, pero no hay sangrado. Una suerte. Ese día caminan hasta las dieciséis horas, cuando salen frente a un potrero en medio del cual hay una pequeña casa. Es un mantenedero, en la vereda Marquetalia. Los campesinos de la región acostumbran abrir unas fincas lo más retiradas de la población, para dejar allí algunas cabezas de ganado con el fin de que aumenten. Y construyen rústicos ranchos donde alojarse cuando vayan a darle un vistazo al ganado y 80 Gabriel Ángel echarle sal. Es lo que llaman mantenedero. Los muchachos deciden esperar que se nuble el área antes de arrimar hasta allí. Cuando lo hacen, hallan dos juncos, una especie de camastros hechos con hojas de plátano. En una de las paredes está colgada una vieja carpa de camión. Hallan también una cobija amarillenta y ropas viejas y usadas que cambian de prisa por las propias que llevan mojadas por completo. Acuerdan que por ninguna razón van a pasar la noche en ese rancho, así que trasladan la carpa, los juncos y la cobija hasta la montaña y duermen a pierna suelta. De comida no hay esperanzas, tan sólo el recuerdo de los manjares del día anterior. La mañana siguiente continúan la marcha. De camino hallan un abismo, un largo volcán por el que había que descender aferrándose con las manos a cualquier raíz. Sirley estalla enojada ante aquellas dificultades y culpa a los otros dos de escoger a propósito los peores obstáculos para avanzar. Yira y Piña la escuchan con paciencia, ya la conocen, hay que soportarle el genio. Al mediodía encuentran otro potrero. Después que Yira lo explora con cuidado y hace lo propio con el rancho que se encuentra en su centro, se aproximan todos a éste. En sus contornos hallaron un toro, una vaca vieja y un becerro. No lo pensaron mucho para acordar que sacrificarían a este último. 81 Historias de la resistencia Con tiras que arrancan de un pantalón viejo encontrado en el rancho, se fabrican una especie de cuerda para atar al animal. Sirley fracasa en su intento de quitarle la vida, resulta incapaz de hacerlo. Es Piña quien termina por matarlo con la navaja de Yira. Las dos muchachas lo pelan y le apartan sus extremidades, cuya carne tasajean. Piña se encarga de prender candela dentro del rancho. Antes, consiguen muchas hojas para tapar con ellas cualquier abertura por donde pueda salir la luz. Después se ponen a asar la carne tasajeada. Sin sal ni aliños de ninguna especie. Con las mangas de otros pantalones viejos improvisan unas primitivas bolsas. Hacia las diez de la noche terminan el asado y logran llenar cuatro bolsas de carne para llevar. Satisfechos con la comida se echan a dormir en el zarzo de la vivienda. El optimismo regresa. Con esa carne, ya no van a morir de hambre. En la madrugada despiertan asustados. Atan las bolsas con carne a sus pecheras y salen aprisa del rancho. Piña se siente con mayores alientos y propone ayudar a cargar un fusil. Le pasan el de Yira, que por ser un R 15 era más liviano. Del rancho sólo se llevan un plástico. El clima y el terreno se presentan terribles. Llueve sin cesar durante todo el día y se ven obligados a cruzar un rucio muy quebrado. A las trece horas, fatigados, deciden detenerse. Para pasar la noche en el sitio que escogen, resulta necesario construir una ramada, así 82 Gabriel Ángel que se ponen manos a la obra. Comen carne pero les resulta desagradable por lo simple. Además buena parte de ella les había quedado cruda. A las siete de la mañana vuelven a caminar. El hambre los importuna y les agria el carácter. Piña lleva el machete en la mano y va rompiendo el monte. Sirley, como de costumbre, protesta la ruta, asegura que van perdidos. A veces Piña se siente inclinado a creerle. Sin embargo, en caso de opiniones encontradas, la que termina por imponerse es Yira. De los tres, ella es la única que porta machete, navaja y mechera, tres elementos indispensables para la supervivencia. En caso de que se obstinaran contra sus criterios, ella les decía que podían irse por donde quisieran, pero tendrían que arreglárselas sin ninguno de esos objetos. Después de varias horas logran salir a un quemado. Allí encuentran un tarro con restos de miel, de la que Piña sólo les deja probar un poco. Las convence de la necesidad de guardar el resto para más adelante, a fin de poder endulzar el agua que encuentren. Un trecho más allá se tropiezan con el rastro de la unidad de Aldinever, el mismo que habían dejado cuando se marcharon del campamento, después que hirieron a Isabel. La emoción es inmensa. Deciden seguirlo. A poco de avanzar hallan el campamento que habían llamado de las mangueras, y un poco más allá, otro que 83 Historias de la resistencia bautizaron el de Jacobo, porque allí conmemoraron el aniversario de su muerte. Vacíos, abandonados y nostálgicos como todos los campamentos viejos, esta vez poseen la virtud de inyectar mucha moral por el hálito a la propia gente y la sensación de su proximidad. Para pasar la noche construyen otra ramada. Sirley, al parecer, siempre fue una niña delicada y consentida en su familia. Esas condiciones personales en la guerrilla traen consigo dificultades. Como por ejemplo la tendencia a ubicarse en el lugar incorrecto en un momento desafortunado. Piña está enfrascado en sacar la mayor cantidad de virutas finas de un leño a fin de poder encender fuego con facilidad, y Sirley viene a pararse justo al pie de él. Un resbalón del machete sobre el leño alcanza a cortar la bota y el pie de la muchacha. La herida en realidad no es muy grave, pero en adelante le dificultará caminar. Una actividad fundamental en las circunstancias en que se encuentran. Para dormir abrigados, los tres tienen que tenderse sobre el mismo lecho improvisado pegando sus cuerpos unos a otros. Piña prefiere hacerlo en medio de las dos muchachas. A la mañana siguiente caminan hasta el llamado filo del quiche. Cuando estaban todos, habían recogido agua de esas matas para preparar un caldo, y por eso el nombre. Sabían que estaban en dirección a 84 Gabriel Ángel Toquisa, un corregimiento de Medina. Yira recorre el lugar y examina el sitio donde habían ubicado con Carrillo un minado. Allí atrae su atención una lata de sardinas vacía. Con cuidado, le levanta la tapa y mira en su interior. Hay un papel escrito y doblado que extrae con ansiedad. Al abrirlo reconoce la letra manuscrita del Zarco, Tropas de Alfonso: no anden por caminos, ni trillos, ni salgan a potreros ni a casas. Hay un operativo grande contra nosotros y hacer esas cosas es fatal. Ahí les dejo un kilo de sal. Busquen para donde el papá del Loco que ahí los mando a buscar. Mucho ánimo y moral revolucionaria. Aldinever. Cuando los demás leen la nota, la alegría se les desborda en llanto. Abrazados de felicidad, juran que no flaquearán pase lo que pase. Enseguida discuten cuál será la mejor ruta hacia donde el papá del Loco. De repente Yira recuerda algo. Cuando estuvieron ahí con Aldinever, éste le había comentado mostrándole una dirección, que por aquel flanco se podía abrir una trocha para salir a Toquisa. Dominada por aquel recuerdo propone que no busquen hacia donde dice la nota, sino por la posible trocha que le había señalado El Zarco ese día. En su parecer, por ahí tenían que haber tomado sus compañeros. Los demás comparten su intuición y optan por seguirla. La única dificultad consistía en hallar la trocha. Comienzan por tomar un rastro viejo del Ejército 85 Historias de la resistencia que se pierde por completo al llegar a un caño. En la búsqueda descubren un buen número de granos de maíz regados por el suelo. Al seguir esta pista encuentran la anhelada senda y la toman sin vacilar. Tras un largo recorrido brotan al camino que va de Toquisa a Gachalá. Un camino real, al fin están ubicados por completo. Piña se encarga de cubrir mientras lo cruzan. Sirley camina con trabajo por la herida en el pie. Descienden hasta el río Gasanta. Al buscar un vado se encuentran con el rastro de un campamento guerrillero. Por sus restos concluyen que no han pasado más de dos días desde que quedó solo. Es muy tarde y deciden quedarse allí. Levantan con rapidez otra ramada. Después, escogen los pedazos más secos de carne, los untan de sal y los comen con ansiedad. Cambian sus ropas y se acuestan. Más tarde se desencadena un furioso aguacero que termina mojándolos por completo. En la mañana despiertan con la esperanza de alcanzar el grupo grande. Recogen la carne que les sobra y las otras cosas que tenían regadas. Piña toma la vanguardia. Al principio cree que se trata de una alucinación. Varias figuras humanas marchan un tramo delante de él. Sin medir el peligro, casi con desesperación, comienza a gritarles que esperen. Alarmados, los hombres toman puesto a un lado y otro del camino. Piña corre hacia ellos. Pese a su apariencia, sus compañeros lo reconocen. Piña, feliz, se abraza con Gabriel, con James, con los otros. 86 Gabriel Ángel Sirley se queda ahí, conversando emocionada con ellos, mientras Piña y Yira siguen veloces a alcanzar a Aldinever. Lo logran cuando el grupo se apresta a pasar el río por un cable. La alegría expresada por El Zarco y los demás es inmensa. ¡Están vivos, camaradas! ¡Están vivos! Lo primero que aciertan a expresar los recién llegados es que tienen hambre. Aldinever extrae el almuerzo que había empacado en la madrugada para el mediodía y se los brinda de una vez. Más adelante, da la orden de detener la marcha para prepararles almuerzo caliente a los recién llegados. De ahí en adelante comienza el repetido relato de la aventura sufrida. Lo único que afectaba el entusiasmo general era la noticia de los tres muertos. Pero no por mucho rato. En las FARC se le sabe rendir culto por sobre todo a la vida. Después surgirían las historias. Que en la marcha se burlaban unos de otros por la apariencia que llevaban, la angustia del martirio que representaba la lluvia en la noche, el penoso reconocimiento de que nunca se bañaron, que cuando se podía calentaban sus cuerpos al lado del fogón y cuando no, arrunchándose bien unos con otros. La pregunta que más se hicieron durante aquellos días era la de cuándo al fin encontrarían a su gente. Sólo al llegar se enteraron de que los del Ejército habían llamado a Aldinever por el celular de Alfonso, haciendo la representación de un médico en apuros. Decía que 87 Historias de la resistencia estaba con Alfonso, que estaba herido y que estaban perdidos. Que por favor fueran a buscarlos. A esas alturas, ya ninguna treta de ese tipo podía hacer caer a la guerrilla. De la experiencia hay que aprender pronto para sobrevivir. Aldinever quiso saber si había quedado algún recuerdo de Alfonso y Yira le entregó la ruana. Con mucho cariño, El Zarco la guardó para él. A cambio le dio su propia cobija. Los demás guerrilleros también se mostraron muy solidarios con ellos. Procuraron ayudarles en todo lo que pudieron mientras les consiguieron su dotación. Ninguno de los tres olvidaría nunca la sincera acogida que recibieron. La operación militar continuaba y se hacía cada vez más dura. En pocos días sobrevendrían nuevas pruebas y aquello no sería más que una anécdota para contar. Sin embargo, la moral de los combatientes se templaba en silencio con cada una de las pruebas afrontadas. 88 Gabriel Ángel V. El combate contra el hambre Se trata de un enemigo con el que no se cuenta. El hambre, la necesidad de alimentarse para poder vivir y contar con energías. Por mucha economía depositada en las reservas, siempre va a llegar el día en que estas se agoten. Son tres comidas diarias básicas, más el café y los refrigerios a media mañana y media tarde. Para diez, veinte, cincuenta, cien, doscientos hombres. Garantizarlas es difícil en tiempos normales, pero se logra con regularidad. Cuando un cerco enemigo estrecha las posibilidades, el problema adquiere dimensiones catastróficas. Solucionar el asunto se convierte en cuestión de supervivencia. Los grupos grandes de guerrilla se ven obligados a la dispersión. Primero por compañías, después por escuadras, finalmente por comandos. Tres o cuatro combatientes pueden deslizarse con mayor seguridad por entre las filas enemigas en busca de alimentos, entrar a una huerta, arrancar unas yucas, conseguir un racimo de plátanos. Quizás recibir una pequeña remesa de alguna familia campesina. Arroz, panela, queso, sal. La guerra sin embargo impone concentraciones de personal. Los comandos pueden realizar 89 Historias de la resistencia hostigamientos a la tropa, pequeñas emboscadas, golpes de mano. Pero no pueden permanecer por mucho tiempo así. La fuerza moral de los combatientes surge del colectivo, quien se aleja por mucho tiempo de este, corre el riesgo de debilitarse en sus convicciones. Además, a un enemigo que acosa y aprieta, es importante enfrentarlo de manera inesperada con acciones grandes. Las tropas se ceban con los comandos, van busca de tres o seis guerrilleros. Vale la pena sorprenderlos con cincuenta o cien. Se les causan numerosas bajas. En el papel se ve sencillo obrar de este modo. Pero una concentración implica muchas cosas por resolver. La primera de ellas, la suficiente cantidad de provisiones. En Cundinamarca fue necesario crear comisiones de abastecedores. Grupos pequeños cuya tarea consistía en reunir los alimentos necesarios para una agrupación mayor. La guerra del hambre El hambre produce mal carácter. Y duele. Al comienzo es una simple sensación de vacío en el estómago. Pero después se acentúa con mucha intensidad. Es cuando el aparato digestivo comienza a revolcarse solo. Las glándulas salivales secretan con profusión la espesa baba que se pasa una y otra vez con la esperanza de llevar algún alivio al 90 Gabriel Ángel abdomen. Resulta inútil. El genio se va agriando y algo que está adentro, arriba del ombligo, comienza a doler en forma progresiva. Vencido el horario habitual de la comida, tiende a dormirse, como si se rindiera por el esfuerzo de estar exigiendo alimentos sin resultado. La sensación subsiguiente es de liviandad, el cuerpo siente como si se hubiera quitado un peso de encima. Pero más tarde despierta inquieta, más aguda, más acuciante, más dolorosa. Hasta que la prolongada ausencia de comida la obliga a desmayarse de nuevo. Para recordar en la noche, impidiendo conciliar el sueño a quien la sufre. Lastima, hiere, arde, provoca gritar, induce al desespero. Sentencia con sus contorsiones que ella es la soberana del mundo, la reina de las necesidades humanas, la que se torna en muerte si no se la atiende. Al tiempo que debilita las fuerzas y la resistencia, empuja con afán a encontrar cualquier cosa que la calme. Es cruel, oprime, humilla, derrota. El régimen hace de ella un arma más en la guerra de exterminio de la rebeldía. Liquidar al adversario por hambre es una de sus tácticas predilectas. Lo cerca, lo reduce a un sitio, le bloquea toda posibilidad de aprovisionamiento. Espera. Confía en que la desesperación terminará por exponerlo a la furia asesina de sus máquinas de guerra. Con la misma ansiedad con la que el perseguido anhela probar un 91 Historias de la resistencia bocado, los hombres de la contrainsurgencia, transformados en bestias entrenadas para matar sin piedad ni repugnancia, saborean de antemano la sangre de sus próximas presas. Les significa un reconocimiento en dinero, una licencia, un almuerzo con pollo, una medalla. Disfrutan con la cacería. La acompañan con su propaganda. Dejan cientos de folletos invitando a la traición, arrojan desde el aire miles de llamados a rendirse, lanzan por la radio venenosos mensajes que apuntan a minar la firmeza en la causa. Afuera, los que mueven los hilos, anuncian a los cuatro vientos su inminente victoria. La superioridad moral de quienes allá en la ciudad y acá en el campo hacen de la muerte por inanición de sus prójimos una respetable forma de vida y de gobierno, está fuera de cualquier discusión, según su dicho. Pero la dignidad no claudica. Las muchachas y muchachos sometidos a la infame presión enemiga, descubren el extraordinario alcance que tiene la conciencia. Aprenden a convivir con el hambre, la amansan, la burlan, la vencen. En territorios extensos la dispersión contribuye. Es más fácil hallar alimentos para seis o diez que para un grupo de cien. Los cuatro puntos cardinales ofrecen abundancia de direcciones por tomar. La gente sencilla del pueblo, pese al miedo inspirado por los múltiples aparatos de represión de la tiranía, toma 92 Gabriel Ángel partido por la guerrilla. La auxilia, la mantiene informada. Comparte su presupuesto familiar con un grupo pequeño en secreto, se expone a traer del pueblo unas libras más de remesa el domingo, a sabiendas que enfrentará un interrogatorio feroz en el retén militar de control. Una familia de campesinos creyentes del evangelio trabajó durante un mes aserrando madera en su finca para