en PDF - FARC-EP

Anuncio
GABRIEL ÁNGEL
LA OPERACIÓN LIBERTAD
Historias de la resistencia de las FARC
en el Oriente de Cundinamarca
Montañas del Oriente de Colombia
2007
Historias de la resistencia
2
Gabriel Ángel
Este no es un libro que haya escrito yo,
es una epopeya que escribieron
con sus armas y sus vidas,
unos revolucionarios colombianos que usaron
mis manos para contar su verdad.
G. A.
3
Historias de la resistencia
4
Gabriel Ángel
Introducción
Un hombre puede ser destruido,
pero derrotado jamás.
Ernest Hemingway
Desde su puesto a la orilla del rastrojo, de pie tras el
tronco de un árbol grande y coposo, el centinela
observaba en silencio hacia el potrero que lo
circundaba. Su cabeza giraba con lentitud de
izquierda a derecha y luego regresaba con
parsimonia, al tiempo que sus ojos escudriñaban el
horizonte en busca de cualquier movimiento que
pudiera señalar la presencia del enemigo. La noche
llegaba a su fin y los rayos del sol comenzaban a
iluminarlo todo. La claridad crecía a cada instante y
ya era posible distinguir el verde intenso de los
pastizales. A lo lejos, los ojos siempre atentos y
nerviosos pudieron distinguir el nudo de rastrojo
más cercano, ubicado a unos doscientos metros de
distancia.
Los pasos sigilosos del relevante se acercaron hasta
detenerse a su lado y preguntarle por las novedades
observadas. Hasta ahora no he visto nada, pero
adentro se oye mucha bulla, hay un radio encendido
que se escucha con claridad desde aquí y también he
5
Historias de la resistencia
oído ruido de voces y risas. Deberían callarse, las
cosas no están para confiarse de ese modo. El
relevante asintió, ya Patricia, la comandante de la
escuadra, les había ordenado apagar el radio y hacer
silencio. Permaneció a su lado todavía unos
segundos más y luego de dar un paso atrás se dirigió
hacia el flanco que le correspondía cubrir a él. El
operativo era muy grande. El Ejército estaba por
todos lados. El Frente se había dislocado en
escuadras para poder subsistir en el área.
Faltaban apenas unos cuantos minutos para su
relevo a las seis, cuando el centinela oyó el sonido
de voces hacia el potrero. Pese a que se esforzó con
agudeza por ubicar su procedencia, no pudo
precisar el lugar exacto donde hablaban. Tampoco
vio a nadie. Pero era enfrente de él, hacia el rastrojo
que estaba más allá. No juntó sus palmas para
llamar al relevante, juzgó que sería demasiado
peligroso. Quienes fueran los que hablaban podían
oírlo. Hasta ahora nadie sabía que estaban allí. Se
habían detenido a pasar la noche en esa bola de
rastrojo. A su alrededor había varias bolas iguales,
pero todas como si fueran pequeñas islas dentro del
inmenso potrero. De pronto llegó a su lado el
relevante, ¡Los chulos! ¡Están registrando el área!
La novedad no era del todo extraña. Llevaban meses
con la contraguerrilla atrás. Evadiéndola,
emboscándola por comandos de cuando en vez,
6
Gabriel Ángel
perdiéndola por unos días. Pero siempre volvían a
aparecer. En esta ocasión las circunstancias
resultaban desafortunadas por completo. El monte
tupido en que se encontraban no tendría más de
cincuenta metros cuadrados de extensión. Todo lo
demás era potrero. Si los hallaban, no tendrían
dificultad para rodearlos. No tendrían escapatoria.
Era la muerte segura. La mirada del centinela, así
como la tonalidad inmediata que adquirió su piel,
revelaron la explosión interior de miedo que sufrió
con la noticia. El relevante también había llegado
desencajado.
Este último sin embargo, le advirtió con suave y
nervioso acento, que estuviera pendiente. Si los
soldados se acercan con intención de escarbar aquí,
quémeles, no espere. Voy a ver qué dice Patricia. El
centinela le informó que había escuchado voces
enfrente. Sí, dijo el otro, no lo dude, son ellos. Ya
vengo. El centinela sintió un malestar en el
estómago, como si le nacieran de repente deseos de
vomitar. Se percató de que sus piernas temblaban.
Apretó los dientes, respiró hondo, Cálmese mijo.
Cálmese. Luego se inclinó, desaseguró su fusil y se
quedó agazapado al pie del tronco decidido a
disparar al primer soldado que se le pusiera al
frente. ¿Será que hay algún modo de salir de aquí?
¿Alguna posible retirada?
7
Historias de la resistencia
El que regresó ahora a su lado no fue el relevante
sino otro de sus compañeros, una muchacha de
quince años que le sonrió como si no tuviera idea
del grave riesgo en que se hallaban. Oiga, le manda
decir Patricia que vaya un momento donde ella, en
silencio, mejor dicho que vayamos todos. El centinela
comprendió.
Dadas
las
circunstancias,
la
comandante de la escuadra quería hablarles. Miró
hacia delante, no vio nada. Asintió con la cabeza,
Vamos. De la orilla del rastrojo hasta allá no habría
sino unos treinta metros. Los recorrieron deprisa.
Allí estaba Patricia, rodeada por el grupo, incluido el
relevante. La expresión de su rostro era serena,
segura, así como surgió su voz, sin vacilaciones y
dispuesta al heroísmo.
La cuestión es sencilla, camaradas. Estamos rodeados
de tropa. No hay por donde escapar. Es el momento
de demostrar lo que somos, lo que valemos.
Recuerden al Camarada Manuel Marulanda, al
Camarada Jorge, recuerden a su familia, recuerden a
su pueblo. Si el enemigo nos descubre, vamos a
combatir con él. De acuerdo a como se den las cosas,
veremos si hay por donde replegarse. Al parecer están
registrando todas estas matas de monte. Vamos a
hacer un círculo bordeando esta mata. Todos con tiro
en recámara y fusil desasegurado. El del M 79
dispuesto a usarlo con coraje. Aquí nadie va a
rendirse, o nos salimos todos, o nos morimos todos.
8
Gabriel Ángel
Voy a señalarle a cada uno su puesto, apunten bien.
¡Vivan las FARC!
Los guerrilleros se miraron a la cara. ¡Cualquier día
es bueno para morirse!, dijo uno. ¡Sí!, respondió otro,
pero antes de mí se va a morir más de un soldado.
Todos estuvieron de acuerdo. Cada uno tomó su
equipo y fue tendiéndose en el sitio que le indicó su
comandante. Con el arma lista. Patricia pensaba en
lo que les había pasado a las tropas de Alfredo
cuando entraron en el oriente de Cundinamarca.
Toda una escuadra aniquilada. Y el enemigo no sólo
los mató a todos, sino que les tomó completo su
armamento. Sin que le hubieran hecho un solo
disparo. Ella juró cuando lo supo que nunca pasaría
por una vergüenza semejante. Y se lo decía con
frecuencia a su gente, El día que nos toque, vamos a
morirnos peleando.
El Frente Manuela Beltrán había llegado como una
Compañía Móvil. Todavía no era Frente. Cinco años
antes, varios de sus integrantes estuvieron
conociendo el área y trabajando de manera más o
menos clandestina con la población. Para entonces
la zona era buena. Sin Ejército ni paramilitares.
Campesinos sanos, colaboradores bien dispuestos.
Alfredo se confió en lo que le dijeron esos viejos
conocedores. Ignoró que las cosas cambian con el
tiempo y que el departamento no era el mismo de
un lustro atrás. Para meterse al área escogida como
9
Historias de la resistencia
su primer centro de operaciones, se pasó de
primero, con quince unidades. Los guías le
aseguraron que no había inconvenientes para hacer
una parte del trecho en automóvil.
Vestidos con uniformes camuflados, con el arrume
de equipos apretujados y con sus fusiles en las
manos, cometieron el inexcusable error de pasar a
las 9 de la noche por el centro de la población
principal. Se suponía que todos sus habitantes iban
a estar durmiendo y nadie los vería. Pero el pueblo
estaba iluminado y muchos transeúntes observaron
el movimiento de los dos vehículos cuando cruzaron
por la plaza principal del pueblo. Las camionetas
fueron reconocidas. La información circuló
enseguida. La guerrilla había llegado. Poseídos por
la más absurda candidez, Alfredo y los suyos
tomaron por una vía rural hasta llegar a su sitio de
destino. Allá no había selva, sólo fincas, potreros,
huertas, plataneras, pequeños cafetales.
A la mañana siguiente, Alfredo partió con dos de los
conocedores a hacer un reconocimiento del terreno.
Preparado para una larga caminata. Dos o tres días
talvez. En el cafetal, abajo de la colina en que se
levantaba la casa del campesino donde se instalaron,
quedaron doce guerrilleros con la orientación de
permanecer escondidos. Los alimentos debían
prepararlos allí mismo y usar la quebrada cercana
para bañarse. Se les prohibió salir, incluso a la casa
10
Gabriel Ángel
del campesino. Durante ese primer día no se
presentó ninguna novedad. La desgracia fatal llegó
en cambio con la plena claridad del segundo día,
cuando los sorprendió una voz firme que retumbaba
en derredor. Provenía de varios altavoces.
¡Guerrilleros, ríndanse, están rodeados!
Después vinieron las identificaciones. Les habla el
oficial tal, perteneciente al batallón de
contraguerrilla número tal, de tal brigada. Y la
advertencia de que no tenían escapatoria. Estaban
en un hueco, un sitio bajo, rodeado por pequeñas
elevaciones. Tengo varios morteros, media docena de
lanzagranadas, tres ametralladoras y una rueda
completa de fusiles apuntando hacia donde están. No
tienen escapatoria alguna. Entréguense, les
respetaremos la vida y les ayudaremos. Los
guerrilleros se llenaron de espanto. Alfredo no
estaba, él sí hubiera sabido qué responder, qué
hacer. El mando se llenó de confusión. La decisión
final fue que una muchacha saliera desarmada a
precisar las condiciones de su rendición.
Gritaron con todas sus fuerzas comunicando su
intención. El del altavoz les indicó que podían
proceder, sin trampas. La guerrillera, casi una niña,
caminó del cafetal a la vivienda con las manos en
alto. Después de un largo rato regresó. El
campesino, su mujer y sus hijos estaban amarrados
detrás de la casa. La cuestión era que le pasaran a
11
Historias de la resistencia
ella las armas, ella se encargaría de hacer los viajes
que fueran necesarios hasta entregárselas todas en
la mano a la tropa. Tenían que confiar. No había
alternativa. El procedimiento se efectuó tal y como
lo habían indicado. Después les dieron la orden de
salir de uno en uno con las manos sobre la nuca. La
tropa verificó que no quedara ninguno de ellos en el
cafetal.
El oficial mandó reunir a los vencidos y les dirigió la
palabra. Estaba envalentonado. Usó con ellos el
peor de los vocabularios, insultándolos hasta la
saciedad. Exaltó las virtudes del Ejército de
Colombia, las enormes capacidades de su servicio de
inteligencia. Les aseguró que los estaban esperando.
Que ya sabían que venían y por eso los habían
atrapado. Los llamó cobardes, les enrostró su falta
de valor. Abofeteó al mando tras su negativa a
suministrar información, Que nos hayamos rendido
es una cosa, que nos convirtamos en delatores es otra
muy distinta. No cuente con nosotros para eso. Lleno
de furor, el oficial ordenó fusilarlos. Sin fórmula de
juicio.
La tropa los formó en una hilera y luego descargó
varias ráfagas contra sus cuerpos. Ninguno
sobrevivió. Alfredo se enteró del acontecimiento por
las noticias, escuchando la radio en casa de un
apoyo a muchos kilómetros de allí. Para cerciorarse,
esperó los noticieros de la televisión. El reporte fue
12
Gabriel Ángel
extenso. Fuertes combates entre el Ejército y una
columna de las FARC que hacía presencia en el
oriente de Cundinamarca, dejaban como saldo doce
terroristas dados de baja y la totalidad de su
armamento incautado. Con los ojos nublados por
una cortina de lágrimas, Alfredo reconoció el
armamento de sus subordinados y luego vio en la
pantalla a un general dando declaraciones
triunfalistas. Los errores se pagan caros en esta
guerra, concluyó.
La escuadra de Patricia se acomodó a la espera en el
más absoluto de los silencios. El tema había sido
tratado muchas veces en el Frente desde aquella
vez. Ella no iba a morirse como la más cobarde, ni
iba a permitir que su gente pereciera sin combatir
hasta el último de los cartuchos. Ese había sido el
compromiso que hicieron cuando estuvieron donde
el zarco Aldinever, traicionar a la causa, jamás. Para
no permitir que el temor hiciera nido en el ánimo de
ninguno de sus combatientes, la muchacha comenzó
a recorrer el círculo para hablar con cada uno de
ellos. Y repitió la rueda varias veces durante las
horas que el Ejército estuvo a su alrededor. Por
alguna razón que no podían explicarse, la tropa no
penetraba al rastrojo donde estaban ellos.
A eso de las nueve de la mañana uno de los
muchachos se irguió a la sombra de un grueso
tronco. Estaba cansado de su posición y quería
13
Historias de la resistencia
estirar las piernas. Casi se desmaya del susto cuando
escuchó nítida la voz de alguien que lo llamaba y
hacía señas desde el potrero. Lo vio. Era un soldado,
de pie, a unos cuarenta metros de él. Para su
fortuna, él portaba un fusil Galil 2.23, de los mismos
que cargaba el Ejército. El hombre le preguntó si ya
habían terminado de registrar esa mata. Por encima
de la sorpresa, el muchacho reaccionó de inmediato
en la forma más inteligente. Le gritó que sí, que no
habían encontrado nada ahí. El soldado, quizás un
cabo, le ordenó sin dudar que recogiera la gente y
explorara entonces el rastrojo de la izquierda.
El muchacho asintió y volvió su cuerpo hacia el
monte, desapareciendo de la vista. Luego se tendió,
con el arma apuntando hacia el potrero. El hombre
dio varios pasos lentos en sentido contrario, y luego
caminó más rápido, alejándose de allí. Todos los
guerrilleros escucharon el diálogo con el corazón en
ascuas. Pero no sucedió nada más. Pasado el
mediodía, el silencio invadía hasta el último
recoveco del lugar. A media tarde, Patricia ordenó
reconocer los alrededores, primero desde la orilla
del rastrojo, y luego saliendo al potrero cuando se
constató que no había nadie cerca. Los guerrilleros
hallaron el rastro de la tropa. Mucha gente. Tras
merodear por toda el área, se habían concentrado
en un solo sitio y emprendido una marcha hacia el
sur.
14
Gabriel Ángel
Patricia y su escuadra salieron a salvo de esa. Al
final de la Operación Libertad, que el Ejército de
Colombia emprendió contra las FARC en
Cundinamarca, no todos estaban vivos. Unos porque
perecieron en otras circunstancias en manos del
enemigo, otros porque cayeron en su poder y uno
que otro porque traicionó a sus compañeros de
lucha. Esta es la historia de algunos de los
sobrevivientes, escrita con fundamento en sus
propias versiones. Se trata de los heroicos
guerrilleros de los Frentes 53, 54, Vladimir Estiven y
Manuela Beltrán que operaban en líneas generales
en el oriente del departamento de Cundinamarca.
Para ellos y todos sus compañeros caídos en
combate, estas líneas representan el más sincero de
los homenajes.
15
Historias de la resistencia
16
Gabriel Ángel
Primera Parte
Prolegómenos
I. Una ubicación necesaria
La ciudad de Villavicencio puede representar el
vértice del ángulo obtuso que forman la vía que
desciende de Bogotá a los llanos y la que parte de la
capital del Meta hacia el Casanare bordeando la
cordillera oriental. La crónica que nos ocupa se
refiere a acontecimientos ocurridos al norte de este
ángulo obtuso sin pasar al territorio del Casanare.
Para una mejor ubicación del lector, son necesarias
unas breves precisiones geográficas que espero no
resulten pesadas.
El río Guatiquía, que nace en el corazón mismo del
Parque Nacional de Chingaza en Cundinamarca y
desciende hacia el sur durante más de sesenta
kilómetros, hasta llegar a Villavicencio, divide en
dos mitades ese ángulo obtuso. En su margen
derecha y pertenecientes al Meta, se levantan dos
poblaciones, San Juanito y El Calvario. Hacia el
17
Historias de la resistencia
occidente de dichas poblaciones, en Cundinamarca,
se localizan entre otros los municipios de Quetame,
Cáqueza, Fómeque, Ubaque y Choachí, que suelen
agruparse bajo la denominación de región del
páramo de Chingaza.
En la margen izquierda del mismo río, buscando
más bien hacia el nororiente, se encuentra la
llamada región del Guavio, que comprende entre
otros municipios a Gachalá, Ubalá, Gachetá, Gama y
Junín. Al sur de Gachalá está ubicado el páramo del
mismo nombre que empata con los llamados
farallones de Medina. Los ríos Guacavía, Humea,
Gasatabena, Gasamomo, Gasaguán, Gasanta,
Gasanore, Gasaduje y Jagua, descienden del páramo
de Gachalá hacia los llanos atravesando la región
montañosa del norte de Medina.
Por otra parte, municipios como Guayabetal,
Villavicencio, Restrepo, Cumaral, Paratebueno y
Medina, ubicados en las primeras estribaciones de la
cordillera, son conocidos como del piedemonte
llanero. De todos ellos, sólo Medina no se encuentra
sobre las dos vías principales referidas al comienzo.
Medina se une por el sur con la carretera que va de
Villavicencio a Yopal, mediante una vía secundaria
que desemboca unos kilómetros antes de
Paratebueno. Del lado de arriba de las vías
principales están tendidas las redes eléctricas del
sistema de interconexión.
18
Gabriel Ángel
El terreno de que nos ocupamos se caracteriza por
el relieve empinado. En unos cuantos kilómetros se
asciende del piedemonte a los páramos, cruzando
por diversos pisos térmicos. En lo fundamental, los
frentes de las FARC operaban en las partes altas y es
hacia ellas que se extiende el cerco enemigo. Por
consiguiente estaremos hablando de climas muy
fríos, con inviernos que se extienden desde marzo a
diciembre y veranos muy cortos. Las lluvias, la
nubosidad permanente, la niebla serán constantes
compañeras de los protagonistas.
En los páramos suelen soplar vientos muy fuertes y
helados, que rompen con facilidad las carpas
impermeables de que están hechas las casas de los
guerrilleros. Por eso éstas tienen que tener un
diseño especial. La neblina lo moja todo. El suelo
permanece húmedo, propicio para que tras el paso
de unos cuantos se formen engorrosos barrizales en
los que las botas se hunden hasta las rodillas. Pero
peor que los páramos son los rucios, esas extrañas
formas de vegetación que parecen selvas frustradas
colmadas de rebeldía.
El rucio es una especie de rastrojo en exceso
enmarañado. Para avanzar por él hay que ir usando
el machete. Sus árboles no son altos y está poblado
de toda clase de bejucos espinosos, de mora de
montaña. Su piso es un musgo que llaman capote y
que llega a adquirir hasta un metro de grosor. A
19
Historias de la resistencia
veces al pisarlo se hunde y atrapa a quien camina
sobre él. También hay abundancia de quiche, una
planta parecida a la de piña, que crece hasta la
altura de las rodillas y en cuyas hojas se recoge el
agua de las lluvias. Esa agua sirve para calmar la sed
y preparar los alimentos.
Los farallones de Medina son un páramo muy difícil.
El terreno es accidentado en extremo, con
verdaderos precipicios e inmensos peñascos que
impiden el paso. A ellos se llega ascendiendo desde
Medina por cualquiera de los numerosos ríos que
bajan del páramo de Gachalá. Como para hacer más
dura la experiencia, antes de alcanzarlos es
necesario cruzar una inmensa franja de rucio que
aparece a los dos días de estar marchando desde el
piedemonte. Los Alpes son una inspección de
Medina, un caserío del cual parte el camino por la
vereda Los Medios hacia los farallones.
20
Gabriel Ángel
II. Antecedentes generales
Desde comienzos de los años 90, las FARC-EP
comenzaron a convertirse en un nuevo poder en las
regiones del Guavio y Chingaza en Cundinamarca.
Los puestos de policía de Gachalá y El Calvario
fueron tomados por la guerrilla. La presencia
rebelde obligó a la evacuación del puesto de policía
de San Juanito. La muy escasa por no decir nula
presencia del Estado en las áreas de San Juanito y El
Calvario, a donde no penetraba el Ejército en sus
acciones de represión, fueron convirtiendo estas dos
localidades en verdaderas zonas liberadas en las
que varios Frentes afincaron su retaguardia.
Aparte de su presencia política y militar, la huella de
la insurgencia fue quedando marcada en obras de
infraestructura. La construcción de la trocha entre
El Calvario y San Juanito fue una de ellas, pero no la
única. Fueron las FARC las que trazaron y
construyeron el camino de mulas que va de San
Juanito a Gachalá, y fue gracias a ellas que la
Empresa de Acueducto de Bogotá se vio obligada a
abrir la trocha que une a San Juanito con Fómeque
por el páramo de Chingaza, así como la vía que une a
El Calvario con Quetame, cruzando por un lado de la
inspección de San Francisco.
21
Historias de la resistencia
La gente más acomodada de San Juanito aceptó a
regañadientes la presencia insurgente. Una buena
parte de ella tenía vinculaciones de una u otra
índole con el Ejército. Quienes de veras
simpatizaron y colaboraron siempre con la guerrilla
fueron los pobladores de menores recursos. En El
Calvario en cambio, la simbiosis entre las FARC y la
población fue casi general. Con el trabajo de muchos
años, las FARC fueron ganando aceptación e
influencia en las zonas rurales de casi todos los
municipios que comprenden las regiones del Guavio
y Chingaza.
En el área rural de El Calvario siempre existió una
dificultad. La base militar del Alto del Tigre. A una
altura superior a los cuatro mil metros servía de
protección a una central de comunicaciones que
enlaza las fuerzas armadas de los llanos orientales
con el resto del país. También hay allí repetidoras de
Caracol, RCN y el antiguo INRAVISION. Con equipos
de visión nocturna y a distancia, las tropas podían
controlar los movimientos en casi toda el área de El
Calvario.
El aprovisionamiento aéreo, sus
fortificaciones y armamento defensivo las hacían
invulnerables a un asalto.
Para noviembre del año 2001, en uno de esos
movimientos amenazantes con los que el Estado
colombiano pretendía presionar a las FARC en la
mesa de diálogos que se desarrollaba en el Caguán,
22
Gabriel Ángel
el Ejército inició un avance sorpresivo desde
Fómeque, pasando por San Juanito y El Calvario,
hasta salir a Restrepo y por ahí a Villavicencio. La
operación no alcanzó a durar un mes y de ella no se
desprendieron consecuencias importantes. Por el
contrario, un año después, ya rotas desde febrero
las conversaciones de paz, el Ejército comenzó su
gigantesco despliegue de exterminio.
Unos meses antes, un frente de las FARC había
volado una válvula de bombeo de agua en el
Embalse de Chuza, páramo de Chingaza. Con la
acción, de mero sabotaje, se buscaba ejercer
coacción sobre la Empresa de Acueducto y
Alcantarillado de Bogotá a fin de moverla a pagar el
impuesto de guerra decretado por la ley 002. La
empresa, en coro con la Alcaldía Mayor de la capital,
el gobierno nacional y la gran prensa reaccionaria,
difundió la especie de que las FARC habían
intentado volar la represa entera e inundar a
Bogotá. La calumniosa afirmación hizo carrera.
Para entonces las clases dominantes en Colombia
habían finalizado la etapa de reingeniería
y
alistamiento de sus fuerzas militares iniciada en la
Administración de Andrés Pastrana. Desde su punto
de vista el proceso de paz con las FARC carecía de
sentido. Ahora sí estaban en condiciones de
aniquilar la organización rebelde que no había
querido rendirse en la mesa de diálogos. La
23
Historias de la resistencia
adulación y el manoseo practicados por el
Establecimiento a fin de obtener la desmovilización
y entrega de los alzados no había funcionado, pero a
su juicio habían servido para ganar el tiempo
suficiente.
Los
poderosos
medios
de
comunicación
colombianos fueron puestos al servicio de ese
propósito. Los pasos avanzados por las FARC en el
reconocimiento nacional e internacional, como
organización político militar con sobradas razones
para su existencia, en un país plagado de inequidad
e injusticia y sometido por un régimen
antidemocrático y violento, tenían que ser borrados
de la memoria colectiva. La prensa audiovisual,
hablada y escrita puso en ejecución una campaña de
difamación general en la que la insurgencia fue
rebajada a cruel organización terrorista.
Al tiempo se impulsaba la creación de una
conciencia colectiva mediática en aras de legitimar
el proyecto de guerra. Se argumentó y apoyó de mil
formas la instauración de un gobierno fuerte,
implacable, de mano dura. Álvaro Uribe Vélez fue
presentado y aupado como el hombre que salvaría
el país, el Mesías que más de cuarenta millones de
compatriotas esperaban con ansiedad. De
conformidad con la cruzada general, la raíz de todos
los males que agobiaban a Colombia se encontraba
24
Gabriel Ángel
en el recién descubierto narcoterrorismo de las
FARC. Acabar con él era la prioridad nacional.
El remate de toda esa alharaca patriotera fue
señalar hacia Cundinamarca. Allá se encontraba la
más descarada avanzada de la subversión. La capital
del país estaba sitiada. La recuperación de la
tranquilidad nacional comenzaba por devolverles a
los habitantes de Bogotá la seguridad. La ciudad
reposaba a 2640 metros más cerca de las estrellas,
pero para su infortunio, los alzados en armas hacían
de las suyas en los páramos que la rodeaban. Enviar
tropas hacia ellos y ponerles otras en las espaldas a
fin de encerrarlos y aniquilarlos sería la estrategia
escogida.
25
Historias de la resistencia
III. Preludios de la operación
Es en noviembre de 2002 cuando el Ejército
comienza a posesionarse de las regiones de El
Guavio, Chingaza y piedemonte llanero. Uno a uno,
los municipios son ocupados por la tropa. Parece
que contaran con todo el tiempo del mundo. Su
primera medida consiste en establecer retenes en
todas las salidas a las zonas rurales. En ellos
comienza a ejercer un control sobre la población
que entra y sale de los cascos urbanos. Elabora
censos de acuerdo con la procedencia de cada quien.
Impone la obligación de presentar allí cualquier
producto que se vaya a vender en el pueblo.
A la entrada de las poblaciones es impuesta una
extraña censura. Cualquier producto, mercancía o
artículo que pretenda ser introducido, debe tener
una destinación específica, para qué almacén, para
cuál uso, para cuál familia. Si la explicación no
resulta satisfactoria, se impide su paso. Se anota en
una lista a quien parece sospechoso. Los vehículos
que no sean propiedad de algún habitante
reconocido no pueden ingresar a los poblados,
tampoco las personas que no sean residentes. Si
cuentan con suerte se les permite devolverse. Si no,
son encarceladas.
26
Gabriel Ángel
Remesas que no sean destinadas a un granero del
poblado no pueden pasar, se decomisan. El paso de
economías se restringe al máximo. De los pueblos
hacia las zonas rurales el control es todavía más
exigente. Los campesinos deben justificar libra por
libra cada artículo que llevan para sus fincas. Queda
registrado para cuánto tiempo y cuántas personas
son las remesas. Aparece una lista de bienes
prohibidos, botas de caucho, baterías doble A,
sudaderas, cigarrillos. Ningún comerciante podrá
entrar al pueblo más de cinco pares de botas.
Si alguien se enferma en cualquier vereda, debe salir
al hospital para ser tratado. El ingreso de medicinas
es vetado de manera absoluta. Claro, el Ejército
también tiene mandos corruptos que cobran dos
millones por tonelada que dejan pasar. Ordenan
levantar los retenes durante una hora en la noche.
En el piedemonte, el control militar es suave.
Delante de ellos, cordillera arriba, han permitido la
instalación de los paramilitares del Bloque
Centauros. Son ellos quienes asumen la inspección a
la población. Las desapariciones y asesinatos se
vuelven cuestión de rutina.
Quienes más sufren con la represión son desde
luego los campesinos, la población civil. Pero al fin y
al cabo de eso se trata. De hacerles la vida imposible,
para que se vayan o colaboren con la tropa. Las
denuncias serán ignoradas. Además ya se ha creado
27
Historias de la resistencia
un ambiente nacional favorable al rechazo de
cualquier reclamo. Aquellos que levanten la voz
contra las medidas serán considerados como apoyos
de los terroristas. Lo dice el Presidente de la
República. Eso, en Colombia, genera un miedo que
paraliza. El bloqueo económico se agrava cada día
más.
Las FARC desde luego no se quedan quietas. Los
primeros hostigamientos se producen en San
Juanito y El Calvario. Desde el otro lado del río
Guatiquía se lanzan contra las tropas bombas tipo
balas de oxígeno. Y se disparan ráfagas de
ametralladora. Algunos comandos de arrojados
combatientes cruzan un par de veces el río y los
tirotean también de cerca. En la primera semana de
presencia militar el Ejército sufre 35 bajas entre
muertos y heridos, una cifra considerable.
