Libertad, seguridad y paz

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Niños recogiendo fragmentos del muro de
Berlín, noviembre de 1989.
En la página siguiente, Kant, quien recordó en
“Por la paz perpetua” que la paz no es un
estado natural entre los seres humanos.
El estado real del planeta es bastante miserable
para la mayoría de la humanidad, y la tendencia
continúa ‘in crescendo’. Las condiciones para la paz
atraviesan un momento de alto riesgo, ya que el
empleo de la violencia y la fuerza se retroalimenta y
multiplica de forma caótica. La llamada “cultura de
la paz” debe promoverse y fortalecerse.
Libertad,
seguridad y paz
María Ángeles Siemens
Secretaria general de la asociación España con ACNUR
Directora del diálogo “Conflictos:
prevención, resolución,
reconciliación”
TEXTO
Lluís Sans
Marc Garanger / Corbis
ebatir sobre “condiciones para la paz” en el marco del Fórum
Universal de las Culturas es un imperativo en los tiempos
que corren. Hay mucho que decir, mucho que explorar y
todo por cambiar en la naturaleza humana para que estas condiciones, como valores que son, formen parte del patrimonio universal de
la humanidad. La llamada “cultura de la paz”, una construcción filosófica novedosa pero susceptible de producir esos cambios necesarios
con tiempo y tenacidad, debe promoverse y fortalecerse. Esta “cultura” se sostiene sobre pilares ideológicos humanistas que han tenido su
momentum y siguen teniendo partidarios incondicionales. Sin embargo, sus más elementales premisas parecen hoy estar muy lejos de consolidarse. La guerra y las diversas manifestaciones de violencia, desde
la interpersonal hasta las formas más destructivas de lo colectivo,
como el terrorismo –sea doméstico, internacional o global–, prevalecen como motor de la historia pasada, hibernan, mutan y resurgen
con nuevos rostros e inusitada virulencia en nuestra vida contemporánea. Cada forma de violencia genera una respuesta cuando menos
equivalente, de modo que las maquinarias de la ofensa y la defensa
están llamadas a retroalimentarse y se nutren de la misma fuente. En
este contexto, libertad, seguridad y paz no constituyen un triángulo
D
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
equilátero ni sus conceptos se construyen en sentido ascendente,
como puede parecer a primera vista. Ni siquiera está claro que puedan convivir en armonía.
La paz no es un concepto con contenido positivo propio, sino que se
define como la “inexistencia o cesación de guerra, hostilidades, disturbios civiles, ausencia de perturbaciones, conflictos intracomunales, interpersonales o individual-espirituales”. La paz como concordia,
amistad o quietud sólo puede ilustrarse a partir de un estado de noviolencia en sus diversos grados. La paz parece, pues, un desiderátum
más que una experiencia humana, individual o colectiva, aunque en
ciertos momentos históricos se haya experimentado –al menos temporalmente– la ilusión de transcurrir “en paz”.
Kant, en Por la paz perpetua (1795), nos recuerda que “el estado de paz
entre los hombres no es un estado natural (status naturalis). La convivencia implica un estado de guerra, cuando no continuamente
declarada, al menos siempre bajo la sombra de su amenaza”. El filósofo propone a continuación –como acto positivo para evitar hostilidades entre los hombres– conseguir un marco de “estabilidad”, a partir
de una constitución civil jurídica, republicana y cosmopolita. Kant,
como otros filósofos anteriores y de su época que trataron este tema,
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basó su pensamiento en premisas racionales y morales, alejadas del
fenómeno biológico de los instintos, donde el sentimiento primario
de hostilidad parece encontrar su fundamento. Esta rama filosófica
humanista evolucionó muy lentamente a lo largo de la historia, y
muy deprisa a partir de la segunda mitad del siglo XX, y se fue plasmando progresivamente en instrumentos jurídicos de aplicación
universal. Me atrevo a afirmar que la teoría del Estado de derecho,
junto con el acervo jurídico internacional sobre derechos humanos
y derecho humanitario vigente en nuestros días –el mayor y más
honorable legado global que jamás nos ha dejado una rama del
derecho–, coinciden con la propuesta de constitución cosmopolita
esbozada por Kant.
Hoy podemos constatar empíricamente que el modelo kantiano lleva
años construyéndose y mejorando. Sobre el papel, la “cultura de la
paz” existe: todo está escrito y previsto para organizar la convivencia
pacífica, para disfrutar de libertad, igualdad, justicia y seguridad. Y los
países que han adoptado y respetado el modelo coinciden con aquellos
que han logrado un mayor estado de bienestar social y estabilidad.
