La transición Primaria–Secundaria en Uruguay. Origen y actualidad1 Joni Ocaño “Hay un hecho claro, clarísimo, que debe servir de punto de partida: el alumno, en todo su proceso educativo, es una continuidad que avanza desde la clase jardinera hasta el fin del liceo. Este proceso sin embargo, está hoy fraccionado como si fuera dos trozos de carretera unidos por un puente roto” (Julio Castro, 1949, Coordinación entre Primaria y Secundaria). Introducción Durante el siglo XX el Uruguay, luego de haber logrado universalizar la Educación Primaria, inició procesos que han expandido significativamente la matrícula de la Educación Media. Hoy, sin embargo, este aumento de la matrícula se ve acompañado de problemas en las tasas de egresos de la Educación Media en general. Este fenómeno afecta especialmente a los sectores más desfavorecidos de la población. Es en este marco que, especialmente durante los últimos años, se han desarrollado programas de apoyo a la permanencia, sostenimiento y re-vinculación educativa buscando intervenir en aquellos factores que refieren específicamente a procesos de desafiliación, rezago y bajos resultados académicos, lo que en su conjunto pondría de manifiesto, entre otras cosas, problemas de gestión y de eficiencia en el cumplimiento de objetivos académicos por parte del sistema. Si bien los fenómenos de desafiliación, rezago y bajos resultados académicos se pueden verificar en todo el sistema, no es descabellado suponer que ellos se manifiesten con mayor énfasis en las transiciones2 entre ciclos; y tampoco lo es suponer que especialmente en el pasaje de la Educación Primaria a la Educación Media Básica, adquieran singularidades y aspectos diferenciales propios. Hay consenso hoy en que la transición entre Primaria y Ciclo Básico constituye uno de los escenarios temporales donde actúan los factores que explican parte de los problemas de la educación Media y de la Superior. Sin embargo aunque “históricamente, el tema fue planteado en el debate nacional por el Maestro Julio Castro hacia fines de los años cuarenta, (…) en el país solo existe una reducida comprensión científica y social sobre cómo inciden las experiencias de transición entre ciclos y niveles y los procesos de desafiliación” (Fernández, et al., 2013, p. 2). Los análisis de Julio Castro son pioneros en Uruguay en abordar el problema de la transición entre ciclos. Este autor perteneció a una generación de brillantes educadores que contribuyeron, con su talento y compromiso, a situar la educación 1 Este trabajo fue presentado con el título “El puente roto. La transición entre Primaria y Secundaria en la visión de Julio Castro en 1949”, en la Sala Maggiolo en el marco del Seminario “Transiciones entre ciclos, riesgos y desafiliación en la Educación Media y Superior de Uruguay” UDELAR – FCS - DS. Montevideo, julio de 2013. 2 No pretendo considerar aquí la “transición educativa” en los términos técnicos que la investigación hoy está en condiciones de ofrecer. Me referiré con ello simplemente al cambio que efectúan los estudiantes desde un ciclo o fase a otra dentro del sistema educativo. Ello supone ciertos desafíos desde el punto de vista de las relaciones sociales, el estilo de enseñanza, el ambiente, el espacio, el tiempo, etc. 1 uruguaya como una de las más avanzadas de su época en el contexto de América Latina. Aquí sintetizo descriptivamente el trabajo del educador y periodista uruguayo, referido a la transición entre Primaria y Secundaria publicado en 1949 con el título: Coordinación entre Primaria y Secundaria. Aunque los contextos no son los mismos y los tiempos son otros, puede resultar de interés hoy revisar cómo fue planteado el problema en aquel año por quien, “con agudas técnicas –muchas veces intuitivas–” (Rama en: Castro, 1996, p. 3) supo abordar los principales problemas sociales y educativos de su época. Coordinación entre Primaria y Secundaria se constituyó en uno de los primeros análisis realizados con cierta rigurosidad y con cierto respaldo empírico y agudeza analítica sobre el problema de la transición entre los ciclos de la Educación Primaria y Educación Secundaria en el Uruguay. En la década de los 40 el Uruguay contaba con un sistema educativo que se situaba entre los mejores de América debido, entre otras cosas, a la elevada prioridad que el Estado otorgaba a la enseñanza al amparo de una coyuntura económica favorable. Esto sin desconocer que, a pesar de ciertas vicisitudes, “ello resultaba de la obra reformadora de José Pedro Varela a fines del siglo anterior, del impulso democratizador y popular del Presidente Batlle y Ordóñez, de la influencia de las corrientes europeas y americanas favorables a un gran respeto por la personalidad del niño y a la organización de la escuela sobre principios de cientificidad y actividad, al aporte original de Carlos Vaz Ferreira desde el ángulo de la pedagogía y la filosofía y de Clemente Estable desde el de la enseñanza experimental” (Soler, 1996, p. 393). Sin embargo el mayor desarrollo se verificaba en la Educación Primaria, aunque desde la década anterior “la enseñanza secundaria se iba extendiendo y la Universidad gozaba de prestigio. Eran excelentes años para la educación nacional” (idem, p.394). En esta época se dio el florecimiento de un verdadero movimiento pedagógico nacional espoleado por los factores arriba mencionados pero focalizado especialmente en la Educación Primaria. En ese sentido resultan elocuentes los trabajos de Agustín Ferreiro, Jesualdo Sosa, Miguel Soler y el propio Julio Castro que ejercieron profunda influencia en el conjunto de los