La tropa profesional comienza a practicar breves
incursiones a las veredas más próximas. En una de
ellas, a la inspección de Monfort en El Calvario, logra
coronar su primer golpe. Una escuadra del Frente
Vladimir Estiven es asaltada y en el hecho perecen
dos guerrilleros. Hay algo anormal en los hechos. Su
mando, Argelio, del Estado Mayor del Frente, no
aparece. En los días siguientes se reporta por el
celular, se dice herido, quiere que Antonio, del
Estado Mayor del 53, vaya en su búsqueda.
28
Gabriel Ángel
De uno en uno se presentan al 53 los ocho
sobrevivientes que quedaron disgregados tras el
asalto. La evidencia es suficiente, Argelio está con el
enemigo. Por difícil que parezca creerlo, todo indica
que era un infiltrado. La aparición de los
disgregados impide que Antonio y otros mandos
también citados caigan en la emboscada preparada
por Argelio. Éste decide entonces entregar al
enemigo una ametralladora rusa, varios fusiles,
municiones y explosivos cuyo escondite conocía. Por
ser miembro de la Dirección estaba al tanto de
muchas cosas.
Después es visto de uniforme y armado con la
contraguerrilla por El Calvario y Santa Rita. Es el
primer fracaso y la primera amargura. Nada irrita y
duele tanto como descubrir la traición en las propias
filas. Pero casi enseguida viene una gran
compensación. Dijimos que Restrepo es uno de los
municipios del piedemonte. La presencia
paramilitar allí era pública y autorizada. De otra
forma resultaría inexplicable. Los taxis de la
localidad están al servicio de ellos. Los vehículos de
color amarillo también cubren el servicio
intermunicipal.
La Policía Nacional siempre toleró la presencia
paramilitar en los municipios llaneros. Los
integrantes de esas bandas llegaban y salían en taxis
de la estación de policía de Restrepo. Pues bien, se
29
Historias de la resistencia
planeó caer ahí de manera sorpresiva. Y a eso fue
enviado Julio 53 con un comando mixto de ese
Frente y del Vladimir Estiven. Los guerrilleros se las
arreglaron para conseguir un taxi y preparados para
el ataque se acercaron hasta la entrada al puesto.
Ningún policía malició nada. Seis de ellos murieron
en el asalto. Pese a la presencia del Ejército, los
muchachos lograron salir indemnes.
30
Gabriel Ángel
IV. Crece el fragor
Excepción hecha de los hostigamientos a la tropa, la
guerrilla procuró continuar su vida del mismo modo
que antes. Al fin y al cabo el Ejército permanecía en
los cascos urbanos y hasta ahora sólo parecía
interesado en el bloqueo económico y las
dificultades impuestas a los campesinos. Pasadas las
primeras semanas su presencia se tornó rutinaria, y
si bien ella no podía ser menospreciada, lo cierto es
que
las
urgencias
financieras,
logísticas,
organizativas, educativas y de todo orden no
dejaban de reclamar atención y había que dedicarles
el tiempo necesario.
En esa idea fueron programadas las asambleas
generales anuales en todos los frentes del oriente de
Cundinamarca y Aldinever, responsable directo de
ellos ante el Estado Mayor del Bloque, se vio
obligado a planificar su asistencia a cada una de
ellas. Para febrero de 2003, cumplidos sus
compromisos, estuvo de regreso al Frente 53 que se
hallaba concentrado en el área rural de Medina. De
acuerdo con los planes trazados, sus compañeros de
dirección tenían lista la información acerca de la
presencia paramilitar en el piedemonte.
31
Historias de la resistencia
El llamado Bloque Centauros que comandaba el
narcotraficante Miguel Arroyave, desempeñaba en
ese momento su papel de avanzada a la operación
del Ejército. De igual modo procedía en la región del
alto Ariari, en el Meta, de donde salían denuncias
espantosas sobre su accionar, sin hallar algún eco en
las instancias estatales. Aquí habían sentado sus
reales en la Escuela de la vereda La Serranía de
Medina. Desde allí salían a robar ganado, incendiar
viviendas y a asesinar y desplazar civiles de las
veredas vecinas. Se sentían seguros, el Ejército
cuidaba su retaguardia.
De acuerdo con la información recopilada, el
siguiente paso de los paramilitares era pasar la
inspección de Los Alpes y caer a la vereda Los
Medios. En su progresivo ascenso hacia la cordillera,
los hombres de Arroyave se iban alejando de la
tropa. La inteligencia para el asalto en La Serranía
estaba completa. Se dispuso pasar a la acción. Sin
embargo, la noche en que los guerrilleros se
aproximaron a la escuela de La Serranía, se
encontraron con la novedad de que sus enemigos se
habían movido de allí. No había alternativa, tenían
que ubicarlos y entrar en combate con ellos.
El combate abierto se inicia a las doce horas del día
siguiente. Los paramilitares eran doscientos
cincuenta, acostumbrados a amedrentar y reducir
población civil inerme. La embestida guerrillera les
32
Gabriel Ángel
produce graves inconvenientes. Por eso se ven
forzados a solicitar ayuda y en su apoyo llega otro
grupo del mismo tamaño al mando de un tal Cubano.
Los choques se prolongan durante tres días
seguidos. Al tercero, la guerrilla logra asaltar un
grupo de 150 en el filo de El Vainillo. Pese a su
número y armamento, los paramilitares resultan
incapaces de resistir un ataque organizado.
Al emprender la retirada de la zona, los hombres de
Arroyave apilan arrumes de cadáveres en las
carrocerías de varias camionetas Toyota. La gente
del caserío de Los Alpes asegura haberles escuchado
a ellos mismos que el total de sus bajas ascendió a
60. Las unidades guerrilleras logran hacerse a
cuatro fusiles AK en el campo de combate. Los
muchachos salieron bien librados. No tuvieron
ningún muerto y la única pérdida lamentable
consistió en el destrozo de un codo a uno de ellos,
por obra de un disparo de fusil. Los paramilitares se
replegaron atrás, cerca del Ejército.
Satisfechos con el resultado, los guerrilleros del 53
Frente se movilizan al área de Gachalá. En el
campamento que organizan una hora abajo del
páramo, realizan su asamblea general. El herido en
el combate de El Vainillo es sometido con éxito a
una cirugía. El Estado Mayor del Frente se reúne y
elabora un plan de actividades. Se prevén
dificultades y por eso se piensa a largo plazo. Hay
33
Historias de la resistencia
que seguir combatiendo. De allí sale Heliodoro con
la tarea de realizar una inteligencia al Ejército que
llega a la represa de Chuza. Carrillo y Diego también
reciben misiones.
En los días que se siguen ocurren dos sorpresivas
novedades. Carrillo pierde dos de sus hombres
cuando regresa del Páramo de Guasca. El bloqueo
económico impedía que la guerrilla se aprovisionara
con la misma facilidad de antes, así que cuando se
conseguía una economía se cuidaba que fuera
bastante. Eso implicaba que había que ir por ella
para trasladarla en los equipos, al menos hasta el
sitio donde se pensaba asegurar. Es lo que en la
guerrilla se conoce como remolque de economía.
Carrillo salió a remolcar con su escuadra completa.
Todo parecía ir bien.
De regreso caen en una emboscada del Ejército.
Mueren los dos de la vanguardia, Alex y Julián 53. La
tropa se infiltraba en forma clandestina a las
veredas con el fin de coger desprevenida la guerrilla.
En el propio campamento de la asamblea ocurrió
algo semejante, pese a que Aldinever y los suyos
supieron de antemano que el Ejército de las bases
de Gachalá y Chingaza se disponía a efectuar un
reconocimiento por la parte alta. La seguridad fue
reforzada con una avanzada de quince hombres al
mando de Samuel y Alfonso. Las descubiertas y
exploraciones se intensificaron.
34
Gabriel Ángel
Lo que ignoraban los guerrilleros era que Yina, una
desertora del frente Vladimir Estiven, venía guiando
la tropa hasta el campamento. El Ejército, en su
avance, chocó con la avanzada. Ocurrió en medio de
la niebla más espesa. Fredy, el guerrillero que está
de guardia en ese momento, se percata de la
presencia del soldado cuando lo tiene a un metro de
él, pero su enemigo es más rápido y lo mata en el
acto. De inmediato se forma la balacera. El Ejército
lleva la peor parte porque va subiendo mientras la
guerrilla espera posicionada en el filo.
El fiero enfrentamiento deja 5 soldados muertos y 4
más heridos. Uno de estos últimos es la guía, la
desertora Yina. La tropa retrocede hasta una
posición más favorable y permanece allí dos días.
Después regresa de nuevo a sus bases. El lugar del
combate fue bautizado por los guerrilleros como el
filo de Fredy. La neblina se presta para todo. En una
ocasión, muchos años atrás, en el páramo, hubo una
crisis de cigarrillos. Quien tenía una cajetilla fumaba
a escondidas para no agotar su reserva. Los demás
vivían a la caza del olor a humo, para compartir el
cigarrillo de quien fumaba.
Un atardecer, tras una marcha extenuante, la
guerrilla escogió un sitio para pasar la noche.
Mientras arreglaban los tendidos para dormir, un
guerrillero percibe el olor a humo de cigarrillo y sale
35
Historias de la resistencia
a rastrear su procedencia. Se aleja unos cuantos
metros de su grupo. Entonces ve entre la niebla a
uno que fuma. Se le arrima con cautela y ya encima
de él lo insta a ser solidario. Cuando el otro se voltea
a pasarle el cigarrillo y se miran los dos al rostro,
descubren alarmados que son enemigos. Era un
soldado. El Ejército también estaba acampado allí.
El susto y la pelea fueron memorables.
Pero volvamos al tema. Para esos días se produce el
regreso de Heliodoro. Sus noticias son interesantes.
La inteligencia a la base de Chuza está completa. Las
cosas se prestan para dar un golpe de mano y salir
bien librados. La Dirección dedica varias reuniones
a elaborar el plan. Con siete combatientes basta.
Sebastián es escogido para comandarlos. La fecha
escogida es para fines de marzo. Pero los combates
con el Ejército obligan a aplazarla por quince días.
Por fin, el 7 de abril, se corona con éxito. Mueren 11
militares y son recuperados 4 fusiles con toda su
dotación.
Los planes siguen adelante. Heliodoro sale para el
área de Medina a coordinar con Sánchez, el
comandante del Frente Vladimir Estiven, lo
relacionado con la inteligencia a un grupo
paramilitar que merodea por Guarajay y La
Esmeralda. El trabajo se cumple. La base paramilitar
es ubicada con precisión y se consigue la
información necesaria para asaltarla. Cuando
36
Gabriel Ángel
Heliodoro regresa, se dispone la concentración de
los combatientes que han de participar en el asalto.
Hay del 53, 54, Manuela Beltrán y Vladimir Estiven.
Suman más de doscientos. Se escoge la fecha, 20 de
junio.
Se prepara lo necesario. Sin embargo, faltando
menos de una semana para la acción es tomada la
decisión de cancelarla. Algo grave ha ocurrido. El 14
de junio el Ejército aparece de sorpresa en la
inspección de Los Alpes al tiempo que avanza en un
largo cordón por el piedemonte. Son miles de
soldados que extienden un cerco a todo lo largo de
las líneas eléctricas desde Villavicencio a Medina.
Unos suben por el cañón del río Guatiquía a toparse
con los que vienen de Gachalá. Otros vienen también
de Gachalá, por encima, buscando los farallones de
Medina. Una invasión masiva.
Tras ocho meses de bloqueo económico y
hostilidades permanentes a la población civil, el
Estado lanza por fin su violenta ofensiva. Es el
descomunal operativo, con toda su crudeza y horror,
que atrapa la guerrilla en una especie de sándwich.
Bajo la dirección de Aldinever, las FARC emprenden
la resistencia. En un comienzo había buena
provisión, por lo que se tenía planeado, pero
termina por agotarse. La tropa copa todos los caños,
todas las trochas, todos los campamentos
37
Historias de la resistencia
guerrilleros en el páramo y el rucio, castiga con
crueldad el apoyo de la población a los alzados.
La guerrilla combate. Primero con toda su fuerza
disponible, después por comandos. A veces se
reagrupa, después vuelve a dispersarse. Aplica la
movilidad total. De pronto se desaparece por
completo, se esconde. De repente reaparece y
golpea. Se diluye para rebuscar comida, se
concentra para combatir. Pasa hambre, sufre, tiene
muertos, heridos, prisioneros, desertores. Da
muestras de una grandeza humana incomparable,
conoce también de bajezas y traiciones. Pero logra
sobrevivir. Pese a semejante envión no logran
aniquilarla.
El Ejército persiste durante cinco meses en su
recorrido por toda el área, escarbando metro a
metro el terreno. Hasta que no aguanta más. No
logra entender cómo pueden los guerrilleros
soportar la arremetida, cuando sus propias tropas
están agotadas. Entonces opta por abandonar aquel
infierno de rucios y páramos e instalarse de nuevo
en los pueblos y caseríos. Desde allí, endurece al
máximo el bloqueo económico, ofrece recompensas,
paga delaciones, se embosca en potreros y huertas,
incursiona por sorpresa a la menor información,
patrulla de manera inesperada.
38
Gabriel Ángel
La tropa decide aplicar además una vieja teoría. Sin
agua, no hay pez que pueda sobrevivir. El agua del
guerrillero son las masas, la población que lo apoya.
Para acabar la guerrilla hay que neutralizar la ayuda
de la gente de la región. Se sobrevienen las capturas
masivas, los asesinatos y desapariciones, los
desplazamientos forzados. Familias enteras con
ancianos, mujeres y niños buscan la protección de
las FARC para sus vidas. Con el tiempo hay que
arreglar el modo de despacharlos a otras regiones.
Los guerrilleros no pueden seguir cargando bebes
en sus equipos.
Regiones enteras son despobladas. Pero aun así los
guerrilleros vuelven a brotar por algún lugar y
golpean al Ejército. Su número se reduce, están
famélicos, vestidos de cualquier modo, pero no dan
su brazo a torcer. La orden del Bloque es oportuna.
Salir de la zona. Del modo que sea. Si es del caso
poniéndose de civil y enterrando las armas. La lucha
por lograrlo dura más de un año. Los retenes de la
tropa aguzan la vigilancia. Los cercos se estrechan.
La inteligencia militar mueve sus sabuesos por
todas partes. Se producen capturas, hay traiciones.
Más capturas, más muertos.
El Zarco Aldinever comunica su decisión a sus
subordinados. La Dirección trabajará por sacarlos a
todos de la zona. Él mismo será el último en salir.
Las crónicas que se vienen a continuación son
39
Historias de la resistencia
retazos de esa epopeya. Las muchachas y
muchachos que quisieron narrar algún trozo de su
experiencia hacen parte de las filas de las FARC.
Combatieron en Cundinamarca hasta el último
momento. Y ahora combaten con mayor madurez en
otras regiones. No se asustan con facilidad ante la
presencia enemiga, ni ante sus aviones, helicópteros,
metrallas y bombas.
Saben que van a volver, que será tan solo una
cuestión de tiempo, mientras se crean las
condiciones para ello. En algún momento, ante los
primeros resultados de la Operación Libertad, el
gobierno nacional cantó victoria. En un tipo de
guerra irregular, como la que hacemos las FARC,
apegarse de por sí a un terreno no tiene la
importancia que tendría en otro tipo de
confrontación. La resistencia forjó un conjunto de
mandos y combatientes invencibles que hoy
refuerzan la lucha contra el Plan Patriota, esa otra
gran frustración de la oligarquía colombiana.
Y de la resistencia contra esta operación que se ha
extendido al conjunto del territorio nacional, el
pueblo colombiano producirá los guerreros
invencibles que alcanzarán el triunfo final. Basta con
mirar a los ojos a Mónica, Yira, Carrillo, Elisa,
Gerson, Brayan, Alejandra, Diego, Herrera, Sandino,
Samuel, Heliodoro, Isabel, Sirley o cualquier otro de
las muchachas y muchachos que volvieron con
40
Gabriel Ángel
Aldinever de los páramos, para saber que un nuevo
tipo de ser humano, noble, comprometido,
abnegado, valiente, modesto, firme, está labrando
con sus manos seguras el futuro de Colombia.
41
Historias de la resistencia
42
Gabriel Ángel
Segunda Parte
La forja de los guerreros
I. El golpe de mano en Chuza
La base del Ejército en el Terraplén no era
permanente. De vez en cuando se venía desde el
batallón una patrulla de doscientos hombres y se
instalaba en el filo hasta por veinte días. El terreno
era propicio para que se distribuyeran por grupos
formando un semicírculo. Al frente del semicírculo,
a unos trescientos metros, a un lado de la tosca
carretera, solían ubicar una avanzada de doce
hombres. Desde un principio, la idea fue golpear esa
guardia adelantada.
La región en su conjunto se denomina Parque
Natural de Chingaza, pero el área del Terraplén
pertenece al páramo de Chuza. La laguna le queda
del lado de arriba, y el pueblecito de Chuzcales le
queda abajo, en un clima más agradable. Aparte de
la carretera, hay caminos que parten hacia distintos
filos en los que habitan campesinos, colonos pobres
que hallaron en semejantes alturas un rincón en el
43
Historias de la resistencia
mundo en el cual sobrevivir. Para la capital del país
la zona es estratégica, de ella depende en gran parte
el suministro de agua potable y energía eléctrica.
La inteligencia la dirigió Heliodoro, pero fue
realizada por Redondo, Julián Shaolín y Turco.
Cuando la Dirección la evaluó, la consideró perfecta,
precisa hasta en el mínimo detalle. Sobre esa base
elaboró el plan.
Un día antes de la partida a la acción, se recibió una
noticia desagradable. La patrulla del Ejército había
sido reforzada con otro grupo de doscientos
hombres. Eso equivalía a que el batallón estaba allí
completo. Podía ser coincidencia, pero también
obedecer a alguna alarma. Fue necesario verificar a
última hora en cuánto incidía en el plan la llegada
del refuerzo. La discusión fue intensa. La avanzada
no había sido reforzada, el grueso de la nueva tropa
también se distribuyó por grupos a una buena
distancia de ella. La cuestión era ahora o nunca. La
decisión fue seguir adelante.
Redondo, Julián y Turco no iban a recibir de buen
grado que los dejaran por fuera. Su sacrificio para
infiltrarse hasta la misma base merecía que los
tuvieran en cuenta. Por eso fueron incluidos en el
grupo de asalto. A ellos fueron sumados Dimer,
Brayan y Alirio. Como mando se designó a Sebastián.
33 unidades más servirían como aseguramientos.
44
Gabriel Ángel
De acuerdo con el plan, el asalto debía producirse a
las doce en punto de la noche. Los cuarenta
muchachos partieron del campamento al atardecer.
En el filo de La Babosa, localizado enfrente y un
poco arriba de Chuzcales, fueron ubicados los
primeros aseguramientos, encargados de cubrir el
camino del páramo de Chuza. En la loma de las
Cruces tomó puesto otro grupo de seguridad. Mucho
más adelante, en el camino que conduce al
Terraplén, en un sitio llamado Antenas, se instaló el
grupo que tenía bajo su responsabilidad cubrir la
retirada.
De allí en adelante la tarea correspondía al grupo de
los siete. La oscuridad se acentuaba con cada minuto
a medida que avanzaban por el camino en
aproximación a la base. Cada uno de ellos portaba
un fusil AK 47 con cuatro proveedores de treinta
tiros. Estos últimos estaban atados por parejas
invertidas, a fin de cambiarlos más deprisa en el
momento que fuera necesario. También llevaban 28
granadas de mano M 26, distribuidas de a siete
entre cuatro de ellos. Después de una hora,
abandonaron el camino y continuaron su
acercamiento a campo traviesa.
No podían encender ninguna luz para alumbrar sus
pasos. La vegetación se componía en lo fundamental
de chuzque y piñuela, especies de matorrales
45
Historias de la resistencia
espinosos y cortantes, con los que chocaban a cada
momento lastimándose los brazos y piernas. A
medida que se colaban entre ellos, sus ropas se
rasgaban y su piel se resentía en forma dolorosa. No
cabía alternativa, el secreto de su llegada tenía
prioridad absoluta. Tampoco podían quejarse. Hora
y media más allá se hallaron en el propio páramo.
Allí la vegetación dejó de ser tan espesa, pero ahora
se veían obligados a marchar tendidos, so riesgo de
ser detectados. El chuzque despellejaba sus
abdómenes.
Eran las ocho y treinta de la noche cuando
estuvieron a doscientos metros de la avanzada.
Estaban rodeados de tinieblas, pero relámpagos
cada vez más frecuentes que anunciaban pronta
lluvia, les permitían observar a alguna distancia. Con
cien metros más, estarían en la carretera. El
aguacero se les vino encima de repente, saturado de
gruesas y frías gotas que golpeaban sin piedad
alguna sus cuerpos. Así, envueltos en una capa de
barro, una hora más tarde se hallaron a contados
metros de la vía. La lluvia fue cesando su furia hasta
quedar convertida en una fastidiosa llovizna. El frío
comenzó entonces a atormentarlos con su lento
abrazo.
No llevaban mucho tiempo en ese lugar cuando
escucharon acercarse una bulla de voces y pasos.
Con sus respiraciones contenidas y sus armas listas
46
Gabriel Ángel
a hacer fuego, acostados de barriga sobre el suelo
enfangado, escucharon despedirse a un grupo de
hombres. Métanse bien al sleeping y duerman felices,
dijo con claridad uno de ellos. El grupo se fue
alejando hacia dentro entre bromas y risas.
A las diez y media de la noche, a punto de
entumecerse, los muchachos tomaron la decisión de
actuar. Faltaba aún hora y media, pero resultaba
imposible soportar más el castigo del páramo en
esas condiciones. Por eso cruzaron, todavía de
rastras, el tramo que los separaba de la carretera. En
un segundo estuvieron de pie, recostados al
barranco. Arriba de ellos, un par de metros adentro,
se encontraba su objetivo.
Julián Shaolín oyó con claridad un ruido encima de
él. Casi percibió el calor del cuerpo del centinela que
se arrimó al borde del barranco. Sólo pensó en
apretarse con mayor fuerza a la pared. Casi
enseguida sintió el chorro de orín que el hombre
lanzaba al vacío y que en un comienzo pasó sobre él.
Al parecer era una orinada contenida por largo
tiempo, porque a él le pareció eterna. Cuando
mermó su fuerza, el chorro cayó por unos
momentos sobre su cabeza. Ni siquiera se movió. El
orín, al deslizarse por su rostro, le transmitió una
chocante sensación de calidez. Después el hombre
se alejó con pesados pasos hacia la rancha.
47
Historias de la resistencia
Un minuto más tarde, los muchachos estaban a un
lado de las carpas donde dormían los soldados.
Todo estaba dispuesto del mismo modo como lo
habían observado en sus exploraciones. En la parte
más alta, dos carpas. Unos metros más allá, en una
pequeña hondonada, las otras dos. La rancha, una
burda instalación usada para preparar alimentos,
estaba separada de estas últimas por una corta
distancia. Pudieron constatar que el centinela seguía
usándola como techo en busca de un poco de abrigo.
El propósito fundamental era no dejar
sobrevivientes, y de ser posible, recuperar algunas
armas. Las carpas no pegaban exactamente al piso,
sino que llegaban hasta unos cuarenta centímetros
de él. La idea que llevaban, era la de bregar a sacar
las armas de los soldados que dormían en las dos
primeras carpas, antes de prenderlas a fuego de
fusil. Desde allí mismo, lanzarían una buena tanda
de granadas de mano hacia las dos carpas de más
abajo antes de rociarlas a plomo. Todo estaba dado
y sólo faltaba proceder.
Varios de ellos se agacharon y se colaron bajo la
primera carpa. Con indudable nerviosismo,
comenzaron a tantear con las manos en busca de las
armas. No se veía casi nada. Cualquier forma
humana reconocible por el tacto, obligaba de
inmediato a separar los dedos de ella, como si se
tratara de brasas. Cuando lograron palpar chalecos y
48
Gabriel Ángel
fusiles, procedieron a moverlos con sigilo en
procura de evitar el ruido del choque de unos con
otros. No se podía obrar rápido. Escuchaban con
claridad las respiraciones de los soldados que
dormían. De pronto, uno de ellos se removió en el
lecho y los muchachos oyeron su voz que
preguntaba lo que tanto temían, ¿quién está ahí?
¿Qué sucede? La impresión los paralizó por un
instante.
Convencido de que algo anormal sucedía, el soldado
se sentó y comenzó a desprenderse del sleeping.
Tenía al alcance de la mano las pecheras, así que las
tomó en las manos y se movió con intención de
ponerse de pie. Con ágil movimiento, los muchachos
salieron de nuevo al aire libre. Se está levantando
uno, dijo Julián al oído de Sebastián. ¿Qué hacemos?,
preguntó Brayan con un susurro. La respuesta del
mando fue inmediata, Los de las granadas,
¡desasegúrenlas y láncenlas a las carpas de abajo!
Cuenten hasta cuatro e inicien fuego. Nosotros
dispararemos a las dos de aquí.
El soldado despierto no alcanzó a salir de debajo de
la carpa. Primero sonaron las ráfagas de los fusiles.
Casi enseguida se oyeron las detonaciones de las
granadas. El centinela, acomodado bajo el plástico
de la rancha, vio de pronto levantarse en el sector de
las carpas de la avanzada, a escasos metros de él,
una andanada de plomo que le recordó el
49
Historias de la resistencia
sorprendente espectáculo de los fuegos artificiales
en una noche de año nuevo. Incapaz de comprender
qué sucedía, desaseguró su arma e hizo dos tiros,
separados por un pequeño intervalo de tiempo,
hacia el área de donde creyó procedían los disparos
contra las carpas. Luego vaciló.
Redondo, que accionaba su fusil contra una de las
carpas de la parte superior, sintió que un fuerte
impacto casi se lo arrebata de las manos. El arma le
dejó de funcionar. Al intentar extraer el tiro que
creyó dañado en la recámara, descubrió que el
bloque estaba deformado por completo y
comprendió que había sido alcanzado por uno de los
disparos que había hecho el centinela. Hasta ahora
ninguno se había ocupado de él. Todo ocurrió muy
rápido. Le oyó preguntar con fuerza qué pasaba ahí.
Entonces le gritó con voz irritada, ¿Cómo se le ocurre
dispararnos, es que nos va a matar? ¿Usted quién es?
El centinela, con un dejo de alivio, contestó, Soy yo,
el guardia, Palacios. Los muchachos acabaron de
sorprenderse cuando Redondo caminó hacia allá y
le gritó, ¡Eche para acá, Palacios! ¡Venga!
Víctima del engaño, el centinela se aproximó hasta
llegar al lado de Redondo. ¿Qué pasa?, indagó
confiado entre las tinieblas. Redondo le apuntó con
el calibre de su inutilizada arma al pecho. ¡Suelte el
fusil! ¡Y las pecheras! ¡Rápido o se muere! El soldado
obedeció aterrado. En ese momento se inició el
50
Gabriel Ángel
fuego contra el lugar, desde el área donde se hallaba
ubicado el grueso de la tropa. Centenares de fusiles
comenzaron a tronar a un tiempo contra ellos. La
distancia favorecía a los muchachos, los proyectiles
pasaban a una altura mayor que sus cabezas.
Redondo se hizo al fusil y a las pecheras del
centinela. Entonces le gritó, ¡tiene 5 segundos para
perderse de aquí, corra! El hombre no esperó a que
le repitieran la orden.
La tropa avanzaba hacia ellos y los proyectiles
comenzaron a pasar más cerca. Sebastián ordenó
que buscaran bajo las carpas. Los muchachos
trajeron tres fusiles más con sus pecheras. Redondo
pidió que lo dejaran bajar hasta las carpas de más
allá, a donde habían lanzado las granadas antes de
disparar. ¡Estoy seguro de que allá tienen la
ametralladora! ¡Déjeme ir y la traigo! Sebastián
calculó el tiempo. El plan decía que el golpe debía
ser ejecutado en cinco segundos. Ya llevaban mucho
más que eso. Hasta ahora todo había salido bien. Por
eso le dijo que no. Más bien ordenó hacer una última
descarga de tiros y lanzar las otras granadas de
mano. Luego ordenó retirarse. Redondo obedeció
enfurruñado.
Cuando saltaron a la carretera buscaron el camino.
La veloz retirada no podía hacerse a campo traviesa
como la llegada. A sus espaldas sonaba fuego
intercalado, como si la tropa no entendiera todavía
51
Historias de la resistencia
qué era lo que sucedía ni cómo obrar en el instante.
Ninguno los siguió. Unos minutos antes de la
medianoche decidieron comunicar por el celular la
buena nueva al comando. La satisfacción fue grande.
A las cinco de la mañana estaban en el filo de La
Babosa. A los cuatro fusiles y pecheras sumaron
dieciséis proveedores y un mismo número de
granadas de mano, seis granadas para mortero, tres
equipos y mil quinientos proyectiles.
Al día siguiente, en el Comando, se enteraron de la
intercepción de una llamada telefónica. En ella, un
suboficial compungido contaba a su mujer que la
noche anterior habían sido víctima de un asalto, él
estaba bien, pero toda su escuadra había sido
aniquilada.
Lejos de allí, al recordar los hechos, Brayan afirma
que no fue difícil, al tiempo que lamenta la decisión
de Sebastián de no autorizar la búsqueda de la
metra. Está convencido que Redondo se la hubiera
traído, Era uno de los hombres más valientes que
conocí, es una pena que no haya salido con vida de
Cundinamarca. Turco y Julián Shaolín también
morirían después, en otros hechos. Alirio, en
cambio, optó por la deserción, terminó siendo un
cobarde. Los demás continúan en la lucha.