sostener sin sospechas a la comisión del Frente 53 refugiada en un monte aledaño a su vivienda. De pronto surge una especie de autorización tácita general para que comisiones de la guerrilla saquen en la noche un animal de sus potreros. Cuando haya la oportunidad se arreglará el precio. También puede dejarse olvidada una caneca de miel de caña donde los muchachos necesitados de dulce puedan encontrarla. O entrarles un saco de sal revuelta con la que traen para el ganado. Tenerles guardados unos quesos con panelas para que vengan a buscarlos en medio de la noche. Indicar el modo de llegar a arrancar y llevar bastimentos de sus cortes de yuca o plátano. El enemigo lo sabe. Conoce del apoyo subrepticio de los campesinos. Infiltra espías entre los trabajadores, ofrece recompensas en dinero, soborna conciencias. Las incursiones paramilitares que siembran el terror se convierten en su mejor arma sicológica. Le ayudan sus detenciones masivas 93 Historias de la resistencia y los asesinatos selectivos. La propaganda negra de la inteligencia militar es difundida con amplitud al tiempo que se presiona con el decomiso de remesas, la aparición inesperada a media noche en las fincas, las emboscadas montadas por la tropa en los potreros, los pequeños grupos de soldados que vigilan los sembrados de manera oculta. Son las maniobras de un Ejército fascista de ocupación. A veces producen efecto. Un guerrillero traiciona, un campesino delata. Casi de inmediato habrá revuelo en la contraguerrilla. Vendrán los tiros, la sangre, la alegría por el crimen. El conjunto de una vereda puede ser despoblada en escarmiento, acusados todos sus habitantes de alcahuetas. Las noticias jamás se ocuparán de este tipo de asuntos. A juicio de los directores de los medios, se trata de gentuza, de parias, de infames auxiliadores de los terroristas con cuya infausta suerte no va a lograrse que aumente el consumo de los artículos que venden sus patrocinadores. Para todo ese pueblo la verdad es la contraria. Siempre ha sido así. Y es la razón de su lucha. Mónica Mónica hizo parte durante varios meses de una comisión de abastecedores, integrada por ocho guerrilleros. Para entonces, la guerrilla había sido 94 Gabriel Ángel obligada por la presión militar a abandonar las áreas pobladas para buscar refugio y protección en la parte montañosa de la cordillera. Su comisión se veía obligada a acampar en el llamado piedemonte, la franja de bosque alto que colinda con la zona habitada por los campesinos, y que por lo regular está conformada por potreros, plantíos y rastrojos. El primero de sus quehaceres consistía en explorar, hacerse a una idea precisa del terreno, la población, los animales y cultivos. Sin dejar de lado la permanente inteligencia a los movimientos del enemigo a fin de evitar sorpresas y fracasos. Con la información asegurada y cuando las sombras de la noche comenzaban a invadirlo todo, cuatro de ellos brotaban al área descubierta e iniciaban su aproximación, con el mayor de los sigilos, a las plataneras y yuqueras exploradas de antemano. Una vez arrancadas las yucas, tenían que sembrar de nuevo las matas. Y eliminar cualquier rastro que delatara que la tierra había sido escarbada. Había campesinos en quienes no se podía confiar y además había que prever el rastreo de la contraguerrilla. El tránsito tenía que ser realizado por picas, caños, potreros y sólo en forma excepcional por los caminos reales. Si se tenían nociones de la presencia de la tropa era necesario romper por entre la montaña durante el día y explorar con precisión su disposición en los potreros. Sin que esto significara 95 Historias de la resistencia que se podían confiar, pues muchas veces la tropa mudaba su posición al anochecer. Durante el día no podían vestirse con sus uniformes, usaban ropas civiles y con ellas cubrían su armamento. Las pecheras las disimulaban con un buzo de color encima, y el fusil solían envolverlo con algún poncho o toalla vistosa. Esos desplazamientos diurnos eran hechos con la mayor cautela. Conocían bien la consigna enemiga según la cual más de tres civiles en un camino significaba guerrilla. El riesgo que corrían era constante. Una sola noche de sus movimientos puede darnos una idea aproximada. Tras un largo tramo por entre la montaña, salen por fin al área descubierta. No pueden usar linternas, hacerlo podría costarles la vida. Atraviesan un buen trecho en absoluto silencio hasta aproximarse a la casa de un apoyo. Hay que investigar sobre la ubicación del Ejército. Su informe los tranquiliza. Se encuentra en el filo de los Carrillos, a alguna distancia del caserío más cercano, La Esmeralda. Con mucha precaución, toman el camino real en esa dirección. Antes de llegar al caserío desvían a otra vivienda. Allí habitan compañeros, campesinos organizados comprometidos días atrás a entrarles unos encargos. Se trata de gasolina, unas botas y un pequeño mercado. La misión de esta noche consiste en recoger esos artículos y regresar. Mala suerte. 96 Gabriel Ángel Los apoyos informan que el Ejército estaba en el caserío a la hora de su salida y que la tropa impidió que subieran los encargos a la finca. Se vieron forzados a dejarlos en la casa de otro compañero. Sin embargo aseguran que el Ejército salió de ahí hacia el filo de los Carrillos, se lo confirmó alguien que vino tarde del poblado. Ya ha sucedido alguna vez. La alternativa se les antoja sugestiva. Bajar al caserío, es tarde en la noche y está oscuro. Nadie se percataría de que recogieron las compras. La idea los seduce. No vale la pena perder la salida. Se aproximan otro trecho. Saben que la casa del compañero está por el lado de los galpones. Será cuestión rápida. Se encaminan allá. El hambre los acosa. Es casi media noche. Por previsión, deciden entrar a otra vivienda en busca de información y de algo de comer. Su propietario, un viejo compañero, se sorprende al verlos. ¿Cómo puede ser que estén tan cerca de La Esmeralda si el Ejército se encuentra ahí? Les afirma con insistencia que él mismo lo vio llegar momentos antes de salir para la casa. Estaban dispersos por todo el sector circundante a los galpones. Unos soldados hablaron de que iban a preparar comida y que a eso de las 3 de la mañana se estarían marchando. Un buen susto. Casi se le meten a la boca al lobo. Pero reciben queso y panela y se lo comen ahí 97 Historias de la resistencia mismo. Cuando están por terminar, los perros comienzan a latir furiosos. Los de más abajo también laten del mismo modo. Es el Ejército que viene subiendo ya. No hay otra explicación. Se despiden y corren camino arriba. Después lo abandonan y más allá encuentran refugio en una huerta. Hay yuca y plátano. Las dos de la madrugada los sorprenden arrancando unas y otros. No pueden regresarse con las manos vacías. En medio de la oscuridad, con casi tres arrobas de peso sobre sus hombros, se trasladan hasta un sembrado de cacao cercano a la montaña. Aguardan allí la luz del día. Cuando consideran que la visibilidad es buena, caminan hacia el caño de aguas límpidas y suelo pedregoso que les sirve de entrada segura a la montaña. Dos horas más tarde, bañados en sudor, regresan a su campamento de partida. Unos cuantos minutos después arriban también los guerrilleros enviados por sus jefes a recoger la carga. Es una suerte, en otras ocasiones su deber es trasladarla hasta allá ellos mismos. La próxima noche el turno de salida corresponde a sus cuatro compañeros. Ellos dormirán, salvo las tres horas de guardia que debe pagar cada uno. Mónica es una bella campesina de 17 años, tres de los cuales los ha pasado en las FARC. Salió con facilidad del sur oriente de Cundinamarca, cuando la operación militar del régimen alcanzó su mayor 98 Gabriel Ángel intensidad. Antes de reencontrarse con Aldinever, anduvo un tiempo en la columna al mando de Romaña y se halló en consecuencia en dos grandes batallas en el Meta. La llamada pelea del Lozada, a comienzos del 2005 y un par de meses después en el área del 43, en Los Laureles y Los Pinos, por los lados de Puerto Lleras, río Ariari abajo. Sin duda alguna tiene bien ganados sus galones de guerrera. Cualquiera diría que esa no es vida para una niña. Ella, con su sonrisa juguetona, responde que en el pasado, en su vida de civil, trabajaba en condiciones más duras y vivía sometida a mayores sufrimientos. Nació de madre soltera, hija negada de un hombre que luego se casaría con una hermana de su mamá. Su crianza estuvo a cargo de un tío y sólo vino a juntarse con su madre cuando tenía 8 años de edad. Su pobreza siempre fue extrema. Hasta donde se remontan sus recuerdos tenía que madrugar a ordeñar, echar comida a las gallinas, dar de comer a los cerdos. Animales invariablemente ajenos. Desde siempre tiró machete, azadón, aró la tierra con bueyes o novillos. Si su madre requería de obreros para algún trabajo en su pedazo árido de tierra, ella tenía que ir luego a devolverles los jornales trabajando en lo de ellos. Sus mejores días eran cuando se iba a cocinar para los obreros en la finca de un primo. Recibía 5.000 pesos por día. 99 Historias de la resistencia Su paso por la escuela fue breve. Sólo después del ordeño podía irse a clases y siempre que no hiciera falta en la casa para algo. Un día ingrato la recogió su padre. Vivió ocho meses con él y luego un año con su abuela. Fueron los 20 meses de su vida en que más duro se vio obligada a trabajar, sin recibir ni un centavo en pago. Su redención vino cuando conoció a las FARC. Sabe que su lucha es por millones de colombianos como ella, hijos de la miseria y condenados desde siempre a padecerla. Sus ojos claros, repletos de alegría, se mudan por un instante. Quisiera saber algo de mamá. Pobrecita. Quizás tenga hambre. Mónica sabe lo que eso significa. Acaricia su fusil, tiene hambre de justicia. Carrillo Carrillo partió con 13 guerrilleros más. Debía entregar siete de ellos a Sánchez, de quien lo separaban ocho días de marcha. Con los muchachos restantes tenía que caminar otras tres semanas hasta llegar al área donde debía desempeñar su misión. La presencia masiva de la tropa, que como una enorme plaga ocupaba las regiones de Chingaza y El Guavio, impedía realizar el desplazamiento por cualquier vía abierta de antemano. La única alternativa era el campo traviesa por el abrupto 100 Gabriel Ángel relieve, subiendo y bajando cerros cubiertos de rucio y selva, abriéndose camino con la machetilla en la mano y cuidando de afinar el oído al máximo, para descubrir alguna patrulla enemiga que se hallara también merodeando por entre aquellos escarpados riscos. Los tiempos no estaban como para pensar en llevar economía en abundancia y bien surtida, así que apostaron a que con diez libras de maíz y la carne molida que echaban en sus equipos, tendrían lo suficiente para llegar donde Sánchez. Él les entregaría la remesa necesaria para continuar la marcha. Pero la lluvia intensa, que cayó sin parar durante el segundo día de caminata, logró desubicarlos por completo. Al final de la tarde se reconocieron perdidos. Al día siguiente encontraron un rastro reciente y muy grande. Era de la tropa que avanzaba en forma clandestina hacia el lugar de donde ellos habían partido, el campamento de Aldinever. No tenían forma de avisar. Con el sol como guía, anduvieron cinco días más por el rucio, hasta que hallaron la pica de Las Manilas. La decisión fue tomar por ella hasta encontrar el cable. Sabían que tras cruzarlo se pondrían otra vez sobre su ruta. Y que podrían meterse de nuevo a romper trocha sin pisar caminos. Así lo hicieron, con el resultado apenas previsible de que la economía se agotó. 101 Historias de la resistencia Para su fortuna, pese al susto inicial, se tropezaron con otra comisión de guerrilla que venía en busca de Aldinever. Se trataba de la gente de Gabriel, que había sobrevivido a un asalto enemigo. Gracias a ellos volvieron a aprovisionarse de carne de vaca y maíz. En el alegre intercambio hicieron el relato de todos los trillos de la tropa que habían cruzado durante la marcha. Resultaba sorprendente en verdad la forma en que el Ejército rastrillaba aquellas montañas. Siete días más de camino volvieron a dejarlos sin un gramo de alimento. Asediados por el hambre y la fatiga, respiraron con alivio cuando salieron de repente a campo abierto. Una vereda, Corrales tal vez. Allí tendrían que hallar algo para comer. Tenían claro, sin embargo, que no podrían dejarse ver de ninguna persona. En ello se jugaban la vida. La primera exploración regresó con unas cuantas malangas. Un caldo con ellas logró satisfacerlos por el momento. Consiguieron ubicarse. No se hallaba muy lejos la vivienda vacía donde los esperaba Sánchez. La decepción fue grande cuando no encontraron ni sus huellas. En cambio, unos minutos después de retirarse al monte, observaron bajar por el camino una patrulla del Ejército que pasó de largo. Debido a la semana larga de retraso que llevaban, calcularon que cualquier cosa podía haber sucedido. 102 Gabriel Ángel La mañana siguiente, Carrillo envió tres guerrilleros en busca de comida. Estaba claro que el Ejército rondaba por esos lugares, así que debían adoptar toda clase de medidas para evitar ser descubiertos. Los muchachos volvieron en la tarde. Hambrientos y agotados. Sólo habían logrado hacerse a unos racimos de plátanos verdes. Sintiéndose sin fuerzas, habían tomado una mula que pastaba en un potrero y le habían amarrado los racimos encima, sin aparejos de ninguna especie, para no tener que cargarlos en sus hombros. Aunque sea plátanos sancochados comeremos hoy, le dijo Herrera, un tanto cohibido a Carrillo, quien se acercó con mirada un tanto interrogante a recibirlos. No, le respondió éste, vamos a comer carne con plátanos sancochados y hasta con patacones, vamos a matar esta mula. Los demás comprendieron al instante y estuvieron de acuerdo. No estaban dispuestos a pasar otro día con el estómago vacío. Arreglaron el animal como si se tratara de una vaca. Picaron las asaduras y se las comieron. Tenían sal y buscaron limones en los alrededores. Con esos dos ingredientes adobaron la carne. Estaba algo gorda, así que optaron por obtener y aprovechar su manteca. Descubrieron que el sabor de carne de mula es idéntico al de la danta. Asaron el resto, molieron buena parte y alistaron para los días siguientes. Como la manteca de mula no se solidifica, buscaron tarros y llevaron consigo el líquido para 103 Historias de la resistencia fritar la carne y preparar patacones. Después, al marchar, se percataron de que su sudor tenía en mismo olor que el de las bestias. Cuestión de la dieta y nada más, comentaban de buen humor. Después se enterarían del por qué no estaba Sánchez esperándolos. Rosa, una muchacha de la Estiven, había rendido sus armas al enemigo y se hallaba trabajando con él. Ella misma se había encargado de conducir la tropa hasta esa vereda. Refugiados entre la mata, moviéndose a diario de una parte a otra, los guerrilleros se tropezaron con un campamento abandonado. Carrillo se puso a recoger las baterías desechadas que encontraba tiradas por ahí, y comenzó a armar juegos para probarlas en su radio de dos metros. Un juego de ellas logró el milagro de encenderlo. A las nueve de la mañana de un día dichoso logró por fin contactarse con Sánchez. En unos cuantos minutos acordaron una cita en un lugar distante dos días de ahí. Con ese encuentro, terminaba apenas la primera parte de su cruce, la más corta. La más larga y difícil comenzaría a partir de la despedida de la gente con la que ahora se encontraban. Herrera Durante la Asamblea General de la Vladimir Estiven, Herrera se atrevió a plantear que por favor lo 104 Gabriel Ángel sacaran de las partes altas de la cordillera, el frío le hacía mucha mella y sufría. Él es un indio, un hombre de tierras cálidas. En Noviembre de 2003 la Dirección tuvo en cuenta su petición y lo envió al piedemonte llanero, a la vereda La Esmeralda, de Restrepo. Bajo las órdenes de Alexander, pasó a hacer parte de su comisión de abastecedores. Estaba contento por ello. Sin embargo, tenía apenas cuatro días de respirar el aire caliente, cuando toda la comisión recibió la orden de recogerse. Venía mucha tropa subiendo por Los Alpes, Los Plátanos, Correales. La intensidad de la operación militar y la sevicia mostrada por el Ejército en la persecución de las comisiones pequeñas, imponían la necesidad de ascender hacia el rucio sin pisar caminos. Por eso los trece guerrilleros fueron rompiendo por el monte hacia el filo de La Esmeralda. El lomo de ese filo está cruzado por una pica, abierta tiempo atrás por alguna comisión guerrillera. Esa pica está atravesada por otro trillo antiguo. En su camino a la parte más alta, la escuadra tenía que pisar al menos una de tales sendas. El error de Alexander consistió en haberse dirigido con su gente de manera exacta al sitio donde se cruzaban las dos. El riesgo de encontrarse con el enemigo se duplicaba. 