maestros desde entonces. Pero la mayoría de los análisis de la realidad educativa nacional aún eran deudores de la especulación ensayística, de la intuición de educadores de prestigio o de abstracciones academicistas amparadas en la literatura extranjera que comenzaba a ingresar al país. La producción nacional en el campo educativo, aunque pujante, era incipiente. Julio Castro, sin ser un sociólogo de la educación, fue uno de los primeros en dotarle de cierto sustento empírico a sus afirmaciones sobre la realidad educativa nacional procurando fundarlas en encuestas –muchas de ellas realizadas por él mismo3–, apelando a estadísticas, sistematizando entrevistas espontáneas y agudas observaciones recogidas en sus experiencias y acciones prácticas en el escenario nacional. Sin embargo la fuerza de sus argumentos emanaba de su espesor analítico y de su compromiso militante uniendo teoría y práctica. “Abordaba los temas sociales y las problemáticas de la educación desde un análisis teórico certero y a partir de ese análisis, propugnaba la búsqueda de soluciones con las manos en el terreno, en la acción” (Brovetto 2007, p.2). Fue autor de un conjunto de obras sobre temas educacionales, algunas de las cuales fueron premiadas con el primer lugar en los concursos anuales de pedagogía convocados por el entonces Ministerio de Instrucción Pública. Entre sus trabajos sobre 3 En cada escuela era común que sus maestros, antes de iniciar el año lectivo, realizaran un censo en los hogares del radio de influencia escolar y utilizaran cuestionarios diseñados por ellos mismos para la realización de pequeñas encuestas con el objetivo de recoger diversa información del vecindario para la implementación de sus proyectos sociopedagógicos. 2 estos temas se destacan “El Analfabetismo” (1940); “Los programas escolares vigentes; modificaciones que podrían introducirse en ellos” (1941); “El banco fijo y la mesa colectiva; vieja y nueva educación” (1942); “La escuela rural en el Uruguay” (1944). Aceptaba los desafíos sociales –que nunca los dejó de considerar– con sensibilidad y los encaraba “con agudísimo análisis y estricta experimentación” (Brovetto, 2007, p.2). El debate nacional en el que se inscribe Coordinación entre Primaria y Secundaria4 El pequeño ensayo que motiva estas reflexiones, publicado en 1949 cuando Castro ocupaba la Subinspección Departamental de Enseñanza Primaria en Montevideo, sintetiza aspectos centrales de su pensamiento sobre política educativa. Coordinación entre Primaria y Secundaria es, básicamente, un texto de política educativa en el que en cierta medida recoge y da continuidad a parte del debate sobre la organización de la Educación Secundaria que se venía dando desde finales del siglo XIX en Uruguay. Dicho debate, groseramente simplificado, puede entenderse como el enfrentamiento entre dos posiciones antagónicas: las que concebían a la Educación Secundaria como un ciclo de selección para estudios superiores y las que la concebían como continuidad y profundización de la formación ciudadana iniciada en la educación Primaria que debería extenderse a todos. Aunque en el territorio nacional ya se contaba con Educación Secundaria desde el período colonial5, es al final del siglo XIX, con el rectorado en la Universidad de Alfredo Vásquez Acevedo, cuando se comienza la organización general de esos estudios. En la Ley de 1885 se disponía que la dirección de los estudios secundarios quedara a cargo del Consejo de Instrucción Secundaria y Superior cuya integración estaba dominada por la Universidad, y en su artículo 3 establecía que “el objeto de la enseñanza secundaria será ampliar y completar la educación e instrucción que se da en las escuelas primarias y preparar para el estudio de las carreras científicas y literarias”. Desde entonces la Universidad ejerció directa o indirectamente el gobierno de la Educación Secundaria; la Ley Orgánica de 1908 transforma a Secundaria en una sección anexa a la Universidad y desdobla el Bachillerato en dos ciclos: uno abreviado, destinado a cultura general y puesto al alcance de la mayoría, y un segundo ciclo de preparatorios divididos en función de las especializaciones de cada Facultad. Allí, en los debates sobre el problema del plan de estudios, convergían las dos tendencias antes señaladas que respectivamente impulsaban la creación de liceos de Bachillerato completo a todos los departamentos y la de liceos sin el bachillerato, limitados simplemente a resolver el problema de la enseñanza media desvinculada de todo carácter profesional. Se trataba, en el fondo, del enfrentamiento entre dos modelos de organización del sistema Secundaria: uno típicamente universitario y el otro inspirado en la idea de escuelas de 3º grado. La creación de los Liceos Departamentales en 1912 marcó un hito en el debate y en el proceso de democratización de la oferta educativa puesto que constituye el comienzo de políticas de expansión de la Educación Secundaria. Esta creación inauguró una 4 En este apartado, como en el referido al análisis metodológico de Julio Castro, sigo las ricas sugerencias del Dr. Tabaré Fernández, atento lector de quien también recojo sus sólidas ideas al respecto. 5 Ver: Nahum, B (coord.) 2008. 