52
Gabriel Ángel
II. La bienvenida a la tropa en Los Medios
Los ojos de Sandino se desviaron por un instante del
camino para mirar la hora en su reloj de pulso. Las
ocho y veinte, repitió para sí. Echado boca abajo en
el piso, inhaló con fuerza en procura de aliviar la
tensión que lo mortificaba. La tarde anterior
también había estado aguaitando, y aunque esa
mañana se trataba de esperar a la misma tropa, la
situación, de alguna manera, era mucho más
complicada.
Ayer todo se desarrollaba de conformidad con el
plan. El propio Zarco había inspeccionado el terreno
y señalado a cada uno el sitio donde debía ubicarse.
Y él había cumplido con su parte, aunque el enemigo
no se hubiera presentado. Pero hoy se había dejado
dominar por la arriesgada idea que se le metió en la
cabeza tras unos minutos de estar ocupando su
puesto en la emboscada.
Se había mudado de lugar. Sin autorización. Incluso
sin la aceptación de Enrique, su compañero en la
misión. Cuando se le acercó a comentarle que en su
parecer las cosas daban para apoderarse del fusil
del soldado que pensaban matar, para lo cual apenas
necesitaban moverse de los sitios asignados y variar
53
Historias de la resistencia
un tanto la maniobra ordenada, se encontró con una
mirada que primero expresó incredulidad y después
escepticismo. En lugar de responderle cualquier
cosa, Enrique volvió el rostro en forma significativa
hacia otro lado y adoptó un silencio del que fue
imposible sacarlo.
De nuevo en su puesto, acosado además por cierto
sentimiento de culpa, Sandino vaciló durante unos
minutos. Si Enrique no se arrimaba a unos cuantos
centímetros del camino, como pensaba hacerlo él, y
permanecía a una docena de metros del mismo,
estaba claro que no lo iba a poder cubrir. La gruesa
vegetación de la montaña ni siquiera permitiría que
se percatara de lo que estaba sucediendo. Era
consciente de que cualquier error en sus cálculos
iba a pagarlo sin duda con la vida.
Sin embargo, una inusitada confianza en sí mismo le
indicaba que las cosas iban a salirle bien. La espera,
creciente en su angustia a medida que trascurría el
tiempo, agudizaba la contradicción en su interior,
hasta producirle un ligero temblor en las manos que
amenazaba con extenderse a todo su cuerpo. Exhaló
el aire con lentitud, seguro de dominar sus nervios,
y volvió a fijar su vista en el camino.
Dos segundos después, sus ojos vieron aparecer al
primero de los soldados, quien tras tomar la curva,
se vino de frente a unos veinte metros de él. Era la
54
Gabriel Ángel
parte más encajonada del recorrido, con barrancos
que podían tener dos metros de altitud a ambos
lados. El hombre avanzaba con el fusil en posición
de guardia. Sandino se pegó todavía más al piso y
agachó por completo su cabeza.
Escuchó con claridad los pasos que se acercaban y
en su mente se fue dibujando la distancia que
cubrían. Sintió cuando cruzaron debajo de él.
Entonces irguió un poco su cuerpo y pudo ver la
espalda del soldado a un metro de distancia. Con un
suave movimiento de las manos le apuntó con el
calibre. Antes de apretar el gatillo de su arma,
distinguió la bulla de los pasos de otro soldado que
salía tras la curva del camino. No miró hacia él, sabía
que al hacerlo iba a perder su blanco.
Dos días antes había tenido lugar la batalla de Los
Medios, en la que el Ejército logró conquistar el
campamento de La Copa. Una pelea para recordar.
La brigada móvil número 2 avanzó desde el
corregimiento de Los Alpes, de Medina, hacia la
zona montañosa. En condiciones normales, ese
recorrido tomaba un par de horas a pie. Pero esta
vez, la tropa tuvo que vérselas con los comandos
guerrilleros enviados a recibirla. Estos, unas veces
juntos y otras por separado, se trenzaron a tiros
sucesivamente con ella, ocasionándole numerosas
bajas.
55
Historias de la resistencia
La resistencia dispuesta por la dirección de la
columna al mando de Aldinever, se llevó a cabo de
manera tan organizada y precisa, que los
comandantes del Ejército se vieron obligados a
solicitar el apoyo de la aviación para desalojar de
sus posiciones a la guerrilla. Se requirieron siete
horas de bombas y ametrallamientos lanzados
desde los aviones cazabombarderos y helicópteros
artillados, para que las tropas de tierra pudieran
acceder al campamento.
De la guerrilla apenas hallaron el rastro. No había
cadáveres, ni heridos urgidos de atención, ni
siquiera
pedazos
de
gasa
o
algodones
ensangrentados. Mucho menos las decenas de
hombres y mujeres que imaginaban con las manos
arriba en señal de rendición. No faltó quien alegara
con soberbia, que víctimas de las violentas
explosiones, los cuerpos de los subversivos habían
sido desintegrados por completo.
De seguro que fue la vanidad inspirada por la pírrica
victoria, la que hizo surgir en los mandos de la
brigada la idea de acamparse en ese sitio. Para su
fortuna, los guerrilleros no habían dejado minados
instalados. Pese a ello, unos cientos de metros más
arriba, los jefes rebeldes, con las debidas
seguridades, balanceaban esa misma noche las
distintas opciones para hacer frente en adelante a la
embestida enemiga. Su estado de ánimo no podía
56
Gabriel Ángel
ser mejor. Sabían que para llegar hasta ahí, el
Ejército había puesto varios muertos y heridos.
Estaban claros de que la evacuación de un
campamento no tiene mayor significado en una
guerra de guerrillas móviles. Ninguna dificultad
había para construir otro si hiciera falta. Incluso,
tiempo después, era posible regresar al mismo.
Hasta ahora ninguno de sus hombres había sufrido
un rasguño en la piel. Y el territorio para combatir
era extenso. Si las condiciones lo imponían, podían
tomar el camino a Casa Azul y desde allí, por trocha
guerrillera, ascender hasta el mismo páramo.
Sabían cómo moverse en él y llegado el caso,
cruzarlo todo y caer del otro lado, vía El Tendido,
hasta Santa Rita, en jurisdicción de Gachalá.
Contaban con la montaña espesa, el rucio, el páramo
y hasta el piedemonte mismo para operar. Podrían
comenzar por tender una emboscada a la tropa. Era
seguro que al día siguiente iría tras ellos. La
escogencia del sitio no dio lugar a mayores
discusiones. Se trataba de uno de los tantos pasos
obligados en los que el abrupto relieve no dejaba
alternativa distinta que tomar el camino en fila
india.
El plan elaborado fue sencillo. Dos fusileros
separados entre sí por varios metros, se apostarían
entre la montaña a unos cuantos pasos del camino.
57
Historias de la resistencia
En cuanto el hombre de la punta estuviera a tiro
seguro, harían fuego contra él. Sin más espera, se
retirarían por entre la espesura. Otros tres
guerrilleros los estarían esperando doscientos
metros arriba. En cuanto los vieran llegar,
accionarían las minas ubicadas en el barranco, en el
punto exacto donde terminaba la curva que precedía
la recta encajonada. Era de esperarse que la
explosión sorprendiera a varios soldados
atrincherados allí tras los primeros tiros. La
prolongada permanencia de la tropa en el antiguo
campamento guerrillero, permitió contar con el
tiempo suficiente para prepararlo todo sin
interrupciones. Lo único que no figuraba en los
planes era la repentina decisión de Sandino.
El eco del disparo se expandió por entre las paredes
de la montaña hasta bien lejos. En una fracción de
segundo, Sandino vio colarse el tiro en la espalda de
su enemigo y luego lo vio irse de bruces, como
pateado por una mula, hasta caer como un saco un
par de metros adelante. Sin dar ninguna tregua,
volvió con seguridad su arma en dirección al
soldado que recién apareció tras la curva y apretó
de nuevo el gatillo.
El soldado, y otro que lo seguía de cerca,
retrocedieron en forma apresurada en busca de
amparo. Sandino apretó su dedo índice por varias
veces sobre el gatillo, hasta cuando el cuarto de los
58
Gabriel Ángel
proyectiles se negó a salir. Lleno de alarma,
comprendió que su Galil se había trabado en el peor
momento. Volvió a mirar de nuevo hacia donde
terminaba la curva y al ver que ningún hombre se
asomaba, se arrojó con agilidad al camino.
En un instante, volvió cara arriba el cuerpo del
soldado muerto y se apoderó de su fusil. Acosado
por la prisa, se terció el suyo a la espalda. Como
hombre de punta, el soldado no llevaba nada más
puesto encima. Ni pecheras, ni camisa, ni siquiera
una gorra. Sólo el pantalón de campaña, un liviano
buzo verde de mangas cortas y el fusil sin el seguro
puesto. Sandino no vio ninguna otra cosa que valiera
la pena llevar. En el buzo, a un lado del feo orificio
de salida abierto por el proyectil, alcanzó a leer:
Batallón de contraguerrilla número 22 Primera línea.
Tal y como lo temía, no hubo ni un disparo en su
apoyo por parte de Enrique. Desde donde él se
hallaba, apenas podría avistar un pequeño trozo del
camino. El espesor de los troncos de la selva virgen
le impedía apreciar algo más. Pero eso lo pensó
Sandino después de brincar de nuevo al monte,
mientras se alejaba con firmes zancadas del peligro.
Entonces también reparó en el cerrado concierto de
las armas y en las explosiones de apoyo con que la
tropa reaccionaba, más por reflejo que por tener
algún blanco a su alcance. Sintió la certeza de salir
bien librado.
59
Historias de la resistencia
Una vez consideró que se había alejado lo suficiente,
se detuvo por un momento en procura de
orientarse. La dirección que eligió, lo condujo unos
metros más allá, a una maraña de bejucos que le
cerró el paso. Para evadir el obstáculo, ensayó un
rodeo que se le dificultó varias veces. Cuando por fin
se libró de él, se descubrió perdido. No estaba claro
del sentido en que debía avanzar para llegar hasta
sus compañeros. Desde su posición inicial en la
emboscada, había practicado sin problemas el breve
recorrido por entre la manigua. Ahora las cosas
habían variado un poco con el cambio de puesto. En
medio del fuego se colaban los gritos y las voces de
la tropa.
Enrique, por su parte, no tuvo inconvenientes para
retirarse. Lo hizo algo indeciso, algunos segundos
después que la contraguerrilla iniciara su
escandalosa balacera. Creía que Sandino iba a tomar
hacia él, pero al paso de los segundos concluyó que
no llegaría. Por lo que fuera. Había violado el plan.
Sumido en el desconcierto, trató de explicárselo a
sus compañeros que esperaban expectantes,
quienes al verlo llegar solitario dieron rienda suelta
a la preocupación.
Uno de ellos propuso accionar de una vez el minado,
ese había sido el plan. Enrique les suplicó que
esperaran unos momentos. El tiempo se extendía de
manera sorprendente, cada segundo parecía una
60
Gabriel Ángel
eternidad. Las ametralladoras M 60 de la tropa
rugían con la impaciencia desesperante de varias
motosierras. Ya se enzarzaban de nuevo en la
discusión de si reventaban el minado, cuando la
bulla de pasos cercanos entre la maleza les indicó
que alguien se acercaba.
Era Sandino, sudoroso, sucio, acezante. La alegría de
los demás al verlo sano y salvo, se reprodujo varias
veces cuando les mostró el fusil recuperado al
soldado. Un segundo después retumbó la aterradora
explosión que estremeció con furor los cimientos
mismos de la cordillera. Tras ella sobrevino una
lluvia de tierra y el más impresionante de los
silencios.
Campesinos de la región afirmarían en los días
siguientes, haber visto sacar a Los Alpes cinco
cadáveres de soldados y un alto número de hombres
malheridos. La lucha apenas comenzaba. A
mediados de junio de 2003 la guerrilla todavía
ignoraba que desde Gachalá también avanzaba la
tropa cerrando la ruta de su repliegue. La Operación
Libertad mostraba sus sanguinarios colmillos en el
oriente de Cundinamarca. La inesperada bienvenida
daría origen a la más angustiosa obsesión de las
brigadas contraguerrilla, la muerte de Aldinever, El
Zarco, ese imperturbable comandante de las FARC
contra quien al final les fallarían todas sus jugadas.
61
Historias de la resistencia
III. Cuerpo, sangre y corazón de mujer
Aún con cierto dejo de picardía infantil, el bello
rostro de Isabel da fiel testimonio de sus diecinueve
años. Su armónica compostura, envuelta en una
suave piel trigueña, aúna la recia fortaleza física con
el visible atractivo de sus formas juveniles. Es sin
duda una guerrillera hermosa. Tenía cinco años en
filas cuando conversamos sobre su experiencia. Para
entonces ya había estado luchando en tres frentes
de las FARC, primero en el 27, en el Meta, y luego en
el 53 y el Manuela Beltrán al oriente de
Cundinamarca.
Es el mes de agosto de 2003. La Operación Libertad
se ha expandido con su hálito de muerte y terror.
Campesinos de distintas veredas de Cumaral,
Medina, Gachalá, Machetá y Junín son víctimas de la
persecución
general.
Detenciones
masivas,
desplazamientos forzados, homicidios. La columna
al mando de Aldinever se ha visto obligada a
diluirse. Sánchez, con las unidades del Frente
Vladimir Estiven, se ha trasladado al área
tradicional de sus operaciones, al territorio que
mejor conoce. Las provisiones escasean. El cerco es
grande y la guerrilla se mueve de una parte a otra.
62
Gabriel Ángel
Aldinever se encuentra en la zona rural de Ubalá.
Aparte de las unidades del 53 que le acompañan,
también están con él pequeñas unidades de
distintos frentes. Entre todos hacen un buen
número, difícil para alimentar en las condiciones de
presión en que se hallan. El campamento está en el
rucio. Es frío y húmedo. El hambre acosa más en
esos ambientes. Las papeletas de caldos y sopas son
la última reserva que se va agotando. Es forzoso
salir en busca de comida. En esos casos la esperanza
está en la población civil.
Allí hay animales, reses, marranos, chivos, gallinas,
bastimentos, posibilidad de acceso a algún mercado
o al menos a un suministro de la economía familiar.
El Ejército lo sabe. Por eso espanta sin vacilar a
quienes cree brindan un apoyo de cualquier
naturaleza, y vigila con excesivo celo a los demás.
Infiltra agentes de civil, ofrece dinero, amenaza,
patrulla el piedemonte, se embosca en los potreros,
en las huertas, en los alrededores de las viviendas.
La guerrilla también lo sabe. Como el riesgo es
inevitable, la orientación es el máximo de disciplina.
Y mucha firmeza.
El primer día del mes salieron Armando, César y
Yeison con el plan de conseguir economía para una
compañía. Los dos primeros pertenecían al Frente
Vladimir Estiven. El más nuevo era Yeison, que tenía
unos tres años en filas y rondaba los veinte años de
63
Historias de la resistencia
edad. A las trece horas se comunicaron por radio al
campamento. Aún no habían conseguido nada. Dos
horas más tarde volvieron a reportarse con la buena
nueva. Tenían una remesa, tan grande que se
requerían unos quince guerrilleros para remolcarla.
Informaron también el sitio exacto en donde
esperarían con ella.
La falta de malicia en la guerra tiene sus costos. En
dos horas resultaba imposible conseguir media
tonelada de provisiones, pero ninguno de los
mandos sospechó nada. Carrillo fue escogido para
encabezar el grupo de remolque. Isabel hizo parte
de este. Antes de salir, Carrillo le planteó a
Aldinever la posibilidad de dejar la ametralladora M
60 que portaba. Con ella le sería mucho más
dispendioso el tránsito pesado por la trocha entre el
rucio. El Zarco estuvo de acuerdo. Calcularon que si
marchaban al trote, en hora y media estarían en el
lugar de la cita.
El musgo en el rucio se crece por sobre los palos
caídos. Uno puede hundirse de repente hasta la
cintura pues no acierta a adivinar que el suelo está
por debajo del piso aparente. Pero a la voz de
economía se dejan las dificultades atrás sin reparar
mucho en ellas. El grupo salió de la montaña al
descubierto unos minutos antes de las dieciocho
horas. Al frente estaba situada una ligera elevación
cubierta por la vegetación. De por medio una
64
Gabriel Ángel
pequeña mata de monte. Carrillo ordena rodear el
potrero, avanzando hasta la mata por la orilla de la
montaña.
Algunos no obedecen su orientación y pasan de
largo. Son Mayerli, Herrera y Camilo. Ellos son los
primeros en descubrir huellas de pisadas recientes
en la mata de monte. De la economía no hay rastros,
tampoco de los abastecedores. Cuando llegan los
otros y reciben esas noticias, comienza a sentirse el
malestar. Es muy extraño. Carrillo se percata de que
a excepción de José y Uber, los demás no portan los
fusiles. Al indagar el por qué, le responden que de
manera espontánea los dejaron en la orilla del
cañito que había antes de asomar al descubierto.
Ese mismo día, a las seis de la mañana, por la misma
ruta, había salido del campamento un comando al
mando de Fredy Padilla. El recurso más fácil para
explicar el rastro de pisadas fue adjudicárselo a ese
comando. Carrillo, que había sido víctima de una
emboscada en Guasca, cuando con una escuadra
regresaba de remolcar, siente un cosquilleo por la
piel. A la orilla de la mata, indica a los demás que no
ingresen en ella. Puede haber Ejército emboscado, les
dice. En ese momento suena el pitido de un reloj de
pulso indicando que son las seis de la tarde.
Varios guerrilleros le advierten a Carrillo que es la
hora de la comunicación y éste enciende enseguida
65
Historias de la resistencia
su radio de dos metros. Se apresta a informar a
Aldinever lo que sucede. Sin embargo, antes de
hacerlo, escucha una voz ahogada que le dice ¡Ojo!
¡Ojo! Reconoce el acento de Fredy Padilla. Después
se aclararía el asunto. Fredy estaba cerca de allí y
casi fue sorprendido por el Ejército que subía.
Apenas tuvo tiempo de esconderse entre la maleza,
mientras la tropa pasaba a su lado por el camino.
Cuando encendió el radio, escuchó a Carrillo llamar
por el indicativo a Aldinever.
Lo escuchó muy cerca, por eso le advirtió así. No
podía ser más explícito, a unos metros de él
transitaban los soldados. Lo que ni siquiera alcanzó
a imaginar, era que Carrillo se hallaba en el potrero
de arriba. Éste último no tuvo tiempo para
alarmarse con el aviso. No transcurrieron más de
tres segundos entre la extraña advertencia y los
primeros disparos. En un instante, los guerrilleros
que lo rodeaban se hallaban tendidos en el suelo y
con sus cuerpos rodando hacia la montaña. Él
mismo se encontró avanzando a rastras en el mismo
sentido. La confusión fue extrema.
Isabel estaba sentada sobre su equipo vacío y jugaba
con Yira a arrojarse palitos una a la otra. Acababan
de venir de orinar en la orilla de la mata. Al oír fuego
de fusiles, quedó paralizada por la sorpresa.
Enseguida, intentó levantarse un poco, para extraer
su equipo de debajo y correr. Fue cuando sintió una
66
Gabriel Ángel
especie de fuetazo en la pierna derecha y cayó de
bruces sobre un pequeño montículo. Su rostro
estaba salpicado por su propia sangre, que brotó
con el proyectil que le atravesó el muslo. La vista de
su pierna la horrorizó, un trozo enorme de ella
colgaba ensangrentado hacia afuera.
El Ejército se hallaba tendido en formación de línea
sobre la elevación y empleaba a fondo sus armas
contra la mata de monte. Algunos de entre los
soldados descubrieron los movimientos de Isabel
cuando luchaba por ponerse de pie y correr.
Entonces sobrevino la gritería, ¡No la dejen ir! ¡Es
una mujer y está herida! ¡Carne fresca, muchachos,
cójanla! Ninguno de los guerrilleros respondía al
fuego, así que varios hombres se arrojaron en su
dirección con intención de atraparla. Isabel logró
ponerse de pie y correr a medias. A la orilla del
monte encontró el apoyo de Yira y Edilberto.
Desde allí, al volver la vista atrás, divisó varios
soldados de pie en el lugar donde ella había sido
herida. Edilberto se quedó cubriéndolas, mientras
ella y Yira se metieron a la montaña y tomaron sus
armas. Tras ella fueron llegando el resto de
guerrilleros. Sólo hizo falta Mauricio, el más joven,
un muchacho de quince años. Después lo supieron.
El Ejército trató de capturarlo herido. Mauricio
llevaba consigo un revólver. El mando de la tropa
avanzó confiado hacia él pensando que era apenas
67
Historias de la resistencia
un niño. Mauricio lo mató. Los soldados lo
remataron de inmediato.
Carrillo ata dos ponchos, a manera de venda, en la
pierna herida de Isabel. Luego deja a José y otros
asegurando la retaguardia y ordena la retirada hacia
el campamento. Él mismo se adelanta a llevar la
información a Aldinever. Ha perdido el radio en la
confusión originada por los tiros y no hay otra
forma de avisar. Cuando llega a una hora del
campamento, se encuentra con Alfonso, Sirley
Estiven y Sandino emboscados. El Zarco los había
enviado como avanzada en cuanto escuchó la
balacera en esa dirección. Por el radio de ellos
comunicó la novedad.
A medida que Isabel avanza por el rucio, el dolor
comienza a impedirle doblar la pierna. Más adelante
tampoco puede estirarla y caminar se le va
convirtiendo en un martirio. De pronto empieza a
experimentar un frío extremo, ya no puede andar.
Varios de sus compañeros se quitan la camisa para
abrigarla. Y con otras cuatro camisas improvisan
una camilla para cargarla. Antes de llegar al
campamento, traen de allá una hamaca a la que la
trasladan. Sólo a la una de la mañana están allá. La
enfermera, Gisella, la examina y diagnostica que por
fortuna la herida no es grave.
68
Gabriel Ángel
La bala de fusil no le rompió hueso alguno ni
comprometió sus tendones. Pero al salir, destrozó
gran parte de la masa muscular. El orificio es grande
y horrible. La mala nueva es que no hay medicinas
para aplicarle, ni el más ligero analgésico, ni siquiera
un elemental antibiótico. También carecen de
vendas. Lo único que pueden hacer es colocarle unas
toallas higiénicas sobre la herida y asegurárselas
con una tira de tela. Y dejarla dormir mientras los
demás preparan la marcha. A las cinco, sin nada de
economía, abandonaron el lugar con Isabel cargada
en una hamaca.
A tres horas de marcha las unidades se abren.
Gerson, al mando de una guerrilla, sale en busca de
comida. Aldinever y el resto marchan hasta las
quince horas. Van exhaustos y hambrientos.
Mientras reposan de la larga y pesada caminata
escuchan los ecos de un recio combate. Se trata de la
comisión de Gerson, que chocó de frente, en una
maicera, con la tropa. Sólo puede deseárseles la
mejor de las suertes. El área en la que se encuentra
la guerrilla, es un rucio inmenso rodeado por varias
trochas para el tráfico de rústicos vehículos que
transportan campesinos o sus cargas.
Apenas el Ejército se enteró de la presencia de
Aldinever, extiende un gran cerco con el fin de
aniquilarlo. La información la obtuvo de los tres
abastecedores capturados. La guerrilla se enteraría
69
Historias de la resistencia
después que al primero que atraparon fue a Yeison y
que él entregó a los otros dos. Otra vez el gran
problema con combatientes del Frente Vladimir
Estiven que comandaba Sánchez. Su debilidad
ideológica era asombrosa. De la traición y la
delación pasaban a la abierta colaboración con el
enemigo. Algo muy delicado ocurría en esa unidad y
el momento era pésimo para venir a descubrirlo.
Al día siguiente logran cruzar la trocha que estaban
abriendo hacia un pueblecito, Palomo. En forma
clandestina, varios guerrilleros penetran a una finca
y consiguen sacar una vaca. El animal es sacrificado
con el mayor de los sigilos. No queda más remedio
que hacerlo de ese modo. Se trata de la vida o la
muerte. Después, cuando haya posibilidad, le
enviarán el dinero a su propietario. Por ahora no
pueden arriesgarse a ser vistos por nadie. Es una
paradoja, la guerrilla cuenta con dinero. Ese no es el
problema. Pero no puede emplearlo por razones de
seguridad.
La carne del animal es sancochada en agua con sal.
Mientras consigan yuca o plátano o arracachas, será
su única comida. El resto de la carne es salada y
secada al humo. Cortada en trozos, será empacada
en bolsas plásticas en los equipos de los guerrilleros.
Es necesario buscar de nuevo la protección del
monte, del implacable rucio. Así lo hacen. El agua
allá es muy escasa, hay que tomarla de los pequeños
70
Gabriel Ángel
depósitos individuales que recogen las matas de
quiche. Con paciencia, se logra recoger la suficiente
para preparar un caldo para todos, no se puede
desperdiciar.
Por ejemplo, no se puede asear la pierna de Isabel.
Con el paso de los días, su herida va tomando un mal
aspecto. Despide mal olor y la rondan las moscas
que hay que espantar todo el tiempo. A su alrededor
la piel va adquiriendo un fuerte color morado, casi
negro. Supura materia. La muchacha siente que la
pierna se le va poniendo dura. Tiene miedo. La
primera curación se la hicieron a los 6 días. Fue un
baño con agua hervida, y la enfermera le fue
arrancando con una navaja la carne negra. Su único
tratamiento en los días siguientes fue de baños con
agua sal y rellenos con panela.
Las más duras de las situaciones pueden soportarse
y superarse siempre que se posea una elevada
moral revolucionaria. El espíritu de sacrificio es una
cualidad imprescindible en la formación de los
combatientes. En las FARC ninguno gana salario o
algo que se le parezca, son inexistentes los estímulos
económicos. Se permanece en la lucha porque se
tiene la convicción en su justicia. Algunos, los más
débiles, son vencidos por la adversidad y renuncian.
Convertidos en desechos humanos, en busca de la
gracia de los poderosos, se envilecen infamando a
sus antiguos camaradas.
71
Historias de la resistencia
Es un asunto de ellos, por el que tienen que
responder ante el colectivo llegado el momento. Lo
cierto es que la inmensa mayoría persevera por
encima de las arremetidas y los sufrimientos que
deba padecer. El guerrillero sabe, por experiencia,
que todo momento malo tiene que pasar y que
también habrá luego inmensas satisfacciones. Si no
fuera de ese modo, su movimiento habría sido
aniquilado en el pasado. Por eso, en medio de tan
negativas
circunstancias,
hay
lugar
para
conmemorar un aniversario más de la muerte del
Camarada Jacobo Arenas.
Allí, en medio del rucio y el invierno, con el frío
calando los huesos y el hambre penetrando hasta la
angustia, tomando las debidas seguridades en
previsión de la aparición del enemigo, los
guerrilleros preparan y rinden un sencillo pero
sentido homenaje a uno de los más grandes artífices
de la revolución colombiana. El acto, en el que
participa muy maltrecha Isabel, resultaría
incomprensible para cualquiera de los detractores
de nuestra organización. Pero es agosto, es Jacobo,
es la fe en la victoria. Esa es la fuerza que hace
invencibles a las FARC.
Unos días más tarde, acampados en un lugar que
denominaron El chivo, por un animal de esa especie
que comieron, el comando asigna a Alfonso, la
misión de salir a buscar un médico y unas medicinas
72
Gabriel Ángel
para la atención de Isabel. Juzgaron que la vereda
Sinaí, de Gachalá, sería el sitio más adecuado para el
contacto. Se equivocaron. Alfonso y dos de sus
acompañantes morirían en una emboscada. Luego
pensaron en sacar a Isabel a uno de los poblados
vecinos y lo prepararon todo. El día de la partida, el
Ejército amaneció ocupando toda el área. Fue
imposible.
Cargar a alguien en una hamaca por entre la
montaña es una dura tarea. Por entre el rucio
resulta peor. Isabel recibía en cada marcha muchos
golpes. La oscilación pendular de la hamaca cargada
en movimiento, produce un choque constante con
los troncos de un lado y otro de la ruta. Caminar
despacio agota muy rápido a quienes llevan la carga
sobre sus hombros. Una mañana, ante una
empinada y rocosa cuesta que sus compañeros
contemplaban preguntándose cómo harían para
subir, Isabel se puso de pie. No quería que los otros
sufrieran más por culpa de ella.
Desde entonces caminó durante las marchas. Lo
hacía de manera lenta y torpe, siempre cojeando,
pero luchando obstinada por no ser un obstáculo
más.
Sus
limitaciones
precipitaron
otra
determinación. Resultaba más práctico separarla del
grupo grande y dejarla con un grupo pequeño que
creara las condiciones para sacarla a recuperación
en algún poblado. Alfredo fue encargado de ello. A la
73
Historias de la resistencia
vez debía actuar como mando, jefe de finanzas y
enfermero. Eran siete en total. Aldinever les entregó
cuarenta millones de pesos para cumplir la tarea.
Una tarde, a eso de las dieciocho horas, Isabel estaba
sentada sobre un tronco, observando con curiosidad
los saltos y el canto de una pava de monte entre las
ramas de un árbol. De repente el ave chilló y alzó el
vuelo asustada. Casi enseguida sonaron los disparos
de fusil. Se trataba de un asalto del Ejército.