105 Historias de la resistencia La comisión llevaba en los equipos quince libras de arroz, siete de harina, seis de azúcar y cuatro panelas. Para completar la economía habían recogido guatilas, especie de frutos de un bejuco silvestre que crece en el rucio, denominadas por algunos en el páramo como la papa de los pobres. Si procuraban hacer rendir la remesa, podían alimentarse unos ocho días. Además podrían conseguir más guatilas. De hambre no iban a morirse, en cambio había que cuidarse del Ejército. A las diez de la mañana alcanzaron el lomo del filo, preciso en el cruce de los senderos. Se trataba de un pequeño plan en el que podrían descansar formando un círculo. Fatigados, descargaron deprisa sus equipos y se sentaron en el suelo. Alexander dispuso de inmediato la ubicación de tres centinelas, uno por cada llegada al cruce. El flanco que no mandó cubrir, correspondía a un pronunciado ascenso hacia otra planada. Según dijo, en ese lugar estaban enterrados dos minados al paso del camino. Otra comisión los había colocado antes. Era mejor ni siquiera explorar hacia allá, podía ocurrir un accidente. El Ejército ya conocía de la existencia de esa pica y por eso el terreno había sido preparado para hacerlo caer en una trampa. Cinco minutos después, Alexander envió a Herrera a verificar que los puestos de los centinelas estuvieran ubicados en forma correcta. Después de 106 Gabriel Ángel sucedido todo, al reflexionar, Herrera concluiría que desde su llegada fueron observados por el enemigo. El Ejército estaba ubicado en la planada de más arriba, más acá del minado. Con seguridad que lo habían descubierto, o simplemente no funcionó. Lo cierto fue que después de mover dos puestos que estaban muy abajo y acercar el tercero unos cincuenta metros, cuando venía de regreso, escuchó con claridad un tiro. Le faltaban unos quince metros para llegar a la planada. Al disparo inicial siguió una andanada de fuego. Herrera vio venir hacia él a dos guerrilleros, una muchacha y un muchacho que corrían asustados. Les ordenó esperarlo un poco más allá, mientras él iba a ver qué pasaba. En realidad esperaba poder sacar su equipo, pero se dio cuenta que era imposible en medio de la lluvia de balas. Por proceder el ataque de la parte alta, los guardias no tenían nada distinto que hacer. Estaban obligados a la retirada. Herrera se replegó acompañado de la pareja que lo esperaba. De los demás no supieron nada en el momento. La única idea que los impulsaba ahora era llegar al sitio señalado como lugar de encuentro. Si sobrevivían otros, allá los encontrarían. Pero para aproximarse estaban obligados a dar un largo rodeo y cruzar una pica. Un poco más abajo se toparon con el centinela que cubría el flanco por el que se retiraron. Ya eran 107 Historias de la resistencia cuatro. Hacia las quince horas creyeron descubrir un pequeño rastro. Siguieron por ahí sin pensarlo mucho. Al llegar hasta un caño seco, se les perdió por completo. Tomaron por el caño y dos horas después salieron al punto de encuentro. Durante media hora esperaron en vano que apareciera alguno. La proximidad de la noche y la falta de sus equipos los obligaron a buscar un lugar que los favoreciera de dormir a la intemperie. Por suerte encontraron una vieja vivienda abandonada. El hambre comenzaba a torturarlos. El único alimento que hallaron fue unos cuantos limones que procedieron a devorar sin siquiera quitarles la cáscara. Después se echaron a dormir en el piso, apretándose entre sí para proporcionarse abrigo. Tan pronto despuntó el día salieron de la casa. Estaban rodeados de neblina. Tras caminar un buen rato llegaron a otra finca abandonada. Con emoción descubrieron un palo de guayabo. De inmediato procedieron a bajar y comer todas las guayabas que pudieron. El silencio total que reinaba a su alrededor los ponía nerviosos. Tras unos minutos continuaron su marcha sin saber bien hacia donde iban. En cierto momento creyeron distinguir un rastro de pocas personas. No sabían si Ejército o guerrilla, pero no había duda, alguien estaba por ahí. 108 Gabriel Ángel Todavía entre la neblina, al encontrar un potrero, una de las muchachas señaló hacia delante al tiempo que preguntaba, ¿Y ese qué? Cuando los demás volvieron la vista hacia allá, descubrieron a unos pocos metros una figura humana que vestía camisa camuflada de militar y un pantalón tipo bluyín. No fue sino verlo para escucharlo gritar la voz de alto. La muchacha exclamó con fuerza, ¡El Ejército! En un instante todos habían dado la vuelta y corrían en fuga. Primero les disparó el soldado. Enseguida toda la emboscada de hombres tendidos que formaban una especie de ele. Herrera y la muchacha se tiraron al suelo y se fueron rodando, como enrollando alambre, hasta caer a la orilla de un caño correntoso. Se pusieron de pie pensando en pasarlo pero no les fue posible. Los fusiles tronaban a sus espaldas. Allí, buscando también cómo cruzarlo, perecieron sus otros dos acompañantes impactados por las balas enemigas. Herrera y la muchacha que lo acompañaba sabían de un puente y echaron a correr en su busca. Para llegar allá, debían bajar un barranco. La muchacha se tiró desde una altura de cinco metros y luego siguió rodando mientras él buscó un lugar para resbalarse entre las piedras. Lastimados, contusos, asustados, consiguieron ponerse a salvo. Durante todo el día continuaron cordillera arriba, más preocupados por salvar la 109 Historias de la resistencia vida que por comer. Cuando comenzaba a oscurecer oyeron helicópteros aterrizar en el lugar donde los habían tiroteado. En pleno rucio, pasaron la noche en una casa de tablas que había construido la guerrilla tiempo atrás. A la mañana siguiente se encontraron con Carrillo. Él andaba con una pequeña comisión, pero les ayudó en lo que pudo y los acompañó hasta que se encontraron con Alexander. De su primera comisión sobrevivieron nueve. En el primer tiroteo habían muerto dos, Amparo y Jimena. Y habían perdido prácticamente todas sus dotaciones pues ninguno pudo sacar el equipo. Lo peor era que no tenían economía alguna. Apenas llegaron al páramo de los farallones de Medina, Carrillo continuó con la misión que llevaba y ellos se vieron obligados a proseguir solos. El Ejército se encontraba por todas partes. Y había que conseguir comida como fuera. A las cuatro de la tarde alcanzaron un sitio que llamaban Casa Roja. Desde el rucio, pudieron distinguir abajo un potrero en el cual se movían puntos blancos que todos reconocieron como ganado. Herrera y dos más fueron enviados a registrar el área. Desde un filo arriba del potrero, descubrieron al Ejército acampado en otro filo de más allá. No había alternativa, tenían que esperar a que el área se cubriera de nubes para bajar al 110 Gabriel Ángel potrero en busca de un animal. Y esperaron con paciencia. Llegada la oportunidad entraron al potrero. Para su desconsuelo, sólo se tropezaron con bestias caballares y mulares. Pero eso no los arredró. Al final enlazaron una yegua. La subieron hasta un rucio donde mantenía antes la comisión especial. Ahí la sacrificaron. Con manteca de ella misma fritaron toda la carne pulpa esa noche. Prepararon un picado de vísceras y se lo comieron como cena. Al día siguiente, repartieron entre todos la carne y a cada uno le correspondieron 8 kilos. Durante los ocho días siguientes se sostuvieron comiendo carne de yegua y bebiendo agua cruda al desayuno, al almuerzo y la comida. De hambre no iban a dejarse morir. 111 Historias de la resistencia Tercera Parte La intensidad de la guerra I. El costeño Es Octubre de 2003, el enemigo presiona sin tregua dentro de la selva mientras mantiene el implacable cerco por fuera de ella. A las penurias por el acoso hay que añadir el castigo del invierno. Llueve todos los días, hay mucho frío. Aldinever permanece con una escuadra apenas. Con él está Elisa, su compañera sentimental. Mantienen con ellos a Uriel, un guerrero antiguo que está mal herido en un pie. Y a Yeimi, una muchachita recién llegada a quien hay que enseñarle poco a poco las cosas. Son las consideraciones del Zarco. Su gente anda de pelea con el enemigo, emboscándolo y hostigándolo. Entre un combate y otro se ocupan de buscar provisiones. Dejar en esas comisiones gente con dificultades sería complicarles mucho más su tarea. Por lo mismo estaba allí el urbano, Gustavo. Llegó de la Joselo Lozada a vivir la experiencia rural. Una especie de ley, casi un principio que no aparece 112 Gabriel Ángel escrito en ningún documento de la organización, impone el criterio de que nadie se puede llamar de verdad guerrillero sin haber estado un tiempo considerable en el monte. La verdadera maestra y la más fiel medida del temple revolucionario es la rudeza de la vida en las montañas. Los mejores discursos políticos quedan hechos trizas cuando no se puede avanzar por horas entre la selva con dos arrobas de peso encima. Si se posee el grado de convicción necesario, el más débil cuerpo masculino o femenino termina por vencer sus limitaciones físicas. Al mismo tiempo el efecto se torna en causa. La satisfacción que reporta irse adaptando a la dureza de la selva, afina y hace más firmes las convicciones. Se aprende a amar aquello que nos cuesta. El guerrillero originario del campo apenas siente la diferencia del medio cuando ingresa a filas. Por el contrario, para el que llega de la ciudad, el cambio representa un choque las más de las veces brutal. Sólo los días y los meses indicarán si se adapta o fracasa. Como los mandos lo saben, procuran manejar sus problemas con el debido talento. Aldinever vio de entrada las complicaciones que tenía Gustavo, así que hizo el esfuerzo por comprenderlo y ayudarlo. Sin embargo, algunos de sus difíciles rasgos inducían a perder la paciencia con él. 113 Historias de la resistencia El tipo era alto, corpulento, por su apariencia tenía que ser fuerte. Pero resultó lo contrario, y más allá de lo esperado por su procedencia citadina. Era torpe en exceso cuando se le echaba algún peso encima, tropezaba y caía con facilidad. Además, siempre estaba de último, mucho más atrás del más débil. No se le veía el mínimo esfuerzo por mejorar. Incluso sin peso resultaba un problema tener que estar esperándolo. De remate, se dormía prestando el servicio de guardia. ¡En semejante situación y con el Ejército atrás de ellos todo el tiempo! Alegaba por todo. Por los mosquitos, por el barro, por el frío, por las marchas, por la falta de comida, por el sitio en que debía echarse para dormir. Negado para el trabajo material era muy poco lo que aportaba al colectivo. Odiaba bañarse y permanecía sucio. Su comportamiento contrastaba con su formación académica, tenía varios semestres de universidad y poseía suficientes conocimientos políticos. Sólo era bueno para comer, parecía enfermo de hambre. Pese a estar claro del cerco enemigo, protestaba cada vez por las raciones que recibía, exigía más, estaba pendiente de las sobras de los otros, robaba y comía carne, yuca y papas crudas. En pocas semanas se había ganado la antipatía del colectivo. No valían con él los consejos, las largas explicaciones de Aldinever, las sanciones. Entendía 114 Gabriel Ángel sin vacilaciones cuanto se le decía por su bien, concedía la razón, pero no superaba de ningún modo. Su acento y aspecto indicaban que procedía de la costa atlántica, por eso lo bautizaron el costeño. Aldinever le tenía más consideración debido a ese origen. Un nativo de la orilla del mar en esos cerros fríos, entre la selva húmeda, debía sufrir grandes inconvenientes para adaptarse. Los demás integrantes de la escuadra estaban por completo aburridos con él. Más de uno se acercó a proponerle a Aldinever que lo detuvieran y le hicieran consejo de guerra. Esa conducta sólo podía corresponder a un infiltrado, a un agente del enemigo. Se le podían imputar delitos graves como el sabotaje, la desmoralización que pone en peligro los planes del movimiento, el robo. La dormidera en la guardia podía interpretarse como una colaboración voluntaria con el enemigo, no era para menos en su condición. Aldinever se negaba a hacerles caso. Confiaba en que el costeño cambiaría para bien, había que entenderlo y darle oportunidad. La escuadra detuvo su marcha aquella noche en un sitio que les pareció adecuado para acampar. Las ramas de los árboles goteaban incansables después de la lluvia. Se hallaban en la montaña de Periquitos, perteneciente a Medina. Una de las vegetaciones y terrenos más horribles de transitar en el oriente de 115 Historias de la resistencia Cundinamarca. El Ejército no estaba muy lejos, a una media hora quizás. El salvaje relieve y la hora les parecieron obstáculos suficientes como para que los buscaran ahí. Aldinever ordenó prender una fogata y preparar una cena. Podrían secar arroz, preparar arepas fritas y un tinto. El frío calaba los huesos. La atracción por el calor del fuego y la tentación de comer lo más rápido posible empujaron a todos a arrimarse a la fogata. Aldinever y Elisa se quitaron las pecheras para estar más cómodos y se pusieron a ayudar a preparar las arepas. Sus fusiles quedaron allí, a un lado de las pecheras, a escasos metros del fogón. El centinela cubría hacia el lado donde se creía podía aparecer la tropa. La agradable temperatura y el ansia por la próxima comida inspiraron un buen grado de humor y la conversación general se tornó animada. Allí, reunidos todos al calor del fuego, escucharon de repente el terrible ruido de una ráfaga de fusil y sintieron volar los proyectiles muy cerca de sus cabezas. El primer pensamiento general fue en el Ejército. Los habían asaltado. Pero en cuanto levantaron la vista para mirar qué ocurría, quedaron sorprendidos con la figura del costeño, de pie a unos metros de ellos, con el fusil del Zarco en las manos, bregando a manipularlo para volverlo a disparar. Para su fortuna la ráfaga había vaciado el proveedor. 116 Gabriel Ángel Aldinever y Elisa se lanzaron como dos panteras sobre el agresor y se trenzaron con él en una lucha cuerpo a cuerpo. Aldinever logró arrebatarle el fusil de las manos. Por unos momentos observó a Elisa colgada de la enorme humanidad de Gustavo, aferrada a él como para impedirle huir. Entonces le gritó que lo soltara. Un solo manazo de aquel hombre podría partirle la cabeza. Él mientras tanto buscaba extraer otro proveedor de su pechera para cambiarlo por el vacío. Cuando Elisa se desprendió del costeño, el tipo brincó con sorprendente agilidad hacia la oscuridad. En el mismo momento en que Aldinever tuvo cargada su arma, las sombras de la noche y la montaña se tragaron con su silencio a Gustavo. Aldinever quiso ir tras él pero los demás se le opusieron. No era conveniente dadas las circunstancias. Varios disparos de la ráfaga habían alcanzado a Walter y le habían quitado la vida. Dos de los muchachos reforzaron la guardia mientras los demás cavaban entre aquel pedregal una tumba para sepultar su compañero asesinado. Terminaron con su labor tarde en la noche. Comieron con desgano y se turnaron en la guardia hasta las cinco de la mañana. Apenas la luz se asomó un poco sobre las copas de los árboles, emprendieron la marcha con buen paso para distanciarse lo más posible de la tropa. El ruido de 117 Historias de la resistencia los disparos de la noche anterior sin duda la llevaría a explorar por allí. Caminaban pensativos y con un sabor amargo en la boca. Del costeño sólo supieron que se entregó un par de días después en Medina. 