3 nueva etapa que incidió significativamente en el panorama cultural y social del país. Más tarde, en la Constitución de1917, se establece que la Educación Secundaria será administrada por un Consejo Autónomo, manteniéndose esta disposición en las Constituciones siguientes. Sin embargo la visión francamente universitaria de la Educación Secundaria y su organización administrativa predominará hasta 1935 cuando la Ley Orgánica sobre Enseñanza Secundaria nº 9523 sancionada ese año estableció la autonomía de dicho subsistema. En su artículo 1º establecía que “con la actual sección de Enseñanza Secundaria y Preparatoria y bajo la denominación de Enseñanza Secundaria, institúyese un Ente Autónomo del Estado, de acuerdo con el artículo 181 de la Constitución de la República” y en su artículo 2º establecía que “la Enseñanza Secundaria tendrá como fin esencial la cultura integral de sus educandos. Tenderá a la formación de ciudadanos conscientes de sus deberes sociales”. El primer Consejo Nacional de Enseñanza Secundaria se instaló en febrero de 1936 y su preocupación inicial fue la propuesta de un nuevo plan de estudios que consistía básicamente en un amplio programa orientado a promover una Educación Secundaria más acorde con la época y sus necesidades. Los fines de dicho subsistema ya no estarían atados a los de la Universidad. Pero la estructura típicamente universitaria de los planes y programas de Secundaria se mantendrá por mucho tiempo más por la vía de la fragmentación disciplinaria y el “asignaturismo”6. El debate suscitado por la Ley arriba referida se extendió a todos los niveles y derivó en muchas direcciones. Una de esas direcciones refería a la preocupación por la masificación y sus posibles consecuencias: se había instalado la idea de que la masificación de la Educación Secundaria tendría como consecuencia una posible caída de los rendimientos en ese nivel. A pesar de que en el año 1949 los sectores progresistas habían crecido y demandaban la universalización de la Educación Secundaria, aún subsistía este tipo de argumento que alimentaba el debate suscitado y que, en el fondo, motiva el ensayo de Castro. En efecto, aún existía la idea de que la flexibilización en los criterios de admisión en la enseñanza media afectaría negativamente los niveles de promoción. En otras palabras: se consideraba que la masificación de la enseñanza se lograba necesariamente al costo de una disminución de los rendimientos en el sistema. Esta idea, muy extendida hasta nuestros días, ha sido uno de los principales argumentos contra los proyectos de universalización de la enseñanza media, especialmente cuando ella estaba concebida como preparación para la universidad. Por lo tanto, la hipótesis de la disminución del rendimiento por la flexibilización en los criterios de admisión se constituía en uno de los principales obstáculos a la democratización de sistema. Veremos cómo procede Castro ante tal situación. Constatación de partida: Primaria y Secundaria como un “dualismo artificial” Según Castro (1949) en su tiempo se libraba una verdadera campaña de exigir la Educación Secundaria para todos; la misma que Varela había librado 80 años antes a favor de la Educación Primaria. Sin embargo en aquellos años la universalización de la Educación Media aún era una aspiración incumplida ya que, según sus datos 6 El término asignaturismo aquí refiere al manejo aislado o segmentado de diferentes disciplinas o asignaturas en las que se producen procesos distintos en cada una de ellas; en ese sentido se lo puede entender como lo opuesto al enfoque interdisciplinario o el enfoque por áreas del currículo. En general cada asignatura está concebida por referencia a las tradicionales especialidades que ofrece la universidad. 4 solamente el 14,18% de la población escolar correspondía a la población liceal, “lo que prueba que «el liceo para todos» sigue siendo una generosa aspiración que todavía está muy lejos de concretarse en realidad” (Castro, 1949, p. 6). La exigencia de la universalización de la Educación Media venía acompañada de una nueva visión de los fines del ciclo secundario que dejaba de concebirse como la “antesala de la Universidad” pensada, en definitiva, como “un organismo de selección de capacidades y, también hay que reconocerlo, de selección de clases sociales” (…) Porque no era un liceo para todos. Sino un liceo para una élite social e intelectual” (ibíd., p. 6). Sin embargo las demandas de los nuevos tiempos (de aquellos “nuevos tiempos”), de los cuales Castro fue atento testigo, y la concomitante exigencia de la universalización de la Educación Secundaria habrían de cambiar fundamentalmente la propia naturaleza del liceo cuya transformación debería ser integral, a riesgo de que “contenidos nuevos [fueran] a llenar inadaptables moldes anticuados” (ibíd., p. 7). Se trataba de una nueva concepción que superara aquella según la cual “el mejor liceo era el que sacrificaba más niños, pero que lograba mayor número de sobresalientes (ibíd., p. 6)”; una concepción por la cual “el mejor y más meritorio [es] el liceo que lucha contra la desigualdad cultural buscando la formación del mayor número, aún en detrimento de la sabiduría académica de los menos” (Loc. cit.). La independencia entre Primaria y Secundaria tendría justificación en “el viejo concepto” según el cual “la escuela era para todos” y el liceo solamente para “los más capaces”. Castro percibió con claridad la esencia del problema: “con la transformación que ha sufrido el liceo, las finalidades de éste y las de la escuela son casi las mismas y en cambio, los organismos, siguen diferenciados y sin conexiones efectivas” (ibíd., p. 7). En esencia se trataba de un mismo camino con dos tramos (Primaria y Secundaria) que deberían estar naturalmente unidos por un puente que facilitara a los alumnos el tránsito de uno a otro. Pero aún las estructuras planteaban en los hechos un dualismo entre los dos ciclos que hacía imposible (para alumnos y