Emprendió la retirada como pudo. Avanzaba con el
cuerpo inclinado cuando un impacto le dio fuerte en
la espalda y la tumbó. La esquirla de una granada se
le había clavado en el omoplato. Pese a ello logró
escabullirse hasta el lugar de encuentro que tenían
acordado.
Camilo, uno de sus compañeros, también resultó
herido. Sin embargo todo el grupo volvió a reunirse.
La mayor dificultad estaba en que habían perdido
sus equipos. Esa noche durmieron cobijados con
hojas, en la absoluta intemperie. Al día siguiente
llegaron a un campamento abandonado por el
Ejército. Hallaron unas papas crudas, cunchos de
aceite, tarros de lata vacíos. Arreglaron unas vajillas
y cocinaron las papas para comer. También
encontraron muchos sacos de lona. Cada uno tomó
tres. Uno para usarlo como equipo, otro para tender
en el suelo y un último como cobija.
74
Gabriel Ángel
El tormento de Isabel no fue ya su pierna, todavía
lastimada, sino su hombro. Con frecuencia sufría de
fiebres y escalofrío, aparte del dolor intenso. Su
brazo terminó por completo inmovilizado. La
demora fue lograr contactar sus apoyos en la
población campesina del área. Enseguida las cosas
se compusieron. Poco a poco les fueron llegando los
elementos más necesarios. La pierna mejoró y fue
posible la entrada de medicinas para la herida en la
espalda. Dos meses después estaba curada del todo.
No fue necesario que la sacaran a ninguna parte. Tal
vez hubiera sido peor.
La miro al rostro y ella sonríe. Baja los ojos al piso.
Quiere saber qué voy a hacer con todo lo que me
cuentan los muchachos. Aún no lo sé. Habrá que
esperar cuando haya condiciones para trabajar
textos. Le indago si después no volvió a ocurrirle
algo especial. Me dice que de regreso para su Frente,
el Manuela Beltrán, el enemigo mató tres
guerrilleros y capturó a su novio vivo. Percibo que
no desea hablar de eso. Con cautela le lanzo la
pregunta si su novio está preso. Con un doloroso
aire de vergüenza, me confiesa en voz baja que no.
Ahora trabaja con el Ejército, es un miserable
traidor.
75
Historias de la resistencia
IV. Tropas de Alfonso: no pisen caminos
ni trillos...
Aldinever no oculta el dolor que le produce recordar
la muerte de Alfonso. No sólo era miembro del
Estado Mayor del Frente 53, sino que era uno de sus
más destacados mandos y un excelente combatiente
y compañero. Fue él quien salió al frente del grupo
de seis guerrilleros con la misión de conseguir
médico y medicinas para Isabel. Pensaron que sería
más fácil hacerlo por El Sinaí, en la región del
Guavio. El hambre termina siendo soportable. En
cambio, desalienta el alma presenciar el sufrimiento
de un compañero herido al que no hay cómo
prestarle atención.
Los muchachos partieron sin desayuno, no había
qué preparar. Casi todos habían estado trabajando
en esa zona y tenían idea del terreno. Cruzaron la
montaña a campo traviesa hasta salir a un trillo
viejo que había dejado la tropa. Tomaron por él
hasta llegar a una vivienda vacía en una vereda
llamada Marquetalia. Allí prepararon un café y unas
arepas que comieron antes de irse a dormir entre el
rastrojo. Al despuntar el día continuaron caño abajo.
Las horas avanzaron tercas sin dar oportunidad de
comida alguna. Vinieron a acampar en el filo del
76
Gabriel Ángel
Sinaí. A la mañana siguiente Alfonso envió a
Gustavo, Sirley y Piña en busca de alimentos.
Volvieron con unas panelas, queso y doce mazorcas
que les obsequió un campesino simpatizante. Todo
un banquete.
Con otro campesino consiguieron un chivo. Lo que
les dio trabajo fue poder encerrar el rebaño. Además
compraron arroz. Por la noche volvieron a comer y
se sintieron como reyes. Arroz y carne frita en
abundancia. En la madrugada del 30 de agosto
tomaron quebrada arriba hasta subir al filo por
donde cruzaba el camino real. Desde ahí se podían
ver las veredas Murca, Palomas, Frijolito, Andes y
Florida, todas pertenecientes a Gachalá. Al salir al
camino hallaron los rastros del Ejército, trillo de
campamentos abandonados. El propio Alfonso, en
compañía de Yira y Piña, se encargó de explorar un
largo trecho sin encontrar presencia enemiga. Así
las cosas, decidieron traer los equipos hasta más
cerca y esconderlos entre el rastrojo, a la orilla del
camino. Luego tomaron camino abajo.
Al salir a un potrero, juzgaron que las condiciones
eran propicias para preparar alimentos en una
vivienda. Yira y Sirley se encargaron de eso. Eran
casi las quince. El sector podía ser considerado
central, lo cruzaban varias carreteras y en todas las
viviendas contaban con energía eléctrica. Yira puso
a cargar el celular mientras preparaban una gallina
77
Historias de la resistencia
que compraron. Después llamó a Fredy, un miliciano
del Frente que trabajaba en Bogotá. Éste aseguró
tener el médico preciso y disponible, y se
comprometió a acompañarlo al día siguiente. Él
conoce el lugar. Cuando la comida está lista, dos
niños campesinos la llevan en una olla hasta el filo
donde esperan los otros. Después de dejar todo en
orden, las dos muchachas los siguen. Son algo más
de las dieciocho horas pero aún hay buena claridad.
Al llegar se enteran de que Alfonso y Gustavo
salieron a conversar con el campesino que les regaló
el chivo el día anterior. A su regreso, se presentan
con una gallina entera cocinada. Y traen queso,
panela y miel. Las noticias del médico para Isabel y
la abundancia de comida les producen enorme
alegría a todos. Yira aparta dos panelas con la
intención de conservarlas. Se las había prometido a
Isabel y se anima aún más pensando en la
satisfacción que le va a producir. Después de comer,
se reparten en las manos las bolsas con las panelas,
el queso, la miel y los restos de las gallinas. Habían
acordado con los campesinos dejar las ollas a un
lado del camino. Alfonso y Piña toman la delantera
camino arriba, seguidos por Yira y Sirley. Gustavo y
Yair van de últimos. Son las dieciocho y media horas.
La oscuridad avanza sigilosa con cada minuto. Diez
metros antes de llegar al lugar donde escondieron
los equipos, Alfonso pregunta en voz alta por la
78
Gabriel Ángel
entrada, está confundido. De inmediato, recibe como
respuesta varias ráfagas de fusil y las explosiones
simultáneas de muchas granadas. Se desploma sin
vida al suelo. Piña es arrojado hacia atrás por la
fuerza de la explosión de una granada y cae a los
pies de Yira, herido por varias esquirlas. El grupo se
desparpaja al instante. Yira corre hacia atrás
llevando consigo a Piña y unos metros abajo
encuentra a Sirley que la está llamando por su
nombre. Le explica el estado de Piña y se hacen
cargo de su fusil. Se mueven deprisa hasta el borde
de un potrero. Oyen las voces airadas de soldados
que gritan a otros que se suban rápido. De Gustavo y
Yair no vuelven a saber nada. Luego se enterarían de
que también perdieron la vida a manos de la tropa.
La ruana con la que Yira ocultaba su fusil había sido
atravesada por varios proyectiles. Los mismos
rompieron también la bolsa con los quesos y
panelas que llevaba en la mano. En el repliegue, los
tres sobrevivientes se encuentran con un caño de
paredes lisas, que como sucede en los sueños, no les
resulta posible cruzar. Arriba continúan sonando el
fuego y las explosiones. En la oscuridad de las
diecinueve horas, sin saber cómo, se hallan al otro
lado del caño y en un pequeño sembrado de maíz.
Después de descender un buen trecho logran
ascender unos trescientos metros entre las tinieblas.
Ante la imposibilidad de seguir avanzando con el
herido, deciden detenerse allí a esperar la mañana
79
Historias de la resistencia
siguiente sentados sobre una roca. Piña se duerme
con la cabeza recostada sobre las piernas de Yira.
Tenía una herida en la pantorrilla, otra en el muslo y
una más en la espalda. El frío lo atormenta. Yira se
quita la ruana y lo arropa con ella. Salvo lo que
llevaban puesto encima, no contaban con ninguna
otra cosa para favorecerse.
Con las primeras luces del día deciden romper
rastrojo y monte para no pisar caminos ni rastros.
Desde la altura de un filo observan el camino real y
ven la tropa que desciende por él, con ruta hacia
Palomas, transportando atados a mulas los
cadáveres de sus compañeros. Sienten dolor, rabia,
impotencia. No queda otro recurso que regresar en
busca de los suyos, haciendo una ruta distinta, a
campo traviesa. Las dos muchachas se reparten,
para llevarlos, el fusil y las fornituras de Piña. Le
limpian la sangre con un buzo. Las heridas le duelen,
la piel está bastante inflamada, pero no hay
sangrado. Una suerte. Ese día caminan hasta las
dieciséis horas, cuando salen frente a un potrero en
medio del cual hay una pequeña casa. Es un
mantenedero, en la vereda Marquetalia.
Los campesinos de la región acostumbran abrir
unas fincas lo más retiradas de la población, para
dejar allí algunas cabezas de ganado con el fin de
que aumenten. Y construyen rústicos ranchos donde
alojarse cuando vayan a darle un vistazo al ganado y
80
Gabriel Ángel
echarle sal. Es lo que llaman mantenedero. Los
muchachos deciden esperar que se nuble el área
antes de arrimar hasta allí. Cuando lo hacen, hallan
dos juncos, una especie de camastros hechos con
hojas de plátano. En una de las paredes está colgada
una vieja carpa de camión. Hallan también una
cobija amarillenta y ropas viejas y usadas que
cambian de prisa por las propias que llevan mojadas
por completo. Acuerdan que por ninguna razón van
a pasar la noche en ese rancho, así que trasladan la
carpa, los juncos y la cobija hasta la montaña y
duermen a pierna suelta. De comida no hay
esperanzas, tan sólo el recuerdo de los manjares del
día anterior.
La mañana siguiente continúan la marcha. De
camino hallan un abismo, un largo volcán por el que
había que descender aferrándose con las manos a
cualquier raíz. Sirley estalla enojada ante aquellas
dificultades y culpa a los otros dos de escoger a
propósito los peores obstáculos para avanzar. Yira y
Piña la escuchan con paciencia, ya la conocen, hay
que soportarle el genio. Al mediodía encuentran
otro potrero. Después que Yira lo explora con
cuidado y hace lo propio con el rancho que se
encuentra en su centro, se aproximan todos a éste.
En sus contornos hallaron un toro, una vaca vieja y
un becerro. No lo pensaron mucho para acordar que
sacrificarían a este último.
81
Historias de la resistencia
Con tiras que arrancan de un pantalón viejo
encontrado en el rancho, se fabrican una especie de
cuerda para atar al animal. Sirley fracasa en su
intento de quitarle la vida, resulta incapaz de
hacerlo. Es Piña quien termina por matarlo con la
navaja de Yira. Las dos muchachas lo pelan y le
apartan sus extremidades, cuya carne tasajean. Piña
se encarga de prender candela dentro del rancho.
Antes, consiguen muchas hojas para tapar con ellas
cualquier abertura por donde pueda salir la luz.
Después se ponen a asar la carne tasajeada. Sin sal
ni aliños de ninguna especie. Con las mangas de
otros pantalones viejos improvisan unas primitivas
bolsas. Hacia las diez de la noche terminan el asado
y logran llenar cuatro bolsas de carne para llevar.
Satisfechos con la comida se echan a dormir en el
zarzo de la vivienda. El optimismo regresa. Con esa
carne, ya no van a morir de hambre.
En la madrugada despiertan asustados. Atan las
bolsas con carne a sus pecheras y salen aprisa del
rancho. Piña se siente con mayores alientos y
propone ayudar a cargar un fusil. Le pasan el de
Yira, que por ser un R 15 era más liviano. Del rancho
sólo se llevan un plástico. El clima y el terreno se
presentan terribles. Llueve sin cesar durante todo el
día y se ven obligados a cruzar un rucio muy
quebrado. A las trece horas, fatigados, deciden
detenerse. Para pasar la noche en el sitio que
escogen, resulta necesario construir una ramada, así
82
Gabriel Ángel
que se ponen manos a la obra. Comen carne pero les
resulta desagradable por lo simple. Además buena
parte de ella les había quedado cruda.
A las siete de la mañana vuelven a caminar. El
hambre los importuna y les agria el carácter. Piña
lleva el machete en la mano y va rompiendo el
monte. Sirley, como de costumbre, protesta la ruta,
asegura que van perdidos. A veces Piña se siente
inclinado a creerle. Sin embargo, en caso de
opiniones encontradas, la que termina por
imponerse es Yira. De los tres, ella es la única que
porta machete, navaja y mechera, tres elementos
indispensables para la supervivencia. En caso de
que se obstinaran contra sus criterios, ella les decía
que podían irse por donde quisieran, pero tendrían
que arreglárselas sin ninguno de esos objetos.
Después de varias horas logran salir a un quemado.
Allí encuentran un tarro con restos de miel, de la
que Piña sólo les deja probar un poco. Las convence
de la necesidad de guardar el resto para más
adelante, a fin de poder endulzar el agua que
encuentren. Un trecho más allá se tropiezan con el
rastro de la unidad de Aldinever, el mismo que
habían dejado cuando se marcharon del
campamento, después que hirieron a Isabel. La
emoción es inmensa. Deciden seguirlo. A poco de
avanzar hallan el campamento que habían llamado
de las mangueras, y un poco más allá, otro que
83
Historias de la resistencia
bautizaron el de Jacobo, porque allí conmemoraron
el aniversario de su muerte. Vacíos, abandonados y
nostálgicos como todos los campamentos viejos,
esta vez poseen la virtud de inyectar mucha moral
por el hálito a la propia gente y la sensación de su
proximidad.
Para pasar la noche construyen otra ramada. Sirley,
al parecer, siempre fue una niña delicada y
consentida en su familia. Esas condiciones
personales en la guerrilla traen consigo dificultades.
Como por ejemplo la tendencia a ubicarse en el
lugar incorrecto en un momento desafortunado.
Piña está enfrascado en sacar la mayor cantidad de
virutas finas de un leño a fin de poder encender
fuego con facilidad, y Sirley viene a pararse justo al
pie de él. Un resbalón del machete sobre el leño
alcanza a cortar la bota y el pie de la muchacha. La
herida en realidad no es muy grave, pero en
adelante le dificultará caminar. Una actividad
fundamental en las circunstancias en que se
encuentran. Para dormir abrigados, los tres tienen
que tenderse sobre el mismo lecho improvisado
pegando sus cuerpos unos a otros. Piña prefiere
hacerlo en medio de las dos muchachas.
A la mañana siguiente caminan hasta el llamado filo
del quiche. Cuando estaban todos, habían recogido
agua de esas matas para preparar un caldo, y por
eso el nombre. Sabían que estaban en dirección a
84
Gabriel Ángel
Toquisa, un corregimiento de Medina. Yira recorre
el lugar y examina el sitio donde habían ubicado con
Carrillo un minado. Allí atrae su atención una lata de
sardinas vacía. Con cuidado, le levanta la tapa y mira
en su interior. Hay un papel escrito y doblado que
extrae con ansiedad. Al abrirlo reconoce la letra
manuscrita del Zarco, Tropas de Alfonso: no anden
por caminos, ni trillos, ni salgan a potreros ni a casas.
Hay un operativo grande contra nosotros y hacer esas
cosas es fatal. Ahí les dejo un kilo de sal. Busquen para
donde el papá del Loco que ahí los mando a buscar.
Mucho ánimo y moral revolucionaria. Aldinever.
Cuando los demás leen la nota, la alegría se les
desborda en llanto. Abrazados de felicidad, juran
que no flaquearán pase lo que pase. Enseguida
discuten cuál será la mejor ruta hacia donde el papá
del Loco. De repente Yira recuerda algo. Cuando
estuvieron ahí con Aldinever, éste le había
comentado mostrándole una dirección, que por
aquel flanco se podía abrir una trocha para salir a
Toquisa. Dominada por aquel recuerdo propone que
no busquen hacia donde dice la nota, sino por la
posible trocha que le había señalado El Zarco ese
día. En su parecer, por ahí tenían que haber tomado
sus compañeros. Los demás comparten su intuición
y optan por seguirla.
La única dificultad consistía en hallar la trocha.
Comienzan por tomar un rastro viejo del Ejército
85
Historias de la resistencia
que se pierde por completo al llegar a un caño. En la
búsqueda descubren un buen número de granos de
maíz regados por el suelo. Al seguir esta pista
encuentran la anhelada senda y la toman sin vacilar.
Tras un largo recorrido brotan al camino que va de
Toquisa a Gachalá. Un camino real, al fin están
ubicados por completo. Piña se encarga de cubrir
mientras lo cruzan. Sirley camina con trabajo por la
herida en el pie. Descienden hasta el río Gasanta. Al
buscar un vado se encuentran con el rastro de un
campamento guerrillero. Por sus restos concluyen
que no han pasado más de dos días desde que quedó
solo. Es muy tarde y deciden quedarse allí.
Levantan con rapidez otra ramada. Después,
escogen los pedazos más secos de carne, los untan
de sal y los comen con ansiedad. Cambian sus ropas
y se acuestan. Más tarde se desencadena un furioso
aguacero que termina mojándolos por completo. En
la mañana despiertan con la esperanza de alcanzar
el grupo grande. Recogen la carne que les sobra y las
otras cosas que tenían regadas. Piña toma la
vanguardia. Al principio cree que se trata de una
alucinación. Varias figuras humanas marchan un
tramo delante de él. Sin medir el peligro, casi con
desesperación, comienza a gritarles que esperen.
Alarmados, los hombres toman puesto a un lado y
otro del camino. Piña corre hacia ellos. Pese a su
apariencia, sus compañeros lo reconocen. Piña, feliz,
se abraza con Gabriel, con James, con los otros.
86
Gabriel Ángel
Sirley se queda ahí, conversando emocionada con
ellos, mientras Piña y Yira siguen veloces a alcanzar
a Aldinever. Lo logran cuando el grupo se apresta a
pasar el río por un cable. La alegría expresada por El
Zarco y los demás es inmensa. ¡Están vivos,
camaradas! ¡Están vivos! Lo primero que aciertan a
expresar los recién llegados es que tienen hambre.
Aldinever extrae el almuerzo que había empacado
en la madrugada para el mediodía y se los brinda de
una vez. Más adelante, da la orden de detener la
marcha para prepararles almuerzo caliente a los
recién llegados. De ahí en adelante comienza el
repetido relato de la aventura sufrida. Lo único que
afectaba el entusiasmo general era la noticia de los
tres muertos. Pero no por mucho rato. En las FARC
se le sabe rendir culto por sobre todo a la vida.
Después surgirían las historias. Que en la marcha se
burlaban unos de otros por la apariencia que
llevaban, la angustia del martirio que representaba
la lluvia en la noche, el penoso reconocimiento de
que nunca se bañaron, que cuando se podía
calentaban sus cuerpos al lado del fogón y cuando
no, arrunchándose bien unos con otros. La pregunta
que más se hicieron durante aquellos días era la de
cuándo al fin encontrarían a su gente. Sólo al llegar
se enteraron de que los del Ejército habían llamado
a Aldinever por el celular de Alfonso, haciendo la
representación de un médico en apuros. Decía que
87
Historias de la resistencia
estaba con Alfonso, que estaba herido y que estaban
perdidos. Que por favor fueran a buscarlos.
A esas alturas, ya ninguna treta de ese tipo podía
hacer caer a la guerrilla. De la experiencia hay que
aprender pronto para sobrevivir. Aldinever quiso
saber si había quedado algún recuerdo de Alfonso y
Yira le entregó la ruana. Con mucho cariño, El Zarco
la guardó para él. A cambio le dio su propia cobija.
Los demás guerrilleros también se mostraron muy
solidarios con ellos. Procuraron ayudarles en todo lo
que pudieron mientras les consiguieron su dotación.
Ninguno de los tres olvidaría nunca la sincera
acogida que recibieron. La operación militar
continuaba y se hacía cada vez más dura. En pocos
días sobrevendrían nuevas pruebas y aquello no
sería más que una anécdota para contar. Sin
embargo, la moral de los combatientes se templaba
en silencio con cada una de las pruebas afrontadas.
88
Gabriel Ángel
V. El combate contra el hambre
Se trata de un enemigo con el que no se cuenta. El
hambre, la necesidad de alimentarse para poder
vivir y contar con energías. Por mucha economía
depositada en las reservas, siempre va a llegar el día
en que estas se agoten. Son tres comidas diarias
básicas, más el café y los refrigerios a media mañana
y media tarde. Para diez, veinte, cincuenta, cien,
doscientos hombres. Garantizarlas es difícil en
tiempos normales, pero se logra con regularidad.
Cuando un cerco enemigo estrecha las posibilidades,
el problema adquiere dimensiones catastróficas.
Solucionar el asunto se convierte en cuestión de
supervivencia. Los grupos grandes de guerrilla se
ven obligados a la dispersión. Primero por
compañías, después por escuadras, finalmente por
comandos. Tres o cuatro combatientes pueden
deslizarse con mayor seguridad por entre las filas
enemigas en busca de alimentos, entrar a una
huerta, arrancar unas yucas, conseguir un racimo de
plátanos. Quizás recibir una pequeña remesa de
alguna familia campesina. Arroz, panela, queso, sal.
La guerra sin embargo impone concentraciones de
personal.
Los
comandos
pueden
realizar
89
Historias de la resistencia
hostigamientos a la tropa, pequeñas emboscadas,
golpes de mano. Pero no pueden permanecer por
mucho tiempo así. La fuerza moral de los
combatientes surge del colectivo, quien se aleja por
mucho tiempo de este, corre el riesgo de debilitarse
en sus convicciones. Además, a un enemigo que
acosa y aprieta, es importante enfrentarlo de
manera inesperada con acciones grandes. Las tropas
se ceban con los comandos, van busca de tres o seis
guerrilleros. Vale la pena sorprenderlos con
cincuenta o cien. Se les causan numerosas bajas.
En el papel se ve sencillo obrar de este modo. Pero
una concentración implica muchas cosas por
resolver. La primera de ellas, la suficiente cantidad
de provisiones. En Cundinamarca fue necesario
crear comisiones de abastecedores. Grupos
pequeños cuya tarea consistía en reunir los
alimentos necesarios para una agrupación mayor.
La guerra del hambre
El hambre produce mal carácter. Y duele. Al
comienzo es una simple sensación de vacío en el
estómago. Pero después se acentúa con mucha
intensidad. Es cuando el aparato digestivo comienza
a revolcarse solo. Las glándulas salivales secretan
con profusión la espesa baba que se pasa una y otra
vez con la esperanza de llevar algún alivio al
90
Gabriel Ángel
abdomen. Resulta inútil. El genio se va agriando y
algo que está adentro, arriba del ombligo, comienza
a doler en forma progresiva. Vencido el horario
habitual de la comida, tiende a dormirse, como si se
rindiera por el esfuerzo de estar exigiendo
alimentos sin resultado. La sensación subsiguiente
es de liviandad, el cuerpo siente como si se hubiera
quitado un peso de encima.
Pero más tarde despierta inquieta, más aguda, más
acuciante, más dolorosa. Hasta que la prolongada
ausencia de comida la obliga a desmayarse de
nuevo. Para recordar en la noche, impidiendo
conciliar el sueño a quien la sufre. Lastima, hiere,
arde, provoca gritar, induce al desespero. Sentencia
con sus contorsiones que ella es la soberana del
mundo, la reina de las necesidades humanas, la que
se torna en muerte si no se la atiende. Al tiempo
que debilita las fuerzas y la resistencia, empuja con
afán a encontrar cualquier cosa que la calme. Es
cruel, oprime, humilla, derrota.
El régimen hace de ella un arma más en la guerra de
exterminio de la rebeldía. Liquidar al adversario por
hambre es una de sus tácticas predilectas. Lo cerca,
lo reduce a un sitio, le bloquea toda posibilidad de
aprovisionamiento. Espera. Confía en que la
desesperación terminará por exponerlo a la furia
asesina de sus máquinas de guerra. Con la misma
ansiedad con la que el perseguido anhela probar un
91
Historias de la resistencia
bocado, los hombres de la contrainsurgencia,
transformados en bestias entrenadas para matar sin
piedad ni repugnancia, saborean de antemano la
sangre de sus próximas presas. Les significa un
reconocimiento en dinero, una licencia, un almuerzo
con pollo, una medalla. Disfrutan con la cacería.
La acompañan con su propaganda. Dejan cientos de
folletos invitando a la traición, arrojan desde el aire
miles de llamados a rendirse, lanzan por la radio
venenosos mensajes que apuntan a minar la firmeza
en la causa. Afuera, los que mueven los hilos,
anuncian a los cuatro vientos su inminente victoria.
La superioridad moral de quienes allá en la ciudad y
acá en el campo hacen de la muerte por inanición de
sus prójimos una respetable forma de vida y de
gobierno, está fuera de cualquier discusión, según su
dicho.
Pero la dignidad no claudica. Las muchachas y
muchachos sometidos a la infame presión enemiga,
descubren el extraordinario alcance que tiene la
conciencia. Aprenden a convivir con el hambre, la
amansan, la burlan, la vencen. En territorios
extensos la dispersión contribuye. Es más fácil
hallar alimentos para seis o diez que para un grupo
de cien. Los cuatro puntos cardinales ofrecen
abundancia de direcciones por tomar. La gente
sencilla del pueblo, pese al miedo inspirado por los
múltiples aparatos de represión de la tiranía, toma
92
Gabriel Ángel
partido por la guerrilla. La auxilia, la mantiene
informada. Comparte su presupuesto familiar con
un grupo pequeño en secreto, se expone a traer del
pueblo unas libras más de remesa el domingo, a
sabiendas que enfrentará un interrogatorio feroz en
el retén militar de control.
Una familia de campesinos creyentes del evangelio
trabajó durante un mes aserrando madera en su
finca para sostener sin sospechas a la comisión del
Frente 53 refugiada en un monte aledaño a su
vivienda. De pronto surge una especie de
autorización tácita general para que comisiones de
la guerrilla saquen en la noche un animal de sus
potreros. Cuando haya la oportunidad se arreglará
el precio. También puede dejarse olvidada una
caneca de miel de caña donde los muchachos
necesitados de dulce puedan encontrarla. O
entrarles un saco de sal revuelta con la que traen
para el ganado. Tenerles guardados unos quesos con
panelas para que vengan a buscarlos en medio de la
noche. Indicar el modo de llegar a arrancar y llevar
bastimentos de sus cortes de yuca o plátano.
El enemigo lo sabe. Conoce del apoyo subrepticio de
los campesinos. Infiltra espías entre los
trabajadores, ofrece recompensas en dinero,
soborna conciencias. Las incursiones paramilitares
que siembran el terror se convierten en su mejor
arma sicológica. Le ayudan sus detenciones masivas
93
Historias de la resistencia
y los asesinatos selectivos. La propaganda negra de
la inteligencia militar es difundida con amplitud al
tiempo que se presiona con el decomiso de remesas,
la aparición inesperada a media noche en las fincas,
las emboscadas montadas por la tropa en los
potreros, los pequeños grupos de soldados que
vigilan los sembrados de manera oculta. Son las
maniobras de un Ejército fascista de ocupación.
A veces producen efecto. Un guerrillero traiciona, un
campesino delata. Casi de inmediato habrá revuelo
en la contraguerrilla. Vendrán los tiros, la sangre, la
alegría por el crimen. El conjunto de una vereda
puede ser despoblada en escarmiento, acusados
todos sus habitantes de alcahuetas. Las noticias
jamás se ocuparán de este tipo de asuntos. A juicio
de los directores de los medios, se trata de gentuza,
de parias, de infames auxiliadores de los terroristas
con cuya infausta suerte no va a lograrse que
aumente el consumo de los artículos que venden sus
patrocinadores. Para todo ese pueblo la verdad es la
contraria. Siempre ha sido así. Y es la razón de su
lucha.
Mónica
Mónica hizo parte durante varios meses de una
comisión de abastecedores, integrada por ocho
guerrilleros. Para entonces, la guerrilla había sido
94
Gabriel Ángel
obligada por la presión militar a abandonar las
áreas pobladas para buscar refugio y protección en
la parte montañosa de la cordillera. Su comisión se
veía obligada a acampar en el llamado piedemonte,
la franja de bosque alto que colinda con la zona
habitada por los campesinos, y que por lo regular
está conformada por potreros, plantíos y rastrojos.
El primero de sus quehaceres consistía en explorar,
hacerse a una idea precisa del terreno, la población,
los animales y cultivos. Sin dejar de lado la
permanente inteligencia a los movimientos del
enemigo a fin de evitar sorpresas y fracasos. Con la
información asegurada y cuando las sombras de la
noche comenzaban a invadirlo todo, cuatro de ellos
brotaban al área descubierta e iniciaban su
aproximación, con el mayor de los sigilos, a las
plataneras y yuqueras exploradas de antemano.