Pixtal / Agefotostock
En los años ochenta un amigo me dijo que la paz era ya un valor
inmerso en el inconsciente colectivo, y a mí me pareció –entonces–
una afirmación plausible. Su frase me ha vuelto a la memoria cada vez
que hemos sido testigos de conflictos –más o menos lejanos– o he tratado con sus víctimas. De forma mucho más concreta, tras el descalabro que produjo en los dos hemisferios el fin de la guerra fría, volví a
hacerme la pregunta: “¿Inconsciente colectivo de quién?”. Cierto es
que nosotros, en el “Occidente eurocéntrico”, vivíamos en un mundo
perfecto, perfectamente protegido. Pero esa afirmación no se aplicaba, desde luego, a la “periferia”. Hoy tampoco se aplica a nosotros, y
por eso nos vemos obligados a incidir en ello. Hemos pasado en poco
tiempo de la seria reflexión moral sobre la paz –a veces pseudofilosófica pero igualmente válida– de café a un discurso proactivo, incluso
al activismo, porque su fragilidad empieza a perturbar nuestra cotidianidad y a minar el sistema de derechos y libertades que con tanto
esfuerzo pudo construirse en el pasado reciente.
La paz comienza por la existencia o provisión de elementos muy básicos como la subsistencia, el trabajo, la educación y la salud. Éstas son
premisas sine qua non. El segundo escalón se sitúa en la existencia de
un sistema de justicia en el que estas premisas se cumplan en un
marco de igualdad ante la ley. Este cóctel elemental constituye la esencia de la percepción individual y colectiva del valor de la libertad y, en
última instancia, de la seguridad que permite “sentir” que vivimos en
paz. Cuando no hay guerra, la paz se mide conforme a parámetros de
bienestar social.
La seguridad, que es psíquicamente indispensable para el desarrollo
humano saludable, debe ser imperceptible, inherente a los quehaceres cotidianos. Cuando la seguridad forma parte de nuestro discurso puede significar que existe, real o potencialmente, una amenaza
al mencionado cóctel esencial entre derechos y justicia, que algo
intercepta o degrada nuestro sentido del bienestar. La inseguridad,
real o prefabricada, legitima a las instancias de poder a actuar contra las libertades; en definitiva, a poner en marcha sus sistemas de
control. Llevada a últimos extremos, la inseguridad –o su percepción manipulada, como en los casos de recientes genocidios de los
que hemos sido testigos– puede activar la maquinaria militar estatal
y/o paraestatal de la guerra aprovechando el status naturalis de
nuestra frágil especie.
Una lectura sobre la más reciente noción de “seguridad humana”
revela un problema lingüístico que puede llevar a engaño y, en cualquier caso, precisa aclaración en el contexto de los temas que abordamos. Por un lado, el término “seguridad” se redefine –alejándolo de la
concepción clásica a la que me he referido anteriormente– para que,
seguido de la palabra “humana” se corresponda con una llamada a los
actores de la globalización económica a respetar y/o proteger y/o
reparar daños a las personas desamparadas por los conflictos, la
“La inseguridad, real o prefabricada, legitima a las instancias de poder para
actuar contra las libertades; en definitiva, a poner en marcha sus sistemas
de control. Puede activar la maquinaria militar de la guerra aprovechando
el ‘status naturalis’ de nuestra frágil especie”.
FÓRUM BARCELONA 2004
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pobreza extrema, la degradación medioambiental y otros fenómenos
que los propios agentes de la globalización están creando en muchas
partes del mundo, especialmente donde los recursos naturales son
más copiosos. Según un reciente informe de la Comisión de
Seguridad Humana, ésta “complementa la seguridad del Estado al
centrar su foco en la atención a las personas y hacer frente a inseguridades que no han sido consideradas como amenazas para la seguridad estatal”. La corriente que promueve esta construcción se inclina, pues, por una solución pragmática acorde con los dictados de la
realpolitik, y es preocupante que este tipo emergente de filosofía política (a) ponga en tela de juicio la capacidad de los Estados para identificar las “inseguridades” que pueden afectarlos y, más aún, (b) ignore absolutamente la teoría y práctica del Estado de derecho. Puesto
que el propio informe afirma que “el respeto a los derechos humanos
constituye el núcleo de la protección de la seguridad humana”, la pregunta clave es quién decide en cada momento cuáles son y dónde
están las necesidades de “seguridad humana”, cómo se priorizan las
actuaciones, quién es responsable y ante quién se puede reclamar.
Otra consecuencia de esta teoría es dónde queda la responsabilidad
estatal o, utilizando otra fórmula, ¿hay que asumir esta irresponsabilidad como algo irremediable? Yendo más allá, ¿se trata de transferir
la responsabilidad a organizaciones internacionales, tal vez de privatizar la responsabilidad?