docentes) comprenderlos como parte de en un mismo proceso. En otras palabras: en cuanto a las funciones y los fines existía “una casi total identidad entre la escuela y el liceo”; pero en cuanto a las instituciones se daba lo contrario: una diferencia total manifestada en sus respectivos organismos directivos, en sus docentes y en la formación de ellos (formación docente para maestros y ausencia de dicha formación para profesores), en la total descoordinación de programas, en los modos de vida escolar, en las prácticas, etc. Todo este problema, agudamente analizado por Castro, tiene un agravante que él mismo se apresura en señalar: “es el niño en la peor época de su vida, el que debe resistir y superar los choques, las torsiones, las fracturas, que surgen de la diferencia de instituciones, de personas, de planes, de fines y modos de vida, que le impone el pasaje de la escuela al liceo” (ibíd., p. 7). Lo que decían los números: el método Como vimos, en Uruguay el debate sobre la universalización de la enseñanza media se dio tempranamente y tuvo como antecedentes el debate sobre cómo debería ser dicha enseñanza, cuyo origen se enraíza con el nacimiento de la Universidad. El antecedente inmediato referido en el trabajo de Castro es el debate mantenido con el profesor Alberto Reyes Thévenet (por ese entonces, director del liceo Miranda) sobre el modo de ingreso a la Secundaria y el desempeño de los escolares en el primer año liceal que, básicamente, representa el enfrentamiento entre dos modos de concebir la universalidad de la enseñanza. Más precisamente este debate se concentraba en la 5 incorporación de un nuevo sistema de ingreso (con pase escolar, que sustituiría al ingreso por examen) y si la aplicación de ese sistema resultaría en una disminución en los niveles de rendimiento escolar. El problema estaba planteado. Desde el punto de vista metodológico es de donde parte todo su procedimiento analítico. Castro, quien se cuidaba de la mera especulación sin base empírica, incorporó a su análisis datos estadísticos oficiales, cuyo origen son las actas de reuniones de profesores de todos los primeros años de los liceos de la capital, proporcionados por el Director del Departamento de Estadísticas de Secundaria, con el objeto de “ubicar el problema con la mayor precisión posible” (ibíd., p. 8). Se focalizó inicialmente en los éxitos y fracasos en un período de 8 años (1940- 1947) analizando los datos oficiales en tablas de doble entrada en la que aparecen los porcentajes totales de “promovidos”, “a examen” y “eliminados” por año. De su análisis surge que, en números gruesos, un tercio del alumnado de 1er año de los liceos de la capital pasó a 2º año exonerado (éxito absoluto), otro tercio pasó previo examen y otro tercio fue “eliminado” por diversas causas (fracaso). Entiende que lo más importante está en descubrir las causas de las “eliminaciones” y contar con los datos que las discriminen, por lo que esos números representan a rigor “la deserción general producida en el primer año liceal” (Loc. cit.). Por otro lado, el examen de final de cursos, que debería ser para aquel régimen una medida de excepción para los estudiantes, resultaba algo muy extendido y común. Luego del análisis de los datos “gruesos” que disponía, se concentró entonces en el problema referido “al estudio comparativo de los éxitos y los fracasos, en 1º año, de los alumnos que ingresaron mediante el pase escolar o mediante el examen” (ibíd., p. 9)7. Aquí es donde su procedimiento analítico se revela técnicamente impecable, equiparable a lo más avanzado de los procedimientos científicos en el campo social. 7 Destacados en el original 6 Es el año 1943 cuando se inició el sistema de promociones para el ingreso a Secundaria desde las escuelas públicas, sustituyendo el régimen de ingreso por examen que, a partir de allí, solamente se mantendría vigente para los que provenían del sistema privado. Como veremos, este evento es clave, puesto que implica la posibilidad de comparar la serie de resultados antes y después de la aplicación de dicho sistema (a los efectos analíticos el “tratamiento” o la intervención que en el fondo pretendía evaluar). Al implementarse el pase escolar como único requisito de ingreso para los estudiantes de las escuelas públicas, se suponía que las tasas de fracaso para ese grupo aumentarían, sin embargo Castro ve que, contrariamente a esta suposición, a partir de allí se elevó el número de éxitos sobre el de fracasos y se probó que el procedimiento es más regular debido a que los promedios son menos variables desde el establecimiento de dicho sistema. A pesar que en términos generales los números no decían nada bueno para aquel contexto (frente a los ostensiblemente bajos éxitos absolutos, las eliminaciones alcanzaban “un promedio muy alto (…) pero –observaba con perspicacia y rigurosidad ante la falta de más datos– no se pueden considerar como fracasos del sistema educativo solamente” (ibíd., p. 9)), la estadística sobre la aplicación del nuevo sistema de ingresos (con pase), sin embargo, mostraba que “las cifras han tendido a la estabilidad, lo que es un buen síntoma” (íbid., p. 10). Nótese que la cuestión no pasaba solamente por demostrar que una forma de ingreso era mejor o peor que la otra –Castro lo sabía muy bien–, ni tan solo que la escuela pública (de donde provenían los ingresados con pase) brindaba una formación de igual calidad que las escuelas privadas (de donde provenían los ingresados por examen), verificándose en las despreciables diferencias en los resultados; sino también de algo que reviste importancia