Una vez arrancadas las yucas, tenían que sembrar
de nuevo las matas. Y eliminar cualquier rastro que
delatara que la tierra había sido escarbada. Había
campesinos en quienes no se podía confiar y además
había que prever el rastreo de la contraguerrilla. El
tránsito tenía que ser realizado por picas, caños,
potreros y sólo en forma excepcional por los
caminos reales. Si se tenían nociones de la presencia
de la tropa era necesario romper por entre la
montaña durante el día y explorar con precisión su
disposición en los potreros. Sin que esto significara
95
Historias de la resistencia
que se podían confiar, pues muchas veces la tropa
mudaba su posición al anochecer.
Durante el día no podían vestirse con sus uniformes,
usaban ropas civiles y con ellas cubrían su
armamento. Las pecheras las disimulaban con un
buzo de color encima, y el fusil solían envolverlo con
algún poncho o toalla vistosa. Esos desplazamientos
diurnos eran hechos con la mayor cautela. Conocían
bien la consigna enemiga según la cual más de tres
civiles en un camino significaba guerrilla. El riesgo
que corrían era constante. Una sola noche de sus
movimientos puede darnos una idea aproximada.
Tras un largo tramo por entre la montaña, salen por
fin al área descubierta. No pueden usar linternas,
hacerlo podría costarles la vida. Atraviesan un buen
trecho en absoluto silencio hasta aproximarse a la
casa de un apoyo. Hay que investigar sobre la
ubicación del Ejército. Su informe los tranquiliza. Se
encuentra en el filo de los Carrillos, a alguna
distancia del caserío más cercano, La Esmeralda.
Con mucha precaución, toman el camino real en esa
dirección. Antes de llegar al caserío desvían a otra
vivienda. Allí habitan compañeros, campesinos
organizados comprometidos días atrás a entrarles
unos encargos. Se trata de gasolina, unas botas y un
pequeño mercado. La misión de esta noche consiste
en recoger esos artículos y regresar. Mala suerte.
96
Gabriel Ángel
Los apoyos informan que el Ejército estaba en el
caserío a la hora de su salida y que la tropa impidió
que subieran los encargos a la finca. Se vieron
forzados a dejarlos en la casa de otro compañero.
Sin embargo aseguran que el Ejército salió de ahí
hacia el filo de los Carrillos, se lo confirmó alguien
que vino tarde del poblado. Ya ha sucedido alguna
vez. La alternativa se les antoja sugestiva. Bajar al
caserío, es tarde en la noche y está oscuro. Nadie se
percataría de que recogieron las compras. La idea
los seduce. No vale la pena perder la salida. Se
aproximan otro trecho. Saben que la casa del
compañero está por el lado de los galpones. Será
cuestión rápida. Se encaminan allá.
El hambre los acosa. Es casi media noche. Por
previsión, deciden entrar a otra vivienda en busca
de información y de algo de comer. Su propietario,
un viejo compañero, se sorprende al verlos. ¿Cómo
puede ser que estén tan cerca de La Esmeralda si el
Ejército se encuentra ahí? Les afirma con insistencia
que él mismo lo vio llegar momentos antes de salir
para la casa. Estaban dispersos por todo el sector
circundante a los galpones. Unos soldados hablaron
de que iban a preparar comida y que a eso de las 3
de la mañana se estarían marchando.
Un buen susto. Casi se le meten a la boca al lobo.
Pero reciben queso y panela y se lo comen ahí
97
Historias de la resistencia
mismo. Cuando están por terminar, los perros
comienzan a latir furiosos. Los de más abajo
también laten del mismo modo. Es el Ejército que
viene subiendo ya. No hay otra explicación. Se
despiden y corren camino arriba. Después lo
abandonan y más allá encuentran refugio en una
huerta. Hay yuca y plátano. Las dos de la madrugada
los sorprenden arrancando unas y otros. No pueden
regresarse con las manos vacías. En medio de la
oscuridad, con casi tres arrobas de peso sobre sus
hombros, se trasladan hasta un sembrado de cacao
cercano a la montaña.
Aguardan allí la luz del día. Cuando consideran que
la visibilidad es buena, caminan hacia el caño de
aguas límpidas y suelo pedregoso que les sirve de
entrada segura a la montaña. Dos horas más tarde,
bañados en sudor, regresan a su campamento de
partida. Unos cuantos minutos después arriban
también los guerrilleros enviados por sus jefes a
recoger la carga. Es una suerte, en otras ocasiones
su deber es trasladarla hasta allá ellos mismos. La
próxima noche el turno de salida corresponde a sus
cuatro compañeros. Ellos dormirán, salvo las tres
horas de guardia que debe pagar cada uno.
Mónica es una bella campesina de 17 años, tres de
los cuales los ha pasado en las FARC. Salió con
facilidad del sur oriente de Cundinamarca, cuando la
operación militar del régimen alcanzó su mayor
98
Gabriel Ángel
intensidad. Antes de reencontrarse con Aldinever,
anduvo un tiempo en la columna al mando de
Romaña y se halló en consecuencia en dos grandes
batallas en el Meta. La llamada pelea del Lozada, a
comienzos del 2005 y un par de meses después en el
área del 43, en Los Laureles y Los Pinos, por los
lados de Puerto Lleras, río Ariari abajo. Sin duda
alguna tiene bien ganados sus galones de guerrera.
Cualquiera diría que esa no es vida para una niña.
Ella, con su sonrisa juguetona, responde que en el
pasado, en su vida de civil, trabajaba en condiciones
más duras y vivía sometida a mayores sufrimientos.
Nació de madre soltera, hija negada de un hombre
que luego se casaría con una hermana de su mamá.
Su crianza estuvo a cargo de un tío y sólo vino a
juntarse con su madre cuando tenía 8 años de edad.
Su pobreza siempre fue extrema.
Hasta donde se remontan sus recuerdos tenía que
madrugar a ordeñar, echar comida a las gallinas, dar
de comer a los cerdos. Animales invariablemente
ajenos. Desde siempre tiró machete, azadón, aró la
tierra con bueyes o novillos. Si su madre requería de
obreros para algún trabajo en su pedazo árido de
tierra, ella tenía que ir luego a devolverles los
jornales trabajando en lo de ellos. Sus mejores días
eran cuando se iba a cocinar para los obreros en la
finca de un primo. Recibía 5.000 pesos por día.
99
Historias de la resistencia
Su paso por la escuela fue breve. Sólo después del
ordeño podía irse a clases y siempre que no hiciera
falta en la casa para algo. Un día ingrato la recogió
su padre. Vivió ocho meses con él y luego un año con
su abuela. Fueron los 20 meses de su vida en que
más duro se vio obligada a trabajar, sin recibir ni un
centavo en pago.
Su redención vino cuando conoció a las FARC. Sabe
que su lucha es por millones de colombianos como
ella, hijos de la miseria y condenados desde siempre
a padecerla. Sus ojos claros, repletos de alegría, se
mudan por un instante. Quisiera saber algo de
mamá. Pobrecita. Quizás tenga hambre. Mónica sabe
lo que eso significa. Acaricia su fusil, tiene hambre
de justicia.
Carrillo
Carrillo partió con 13 guerrilleros más. Debía
entregar siete de ellos a Sánchez, de quien lo
separaban ocho días de marcha. Con los muchachos
restantes tenía que caminar otras tres semanas
hasta llegar al área donde debía desempeñar su
misión. La presencia masiva de la tropa, que como
una enorme plaga ocupaba las regiones de Chingaza
y El Guavio, impedía realizar el desplazamiento por
cualquier vía abierta de antemano. La única
alternativa era el campo traviesa por el abrupto
100
Gabriel Ángel
relieve, subiendo y bajando cerros cubiertos de
rucio y selva, abriéndose camino con la machetilla
en la mano y cuidando de afinar el oído al máximo,
para descubrir alguna patrulla enemiga que se
hallara también merodeando por entre aquellos
escarpados riscos.
Los tiempos no estaban como para pensar en llevar
economía en abundancia y bien surtida, así que
apostaron a que con diez libras de maíz y la carne
molida que echaban en sus equipos, tendrían lo
suficiente para llegar donde Sánchez. Él les
entregaría la remesa necesaria para continuar la
marcha. Pero la lluvia intensa, que cayó sin parar
durante el segundo día de caminata, logró
desubicarlos por completo. Al final de la tarde se
reconocieron perdidos. Al día siguiente encontraron
un rastro reciente y muy grande. Era de la tropa que
avanzaba en forma clandestina hacia el lugar de
donde ellos habían partido, el campamento de
Aldinever. No tenían forma de avisar. Con el sol
como guía, anduvieron cinco días más por el rucio,
hasta que hallaron la pica de Las Manilas. La
decisión fue tomar por ella hasta encontrar el cable.
Sabían que tras cruzarlo se pondrían otra vez sobre
su ruta. Y que podrían meterse de nuevo a romper
trocha sin pisar caminos. Así lo hicieron, con el
resultado apenas previsible de que la economía se
agotó.
101
Historias de la resistencia
Para su fortuna, pese al susto inicial, se tropezaron
con otra comisión de guerrilla que venía en busca de
Aldinever. Se trataba de la gente de Gabriel, que
había sobrevivido a un asalto enemigo. Gracias a
ellos volvieron a aprovisionarse de carne de vaca y
maíz. En el alegre intercambio hicieron el relato de
todos los trillos de la tropa que habían cruzado
durante la marcha. Resultaba sorprendente en
verdad la forma en que el Ejército rastrillaba
aquellas montañas.
Siete días más de camino volvieron a dejarlos sin un
gramo de alimento. Asediados por el hambre y la
fatiga, respiraron con alivio cuando salieron de
repente a campo abierto. Una vereda, Corrales tal
vez. Allí tendrían que hallar algo para comer. Tenían
claro, sin embargo, que no podrían dejarse ver de
ninguna persona. En ello se jugaban la vida. La
primera exploración regresó con unas cuantas
malangas. Un caldo con ellas logró satisfacerlos por
el momento. Consiguieron ubicarse. No se hallaba
muy lejos la vivienda vacía donde los esperaba
Sánchez. La decepción fue grande cuando no
encontraron ni sus huellas. En cambio, unos minutos
después de retirarse al monte, observaron bajar por
el camino una patrulla del Ejército que pasó de
largo. Debido a la semana larga de retraso que
llevaban, calcularon que cualquier cosa podía haber
sucedido.
102
Gabriel Ángel
La mañana siguiente, Carrillo envió tres guerrilleros
en busca de comida. Estaba claro que el Ejército
rondaba por esos lugares, así que debían adoptar
toda clase de medidas para evitar ser descubiertos.
Los muchachos volvieron en la tarde. Hambrientos y
agotados. Sólo habían logrado hacerse a unos
racimos de plátanos verdes. Sintiéndose sin fuerzas,
habían tomado una mula que pastaba en un potrero
y le habían amarrado los racimos encima, sin
aparejos de ninguna especie, para no tener que
cargarlos en sus hombros. Aunque sea plátanos
sancochados comeremos hoy, le dijo Herrera, un
tanto cohibido a Carrillo, quien se acercó con mirada
un tanto interrogante a recibirlos. No, le respondió
éste, vamos a comer carne con plátanos sancochados
y hasta con patacones, vamos a matar esta mula. Los
demás comprendieron al instante y estuvieron de
acuerdo. No estaban dispuestos a pasar otro día con
el estómago vacío.
Arreglaron el animal como si se tratara de una vaca.
Picaron las asaduras y se las comieron. Tenían sal y
buscaron limones en los alrededores. Con esos dos
ingredientes adobaron la carne. Estaba algo gorda,
así que optaron por obtener y aprovechar su
manteca. Descubrieron que el sabor de carne de
mula es idéntico al de la danta. Asaron el resto,
molieron buena parte y alistaron para los días
siguientes. Como la manteca de mula no se solidifica,
buscaron tarros y llevaron consigo el líquido para
103
Historias de la resistencia
fritar la carne y preparar patacones. Después, al
marchar, se percataron de que su sudor tenía en
mismo olor que el de las bestias. Cuestión de la dieta
y nada más, comentaban de buen humor.
Después se enterarían del por qué no estaba
Sánchez esperándolos. Rosa, una muchacha de la
Estiven, había rendido sus armas al enemigo y se
hallaba trabajando con él. Ella misma se había
encargado de conducir la tropa hasta esa vereda.
Refugiados entre la mata, moviéndose a diario de
una parte a otra, los guerrilleros se tropezaron con
un campamento abandonado. Carrillo se puso a
recoger las baterías desechadas que encontraba
tiradas por ahí, y comenzó a armar juegos para
probarlas en su radio de dos metros. Un juego de
ellas logró el milagro de encenderlo. A las nueve de
la mañana de un día dichoso logró por fin
contactarse con Sánchez. En unos cuantos minutos
acordaron una cita en un lugar distante dos días de
ahí. Con ese encuentro, terminaba apenas la primera
parte de su cruce, la más corta. La más larga y difícil
comenzaría a partir de la despedida de la gente con
la que ahora se encontraban.
Herrera
Durante la Asamblea General de la Vladimir Estiven,
Herrera se atrevió a plantear que por favor lo
104
Gabriel Ángel
sacaran de las partes altas de la cordillera, el frío le
hacía mucha mella y sufría. Él es un indio, un
hombre de tierras cálidas. En Noviembre de 2003 la
Dirección tuvo en cuenta su petición y lo envió al
piedemonte llanero, a la vereda La Esmeralda, de
Restrepo. Bajo las órdenes de Alexander, pasó a
hacer parte de su comisión de abastecedores.
Estaba contento por ello. Sin embargo, tenía apenas
cuatro días de respirar el aire caliente, cuando toda
la comisión recibió la orden de recogerse. Venía
mucha tropa subiendo por Los Alpes, Los Plátanos,
Correales. La intensidad de la operación militar y la
sevicia mostrada por el Ejército en la persecución de
las comisiones pequeñas, imponían la necesidad de
ascender hacia el rucio sin pisar caminos. Por eso
los trece guerrilleros fueron rompiendo por el
monte hacia el filo de La Esmeralda.
El lomo de ese filo está cruzado por una pica, abierta
tiempo atrás por alguna comisión guerrillera. Esa
pica está atravesada por otro trillo antiguo. En su
camino a la parte más alta, la escuadra tenía que
pisar al menos una de tales sendas. El error de
Alexander consistió en haberse dirigido con su
gente de manera exacta al sitio donde se cruzaban
las dos. El riesgo de encontrarse con el enemigo se
duplicaba.
105
Historias de la resistencia
La comisión llevaba en los equipos quince libras de
arroz, siete de harina, seis de azúcar y cuatro
panelas. Para completar la economía habían
recogido guatilas, especie de frutos de un bejuco
silvestre que crece en el rucio, denominadas por
algunos en el páramo como la papa de los pobres. Si
procuraban hacer rendir la remesa, podían
alimentarse unos ocho días. Además podrían
conseguir más guatilas. De hambre no iban a
morirse, en cambio había que cuidarse del Ejército.
A las diez de la mañana alcanzaron el lomo del filo,
preciso en el cruce de los senderos. Se trataba de un
pequeño plan en el que podrían descansar formando
un círculo. Fatigados, descargaron deprisa sus
equipos y se sentaron en el suelo. Alexander dispuso
de inmediato la ubicación de tres centinelas, uno por
cada llegada al cruce. El flanco que no mandó cubrir,
correspondía a un pronunciado ascenso hacia otra
planada. Según dijo, en ese lugar estaban enterrados
dos minados al paso del camino. Otra comisión los
había colocado antes. Era mejor ni siquiera explorar
hacia allá, podía ocurrir un accidente. El Ejército ya
conocía de la existencia de esa pica y por eso el
terreno había sido preparado para hacerlo caer en
una trampa.
Cinco minutos después, Alexander envió a Herrera a
verificar que los puestos de los centinelas
estuvieran ubicados en forma correcta. Después de
106
Gabriel Ángel
sucedido todo, al reflexionar, Herrera concluiría que
desde su llegada fueron observados por el enemigo.
El Ejército estaba ubicado en la planada de más
arriba, más acá del minado. Con seguridad que lo
habían descubierto, o simplemente no funcionó. Lo
cierto fue que después de mover dos puestos que
estaban muy abajo y acercar el tercero unos
cincuenta metros, cuando venía de regreso, escuchó
con claridad un tiro.
Le faltaban unos quince metros para llegar a la
planada. Al disparo inicial siguió una andanada de
fuego. Herrera vio venir hacia él a dos guerrilleros,
una muchacha y un muchacho que corrían
asustados. Les ordenó esperarlo un poco más allá,
mientras él iba a ver qué pasaba. En realidad
esperaba poder sacar su equipo, pero se dio cuenta
que era imposible en medio de la lluvia de balas. Por
proceder el ataque de la parte alta, los guardias no
tenían nada distinto que hacer. Estaban obligados a
la retirada. Herrera se replegó acompañado de la
pareja que lo esperaba.
De los demás no supieron nada en el momento. La
única idea que los impulsaba ahora era llegar al sitio
señalado como lugar de encuentro. Si sobrevivían
otros, allá los encontrarían. Pero para aproximarse
estaban obligados a dar un largo rodeo y cruzar una
pica. Un poco más abajo se toparon con el centinela
que cubría el flanco por el que se retiraron. Ya eran
107
Historias de la resistencia
cuatro. Hacia las quince horas creyeron descubrir
un pequeño rastro. Siguieron por ahí sin pensarlo
mucho. Al llegar hasta un caño seco, se les perdió
por completo. Tomaron por el caño y dos horas
después salieron al punto de encuentro.
Durante media hora esperaron en vano que
apareciera alguno. La proximidad de la noche y la
falta de sus equipos los obligaron a buscar un lugar
que los favoreciera de dormir a la intemperie. Por
suerte encontraron una vieja vivienda abandonada.
El hambre comenzaba a torturarlos. El único
alimento que hallaron fue unos cuantos limones que
procedieron a devorar sin siquiera quitarles la
cáscara. Después se echaron a dormir en el piso,
apretándose entre sí para proporcionarse abrigo.
Tan pronto despuntó el día salieron de la casa.
Estaban rodeados de neblina. Tras caminar un buen
rato llegaron a otra finca abandonada. Con emoción
descubrieron un palo de guayabo. De inmediato
procedieron a bajar y comer todas las guayabas que
pudieron. El silencio total que reinaba a su
alrededor los ponía nerviosos. Tras unos minutos
continuaron su marcha sin saber bien hacia donde
iban. En cierto momento creyeron distinguir un
rastro de pocas personas. No sabían si Ejército o
guerrilla, pero no había duda, alguien estaba por ahí.
108
Gabriel Ángel
Todavía entre la neblina, al encontrar un potrero,
una de las muchachas señaló hacia delante al tiempo
que preguntaba, ¿Y ese qué? Cuando los demás
volvieron la vista hacia allá, descubrieron a unos
pocos metros una figura humana que vestía camisa
camuflada de militar y un pantalón tipo bluyín. No
fue sino verlo para escucharlo gritar la voz de alto.
La muchacha exclamó con fuerza, ¡El Ejército! En un
instante todos habían dado la vuelta y corrían en
fuga. Primero les disparó el soldado. Enseguida toda
la emboscada de hombres tendidos que formaban
una especie de ele.
Herrera y la muchacha se tiraron al suelo y se
fueron rodando, como enrollando alambre, hasta
caer a la orilla de un caño correntoso. Se pusieron de
pie pensando en pasarlo pero no les fue posible. Los
fusiles tronaban a sus espaldas. Allí, buscando
también cómo cruzarlo, perecieron sus otros dos
acompañantes impactados por las balas enemigas.
Herrera y la muchacha que lo acompañaba sabían de
un puente y echaron a correr en su busca. Para
llegar allá, debían bajar un barranco. La muchacha
se tiró desde una altura de cinco metros y luego
siguió rodando mientras él buscó un lugar para
resbalarse entre las piedras.
Lastimados, contusos, asustados, consiguieron
ponerse a salvo. Durante todo el día continuaron
cordillera arriba, más preocupados por salvar la
109
Historias de la resistencia
vida que por comer. Cuando comenzaba a oscurecer
oyeron helicópteros aterrizar en el lugar donde los
habían tiroteado. En pleno rucio, pasaron la noche
en una casa de tablas que había construido la
guerrilla tiempo atrás. A la mañana siguiente se
encontraron con Carrillo. Él andaba con una
pequeña comisión, pero les ayudó en lo que pudo y
los acompañó hasta que se encontraron con
Alexander.
De su primera comisión sobrevivieron nueve. En el
primer tiroteo habían muerto dos, Amparo y Jimena.
Y habían perdido prácticamente todas sus
dotaciones pues ninguno pudo sacar el equipo. Lo
peor era que no tenían economía alguna. Apenas
llegaron al páramo de los farallones de Medina,
Carrillo continuó con la misión que llevaba y ellos se
vieron obligados a proseguir solos. El Ejército se
encontraba por todas partes. Y había que conseguir
comida como fuera.
A las cuatro de la tarde alcanzaron un sitio que
llamaban Casa Roja. Desde el rucio, pudieron
distinguir abajo un potrero en el cual se movían
puntos blancos que todos reconocieron como
ganado. Herrera y dos más fueron enviados a
registrar el área. Desde un filo arriba del potrero,
descubrieron al Ejército acampado en otro filo de
más allá. No había alternativa, tenían que esperar a
que el área se cubriera de nubes para bajar al
110
Gabriel Ángel
potrero en busca de un animal. Y esperaron con
paciencia.
Llegada la oportunidad entraron al potrero. Para su
desconsuelo, sólo se tropezaron con bestias
caballares y mulares. Pero eso no los arredró. Al
final enlazaron una yegua. La subieron hasta un
rucio donde mantenía antes la comisión especial.
Ahí la sacrificaron. Con manteca de ella misma
fritaron toda la carne pulpa esa noche. Prepararon
un picado de vísceras y se lo comieron como cena. Al
día siguiente, repartieron entre todos la carne y a
cada uno le correspondieron 8 kilos. Durante los
ocho días siguientes se sostuvieron comiendo carne
de yegua y bebiendo agua cruda al desayuno, al
almuerzo y la comida. De hambre no iban a dejarse
morir.
111
Historias de la resistencia
Tercera Parte
La intensidad de la guerra
I. El costeño
Es Octubre de 2003, el enemigo presiona sin tregua
dentro de la selva mientras mantiene el implacable
cerco por fuera de ella. A las penurias por el acoso
hay que añadir el castigo del invierno. Llueve todos
los días, hay mucho frío. Aldinever permanece con
una escuadra apenas. Con él está Elisa, su
compañera sentimental. Mantienen con ellos a Uriel,
un guerrero antiguo que está mal herido en un pie. Y
a Yeimi, una muchachita recién llegada a quien hay
que enseñarle poco a poco las cosas.
Son las consideraciones del Zarco. Su gente anda de
pelea con el enemigo, emboscándolo y hostigándolo.
Entre un combate y otro se ocupan de buscar
provisiones. Dejar en esas comisiones gente con
dificultades sería complicarles mucho más su tarea.
Por lo mismo estaba allí el urbano, Gustavo. Llegó de
la Joselo Lozada a vivir la experiencia rural. Una
especie de ley, casi un principio que no aparece
112
Gabriel Ángel
escrito en ningún documento de la organización,
impone el criterio de que nadie se puede llamar de
verdad guerrillero sin haber estado un tiempo
considerable en el monte.
La verdadera maestra y la más fiel medida del
temple revolucionario es la rudeza de la vida en las
montañas. Los mejores discursos políticos quedan
hechos trizas cuando no se puede avanzar por horas
entre la selva con dos arrobas de peso encima. Si se
posee el grado de convicción necesario, el más débil
cuerpo masculino o femenino termina por vencer
sus limitaciones físicas. Al mismo tiempo el efecto se
torna en causa. La satisfacción que reporta irse
adaptando a la dureza de la selva, afina y hace más
firmes las convicciones. Se aprende a amar aquello
que nos cuesta.
El guerrillero originario del campo apenas siente la
diferencia del medio cuando ingresa a filas. Por el
contrario, para el que llega de la ciudad, el cambio
representa un choque las más de las veces brutal.
Sólo los días y los meses indicarán si se adapta o
fracasa. Como los mandos lo saben, procuran
manejar sus problemas con el debido talento.
Aldinever vio de entrada las complicaciones que
tenía Gustavo, así que hizo el esfuerzo por
comprenderlo y ayudarlo. Sin embargo, algunos de
sus difíciles rasgos inducían a perder la paciencia
con él.
113
Historias de la resistencia
El tipo era alto, corpulento, por su apariencia tenía
que ser fuerte. Pero resultó lo contrario, y más allá
de lo esperado por su procedencia citadina. Era
torpe en exceso cuando se le echaba algún peso
encima, tropezaba y caía con facilidad. Además,
siempre estaba de último, mucho más atrás del más
débil. No se le veía el mínimo esfuerzo por mejorar.
Incluso sin peso resultaba un problema tener que
estar esperándolo. De remate, se dormía prestando
el servicio de guardia. ¡En semejante situación y con
el Ejército atrás de ellos todo el tiempo!
Alegaba por todo. Por los mosquitos, por el barro,
por el frío, por las marchas, por la falta de comida,
por el sitio en que debía echarse para dormir.
Negado para el trabajo material era muy poco lo que
aportaba al colectivo. Odiaba bañarse y permanecía
sucio. Su comportamiento contrastaba con su
formación académica, tenía varios semestres de
universidad y poseía suficientes conocimientos
políticos. Sólo era bueno para comer, parecía
enfermo de hambre. Pese a estar claro del cerco
enemigo, protestaba cada vez por las raciones que
recibía, exigía más, estaba pendiente de las sobras
de los otros, robaba y comía carne, yuca y papas
crudas.
En pocas semanas se había ganado la antipatía del
colectivo. No valían con él los consejos, las largas
explicaciones de Aldinever, las sanciones. Entendía
114
Gabriel Ángel
sin vacilaciones cuanto se le decía por su bien,
concedía la razón, pero no superaba de ningún
modo. Su acento y aspecto indicaban que procedía
de la costa atlántica, por eso lo bautizaron el
costeño. Aldinever le tenía más consideración
debido a ese origen. Un nativo de la orilla del mar en
esos cerros fríos, entre la selva húmeda, debía sufrir
grandes inconvenientes para adaptarse.
Los demás integrantes de la escuadra estaban por
completo aburridos con él. Más de uno se acercó a
proponerle a Aldinever que lo detuvieran y le
hicieran consejo de guerra. Esa conducta sólo podía
corresponder a un infiltrado, a un agente del
enemigo. Se le podían imputar delitos graves como
el sabotaje, la desmoralización que pone en peligro
los planes del movimiento, el robo. La dormidera en
la guardia podía interpretarse como una
colaboración voluntaria con el enemigo, no era para
menos en su condición. Aldinever se negaba a
hacerles caso. Confiaba en que el costeño cambiaría
para bien, había que entenderlo y darle
oportunidad.
La escuadra detuvo su marcha aquella noche en un
sitio que les pareció adecuado para acampar. Las
ramas de los árboles goteaban incansables después
de la lluvia. Se hallaban en la montaña de Periquitos,
perteneciente a Medina. Una de las vegetaciones y
terrenos más horribles de transitar en el oriente de
115
Historias de la resistencia
Cundinamarca. El Ejército no estaba muy lejos, a una
media hora quizás. El salvaje relieve y la hora les
parecieron obstáculos suficientes como para que los
buscaran ahí. Aldinever ordenó prender una fogata
y preparar una cena. Podrían secar arroz, preparar
arepas fritas y un tinto. El frío calaba los huesos.
La atracción por el calor del fuego y la tentación de
comer lo más rápido posible empujaron a todos a
arrimarse a la fogata. Aldinever y Elisa se quitaron
las pecheras para estar más cómodos y se pusieron
a ayudar a preparar las arepas. Sus fusiles quedaron
allí, a un lado de las pecheras, a escasos metros del
fogón. El centinela cubría hacia el lado donde se
creía podía aparecer la tropa. La agradable
temperatura y el ansia por la próxima comida
inspiraron un buen grado de humor y la
conversación general se tornó animada. Allí,
reunidos todos al calor del fuego, escucharon de
repente el terrible ruido de una ráfaga de fusil y
sintieron volar los proyectiles muy cerca de sus
cabezas.
El primer pensamiento general fue en el Ejército.
Los habían asaltado. Pero en cuanto levantaron la
vista para mirar qué ocurría, quedaron
sorprendidos con la figura del costeño, de pie a unos
metros de ellos, con el fusil del Zarco en las manos,
bregando a manipularlo para volverlo a disparar.
Para su fortuna la ráfaga había vaciado el proveedor.
116
Gabriel Ángel
Aldinever y Elisa se lanzaron como dos panteras
sobre el agresor y se trenzaron con él en una lucha
cuerpo a cuerpo. Aldinever logró arrebatarle el fusil
de las manos. Por unos momentos observó a Elisa
colgada de la enorme humanidad de Gustavo,
aferrada a él como para impedirle huir.
Entonces le gritó que lo soltara. Un solo manazo de
aquel hombre podría partirle la cabeza. Él mientras
tanto buscaba extraer otro proveedor de su pechera
para cambiarlo por el vacío. Cuando Elisa se
desprendió del costeño, el tipo brincó con
sorprendente agilidad hacia la oscuridad. En el
mismo momento en que Aldinever tuvo cargada su
arma, las sombras de la noche y la montaña se
tragaron con su silencio a Gustavo. Aldinever quiso
ir tras él pero los demás se le opusieron. No era
conveniente dadas las circunstancias. Varios
disparos de la ráfaga habían alcanzado a Walter y le
habían quitado la vida.