118 Gabriel Ángel II. Guerrilla móvil La emboscada de Lajitas hizo parte de una serie de acciones planeadas en serie para sorprender al Ejército. Los mandos militares, tras 8 meses de operación continuada, se habían hecho a la idea de que las FARC estaban llegando a su fin en el oriente de Cundinamarca. Después de todo era eso lo que llegaban a contarles los desertores de la guerrilla o aquellos de entre los capturados que se ponían a su servicio. Nada se cree con más agrado que aquello que se desea escuchar. La dirección de la resistencia consideró llegado el momento de concentrar la gente diluida en comandos con el fin de poner en práctica una campaña de golpes inesperados. Para entonces la tropa oficial había hecho un repliegue temporal de la selva, el rucio y el páramo para volverse a concentrar en los cascos urbanos. Desde allí lanzaba con frecuencia patrullajes de registro y control de área por la zona rural. Para el caso de San Juanito, el batallón de contraguerrilla Servíez, de la séptima brigada, se encargaba de incursionar a las veredas circunvecinas. El trabajo de inteligencia de las FARC permitió constatar la frecuencia y la ruta de 119 Historias de la resistencia penetración a Lajitas. La contraguerrilla partía hacia la vereda El Tablón con un intervalo de tres semanas. Allí permanecía por un día y después se movía a Lajitas, donde esperaba dos días más. Luego volvía a cruzar el río Guatiquía hasta Quebradablanca y tomaba hacia San Juanito por la carretera que lo une con El Calvario. El camino hacia Lajitas había sido construido por las FARC tiempo atrás. Por esa razón la guerrilla conocía cada metro de él. Sabía dónde estaban los pasos obligados, aquellos en donde lo abrupto del terreno no permite alternativa distinta para avanzar. Había uno en especial que parecía hecho a propósito. Se trataba de unos peñascos pelados encima de los cuales comenzaba un espeso rucio. El camino descendía a una cañada y luego empezaba a ascender hacia esos peñascos. Unos cuantos metros arriba de la cañada se levantaba una roca vertical, para superar la cual los guerrilleros habían construido una escalera de madera. El camino seguía escalera arriba unos cien metros hasta montarse al lomo de un filo. El Ejército ya había subido varias veces por ahí sin ningún problema. A finales de enero se vive la temporada más fuerte del verano, los días son cálidos aunque las noches se acompañan de intensas heladas. Los cielos permanecen despejados y no llueve. El rucio es más 120 Gabriel Ángel soportable. La emboscada se tendió unos cuarenta metros delante de la escalera. Los cinco guerrilleros se ubicaron unos dos metros arriba del camino, camuflados entre el rucio y el musgo que arrumaron del modo más natural posible. A los pies de la escalera y en el primer paso tras su ascenso fueron enterradas sendas bombas. Otras dos se prepararon a la orilla del camino, separadas por una regular distancia. Por si vinieran perros adelante, las bombas y sus receptáculos fueron impregnados de olor a café pasilla. Yira estaba ubicada siete metros delante de la última bomba, con la misión de activar el minado en cuanto Libardo hiciera fuego contra el soldado que tuviera enfrente. A su lado estaba Arbey, encargado del hombre de vanguardia y de cubrirla a ella mientras actuaba. No corrían riesgo de ser lastimados por la explosión, un pequeño barranco los protegía. Unos seis metros más allá se encontraba Urías y tras otros tantos le correspondía el puesto a Diego. Libardo se mimetizó como cabeza de emboscada cerca al borde del peñasco al que ascendía la escalera. Tras disparar contra el soldado que estuviera dándole blanco, tenía que saltar sobre su cuerpo y apoderarse de su fusil y sus pecheras mientras los demás lo cubrían. Además había un observador. Estaba situado más arriba, en un sitio que le permitía divisar con 121 Historias de la resistencia claridad el descenso del camino a la cañada. En cuanto viera la tropa llegar debía activar la alarma. La alarma consistía en un largo cable atado a un grueso bejuco cubierto de musgo que se encontraba en el lugar de los emboscados. Al jalar el cable con fuerza, el bejuco se movía y los emboscados sabrían que el Ejército estaba penetrando. El movimiento no producía ningún ruido, pero confería el tiempo necesario para aguzar todos los sentidos. El observador carecía de visibilidad sobre la emboscada, pero por su posición estaba en condiciones de disparar contra los soldados que intentaran cruzar la cañada en cuanto los primeros cayeran en la trampa. El campamento de los emboscados estaba situado unos doscientos metros arriba del lugar de la emboscada, a un lado del camino. De allá salían a ubicarse todos los días a las cinco de la mañana y regresaban a las seis y treinta de la tarde. Tres muchachas, Carolina, Alejandra y Rocío, se encargaban de prepararles las tres comidas diarias y los refrigerios de media mañana y media tarde, y de llevárselos al lugar donde permanecían a la espera. Debido a la propagación de los aromas y sonidos, estaba prohibido preparar café, fumar y escuchar radio. El único café del día era preparado en la noche, al regreso. En el sitio de la emboscada estaba prohibido conversar y en caso de necesidad sólo podían comunicarse mediante suaves susurros. 122 Gabriel Ángel El Ejército ya había realizado un registro a comienzos del mes. Además se tuvo conocimiento de que el gobernador del Meta había anunciado una visita por vía aérea a San Juanito para el 8 de febrero. Era presumible que la tropa realizara el registro antes de su llegada. Por esas razones el grupo tomó puesto a partir del 22 de enero. Durante los 17 días de espera mantuvieron una alta disciplina. La regla general fue el silencio. Cada noche había que limpiar con sumo cuidado el parque de los proveedores y renovar el tiro que permanecía en la recámara de las armas. El observador era relevado cada tres horas por otro de sus camaradas. Dormían después de las siete de la noche, en puesto era imposible. Nunca faltó la guardia nocturna. El gobernador decidió adelantar un día su visita a San Juanito. Ese mismo 7 bajó Aldinever del campamento del páramo de Farallones acompañado de 5 fusileros. Traía la ametralladora. En realidad deseaba conversar con Diego sobre el trabajo de la emboscada y con Carrillo, el encargado del aprovisionamiento, quien permanecía por allí cerca. Éste último no podía haberse comportado mejor. Consiguió entrar una buena remesa de economía y suficiente gasolina para la estufa con la que los emboscados preparaban las comidas. Ya Carrillo y su acompañante tenían la misión extra de hostigar el helicóptero en que se esperaba llegara el 123 Historias de la resistencia gobernador el día 8, pero para asegurarse mejor, el propio Zarco había venido a ponerse el frente de la tarea. No estaban muy lejos del lugar de la emboscada, quizás a diez minutos. Sin embargo Aldinever no tuvo tiempo de llamar a Diego porque recién llegados escucharon sobrevolar y luego vieron los dos helicópteros. Su primer pensamiento fue que traían refuerzos para la seguridad del día siguiente. Desde donde ellos estaban no habría más de un kilómetro por elevación a San Juanito, de tal modo que era posible ver con claridad el caserío al otro lado del río. Uno de los helicópteros aterrizó, mientras el otro, un Apache, siguió dando círculos arriba, como prestando seguridad a los de tierra. La sorpresa del grupo fue grande cuando escucharon avisar por los altoparlantes de la alcaldía, que el gobernador estaba allí presente. Sin demora alguna los guerrilleros deciden aproximarse todavía más al río. La ruta de llegada y partida de los helicópteros siempre había sido el cañón del Guatiquía, así que el sitio para ubicarse debía estar lo más cerca de él. El gobernador demora en San Juanito hora y media. Pronuncia un largo discurso. Todo ese tiempo el Apache permanece sobrevolando la zona. Incluso pasa varias veces por encima donde se sitúa Aldinever con los suyos. Cuando al fin se eleva el helicóptero 124 Gabriel Ángel que lleva de regreso al gobernador, toma cañón abajo y pasa doscientos metros enfrente de los guerrilleros. El Apache lo sigue. Los siete fusiles y la ametralladora hacen fuego contra ellos. Los aparatos reciben un número indeterminado de disparos. El susto para sus ocupantes es inmenso. Como consecuencia de él, el gobernador debe ser internado en el hospital durante 20 días, afectado de un severo problema en el colon. Un mayor de la Policía y un periodista del semanario Siete Días resultaron heridos. Lamentable lo de este último, pero al fin y al cabo esas cosas pasan por andar de acompañante en una misión oficial. Seguro que servirá para que nos acusen de atentar contra la libertad de prensa. Nunca perderán la ocasión. Pero ese mismo periodista jamás vendría a entrevistar a las FARC para divulgar nuestras razones. Extraña libertad. Aldinever se muestra satisfecho, la materialización de lo planeado ha comenzado a rodar. Confía en que las cosas saldrán bien. Al día siguiente apareció el esperado registro. Rangel estaba de observador y la alarma funcionó sin problemas. Sólo cambió que Diego no estaba en su sitio, lo había mandado llamar Aldinever. Eran las dos y cuarenta y cinco de la tarde cuando Libardo disparó tres veces su fusil contra el soldado que pasaba a metro y medio de él. Enseguida se arrojó 125 Historias de la resistencia por sus armas. El de vanguardia también murió como consecuencia del fuego de Arbey. El segundo se arrojó por el barranco sin que los proyectiles lo alcanzaran. Los estallidos sonaron en forma simultánea aunque sólo reventaron dos de las minas. La de encima de la escalera segó la vida a un enemigo. La de abajo afectó a varios. Desde su puesto Rangel hizo blanco en otro soldado. En total murieron ese día 7 soldados. Se recuperaron un fusil Galil 2.23 con 5 proveedores y 800 tiros para el mismo, dos granadas M26 y una de 60 milímetros. La sorpresa fue tan grande que la tropa retrocedió a una media hora de camino dejando abandonados los muertos y los equipos. El pequeño comando guerrillero se retira a su campamento en forma rápida y tras recoger todas sus cosas emprende el repliegue hacia el páramo. Una hora después del ataque hicieron su aparición los aviones caza de combate y los helicópteros artillados. El bombardeo y el ametrallamiento del área fueron intensos y se prolongaron hasta el final de la tarde. Como siempre, sólo produjeron bulla y devastación de la naturaleza. Los guerrilleros estaban lejos. Los mandos militares, ofendidos, deciden responder con toda su fuerza a la afrenta. En un par de días envían a San Juanito la denominada FUDRA, Fuerza de despliegue rápido, compuesta por lo más 126 Gabriel Ángel escogido de la tropa contrainsurgente. Su misión es exterminar en forma ejemplar el que consideran pequeño foco guerrillero. Arriba, en el páramo, a cinco horas de camino, Aldinever y el comando preparan otro pequeño recibimiento. El 15 de febrero, distribuida en dos patrullas paralelas, se acerca la tropa al borde del páramo. Una de ellas, la de la izquierda, recibe de repente una andanada de fuego proveniente de un pequeño comando. El soldado de la punta muere al instante. El comando se retira en forma veloz hacia la parte más alta. La soldadesca responde con fuego exagerado. Incluso la patrulla de la derecha dispara pese a que no tiene ningún enemigo al frente. Cuando regresa la calma y se percatan de que el ataque ha sido realizado por unas cuantas unidades, la decisión es seguirlas hasta dar con ellas y eliminarlas sin piedad. Diego ha recibido la orden de formar una línea con doce hombres en uno de los filos del páramo. Son algo más de las nueve de la mañana y la bruma comienza a descender. Alcanzan a divisar al Ejército que avanza con precauciones hacia ellos. Se hallan a cincuenta metros cuando la nube blanca y fría se interpone impidiendo observar más allá de unos cuantos pasos. Diego ordena atacar. Fusiles y M 79 lanzan su mortífera carga. La reacción es inmediata. 127 Historias de la resistencia Sin embargo el Ejército afloja y retrocede. Tiene que hacerse cargo de cinco muertos en sus filas. Diego se repliega con los suyos cubriéndose con sus armas. El Ejército regresa a la carga encaramándose a varios filos aledaños. Allí lo reciben la ametralladora y otros comandos ubicados con antelación por Aldinever. Él mismo está en uno de ellos. El intercambio se torna ensordecedor y se prolonga durante cuatro horas. Cuando la guerrilla se retira no lleva ni una sola baja en sus filas. La FUDRA, para su desgracia, no puede decir lo mismo. Volquetas de la policía y la alcaldía acuden esa noche a ayudar en la evacuación de los cadáveres. Las FARC vuelven a perderse entre la niebla durante muchos días. 128 Gabriel Ángel III. El medallón de José Hacia la mitad de agosto de 2004 llegó al corregimiento de Los Alpes, de Medina, una tropa que hacía demasiada ostentación de su amor propio. De por sí los llamados soldados voluntarios suelen adoptar ante la población una conducta en extremo altanera, propia de quienes se consideran a sí mismos superiores a los demás mortales. Esta nueva tropa se excedía con prodigalidad en este chocante rasgo. Los habitantes de Los Alpes los escuchaban repetir por todas partes que ellos no eran como los de la Brigada Móvil 2 o como los de la Fuerza de Despliegue Rápido, FUDRA, que habían terminado corriéndole a los guerrilleros de las FARC. Según su propio dicho, ellos integraban la contraguerrilla más profesional y mejor entrenada de todas. Afirmaban llenos de presunción que el Zarco y los suyos no tenían ni la menor idea de lo que les esperaba con su llegada. Fantocheaban de haber dado muerte unos meses atrás a Marco Aurelio Buendía en el noroccidente de Cundinamarca, y de haber aniquilado a toda la gente que andaba con él. También se atribuían la muerte de Ismael, el que fuera Comandante del Frente Manuela Beltrán hasta un poco antes de iniciarse la 129 Historias de la resistencia Operación Libertad. Prometían que en un plazo muy corto, aplastarían en forma ejemplar lo que quedaba de la guerrilla en esa zona. En apoyo a su fastidioso engreimiento, los soldados exhibían, pletóricos de orgullo, una especie de distintivos que les habían conferido en el pasado por sus logros en labores de orden público. Consistían en una gargantilla de oro en cuyo centro colgaba un medallón que tenía inscrito los nombres y apellidos de cada uno de ellos. A ella sumaban un anillo grande, también del mismo metal, en cuyo lomo tenían labrada la supuesta cara de un jefe indígena. En el anillo de cada uno estaban grabadas también las iniciales de su nombre. Querían que todo el mundo se enterara de su presencia y se presentaban como el batallón de contraguerrillas Cacique Timanco. Aldinever, que se encontraba con una buena parte del Frente 53 en los alrededores de Los Alpes, juzgó conveniente cruzar el río y ubicarse en la vereda Los Medios, en el filo del viejo campamento de La Copa, con la amplia ruta del páramo a sus espaldas. La tropa avanzó muy rápido hasta la vereda El Vainillo y se aposentó a la orilla de la larga falda que descendía hacia el río. Una patrulla de doce hombres exploró hasta el puente y luego se regresó deprisa. La decisión fue presentarles combate allí mismo. Había que descubrir en qué consistía la bravura de 130 Gabriel Ángel la que hacían tanto alarde. Y suministrar a semejante derroche de soberbia una buena dosis de modestia fariana. Para ello fueron escogidos 8 guerreros al mando de Diego y Carrillo. Su misión consistió en emboscarse al paso de la tropa, ocasionarles varias bajas y arrebatarles un fusil. Para que el golpe fuera efectivo y aleccionador, debía producirse en la margen opuesta del río, del mismo lado en que el enemigo tenía su campamento, en el terreno que consideraba asegurado. El grupo salió aprovisionado para permanecer 48 horas a la espera. A decir verdad, llevaban una buena cantidad de alimentos. Siempre se procuraba que los comandos que salían a combatir, fuera cual fuera el grado de crisis en que se hallara la economía del colectivo, llevaran consigo lo mejor de los víveres. Los muchachos descendieron hasta el río, adoptando las mayores precauciones para no ser observados. Desde allí alcanzaban a divisar, recortados contra el cielo, los movimientos que realizaban los soldados en la banqueta de terreno en la que se hallaban ubicados. Con la misma cautela, se cruzaron por entre el agua y se dirigieron al sitio escogido para su propósito. Antes de llegar hasta ahí vieron bajar por el camino una numerosa patrulla enemiga que no llevaba sus equipos a la espalda. Era evidente su disposición al combate. El casi centenar 131 Historias de la resistencia de hombres cruzó por el puente al otro lado del río y continuó con su avance camino arriba en posición de guardia. El comando de los ocho comprende de inmediato que la tropa se dirige a Los Medios en busca del conocido campamento y de sus compañeros. Tal y como lo han dicho por ahí, los Timancos van por la cabeza de Aldinever. Invadidos por la preocupación, Diego y Carrillo deciden prender su radio handy y comunicar al Zarco la novedad. Para su tranquilidad, Aldinever ya se encontraba sobre aviso. Más bien parece fastidiado por la comunicación, él tiene claro que el enemigo intercepta todas las llamadas. Los despide con una frase sencilla que dice mucho de su carácter, Ustedes háganle a lo suyo, yo ya estoy grandecito y sabré defenderme. Tras cruzar el río el camino asciende por entre un amplio potrero. El pasto ha alcanzado una buena altura, suficiente para ocultarse bien entre él. El potrero está cortado en dos por un afluente que llaman Caño Guarapo. Al alcanzarlo, el camino se obliga a un pequeño descenso y después vuelve a subir. Los muchachos se apostan unos pasos adelante del paso del caño, del lado de abajo del camino. La decisión es en apariencia temeraria, siempre se recomienda emboscarse en el lado de encima. Diego y Carrillo piensan que cualquier