política: la extensión de la Educación Secundaria no implica la caída de los rendimientos. Para ello Castro hace gala de una sutileza metodológica destacable en la refutación de la extendida idea de que flexibilización de los criterios de admisión o ingreso a Secundaria redundaría en una disminución en los resultados positivos. Recurre a un procedimiento perfectamente equivalente a lo que la ciencia social, tiempo después, consagrará como “análisis cuasiexperimental”8. Un diseño que se extendió en las investigaciones sociales a partir de la década de los 60 precisamente como método de evaluación de programas9. En efecto, el procedimiento de Julio Castro es impecable: como vimos, empíricamente contaba con los datos estadísticos obtenidos de la Dirección del Departamento de Estadística de Secundaria desde el año 1940 hasta 1947. Allí ya está la serie con los datos en las tres categorías de resultados (“promovidos”, “a examen” y “eliminados”) y puede identificar el año en que se inició el “tratamiento” o la intervención (el cambio de reglamento de ingreso por examen a ingreso con pase a partir de 1943). Pero lo más importante es que, al considerar los datos obtenidos a partir de1943, le permitieron realizar una comparación entre los éxitos y los fracasos en 1er. año de los alumnos que ingresaron mediante pase escolar (los que venían del sistema público cuyos orígenes familiares son de “la más diversa extracción social”) y los que lo hicieron mediante examen (provenientes de escuelas privadas cuyos orígenes familiares son de hogares de “ventaja social, económica y cultural sobre los otros”).Los datos estadísticos le permiten considerar la serie antes y después del “tratamiento” y mostrar que no existen discontinuidades en dichas categorías. 8 Esta observación es mérito del Dr. Tabaré Fernández, quien me hizo ver esa notable similitud que nos habla de la rigurosidad y prolijidad analítica del autor. 9 Es fama que el método cuasiexperimental fue propuesto por Campbell y Stanley a comienzos de los años 60. 7 Esta comparación supondría la introducción de un factor de covarianza (sistema público y sistema privado) en el procedimiento para mostrar que, así como en los datos antes y después del nuevo sistema de ingreso, tampoco hay diferencias sustantivas. De esa comparación se desprende una leve aunque no conclusiva ventaja en los éxitos por parte de alumnos que han ingresado por examen frente a los que lo hicieron con pase escolar en 1º año. Según el análisis y de acuerdo a los datos que disponía, no se pudo defender nada a favor del viejo sistema de ingreso por examen. Sin embargo, la prolijidad del procedimiento de Castro no se queda aquí; parece buscar un grupo de control al analizar los datos de 2º año de los liceos de la capital, relevados en el año 1944. La sofisticación del análisis de acerca al diseño de grupo de control no equivalente con análisis de covarianza como modelo particular de un cuasiexperimento (Campbel y Stanley, 1982) que ha sido, de los modelos de investigación experimental en la educación, uno de los diseños más difundidos. Se caracteriza precisamente porque “comprende un grupo experimental y otro de control, de los cuales ambos han recibido un pretest y un postest, pero no poseen equivalencia preexperimental de muestreo” (Campbell & Stanley, 1982, p. 93). La intervención aplicada en un determinado punto del tiempo (en este caso 1943) permite comparar el cambio entre el período de pre-tratamiento (1940-1942) y el post-tratamiento (19441947). Allí no hay diferencias significativas, en todo caso los resultados se hacen más estables. De esta manera pudo señalar, al comparar los datos de 1º y 2º año, que “al segundo año (…) la ventaja que había sido de los ingresados por examen, pasó a ser de los que entraron con pase escolar” (ibíd., p. 10). Por lo tanto no había “nada de catastrófico” en las cifras con respecto al sistema de ingreso por pase, ni tampoco nada que pudiera defender una vuelta al viejo régimen de ingreso por examen. De hecho las cifras correspondientes a ese período, de todos los 2º año de los liceos de la capital, arrojaban un 45,25% de promovidos de los ingresados con pase escolar frente a un 44,45% de los ingresados por examen. No se justificaba ningún elemento que impidiera o siquiera entorpeciera la democratización del acceso a la Educación Media. 8 Refutada la tesis de la baja de resultados por la flexibilización en los criterios de admisión, entre las conclusiones, Castro señala enfáticamente que “el problema es buscar modos de coordinación entre Primaria y Secundaria” (ibíd., p. 11), abocándose, entonces, al análisis de las cuestiones pedagógicas. Todo este notable proceso analítico parece compatible con una concepción más científica en la manera de introducir ciertas innovaciones o cambios en la educación; a la manera de un método gradual de cambios controlando aquellas variables que podrían incidir en el resultado. Esto se ve reforzado, como veremos, por su propuesta de centros experimentales en los cuales aplicar una reforma en condiciones de control (infra, p.11). Algunos elementos del puente roto I: los programas Castro se mete entonces en cuestiones pedagógicas. Señala que hasta entonces no se había ensayado nunca una coordinación de los programas escolares con los de los primeros años de Secundaria. En los hechos se daba que el niño de 6º de Primaria cerraba un ciclo escolar en diciembre y que era reabierto en marzo en el liceo “con un plan de estudios distinto, sujeto a otros principios y orientado hacia otras finalidades”. Esta torsión –que supone