Dos de los muchachos reforzaron la guardia
mientras los demás cavaban entre aquel pedregal
una tumba para sepultar su compañero asesinado.
Terminaron con su labor tarde en la noche.
Comieron con desgano y se turnaron en la guardia
hasta las cinco de la mañana. Apenas la luz se asomó
un poco sobre las copas de los árboles,
emprendieron la marcha con buen paso para
distanciarse lo más posible de la tropa. El ruido de
117
Historias de la resistencia
los disparos de la noche anterior sin duda la llevaría
a explorar por allí. Caminaban pensativos y con un
sabor amargo en la boca. Del costeño sólo supieron
que se entregó un par de días después en Medina.
118
Gabriel Ángel
II. Guerrilla móvil
La emboscada de Lajitas hizo parte de una serie de
acciones planeadas en serie para sorprender al
Ejército. Los mandos militares, tras 8 meses de
operación continuada, se habían hecho a la idea de
que las FARC estaban llegando a su fin en el oriente
de Cundinamarca. Después de todo era eso lo que
llegaban a contarles los desertores de la guerrilla o
aquellos de entre los capturados que se ponían a su
servicio. Nada se cree con más agrado que aquello
que se desea escuchar. La dirección de la resistencia
consideró llegado el momento de concentrar la
gente diluida en comandos con el fin de poner en
práctica una campaña de golpes inesperados.
Para entonces la tropa oficial había hecho un
repliegue temporal de la selva, el rucio y el páramo
para volverse a concentrar en los cascos urbanos.
Desde allí lanzaba con frecuencia patrullajes de
registro y control de área por la zona rural.
Para el caso de San Juanito, el batallón de
contraguerrilla Servíez, de la séptima brigada, se
encargaba de incursionar a las veredas
circunvecinas. El trabajo de inteligencia de las FARC
permitió constatar la frecuencia y la ruta de
119
Historias de la resistencia
penetración a Lajitas. La contraguerrilla partía hacia
la vereda El Tablón con un intervalo de tres
semanas. Allí permanecía por un día y después se
movía a Lajitas, donde esperaba dos días más. Luego
volvía a cruzar el río Guatiquía hasta
Quebradablanca y tomaba hacia San Juanito por la
carretera que lo une con El Calvario. El camino hacia
Lajitas había sido construido por las FARC tiempo
atrás.
Por esa razón la guerrilla conocía cada metro de él.
Sabía dónde estaban los pasos obligados, aquellos
en donde lo abrupto del terreno no permite
alternativa distinta para avanzar. Había uno en
especial que parecía hecho a propósito. Se trataba
de unos peñascos pelados encima de los cuales
comenzaba un espeso rucio. El camino descendía a
una cañada y luego empezaba a ascender hacia esos
peñascos. Unos cuantos metros arriba de la cañada
se levantaba una roca vertical, para superar la cual
los guerrilleros habían construido una escalera de
madera. El camino seguía escalera arriba unos cien
metros hasta montarse al lomo de un filo. El Ejército
ya había subido varias veces por ahí sin ningún
problema.
A finales de enero se vive la temporada más fuerte
del verano, los días son cálidos aunque las noches se
acompañan de intensas heladas. Los cielos
permanecen despejados y no llueve. El rucio es más
120
Gabriel Ángel
soportable. La emboscada se tendió unos cuarenta
metros delante de la escalera. Los cinco guerrilleros
se ubicaron unos dos metros arriba del camino,
camuflados entre el rucio y el musgo que arrumaron
del modo más natural posible. A los pies de la
escalera y en el primer paso tras su ascenso fueron
enterradas sendas bombas. Otras dos se prepararon
a la orilla del camino, separadas por una regular
distancia. Por si vinieran perros adelante, las
bombas y sus receptáculos fueron impregnados de
olor a café pasilla.
Yira estaba ubicada siete metros delante de la
última bomba, con la misión de activar el minado en
cuanto Libardo hiciera fuego contra el soldado que
tuviera enfrente. A su lado estaba Arbey, encargado
del hombre de vanguardia y de cubrirla a ella
mientras actuaba. No corrían riesgo de ser
lastimados por la explosión, un pequeño barranco
los protegía. Unos seis metros más allá se
encontraba Urías y tras otros tantos le correspondía
el puesto a Diego. Libardo se mimetizó como cabeza
de emboscada cerca al borde del peñasco al que
ascendía la escalera. Tras disparar contra el soldado
que estuviera dándole blanco, tenía que saltar sobre
su cuerpo y apoderarse de su fusil y sus pecheras
mientras los demás lo cubrían.
Además había un observador. Estaba situado más
arriba, en un sitio que le permitía divisar con
121
Historias de la resistencia
claridad el descenso del camino a la cañada. En
cuanto viera la tropa llegar debía activar la alarma.
La alarma consistía en un largo cable atado a un
grueso bejuco cubierto de musgo que se encontraba
en el lugar de los emboscados. Al jalar el cable con
fuerza, el bejuco se movía y los emboscados sabrían
que el Ejército estaba penetrando. El movimiento no
producía ningún ruido, pero confería el tiempo
necesario para aguzar todos los sentidos. El
observador carecía de visibilidad sobre la
emboscada, pero por su posición estaba en
condiciones de disparar contra los soldados que
intentaran cruzar la cañada en cuanto los primeros
cayeran en la trampa.
El campamento de los emboscados estaba situado
unos doscientos metros arriba del lugar de la
emboscada, a un lado del camino. De allá salían a
ubicarse todos los días a las cinco de la mañana y
regresaban a las seis y treinta de la tarde. Tres
muchachas, Carolina, Alejandra y Rocío, se
encargaban de prepararles las tres comidas diarias y
los refrigerios de media mañana y media tarde, y de
llevárselos al lugar donde permanecían a la espera.
Debido a la propagación de los aromas y sonidos,
estaba prohibido preparar café, fumar y escuchar
radio. El único café del día era preparado en la
noche, al regreso. En el sitio de la emboscada estaba
prohibido conversar y en caso de necesidad sólo
podían comunicarse mediante suaves susurros.
122
Gabriel Ángel
El Ejército ya había realizado un registro a
comienzos del mes. Además se tuvo conocimiento
de que el gobernador del Meta había anunciado una
visita por vía aérea a San Juanito para el 8 de
febrero. Era presumible que la tropa realizara el
registro antes de su llegada. Por esas razones el
grupo tomó puesto a partir del 22 de enero. Durante
los 17 días de espera mantuvieron una alta
disciplina. La regla general fue el silencio. Cada
noche había que limpiar con sumo cuidado el
parque de los proveedores y renovar el tiro que
permanecía en la recámara de las armas. El
observador era relevado cada tres horas por otro de
sus camaradas. Dormían después de las siete de la
noche, en puesto era imposible. Nunca faltó la
guardia nocturna.
El gobernador decidió adelantar un día su visita a
San Juanito. Ese mismo 7 bajó Aldinever del
campamento del páramo de Farallones acompañado
de 5 fusileros. Traía la ametralladora. En realidad
deseaba conversar con Diego sobre el trabajo de la
emboscada y con Carrillo, el encargado del
aprovisionamiento, quien permanecía por allí cerca.
Éste último no podía haberse comportado mejor.
Consiguió entrar una buena remesa de economía y
suficiente gasolina para la estufa con la que los
emboscados preparaban las comidas. Ya Carrillo y
su acompañante tenían la misión extra de hostigar
el helicóptero en que se esperaba llegara el
123
Historias de la resistencia
gobernador el día 8, pero para asegurarse mejor, el
propio Zarco había venido a ponerse el frente de la
tarea.
No estaban muy lejos del lugar de la emboscada,
quizás a diez minutos. Sin embargo Aldinever no
tuvo tiempo de llamar a Diego porque recién
llegados escucharon sobrevolar y luego vieron los
dos helicópteros. Su primer pensamiento fue que
traían refuerzos para la seguridad del día siguiente.
Desde donde ellos estaban no habría más de un
kilómetro por elevación a San Juanito, de tal modo
que era posible ver con claridad el caserío al otro
lado del río. Uno de los helicópteros aterrizó,
mientras el otro, un Apache, siguió dando círculos
arriba, como prestando seguridad a los de tierra. La
sorpresa del grupo fue grande cuando escucharon
avisar por los altoparlantes de la alcaldía, que el
gobernador estaba allí presente.
Sin demora alguna los guerrilleros deciden
aproximarse todavía más al río. La ruta de llegada y
partida de los helicópteros siempre había sido el
cañón del Guatiquía, así que el sitio para ubicarse
debía estar lo más cerca de él. El gobernador
demora en San Juanito hora y media. Pronuncia un
largo discurso. Todo ese tiempo el Apache
permanece sobrevolando la zona. Incluso pasa
varias veces por encima donde se sitúa Aldinever
con los suyos. Cuando al fin se eleva el helicóptero
124
Gabriel Ángel
que lleva de regreso al gobernador, toma cañón
abajo y pasa doscientos metros enfrente de los
guerrilleros. El Apache lo sigue. Los siete fusiles y la
ametralladora hacen fuego contra ellos. Los
aparatos reciben un número indeterminado de
disparos.
El susto para sus ocupantes es inmenso. Como
consecuencia de él, el gobernador debe ser
internado en el hospital durante 20 días, afectado de
un severo problema en el colon. Un mayor de la
Policía y un periodista del semanario Siete Días
resultaron heridos. Lamentable lo de este último,
pero al fin y al cabo esas cosas pasan por andar de
acompañante en una misión oficial. Seguro que
servirá para que nos acusen de atentar contra la
libertad de prensa. Nunca perderán la ocasión. Pero
ese mismo periodista jamás vendría a entrevistar a
las FARC para divulgar nuestras razones. Extraña
libertad. Aldinever se muestra satisfecho, la
materialización de lo planeado ha comenzado a
rodar. Confía en que las cosas saldrán bien.
Al día siguiente apareció el esperado registro.
Rangel estaba de observador y la alarma funcionó
sin problemas. Sólo cambió que Diego no estaba en
su sitio, lo había mandado llamar Aldinever. Eran las
dos y cuarenta y cinco de la tarde cuando Libardo
disparó tres veces su fusil contra el soldado que
pasaba a metro y medio de él. Enseguida se arrojó
125
Historias de la resistencia
por sus armas. El de vanguardia también murió
como consecuencia del fuego de Arbey. El segundo
se arrojó por el barranco sin que los proyectiles lo
alcanzaran. Los estallidos sonaron en forma
simultánea aunque sólo reventaron dos de las
minas. La de encima de la escalera segó la vida a un
enemigo. La de abajo afectó a varios. Desde su
puesto Rangel hizo blanco en otro soldado.
En total murieron ese día 7 soldados. Se
recuperaron un fusil Galil 2.23 con 5 proveedores y
800 tiros para el mismo, dos granadas M26 y una de
60 milímetros. La sorpresa fue tan grande que la
tropa retrocedió a una media hora de camino
dejando abandonados los muertos y los equipos. El
pequeño comando guerrillero se retira a su
campamento en forma rápida y tras recoger todas
sus cosas emprende el repliegue hacia el páramo.
Una hora después del ataque hicieron su aparición
los aviones caza de combate y los helicópteros
artillados. El bombardeo y el ametrallamiento del
área fueron intensos y se prolongaron hasta el final
de la tarde. Como siempre, sólo produjeron bulla y
devastación de la naturaleza. Los guerrilleros
estaban lejos.
Los mandos militares, ofendidos, deciden responder
con toda su fuerza a la afrenta. En un par de días
envían a San Juanito la denominada FUDRA, Fuerza
de despliegue rápido, compuesta por lo más
126
Gabriel Ángel
escogido de la tropa contrainsurgente. Su misión es
exterminar en forma ejemplar el que consideran
pequeño foco guerrillero. Arriba, en el páramo, a
cinco horas de camino, Aldinever y el comando
preparan otro pequeño recibimiento. El 15 de
febrero, distribuida en dos patrullas paralelas, se
acerca la tropa al borde del páramo. Una de ellas, la
de la izquierda, recibe de repente una andanada de
fuego proveniente de un pequeño comando. El
soldado de la punta muere al instante. El comando
se retira en forma veloz hacia la parte más alta.
La soldadesca responde con fuego exagerado.
Incluso la patrulla de la derecha dispara pese a que
no tiene ningún enemigo al frente. Cuando regresa
la calma y se percatan de que el ataque ha sido
realizado por unas cuantas unidades, la decisión es
seguirlas hasta dar con ellas y eliminarlas sin
piedad. Diego ha recibido la orden de formar una
línea con doce hombres en uno de los filos del
páramo. Son algo más de las nueve de la mañana y la
bruma comienza a descender. Alcanzan a divisar al
Ejército que avanza con precauciones hacia ellos. Se
hallan a cincuenta metros cuando la nube blanca y
fría se interpone impidiendo observar más allá de
unos cuantos pasos. Diego ordena atacar. Fusiles y
M 79 lanzan su mortífera carga. La reacción es
inmediata.
127
Historias de la resistencia
Sin embargo el Ejército afloja y retrocede. Tiene que
hacerse cargo de cinco muertos en sus filas. Diego se
repliega con los suyos cubriéndose con sus armas. El
Ejército regresa a la carga encaramándose a varios
filos aledaños. Allí lo reciben la ametralladora y
otros comandos ubicados con antelación por
Aldinever. Él mismo está en uno de ellos. El
intercambio se torna ensordecedor y se prolonga
durante cuatro horas. Cuando la guerrilla se retira
no lleva ni una sola baja en sus filas. La FUDRA, para
su desgracia, no puede decir lo mismo. Volquetas de
la policía y la alcaldía acuden esa noche a ayudar en
la evacuación de los cadáveres. Las FARC vuelven a
perderse entre la niebla durante muchos días.
128
Gabriel Ángel
III. El medallón de José
Hacia la mitad de agosto de 2004 llegó al
corregimiento de Los Alpes, de Medina, una tropa
que hacía demasiada ostentación de su amor propio.
De por sí los llamados soldados voluntarios suelen
adoptar ante la población una conducta en extremo
altanera, propia de quienes se consideran a sí
mismos superiores a los demás mortales. Esta nueva
tropa se excedía con prodigalidad en este chocante
rasgo. Los habitantes de Los Alpes los escuchaban
repetir por todas partes que ellos no eran como los
de la Brigada Móvil 2 o como los de la Fuerza de
Despliegue Rápido, FUDRA, que habían terminado
corriéndole a los guerrilleros de las FARC.
Según su propio dicho, ellos integraban la
contraguerrilla más profesional y mejor entrenada
de todas. Afirmaban llenos de presunción que el
Zarco y los suyos no tenían ni la menor idea de lo
que les esperaba con su llegada. Fantocheaban de
haber dado muerte unos meses atrás a Marco
Aurelio Buendía en el noroccidente de
Cundinamarca, y de haber aniquilado a toda la gente
que andaba con él. También se atribuían la muerte
de Ismael, el que fuera Comandante del Frente
Manuela Beltrán hasta un poco antes de iniciarse la
129
Historias de la resistencia
Operación Libertad. Prometían que en un plazo muy
corto, aplastarían en forma ejemplar lo que quedaba
de la guerrilla en esa zona.
En apoyo a su fastidioso engreimiento, los soldados
exhibían, pletóricos de orgullo, una especie de
distintivos que les habían conferido en el pasado por
sus logros en labores de orden público. Consistían
en una gargantilla de oro en cuyo centro colgaba un
medallón que tenía inscrito los nombres y apellidos
de cada uno de ellos. A ella sumaban un anillo
grande, también del mismo metal, en cuyo lomo
tenían labrada la supuesta cara de un jefe indígena.
En el anillo de cada uno estaban grabadas también
las iniciales de su nombre. Querían que todo el
mundo se enterara de su presencia y se presentaban
como el batallón de contraguerrillas Cacique
Timanco.
Aldinever, que se encontraba con una buena parte
del Frente 53 en los alrededores de Los Alpes, juzgó
conveniente cruzar el río y ubicarse en la vereda Los
Medios, en el filo del viejo campamento de La Copa,
con la amplia ruta del páramo a sus espaldas. La
tropa avanzó muy rápido hasta la vereda El Vainillo
y se aposentó a la orilla de la larga falda que
descendía hacia el río. Una patrulla de doce hombres
exploró hasta el puente y luego se regresó deprisa.
La decisión fue presentarles combate allí mismo.
Había que descubrir en qué consistía la bravura de
130
Gabriel Ángel
la que hacían tanto alarde. Y suministrar a
semejante derroche de soberbia una buena dosis de
modestia fariana.
Para ello fueron escogidos 8 guerreros al mando de
Diego y Carrillo. Su misión consistió en emboscarse
al paso de la tropa, ocasionarles varias bajas y
arrebatarles un fusil. Para que el golpe fuera
efectivo y aleccionador, debía producirse en la
margen opuesta del río, del mismo lado en que el
enemigo tenía su campamento, en el terreno que
consideraba
asegurado.
El
grupo
salió
aprovisionado para permanecer 48 horas a la
espera. A decir verdad, llevaban una buena cantidad
de alimentos. Siempre se procuraba que los
comandos que salían a combatir, fuera cual fuera el
grado de crisis en que se hallara la economía del
colectivo, llevaran consigo lo mejor de los víveres.
Los muchachos descendieron hasta el río,
adoptando las mayores precauciones para no ser
observados. Desde allí alcanzaban a divisar,
recortados contra el cielo, los movimientos que
realizaban los soldados en la banqueta de terreno en
la que se hallaban ubicados. Con la misma cautela, se
cruzaron por entre el agua y se dirigieron al sitio
escogido para su propósito. Antes de llegar hasta ahí
vieron bajar por el camino una numerosa patrulla
enemiga que no llevaba sus equipos a la espalda. Era
evidente su disposición al combate. El casi centenar
131
Historias de la resistencia
de hombres cruzó por el puente al otro lado del río y
continuó con su avance camino arriba en posición
de guardia.
El comando de los ocho comprende de inmediato
que la tropa se dirige a Los Medios en busca del
conocido campamento y de sus compañeros. Tal y
como lo han dicho por ahí, los Timancos van por la
cabeza de Aldinever. Invadidos por la preocupación,
Diego y Carrillo deciden prender su radio handy y
comunicar al Zarco la novedad. Para su tranquilidad,
Aldinever ya se encontraba sobre aviso. Más bien
parece fastidiado por la comunicación, él tiene claro
que el enemigo intercepta todas las llamadas. Los
despide con una frase sencilla que dice mucho de su
carácter, Ustedes háganle a lo suyo, yo ya estoy
grandecito y sabré defenderme.
Tras cruzar el río el camino asciende por entre un
amplio potrero. El pasto ha alcanzado una buena
altura, suficiente para ocultarse bien entre él. El
potrero está cortado en dos por un afluente que
llaman Caño Guarapo. Al alcanzarlo, el camino se
obliga a un pequeño descenso y después vuelve a
subir. Los muchachos se apostan unos pasos
adelante del paso del caño, del lado de abajo del
camino. La decisión es en apariencia temeraria,
siempre se recomienda emboscarse en el lado de
encima. Diego y Carrillo piensan que cualquier cosa
132
Gabriel Ángel
puede suceder. Unos soldados pueden bajar al río,
los del otro lado también pueden regresar.
El dispositivo tiene que prever las dos
contingencias. Por eso dos muchachos se ubican
más arriba, de guardia hacia el filo. Su misión será
dar aviso de la presencia enemiga y dejar pasar
adelante a 3 ó 4 hombres. Cuando sus compañeros
ataquen, tendrán que cubrirlos impidiendo el apoyo
de los que desciendan atrás. Otros dos muchachos
son apostados del lado de abajo del camino con
idéntica misión, para el caso de que se trate de la
tropa que venga en ascenso. Los muchachos
restantes, los que quedan al centro, deberán
aniquilar los soldados que entren a la emboscada. Y
uno de ellos se encargará de recuperar el fusil de
uno de los muertos.
Hacia el medio día se inicia el combate con la gente
de Aldinever. El Viejo, o el Cucho, como llaman los
guerrilleros en las FARC a su jefe sin atención alguna
a su edad, había dispuesto varios comandos para
recibir la tropa en cuanto se aproximara al sector de
la Escuela de Los Medios. Así sucedió. La
contraguerrilla respondió con todo el poder de
fuego de que disponía. El eco de los disparos y las
explosiones se extendió hacia los cuatro puntos
cardinales con enorme resonancia, llegando furioso
hasta el lugar de la emboscada. Las ametralladoras y
133
Historias de la resistencia
los morteros de la tropa retumbaron por cada uno
de sus flancos engrandeciendo el bullicio.
La línea guerrillera resistió la furiosa andanada sin
retroceder. El Ejército solicitó entonces el apoyo de
la aviación y en unos minutos se oyó el rugir de los
cazabombarderos y el golpeteo de las hélices de los
helicópteros. Al fuego de las armas por tierra, se
sumó el de las ráfagas, las bombas y cohetes que
partían del aire. Aldinever ordenó a sus hombres
echar atrás quinientos metros y esperar en posición
de combate. Hasta ahora la experiencia había
enseñado que el ejército de tierra permanecía en sus
posiciones mientras el apoyo aéreo cumplía con lo
suyo. Por eso la guerrilla regresaba veloz a sus
posiciones en cuanto la aviación se retiraba.
Pero esta vez no ocurrió así. La tropa fue avanzando
hasta las posiciones que tenía la guerrilla en el
momento de la llegada de la aviación y se apoderó
de ellas. Cuando Aldinever emitió la orden de
retomar esas posiciones, sus hombres fueron
recibidos por una buena tanda de plomo. Un
comando alcanzó incluso a meterse en una
emboscada, pero por fortuna logró escabullirse sin
sufrir ninguna baja. Esa era la diferencia con los
Timancos, que avanzaban detrás de la aviación a
capturar posiciones cuando ésta aún estaba
lanzando ráfagas desde encima. La nueva situación
obligó a la guerrilla a formar una línea más atrás.
134
Gabriel Ángel
El combate se prolongó por varias horas. A las tres
de la tarde comenzó a llover. En unos cuantos
minutos el agua caía de manera torrencial,
refrescando a los combatientes enardecidos por el
fuego, pero entumeciendo a los muchachos que
permanecían apostados a la espera de la tropa.
Durante todo este tiempo los muchachos esperaron
más soldados que bajaran del filo, pero ninguno hizo
su aparición. A las cuatro, en consideración a la falta
de visibilidad y a la necesidad de evitar desgastes,
Aldinever dispuso la retirada del campo de combate.
El aguacero persistió con fuerza hasta mucho
después de las cinco.
Carrillo, que permanece alerta, descubre la tropa
que regresa del otro lado del río. Cuando la ve
aproximarse al caño, comunica por el radio la
palabra clave, veinticinco. Diego y los demás aguzan
todavía más sus sentidos, agazapados entre el pasto.
Son casi las cinco y cuarenta minutos. Los soldados
pasan delante de los primeros muchachos a escasos
dos metros de distancia. Caminan despacio, se ven
cansados, como si fueran atontados por la larga
exposición al olor a pólvora. El cuarto soldado pasa
por frente a Carrillo cuando se oyen los disparos
adelante. Carrillo le lanza una granada de mano y le
dispara al tiempo con el fusil.
135
Historias de la resistencia
El soldado emite un grito extraño. Todo sucede en
unos pocos segundos. Diego había eliminado al
segundo hombre en marcha y Sandino al tercero. El
primero en morir fue el soldado de la punta que
alcanzó a llegar hasta donde estaban apostados los
dos guardias de la parte alta. Uno de ellos, cubierto
por el fuego del otro, se le abalanzó encima y se
apoderó de su fusil y sus pecheras. Diego se le
acercó y le arrebató el anillo de oro de la mano y la
gargantilla y el medallón que colgaban de su cuello.
El área es blanco de millares de proyectiles
disparados por los soldados que vienen detrás. No
hay más tiempo, los muchachos se retiran por donde
llegaron.
Haberse emboscado del lado de abajo del camino
permitió a los muchachos replegarse sin mayores
inconvenientes. El resto de la patrulla, convencida
de que la emboscada estaba situada encima, se
encarnizó con el fuego desde la distancia hacia esa
parte. Ni uno solo disparó hacia el lado de abajo.
Tampoco creyeron que los atacantes pudieran
retirarse hacia el río por ahí. Todavía sonaban
bastantes armas cuando Diego y los demás cruzaron
el río hacia Los Medios. El ascenso lo fueron
haciendo envueltos entre las sombras de la noche
que lo iban invadiendo todo. Asegurados por el
terreno y la oscuridad se acamparon a esperar el
día.
136
Gabriel Ángel
En un bolsillo de la pechera del soldado hallaron un
teléfono celular que comenzó a timbrar sin descanso
a las seis de la mañana del día siguiente. Carrillo se
decidió a responder. Una voz masculina fuerte le
preguntó quién era. Carrillo le dio el nombre del
soldado muerto tal y como figuraba en el medallón,
José Cortés. El otro se mostró irritado y le preguntó
qué hacía. Soy soldado voluntario y pertenezco al
batallón de contraguerrilla Cacique Timanco. Su
interlocutor perdió la paciencia y lo insultó. Después
amenazó con hacerlo pedazos. Aquí lo espero, pero
véngase adelante, para hacerme a su medallón
también, le respondió Carrillo antes de cortar la
llamada.
137
Historias de la resistencia
IV. La pelea en Cajoneras
A Diego le había costado un gran esfuerzo construir
el economato e introducir la suficiente remesa de
reserva en él. Su comisión de abastecedores llevaba
ya muchos días operando entre San Rafael y San
Roque, dos veredas pertenecientes a San Juanito y El
Calvario, sin que el conjunto de la población pudiera
enterarse de sus actividades. Sólo confiaban en dos
familias de la zona, probadas en su lealtad, las cuales
tenían hijos o hermanos en la guerrilla.
En ellas se apoyaban para mover las cargas,
distribuidas siempre en pequeños puchos, la
mayoría de las veces en horas de la noche. Para
trasladarlas al depósito escondido, ascendían por
una quebrada sembrada de lajas en la que no
dejaban huellas. Cuando les era necesario mover
cargas durante el día, empleaban una pica que
habían abierto entre la montaña, dando un largo
rodeo, a fin de evitar ser descubiertos desde el otro
lado del río, donde el Ejército mantenía
permanentes puntos de observación.
La tropa solía efectuar sorpresivos registros por el
área, enviando patrullas que penetraban las veredas
en forma inesperada. Durante el tiempo que
138
Gabriel Ángel
llevaban Diego y los suyos por allí, el Ejército se
había limitado a inspeccionar en forma rutinaria
hasta la parte baja de San Roque, regresando
deprisa y sin efectuar mayores indagaciones. Pero
las cosas cambiaron a los pocos días de haber
llegado Aldinever a instalarse cerca de allí, en la
quebrada Cajoneras.
Aldinever y Samuel consideraron oportuno recoger
algunas comisiones pequeñas con el propósito de
balancear su trabajo, reajustar planes y remediar
unas cuantas dificultades. Para ello resultaba
necesario levantar un campamento de campaña. En
condiciones normales hubieran elegido un filo
dominante, pero dado que ese tipo de lugares eran
frecuente objeto de registros enemigos, optaron por
acomodarse en la orilla de la quebrada, en el fondo
del cañón que ésta rompía en la cordillera.
Allá abajo, escondidos entre las altas paredes de
piedra, estaban seguros de que la tropa no entraría a
buscarlos. De hecho el acceso era difícil. Tras un
primer descenso casi vertical, se las ingeniaron para
acomodar una rústica escalera de madera por la que
se bajaban una docena de metros. A partir de ahí,
descendían aferrados a una larga manila que
aseguraron a una roca. El tramo final lo hacían por
otra escalera construida por ellos mismos, la cual los
llevaba casi al nivel de las aguas.
139
Historias de la resistencia
Caño arriba, tras un par de curvas, protegidos por
barrancos a manera de murallas naturales,
inventaron dormitorios sobre la piedra y la arena.
En caso necesario, podían abandonar su posición
tomando el lomo de un filo que ascendía con mucha
menor inclinación hacia el lado apuesto de la
quebrada. A un lado y otro de ella el terreno estaba
cubierto de rucio, detalle que dificultaba ocultar el
rastro dejado por las pisadas al entrar o salir del
campamento.
Fue una indisciplina la que los puso al descubierto, y
provino de un comando que Aldinever envió hasta
donde Diego en busca de una remesa y un novillo.
Cuando los remolcadores abandonaron el
economato con su pesada carga a las espaldas,
desatendieron la observación que se les hizo de dar
el rodeo por la pica abierta entre la montaña. Los
observadores del Ejército tuvieron que haberlos
visto cuando marcharon por el largo potrero.
De otra forma, tendría que haber sido una rara
coincidencia el hecho de que dos días después una
patrulla del batallón Cacique Timanco pasara la
noche en la Escuela de San Roque, y apenas en la
madrugada emprendiera el registro potrero arriba,
en dirección al rucio que bordeaba la quebrada
Cajoneras. Advertido a tiempo de la situación, Diego
comunicó por radio la novedad al campamento.
140
Gabriel Ángel
Aldinever ordenó entonces la alerta a las avanzadas
y continuó con las actividades planeadas.