Si bien la teoría de la “seguridad humana” deja sin resolver el problema de la legitimidad en términos modernos, y puede no llegar a ninguna parte en un plazo de tiempo razonable, no cabe duda de que es
un buen ejemplo del tipo de iniciativas que afloran en estos tiempos
de transición política global y que parece encontrar su fundamento en
los modelos de poder de la actividad económica contemporánea. Si
ambos modelos prevalecen y consiguen sincronizarse, pronto estare-
SuperStock / Agefotostock
mos en un mundo totalmente diferente, quizás “institucionalmente
privatizado”. Podrá ser un mundo seguro, pero dudo que sea libre.
Podrá parecer estable, pero no será pacífico.
El mundo del futuro se está forjando a través de actos de extrema violencia y guerras no convencionales. Karl von Clausewitz (De la guerra,
1831, edición de 1992) no sabría cómo asesorar a los militares de
nueva generación, porque hasta en la guerra había reglas. No es seguro que el orden mundial que emerja de la crisis actual sea el de un
choque entre civilizaciones, donde la legitimidad residiría en la identidad religiosa y/o cultural de cada parte; o que un solo imperio –político y económico– lo domine todo, como quiere parecer la tendencia
más evidente, también en detrimento de derechos y libertades indivi-
La paz comienza por la existencia
de elementos muy básicos como
la subsistencia, el trabajo,
la educación y la salud.
Arriba, atentado contra las
Torres Gemelas de Nueva York..
En la página siguiente, manifestación
de movimientos antiglobalización
en Barcelona.
Christian Maury
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
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“La libertad ha librado muchas batallas y en su nombre se han justificado
grandes guerras. El término ha sido y sigue siendo manipulado por quienes
detentan el poder para justificar el ejercicio de la violencia en todos sus
grados y manifestaciones”.
Christian Maury
duales y colectivos. Finalmente, ¿por qué no imaginar un nuevo
modelo, donde nuevas instituciones transnacionales y sociedades
civiles de todas las culturas fuesen capaces de reinventar una forma
global de gobierno cosmopolita, rescatando la herencia humanista
cuya esencia compartimos todos?
La libertad, que no ha dejado de estar presente en las reflexiones
anteriores, parece no ir aparejada con el principio de seguridad. En
la medida en que éste avanza, aquélla retrocede. La libertad ha librado muchas batallas y en su nombre se han justificado grandes guerras. Ha dejado atrás mucha sangre y, aunque éste no sea el lugar
para detenernos a analizar su convulsa historia inconclusa, merece la
pena resaltar que el término ha sido y sigue siendo manipulado y
manipulable por quienes detentan el poder para justificar el ejercicio
de la violencia en todos sus grados y manifestaciones.
La libertad, como la paz, también se define casi siempre en sentido
negativo: es la no-esclavitud, la no-cautividad, o la cualidad de no
hallarse bajo control. En términos positivos, podría ser el poder de
autonomía o autodeterminación.
Tomando como referencia estas definiciones, hay que subrayar
(Kevin Bales, 2000) que la economía global está dando lugar a una
nueva forma de esclavitud que afecta a más de 37 millones de personas, y que los criterios empleados distan de basarse en la raza o la
etnia para centrarse en la penuria, debilidad y pobreza de los esclavos modernos. Las cifras globales de pobreza sugieren que este fenómeno irá en aumento en la medida en que a la pobreza la acompañan generalmente corrupción e injusticia.
Economía global + guerra global = déficit democrático global. Lo
que aparentemente ocurre en territorios muy lejanos –la producción
de bienes de consumo a bajo precio, las guerras varias– afecta, también globalmente, a los sistemas de protección de libertades allí
donde están debidamente institucionalizados e impide que se construyan y consoliden donde son incipientes. Los mecanismos de seguridad y de control globales se han puesto en funcionamiento y
empiezan a ser muy perceptibles en todas partes. El estado real del
planeta, interpretando el utilitarismo a la inversa, es bastante miserable para la gran mayoría de la humanidad, y la tendencia continúa
in crescendo. Las condiciones para la paz atraviesan un momento de
alto riesgo, ya que el empleo de la violencia y el de la fuerza se retroalimenta y multiplica de forma caótica y anárquica. Nadie está a
salvo.
Entretanto, los partidarios del diálogo, que creemos en la coexistencia pacífica, esperamos en el ámbito virtual de una “isla de cordura”
(Bar-On, 2003) a que el guerrero se canse.
FÓRUM BARCELONA 2004
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