adaptarse a diferentes técnicas metodológicas, a otro ambiente, otro modo de vida y la inadecuación entre lo que el niño sabe y lo que se le exige– le resulta difícil de superar. Como ejemplo de esa descoordinación entre programas de uno y otro subsistema, presenta el caso de la enseñanza de la aritmética aplicada en Primaria y del comienzo por propiedades de los números y demostraciones del programa respectivo de Secundaria. Allí ve cómo el contenido de Secundaria, por estas razones, se convierte en estéril y sin sentido para el niño. La fractura entre Primaria y Secundaria es mucho más compleja de lo que habitualmente se supone: “en la escuela se tiende a despejar situaciones de orden práctico; en el liceo se especula en torno al conocimiento teórico” (ibíd., p. 12). Pero el acertado análisis de Castro considera que “no está en discusión el acierto o el desacierto de esas orientaciones, ni si la escuela debe seguir en ellas al liceo o el liceo a la escuela. Lo que aquí se expone con el énfasis de una verdad incontrovertible, es que la escuela y el liceo en modos de vida, técnicas metodológicas, fines de la enseñanza, etc., son distintos y no han tenido ni tienen coordinación alguna” (Loc. cit.) ; la imagen del puente roto resulta pertinente. Frente a todo esto, como de ningún lado parece haber esfuerzos para salvar estas diferencias, el alumno queda librado a sí mismo. Deberá saltar sobre el vacío para sortear el puente roto. Algunos elementos del puente roto II: el profesorado Aunque Castro se apresura a aclarar la inexactitud de la opinión generalizada de que el profesor, como atiende a un nivel superior, “sabe más” que el maestro, subraya sin embargo, que las diferencias entre ellos existían y eran fácilmente localizables. 9 La primera y más importante diferencia radicaba en la formación profesional. El maestro era “profesionalmente, funcionalmente (…) más definido que el profesor y [encuadraba] más su vida en el mundo de su condición de docente” (ibíd., p. 13). A diferencia del profesor el maestro debía cursar estudios profesionales, especializados y excluyentes y para ocupar su cargo y ejercer su profesión, necesitaba obtener el título que lo habilitaba. Esta diferencia arrojaba la necesidad de una carrera docente para el profesor que en su momento no existía aún, pero fundamentalmente tenía como consecuencia directa un modo distinto de actuar frente al alumno, engrosando el cúmulo de diferencias entre los dos primeros ciclos de la enseñanza. La intención no era calificar o discutir la pertinencia o no de cada una de estas situaciones docentes sino remarcar sus diferencias y cómo ellas debían ser salvadas exclusivamente por el alumno ya que la institución carecía de mecanismos que atendieran debidamente al problema. Pero Castro consideraba que el problema más grave vinculado con el profesor no estaba tanto en las diferencias de formación como en el hecho de que en Primaria, para todo el curso, el alumno tiene a un solo maestro y en Secundaria tiene un profesor por materia. Esta diferencia es crucial para la determinación de la vida escolar en ambos lados del puente roto: de un lado la convivencia entre docente alumno no está limitada por los tiempos y existe la posibilidad de que el profesor estudie a sus alumnos, pueda proyectar acciones a largo plazo, se desarrolla una disciplina muy familiar, etc.; del otro lado, en cambio, la relación entre el docente y el alumno – asediada por la “tiranía del reloj”– es fugaz y tiende a reducirse a los aspectos estrictamente relacionados con el conocimiento y el saber específicos de la materia respectiva. “En síntesis el niño sale de un proceso unitario, donde la unidad nace de la presencia permanente del mismo maestro, y de la necesaria coordinación de sus adquisiciones intelectuales. Sale además de un mundo familiar, donde sus demás condiciones –no solo la de ser capaz de conocimientos– tienen su satisfacción” (pp.15-16) Pero dicha coordinación y coherencia –unidad– se ve truncada ya el primer día de clases del ciclo siguiente que obliga a los alumnos a una “torsión” para lo cual “su capacidad de adaptación, de flexibilidad o de simulación, serán sus únicas armas para defenderse de la situación” (p. 16) en que los ha puesto esta perversa pedagogía. “¡Y después todavía hacemos reflexiones para saber por qué fracasan los alumnos de primer año de liceo; por qué son díscolos e indisciplinados; por qué pegan chicles en los asientos; por qué hacen la vida imposible a los profesores!” (p. 16). Posibles soluciones Coordinación entre Primaria y Secundaria, según expresiones del propio autor, no aspiraba a un análisis exhaustivo del asunto sino en demostrar que los fracasos en el tránsito de Primaria a Secundaria, dado el panorama descrito de inconexión entre ambos subsistemas, no eran solamente lógicos sino también inevitables; “que en estas condiciones, los resultados no pueden ser otros” (Loc. cit.). Ante un puente roto, si se quiere continuar el camino, la única opción es saltar (a no ser que se lo repare o se construya un puente nuevo). Los niños, según Castro, lo intentan por ellos mismos, muchos de ellos saltando sobre el vacío, y nuestra miopía nos lleva a culpar a los que caen sin siquiera considerar “que no hemos sido capaces de concebir una organización educacional adecuada al desenvolvimiento de los alumnos, mientras exigimos todavía que los alumnos violenten su proceso formativo para ajustarse a nuestras inadecuadas instituciones” (p. 17). 