Esa mañana asaban una carne adobada de
antemano, mientras en una olla grande hervían los
fríjoles que añoraban desde tantos días atrás. Como
Diego les había enviado varias canecas de miel,
soñaban con un suculento banquete. Ya casi llegaba
la hora del almuerzo cuando escucharon tiros y
explosiones provenientes de la primera avanzada,
justo la que cubría el trillo de acceso al campamento.
Samuel y ocho guerreros de la escuadra de
retención corrieron a cubrir la entrada. Los otros
estaban de servicio.
Los nueve guerrilleros, atrincherados casi en
formación en un barranco, observaron bajar en
carrera, primero por la escalera, luego por la manila
y por último por la segunda escalera, a los tres
muchachos que estaban encargados de la avanzada.
Cuando llegaron hasta ellos, escucharon sus
explicaciones. Arriba, el rucio se había cubierto de
repente por esa neblina pasajera que cae y se
esfuma de manera caprichosa en la cordillera. Por
eso ellos no habían descubierto la tropa sino cuando
les cayó encima.
Había sido una suerte escapar ilesos. Samuel les
reprochó su negligencia, la estaban colgando,
muchachos. El Ejército les había llegado por el rastro
141
Historias de la resistencia
y era obvio que lo iban a seguir. En cualquier
momento iban a aparecer en el filo. Los muchachos
recibieron la orden de presentársele a Aldinever
mientras los demás se prepararon para el combate.
Antes de lo calculado, los soldados comenzaron a
descender por la escalera haciendo gala de una
osadía poco común. Quizás pensaban que iban tras
unos pocos.
De uno en uno, y observando hacia todos lados con
sus armas listas, los soldados superaron el pedazo
erosionado aferrados a la manila. Cuando tras la
segunda escalera pusieron los pies en tierra, fueron
avanzando con suma cautela tras las huellas. Eran
diez hombres en total y los tres primeros no
llevaban encima sino el fusil. Ninguno cargaba
equipo a la espalda. No había duda que se trataba de
un comando de exploración que salió en
seguimiento de los de la avanzada por su trillo.
Sólo entonces ordenó Samuel hacer fuego contra
ellos. Tres de los soldados murieron en el acto. Los
otros se dispersaron en busca de la escasa
protección del terreno. Desde donde disparaban, los
guerrilleros escuchaban los gritos del mando de la
tropa ordenándoles regresar. La primera escalera,
quizás pudiera ser sobrepasada por un hombre
audaz en carrera. Pero el tramo de ascenso que
había que hacer agarrado a la manila resultaba
142
Gabriel Ángel
imposible en medio de la lluvia de fuego. Los
soldados estaban atrapados.
En el borde del descenso apareció más Ejército, pero
en cuanto los primeros intentaron bajar,
comprobaron que los disparos de la guerrilla
atrincherada se lo impedía por completo. Ni los de
abajo podían subir, ni los de arriba descender.
Entonces se desprendió una furiosa andanada de
plomo y bombas contra las posiciones de los
guerrilleros. En unos cuantos segundos hicieron
aparición más grupos de guerrilleros en apoyo a
Samuel y los suyos. El eco del recio combate parecía
anunciar la llegada del fin del mundo.
Aldinever ocupó un sitio bien protegido por las
rocas e instaló la ametralladora M 60 que comenzó a
rugir furiosa contra la tropa de arriba y abajo. El
parejo intercambio de fuego se prolongó hasta las
dos de la tarde. A esa hora llegó la aviación. Un avión
Hércules, dos cazabombarderos OV 10 y el
helicóptero artillado Arpía se dedicaron a soltar una
tras otra poderosas ráfagas de ametralladora punto
50 contra el cajón de la quebrada, sin reparar
demasiado en que podían hacer blanco en sus
propios hombres.
Los soldados se encargarían de contar después a la
población civil que de los diez hombres atrapados
desde un inicio en el fondo del cañón, seis murieron
143
Historias de la resistencia
por cuenta de la guerrilla, dos más perecieron
acribillados por las balas de la aviación y sólo dos
habían salido con vida, aunque heridos de gravedad.
El empecinamiento de Aldinever por conservar su
posición fue vencido a las tres y media de la tarde
por la fiereza de los ametrallamientos desde el aire.
La retirada se efectuó por donde se tenía previsto.
Los guerrilleros fueron ascendiendo por el lomo del
filo que los sacaba al otro lado del caño y allí
volvieron a ubicarse para combatir. El Ejército pudo
entonces por fin bajar al lecho de la quebrada y
mientras unos soldados se hicieron cargo de
evacuar los primeros en entrar, otra parte se lanzó
en seguimiento de Aldinever. En el avance por la
margen opuesta de la quebrada, aún en el cajón de
la misma, volvieron a quedar expuestos al fuego de
los guerrilleros que habían abandonado el cañón.
Sólo el ametrallamiento y las bombas que lanzaba la
aviación lograban que los guerrilleros abandonaran
sus posiciones. Entonces la tropa corría a ocuparlas.
Aldinever decidió dejarles una última emboscada
unos metros delante de la posición que acababa de
abandonar. En ella murieron los dos últimos
soldados. Los 46 guerrilleros que se enfrentaron ese
día al Batallón Cacique Timanco también tuvieron
algunas pérdidas, lamentables dada su situación.
Dos panelas grandes, dos arrobas de maíz y dos de
carne.
144
Gabriel Ángel
El combate duró hasta las cinco de la tarde, cuando
la aviación se retiró de la zona y el Ejército, en
consecuencia, cesó en su afán de seguir a la
guerrilla. El haber disparado siempre desde
posiciones bien cubiertas por trinchera evitó que los
guerrilleros sufrieran bajas. La tropa tuvo
dificultades para recuperar el cuerpo de un soldado
perdido entre los despeñaderos de la zona. Sólo lo
hallaron al cuarto día de búsqueda, cuando ya los
gallinazos lo habían destrozado de manera cruel.
145
Historias de la resistencia
V. Un embarazo difícil
Después del combate de Cajoneras, El Ejército se
desplazó en masa hacia el área donde había estado
trabajando Diego con su comisión de abastecedores.
Además de él, hacían parte de ella Ernesto, Aleja y
Ramiro. Ante la difícil situación, Diego recibió por
radio la orden de moverse río Guatiquía abajo, hacia
una zona que Ernesto conocía bien por haberla
utilizado antes como lugar de refugio. La idea era
que se estuvieran por allá quietos y clandestinos
mientras pasaba la arremetida general.
Cuando Diego se percató del tamaño de la ocupación
militar y de la forma minuciosa como la tropa
escarbaba cada rincón, propuso a Aldinever que le
permitiera cruzarse al otro lado del río, hacia Los
Cedros, donde a su juicio no iba a sufrir mayores
complicaciones. Debió haber una desafortunada
equivocación en la descodificación del mensaje,
porque mientras Diego entendió que su propuesta
había sido rechazada, el Zarco afirmó haberle
ordenado precisamente eso, que se pasara al otro
lado del río.
El extraño malentendido condujo a los de la
comisión a vivir una amarga experiencia. Su
146
Gabriel Ángel
infortunio comenzó cuando la tropa arribó hasta su
zona de refugio. Tras moverse primero de un sitio a
otro en procura de esquivarla, terminaron
quedándose inmóviles para evitar el riesgo de
tropezarse con otra de las patrullas que rastrillaban
a un lado y otro. Así, cerca de la casa de un tío de
Aleja, mimetizados entre el monte a un poco más de
veinte metros del camino real, pasaron el primer
mes de sus angustias.
Con el apoyo del tío, habían logrado conseguir un
poco de economía, un bulto de plátanos y otro de
guatilas, todo lo cual racionaban con rigurosa
disciplina. Preparaban los alimentos en una estufa a
gasolina, de día, vigilantes de cualquier movimiento
sospechoso que hicieran los civiles o el Ejército que
transitaban por el camino. Sopas y tinto constituían
lo principal de su dieta, reducida además a sólo dos
comidas diarias. Una libra de arroz la rendían para
tres sopas. Esperaban en silencio.
El inevitable agotamiento de las provisiones los
obligó al fin a moverse en busca de comida. Una
mañana salieron hasta el potrero donde una prima
de Aleja salía a ordeñar. Querían gestionar otra
economía y averiguar sobre la tropa. Para su
desgracia encontraron que el Ejército se había
acampado durante la noche en ese potrero.
Volvieron atrás y se emboscaron durante dos días
en el trillo de entrada del camino, a la espera de
147
Historias de la resistencia
cuando el enemigo los hallara. Como no llegó,
decidieron irse.
Mimetizados en un potrero, acordaron esperar allí a
Ernesto y Ramiro mientras volvían de buscar
plátanos en la casa de un civil que vivía al otro lado
de una hondonada. Diego les insistió en que no se
acercaran sino en la noche a la vivienda y sólo
después de haber explorado con cuidado los
alrededores. Después de hablar con el civil debían
regresarse. Para ello había que transitar casi tres
horas por un nudo de difíciles peñascos. Lo
importante era no quedarse a dormir del otro lado.
Los muchachos le tuvieron pereza al tránsito por la
fea hondonada en las tinieblas y se quedaron del
mismo lado de la casa, alejados unos diez minutos
de ella. De los dos trabajadores que el civil tenía
contratados, uno colaboraba con el Ejército. Con
cualquier pretexto salió a primera hora a llevar la
información y la tropa les cayó a Ernesto y Ramiro
unos minutos después de las siete. Diego y Aleja
oyeron la intensa balacera desde el lugar donde se
encontraban.
Confundidos, poseídos por la angustia, decidieron
irse de ahí, rompiendo rastrojo para no salir a
caminos. Lo primero que se les ocurrió fue cruzarse
al otro lado del río y hacia allá se dirigieron
dominados por la incertidumbre. Su deseo se les
148
Gabriel Ángel
reveló imposible en cuanto contemplaron el enorme
caudal que tenían las aguas por obra del invierno.
Caminaron entonces hasta el atardecer. A las cinco y
treinta oyeron un helicóptero que aterrizaba en la
Escuela de San Roque. Pensaron que venía por los
cadáveres.
Comieron guayabas y naranjas que habían recogido
de camino. Desanimados y tristes se acamparon
entre un rastrojo para pasar la noche. Diego y Aleja
compartían la vida como pareja hacía ya algún
tiempo y ahora les preocupaba también la certeza
de que ella se encontraba en embarazo. Duras
condiciones para ver crecer sin remedio la barriga.
Esa noche ella soñó que Ramiro estaba vivo y que
llegaba donde ellos a contar su aventura. A la
mañana siguiente, a eso de las seis, se apareció en
efecto Ramiro.
Diego acababa de levantarse y estaba caminando
por ahí indeciso cuando escuchó la voz de Ramiro
que lo llamaba por su nombre. Llevaba la sudadera
rota, la piel arañada, y no tenía camisa. De su cintura
colgaba el machete y de su hombro el fusil.
Dominado por la alegría, Diego llamó a Aleja y los
dos le oyeron contar que cuando él volvió la vista
para mirar hacia donde provenían los disparos, vio
un grupo de soldados que avanzaban haciendo
fuego hacia ellos. Corrió veloz hacia el monte y los
peñascos.
149
Historias de la resistencia
Se había escondido entre aquella palizada llena de
espinas permaneciendo quieto hasta caer la noche.
Amparado por las sombras regresó al sitio de
partida y luego siguió el trillo de ellos dos hasta
encontrarlos. Después se enteraron que Ernesto
había muerto a manos del Ejército y que cuando lo
sacaron a la Escuela de San Roque, la gente, que vio
un hombre de barbas, aseguraba que se trataba de
Diego. A Aldinever le llegó el informe de que en el
asalto habían muerto todos. No tenían comunicación
con él.
Aleja y Diego le prestaron ropa y también una cobija
para que se arropara. Durmieron los tres juntos. Ese
día llovió fuerte y pudieron recoger agua suficiente
para preparar una sopa en la tarde y otra en la
mañana. Temerosos de que el Ejército siguiera el
rastro de Ramiro, se marcharon tras el desayuno,
transitando siempre a campo traviesa. Al encontrar
la quebrada Rubiana tomaron aguas arriba, con la
idea de llegar hasta sus cabeceras después de
pasarse por debajo de la Escuela de Los Rubios.
El terreno era horrible. Aleja, adolorida y cansada,
renegaba por la ruta que los hombres habían
elegido. Para más mortificación, cuando exploraron
el camino que pensaban pasar en la noche o cuando
se cubriera por la neblina, descubrieron que el
Ejército se hallaba emboscado en él, al lado del
puente. Se devolvieron, prepararon agua de panela
150
Gabriel Ángel
y luego se lanzaron a romper por entre piedras,
peñas y espinas de una palma aguda llamada
barbaeindio. Salieron al camino mucho más arriba.
Caminaron un trecho por él y luego se abrieron a
dormir en el monte. El zancudo y el capotillo les
hicieron pasar una noche de perros. Aleja lloró por
obra del desespero. A los pocos días sus pieles
estaban cubiertas de nuches. Arrancaban plátanos
verdes, los fritaban y comían con tinto. A Diego se le
rebotó la úlcera y pasaba las noches vomitando. Por
fortuna cargaba una reserva de pastas de Ranitidina
que le ayudaron a aliviarse un poco. Al fin llegaron
hasta donde un campesino conocido de Ramiro.
El hombre les dio más de una mano. Conocía
también al papá de Aleja. Les señaló la orilla de un
caño en donde podían permanecer escondidos y les
llevaba a escondidas comida preparada en su casa.
También les regaló varias cosas que de verdad les
hacían falta en sus condiciones. Cuando Diego se
sintió mejor decidió buscar un sitio adecuado para
la señal de un teléfono celular a objeto de ensayar la
comunicación con Aldinever por ese medio.
Ese día descubrió que el Ejército estaba acampado
cerca y que todos los días bajaba por el camino real
una parte de él a fin de remolcar comida hasta su
sitio. Camino arriba encontró un civil al que se
atrevió a pedir ayuda. El campesino le colaboró
151
Historias de la resistencia
gustoso señalándole el lugar adecuado y
advirtiéndole además que era peligroso, porque los
soldados subían con frecuencia a llamar desde ahí.
Luego lo invitó hasta su casa y le regaló dos panelas.
Se citaron para la noche siguiente.
La comisión terminó trasladándose cerca de esa
casa, por la cercanía a la posibilidad del contacto
telefónico. Dormían en sitios diferentes, siempre en
el piso, bregando a aplanarlo con sus machetes y
cubriéndolo de hojas para protegerse del frío de la
tierra. Cuando el Ejército bajaba a remolcar siempre
se detenía en un palo de naranjas que había a la
orilla del camino. Por la noche los tres guerrilleros
salían a bajar naranjas del mismo palo. La tropa
también frecuentaba la casa del civil.
Una noche el campesino le informó a Diego que el
cabo le había dicho que la noche siguiente iba a ir
con varios de sus hombres a mirar por la televisión
el partido que jugaba la Selección Colombia de
Fútbol. Y los guerrilleros desde su escondite los
vieron llegar a la vivienda y apretujarse en ella. Tras
ensayar durante veinte días, la comunicación
telefónica resultaba imposible. Aldinever había
enviado una comisión a buscarlos, pero nadie le
daba cuenta a los guerrilleros de ellos.
Un día llegó a la casa del campesino otro civil que le
entregó una nota. Se trataba de una recomendación
152
Gabriel Ángel
de la guerrilla por si llegaban a enterarse de la
presencia de Diego y otros dos por ahí, para que les
hicieran llegar el número de una frecuencia radial.
Cuando ese civil volvió a su casa, el Ejército estaba
esperándolo para que les entregara la nota. No se
pudo saber nunca cómo se enteraron. Lo cierto fue
que como él ya la había pasado a otras manos, pese
a la requisa de su vivienda, no hallaron nada.
Tras ensayar varios días en distintos horarios, por
fin lograron comunicarse con el Zarco. Él les indicó
que fueran a Rancha Quemada, un sitio conocido.
Una vez allá, una nueva comunicación les señaló
cómo contactarse con Samuel. El 3 de diciembre se
enlazaron por el radio con él. Estaba a tres marchas
de ellos y les indicó dónde podrían encontrarse. Con
el apoyo de campesinos que les exploraron la ruta,
cruzaron de noche el puente que va de Los Rubios a
San Pedro sobre el Guatiquía.
En el camino arrancaban yucas de las huertas, de
noche, volviendo a enterrar las matas para borrar el
rastro. Cada uno cargaba varias yucas siempre y las
comían con queso y panela que compraron a unos
campesinos. En las cabeceras de El Calvario, se
vieron obligados cruzar un largo potrero después de
haber pisado numerosos rastros de la tropa. Fue
después del mediodía. No había otro modo de
avanzar. Acababan de hablar por radio con Samuel y
no querían perder la oportunidad de encontrarse.
153
Historias de la resistencia
Primero salió Diego, detrás Aleja y por último
Ramiro. Al comenzar el ascenso escucharon que los
silbaban y llamaban varias voces. Al volver la vista
observaron numerosos soldados que corrían a
tomar posición. Diego ordenó correr. Los hombres
salieron al filo, pero Aleja, impedida por el peso de
su embarazo, no pudo correr. Los soldados
comenzaron a dispararle. Desde el filo, Diego
accionó su fusil contra la tropa. Aleja, casi ahogada
por el esfuerzo, alcanzó a subir ilesa.
Fue el último de sus sustos. Una vez se reunieron los
tres, se metieron a la montaña y se le escabulleron al
enemigo. Tres días más tarde, en el páramo de Las
burras, pudieron al fin abrazarse con sus
compañeros tras varios meses de sufrimientos.
Aleja, pese a todo, dio a luz una niña, estando ya a
salvo de la operación, en el Meta. No tenía nombre
aún cuando hablamos. Le propuse que la llamara
Libertad, porque ella había salido victoriosa de la
guerra y de la muerte. Me regaló una bella sonrisa
de agradecimiento.
154
Gabriel Ángel
155
Historias de la resistencia
156
Gabriel Ángel
Cuarta Parte
Una entrevista extraña
El personaje
Aldinever es un hombre joven, mucho más de lo que
uno pudiera imaginar si se atiene a sus
responsabilidades y prestigio. Cuando hablamos
sobre sus experiencias en Cundinamarca, debía
andar por los 28 años, por lo que me veo obligado a
deducir que tenía apenas unos 25 cuando asumió la
tarea de hacer frente a la llamada Operación
Libertad. Como es sin duda un hombre de esos que
se crece y madura en medio de la adversidad, le
resulta fácil hablar sin rencores o resentimientos.
Sus frases son cortas, espontáneas, sinceras. Y sus
maneras hacen ostensible su sencillez, aunque su
apariencia física pudiera indicar lo contrario. Es alto,
bien parecido, de piel trigueña y ojos felinos. El
particular tono de estos últimos, unido al color
rojizo de su cabello y bigote, recuerda el aspecto de
un oficial prusiano. Pero hay algo en sus labios y en
157
Historias de la resistencia
sus manos que pone de presente su condición de
campesino muisca. Fuma con excesiva frecuencia, y
siempre procura tener al alcance un termo, para
estar tomando a cada rato pequeños sorbos de café
caliente.
Si he de atenerme a la verdad, fue muy poco lo que
en realidad conversé con él acerca de la operación
militar de la que salió indemne. Desde un comienzo
percibí que prefería que los diferentes relatos,
incluso aquellos que concernían en forma directa a
él, fueran hechos por los guerrilleros que los
vivieron. Al final, tuvimos una larga conversación,
más de carácter analítico que histórico. Es acerca de
ella que trataré de escribir a continuación. Aunque
no creo que me sea posible lograrlo sin recurrir a
otras voces que me refirieron detalles en los que él
no quiso extenderse.
Tal vez por eso, ésta parezca una entrevista extraña.
Quizás ni siquiera se trate de una entrevista, sino de
una reconstrucción en el papel de las cosas que
quedaron en mi mente, provenientes de una u otra
fuente, relacionadas con mi charla con Aldinever.
Sin embargo, quisiera dejar constancia, pese a mi
falta de habilidad, que sólo la forma de lo que sigue
es mía, porque el contenido en cambio pertenece
por completo a ellos, sus protagonistas, esos seres
extraordinarios de carne y hueso que me
158
Gabriel Ángel
permitieron el privilegio de colarme unos cuantos
días en sus fantásticas y anónimas vidas guerreras.
Estamos en una pequeña oficina en medio de la
selva. Dos bancas con espaldar y una mesa en el
centro, elaborado todo a mano y deprisa. Frente a
mí, en la mesa, tengo el computador portátil en el
que trato de resumir con rapidez lo que vamos
hablando. Una gran parte de ello queda apenas
depositado en mi memoria, a manera de recuerdos.
Resulta imposible registrar todas las palabras, sus
acentos y énfasis, las expresiones que las
acompañan. Aldinever está sentado en la otra banca,
fumando, con un pocillo de café en su mano y
respondiendo sin presunción mis preguntas.
Ha procurado mostrarse muy amable conmigo y yo,
buscando corresponderle, le pregunto qué música
quisiera escuchar. Parece algo turbado. No tiene
ninguna música favorita, puedo poner la que yo
quiera o no poner ninguna, como prefiera. Ante mi
insistencia, más por salir del paso, se inclina por
algo social. Hago sonar El necio de Silvio Rodríguez.
No se impresiona en absoluto. ¿Qué impresión
puede causar en un sobreviviente de cien complejos
intentos del Estado por matarlo, el tema de un canta
autor que no se deja comprar por el Imperio? La
guerra no da tiempo para eso, pienso en silencio.
159
Historias de la resistencia
La disputa por la vida
Es el 26 de diciembre de 2004. Gran parte de la
gente ha logrado mudarse de área. Aldinever
siempre prometió que él sería el último en salir,
cuando ya todos estuvieran a salvo. Trece días antes
habían salido para Villavicencio, vestidas de civil,
Argenis y Dayana. Un mecanismo distinto para la
evacuación del personal. Las llevaba la mamá de
Elisa. Por petición suya. Confiaba en que nada
sucedería. Ella jamás había recurrido a su familia
para ninguna gestión a favor de la guerrilla. Si lo
hizo, fue porque estaba segura de que no corrían
riesgos. Ella misma recién había entrado por ahí con
la ropa para las muchachas, y una economía que
iban a necesitar cuando se devolvieran para la
cordillera, con el plan de cruzársele al Ejército por la
carretera central, bien arriba, como a quince días de
marcha. Sin embargo, a 40 minutos del lugar donde
se separaron, fueron capturadas todas en un retén
militar. Seguro que la tropa seguía a la mamá de
Elisa con la esperanza de atrapar al Zarco. Por eso
mismo no la habían capturado a ella, cuando fue
hasta la casa de su mamá en Villavicencio, con el
propósito real de buscar la ropa y la economía. El
enemigo iba por el premio mayor y no por un simple
seco. La pobre señora resultó metida en problemas.
160
Gabriel Ángel
Al menos no la mataron, como sucedió con otros
tantos apoyos más desafortunados.
Ese día, 26, Aldinever se encontraba con cinco
guerrilleros más en un frío filo de la cordillera.
Sandino estaba de centinela. Henry y Rigo se
encontraban en baño, en el caño, unos metros más
arriba de Sandino. Un poco más altos, Elisa,
encargada de la rancha, y Arley pelaban unos
plátanos y otros bastimentos que habían conseguido
el día anterior en una finca cercana. Se hallaban en
un antiguo campamento guerrillero, en el que era
posible observar los rastros dejados una semana
atrás por el paso del Ejército. Antes de bajarse hasta
el pie de la carretera para arreglar la salida de las
muchachas, Aldinever y los suyos habían dejado sus
equipos escondidos en los alrededores de ese lugar.
Por eso llegaron ahí, a rescatar los equipos. Y
resolvieron quedarse. El día anterior, dos de los
muchachos habían llegado cada uno con tres
arrobas de plátano, yuca, malanga y guatila. Daba
remordimientos desperdiciar esa economía, así que
tras comer, decidieron que pasarían todo el día
siguiente en ese sitio, para aprovecharla. Al tercer
día se marcharían. Además, esos bastimentos
representaban cierta dolorosa añoranza. El
propietario de la finca a la que los muchachos
habían ido a buscarlos, un compañero enamorado
de la lucha y que siempre los había ayudado con
alegría, había sido capturado y desaparecido por el
161
Historias de la resistencia
Ejército en días anteriores. Aquella economía, de
alguna manera, era una ayuda póstuma que él les
brindaba.
A las diez y quince minutos de la mañana, Sandino
vio aparecer entre la bruma a varios soldados que
seguían el trillo dejado por los muchachos que
habían ido a buscar las provisiones. No lo pensó dos
veces para hacer fuego contra ellos. En segundos,
Arley y Aldinever lo estaban apoyando con sus
armas. Elisa no tenía fusil. Los dos muchachos que
estaban tomando el baño, saltaron del agua en busca
de sus botas para calzarse y casi desnudos
procedieron a recoger sus dotaciones y a retirarse
por donde les indicaba el Zarco. Elisa le echó mano a
su equipo y siguió tras ellos. Ella portaba el radio de
comunicaciones y sabía la importancia que tenía no
dejárselo arrebatar por el enemigo. En el momento
de los primeros tiros, Aldinever estaba empacando
sus cosas en el equipo. Por eso se dirigía a la
trinchera natural desde donde hacía fuego, quemaba
varios tiros y regresaba veloz a terminar de
empacar sus cosas. Repitió varias veces el mismo
movimiento hasta cuando tuvo todo listo. Después
de veinte minutos de combate, los guerrilleros se
fueron retirando por un caño seco arriba. Rigo no
había tenido oportunidad de vestirse. Una hora más
tarde decidieron detenerse para descansar.
Aldinever descargó su equipo y procedió a sacar una
muda de ropa completa para que Rigo se vistiera.
162
Gabriel Ángel
Cuando lo cerró de nuevo, se quitó las botas y
comenzó a escurrirles el agua que les había entrado
en las carreras. Los de retaguardia tenían cinco
minutos de haber llegado cuando volvieron a sonar
tiros. El Ejército, que los seguía con verdadera saña,
ya les había dado alcance. Volvieron a combatir de
nuevo con él durante un buen rato. Después se
fueron replegando. Más arriba decidieron extraviar
su ruta metiéndose a la montaña y lograron de ese
modo perder a la tropa sedienta de sangre.
La posibilidad de morir
Cuando se lleva un ritmo de vida como ese, es muy
fácil que la idea de la propia muerte visite la mente
con frecuencia. En esos momentos no se siente dolor
por uno mismo, la mayor angustia se produce por
obra de la responsabilidad que se tiene. Si uno,
como cabeza de varias unidades, como jefe de un
montón de gente en armas que resiste tan violenta
agresión, llegara a caer por obra de las balas o las
bombas enemigas, ¿cuál sería la suerte que le
esperaría a la lucha revolucionaria encarnada por
ellos? Acariciar la posibilidad de la muerte implica
entonces asumirla como un hecho colectivo. Todos
serían afectados por ella. Por eso, cada que después
163
Historias de la resistencia
de estar dispersos, volvían a reunirse en el
comando, Aldinever los obligaba a abordar el tema.
Ni él, ni ninguno de los otros, podía pensar nunca en
la rendición. Tenían que seguir adelante, siempre,
ellos eran la esperanza de todo ese pueblo que los
apoyaba a riesgo de su tranquilidad y su vida, no
podían permitir que la lucha fuera aniquilada. El
compromiso que hicieron sagrado fue salir todos o
morir en el intento. Entregarse al Estado fascista
jamás. A los otros no les gustaba que él les hablara
de la posibilidad de su propia muerte, les sonaba a
un absurdo inconcebible, siempre a coro se
mostraban reacios a escuchar algo sobre el asunto.
Él lo hacía porque sentía la responsabilidad de
indicarles el camino a seguir en caso de que él
faltara. Persistir, continuar, no doblar la cabeza, no
dar el brazo a torcer.
La salida de Cundinamarca
Hasta que lo lograron. A un precio muy alto, después
de muchas vidas perdidas, de un montón de gente
buena que fue a dar a las cárceles, y por encima de
una sorprendente y amarga serie de traiciones y
defecciones. En general, la salida se dio en grupos
pequeños, por comandos. Sólo hubo un grupo
grande que se pasó con todo, armas y equipos, en
164
Gabriel Ángel
una marcha riesgosa pero con éxito, el primero, la
escuadra completa que se pasó con Sánchez en
enero de 2004. Dada la dureza de las condiciones,
esa acción fue una victoria y anunció más de ellas.
La echó a perder el propio Sánchez, comandante de
la Vladimir Estiven y reemplazante de Aldinever en
el comando, quien se desertó apenas estuvo a salvo
en el páramo de Sumapaz. Algo impensable e
imperdonable.
Como todo plan militar, la que el gobierno dio en
llamar Operación Libertad en el oriente de
Cundinamarca, comprendió un área específica, el
territorio enmarcado por la carretera Bogotá
Villavicencio, por el sur oriente, y la vía Bogotá al
Guavio, por el nororiente. Ejército, Policía, Fuerza
Aérea y todos los organismos de seguridad e
inteligencia del Estado, en asocio con las bandas
paramilitares del departamento del Meta,
extendieron un cerco implacable a fin de impedir el
desplazamiento de las unidades guerrilleras hacia
regiones aledañas no comprendidas en la tenaza
represiva. Patrullas, espías, informantes, las nuevas
redes de cooperantes creadas por la Administración
de Uribe Vélez, todos a una, se dedicaron a vigilar,
descubrir y delatar el menor movimiento
sospechoso.