cosa 132 Gabriel Ángel puede suceder. Unos soldados pueden bajar al río, los del otro lado también pueden regresar. El dispositivo tiene que prever las dos contingencias. Por eso dos muchachos se ubican más arriba, de guardia hacia el filo. Su misión será dar aviso de la presencia enemiga y dejar pasar adelante a 3 ó 4 hombres. Cuando sus compañeros ataquen, tendrán que cubrirlos impidiendo el apoyo de los que desciendan atrás. Otros dos muchachos son apostados del lado de abajo del camino con idéntica misión, para el caso de que se trate de la tropa que venga en ascenso. Los muchachos restantes, los que quedan al centro, deberán aniquilar los soldados que entren a la emboscada. Y uno de ellos se encargará de recuperar el fusil de uno de los muertos. Hacia el medio día se inicia el combate con la gente de Aldinever. El Viejo, o el Cucho, como llaman los guerrilleros en las FARC a su jefe sin atención alguna a su edad, había dispuesto varios comandos para recibir la tropa en cuanto se aproximara al sector de la Escuela de Los Medios. Así sucedió. La contraguerrilla respondió con todo el poder de fuego de que disponía. El eco de los disparos y las explosiones se extendió hacia los cuatro puntos cardinales con enorme resonancia, llegando furioso hasta el lugar de la emboscada. Las ametralladoras y 133 Historias de la resistencia los morteros de la tropa retumbaron por cada uno de sus flancos engrandeciendo el bullicio. La línea guerrillera resistió la furiosa andanada sin retroceder. El Ejército solicitó entonces el apoyo de la aviación y en unos minutos se oyó el rugir de los cazabombarderos y el golpeteo de las hélices de los helicópteros. Al fuego de las armas por tierra, se sumó el de las ráfagas, las bombas y cohetes que partían del aire. Aldinever ordenó a sus hombres echar atrás quinientos metros y esperar en posición de combate. Hasta ahora la experiencia había enseñado que el ejército de tierra permanecía en sus posiciones mientras el apoyo aéreo cumplía con lo suyo. Por eso la guerrilla regresaba veloz a sus posiciones en cuanto la aviación se retiraba. Pero esta vez no ocurrió así. La tropa fue avanzando hasta las posiciones que tenía la guerrilla en el momento de la llegada de la aviación y se apoderó de ellas. Cuando Aldinever emitió la orden de retomar esas posiciones, sus hombres fueron recibidos por una buena tanda de plomo. Un comando alcanzó incluso a meterse en una emboscada, pero por fortuna logró escabullirse sin sufrir ninguna baja. Esa era la diferencia con los Timancos, que avanzaban detrás de la aviación a capturar posiciones cuando ésta aún estaba lanzando ráfagas desde encima. La nueva situación obligó a la guerrilla a formar una línea más atrás. 134 Gabriel Ángel El combate se prolongó por varias horas. A las tres de la tarde comenzó a llover. En unos cuantos minutos el agua caía de manera torrencial, refrescando a los combatientes enardecidos por el fuego, pero entumeciendo a los muchachos que permanecían apostados a la espera de la tropa. Durante todo este tiempo los muchachos esperaron más soldados que bajaran del filo, pero ninguno hizo su aparición. A las cuatro, en consideración a la falta de visibilidad y a la necesidad de evitar desgastes, Aldinever dispuso la retirada del campo de combate. El aguacero persistió con fuerza hasta mucho después de las cinco. Carrillo, que permanece alerta, descubre la tropa que regresa del otro lado del río. Cuando la ve aproximarse al caño, comunica por el radio la palabra clave, veinticinco. Diego y los demás aguzan todavía más sus sentidos, agazapados entre el pasto. Son casi las cinco y cuarenta minutos. Los soldados pasan delante de los primeros muchachos a escasos dos metros de distancia. Caminan despacio, se ven cansados, como si fueran atontados por la larga exposición al olor a pólvora. El cuarto soldado pasa por frente a Carrillo cuando se oyen los disparos adelante. Carrillo le lanza una granada de mano y le dispara al tiempo con el fusil. 135 Historias de la resistencia El soldado emite un grito extraño. Todo sucede en unos pocos segundos. Diego había eliminado al segundo hombre en marcha y Sandino al tercero. El primero en morir fue el soldado de la punta que alcanzó a llegar hasta donde estaban apostados los dos guardias de la parte alta. Uno de ellos, cubierto por el fuego del otro, se le abalanzó encima y se apoderó de su fusil y sus pecheras. Diego se le acercó y le arrebató el anillo de oro de la mano y la gargantilla y el medallón que colgaban de su cuello. El área es blanco de millares de proyectiles disparados por los soldados que vienen detrás. No hay más tiempo, los muchachos se retiran por donde llegaron. Haberse emboscado del lado de abajo del camino permitió a los muchachos replegarse sin mayores inconvenientes. El resto de la patrulla, convencida de que la emboscada estaba situada encima, se encarnizó con el fuego desde la distancia hacia esa parte. Ni uno solo disparó hacia el lado de abajo. Tampoco creyeron que los atacantes pudieran retirarse hacia el río por ahí. Todavía sonaban bastantes armas cuando Diego y los demás cruzaron el río hacia Los Medios. El ascenso lo fueron haciendo envueltos entre las sombras de la noche que lo iban invadiendo todo. Asegurados por el terreno y la oscuridad se acamparon a esperar el día. 136 Gabriel Ángel En un bolsillo de la pechera del soldado hallaron un teléfono celular que comenzó a timbrar sin descanso a las seis de la mañana del día siguiente. Carrillo se decidió a responder. Una voz masculina fuerte le preguntó quién era. Carrillo le dio el nombre del soldado muerto tal y como figuraba en el medallón, José Cortés. El otro se mostró irritado y le preguntó qué hacía. Soy soldado voluntario y pertenezco al batallón de contraguerrilla Cacique Timanco. Su interlocutor perdió la paciencia y lo insultó. Después amenazó con hacerlo pedazos. Aquí lo espero, pero véngase adelante, para hacerme a su medallón también, le respondió Carrillo antes de cortar la llamada. 137 Historias de la resistencia IV. La pelea en Cajoneras A Diego le había costado un gran esfuerzo construir el economato e introducir la suficiente remesa de reserva en él. Su comisión de abastecedores llevaba ya muchos días operando entre San Rafael y San Roque, dos veredas pertenecientes a San Juanito y El Calvario, sin que el conjunto de la población pudiera enterarse de sus actividades. Sólo confiaban en dos familias de la zona, probadas en su lealtad, las cuales tenían hijos o hermanos en la guerrilla. En ellas se apoyaban para mover las cargas, distribuidas siempre en pequeños puchos, la mayoría de las veces en horas de la noche. Para trasladarlas al depósito escondido, ascendían por una quebrada sembrada de lajas en la que no dejaban huellas. Cuando les era necesario mover cargas durante el día, empleaban una pica que habían abierto entre la montaña, dando un largo rodeo, a fin de evitar ser descubiertos desde el otro lado del río, donde el Ejército mantenía permanentes puntos de observación. La tropa solía efectuar sorpresivos registros por el área, enviando patrullas que penetraban las veredas en forma inesperada. Durante el tiempo que 138 Gabriel Ángel llevaban Diego y los suyos por allí, el Ejército se había limitado a inspeccionar en forma rutinaria hasta la parte baja de San Roque, regresando deprisa y sin efectuar mayores indagaciones. Pero las cosas cambiaron a los pocos días de haber llegado Aldinever a instalarse cerca de allí, en la quebrada Cajoneras. Aldinever y Samuel consideraron oportuno recoger algunas comisiones pequeñas con el propósito de balancear su trabajo, reajustar planes y remediar unas cuantas dificultades. Para ello resultaba necesario levantar un campamento de campaña. En condiciones normales hubieran elegido un filo dominante, pero dado que ese tipo de lugares eran frecuente objeto de registros enemigos, optaron por acomodarse en la orilla de la quebrada, en el fondo del cañón que ésta rompía en la cordillera. Allá abajo, escondidos entre las altas paredes de piedra, estaban seguros de que la tropa no entraría a buscarlos. De hecho el acceso era difícil. Tras un primer descenso casi vertical, se las ingeniaron para acomodar una rústica escalera de madera por la que se bajaban una docena de metros. A partir de ahí, descendían aferrados a una larga manila que aseguraron a una roca. El tramo final lo hacían por otra escalera construida por ellos mismos, la cual los llevaba casi al nivel de las aguas. 139 Historias de la resistencia Caño arriba, tras un par de curvas, protegidos por barrancos a manera de murallas naturales, inventaron dormitorios sobre la piedra y la arena. En caso necesario, podían abandonar su posición tomando el lomo de un filo que ascendía con mucha menor inclinación hacia el lado apuesto de la quebrada. A un lado y otro de ella el terreno estaba cubierto de rucio, detalle que dificultaba ocultar el rastro dejado por las pisadas al entrar o salir del campamento. Fue una indisciplina la que los puso al descubierto, y provino de un comando que Aldinever envió hasta donde Diego en busca de una remesa y un novillo. Cuando los remolcadores abandonaron el economato con su pesada carga a las espaldas, desatendieron la observación que se les hizo de dar el rodeo por la pica abierta entre la montaña. Los observadores del Ejército tuvieron que haberlos visto cuando marcharon por el largo potrero. De otra forma, tendría que haber sido una rara coincidencia el hecho de que dos días después una patrulla del batallón Cacique Timanco pasara la noche en la Escuela de San Roque, y apenas en la madrugada emprendiera el registro potrero arriba, en dirección al rucio que bordeaba la quebrada Cajoneras. Advertido a tiempo de la situación, Diego comunicó por radio la novedad al campamento. 140 Gabriel Ángel Aldinever ordenó entonces la alerta a las avanzadas y continuó con las actividades planeadas. Esa mañana asaban una carne adobada de antemano, mientras en una olla grande hervían los fríjoles que añoraban desde tantos días atrás. Como Diego les había enviado varias canecas de miel, soñaban con un suculento banquete. Ya casi llegaba la hora del almuerzo cuando escucharon tiros y explosiones provenientes de la primera avanzada, justo la que cubría el trillo de acceso al campamento. Samuel y ocho guerreros de la escuadra de retención corrieron a cubrir la entrada. Los otros estaban de servicio. Los nueve guerrilleros, atrincherados casi en formación en un barranco, observaron bajar en carrera, primero por la escalera, luego por la manila y por último por la segunda escalera, a los tres muchachos que estaban encargados de la avanzada. Cuando llegaron hasta ellos, escucharon sus explicaciones. Arriba, el rucio se había cubierto de repente por esa neblina pasajera que cae y se esfuma de manera caprichosa en la cordillera. Por eso ellos no habían descubierto la tropa sino cuando les cayó encima. Había sido una suerte escapar ilesos. Samuel les reprochó su negligencia, la estaban colgando, muchachos. El Ejército les había llegado por el rastro 141 Historias de la resistencia y era obvio que lo iban a seguir. En cualquier momento iban a aparecer en el filo. Los muchachos recibieron la orden de presentársele a Aldinever mientras los demás se prepararon para el combate. Antes de lo calculado, los soldados comenzaron a descender por la escalera haciendo gala de una osadía poco común. Quizás pensaban que iban tras unos pocos. De uno en uno, y observando hacia todos lados con sus armas listas, los soldados superaron el pedazo erosionado aferrados a la manila. Cuando tras la segunda escalera pusieron los pies en tierra, fueron avanzando con suma cautela tras las huellas. Eran diez hombres en total y los tres primeros no llevaban encima sino el fusil. Ninguno cargaba equipo a la espalda. No había duda que se trataba de un comando de exploración que salió en seguimiento de los de la avanzada por su trillo. Sólo entonces ordenó Samuel hacer fuego contra ellos. Tres de los soldados murieron en el acto. Los otros se dispersaron en busca de la escasa protección del terreno. Desde donde disparaban, los guerrilleros escuchaban los gritos del mando de la tropa ordenándoles regresar. La primera escalera, quizás pudiera ser sobrepasada por un hombre audaz en carrera. Pero el tramo de ascenso que había que hacer agarrado a la manila resultaba 142 Gabriel Ángel imposible en medio de la lluvia de fuego. Los soldados estaban atrapados. En el borde del descenso apareció más Ejército, pero en cuanto los primeros intentaron bajar, comprobaron que los disparos de la guerrilla atrincherada se lo impedía por completo. Ni los de abajo podían subir, ni los de arriba descender. Entonces se desprendió una furiosa andanada de plomo y bombas contra las posiciones de los guerrilleros. En unos cuantos segundos hicieron aparición más grupos de guerrilleros en apoyo a Samuel y los suyos. El eco del recio combate parecía anunciar la llegada del fin del mundo. Aldinever ocupó un sitio bien protegido por las rocas e instaló la ametralladora M 60 que comenzó a rugir furiosa contra la tropa de arriba y abajo. El parejo intercambio de fuego se prolongó hasta las dos de la tarde. A esa hora llegó la aviación. Un avión Hércules, dos cazabombarderos OV 10 y el helicóptero artillado Arpía se dedicaron a soltar una tras otra poderosas ráfagas de ametralladora punto 50 contra el cajón de la quebrada, sin reparar demasiado en que podían hacer blanco en sus propios hombres. Los soldados se encargarían de contar después a la población civil que de los diez hombres atrapados desde un inicio en el fondo del cañón, seis murieron 143 Historias de la resistencia por cuenta de la guerrilla, dos más perecieron acribillados por las balas de la aviación y sólo dos habían salido con vida, aunque heridos de gravedad. El empecinamiento de Aldinever por conservar su posición fue vencido a las tres y media de la tarde por la fiereza de los ametrallamientos desde el aire. La retirada se efectuó por donde se tenía previsto. Los guerrilleros fueron ascendiendo por el lomo del filo que los sacaba al otro lado del caño y allí volvieron a ubicarse para combatir. El Ejército pudo entonces por fin bajar al lecho de la quebrada y mientras unos soldados se hicieron cargo de evacuar los primeros en entrar, otra parte se lanzó en seguimiento de Aldinever. En el avance por la margen opuesta de la quebrada, aún en el cajón de la misma, volvieron a quedar expuestos al fuego de los guerrilleros que habían abandonado el cañón. Sólo el ametrallamiento y las bombas que lanzaba la aviación lograban que los guerrilleros abandonaran sus posiciones. Entonces la tropa corría a ocuparlas. Aldinever decidió dejarles una última emboscada unos metros delante de la posición que acababa de abandonar. En ella murieron los dos últimos soldados. Los 46 guerrilleros que se enfrentaron ese día al Batallón Cacique Timanco también tuvieron algunas pérdidas, lamentables dada su situación. Dos panelas grandes, dos arrobas de maíz y dos de carne. 144 Gabriel Ángel El combate duró hasta las cinco de la tarde, cuando la aviación se retiró de la zona y el Ejército, en consecuencia, cesó en su afán de seguir a la guerrilla. El haber disparado siempre desde posiciones bien cubiertas por trinchera evitó que los guerrilleros sufrieran bajas. La tropa tuvo dificultades para recuperar el cuerpo de un soldado perdido entre los despeñaderos de la zona. Sólo lo hallaron al cuarto día de búsqueda, cuando ya los gallinazos lo habían destrozado de manera cruel. 