10 Ante estas inquietantes consideraciones aún el autor realiza algunas recomendaciones, como líneas generales, para aportar a la solución del problema: Revisión de los programas y planes de estudios por una Comisión mixta de maestros y profesores con el fin de “ensamblar y coordinar las enseñanzas escolar y liceal (especialmente en 5º y 6º años escolares y 1º y 2º liceales. Modificar el sistema de maestro único en 6º año escolar y el de múltiples profesores (uno para cada materia) en 1º y 2º liceales. Crear la carrera de profesorado de secundaria y cursos de capacitación pedagógica. Mayor coherencia orgánica entre los distintos organismos que dirigen la enseñanza (lo cual requeriría una intervención legislativa). Una reforma educativa considerando liceos de mediante ensayos un barrio residencial de la capital, un barrio obrero de la capital, una capital de Departamento, un pueblo del interior en liceos experimentales Exoducción: para construir nuevos puentes Huelga decir que, a 64 años de Coordinación entre Primaria y Secundaria, muchas de sus sugerencias aún mantienen plena vigencia e inspiran programas, experiencias y proyectos actuales en los que se aborde precisamente transiciones entre ciclos, riesgos y desafiliación. La vigencia de sus preocupaciones se ve en aquellas experiencias que –de forma facultativa, en el marco de sus proyectos pedagógicos respectivos y fuera de cualquier programa oficial– se han ensayado, intuitiva y espontáneamente, en escuelas y liceos públicos y privados, con el inequívoco fin complementario de dar respuesta al problema de adaptación de sus alumnos en el pasaje de Primaria a Secundaria. Estos factores vinculados a las organizaciones y a las estructuras curriculares de Secundaria (fragmentadas, con disciplinas aisladas, con criterio universitario, que han afectado directa o indirectamente los resultados del subsistema) ya fueron puestos sobre la mesa en los años 40 por Castro entre otros. Desde entonces no ha salido definitivamente de la agenda aunque, en ocasiones, se hayan ensayado respuestas claras y, en otras, reacciones contrarias. En los años 60 se retoman estas preocupaciones en el “Informe sobre el Estado de la Educación en el Uruguay. Plan de desarrollo educativo” (MIPPS-CIDE-CCEE, 1965), pero las respuestas recién fueron implementadas durante la reforma del 1995-2000 en la que se ensayó un controvertido plan por áreas en la Formación Docente (especialmente en los CERP) y en la Educación Secundaria básica. El plan 2007 de Formación Docente derogó el plan por áreas retomando la vieja estructura del plan de 1988 por asignaturas del IPA. Con referencia a la necesidad de “modificar el sistema de maestro único en 6º año escolar y el de múltiples profesores (uno para cada materia) en 1º y 2º liceales” (supra, p. 7), la ANEP implementó a partir de 1997 la Experiencia de Enfoque Curricular por 11 Áreas Integradas en 5º y 6º de Primaria10 en la cual “cada grupo pasa a tener dos maestros: uno que se hace cargo de Matemática y de Ciencias Naturales, en tanto que otro enseña Lengua y Ciencias Sociales” (Fernández, 2006, p.10); por otra parte el Plan 1996 para los tres primeros años de Secundaria “impulsó la universalización de la cobertura mediante un Ciclo Básico General prestado mediante un nuevo modelo de centro educativo y con un Plan por áreas integradas que se mantuvo vigente hasta el año 2005” (Fernández, 2006, p.6). La creación del IPA al comienzo de los años 50 y, ya en otra etapa, la de los CERP en 1997, parecen haber atendido a la insistente demanda de Julio Castro sobre el profesorado11. La cobertura de la formación docente en secundaria aumentó considerablemente, por lo tanto, los profesores estarían en condiciones –es de suponer– de actuar con criterios pedagógicos al igual que los maestros; de esta manera los problemas vinculados al profesorado señalados por Castro se verían resueltos o al menos atenuados. Desde entonces las reformas, diagnósticos y algunas propuestas generadas en el marco de organismos especializados, han permitido desarrollar políticas que atiendan a los problemas de la educación Media, algo por lo que luchó con ahínco el autor de Coordinación entre Primaria y Secundaria. Al informe de la CIDE en el marco del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social del año 1965 y las políticas desarrolladas a partir del diagnóstico de la CEPAL en 1990-1994 (que dieron las bases de la Reforma “Rama”), se suman el Informe Nacional de los Objetivos del Desarrollo del Milenio en el 2005 y los documentos generados en el marco de la Estrategia Nacional para la Infancia y la Adolescencia (ENIA) a partir del 2008, entre otros12. Pero hoy estos problemas no son exactamente los mismos, ni tampoco sus causas. Por lo menos no en los términos en que los pensó Castro ni solamente allí donde le preocupaba (entre Primaria y lo que hoy es Ciclo Básico de Secundaria). Hoy “los contextos no son los mismos y los tiempos son otros” (Supra, p. 2). Por lo pronto estamos lejos de contar con niveles de calidad de la enseñanza similares a aquellos de la década del 40, las características del cuerpo docente de la educación Media son muy distintas, la obligatoriedad de la educación se ha extendido hasta el 3º año del Ciclo Básico de Secundaria, los liceos se han masificado, etc. Parece lógico, en este nuevo escenario, que los problemas de desafiliación, rezago y bajos aprendizajes, sufran una especie de “fuga hacia adelante”13. Siendo así, resulta pertinente prestar una mayor atención a estos fenómenos en otras transiciones “ya 10 Dicha Experiencia inicialmente se focalizó en el 6º grado “como una forma de acompañar la transición entre la Primaria y el Ciclo Básico; pero en varias escuelas se extendió también al 5º primero mientras que en otras se incorporó de manera sistemática a toda la enseñanza. Habiendo comenzado con 38 escuelas en 1997, para el 2002 existían funcionando 139 escuelas en esta modalidad en todos los contextos socioculturales” (Fernández, 2006, p. 10). 