Romper ese cerco y pasarse a otro territorio, se
asemejaba mucho a esas aventuras sobre la segunda
165
Historias de la resistencia
guerra mundial difundidas antaño por el cine, la
televisión y la literatura, en las que llegar a la Suiza
neutral tras burlar todos los controles de nazis y
fascistas, constituía la salvación anhelada para
quienes resistían esa máquina de terror. Guardadas
las proporciones, y haciendo la diferencia de los
escenarios y las circunstancias, atravesar la frontera
de la operación por cualquier medio era la mejor
forma de alcanzar la libertad y conservar la vida. En
ello se puso todo el empeño a lo largo de un año, al
mismo tiempo que se evadía y enfrentaba a la tropa,
en una formidable lección de guerra de guerrillas
móviles que los generales colombianos no podrán
olvidar jamás.
La vía legal
Las dificultades para repetir el cruce de Sánchez, así
como las lógicas prevenciones originadas por su
inesperada decisión, obligaron a inventar
mecanismos alternos para salir. Uno de ellos fue la
apelación a la vía legal. Dejar el área vestido de civil,
sin armas, como cualquier viajero, con documentos
de identidad falsos o auténticos según la necesidad,
cuidando de dejar el armamento a buen resguardo.
Varias docenas de guerrilleros se escabulleron así,
por carreteras diferentes. El enemigo lo supo y elevó
166
Gabriel Ángel
a grados extremos los controles para la circulación
de gente joven. Al final hubo que desistir de este
tipo de recurso, unos cuantos de los que por
cualquier causa cayeron en su poder, terminaron
poniéndose a su servicio, entregaron redes de
apoyo, facilitaron otras capturas, se encargaron de
tender trampas, se envilecieron con su traición.
El primer ensayo lo hicieron por Gachalá. Un buen
compañero facilitó su propiedad. Conseguía las
mudas de ropa civil para las parejas que viajaban,
puesto que se enviaba a una mujer y a un hombre
que hacían el papel de matrimonio campesino.
Alguien se encargaba de tramitar en Bogotá los
documentos de identidad necesarios y de hacerlos
llegar a esa casa. La pareja abordaba el bus en la
orilla de la carretera a las cinco de la mañana, algo
normal en la vida de las comunidades del campo.
Una vez alcanzaba la capital, era recibida por un
guerrillero que preparaba su viaje al área de otro
Frente de las FARC en Cundinamarca o el Meta.
Todo estaba bien organizado. Por esa vía del Guavio
se salió todo el Frente Manuela Beltrán y luego
alcanzaron a pasar otros cinco muchachos.
Por desgracia todo se trastocó con la deserción de
Ílder, un miliciano del 54 Frente. ¿Se trataba de un
agente enemigo? Lo más probable es que sí, pues se
separó de los demás estando en Bogotá, a salvo ya
de riesgos, e hizo capturar a Albeiro, un guerrillero
167
Historias de la resistencia
del 54 que gozaba de toda la confianza de Gerson.
Sobre la real condición de ese Albeiro también
cundieron dudas. Apareció trabajando luego con el
enemigo e hizo capturar a otros cuatro muchachos.
Obró de modo sucio, bajo, no sólo por su deslealtad
para con su pueblo y su movimiento, sino porque
continuó comunicándose con Gerson después de
haber sido detenido, dándole informaciones falsas
sobre las parejas que recibía en Bogotá, haciendo
creer que ya habían sido despachadas para los otros
Frentes. Y porque se prestó para que el Ejército le
tendiera una trampa en la cordillera.
La trampa
Después que murió Silverio, el Estado Mayor del
Bloque Oriental designó como comandante de ese
Frente a Flaminio y éste partió hacia Cundinamarca
para recibirlo. La adversidad lo atrapó para siempre
cruzando la carretera central, en un combate con el
Ejército. En su ausencia fue Gerson quien asumió la
conducción del Frente. En los días que nos ocupan,
se hallaba enfrascado en sacar avante la tarea de
evacuar su gente del área al mismo tiempo que
combatía a la tropa en el valle de Tenza, algunos
sectores de la sabana y el centro de la región del
Guavio. Nunca pensó en que Albeiro pudiera
168
Gabriel Ángel
convertirse en traidor. Mantenían la comunicación
constante a través del teléfono celular y no hubo
una sola ocasión en que no hiciera el mayor esfuerzo
por atender sus requerimientos en uno u otro
sentido. Por eso acudió a la cita que acordaron.
Albeiro le había dicho que subía urgente de Bogotá
para hablar con él sobre un asunto que no podía ser
tratado sino en forma personal. Debían verse en un
lugar que le permitiera regresar de inmediato a la
capital tras la conversación. Fijaron el sitio exacto,
bien abajo, cerca de la carretera.
Temprano en la mañana Gerson llegó al lugar con
una pequeña escolta y desprevenido por completo.
Cuando la tropa emboscada disparó contra ellos no
hizo blanco en ninguno y les dio la oportunidad de
retroceder. Tal vez un soldado se adelantó con el
fuego a los otros. Gerson y su escolta retomaron el
ascenso por el camino que habían usado para llegar.
El Ejército no dudó un momento para seguirlos.
Mucho más arriba, a más de una hora de camino, los
guerrilleros se detuvieron a resollar. Aún no salían
de su asombro. Albeiro se había torcido. Y de qué
manera. Entonces fue que vino a pensar Gerson en
cuál sería la verdadera suerte de los muchachos que
había enviado para la capital. De pronto les llegó la
tropa. Combatieron y volvieron a reemprender la
marcha.
169
Historias de la resistencia
Más adelante, después que el camino bajaba a un
caño y volvía a ascender por el filo de este lado,
mientras tomaba un respiro, Gerson vio con toda
claridad a los soldados que bajaban hacia el caño
por el camino siguiendo el trillo. No los separaban
más de veinte metros por elevación. Tuvieron todo
el tiempo de apuntarles y dispararles antes de que
levantaran la cabeza. Dos horas después, volvieron a
enfrentarse con la tropa que no desistía de
alcanzarlos. Por llevar ellos la delantera, gozaban la
mejor parte puesto que los esperaban en trinchera.
Sin embargo, pese a las bajas que sufría, el Ejército
no cesaba en su propósito. Fueron varios los
choques que libraron hasta las cuatro de la tarde,
cuando por fin la patrulla cesó de seguirlos y
reemprendió el regreso. No obstante, Gerson y los
suyos marcharon varias horas más, hasta
considerarse por completo a salvo.
Nunca antes, ni después, una tropa los siguió con esa
tenacidad cercana a la obsesión. Tal vez el mando de
la patrulla no podía perdonarse el que se le
hubieran escapado con vida después de haberlos
tenido entre las manos. De todas formas son muchos
los rumores y habladurías que corren por entre la
población cuando se suceden los hechos de guerra
dentro de las veredas. Voces llegaron que
informaban acerca de la ira que llevaba el
comandante de la patrulla, rabiando contra el Jetón
y afirmando que así perdiera los hombres que
170
Gabriel Ángel
perdiera, no se devolvía sin su pellejo. Según eso el
Jetón era Gerson, quien en verdad posee unos labios
y una boca un poco grandes. Otras voces dijeron que
la furia del coronel que comandaba el batallón al
que pertenecía la patrulla, había sido superior a la
del mando de ésta. Dijeron que ese teniente o
capitán había sido recogido y sancionado en forma
severa. Lo que sí puede afirmarse es que en adelante
el Ejército ofreció una cuantiosa recompensa por la
cabeza de Gerson. Después de conocerlo, uno piensa
en cómo puede ser que ofrezcan sumas de dinero
por la vida de alguien como él, un muchacho
delgado, valiente, generoso y dueño de una nobleza
conmovedora.
La vía al llano
De todas formas la salida por Gachalá no había
estado exenta de problemas. Esa era una zona
especial, muy controlada tanto por la guerrilla como
por el Ejército. No solía andar por ahí gente extraña
a los pobladores y por eso cualquier forastero
resultaba sospechoso. Por ejemplo, un indio o un
negro llamaban de inmediato la atención. Por esos
lugares no se ve gente con tales rasgos y muchos
guerrilleros los poseían. Por eso no podía
ponérselos de civil para que salieran por ahí, el solo
171
Historias de la resistencia
acento al hablar los hubiera delatado. Los
pobladores tienen un golpe muy característico en la
voz. Por todo eso se pensó también en una
alternativa distinta. La vía al llano. Indios y negros
transitan por ella en forma cotidiana y no resulta
por tanto sospechosa su presencia. Por ahí salieron
entonces casi todos ellos.
El punto elegido para despachar los muchachos fue
una vereda de Medina. La finca, situada a un
kilómetro de la carretera central a Villavicencio,
estaba habitada por un campesino que había sido
compañero de estudios de Aldinever en la escuela
primaria. El hombre profesaba intensa fe por las
FARC y gran aprecio por el Zarco. Esta vez, por la
experiencia de Gerson, hasta tanto no se reportaba
la efectiva llegada al área del otro Frente, no se
enviaba a la pareja siguiente. Todo iba bien hasta
que se presentó una indisciplina insospechada.
Ocurrió cuando salieron Uriel y Yolanda. Uriel se
puso a enamorar a la hija del compañero de la finca
y ya para despedirse, sin ningún objeto real, anotó el
número de su celular en un papel que guardó en su
billetera.
Durante el viaje, en una parada del bus en San Juan
de Arama, él y Yolanda bajaron a tomarse un
refresco. Allí fueron capturados por la Policía de la
localidad. No supieron quién los señaló, pero tuvo
que haber sido un desertor, porque fueron acusados
172
Gabriel Ángel
de inmediato de pertenecer a las FARC. Conducidos
al cuartel y sometidos a minuciosa requisa, el
número de teléfono guardado en la billetera llamó la
atención de sus captores. Los investigadores se
enteraron por él del nombre y domicilio de su
propietario. Cuando menos se lo esperaban, el
amigo de Aldinever y su familia vieron llegar a su
propiedad una agresiva patrulla del Ejército que
allanó la vivienda y se marchó sin poder comprobar
nada, tras lanzar toda clase de amenazas. Ocho días
más tarde el compañero cayó asesinado por unos
extraños pistoleros que llegaron a preguntarlo.
Sobra imaginar su procedencia.
Romper a pie
Meses después intentarían el ya mencionado
mecanismo que se frustró naciendo, con la captura
de la mamá de Elisa y las muchachas. Entonces se
tomó la decisión de no seguir enviando más gente
por vía legal. Se estaba pagando un precio muy alto.
Había que probar otros medios, adoptando todas las
previsiones necesarias. La resolución fue salir del
oriente de Cundinamarca a pie, en grupos de cinco a
siete guerrilleros, dirigidos cada uno por un
miembro del comando. Aldinever se pasaría con una
escuadra.
173
Historias de la resistencia
El primero en intentarlo fue Heliodoro. Fue asaltado
por el Ejército una mañana. En el hecho murió una
guerrillera, Claudia, y el grupo perdió además dos
fusiles. La noche anterior habían pasado por un SAI
cuyo propietario pertenecía a la red de cooperantes.
El tipo no los vio pero oyó ladrar demasiado a sus
perros. Presto, usó el teléfono para informar la
novedad. La tropa que estaba al acecho, atendió el
llamado, encontró el rastro y lo siguió. El propio
Heliodoro vivió lo más desagradable de la
experiencia. En la retirada quedó disgregado de los
demás. Como en los tiempos en que los amos
españoles seguían con perros a sus esclavos
cimarrones, el Ejército fue tras él en una despiadada
cacería. Sólo ocho días después, tras escapar una y
otra vez a sus fieros perseguidores, consiguió hacer
contacto con Samuel y ponerse a salvo.
El asalto ocurrió cuando se hallaban a una hora de
San Pacho, a las ocho y treinta de la mañana.
Estaban en un potrero. La noche anterior habían
llegado cansados, muy tarde, y Heliodoro decidió
que se quedaran ahí. Era 23 de diciembre, ya el
verano había llegado y el brillo de la mañana y el
ambiente resultaban muy gratos. Una pequeña
cañada de aguas cristalinas bajaba por el potrero y
ellos se encontraban a su orilla. Heliodoro se estaba
afeitando. Johana y Claudia remendaban algunas
prendas de ropa, sentadas en el improvisado lecho
174
Gabriel Ángel
en el que habían pasado la noche. Se habían sacado
las botas para subir los pies a la cama. Tarcisio
acababa de lavar su sudadera. Como no tenía más,
estaba en calzoncillos, a la espera de que la
sudadera se secara para ponérsela de nuevo. El
negro Gabriel estaba sentado encima de su equipo.
Los otros dos se hallaban en una vivienda cercana,
preparando una natilla para festejar la navidad. Por
eso mismo habían levantado la guardia. Confiaban
en que los de la casa comunicarían cualquier
movimiento extraño.
Johana y Claudia no quisieron creer cuando Tarcisio
les gritó que venía el Ejército. Él siempre estaba
jugando con ellas para asustarlas. Pensaron que era
otra de sus bromas. Ni siquiera la segunda vez que
les gritó se dieron por enteradas. Cayeron en cuenta
de la realidad cuando escucharon las ráfagas de fusil
y sintieron las balas silbar sobre sus cabezas. Las
dos muchachas se lanzaron en carrera caño abajo.
En realidad todos corrieron en la misma dirección,
pero de manera dispersa. Johana tuvo el valor de
devolverse unos pasos para recoger sus botas y su
fusil. En un momento alcanzó a Claudia que iba
descalza sobre las piedras. Escuchaban a los
soldados que corrían tras ellas gritando que eran
dos mujeres, que bregaran a alcanzarlas. Johana,
asustada, pensando sólo en correr libremente, lanzó
su fusil a un costado de la cañada y apresuró su
carrera. Alcanzó a ver cómo se detenía Claudia,
175
Historias de la resistencia
lastimada en sus pies por las rocas, negándose a
correr más, paralizada por el miedo. Ella alcanzó por
fin el monte y se sintió salvada.
Como pudo, se encaramó a un árbol para observar
hacia el potrero. Desde ahí divisó con claridad a
varios soldados que arrastraban por el suelo el
cadáver de Claudia. Sintió ira y un profundo dolor.
Se bajó del palo llorando y caminó un buen rato a
campo traviesa hasta que salió a un camino. Sin
pensarlo mucho, emprendió carrera por él hasta
encontrar la carretera. Ella sabía que esa era la vía a
El Calvario. Orientada ya de su posición corrió hasta
donde sabía vivía un apoyo del movimiento. Fue
acogida con mucho afecto y escondida por sus
habitantes. En la noche llegaron a la misma vivienda
Tarcisio y Samuel. Tarcisio todavía iba en interiores.
La alegría de los tres fue grande. La noche siguiente
llegaron también Carrillo y Carola, los que
preparaban la natilla. Se habían retirado por una
vereda aledaña. Ninguno de los cinco muchachos
llevaba nada de su dotación personal, habían
perdido sus equipos. El que no llegó fue Heliodoro.
Entonces conocieron el valor del apoyo de masas.
Los campesinos de más confianza en la zona les
ayudaron con ropa, comida, cobijas y lonas para que
cargaran todo en ellas. Por fortuna el tiempo de las
lluvias había quedado atrás, así que dormían todos
amontonados debajo de un plástico que los protegía
del sereno. De ese modo fueron avanzando durante
176
Gabriel Ángel
un mes, de monte en monte, explorando primero la
ruta por la que se iban a mover. Cuando se les agotó
la economía aportada por los civiles, consumieron
carne de animales que se vieron obligados a
sacrificar de noche en algún potrero. Y la
acompañaban con panela. El Ejército estuvo todo el
tiempo tras su rastro. Para confundirlo, emprendían
largas marchas a campo traviesa. Nunca más
volvieron a descuidar la guardia. A veces les
correspondían turnos largos, de medio día, los
cuales pagaban sin protestar.
Varias marchas adelante, se unieron a ellos dos
guerrilleros pertenecientes a otra unidad, que iban
también haciendo el cruce para salir del operativo.
Entonces se completaron otra vez siete. Los
informantes del Ejército, que sin duda los había,
dieron cuenta de ese dato a la tropa. Ellos se
enteraron porque amigos suyos les contaron en
repetidas ocasiones que los soldados andaban
preguntando por siete guerrilleros que iban por ahí
pasando trabajos. Como no lograban atraparlos,
regañaban y maltrataban los civiles que negaban
haberlos visto. Hicieron el cruce de la carretera
central por una vereda llamada La Pastora, en el
área de Fómeque. Transcurridos diez minutos de su
partida final del lugar donde enterraron los fusiles y
se cambiaron las ropas, el Ejército llegó hasta ahí
por ellos. Demasiado tarde, las aves habían alzado el
vuelo.
177
Historias de la resistencia
De las manos de un civil a otro
Las dificultades obligaron a crear grandes
dispositivos para poder hacer el cruce sin fracasos.
Se fundaban en el apoyo de la población y el secreto.
Se enviaba personal a distraer la atención del
Ejército, combatiéndolo en un área, mientras otros
guerrilleros emprendían el cruce por otra. Los
fugitivos llegaban amparados por las sombras a la
vivienda de un compañero que vivía a orillas de la
carretera. Él ignoraba su procedencia, les daba
refugio y se encargaba de trasladarlos, después de la
medianoche, a la vivienda de otro compañero que
obraba del mismo modo. Podían permanecer hasta
tres días escondidos, a la espera de la mejor ocasión
para mudarse y se procuraba, por mayor seguridad,
mantener al máximo la compartimentación entre los
colaboradores.
Uno de los grupos, víctima de la ingenuidad, cometió
un error que echó a perder el primer mecanismo de
ese tipo. Habían invertido treinta millones de pesos
en su cabal funcionamiento. Se hallaban en un
pequeño predio cercano a Ubaque, habitado por un
matrimonio de campesinos que tenía apenas un
178
Gabriel Ángel
niño. En el caserío cercano vendían conos y a ellos
les pareció fácil encargar una decena con el
campesino. Al expendedor de los helados le pareció
extraño que el campesino llevara tantos conos si su
familia era tan reducida. Pertenecía a la red de
delatores y pasó el dato. La tropa cayó un día
después a la vivienda pero tan sólo halló algunos
restos dejados por la presencia de los guerrilleros.
El campesino se vio en serios aprietos para explicar
la procedencia de aquellas prendas.
Esa y las demás veredas aledañas fueron objeto de
un minucioso registro por parte del Ejército. En
aquella finca instalaron una patrulla en forma
permanente. Aldinever, entretanto, organizó un
nuevo engranaje con las mismas características por
otro sector. Después de un mes de espera, contando
con la solidaridad y firmeza de un buen número de
compañeros civiles que colaboraron en su cruce, él y
la escuadra que lo acompañaba lograron ponerse a
salvo. La situación no estuvo exenta de problemas, y
una vez el Ejército tuvo conocimiento de lo
sucedido, descargó toda su brutalidad contra
aquellos que consideró implicados. Todo comenzó
con la captura de Olmedo, un guerrillero a quien
Aldinever le había confiado la tarea de encaletar tres
fusiles. Él salió a eso, y aunque tenía una idea
general, no conoció del cruce de Aldinever.
179
Historias de la resistencia
Olmedo se hallaba en la casa de un buen compañero,
en la vereda Gancos, de Ubaque. Los controles del
Ejército se habían hecho rigurosos en extremo.
Tenían un censo de cada vereda y visitaban las
viviendas de los campesinos llevándose con ellos a
quienes no figuraban en el registro. Lo detienen por
indocumentado en Cáqueza en forma indefinida.
Ocho días más tarde unos desertores lo identifican.
Sometido a torturas, a merced del enemigo, doblega
su voluntad y delata lo que conoce. Él no sabe que
Aldinever ya se pasó, pero sí informa de su
presencia en el área. La operación que se desata en
su búsqueda es cruel. Seis de los civiles que
contribuyeron al cruce fueron asesinados y
presentados como guerrilleros muertos en combate.
Tres más fueron presos. Las dos ametralladoras y
los quince fusiles se perdieron. El detalle exacto de
los hechos aún no se conoce.
La represión a las masas
Aldinever conserva el más cariñoso de los recuerdos
de la población civil del oriente de Cundinamarca.
La gente apoyó y colaboró con las FARC de la
manera más entusiasta y entregada. Por lo mismo la
tropa fue despiadada con ella. Lo peor fue que
aquellos sufrimientos de las familias campesinas, en
180
Gabriel Ángel
gran medida tuvieron origen en señalamientos de
los desertores. En particular los de la Vladimir
Estiven. Al delatar los apoyos, sentenciaban la gente
al destierro, la cárcel o la muerte. Veredas como
Periquitos, Chorrerano, Los Alpes, La Esmeralda y
otras de Medina, así como San Joaquín, de Cumaral,
fueron despobladas por completo. Tendidos, de
Gachalá, y parte de Arrayanes, Junín, también fueron
despobladas. 16 pobladores de esas veredas fueron
asesinados por la tropa y en las cárceles hay 20 más.
Toda esa era gente buena y sana, muy noble. De las
veredas Casadillas y Salinas de Machetá y Gachetá,
asesinaron cuatro civiles y desterraron al resto. Pese
a todo ello se sabe con certeza que por allá es mucha
la gente que simpatiza y milita de una u otra forma
con nosotros. En su momento, la guerrilla tuvo que
trasladar personal de un sinnúmero de veredas.
Como en los tiempos de las grandes represiones de
Rojas Pinilla contra el campo, fueron cuantiosas las
familias que anduvieron deambulando con los
guerrilleros por un buen tiempo. Hay escenas
inolvidables de eso, como los bebés cargados en los
equipos de los combatientes a la espalda. Al final,
ese personal emigró a Boyacá, Villavicencio, Bogotá.
Allá están a la espera de nuestra orientación. Aún en
zonas ocupadas por completo como San Juanito y El
Calvario, Fómeque, Ubaque, todo el Guavio y
Chingaza, sabemos de compañeros que confían en
nosotros, nos esperan y sólo exigen que seamos más
181
Historias de la resistencia
cuidadosos con el personal que enviemos a
relacionarse con ellos.
Traiciones y Lealtades
La traición, haber estado con nosotros
compartiéndolo todo y pasar de repente al servicio
del enemigo, es un hecho despreciable que pone de
presente lo más miserable y ruin de la condición
humana. ¿Por qué se produce? En parte por obra del
trabajo de infiltración y de propaganda del enemigo,
en parte por descuido nuestro en la atención de la
educación permanente del personal, también hay
gente que se equivoca al elegir un camino. La guerra
y sus contingencias pueden resultar muy duras. De
todas formas, la historia enseña que en todas las
luchas han existido traidores. Enfurece y duele el
ánimo por el daño que causan, pero son un
fenómeno que tarde o temprano salta al ruedo. Lo
que en verdad es importante, es contar con la
suficiente fortaleza para resistir la traición y seguir
adelante. Eso pasó en Cundinamarca con los
desertores y delatores. Y sucede a escala general con
las FARC. Pobre del régimen que funda en ellos su
estrategia. Y cándidos o ignorantes quienes juzgan la
calidad de una organización por aquellos que la
abandonan.
182
Gabriel Ángel
Nuestra verdadera condición está descrita en los
hechos y acciones de quienes contra todas las
tempestades y peligros continúan firmes en la lucha.
Sandino, Gabriel y Argenis, para citar un solo caso,
perdieron el contacto con los demás durante ocho
meses, después de un asalto, durante la etapa más
dura de la operación. Estuvieron rodeados por el
enemigo muchas veces, fueron seguidos con saña
por los paramilitares, durmieron en los potreros en
medio del ganado porque sabían que los buscaban
en las montañas, evadieron trampas tendidas por
delatores, rodearon las patrullas enemigas que
encontraban en su camino en el rucio, vivieron
noches de lluvia a la intemperie, pasaron hambre,
frío, miedos. Nunca flaquearon. Juntos, en los
momentos más duros, juraron que ninguno
desertaría, que no pisarían caminos, que no
adoptarían
rutinas.
Hablando
con
ellos,
consiguieron el apoyo de muchos campesinos. Hasta
que se reencontraron con Aldinever y los otros.
Esos, y no los que se van, son los verdaderos
guerrilleros.
183
Historias de la resistencia
El cariño del pueblo
Hay que valorar y admirar el modo como nos
colaboraban en medio de semejante operación
enemiga. Y no hablamos sólo de la población
organizada, sino incluso de la gente espontánea a la
que teníamos que recurrir. Molían caña para sacar
miel y panela para nosotros, igual preparaban
cuajadas y quesos que nos ofrecían con generosidad,
eran rápidos cuando se trataba de comunicarnos la
presencia de la tropa, nos enviaban correos,
compartían con nosotros su sal, su economía
sometida a controles extremos por parte del
Ejército. Eso lo hace un pueblo que ama a su
guerrilla, que sabe lo que representa. De otra forma
no puede explicarse su ayuda. Una familia de
evangélicos aserró madera por su propia cuenta
durante un mes, para financiarle la comida a una
comisión refugiada en un monte cercano y que
carecía de economía. Jamás harían algo así por la
tropa.
El trabajo del mando
Haber logrado sobrevivir y sacar de allí a gran parte
del personal fue sin duda el producto de muchos
184
Gabriel Ángel
factores. Pero de todos, quizás el más importante,
fue la forma como se realizó el trabajo de dirección
colectiva. El mando estuvo pendiente de todo, nunca
se dejó la gente sola, siempre se tuvo control sobre
ella. Para ese efecto contaron las comunicaciones.
Desde un principio se comprendió que no podían
interrumpirse, sucediera lo que sucediera. Se
trabajaba siempre con planes. La preocupación
constante del comando fue mantener el espíritu
combativo en el personal, aunque no se tuviera
comida. Por eso mismo lo mejor de las provisiones
solía reservarse para quienes iban al combate. En
medio de todas las adversidades la idea dominante
fue no dejar de tener la iniciativa. Al menos había
que estar hostigando en forma permanente la tropa.
El Ejército nos causó muchas bajas, es cierto, pero él
también puso por lo menos un centenar de muertos,
aparte de los heridos. Se les logró arrebatar mucho
armamento en combate. Ahí están los fusiles.
La deserción de Sánchez
Al comienzo de la operación el comando se reunía
todos los días. Sánchez era el reemplazante. En esa
época había buena remesa y se podía tener junta
una buena fuerza para pelear. Después, cuando la
operación se crece y se echa encima con toda su
185
Historias de la resistencia
fuerza, agotada la economía inicial, se dispuso que
Sánchez se trasladara a otra área y para ello se le
dieron 15 unidades del 53 Frente como refuerzo.
Aldinever se trasladó hacia el piedemonte de
Medina. Permanecieron separados por cinco meses.
Durante
ese
lapso,
Sánchez
pierde
las
comunicaciones, ahogadas en un río, y permanece
aislado un mes completo. Sin embargo realiza 8
combates diferentes sobre el cañón del río Guacavía,
por los lados de San Joaquín. Cuando logra
comunicarse por teléfono con Alfonso, recibe la
orden de Aldinever de recoger un radio que estaba
guardado por esos lados y vuelve a reportarse de
manera normal.
Sin embargo, cuando vuelven a encontrarse,
Sánchez tiene ya minada la voluntad. Apenas le
quedan 25 unidades. Las bajas causadas por el
enemigo y las deserciones lo tienen reducido a esos
extremos. Argumenta que su fracaso estuvo en
haberse diluido en escuadras. En el terreno se vino a
percatar de que no contaba con los mandos
capacitados para dirigirlas. Aquellos con los que
contaba carecían del espíritu de disciplina necesario
para las circunstancias, no cumplían las
orientaciones, procuraban burlarlas en forma
constante. Por eso les fueron aniquilando la gente.
Verse así, saber que tenía responsabilidad en un
fracaso de tales proporciones, terminó por
desmoralizarlo, por decidirlo a abandonar el campo
186
Gabriel Ángel
de batalla. No se sintió con fuerzas para asimilar la
derrota, no había aprendido nunca lo que significaba
perder. Se le desmoronó la ideología y se fue.
¿Una derrota?
Pese a los grandes combates se tuvo que salir de
Cundinamarca. Eso para el enemigo ha constituido
un hito. Sería demasiada pretensión afirmar que ese
hecho en sí no constituyó una derrota militar. El
Ejército logró aniquilar una buena parte de la fuerza
y se asentó en el territorio donde estuvimos
operando durante años. Pero, ¿cuál es en realidad su
verdadera dimensión? Aldinever la asimila con la
paciencia del guerrero que sabe que en la
confrontación pueden perderse muchos combates y
sin embargo triunfar. Por eso mismo asegura que no
se siente mal, ni se acompleja. Confía en el mañana,
en el rostro de la gente humilde que espera el
regreso de las FARC con todas sus esperanzas. No se
puede olvidar que tras la resistencia de Marquetalia,
Manuel Marulanda Vélez y su reducido grupo
armado terminaron desalojando el área entre los
cánticos de victoria del régimen. Más de cuarenta
años de ascendente lucha guerrillera se han
187
Historias de la resistencia
encargado de explicar al
significación del episodio.
188
mundo la verdadera
Gabriel Ángel
ÍNDICE
Introducción
5
Primera parte
Prolegómenos
17
Segunda Parte
La forja de los guerreros
43
Tercera Parte
La intensidad de la guerra
113
Cuarta Parte
Una entrevista extraña
157
189
Historias de la resistencia
190
Descargar