145 Historias de la resistencia V. Un embarazo difícil Después del combate de Cajoneras, El Ejército se desplazó en masa hacia el área donde había estado trabajando Diego con su comisión de abastecedores. Además de él, hacían parte de ella Ernesto, Aleja y Ramiro. Ante la difícil situación, Diego recibió por radio la orden de moverse río Guatiquía abajo, hacia una zona que Ernesto conocía bien por haberla utilizado antes como lugar de refugio. La idea era que se estuvieran por allá quietos y clandestinos mientras pasaba la arremetida general. Cuando Diego se percató del tamaño de la ocupación militar y de la forma minuciosa como la tropa escarbaba cada rincón, propuso a Aldinever que le permitiera cruzarse al otro lado del río, hacia Los Cedros, donde a su juicio no iba a sufrir mayores complicaciones. Debió haber una desafortunada equivocación en la descodificación del mensaje, porque mientras Diego entendió que su propuesta había sido rechazada, el Zarco afirmó haberle ordenado precisamente eso, que se pasara al otro lado del río. El extraño malentendido condujo a los de la comisión a vivir una amarga experiencia. Su 146 Gabriel Ángel infortunio comenzó cuando la tropa arribó hasta su zona de refugio. Tras moverse primero de un sitio a otro en procura de esquivarla, terminaron quedándose inmóviles para evitar el riesgo de tropezarse con otra de las patrullas que rastrillaban a un lado y otro. Así, cerca de la casa de un tío de Aleja, mimetizados entre el monte a un poco más de veinte metros del camino real, pasaron el primer mes de sus angustias. Con el apoyo del tío, habían logrado conseguir un poco de economía, un bulto de plátanos y otro de guatilas, todo lo cual racionaban con rigurosa disciplina. Preparaban los alimentos en una estufa a gasolina, de día, vigilantes de cualquier movimiento sospechoso que hicieran los civiles o el Ejército que transitaban por el camino. Sopas y tinto constituían lo principal de su dieta, reducida además a sólo dos comidas diarias. Una libra de arroz la rendían para tres sopas. Esperaban en silencio. El inevitable agotamiento de las provisiones los obligó al fin a moverse en busca de comida. Una mañana salieron hasta el potrero donde una prima de Aleja salía a ordeñar. Querían gestionar otra economía y averiguar sobre la tropa. Para su desgracia encontraron que el Ejército se había acampado durante la noche en ese potrero. Volvieron atrás y se emboscaron durante dos días en el trillo de entrada del camino, a la espera de 147 Historias de la resistencia cuando el enemigo los hallara. Como no llegó, decidieron irse. Mimetizados en un potrero, acordaron esperar allí a Ernesto y Ramiro mientras volvían de buscar plátanos en la casa de un civil que vivía al otro lado de una hondonada. Diego les insistió en que no se acercaran sino en la noche a la vivienda y sólo después de haber explorado con cuidado los alrededores. Después de hablar con el civil debían regresarse. Para ello había que transitar casi tres horas por un nudo de difíciles peñascos. Lo importante era no quedarse a dormir del otro lado. Los muchachos le tuvieron pereza al tránsito por la fea hondonada en las tinieblas y se quedaron del mismo lado de la casa, alejados unos diez minutos de ella. De los dos trabajadores que el civil tenía contratados, uno colaboraba con el Ejército. Con cualquier pretexto salió a primera hora a llevar la información y la tropa les cayó a Ernesto y Ramiro unos minutos después de las siete. Diego y Aleja oyeron la intensa balacera desde el lugar donde se encontraban. Confundidos, poseídos por la angustia, decidieron irse de ahí, rompiendo rastrojo para no salir a caminos. Lo primero que se les ocurrió fue cruzarse al otro lado del río y hacia allá se dirigieron dominados por la incertidumbre. Su deseo se les 148 Gabriel Ángel reveló imposible en cuanto contemplaron el enorme caudal que tenían las aguas por obra del invierno. Caminaron entonces hasta el atardecer. A las cinco y treinta oyeron un helicóptero que aterrizaba en la Escuela de San Roque. Pensaron que venía por los cadáveres. Comieron guayabas y naranjas que habían recogido de camino. Desanimados y tristes se acamparon entre un rastrojo para pasar la noche. Diego y Aleja compartían la vida como pareja hacía ya algún tiempo y ahora les preocupaba también la certeza de que ella se encontraba en embarazo. Duras condiciones para ver crecer sin remedio la barriga. Esa noche ella soñó que Ramiro estaba vivo y que llegaba donde ellos a contar su aventura. A la mañana siguiente, a eso de las seis, se apareció en efecto Ramiro. Diego acababa de levantarse y estaba caminando por ahí indeciso cuando escuchó la voz de Ramiro que lo llamaba por su nombre. Llevaba la sudadera rota, la piel arañada, y no tenía camisa. De su cintura colgaba el machete y de su hombro el fusil. Dominado por la alegría, Diego llamó a Aleja y los dos le oyeron contar que cuando él volvió la vista para mirar hacia donde provenían los disparos, vio un grupo de soldados que avanzaban haciendo fuego hacia ellos. Corrió veloz hacia el monte y los peñascos. 149 Historias de la resistencia Se había escondido entre aquella palizada llena de espinas permaneciendo quieto hasta caer la noche. Amparado por las sombras regresó al sitio de partida y luego siguió el trillo de ellos dos hasta encontrarlos. Después se enteraron que Ernesto había muerto a manos del Ejército y que cuando lo sacaron a la Escuela de San Roque, la gente, que vio un hombre de barbas, aseguraba que se trataba de Diego. A Aldinever le llegó el informe de que en el asalto habían muerto todos. No tenían comunicación con él. Aleja y Diego le prestaron ropa y también una cobija para que se arropara. Durmieron los tres juntos. Ese día llovió fuerte y pudieron recoger agua suficiente para preparar una sopa en la tarde y otra en la mañana. Temerosos de que el Ejército siguiera el rastro de Ramiro, se marcharon tras el desayuno, transitando siempre a campo traviesa. Al encontrar la quebrada Rubiana tomaron aguas arriba, con la idea de llegar hasta sus cabeceras después de pasarse por debajo de la Escuela de Los Rubios. El terreno era horrible. Aleja, adolorida y cansada, renegaba por la ruta que los hombres habían elegido. Para más mortificación, cuando exploraron el camino que pensaban pasar en la noche o cuando se cubriera por la neblina, descubrieron que el Ejército se hallaba emboscado en él, al lado del puente. Se devolvieron, prepararon agua de panela 150 Gabriel Ángel y luego se lanzaron a romper por entre piedras, peñas y espinas de una palma aguda llamada barbaeindio. Salieron al camino mucho más arriba. Caminaron un trecho por él y luego se abrieron a dormir en el monte. El zancudo y el capotillo les hicieron pasar una noche de perros. Aleja lloró por obra del desespero. A los pocos días sus pieles estaban cubiertas de nuches. Arrancaban plátanos verdes, los fritaban y comían con tinto. A Diego se le rebotó la úlcera y pasaba las noches vomitando. Por fortuna cargaba una reserva de pastas de Ranitidina que le ayudaron a aliviarse un poco. Al fin llegaron hasta donde un campesino conocido de Ramiro. El hombre les dio más de una mano. Conocía también al papá de Aleja. Les señaló la orilla de un caño en donde podían permanecer escondidos y les llevaba a escondidas comida preparada en su casa. También les regaló varias cosas que de verdad les hacían falta en sus condiciones. Cuando Diego se sintió mejor decidió buscar un sitio adecuado para la señal de un teléfono celular a objeto de ensayar la comunicación con Aldinever por ese medio. Ese día descubrió que el Ejército estaba acampado cerca y que todos los días bajaba por el camino real una parte de él a fin de remolcar comida hasta su sitio. Camino arriba encontró un civil al que se atrevió a pedir ayuda. El campesino le colaboró 151 Historias de la resistencia gustoso señalándole el lugar adecuado y advirtiéndole además que era peligroso, porque los soldados subían con frecuencia a llamar desde ahí. Luego lo invitó hasta su casa y le regaló dos panelas. Se citaron para la noche siguiente. La comisión terminó trasladándose cerca de esa casa, por la cercanía a la posibilidad del contacto telefónico. Dormían en sitios diferentes, siempre en el piso, bregando a aplanarlo con sus machetes y cubriéndolo de hojas para protegerse del frío de la tierra. Cuando el Ejército bajaba a remolcar siempre se detenía en un palo de naranjas que había a la orilla del camino. Por la noche los tres guerrilleros salían a bajar naranjas del mismo palo. La tropa también frecuentaba la casa del civil. Una noche el campesino le informó a Diego que el cabo le había dicho que la noche siguiente iba a ir con varios de sus hombres a mirar por la televisión el partido que jugaba la Selección Colombia de Fútbol. Y los guerrilleros desde su escondite los vieron llegar a la vivienda y apretujarse en ella. Tras ensayar durante veinte días, la comunicación telefónica resultaba imposible. Aldinever había enviado una comisión a buscarlos, pero nadie le daba cuenta a los guerrilleros de ellos. Un día llegó a la casa del campesino otro civil que le entregó una nota. Se trataba de una recomendación 152 Gabriel Ángel de la guerrilla por si llegaban a enterarse de la presencia de Diego y otros dos por ahí, para que les hicieran llegar el número de una frecuencia radial. Cuando ese civil volvió a su casa, el Ejército estaba esperándolo para que les entregara la nota. No se pudo saber nunca cómo se enteraron. Lo cierto fue que como él ya la había pasado a otras manos, pese a la requisa de su vivienda, no hallaron nada. Tras ensayar varios días en distintos horarios, por fin lograron comunicarse con el Zarco. Él les indicó que fueran a Rancha Quemada, un sitio conocido. Una vez allá, una nueva comunicación les señaló cómo contactarse con Samuel. El 3 de diciembre se enlazaron por el radio con él. Estaba a tres marchas de ellos y les indicó dónde podrían encontrarse. Con el apoyo de campesinos que les exploraron la ruta, cruzaron de noche el puente que va de Los Rubios a San Pedro sobre el Guatiquía. En el camino arrancaban yucas de las huertas, de noche, volviendo a enterrar las matas para borrar el rastro. Cada uno cargaba varias yucas siempre y las comían con queso y panela que compraron a unos campesinos. En las cabeceras de El Calvario, se vieron obligados cruzar un largo potrero después de haber pisado numerosos rastros de la tropa. Fue después del mediodía. No había otro modo de avanzar. Acababan de hablar por radio con Samuel y no querían perder la oportunidad de encontrarse. 153 Historias de la resistencia Primero salió Diego, detrás Aleja y por último Ramiro. Al comenzar el ascenso escucharon que los silbaban y llamaban varias voces. Al volver la vista observaron numerosos soldados que corrían a tomar posición. Diego ordenó correr. Los hombres salieron al filo, pero Aleja, impedida por el peso de su embarazo, no pudo correr. Los soldados comenzaron a dispararle. Desde el filo, Diego accionó su fusil contra la tropa. Aleja, casi ahogada por el esfuerzo, alcanzó a subir ilesa. Fue el último de sus sustos. Una vez se reunieron los tres, se metieron a la montaña y se le escabulleron al enemigo. Tres días más tarde, en el páramo de Las burras, pudieron al fin abrazarse con sus compañeros tras varios meses de sufrimientos. Aleja, pese a todo, dio a luz una niña, estando ya a salvo de la operación, en el Meta. No tenía nombre aún cuando hablamos. Le propuse que la llamara Libertad, porque ella había salido victoriosa de la guerra y de la muerte. Me regaló una bella sonrisa de agradecimiento. 154 Gabriel Ángel 155 Historias de la resistencia 156 Gabriel Ángel Cuarta Parte Una entrevista extraña El personaje Aldinever es un hombre joven, mucho más de lo que uno pudiera imaginar si se atiene a sus responsabilidades y prestigio. Cuando hablamos sobre sus experiencias en Cundinamarca, debía andar por los 28 años, por lo que me veo obligado a deducir que tenía apenas unos 25 cuando asumió la tarea de hacer frente a la llamada Operación Libertad. Como es sin duda un hombre de esos que se crece y madura en medio de la adversidad, le resulta fácil hablar sin rencores o resentimientos. Sus frases son cortas, espontáneas, sinceras. Y sus maneras hacen ostensible su sencillez, aunque su apariencia física pudiera indicar lo contrario. Es alto, bien parecido, de piel trigueña y ojos felinos. El particular tono de estos últimos, unido al color rojizo de su cabello y bigote, recuerda el aspecto de un oficial prusiano. Pero hay algo en sus labios y en 157 Historias de la resistencia sus manos que pone de presente su condición de campesino muisca. Fuma con excesiva frecuencia, y siempre procura tener al alcance un termo, para estar tomando a cada rato pequeños sorbos de café caliente. Si he de atenerme a la verdad, fue muy poco lo que en realidad conversé con él acerca de la operación militar de la que salió indemne. Desde un comienzo percibí que prefería que los diferentes relatos, incluso aquellos que concernían en forma directa a él, fueran hechos por los guerrilleros que los vivieron. Al final, tuvimos una larga conversación, más de carácter analítico que histórico. Es acerca de ella que trataré de escribir a continuación. Aunque no creo que me sea posible lograrlo sin recurrir a otras voces que me refirieron detalles en los que él no quiso extenderse. Tal vez por eso, ésta parezca una entrevista extraña. Quizás ni siquiera se trate de una entrevista, sino de una reconstrucción en el papel de las cosas que quedaron en mi mente, provenientes de una u otra fuente, relacionadas con mi charla con Aldinever. Sin embargo, quisiera dejar constancia, pese a mi falta de habilidad, que sólo la forma de lo que sigue es mía, porque el contenido en cambio pertenece por completo a ellos, sus protagonistas, esos seres extraordinarios de carne y hueso que me 158 Gabriel Ángel permitieron el privilegio de colarme unos cuantos días en sus fantásticas y anónimas vidas guerreras. Estamos en una pequeña oficina en medio de la selva. Dos bancas con espaldar y una mesa en el centro, elaborado todo a mano y deprisa. Frente a mí, en la mesa, tengo el computador portátil en el que trato de resumir con rapidez lo que vamos hablando. Una gran parte de ello queda apenas depositado en mi memoria, a manera de recuerdos. Resulta imposible registrar todas las palabras, sus acentos y énfasis, las expresiones que las acompañan. Aldinever está sentado en la otra banca, fumando, con un pocillo de café en su mano y respondiendo sin presunción mis preguntas. Ha procurado mostrarse muy amable conmigo y yo, buscando corresponderle, le pregunto qué música quisiera escuchar. Parece algo turbado. No tiene ninguna música favorita, puedo poner la que yo quiera o no poner ninguna, como prefiera. Ante mi insistencia, más por salir del paso, se inclina por algo social. Hago sonar El necio de Silvio Rodríguez. No se impresiona en absoluto. ¿Qué impresión puede causar en un sobreviviente de cien complejos intentos del Estado por matarlo, el tema de un canta autor que no se deja comprar por el Imperio? La guerra no da tiempo para eso, pienso en silencio. 159 Historias de la resistencia La disputa por la vida Es el 26 de diciembre de 2004. Gran parte de la gente ha logrado mudarse de área. Aldinever siempre prometió que él sería el último en salir, cuando ya todos estuvieran a salvo. Trece días antes habían salido para Villavicencio, vestidas de civil, Argenis y Dayana. Un mecanismo distinto para la evacuación del personal. Las llevaba la mamá de Elisa. Por petición suya. Confiaba en que nada sucedería. Ella jamás había recurrido a su familia para ninguna gestión a favor de la guerrilla. Si lo hizo, fue porque estaba segura de que no corrían riesgos. Ella misma recién había entrado por ahí con la ropa para las muchachas, y una economía que iban a necesitar cuando se devolvieran para la cordillera, con el plan de cruzársele al Ejército por la carretera central, bien arriba, como a quince días de marcha. Sin embargo, a 40 minutos del lugar donde se separaron, fueron capturadas todas en un retén militar. Seguro que la tropa seguía a la mamá de Elisa con la esperanza de atrapar al Zarco. Por eso mismo no la habían capturado a ella, cuando fue hasta la casa de su mamá en Villavicencio, con el propósito real de buscar la ropa y la economía. El enemigo iba por el premio mayor y no por un simple seco. La pobre señora resultó metida en problemas. 160 Gabriel Ángel Al menos no la mataron, como sucedió con otros tantos apoyos más desafortunados. Ese día, 26, Aldinever se encontraba con cinco guerrilleros más en un frío filo de la cordillera. Sandino estaba de centinela. Henry y Rigo se encontraban en baño, en el caño, unos metros más arriba de Sandino. Un poco más altos, Elisa, encargada de la rancha, y Arley pelaban unos plátanos y otros bastimentos que habían conseguido el día anterior en una finca cercana. Se hallaban en un antiguo campamento guerrillero, en el que era posible observar los rastros dejados una semana atrás por el paso del Ejército. Antes de bajarse hasta el pie de la carretera para arreglar la salida de las muchachas, Aldinever y los suyos habían dejado sus equipos escondidos en los alrededores de ese lugar. Por eso llegaron ahí, a rescatar los equipos. Y resolvieron quedarse. El día anterior, dos de los muchachos habían llegado cada uno con tres arrobas de plátano, yuca, malanga y guatila. Daba remordimientos desperdiciar esa economía, así que tras comer, decidieron que pasarían todo el día siguiente en ese sitio, para aprovecharla. Al tercer día se marcharían. Además, esos bastimentos representaban cierta dolorosa añoranza. El propietario de la finca a la que los muchachos habían ido a buscarlos, un compañero enamorado de la lucha y que siempre los había ayudado con alegría, había sido capturado y desaparecido por el 161 Historias de la resistencia Ejército en días anteriores. Aquella economía, de alguna manera, era una ayuda póstuma que él les brindaba. A las diez y quince minutos de la mañana, Sandino vio aparecer entre la bruma a varios soldados que seguían el trillo dejado por los muchachos que habían ido a buscar las provisiones. No lo pensó dos veces para hacer fuego contra ellos. En segundos, Arley y Aldinever lo estaban apoyando con sus armas. Elisa no tenía fusil. Los dos muchachos que estaban tomando el baño, saltaron del agua en busca de sus botas para calzarse y casi desnudos procedieron a recoger sus dotaciones y a retirarse por donde les indicaba el Zarco. Elisa le echó mano a su equipo y siguió tras ellos. Ella portaba el radio de comunicaciones y sabía la importancia que tenía no dejárselo arrebatar por el enemigo. En el momento de los primeros tiros, Aldinever estaba empacando sus cosas en el equipo. Por eso se dirigía a la trinchera natural desde donde hacía fuego, quemaba varios tiros y regresaba veloz a terminar de empacar sus cosas. Repitió varias veces el mismo movimiento hasta cuando tuvo todo listo. Después de veinte minutos de combate, los guerrilleros se fueron retirando por un caño seco arriba. Rigo no había tenido oportunidad de vestirse. Una hora más tarde decidieron detenerse para descansar. Aldinever descargó su equipo y procedió a sacar una muda de ropa completa para que Rigo se vistiera. 