11 La creación de los CERP se enmarcó en lo que desde entonces se dio en llamar “reforma Rama”. Originalmente estos Centros proponían una formación del profesorado para la enseñanza media básica por áreas y no por asignaturas aisladas. Resulta ilustrativo que -Bajo indicaciones del propio Rama, es de suponer-, el CODICEN y la ANEP publicaran en 1996 (un año antes de inaugurar el primer CERP), una edición de Coordinación entre Primaria y Secundaria que el propio Director de Educación se encargó de prologar (ver Castro, 1996), en un intento, creo yo, de engrosar su arsenal retórico a favor de su propuesta en un escenario de fuertes cuestionamientos sindicales. 12 Véase Bentancur, 2011. 13 “Fuga hacia adelante” es la expresión que usó Juan Carlos Tedesco (1985) para referirse a cierto proceso “destinado a mantener el papel diferenciador del sistema educativo. (…) cuando un nivel educativo se generaliza, la diferenciación se traslada al nivel siguiente, [y este traslado] de la función diferenciadora hacia los niveles superiores está acompañada por un vaciamiento de contenidos en los niveles que tienden a universalizarse” (1985, pp. 38-39). 12 exentas de las áncoras de la obligatoriedad legal”, como lo sugiere Acevedo (2013). Habrá que seguir indagando. Por otra parte quizás –especulemos– entre el ciclo de Primaria y el de Secundaria se haya construido un puente a costo de bajar los niveles de la calidad de la enseñanza y pasar de un lado a otro ya no ofrezca demasiadas dificultades; ni tampoco desafíos. Y lo que es peor: puede ocurrir que nada de esto importe mucho para el estudiante porque la ruta (con puente incluido) ya no lleve a ningún lugar, o por lo menos ya no lleve a los lugares que se espera (mejores niveles de empleo, prestigio, etc.) y, por lo tanto, transitarlo dejó de ser una prioridad, una necesidad o acaso una meta para muchos. Pero fuera de cualquier especulación sabemos que los problemas que animan estas reflexiones (desafiliación, rezago y bajos resultados académicos) aún se mantienen y, en algunos, casos se profundizan en el sistema. Se han iniciado procesos de indagación y, concomitantemente, de desarrollo de programas focalizados para dar respuesta a ello. Hoy el escenario parece propicio para iniciativas de investigación y producción académica que consideren las singularidades territoriales y especificidades locales, así como también para integrar los motivos e intenciones de los actores en sus indagaciones. Tal vez haya que construir otros puentes en otros tramos de la carretera. Si es así sería conveniente tener en cuenta las sabias recomendaciones que, según Calvino, Marco Polo le hace al emperador de los mongoles: “Marco Polo describe un puente, piedra por piedra. –¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? –pregunta Kublai Jan. –El puente no está sostenido por esta piedra o por aquella –responde Marco–, sino por la línea del arco que ellas forman. Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade: –¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco. Polo responde: –Sin piedras no hay arco”. (Calvino, citado por Acevedo, 2012, p.114) Bibliografía ACEVEDO, F. (2012) Ante el naufragio. Una propuesta para la formación de actores de la enseñanza. Tradinco, Montevideo. ACEVEDO, F. (2013) La desafiliación en un centro de formación docente. Un análisis introductorio (ponencia presentada en el Seminario “Transiciones entre ciclos, riesgos y desafiliación en la Educación Media y Superior de Uruguay”, Montevideo, Udelar- Facultad de Ciencias Sociales, Julio de 2013). BENTANCUR, N. (2011). “La política de las políticas educativas en el Uruguay actual (I). El diagnóstico y la acción: conocimiento institucionalizado y políticas educativas en el Uruguay pos-dictatorial (1985-2010)” Trabajo presentado en las X Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR, Montevideo, 13-14 de setiembre de 2011. BROVETTO, J. (2007) (conferencia ocasión del homenaje a Julio Castro realizado por el MEC y el CEP en la sala Vaz Ferreira el 31 de julio de 2007). 13 CAMPBELL, D.T; STANLEY, J.C. (1982) Diseños experimentales y cuasiexperimentales en la investigación social. Amorrortu, Buenos Aires. CASTRO, J. (1949) Coordinación entre Primaria y Secundaria. En: Anales de Instrucción Primaria, Época II, Tomo XII, Nº 4, Abril de 1949. CASTRO, J. (1996) Coordinación entre Primaria y Secundaria. ANEP- CODICEN. CIDE: (1965) Informe sobre el Estado de la Educación en el Uruguay en 1965. Ministerio de Instrucción Pública, 2 t. FERNÁNDEZ, T. (2006) Reformas transitorias y desigualdades educativas persistentes. El caso de Uruguay entre 1996 y 2002, (documento de trabajo nº 76) UDELAR- FCS-DS. FERNANDEZ, T. et al. (2013) Transiciones, riesgos de desafiliación y políticas de inclusión en la Educación Media y Superior de Uruguay. Fundamentación. Universidad de la República. Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Sociología. Proyecto art. 2 NAHUM, B. (2008) Historia de Educación Secundaria 1935-2008. CES-ANEPCODICEN, Montevideo. SOLER, M. (1996) Educación y vida rural en América Latina, FUM-ITEM, Montevideo. TEDESCO, J.C. (1985) “Reproductivismo educativo y sectores populares en América Latina” en: Reicher, F; y Namo de Mello, G. 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