162 Gabriel Ángel Cuando lo cerró de nuevo, se quitó las botas y comenzó a escurrirles el agua que les había entrado en las carreras. Los de retaguardia tenían cinco minutos de haber llegado cuando volvieron a sonar tiros. El Ejército, que los seguía con verdadera saña, ya les había dado alcance. Volvieron a combatir de nuevo con él durante un buen rato. Después se fueron replegando. Más arriba decidieron extraviar su ruta metiéndose a la montaña y lograron de ese modo perder a la tropa sedienta de sangre. La posibilidad de morir Cuando se lleva un ritmo de vida como ese, es muy fácil que la idea de la propia muerte visite la mente con frecuencia. En esos momentos no se siente dolor por uno mismo, la mayor angustia se produce por obra de la responsabilidad que se tiene. Si uno, como cabeza de varias unidades, como jefe de un montón de gente en armas que resiste tan violenta agresión, llegara a caer por obra de las balas o las bombas enemigas, ¿cuál sería la suerte que le esperaría a la lucha revolucionaria encarnada por ellos? Acariciar la posibilidad de la muerte implica entonces asumirla como un hecho colectivo. Todos serían afectados por ella. Por eso, cada que después 163 Historias de la resistencia de estar dispersos, volvían a reunirse en el comando, Aldinever los obligaba a abordar el tema. Ni él, ni ninguno de los otros, podía pensar nunca en la rendición. Tenían que seguir adelante, siempre, ellos eran la esperanza de todo ese pueblo que los apoyaba a riesgo de su tranquilidad y su vida, no podían permitir que la lucha fuera aniquilada. El compromiso que hicieron sagrado fue salir todos o morir en el intento. Entregarse al Estado fascista jamás. A los otros no les gustaba que él les hablara de la posibilidad de su propia muerte, les sonaba a un absurdo inconcebible, siempre a coro se mostraban reacios a escuchar algo sobre el asunto. Él lo hacía porque sentía la responsabilidad de indicarles el camino a seguir en caso de que él faltara. Persistir, continuar, no doblar la cabeza, no dar el brazo a torcer. La salida de Cundinamarca Hasta que lo lograron. A un precio muy alto, después de muchas vidas perdidas, de un montón de gente buena que fue a dar a las cárceles, y por encima de una sorprendente y amarga serie de traiciones y defecciones. En general, la salida se dio en grupos pequeños, por comandos. Sólo hubo un grupo grande que se pasó con todo, armas y equipos, en 164 Gabriel Ángel una marcha riesgosa pero con éxito, el primero, la escuadra completa que se pasó con Sánchez en enero de 2004. Dada la dureza de las condiciones, esa acción fue una victoria y anunció más de ellas. La echó a perder el propio Sánchez, comandante de la Vladimir Estiven y reemplazante de Aldinever en el comando, quien se desertó apenas estuvo a salvo en el páramo de Sumapaz. Algo impensable e imperdonable. Como todo plan militar, la que el gobierno dio en llamar Operación Libertad en el oriente de Cundinamarca, comprendió un área específica, el territorio enmarcado por la carretera Bogotá Villavicencio, por el sur oriente, y la vía Bogotá al Guavio, por el nororiente. Ejército, Policía, Fuerza Aérea y todos los organismos de seguridad e inteligencia del Estado, en asocio con las bandas paramilitares del departamento del Meta, extendieron un cerco implacable a fin de impedir el desplazamiento de las unidades guerrilleras hacia regiones aledañas no comprendidas en la tenaza represiva. Patrullas, espías, informantes, las nuevas redes de cooperantes creadas por la Administración de Uribe Vélez, todos a una, se dedicaron a vigilar, descubrir y delatar el menor movimiento sospechoso. Romper ese cerco y pasarse a otro territorio, se asemejaba mucho a esas aventuras sobre la segunda 165 Historias de la resistencia guerra mundial difundidas antaño por el cine, la televisión y la literatura, en las que llegar a la Suiza neutral tras burlar todos los controles de nazis y fascistas, constituía la salvación anhelada para quienes resistían esa máquina de terror. Guardadas las proporciones, y haciendo la diferencia de los escenarios y las circunstancias, atravesar la frontera de la operación por cualquier medio era la mejor forma de alcanzar la libertad y conservar la vida. En ello se puso todo el empeño a lo largo de un año, al mismo tiempo que se evadía y enfrentaba a la tropa, en una formidable lección de guerra de guerrillas móviles que los generales colombianos no podrán olvidar jamás. La vía legal Las dificultades para repetir el cruce de Sánchez, así como las lógicas prevenciones originadas por su inesperada decisión, obligaron a inventar mecanismos alternos para salir. Uno de ellos fue la apelación a la vía legal. Dejar el área vestido de civil, sin armas, como cualquier viajero, con documentos de identidad falsos o auténticos según la necesidad, cuidando de dejar el armamento a buen resguardo. Varias docenas de guerrilleros se escabulleron así, por carreteras diferentes. El enemigo lo supo y elevó 166 Gabriel Ángel a grados extremos los controles para la circulación de gente joven. Al final hubo que desistir de este tipo de recurso, unos cuantos de los que por cualquier causa cayeron en su poder, terminaron poniéndose a su servicio, entregaron redes de apoyo, facilitaron otras capturas, se encargaron de tender trampas, se envilecieron con su traición. El primer ensayo lo hicieron por Gachalá. Un buen compañero facilitó su propiedad. Conseguía las mudas de ropa civil para las parejas que viajaban, puesto que se enviaba a una mujer y a un hombre que hacían el papel de matrimonio campesino. Alguien se encargaba de tramitar en Bogotá los documentos de identidad necesarios y de hacerlos llegar a esa casa. La pareja abordaba el bus en la orilla de la carretera a las cinco de la mañana, algo normal en la vida de las comunidades del campo. Una vez alcanzaba la capital, era recibida por un guerrillero que preparaba su viaje al área de otro Frente de las FARC en Cundinamarca o el Meta. Todo estaba bien organizado. Por esa vía del Guavio se salió todo el Frente Manuela Beltrán y luego alcanzaron a pasar otros cinco muchachos. Por desgracia todo se trastocó con la deserción de Ílder, un miliciano del 54 Frente. ¿Se trataba de un agente enemigo? Lo más probable es que sí, pues se separó de los demás estando en Bogotá, a salvo ya de riesgos, e hizo capturar a Albeiro, un guerrillero 167 Historias de la resistencia del 54 que gozaba de toda la confianza de Gerson. Sobre la real condición de ese Albeiro también cundieron dudas. Apareció trabajando luego con el enemigo e hizo capturar a otros cuatro muchachos. Obró de modo sucio, bajo, no sólo por su deslealtad para con su pueblo y su movimiento, sino porque continuó comunicándose con Gerson después de haber sido detenido, dándole informaciones falsas sobre las parejas que recibía en Bogotá, haciendo creer que ya habían sido despachadas para los otros Frentes. Y porque se prestó para que el Ejército le tendiera una trampa en la cordillera. La trampa Después que murió Silverio, el Estado Mayor del Bloque Oriental designó como comandante de ese Frente a Flaminio y éste partió hacia Cundinamarca para recibirlo. La adversidad lo atrapó para siempre cruzando la carretera central, en un combate con el Ejército. En su ausencia fue Gerson quien asumió la conducción del Frente. En los días que nos ocupan, se hallaba enfrascado en sacar avante la tarea de evacuar su gente del área al mismo tiempo que combatía a la tropa en el valle de Tenza, algunos sectores de la sabana y el centro de la región del Guavio. Nunca pensó en que Albeiro pudiera 168 Gabriel Ángel convertirse en traidor. Mantenían la comunicación constante a través del teléfono celular y no hubo una sola ocasión en que no hiciera el mayor esfuerzo por atender sus requerimientos en uno u otro sentido. Por eso acudió a la cita que acordaron. Albeiro le había dicho que subía urgente de Bogotá para hablar con él sobre un asunto que no podía ser tratado sino en forma personal. Debían verse en un lugar que le permitiera regresar de inmediato a la capital tras la conversación. Fijaron el sitio exacto, bien abajo, cerca de la carretera. Temprano en la mañana Gerson llegó al lugar con una pequeña escolta y desprevenido por completo. Cuando la tropa emboscada disparó contra ellos no hizo blanco en ninguno y les dio la oportunidad de retroceder. Tal vez un soldado se adelantó con el fuego a los otros. Gerson y su escolta retomaron el ascenso por el camino que habían usado para llegar. El Ejército no dudó un momento para seguirlos. Mucho más arriba, a más de una hora de camino, los guerrilleros se detuvieron a resollar. Aún no salían de su asombro. Albeiro se había torcido. Y de qué manera. Entonces fue que vino a pensar Gerson en cuál sería la verdadera suerte de los muchachos que había enviado para la capital. De pronto les llegó la tropa. Combatieron y volvieron a reemprender la marcha. 169 Historias de la resistencia Más adelante, después que el camino bajaba a un caño y volvía a ascender por el filo de este lado, mientras tomaba un respiro, Gerson vio con toda claridad a los soldados que bajaban hacia el caño por el camino siguiendo el trillo. No los separaban más de veinte metros por elevación. Tuvieron todo el tiempo de apuntarles y dispararles antes de que levantaran la cabeza. Dos horas después, volvieron a enfrentarse con la tropa que no desistía de alcanzarlos. Por llevar ellos la delantera, gozaban la mejor parte puesto que los esperaban en trinchera. Sin embargo, pese a las bajas que sufría, el Ejército no cesaba en su propósito. Fueron varios los choques que libraron hasta las cuatro de la tarde, cuando por fin la patrulla cesó de seguirlos y reemprendió el regreso. No obstante, Gerson y los suyos marcharon varias horas más, hasta considerarse por completo a salvo. Nunca antes, ni después, una tropa los siguió con esa tenacidad cercana a la obsesión. Tal vez el mando de la patrulla no podía perdonarse el que se le hubieran escapado con vida después de haberlos tenido entre las manos. De todas formas son muchos los rumores y habladurías que corren por entre la población cuando se suceden los hechos de guerra dentro de las veredas. Voces llegaron que informaban acerca de la ira que llevaba el comandante de la patrulla, rabiando contra el Jetón y afirmando que así perdiera los hombres que 170 Gabriel Ángel perdiera, no se devolvía sin su pellejo. Según eso el Jetón era Gerson, quien en verdad posee unos labios y una boca un poco grandes. Otras voces dijeron que la furia del coronel que comandaba el batallón al que pertenecía la patrulla, había sido superior a la del mando de ésta. Dijeron que ese teniente o capitán había sido recogido y sancionado en forma severa. Lo que sí puede afirmarse es que en adelante el Ejército ofreció una cuantiosa recompensa por la cabeza de Gerson. Después de conocerlo, uno piensa en cómo puede ser que ofrezcan sumas de dinero por la vida de alguien como él, un muchacho delgado, valiente, generoso y dueño de una nobleza conmovedora. La vía al llano De todas formas la salida por Gachalá no había estado exenta de problemas. Esa era una zona especial, muy controlada tanto por la guerrilla como por el Ejército. No solía andar por ahí gente extraña a los pobladores y por eso cualquier forastero resultaba sospechoso. Por ejemplo, un indio o un negro llamaban de inmediato la atención. Por esos lugares no se ve gente con tales rasgos y muchos guerrilleros los poseían. Por eso no podía ponérselos de civil para que salieran por ahí, el solo 171 Historias de la resistencia acento al hablar los hubiera delatado. Los pobladores tienen un golpe muy característico en la voz. Por todo eso se pensó también en una alternativa distinta. La vía al llano. Indios y negros transitan por ella en forma cotidiana y no resulta por tanto sospechosa su presencia. Por ahí salieron entonces casi todos ellos. El punto elegido para despachar los muchachos fue una vereda de Medina. La finca, situada a un kilómetro de la carretera central a Villavicencio, estaba habitada por un campesino que había sido compañero de estudios de Aldinever en la escuela primaria. El hombre profesaba intensa fe por las FARC y gran aprecio por el Zarco. Esta vez, por la experiencia de Gerson, hasta tanto no se reportaba la efectiva llegada al área del otro Frente, no se enviaba a la pareja siguiente. Todo iba bien hasta que se presentó una indisciplina insospechada. Ocurrió cuando salieron Uriel y Yolanda. Uriel se puso a enamorar a la hija del compañero de la finca y ya para despedirse, sin ningún objeto real, anotó el número de su celular en un papel que guardó en su billetera. Durante el viaje, en una parada del bus en San Juan de Arama, él y Yolanda bajaron a tomarse un refresco. Allí fueron capturados por la Policía de la localidad. No supieron quién los señaló, pero tuvo que haber sido un desertor, porque fueron acusados 172 Gabriel Ángel de inmediato de pertenecer a las FARC. Conducidos al cuartel y sometidos a minuciosa requisa, el número de teléfono guardado en la billetera llamó la atención de sus captores. Los investigadores se enteraron por él del nombre y domicilio de su propietario. Cuando menos se lo esperaban, el amigo de Aldinever y su familia vieron llegar a su propiedad una agresiva patrulla del Ejército que allanó la vivienda y se marchó sin poder comprobar nada, tras lanzar toda clase de amenazas. Ocho días más tarde el compañero cayó asesinado por unos extraños pistoleros que llegaron a preguntarlo. Sobra imaginar su procedencia. Romper a pie Meses después intentarían el ya mencionado mecanismo que se frustró naciendo, con la captura de la mamá de Elisa y las muchachas. Entonces se tomó la decisión de no seguir enviando más gente por vía legal. Se estaba pagando un precio muy alto. Había que probar otros medios, adoptando todas las previsiones necesarias. La resolución fue salir del oriente de Cundinamarca a pie, en grupos de cinco a siete guerrilleros, dirigidos cada uno por un miembro del comando. Aldinever se pasaría con una escuadra. 173 Historias de la resistencia El primero en intentarlo fue Heliodoro. Fue asaltado por el Ejército una mañana. En el hecho murió una guerrillera, Claudia, y el grupo perdió además dos fusiles. La noche anterior habían pasado por un SAI cuyo propietario pertenecía a la red de cooperantes. El tipo no los vio pero oyó ladrar demasiado a sus perros. Presto, usó el teléfono para informar la novedad. La tropa que estaba al acecho, atendió el llamado, encontró el rastro y lo siguió. El propio Heliodoro vivió lo más desagradable de la experiencia. En la retirada quedó disgregado de los demás. Como en los tiempos en que los amos españoles seguían con perros a sus esclavos cimarrones, el Ejército fue tras él en una despiadada cacería. Sólo ocho días después, tras escapar una y otra vez a sus fieros perseguidores, consiguió hacer contacto con Samuel y ponerse a salvo. El asalto ocurrió cuando se hallaban a una hora de San Pacho, a las ocho y treinta de la mañana. Estaban en un potrero. La noche anterior habían llegado cansados, muy tarde, y Heliodoro decidió que se quedaran ahí. Era 23 de diciembre, ya el verano había llegado y el brillo de la mañana y el ambiente resultaban muy gratos. Una pequeña cañada de aguas cristalinas bajaba por el potrero y ellos se encontraban a su orilla. Heliodoro se estaba afeitando. Johana y Claudia remendaban algunas prendas de ropa, sentadas en el improvisado lecho 174 Gabriel Ángel en el que habían pasado la noche. Se habían sacado las botas para subir los pies a la cama. Tarcisio acababa de lavar su sudadera. Como no tenía más, estaba en calzoncillos, a la espera de que la sudadera se secara para ponérsela de nuevo. El negro Gabriel estaba sentado encima de su equipo. Los otros dos se hallaban en una vivienda cercana, preparando una natilla para festejar la navidad. Por eso mismo habían levantado la guardia. Confiaban en que los de la casa comunicarían cualquier movimiento extraño. Johana y Claudia no quisieron creer cuando Tarcisio les gritó que venía el Ejército. Él siempre estaba jugando con ellas para asustarlas. Pensaron que era otra de sus bromas. Ni siquiera la segunda vez que les gritó se dieron por enteradas. Cayeron en cuenta de la realidad cuando escucharon las ráfagas de fusil y sintieron las balas silbar sobre sus cabezas. Las dos muchachas se lanzaron en carrera caño abajo. En realidad todos corrieron en la misma dirección, pero de manera dispersa. Johana tuvo el valor de devolverse unos pasos para recoger sus botas y su fusil. En un momento alcanzó a Claudia que iba descalza sobre las piedras. Escuchaban a los soldados que corrían tras ellas gritando que eran dos mujeres, que bregaran a alcanzarlas. Johana, asustada, pensando sólo en correr libremente, lanzó su fusil a un costado de la cañada y apresuró su carrera. Alcanzó a ver cómo se detenía Claudia, 175 Historias de la resistencia lastimada en sus pies por las rocas, negándose a correr más, paralizada por el miedo. Ella alcanzó por fin el monte y se sintió salvada. Como pudo, se encaramó a un árbol para observar hacia el potrero. Desde ahí divisó con claridad a varios soldados que arrastraban por el suelo el cadáver de Claudia. Sintió ira y un profundo dolor. Se bajó del palo llorando y caminó un buen rato a campo traviesa hasta que salió a un camino. Sin pensarlo mucho, emprendió carrera por él hasta encontrar la carretera. Ella sabía que esa era la vía a El Calvario. Orientada ya de su posición corrió hasta donde sabía vivía un apoyo del movimiento. Fue acogida con mucho afecto y escondida por sus habitantes. En la noche llegaron a la misma vivienda Tarcisio y Samuel. Tarcisio todavía iba en interiores. La alegría de los tres fue grande. La noche siguiente llegaron también Carrillo y Carola, los que preparaban la natilla. Se habían retirado por una vereda aledaña. Ninguno de los cinco muchachos llevaba nada de su dotación personal, habían perdido sus equipos. El que no llegó fue Heliodoro. Entonces conocieron el valor del apoyo de masas. Los campesinos de más confianza en la zona les ayudaron con ropa, comida, cobijas y lonas para que cargaran todo en ellas. Por fortuna el tiempo de las lluvias había quedado atrás, así que dormían todos amontonados debajo de un plástico que los protegía del sereno. De ese modo fueron avanzando durante 176 Gabriel Ángel un mes, de monte en monte, explorando primero la ruta por la que se iban a mover. Cuando se les agotó la economía aportada por los civiles, consumieron carne de animales que se vieron obligados a sacrificar de noche en algún potrero. Y la acompañaban con panela. El Ejército estuvo todo el tiempo tras su rastro. Para confundirlo, emprendían largas marchas a campo traviesa. Nunca más volvieron a descuidar la guardia. A veces les correspondían turnos largos, de medio día, los cuales pagaban sin protestar. Varias marchas adelante, se unieron a ellos dos guerrilleros pertenecientes a otra unidad, que iban también haciendo el cruce para salir del operativo. Entonces se completaron otra vez siete. Los informantes del Ejército, que sin duda los había, dieron cuenta de ese dato a la tropa. Ellos se enteraron porque amigos suyos les contaron en repetidas ocasiones que los soldados andaban preguntando por siete guerrilleros que iban por ahí pasando trabajos. Como no lograban atraparlos, regañaban y maltrataban los civiles que negaban haberlos visto. Hicieron el cruce de la carretera central por una vereda llamada La Pastora, en el área de Fómeque. Transcurridos diez minutos de su partida final del lugar donde enterraron los fusiles y se cambiaron las ropas, el Ejército llegó hasta ahí por ellos. Demasiado tarde, las aves habían alzado el vuelo. 177 Historias de la resistencia De las manos de un civil a otro Las dificultades obligaron a crear grandes dispositivos para poder hacer el cruce sin fracasos. Se fundaban en el apoyo de la población y el secreto. Se enviaba personal a distraer la atención del Ejército, combatiéndolo en un área, mientras otros guerrilleros emprendían el cruce por otra. Los fugitivos llegaban amparados por las sombras a la vivienda de un compañero que vivía a orillas de la carretera. Él ignoraba su procedencia, les daba refugio y se encargaba de trasladarlos, después de la medianoche, a la vivienda de otro compañero que obraba del mismo modo. Podían permanecer hasta tres días escondidos, a la espera de la mejor ocasión para mudarse y se procuraba, por mayor seguridad, mantener al máximo la compartimentación entre los colaboradores. Uno de los grupos, víctima de la ingenuidad, cometió un error que echó a perder el primer mecanismo de ese tipo. Habían invertido treinta millones de pesos en su cabal funcionamiento. Se hallaban en un pequeño predio cercano a Ubaque, habitado por un matrimonio de campesinos que tenía apenas un 178 Gabriel Ángel niño. En el caserío cercano vendían conos y a ellos les pareció fácil encargar una decena con el campesino. Al expendedor de los helados le pareció extraño que el campesino llevara tantos conos si su familia era tan reducida. Pertenecía a la red de delatores y pasó el dato. La tropa cayó un día después a la vivienda pero tan sólo halló algunos restos dejados por la presencia de los guerrilleros. El campesino se vio en serios aprietos para explicar la procedencia de aquellas prendas. Esa y las demás veredas aledañas fueron objeto de un minucioso registro por parte del Ejército. En aquella finca instalaron una patrulla en forma permanente. Aldinever, entretanto, organizó un nuevo engranaje con las mismas características por otro sector. Después de un mes de espera, contando con la solidaridad y firmeza de un buen número de compañeros civiles que colaboraron en su cruce, él y la escuadra que lo acompañaba lograron ponerse a salvo. La situación no estuvo exenta de problemas, y una vez el Ejército tuvo conocimiento de lo sucedido, descargó toda su brutalidad contra aquellos que consideró implicados. Todo comenzó con la captura de Olmedo, un guerrillero a quien Aldinever le había confiado la tarea de encaletar tres fusiles. Él salió a eso, y aunque tenía una idea general, no conoció del cruce de Aldinever. 179 Historias de la resistencia Olmedo se hallaba en la casa de un buen compañero, en la vereda Gancos, de Ubaque. Los controles del Ejército se habían hecho rigurosos en extremo. Tenían un censo de cada vereda y visitaban las viviendas de los campesinos llevándose con ellos a quienes no figuraban en el registro. Lo detienen por indocumentado en Cáqueza en forma indefinida. Ocho días más tarde unos desertores lo identifican. Sometido a torturas, a merced del enemigo, doblega su voluntad y delata lo que conoce. Él no sabe que Aldinever ya se pasó, pero sí informa de su presencia en el área. La operación que se desata en su búsqueda es cruel. Seis de los civiles que contribuyeron al cruce fueron asesinados y presentados como guerrilleros muertos en combate. Tres más fueron presos. Las dos ametralladoras y los quince fusiles se perdieron. El detalle exacto de los hechos aún no se conoce. La represión a las masas Aldinever conserva el más cariñoso de los recuerdos de la población civil del oriente de Cundinamarca. La gente apoyó y colaboró con las FARC de la manera más entusiasta y entregada. Por lo mismo la tropa fue despiadada con ella. Lo peor fue que aquellos sufrimientos de las familias campesinas, en 180 Gabriel Ángel gran medida tuvieron origen en señalamientos de los desertores. En particular los de la Vladimir Estiven. Al delatar los apoyos, sentenciaban la gente al destierro, la cárcel o la muerte. Veredas como Periquitos, Chorrerano, Los Alpes, La Esmeralda y otras de Medina, así como San Joaquín, de Cumaral, fueron despobladas por completo. Tendidos, de Gachalá, y parte de Arrayanes, Junín, también fueron despobladas. 16 pobladores de esas veredas fueron asesinados por la tropa y en las cárceles hay 20 más. Toda esa era gente buena y sana, muy noble. De las veredas Casadillas y Salinas de Machetá y Gachetá, asesinaron cuatro civiles y desterraron al resto. Pese a todo ello se sabe con certeza que por allá es mucha la gente que simpatiza y milita de una u otra forma con nosotros. En su momento, la guerrilla tuvo que trasladar personal de un sinnúmero de veredas. Como en los tiempos de las grandes represiones de Rojas Pinilla contra el campo, fueron cuantiosas las familias que anduvieron deambulando con los guerrilleros por un buen tiempo. Hay escenas inolvidables de eso, como los bebés cargados en los equipos de los combatientes a la espalda. Al final, ese personal emigró a Boyacá, Villavicencio, Bogotá. Allá están a la espera de nuestra orientación. Aún en zonas ocupadas por completo como San Juanito y El Calvario, Fómeque, Ubaque, todo el Guavio y Chingaza, sabemos de compañeros que confían en nosotros, nos esperan y sólo exigen que seamos más 181 Historias de la resistencia cuidadosos con el personal que enviemos a relacionarse con ellos. Traiciones y Lealtades La traición, haber estado con nosotros compartiéndolo todo y pasar de repente al servicio del enemigo, es un hecho despreciable que pone de presente lo más miserable y ruin de la condición humana. ¿Por qué se produce? En parte por obra del trabajo de infiltración y de propaganda del enemigo, en parte por descuido nuestro en la atención de la educación permanente del personal, también hay gente que se equivoca al elegir un camino. La guerra y sus contingencias pueden resultar muy duras. De todas formas, la historia enseña que en todas las luchas han existido traidores. Enfurece y duele el ánimo por el daño que causan, pero son un fenómeno que tarde o temprano salta al ruedo. Lo que en verdad es importante, es contar con la suficiente fortaleza para resistir la traición y seguir adelante. Eso pasó en Cundinamarca con los desertores y delatores. Y sucede a escala general con las FARC. Pobre del régimen que funda en ellos su estrategia. Y cándidos o ignorantes quienes juzgan la calidad de una organización por aquellos que la abandonan. 182 Gabriel Ángel Nuestra verdadera condición está descrita en los hechos y acciones de quienes contra todas las tempestades y peligros continúan firmes en la lucha. Sandino, Gabriel y Argenis, para citar un solo caso, perdieron el contacto con los demás durante ocho meses, después de un asalto, durante la etapa más dura de la operación. Estuvieron rodeados por el enemigo muchas veces, fueron seguidos con saña por los paramilitares, durmieron en los potreros en medio del ganado porque sabían que los buscaban en las montañas, evadieron trampas tendidas por delatores, rodearon las patrullas enemigas que encontraban en su camino en el rucio, vivieron noches de lluvia a la intemperie, pasaron hambre, frío, miedos. Nunca flaquearon. Juntos, en los momentos más duros, juraron que ninguno desertaría, que no pisarían caminos, que no adoptarían rutinas. Hablando con ellos, consiguieron el apoyo de muchos campesinos. Hasta que se reencontraron con Aldinever y los otros. Esos, y no los que se van, son los verdaderos guerrilleros. 183 Historias de la resistencia El cariño del pueblo Hay que valorar y admirar el modo como nos colaboraban en medio de semejante operación enemiga. Y no hablamos sólo de la población organizada, sino incluso de la gente espontánea a la que teníamos que recurrir. Molían caña para sacar miel y panela para nosotros, igual preparaban cuajadas y quesos que nos ofrecían con generosidad, eran rápidos cuando se trataba de comunicarnos la presencia de la tropa, nos enviaban correos, compartían con nosotros su sal, su economía sometida a controles extremos por parte del Ejército. Eso lo hace un pueblo que ama a su guerrilla, que sabe lo que representa. De otra forma no puede explicarse su ayuda. Una familia de evangélicos aserró madera por su propia cuenta durante un mes, para financiarle la comida a una comisión refugiada en un monte cercano y que carecía de economía. Jamás harían algo así por la tropa. El trabajo del mando Haber logrado sobrevivir y sacar de allí a gran parte del personal fue sin duda el producto de muchos 184 Gabriel Ángel factores. Pero de todos, quizás el más importante, fue la forma como se realizó el trabajo de dirección colectiva. El mando estuvo pendiente de todo, nunca se dejó la gente sola, siempre se tuvo control sobre ella. Para ese efecto contaron las comunicaciones. Desde un principio se comprendió que no podían interrumpirse, sucediera lo que sucediera. Se trabajaba siempre con planes. La preocupación constante del comando fue mantener el espíritu combativo en el personal, aunque no se tuviera comida. Por eso mismo lo mejor de las provisiones solía reservarse para quienes iban al combate. En medio de todas las adversidades la idea dominante fue no dejar de tener la iniciativa. Al menos había que estar hostigando en forma permanente la tropa. El Ejército nos causó muchas bajas, es cierto, pero él también puso por lo menos un centenar de muertos, aparte de los heridos. Se les logró arrebatar mucho armamento en combate. Ahí están los fusiles. La deserción de Sánchez Al comienzo de la operación el comando se reunía todos los días. Sánchez era el reemplazante. En esa época había buena remesa y se podía tener junta una buena fuerza para pelear. Después, cuando la operación se crece y se echa encima con toda su 185 Historias de la resistencia fuerza, agotada la economía inicial, se dispuso que Sánchez se trasladara a otra área y para ello se le dieron 15 unidades del 53 Frente como refuerzo. Aldinever se trasladó hacia el piedemonte de Medina. Permanecieron separados por cinco meses. Durante ese lapso, Sánchez pierde las comunicaciones, ahogadas en un río, y permanece aislado un mes completo. Sin embargo realiza 8 combates diferentes sobre el cañón del río Guacavía, por los lados de San Joaquín. Cuando logra comunicarse por teléfono con Alfonso, recibe la orden de Aldinever de recoger un radio que estaba guardado por esos lados y vuelve a reportarse de manera normal. Sin embargo, cuando vuelven a encontrarse, Sánchez tiene ya minada la voluntad. Apenas le quedan 25 unidades. Las bajas causadas por el enemigo y las deserciones lo tienen reducido a esos extremos. Argumenta que su fracaso estuvo en haberse diluido en escuadras. En el terreno se vino a percatar de que no contaba con los mandos capacitados para dirigirlas. Aquellos con los que contaba carecían del espíritu de disciplina necesario para las circunstancias, no cumplían las orientaciones, procuraban burlarlas en forma constante. Por eso les fueron aniquilando la gente. Verse así, saber que tenía responsabilidad en un fracaso de tales proporciones, terminó por desmoralizarlo, por decidirlo a abandonar el campo 186 Gabriel Ángel de batalla. No se sintió con fuerzas para asimilar la derrota, no había aprendido nunca lo que significaba perder. Se le desmoronó la ideología y se fue. ¿Una derrota? Pese a los grandes combates se tuvo que salir de Cundinamarca. Eso para el enemigo ha constituido un hito. Sería demasiada pretensión afirmar que ese hecho en sí no constituyó una derrota militar. El Ejército logró aniquilar una buena parte de la fuerza y se asentó en el territorio donde estuvimos operando durante años. Pero, ¿cuál es en realidad su verdadera dimensión? Aldinever la asimila con la paciencia del guerrero que sabe que en la confrontación pueden perderse muchos combates y sin embargo triunfar. Por eso mismo asegura que no se siente mal, ni se acompleja. Confía en el mañana, en el rostro de la gente humilde que espera el regreso de las FARC con todas sus esperanzas. No se puede olvidar que tras la resistencia de Marquetalia, Manuel Marulanda Vélez y su reducido grupo armado terminaron desalojando el área entre los cánticos de victoria del régimen. Más de cuarenta años de ascendente lucha guerrillera se han 187 Historias de la resistencia encargado de explicar al significación del episodio. 188 mundo la verdadera Gabriel Ángel ÍNDICE Introducción 5 Primera parte Prolegómenos 17 Segunda Parte La forja de los guerreros 43 Tercera Parte La intensidad de la guerra 113 Cuarta Parte Una entrevista extraña 157 189 Historias de la resistencia 190